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En el estado de naturaleza, el hombre natural se guiaba por dos sentimientos, el amor a

si mismo y la compasión. Este estado de naturaleza es esencialmente social, porque


consiste en la relación armoniosa con los otros. Este hombre primitivo, inocente,
incontaminado, Rousseau opone el hombre histórico, que han sido corrompidos por la
civilización, sus normas, su desarrollo, la riqueza y el poder. El origen de esta caída es
la propiedad privada, y es que, en el Estado de Naturaleza, todos los hombres son
iguales y lo poseen todo en común, sin embargo, dichas desigualdades nacieron cuando
alguien dijo que tal cosa le pertenecía y los demás asintieron. Esto dio origen a la
sociedad civil y a las desigualdades propias de estas, aniquilando la libertad y la
igualdad propio del Estado de Naturaleza de los hombres.

Esta corrupción es, sin embargo, cultural y construida, y, por tanto, se puede deconstruir
a través de una reformación. Dirá que necesitamos un nuevo pacto social para
regenerarlo todo y construir un nuevo orden semejante al Estado de Naturaleza,
mejorando el estado histórico, partiendo de un acuerdo o un pacto social, basado en el
consentimiento. Aquí, Rousseau se aparte de Hobbes, que creía en el sometimiento de
los hombres a un poder superior, por el contrario, el primero cree en una unión
consentida entre los hombres. Gracias a este pacto recuperamos la libertad natural
perdida, pero ahora como una libertad civil, alcanzando así la resolución del conflicto
en el hombre civil. Se deben de renunciar así a los beneficios privados en favor de los
intereses colectivos, sometiéndonos a la voluntad general de toda la sociedad entendida
como un único individuo.

Para esto, también es importante la pedagogía naturalista, con tintes de humanista, que
propone Rousseau. En su reflexión teórica el autor salvaguarda el estado natural del ser
humano y defiende la no interferencia en las normas de su desarrollo. Cree
fervientemente que la acción educativa no debe contrariar los impulsos, los deseos, etc.,
propios de la infancia. Así, la máxima que resume su propuesta filosófica de la
educación es el respeto por el orden natural.

Esta marca que en la vida humana existen etapas y que cada una es sustancial, y no una
mera transición o preparación para la posterior. Se quiere, pues, respetar cada etapa
vital. Se aleja de aquellas acciones educativas de su tiempo, que pretenden corregir la
infancia a fin de acelerar el crecimiento y hacer cuanto antes del niño un adulto. Su
propuesta se basará en considerar la etapa infantil como crucial para el posterior
desarrollo del individuo, y en la que se deben respetar la peculiaridad de cada
personalidad intentando ordenar las pasiones naturales sin reprimirlas. También, cree en
el respeto al aprendizaje autónomo del niño, contrario al abuso del verbalismo excesivo
al que se someten a los niños en los centros educativos. Para el filósofo, la clave reside
en respetar que sea el propio niño quien desarrolle y satisfaga de forma natural la
inquietud y necesidad de conocer un entorno que no deja de solicitarlo. Esto supone
centrar el proceso educativo en el aprendizaje y no en la enseñanza. No se trata, pues, de
imbuir la cabeza del niño de la lógica y moral adultas, sino de respetar su libre y
autónomo desarrollo, única garantía de aprendizaje. Finalmente, podemos decir que cree
en el aprender a partir de la propia experiencia, en vez de por la enseñanza de los
demás. Su conocimiento, entonces, no se basará en lo que le han enseñado, sino en lo
que le ha comprendido por el mismo, y si cae en errores, esperar a que ellos mismos se
den cuenta y puedan corregirlos, pues si no se equivocaran jamás, no aprenderían muy
bien.

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