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B- Paternidad literaria
JUAN EL APOSTOL
Hijo de Zebedeo y Salomé (hermana de María) Mateo 27:56; Marcos 1: 19-
20; Marcos 16:1; Juan 19: 25.
Primo de Jesús. Mateo 27:56; Juan 19:25.
Hermano de Santiago. Marcos 1:19-20.
Pescador. Marcos 1:19-20.
Posiblemente un discípulo de Juan el Bautista. Juan 1:35.
Uno de los del círculo íntimo de Jesús, junto con Pedro y Santiago. Mateo
17:1; Mateo 26: 37.
El “discípulo a quien amaba Jesús” Juan 21:20.
Acreditado con la paternidad literaria del Evangelio de Juan, tres epístolas
(1,2 y 3 Juan, y el libro de Apocalipsis. Apocalipsis 1:4.
b. Padre: Juan revela a Dios como Padre que anhela una relación con sus
hijos
(Juan 1:14-18).
Como hemos observado anteriormente, Juan enfatiza la palabra creer.
Otras palabras que él usa frecuentemente son luz, oscuridad, verdad, mundo,
gloria, amor y testigo (vea la figura 1.24). Pero más que cualquier otro escritor de
la Biblia,
Juan enfatiza que Dios es Padre. ¡Él usa la palabra Padre ciento treinta y seis
veces en veintiún capítulos!
“A Dios [el Padre] nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del
Padre, él le ha dado a conocer” (Jn 1:18).
“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9).
Jesús revela gracia y verdad de parte del Padre.
El Verbo es eterno. “En el principio era el Verbo” (Jn 1:1a). El Evangelio de Juan
comienza, como el Génesis: En el principio. Génesis 1:1 y Juan 1:1 parecieran
referirse a la creación del universo. El asunto es que el Hijo de Dios ya estaba
presente desde el inicio de todo. La primera frase del Evangelio de Juan revela
que el Hijo de Dios, el Verbo, es eterno.
Luego Juan nos dice que el Verbo entró en la historia humana. El Verbo eterno fue
hecho carne (Jn 1:14). En el principio, el Hijo estaba con el Padre. Llegó el
momento cuando Dios envió a su Hijo para salvar al mundo (Jn 3:16; Ga 4:4). Él
nació de una virgen y fue llamado Emanuel, Dios con nosotros. En Belén, el Verbo
eterno de Dios nació como ser humano y empezó a vivir entre nosotros. Pero
antes de Belén, desde el principio, el Hijo ya estaba con el Padre, “antes que el
mundo fuese” (Jn 1:1; 17:5).
El Verbo es una persona distinta del Padre. “Y el Verbo era con Dios” (Jn 1:1).
Las palabras con Dios revelan que el Hijo es distinto y separado del Padre. El
Padre y el Hijo son personas distintas. Por consiguiente, podemos decir que el
Verbo estaba con Dios, el Padre.
El Verbo es divino. “Y el Verbo era Dios” (Jn 1:1). La Escritura revela que Dios
es uno (Dt 6:4), que existe en tres personas. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
son uno, en esencia, en propósito y en unidad. Pero se diferencian en sus roles.
En una familia humana, un padre y su hijo comparten la misma naturaleza, pero
tienen diferentes roles.
De igual manera, en la Divinidad, hay una esencia, pero funciones diferentes. El
Padre no vino a la tierra a morir por nuestros pecados. Pero Él nos amó tanto que
envió a su Hijo a redimirnos. Jesús no permaneció en la tierra después de su
muerte y resurrección.
Él ascendió para ser nuestro Abogado a la diestra del Padre. Entonces el Padre
envió al Espíritu Santo para continuar el ministerio de Dios en la tierra, de una
manera mucho más amplia de la que Jesús podría haber hecho como ser humano
en un solo lugar.
El Verbo era en el principio, Él estaba con Dios y Él era Dios. En un solo
versículo, Juan nos dice tres verdades acerca del Verbo: Él es eterno, Él es una
persona, Él es Dios (Jn 1:1).
“La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”
(Jn 1:5). En el principio de la creación, Dios dijo: “Sea la luz” (Gn 1:3). De igual
manera, Jesús es la *luz que resplandece en las *tinieblas espirituales.
La vida espiritual y la luz espiritual van juntas, como el fuego y la luz. No
encontraremos la una sin la otra. A lo largo de Juan, vemos un contraste entre la
vida espiritual y la muerte espiritual; entre la luz espiritual y las tinieblas
espirituales.
Desde el comienzo de su ministerio, Jesús era la luz fulgurante en medio de las
tinieblas espirituales. Juan usa la palabra luz por lo menos de tres maneras: la luz
del día (Jn 11:10); la luz que ilumina el espíritu y el alma del hombre (Jn 8:12; 1 Jn
2:8); el elemento o ámbito de Dios (Jn 1:4, 7-9; 9:5; 12:35, 46). 16 Por el contrario,
tinieblas puede referirse a la noche (Jn 6:17); ignorancia espiritual o moral,
depravación o maldad (Jn 1:5; 8:12; 12:35, 46); o una fuerza que se opone a Dios
(1 Jn 2:11; lea también Lc 22:52-53). Hubo tiempos en que las personas, como
Nicodemo, no comprendían la luz. “El mundo no le conoció” (Jn 1:10). Y hubo
otros tiempos cuando los líderes religiosos trataron de apagar o extinguir la luz.
Pero la luz espiritual de Dios siempre prevalece sobre la oscuridad y la conquista.
Las tinieblas nunca pueden vencernos mientras que caminemos en la luz y
seamos “hijos de luz” (Jn 12:35-36). A todo lo largo de Juan, seremos testigos de
la batalla entre la luz y las tinieblas.
Juan el Bautista dio testimonio de Jesús, la luz verdadera. Juan era solo una
lámpara, pero Jesús es la verdadera luz del mundo. (Observe que, en el cuarto
Evangelio, a Juan el Bautista siempre se le identifica como Juan. En este
Evangelio cuando leemos de Juan, solo puede referirse al Bautista, ya que el
autor, el apóstol Juan, que es el hijo de Zebedeo y hermano de Jacobo, nunca se
identifica a sí mismo por su nombre. Su humildad lo guio a permanecer en el
segundo plano).
6 Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. 7 Este vino por
testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
8 No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. 9 Aquella luz
verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo (Jn 1:6-9).
Después de su nacimiento físico, cada persona es como una vela apagada.
Necesitamos a Jesús para encender nuestra vela al darnos vida y luz espiritual.
Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y Señor, Él nos da luz y vida
espiritual y la potestad de ser hechos hijos de Dios.
El Verbo vino al mundo, que fue hecho por medio de Él. Pero el mundo no
reconoció a su Creador. Ni la mayoría de los gentiles, ni siquiera su propio pueblo,
los judíos, lo recibieron. Recibir al Mensajero de Dios significa honrarlo a Él y al
que lo envió, y armonizar con el mensaje que Él trae. En cambio, los gentiles y
judíos fueron hostiles con Jesús (Jn 15:18-19). Ellos no lo honraron como al Hijo
de Dios. Sus respuestas a Jesús fueron negativas, no positivas. Ni se sometieron
a Él ni obedecieron sus enseñanzas. La mayor parte del mundo rechazó a Jesús.
Como dijo Pedro: ellos “mataron al Autor de la vida” (Hch 3:15).
Aun así, hubo una minoría de personas que recibió a Jesús. Y a aquellos que lo
recibieron, Él les dio el derecho o la autoridad de ser hechos hijos de Dios, por
medio del nacimiento espiritual por el Espíritu de Dios. (Jn 1:12-13). El apóstol
Juan introduce aquí, en el prólogo, el nacimiento espiritual, y nos dirá más acerca
de este en el capítulo
Observe que ni una genealogía judía, ni cualquier otro linaje familiar, posibilita
que nos convirtamos en hijos de Dios. Para convertirse en un miembro de la
familia de Dios se requiere un nacimiento espiritual, a través de recibir a Jesús
como Salvador y Señor.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desempeñan papeles diferentes en la
salvación.
El Hijo no llega a ser el Padre de los hijos espirituales. Y el Espíritu, no el Hijo, es
el agente del nuevo nacimiento. Pero al recibir al Hijo, Él nos da el derecho legal y
la autoridad para ser hechos hijos de Dios. Puesto que Jesús es la puerta de las
ovejas, Él es el único a quien recibimos y por el que pasamos a ser hijos del
Padre. Él es el camino al Padre (Jn 14:6). Nadie viene al Padre sino por medio de
Jesús, el Verbo y el Hijo de Dios (Jn 1:12; 14:6). Convertirse en hijos de Dios
significa tener el mismo Padre que Jesús (Jn 20:17). Y nacer en la familia de Dios
significa recibir la misma naturaleza y el carácter de Jesús, el Hijo perfecto de
Dios.
Dios ha tenido encuentros con las personas de varias maneras. En el Edén, Dios
caminó con Adán y Eva en el jardín donde vivían. En el desierto, los hijos de Israel
vivieron en tiendas. Cuando ellos acampaban, parecía como una ciudad de lona.
Así que, Dios se encontraba con los israelitas en el tabernáculo, una tienda de
reunión. Más tarde, en Canaán, cuando los israelitas vivían en casas de piedra,
Dios se encontraba con su pueblo en un templo de cedro y piedra. En Juan 1:14,
la expresión griega traducida como “habitó entre nosotros” significa que Él se hizo
tienda o tabernáculo en medio de nosotros. Las
Escrituras comparan al cuerpo humano con una tienda (2 Co 5:1; 2 P 1:14). Así
que, Juan 1:14 les recuerda a los lectores de Juan la tienda de reunión, donde
Dios descendía en gloria para encontrarse con Moisés (Éx 33‒34). Recuerde que
Éxodo 33 describe cómo la gloria de Dios llenó el tabernáculo de reunión, y causó
que el rostro de Moisés resplandeciera.
De igual manera, por medio de su Hijo Unigénito, Dios nació en un tabernáculo
humano de carne. En la encarnación, Dios vino a la tierra a vivir en medio de
nosotros. Él reveló su gloria en un tabernáculo humano de carne. De modo que
Juan pudo haber escrito: “Y aquel
Verbo fue hecho carne, y habitó [se hizo tabernáculo] entre nosotros (y vimos su
gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn
1:14).
Como Hijo de Dios, Jesús revela el mismo carácter y las mismas cualidades de su
Padre. Juan enfatiza que el Hijo del Padre resplandeció con gloria, irradiando
gracia y verdad.
Lea Juan 1:14-18 nuevamente. Juan 1:16 resalta que de la plenitud de Jesucristo
nosotros recibimos gracia sobre gracia, una bendición tras otra. Entonces, Juan
1:17 comienza con pues y contrasta la ley que vino por medio de Moisés con la
gracia y verdad que vinieron por medio de Jesucristo. Hay un contraste entre la ley
que vino por Moisés y la gracia y verdad traídas por Jesús. Pero el contraste es
en grado, no en calidad. Moisés reveló a Dios desde una distancia, pero Jesús
reveló a Dios desde cerca. La palabra pues en Juan 1:16 conecta la ley de Moisés
con las bendiciones que han venido por la plenitud del Hijo de Dios. La ley fue un
regalo y una bendición de gracia. Esta proveyó sacerdotes y sacrificios de
animales para que los israelitas pudieran tener una relación con Dios. La ley
proveyó un día de descanso cada semana, junto con fiestas para celebrar las
bendiciones de Dios. De igual manera, la ley le permitió a Israel conocer lo que
Dios consideraba correcto e incorrecto, para que ellos pudieran tener un pacto con
Dios. La ley reveló el carácter, el amor, la justicia y la santidad de Jehová. La ley
trajo muchas bendiciones de parte de un Dios de gracia.
Como dijo Pablo, “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento
santo, justo y bueno” (Ro 7:12). Aun así, lo que escribió Moisés acerca del
carácter de Dios fue muchísimo menos de lo que Jesucristo reveló en carne. Y los
sacrificios sobre los que Moisés escribió en la ley solamente apuntaban al Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Los sacrificios eran una sombra, una
tipología y profecía. Pero en
Jesucristo, la verdad y la realidad sobre la que había escrito Moisés vino a la tierra
en carne. Y con el nuevo pacto que trajo Jesús, Dios escribe su ley en nuestro
corazón y nos empodera para guardarla por medio del Espíritu de la gracia que
vive dentro de nosotros.
La gracia y la verdad fluyeron como dos ríos que se fusionaron en una sola vida.
Al concluir esta lección, consideremos las maneras en que Jesucristo reveló la
gracia y la verdad acerca del Padre invisible.
Otros pueden hablar de gracia y verdad, pero Jesús está lleno de ambas. Él vino a
la tierra rebosante, como una fuente de gracia y verdad. Y observe que, a través
de Jesús, la gracia y la verdad están unidas y nosotros recibimos las dos al mismo
tiempo.
La gracia que ofrece Jesús es verdadera gracia, sin falsedad, ni ficción ni fantasía.
Jesús no ofrece promesas de gracia ni esperanzas que nunca se cumplen. Jesús
vincula la gracia con la verdad. La gracia que Jesús trae es real. Su gracia no
endulza el oído ni engaña al alma; no agrada al ojo ni enferma el corazón. Su
gracia da un verdadero perdón que borra nuestros pecados; una redención que
verdaderamente libera de la esclavitud.
Su gracia trae una regeneración que transforma vidas y una salvación que salva
hasta lo máximo y deja libre al cautivo. La gracia sin la verdad promete salvación,
pero deja a las personas cautivas del pecado. Gracia con verdad nos libra del
castigo y del poder del pecado, ahora mismo.
La verdad que Jesús trae es bondadosa. Su verdad no es como un dedo
señalador para acusarnos. Su verdad no es como fuego del cielo para
aniquilarnos. Es amor del cielo que muere para salvarnos. Su verdad es
bondadosa. Él es la verdad que se sienta con prostitutas y traidores de la patria,
para poder darles ayuda. Su verdad no es severa.
Él no vino a condenar, ni a censurar ni a castigar. Su verdad está impregnada de
amor y misericordia. Hay gracia para el pueblo de Dios en cada palabra que sale
de los labios de Jesús. Su verdad ahuyenta a los hipócritas y a los fariseos. Él no
esconde su verdad a nadie, por muy dolorosa que pueda ser. Pero cuando Él
habla, hay amor en su voz y lágrimas en sus ojos. Su ternura puede atraer al
soldado que le introdujo los clavos en sus manos, y al ladrón que murió a su lado
en la cruz. ¿Dónde más podríamos nosotros encontrar una gracia tan verdadera o
una verdad tan bondadosa?
La verdad sin gracia es legalismo, es enfatizar las reglas, sin darles a las personas
el poder para obedecerlas. La verdad que es misericordiosa da los mandamientos,
y nos empodera para obedecerlos por medio de un nuevo corazón, un nuevo
Señor, la Palabra que nos limpia e ilumina nuestro camino, y el Espíritu que mora
en nosotros y nos guía.
En verdad Jesús revela e interpreta al Padre celestial que es 6“… misericordioso y
piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; 7que guarda
misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…” a todo
el que lo recibe (Éx 34:6-7; revelado en Jn 1:14-18).
El Verbo no se hizo una filosofía que discutir o un concepto que debatir. Él se hizo
un ser humano lleno de gracia y verdad, a quien recibir, en quien confiar, a quien
seguir, obedecer, amar, servir y adorar para siempre.
Contexto
Juan 1:19-51 registra cuatro días en la vida de Juan el Bautista, Jesús y los
primeros discípulos (Jn 1:19, 29, 35, 43). Juan introduce al Bautista como el primer
testigo de
Jesús (Jn 1:6-8, 15). Los versículos después del prólogo explican más acerca de
Juan el Bautista como un testigo. Él es un personaje importante en todos los
cuatro Evangelios, los cuales lo mencionan por lo menos ochenta y nueve veces.
Él tuvo el honor de presentarle a Jesús a Israel, preparando a la nación para
recibir a su Mesías. En Juan 1:19-51 estudiaremos cuatro verdades acerca de
Jesús.
Algunas personas hubieran necesitado dos días para contestar las preguntas:
¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que tú dices acerca de ti mismo? Pero los mensajeros
fieles de Dios recuerdan que Jesús es el mensaje, no ellos.
Juan el Bautista ocupaba los titulares en Israel.
Los más grandes líderes judíos enviaban personas a preguntarle: “¿Eres tú el
Cristo?” El público pensaba que Juan era el Mesías. Multitudes lo rodeaban como
enjambres de abejas en un panal.
Juan era el más renombrado predicador de Israel en los últimos cuatro siglos.
Mateo escribió: “Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de
alrededor del
Jordán” (Mt 3:5). Marcos escribió: “Y salían a él toda la provincia de Judea, y
todos los de Jerusalén” (Mr 1:5). “… y venían, y eran bautizados” (Jn 3:23). La
muchedumbre corría hacia Juan como el río Jordán fluía hacia Mar Muerto.
Un súbito ascenso a la popularidad puede causar que una persona se llene de
vanidad, como un neumático lleno de aire. El orgullo por el éxito puede causar que
algunos se vanaglorien como un pavo. Estos llaman la atención por la forma en
que visten, actúan y hablan. El éxito ocasiona que algunos se vistan como pavos
reales y canten como un gallo.
De igual manera, los que tienen un concepto demasiado alto de ellos mismos
tienen ansias de poder. Un hombre joven dijo que él se sentía como un águila
sentado en un nido de un gorrión. Él anhelaba más poder. El ansia de poder
puede llegar a ser como lava que fluye de un volcán ardiente.
El poder es como el alcohol, hace que las personas se embriaguen y piensen
confusamente acerca de ellos mismos. Pregúnteles al rey Nabucodonosor (Dn 4),
a Herodes el Grande (Mt 2) o al rey Herodes, cómo el orgullo y el poder pueden
distorsionar su modo de pensar (Hch 12:23). Juan el Bautista, como muchos
creyentes en el pasado y en el presente, enfrentó la tentación del orgullo. El
orgullo es como una gran serpiente que se enrolla alrededor de una persona y
lentamente la va comprimiendo hasta destruir cualquier servicio para Jesús. Pero
Juan el
Bautista resistió la tentación del orgullo. Él no tenía un concepto demasiado
elevado de sí mismo. Más bien, desvió la atención de sí mismo hacia Jesús.
Cuando Jesús salva a un creyente del pecado, el Espíritu Santo entra en esa
persona con nueva vida. El Espíritu Santo vive en todos los seguidores de Jesús
(Ro 8:9). Aun así, hay una vida más plena en el Espíritu que comienza cuando
Jesús bautiza a un creyente en el Espíritu Santo. Este es un gran bautismo, que
por lo general sigue al bautismo en agua. Juan se refiere a este bautismo para
enfatizar que Jesús es mayor. Un ser humano, como Juan, puede bautizar en
agua como un testimonio de arrepentimiento y obediencia a Dios. Pero Jesús, el
Hijo de Dios, bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1:32-34).
El apóstol Juan escribió el Evangelio de Juan. Él presenta dos maneras en que
Jesús nos ayuda con el Espíritu.
El apóstol Juan ya había nacido de nuevo. Él sabía que en el momento en que
Jesús nos salva de nuestros pecados, nos da el Espíritu Santo. Los apóstoles
todos nacieron en el Espíritu (Jn 3:5-6) después de que el Cordero murió por los
pecados de ellos y los nuestros. Después de la resurrección, Jesús sopló sobre
ellos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20:22). Nosotros creemos que en el
momento de Juan 20:22, Jesús sopló en los apóstoles la vida eterna que se hizo
disponible por medio de la cruz, ellos habían nacido en el Espíritu.
El apóstol Juan también recordó cuando Jesús lo bautizó en el Espíritu Santo.
Esto ocurrió después de que Jesús ascendió a los cielos. Los apóstoles y muchos
discípulos fueron bautizados en el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Ese día,
Jesús bautizó en el Espíritu Santo a ciento veinte creyentes. Este nuevo poder los
capacitó para continuar el ministerio de Jesús en todo el mundo (Hch 1:8; 2:1-4).
Jesús continúa bautizando en el Espíritu Santo a sus seguidores para proseguir su
ministerio en todas las naciones, hasta el fin de los tiempos.
Juan el Bautista fue un siervo fiel de Dios. Él testificó que Jesús salva y bautiza en
el Espíritu Santo. Hoy día, hay más de quinientos millones de pentecostales y
carismáticos que comparten el mismo testimonio acerca de Jesús.
D. Jesús es el divino maestro que atrae a sus discípulos (estudiantes) para
que lo sigan (Juan 1:35-51).
35 El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. 36 Y mirando a
Jesús que andaba por allí, dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!” 37 Le oyeron
hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús (Jn 1:35-37).
Jesús atrae a las personas para que lo sigan. Hay divinidad, poder, amor y
majestad en Jesús, y estos atributos atraen a las personas a Él.
Considere la asombrosa maravilla de este momento cuando los discípulos de Juan
se encuentran con Jesús. Juan el Bautista es el primer profeta en Israel del que
hayamos tenido noticias en cuatrocientos años. Pero Juan había llegado a la cima
de la montaña en su ministerio. Había llegado el momento para el Bautista de
relacionar a sus discípulos con el Hijo de Dios. Juan el Bautista les dijo a Andrés y
a otro discípulo (probablemente el apóstol Juan): “¡He aquí el Cordero de Dios!”
Inmediatamente, esto hizo que fijaran su interés en Jesús. Dentro de nosotros hay
un vacío que gime por Dios para que Él lo llene. Lo necesitamos como el pan y el
agua de vida. Jesús nos cautiva. Comparado con Jesús, el más grande de los
profetas como Juan el Bautista es como una vela comparada con el sol.
Juan el Bautista guio a dos de sus discípulos hacia Jesús. Él anunció que Jesús
era el Hijo de Dios que había venido a la tierra a morir por nuestros pecados. No
hubo ni titubeos ni dudas en Andrés ni en el otro discípulo (el apóstol Juan).
Enseguida, le dieron la espalda al Bautista y se dirigieron hacia el Cordero. En ese
momento, ellos dieron sus primeros pasos para seguir a Jesús, el Hijo de Dios.
Desde ese día en adelante, la vida de ellos jamás volvería a ser la misma. ¡Jesús
jamás los desilusionaría! Él satisface nuestros deseos más profundos. Los que
tienen una relación con Jesús nunca más padecerán hambre ni sed; ni tampoco
tropezarán, porque caminan en la luz.
Como Juan el Bautista, los que descubrieron a Jesús llevaron a otros al Cordero
de
Dios. Jesús es demasiado bueno para guardárnoslo solo para nosotros. Lo que
hemos encontrado en Él, deseamos compartirlo con otros.
40 Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan,
y habían seguido a Jesús. 41 Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo:
Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). 42 Y le trajo a Jesús
(Jn 1:40-42).
En el Evangelio de Juan, Andrés frecuentemente está llevando a alguien a Jesús:
su hermano (Jn 1:40-42), el niño con los panes y los pescados (Jn 6:8-9), y los
griegos que querían ver a Jesús (Jn 12:20-21).
Jesús les da una promesa a todos los creyentes:
“Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19).
Juan, Andrés y Felipe siguieron a Jesús, y pronto ya estaban alcanzando a otros.
De igual manera Jesús nos enseñará a alcanzar a otros para Él, si nosotros lo
seguimos.
Conclusión
Hay un número sorprendente de nombres y descripciones de Jesús en este primer
capítulo de Juan. Este es uno de los capítulos más cristocéntricos del Nuevo
Testamento.
No necesitamos convertir agua en vino para que brille nuestra luz. Los creyentes
debemos ayudar a celebrar eventos públicos y días feriados nacionales; así como
asistir a eventos comunitarios, matrimonios y funerales, reuniones de la escuela
pública y a juntas locales para tratar asuntos comunitarios. Nuestra presencia en
actividades sociales puede convertirse en un testimonio alegre. Nuestra presencia
es un testimonio de que Dios disfruta la vida y se interesa en nuestros problemas
comunes. A Él le gusta celebrar victorias y fortalecernos cuando estamos en
dificultades. El matrimonio de un hombre con una mujer fue idea de Dios. Jesús
tomó tiempo para asistir a una boda cuando lo invitaron. El primer milagro de
Jesús no fue en una sinagoga, sino en una boda pública.
Como creyentes, asistamos a eventos sociales y compartamos la gracia y la
verdad de la manera más sabia posible. Algunos pecadores piensan que la
religión es solamente para los domingos, no para días de diversión. ¡Pero
asegurémonos de que ellos no tengan esta idea equivocada observando nuestra
vida!
B. Jesús desea que lo sigamos, no intente usted guiarlo a Él (Juan 2:5).
3 Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino.” 4 Jesús le dijo:
“¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.” 5 Su madre dijo a los
que servían: “Haced todo lo que os dijere (Jn 2:3-5).
En las bodas de Caná, se les agotó el *vino durante la semana de la celebración.
En una boda judía, el vino era importante. En aquellos días no había una gran
selección de bebidas. Las personas tomaban agua o vino. En algunas ocasiones
el vino era fresco, sin fermentar. Otras veces este era alcohólico. La mayoría de
las veces una medida de jugo de uva se mezclaba con tres medidas de agua.
Cualquiera que fuera la clase de vino que se estuviera sirviendo en las bodas de
Caná, el hecho de que se terminara representaba una gran decepción social. En
esa parte del mundo, la hospitalidad era un deber sagrado.
Tal vez las familias eran pobres y el presupuesto bajo. Aun así, quedarse sin vino
en la fiesta avergonzaba grandemente a la novia y al novio.
¿Cómo supo María que el vino se había agotado? Tal vez ella había ayudado a
cocinar y a servir los alimentos. No es difícil imaginarnos a María en la boda.
Probablemente, ya era viuda de alrededor de cincuenta años. Por treinta años
había preparado alimentos para Jesús. ¡Él siempre había sido un hijo modelo,
amable, comprensivo, respetuoso, divino! Más que otros, María creía en Jesús.
Ella sabía que Él era el Hijo de Dios. Pudo haber pensado que ya era tiempo de
que Él se revelara al mundo. Y ella sabía que Él podía resolver el problema de las
bodas de Caná. Así que, le dijo a Jesús, “No tienen vino” (Jn 2:3).
C. Jesús es el camino que lleva de las formas religiosas hacia una fe viva
(Juan 2:6).
Convertir el agua en vino fue el primer milagro de Jesús. Nosotros NO
PODEMOS estar de acuerdo con F. F. Bruce, cuando él dice que el agua de las
tinajas no se convirtió en vino. Bruce sugiere que la única porción de agua que se
convirtió en vino fue la pequeña cantidad que los criados le llevaron al
maestresala. Si esto fuera cierto, ¿por qué Jesús les pidió a los criados que
llenaran las tinajas con agua? Más de un erudito se ha atragantado al tratar de
ingerir un milagro. Aun así, nos gusta la sugerencia de Bruce de que el milagro en
Caná puede también servir como una parábola. 11 Juan 2:6 dice: “Y estaban allí
seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos,
en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros”.
La tradición judía realzaba las reglas, tales como el lavado de las manos.
Lavarse las manos antes de comer es bueno por aseo y por salud, pero no tiene
un valor religioso. Recuerde el conflicto entre Jesús y los fariseos en cuanto al
tema de los lavamientos religiosos. Observe que no fue Dios quien diseñó todas
esas reglas acerca del lavado. Más bien, estos eran ejemplos de las pesadas
cargas que los fariseos crearon para colocarlas sobre los hombros de los hombres
(Mt 23:4).
Lavarse las manos varias veces al día era una importante tradición judía. Pero la
fuente de esta tradición era humana, no divina. No hay un solo versículo en la
Biblia en el cual Dios mande el diario lavado de las manos antes de comer.
Lavarse las manos es una buena práctica de aseo y salud, pero esto no tiene
ningún valor religioso. Muchos maestros piensan que las tinajas de piedra con
agua representan las viejas costumbres judías. Jesús no volcó las tinajas ni las
rompió. Pero al convertir el agua de las tinajas en vino, Jesús estaba
reemplazando una tradición.
¡Después del milagro, no quedó agua en las tinajas para la purificación religiosa!
Y no había espacio en las tinajas para agua. En su lugar, de la forma de celebrar
una vieja tradición surgió una nueva celebración. Jesús convirtió el agua en vino.
Muchos eruditos piensan que Juan pone este milagro y la purificación del templo
(Jn 2:12-22) lado a lado para enfatizar que Jesús es el centro de la adoración.
Las personas no pueden acercarse a Dios por medio de lavamientos religiosos o a
través del templo (el cual había sido destruido veinte años antes del escrito de
Juan). La gran cantidad de agua que el Hijo de Dios convirtió en vino desvía la
atención de los rituales religiosos a la abundancia de gracia que llegó a nosotros
en Cristo Jesús (Jn 1:14-18). 13 Ninguna cantidad de purificación del cuerpo con
agua, o lavado o restregado tiene algún valor espiritual. Solamente la sangre de
Jesús puede lavar nuestros pecados. Observe cuán bondadoso fue Jesús para
apartar a las personas de los lavamientos religiosos. Verdaderamente, “…la gracia
y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:17).
Jesús hace cosas nuevas. Pablo dice en 2 Corintios 5:17: “¡las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas!” Este versículo da testimonio del
poder de Jesús para hacer nacer una nueva creación. Cuando venimos a
Jesucristo por fe, Él transforma nuestra antigua vida de pecado en una nueva vida
de justicia. Cuando Jesús convirtió el agua en vino, fue un gran milagro. Pero el
milagro de convertir nuestra antigua vida en una nueva creación es el más grande
de todos.
Moisés y Aarón convirtieron el agua en sangre. Esto era una profecía de juicio
(Éx 7:19-20). Pero el primer milagro de Jesús fue convertir el agua en vino, y fue
una profecía de gracia abundante. ¡Él guarda lo mejor para el final! 9 “Antes bien,
como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de
hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. 10Pero Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu…” (1 Co 2:9-10). Casi al final de Apocalipsis,
Juan escribe:
“…He aquí, yo hago nuevas todas las cosas…” (Ap 21:5). Días maravillosos están
por venir para los creyentes.
Una vida eterna comienza cuando aceptamos a Jesús. Él cubre nuestras
necesidades cuando se las presentamos. Y su presencia llena nuestra vida con
gracia, amor, paz y gozo, aun durante nuestras pruebas en la tierra. “Pues tengo
por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria
venidera que en nosotros ha de manifestarse”(Ro 8:18).
Templo de Herodes
A Lugar Santísimo (Santuario interior de 20 *codos cuadrados)
B Lugar Santo (20 codos de ancho, 40 codos de largo)
C Atrio de los sacerdotes de Israel
D Altar
E Atrio de los hombres de Israel
F Atrio de las mujeres de Israel (estaba en un nivel más bajo)
G Atrio de los gentiles (era el más lejano del Lugar Santo y estaba en el nivel
más bajo)
H Puerta La Hermosa (donde los escribas tenían su escuela y sus debates)
I Puerta Dorada
J Fortaleza de Antonia: La residencia del gobernador cuando estaba en Jerusalén
(albergaba una guarnición de soldados romanos para controlar desórdenes en el
Templo; se guardaban las vestiduras de los sacerdotes como señal de sumisión a
Roma).
Contexto
Después de las bodas de Caná y de un breve tiempo en Capernaúm (Jn 2:12),
Jesús fue a Jerusalén para la fiesta de la pascua. Juan 2:13-14 contienen tres
palabras clave: Pascua, Jerusalén y templo. Estas tres palabras nos ayudan a
identificar el contexto de este pasaje.
El templo de Herodes fue una vez el centro de la adoración. Pero bajo el nuevo
pacto es Jesús el centro de la adoración. Su muerte y resurrección hicieron
innecesario el templo en Jerusalén. Jesús, como Mesías, restauró la verdadera
adoración en Israel.
El libro de Hebreos enseña que la muerte de Jesús fue el cumplimiento de la ley e
hizo obsoleto al templo y sus sacrificios. Jesús es ahora nuestro Sumo Sacerdote,
y nuestro sacrificio por el pecado.