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EL EVANGELIO DE JUAN

I- INTRODUCCION, CIRCUNSTANCIAS, PATERNIDAD.


Juan es único entre los cuatro Evangelios. Este contiene palabras y estilo
sencillos.
Presenta menos enseñanzas de Jesús que los otros Evangelios Sinópticos, pero
más conflicto entre Jesús y los líderes religiosos. El énfasis sobresaliente de Juan
está en que Jesús es el Hijo de Dios y que aquellos que creen en Él tienen vida
eterna.

A. Autor, lugar de escritura y fecha


a- Autor. Ninguno de los autores de los cuatro evangelios revela su nombre. Pero
el autor del cuarto Evangelio es Juan, quien se refiere a sí mismo cinco veces
como “el discípulo a quien Jesús amaba” (Jn 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). Estas cinco
referencias señalan a un apóstol que era muy cercano a Jesús. Juan y Jacobo,
hijos de Zebedeo, juntamente con Pedro fueron los apóstoles más cercanos a
Jesús. Al mirarlas detenidamente, las cinco referencias nos ayudan a identificar a
Juan, quien era muy unido a Jesús.
23 Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. 24 A
éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba.
25 El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? (Jn 13:23-
25).
Observe que este pasaje explica que el autor estaba sentado al lado de Jesús, un
lugar reservado para los del círculo íntimo.
26 Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente,
dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. 27 Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y
desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa (Jn 19:26-27).
Note que el autor era muy cercano a Jesús, y fue el único discípulo presente en la
crucifixión.
Entonces [María Magdalena] corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que
amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han
puesto (Jn 20:2).
Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! (Jn 21:7).
Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en
la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de
entregar? (Jn 21:20).
El apóstol Juan era bien conocido en la iglesia primitiva, lo que explica por qué su
Evangelio fue aceptado sin llevar su nombre. Los padres de la iglesia, tales como
Irineo y Tertuliano mencionan a Juan como el autor. La evidencia interna, como su
cercanía a Cristo y descripciones de un testigo ocular, como la de la fragancia del
perfume que llenó la habitación (Jn 12:3), apuntan a Juan como el autor.

b- Lugar. Juan era el discípulo amado que se inclinaba en el pecho de Jesús.


Un padre de la iglesia, Irineo, escribió que Juan redactó el cuarto Evangelio
mientras vivía en Éfeso, donde permaneció hasta los tiempos de Trajano
(emperador romano, 98‒117 d. C.). Como apóstol, Juan era el supervisor de la
iglesia en Éfeso y de otras congregaciones en Asia (la parte occidental de la
Turquía moderna).

c- Fecha. La mayoría de los eruditos piensan que Juan escribió su Evangelio


entre los años 80‒95 d. C. Esto ocurrió probablemente veinte años después de
que Mateo, Marcos y Lucas se escribieran. Observe que Juan escribió su
Evangelio de cincuenta a sesenta años después de la resurrección de Jesús. Y
escribió por lo menos diez años después de que el General Tito destruyera
Jerusalén en el año 70 d. C. Los otros Evangelios ya eran bien conocidos cuando
Juan escribió el suyo; y el templo que Jesús había limpiado estaba en ruinas. Así
que vemos que el Evangelio de Juan fue uno de los últimos escritos del Nuevo
Testamento. Solamente, las Epístolas de Juan y el libro de Apocalipsis se
escribieron después de su Evangelio.

B- Paternidad literaria
JUAN EL APOSTOL
 Hijo de Zebedeo y Salomé (hermana de María) Mateo 27:56; Marcos 1: 19-
20; Marcos 16:1; Juan 19: 25.
 Primo de Jesús. Mateo 27:56; Juan 19:25.
 Hermano de Santiago. Marcos 1:19-20.
 Pescador. Marcos 1:19-20.
 Posiblemente un discípulo de Juan el Bautista. Juan 1:35.
 Uno de los del círculo íntimo de Jesús, junto con Pedro y Santiago. Mateo
17:1; Mateo 26: 37.
 El “discípulo a quien amaba Jesús” Juan 21:20.
 Acreditado con la paternidad literaria del Evangelio de Juan, tres epístolas
(1,2 y 3 Juan, y el libro de Apocalipsis. Apocalipsis 1:4.

II. Comparaciones y contrastes entre Juan y los Evangelios


Sinópticos.
Juntos, los cuatro Evangelios nos brindan una revelación completa de Cristo.
• Mateo presenta a Jesús como el Hijo de David, Mesías y Rey anunciado por los
profetas.
• Marcos presenta a Jesús como el Siervo sufriente y el Mesías profetizado por
Isaías (Is 52-53).
• Lucas presenta a Jesús como el Hombre perfecto y Salvador de la humanidad,
judíos y gentiles.
• Juan presenta a Jesús como el único Hijo de Dios, quien vino a revelar al Padre
para que pudiéramos participar de su vida eterna.
Los cuatro Evangelios revelan que Jesús es el Rey que vino como siervo, quien es
totalmente hombre y totalmente Dios, el Dios hombre.
Juan es el más inusual de los cuatro Evangelios. A diferencia de los otros tres,
Juan registra que Jesús proclama que Él es el Mesías de Israel y el Hijo de Dios.
¿Por qué es tan singular el Evangelio de Juan? Exploraremos esta pregunta a
continuación mientras analizamos el propósito por el que Juan lo escribió.
A- El propósito de Juan
Algunas fuentes antiguas dicen que los ancianos de la iglesia de Éfeso y Asia
Menor le solicitaron a Juan que escribiera un cuarto Evangelio. Ellos estaban
combatiendo una antigua herejía que negaba que Jesús era tanto Dios como
hombre. Otros piensan que Juan lo escribió para llenar las lagunas de los
Evangelios sinópticos. Es cierto que Juan registra eventos y enseñanzas acerca
de Jesús que están solamente en Juan. Cualquiera de estas razones o todas
podrían ser los factores que moldearon el propósito de Juan para escribir su
Evangelio. Sin importar los problemas, Juan no nos pide que adivinemos su
propósito. Para confrontar los desafíos que enfrentarían los lectores de Juan, el
Espíritu Santo lo guio a enfatizar lo siguiente:
30 Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las
cuales no están escritas en este libro. 31 Pero éstas se han escrito para que
creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida
en su nombre (Jn 20:30-31).
Juan escribió tanto para incrédulos como para creyentes. Él deseaba que los
incrédulos empezaran a creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, de manera
que pudieran recibir vida espiritual eterna. También, Juan deseaba que los
creyentes continuaran creyendo de manera que conservaran su vida eterna.
Podríamos llamar el Evangelio de Juan “la defensa de Cristo”. En el principio
(Juan 1:1-18), Juan nos dice lo que él nos mostrará en su Evangelio. Él enfatiza
que Jesús es el Hijo de Dios, quien ha venido en carne a la tierra, y aquellos que
lo reciben, se convierten en hijos de Dios (Jn 1:1-2, 12). Entonces, al final de su
Evangelio, Juan resume otra vez su propósito (Jn 20:31). Así que vemos que el
principio y el final del Evangelio de Juan son como dos sujetalibros en que cada
uno revela su propósito. Y en medio, Juan proporciona evidencia de que Jesús es
ciertamente el Mesías, el Hijo de Dios.
A todo lo largo de su Evangelio, Juan nos recuerda su propósito: que tengamos
vida eterna, creyendo que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (Jn 20:31).

1. Evidencia que Juan usa para alcanzar su propósito: señales, las


declaraciones de “Yo Soy”, enseñanzas y testigos.
El Espíritu Santo guio a Juan a enfocarse en su propósito. Cada palabra que él
escribió estaba relacionada con su propósito. Él deseaba que las personas
tuvieran vida eterna creyendo que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. Juan
establece su propósito al principio, y lo resume al final (Jn 20:31). Y en medio,
Juan brinda la evidencia de que Jesús es el Hijo de Dios, quien nos da vida. La
mayor parte de Juan es su evidencia o defensa para demostrar que Jesús es el
Hijo de Dios. Aun Juan 13‒17 se relaciona con su propósito. Pues en estos
capítulos, Jesús prepara a sus discípulos para alcanzar al mundo con el evangelio;
y estos describen el ministerio del Espíritu de la verdad. Tome en cuenta la
evidencia que Juan proporciona para lograr su propósito:
Ocho señales de Jesús. Juan construye su Evangelio alrededor de ocho señales
que muestran que Jesús es el Hijo de Dios que vino a salvarnos. La octava y la
más grande de todas las señales fue su resurrección de entre los muertos.

Diez afirmaciones de “Yo Soy” de Jesús. En el Antiguo Testamento, “YO SOY”


era un título o nombre de Dios. El “YO SOY” que oyó Moisés en la zarza ardiente
era el nombre de Dios. Jesús usó “Yo Soy” de la misma manera. Él les dijo a los
judíos:
“Antes que Abraham fuese, YO SOY” (Jn 8:58). También, Jesús pronunció otras
nueve afirmaciones de “Yo Soy” con enseñanzas. Por ejemplo, realizó la señal de
la multiplicación de los panes. Él dijo: “Yo soy el pan de vida”. Entonces enseñó
acerca de cómo Él llenó nuestra necesidad de pan espiritual.

Quince enseñanzas de Jesús. Observe la relación entre las enseñanzas del


Señor, las declaraciones de “Yo Soy” y las señales.

Ocho clases de testigos. Estamos considerando la evidencia que presentó Juan


para ayudarnos a creer que Jesús es el Hijo de Dios, para que tengamos vida
eterna. Juan presenta la evidencia de señales, afirmaciones de “Yo Soy”,
enseñanzas de Jesús y ocho clases de testigos.

2. Lenguaje legal en Juan


¿En qué se parece Juan a un abogado? ¿Qué *veredicto deseaba él?
Incredulidad Incertidumbre Creencia inadecuada Creencia
Odio/Hostilidad Duda Creencia secreta Obediencia/Amor/Adoración.
Juan muestra varias respuestas hacia Jesús, desde la incredulidad hasta la
creencia.
Un abogado presenta evidencia para que las personas del jurado decidan a favor
del cliente a quien él representa. De igual manera, como evangelista, Juan
presenta evidencia de que Jesús es el Hijo de Dios. La evidencia incluye señales,
aseveraciones de “Yo Soy”, enseñanzas y testigos de Jesús. Juan presenta una
defensa poderosa y persuasiva de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Aun así,
las respuestas hacia Jesús varían. Algunos lo aceptan como Salvador y Señor,
mientras que otros lo rechazan. En el Evangelio de Juan, pareciera como si Jesús
estuviera en un juicio. Pero de una manera indirecta, toda persona en la tierra está
en el proceso de un juicio. La pregunta es: ¿Cuál es su decisión acerca de
Jesús? Aquellos que creen en Jesús y obedecen se juzgan como dignos de vida
eterna, y la reciben. Pero los que rechazan a Jesús, rechazan el único perdón de
Dios por los pecados.
El propósito de Dios de enviar a su Hijo no era condenar al mundo, sino salvarlo:
16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo sea salvo por él” (Jn 3:16-17).
Todos los que aceptan a Jesús y permanecen en Él reciben vida eterna. Pero si
las personas rechazan a Jesús, la ira de Dios los alcanzará, y ellos morirán en sus
pecados.
Observe que la escatología de Juan presenta la vida y la muerte como incluso
ahora pero todavía no.
“El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn
3:18).
Juan es conocido como el apóstol del amor. Así que, cuando las personas leen el
Evangelio de Juan, podrían tender a pensar que este trata solo sobre amor. Claro
está, que Juan escribió maravillosos versículos acerca del amor, tal como Juan
3:16. Pero a medida que usted se percata, el cuarto Evangelio se lee como un
litigio entre Dios y el mundo. Una forma de las palabras testigo, testificar o
testimonio aparecen más de cuarenta y cinco veces en este Evangelio.
Mucho del lenguaje en Juan suena como si estuviéramos en un juzgado. En este
litigio, Jesús representa a Dios; y los judíos incrédulos, frecuentemente al mundo.
Pero al final, es el lector, y no Jesús, el que se enfrenta a un proceso de juicio. Así
que, al responderle a Jesús, decidimos nuestro propio veredicto para la eternidad
(Jn 3:18).

3. Tres palabras especiales en el Evangelio de Juan: Creer (en Jesús),


Padre y Espíritu
a. Creer: Juan usa la palabra creer para enfatizar relación. La palabra “creer”
aparece noventa y ocho veces en Juan. “Creer en Jesús” involucra al corazón, no
simplemente una respuesta mental. El compromiso de creer es como el
compromiso del matrimonio. Creer en Jesús se expresa en una relación de toda la
vida con Él. Juan utiliza otras palabras para ayudarnos a comprender qué significa
creer en Jesús.

b. Padre: Juan revela a Dios como Padre que anhela una relación con sus
hijos
(Juan 1:14-18).
Como hemos observado anteriormente, Juan enfatiza la palabra creer.
Otras palabras que él usa frecuentemente son luz, oscuridad, verdad, mundo,
gloria, amor y testigo (vea la figura 1.24). Pero más que cualquier otro escritor de
la Biblia,
Juan enfatiza que Dios es Padre. ¡Él usa la palabra Padre ciento treinta y seis
veces en veintiún capítulos!

“A Dios [el Padre] nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del
Padre, él le ha dado a conocer” (Jn 1:18).
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9).
Jesús revela gracia y verdad de parte del Padre.

c. Espíritu: Juan enfatiza el ministerio del Espíritu, el *Paracleto o Abogado


(Juan 3, 7, 14‒16).
Después de la muerte y resurrección de Jesús, antes y después de su ascenso, el
Espíritu Santo capacitaba a los creyentes para que recibieran vida espiritual y
luego testificaran de Jesús.
III- Prólogo: El Verbo fue hecho carne (Juan 1:1-18).

Juan 1:1-18 es la introducción al cuarto Evangelio. Los maestros llaman a estos


versículos el Prólogo, el cual es un término griego que significa un mensaje
anterior.
Estos dieciocho versículos son como un pequeño cofre lleno de joyas que Juan
despliega por una en su Evangelio.

En el prólogo, Juan les escribió a los lectores de su tiempo y a los de cada


generación.
Consideremos tres razones por las que el Espíritu guio a Juan a referirse al Hijo
de Dios como el logos (Jn 1:1, 14).
*Logos es el término griego para palabra (verbo). Los griegos se referían al Logos
como el principio que gobernaba el mundo. Juan adopta este popular término,
pero le agrega un nuevo significado. Él declara que Logos es más que un
principio; es una persona. El uso de Logos por Juan pudo haber ayudado a
muchos lectores griegos a compenetrarse con el Evangelio. Pablo comenzó a
relacionarse con los griegos en Atenas mencionándoles la estatua al Dios
desconocido (Hch 17). Juan se relaciona con los griegos de una forma similar
relacionando a Jesús con sus creencias en logos.
También, muchos judíos estaban esparcidos por un mundo influenciado por la
lengua y la filosofía griega. Así que declarar que el Logos vino en persona a la
tierra, Jesús, ayudó a los judíos cristianos a relacionarse con sus vecinos gentiles.
11 En evangelismo, siempre resulta sabio identificar los puentes que conectan a
las personas con Dios.
La fe judía se centraba en la Palabra de Dios que vino por medio de Moisés. Los
judíos se referían a los cinco libros de Moisés como la Ley o el Torá. Los líderes
judíos frecuentemente se opusieron a Jesús y persiguieron a sus discípulos
cuando ellos creyeron que los cristianos no honraban la ley de Moisés (Hch 6:11;
15:21; 21:21-24).
Juan explica que Moisés dio testimonio de, y no contra, Jesús, el Mesías (Jn 5:45-
47). Y al referirse al Hijo de Dios como Logos, Juan está diciendo que Jesús es la
Palabra de Dios para nosotros. Jesús es la ley, la verdad y la gracia de Dios en
carne humana.
La Palabra de Dios que llegó a nosotros por Jesús es una revelación más
completa que la que vino por medio de Moisés (Jn 1:17). Así que, no son los
cristianos quienes están rechazando la Palabra de Dios. Más bien, los grandes
rechazadores de la Palabra de Dios son los que se niegan a recibir a Jesús, el
Verbo de Dios, y obedecerle. Jesús es la Palabra de Dios para el mundo. Él es la
expresión humana del carácter de Dios sobre el cual Moisés había escrito. Al
presentar a Jesús como el Verbo de Dios para el mundo, Juan construyó un
puente entre los cristianos y sus vecinos judíos.
Las palabras pueden expresar las emociones y los pensamientos más profundos
de una persona. Comprendemos conceptos invisibles cuando alguien conversa
con nosotros. Así como las palabras revelan la mente y el corazón, Jesús, el
Verbo, nos revela a Dios. Jesucristo es la Palabra porque Él nos transmite cómo
es Dios. Jesús es los pensamientos de Dios que podemos oír. Es la voluntad de
Dios que podemos comprender, el amor de Dios que podemos sentir. Nadie jamás
ha visto a Dios, pero el Verbo se hizo carne y nos reveló a Dios (Jn 1:14). Como
expresó el autor de Hebreos:
1 Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a
los padres por los profetas, 2 en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a
quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; 3 el
cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia (Heb
1:1-3a).
Como expresó Juan, citando a Jesús, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”
(Jn 14:9). Hay Uno a través del cual Dios ha hablado directamente con nosotros,
“y su nombre es: EL VERBO DE DIOS” (Ap 19:13).

A. El Verbo es uno con el Padre (Juan 1:1-2).

El problema Existieron varias enseñanzas falsas acerca de Jesús durante los


años del ministerio de Juan. La figura 1.19 enumera algunos de estos errores.
Unos dijeron que Jesús era solo un hombre, y no el Hijo de Dios. Cerinto aseveró
que Jesús era solamente un hombre, pero que el Espíritu de Dios vino sobre él
durante el bautismo y lo abandonó antes de su crucifixión. El docetismo era una
enseñanza que afirmaba que Jesús era divino, pero aparentaba ser humano.
Durante su estudio de los escritos de Juan, usted se dará cuenta de cómo sus
enseñanzas acerca de Jesús refutan los errores de su época.

Fechas Errores acerca de Jesucristo en los días de Juan


26-100 d. C.
Algunos judíos decían que Jesús era simplemente un
hombre, un
samaritano y poseído por demonios
(Jn 5:18; 6:42; 7:20, 27, 41-52; 8:48, 52-53).
Otros afirmaron que Él era un pecador (Jn
9:16,24).
Otros aducían que Jesús era un criminal (Jn 18:30).
Muchos dijeron que Jesús no era el Hijo de Dios (Jn
19:7)

Los mismos años del


ministerio de Juan,
alrededor de 30-100 d. C.
Juan era contemporáneo de Cerinto que enseñó que el
mundo fue
creado por fuerzas menores queDios.
Él hizo distinción entre Jesús y Cristo,
diciendo que Jesús era meramente un hombre, y
que el espíritu del Cristo divino descendió sobre Él en su bautismo,
y lo abandonó antes de la crucifixión.Juan llamó a Cerinto
“el enemigo de la verdad”.
Irineo cuenta que Juan tuvo un encuentro con
Cerinto en un edificio público. Con el temor de que el lugar colapsara,
Juan dijo: “Escapemos...porque Cerinto, el enemigo de la verdad, está dentro”.
El docetismo enseñaba que Jesús era un ser divino que solamente
aparentaba ser humano. Juan1:14 refuta este error.
Más tarde, en el año 107 d. C.,
Ignacio, un líder de la iglesia primitiva, puso al descubierto esta herejía como
docetismo.

El Verbo es eterno. “En el principio era el Verbo” (Jn 1:1a). El Evangelio de Juan
comienza, como el Génesis: En el principio. Génesis 1:1 y Juan 1:1 parecieran
referirse a la creación del universo. El asunto es que el Hijo de Dios ya estaba
presente desde el inicio de todo. La primera frase del Evangelio de Juan revela
que el Hijo de Dios, el Verbo, es eterno.
Luego Juan nos dice que el Verbo entró en la historia humana. El Verbo eterno fue
hecho carne (Jn 1:14). En el principio, el Hijo estaba con el Padre. Llegó el
momento cuando Dios envió a su Hijo para salvar al mundo (Jn 3:16; Ga 4:4). Él
nació de una virgen y fue llamado Emanuel, Dios con nosotros. En Belén, el Verbo
eterno de Dios nació como ser humano y empezó a vivir entre nosotros. Pero
antes de Belén, desde el principio, el Hijo ya estaba con el Padre, “antes que el
mundo fuese” (Jn 1:1; 17:5).

El Verbo es una persona distinta del Padre. “Y el Verbo era con Dios” (Jn 1:1).
Las palabras con Dios revelan que el Hijo es distinto y separado del Padre. El
Padre y el Hijo son personas distintas. Por consiguiente, podemos decir que el
Verbo estaba con Dios, el Padre.

El Verbo es divino. “Y el Verbo era Dios” (Jn 1:1). La Escritura revela que Dios
es uno (Dt 6:4), que existe en tres personas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
son uno, en esencia, en propósito y en unidad. Pero se diferencian en sus roles.
En una familia humana, un padre y su hijo comparten la misma naturaleza, pero
tienen diferentes roles.
De igual manera, en la Divinidad, hay una esencia, pero funciones diferentes. El
Padre no vino a la tierra a morir por nuestros pecados. Pero Él nos amó tanto que
envió a su Hijo a redimirnos. Jesús no permaneció en la tierra después de su
muerte y resurrección.
Él ascendió para ser nuestro Abogado a la diestra del Padre. Entonces el Padre
envió al Espíritu Santo para continuar el ministerio de Dios en la tierra, de una
manera mucho más amplia de la que Jesús podría haber hecho como ser humano
en un solo lugar.
El Verbo era en el principio, Él estaba con Dios y Él era Dios. En un solo
versículo, Juan nos dice tres verdades acerca del Verbo: Él es eterno, Él es una
persona, Él es Dios (Jn 1:1).

B. El Verbo es el agente de la creación (Jn 1:3, 10).


Génesis 1:1 y Juan 1:1-3 son paralelos entre sí. Cada uno de estos pasajes revela
que Dios es el Creador. Y Juan deja bien claro que el Verbo, como Dios, participó
en la creación de todas las cosas. El Verbo era el agente de la creación. El Hijo es
Aquel “por quien asimismo [Dios] hizo el universo” (Heb 1:2). “… el mundo por él
fue hecho” (Jn 1:10).
Considere los errores que pone al descubierto Juan 1:1-3. A lo largo de toda la
historia, las personas han malinterpretado a Jesús. Arrio de Libia enseñó que
Dios Padre y el Hijo de Dios no siempre existieron juntos eternamente (256-336 d.
C.). Los arrianos enseñaron que Dios Padre creó el Logos antes que el mundo
comenzara. Los gnósticos enseñaron que Jesús era simplemente un hombre.
Sabelio enseñó el *modalismo; que Dios es una persona que se revela a sí mismo
en tres modalidades (como tres máscaras):
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Hoy, grupos tales como solo Jesús enseñan una
forma de modalismo. Un famoso seguidor del modalismo es el Pastor T. D. Jakes.
Apreciamos mucho su predicación, pero disentimos con él en cuanto a esta
doctrina. Tertuliano, un líder de la iglesia, criticó a Sabelio diciendo que él hacía un
doble servicio para el diablo: negaba la profecía de Cristo sobre el Espíritu Santo y
presentaba una herejía, al afirmar que el Padre fue crucificado. Los gnósticos
enseñaban que Jesús era simplemente un hombre. Los testigos de Jehová
enseñan que Dios creó al Hijo, quien a su vez creó todas las cosas. Reflexionar
sobre la verdad de Juan 1:1-3 puede ayudarnos a evitar malentendidos acerca de
Jesús. Él es el Creador, no el creado.

C. El Verbo es la fuente de vida, luz y nuevo nacimiento (Juan 1:4-13).


En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Jn 1:4).
*Vida y vida eterna son las palabras favoritas de Juan. La palabra vida aparece
treinta y cinco veces en el cuarto Evangelio. Aquí en el prólogo, Juan vincula vida
y luz con la creación. Así como el Verbo tuvo un papel en la creación de todo,
también le dio vida física a cada ser humano (Jn 1:3). Pero Juan se mueve
rápidamente de la vida de la creación a la vida espiritual traída por Jesús.
En el prólogo Juan introduce el concepto de que la vida está en Jesús (Jn 1:4).
Luego, revela que Jesús es tanto la fuente de vida, como la vida misma (Jn 11:25;
14:6).

“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”
(Jn 1:5). En el principio de la creación, Dios dijo: “Sea la luz” (Gn 1:3). De igual
manera, Jesús es la *luz que resplandece en las *tinieblas espirituales.
La vida espiritual y la luz espiritual van juntas, como el fuego y la luz. No
encontraremos la una sin la otra. A lo largo de Juan, vemos un contraste entre la
vida espiritual y la muerte espiritual; entre la luz espiritual y las tinieblas
espirituales.
Desde el comienzo de su ministerio, Jesús era la luz fulgurante en medio de las
tinieblas espirituales. Juan usa la palabra luz por lo menos de tres maneras: la luz
del día (Jn 11:10); la luz que ilumina el espíritu y el alma del hombre (Jn 8:12; 1 Jn
2:8); el elemento o ámbito de Dios (Jn 1:4, 7-9; 9:5; 12:35, 46). 16 Por el contrario,
tinieblas puede referirse a la noche (Jn 6:17); ignorancia espiritual o moral,
depravación o maldad (Jn 1:5; 8:12; 12:35, 46); o una fuerza que se opone a Dios
(1 Jn 2:11; lea también Lc 22:52-53). Hubo tiempos en que las personas, como
Nicodemo, no comprendían la luz. “El mundo no le conoció” (Jn 1:10). Y hubo
otros tiempos cuando los líderes religiosos trataron de apagar o extinguir la luz.
Pero la luz espiritual de Dios siempre prevalece sobre la oscuridad y la conquista.
Las tinieblas nunca pueden vencernos mientras que caminemos en la luz y
seamos “hijos de luz” (Jn 12:35-36). A todo lo largo de Juan, seremos testigos de
la batalla entre la luz y las tinieblas.
Juan el Bautista dio testimonio de Jesús, la luz verdadera. Juan era solo una
lámpara, pero Jesús es la verdadera luz del mundo. (Observe que, en el cuarto
Evangelio, a Juan el Bautista siempre se le identifica como Juan. En este
Evangelio cuando leemos de Juan, solo puede referirse al Bautista, ya que el
autor, el apóstol Juan, que es el hijo de Zebedeo y hermano de Jacobo, nunca se
identifica a sí mismo por su nombre. Su humildad lo guio a permanecer en el
segundo plano).
6 Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. 7 Este vino por
testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
8 No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. 9 Aquella luz
verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo (Jn 1:6-9).
Después de su nacimiento físico, cada persona es como una vela apagada.
Necesitamos a Jesús para encender nuestra vela al darnos vida y luz espiritual.
Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y Señor, Él nos da luz y vida
espiritual y la potestad de ser hechos hijos de Dios.

La vida espiritual, la luz y el nuevo nacimiento son en Jesús (Jn 1:10-13).


10 En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.
11 A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. 12 Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de
Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de
voluntad de varón, sino de Dios (Jn 1:10-13).

El Verbo vino al mundo, que fue hecho por medio de Él. Pero el mundo no
reconoció a su Creador. Ni la mayoría de los gentiles, ni siquiera su propio pueblo,
los judíos, lo recibieron. Recibir al Mensajero de Dios significa honrarlo a Él y al
que lo envió, y armonizar con el mensaje que Él trae. En cambio, los gentiles y
judíos fueron hostiles con Jesús (Jn 15:18-19). Ellos no lo honraron como al Hijo
de Dios. Sus respuestas a Jesús fueron negativas, no positivas. Ni se sometieron
a Él ni obedecieron sus enseñanzas. La mayor parte del mundo rechazó a Jesús.
Como dijo Pedro: ellos “mataron al Autor de la vida” (Hch 3:15).

Aun así, hubo una minoría de personas que recibió a Jesús. Y a aquellos que lo
recibieron, Él les dio el derecho o la autoridad de ser hechos hijos de Dios, por
medio del nacimiento espiritual por el Espíritu de Dios. (Jn 1:12-13). El apóstol
Juan introduce aquí, en el prólogo, el nacimiento espiritual, y nos dirá más acerca
de este en el capítulo
Observe que ni una genealogía judía, ni cualquier otro linaje familiar, posibilita
que nos convirtamos en hijos de Dios. Para convertirse en un miembro de la
familia de Dios se requiere un nacimiento espiritual, a través de recibir a Jesús
como Salvador y Señor.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desempeñan papeles diferentes en la
salvación.
El Hijo no llega a ser el Padre de los hijos espirituales. Y el Espíritu, no el Hijo, es
el agente del nuevo nacimiento. Pero al recibir al Hijo, Él nos da el derecho legal y
la autoridad para ser hechos hijos de Dios. Puesto que Jesús es la puerta de las
ovejas, Él es el único a quien recibimos y por el que pasamos a ser hijos del
Padre. Él es el camino al Padre (Jn 14:6). Nadie viene al Padre sino por medio de
Jesús, el Verbo y el Hijo de Dios (Jn 1:12; 14:6). Convertirse en hijos de Dios
significa tener el mismo Padre que Jesús (Jn 20:17). Y nacer en la familia de Dios
significa recibir la misma naturaleza y el carácter de Jesús, el Hijo perfecto de
Dios.

D. El Verbo es el único Hijo de Dios que revela la gracia y la verdad del


Padre (Juan 1:14-18).
14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad…16 Porque de
su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. 17 Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. 18 A
Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha
dado a conocer (Jn 1:14, 16-18).
El prólogo de Juan se desplaza del cielo a la tierra. El Verbo era Dios y el Verbo
se hizo carne. Dios se hizo humano, para revelarnos la gracia y la verdad.
Contemplamos su gloria, la gloria del “unigénito del Padre, lleno de gracia y de
verdad…” (Jn 1:14).
Juan se refiere cinco veces a Jesús con la palabra griega *monogenés, que
significa unigénito, único, único en su clase (Jn 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn 4:9). 18
Jesús es el único Hijo de Dios. No hay ningún otro Hijo que haya estado con Dios
y que fuera Dios desde el principio. No hay otro Hijo a través del que toda la
creación llegara a existir. No hay otro Hijo que naciera de una virgen, muriera por
nuestros pecados, se levantara de entre los muertos y que ahora esté sentado a la
diestra del Padre. Jesús es el Unigénito Hijo de Dios, glorioso y lleno de gracia y
verdad.

Dios ha tenido encuentros con las personas de varias maneras. En el Edén, Dios
caminó con Adán y Eva en el jardín donde vivían. En el desierto, los hijos de Israel
vivieron en tiendas. Cuando ellos acampaban, parecía como una ciudad de lona.
Así que, Dios se encontraba con los israelitas en el tabernáculo, una tienda de
reunión. Más tarde, en Canaán, cuando los israelitas vivían en casas de piedra,
Dios se encontraba con su pueblo en un templo de cedro y piedra. En Juan 1:14,
la expresión griega traducida como “habitó entre nosotros” significa que Él se hizo
tienda o tabernáculo en medio de nosotros. Las
Escrituras comparan al cuerpo humano con una tienda (2 Co 5:1; 2 P 1:14). Así
que, Juan 1:14 les recuerda a los lectores de Juan la tienda de reunión, donde
Dios descendía en gloria para encontrarse con Moisés (Éx 33‒34). Recuerde que
Éxodo 33 describe cómo la gloria de Dios llenó el tabernáculo de reunión, y causó
que el rostro de Moisés resplandeciera.
De igual manera, por medio de su Hijo Unigénito, Dios nació en un tabernáculo
humano de carne. En la encarnación, Dios vino a la tierra a vivir en medio de
nosotros. Él reveló su gloria en un tabernáculo humano de carne. De modo que
Juan pudo haber escrito: “Y aquel
Verbo fue hecho carne, y habitó [se hizo tabernáculo] entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn
1:14).

Como Hijo de Dios, Jesús revela el mismo carácter y las mismas cualidades de su
Padre. Juan enfatiza que el Hijo del Padre resplandeció con gloria, irradiando
gracia y verdad.
Lea Juan 1:14-18 nuevamente. Juan 1:16 resalta que de la plenitud de Jesucristo
nosotros recibimos gracia sobre gracia, una bendición tras otra. Entonces, Juan
1:17 comienza con pues y contrasta la ley que vino por medio de Moisés con la
gracia y verdad que vinieron por medio de Jesucristo. Hay un contraste entre la ley
que vino por Moisés y la gracia y verdad traídas por Jesús. Pero el contraste es
en grado, no en calidad. Moisés reveló a Dios desde una distancia, pero Jesús
reveló a Dios desde cerca. La palabra pues en Juan 1:16 conecta la ley de Moisés
con las bendiciones que han venido por la plenitud del Hijo de Dios. La ley fue un
regalo y una bendición de gracia. Esta proveyó sacerdotes y sacrificios de
animales para que los israelitas pudieran tener una relación con Dios. La ley
proveyó un día de descanso cada semana, junto con fiestas para celebrar las
bendiciones de Dios. De igual manera, la ley le permitió a Israel conocer lo que
Dios consideraba correcto e incorrecto, para que ellos pudieran tener un pacto con
Dios. La ley reveló el carácter, el amor, la justicia y la santidad de Jehová. La ley
trajo muchas bendiciones de parte de un Dios de gracia.
Como dijo Pablo, “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento
santo, justo y bueno” (Ro 7:12). Aun así, lo que escribió Moisés acerca del
carácter de Dios fue muchísimo menos de lo que Jesucristo reveló en carne. Y los
sacrificios sobre los que Moisés escribió en la ley solamente apuntaban al Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Los sacrificios eran una sombra, una
tipología y profecía. Pero en
Jesucristo, la verdad y la realidad sobre la que había escrito Moisés vino a la tierra
en carne. Y con el nuevo pacto que trajo Jesús, Dios escribe su ley en nuestro
corazón y nos empodera para guardarla por medio del Espíritu de la gracia que
vive dentro de nosotros.
La gracia y la verdad fluyeron como dos ríos que se fusionaron en una sola vida.
Al concluir esta lección, consideremos las maneras en que Jesucristo reveló la
gracia y la verdad acerca del Padre invisible.
Otros pueden hablar de gracia y verdad, pero Jesús está lleno de ambas. Él vino a
la tierra rebosante, como una fuente de gracia y verdad. Y observe que, a través
de Jesús, la gracia y la verdad están unidas y nosotros recibimos las dos al mismo
tiempo.
La gracia que ofrece Jesús es verdadera gracia, sin falsedad, ni ficción ni fantasía.
Jesús no ofrece promesas de gracia ni esperanzas que nunca se cumplen. Jesús
vincula la gracia con la verdad. La gracia que Jesús trae es real. Su gracia no
endulza el oído ni engaña al alma; no agrada al ojo ni enferma el corazón. Su
gracia da un verdadero perdón que borra nuestros pecados; una redención que
verdaderamente libera de la esclavitud.
Su gracia trae una regeneración que transforma vidas y una salvación que salva
hasta lo máximo y deja libre al cautivo. La gracia sin la verdad promete salvación,
pero deja a las personas cautivas del pecado. Gracia con verdad nos libra del
castigo y del poder del pecado, ahora mismo.
La verdad que Jesús trae es bondadosa. Su verdad no es como un dedo
señalador para acusarnos. Su verdad no es como fuego del cielo para
aniquilarnos. Es amor del cielo que muere para salvarnos. Su verdad es
bondadosa. Él es la verdad que se sienta con prostitutas y traidores de la patria,
para poder darles ayuda. Su verdad no es severa.
Él no vino a condenar, ni a censurar ni a castigar. Su verdad está impregnada de
amor y misericordia. Hay gracia para el pueblo de Dios en cada palabra que sale
de los labios de Jesús. Su verdad ahuyenta a los hipócritas y a los fariseos. Él no
esconde su verdad a nadie, por muy dolorosa que pueda ser. Pero cuando Él
habla, hay amor en su voz y lágrimas en sus ojos. Su ternura puede atraer al
soldado que le introdujo los clavos en sus manos, y al ladrón que murió a su lado
en la cruz. ¿Dónde más podríamos nosotros encontrar una gracia tan verdadera o
una verdad tan bondadosa?

La verdad sin gracia es legalismo, es enfatizar las reglas, sin darles a las personas
el poder para obedecerlas. La verdad que es misericordiosa da los mandamientos,
y nos empodera para obedecerlos por medio de un nuevo corazón, un nuevo
Señor, la Palabra que nos limpia e ilumina nuestro camino, y el Espíritu que mora
en nosotros y nos guía.
En verdad Jesús revela e interpreta al Padre celestial que es 6“… misericordioso y
piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; 7que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…” a todo
el que lo recibe (Éx 34:6-7; revelado en Jn 1:14-18).
El Verbo no se hizo una filosofía que discutir o un concepto que debatir. Él se hizo
un ser humano lleno de gracia y verdad, a quien recibir, en quien confiar, a quien
seguir, obedecer, amar, servir y adorar para siempre.

B- Introducción a Jesús (Juan 1:19-51)

Contexto
Juan 1:19-51 registra cuatro días en la vida de Juan el Bautista, Jesús y los
primeros discípulos (Jn 1:19, 29, 35, 43). Juan introduce al Bautista como el primer
testigo de
Jesús (Jn 1:6-8, 15). Los versículos después del prólogo explican más acerca de
Juan el Bautista como un testigo. Él es un personaje importante en todos los
cuatro Evangelios, los cuales lo mencionan por lo menos ochenta y nueve veces.
Él tuvo el honor de presentarle a Jesús a Israel, preparando a la nación para
recibir a su Mesías. En Juan 1:19-51 estudiaremos cuatro verdades acerca de
Jesús.

A. Jesús es el mensaje de sus mensajeros (Juan 1:19-28).


¿Quién fue Juan el Bautista? ¿Cómo se relaciona él con las profecías de Moisés,
Isaías y Malaquías?

Alrededor de ochocientos años antes de que naciera Jesús, Isaías profetizó lo


siguiente:
“Voz que clama en el desierto: Preparad camino a JEHOVÁ; enderezad
calzada en la soledad a nuestro Dios” (Is 40:3).
Cerca de cuatrocientos años antes del nacimiento de Jesús, Malaquías profetizó:
5 “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová,
grande y terrible. 6 El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el
corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con
maldición” (Mal 4:5-6).

19 “Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén


sacerdotes y levitas para que le preguntasen: Tú, ¿quién eres? 20 Confesó, y
no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. 21 Y le preguntaron: ¿Qué pues?
¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. 22 Le
dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron.
¿Qué dices de ti mismo? 23 Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto:
Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Jn 1:19-23).

Algunas personas hubieran necesitado dos días para contestar las preguntas:
¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que tú dices acerca de ti mismo? Pero los mensajeros
fieles de Dios recuerdan que Jesús es el mensaje, no ellos.
Juan el Bautista ocupaba los titulares en Israel.
Los más grandes líderes judíos enviaban personas a preguntarle: “¿Eres tú el
Cristo?” El público pensaba que Juan era el Mesías. Multitudes lo rodeaban como
enjambres de abejas en un panal.
Juan era el más renombrado predicador de Israel en los últimos cuatro siglos.
Mateo escribió: “Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de
alrededor del
Jordán” (Mt 3:5). Marcos escribió: “Y salían a él toda la provincia de Judea, y
todos los de Jerusalén” (Mr 1:5). “… y venían, y eran bautizados” (Jn 3:23). La
muchedumbre corría hacia Juan como el río Jordán fluía hacia Mar Muerto.
Un súbito ascenso a la popularidad puede causar que una persona se llene de
vanidad, como un neumático lleno de aire. El orgullo por el éxito puede causar que
algunos se vanaglorien como un pavo. Estos llaman la atención por la forma en
que visten, actúan y hablan. El éxito ocasiona que algunos se vistan como pavos
reales y canten como un gallo.
De igual manera, los que tienen un concepto demasiado alto de ellos mismos
tienen ansias de poder. Un hombre joven dijo que él se sentía como un águila
sentado en un nido de un gorrión. Él anhelaba más poder. El ansia de poder
puede llegar a ser como lava que fluye de un volcán ardiente.
El poder es como el alcohol, hace que las personas se embriaguen y piensen
confusamente acerca de ellos mismos. Pregúnteles al rey Nabucodonosor (Dn 4),
a Herodes el Grande (Mt 2) o al rey Herodes, cómo el orgullo y el poder pueden
distorsionar su modo de pensar (Hch 12:23). Juan el Bautista, como muchos
creyentes en el pasado y en el presente, enfrentó la tentación del orgullo. El
orgullo es como una gran serpiente que se enrolla alrededor de una persona y
lentamente la va comprimiendo hasta destruir cualquier servicio para Jesús. Pero
Juan el
Bautista resistió la tentación del orgullo. Él no tenía un concepto demasiado
elevado de sí mismo. Más bien, desvió la atención de sí mismo hacia Jesús.

Los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas para preguntarle a Juan


quién era él (Jn 1:19). Juan dijo que él no era Elías (Jn 1:21). Los judíos sabían
que Elías no había muerto, y esperaban su regreso (2 R 2:11). También
Malaquías profetizó que Elías vendría antes de que el Mesías apareciera (Mal 4:5-
6). Posteriormente,
Jesús les dijo a sus discípulos que Juan el Bautista era el Elías que habría de
venir (Mt 11:14; 17:10-13). Juan fue veraz con aquellos que le preguntaron, pero
no tan servicial como podría haber sido. Juan no era Elías, pero él cumplió con el
ministerio de Elías. Juan vino en el mismo Espíritu y poder que ungió a Elías. 22
La respuesta de Juan a los fariseos es un ejemplo de que Dios esconde la verdad
a los que no han sido fieles a la verdad dada anteriormente (Lea Mt 13:10-15).
Dios le añade al diligente, pero le quita al negligente (Mt 25:28-29).
Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí
con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno (Ro 12:3).
En los tiempos bíblicos, no había móviles, ni televisión ni Internet. Antes de la
visita de un rey a una ciudad, un mensajero iba delante de él, para avisarles a las
personas que se prepararan. El mensajero les daba tiempo para reparar los
caminos y darle a la ciudad un aspecto tan limpio y hermoso como fuera posible.
Juan el Bautista fue el mensajero a quien Dios envió a preparar al mundo para que
recibiera a su Hijo. Juan el Bautista mantuvo el enfoque en Jesús. Él no abusó de
su llamado, al atraer la atención hacía sí mismo ni por sentirse superior a lo que
era (Jn 1:19-23).
Juan desviaba la atención de sí mismo hacia Jesús. Él testificó que Jesús es el
Hijo de Dios (Jn 1:34). En los tiempos bíblicos, era el deber de los sirvientes más
humildes quitarles el calzado a los visitantes y lavarles los pies. Pero cuando Juan
el Bautista pensó de sí mismo en relación con Jesús, dijo: 26“Yo bautizo con
agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. 27Este
es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de
desatar la correa del calzado” (Jn 1:26-27).
Juan se percató de que él era un humano, y de que Jesús era el Hijo de Dios que
vino del cielo a salvarnos (Jn 1:29).
B. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29-
31).
El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1:29).
¿Cree usted que los oyentes de Juan el Bautista comprendieron lo que él decía en
Juan 1:29?
No tenía precedente, ni se había imaginado, que una persona muriera por los
pecados, en vez de un animal. Imagínese las impactantes palabras de Juan el
Bautista. Por 1500 años los sacerdotes habían sacrificado miles de corderos.
Entonces el Bautista señaló a un humano, y afirmó: “He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Ese día, los primeros discípulos de
Jesús no pudieron comprender plenamente el significado de las palabras del
Bautista. Pero, a lo largo de los siguientes tres años y medio, ellos creerían más y
más en Jesús, mientras Él revelaba gloria, gracia y verdad. Entonces en la
resurrección, una nueva luz los llenaría. Y mientras el Espíritu los iluminaba, ellos
comprenderían que todos los sacrificios de animales en el antiguo pacto
señalaban hacia Jesús, el Cordero humano que quita el pecado del mundo.

Dios siempre ha demandado que los humanos se acerquen a Él por medio de un


sacrificio de sangre. ¿Por qué? Dios es justo. Él exige que se pague un castigo
por los pecados. Y todos los humanos han pecado (Ro 3:23). Así que, es
necesario pagar un castigo por cada humano. Un padre no permitiría que un niño
con los zapatos cubiertos de barro entrara a la casa. De igual manera, Dios no nos
permitirá entrar a su casa celestial con nuestros pecados. En el pasado, Dios
permitió sacrificios de animales.
La sangre de un animal mostraba que se había pagado una pena de muerte por el
pecado. El animal era un *sustituto. Este moría en lugar del humano. Los que
intentan acercarse a Dios sin un sacrificio de sangre no toman en cuenta sus
pecados. Pero Dios no puede ignorar el pecado. Él es justo y no perdonará los
pecados sin un sacrificio de sangre (Heb 9:22). La sangre demuestra que se pagó
un precio por el pecado.
A lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios sacrificó animales a Dios.
Dios liberó a los israelitas de Egipto por medio del cordero de la *Pascua (Éx 12).
Los judíos celebraban cada año esta liberación en la Fiesta de la Pascua.
Después de Egipto, por cuarenta años en el desierto, Israel sacrificaba animales
en el tabernáculo (Éx‒Dt). En Canaán, el templo de Salomón reemplazó el
tabernáculo. Pero los sacrificios de sangre continuaron a diario.
Todos los sacrificios de animales eran temporales. Era imposible que la sangre de
los corderos, los toros y de los machos cabríos pudieran quitar los pecados
humanos (Heb 10:4). Y esto es así porque todos los animales del mundo no se
comparan con el valor de un ser humano.
Isaías profetizó acerca de un cordero humano. Una persona que pudiera llevar
todos nuestros pecados (Is 53:6-7, 10). Juan el Bautista afirmó que Jesús era el
Cordero de Dios que vino a quitar el pecado del mundo (Jn 1:29). ¡Asombroso!
Jesús no solo vino a pagar el precio por nuestros pecados, ¡Él vino a llevarse
nuestros pecados!
Muchas religiones tienen un líder que es un buen ejemplo en cierto sentido.
Observar o leer acerca de un buen ejemplo puede inspirarnos. Pero esto no puede
resolver nuestro problema. ¡Somos pecadores! Los buenos ejemplos no quitarán
nuestros pecados pasados, ni cambiarán nuestro corazón pecador. Necesitamos
más que un buen ejemplo. ¡Necesitamos un Salvador!
Hay una gran diferencia entre Jesús y todos los otros líderes religiosos. Solo
Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1:29; 1 Jn 2:2). Solo Jesús
afirmó que Él había venido a ser un sacrificio por los pecados de otros (Mt 20:28;
Lc 19:10).
Solamente Jesús vivió para morir por nuestros pecados.
Jesús vino como el Cordero para quitar los pecados de cada persona. Él no murió
solamente por unos cuantos. Es la voluntad de Dios que nadie perezca. Jesús
murió por el mundo entero (Jn 1:29).
16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo sea salvo por él” (Jn 3:16-17).
…quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida
fuisteis sanados (1 P 2:24).

C. Jesús es el que bautiza en el Espíritu Santo (Juan 1:32-34).


32 También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo
como paloma, y permaneció sobre él. 33 Y yo no le conocía; pero el que me envió
a bautizar con agua, aquél me dijo: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que
permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. 34 Y yo le vi, y
he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn 1:32-34).
¿Qué significó bautismo con el Espíritu para Juan el Bautista y para sus oyentes?
¿Y qué significó bautismo con el Espíritu para el apóstol Juan cuando escribió
sesenta años después del ministerio del Bautista? Los judíos es taban
familiarizados con la profecía de Joel de que Dios derramaría de su Espíritu sobre
toda carne.
Esta comenzó a cumplirse el día del Pentecostés. El apóstol Juan era pentecostal.
Cuando escribió Juan 1:32-34, él ya había sido bautizado en el Espíritu. Sabía por
experiencia personal lo que significaba ser bautizado en el Espíritu. Juan y todos
los apóstoles fueron llenos con el Espíritu y hablaron en lenguas el día del
Pentecostés.
Juan escribió sesenta años después de que el Espíritu se derramara en
Pentecostés. Y escribió treinta años después de que Lucas explicara sobre el
bautismo en el Espíritu en el libro de Hechos. El Dr. Robert P. Menzies comenta
que Juan incorporó los conocimientos acerca del ministerio del Espíritu de Pablo y
de otros mientras él escribía su Evangelio. Así que, creemos que Juan usó la frase
“bautiza con el Espíritu” para referirse, no a la obra de regeneración del Espíritu,
sino al empoderamiento para testificar del Espíritu, cuando descendió en
Pentecostés. Todos los cuatro Evangelios registran que Jesús nos bautiza en el
Espíritu (Mt 3:11; Mr 1:8; Lc 3:16; Jn 1:33).
Como Roger Stronstad comenta, Lucas enfatiza que en su bautismo, el Espíritu
Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma, ungiéndolo para su ministerio
público (Lc 3:21-22). Entonces, cuando Jesús inicia su ministerio, Lucas enfatiza
las palabras de nuestro Señor:
18 “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas
nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a
pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los
oprimidos; 19 A predicar el año agradable del Señor” (Lc 4:18-19).
Así como lo hace Lucas, Juan relaciona la unción del Espíritu sobre Jesús en su
bautismo con la promesa de que el mismo Jesús bautizaría a los creyentes en el
Espíritu Santo. Este pasaje nos motiva a creer en Jesús y a seguirlo. Así como el
Espíritu vino sobre Jesús en forma de paloma para darle poder para su ministerio,
el Espíritu nos da poder cuando Jesús nos bautiza en el Espíritu. En Juan 7:38-39,
Juan enfatiza que el Espíritu fluirá a través de nosotros hacia otros, para compartir
el agua espiritual de vida que Él provee. Es importante comprender que Juan,
como Lucas, experimentó el bautismo en el Espíritu, y desea que todos los
creyentes pasen por esta experiencia y dimensión del Espíritu.

Cuando Jesús salva a un creyente del pecado, el Espíritu Santo entra en esa
persona con nueva vida. El Espíritu Santo vive en todos los seguidores de Jesús
(Ro 8:9). Aun así, hay una vida más plena en el Espíritu que comienza cuando
Jesús bautiza a un creyente en el Espíritu Santo. Este es un gran bautismo, que
por lo general sigue al bautismo en agua. Juan se refiere a este bautismo para
enfatizar que Jesús es mayor. Un ser humano, como Juan, puede bautizar en
agua como un testimonio de arrepentimiento y obediencia a Dios. Pero Jesús, el
Hijo de Dios, bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1:32-34).
El apóstol Juan escribió el Evangelio de Juan. Él presenta dos maneras en que
Jesús nos ayuda con el Espíritu.
El apóstol Juan ya había nacido de nuevo. Él sabía que en el momento en que
Jesús nos salva de nuestros pecados, nos da el Espíritu Santo. Los apóstoles
todos nacieron en el Espíritu (Jn 3:5-6) después de que el Cordero murió por los
pecados de ellos y los nuestros. Después de la resurrección, Jesús sopló sobre
ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20:22). Nosotros creemos que en el
momento de Juan 20:22, Jesús sopló en los apóstoles la vida eterna que se hizo
disponible por medio de la cruz, ellos habían nacido en el Espíritu.
El apóstol Juan también recordó cuando Jesús lo bautizó en el Espíritu Santo.
Esto ocurrió después de que Jesús ascendió a los cielos. Los apóstoles y muchos
discípulos fueron bautizados en el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ese día,
Jesús bautizó en el Espíritu Santo a ciento veinte creyentes. Este nuevo poder los
capacitó para continuar el ministerio de Jesús en todo el mundo (Hch 1:8; 2:1-4).
Jesús continúa bautizando en el Espíritu Santo a sus seguidores para proseguir su
ministerio en todas las naciones, hasta el fin de los tiempos.
Juan el Bautista fue un siervo fiel de Dios. Él testificó que Jesús salva y bautiza en
el Espíritu Santo. Hoy día, hay más de quinientos millones de pentecostales y
carismáticos que comparten el mismo testimonio acerca de Jesús.
D. Jesús es el divino maestro que atrae a sus discípulos (estudiantes) para
que lo sigan (Juan 1:35-51).
35 El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. 36 Y mirando a
Jesús que andaba por allí, dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!” 37 Le oyeron
hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús (Jn 1:35-37).
Jesús atrae a las personas para que lo sigan. Hay divinidad, poder, amor y
majestad en Jesús, y estos atributos atraen a las personas a Él.
Considere la asombrosa maravilla de este momento cuando los discípulos de Juan
se encuentran con Jesús. Juan el Bautista es el primer profeta en Israel del que
hayamos tenido noticias en cuatrocientos años. Pero Juan había llegado a la cima
de la montaña en su ministerio. Había llegado el momento para el Bautista de
relacionar a sus discípulos con el Hijo de Dios. Juan el Bautista les dijo a Andrés y
a otro discípulo (probablemente el apóstol Juan): “¡He aquí el Cordero de Dios!”
Inmediatamente, esto hizo que fijaran su interés en Jesús. Dentro de nosotros hay
un vacío que gime por Dios para que Él lo llene. Lo necesitamos como el pan y el
agua de vida. Jesús nos cautiva. Comparado con Jesús, el más grande de los
profetas como Juan el Bautista es como una vela comparada con el sol.

Juan el Bautista guio a dos de sus discípulos hacia Jesús. Él anunció que Jesús
era el Hijo de Dios que había venido a la tierra a morir por nuestros pecados. No
hubo ni titubeos ni dudas en Andrés ni en el otro discípulo (el apóstol Juan).
Enseguida, le dieron la espalda al Bautista y se dirigieron hacia el Cordero. En ese
momento, ellos dieron sus primeros pasos para seguir a Jesús, el Hijo de Dios.
Desde ese día en adelante, la vida de ellos jamás volvería a ser la misma. ¡Jesús
jamás los desilusionaría! Él satisface nuestros deseos más profundos. Los que
tienen una relación con Jesús nunca más padecerán hambre ni sed; ni tampoco
tropezarán, porque caminan en la luz.
Como Juan el Bautista, los que descubrieron a Jesús llevaron a otros al Cordero
de
Dios. Jesús es demasiado bueno para guardárnoslo solo para nosotros. Lo que
hemos encontrado en Él, deseamos compartirlo con otros.
40 Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan,
y habían seguido a Jesús. 41 Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo:
Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). 42 Y le trajo a Jesús
(Jn 1:40-42).
En el Evangelio de Juan, Andrés frecuentemente está llevando a alguien a Jesús:
su hermano (Jn 1:40-42), el niño con los panes y los pescados (Jn 6:8-9), y los
griegos que querían ver a Jesús (Jn 12:20-21).
Jesús les da una promesa a todos los creyentes:
“Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19).
Juan, Andrés y Felipe siguieron a Jesús, y pronto ya estaban alcanzando a otros.
De igual manera Jesús nos enseñará a alcanzar a otros para Él, si nosotros lo
seguimos.

Conclusión
Hay un número sorprendente de nombres y descripciones de Jesús en este primer
capítulo de Juan. Este es uno de los capítulos más cristocéntricos del Nuevo
Testamento.

Descripciones de Jesús en Juan 1 Juan


1. El Verbo/Logos 1:1
2. El Creador 1:3
3. La luz verdadera 1:9
4. El Verbo hecho carne 1:14
5. El unigénito del Padre 1:14
6. El que existió antes de Juan el Bautista 1:15,30
7. Jesucristo 1:17
8. El que está en el seno del Padre 1:18
9. El Profeta 1:21
10. Jesús 1:29
11. El Cordero de Dios 1:29, 36
12. El que bautiza en el Espíritu Santo 1:33
13. El escogido (Hijo) de Dios 1:34
14. Rabí/Maestro 1:38, 49
15. Mesías (hebreo); Cristo (griego, el Ungido) 1:41
16. El profetizado por Moisés y los profetas 1:45
17. El hijo de José 1:45
18. El nazareno 1:45
19. El Hijo de Dios 1:49
20. El Rey de Israel 1:49
21. El Hijo del Hombre 1:51

El testimonio de todo el primer capítulo de Juan es claro: Jesús de Nazaret es


Dios el Hijo que se hizo carne, el Mesías de Israel y el Cordero de Dios que quita
el pecado del mundo. Estas son las buenas noticias del evangelio.

IV- LOS MILAGROS DE JESUS

1- Jesús convierte el agua en vino (Juan 2:1-11)


Contexto
Era una costumbre judía celebrar una boda hasta por una semana (lea Jueces
14:12). Al casarse, la novia y el novio no salían de inmediato a su luna de miel. En
cambio, ellos permanecían en casa como anfitriones de la fiesta, como rey y reina.
En la sociedad judía de aquellos tiempos, había mucha pobreza y trabajo arduo.
Así que, la celebración de una boda se convertía en días festivos, un tiempo de
mucha alegría. María, la madre de Jesús, estaba allí, con Jesús y algunos de los
discípulos a quienes Él había llamado (Juan 1). Mientras estudiamos esta
narración, nos concentraremos en descubrir varios conocimientos acerca de
Jesús.

A. Jesús nos enseña a aprovechar los eventos sociales para un propósito


espiritual (Juan 2:1-2). 3
1 Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre
de Jesús. 2 Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos (Jn 2:1-
2).

Problema: Algunas veces una congregación y sus miembros no reconocen las


oportunidades para relacionarse con otros y ministrar. Muy frecuentemente,
esperamos que las personas que necesitan ayuda vengan a nosotros, cuando
deberíamos buscar oportunidades para acercarnos a ellos. Mientras tanto, algunas
congregaciones se reducen, y muchos perdidos no tienen contacto con los
creyentes.
Solución: Para ministrar a las personas, debemos planear estar con ellos. Jesús
no era solitario. Él no vivió como un *ermitaño solo y separado de la sociedad. Su
vida social no se centraba solamente en la sinagoga. Él disfrutaba al conocer a las
personas que no formaban parte de su grupo religioso. Parece que algunos creen
que a Dios no le gustan la diversión ni las fiestas. Pero a todo lo largo de los
Evangelios vemos a Jesús en eventos sociales. Él comió en las casas de
recolectores de impuestos como Mateo y Zaqueo, a quienes los judíos
despreciaban como traidores de la patria (Mt 9; Lc 19). En una ocasión cuando
Jesús comía con un fariseo, una pecadora le ungió la cabeza con perfume, le lavó
los pies con sus lágrimas de arrepentimiento y se los besó con gratitud por su
actitud hacia los pecadores. Nuestro Salvador usó un evento social para perdonar
a la mujer y enseñarle a su anfitrión una lección espiritual (Lc 7:36-50). Jesús
asistió a las fiestas en Jerusalén, la ciudad capital. Él asistió a una boda en Caná
(Jn 2:1-11).
Los enemigos de Jesús dijeron que Él era un comilón y bebedor. Jesús se
comparó con uno que tocaba la flauta invitando a otros a danzar (Mt 11:16-19).
Dios planeó muchas fiestas para Israel, y Jesús habló más sobre banquetes que
sobre ayuno. ¡Jesús sabía que las personas eran más fáciles de alcanzar cuando
estaban a su alcance! A nuestro Señor le gustaba asistir a eventos sociales,
porque Él amaba a las personas.

No necesitamos convertir agua en vino para que brille nuestra luz. Los creyentes
debemos ayudar a celebrar eventos públicos y días feriados nacionales; así como
asistir a eventos comunitarios, matrimonios y funerales, reuniones de la escuela
pública y a juntas locales para tratar asuntos comunitarios. Nuestra presencia en
actividades sociales puede convertirse en un testimonio alegre. Nuestra presencia
es un testimonio de que Dios disfruta la vida y se interesa en nuestros problemas
comunes. A Él le gusta celebrar victorias y fortalecernos cuando estamos en
dificultades. El matrimonio de un hombre con una mujer fue idea de Dios. Jesús
tomó tiempo para asistir a una boda cuando lo invitaron. El primer milagro de
Jesús no fue en una sinagoga, sino en una boda pública.
Como creyentes, asistamos a eventos sociales y compartamos la gracia y la
verdad de la manera más sabia posible. Algunos pecadores piensan que la
religión es solamente para los domingos, no para días de diversión. ¡Pero
asegurémonos de que ellos no tengan esta idea equivocada observando nuestra
vida!
B. Jesús desea que lo sigamos, no intente usted guiarlo a Él (Juan 2:5).
3 Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino.” 4 Jesús le dijo:
“¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.” 5 Su madre dijo a los
que servían: “Haced todo lo que os dijere (Jn 2:3-5).
En las bodas de Caná, se les agotó el *vino durante la semana de la celebración.
En una boda judía, el vino era importante. En aquellos días no había una gran
selección de bebidas. Las personas tomaban agua o vino. En algunas ocasiones
el vino era fresco, sin fermentar. Otras veces este era alcohólico. La mayoría de
las veces una medida de jugo de uva se mezclaba con tres medidas de agua.
Cualquiera que fuera la clase de vino que se estuviera sirviendo en las bodas de
Caná, el hecho de que se terminara representaba una gran decepción social. En
esa parte del mundo, la hospitalidad era un deber sagrado.
Tal vez las familias eran pobres y el presupuesto bajo. Aun así, quedarse sin vino
en la fiesta avergonzaba grandemente a la novia y al novio.

¿Cómo supo María que el vino se había agotado? Tal vez ella había ayudado a
cocinar y a servir los alimentos. No es difícil imaginarnos a María en la boda.
Probablemente, ya era viuda de alrededor de cincuenta años. Por treinta años
había preparado alimentos para Jesús. ¡Él siempre había sido un hijo modelo,
amable, comprensivo, respetuoso, divino! Más que otros, María creía en Jesús.
Ella sabía que Él era el Hijo de Dios. Pudo haber pensado que ya era tiempo de
que Él se revelara al mundo. Y ella sabía que Él podía resolver el problema de las
bodas de Caná. Así que, le dijo a Jesús, “No tienen vino” (Jn 2:3).

La respuesta de Jesús contempla tres aspectos que tenemos que examinar:


• “Querida mujer” (Juan 2:4) es la traducción de una palabra común en griego,
gunai, que significa “mujer”. La mayoría de las versiones omiten la palabra querida
en Juan 2:4. Jesús le repitió a María esta misma palabra desde la cruz (Jn 19:26).
No era una descortesía que Jesús llamara “mujer” a María. Sino que llamar mujer
a María en lugar de madre demostraba que los tiempos en que ella dirigía sus
acciones habían pasado. María tuvo que aprender una difícil lección. Por treinta
años, ella había sido una madre terrenal para Jesús. Sin duda Él había obedecido
el mandamiento de Dios de honrar a sus padres terrenales. Así que, Jesús había
obedecido a María por muchos años. Pero llegó el momento de que Jesús
cumpliera su propósito en la tierra. Él abandonó su hogar en Nazaret y comenzó a
reunir a sus discípulos. Había comenzado su ministerio público. Nunca más su
padre ni su madre terrenales guiarían su vida. Si María necesitaba la ayuda de
Jesús, ella NO debía solicitarla como su madre, sino simplemente como una mujer
que creía en Él. Más adelante en su ministerio, Jesús sigue resaltando su relación
con su familia espiritual, en lugar de su familia física:
46 Mientras él aún hablaba a la gente, he aquí su madre y sus hermanos estaban
afuera, y le querían hablar. 47 Y le dijo uno: “He aquí tu madre y tus hermanos
están afuera, y te quieren hablar.” 48 Respondiendo él al que le decía esto, dijo:
¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? 49 Y extendiendo su mano
hacia sus discípulos, dijo: “He aquí mi madre y mis hermanos. 50 Porque todo
aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi
hermano, y hermana, y madre” (Mt 12:46-50; lea también Mr 3:31-35; Lc 8:19-21).
• “¿Qué tienes conmigo, mujer?” Una forma de estas famosas palabras griegas
(ti emoi kai soi, literalmente significan qué de mí y qué de ti) ocurre por lo menos
siete veces en la Biblia griega. Ellas siempre muestran un malentendido, una
diferencia de opinión o de deseo.
Así como la palabra mujer crea una distancia entre Jesús y María, pasa lo mismo
con las palabras ¿Qué tienes conmigo? Estas palabras daban a entender que ya
no era apropiado que María tratara de guiar a Jesús. Él debía ser guiado por su
Padre celestial, no por sus padres terrenales. Dieciocho años antes, Jesús
expresó este mismo tipo de mensaje: “¿No sabíais que en los negocios de mi
Padre me es necesario estar?” (Lc 2:49). Aquí en Caná, María escucha el mensaje
nuevamente. Pues al realizar un milagro en Caná, Jesús lo hace como el Hijo de
Dios, que escucha a su Padre, no como el hijo de María.
No podemos dejar de preguntarnos si Jesús estaba vislumbrando con siglos de
anticipación la práctica de la *mariolatría, la adoración a María y la oración para
que ella influya sobre Jesús. Sus palabras hacia ella refutan la semilla de esta
doctrina, aun antes de que esta fuera plantada. A lo largo de la historia
observamos dos errores concernientes a María. Algunos la colocan en un lugar
muy inferior. Como la madre terrenal de Jesús, el Mesías, ella es muy favorecida
entre las mujeres (Lc 1:28). Aunque las Escrituras no registran que María tuviera
algún tipo de liderazgo en la iglesia, (y Juan nunca la menciona por su nombre),
ella merece el honor de haber dado a luz al Mesías.
Aun así, ella es solo una mujer, con la necesidad de un Salvador lo mismo que
nosotros (Lc 1:47). Deshonramos a María si la exaltamos a un papel de influencia
en Jesús hoy.
Juan 2:4 nos disuade de elevar a María más allá de una honra humana entre las
mujeres.
• “Aún no ha venido mi hora” (Juan 2:4). Jesús vivió guiado por el plan que Dios
le dio. Les habló a sus hermanos palabras como estas cuando lo presionaban
para que se exaltase a sí mismo en otra fiesta. Él les dijo: “Mi tiempo aún no ha
llegado”
(Jn 7:6, 8). Las palabras de Jesús a su madre y a sus hermanos demuestran que
Él estaba más consciente de la situación en Caná de lo que su madre hubiera
notado. Él conocía el tiempo de Dios. Jesús sabía por qué asistió a la boda y lo
que haría allí. Él vio y reconoció a Natanael debajo de la higuera, cuando la vista
humana no podía ver a esa distancia (Jn 1:47-49). Antes de que Él realizara los
milagros, el Padre siempre le mostraba lo que tenía que hacer (Jn 5:19). Antes de
que Jesús hubiera llegado a la fiesta de Caná, sabía que ese era el lugar en el que
realizaría su primer milagro. En el tiempo y el momento correctos, Él actuaría. Así,
más tarde, cuando llegó el tiempo exacto de subir a la fiesta, Él iría y se exaltaría a
sí mismo (Jn 7:10, 37, 38). Jesús era guiado en cada paso por su Padre celestial,
y no por su familia humana.
Lamentablemente, algunos piensan hoy que, debido a que María era la madre
terrenal de Jesús, ahora ella le dice a Él qué hacer en el cielo. ¡Esto es un gran
error!
Es antibíblico pensar que María ejerce influencia sobre Jesús hoy. La Biblia
enseña que todos, incluyendo a María, deben obedecer a Jesús. La misma María
les enseñó a los criados a obedecer a Jesús. Ella había aprendido una lección que
todos nosotros también debemos aprender. Desvió la atención de sobre ella
hacia Jesús. El consejo de María a los criados demuestra que ella había
comprendido lo que Jesús le había dicho. Ella no trató de controlarlo a Él. Con
dignidad, se retiró del intercambio de palabras, diciéndoles a los criados: “Haced
todo lo [Él] que os dijere” (Jn 2:5). La lección que aprendió María es importante
para todos nosotros: “Haced todo lo [Él] que os dijere” (Jn 2:5). No trate de
presionar a Jesús, Él sabe mejor que nosotros.
Deténgase y espere hasta que Él hable. Entonces, con rapidez obedezca cada
palabra suya.
Charles H. Spurgeon enfatizó cinco aspectos en la obediencia a Jesús. Nuestra
obediencia a lo que Jesús nos dice que hagamos, debe ser:
• Preparada. Las personas no obedecen a Jesús automáticamente. Debemos
estar preparados y entrenados para obedecer. María les ayudó a los criados a
prepararse para obedecer a Jesús. Ella los preparó para esperar, y no adelantarse
a Jesús. Los guio a obedecerlo.

• Perfecta y completa. La desobediencia decide obedecer parte de lo que Jesús


dice, pero se niega a hacer todo lo que Él nos manda (1 S 15:3, 14-15). Imaginen
a un niño que, en vez de obedecer todo, omite esto y aquello. Amados, evitemos
omitir cualquiera cosa que el Señor nos mande hacer. Cada una de sus palabras
es más preciosa que los diamantes.
• Pronta. No cavile ni especule sobre lo que el Señor le dice que haga.
¡Simplemente hágalo! Llenar tinajas con agua pareciera ser irrelevante para la
falta de vino. Pero como los criados, obedezcamos sin dilación.
• Personal. Dios exige obediencia personal. No espere que el Salvador le diga en
el día final: “Tuve hambre y usted me envió a otra persona”. La obediencia a Jesús
no significa que la persona A le diga a la persona B que ayude a la persona C. No
trate de obedecer a Jesús delegando, buscando obedecer a través de otros.
• Perpetua y constante. Cualquier cosa que Él le diga, hágala. Manténgase
haciéndola.
Los cristianos temporales no son verdaderos cristianos. Mientras que haya aliento
en su cuerpo, obedézcale a Jesús su Señor, quien lo redimió con su sangre.

El resultado de la obediencia. La obediencia a Jesús nos hace sentir libres de


culpa, confiados y gozosos en su presencia. El amor de Dios llena nuestros
corazones y se desborda por medio de nosotros. Dios hace los milagros que
quiere hacer a través de la obediencia de los siervos comunes. 10 Varias señales
y versículos en Juan revelan la cooperación entre Dios y los humanos. Jesús
convirtió el agua en vino, pero los criados cargaron y vertieron el agua en las
tinajas de piedra y entonces lo sirvieron (Jn 2:7-8).
Jesús multiplicó los panes, pan que los discípulos repartieron a la multitud (Jn
6:11-13).
Jesús sanó al ciego, después de que él caminara lentamente al estanque de Siloé
y se lavara el lodo de su rostro (Jn 9:7). Jesús levantó a Lázaro de entre los
muertos, después de que las personas corrieron la piedra (Jn 11:39-41). Jesús
dará vida eterna, después de que nosotros vayamos por todo el mundo, como el
Padre lo envió a Él (Jn 20:21).
Toda vez que nosotros obedecemos a Jesús, estamos cooperando para que Dios
realice un milagro. La obediencia a Jesús facilita los milagros, ya sea que
carguemos el agua, repartamos el pan, lavemos el lodo, corramos una piedra o
compartamos el Evangelio con los no creyentes. Nuestra obediencia es una
pequeña parte, pero Dios espera hasta que nosotros obedezcamos para hacer
milagros. Pues la obediencia es fe en acción.
Dios trabaja a través de los que expresan su fe por medio de la obediencia.

C. Jesús es el camino que lleva de las formas religiosas hacia una fe viva
(Juan 2:6).
Convertir el agua en vino fue el primer milagro de Jesús. Nosotros NO
PODEMOS estar de acuerdo con F. F. Bruce, cuando él dice que el agua de las
tinajas no se convirtió en vino. Bruce sugiere que la única porción de agua que se
convirtió en vino fue la pequeña cantidad que los criados le llevaron al
maestresala. Si esto fuera cierto, ¿por qué Jesús les pidió a los criados que
llenaran las tinajas con agua? Más de un erudito se ha atragantado al tratar de
ingerir un milagro. Aun así, nos gusta la sugerencia de Bruce de que el milagro en
Caná puede también servir como una parábola. 11 Juan 2:6 dice: “Y estaban allí
seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos,
en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros”.
La tradición judía realzaba las reglas, tales como el lavado de las manos.
Lavarse las manos antes de comer es bueno por aseo y por salud, pero no tiene
un valor religioso. Recuerde el conflicto entre Jesús y los fariseos en cuanto al
tema de los lavamientos religiosos. Observe que no fue Dios quien diseñó todas
esas reglas acerca del lavado. Más bien, estos eran ejemplos de las pesadas
cargas que los fariseos crearon para colocarlas sobre los hombros de los hombres
(Mt 23:4).

Lavarse las manos varias veces al día era una importante tradición judía. Pero la
fuente de esta tradición era humana, no divina. No hay un solo versículo en la
Biblia en el cual Dios mande el diario lavado de las manos antes de comer.
Lavarse las manos es una buena práctica de aseo y salud, pero esto no tiene
ningún valor religioso. Muchos maestros piensan que las tinajas de piedra con
agua representan las viejas costumbres judías. Jesús no volcó las tinajas ni las
rompió. Pero al convertir el agua de las tinajas en vino, Jesús estaba
reemplazando una tradición.
¡Después del milagro, no quedó agua en las tinajas para la purificación religiosa!
Y no había espacio en las tinajas para agua. En su lugar, de la forma de celebrar
una vieja tradición surgió una nueva celebración. Jesús convirtió el agua en vino.
Muchos eruditos piensan que Juan pone este milagro y la purificación del templo
(Jn 2:12-22) lado a lado para enfatizar que Jesús es el centro de la adoración.
Las personas no pueden acercarse a Dios por medio de lavamientos religiosos o a
través del templo (el cual había sido destruido veinte años antes del escrito de
Juan). La gran cantidad de agua que el Hijo de Dios convirtió en vino desvía la
atención de los rituales religiosos a la abundancia de gracia que llegó a nosotros
en Cristo Jesús (Jn 1:14-18). 13 Ninguna cantidad de purificación del cuerpo con
agua, o lavado o restregado tiene algún valor espiritual. Solamente la sangre de
Jesús puede lavar nuestros pecados. Observe cuán bondadoso fue Jesús para
apartar a las personas de los lavamientos religiosos. Verdaderamente, “…la gracia
y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:17).
Jesús hace cosas nuevas. Pablo dice en 2 Corintios 5:17: “¡las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas!” Este versículo da testimonio del
poder de Jesús para hacer nacer una nueva creación. Cuando venimos a
Jesucristo por fe, Él transforma nuestra antigua vida de pecado en una nueva vida
de justicia. Cuando Jesús convirtió el agua en vino, fue un gran milagro. Pero el
milagro de convertir nuestra antigua vida en una nueva creación es el más grande
de todos.
Moisés y Aarón convirtieron el agua en sangre. Esto era una profecía de juicio
(Éx 7:19-20). Pero el primer milagro de Jesús fue convertir el agua en vino, y fue
una profecía de gracia abundante. ¡Él guarda lo mejor para el final! 9 “Antes bien,
como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de
hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. 10Pero Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu…” (1 Co 2:9-10). Casi al final de Apocalipsis,
Juan escribe:
“…He aquí, yo hago nuevas todas las cosas…” (Ap 21:5). Días maravillosos están
por venir para los creyentes.
Una vida eterna comienza cuando aceptamos a Jesús. Él cubre nuestras
necesidades cuando se las presentamos. Y su presencia llena nuestra vida con
gracia, amor, paz y gozo, aun durante nuestras pruebas en la tierra. “Pues tengo
por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse”(Ro 8:18).

D. Jesús hace señales y prodigios para reforzar la verdad de que Él es


Dios con nosotros (Juan 2:11).
Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y
sus discípulos creyeron en él (Jn 2:11).
La revelación de la gloria de Jesús es la lección principal de Juan 2:1-11. Juan se
refiere a los milagros de Jesús como “señales”, las cuales eran más que actos de
poder.
Las señales sobrenaturales revelaron la gloria de Dios en Jesús. Estas señales
milagrosas demostraban que Jesús no era simplemente un hombre. Él era y es
Dios, y por lo tanto revela la gloria de Dios. Así pues, después de que Jesús
convirtió el agua en vino, Juan registra: “y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2:11).
Ellos ya habían comenzado a creer, pero el milagro de Caná fortaleció su fe en
Jesús. Seguir a Jesús representa una travesía por la vida. Mientras caminamos
con Él, nuestra fe madura y se fortalece.
Nuestra fe descansa en Jesús y no en las señales. Aun así, los milagros son
señales que apuntan a quién es Jesús. Jesús animaba a las personas a que
permitieran que sus señales fortalecieran su fe en Él (Jn 5:36). Como le dijo Jesús
a Tomás: “creedme por las mismas obras” (Jn 14:11). Juan registró estas señales
milagrosas: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20:31).
Nuestro mundo hoy día todavía necesita ver milagros, señales que ayudan a
convencer a las personas de quién es Jesús. Las personas no han cambiado. Los
milagros aún les ayudan a creer. Y Dios no ha cambiado. Él todavía disfruta al
hacer milagros que revelen su gloria. Después de que Jesús ascendió a los cielos,
sus discípulos continuaron haciendo milagros en su nombre. Y hoy, los que son
llenos del Espíritu Santo reciben milagros cuando oran con fe.
12 De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las
hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. 13 Y todo lo que
pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré (Jn 14:12-14).
Para que el evangelio sea plenamente revelado y predicado en nuestro mundo,
nuestra predicación debe estar acompañada por señales y prodigios.

E. Jesús se deleita en proporcionar gracia para enfrentar los retos de la vida


(Juan 1:14-18).
Jesús hizo algo práctico para ayudar a la novia y al novio. Él les permitió que
pudieran celebrar la semana de su boda. Y si sobraba algo de vino, se lo darían a
los invitados, o quizás lo venderían. ¿Jesús tiene cuidado de los eventos en su
vida? La historia de las bodas de Caná responde “¡Sí!” El ministerio de Jesús
revela que Dios es lleno de gracia.
Debemos invitar a Dios para que nos ayude con los problemas que enfrentamos.
15 Este milagro revela la gracia y la verdad de que a nuestro Padre del cielo le
encanta dar buenos regalos (Mt 7:11).
La mayoría de las personas no esperan un milagro en una boda. Pero los milagros
son obras de Dios que pueden ocurrir en cualquier lugar en cualquier momento.
Frecuentemente, nos perdemos un milagro porque estamos esperando el
momento correcto, o el lugar correcto, en vez de buscar la fuente correcta. El
momento es ahora. El lugar es aquí. La fuente es Dios. Dios tiene más milagros
que las necesidades que podamos tener. Él siempre está buscando a alguien a
quien hacerle un milagro. Traiga sus necesidades a Dios con fe.
No precisa estar en el templo para recibir el milagro que necesita.

Jesús purifica el templo (Juan 2:12-22)


No es difícil imaginar qué pasó el día en que Jesús purificó el templo. Ver el
templo desde lejos inspiraba a la adoración. Algunas de esas piedras en sus
cimientos eran tan grandes como un vehículo. Las columnas eran tan grandes que
usted podría abrazarse a una y solamente cubrir la mitad de su circunferencia. Y
sus grandes alturas les recordaban que Dios estaba muy por encima de la tierra.
Las personas ingresaban al templo a través de varias entradas. Dentro de estas
entradas exteriores estaba el primero y más bajo nivel, llamado el atrio de los
gentiles. No había techo sobre esta sección, pero tenía un piso de piedra y era el
atrio de la casa de Dios. Esta era la única sección que los judíos permitían que los
gentiles visitaran para adorar a Dios.
Los cambistas, los vendedores y los comerciantes estaban en este atrio de los
gentiles.
Las vacas mugían; las ovejas balaban; las palomas aleteaban y gorjeaban. Los
ladrones se vanagloriaban y negociaban en alta voz. Las monedas tintineaban. El
olor del incienso ayudaba, pero los otros olores pertenecían al corral, no al templo.
Imagínese intentar adorar a Dios con todo ese ruido, esa agitación y esos olores
mezclados. ¡Imposible!
Allí había distracciones y confusión en todas partes. Lo único que faltaba era un
gran cartelón que dijera: ¡Venga y Adore!
El templo tenía cuatro áreas (atrios) para adorar.

Templo de Herodes
A Lugar Santísimo (Santuario interior de 20 *codos cuadrados)
B Lugar Santo (20 codos de ancho, 40 codos de largo)
C Atrio de los sacerdotes de Israel
D Altar
E Atrio de los hombres de Israel
F Atrio de las mujeres de Israel (estaba en un nivel más bajo)
G Atrio de los gentiles (era el más lejano del Lugar Santo y estaba en el nivel
más bajo)
H Puerta La Hermosa (donde los escribas tenían su escuela y sus debates)
I Puerta Dorada
J Fortaleza de Antonia: La residencia del gobernador cuando estaba en Jerusalén
(albergaba una guarnición de soldados romanos para controlar desórdenes en el
Templo; se guardaban las vestiduras de los sacerdotes como señal de sumisión a
Roma).

¡Todos estos negocios y caos le hicieron hervir la sangre a Jesús! Su rostro se


enrojeció por la ira. En unos cuantos minutos, Jesús hizo un látigo con algunas
cuerdas de cuero.
¡Qué escena! Él tenía fuego en los ojos y un azote en la mano. Las mesas crujían
mientras las monedas rodaban por todas partes. Los hombres gritaban de dolor
cuando el látigo les hería la espalda. ¡Los animales corrían en *estampida! Jesús
gritaba con furia: “¡Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa
de mercado!” (Jn 2:16).
Por unos minutos, los discípulos de Jesús se quedaron estupefactos y sin
palabras.
¿Era este el mismo Jesús que sentó a los pequeños niños en su regazo? Pedro
levantó las cejas y le preguntó a Jacobo: “¿Habías visto alguna vez a Jesús actuar
de esta manera?”
“No, nunca”, respondió Jacobo. Entonces Juan exclamó: “Ahora lo entiendo”. El
Salmista dijo: “Porque me consumió el celo de tu casa” (Sal 69:9; Jn 2:17).
Súbitamente, los líderes judíos irrumpieron. “¿Quién te has creído que eres tú?, le
exigieron a Jesús. “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?” (Jn 2:18; lea
también Lc 20:2).
La respuesta de Jesús fue desconcertante. La señal que Él pudo presentar para
probar su autoridad fue: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn
2:19).
Posteriormente, después de la resurrección, los discípulos se dieron cuenta de
que Jesús se refería al templo de su cuerpo, y ellos creyeron en Él (Jn 2:21-22).
Pero ese día en el templo, los líderes judíos y todos los discípulos malinterpretaron
a Jesús. Ellos estaban ubicados en el área del templo y pensaron que Jesús
estaba hablando acerca de la destrucción del templo de Herodes. Así que, los
judíos le dijeron a Jesús: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú
en tres días lo levantarás?” (Jn 2:20). “Más él hablaba del templo de su cuerpo”
(Jn 2:21). Al levantarse de entre los muertos, los líderes judíos sabrían por qué Él
llamaba a Dios “Mi Padre”. Y ellos reconocerían que como Hijo de Dios, Él tenía
toda la autoridad en el cielo y la tierra.

Contexto
Después de las bodas de Caná y de un breve tiempo en Capernaúm (Jn 2:12),
Jesús fue a Jerusalén para la fiesta de la pascua. Juan 2:13-14 contienen tres
palabras clave: Pascua, Jerusalén y templo. Estas tres palabras nos ayudan a
identificar el contexto de este pasaje.

La pascua en Jerusalén. Por lo menos en tres ocasiones, Juan escribió acerca


de los viajes de Jesús a Jerusalén para la pascua (Jn 2:13; 6:4; 11:55). También,
Juan escribió acerca de Jesús en Jerusalén para otras tres fiestas: Una no
identificada (Jn 5:1), la de los tabernáculos (Jn 7:2, 10) y la de la dedicación (Jn
10:22). El Evangelio de Juan se enfoca en el ministerio de Jesús en Jerusalén,
pero los Evangelios sinópticos se enfocan en el ministerio de Jesús en Galilea.
El templo. En Juan, Jesús purificó el templo durante el inicio de su ministerio
público.
En los Evangelios sinópticos, lo purificó al final de su ministerio público (Mt 21:12-
13; Mr 11:15-17; Lc 19:45-46). Quizás Jesús purificó el templo dos veces. Juan
pudo haber registrado la primera purificación, mientras que los sinópticos
registraron la segunda.
O, pudiera ser que Jesús purificara el templo solamente una vez, pero Juan la
menciona, por razones teológicas, cerca del inicio de su Evangelio. Al referirse a la
purificación del templo para el tiempo de la pascua, Juan podría estar enfatizando
en su Evangelio, de principio a fin, que Jesús es el Cordero de Dios, nuestra
nueva Pascua. Sabemos que la pascua es un tema importante para Juan. En el
primer capítulo él se refiere a Jesús como el Cordero de Dios (Jn 1:29). Y resaltó a
Jesús como nuestro Cordero Pascual, sin ningún hueso roto (Jn 19:36). Juan usa
los capítulos 12-21 para cubrir la semana de la pascua.
La sociedad hebrea les prestaba más atención a los eventos que al tiempo. Así
que, los lectores hebreos no esperaban que un escritor registrara los eventos en
secuencia. Los estudiantes del profeta Jeremías habían aprendido esto, ya que
sus escritos no están en orden *cronológico, según la secuencia en el tiempo. La
secuencia es lógica para algunas sociedades occidentales. Pero la mayor parte
del mundo, les pone más atención a los eventos que al tiempo.
El templo en Jerusalén era el centro de la vida religiosa de Israel. En el año 586
a. C. Nabucodonosor, el rey de Babilonia, destruyó el primer templo, el que había
sido construido por Salomón. Entonces los judíos estuvieron cautivos en Babilonia
y en Persia por 70 años. Después de la cautividad, Esdras y Nehemías dirigieron a
los judíos en la reconstrucción del templo aproximadamente en el año 516 a. C.
Cinco siglos después, alrededor de la época de Jesús, Herodes el Grande amplió
el templo de Esdras y lo hizo aún más hermoso. Este fue el templo al cual Jesús
entró en el año 27 d. C. para la fiesta de la pascua. ¡Él estaba furioso por lo que
encontró ahí!
Examinemos los tres principios relacionados con la purificación del templo (Jn
2:12-22).
A. Jesús nos recuerda que la casa de Dios es un lugar de adoración
(Juan 2:13-17).
13 Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, 14 y halló en
el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí
sentados. 15 Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las
ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas;
16 y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa
de mi Padre casa de mercado. 17 Entonces se acordaron sus discípulos que está
escrito: El celo de tu casa me consume (Jn 2: 13-17).
Los Evangelios sinópticos registran que los que compraban y vendían estaban
haciendo trampas. Lucas escribió: 45 “Y entrando en el templo, comenzó a echar
fuera a todos los que vendían y compraban en él, 46 diciéndoles: ‘Escrito está: Mi
casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones’” (Lc
19:45-46).
Jesús siempre se enoja cuando las personas engañan y roban a otros. (Para una
exposición más exhaustiva acerca de cómo engañaban a las personas en la casa
de Dios. El apóstol Juan sabía de la deshonestidad, pero él enfatiza la protesta de
Jesús sobre el uso incorrecto de la casa de su Padre. Aún si los que compraban y
vendían hubieran sido honestos, estaban en el lugar equivocado. La casa de Dios
es para la oración y la adoración. La casa de Dios es santa, apartada para un
propósito especial. El enfoque en la casa de Dios debe estar en Dios.

La casa de Dios es un lugar para adorar, no para hacer riquezas. Juan


enfatiza esta verdad. Lea Juan 2:13-16 nuevamente. Observe que Jesús se refiere
al templo como “la casa de mi Padre”. Juan frecuentemente enfatiza que Jesús es
el divino Hijo de Dios. Jesús estaba enojado porque usaban la casa de su Padre
para negocios, en vez de ser para oración y adoración.
B. Jesús se enojó por motivos justificados (Juan 2:13-17).
Ser como Jesús incluye ser tierno y fuerte. Ser tierno comprende aspectos tales
como amor, misericordia, mansedumbre, paciencia, bondad y paz. Los que siguen
a Cristo deben depender del Espíritu Santo para mostrar este fruto en su vida (Gá
5:22-23).
Pero como toda moneda tiene dos lados, hay otro lado en seguir a Jesús. Sus
enseñanzas incluyen cualidades firmes, tales como perseverancia, honestidad,
resistencia, odio y enojo.
Ninguna cualidad es buena en sí misma. La moralidad de cada cualidad depende
de su contexto. Por ejemplo, el amor puede ser bueno o malo. El amor a Dios es
bueno (Mt 22:37-39), pero la Biblia nos prohíbe amar al mundo (1 Jn 2:15-16). De
igual manera, el odio puede ser bueno o malo. Cualquiera que odie a su hermano
es un homicida (1 Jn 3:15). Pero la Biblia frecuentemente nos dice que odiemos lo
que es malo (Sal 97:10; Pr 8:13; Am 5:15; Ro 12:9; Heb 1:9; Ap 2:6).

C. Jesús, el Hijo de Dios, es el nuevo centro de adoración (Juan 2:18-22).


18 Y los judíos respondieron y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras, ya que haces
esto? 19 Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré. 20 Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este
templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? 21 Más él hablaba del templo de su
cuerpo. 22 Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se
acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús
había dicho (Jn 2: 18-22).
Jesús tenía la autoridad para purificar el templo porque Él es el Hijo de Dios.
Limpiar la casa de su Padre es parte de la evidencia que presenta Juan de que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.
Los líderes judíos cuestionaron la autoridad de Jesús para limpiar el templo. Él se
había referido al templo como “la casa de mi Padre” (Jn 2:16). Sus acciones
cumplieron Malaquías 3:1 y Salmo 69:9. Ellos reconocieron que Él obraba como el
Mesías. Pero dudaban de que Él fuera el Mesías. Así que, le exigieron: “¿Qué
señal nos muestras, ya que haces esto?” (Jn 2:18). Jesús respondió con un
acertijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn 2:19).
Los líderes judíos y los discípulos malinterpretaron el acertijo de Jesús. Puesto
que fue el templo de Herodes el que limpió Jesús, los líderes pensaron que Él se
estaba refiriendo al templo de Herodes. El Evangelio de Juan registra muchas
veces cuando las personas malinterpretaron las palabras de Jesús.
No nos sorprende que los líderes judíos pensaran que Jesús hablaba sobre el
templo de Herodes. Estaban parados en el templo cuando Jesús dijo las palabras
de Juan 2:19. También, el templo era muy importante en sus pensamientos y en
su vida. El templo era una maravilla digna de admirar. Herodes el Grande
comenzó a construirlo en el año 19 a. C. La parte más importante fue terminada
en diez años.
Pero algunas obras de la construcción continuaron, aun hasta el año 63 d. C. 20
Tomó muchos años, trabajo arduo y dinero, construir el gran templo de Jerusalén.
Aun los discípulos de Jesús en una ocasión llamaron la atención de Cristo hacia
los grandes edificios del templo (Mt 24:1).
El templo era enorme. Pero la señal que Jesús les dio a los líderes era aún mayor.
De hecho, la resurrección de Jesús es la señal más grande en el Evangelio de
Juan. El libro de Hebreos enseña que el sacrificio de Jesús hizo obsoleta la
adoración en el templo (Heb 8:13). Como el arado de hierro reemplazó al de
madera, el sacrificio de Jesús reemplazó el sacrificio de animales en el templo.
Jesús, como nuestro sacrificio humano, reemplazó el requerimiento de todos los
sacrificios animales. Y ahora Él es nuestro sacerdote, de manera que el pueblo de
Dios no necesita a ningún otro sacerdote fuera de Jesús. Él, no el templo, es el
nuevo centro de adoración.
En Caná, Jesús creó un vino nuevo en las viejas tinajas de piedra del judaísmo.
Él vino a transformar los antiguos rituales en una nueva celebración de la gracia. Y
en Jerusalén, en el viejo templo de piedra, Jesús habló acerca del nuevo templo
de su cuerpo. Su muerte y resurrección reemplazaron el sistema muerto del
templo con un Salvador viviente.
Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que
había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho
(Jn 2:22).

El templo de Herodes fue una vez el centro de la adoración. Pero bajo el nuevo
pacto es Jesús el centro de la adoración. Su muerte y resurrección hicieron
innecesario el templo en Jerusalén. Jesús, como Mesías, restauró la verdadera
adoración en Israel.
El libro de Hebreos enseña que la muerte de Jesús fue el cumplimiento de la ley e
hizo obsoleto al templo y sus sacrificios. Jesús es ahora nuestro Sumo Sacerdote,
y nuestro sacrificio por el pecado.

Aplicación: Los edificios grandes como el templo, pueden apartar nuestra


atención del Hijo de Dios. Que Dios nos ayude a mantener nuestro enfoque en
Jesús, y no en los edificios, programas, e incluso grandes líderes de la iglesia.
Jesús debe ser el centro de nuestra adoración.
La destrucción del templo de Herodes ocurrió alrededor del año 70 d. C. Sabemos
que Jesús predijo esta destrucción, ya que Él les dijo a sus discípulos que del
templo no quedaría piedra sobre piedra (Mt 24:2). Su acertijo ese día en el templo
es más fácil de entender si miramos el pasado. Los líderes judíos estaban
preocupados por la autoridad de Jesús para purificar el templo de Herodes, el
centro de su adoración. No tenían la más mínima idea de que Jesús tuviera toda la
autoridad en el cielo y en la tierra. No se imaginaron que después de que ellos lo
mataran, Jesús se levantaría de entre los muertos, reemplazaría el templo de
Herodes, y se convertiría en el nuevo centro de adoración para creyentes de todas
partes del mundo.

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