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La gran mayoría de feministas saben por experiencia propia que, como dijo
la historiadora feminista Lillian Faderman: “Todos los espacios se
convierten en espacios masculinos, a menos que las mujeres realicen un
esfuerzo conjunto demarcándolos para sí mismas”.
Resulta revelador que el separatismo indigne a muchos varones más que las
violaciones, la esclavitud sexual o la violencia machista. El separatismo
debe ser estudiado y valorado con racionalidad. Se trata de una corriente
que tiene sus propios debates, como el de si debe ser un objetivo
permanente o temporal, una opción colectiva o una decisión personal. Las
feministas, lesbianas o heterosexuales, favorecen algunos grados de
separatismo. Todas creen que los grupos no mixtos, y los espacios exclusivos
para mujeres son, bajo el patriarcado, completamente necesarios. Las
cuestiones planteadas por el separatismo son hoy más vigentes que nunca
para el crecimiento de la conciencia feminista.
Los varones antiseparatistas han buscado las excusas más peregrinas para
justi car su agresiva oposición a los espacios solo de mujeres, como por
ejemplo, al compararlos con el apartheid. En el caso del apartheid, la
minoría opresora blanca apartaba a la mayoría negra oprimida, mientras
que en el caso del separatismo feminista son parte de la mayoría oprimida
(las mujeres) las que decide libremente formarse, organizarse y luchar sin la
minoría opresora (los varones). Ninguno de estos varones reconoce que
entre sus motivos para oponerse está la dependencia que tienen de las
mujeres para alcanzar su bienestar. Marilyn Frye, una de las primeras
teóricas del separatismo feminista escribe: “Estas interacciones con las
mujeres, o más bien, estas acciones sobre las mujeres, hacen que los
hombres se sientan bien, anden erguidos, se sientan frescos, vigorizados.
Los hombres se agotan por vivir solos, con hombres y entre otros hombres, y
son revividos y refrescados, recreados, yendo a casa a que les sirvan la cena,
cambiándose de ropa para poder llevarla limpia, teniendo relaciones
sexuales generalmente forzadas con su esposa; o pasando por el
apartamento de una amiga para que le sirva café o una bebida y lo acaricien
de una forma u otra; o al elegir a una prostituta para un baño rápido o para
darse un baño en sus fantasías de escape sexual favoritas; o violando a las
refugiadas de sus guerras (extranjeras y domésticas). La ayuda de las
mujeres, ya sean voluntaria o involuntaria, gratuita o pagada, son las que
devuelven a los hombres la fuerza, la voluntad y la con anza para continuar
con lo que llaman vida”.
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Los varones son conscientes de que están perdiendo el control sobre las
mujeres, de que cada vez son más las que desafían el imperativo patriarcal,
tras acercarse al feminismo o participar en el movimiento de mujeres que les
demuestra que las mujeres pueden ponerse en pie, y que somos muchas las
que nos negamos a vivir subordinadas a los varones. Muchas mujeres,
heterosexuales también, a rman haber perdido el deseo hacia los hombres
por sus recalcitrantes actitudes machistas. Unas descubren su lesbianismo,
otras se replantean la heterosexualidad obligatoria, mientras los varones
atribuyen este cambio de paradigma a la presunta locura femenina asociada
desde hace siglos a las mujeres libres. Tienen miedo porque dependen en
gran medida de las mujeres y son incapaces de darse cuentan que es su falta
de autonomía, su falta de empatía y su violencia los verdaderos motivos que
amenazan su bienestar.
Las mujeres tenemos que decidir si vamos a seguir actuando bajo el prisma
patriarcal o, por contra, con la cosmovisión de las mujeres que quieren ser
libres de toda opresión. Doménica Franke escribe: “Ser radicales, creo, hoy
no solo implica ir a la raíz, porque del análisis de esas raíces venimos…
Habrá que tomarse en serio también aquello de ser extremas, taxativas,
arriesgadas. Las rupturas deben ser tan profundas y de nitivas que no
quede más opción que volver a nosotras”. Las mujeres tenemos que decidir
si queremos un feminismo asimilado y asimilable por el sistema patriarcal
que queremos destruir, o un feminismo que si fuera asimilado causaría la
propia destrucción del patriarcado.
Marilyn Frye escribe: “Ahora se hace más claro por qué siempre hay un aura
de negatividad desagradable sobre el separatismo. Cuando nuestros actos o
prácticas feministas tienen un grado de separación, asumimos el poder
controlando el acceso del varón hacia nosotras. La esclava que excluye al
amo de su cabaña se declara a sí misma no-esclava. Y que controlemos su
acceso y que nos de namos nosotras a nosotras mismas es disputar el poder
masculino. Los poderosos normalmente determinan lo que se dice y se
puede decir. Cuando el poderoso etiqueta algo, lo nombra o lo bautiza, ese
algo se convierte en lo que ellos llaman. Las mujeres por lo general no son
las personas que de nen. Al negarles el acceso a nosotras y autode nirnos,
somos doblemente insubordinadas, ya que ni controlar el acceso ni
de nirnos a nosotras mismas nos está permitido. Y el acceso y la de nición
son ingredientes fundamentales en la alquimia del poder, por lo que somos
doble y radicalmente insubordinadas. Las mujeres solo podemos hacer la
de nición de nosotras mismas cuando replanteamos el acceso a las mujeres
por parte del varón. Asumiendo el control de ese acceso, trazamos nuevos
límites y creamos nuevos roles y relaciones. Esto, aunque causa cierta
tensión, perplejidad y hostilidad, se encuentra en gran medida al alcance de
las mujeres de hoy en día, al menos en espacios de mayor conciencia
feminista.” Por supuesto, como señala Doménica Franke: “La base de este
acceso es la sexual, mediante la heterosexualidad obligatoria con su abanico
de expresiones que va desde el amor romántico hasta la prostitución y la
violación, el control de los cuerpos mediante la medicina, la moda, la ley,
etc”.
Hay mujeres que puede que rechacen el separatismo por miedo a las
represalias, como señalaba Frye, otra razón puede ser que sean partidarias
del feminismo burgués de la igualdad, asimilable por el varón, hasta por el
más misógino. Marilyn Frye: “Para mí es claro, al menos en mi propio caso,
que la contradicción entre asimilación y separación es una de las principales
cosas que guía o determina las evaluaciones de las diversas teorías, acciones
y prácticas como reformistas o radicales, como ir a la raíz de la cuestión o
ser relativamente super ciales”.
Adrienne Rich.
Estos son los debates que tendrían que ocuparnos en la actualidad con
respecto al separatismo: explorar en la teoría y en la práctica qué vías
separatistas nos harán fortalecer la lucha por nuestra liberación, y qué vías
separatistas nos apartarán de ellas. El debate está abierto: Bárbara León en
Separar para integrar a rma: “La formación de grupos exclusivamente
femeninos en cuestiones que no sean los derechos de las mujeres y su
liberación, es reaccionaria. La separación se encuadra en los proyectos de la
supremacía masculina para mantener a las mujeres segregadas, excluidas y
‘en su lugar’. Sólo si el propósito declarado de un grupo de mujeres es
luchar contra el descenso hacia una posición y un status separados, es decir,
para luchar por la liberación de las mujeres, sólo entonces un grupo
separatista adquiere un propósito revolucionario y no reaccionario”.
Doménica Franke replica: “Aquí se mani esta el viejo temor de estar
haciendo lo mismo que los hombres hacen a las mujeres. ¿Feminismo como
machismo al revés? Es impresionante que este tipo de debates se dé entre
las propias las feministas, y desde mujeres politizadas, referentes. Me
parece necesario que, renunciando a los arrebatos de optimismo, pero sin
caer en fatalismos, intentemos ver el panorama en su totalidad,
reconozcamos los errores, los temores y las deshonestidades que nos
mantienen atadas a los hombres. Debemos superar la ‘simple huida’, si me
permiten expresarlo así, cuando nos encontramos ante el hecho de que
éstos nos matan y nos violan. La reacción airada y emotiva, el análisis de las
estadísticas, ya su cientes para abrir las puertas de la jaula de la
heterosexualidad, no son su cientes, sin embargo, no nos ha alcanzado,
para mantenernos fuera de la jaula… Creyendo, erradamente, que allí
afuera nos espera el descampado, el vacío y la soledad, regresamos una y
otra vez a la seguridad tras los barrotes”.
. . .
Santiago de Chile.
Deseo que con este movimiento las mujeres nos eliminemos ese miedo a
nombrar nuestra experiencia común, que nos demos cuenta de que nos
están prohibiendo hacer política entre nosotras. Porque la política de las
mujeres, hecha por mujeres, y para las mujeres, sin interferencias del varón,
es la política que va a destruir al patriarcado, sin las herramientas del amo.