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CAPÍTULO 7

LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA


INTERNACIONAL CONTEMPORÁNEO, 1775-1895
por SYLVIA L. HILTON
Catedrática de Historia de América
Universidad Complutense de Madrid

Las relaciones internacionales se vieron afectadas inmediata y profunda-


mente por la independencia política de la mayoría de las colonias europeas de
América, y, a lo largo del siglo xIx, por la diferente capacidad de respuesta
de los nuevos países americanos, ante los problemas de su propio desarro-
llo interno y las diversas presiones europeas. Entre las repercusiones más
duraderas de la emancipación americana en la vida internacional figuran la
ampliación del conjunto de Estados nacionales soberanos, el fortalecimien-
to del principio de la autodeterminación de los pueblos, contribuciones im-
portantes al desarrollo del nacionalismo y del republicanismo como sistema
político alternativo frente a la monarquía y el imperio, el surgimiento del
mito del modelo estadounidense como inspiración de ideologías e institu-
ciones democráticas y movimientos reformistas, el trasvase masivo de po-
blación hacia las Américas, el desarrollo del concepto del hemisferio occi-
dental y de otros planteamientos regionalistas o panamericanos, una mayor
conflictividad interamericana para asegurar el dominio sobre territorios y
recursos naturales, el fomento del capitalismo creador de deudas y depen-
dencias económicas en América Latina, importantes contribuciones al de-
sarrollo del derecho internacional y de los derechos humanos, y, por último,
hacia el final del siglo x1x, la emergencia de Estados Unidos como gran po-
tencia mundial.

1. La primera república americana: independencia y expansión


de Estados Unidos, 1775-1865

En el mundo atlántico de finales del siglo xvi y comienzos del siglo XIX,
los conflictos internacionales ocuparon gran parte de las energías de todos los
dirigentes europeos. Competían entre sí varios Estados nacionales expansi-
vos, se difundían los movimientos políticos e ideológicos revolucionarios, y
152 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

empezaron a reclamar espacio y reconocimiento las colonias ultramarinas


europeas aspirantes a la independencia.

1.1. LA INDEPENDENCIA DE ESTADOS UNIDOS Y SU IMPACTO


EN EL MUNDO ATLÁNTICO

Un gran consenso historiográfico señala como inicio del proceso de eman-


cipación política de Estados Unidos el tratado de paz de París de 1763, que
cambió dramáticamente la geopolítica norteamericana. Francia quedó elimi-
nada de Norteamérica como potencia colonial, cediendo Nueva Orleans y la
parte occidental de Luisiana a España, y el resto de sus posesiones a Gran
Bretaña. A su vez, España cedió Florida a Gran Bretaña, de modo que se creó
una nueva frontera internacional anglo-española en el río Mississippi. Desde
el punto de vista británico, este éxito militar y diplomático trajo nuevos pro-
blemas que exigían nuevas políticas imperiales. Entre los retos más difíciles
estaban el pago de la enorme deuda resultante de la guerra, la defensa y admi-
nistración de unos nuevos y extensísimos territorios coloniales, la integración
de un elevado número de habitantes francófonos, el peligro de hostilidades in-
dígenas en las fronteras, y el expansionismo incontrolado de las colonias de la
fachada atlántica hacia el interior del país, con el peligro del desarrollo de una
autonomía económica y administrativa cada vez mayor que pondría en tela de
juicio la autoridad metropolitana.
El Gobierno de Londres ensayó una serie de medidas para resolver estos
problemas desde planteamientos característicos del despotismo ilustrado,
procurando racionalizar y modernizar la administración imperial mediante un
reformismo centralista, y buscando convertir a las colonias en fuente de ingre-
sos mayores, para contribuir al pago de la deuda nacional y los costes admi-
nistrativos y defensivos del Imperio. No es posible comentar aquí los porme-
nores del gradual aumento de la rebeldía anglonorteamericana frente a estas
pretensiones metropolitanas, pero conste que las demás potencias europeas
observaban con gran interés el desarrollo de los acontecimientos internos del
Imperio británico entre 1763 y 1775, tomando buena nota de las reacciones co-
loniales a los sucesivos fracasos de los ministros de George III, George Gren-
ville, Charles Townshend y lord North. La publicación en 1774 de las cartas de
«Novanglus» (seudónimo de John Adams), por ejemplo, al rechazar la jurisdic-
ción del Parlamento británico sobre las colonias y reconocer sólo la soberanía
de la Corona, ofrecía un nuevo punto de referencia para los debates trans-
atlánticos sobre la naturaleza y el futuro de los imperios europeos que, más
tarde, enlazaría con los fundamentos teóricos de la commonwealth británica,
la cual evolucionaría hacia una eficaz y duradera forma de organización in-
ternacional, porque facilitaría el mantenimiento de vínculos de mutuo inte-
rés entre la metrópoli y sus antiguas colonias.
A partir de la primavera de 1775, los enfrentamientos armados de Le-
xington, Concord y Bunker Hill iniciaron la guerra de hecho, aunque las co-
lonias todavía protestaban su lealtad a la Corona. Esta falta de consistencia
obstaculizó no sólo la unidad y la organización política y bélica de las colo-
nias, sino la obtención de ayuda extranjera. Aquel verano, el Congreso Con-
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 153

tinental publicó la Declaración de las causas y necesidades de recurrir a las ar-


mas, rechazó el plan de reconciliación de lord North, y creó el Comité de Co-
rrespondencia Secreta para negociar con potencias extranjeras. En enero de
1776 Thomas Paine publicó su obra Sentido común, a favor de la lucha por
la independencia, y apostando por la forma de gobierno republicano. Articu-
ló los sentimientos anticolonialistas y antimonárquicos anglonorteamerica-
nos, y también la idea de Estados Unidos como modelo mundial de autode-
terminación y democracia. La Declaración de Independencia de julio de
1776, redactada por Thomas Jefferson, formuló la propuesta estadouniden-
se ideal respecto de los derechos del hombre, que resonaría en todo el mun-
do atlántico, y se convertiría en una constante fuente de inspiración para la
larga lucha por la justicia social en América y el mundo hasta hoy. «Soste-
nemos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hom-
bres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos derechos
inalienables, que entre ellos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda
de la felicidad. Que para asegurar estos derechos se instituyen gobiernos en-
tre los hombres, los cuales derivan sus poderes legítimos del consentimien-
to de los gobernados; que el pueblo tiene el derecho de cambiar o abolir
cualquier otra forma de gobierno que tienda a destruir estos propósitos, y de
instituir un nuevo gobierno, fundado en tales principios, y de organizar sus
poderes en tal forma que la realización de su seguridad y felicidad sea más
viable.»
La guerra de independencia estadounidense se internacionalizó rápida-
mente porque los gobiernos de Francia, España y los Países Bajos vieron en
la beligerancia una oportunidad para debilitar el poder de Gran Bretaña, un
afán que también presidía la neutralidad hostil de las demás potencias. Cier-
tamente, en muchos círculos ilustrados europeos se produjeron manifestacio-
nes de solidaridad con las quejas coloniales, e incluso de simpatías ideológi-
cas, pero las políticas gubernamentales no fueron impulsadas por esos moti-
vos, sino por las percepciones que entonces prevalecían respecto de los pro-
pios intereses estatales de cada país.
Ahora bien, el Gobierno francés no podía exponerse a una nueva guerra
sin ciertas garantías de éxito. Después de la victoria de Saratoga en 1777, con
la rendición de los 5.800 soldados británicos del general Burgoyne al general
americano Gates, lord North ofreció a las colonias rebeldes la autonomía gu-
bernamental y la revocación de todas las medidas protestadas desde 1763. En
ese momento crucial, el enviado estadounidense en París, Benjamin Franklin,
desarrolló una astuta labor diplomática, logrando en 1778 que Francia entra-
se en una «alianza perpetua» con Estados Unidos, para evitar su reconcilia-
ción con Gran Bretaña y proseguir la guerra hasta lograr la independencia.
España venía apoyando a los rebeldes en secreto desde el comienzo de la
guerra, aportando dinero, provisiones de todo tipo, acceso al puerto de Nue-
va Orleans y la libre navegación del río Mississippi en todo su curso. Sin em-
bargo, antes de lanzarse a la beligerancia, el Gobierno de Carlos II tanteó las
posibilidades de obtener algún provecho de esta crisis por la vía diplomática.
Después del fracaso del intento de recuperar Gibraltar como precio de la neu-
tralidad española, y con la promesa francesa de ayudar en la reconquista del
Peñón y de las Floridas, España declaró la guerra a Gran Bretaña en junio de
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1779. El gobierno español actuó, después de debatir ampliamente diferentes


opciones y perspectivas, procurando atender sus propios intereses imperiales,
y obligado por motivos muy difíciles de obviar a conservar la alianza con
Francia. No se alió con Estados Unidos, ni reconoció su independencia hasta
la paz general. Los asesores de Carlos III prepararon muy bien el plan bélico,
y en el curso de esta guerra las fuerzas españolas lograron reconquistar Me-
norca y la Florida Occidental. En cambio, fracasó el sitio de Gibraltar, aun-
que fue una ayuda significativa para los estadounidenses porque logró dis-
traer importantes fuerzas británicas de la lucha en Norteamérica. En 1780,
Gran Bretaña se encontró también en guerra con los Países Bajos, mientras
que Catalina la Grande organizó la «neutralidad armada» del resto de las po-
tencias europeas (Rusia, Prusia, Austria, Dinamarca y Suecia), cuya actitud
hostil restringió considerablemente las actividades de los corsarios británicos.
Por su parte, el Gobierno británico contaba con un numeroso contingen-
te de leales en las propias colonias, y había obtenido de los príncipes de Hes-
se y Brunswick la ayuda de 17.000 mercenarios, pero la mundialización del
conflicto amenazaba todo el Imperio británico, quedando sus líneas de abas-
tecimiento y refuerzo muy extendidas y vulnerables. Las consecuencias de la
internacionalización de la guerra podrían ser mucho más graves para Gran
Bretaña que la pérdida de las colonias norteamericanas, y desde esta perspec-
tiva, el conflicto colonial se volvió de interés secundario para la metrópoli,
Con la rendición de los casi 8.000 soldados británicos de Cornwallis en el ase-
dio de Yorktown, en el otoño de 1781, prácticamente terminó la guerra en
Norteamérica. La caída del Gobierno de lord North en 1782 dio paso a un
nuevo Gobierno liberal que inició las negociaciones de paz.
Los representantes estadounidenses en París, Benjamin Franklin, John
Jay y John Adams, tenían instrucciones de negociar de acuerdo con Francia,
y de no firmar ninguna paz por separado. Sin embargo, los objetivos de Esta-
dos Unidos eran muy diferentes de los de Francia y España, circunstancia evi-
dente que supieron aprovechar los diplomáticos británicos. Las negociaciones
secretas anglo-estadounidenses produjeron un tratado provisional de paz en
noviembre de 1782, que al fin tuvieron que aceptar los demás países belige-
rantes. Estados Unidos obtuvo el reconocimiento internacional de su indepen-
dencia y un inmenso territorio continental entre la costa atlántica y el río Mis-
sissippi. Gran Bretaña logró minimizar sus pérdidas, y salvar en lo posible
una base para las futuras relaciones comerciales, culturales y de cooperación
diplomática con Estados Unidos. También logró sembrar motivos de discor-
dia entre Estados Unidos y España, que llevarían a los dos países a entablar
agrias disputas después de 1783. Francia y España lograron su objetivo de
debilitar a Gran Bretaña, y España recuperó Menorca y las Floridas Occiden-
tal y Oriental, mientras que Francia recuperó Tobago, Santa Lucía y Senegal,
pero Estados Unidos había quedado unido, bajo un régimen republicano, y
con un enorme territorio, lo que no podía representar sino una amenaza para
España.
Se vieron frustradas las tempranas esperanzas europeas de ver cómo se
derrumbaba la Unión norteamericana. En 1787, el Congreso constitucional ce-
lebrado en Filadelfia anuló los Artículos de la Confederación y redactó una
nueva Constitución federal, que quedó ratificada en 1788, dando lugar a las
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1849, Oro Descubrimiento de oro después indepehdieñte O Doctrina Monroe O

FUENTE: F. Hayt, Atlas de Historia Universal de España, Magisterio, 1989.

Mapa 7.1. Expansión teriitorial de Estados Unidos (hasta 1854).

— o lr
156 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

primeras elecciones generales para los nuevos cargos federales. Los observado-
res europeos más perspicaces comprendieron que el nuevo régimen de gobier-
no no sólo fortalecía la Unión existente, sino que le dotaba de un sistema po-
lítico perfectamente adaptado a un país expansionista. En el año 1789 coinci-
dieron la elección del primer presidente estadounidense, George Washington,
y el comienzo de la Revolución francesa, lo que sería motivo de alteración casi
inmediata de las cordiales relaciones franco-norteamericanas.

1.2. EL EXPANSIONISMO DE EstaDOs UniDOS, 1783-1860

El nacimiento de Estados Unidos fue un proceso de la mayor significación


para el mundo atlántico, porque cambió radicalmente la dinámica de las rela-
ciones internacionales. Tal como vaticinó John Adams en 1782, todas las po-
tencias europeas se verían obligadas a sopesar continuamente el papel, real o
imaginario, que podría desempeñar la república norteamericana en sus pro-
pias opciones diplomáticas y en las de sus rivales. Una vez logrado el recono-
cimiento británico e internacional de su independencia, la temprana política
exterior de Estados Unidos estuvo condicionada desde dentro por el comple-
jo proceso de su propia construcción nacional, el fuerte expansionismo co-
mercial, y la relativa debilidad de la Unión que impuso la conveniencia (acti-
tud realista reforzada por motivos ideológicos) de mantenerse en lo posible al
margen de disputas e interferencias europeas. Factores condicionantes exter-
nos de los primeros pasos estadounidenses en política exterior fueron la pre-
sencia de colonias europeas en otras regiones americanas cercanas, y el pro-
longado ciclo bélico internacional iniciado en 1775 y no cerrado hasta la de-
rrota de Napoleón y la paz de Viena de 1815. En términos diplomáticos, estos
factores se tradujeron en la adopción por parte de los sucesivos Gobiernos es-
tadounidenses de una política de neutralidad. No exenta de oposiciones inter-
nas y no siempre fácil de mantener, la neutralidad permitió a los dirigentes es-
tadounidenses beneficiarse conscientemente de las rivalidades europeas en el
logro de sus propios objetivos en el exterior. Sus prioridades se ceñían, en un
primer momento, a cuestiones directamente ligadas al afianzamiento de su in-
dependencia y su soberanía, es decir, las fronteras de su territorio nacional, su
seguridad, y su navegación y comercio. Por tanto, sus principales disputas ini-
ciales fueron con su antigua metrópoli y con España.
Gran Bretaña ejercía el dominio del mar, y aún retenía colonias en el área
circumcaribeña (Bermuda, Bahamas, Antillas Menores, Guyana británica, Ja-
maica y Belice), además del Canadá, cuyas fronteras con Estados Unidos no
habían quedado perfectamente fijadas, y desde donde los británicos podían
amenazar directamente a la república. Por el tratado de paz, Estados Unidos
se comprometió a no perseguir a los ciudadanos que se hubieran mantenido
leales a Gran Bretaña, y a recomendar a los diferentes estados la devolución
de propiedades confiscadas a los leales durante la guerra. Más gravoso para los
terratenientes esclavistas del sur fue el compromiso estadounidense de respe-
tar las deudas americanas con acreedores británicos. No quedaron satisfechos
ni los leales ni los acreedores. Además, los anglo-canadienses seguían mante-
niendo puestos fortificados en el territorio del noroeste estadounidense, por
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 157

motivos estratégicos y también para poder continuar cultivando sus buenas re-
laciones comerciales y diplomáticas con los pueblos indígenas del interior del
continente. Estados Unidos se quejaba amargamente de que los comerciantes
británicos facilitaban armas de fuego, municiones y alcohol a los indios, acu-
sándoles de instigar hostilidades contra los nuevos asentamientos estadouni-
denses en las fronteras occidentales. Al mismo tiempo, la marina mercante
americana se vio en apuros para desarrollar con seguridad su navegación y co-
mercio en alta mar. Privada de la protección de la armada británica, e incluso
sometida a inspecciones a bordo y otros insultos al pabellón estadounidense,
la indignación patriótica norteamericana iba en aumento. Gran Bretaña apli-
caba la «regla de 1756», según la cual un beligerante podía interceptar el co-
mercio marítimo de su enemigo, incluso los cargamentos transportados en na-
víos neutrales, si el destino final era el país enemigo, aunque hubieran sido
brevemente desembarcados en el país neutral.
No obstante, los federalistas pretendían conservar unas relaciones cordia-
les con Gran Bretaña, y para evitar el enfrentamiento armado, el gobierno de
Estados Unidos buscó una solución negociada. No fueron atendidas a plena
satisfacción varias quejas americanas, y el negociador estadounidense, John
Jay, tuvo que hacer concesiones ante el poderío británico, puesto que Gran
Bretaña se negó absolutamente a renunciar a su derecho de registrar barcos
neutrales en busca de contrabando de guerra o desertores británicos. No obs-
tante, el tratado de 1794 resolvió muchas de las disputas anglo-americanas so-
bre derechos de pesca, visitas y presas marítimas, comercio de indios, fortifi-
caciones y fronteras. Este tratado no satisfizo las esperanzas del presidente
George Washington, y fue muy criticado en Estados Unidos. Aun así, se logró
el objetivo principal, que era evitar un nuevo conflicto abierto, con lo cual la
Unión pudo disfrutar de un valioso tiempo para consolidar su propio sistema
político y desarrollar su comercio exterior.
Por su parte, España controlaba las Floridas, todo el territorio al oeste del
río Mississippi y Nueva Orleans, la llave indispensable de todo el comercio de
las llanuras centrales norteamericanas. Para España, la defensa de sus pose-
siones americanas tenía una importancia prioritaria para la revitalización na-
cional, por lo que la consolidación de Estados Unidos como potencia indepen-
diente condicionó seriamente los márgenes de maniobra del Gobierno espa-
ñol en sus relaciones internacionales. Los asesores de Carlos III y Carlos IV
entendieron bien lo que significaría la peligrosa vecindad de Estados Unidos
en Norteamérica y el Caribe. A partir de 1776, los dirigentes políticos españo-
les, aun cuando sostuvieron opiniones diferentes respecto de la mejor línea de
actuación a seguir, coincidieron todos en una misma evaluación del momen-
to histórico: comprendieron que, desde ese momento, la existencia de Estados
Unidos iba a desempeñar un papel fundamental en las opciones diplomáticas
y de política imperial de España. Pronosticaron la expansión demográfica y
comercial de los estadounidenses, y previeron que, si la Unión lograba supe-
rar los efectos destructivos de los separatismos regionales y de los enfrenta-
mientos partidistas, también sería inevitable la expansión de su sistema polí-
tico. Decía el barón de Carondelet en oficio de 1793 al conde de Aranda: «Esta
población vasta e intranquila se esfuerza por ganar todo el vasto continente
ocupado por los indios entre el Ohio y el Mississippi, el golfo de México y los
158 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Montes Apalaches... Si obtiene su propósito, su ambición no se limitará a este


lado del Mississippi..., tienen como objetivo... con el tiempo, la posesión de
las minas de las Provincias Internas del mismo reyno de México.» Sólo cabía
frenar su avance temporalmente mediante la combinación de una diplomacia
conciliatoria con diversas medidas defensivas en Luisiana, las Floridas, Nue-
va España y el Caribe.
Terminada la guerra de independencia, las disputas hispano-estadouni-
denses surgieron de inmediato. Los conflictos tenían su origen en la situación
de vecindad geográfica, pero se referían a diversos aspectos. Los límites te-
rritoriales no habían quedado perfectamente definidos en los tratados, y sur-
gió en seguida la pretensión estadounidense de apropiarse de la franja sep-
tentrional de la Florida Occidental, entre los 31%N y los 32*28'N. La oposición
española se apoyaba en otra interpretación del tratado de 1783, la ocupación
efectiva del territorio y las alianzas con las tribus indígenas que habitaban
aquellas tierras. La pretensión de los comerciantes y colonos occidentales
norteamericanos de disfrutar de la libre navegación del río Mississippi hasta
su desembocadura planteó otra cuestión. El intento español de impedírselo
en 1784, como medio de frenar el crecimiento de los establecimientos al oes-
te de los Apalaches, provocó un segundo enfrentamiento. Las posibilidades de
desarrollo del comercio estadounidense en el Mississippi dependían de su ac-
ceso a la libre navegación del río en todo su curso, y al derecho de depósito
en Nueva Orleans. Dicho derecho también se convirtió muy pronto en una de
las demandas más firmes de los interesados en ese territorio, que no podía
desconocer la diplomacia estadounidense. Por encima de estas disputas pla-
neaba siempre la cuestión de la política indígena de ambas potencias. Este as-
pecto de las relaciones internacionales era especialmente delicado en territo-
rios fronterizos, porque la influencia sobre las tribus podía significar ganan-
cias cuantiosas en el comercio de pieles, el acceso a terrenos tribales de valor
estratégico para fines de comunicación y defensa, y la prestación de servicios
auxiliares y militares en casos de conflictos armados internacionales en la
frontera.
Ya en tiempos de Carlos III se realizó un esfuerzo diplomático por resol-
ver estos conflictos y establecer sobre una base más firme las cordiales rela-
ciones iniciales resultantes de la ayuda española a la independencia estadou-
nidense. Ése era el objetivo de la misión de Diego de Gardoqui, quien sirvió
como el primer representante diplomático español oficial en Estados Unidos
entre 1784 y 1789. Sin embargo, las negociaciones de Gardoqui con el secre-
tario de Estado norteamericano, John Jay, no produjeron ningún acuerdo. Las
posiciones se endurecieron, y el Gobierno de Carlos HI tuvo que dejar sin so-
lución estas disputas. Durante un breve lapso de tiempo, permanecerían la-
tentes, sin producir un conflicto grave. En cambio, los Gobiernos de Carlos IV
tuvieron que enfrentarse a esta herencia antagónica, cuando la situación in-
ternacional ofrecía pocos márgenes de maniobra a España, y cuando Estados
Unidos había logrado consolidar su unión federal y ya tomaba conciencia de
su capacidad de acción hacia el exterior.
En 1789 estalló, en la remota periferia de la expansión europea, un con-
flicto internacional casi olvidado pero bien significativo. Un oficial español
confiscó varias embarcaciones británicas en la bahía de Nutka, en las costas
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 159

noroccidentales de Norteamérica, y arrestó a sus tripulaciones, causando una


crisis diplomática grave que estuvo a punto de provocar una guerra entre Es-
paña y Gran Bretaña. Contando con que las relaciones hispano-estadouniden-
ses eran tensas, el Gobierno británico acertó al suponer que Carlos HI no en-
contraría ayuda en la Francia revolucionaria, e inició ruidosos preparativos
bélicos con la esperanza de forzar al Gobierno español a conceder ventajas de
navegación y comercio en el Pacífico Norte. Efectivamente, Floridablanca rea-
lizó una prudente priorización dentro de la estrategia defensiva global de Es-
paña, y prefirió sacrificar posiciones marginales antes que arriesgarse a una
peligrosa guerra en solitario. Por la Convención de Nutka de 1790 cedió ante
las demandas británicas, renunciando a cualquier pretensión de monopolio
sobre las costas del extremo noroeste americano. La resolución definitiva del
enfrentamiento se demoró hasta 1794, pero en el intervalo las relaciones me-
joraron lo suficiente como para suscribir la efímera alianza angloespañola
contra los regicidas revolucionarios franceses.
Entre tanto, observaban con interés los estadounidenses, tomando nota
de la agresiva maniobra británica para alcanzar sus objetivos en Norteamé-
rica, y las dificultades experimentadas por España para defender sus pose-
siones periféricas y para encontrar apoyos diplomáticos y militares en Euro-
pa. Los dirigentes estadounidenses ya empezaban a esbozar algunas ideas
que llegarían a ser directrices centrales de su política exterior. La neutrali-
dad se articuló como principio rector en términos generales. Más particular-
mente, se vishumbraba que España podría ceder algunas de sus posesiones
americanas a Estados Unidos, pero mientras se esperara una buena oportu-
nidad para plantear esa posibilidad, habría que vigilar e impedir que hicie-
se cesiones a otras terceras potencias. Era el germen del principio de no-
transferencia.
La convención de Nutka era muy reciente cuando se tuvo noticias en Es-
paña del tratado anglo-estadounidense de 1794. El Gobierno de Carlos IV in-
terpretó que el tratado de Jay de 1794 podría significar el inicio de un enten-
dimiento anglo-americano que sería sumamente peligroso para España. Ese
temor indujo a Manuel Godoy a negociar, bajo presión, sobre las disputas
pendientes con Estados Unidos. Las autoridades españolas de Luisiana y la
Florida Occidental venían trabajando enérgica y eficazmente para promover
el desarrollo económico y fortalecer la defensa de estas provincias, pero, por el
tratado de San Lorenzo de 1795, España cedió todos los puntos contencio-
sos, sin reservas y aparentemente sin compensaciones de otra índole. Esta-
dos Unidos obtenía así un valioso territorio tabaquero al norte de la Florida
Occidental, el derecho de libre navegación del río Mississippi hasta su des-
embocadura, y el derecho de depósito de mercancías en Nueva Orleans. Ade-
más, gracias a estas concesiones, quedó desarticulada la primera amenaza
secesionista con que se enfrentó la Unión —el de los territorios transappala-
chianos—, que por este tratado vieron atendidas sus aspiraciones comercia-
les, que a su vez contribuirían a consolidar el valor económico de las tierras
obtenidas especulativamente. Al mismo tiempo, quedaron desengañadas las
tribus indígenas locales que, bajo la protección española, se habían confede-
rado para la defensa de sus tierras precisamente contra el expansionismo an-
gloamericano.
160 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Los dos tratados internacionales suscritos por Estados Unidos en 1794 y


1795 supusieron notables logros diplomáticos, al tiempo que marcaron cier-
tas pautas futuras de la acción exterior estadounidense: cauteloso respeto y
negociación prudente con la poderosa Gran Bretaña frente a las inflexibles
exigencias diplomáticas y el uso de la fuerza con los más débiles vecinos in-
dígenas e hispanos.
La adquisición estadounidense del vasto pero mal definido territorio de
Luisiana fue resultado directo de la política internacional europea y las aspi-
raciones imperiales francesas. España había recibido esta antigua colonia
francesa en 1763, ostensiblemente como compensación por otras pérdidas
incurridas a raíz del Tercer Pacto de Familia borbónico y la participación es-
pañola en la más reciente guerra anglofrancesa. El gobierno francés intentó
obtener la devolución de Luisiana durante la negociación de la paz de Basi-
lea de 1795, pero de momento España logró conservar esta colonia, aunque
su negociador, Domingo Iriarte, se vio precisado a ceder Santo Domingo. Na-
poleón siguió presionando para obtener la retrocesión de Luisiana, logrando
su objetivo por un acuerdo previo de 1796 y un tratado más explícito en
1800. Sin embargo, las fuerzas francesas no pudieron someter la rebelión en
St. Domingue, sin la cual no tenía sentido proseguir con la aventura colonial
francesa.
Desde 1789 las relaciones entre Francia y Estados Unidos habían ido em-
peorando. Las administraciones de Washington y su sucesor, J ohn Adams, de-
seaban mantener la neutralidad, pero muchos de sus correligionarios federa-
listas eran probritánicos que aborrecían la Francia revolucionaria. La Con-
vención envió a un agente para reclutar un ejército en Estados Unidos para
invadir Luisiana y las Floridas españolas, entre 1795 y 1800 hubo una guerra
marítima no declarada entre Francia y Estados Unidos, y el Directorio insul-
tó a los diplomáticos americanos. Sin embargo, Napoleón quería asegurarse
la neutralidad amistosa de los estadounidenses, y por convenios de 1800 y
1801 se resolvieron las disputas, preparando así la próxima campaña france-
sa en Europa. En esta misma línea, debió de plantear en 1803 la venta de Lui-
siana a Estados Unidos, violando así una condición de la retrocesión que Go-
doy había logrado arrancar a los franceses en 1802 y que expresamente pro-
hibía tal enajenación.
La compra de Luisiana ha sido celebrada en Estados Unidos como un
gran logro de la diplomacia durante la presidencia de Thomas Jefferson, pero
lo cierto es que no hubo ningún proyecto gubernamental en este sentido,
aunque los dirigentes estadounidenses sí demostraron un eficaz pragmatis-
mo oportunista ante la iniciativa de Napoleón. Esta expansión territorial es-
tadounidense de 1803 ofrece múltiples facetas dignas de comentario en lo
concerniente a las relaciones internacionales, destacando la firme actitud gu-
bernamental de no consentir la cesión de Luisiana por España a otra poten-
cia (precursora de la doctrina de «no-transferencia» que sería formalmente
articulada en 1811), la amenaza jeffersoniana de emprender una acción con-
certada con Gran Bretaña para evitar dicha cesión, y la decisión británica de
no disputar la transacción (otros tempranos indicios del gradual acercamien-
to angloamericano futuro), el carácter de «compra» de este acuerdo diplomá-
tico (iniciando una larga sucesión de tratados internacionales endulzados con
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 161

el dólar), la vigorización de la «visión continental» jeffersoniana (augurio del


«destino manifiesto»), y el orígen en esta cesión territorial de nuevas disputas
sobre límites con España, Gran Bretaña y, más adelante, México.
Durante la fase final de las guerras napoleónicas, el belicismo de una
nueva generación de políticos estadounidenses, indignados por los desafueros
británicos, arrojó al país a una nueva guerra contra Gran Bretaña en 1812.
Descrita por la historiografía estadounidense como la segunda guerra por la
independencia, sería el último enfrentamiento entre estas dos naciones con
las armas en la mano. Desde el punto de vista militar, resultó ser un desastre
casi absoluto para Estados Unidos, aunque la retórica nacionalista lo tradujo
en una victoria moral, destacando la defensa de Nueva Orleans por el futuro
presidente demócrata, Andrew Jackson. A partir de este momento, Estados
Unidos se centrará en su expansión continental, y se acentuará su voluntad de
aislamiento respecto de Europa.
En tratados de 1817 y 1818, resolvió sus disputas pendientes con Gran
Bretaña, destacando la neutralización militar de los Grandes Lagos, la fija-
ción de los límites entre Estados Unidos y Canadá hasta el Lago de los Bos-
ques, y el acuerdo de ocupación conjunta durante diez años renovables del in-
menso Territorio del Oregón. Con los años, la fracasada invasión estadouni-
dense del Canadá en 1812 se convertiría en una de las fuentes de inspiración
del nacionalismo canadiense, en reacción contra el anexionismo y el hegemo-
nismo de su vecino meridional. En cambio, Estados Unidos aprovechó las
graves distracciones españolas a partir de 1808 y su propia beligerancia de
1812 para llevar a cabo acciones militares y anexiones de facto de algunos te-
rritorios en las Floridas. Los estadounidenses protestaron repetidamente con-
tra la incapacidad gubernamental española en estas colonias, argumentando
que ofrecían refugio a bandidos, indios hostiles y esclavos fugitivos. Al fin, el
gobierno español se avino a negociar, y pudo explotar el interés estadouniden-
se por adquirir estas colonias para obtener: 1) el retraso del reconocimiento
estadounidense de las repúblicas hispanoamericanas; 2) la renuncia explícita
de Estados Unidos a todo derecho sobre Texas en virtud de la compra de Lui-
siana; 3) el acuerdo de una demarcación de límites desde el Caribe hasta el
Pacífico, y 4) el pago por Estados Unidos de las deudas pendientes y de las re-
clamaciones de sus ciudadanos contra España por daños imputables a bandi-
dos floridanos, Al fin, España cedió las Floridas a Estados Unidos por el tra-
tado Adams-Onís de 1819, aunque la ratificación de España se retrasó por di-
versos motivos hasta 1821.
El expansionismo continental angloamericano tenía componentes demo-
gráficos, económicos, políticos e ideológicos. La tendencia migratoria de la
población hacia el oeste era una constante inevitable, que tuvieron que asu-
mir los partidos políticos y el gobierno federal para mantener la Unión y su
propia credibilidad y liderazgo político. Entre los factores económicos más
poderosos estaba la gran importancia concedida a la propiedad de la tierra,
ya fuese como sustento a una población blanca libre en rápido crecimiento, y
para la que la independencia económica individual era el más fiel reflejo y la
mejor garantía de las libertades políticas, o ya fuese como objeto de operacio-
nes especulativas y empresariales en torno a las plantaciones esclavistas del
sur. Los fundamentos ideológicos del expansionismo estadounidense tienen
162 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

sus orígenes en el expansionismo colonial británico y europeo. La retórica re-


volucionaria de fines del siglo xvH1, junto con la relativa facilidad con que Es-
tados Unidos obtuvo las tempranas adquisiciones territoriales, impulsaron el
desarrollo de un nacionalismo íntimamente vinculado al expansionismo terri-
torial continental. El desprecio de los derechos territoriales de los indígenas
no sólo condujo al gradual expolio de las tribus, sino que inspiró actitudes y
discursos claramente racistas. Para la década de 1840, estos elementos habían
entretejido un complejo entramado ideológico que sustentaba la convicción
colectiva de tener un «destino manifiesto», en el que se mezclaban razona-
mientos económicos, políticos, estratégicos, culturales y religiosos al servicio
del expansionismo nacional. Más tarde, al intervenir Estados Unidos en la cri-
sis colonial española de 1895-1898 y afrontar el reto de su propio colonialis-
mo ultramarino, se reforzarían las justificaciones características de todos los
discursos imperialistas occidentales: deber cristiano, misión civilizadora, ra-
zones humanitarias y defensa de los derechos humanos. En definitiva, la so-
ciedad estadounidense tenía la capacidad, la oportunidad y la voluntad de ex-
pandirse por el continente norteamericano, sin que pudieran oponer una efi-
caz resistencia ni los indígenas ni los hispanos.
Los colonos de origen estadounidense declararon la independencia de Te-
xas en 1836. Su aspiración era la anexión inmediata a Estados Unidos, pero
los presidentes Andrew Jackson y Martin Van Buren, por problemas políticos
domésticos y por temor a los efectos electorales de la oposición antiesclavis-
ta y antiexpansionista, se limitaron a reconocer el gobierno tejano. El triun-
fo electoral en 1844 del demócrata James Polk, cuya campaña reclamaba la
«re-anexión» de Texas y la «re-ocupación» de Oregón, presagió la guerra con
México. Antes se liquidaron las disputas pendientes con Gran Bretaña, para
evitar el riesgo de hostilidades en dos frentes. Un tratado de 1842 resolvió
cuestiones de límites hasta las Montañas Rocosas, y otro de 1846 extendió la
frontera con el Canadá definitivamente hasta el Pacífico, siguiendo el para-
lelo 49 latitud norte acordado en 1818.
La posibilidad de intervenciones europeas (sobre todo británica) en Texas
y de la transferencia de Cuba a otra potencia colonial impulsó al presidente
Polk a resucitar la Doctrina Monroe para renovar la advertencia estadouniden-
se contra ambas cosas, aunque curiosamente reduciendo el alcance geográfico
del principio de no-colonización sólo a Norteamérica, La anexión de Texas en
1845 y la actitud agresiva de Estados Unidos precipitaron la guerra, y ante los
fáciles éxitos militares obtenidos, los expansionistas también clamaban por la
anexión de todo México. Sin embargo, no faltaron oponentes domésticos a
la política de Polk. Algunos críticos intelectuales e idealistas consideraban que
esta expansión era una traición a los valores republicanos estadounidenses y
un peligro para su supervivencia. Razones más realistas eran que la previsible
extensión del régimen de plantación significaría: 1) más estados agrarios que
diluirían aun más el poder político de los intereses mercantiles y fabriles del
nordeste, y 2) la extensión de la esclavitud (mal absoluto para muchos aboli-
cionistas, pero también rechazada por los racistas que no querían contemplar
el aumento de la población negra, y por los demócratas cuya preocupación
principal era el mayor peso relativo que tenía la representación política de los
estados esclavistas en la vida política nacional en virtud del «compromiso de
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 163

las tres quintas partes» de la Constitución). Al final, por el tratado Guadalupe


Hidalgo de 1848, México cedió a Estados Unidos un inmenso territorio que
abarcaba desde Texas hasta California.
El inmediato descubrimiento de oro en California desató una fiebre de
prospección minera que no sólo atrajo una inmigración masiva (incluidos los
primeros trabajadores chinos) en cuestión de meses, sino que suscitó la preo-
cupación estadounidense por las comunicaciones (ferroviarias transcontinen-
tales y marítimas interoceánicas) con las nuevas costas del Pacífico. En 1853,
a la vista de estudios topográficos para un trazado ferroviario, se negoció la
compra por 10 millones de dólares de otra cesión territorial mexicana en el
valle del Gila, además del derecho de tránsito a través del istmo de Tehuante-
pec y también el derecho de protegerlo. Mientras tanto (1853-1854), el filibus-
tero William Walker invadía Baja California y Sonora, proclamándose presi-
dente de la nueva república independiente de Sonora, y en 1858 el presiden-
te Buchanan hablaba de establecer un protectorado estadounidense sobre
Chihuahua y Sonora.
Hubo otras manifestaciones del expansionismo de Estados Unidos más
allá de los confines continentales norteamericanos. En 1848 el secretario de Es-
tado James Buchanan ofreció 100 millones de dólares por la compra de Cuba,
mientras que las relaciones con España empeoraban gravemente por la orga-
nización de expediciones filibusteras como las de Narciso López contra la
isla, las insolencias del enviado diplomático en Madrid, Pierre Soulé, y el inau-
dito Manifiesto de Ostende de 1854, sugiriendo que Estados Unidos podría te-
ner un derecho de apropiarse de Cuba. También se produjeron intervenciones
militares en la República Dominicana (1854), Nicaragua (bombardeo de San
Juan del Norte en 1857), Uruguay (desembarco de 1858), Panamá y Nicara-
gua (desembarcos de 1860). Al mismo tiempo, el interés en Sudamérica ins-
piró sendas expediciones científicas estadounidenses al Amazonas (1851) y al
Río de la Plata (1853).
Sin embargo, a partir de 1860, los estadounidenses estuvieron inmersos
en su propia crisis interna. La guerra de Secesión impidió durante los siguien-
tes cinco años que Estados Unidos tuviera intervenciones importantes en
asuntos ajenos. La guerra perjudicaba a Gran Bretaña y Francia porque im-
pedía la exportación del algodón sureño necesario para sus respectivas indus-
trias textiles. Además, desde la perspectiva británica, la escisión de la Unión
quizá podría disminuir la vulnerabilidad del Canadá. Por esos motivos, y en
vista de los tempranos éxitos militares de los sudistas en este conflicto, am-
bas potencias pensaron inicialmente en ofrecer su mediación para negociar la
posibilidad de consolidarse la secesión del sur. Sin embargo, la firmeza diplo-
mática y los progresos militares de la Unión aconsejaron a las potencias eu-
ropeas mantenerse al margen y esperar acontecimientos. Aun así, la neutrali-
dad oficial de Gran Bretaña quedó muy comprometida por sus intereses co-
merciales, que la llevaron a favorecer la Confederación del Sur frente a la
Unión. Entretanto, aprovechando la distracción estadounidense, las inquietu-
des expansionistas de Napoleón III encontraron otro proyecto en la interven-
ción en México, que se comentará más adelante.
1 Maryland
2 Delaware
3 New Jersey
4 Ahode Island
5 Comnecticut
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Guerra de Secesión (1861-1865)
pero Límite de los territorios nordistas y sudistas
HA estados esclavistas fieles a la Unión
1845 Fecha de entrada en los Estados en la Unión
SS Zona de industria metalúrgica
[E] Cultivo de algodón

FUENTE: F. Hayt, Atlas de Historia Universal de España, Magisterio, 1989.

Mara 7.2. Formación de Estados Unidos (1783-1912).


LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 165

2. América Latina: una independencia precaria, 1789-1860

El impacto de la Revolución francesa se dejó sentir rápidamente en las


colonias francesas del Caribe. En 1790, la Asamblea Nacional francesa res-
pondió a las primeras revueltas de los mulatos y negros libres en St. Domin-
gue y Martinica, decretando la igualdad de derechos de blancos y libres de
color. Sin embargo, no fue posible poner de acuerdo a los diferentes grupos
sociales, y la concesión en 1791 de la plena igualdad de derechos a los libres
de color (que tuviesen ambos padres libres) empujó a los terratenientes blan-
cos a considerar la separación de Francia. En medio de esta tensión, estalló
en St. Domingue una rebelión de esclavos negros, demandando la abolición
de la esclavitud. Pronto se producirían otras insurrecciones de esclavos en
Martinica, Guadalupe, Jamaica y Venezuela. Durante los años siguientes se
produjeron forcejeos entre los diversos grupos de interés, con cambios de po-
lítica y contradicciones por parte de las asambleas metropolitanas, conforme
iba radicalizándose la Revolución. En 1791 se abolió la esclavitud en Fran-
cia, pero no en sus colonias. Los jacobinos en 1792 apoyaron decididamente
a los hombres de color contra los terratenientes blancos, declarando la igual-
dad de derechos. Hacia 1793, los comisionados apoyaban a los negros con-
tra las personas libres de color, llegando Sonthonax a proclamar la emanci-
pación de todos los esclavos de St. Domingue. La Convención abolió la trata
negrera y la esclavitud en todas las colonias francesas en 1794, pero anuló
esta medida en 1796.
Mientras tanto, todos los grupos (blancos, libres de color y comisionados
franceses) armaban a los nuevos libertos negros para defender sus posiciones,
haciendo que la sublevación de los negros fuese inevitable e incontrolable. La
intervención bélica internacional agravó la situación, porque los británicos
ocuparon parte de la isla y apoyaron a los terratenientes blancos entre 1793 y
1798, mientras que los españoles apoyaron a los negros rebeldes. Los líderes
negros, Biassou, Jean Francois y Louverture pasaron a la parte española de
Santo Domingo y se convirtieron durante un tiempo en oficiales del ejército
español. Sin embargo, tras volver a St. Domingue al servicio de la República
en 1794, Toussaint Louverture emergió como el líder más efectivo durante
esta fase de la lucha, siendo nombrado en 1796 teniente-gobernador de St.
Domingue y comandante en jefe del ejército francés en la colonia en 1797. En
1798 negoció la evacuación de las tropas británicas, y logró que se marchasen
también los últimos representantes franceses. En 1799, buscaba apoyos en
Estados Unidos, y crecieron los rumores sobre sus intenciones independentis-
tas. En la lucha contra su rival, el jefe mulato André Rigaud, el país quedó de-
vastado y despoblado por una cruel guerra de castas, hasta que en 1800 Lou-
verture pudo expulsar a Rigaud y asumir poderes dictatoriales.
Semanas después del golpe de Estado de Brumario 18 (1799), Napoleón
publicó una proclamación sobre Saint Domingue. Anunció nuevas leyes, pero
sin merma de la libertad de los negros. Sin embargo, planeaba una gran ex-
pedición para restablecer el orden y el dominio francés en St. Domingue y to-
mar posesión del Santo Domingo español. Los tratados de paz de 1801-1802
le dejaron las manos libres, de modo que, a finales de 1801, envió la expedi-
ción del General Leclerc, con un ejército de 45.000 hombres para recuperar el
166 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

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FuenTE: F. Hayt, Atlas de Historia Universal de España, Magisterio, 1989.

Mara 7.3. La independencia de Iberoamérica,


LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 167

control de la isla. Al principio tuvo éxito. Louverture fue capturado a traición


y enviado como prisionero a Francia, donde murió en abril de 1803. La su-
presión de los derechos de los libres de color y los negros de St. Domingue en
el verano de 1802 exasperó a los afectados, empujándolos a sublevarse defini-
tivamente por su libertad y la independencia de su país, bajo el liderazgo de
Jean Jacques Dessalines, Henri Christophe y Alexandre Pétion. El ejército de
Leclere quedó destruido, los refuerzos se retrasaron, y a principios de 1803
Napoleón abandonó esta empresa colonial.
El 1 de enero de 1804, Jean Jacques Dessalines declaró la independencia
de la república de Haití. Era la segunda república independiente de América
y la primera república negra. A partir de 1806, un antiguo esclavo, Henri
Christophe, se alzó con el poder en el norte hasta 1820, mientras que en el sur
gobernó hasta 1818 Alexandre Pétion, un hombre de color libre. Sin embar-
go, Haití no fue reconocido por ningún Estado americano, y no sería invita-
do a participar en la conferencia panamericana de 1826.

2.1. LA EMANCIPACIÓN IBEROAMERICANA EN SU CONTEXTO INTERNACIONAL,


1810-1826

Mucho se ha escrito sobre la influencia de los ejemplos de las revolucio-


nes estadounidense, francesa y haitiana en el separatismo iberoamericano. Si
la primera pudo excitar cierta admiración y un afán de emulación, el terror
de los sangrientos enfrentamientos sociales y raciales en Francia y Haití ims-
piraron temor y rechazo. En el siglo xvni se produjeron en diferentes locali-
dades de Iberoamérica muchas rebeliones, tanto de indígenas como de crio-
llos, cuyo carácter separatista precursor a veces se afirma y se puede sostener,
pero que a menudo es debatible. Se suelen citar la sublevación indígena lide-
rada por Tupac Amaru (José Gabriel Condorcanqui) y los hermanos Catarí en
Perú y Charcas (1780-1781), la insurrección de los Comuneros de Nueva Gra-
nada (1780), y la conspiración republicana de Joaquín José da Silva Xavier
(Tiradentes) en Brasil (1789-1792). Es clara la intencionalidad separatista de
la labor propagandística de Francisco de Miranda, y de sus esfuerzos diplo-
máticos en solicitud de la ayuda británica a partir de 1783. En 1806, organi-
zó dos expediciones filibusteras desde Estados Unidos contra Venezuela, y co-
laboró en los ataques británicos contra Buenos Aires y Montevideo en 1806-
1807. Otros conspiradores que suelen citarse como precursores fueron Anto-
nio Nariño en Nueva Granada (1794-1823), Juan Picornell, Manuel Gual y
José María España en Venezuela (1797-1800), Francisco Javier Pirela en Ma-
racaibo (1800), José Gabriel Aguilar y Manuel Ubalde en el Cuzco (1805). No
obstante, las corrientes historiográficas más actuales tienden a sostener que
no hubo serias crisis de lealtad ni verdaderos movimientos separatistas en las
posesiones americanas de España y Portugal antes de 1810. Fue el vacío de
poder producido a raíz de la invasión napoleónica de la península en 1807-
1808 lo que desencadenó el proceso de emancipación iberoamericana. Dicha
invasión provocó en ambos países peninsulares no sólo luchas por la indepen-
dencia nacional sino la difusión de planteamientos liberales revolucionarios,
cuyos efectos en América no se hicieron esperar.
168 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Un primer impulso separatista se extendió, entre 1810 y 1814, a la mayo-


ría de las regiones hispanoamericanas continentales, alcanzando bastantes éxi-
tos, pero las fuerzas españolistas se mantuvieron firmes en Perú y las Antillas,
y lograron controlar la situación en México (sofocando la violenta rebelión li-
derada por Miguel Hidalgo y después por José María Morelos), en América
Central, en Chile (derrotando a Bernardo O'Higgins), Venezuela, Nueva Grana-
da, Quito, y al fin en casi todo el continente excepto el Río de la Plata. Sin em-
bargo, a partir de 1816, empezaron a llegar armas, municiones y otras provisio-
nes desde países extranjeros, Simón Bolívar se puso al frente de la tercera su-
blevación venezolana, y en todas partes se recrudecieron los conflictos. Junto a
Miranda, San Martín, Bolívar y O'Higgins, en diferentes partes del continente
destacaron hombres como Agustín de Iturbide, Antonio José de Irisarri, Ber-
nardo Monteagudo, Rafael Urdaneta, Antonio José de Sucre, Juan José Flores,
José Gervasio Artigas y tantos otros, a veces colaborando entre sí y a veces ri-
valizando por el poder y el liderazgo. La revolución de 1820 en España dio paso
al Trienio Liberal, extendiéndose sus efectos a Portugal. La Santa Alianza euro-
pea intervino para restablecer la autoridad de Fernando VII, pero fueron tres
años definitivos para afianzar el avance de las causas separatistas lo mismo en
Hispanoamérica que en Brasil. La derrota en la batalla de Ayacucho (1824)
marcó el fin de la efectiva resistencia de las fuerzas españolas, y para 1826 se
había logrado la independencia política de la mayor parte de Iberoamérica.
Los procesos separatistas americanos tenían un marcado carácter social
y de guerra civil, por lo que se produjeron fuertes pugnas entre diferentes pro-
puestas de monárquicos y republicanos, moderados y radicales, pero también
estuvieron condicionados por la vida política y la diplomacia de Europa. Pese
a sus recelos respecto de las intenciones anglonorteamericanas, los separatis-
tas iberoamericanos, contando con las rivalidades internacionales, buscaron
sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos apoyo moral, ayuda prácti-
ca (en dinero, provisiones, comercio, buques, municiones y otros efectos mi-
litares), y reconocimiento oficial de sus regímenes y gobiernos.
En cambio, las potencias europeas continentales, comprometidas en la
defensa de la legitimidad monárquica contra todos los movimientos revolu-
cionarios, se oponían en principio al separatismo iberoamericano y su retóri-
ca libertaria. El ministro francés de Asuntos Exteriores, Chateaubriand, ex-
presaba un temor bastante generalizado sobre el posible «contagio» interna-
cional de las ideas revolucionarias cuando advirtió: «Si el Nuevo Mundo se
convierte en su totalidad en republicano, perecerán las monarquías del Viejo
Continente.» No obstante, la Santa Alianza no tuvo reparos en reconocer el
nuevo Gobierno de Brasil, toda vez que se independizó en 1822 como monar-
quía «legítima» bajo un príncipe portugués casado con una princesa austría-
ca, siendo reconocido tres años más tarde por el Gobierno portugués. Gran
' Bretaña explotó eficazmente su influencia en Portugal para obtener desde el
principio ventajas aduaneras en Brasil. El colapso del imperio español, en
cambio, reavivó las rivalidades internacionales. Rusia propuso en 1817-1818
una mediación internacional acompañada de presiones económicas colectivas
para restaurar el dominio español sobre Hispanoamérica, pero desistió cuan-
do la propuesta no encontró apoyos en Europa, y en 1821 intentó aprovechar
la coyuntura para extender su soberanía sobre las costas occidentales de Nor-
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 169

teamérica hasta los 51%N y reclamar cien millas de aguas jurisdiccionales, pen-
sando no tanto en su colonización como en el control de los recursos natura-
les y el comercio del Pacífico septentrional. Por su parte, desde la supuesta
neutralidad, Francia y Gran Bretaña siguieron políticas ambiguas y cambian-
tes, tan pronto apoyando diversas fórmulas de mantenimiento de la soberanía
española, como atendiendo de diferentes modos las peticiones separatistas.
Buscaban sobre todo ventajas comerciales y diplomáticas, aunque no faltaban
ciertas aspiraciones territoriales. Los británicos aprovecharon al máximo la
autorización española para comerciar directamente en puertos hispanoameri-
canos durante su alianza de 1808 a 1814, realizando grandes y valiosas expor-
taciones, especialmente de productos textiles. Cuando las guerras de indepen-
dencia tocaron a su fin, el comercio británico dominaba absolutamente en los
mercados del Río de la Plata, México, Perú y Colombia, Por otra parte, Gran
Bretaña logró ocupar la isla de Trinidad en 1797 (cedida por el tratado de
Amiens, 1802), aunque fracasó en su pretensión de tomar Puerto Rico y esta-
blecerse en el Río de la Plata (1806-1807). El Gobierno británico ofreció su
mediación en 1811, pero a partir de 1817 su neutralidad oficial quedó cada
vez más comprometida por la ayuda económica y las armas y municiones que
fluían hacia los revolucionarios, y por los numerosos voluntarios que acudían
a la lucha en Venezuela y otros lugares. Al final, Gran Bretaña desarmó la
amenaza francesa por el acuerdo Canning-Polignac de 1823, que prohibía
cualquier intervención extranjera en América, reconociendo su independencia
de facto. A partir de este momento, la diplomacia y la armada británicas se
erigieron como defensoras de la independencia hispanoamericana contra el
intervencionismo militar europeo.
Entretanto, las esperanzas puestas en la ayuda estadounidense se vieron
parcialmente defraudadas. En Estados Unidos, la cautela y el pragmatismo
imponían una política al servicio del propio proyecto nacional, todavía poco
consolidado. Por eso, dentro de una actitud de benevolente interés, sus diri-
gentes mantuvieron una política oficial de neutralidad, al tiempo que dedica-
ron una atención preferente a negociar la adquisición de las Floridas. Por ese
motivo, no convenía arriesgar una ruptura con España, y rechazaron iniciati-
vas diplomáticas y aventuras bélicas que pudiesen comprometer la propia se-
guridad estadounidense. No obstante, la política de Estados Unidos gradual-
mente se inclinó hacia el apoyo incondicional a las nuevas repúblicas iberoa-
mericanas. A esta evolución contribuyeron los intereses comerciales, el afán
de erradicar el colonialismo europeo de las Américas por motivos ideológicos
y estratégico-defensivos, el talante no-intervencionista manifestado por Gran
Bretaña, las simpatías populares hacia la causa independentista y la tempra-
na vocación estadounidense de ejercer un liderazgo hemisférico. Así, los go-
biernos iberoamericanos obtuvieron el necesario apoyo internacional tras el
reconocimiento estadounidense de la independencia de la Gran Colombia
(unión de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá, 19 de junio de 1822), Mé-
xico (12 de diciembre de 1822), las Provincias Unidas del Río de la Plata, y
Chile (27 de enero de 1823), Brasil (26 de mayo de 1824), la Federación Cen-
troamericana que se separó de México en 1823 (4 de agosto de 1824), y Perú
(2 de mayo de 1826). A partir de 1825 fueron siguiendo el ejemplo estadouni-
dense Gran Bretaña, Francia y otros países europeos, en un proceso que
170 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

afianzó notablemente en las relaciones internacionales el principio de recono-


cimiento de los gobiernos de facto. El reconocimiento español no llegaría has-
ta después del fallecimiento de Fernando VII, retrasando así España la opor-
tunidad de restablecer sus relaciones con sus antiguas colonias sobre una
base de mutuo respeto y cordialidad.

2.2. AMÉRICA LATINA EN SUS RELACIONES INTERNACIONALES, 1826-1860

Tras la emancipación y el reconocimiento internacional, los nuevos Esta-


dos latinoamericanos se enfrentaban con múltiples problemas para estabilizar
su vida política. Gracias a su independización poco violenta, Brasil disfrutó
de buenas relaciones internacionales desde el principio, pero las repúblicas
hispanoamericanas tardaron muchos años en normalizar sus relaciones di-
plomáticas con España. Todavía en 1829 se produjo la expedición del general
Barradas contra México. El reconocimiento español de la independencia de
sus antiguas colonias se dio primero a México (1836), seguido por Ecuador
(1840), Chile (1844), Venezuela (1845), Bolivia (1847, ratificado en 1861), Cos-
ta Rica y Nicaragua (1850), Santo Domingo (1855), Argentina (1859), Guate-
mala (1863), El Salvador (1865), Perú (1867 y 1879) y aún más tarde a Uru-
guay (1870/1882), Paraguay (1880), Colombia (1881) y Honduras (1894). Tam-
bién las luchas ideológicas internas de varios países crearon dificultades para
establecer relaciones normales con el Vaticano.
La identidad y la configuración territorial de las muevas naciones eran
confusas y conflictivas. El carácter multiétnico de la mayoría de estas socie-
dades dificultó la cohesión nacional, que también se vio comprometida por la
influencia de identidades regionales, tanto intra- como interestatales. Las re-
laciones interamericanas se vieron dominadas durante gran parte del siglo xIX
por diferentes intentos de construir Estados confederados y las enconadas
disputas sobre los límites territoriales de cada país. Santo Domingo, declara-
do independiente y parte de la Gran Colombia en 1821, fue sometido en 1822
por Haití, que estuvo gobernado de 1818 a 1843 por Jean-Pierre Boyer, no lo-
grando liberarse hasta 1844. Uruguay se declaró independiente en 1828 sobre
la base de la liga federal liderada por Artigas contra Buenos Aires en 1813-
1820, pero Argentina no se resignaba a la pérdida de esta región. Durante la
larga guerra civil uruguaya, que se desarrolló entre 1839 y 1852, el caudillo
argentino Rosas ayudó a Manuel Oribe mientras que los unitarios argentinos,
con la ayuda de Francia, intervinieron en apoyo de Fructuoso Rivera. Tampo-
co reconoció Argentina la independencia de Paraguay hasta 1852. En 1830 la
Gran Colombia se disolvió, permaneciendo Panamá bajo la soberanía colom-
biana, pero independizándose Venezuela y Ecuador. Chile y Argentina se opu-
sieron a la unión federal de Perú y Bolivia, formada en 1836, logrando forzar
su disolución en 1839. También en este año abandonaron Guatemala, El Sal-
vador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica su intento de consolidar una fede-
ración centroamericana, constituyéndose desde entonces en países indepen-
dientes separados.
El problema de los límites territoriales afectaba a casi todos los países,
que se vieron abocados a participar en luchas por el dominio sobre tierras, re-
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 171

cursos naturales, vías fluviales, acceso al mar y población. La constante ten-


sión provocada por esta rivalidad exacerbó el componente territorialista de
los nacionalismos emergentes, amargó las relaciones con los vecinos, y obli-
gó a asignar recursos (que no sobraban y podrían haber tenido mejores des-
tinos) al fortalecimiento de las fuerzas armadas. Todo ello contribuía además
al desarrollo de la influencia del caudillismo y del militarismo en la vida po-
lítica de los países hispanoamericanos. En teoría, existía cierto consenso en
aceptar el principio de uti possidetis (demarcaciones administrativas colonia-
les) como base para el reparto territorial, pero eso dejaba un amplio margen
de imprecisión objetiva, que diferentes regímenes intentarían explotar en be-
neficio de sus propios países. Durante las guerras separatistas, Uruguay tuvo
que defender su independencia frente al anexionismo brasileño (1816-1825).
Paraguay (declarada independiente en 1813) y Bolivia (independiente desde
1825) disputaban sus límites en el desértico Chaco. La frontera entre Bolivia
y Chile se perdía en el desierto de Atacama. Chile sostuvo una larga rivalidad
con Argentina por la posesión de la Patagonia. México y Guatemala se dispu-
taron Chiapas desde 1822 hasta 1882. Ni las guerras ni los ensayos de arbitra-
je y mediación internacionales lograron resolver la mayoría de los conflictos
de límites durante este período.
Entre las graves preocupaciones económicas de los nuevos Estados des-
tacaban las deudas contraídas durante las luchas separatistas y las reclama-
ciones extranjeras por daños y pérdidas a resultas de la inestabilidad política
interna. Ya en 1827 tuvieron que declararse en quiebra varias repúblicas, y en
toda Iberoamérica se frustraron las previsiones de ingresos estatales sobre la
base de venta de tierras, desarrollo agropecuario y minero, impuestos adua-
neros y auge de la exportación, lo que provocó continuos problemas financie-
ros que se manifestaban como déficits crónicos, dilemas fiscales y enconadas
disputas sobre los impagos. Ante las dificultades para obtener beneficios o si-
quiera la devolución de préstamos, desapareció el entusiasmo inicial de em-
presas y bancos europeos (especialmente británicos) por realizar inversiones
o conceder préstamos en Iberoamérica, limitándose mucho el flujo de nuevos
capitales extranjeros hacia Iberoamérica entre 1830 y 1860. Muy ligado a la
preocupación financiera estaba el interés general por establecer relaciones co-
merciales internacionales que fuesen estables y provechosas. En esta época
cruzó el Atlántico el primer buque a vapor con casco de hierro (el Great Britain
en 1843), inaugurando una nueva era en los transportes y las comunicaciones
mundiales. En consecuencia, el derecho internacional comenzó a ampliarse y
a hacerse más preciso en materias referentes a cuestiones mercantiles, para
atender los intereses y las necesidades que surgieron en los numerosos trata-
dos comerciales negociados a partir de estos años.
Las dificultades constitucionales, gubernamentales y económicas no sólo
causaban tensiones internas y distraían valiosos recursos humanos y materia-
les, sino que creaban situaciones que tentaban a las potencias extranjeras a
interferir, toda vez que veían oportunidades para adquirir mercados, recursos
naturales y buenas posiciones financieras, o para aumentar la propia influen-
cia diplomática. El temor a las diferentes formas de intervencionismo euro-
peo fue otro factor que estimuló el interés de todos los países americanos por
potenciar el alcance del derecho internacional, postulando que habría menos
172 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

conflictividad si las relaciones entre los Estados se rigiesen por unas normas
precisas recogidas en tratados y acuerdos internacionales.
Durante este período, Estados Unidos estaba volcado hacia la coloniza-
ción de su propio territorio nacional y aún se discutían diferentes interpreta-
ciones constitucionales sobre el carácter (disoluble o no) de su unión federal.
En consecuencia, su proyección internacional se ciñó preferentemente al ám-
bito continental norteamericano y a zonas periféricas inmediatas. No obstan-
te, sus tratados con China (1844, 1858), Japón (1854, 1858), y Hawai (1849)
revelaban un temprano interés en el Pacífico, evidenciado también por la ane-
xión de las islas Jarvis, Baker y Howland (1856-1858). Hubo muchas contra-
venciones europeas de la Doctrina Monroe que suscitaron escasa o ninguna
reacción estadounidense, pese a que varios países afectados solicitaron la in-
vervención de Estados Unidos en virtud de esta doctrina. Se puede citar, por
ejemplo, la extensión por Gran Bretaña de sus posesiones en Belice e islas de
la Bahía (1830-1833, 1840-1841, 1852), su ocupación de las islas Malvinas
(1833), o la consolidación de su protectorado sobre la Mosquitia, el río San
Juan y la isla del Tigre en Nicaragua (1835-1849). Otras contravenciones ocu-
rrieron cuando Francia ocupó Veracruz (1838), o cuando británicos y france-
ses intervinieron repetidamente en la región del Río de la Plata (1838-1850),
buscando imponer la libertad de navegación y comercio contra la oposición
del dictador argentino Juan Manuel de Rosas.
En el Caribe y área circumcaribe se perfiló una zona de gran tensión por
la persistencia del colonialismo europeo al lado de los Estados-nación emer-
gentes, y la lucha británica contra la trata negrera. Sobre este telón de fon-
do, entre 1842 y 1860, intereses sureños de Estados Unidos promovieron el
anexionismo a su país de potenciales territorios esclavistas. Cuba estuvo
siempre en la mirada estadounidense. Varios gobiernos tentaron al Gobier-
no español con ofertas de compra de la isla, que fueron rechazadas repetida-
mente. Pesaron sobre Cuba continuas amenazas filibusteras (expediciones
privadas organizadas ilegalmente en Estados Unidos para derrocar el Gobier-
no existente), como las de Narciso López al mediar el siglo. Por su parte, los
presidentes Franklin Pierce (1853) y James Buchanan (1858) manifestaron
claras inclinaciones anexionistas, aunque el Gobierno tuvo que desautorizar
oficialmente el Manifiesto de Ostende de 1854, en el que tres diplomáticos es-
tadounidenses destinados en Europa declaraban que si España se negaba a
vender la isla, Estados Unidos tendría derecho a tomarla por la fuerza. Los
mismos anexionistas se fijaron también en Santo Domingo como posible ad-
quisición en 1854.
Por otra parte, se desarrolló un fuerte interés internacional en el valor co-
mercial y estratégico de las posibles rutas transístmicas, surgiendo numero-
sos proyectos ferroviarios y canaleros, y entablándose negociaciones diplomá-
ticas de diferentes países con Colombia y Nicaragua. Uno de los acuerdos más
importantes fue el llamado tratado de Bidlack de 1846, por el que Colombia
y Estados Unidos garantizaban la libertad de tránsito para cruzar el istmo de
Panamá. Era la respuesta colombiana al temor de una posible aventura impe-
rialista en el istmo por parte del anterior presidente de Ecuador, Juan José
Flores, con la ayuda británica o española. A partir de este tratado, Estados
Unidos negoció otros con fines similares con otros países de Centroamérica.
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 173

Destacó el tratado de Clayton-Bulwer de 1850, por el que Gran Bretaña y Es-


tados Unidos aceptaron el statu quo territorial y establecieron la neutraliza-
ción de cualquier futuro canal interoceánico, garantizando el derecho de libre
tránsito y comercio internacional, sin restricciones ni fortificaciones de nin-
guna potencia. La terminación del ferrocarril de Panamá en 1855 apaciguó
durante un tiempo la urgencia de la cuestión de la comunicación en esta re-
gión. Pese a ello, el Gobierno estadounidense no se distanció debidamente del
filibusterismo de William Walker en Nicaragua y Honduras entre 1853 y 1860,
que ocasionó la intervención de varias repúblicas americanas y Gran Bretaña.
No obstante, en parte por replanteamientos internos del Imperio británico, y
en parte respondiendo a la primacía de intereses económicos y a la creciente
voluntad estadounidense de control sobre esta región, Gran Bretaña comen-
zaba un gradual retroceso político en el Caribe y costas circundantes, que se
hizo patente con la devolución de las islas de la Bahía a Honduras y la Mos-
quitia a Nicaragua en 1859-1860.

3. Pensamiento de interés internacional en América

La nueva proyección de América en el mundo contemporáneo no se ago-


tó en la construcción de los Estados-naciones independientes. Contribuyó sig-
nificativamente, por un lado, al desarrollo de algunos aspectos del derecho in-
ternacional. Por otro lado, dio lugar a propuestas y directrices para las rela-
ciones interamericanas e internacionales desde perspectivas hemisféricas o
panamericanas. Por último, también contribuyó a algunos avances en las
ideas y políticas referentes a diversos aspectos de los derechos humanos.

3.1. ASPECTOS DEL DERECHO INTERNACIONAL

Durante el ciclo bélico de 1789-1815, la preocupación estadounidense por


proteger su creciente comercio exterior contribuyó a impulsar el desarrollo
del derecho internacional en una serie de principios concretos relacionados
con las actividades marítimas, como eran la libertad de comercio y de nave-
gación en alta mar, los derechos y las obligaciones de los neutrales en tiempo
de guerra, la definición más estricta del contrabando y del bloqueo marítimo,
la regulación de las prácticas marítimas de visita y apresamiento, la distinción
entre daños y costes indirectos ocasionados en tiempos de guerra, y el princi-
pio de reciprocidad en los tratados comerciales. Estados Unidos aceptó du-
rante la guerra de Secesión la regla mantenida desde las guerras napoleóni-
cas por Gran Bretaña, que reconocía el derecho a interceptar el comercio re-
alizado en navíos neutrales si su destino final era el enemigo beligerante, por
el propio interés de la Unión en aplicar esa regla contra el comercio de la
Confederación del Sur. Por otra parte, se consolidó en términos generales el
principio de inviolabilidad de la soberanía nacional contra el intervencionis-
mo extranjero, aunque también durante la segunda mitad del siglo xIx surgie-
ron propuestas teóricas en defensa del derecho de intervención internacional
en los asuntos internos de un país, en virtud de la superioridad y primacía de
174 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

los derechos humanos sobre la soberanía nacional. Más concretamente, la


elevada conflictividad en América y el mundo atlántico a partir de 1775 acon-
sejó la búsqueda y aplicación de métodos alternativos de resolución de con-
flictos. La gradual aceptación y extensión del recurso a la mediación interna-
cional y al arbitraje, con comisiones o tribunales internacionales y mixtas, fa-
cilitó la resolución de muchas disputas sobre límites territoriales, aguas juris-
diccionales y derechos de pesca, explotación de recursos naturales, deudas y
compensaciones por daños, y otros intereses en conflicto. Resultaron espe-
cialmente alentadores los ensayos de desmilitarización o neutralización de zo-
nas conflictivas de interés internacional, como los Grandes Lagos norteame-
ricanos y el canal transístmico, en beneficio de la vecindad pacífica y el co-
mercio internacional.

3.2. EL PANAMERICANISMO

La propuestas hemisféricas o panamericanas que tuvieron más resonan-


cia fueron la de James Monroe, presidente de Estados Unidos (1817-1825), y
la de Simón Bolívar, mitificado como el Libertador de Sudamérica y el funda-
dor de la Gran Colombia. Ambas propuestas compartían las ideas de la sepa-
ración, la diferencia y la neutralidad de América respecto de Europa y sus
conflictos, ambas deseaban reforzar la seguridad de los nuevos Estados ame-
ricanos frente a las amenazas exteriores y especialmente frente al colonialis-
mo europeo, y ambas buscaban promover algún tipo de «sistema americano».
Una nueva fase panamericanista surgió en el último tercio del siglo x1x, al ser-
vicio de los intereses estadounidenses, por iniciativa de James G. Blaine.
La Doctrina Monroe (formulada en el mensaje presidencial al Congreso
de 2 de diciembre de 1823, pero que debía mucho al pensamiento del secre-
tario de Estado John Quincy Adams) surgió como advertencia diplomática
indirecta en un contexto internacional marcado por las pretensiones rusas de
expansión en Norteamérica y la inquietud reinante sobre posibles intentos
europeos de ayudar a España a someter las repúblicas hispanoamericanas
por la fuerza, pero sirvió también como réplica a una propuesta británica a
Estados Unidos de hacer una declaración conjunta. El mensaje articulaba ac-
titudes y directrices que ya venían rigiendo la política exterior estadouniden-
se desde 1783: Estados Unidos respetaría las colonias existentes pero no to-
leraría ninguna nueva colonización europea en América; reconocería los go-
biernos de facto, por lo que consideraría cualquier intervención en los asun-
tos internos americanos, para extender el sistema político europeo, como un
atentado contra la seguridad del hemisferio y por tanto de la suya propia;
en un aparente ofrecimiento de reciprocidad, se comprometía a no interve-
nir en los asuntos propiamente europeos. Aparte de estos contenidos concre-
tos, quedó patente el afán de obrar con independencia de Gran Bretaña, lo
que revela que Estados Unidos no quería someterse a las restricciones que
pretendía imponer el ministro George Canning, porque podrían recortar la
futura libertad de acción de Estados Unidos en sus relaciones con los países
latinoamericanos. También fueron significativos, por un lado, el carácter
unilateral de la doctrina, es decir la ausencia de consultas con los otros paí-
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... E75

ses americanos interesados, y por otro lado, la autoatribución de papeles de


ejemplo y liderazgo en las Américas.
La historia de la aplicación (y no aplicación) de la Doctrina Monroe a lo
largo del siglo xix reflejó la evolución de los intereses de Estados Unidos, así
como su capacidad real de respuesta en cada caso y momento. De ser prácti-
camente insignificante al principio, conforme aumentaba el poderío estadou-
nidense, la Doctrina Monroe ganó en protagonismo con sucesivas ampliacio-
nes en su interpretación en manos de los presidentes Polk (1844-1845), Grant
(1867-1869), Cleveland (1895) y Roosevelt (1902-1904). Simultáneamente, la
Doctrina Monroe protagonizó otras historias paralelas. Por un lado, Monroe
y su mensaje fueron reverenciados en una mitificación idealista (a cargo de li-
berales y demócratas, tanto europeos e iberoamericanos como estadouniden-
ses), que subrayaba su defensa de la soberanía de los pueblos contra el colo-
nialismo y la intervención armada. Por otro lado, el monroísmo fue sataniza-
do por los críticos, principal pero no exclusivamente extranjeros, que veían
sólo un instrumento arbitrario e hipócrita al servicio del hegemonismo esta-
dounidense.
Por su parte, Simón Bolívar había inspirado en 1822 la formación de una
liga de naciones entre la Gran Colombia, Perú y Centroamérica, y en 1826, a
iniciativa suya, se celebró el Congreso interamericano de Panamá. En esencia
se trataba de promover el desarrollo político de Iberoamérica y la coopera-
ción entre los países (marginando sin embargo a Haití). Fue invitada a asistir
también Gran Bretaña como observadora benévola. Estados Unidos recibió
una invitación tardía por iniciativa de Colombia y México, y se aprobaron los
nombramientos de representantes hechos por el presidente John Quincy
Adams para esta misión, pero el Congreso terminó antes de que pudiesen lle-
gar. Este temprano proyecto panamericano era en parte una respuesta defen-
siva ante la amenaza de la Santa Alianza europea y un intento de coordinar
un frente común en las negociaciones con España, y en parte era un proyec-
to más ambicioso de unión latinoamericana. Bolívar planteaba objetivos pan-
americanos de muy difícil aceptación en aquel momento: confederación his-
pano-/iberoamericana, arbitraje forzoso en disputas interamericanas, asam-
blea legislativa con plenos poderes en política exterior y guerras, alianza de-
[ensiva perpetua y ejército común.
Sin embargo, Argentina, Chile, México, Brasil y Estados Unidos rechaza-
ron tanto el ambicioso plan de Bolívar y el liderazgo colombiano como la idea
de cortapisas internacionales a su soberanía. El Congreso fue un fracaso a
corto plazo, y los conflictos interamericanos se multiplicaron. Incluso fracasó
más tarde un segundo plan de Bolívar, que tenía el objeto más modesto de
crear una confederación andina. A partir de 1826, el panamericanismo tendió
a concentrarse en la codificación y desarrollo del derecho internacional apli-
cado a los problemas iberoamericanos, aunque con un enfoque teóricamente
hemisférico. Hasta 1888, se celebraron sólo cuatro conferencias panamerica-
nas —en Lima (1847-1848), Santiago de Chile (1856), Washington (1856) y
Lima (1864)—, pero ninguna logró reunir representantes de todos los países
americanos, y su principal preocupación era las amenazas externas. En 1868,
el jurista argentino Carlos Calvo propuso la revisión del derecho internacio-
nal para defender la soberanía nacional de los Estados latinoamericanos, e
176 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

impedir las intervenciones estadounidenses y europeas en su gobierno domés-


tico. Declaró que un residente extranjero no tenía derecho a reclamar la inter-
vención de su país para proteger sus intereses particulares, porque supondría
un estatus privilegiado de los residentes extranjeros respecto de los ciudada-
nos del país. Muchos países latinoamericanos intentaron aplicar esta «cláusu-
la Calvo» en sus contratos con empresas internacionales, pero la rechazaron
la mayoría de las potencias europeas y Estados Unidos. El interés por el de-
recho internacional, y especialmente el arbitraje, halló expresión en 1877 en
la celebración del Congreso Americano de Juristas, y en 1888-1889 en el Con-
greso de Derecho Sudamericano. A partir de la década de 1880, los conflictos
interamericanos, el temor creciente ante las tendencias hegemónicas estadou-
nidenses, y el ascenso de elites conservadoras impulsaron movimientos hispa-
no-/ibero-/latinoamericanistas que retomaron las propuestas bolivarianas de
solidaridad y cooperación como vías hacia la paz, la prosperidad y la felici-
dad, pero al servicio del orden social establecido. En 1892, marcando el IV
centenario del descubrimiento colombino de América, se fundó la Unión Ibe-
roamericana.
En el último tercio del siglo xtx, las fuertes inversiones e injerencias de
todo tipo en América Latina, por parte de las potencias europeas, y especial-
mente de Gran Bretaña, creó una creciente inquietud estadounidense, que
impulsó los intentos del secretario de Estado de la Administración Garfield,
James G. Blaine, de resucitar el panamericanismo. Pretendía sobre todo fa-
vorecer las exportaciones estadounidenses, y promover el arbitraje como
medio de solución de conflictos americanos que amenazaban con provocar
guerras o intervenciones europeas. Hizo sus primeras propuestas en 1881,
ostensiblemente movido por el afán de detener la guerra del Pacífico, pero
no fue eficaz en la resolución del conflicto entre Perú y Chile por Tacna y
Arica. También fracasó Blaine en sus intentos de mediar en otras disputas
entre Costa Rica y Colombia, y entre México y Guatemala. Blaine tenía muy
adelantados sus preparativos para un congreso panamericano en Washing-
ton en 1882 cuando fue asesinado el presidente James A. Garfield, pero su
sucesor al frente del Departamento de Estado, Frederick T. Frelinghuysen,
canceló la reunión. Aun así, sucesivos gobiernos estadounidenses intentaron
utilizar el panamericanismo como herramienta política para promover la in-
fluencia cultural y política así como los intereses comerciales de Estados
Unidos dentro del hemisferio americano. Se celebró la Primera Conferencia
Panamericana de Washington en 1889-1890, siendo éste el origen de una lar-
ga serie de reuniones, así como de la Organización de Estados Americanos
actual. Las propuestas estadounidenses de establecer una unión aduanera y
un procedimiento para someter a arbitraje los conflictos interamericanos
fueron rechazadas por la mayoría de los 17 Estados latinoamericanos, y no
prosperó el plan de construir el llamado ferrocarril de las Tres Américas que
uniese el norte con el sur, pero se creó la Oficina Internacional de Repúbli-
cas Americanas, como agencia permanente, con la función de difundir infor-
mación sobre cada país, y se preparó el terreno para la negociación de
acuerdos arancelarios basados en la reciprocidad. No obstante, y pese a la
buena impresión que causó la actitud moderada de Blaine, en su segundo
mandato como secretario de Estado, la pretensión estadounidense de asumir
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 177

el liderazgo en América seguía suscitando el resentimiento de otros países


americanos, notablemente de Argentina.

3.3. ALGUNOS ASPECTOS DE LA LUCHA POR LOS DERECHOS HUMANOS EN AMÉRICA

El carácter transnacional de la lucha contra la esclavitud en América


muestra otra faceta de las relaciones internacionales. La tajante declaración
estadounidense de 1776 en favor de la igualdad de todos los hombres y sus
derechos naturales e inalienables no podía aspirar a la inmediata abolición de
la esclavitud en ese país. No obstante, varios estados norteamericanos inclu-
yeron cláusulas antiesclavistas en sus nuevas constituciones, y el Congreso
Continental aprobó en 1787 la ley del Viejo Noroeste que prohibió la esclavi-
tud en el territorio al norte del río Ohio. La Constitución federal de 1787 man-
tenía la esclavitud, pero también incluía una cláusula que preparó el terreno
para el fin de la importación legal de esclavos negros a Estados Unidos a par-
tir del año 1807. Este tímido inicio de medidas antiesclavistas americanas re-
cibió un fuerte impulso entre 1789 y 1804 por el revolucionario proceso de
emancipación de la «república negra» de Haití, cuya independencia política
estaba tan íntimamente vinculada a la libertad de los esclavos de este país y
la igualdad de derechos de todos sus ciudadanos independientemente del co-
lor de su piel. La Declaración francesa de los derechos del hombre y del ciu-
dadano en 1789 —llamada «el certificado de defunción del Antiguo Régimen»
(Godechot) y «el credo de la nueva era» (Michelet)—, resonó a lo largo y an-
cho del mundo atlántico. El alcance de sus repercusiones no fue previsto por
sus autores, ni en el ámbito doméstico ni en el ámbito internacional. En los
años siguientes, la confusión creada en torno a la abolición de la esclavitud y
la trata negrera por las continuas contradicciones legislativas y los vaivenes
ejecutivos, abocaría a las poblaciones de ascendencia africana de América a
una lucha desesperada por su libertad y sus derechos humanos. Así, la Amé-
rica decimonónica se convirtió en un importante escenario de la larga lucha
internacional por la abolición de la esclavitud.
Gran Bretaña tomó un papel de liderazgo en la supresión de la trata de
negros a partir de 1806, involucrando a España por un tratado de 1817. Una
ley estadounidense de 1820 definió la trata negrera como piratería y punible
con la pena de muerte. Sin embargo, los tribunales británicos y estadouniden-
ses dificultaron la lucha en esta época, manteniendo que este tráfico no se po-
día considerar como piratería. Durante las guerras separatistas hispanoame-
ricanas hubo diversas declaraciones y medidas antiesclavistas (1811 y 1823
Chile, 1813 Argentina, 1821 Perú, 1824 Centroamérica, 1825 México), y algu-
nos años después abolieron la esclavitud en sus colonias los gobiernos de
Gran Bretaña (1834) y Francia (1848). Sin embargo, la emancipación no al-
canzó visos de realidad para los esclavos de la mayoría de los países america-
nos hasta la segunda mitad del siglo (1851 Nueva Granada, 1853 Argentina,
1854 Perú, 1855 Venezuela, 1865 Estados Unidos, 1871-1888 Brasil). España
introdujo medidas abolicionistas en Puerto Rico y Cuba entre 1868 y 1888,
mientras que Gran Bretaña y Estados Unidos acordaron en 1870 colaborar
para lograr la supresión de la trata negrera africana.
178 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Otro avance importante en la articulación y consolidación práctica de los


derechos humanos, fue el reconocimiento del derecho individual de emigrar y
cambiar de nacionalidad. Las guerras y las revoluciones obligaron a individuos
y naciones a cuestionar conscientemente sus propias identidades y lealtades.
Durante las guerras napoleónicas se desarrolló una fuerte polémica transatlán-
tica sobre el tema de las identidades nacionales adoptivas, por la práctica bri-
tánica de detener y registrar embarcaciones estadounidenses en busca de ma-
rineros desertores de la Armada, bajo el principio del carácter inalterable e
inalienable de la nacionalidad según el lugar de nacimiento. Estados Unidos
no pudo sino defender el derecho del individuo a emigrar y elegir libremente
su nacionalidad. Con la excepción del intento del Partido Federalista de retra-
sar la naturalización de los inmigrantes en 1798, las leyes estadounidenses fue-
ron extremadamente liberales en este sentido, ya que no ponían ningún obstá-
culo a la admisión de inmigrantes extranjeros y permitían su rápida naturali-
zación como ciudadanos estadounidenses. En 1845, Estados Unidos adoptó
formalmente la política de considerar que la naturalización terminaba auto-
máticamente cualquier identidad y obediencia nacional anterior. Gran Bretaña
aceptó finalmente en 1871 el derecho del individuo de cambiar su nacionali-
dad. Mientras tanto, las migraciones transatlánticas, tanto a Estados Unidos
como a América Latina, irían en aumento conforme avanzaba el siglo xix, has-
ta convertirse en un movimiento demográfico internacional de dimensiones
masivas. Sólo en Estados Unidos, de una población total de unos 63 millones
en 1890, habían nacido en el extranjero 9,250,000.

4. Las relaciones internacionales de América


en la era del imperialismo, 1860-1895

En los países más avanzados de Occidente, en el último tercio del siglo xIx,
las grandes empresas crecían sin cesar, gracias a los progresos científicos y
tecnológicos, la revolución en los transportes, y el desarrollo del capitalismo
industrial. En América, el crecimiento económico fue particularmente rápido
en Estados Unidos y en el Cono Sur. En la mayoría de los países americanos,
se desarrollaron tendencias oligárquicas y se consolidaron regímenes pluto-
cráticos, especialmente fuertes en Argentina, Chile, Brasil y México. Las prin-
cipales rivalidades internacionales de este período se daban entre Argentina y
Brasil, y entre Chile y Perú.

4.1. [ESTADOS UNIDOS: EN BUSCA DE LA HEGEMONÍA REGIONAL

La unión nacional de Estados Unidos quedó consolidada a partir de 1865,


tras la derrota del secesionismo sureño y la abolición de la esclavitud. El auge
del nacionalismo manifestó rasgos comunes a todo Occidente, pero también
tuvo expresiones muy exacerbadas por el darwinismo social, la prevalencia de
actitudes racistas hacia los indígenas norteamericanos, negros e hispanos, y
la xenofobia nativista contra la ola de «nuevos» inmigrantes que no eran an-
elosajones o protestantes. La llegada entre 1865 y 1894 de más de 15 millones
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 179

de inmigrantes (procedentes en su mayoría del sur, centro y este de Europa)


potenció un crecimiento demográfico espectacular, al tiempo que todos los
sectores de la economía experimentaron una expansión sostenida en su pro-
ducción. Paralelamente, en sucesivas crisis económicas se percibían limitacio-
nes en la capacidad de consumo del mercado doméstico, y surgió cierta in-
quietud ante el anuncio oficial del «fin» de la frontera doméstica (1890). To-
dos estos factores, en un contexto internacional de auge del imperialismo ca-
pitalista europeo, que perseguía agresivamente ventajas coloniales y comer-
ciales en todo el mundo, avivaron la preocupación estadounidense por buscar
mercados exteriores, por defender sus propios intereses estratégicos y por for-
talecer su influencia diplomática.
Aunque el tradicional aislamiento estadounidense respecto de Europa se
mantuvo prácticamente hasta la Primera Guerra Mundial, se firmó el tratado
de Washington con Gran Bretaña que dio lugar al arbitraje internacional de
Ginebra sobre las disputas pendientes entre los dos países (1871). El Tribunal
no logró resolver definitivamente el espinoso conflicto sobre derechos de pes-
ca, pero condenó a Gran Bretaña a pagar 15.500.000 de dólares a Estados
Unidos por los daños causados por corsarios confederados que salieron de
puertos británicos en barcos de construcción británica. Pese a ser una canti-
dad muy inferior a la solicitada, fue aceptada, quedando así respaldado el sis-
tema de arbitraje internacional como medio pacífico de resolver disputas in-
ternacionales. Pese a sus deficiencias, este arbitraje representó un paso firme
en el lento acercamiento diplomático anglonorteamericano. Después, la pre-
tensión estadounidense de ejercer derechos jurisdiccionales sobre el mar de
Bering, en virtud de su posesión de Alaska y las islas Pribilof, suscitó un con-
flicto con cazadores oceánicos de focas y pescadores anglocanadienses, igual-
mente resuelto (esta vez en contra de Estados Unidos) por otro arbitraje in-
ternacional realizado por un tribunal mixto en 1893.
El creciente interés estadounidense por el Pacífico tuvo otras manifesta-
ciones en esta época. En 1867, compró el enorme territorio de Alaska por
7.200.000 de dólares, a petición del zar de Rusia, y ocupó las islas Midway. En
1872 y 1878 negoció el uso de una estación carbonera en Pago Pago, y en 1889,
después de diez años de dificultades y mutuos recelos, resolvió un peligroso
enfrentamiento con Gran Bretaña y Alemania en las islas Samoa, donde ya se
encontraban navíos de guerra de las tres potencias, mediante un acuerdo que
establecía la independencia de las islas bajo un protectorado tripartito. Al mis-
mo tiempo, Estados Unidos mantenía una relación especial con las islas Ha-
wai, basada en los tratados de 1875 y 1887, los cuales declaraban que no se en-
ajenaría ningún territorio hawaiano a otra potencia, pero daban a Estados
Unidos el derecho exclusivo de mantener una base naval fortificada en Pearl
Harbor, y establecían las relaciones comerciales bilaterales sobre el principio
de reciprocidad. Había en estas islas muchos estadounidenses dedicados al
cultivo de la caña de azúcar, que en 1887 lograron instigar una rebelión con-
tra la dinastía nativa reinante. La reina Liliuokalani recuperó el trono en 1891
y siguió una política proindigenista, aumentando el descontento de los habi-
tantes americanos que ya sufrían los efectos comerciales negativos de la polí-
tica del presidente William McKinley, que bajó sensiblemente el precio del azú-
car a partir de 1890. En 1893 fracasó un intento de anexión por la inesperada
180 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Pa REPUBLICA
A O a a 4
=

115

FUENTE: F. Hayt, Atlas de Historia Universal de España, Magisterio, 1989.

Mara 7.4. La formación de los Estados de Iberoamérica.


LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 181

postura antiimperialista del presidente demócrata Grover Cleveland (1893-


1897). Cleveland fue muy elogiado por las pequeñas minorías democráticas eu-
ropeas y latinoamericanas, quienes sustentaban una corriente ideológica trans-
nacional que propugnaba ideas humanitarias, antiimperialistas y antirracistas
frente a la política de la fuerza que practicaban las grandes potencias europeas,
y que tentaba cada vez más a los gobiernos estadounidenses. Todos estos acon-
tecimientos prepararon el terreno para la anexión de las islas Hawai a Estados
Unidos, aprovechando la movilización política y bélica de 1898.
No obstante, el interés exterior prioritario de Estados Unidos seguía sien-
do América Latina, sobre cuyos asuntos mantenía una actitud vigilante cada
vez más hegemónica e intervencionista. Aparte de sus legítimos intereses co-
merciales, estratégicos y diplomáticos, la política de Estados Unidos reflejaba
su inquietud por el aumento de las actividades financieras europeas en Améri-
ca Latina, en auge a partir de 1880, y por la creciente amenaza del uso de la
fuerza armada para reclamar el pago de préstamos y de los beneficios que de-
bía devengar la inversión. El capital europeo (especialmente británico pero
también francés y alemán) fluía en forma de préstamos hacia los gobiernos,
que seguían padeciendo déficits crónicos, y en forma de inversiones destinadas
a la construcción y explotación de ferrocarriles, carreteras, transportes urba-
nos, instalaciones portuarias, minas y materias primas, así como servicios de
agua, gas y telegrafía. Para facilitar y vigilar estas operaciones financieras, apa-
recieron nuevos bancos, fundándose en 1862 el London é: River Plate Bank de
Buenos Aires y el London €: Brazilian Bank de Río de Janeiro, y en 1864 el
London Bank of Mexico € South America. A partir de 1886, se establecieron
intereses de la banca alemana en Sudamérica, y desde 1889 se produjo la ex-
pansión del Anglo-Argentine Bank por Chile, Uruguay y Brasil. Como ya se ha
comentado, el afán de contrarrestar esta expansión financiera europea en
América Latina sería uno de los principales motivos del intento estadouniden-
se de reactivar el panamericanismo. Se comentará más adelante la interven-
ción del presidente Cleveland en el conflicto anglovenezolano en 1895.

4.2. MÉXICO Y LA LARGA PAZ PORFIRISTA

México sufrió una grave intervención de Gran Bretaña, España y Francia


en 1861-1867, provocada por las reclamaciones de súbditos suyos residentes
en México por daños sufridos en la guerra civil, y la moratoria declarada por
el Gobierno mexicano sobre los pagos de su deuda externa. Por esos años de-
bía unos 69 millones de dólares a Gran Bretaña y otros 9 millones a Francia.
Las fuerzas españolas y británicas se retiraron pronto, pero Napoleón III, de-
seoso de aumentar la influencia francesa en México, y promoviendo una pro-
paganda panlatinista, pretendía ayudar a sectores conservadores mexicanos a
derrocar el Gobierno liberal laicista de Benito Juárez establecido en 1860 tras
un golpe de Estado, y reemplazarlo con un régimen monárquico católico en-
cabezado por el archiduque Maximiliano de Habsburgo. La guerra de Secesión
impidió al presidente estadounidense Abraham Lincoln invocar oportunamen-
te la Doctrina Monroe, y cuando por fin el secretario de Estado William Se-
ward pudo movilizar a 50.000 tropas al Río Grande, advirtiendo a Francia so-
182 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

bre los riesgos de empeñarse en su intervención, ya se había tomado la deci-


sión de retirada francesa. El fracaso de esta aventura neocolonialista se debió
sólo en parte a la existencia de otras prioridades en Francia, porque fue en
realidad un logro de la resistencia popular mexicana, pero los mitificadores
de Monroe lo contaron como un triunfo de su mensaje anticolonialista.
El país quedó sumido en una situación económica desastrosa, y durante
unos años las divisiones políticas internas anularon la capacidad mexicana
para desarrollar una política exterior eficaz. El largo gobierno del dictador
Porfirio Díaz (1876-1880 y 1884-1911) dio a México una estabilidad política
que permitió el enriquecimiento de nuevos grupos dirigentes, tanto mexicanos
como extranjeros, a costa de la férrea sujeción de las masas campesinas. Tam-
bién logró resolver sus disputas fronterizas pacíficamente por la vía de la ne-
gociación. Un tratado de 1882 con Guatemala confirmó el dominio mexicano
sobre Chiapas y fijó sus límites. Más tarde, la frontera de Chiapas con Belice
se estableció mediante un tratado de 1893 con Gran Bretaña. Por otro lado, se
llegó a un acuerdo con Estados Unidos para formar varias comisiones mixtas
mexicano-estadounidenses que negociasen soluciones aceptables para ambas
partes sobre cuestiones como deudas, reclamaciones diversas, labores policia-
les contra bandidos y contrabandistas en la frontera, y demarcación de límites,
Destacó sobre todo la labor de la comisión de límites, que empezó sus tra-
bajos en 1884, para resolver definitivamente los problemas pendientes en la
demarcación de la frontera entre México y Estados Unidos. Díaz también ob-
tuvo importantes préstamos extranjeros que se dedicaron a infraestructuras y
desarrollo industrial.

4.3. (CENTROAMÉRICA Y LA COMUNICACIÓN INTEROCEÁNICA

El ferrocarril transístmico de Panamá (inaugurado en 1855) y las vías


transcontinentales estadounidenses (desde 1869) paliaron la urgencia de
construir un canal interoceánico. No obstante, los proyectos sobre el tránsito
centroamericano siguieron suscitando el interés internacional, al tiempo que
cambió significativamente la actitud estadounidense. El presidente Andrew
Johnson (1865-1869) llegó a pensar incluso en la anexión de Centroamérica,
pero la postura definitiva la marcó el presidente Ulyses Grant (1869-1877), al
declarar que el futuro canal centroamericano era tan vital a las comunicacio-
nes y a la seguridad estadounidenses que no se podría tolerar ninguna parti-
cipación extranjera en su construcción, control y defensa. Estas ideas fueron
repetidas y ampliadas por los sucesivos gobiernos republicanos, conforme se
iban planteando proyectos, maniobras diplomáticas o intervenciones que pu-
dieran desafiar la posición estadounidense. Todavía no estaba claro si la me-
jor ubicación sería en Panamá o en Nicaragua (bien por motivos geográficos
y técnicos o por motivos políticos), por lo que Estados Unidos vigilaba rece-
losamente todas las acciones europeas, y muy especialmente las intervencio-
nes en Nicaragua por parte de Gran Bretaña (1874 y 1895) Alemania (1878),
y Francia (1882).
El intento más serio y costoso de construir un canal fue realizado entre
1878 y 1889 por la Compañía Francesa de Panamá, bajo la dirección del cons-
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 183

tructor del canal de Suez, Ferdinand De Lesseps. Fracasó porque era técnica-
mente inviable construir un canal transístmico sin esclusas, como pretendía
el ingeniero francés. Entretanto, Estados Unidos y Gran Bretaña se enzarza-
ron en forcejeos diplomáticos que pusieron en tela de juicio los principios es-
tablecidos en el tratado Clayton-Bulwer de 1850. Al final, se mantuvo su vali-
dez durante este período, declarándose incluso el presidente Cleveland (1885-
1889, 1893-1897) positivamente a favor de la neutralidad del canal.

4.4. EL CARIBE, CRISOL DE TENSIONES INTERNACIONALES

Desde su independencia, Santo Domingo vivió siempre bajo las amenazas


haitiana y europeas, y padeció graves problemas internos de toda índole. Por
estos motivos, el Gobierno buscó repetidamente la protección española o la
reanexión, lo que consiguió en 1861. Estados Unidos, concentrado en su gue-
rra de Secesión, no pudo reaccionar a tiempo, pero la tenaz oposición inter-
na dominicana obligó al abandono definitivo del vínculo con España en 1865.
Santo Domingo no pudo encontrar una vía de recuperación, y desde 1888 la
enorme deuda exterior de este país condujo a la intervención de sus aduanas
por los acreedores extranjeros. Diversas amenazas europeas también planea-
ban constantemente sobre Haití, que sufrió intervenciones de Francia (1869,
1883), España (1871, 1883), Alemania (1872, 1897), Gran Bretaña (1877, 1883)
y Rusia (1885). El expansionismo de los presidentes estadounidenses Andrew
Johnson (1865-1869) y Ulysses Grant (1869-1877) se manifestó en sus deseos
de adquisición de bases navales o de anexión de las Islas Vírgenes danesas,
Santo Domingo y Puerto Rico, pero fueron frustrados por la eficaz oposición
del Senado y la moderación del secretario de Estado Hamilton Fish. En Cuba,
la paz de Zanjón puso fin a la guerra separatista de los Diez Años (1868-1878),
mediante promesas de reformas y trato de igualdad con las provincias de la
península. Entretanto, Estados Unidos se debatía entre el afán de la Cámara
de representantes de reconocer la beligerancia cubana y la actitud presiden-
cial, inclinada por Fish hacia la neutralidad pero matizada por una nueva
oferta de comprar la isla y un fracasado intento de mediación. El incumpli-
miento de las promesas españolas condujo a la Guerra Chiquita (1879-1880),
y ya en 1895 el Grito de Baire inició la guerra definitiva por la independencia
de Cuba y el fin del imperio ultramarino español.

4.5. SUDAMÉRICA: «NUEVA FRONTERA» COLONIAL

A partir de 1860 se profundizó la situación de endeudamiento exterior y


dependencia económica de los países sudamericanos. Aumentaban las expor-
taciones de alimentos y materias primas a Europa, en función de los proce-
sos europeos de urbanización e industrialización, al tiempo que llegaban ca-
pitales extranjeros en forma de nuevos créditos e inversiones. Como ocurría
en otras regiones, hubo amenazas e intervenciones europeas en Venezuela
(Alemania, Gran Bretaña, Italia, España y Dinamarca en 1871; Países Bajos
en 1875), y en Colombia (Italia en 1886). La expedición científica española al
184 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Pacífico en 1862-1865 encubría aspiraciones neocolonialistas. En 1864 la es-


cuadra ocupó las islas Chincha de la costa peruana (ricas en guano), agresión
que provocó una guerra de Perú, Chile y Ecuador contra España (1866). La
mediación de Estados Unidos logró una tregua en 1871, y el tratado de Lima
de 1883 trajo la paz, pero diversos aspectos de este conflicto quedaron en sus-
penso durante mucho tiempo, pendientes de otras negociaciones.
Por otra parte, se dieron dos importantes guerras interamericanas. La de
la Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870) tuvo su origen en disputas so-
bre derechos de navegación fluvial y una rebelión en Uruguay. Los rebeldes
contaron con el apoyo de Argentina y Brasil contra el Gobierno uruguayo, que
a su vez pidió la ayuda paraguaya. Triunfante la rebelión, los tres aliados ata-
caron a Paraguay, que sufrió graves pérdidas humanas y territoriales al empe-
cinarse el dictador Francisco Solano López en proseguir la guerra hasta su
propia muerte. Argentina se apropió de Chaco y Misiones, y el gobierno para-
guayo se vio precisado, para cubrir sus gastos, a recurrir a la venta de tierras,
con consecuencias negativas para el futuro desarrollo socioeconómico del Pa-
raguay. Al fin de esta guerra, Brasil gozaba de las ventajas de un Gobierno
monárquico estable y popular, y era el país más rico y fuerte de América La-
tina. Sin embargo, la definitiva abolición de la esclavitud en 1888 provocó un
cambio de régimen, dando paso en 1889 a un régimen republicano liberal, en
el que ejercieron gran influencia los grupos capitalistas del sur. A partir de ese
momento, fluyeron hacia Brasil inversiones extranjeras e inmigrantes, impul-
sando un período de fuerte crecimiento económico en este país.
Mientras tanto, las relaciones entre Bolivia, Perú y Chile venían siendo
cada vez más conflictivas desde 1860, por rivalidades en torno a la posesión
y explotación de las riquezas minerales del desierto de Atacama, sobre todo el
salitre (nitratos valiosos para fertilizantes y explosivos). En estos años los in-
tereses nacionales de Bolivia fueron gravemente comprometidos por la alian-
za librecambista entre la oligarquía minera de la plata boliviana e inversores
chilenos y británicos, y por una sucesión de gobiernos entreguistas. Por el tra-
tado de 1866 entre Chile y Bolivia se alcanzó un acuerdo sobre explotación
mineral y límites (fijando la frontera en los 2495), que fue modificado en 1874
por otro acuerdo sobre el régimen fiscal para la extracción y exportación de
minerales. Entretanto, la agresividad chilena había empujado a Bolivia y Perú
a concertar una alianza en 1873. Llegado a ese punto, en 1878, el general bo-
liviano Hilarión Daza aumentó unilateralmente los impuestos pagaderos por
la compañía chilena explotadora de yacimientos bolivianos, desencadenando
la guerra del Pacífico (también llamada guerra del Guano y el Salitre) de
1879-1884. Perú estaba políticamente desarticulado, en quiebra económica y
desmilitarizado, por lo que el Gobierno de Mariano Ignacio Prado intentó me-
diar para que las partes aceptasen el arbitraje, para evitar verse arrastrado a
la guerra por su alianza con Bolivia. Chile, en cambio, era un país política-
mente cohesionado y estable, cuyo expansionismo venía condicionado por la
escasez de recursos naturales propios, y las cuantiosas inversiones británicas
en la minería chilena, de manera que se impuso rápidamente la notoria supe-
rioridad de las fuerzas armadas chilenas.
La mediación estadounidense de 1879 (conferencias a bordo del Lacka-
wanna) no tuvo mejor suerte que el intento peruano, pues no se llegó a nin-
LOS NUEVOS ESTADOS AMERICANOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL... 185

gún acuerdo. El secretario de Estado, James G. Blaine, estaba empeñado en


una política de no consentir guerras de expansión territorial, que concibió
como modo de ganar influencia política en Perú, y al mismo tiempo promo-
ver el apoyo iberoamericano a sus propuestas panamericanas. Sin embargo,
sus esperanzas quedaron frustradas con el asesinato del presidente James
Garfield, puesto que el pragmático presidente Chester A. Arthur cambió la po-
lítica estadounidense, presionando a Perú para que aceptase las exigencias del
vencedor, Chile. Por el tratado de Ancón (1883), Perú cedió a Chile Tarapacá
y el derecho de ocupación de Tacna y Arica durante diez años, al cabo de los
cuales un plebiscito decidiría la nacionalidad de esas poblaciones. Sin embar-
go, este conflicto no se resolvería definitivamente hasta 1929, cuando Perú re-
cuperó la soberanía sobre Tacna, quedándose Chile con Arica. La tregua de
1884 dejó a Chile en posesión de la provincia boliviana de Antofagasta, ocu-
pada por sus tropas, pero, ante la perspectiva de tener que aceptar la pérdida
de su salida al mar, Bolivia se resistió a hacer la paz hasta 1904. Gracias a las
ganancias de esta guerra, Chile entró en una etapa de gran prosperidad, mien-
tras que Perú se sumió en la guerra civil y la postración económica.
Por otra parte, continuaron los intentos de alcanzar soluciones negocia-
das a diversos conflictos. Un tratado de 1881 entre Argentina y Chile dividió
la disputada Tierra del Fuego aunque, al descubrirse que la divisoria de aguas
está más al este que los picos andinos, Argentina quedó insatisfecha, mante-
niendo una actitud agresiva hasta el arbitraje británico de 1902, El creciente
prestigio de Estados Unidos en los asuntos hemisféricos se evidenció en sus
actuaciones arbitrales, como, por ejemplo, la de Rutherford B. Hayes entre
Argentina y Uruguay en 1878, o la de Grover Cleveland entre Argentina y Bra-
sil en 1895, ambas referidas a conflictos de límites en Misiones. La abolición
de la esclavitud y el establecimiento de la república en Brasil en 1888-1889
marcaron el comienzo de un giro de este país hacia un vínculo más estrecho
con Estados Unidos, gran consumidor del café brasileño, gradualmente aban-
donando la esfera de influencia política tradicional de Gran Bretaña, aunque
no la dependencia de sus capitales. El ascendiente estadounidense se mani-
festó también en la intervención en Chile, donde en 1891 una guerra civil en-
frentó a sectores conservadores contra el presidente reformista José Balma-
ceda. Los rebeldes tuvieron un motivo de resentimiento contra el Gobierno
estadounidense por detener un barco que había cargado armas para ellos en
San Diego. La sospecha de que Estados Unidos ayudaba a Balmaceda provo-
có en octubre de 1891 un ataque del populacho de Valparaíso contra varios
marineros del navío USS Baltimore, que estaba fondeado en el puerto. Este
incidente provocó una crisis diplomática seria, llevando a los dos países al
borde de la ruptura. El nuevo Gobierno chileno rechazó airadamente la de-
manda estadounidense de reparaciones, plegándose a pagar una indemniza-
ción de 75.000 de dólares sólo ante la amenaza del presidente Benjamin Ha-
rrison de emplear la fuerza.
Sin embargo, la actuación estadounidense más significativa para las re-
laciones interamericanas e internacionales fue la del presidente Cleveland y
su secretario de Estado, Richard Olney, en la disputa anglovenezolana sobre
límites. En vista del expansionismo británico en el interior de Guyana, Vene-
zuela había requerido la ayuda estadounidense repetidamente, en virtud de la
186 HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES CONTEMPORÁNEAS

Doctrina Monroe. Sucesivos gobiernos estadounidenses habían hecho oídos


sordos a estas peticiones venezolanas. La intervención de 1895 fue sumamen-
te polémica porque, para justificarla, se enunció una nueva ampliación inter-
pretativa de la Doctrina Monroe, afirmando que Estados Unidos se atribuía
un poder hegemónico tutelar sobre las Américas. Condicionada por cuestio-
nes domésticas en Estados Unidos, esta intervención de Cleveland y Olney
fue recibida con júbilo por Venezuela, pero con reacciones mixtas en el resto
de Iberoamérica. En la Europa continental fue muy criticada, aunque tam-
bién se respiraba cierta satisfacción por el desafío que suponía al poder de
Gran Bretaña, al suscitar brevemente la posibilidad de una guerra entre bri-
tánicos y estadounidenses. Al final, esta disputa fue resuelta por un arbitraje
en 1899. El resultado no fue especialmente favorable a Venezuela, pero la cri-
sis se saldó con el reconocimiento implícito por parte de Gran Bretaña de la
validez de la Doctrina Monroe. A raíz de esta crisis diplomática, y sobre la
base del respeto británico hacia los intereses especiales de Estados Unidos en
el hemisferio americano, se construyó el definitivo acercamiento anglo-norte-
americano. Tal perspectiva fue temida por otras potencias europeas como el
inicio de un hegemonismo anglosajón en todo el mundo, que mostraría su ca-
rácter en la crisis colonial española de 1895-1899, y después en la Primera
Guerra Mundial.

Lecturas recomendadas

Bethel, L. (ed.) (1989): The Cambridge History of Latin America after Independen-
ce, e. 1820-c.1870, Cambridge University Press, Cambridge. Obra fundamental para el
desarrollo decimonónico de los países latinoamericanos después de la independencia.
Boersner, D. (1990): Relaciones internacionales de América Latina: Breve historia,
Nueva Sociedad, Caracas. Introducción a las relaciones interamericanas, desde finales
del siglo xvmi hasta 1933, con énfasis en el desarrollo del nacionalismo y otros aspec-
tos políticos y diplomáticos, y ponderando la influencia comercial y financiera extran-
jera, y el inicio del imperialismo estadounidense a partir de 1883.
Bulmer-Thomas, V. (ed.) (2006): The Cambridge Economic History of Latin Ameri-
ca, vol. 1: The Colonial Era and the Short Nineteenth Century, Cambridge University
Press, Cambridge. Esencial para comprender las estructuras económicas y su influen-
cia en el desarrollo de los procesos de emancipación y las problemáticas particulares
de América Latina hasta 1850,
Davis, H. E.; Finan, J. J. y Peck, E. T. (1977): Latin American Diplomatic History.
An Introduction, Louisiana State University Press, Baton Rouge. Excelente síntesis de
la historia de las relaciones diplomáticas interamericanas, vistas desde la perspectiva
de los países latinoamericanos, organizado cronológicamente, con índice analítico.
Franco, J. L. (1964-1966): La batalla por el dominio del Caribe y el Golfo de Méxi-
co (3 vols.) (2.* ed.), Academia de Ciencias, La Habana. El volumen 2 es de especial in-
terés para los complejos conflictos internacionales en el Caribe y regiones circumcari-
beñas entre 1789 y 1854.
Johnson, J. J. (1990): A Hemisphere Apart: The Foundations of United States Policy
toward Latin America, Johns Hopkins University Press, Baltimore. Estados Unidos se
interesó vivamente en América Latina al principio de las guerras de emancipación,
pero después de 1815 se impusieron percepciones negativas de los pueblos latinoame-
ricanos, recelos contra posibles intervenciones europeas, y una preocupación domi-

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