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Las luchas de las organizaciones de mujeres guatemaltecas han avanzado, han logrado que se

hagan efectivos algunos de sus derechos y que se hayan visibilizado problemas que antes estaban

encerrados en las cuatro paredes de su casa. Ha sido un proceso muy largo, vamos a la zaga de

otros países de la región en muchos de los aspectos que provocan injusticias.

La mayoría de la población guatemalteca se ve afectada por diversas formas de desigualdad, pese

a que el Estado ha suscrito numerosos compromisos internacionales para alcanzar la igualdad

entre hombres y mujeres, así como entre los distintos pueblos.

La superestructura legal es retórica, a pesar de que supuestamente la ley es la depositaria de las

aspiraciones sociales y de los valores y que el derecho debe ser el espejo de necesidades sociales

y de valores morales; nuestra realidad ha demostrado una y otra vez que esa aspiración no se

cumple, que el Estado y sus instituciones carecen de legitimidad y reconocimiento generalizado.

Por eso es que no hemos alcanzado la conquista del bien común, de una vida digna para las

mayorías, ni el buen vivir. Cada día esa esperanza se aleja de amplios sectores sociales.

Guatemala fue el único país de Latinoamérica que no logró la reducción de la pobreza; por el

contrario, esta se incrementó. A este paso tampoco lograremos los ambiciosos resultados del

Desarrollo Sostenible si fuimos incapaces de cumplir los Objetivos del Desarrollo del Milenio.

Las normas jurídicas por sí mismas no pasan de ser un ramillete de buenas intenciones, letras y

papeles con contenidos sublimes, ya que usualmente son violadas y generalmente son

desconocidas. Nadie puede luchar por lo que no conoce. La mayoría de la población está carente

de protección en todos los sentidos y la base del Estado Democrático de Derecho es altamente

vulnerable porque no hay igualdad entre los y las ciudadanas.

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