Está en la página 1de 1

mis cartas a través de una anciana, viuda de guerra, que vivía en Londres con una libra

semanal. La querías mucho. Mis cartas eran tiernas. Me daba cuenta de que te necesitaba
para encontrar mi camino; de no poder amar a nadie más que a ti.

Hacia finales del verano regresaste para compartir mi indigencia. Te integraste en mi vida
de Lausana con más facilidad de lo que yo lo había hecho nunca. Frecuentaba
primordialmente a los miembros de una asociación de antiguos alumnos de letras. Al cabo
de algunos meses, tu círculo de amigos -y admirativas amigas- era más amplio que el mío.
Formabas parte de una compañía de teatro fundada por Charles Apothéloz. Su grupo se
llamabaLes Faux Nez, título de una obra que «Apoth» había escrito a partir de un guión de
Sartre publicado en La Revue du cinema en 1947. Participaste en los ensayos de esta obra y
actuaste en tres representaciones en Lausana y en Montreux.

Seguramente, tus conocimientos de francés avanzaron con mayor rapidez gracias al teatro y
no tanto gracias a mí. Yo pretendía que emplearas un método alemán que consistía en
aprender de memoria al menos treinta páginas de un libro. Habíamos elegidoEl extranjero
de Camus, que comienza así: «Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer. No lo sé. Recibí un
telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias"». Esta
primera página sigue haciéndonos reír todavía hoy cuando nos la recitamos.

En poco tiempo, conseguiste ganar más dinero que yo: primero dando clases de inglés, y
luego como secretaria de una escritora británica que se había quedado ciega. Le servías de
lectora, ella te dictaba su correo, y la sacabas a pasear después de comer durante una hora,
guiándola por el brazo. Ella te pagaba, por supuesto en negro, la mitad de lo que
necesitábamos para subsistir.

Entrabas a trabajar a las ocho y, cuando volvías a la hora del almuerzo, yo recién acababa
de levantarme. Escribía hasta la una o a veces las tres de la madrugada. Nunca protestaste.
Me aplicaba en el segundo tomo del ensayo, que se proponía distinguir las relaciones
individuales con el otro en función de una jerarquía ontológica. Encontré muchas
dificultades con el amor (al que Sartre había dedicado treinta páginas deEl ser y la nada),
ya que es imposible explicar filosóficamente por qué se ama y se quiere ser amado por tal
persona precisa, con exclusión de todas las demás.

En aquella época, no traté de responder a esta cuestión a partir de la experiencia que estaba
viviendo. Aún no había descubierto, como lo acabo de hacer aquí, cuál era el fundamento
de nuestro amor. Ni que el hecho de estar obsesionado, a la vez dolorosa y deliciosamente,
por la coincidencia siempre prometida, y siempre evanescente, del gusto que tenemos por
nuestros cuerpos -y cuando digo cuerpos, no olvido que «el almaes el cuerpo» tanto para
Merleau-Ponty como para Sartre-, remite a experiencias fundadoras que hunden sus raíces
en la infancia: al descubrimiento primordial, originario, de las emociones que una voz, un
olor, un tono de piel, una forma de moverse y de ser, que para siempre constituirán la
norma ideal, pueden hacer resonar en mí. Se trata de eso: la pasión amorosa es una forma
de entrar en resonancia con el otro, en cuerpo y alma, y únicamente con él o con ella. Nos
encontramos más acá o más allá de la filosofía.

Nuestros años de penurias finalizaron provisionalmente en el verano de 1949. Como los dos

También podría gustarte