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UNIDAD TEMÁTICA 5.

4 EL PAPEL DE LA
LEGISLACIÓN AGRARIA
La subordinación al Gobierno del sector reformado tenía un poderoso
apoyo en la legislación agraria.
Las tierras que se entregaban en usufructo permanecían como
propiedad de la nación por concesión a una corporación civil: el ejido
o la comunidad.
El ejido, entidad dotada de personalidad jurídica, asamblea de
socios y autoridades representativas, era también la autoridad
pública encargada de vigilar el cumplimiento de la concesión.
Las parcelas que se entregaban para disfrute particular a los
ejidatarios quedaban sujetas a condiciones restrictivas: la tierra debía
ser cultivada personalmente por el titular, no podía mantenerse
ociosa, venderse, alquilarse ni usarse como garantía; era inalienable
pero podía ser heredada por un sucesor escogido por el titular
siempre que no hubiese sido fragmentada.
El incumplimiento de estas condiciones implicaba sanciones que
anulaban sin compensación los derechos de goce de la parcela y la
pertenencia al ejido.
El sujeto legal y social del reparto de las tierras era el ejido, una
sociedad o corporación civil que podía trasmitir a sus integrantes unos
derechos individuales precarios. Correspondía a la asamblea ejidal
tomar las decisiones fundamentales, pero dicha asamblea solo podía
reunirse luego de haber sido convocada por las dependencias
agrarias del gobierno, y debía ser validada por la presencia de
funcionarios públicos. Cuando ocurría una privación de derechos
agrarios, correspondía a la autoridad agraria federal asignar tales
derechos a otro solicitante de tierras
En 1940 había más de 1,5 millones de ejidatarios, número que
excedía la capacidad de control y vigilancia de las autoridades.
Se toleró en algunos casos importantes el arrendamiento, la
aparcería y la venta de parcelas entre ejidatarios y sus
descendientes, así como la herencia fragmentada de parcelas
ejidales, lo que agudizó el fenómeno minifundista.
Pero el vínculo de subordinación legal del ejido permanecía, y se
usaba cuando era necesario o resultaba conveniente.
Desde 1936, el poder ejecutivo organizó a los campesinos del sector
reformado, primero en una central única, y después en una central
mayoritaria: la Confederación Nacional Campesina (CNC).
La CNC era también la entidad agraria del partido del gobierno.
La CNC se movilizaba para respaldar las decisiones presidenciales;
muchas de éstas eran fundamentales para la definición de la política
nacional, pero la CNC también apoyaba políticas facciosas e incluso
llegó a constituir una milicia armada para acotar otras corrientes
políticas deseosas de recurrir a la fuerza.
El ejido, sociedad usufructuaria de la tierra, adquirió nuevas
dimensiones como instancia política, demandante de servicios públicos,
conjunto social y entidad organizadora del desarrollo rural y de la
identidad comunitaria.
Además de cumplir con sus funciones iniciales de repartición de las
tierras, el ejido arraigó como institución sólida de la organización
rural mexicana, presentando aspectos democráticos y residuos de una
ideología igualitaria o solidaria.
LA MARGINALIZACIÓN PROGRESIVA
DEL SECTOR REFORMADO
Entre 1940 y 1965 el crecimiento de la producción agropecuaria superó
al crecimiento de la población nacional debido principalmente a la
incorporación al cultivo y al uso agropecuario de las tierras que habían
sido repartidas.
El riego, el crédito, la mecanización, el uso de insumos agroquímicos, y en
especial los precios administrados y la compra de las cosechas por el
Gobierno - elementos en los que se hizo patente la diligencia del Estado
-, pesaron menos que el esfuerzo de los campesinos por extender los
cultivos hasta las fronteras de las tierras reformadas.
En este período fue fundamental el autoconsumo de las familias
campesinas de alimentos producidos con un alto coeficiente de mano de
obra y escasos insumos comerciales. La producción de autoconsumo
aportaba no sólo seguridad alimentaria sino también autonomía para
reproducir las condiciones de existencia tradicionales.
Las tierras aptas para el cultivo fueron escaseando y cada vez daban
rendimientos más bajos; ello se debía a la falta de humedad, al
excesivo número de tierras en pendiente, a la vulnerabilidad a las
plagas, y a riesgos relacionados con la incorporación de tierras
marginales.
El igualitarismo propugnado por las leyes no pudo mantenerse en el
tiempo.
Según la certificación posterior a la reforma de 1992 del 70 por
ciento de los derechos ejidales, el 50,1 por ciento de los ejidatarios
poseía parcelas de un promedio de 2,8 ha y controlaba apenas el
14,7 por ciento de la superficie parcelada total; el 1,2 por ciento de
los ejidatarios poseía un promedio de 124 ha de tierras parceladas y
más tierras que la mitad de los ejidatarios que poseía las parcelas
más pequeñas; y las tres cuartas partes de los ejidatarios poseían
parcelas de superficie inferior a la mitad del promedio nacional.
La desigualdad se agudizó debido a la fragmentación de las
parcelas ejidales. En promedio a nivel de la nación, cada ejidatario
dividía su parcela en dos parcelas distintas, a veces distantes entre sí.
El 50 por ciento de los ejidatarios poseía una sola parcela; el 25 por
ciento, dos; el 12,8 por ciento, 5,3; y el 12 por ciento, tres. La
fragmentación de las parcelas en el sector de la propiedad social era
la causa de que un gran número de parcelas se consideraran
técnicamente como minifundios.
El envejecimiento de los agricultores del sector de la propiedad social
agravó las situaciones que resultaban de la desigualdad y
fragmentación de los predios. La mitad de los ejidatarios certificados
tenía más de cincuenta años de edad, y la cuarta parte del total más
de 65.
La carencia de un sistema de seguridad social y de pensiones para
los trabajadores del campo convertía la parcela en el único
patrimonio para enfrentar las necesidades de la vejez; por
consiguiente, el manejo de ese patrimonio ha sido fundamentalmente
conservador.
La herencia o sucesión se recibe en México en torno a los 50 años,
que es la edad umbral en que inicia el manejo conservador del
patrimonio.
Tradicionalmente, en el campo convivían dos generaciones. El aumento
de la esperanza promedio de vida introdujo una tercera generación,
que ha competido con la de sus padres por la herencia de la
generación mayor. La coexistencia de estas generaciones también ha
afectado a la estructura de la unidad de producción y consumo
campesina y a los métodos de trabajo y de transmisión del
conocimiento.

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