Está en la página 1de 5

Ficha de Cátedra: MATERNO-INFANTIL

Docente: Lic. Mariela Cianciosi

La Constitución de un Sujeto.

Un sujeto se constituye antes de que nazca. La cultura, su entorno lo anticipa y le asigna un


lugar. Hay una estrecha relación entre el psiquismo infantil incipiente y el psiquismo materno o
de la persona que se encarga de sus cuidados.

El encuentro madre-hijo comienza antes de su alumbramiento. Tomaremos al tiempo de


gestación, como mínimo, como un tiempo prehistórico, de armado del lugar simbólico que el
recién nacido ocupará: Su ajuar, su nombre, a quien se parecerá, etc.: todos los enunciados
que de alguna manera lo nombran, lo ubican en la nueva realidad. Es decir, que se va creando
una sombra hablada de hijo, que luego, al momento de su nacimiento y también con el
crecimiento, se verá si concuerda, si es flexible, si se puede adaptar. La función de esa sombra
hablada es crear la espera de ese niño, que sea desde antes de su nacimiento alguien.

Si hablamos de que antes del parto hay una prehistoria, diremos que con el nacimiento
comienza la historia de este sujeto por venir: se lo denominará infans hasta que comience a
hablar.

Este niño recién nacido, comienza a experimentar tensiones que en el seno materno no
vivenciaba, por ejemplo, la necesidad de comida, la cual es vivida como una tensión, una
sensación de malestar originada en estímulos internos. La única manera en la que niño puede
expresarla, es vía el grito. Para calmar esta tensión, es necesaria la asistencia ajena. Al llorar, el
niño llama la atención de otra persona. Este llamado no es intencional por parte del niño, sino
que es una asignación de sentido por parte del adulto, quien lo hace desde sus marcas
fundantes1, es éste adulto quien transforma este grito en mensaje. Le crea un sentido al grito
producto de la tensión interna del bebe.

Esta asignación de sentido es denominada por Piera Aulagnier como Violencia Primaria: es una
acción necesaria para la sobrevida del infans, es la anticipación del sentido: el bebe llora por u
motivo, da un mensaje con ese llanto. Esta acción se sostiene en el deseo de la madre (o
cualquier otro asistente) por la vida de ese hijo.

Una vez que se realiza la respuesta (por ejemplo, ofrecer el pecho), el recién nacido por
dispositivos reflejos como la succión puede cumplir con la tarea de alimentarse, saciando de
esta manera el estímulo interno que había motivado aquel llanto.

Estos procesos de descarga de tensión deja marcas en el psiquismo, las cuales tienen
importantes implicancias en su constitución: esta persona que responde, lo hace desde estas
marcas que ha vivenciado: qué podría clamar a ese sujeto, y qué no, responde a esas marcas y

1
Las marcas fundantes de este adulto se originaron cuando él era bebé. Estas marcas no son concientes,
pero son efectivas, aportan el texto que se cree leer en el grito. Se recomienda leer para aclarar este
punto el historial presentado en el anexo.
a un trabajo de exploración con ese niño, pero el abanico de respuesta posibles ante el llanto
esta dado por las marcas que en su propia constitución se han conformado.

Si este primer encuentro ha sido satisfactorio, si la tensión ha disminuido, esta marca será
placentera, y será esta sensación la que se buscará repetir ante la reaparición de las tensiones.
Pero esta primera escena es mítica: nunca se repetirá tal cual ha sucedido. De esta manera, se
pone en marcha el deseo (eterna búsqueda del objeto perdido, todo se parecen pero algo le
falta, lo que hace que se relance una y otra vez en la vida).

Además de poner en marcha el deseo, este proceso produce una transformación: de la


necesidad (somática puramente) a la demanda, el organismo se hace cuerpo. Si se piensa en la
escena de una madre alimentando a su bebe, se verá que además del alimento se ofrecen
caricias, se canta, se mece, se miran: todo eso podemos denominarlo como un plus de la
satisfacción de la necesidad orgánica. No es sólo alimentación. El llanto se torna demanda de
presencia, de cuidados, de placer, de amor.

Es esta persona, que cumple con la función de amparo y sostén, la que se convierte en
todopoderosa: durante este periodo proveerá la satisfacción de las necesidades del infans, y
vía estos cuidados le irá mostrando el mundo.

Podemos decir entonces que la constitución de un sujeto implica pensar diferentes


movimientos por los que debe pasar el sujeto psíquico en estructuración, tareas que lo
llevarán a desprenderse de la madre y constituir una estructura singular que le permita
ubicarse en el mundo en tanto sujeto. Y en este movimiento, es importante la función de los
otros: no es la persona lo que cuento sino la función que cumple.

La función materna o de amparo y sostén es el primer espejo donde el bebe se mira y se


identifica con eso que ve, es a partir de la madre que podrá ubicarse simbólica y físicamente: la
madre lo contiene, lo acuna, le otorga seguridad, responde a sus necesidades, garantiza su
vida.

Con estos gestos iniciales, se ponen “los primeros ladrillos” de constitución de un sujeto. El
proceso no termina allí, sino que se abre una historia con final abierto: es el devenir de la vida
cotidiana, eventos importantes en la existencia que irán aportando a esta estructuración.

ANEXO

Caso Daniel

Fui consultada hace unos meses por una joven pareja que se presentó a la entrevista con un
bebé de cinco semanas que, al decir de los padres, “no dormía nada”. Despierto casi veinte de
las veinticuatro horas del día, los sometía a una situación desesperante al punto de que la
consulta fue requerida con una urgencia inusual cuando se trata de trastornos precoces.

Los padres, con el bebé en un moisés, llegaron a la entrevista, aclarando que este se había
dormido profundamente durante el viaje en coche desde la casa hasta el consultorio, luego de
una noche y un día infernales en los cuales los tiempos en los que lograron que dormitara no
pasaron de diez o quince minutos seguidos. El resto del tiempo trascurrió entre mamadas,
cambio de pañales, intento de aliviarlo paseándolo en brazos y maniobras diversas, todas ellas
fallidas.

El pediatra había descartado cualquier perturbación de tipo orgánico, y se los veía confusos o
deprimidos, con la sensación de algo profundamente fallido en el vínculo con este primer hijo
al cual no encontraban forma de apaciguar. El bebé continuaba, entretanto, dormido en su
moisés –que habían depositado sobre el diván-, no dejando de quejarse, moverse con
intranquilidad y someternos a todos a una tensión a la cual yo misma no escapaba.

La impresión general que esta joven pareja me trasmitía era de profundo desconcierto. Decían
“no poder acertar” acerca de lo que el niño requería y me formularon extensas preguntas
sobre las propuestas que las abuelas habían realizado: una de ellas opinaba que el bebé podía
perfectamente estar en un medio ruidoso, con la luz prendida y soportando todos los
estímulos; la otra consideraba que era necesario que se le diera el chupete y se lo dejara llorar
hasta que se fatigara lo suficiente para dormir. Me sorprendió, de algún modo, el hecho de
que no hubiera una referencia en la generación de los abuelos que permitiera ubicar a alguien
capaz de manifestar algún tipo de empatía hacia el bebé, y el hecho de que este fuera
emplazado en el lugar de un enemigo molesto y perturbador, a quien “había que domar” y del
cual había que conseguir que ocupara una posición al servicio de los adultos. Ambos padres se
resistían a ello y, al mismo tiempo, se veían impotentes para encontrar una alternativa
apaciguante.

La madre relató las terribles sensaciones que había sufrido en el posparto; dejada durante una
hora en la sala de postquirúrgico-dado que hubo que esperar que se desocupara una
habitación en la cual ubicarla-, había llorado largamente sin tener muy en claro qué sentía, con
una mezcla de tristeza y furor que se le hacía incomprensible.

El bebe por su parte, desde que volvieron del hospital y hasta la actualidad había comido en
forma desesperada; se abalanzaba sobre el pecho y, aun habiendo terminado de alimentarse,
no se lo veía reposar ni tranquilizarse. El circuito de la alimentación se repetía como un sinfín;
ni bien terminaba de comer –lo cual llevaba a veces hasta una hora-, mientras se lo cambiaba –
ejercicio siempre displacentero porque no lograba aplacar el malestar- y luego de tratar de
dormirlo, habían pasado caso tres horas y todo empezaba de nuevo. El baño era también una
situación desesperante: lloraba desde el momento en que lo desvestían, mientras lo
sumergían en el agua y cuando lo sacaban. No había, realmente, un solo instante de placer.

Suponiendo que había algo que imposibilitara “un buen encuentro” entre ella y su hijo,
propuse, para la misma tarde, una entrevista madre-hijo, otorgando una explicación de ambos
padres del por qué, en este caso, el padre no participaría. Le hablé de la diferencia que hay
entre el parto real y el parto simbólico, de cómo ella necesitaba un espacio en el cual entender
qué le pasaba con su hijo y aclaré al padre que, de algún modo, yo me haría cargo
circunstancialmente, en la entrevista, del lugar que él ocupa en la realidad, en aras de
detectar qué era lo que estaba ocurriendo para luego poder hablarlo entre los tres.

La única indicación que di, antes de la consulta de la tarde, fue que si el bebe llegaba a
manifestar hambre un rato antes de la hora propuesta, trataran de hacerlo esperar para que
se le diera de comer durante su trascurso; consideraba importante que pudiéramos hablar
todo esto “en presencia” de la situación que de hecho se generaba durante la mamada.

A la hora indicada llegaron los tres; el padre acompañó a la madre hasta la puerta del
consultorio y luego se retiró dejándonos a solas. La joven comenzó diciendo que hacia más de
media hora que Daniel había comenzado a tener hambre, pero siguiendo mi consejo había
prolongado la espera para poder darle el pecho en la entrevista. Se sentó, traté que se ubicara
lo más cómodamente posible y comenzó la mamada. Lo primero que noté era que sostenía al
bebe con cierta dificultad: la cabecita no encajaba correctamente en el hueco del brazo, las
manitas no encontraban una posición que le permitiera ubicarse cómodamente alrededor del
pecho. Le pregunté cómo se sentía al sostenerlo, las manos cruzadas bajo ese niño, no había
un brazo que rodeara el cuerpito, la mano no estaba libre para acomodarlo, eventualmente
acariciarlo. Me conto que no podía agarrarlo bien; “no sabía que quería él”. Le pregunte si
pensaba que él podía saber que quería; sonrió con timidez, me conto lo difícil que había sido
para ella pensar en tener un hijo; había pasado 7 años de matrimonio sin decidirse porque
estaba muy ocupada con su trabajo.

Mientras hablábamos le señale que el bebe no estaba bien encajado en el ángulo interior del
brazo, y pregunte si no se atrevía a sostenerlo con firmeza, y si no tenía ganas de acariciarlo. Le
rozo la cabeza con un dedo, como con temor; a medida de que hablábamos comenzó a tocarlo,
a acomodarle las piernitas, a reubicar la cabecita. Le dije si no pensaba que estaba incomodo
con la posición de los bracitos, uno de los cuales, doblado, le obstaculizaba el contacto con el
pecho. Me dijo: “¿sabe? Siempre le agarro una mano mientras come, creo que necesita mi
mano”. Le dije, con suavidad “creo que usted necesita la del él”. “sí, puede ser, pasamos tanto
tiempo juntos…” Le explique que él necesitaba poder agarrarse del pecho, que a partir de ese
pecho él iba a ir entendiendo que ella era su mama, que algún día ella sería una mama con una
teta, pero que ahora era una teta calentita y cariñosa que representaba a una mama. Tenía, yo
misma, la sensación de estar asistiendo a algo inaugural; una envoltura narcisizante nos
capturaba a todos.

En tanto, la mama me preguntaba cosas tales como si todos los bebes se quejaban mientras
comían. Me contó de las dificultades de la relación con su propia madre: cómo había rivalizado
con ella, y, entre picara y avergonzada, cómo había sido la favorita del padre.

Cuando Dani termino de comer, la mama lo cambio. Yo me limité a hacer aquello que
habitualmente hace un papa: le corrí la colchonetita para que lo apoyara, retire los pañales
sucios mientras ella colocaba otros limpios, ayude a poner la manta luego que ella lo cubrió. En
ningún momento toque al bebe ni intente mostrarle, con actos, de qué modo hacer las cosas.
Dani se dejó cambiar sin problemas; la sorpresa de ella era enorme. En ese momento le
propuse incluir el chupete; tenía uno, pero, al decir de ella, lo rechazaba. Insistí en que se lo
sostuviera unos minutos, en la convicción de que en algún momento terminaría por aceptarlo.
Había un remanente exitatorio que no cedía, y sostuve la necesidad de ofrecerle algo que no
fuera alimenticio para evacuarlo. Al cabo de un rato el niño se había dormido profundamente.
Así termino la primera entrevista.

En la tercera entrevista, cuando me relataba que el niño se dejaba cambiar ya sin problemas, y
pasaba algunas horas durmiendo y algunos momentos despierto sin llorar, le dije “usted pudo
agarrarlo”, y ella me contesto “si, pero creo que también pude soltarlo”, es decir, reconocerlo
como otro, como alguien a quien no podía satisfacer omnipotentemente y, a partir de ello,
soportar mejor sus tensiones.

Luego de las tres entrevistas, realizamos una nuevamente con el padre presente. La demanda
había partido de la madre misma: sentía que ahora se arreglaba mucho mejor, pero su marido
necesitaba compartir esto nuevo que se estaba produciendo. El, por su parte, no soportaba el
llanto del niño, le impedía a ella intentar aliviarlo si no lo lograba de inmediato, quitándole al
niño de los brazos e intentando maniobras que dejaban a Dani mas excitado que antes.

En la entrevista conjunta que realizamos, Alberto, el papa de Dani, manifestó su dificultad para
soportar que la madre insistiera con el chupete. El era hijo de una madre intrusiva, una madre
que le había insistido toda la infancia y la adolescencia en que comiera lo que ella cocinaba
para satisfacerla más allá del deseo de hijo. Le irritaba profundamente esa violencia materna.
De múltiples maneras vimos como él identificado con su propio hijo -en tanto hijo de una
madre posesiva y narcisista-, obstaculizaba la posibilidad de que su esposa pudiera ejercer la
función de madre, temeroso de que operara en el niño la misma violencia y produjera el
mismo sufrimiento al cual él se había sentido sometido 2

En las semanas siguientes, las entrevistas se espaciaron. Daniel empezó a dormir, e incluso a
dormirse sobre el pecho, en medio de la mamada. La madre lo relataba con placer: “¿sabe? Se
duerme un ratito y luego se despierta y me mira, con cara de desconcierto, como si se
preguntara “¿Qué estaba haciendo?” y luego es como si se acordara, y sigue comiendo”. Por
primera vez la madre atribuía pensamiento a su hijo, lo imaginaba como un ser pensante.

Hemos tomado la decisión común, los padres y yo, de que me llamen cuando algo los inquiete,
cuando se sientan desconcertados ante los pasos a seguir. Daniel aún presenta cólicos-tiene
nueve semanas-, cólicos que los pediatras conocen como “del primer trimestre”, pero tienden
a espaciarse y, sabemos, desaparecen en el plazo previsto.

Bibliografia:

Aulgnier, Piera: “La violencia de la interpretación” cap. 1

Bianco y Tuja: “material de estudio módulo 1: Constitución subjetiva”. CatedraI trastorno por
déficit de atención, un diagnóstico en cuestión.

Bleichmar, S: “” cap. 1

2
En la crianza del niño son las reminiscencias de los padres, los fantasmas parentales, los que operan.

También podría gustarte