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Todos los seres humanos relucen una existencia que posibilita un trasegar en
el mundo que en cierto modo viabiliza un encuentro y acercamiento a otros
seres humanos, es pues en esta dinámica en la que se genera la necesidad de
tomar una actitud frente al mundo y adoptar un comportamiento; y ese
comportarse es libre, pero es libre en tanto que se genera una necesidad para
dicha libertad. De este modo, el prisionero que se encuentra en una celda sin
barrotes, definitivamente no es un prisionero; se podría decir entonces que
para que exista la condición de ser cautivo, es necesaria la existencia de
dichos barrotes que le designen el hecho mismo de estar dentro o fuera de una
celda. Ahora bien, ¿Qué significa el hecho mismo de estar tras unos barrotes,
sin pasar al otro lado?: revela privación de algo, de algo que necesita, y lo
necesita para dejar de sentirse prisionero: libertad. Y, ¿que es aquello que lo va
a impulsar en la búsqueda de tal libertad?: la existencia misma de los barrotes.
Así pues, se puede concebir la escasez sartriana como uno de tales conceptos,
en tanto que las relaciones entre seres humanos se gestan por la persecución
de bienes materiales, en el afán de suplir las necesidades básicas, lo cual
permitirá la supervivencia, mostrándose así como indispensable en la
formación de la reciprocidad humana, siempre violenta, donde el más fuerte
somete, y el débil es sometido, no dando lugar a un “nosotros”, sino a un “ellos
los fuertes”, o “ellos los débiles”; este concepto da paso a una división clasista
de la sociedad siendo fundador de la cohesión violenta entre seres humanos,
puesto que, al ser diferentes, cada uno, desde su posición busca la igualdad
para su determinado grupo, para su determinada clase: he aquí la clave de la
relación entre obstáculo e impulso de acción dirigido a una libertad
consciente: Si, inicialmente, todos fuésemos iguales, no habría libertad que
perseguir, y la finalidad misma de la conciencia no existiría: es necesario que
halla un determinismo social, un capitalismo y una burocracia a la cual hacerle
frente, para que la autenticidad de cada hombre pueda reconocerse, y
haciendo uso de ésta, en nombre de la libertad, sea posible diluir la lucha
contra la escasez, eliminando las diferencias de clase, rechazando por decisión
propia, (atendiendo al llamado de una moral humanista), todos los rasgos
distintivos que puedan establecer una división entre mi condición y la del otro;
así, se hablaría en nombre de todo el mundo, y solo se puede hacer esto, si se
“es” todo el mundo.