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HASTA DONDE LLEGA EL AMOR

BEATA LEONELLA SGORBATI - MISIONERA DE LA CONSOLATA


PREMISA
Mucho se ha argumentado y escrito sobre la importancia de hacer memoria, de recordar figuras emblemáticas
de la cultura, de la sociedad, de la Iglesia, porque el futuro se construye no solo sobre el presente, sino
también sobre el pasado. Sin la memoria, los eventos terminan siendo sufridos y no vividos. Sin la memoria, la
vida corre el riesgo de ser recluida en una soledad infinita y simplemente acabada.
Recordar el martirio de la Hna. Leonella Sgorbati, para nosotras Misioneras de la Consolata y también para
aquellos cuyas vidas se cruzaron con la suya en diversas ocasiones, en Italia o en África, es una oportunidad
para darle gracias a Dios, un espacio para reavivar la fe y reconfirmar el compromiso de servir y vivir la caridad
cristiana, con la certeza de que existe un hilo conductor que se devana en el tiempo y teje la historia con amor.
Con razón escribe el biblista Bruno Maggioni: “El martirio no es una interrupción de la vida, sino su conclusión;
no es una existencia truncada, silenciada e inacabada, sino un testimonio llevado a plenitud”.
Al tejer la vida de la Hna. Leonella, igual que como la de cada persona, el Señor ha usado hilos de múltiples
colores, tonos y matices diversos para darle forma a su diseño, que con delicadeza, respeto y afecto, hemos
intentado sacar a la luz.
Las páginas que siguen, después de las notas biográficas que sintetizan sesenta y seis años de vida de una
mujer-misionera que ha donado todo con tenacidad, entusiasmo y la sonrisa en sus labios, son fragmentos
tomados de los testimonios recogidos después del martirio de la Hna. Leonella, que iluminan algunos aspectos
de su personalidad, y el entramado de su espiritualidad misionera allamaniana.

DIOS HA TEJIDO CON HILOS DE COLORES VARIOPINTOS LA VIDA DE LA HNA. LEONELLA


SENCILLAMENTE Y SIEMPRE… ROSITA
El 9 de diciembre de 1940, en Rezzanello de Gazzola (Provincia de Piacenza), nace Rosa Sgorbati, un evento
inesperado, pues la (madre).
Sus padres, Carlo Sgorbati y Teresa Vigilini, la hicieron bautizar el mismo día de su nacimiento. La premura
con la cual la pequeña fue llevada a la fuente bautismal revela la profunda piedad y la intensidad con la que
estos esposos vivían su fe cristiana.
En esta familia de agricultores, pacífica y laboriosa, emprendedora y al mismo tiempo previsor, conformado
por una veintena de personas con distintos grados de parentesco, mamá Teresa y papá Carlos, con ternura y
firmeza educan a Rosa conocida por todos como “Rosita”. La madre logra encauzar las energías de su hija de
temperamento alegre y la acompaña en su camino de fe.
Rosita frecuenta el Jardín Infantil y la Escuela Elemental que las hermanas Ursulinas de María Inmaculada
dirigen en Rezzanello. Una de ellas, la Madre Soteride Quadrelli, experta educadora por quien Rosita tiene
una predilección especial, modela su alma y su carácter.

LA VIDA… CAMBIA
Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, para incentivar la economía familiar, Carlo Sgorbati
decide abrir en Sesto San Giovanni – Milán, un negocio para comercializar al por mayor frutas y verduras. El 9
de octubre de 1950, se traslada con su familia a la periferia de la ciudad de Milán.
A Rosita, acostumbrada a los ritmos del campo, no le agrada la vida de la ciudad y así escribe en su diario:
“Milán es una ciudad frenética, donde la gente vive ajetreada, agobiada por el trabajo, y yo…pensaba solo en
huir”.

La llegada de la familia Sgorbati, a Sesto San Giovanni, pronto queda marcada por un profundo dolor: el 16 de
julio de 1951, muere el papá Carlo. Un luto que parece destruir la jovialidad de Rosita muy ligada a él.
Cuando era pequeña, todas las noches, su padre la tomaba entre sus brazos para llevarla a la cama, le
hablaba con ternura, le enseñaba a rezar y, para que se durmiera, le narraba una fábula.
No obstante la pérdida inesperada del jefe de la familia, la vida en el nuevo ambiente debe continuar, y por lo
tanto la madre y los familiares, pensando en el futuro de la más pequeña de la casa, deciden enviarla a la
Escuela Comercial en el Colegio de las Hermanas de la Preciosísima Sangre, en la Provincia de Monza.
De regreso a casa una vez finalizados los estudios, los familiares quedan sorprendidos por la transformación
que ven en Rosita: no solo ha cambiado físicamente, sino que tiene ya un proyecto de vida que muy pronto
revelará a su mamá. Sor Leonella anotará después en su diario, que durante los años transcurridos en el
Colegio, la lectura y reflexión sobre la Palabra de Dios, la marcaron muy profundamente y la impulsaron a
tomar una decisión para su vida: “En aquel lejano día –abril de 1952– leyendo tu Palabra, me he sentido
habitada y Tú me tenías en Ti, mi Señor, o más bien, tú estabas muy dentro de mí. Nunca jamás estaré sola,
sino habitada por ti”. -Y continúa:- “Me haría religiosa… habría buscado vivir solo para Él y hablarle a todos de
su Amor”.

LA ESPERA
Con su familia, como siempre, Rosita es sociable, simpática, laboriosa, generosa, pero mamá Teresa se da
cuenta que su hija ha cambiado y conserva un secreto sobre algo que ella no logra entender. Un día, puesta
en aprieto por su madre, la hija le confía: “Quiero hacerme religiosa”.
La madre, mujer de fe, le asegura que Dios proveerá y le ayudará a emprender el camino deseado. Pero
Lorenzo, su hermano, quien había asumido las responsabilidades del padre, afirma que a los 16 años no se
toman decisiones tan importantes; Rosita debe esperar la mayoría de edad. Inicia de esta manera una larga
espera.
Mientras tanto, Rosita participa intensamente en las actividades de la Acción Católica, encuentra espacio y
tiempo, junto con su amiga Josefina, para visitar y ayudar a las familias pobres y, con ella, hablar de las
misiones. Un día, Josefina le confía que muy pronto entrará en la comunidad de las Misioneras de la
Consolata, pero que primero deberá ir a Sanfré, en la Provincia de Cuneo, para acordar los detalles de su
ingreso. Rosita la acompaña. El clima misionero que anima la casa de formación de las Misioneras refuerza su
decisión de consagrarse al Señor.
Cumplidos los veinte años, Rosita, con firmeza, le dice a su familia: “No he cambiado de idea, quiero hacerme
Religiosa Misionera”. Su familia no le pone obstáculos a esta decisión, pero desearía que no escogiera una
comunidad misionera. Ella insiste: “Sé que se puede hacer mucho bien también aquí, pero yo quiero ir a
ayudarle a la gente que no tiene nada, a aquellos de los cuales nadie se ocupa y a los niños que mueren de
hambre”.
El 5 de mayo de 1963 la espera de Rosita termina: llega a Sanfré para entrar en el Instituto de las Hermanas
Misioneras de la Consolata.
La joven lleva consigo un rico equipaje de humanidad: su sonrisa abierta y sincera, la alegría, la amabilidad y
la generosidad en el servicio a los demás.
El 20 de mayo inicia el Postulantado que en esa época duraba seis meses y empieza a experimentar la vida
de comunidad y a comprender los compromisos que requiere la consagración a Dios y a la misión.

Seis meses pasan rápido y el 21 de noviembre de 1963, en Nepi - Viterbo, Rosita, a la cual le fue dado el
nuevo nombre de Sor Leonella, bajo la guía sabia y prudente de Sor Paolina Emiliani, empieza otra etapa de
su formación religiosa–misionera: el Noviciado. El 22 de noviembre de 1965 emite la primera Profesión
Religiosa.
Siempre con la mirada fija en Dios y en la misión “ad gentes”, como quería el Fundador, el Beato José
Allamano, Sor Leonella hubiera deseado partir lo más pronto para el África, sin embargo el camino para llegar
donde había soñado ir era todavía largo.
Antes de llegar a la misión, a Sor Leonella se le pide viajar a Kendal -Inglaterra para estudiar Enfermería. El
tiempo transcurrido allí es intenso: estudio, práctica en los hospitales y formación religiosa – misionera. La
Escuela de Enfermería y el Hospital de prácticas distan 50 kilómetros de la casa de las Hermanas, por lo tanto
puede regresar a la comunidad solamente durante los días que tiene de descanso, momentos estos, que
anhela y espera con alegría. Para ella la comunidad es el espacio en el cual experimenta plenamente la
fraternidad y la comunión.

La Hna. Leonella es brillante en el estudio, tiene una mente vivaz y una memoria formidable, intuye que en la
formación enfermerística que está recibiendo puede tomar dos direcciones: el descubrimiento de las maravillas
y perfecciones del cuerpo humano, reconociendo en él el toque sabio y la grandeza del Creador o dejarse
guiar simplemente por la inteligencia, por el saber humano y los fríos resultados científicos. Escribiendo a su
Superiora General, Madre Nazarena Fissore, Sor Leonella le manifiesta su deseo de investigar y al mismo
tiempo (su corazón) de reforzar y reafirmar su fe y su opción de vida: “Yo creo, creo y le repito al Señor mi
voluntad de fe, mi ansia de luz, luz, luz! Madre, qué bello es creer. Con la fe todo es más fácil”. En 1969 se
consigue el diploma de Enfermera y en 1970 completa la primera parte del curso de obstetricia.

EN LA MISION
En el año 1970, La Hna. Leonella parte para la República del Kenia (África) donde pasará 36 años, es decir
más de la mitad de su vida, un tiempo interrumpido únicamente por tres breves períodos para visitar a su
familia en Italia en los años 1977, 1999 y el último entre finales del 2005 y comienzos del 2006. A los amigos
y familiares que le preguntan por qué no los visita con mayor frecuencia, les responde: “Un poco por las
obligaciones que conlleva el trabajo y un poco por una opción personal, pero les aseguro que no soy salvaje,
simplemente soy ya un poco africana”.
Para una mujer tan perspicaz y espontánea como La Hna. Leonella, la inserción en la nueva cultura y
sociedad no es fácil. La Hna. Rosa Alberta Viscardi, compañera de estudios y de misión subraya que la
adaptación “fue como estrenar zapatos que, hasta que no tomen la forma de los pies, aprietan y causan dolor,
pero afortunadamente después, se vuelven comodísimos”.
En Kenia, se desempeña como jefa de Enfermería (jefe) en el pabellón de Maternidad del Hospital de Mathari,
en Nyeri. Los domingos por la tarde, acompañada por una estudiante (de Enfermería), que actúa como
traductora, va a las zonas marginales para animar las “Escuelas dominicales” donde se realizan encuentros
para profundizar la Palabra de Dios.

El 19 de noviembre de 1972, la Hna. Leonella emite la Profesión Perpetua y se consagra por siempre a Dios.
Algunos años después, recordando esta etapa importante de su vida, le escribe a la Hna. Paolina Emiliani,
quien había sido su Maestra durante la etapa del Noviciado: «Desearía que estando delante del Señor,
nosotras pudiéramos cantar aquel himno que a veces cantamos en la iglesia y cuyas palabras yo no tengo el
coraje de pronunciar: “Señor, con un corazón sencillo y alegre te he donado todo”. Espero solo que un día, el
Señor en su bondad, me ayude a darle todo o que Él mismo se lo tome… porque Él sabe que esto es lo que
yo realmente En 1975, la Hna. Leonella, siendo la Enfermera Jefe de Pediatría en el “Nazareth Hospital” de
Kiambu, cerca de Nairobi, busca la manera de mejorar el tratamiento de los pacientes y en particular de los
recién nacidos y cuando se presentan casos difíciles consulta a sus colegas, porque está convencida de que
la capacidad y la experiencia de más personas, trabajando juntas, pueden dar mejores resultados.
Sus sobresalientes inclinaciones en el ámbito de la enfermería hacen que sus superioras le pidan que continúe
los estudios en la Universidad de Nairobi.
Entre 1978 y 1980, vuelve a los bancos de la escuela y consigue el título de Jefa de reparto de obstetra y
profesora para enfermeros. Después, desde 1983 al 1985, frecuenta el curso para obtener el diploma
universitario que la habilita para dirigir la Escuela de Enfermería y consigue también el título de Asistente
Social Sanitaria.
En julio de 1985, enriquecida con la experiencia como enfermera jefe y concluidos los estudios universitarios,
asume la dirección de la Escuela de Enfermería del Hospital de Nkubu, en Meru - Kenia. Aquí Sor Leonella
reorganiza el pabellón de Maternidad (con capacidad para 100 camas) y la programación de las prácticas de
las estudiantes para ayudarlas a aplicar lo aprendido en los bancos de la Escuela. Con su disponibilidad y
jovialidad conquista la confianza y la simpatía de muchas jóvenes. Continúa también la formación humana y
profesional de los profesores, porque está convencida que ellos son los “modelos” a quienes mirarán los
estudiantes para aprender los valores que deben guiar la vida.
La Escuela de Enfermería de Nkubu, dirigida por la Hna. Leonella, gracias al alto perfil profesional de sus
diplomadas, por varios años se clasifica en el primer lugar a nivel nacional. La Misionera, por su competencia
profesional y dedicación en el ámbito sanitario, es llamada a formar parte del Consejo Nacional de Enfermería
con sede en Nairobi y participa activamente en el proyecto del Ministerio de la Sanidad de Kenia titulado:
“Salud para todos en el año 2000”, que tiene como objetivo crear en las zonas rurales, donde se concentra el
80% de la población, centros sanitarios autogestionados.
Sor Leonella recorre kilómetros y kilómetros de carreteras destapadas, habla con los Jefes de las veredas
sobre la importancia de la iniciativa y, con la ayuda de un equipo de enfermeras, transmite a los adultos
nociones fundamentales de primeros auxilios y prevención de enfermedades.
En 1993 Sor Leonella es nombrada Superiora Regional de las Misioneras de la Consolata en Kenia. Se
despide de los alumnos y de los profesores de Nkubu con un escrito que expresa el amor y la confianza que
les tiene. A cada uno le desea:
“Que tú puedas tener abundante felicidad, para mantenerte amable;
bastantes pruebas, para conservarte fuerte;
dolor, para ser comprensivo;
esperanza, para ser alegre;
fracasos, para permanecer humilde;
éxitos para cultivar deseos;
muchos amigos, para encontrar consuelo;
riqueza, para satisfacer tus necesidades;
entusiasmo, para continuar en la búsqueda;
fe, para alejar la ansiedad;
determinación, para hacer que el hoy sea mejor que el ayer.”

SUPERIORA REGIONAL
Las Misioneras de la Consolata que trabajan en Kenia, eligen a Sor Leonella como Superiora Regional para el
período entre 1993 y 1996. Durante sus visitas a las varias comunidades, esparcidas en el territorio de este
país africano, habla del Fundador, el Beato José Allamano y subraya la importancia de vivir cotidianamente
según sus enseñanzas. Con frecuencia cita la expresión paterna y al mismo tiempo fuerte del Padre Allamano:
“Es necesario tener tanta caridad hasta el punto de ser capaces de donar la propia vida. Nosotros, Misioneros
y Misioneras estamos llamados a dar la vida por la misión”. Palabras que hacen brotar en ella la energía para
entretejer su jornada con amor y alegría.
Durante los encuentros con las hermanas, ama compartir fragmentos de libros que le parecen apropiados para
reforzar la fidelidad a la opción hecha con la consagración a Dios y a la misión. Impresionada por la muerte de
siete monjes Trapistas, el 26 y el 27 de marzo de 1996, en Tibhirine, (Argelia), caídos en las manos de un
grupo musulmán, entrega una copia de la historia de estos monjes a cada comunidad de la Región, diciendo:
”El martirio, aquel ordinario de todos los días, hace parte de nuestra vida. El martirio, con la sangre
derramada, solo si el Señor nos lo pedirá”.

EN SOMALIA
La presencia de las Misioneras de la Consolata en Somalia se remonta a los tiempos del Fundador. En 1925,
José Allamano, despidiendo al primer grupo de Hermanas que salían para esta misión, situada en el Cuerno
del África, dijo: “Id, sembrad, no importa si no recogéis los frutos ahora, los recogerán después el Señor y la
Virgen”.
A principios de 1960, Somalia conquista su independencia y muchas estructuras construidas por los europeos,
especialmente las Escuelas y los Hospitales, son nacionalizadas.
En 1991, el Presidente Siad Barre es depuesto y comienza la guerra civil. El mismo año, un éxodo forzado,
obliga a las Misioneras de la Consolata que allí trabajan, a regresar a Italia. Sin embargo, cuatro de ellas
permanecen y trabajan como voluntarias en el Hospital SOS, Kinderdorf International, que es la única
estructura sanitaria de tipo pediátrico existente en Mogadiscio y que ofrece su servicio gratuitamente.

En el año 2000, el SOS programa abrir una Escuela de Enfermería en Mogadiscio. Para realizar el proyecto
involucra a las Misioneras de la Consolata, en particular a Sor Leonella, quien tiene una gran experiencia en
este ámbito.
En el 2001, Sor Leonella llega a Somalia y encuentra un país lacerado por diez años de guerra civil, marcado
por la anarquía y la carestía, con muchos campos de refugiados y un fuerte fundamentalismo religioso.
En el 2002, no obstante la situación precaria y difícil, la Escuela de Enfermería abre sus puertas.
La vida de las cuatro Misioneras de la Consolata es serena y fraterna, saben que están en medio del peligro,
aún solo cruzando la calle para entrar en el Hospital, pero optan por permanecer en el país.
Desde Mogadiscio, para describir la situación de incertidumbre y de peligro en la cual diariamente viven, Sor
Leonella, con lucidez y conscientemente escribe: “Existe una bala que lleva mi nombre y solo Dios sabe
cuándo llegará. Con la fuerza de la fe – agrega – mi vida la he donado al Señor y Él puede hacer conmigo lo
que quiera”.
En agosto de 2006, Sor Leonella tiene la satisfacción de entregar los diplomas al primer grupo de graduandos
somalíes; diplomas internacionalmente reconocidos, porque en el 2005 ella había logrado obtener, de la
Organización Mundial de la Salud, el reconocimiento de la Escuela.
Un mes después, el 17 de septiembre de 2006, mientras atravesaba la calle, que del Hospital la comunicaba
con la casa donde vivía, varias balas disparadas a quemarropa la impactaron a muerte.
.Mohamed Mahamud, musulmán, padre de cuatro hijos, su guardaespaldas, persigue a quien le había
disparado a la Misionera, pero es baleado por un segundo francotirador, escondido detrás de los carros
parqueados a los lados de la calle y muere instantáneamente.
La Hna. Leonella es transportada al Hospital SOS, donde médicos y enfermeras hacen todo lo posible por
salvarle la vida. Muchos somalíes le donan sangre como ella lo hacía para ellos, puntualmente, como donante
de sangre, cada tres meses.
Antes de morir y mientras Sr Gianna Irene Peano le aprieta la mano, Sr Leonella le susura: “Perdono,
perdono, perdono”. Estas son sus últimas palabras, el sello de su martirio, la realización de lo que el Beato
José Allamano, decía a sus misioneras, animándolas: “Deberíamos hacer el voto de servir la Misión aún a
costa de la propia vida. Deberíamos alegrarnos por morir en la brecha.”

Comentando lo sucedido, Monseñor Jorge Bertín, obispo de Djibouti y Administrador Apostólico de


Mogadiscio, hace notar que: “La muerte de una italiana y de un somalí, de una cristiana y de un musulmán, de
una consagrada y de un laico, indica que en ese país del África del Norte es posible vivir juntos, viendo que se
muere juntos! Por esto el martirio de Sor Leonella es un signo de esperanza”.

Sor Leonella muere a los sesenta y seis años, treinta y seis de los cuales los vivió en África. Una vida intensa,
donada a manos llenas, rica de humanidad y de amor profundo por Dios. Una vida y una muerte, cuyo sentido
se puede resumir con las palabras del Papa Benedicto XVI, quien la recordó durante la oración del Ángelus,
en Castel Gandolfo, el 24 de septiembre de 2006: “Esta Hermana, que desde hacía muchos años servía a los
pobres y a los pequeños, ha muerto en Somalia pronunciando tres veces la palabra “Perdono”: ese es el más
auténtico testimonio cristiano, signo pacífico de contradicción que demuestra la victoria del amor sobre el odio
y sobre el mal”.

“Ahora el cielo no tiene estrellas”! Exclaman los somalíes al conocer la noticia de la muerte de Sor Leonella.
Nosotras, Misioneras de la Consolata, en cambio, estamos convencidas que una estrella más brilla en la
constelación de los mártires.

UNA RICA PERSONALIDAD


Examinando la recopilación de los testimonios recogidos después del martirio de Sor Leonella, sorprende la
convergencia que existe entre los que provienen de quienes la conocieron antes de su ingreso a la
Comunidad de las Misioneras de la Consolata y los de aquellos cuyas vidas se cruzaron con la suya por los
caminos de su itinerario misionero. Ambos resaltan como características de su personalidad: la sonrisa, su
gran corazón, la generosidad, el respeto, el coraje y la capacidad de perdonar.

SU TARJETA DE PRESENTACIÓN
Bien sea en su familia, en la misión, o por donde Sor Leonella pasó “su tarjeta de presentación” siempre fue su
sonrisa. A quienes le preguntaban: ¿Por qué siempre sonríes, aún a los que no conoces? Respondía: “Porque
así el que me mira también sonreirá y será un poquito más feliz”. Sonríe en las fotos que nos quedaron y su
imagen sonriente la llevan grabada en el corazón quienes vivieron con ella.
Sor Adriana Sala, religiosa del Instituto de la Preciosísima Sangre, de Monza, profesora de Rosita (Sor
Leonella), describe así a su joven estudiante: “La veo sentada en la primera fila del salón de clase, haciendo
sus tareas. Era una joven siempre serena, sonriente, de ojos negros que brillaban de alegría. Todos se sentían
bien con ella porque era buena, generosa, dulce… Cuando le llamaba la atención, exhortándola a estudiar con
celeridad le decía: “Rosita, debes desarrollar el tema, la profesora quiere que tu mejores el italiano”. Su
respuesta era siempre una amplia sonrisa. No creo que haya tenido disgustos con alguna de sus compañeras
de clase, ni siquiera durante el recreo, cuando su sonora carcajada era suficiente para resolver los pequeños
contratiempos. De ella todos tenemos maravillosos recuerdos y repasando las fotos de cuando era misionera
en África, vuelvo a ver a la misma Rosita, siempre sonriente.”
El Padre Ángel Romano, Rector de la Basílica de San Bartolomé que se levanta sobre la isla Tiberina (Roma)
y que fue destinada por el Papa San Juan Pablo II a custodiar las reliquias de los “nuevos mártires” del siglo
XX, entre los cuales se encuentra también Sor Leonella, conmemorando su figura, dos años después de su
martirio, dijo lo siguiente: “Su vida habla mucho de esa fuerza interior que sabía comunicar a través de su
sonrisa, expresión de un claro sentido de la vida, iluminada por la Palabra de Dios. Su alegría de amar, no
contagiada por la tristeza y la dureza del mal, fue el hábito de fiesta con el cual participó en la vida de la
Iglesia, entre los pequeños y los pobres, como claro anticipo del banquete del Reino de los cielos. Sor
Leonella fue enviada por el Señor de la vida a los cruces de los caminos, a invitar a buenos y malos, para
hacerles conocer a todos la alegría de las nupcias de la alianza de Dios con nosotros.
En un mundo temeroso de perder algo, atareado y agitado hasta la ceguera, Sor Leonella, con su vida y su
muerte, nos despierta y nos invita a no desperdiciar la oportunidad de vivir con gratuidad, coraje, alegría y
misericordia los compromisos de nuestra vida cristiana: “He aquí, este es nuestro Dios, a quien hemos
esperado para que nos salvara, este es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en
su salvación, porque la mano del Señor reposará en este monte.” (Isaías 25, 9 – 10).
A través de Sor Leonella, algo de este alegre anuncio de Isaías y aún más de la invitación del Señor Jesús,
llegó a Kenia, a Somalia… y a todos aquellos que se encontraron con ella”.
Sor Teresa Ricatto, Misionera de la Consolata en Kenia, con una simpática anécdota evidencia cómo Sor
Leonella sabía bromear sobre su robustez: “Algunos días antes de partir para Mogadiscio donde la
asesinarían, se encontraba en la Casa Regional de las Misioneras de la Consolata en Nairobi y en un
momento fraterno de convivencia y recreación después de la cena, empezó a narrar lo que quería hacer para
disminuir de peso, para lo cual nos presentó su dieta: “Gente, dijo, ¿saben que ha sido publicada una dieta
especial para adelgazar, a la cual quiero someterme? Pronto me verán salir vistiendo un elegante vestidito
que sustituirá estos hábitos que parecen “talegos”. La dieta que he elegido es muy eficaz, cada vez que tome
una pastillita perderé un kilo, por lo tanto en el transcurso de un mes habré disminuido treinta kilos! Siguiendo
fielmente la dieta desapareceré y verán caminar solamente mi vestido”.
En otra circunstancia explicó: “Cuando esté en el cielo todo será muy distinto y aunque yo sea pesada, me
podré sentar en una nubecita y me divertiré mirando hacia abajo; desde allí veré a todas las personas que van
y vienen por los caminos del mundo”.

UN CORAZÓN….EXTRA GRANDE
Monseñor Jorge Bertín, hablando de Sor Leonella, el día después de su muerte, así la recuerda: “Me gustaba
hacerle chistes a Sor Leonella, yo le decía que tenía un corazón mucho más grande que su cuerpo… y era
verdad: no obstante que tuviera algunos problemas de salud estaba decidida a continuar ayudando al pueblo
somalí. Desafortunadamente una bala destrozó su gran corazón”.

Sor Joan Agnes, Misionera de la Consolata, keniata, a los dieciocho años conoció a Sor Leonella mientras
frecuentaba la Escuela de Enfermería, en el Hospital de Nkubu. Más tarde, cuando ingresó a la Comunidad de
las Misioneras de la Consolata, volvió a encontrarse con ella durante los años de formación y finalmente la
tuvo como superiora. Recordando los años transcurridos en el Hospital de Nkubu, comenta: “El corazón de Sor
Leonella era más grande que ella misma. En la Escuela para Enfermeras conocía a cada estudiante, se
interesaba no solo por nuestros estudios sino también por los problemas de nuestras familias y por el camino
que tomaríamos en el futuro.
Con frecuencia, los estudiantes golpeábamos la puerta de su oficina fingiendo tener un dolor de cabeza
porque nos gustaba charlar y estar con ella. La hermana Leonella entendía inmediatamente si necesitábamos
una aspirina o un dulce, o simplemente una caricia en la mejilla. Decía que sus estudiantes sufrían del “hapa
na hapa síndrome” es decir, “síndrome del mal de aquí, y de allá”. Para curarlos, decía, era suficiente una
aspirina… y mucho amor. Nos ayudaba sin ahorrar esfuerzos, pero al mismo tiempo nos desafiaba no solo a
“recibir” sino también a “dar”, especialmente a quienes se encontraban solos o enfermos. Tenía un corazón
grande para acoger a quien sufría o luchaba para resolver los problemas que la vida pone en el camino de
cada uno”.

Sor Josefina Martinoli, religiosa de la Congregación de la Preciosísima Sangre, afirma: “Encontré a Sor
Leonella en 1990, en el Hospital de Nkubu, en Meru, donde era responsable de la Escuela de Enfermería. Era
profesionalmente competente y exigente. En el Hospital organizaba las prácticas de las estudiantes; se veía
que tenía un corazón grande, estaba siempre dispuesta a perdonar y a no faltar a la caridad. Con ella, visité
una vez a un enfermero que estaba en la cárcel por haber robado unas medicinas. Me conmoví al ver cómo
se acercaba a aquel muchacho y le hablaba, haciéndole entender que se había equivocado, pero al mismo
tiempo le demostraba comprensión y perdón, prometiéndole que cuando saliera de la cárcel, lo aceptaría
nuevamente en el Hospital. Viviendo en comunidad con Sor Leonella experimenté que su presencia irradiaba
paz, porque era disponible y pronta al sacrificio”.

Sor Lena Vittoria Bisotto, quien por varios años fue Secretaria de la Región de Kenia, afirma: “Sor Leonella
tenía un corazón grande, inmenso, capaz de acoger, apreciar, perdonar, compartir, olvidar, sonreír y en
los momentos más duros, dar amor y vida. Y cuando llegaban las incomprensiones, sonriendo decía:
“Gracias a Dios, tengo la espalda ancha”. Su humor ayudaba a hacer más livianas ciertas amarguras, pero
más que todo la sostenía la fe en aquel Dios que le hacía sentir fuerza en la debilidad, alivio en el
sufrimiento y luz en las incertidumbres del camino”.

GENEROSIDAD SIN LÍMITES


Misioneras, Misioneros y Laicos que compartieron la jornada africana con Sor Leonella, resaltan, con
expresiones diversas, su generosidad.

Sor Ana Lucia Piredda afirma: “Siempre admiré en Sor Leonella su laboriosidad, su dedicación a toda prueba,
por quien tuviera una necesidad. Su espíritu de sacrificio era bien reconocido. Muchas veces era insistente,
porque su objetivo era siempre ayudar, ir al encuentro del otro, hacer la vida más fácil a los demás”.

Sor Mary Agnes Njeri Mwangi subraya que “Sor Leonella era una soñadora de amplios horizontes. Su bondad
le ayudaba a percibir las necesidades de los demás aun cuando no las manifestaran abiertamente. Su
generosidad la mantenía atenta a las nuevas formas de pobreza, buscando hacerles frente aunque ella tuviera
que asumir un alto costo personal”.

Sor Roswita Meyer, quien por muchos años trabajó con Sor Leonella en varios hospitales de Kenia, narra:
“Tenía en el corazón un gran amor por todos, nunca se ahorraba en el trabajo, no pensaba en sí misma. Era
humilde, sencilla y generosa. Lo que hacía, lo hacía por el Señor y no para si misma. Era rica de sueños,
visiones, proyectos… que lograba hacer realidad trabajando siempre en comunión con el personal local: los
estudiantes, los enfermeros y la gente del pueblo.
Algunas veces, los maestros de las Escuelas Primarias y Secundarias le pedían que agregara horas de
enseñanza para intensificar la formación de los niños y jóvenes en los valores humanos y cristianos. Ella
aceptaba con gusto y decía: “El Señor me ha dado un don que debo usar para el bien de los demás.” Las
Hermanas de la comunidad, que vivíamos con ella, insistíamos en que tomase un poco de tiempo para
descansar, pero sonriendo tocando su cabeza, decía: “No se preocupen, no tengo que preparar las lecciones,
tengo todo en este computador!”. Estaba siempre disponible para todos: niños, adultos, ricos y pobres. No
dejaba que alguien se fuera sin darle un consejo y cuando era necesario, también una ayuda económica. Con
frecuencia repetía: “Solo cuenta el amor””.

Sor María Teresa Thukani Karatu, escribe: “Sor Leonella era conocida, admirada, respetada y bien acogida
por todos. Los estudiantes de la Escuela de Enfermería de Nkubu, la buscábamos y deseábamos su compañía
porque su presencia nos transmitía alegría, paz y ternura.
Visitaba diariamente a los enfermos del Hospital para consolarlos, infundirles ánimo, ofrecerles apoyo moral y
no solo a ellos sino también a sus familiares y amigos; a todos los trataba con profundo respeto, sin hacer
distinciones. Puedo afirmar que mi gente era todo para ella y ella era todo para ellos.
Estaba dotada de una rica personalidad y en su generosidad deseaba compartir con mi gente sus dones, su
conocimiento, sus valores, y así prepararla para ocupar puestos importantes en la sociedad”.

El Padre Mario Barbero, Misionero de la Consolata, así la recuerda: “Conocí a Sor Leonella en Kenia, entre los
años 1976 y 1988 cuando trabajaba en el “Nazareth Hospital”. Me impresionó su serenidad y generosidad, la
capacidad de ver el bien en los demás, cualidades estas que caracterizaron ciertamente también los años de
su servicio misionero en Somalia. El Señor le pidió el sacrificio de su vida, aquella que ella ya le había donado
diariamente sirviendo con amor y generosidad”.

Enrique Mazzini, Presidente del SOS Kinderdorf, Italia, subraya: “Sor Leonella era importante para nosotros,
fue un ejemplo viviente de abnegación y de amor hacia los que sufren. Estaba dotada de una gran humanidad,
que la llevó, casi al fin de su jornada misionera, a aceptar generosamente un nuevo servicio en la Escuela de
Formación para Enfermeros, en Mogadiscio, con un alto compromiso hacia el prójimo que duró hasta los
últimos instantes de su vida.
¡La extrañaremos a Sor Leonella! Nos faltará su experiencia y su profesionalismo pero sobre todo
extrañaremos su capacidad de donarse a los otros en el espíritu de la verdadera caridad cristiana, sin
preocuparse por los riesgos y las incomodidades.
Ahora, nuestra tarea será continuar el mismo camino de fe, de coraje y de amor que ella trazó”

RESPETO Y CORAJE
Sor Leonella tenía muchos sueños, pero al centro de todos ellos estaba siempre la persona. Sus estudiantes
recuerdan: “Muchos jóvenes frecuentábamos la Escuela de Enfermería de Nkubu pero cada uno de nosotros
tenía una relación particular y muy personal con ella que nos hacía sentir únicos. Cuando enseñaba, estaba
atenta a cada estudiante y no continuaba la lección hasta cuando el argumento no hubiera quedado claro para
todos. La asistente de Sor Leonella era una señora protestante y no obstante la diversidad de religión, (se)
colaboraban bien en un clima de mutuo respeto.
Singular era la capacidad de la hermana Leonella, principalmente cuando dirigía la Escuela de Enfermería y
llevaba adelante varios compromisos al mismo tiempo. Sabía trabajar en equipo y generalmente ella
permanecía en la sombra.
Sor Leonella propuso y realizó programas en el ámbito de la salud también a nivel nacional y cuando
colaboraba con personalidades del Gobierno, que no compartían los valores cristianos, ponía en juego todas
sus capacidades para salvaguardar los derechos de los pobres, de los débiles y defender los valores humanos
y religiosos.

Era enérgica, valiente, decidida, no albergaba temores y a los estudiantes nos animaba a no dejarnos
llevar por soluciones simplistas o precipitadas, sino más bien a comprometernos en ayudar a los demás, a
ser artífices y responsables del propio futuro.
Sor Leonella quería que fuéramos “enfermeras de La Consolata”, mujeres que saben consolar y gastarse sin
medidas. Nos inculcaba un profundo respeto por la vida. Estaba comprometida en ayudar a todos también a
nivel personal, hasta cuando estuviera segura de que todos estábamos preparados para aprobar los
exámenes”.
Sor Joan Agnes subraya que: “Cuando fue elegida superiora regional, antes de tomar decisiones o elegir
opciones, oraba y cuando intuía que ese paso era la voluntad del Señor, aunque le costara, lo hacía con
determinación.
Recuerdo su sufrimiento cuando fue necesario implementar las decisiones de la Conferencia Regional de las
Misioneras que trabajaban en Kenia y hubo que cerrar algunas comunidades para emprender nuevos caminos
de trabajo misionero en los tugurios, con un estilo de vida sencillo, pobre, con menos recursos; fueron
decisiones difíciles, no siempre comprendidas. Ella entonces, sabía callar y esperar el tiempo de Dios.
Sor Leonella apreciaba a cada Hermana, con sus capacidades y sus limitaciones, convencida de que cada
una era importante en la comunidad porque poseía dones para ofrecer a las demás. Animaba a cada una para
que en comunidad las relaciones no fueran superficiales. Repetía que el verdadero martirio es el de aceptar a
los demás en su diversidad y quererse, ella daba ejemplo. Insistía en sacar a la luz, los momentos bellos
vividos en fraternidad e impedir que cualquier sombra arruinase nuestra vida de familia.
Comprendía el dolor silencioso de sus Hermanas y se interesaba por cada una con respeto y discreción,
ofreciendo consuelo y alivio”.

PERDÓN
La hermana Redenta Maree Nabei, Misionera de la Consolata, quien falleció a causa de un mal incurable el 8
de junio de 2012, a la edad de 42 años, conoció a Sor Leonella cuando frecuentaba la Escuela para
Enfermeros, en Nkubu (Meru) Kenia, recuerda como ella le había ayudado a dar un gran paso en su vida: el
de perdonar. “En el año 2000 - scribe Sor Redenta - mi hermano Andrés fue asesinado por un grupo armado,
en el camino que de Baragoi, donde residía mi familia, conduce a Maralal. Cuando recibí la noticia de la
muerte de mi hermano yo estaba con Sor Leonella en una de las comunidades donde trabajamos las
Misioneras de la Consolata, en Kenia. Viajé entonces a Baragoi para asistir a su funeral y Sor Leonella me
acompañó. Cuando llegamos, con gran sorpresa, vine a saber que Andrés había sido ya sepultado en el
cementerio de los musulmanes. Esta noticia fue para mí y para mi mamá motivo de profundo dolor.
Esa decisión la había tomado mi hermano mayor, quien, hace nueve años, se había convertido al Islamismo.
Mi madre estaba angustiada, porque todo había sido organizado sin su consentimiento y además sin que mi
padre lo supiera, ella quería que el cuerpo de Andrés fuera llevado a nuestra vereda y sepultarlo en el
cementerio cristiano donde podía ir a visitarlo en cualquier momento. No obstante que yo comprendía los
sentimientos de mi madre y de mis familiares, no sabía cómo consolarlos y tranquilizar sus corazones.
Con algunas Hermanas de mi comunidad y con mis familiares, fuimos hasta el cementerio de los musulmanes
para orar ante la tumba de Andrés. Mi hermano mayor con sus amigos musulmanes y sus jefes religiosos nos
esperaban afuera del cementerio. La Hna. Leonella, gentilmente, preguntó si podíamos entrar. El Jefe religioso
respondió que era imposible, principalmente porque éramos mujeres y más aún porque éramos cristianas. Nos
dijeron además que ya habían hecho todos los ritos y las oraciones, según su fe, y que nuestra presencia
causaría un gran daño.
Fue entonces cuando intervino Sor Leonella y con coraje, fe y serenidad le habló así a los musulmanes:
“Nuestra oración no le quita nada a lo que habéis hecho. Además vamos a rezar en vuestra misma lengua así
podréis escuchar lo que vamos a pedir para Andrés”. Nos dejaron entrar con la condición de que
permaneciéramos poco tiempo y ninguna llorase. Sor Leonella guió la oración en una forma sencilla pero
profunda y antes de que saliéramos del cementerio invitó a mi hermano y a sus amigos musulmanes a
participar en la Eucaristía que se celebraría enseguida. Ellos aceptaron y siguieron la celebración
permaneciendo al fondo de la iglesia.
Después de todo lo sucedido, no era fácil para mi perdonar a mi hermano mayor por lo que había hecho a mí y
a mis familiares, pero Sor Leonella me dijo: “Se que es muy difícil hablarte de esto ahora, pero es en este
momento que tu perdón se convertirá en un grande don para tu hermano mayor. También él está sufriendo
buscando y esperando vuestro perdón. El hizo lo que creyó que era lo mejor para Andrés. Acuérdate que Dios,
para acogernos en el Paraíso no tiene en cuenta en cual cementerio estamos enterrados: todos somos sus
hijos e hijas”. Y continuó: “Eres tu quien debe dar el primer paso, no esperar que tu hermano se disculpe,
ofrécele tú el perdón. Este gesto te cuesta, pero será un don precioso para él y para toda tu familia”.
Estas palabras de Sor Leonella, tan sencillas, me ayudaron a entender que mi perdón favorecería la
reconciliación de todos los miembros de mi familia y este gesto se transformaría en un don de paz para mis
padres, mis hermanas, hermanos y demás familiares. Comprendí que no existen tiempos preestablecidos para
perdonar sino que el perdón es un regalo que se debe dar en todo momento, es la fuerza de los que tienen
coraje y de los que creen en el Dios Misericordioso. El perdón es el presupuesto para emprender caminos de
solidaridad y fraternidad.
El 17 de septiembre de 2006 cuando supe que Sor Leonella, herida de muerte, había pronunciado tres veces
la palabra “Perdono”, hacia sus victimarios, no me sorprendió. Ella que durante su vida siempre transmitió paz
y serenidad, no podía concluirla sino perdonando”.
Nigel Baldwin, miembro de la Iglesia Anglicana de San Albans, en Portsmouth (Inglaterra), algunos días
después de la muerte de Sor Leonella, envió a las Misioneras de la Consolata esta carta: “Queridas amigas, el
domingo por la mañana, después del asesinato de Sor Leonella Sgorbati, en mi Iglesia, antes de la Misa,
encendí un cirio e hice una oración por ella (…) La última palabra de Sor Leonella Sgorbati, mientras estaba
muriendo fue “perdono”. Esta sencilla palabra, por siempre la identificará.
De parte mía, confieso que, desde hace treinta años nutría pensamientos amargos hacia Fred S., un viejo
conocido, que hacía tiempo había muerto y me había hecho una gran ofensa. Aunque me había esforzado
no había logrado perdonar a Fred por los comentarios que él había hecho relacionados conmigo y que,
hasta ayer, me hacían sufrir. Pero ayer, en oración, pensando en las palabras de Sor Leonella, me sentí
impulsado a desalojar de mi corazón el espíritu de amargura y el resentimiento. Sus últimas palabras:
“perdono, perdono, perdono”, las he sentido dirigidas a mí. Gracias Sor Leonella, Sierva del Evangelio,
descansa en paz!”.

EXTRAORDINARIA EN LO ORDINARIO
El martirio de la Hermana Leonella “no fue un incidente casual”, afirmaba Madre Gabriella Bono, la entonces
superiora general de las Misioneras de la Consolata, a la Agencia Fides, ocho días después del martirio de
Sor Leonella.
Y en la Carta Circular n° 6 del 2010, dirigida a todas las Misioneras de la Consolata, Madre Gabriella
subrayaba: “El martirio de Sor Leonella ha sido un fuerte llamado a vivir el martirio cotidiano del amor, aquel
del delantal, aquel escondido y humilde, pero eficaz como la semilla, que, en la oscuridad de la tierra es
promesa de vida verdadera.
Ella fue extraordinaria en lo ordinario, en la cotidianidad del servicio, hasta el don total de sí misma, en la
humildad, ocultamiento y en la simplicidad”.

DIOS SOLO
Releyendo los escritos de Sor Leonella: su diario, la correspondencia, las Circulares (cartas en las cuales,
como Superiora Regional, llegaba hasta las Hermanas en las varias comunidades, esparcidas en el territorio
de Kenia), se comprende que su martirio no fue un evento casual, sino el resultado de un camino que poco a
poco alcanzó la cumbre más alta: perdonar a aquellos que con la violencia le arrancaban la sonrisa y la vida.
En las Circulares, escritas con ocasión de la fiesta de la Consolata, del Adviento, de la Navidad y de algunas
celebraciones propias del Instituto, se descubren, como en la trama de un tejido, los hilos entrelazados que
permitieron a Sor Leonella tejer su vida abierta a Dios y donada a los hermanos y hermanas, hasta el final.
Emerge, ante todo, una espiritualidad que pone a Dios en primer lugar, siguiendo el ejemplo del Hijo predilecto
para llegar a ser siempre más una con Él y en Él. A la luz de la Palabra de Dios, recoge las enseñanzas y las
verdades para profundizar, percibe caminos para recorrer y actitudes a encarnar, para anunciar con la vida, la
grandeza y la ternura de aquel Dios que ella ama con todas sus fuerzas. Dándose cuenta que su camino es en
subida, que exige compromiso, determinación, coraje y al mismo tiempo humildad y serenidad, se encomienda
a la intercesión de María, amada y venerada como Consolata.
Los fragmentos extraídos de los escritos de la hermana Leonella que proponemos a continuación, vislumbran
una espiritualidad misionera vivida en lo cotidiano, con sencillez y determinación.
En la primera carta Circular, enviada a sus Hermanas Misioneras el día de la fiesta de la Inmaculada
Concepción en 1993, Sor Leonella hace énfasis en el amor de Dios Padre hacia la humanidad:
“Jesús, es el Hijo del Padre que viene para revelarnos aquella verdad que, única, hace libre cada persona:
tenemos un Padre que nos ama. Esta es la única certeza que genera alegría y da vida eterna.”

En noviembre de 1994, cuando el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Consolata y en particular la


Región de Kenia celebraba ochenta años de misión, Sor Leonella pide a sus hermanas que hagan memoria de
su propia vocación:
“Ser Misionera de la Consolata, en la comunidad y entre las personas a las cuales somos enviadas, significa
anteponer el bien de los demás, y el anuncio del amor del Padre por encima de cualquier otro interés…
significa acercarse a la persona con el amor y el respeto del mismo Dios.”

En la fiesta de la Consolata de 1998, que en ese año coincidió con la celebración de Pentecostés, Sor
Leonella ora por cada hermana para que: “cada una experimente en modo profundo y personal la
Consolación, el Amor incondicional del Padre, su Palabra, que María, la Virgen Consolata, genera para cada
una en la energía de amor del Espíritu”.

El mismo año, la Hna. Leonella en preparación para el Adviento y la Navidad, envía una carta en la que
entrelaza los dos tiempos litúrgicos con la peculiaridad del Carisma del Instituto: “Hermanas, inicia hoy el
tiempo de Adviento y con él el año del Padre! (…) Año en el cual se resalta la ternura paterna y materna de
Dios. Nosotras, mujeres consagradas y enviadas por el Padre a consolar a sus hijos e hijas, debemos
experimentar en cada momento la fuerza de nuestro mandato: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me envía
a llevar la Consolación”.
En este tiempo de Adviento y de Navidad pongámonos en adoración del misterio de Jesús Consolación, Don y
experiencia del Amor incondicional del Padre que nos lo entrega a través de la Consolata, Madre por obra del
Espíritu Santo. Acojamos con espíritu de adoración el don del Hijo. Dejemos que este Don venga albergado
en nuestro ser, para poder amar a las hermanas con un corazón libre, de esta manera nuestras comunidades
se convertirán en hogares de acogida recíproca y testimonio el Amor del Padre”.

Con ocasión de la fiesta de la Consolata en 1997, Sor Leonella anima a cada Hermana a: “Ser la Consolación
del Padre dejándolo libre de hacernos recorrer el mismo camino que recorrió el Hijo”.

CRISTO AL CENTRO
En el proyecto espiritual de Sor Leonella, Cristo es una fuerza magnética que la atrae siempre más hacia el
vértice de su amor y ella se deja cautivar. Desea que Jesús se convierta en el punto de referencia de todas
sus acciones, ilumine sus pensamientos y llene su corazón para poder llegar a proclamar con su vida, como el
apóstol Pablo: “No soy más yo que vivo, sino Cristo que vive en mí” (Gálatas 2, 20).
El camino de Sor Leonella está marcado por la presencia de Jesús, amado e imitado con todas sus
fuerzas, por esto, no obstante las muchas responsabilidades, consigue reservar espacios de oración para
reforzar su vocación. También a las Misioneras de la Consolata de la región de Kenia, a ella confiada,
indica el mismo itinerario:
“Mis queridas Hermanas, Feliz Navidad! Revivamos este misterio tan grande y tan santo en el cual el Hijo,
con confianza y Amor total, entrega al Padre su divinidad, se despoja de su rango tomando la naturaleza
de siervo. Dejemos que este misterio nos penetre y permee nuestras relaciones con las demás personas,
en la comunidad donde vaciándonos de nosotras mismas, en el Hijo y con el Hijo, tomamos la naturaleza
de esclavas por amor al Padre. Estas, no deben ser solo palabras bonitas, sino verdades de Amor así
como lo es la Navidad.” (Diciembre 1994).
“Miremos juntas este Místico Grano que María, nuestra Madre, acoge en la tierra de su seno purísimo, esta
semilla divina que desciende a nuestra tierra! Hijo manso que el Padre nos dona en la humildad del Amor.
Hijo, que “siendo Dios, no guardó celosamente el ser igual a Dios”. Grano de trigo, que se hunde en la tierra
para compartir nuestra vida. Cordero manso, que carga con nuestro pecado.
Poder es Amar hasta lo más hondo, hasta el final. Pan partido para nosotros. Amor que va hasta el final”.
(Diciembre 1995).

También en las decisiones difíciles que enfrenta en la región Kenia, (como tener que retirar a las Misioneras
de la Consolata del Nazareth Hospital), la referencia, el modelo en el cual siempre se inspira es Cristo que se
dona:
“Este, Hermanas, es el momento de permanecer unidas porque no nos faltarán los desafíos ni los
sufrimientos. Sufrimientos que deberemos compartir entre todas nosotras como “pan partido y vino
derramado”, para sellar la unidad entre nosotras y con la Iglesia del Kenia” (Abril 1996).

Y cuando en el norte del país se registran tensiones, nuevamente anima a las Hermanas a dirigir la mirada
hacia Él, el Hijo amado:
“Mis Queridas Hermanas, este es el tiempo en el cual el Hijo nos pide permanecer de pié con El en la brecha,
para que el espíritu del mal y de la muerte sea vencido con el Amor que se dona hasta el final. Este es el
tiempo en el cual, de verdad, debemos tomarnos de las manos y juntas implorar que este Hijo “sea
verdaderamente generado en nosotras”, de modo que nuestras manos, nuestro corazón, nuestra mente y
nuestra vida se transforme solo en un único: “Heme aquí Señor” y nuestra vida sea como la vida misma del
Hijo Misionero del Padre, Consolación enviada por El a sus Hijos. Esta transformación personal y comunitaria
es don del Amor del Padre. Don que el Espíritu desea concedernos. Personal y comunitariamente
pongámonos delante de Jesús Eucaristía: allí nos quería el Fundador. Permanezcamos delante de El para
que nos transforme totalmente en Él mismo. Solo de esta manera podremos vivir en el Amor que perdura
hasta el final - con simplicidad, humildad y en total entrega como lo hizo el Fundador.
Acojámonos mutuamente para poder así también acoger a nuestros hermanos y hermanas heridos por el odio
y la violencia y con la fuerza del amor vivido transformemos el odio y la violencia. Donémonos con sinceridad
el perdón y la paz para que podamos donarlos a quienes se nos acercan.
Animo, queridas Hermanas, permanezcamos unidas en Su Amor. Cada comunidad programe un tiempo
prolongado de oración delante del Santísimo Sacramento. Solo en este Pan, partido para nosotras,
encontraremos la fuerza para caminar” (Septiembre 1997).

“HIJA EN EL HIJO”
Un espacio privilegiado que la preparó a Sor Leonella para el don de la vida fue el mes Allamaniano, un
camino espiritual guiado, personalizado, vivido en absoluto silencio y oración a la luz de la Palabra de Dios y
de los principios de la vida espiritual del Beato José Allamano. Ella vivió esta experiencia en febrero de 2006,
durante el período de sus vacaciones en Italia.
Este es el testimonio de Sor Chiaretta Bovio:
“La Hna. Leonella fue una mujer enamorada de Dios, de Jesús Eucaristía, de María. Durante el paso de los
días, de aquel febrero de 2006, Sor Leonella fue gradualmente atraída por el misterio de Jesús Eucaristía,
hasta el punto de sentirse una sola cosa con El, según las palabras del mismo Jesús: “Quien come mi carne y
bebe mi sangre permanece en mi y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así el
que me come, vivirá por mi” (Juan 6, 56 – 57).
“Una cosa sola en el amor”. Decía: “Si su Cuerpo y el mío son una sola cosa, si su sangre y la mía son una
sola cosa, entonces es posible ser siempre en El, Don de amor, Don de Él, para todos. Siempre, en todo
momento! Entonces es posible testimoniar siempre que El existe y nos ama”.

La hermana Leonella percibió claramente el llamado de Jesús a vivir el misterio eucarístico hasta el final, hasta
donar la vida, como El. No sabía cómo este llamado, se concretaría, pero estaba segura que se trataba de
donar su propia vida, de manera radical, en un tiempo breve. Y ella pronunció su SI, con amor, gratitud,
humildad, pero también consciente de su fragilidad. El amor fiel por Jesús, sin embargo, fue siempre más
fuerte. Desde aquel día, cuántas veces ha repetido su SI, cuántas veces ha suplicado que rezaran por ella,
para ser fiel!

Sor Leonella era una mujer que amaba la vida, que amaba hacerla crecer, con alegría. Por eso su incansable
súplica para tener el coraje de no escapar ante el sufrimiento: “Todo es gracia, todo es solo gracia y para mí
todavía más”.
“Durante el mes Allamamiano, continúa el testimonio de Sor Chiaretta Bovio, que experimentó muy corto, la
gracia de Dios actuó profundamente en su corazón y en el Santuario de la Consolata, en Turín, el 21 de
febrero 2006, después de haber renovado a los pies de María su SI a Jesús, Sor Leonella encontró la
confirmación de su llamado a donar la vida. Durante la celebración eucarística, el versículo del Aleluya repetía
las palabras de Jesús: “Si el grano de trigo que cae en la tierra, no muere, queda solo, pero si muere produce
mucho fruto” (Juan 12, 24). Le pidió a la Virgen que le ayudara a ser fiel a esta llamada. Quizás, delante del
ícono de María, habrán resonado en el corazón de Sor Leonella las palabras que 10 años antes, con ocasión
de la fiesta de la Consolata, en Kenia, había escrito a sus Hermanas:
“En Ella, Mujer plenamente Consolada, la Consolación se hace carne – el Amado del Padre toma un cuerpo –
Cuerpo y Sangre que el Hijo quiere donarnos para hacernos uno solo con El! Contemplemos a La Consolata
en la actitud de donarnos el Hijo! Esta Madre que se convierte en “Sagrario y en Cáliz” para que nutriéndonos
de este Hijo que Ella nos entrega, nos transformemos de verdad en “Hijas en el Hijo”. Cuando recibimos de
las manos de María a Jesús que nos nutre de si mismo y nos une con El, en el Amor del Padre, nosotras nos
hacemos dignas del coraje del Amor, que todo lo arriesga para recrearse en el amor! Solo así, encontrando a
nuestros hermanos y hermanas, podremos sumergirnos en sus sufrimientos, seremos capaces de
escucharlos, acogerlos, compartir sus dolores, sus alegrías, sus esperanzas y hacer florecer la Vida amando
hasta el final”.

Concluido el mes Allamaniano, Sor Leonella, el 29 de marzo de 2006, regresó a Mogadiscio. La situación
socio – política era tensa y en su diario anota:
“Experimento un sentimiento de angustia, de miedo y de dolor – y continúa – Te pertenezco Señor, unifícame,
poséeme. Donde tu vas, también yo iré… ¿me estás diciendo que el tiempo se acerca?”.
El martirio fue la respuesta humilde y fiel, de Sor Leonella, al Amado de su corazón, el sello que la unió
definitivamente con El.

CONCLUSIÓN
Jerónimo Fazzini, periodista profesional quien colabora en varias publicaciones católicas y misioneras, en el
epílogo de su libro: “El escándalo del martirio”, escribe: “El mártir es alguien para quien el más allá existe,
alguien convencido de que la resurrección no es una fábula, de que la unidad de medida del tiempo es la
eternidad”. Sor Leonella donó, mesuró, determinó su vida, al ritmo de la eternidad que le había indicado el
Maestro que encontró en su juventud y a quien siguió calcando sus huellas hasta el calvario.

En estas páginas, apenas terminadas, he propuesto un itinerario poblado de recuerdos, anécdotas,


testimonios que recomponen, casi como un mosaico, pieza por pieza, el perfil de Sor Leonella, cuya voz sigue
haciendo eco y cuya presencia, semejante a un rayo de luz, brilla e ilumina el camino de aquellos que la han
encontrado por los senderos del mundo, o la han conocido solamente después de su martirio.

La fe y el amor que brotan de la vida y de los escritos de la hermana Leonella subrayan y actualizan un
famoso proverbio oriental que dice: “El justo es como el leño del sándalo, que perfuma la lámina del hacha
que lo lastima”. Es decir, la fuerza del amor que sostiene al mártir, supera la violencia y el rostro de muerte del
agresor. En la misma mano homicida quedará por siempre la huella de santidad que el mártir le ha dejado:
“Los justos pueden ser asesinados, pero lo que han sembrado, permanece para siempre”.

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