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CÓMO LOS ÁRBOLES SE COMUNICAN 

ENTRE ELLOS 

GABRIEL ORREGO​ MARZO 27, 2017 

Viajando por los gigantes bosques de la costa oeste de Canadá, alguien 


me comentó que los árboles se comunican entre ellos. Todo un 
ecosistema interactuando a través de raíces y hongos, una verdadera 
red de información y colaboración en el misterioso mundo del suelo. 
Esta forma de comprender la naturaleza me hizo mucho más sentido 
que todo lo aprendido hasta entonces. Y fascinado por la idea, nacieron 
las ganas de quedarme y aprender. 
Suzanne Simard, es profesora en la Universidad British Columbia. Una 
sabia mujer de los bosques, científica rigurosa y con una humildad que 
dan ganas de admirar. No me aguanté en aparecerme en la 
universidad y tocar la puerta de su oficina. Le pedí que me enseñara 
sobre los bosques lluviosos del norte y sus enigmas. Le pregunté si los 
árboles se comunican, sin saber que se me venía por delante un mundo 
de complejidad​. 

“Sí, se comunican. Usan su propio método de comunicación. Los 


árboles no son individuos creciendo por su propia cuenta con el fin de 
ser el más exitoso. Más bien, son parte de una red que está en 
constante interacción, y en donde la colaboración es lo primordial. Esta 
red subterránea la llamamos red de micorrizas (“mycorrhizal network” 
en inglés)”. 

En su vida profesional, Suzanne comenzó trabajando para la industria 


forestal, donde empezó a cuestionarse porqué las plantaciones 
manejadas no parecen, ni dan la sensación, de un bosque. Su mensaje 
proyecta la idea de mirar “el todo” en vez de las partes, lo que la llevó a 
su pregunta guía: ​¿Qué está pasando en el suelo de un bosque? 
 

Suzanne Simard. Foto: Gabriel Orrego 

Para responder esta pregunta, comencemos por los hongos. Los 


hongos son seres misteriosos, unos incomprendidos con diversas 
funciones ecológicas. Entre ellos, existen parásitos, levaduras y 
saprofitos, encargados de descomponer la materia orgánica (algunos 
tan voraces que son capaces de digerir la madera); y los simbióticos, las 
micorrizas, de los cuales profundizaremos en este artículo. 

Durante su evolución, estas criaturas de la tierra optaron por colaborar 


con las plantas para obtener a cambio azúcar y energía, proveniente de 
la fotosíntesis de la planta. Micorriza, (mico= hongo, riza= raíz) es la 
asociación simbiótica entre una raíz y las hifas del hongo, que se 
reconocen y encuentran en el suelo, tras un sofisticado intercambio de 
señales. La mayoría de las personas no lo sabe, pero los hongos pueden 
ser enormes organismos (​el más grande y viejo del mundo​, con 8.650 
años y cubriendo más de 10 km​2​ de extensión bajo el bosque). 

Cuando encontramos un hongo en el bosque, como las intrigantes 


amanitas o las deliciosas ​Boletus​ y chanterelas (todos hongos 
micorrízicos), estamos simplemente observando al cuerpo fructífero del 
hongo, o sea, su órgano reproductor sexual, por donde libera sus 
esporas para explorar nuevas tierras. El resto se mantiene oculto a 
nuestro ojos, y su dinámica todavía desconocida a nuestra percepción. 

Amanita Muscaria. Foto: Gabriel Orrego 


La asociación mutualista planta-hongo, dos seres provenientes de 
reinos muy distintos, tiene resultados muy efectivos. Los árboles 
capaces de utilizar la energía del sol para reunir seis moléculas de CO2 y 
transformarlas en glucosa, transfieren desde la copas hasta sus raíces 
estos carbohidratos, alimentando a las micorrizas. El hongo, especialista 
del suelo, extiende su micelio (red de hifas) a velocidades 
sorprendentes, llegando a sitios que las raíces ni sospechan. Así, le 
entregan a sus plantas hospederas agua y nutrientes, inaccesibles de 
otro modo. Esta asociación es crucial, y el 95% de las plantas comparten 
esta simbiosis con los hongos. Incluso, se sostiene que la primera planta 
terrestre fue exitosa fuera del agua gracias a la asociación con un 
hongo. 

Las micorrizas son conocidas desde hace décadas, pero no fue hasta 
hace poco que comenzó a comprenderse la complejidad e 
importancia del rol que implica una red de micorrizas en los 
ecosistemas forestales. Se comienza a hablar de red cuando un hongo 
se conecta a las raíces de dos o más plantas, formándose así un puente 
de comunicación entre ellos. E​ sta conexión permite que, a través de 
avenidas subterráneas exclusivas, señales y nutrientes sean 
traspasados de planta a planta. 

Este fenómeno revoluciona y desafía notablemente la preponderancia 


de la competencia en la evolución, sugiriendo la colaboración como 
factor primordial en la supervivencia de plantas y hongos. Un flujo 
compartido, mediado por gradientes de recursos (desde una fuente a 
un sumidero). Es decir, desde donde hay más recursos hacia donde 
escasean. Todo el bosque actuando como un solo organismo mediado 
por la red de micorrizas. 
 

Ilustración red de micorrizas 

En los últimos tres años, he estudiado cómo interactúan los bosques 


bajo el suelo, trabajando en mi experimento de magister con S ​ uzanne y 
su grupo de investigadores​, quienes durante décadas han estudiado 
este complejo fenómeno. U ​ na visión que reconoce a las formaciones 
vegetales visibles sobre el suelo, como el lindo reflejo de lo que está 
pasando abajo en la rizósfera. 

En un bosque del interior de British Columbia, Beiler et al. (2010) logró 


mapear la extensión y arquitectura de las redes de micorrizas. 
Utilizando novedosas técnicas moleculares, se observó que todo el 
bosque estaba conectado mediante raíces y hongos. Y como es de 
esperarse, los árboles más grandes y viejos establecían más conexiones. 
Suzanne los llama “Árboles Madre”: núcleos de vida donde convergen 
las conexiones. 

Estos árboles son individuos dominantes en el bosque, con su follaje 


elevándose sobre las copas de los otros. Seres antiguos que 
representan inmensas fuentes de producción de energía. Energía que 
podría ser compartida a los árboles con menos acceso a la luz del sol. 
Las pequeñas plántulas recién germinadas en el sotobosque son 
colonizadas por la red de micorrizas y comienzan a recibir no sólo 
nutrientes del suelo, sino también carbohidratos provenientes de estos 
árboles ya establecidos. 

 
Mapa de red de micorrizas, Asociación entre pino Oregón y 

Rhizopogon spp. Beiler et al, 2010 

Interesantes experimentos se han llevado a cabo para entender esto. 


Utilizando isotopos estables (comúnmente, carbono13 y nitrógeno15), 
podemos inyectar un cierto compuesto en un árbol para luego 
detectarlo en otro. Es decir, se le inyecta un compuesto etiquetado 
molecularmente, que puede ser posteriormente rastreado. 

En una investigación, realizada en los bosques de Columbia Británica, 


se plantaron pequeñas plántulas alrededor de un árbol madre que 
había sido inyectado con el isotopo de carbono13. Algunas de las 
plántulas fueron plantadas en bolsas que las excluían de la red de 
micorrizas, mientras que otras quedaron directamente en contacto con 
el suelo a su alrededor. Se descubrió que las plantas sin bolsas, además 
de haber recibido el isotopo inyectado al árbol madre, tuvieron mucha 
mayor sobrevivencia y mejor desarrollo. 

De esta manera, Suzanne sostiene que un bosque tiene más resiliencia 


al funcionar como una comunidad, existiendo sinergias entre sus 
interacciones. Un bosque con conexiones entrelazadas por el suelo, 
tiene la la capacidad de colaborar y ser más fuerte. Se ha demostrado 
que, además de transferir nutrientes, estos árboles usan la red de 
micorrizas para enviarse señales de defensa. En un invernadero se 
plantaron juntos varios individuos de pino oregón, algunos de ellos 
aislados en bolsas de poro fino. Algunos de los árboles fueron 
estresados a través de una infección inducida con larvas que se comían 
su follaje. Luego, los árboles que no estaban aislados de la red de 
micorrizas comenzaron a producir enzimas para sobre-activar el 
sistema inmune y estar más fuertes (como la producción de resinas y 
compuestos tóxicos), mientras que los aislados del suelo no mostraron 
cambios metabólicos, quedando más susceptibles al posible ataque. 

La facilitación entre plantas ha sido profundamente estudiada, como 


por ejemplo, el llamado​ efecto nodriza​, donde un árbol ya establecido 
propicia a la regeneración, protección contra herbívoros o mayor 
humedad y materia orgánica. Las interconexiones por el suelo abren un 
mundo de posibilidades, que promueven la protección del suelo y su 
microbiología, y confirman el efecto nodriza, donde árboles más viejos 
nutren y fortalecen a las nuevas generaciones. 

Como ya mencioné, los arboles con mayor edad del bosque -árboles 
madre- son parte fundamental de la red. Sus raíces ya establecidas 
pueden abarcar grandes extensiones, aumentando las potenciales 
conexiones con hongos micorrízicos y, a su vez, con más arboles. ​En 
ciertas condiciones donde los suelos son pobres o hay limitaciones 
de agua, hasta el 70% de la biomasa de un árbol puede ser 
subterránea. Con esto podemos comenzar a percibir lo complejo y 
dinámico del suelo, y la cantidad de vida interactuando bajo 
nuestros pies. 
 

Cono pino oregón colonizado por hongos. Foto: Gabriel Orrego 

Uno de los descubrimientos que más me ha llamado la atención dentro 


del laboratorio acá en UBC, es la investigación de mi compañera 
Amanda Asay. Tal como Suzanne, ella tiene esta idea de mirar el 
bosque como familia, y bajo supervisión de Suzanne, ha llevado a cabo 
una investigación para responder la siguiente pregunta: ​¿se reconocen 
los árboles entre ellos? 

En la tésis de Amanda se llevó a cabo el siguiente experimento: en la 


misma maceta se plantaron tres árboles, uno más grande y dos 
pequeños desde semilla. Uno de los retoños tenía parentesco con el 
árbol más grande (sus semillas provenían de la misma madre) y el otro 
era un extraño de otra región. Resulta que luego de unos meses, había 
significativamente más conexiones entre los que tenían parentesco, 
mas aún, el grande le transfería más nutrientes a su familiar que al 
extraño. No se entiende todavía exactamente el mecanismo para 
explicar estos resultados, pero existe la tendencia. 

Sin embargo, las conexiones y colaboraciones no se quedan entre 


hermanos, ni siquiera entre individuos de la misma especie. Suzanne en 
su tesis de doctorado, experimentó con abedules (​Betula papyrifera​) y 
pinos oregón (​Pseudotsuga menziesii), e ​ species muy lejanas 
genéticamente, pero que crecen juntas de forma natural. Suzanne 
observó que estas dos plantas, una conífera y otra latifoliada, estaban 
altamente conectadas por la red de micorrizas. Pero además notó 
interesantes patrones en la dirección del flujo subterráneo de recursos. 
Durante el invierno, el abedul bota las hojas, mientras que el pino 
oregón las mantiene. Por lo tanto, durante esta época, el pino oregón le 
envía azúcar al abedul para apoyarlo en sus funciones básicas, y luego, 
cuando llega la primavera, el abedul se activa formado su vigoroso 
follaje y los recursos fluyen hacia el pino oregón. 

Actualmente, unos de los grandes proyectos de Suzanne (​proyecto 


árbol madre​), en el cual estamos todos embarcados, consiste en una 
serie de tratamientos silvícolas alrededor de toda la provincia de 
Columbia Británica, siguiendo una gradiente climática (temperatura y 
precipitaciones). En cada sitio se están cosechando parcelas de 
bosques, a distintas intensidades. O sea, tratamientos que remueven 
por ejemplo el 10%, 25%, 50%, 80% y 100% de los árboles. Ante estos 
distintos niveles de perturbación, se quiere observar a mediano y largo 
plazo qué sucede con las conexiones en la red de micorrizas, cómo 
afecta en las funciones del bosque y el desempeño de la futura 
regeneración. 

Este experimento me parece de una visión admirable. Si logramos 


tener un mejor entendimiento de lo valioso que significa conservar la 
red, podríamos mejorar sustancialmente nuestro manejos forestales. 
Los árboles madres, almacenan un legado que debería poder ser 
transferido a los bosque del futuro. 

Esta rama de investigación se presta para mucha interpretaciones, y sin 


duda idealizamos con una visión antropocentrista. Tal vez todavía no 
entendemos completamente la interacción entre los hongos y las 
plantas, o si existe realmente alguna intención por parte del árbol 
madre en transferirle azúcar a las nuevas generaciones, pero sí 
sabemos que estás interacciones existen y que los flujos de nutrientes, 
agua o información están siendo enviados y recibidos. Creo que nos 
lleva nuevamente a pensar en el bosque como un todo y que, ante la 
ausencia de alguna de la partes, el organismo podría perder su 
vitalidad, equilibrio dinámico y resiliencia. Es fundamental que, para 
poder preservar y convivir con los bosques ante un escenario inestable 
y cambiante, comencemos a conocerlos por debajo y mirarlos con la 
complejidad que merecen: con una visión holística donde el suelo es un 
ente vivo que conecta a los árboles. 

Referencias 

Bingham, M. A., & Simard, S. (2012). Ectomycorrhizal networks of 


Pseudotsuga menziesii var. glauca trees facilitate establishment of 
conspecific seedlings under drought. ​Ecosystems​, 1​ 5​(2), 188-199. 

Read, D. J., & Perez‐Moreno, J. (2003). Mycorrhizas and nutrient cycling 


in ecosystems–a journey towards relevance?. N ​ ew Phytologist​, 1​ 57​(3), 
475-492. 

Simard, S. W., Asay, A. K., Beiler, K. J., Bingham, M. A., Deslippe, J. R., 
Xinhua, H., Philip, L. J., Song, Y., Teste, F. P. (2015). Resource transfer 
between plants through ectomycorrhizal fungal networks. In: Horton 
TR, ed. Mycorrhizal networks. Springer berlin Heidelberg. 

Simard, S. W., Beiler, K. J., Bingham, M. a., Deslippe, J. R., Philip, L. J., & 
Teste, F. P. (2012). Mycorrhizal networks: Mechanisms, ecology and 
modelling. F ​ ungal Biology Reviews​, 2 ​ 6​(1), 39–60. 
http://doi.org/10.1016/j.fbr.2012.01.001 

Smith, S. E., & Read, D. J. (2008). ​Mycorrhizal symbiosis​. Academic press. 

http://simardlab.forestry.ubc.ca/people/ 

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