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Parábola del Conocimiento

Un discípulo le pregunta a su maestro cual es el camino del conocimiento. El maestro le dice que cuando un
hombre empieza a buscar nunca sabe lo que va a encontrar, se topa tesoros que no buscaba y más dificultades
de las esperadas, se da totazos, se enreda, no encuentra el camino y entonces lo asalta el primer enemigo, el
miedo. Si echa a correr, está perdido.

¿Por qué? ¿Qué le pasa si corre?, pregunta el pupilo.

Nada, responde el maestro. Podrá llegar a ser maleante o ministro pero nunca un hombre de conocimiento. Si
no corre, si permanece firme y encara al enemigo, llega un momento en que el miedo se retira y el hombre
adquiere la fuerza de la seguridad. No es fácil, claro. La seguridad se conquista poco a poco, con mucho
esfuerzo, mientras que el miedo asalta de repente y triunfa con facilidad.

Vencido el miedo, llega la claridad, una luz que borra todos los fantasmas y define los contornos de las cosas.
Entonces el hombre habrá encontrado su segundo enemigo, ¡la claridad, luz que alumbra o ciega! Porque el
hombre seguro pierde un tesoro, la duda, se vuelve audaz y fanático, se cree invencible, se descuida y cae.

¿Y vuelve a ser presa de las garras del miedo, maestro?

No. Está curado de espantos. Será guerrero o payaso pero no un hombre de conocimiento. Para vencer la
claridad el hombre debe entrecerrar los ojos, acechar la mesura, desconfiar de las certidumbres, descubrir sus
límites. Si lo logra, habrá encontrado su tercer enemigo, el más seductor, el poder. Porque el hombre vence el
miedo y la claridad es un hombre de poder. El peligro esta en que estos hombres pierden el sentido de la
perspectiva porque no tienen que respetar reglas. Ellos las hacen. Entonces se vuelven crueles o soberbios, es
decir, esclavos del poder.

Y ¿cómo se vence al poder?

Repitiéndose cada día que el poder siempre es ilusorio y parcial, responde el maestro, nunca absoluto ni del
todo real. A los halagos del poder hay que oponer un carácter desdeñoso y humilde a la vez pero, sobre todo,
hay que saber cuando y como usar el poder, solo así podemos vencerlo.

Y encontramos el cuarto enemigo, la vejez, una fatiga intima, un deseo irresistible de acostarse y renunciar.
Si cedemos a este impulso, quedamos reducidos a ser unas criaturas viejas y débiles. Hay que luchar hasta el
fin. Entonces, derrotados el miedo, la claridad, el poder y la vejez, seremos hombres de conocimiento, es
decir, valientes más no temerarios, seguros más no fanáticos, poderosos más no soberbios, viejos pero
vitales.

Y ¿qué sigue?

Esperar al último enemigo, el invicto, la muerte.

¿Podemos vencerla?, pregunto el pupilo con un punto de ambición en los ojos.

No. Hay que dejarse ir, dice el maestro. Los que se aferran a la vida igual mueren pero quedan gravitando
eternamente en una degradada condición de lo sutil: serán solo duendes y fantasmas, pero nunca espíritus de
luz

Tomado de el libro Proyecto Piel del escritor Julio Cesar Londoño.

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