Está en la página 1de 84

JUAN MANUEL

ZEVALLOS
Amalia,
Historia de una Tortuga que
llegó a ser Feliz
Solo el perdón y la aceptación de nuestra vida
nos dará un día aquella alegría que soñamos tener.

inteligencia existencial
academia
AMALIA,
HISTORIA DE UNA TORTUGA QUE LLEGÓ A SER FELIZ
Hecho el Depósito Legal
en la Biblioteca Nacional del Perú
Nº 2012- 00848
Titulo: Amalia, historia de una tortuga que llegó a ser feliz
Autor: Juan Manuel Zevallos Rodríguez
Telef. 959570074
academiainteligenciaexistencial@hotmail.com
j.manuelzevallos@gmail.com

Impreso en los Talleres de


Arte Formas y Servicios E.I.R.L.
RUC: 20454418493
Urb. Panorama LB-21 Block C-8
Arequipa - Arequipa
Primera Edición
500 ejemplares

Enero, 2012 - Arequipa - Perú

Prohibida su total o parcial reproducción por cualquier medio de impresión o digital


en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro
idioma, sin autorización expresa del autor.
A mi abuelo Alejandro,
me enseñaste a descubrir la alegría
en el fondo de tu amor, tu historia y tu tiempo..
“¡A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar,
pero el mar sería menos si le faltara una gota!”

“No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin


sentirse mejor y más feliz”

Madre Teresa de Calcuta


ESTE LIBRO ESTA DEDICADO A

Un soñador (a), que cada día vuelve a nacer con la consigna de ser feliz y
de alegrar la vida de todos aquellos seres vivos que le rodean.

Un buen soñador (a) que día a día renueva sus fuerzas y que cree en la
fuerza del saber escuchar, del entender y comprender el dolor, la
angustia y el estado de confusión mental de su prójimo; un soñador (a)
que se compromete con su vida y con la vida de aquellos que le
envuelven.

Un eterno soñador (a) que cada nuevo día descubre que la vida es un
espectáculo imperdible en donde el don de la comunicación, eleva
nuestra dicha hasta el cenit de la realización personal.

Este libro te lo dedico a ti, triunfador (a) de la vida, que vive por un
momento estelar parte de mis sueños y que me regala su tiempo y su
valor invalorable con su atención y con su historia.

Dr. Juan Manuel Zevallos Rodríguez


e-mail: j.manuelzevallos@gmail.com
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 1

Existió una vez, hace mucho tiempo, una isla de aprendiza-


je y amor en la cual se desarrollaron las existencias de tres seres
vivos: Amalia, la tortuga; Gabriela, la gaviota y Octavio, el
delfín.

Amalia era una tortuga, de unos veinte años de edad, la única


ciudadana regular de aquel hermoso trozo de tierra en medio
del mar. Vivía sola y ensimismada, su mirada meditabunda que
se perdía cada atardecer en el crepúsculo de occidente hacía
comprender fácilmente a todo aquel que llegaba a esa isla de
fantasía la infinita soledad que albergaba dentro de su capara-
zón.

Pero no siempre estuvo sola nuestra amiga tortuga. Dos déca-


das atrás, de varios centenares de huevos dejados por su madre
incubando en las playas vidriosas de aquella isla tropical,
nacieron decenas y decenas de pequeñas tortugas marinas,
todas ellas iguales y felices, las cuales apenas contemplaron el
brillo de la luna en el infinito celeste, corrieron y se lanzaron
raudamente al azul eterno del mar cristalino a compartir su
existencia. Pero Amalia, nuestra Amalia, no lo hizo, pues

11
guardaba un miedo congénito al mar y a sus peligros, tenía
temor a ser lanzada por las olas sobre una roca o a que proba-
blemente un hambriento tiburón la devorara. De nada sirvieron
las llamadas y pedidos de sus compañeras de cuna; ella, esa
noche de su vida, decidió quedarse a vivir en tierra firme hasta
que llegado un día, en que su cuerpo se hubiese desarrollado,
estando grande y fuerte, de seguro se lanzaría a la aventura del
mar.

Así transcurrieron días, semanas, meses y años, con Amalia


alimentándose de hojas de palmeras pigmeas y bebiendo agua
dulce de una fuente que había en el centro de la isla. A veces
acompañada de visitas intrascendentes y otras veces existien-
do en la más absoluta soledad.

12
13
14
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 2

Un día de aquel verano un extraño visitante llegó a la isla.


–Hola, soy Gabriela –dijo la gaviota.

Amalia, cabizbaja, contemplaba en ese momento la arena.


Había escuchado bien el saludo pero no deseaba responderle.
En realidad no quería hablar; se sentía triste y humillada, vieja,
sola, vacía; era uno de esos días en que no tenía ganas para
nada, ni siquiera para vivir. Hacía varios años que se sentía así,
sabía que en un par de semanas se le pasaría, volvería a tener
esperanzas y eso a la vez la hacía sentir peor.

“Para qué seguir viviendo si nadie me quiere.

No sirvo para nada.

Mejor sería morir.

A nadie le dolería mi ausencia.”

Escribió en una piedra de la playa.


15
Gabriela que había estado observándola volvió a decirle:

– Hola, soy Gabriela, la gaviota.

Pero Amalia continuó en silencio.

Así, Gabriela desplegó sus alas, las agitó con la brisa de esa
mañana y descendiendo desde la copa del árbol donde se
hallaba parada empezó a picotear el caparazón de la tortuga
callada. Amalia giró la cabeza hacía su atacante, quiso enojar-
se y no pudo; el paso que dio al costado de nada le sirvió y no le
servirían más pasos de nada ya que Gabriela al parecer iba a
seguir tocando su caparazón al ritmo de una danza hasta que
ésta le hablara.

– Deberías alegrarte –le dijo y luego exclamó–: ¡te he


tocado una bonita marcha!

Aún así, Amalia seguía ensimismada. Como las cosas seguían


igual, Gabriela extendió nuevamente sus alas, dio uno, dos,
tres pasos y comenzó a elevarse. Hizo malabares en el aire,
subió hasta la altura de las nubes y cayó en picada cerca de la
costa de la isla, luego dio vueltas en círculo hasta crear un
pequeño remolino sobre las aguas y elevarse nuevamente
hacia las alturas. Continuó esa mañana fresca realizando otras
acciones y malabares aéreos hasta que decidió volver a la
playa, un poco hambrienta y otro poco curiosa con el fin de ver
a la “tortuga deprimida”, como empezó a llamarla.

– ¡Deberías ser como yo! –exclamó con voz fuerte y luego


riéndose dijo–. Deberías reírte de la vida, divertirte,

16
arriesgarte, nadar por los siete mares, evadir orcas y
tiburones, tener muchos hijos y olvidarte de ellos...

Y toda esa tarde continuó hablándole, Gabriela a Amalia, toda


esa noche y los días siguientes; parecía que nadie podía detener
a la gaviota cuando comenzaba a hablar. Durante las horas
nocturnas apenas si parpadeaba un poco, le agradaba volar alto
y caer constantemente en picada, luego pescar cuatro o cinco
sardinas, devorar una y dejar las restantes malograrse con el sol
en la playa. Era un ser desconcertante para Amalia y a la vez
atrayente, llena de energía, sumamente poderosa, una gaviota
“que sabía vivir la vida” y que según había narrado, águilas y
gavilanes enfrentó y de cada combate triunfante salió; un ave
que cada seis meses tenía una nueva pareja, empollaba cuatro
huevos para luego dejar a los polluelos recién nacidos al
cuidado del desconcertado padre mientras ella volaba en busca
de nuevas aventuras. Gabriela era una gaviota que en los
puertos al anochecer bebía pisco con los marineros y aquella
que en más de una oportunidad se había roto un ala volando
intoxicada por el alcohol en el amanecer. Pero eso era lo que
menos le importaba, era una “Gaviota de Mundo”, que en sus
tres años de vida había visto más islas y ciudades que cualquier
otra, a lo largo de toda su existencia.

Pasó el tiempo y en algún momento de sus elocuentes discur-


sos, llenos muchas veces de recuerdos dudosos y proyectos
imposibles como el de crear “Ciudad Gaviota”, Amalia fijó en
sus pensamientos unas palabras pronunciadas por Gabriela
para luego redactarlas sobre una piedra:

17
“La vida es para disfrutarla.

No hay empresa imposible,

solo mentes resignadas

al fracaso y a la mediocridad.”

Debía de ser cierto, se dijo así misma Amalia mientras la


gaviota volaba a lo lejos junto a la turbina de un avión.

– Yo quisiera ser tan feliz como Gabriela, poder nadar en el


mar, acompañar a los barcos mercantes en sus viajes,
reposar en otras hermosas playas, gozar del cariño de
muchas tortugas, tener infinidad de hijos y nadar, sí,
nadar libremente, sería lindo, sí, sería maravilloso
degustar del peligro y hacer aquello que deseara hacer;
¡sí!, voy a ser libre como Gabriela, voy a dejar esta isla e
iré por el mundo en busca de aventuras –se dijo optimista
la tortuga.

Luego escribió en una piedra roja:

“El miedo y la soledad son los padres de la depresión.

La aventura y la libertad son los padres de la felicidad.”

18
19
20
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 3

Esa misma tarde, mientras el sol descendía en el occidente,


Amalia guardó las piedras en el interior de su caparazón, las
guardó del mismo modo que había guardado ya mucho tiempo
antes páginas de una vida llena de tristezas y desconsuelos, que
felizmente –según ella– habían acabado.

Tan pronto estuvo lista se lanzó al inmenso mar, con los ojos
cerrados y temblorosa. Se sintió extraña al inicio, tenía la
sensación de “pesar menos”; podía moverse a sus anchas, con
el movimiento de patas y cola subía y bajaba, podía movilizar-
se de derecha a izquierda, podía hacer todo lo que quisiera. Así,
aprendió pronto a hacer figuras en el agua y, luego, alegremen-
te exclamó: “si yo hubiera conocido esto antes, con seguridad
no hubiera pasado tanto tiempo en esa isla llena de soledad”, y
luego continuó nadando.

Amalia creía en ese momento que “su soledad” en la isla


dependía de que no estuviera alguien con ella, de que nadie
compartiera, día tras día, su existencia y de que nadie le dijera
una frase de cariño; y, como su isla estaba aislada de todo
continente, de seguro su soledad iba a ser eterna.

21
En ese momento no confiaba en nadie, en esos veinte años de
existencia había ofrecido su amistad y cariño a muchas otras
criaturas que pasaron por ahí, pero todas habían partido y ella
había aprendido algo que un día escribió en una piedra verde
que decía:

“Es un tonto el que da su amistad

ya que tarde o temprano le pagarán mal.”

Tenía esa certeza clavada en el pecho, ya que apenas se encari-


ñaba de un pelícano, una ballena o un lobo marino, pronto éstos
se alejaban y la dejaban más sola que nunca.

Por ello, aquel día que Gabriela llegó a la isla, la tortuga no


deseaba responderle el saludo y menos hablar, no quería
encariñarse ya que comprendía que el destino de aquella
gaviota era irse un día, irse de la isla y alejarse de ella. Amalia
no deseaba que la lastimaran de nuevo, se sentía muy mal para
que una vez más alguien le rompiera el corazón.

Pero, ahora, ella nadaba libremente, al igual como volaba


Gabriela allá afuera.

Mientras nadaba, contemplaba los cardúmenes avanzando en


toda dirección imaginable, veía parejas de peces abrazados y
mamíferos acuáticos yendo unidos de la aleta conjugando
miradas de amor. Se sentía más sola que nunca, así que tomó

22
una piedra gris del fondo marino y sobre ella escribió:

“Qué horrible se siente

estar acompañada de tanta gente

y sentirse tan sola.”

Luego guardó la piedra en su caparazón y siguió “nadando


como perdida”

Su mente divagaba entre sus miedos al mar, a la muerte, a la


soledad y a que la dañen y también pensaba en cómo aquellas
fobias la fueron aislando y, por consiguiente, llevándola a una
profunda depresión.

En ese preciso momento, luego de suspirar tristemente, de


pronto sintió un miedo terrible, indescriptible, y es que un
tiburón estaba cerca de ella; quiso nadar más rápido pero no era
suficiente, el depredador estaba prácticamente sobre ella.
Entonces cerró los ojos. Se sentía morir. Finalmente, exclamó:
“¡este es mi fin!”.

23
24
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 4

Horas más tarde, Amalia despertó en el fondo marino,


encima de una selva de coral.

– ¿Éste es el cielo? –preguntó.

– ¡No!, no es el cielo –le contestó un viejo delfín y luego


prosiguió –: me llamo Octavio, ¿y tú?

– Am... Am... Amalia –dubitativamente, contestó ella.

– Casi te devora el tiburón, deberías de tener más cuidado


–le llamó severamente la atención.

En ese momento Amalia se hallaba confundida, no entendía lo


que había pasado. Estaba viva, sí, pero por qué, quién y por qué
la salvarían, qué paso con el tiburón y quién era éste, cómo se
llama… Ah, sí, Octavio, que se atrevía a llamarle la atención.
¡No!, nadie tenía ese derecho y se lo iba a hacer saber.

Pero Octavio se le adelantó.

– Debes cuidarte mucho, tortuguita, no es bueno nadar por


espacios abiertos en lugares como éstos –le dijo suave-
mente.

25
– Pero, ¿quién eres tú para decirme todo esto? –exclamó
violentamente Amalia–. Nadie me ha tratado así y,
además, ¿dónde está ese tiburón que ya va a ver con quién
rayos se ha metido?

Todo quedó en silencio, ella jadeaba un poco; Octavio la miró,


se le aproximó y narró lo sucedido.

Él, junto a un grupo de delfines habían estado nadando por esa


zona del mar cuando vieron que el tiburón se acercaba a ella y
al notar su falta de reacción ante el inminente ataque, todos a la
vez se precipitaron sobre el escualo golpeándolo con sus
narices y aletas dorsales hasta que éste se vio obligado a retirar-
se. Después de que el depredador partió, volvieron sobre sus
espaldas y la contemplaron cayendo, hacia el fondo marino, en
la selva de coral.

Amalia entonces escupió hacia el suelo marino, se mostraba


amenazante y a la vez se sentía humillada, quiso decir algo
pero la lengua se le trabó. Miró fijamente a los ojos de Octavio,
sintió resbalar una lágrima de impotencia por su rostro y partió.
Partió sin rumbo, sin razones para encontrar un camino que
siempre le fue esquivo. Su mente divagaba entre los discursos
de libertad de Gabriela y el momento último en que le salvaron
la vida.

Mientras nadaba el disgusto se fue disipando y la frustración


inundó su cuerpo, sentía que nada tenía sentido nuevamente y
en una piedra anaranjada que caía desde la superficie del mar
escribió:

26
“Qué difícil es coger una mano amiga

cuando el odio y la frustración inundan tu vida.”

Y es que... aunque sentía que odiaba a Octavio, a la vez deseaba


que éste la ayudara, parecía bueno, pero no podía regresar,
había decidido partir, escapar de él y aún así volviera “no me
perdonaría”, además le he gritado y tratado mal –recordaba–.

Pronto en su viaje encontró navegando a la distancia a un barco


mercante, era como lo que había soñado tantas veces, nadar
junto a esos macizos metálicos y estaba ahí: “de seguro acom-
pañándolo me sentiré mejor”, pensó.

Así fue navegando pegada a la nave marina, primero a su


derecha, luego a la izquierda y, al final, en círculos; hasta que
se cansó de ello. Necesitaba “aventura”, de modo que revisan-
do el coloso halló algo sorprendente: una turbina de hélice. Se
acercó a ella y sintió las burbujas de aire golpeando su rostro,
su pecho y su cola. Sintió cosquillas y la fuerza de la hélice que,
en un primer momento la alejó, ahora la atraía a su centro, a sus
aspas y otra vez, estando frente a la muerte, solo atinó a cerrar
los ojos hasta que el golpe de una de las aspas la lanzó lejos y
ella, inconsciente y herida, fue barrida por las olas del mar a las
playas vidriosas de su isla.

27
38
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 5

Al despertarse en la mañana siguiente con los picotazos de


Gabriela en una de sus patas, se contempló viva en la isla y con
un gran dolor de espalda, con el caparazón rajado y con la
desidia por la vida que hacía tantas lunas que la acompañaba.

– Ay, amiga tortuga: creo que nunca saldrás de esta isla


–comentó la gaviota casi riéndose.

Mientras el ave se reía, Amalia apagaba sus ojos con el fin de


sentirse lejos de ese lugar. Gabriela, no satisfecha con lo que
había hecho voló hacia la “tortuga deprimida” y le gritó “¡Eres
una perdedora, una fracasada, nunca serás como yo!” y dicho
ello, se fue volando, alejándose de la isla.

Amalia entristeció, sus ojos se mojaron y sintiendo la depre-


sión ahogando su garganta se consolaba diciendo: “por qué no
me lancé al mar ese primer día de mi vida, por qué no dejé que
una ola me lanzara sobre una roca de la playa y así hubiera
muerto; por qué me salvaron de morir ante el ataque del tiburón
aquellos delfines y por qué no acabó por matarme esa turbina
de barco. Por qué tengo que vivir esta vida, por qué existir si
uno se siente triste, por qué hacer algo si no valgo nada, por qué

29
comer si mi vida no es importante para alguien y por qué
respirar, por qué pensar”. De este modo, pasó la tortuga horas y
días sin moverse. Había decidido morir de hambre, de sed, de
olvido, de lo que sea. Ya no iba a hacer nada más por ella. Todo
estaba decidido. Augurando su próximo fin guardó una roca
azul en su caparazón sobre la cual antes había escrito:

“Lo único bueno en la vida de un deprimido

es morir de olvido y de soledad.”

30
31
32
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 6

Una semana después de los eventos antes señalados,


Octavio llegó a la isla de Amalia y aleteando sobre la arena
vidriosa reconoció a la tortuga testadura que había ayudado a
salvar hace poco. Al verla, recostada e inmóvil sobre un banco
de arena bajo la inclemencia del sol, comprendió de inmediato
el sufrimiento que debía de estar atravesando. Luego, avanzan-
do a saltos sobre la escultural playa le llevó agua y unas hojas
pequeñas para que se alimentara, pero Amalia lo rechazó.

– ¡No va a hablar con nadie, delfín! –le gritó a Octavio una


gaviota desde los aires.

Pero él no le hizo caso y trató de ayudarla.

– No te va a hacer caso, por gusto lo haces –volvió a profe-


rir el ave–. Es una tortuga enferma y depresiva; ya le he
hablado por días y es por gusto, solamente quiere morir y
respeta, por favor, su decisión.

Pero Octavio no se lo iba a permitir, no iba a dejar que un ser


más de la creación fuera víctima de ese mal llamado depresión,
no, señor, no lo iba a permitir.

33
Y mientras buscaba la mejor manera de ayudarle, iba recordan-
do fragmentos de su vida, “aquellos años en que vivía feliz con
sus padres y que nadaban por el Océano Pacífico; el tiempo de
la separación familiar y su posterior boda con Anastasia, su
única compañera en la vida; el nacimiento y la educación de
sus dos hijos y la posterior partida de éstos para formar su
familia; y cómo se quedó solo con su amada Anastasia hasta el
día en que ésta partió de este mundo a la eternidad”. Mientras
evocaba esas imágenes, sus labios por momentos esbozaban
una sonrisa cálida y sus mejillas se llenaban de rubor, pero
hacía el final del relato una lágrima negra resbaló por su rostro
y cayó cerca del corazón de Amalia.

Ésta, al sentir esa gota de tristeza en su cuerpo, volteó hacia el


viejo delfín y con palabras meditabundas le dijo:

– ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás llorando?

Octavio confundido la miró, respiró profundo y empezó a


narrarle su vida y cómo con el paso del tiempo llegó a tener un
cuadro depresivo tan intenso como lo tenía la tortuga, luego de
la muerte de Anastasia.

– ¡No te puedo creer! –exclamó ella, conmovida–. Lucías


tan feliz y optimista el día que me salvaste de ese tiburón
que se me hace imposible creer que hayas sentido o que
sientas lo que experimento diariamente.

Entonces, Octavio que ya se sentía mejor le dijo:

– ¡Sí, todo es cierto! Y aún hay más.

34
– ¿Qué, hay más? –exclamó la tortuga con curiosidad.

– Sí –dijo él e hizo una pausa, tomó lentamente aire y


continuó–: yo deseaba morir, deseaba seguir los pasos de
mi amada pareja, no me importaba nada del mundo, soy
viejo y creía que a nadie le importaba –masculló un poco,
tragó saliva y continuó relatando–, no veía una razón para
vivir, mis hijos ya habían hecho su vida y yo, en soledad,
solo deseaba morir...

Una alegre brisa que golpeó la isla y con ella a Amalia y


Octavio detuvo el relato. Ambos se miraron, Amalia deseaba
decir que lo comprendía y Octavio sentía que su desahogo
había limpiado en su ser los últimos vestigios de dolor por
Anastasia y antes de que pudiera finalizar su historia la tortuga
le interrogó:

– Pero, si ibas a morir, ¿qué haces aquí?

– Estoy aquí para ayudarte –dijo el delfín y luego conti-


nuó–: todo lo que me sucedió me tuvo al borde de la
muerte, desmotivado, lloroso, con los ánimos por los
suelos, sin sueño, sin apetito, sin nada; pero felizmente
poco antes de viajar a la ciudad de tiburones un delfín
más viejo que yo me enseñó “el secreto de la vida” y me
ayudó a salir de esa enfermedad horrible llamada depre-
sión, y le prometí y me prometí a mí mismo ayudar a todo
aquel que hubiera caído en sus redes. Por eso estoy aquí.

35
36
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 7

El relato de Octavio motivó a Amalia, pero de un modo


distinto a lo que sintió unas semanas atrás con el monólogo
aventurero de Gabriela, ahora era verdad que se sentía optimis-
ta, pero a la vez creía que tenía mucho que aprender, sí, tenía
que aprender a valorar la vida, a valorar su vida y valorar toda
la creación que le rodeaba y en ese estado le dijo a Octavio:

– Creo que debo aprender a ser feliz.

Esa era la verdad. Entonces Octavio le contó a la tortuga que en


casi la totalidad de veces, cuando un ser que un día fue feliz y
que luego ha vivido mucho tiempo inmerso bajo el manto de la
depresión como que se olvida de reír, de mostrar un rostro de
felicidad, de mirar el futuro con optimismo y hasta se olvida de
sentir satisfacción; todo eso se nos olvida y como que debe-
mos, Amalia, aprender de nuevo a vivir y sentir.

– Casi todos necesitamos recordar y aprender… –dijo la


tortuga.

– Sí, casi todos los que caemos en ese estado olvidamos


tantas experiencias llenas de gozo y, por consiguiente,

37
necesitamos ayuda para aprender a sentir de nuevo todas
aquellas cosas y emociones que nos devuelvan la felici-
dad.

Amalia bebió un poco de agua, comió unas hojas y luego de


contemplar durante algunos minutos cómo el sol descendía y
pintaba el occidente, preguntó a Octavio:

– Y, ¿alguien puede nacer con depresión?

– Quizá…, pero por qué preguntas ello.

– Por una simple razón, yo nací deprimida y si todo lo que


dices es cierto, “que para salir de la depresión debemos
de recordar y sentir que un día fuimos felices entonces yo
no tengo salvación”, por favor aléjate, déjame llorar.

– No, Amalia, aún naciendo deprimidos, tenemos en


nuestro interior la maravilla de sentir en felicidad, lo
único que necesitamos es recordar que tenemos algo
maravilloso en nuestro ser y aprender a expresarlo en
cada momento de nuestra vida.

Dichas así las cosas, la tortuga cogió una piedra carmesí y


escribió:

“Para salir de la depresión

uno debe cambiar su actitud.”

38
39
40
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 8

Luego de una noche de descanso reparador comenzaron las


clases.

Amalia sentía que había hallado una luz en su vida y creía que
esa podía ser su última esperanza para ser feliz y para lograr el
objetivo pondría todo de su parte para salir de ese marasmo
donde se hallaba sumergida.

Desde un árbol, en la rama más alta, Gabriela observaba lo que


iba sucediendo.

“La evolución de un ser viviente, de la depresión a la


alegría, se parece al camino que emplea uno al subir a
una pirámide, en donde la soledad y la tristeza nefasta
se hallan en la base y la felicidad eterna en la cima.”

41
– ¿Cómo es eso? –dijo Amalia confundida.

Octavio sonrió y le contestó:

– Tranquila, pequeña. Todo a su tiempo.

Luego continuó la clase.

“Todo ser vivo nace con tres esencias en su ser:


pensamientos, sentimientos e instintos; los cuales se
hallan mezclados entre sí. Éstos, forman los tres
bloques de la base de nuestra pirámide”.

Y cogiendo una piedra pómez entre sus aletas, dibujó en una


piedra pulida de la playa

instintos

pensamientos sentimientos

42
Culminada esa labor exclamó:
“Pero como todo en la vida, estas tres bases de la
pirámide son ambivalentes. Así, hay pensamientos
buenos y malos, hay sentimientos nobles y destructo-
res, y también hay instintos de vida y muerte.
Durante la existencia de todo ser vivo pueden pasar
dos cosas:
PRIMERO: Que no reconozca que tiene pensamien-
tos, sentimientos e instintos favorables y desfavora-
bles y que por consiguiente viva en un “estado de
confusión continua” o
SEGUNDO: Reconozca estas tres esencias en su vida:
tanto positivas como negativas y que por consiguiente
inicie el camino del equilibrio personal”.

Amalia preguntó:

– ¿Qué significa vivir en un estado de confusión continua?

– Significa vivir en constante pelea, en no sentirse bien con


uno mismo; hacer todo lo que uno quiere sin valorar
riesgos ni beneficios –le respondió el delfín.

– Pero... ¿Cómo es eso?

– Bien, te lo demostraré con un ejemplo –y luego continuó


con la explicación.

43
“Todo ser vivo, Amalia, piensa y en ese proceso de
pensar puede formular pensamientos buenos y malos.
A la vez cada pensamiento se asocia a un sentimiento,
que también puede ser bueno o malo. Si piensas “No
debo robar” y lo asocias a un sentimiento noble
entonces te sentirás bien y obrarás con justicia y amor
por la vida y de seguro te irá bien, pero muchas veces
tu pensamiento noble podrá ser asociado a un senti-
miento de odio, entonces desear robarle algo a
alguien que alguna vez te dañó con el único fin de
hacerle sentir mal, pero al hacer ello lo único que
generarías en tu interior es sufrimiento y dolor, ya que
aquel que roba algo a alguien a la vez se roba a sí
mismo la paz del futuro venidero”.
Comprende, querida Tortuga, puedes tener pensa-
mientos nobles pero tus sentimientos negativos te
pueden llevar a elaborar conceptos opuestos a los que
inicialmente propusiste. Ahora, ¿qué determina que
puedas hacer lo primero o lo segundo? Bueno, es el
instinto el que actúa. Si tu instinto es valorar la vida
elegirás de seguro la primera opción, pero si prima en
ti el instinto de destrucción actuarás del segundo
modo. Así de fácil se dan las respuestas en los seres
vivos. Unas veces racionales, en base a lo que piensas
y otras emotivas, en relación a tu sentir.
También puede suceder de modo contrario, como por

44
ejemplo cuando luego de entrevistarte con un ser vivo,
piensas “es una mala, es vanidosa y por consiguiente
debo alejarme de ella” y a la vez sientes “que deberías
acompañarla en cada momento porque algo fuerte te
atrae hacia ella, como si fuese un sentimiento de
dependencia”.
Entonces, debes tomar una decisión.
Pero quiero decirte algo, el instinto es oscilante en un
ser que tiene estas bases, a veces te lleva a hacer lo
correcto y otras veces a equivocarte. Si decides vivir la
realidad que te he descrito sufrirás sentenciando una y
otra vez la siguiente frase, “Por qué algunas veces
hago el bien y otras veces el mal”. Y no comprenderás.

Amalia pensó en lo que acababa de decir Octavio y se apenó.


Ella vivía de esa manera, confundida, haciendo a veces lo
correcto y otras veces lo incorrecto. De seguro que confundía
las cosas. Entonces entristeció, “el delfín tiene razón” pensó en
su mente.

Mientras el rostro de la tortuga palidecía, Gabriela gritó desde


lo más alto:

– ¡No valorar riesgo ni beneficio es bueno!, es la base


libertad. Yo siempre he vivido bajo esos principios y soy
muy feliz. Hago lo que quiero y no debo de dar cuentas a
nadie de mi actuar. Todo lo que estás diciendo, delfín, son
45
puras tonterías.

Saltó de una rama a otra del mismo árbol donde se hallaba


posada y continuó:

– Yo mato los peces para comer y si dejó algunos pudrién-


dose bajo el sol es por qué ya no tengo hambre y eso no
tiene nada de malo, ¡todas lo hacen!. A veces robo
alcohol en un puerto y me embriago, ¿tiene algo de malo
emborracharse y disfrutar la vida? Si no hago daño a
nadie, entonces soy buena y si decido tener varias parejas
y si luego decido por abandonarlas es por qué rechazo
todo tipo de ataduras y me siento feliz, entonces ¿alguien
podría juzgar mi existencia como desleal o interesada?
¡Todo a estado bien en mi vida y siempre lo estará!

Octavio guardó silencio mientras la gaviota hablaba.

Una vez que cesaron los graznidos en las alturas se dirigió a


Amalia y dijo:

– Está confundida. El hecho de tergiversar las ideas con los


sentimientos habla claramente de que vive en un estado
de confusión continua. Cuando uno se halla en esa
situación suele confundir los conceptos de libertad con
libertinaje y de derecho de vida con abuso. Alimentarse
no tiene nada de malo pero el hecho de matar sardinas y
dejarlas malográndose en la playa no es correcto, es un
acto de maldad. Uno no debe matar por gusto, sino por
necesidad. Respecto al acto de beber e intoxicarse con el

46
alcohol, su consumo configura un acto de riesgo el cual
tarde o temprano generará un mal en su ser, ya sea un
castigo por el robo o un accidente en estado de intoxica-
ción alcohólica. Y respecto al comentario de tener
parejas y abandonarlas, bueno, cada quien decide con
quién estar, pero yo te digo, define tus relaciones senti-
mentales, si no estarás como un barco a la deriva de aquí
para allá, hoy con una pareja, mañana con otra y final-
mente pasado mañana en la más absoluta soledad.

Dicho razonamiento conllevó en Amalia un ferviente deseo de


cambio. Octavio tenía razón, lo sabía y lo sentía. Deseaba
reconocer sus pensamientos, sentimientos e instintos, tanto
favorables como desfavorables y alcanzar “un equilibrio”. En
ese estado de decisión escribió en una piedra celeste:

“Solo conociéndote

podrás saber realmente lo que te pasa.”

Guardó la piedra en su caparazón como tenía costumbre de


hacerlo. Dirigió una mirada de esperanza a Octavio y éste
comprendiendo lo que pasaba en su interior le susurró:

– Vamos a poner en orden tu casa, tortuguita. Vamos a


comenzar ahora mismo. Vas a coger una piedra blanca de
la playa y escribirás en esta gran loza de piedra todos tus

47
pensamientos, sentimientos e instintos buenos y en esta
otra con una piedra negra escribirás todas tus esencias
malas. Cuando finalices tu tarea la analizaremos.

48
49
50
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 9

Diez días después, Amalia había culminado su labor.


Caminó por la orilla de la playa buscando a Octavio. Recorrió
casi toda la ribera sin resultado favorable. Volvió algo
desesperanzada al lugar donde había iniciado la marcha.
Cuando llegó frente a las dos imponentes lozas escuchó una
voz desde el mar que le decía:

– Veo que la loza de la izquierda, la que contiene tus


esencias negativas ha sido bien detallada, Amalia; pero
aprecio que la loza con escritura blanca tiene muy pocos
conceptos.

– Es que soy así –temerosa y farfullando se expresó


Amalia.

Luego se apoyó en el tronco de un árbol y suspiró.

Octavio se acercó a ella y le contó una historia.

51
“Amiga mía, cuando nuestro cuerpo está lleno de eso
a lo que hemos venido llamando depresión, de modo
general, tenemos la capacidad de poder apreciar todo
lo malo y negativo que somos, nos infravaloramos,
nos culpamos y sufrimos. En ese estado es difícil
valorar nuestras potencialidades y todos los
pensamientos y sentimientos nobles que tenemos. El
instinto de muerte prima y la vida parece extinguirse
con cada minuto que pasa. Cuando uno está
deprimido, Amalia, observa sus tres esencias
desfavorables como un edificio de mil pisos y sus
pensamientos, sentimientos e instintos buenos los
grafica como una insignificante caja de fósforos”.

La tortuga asintió. Octavio le sonrió y continuando su historia


comentó:

“Nuestro interior es dual. Del mismo modo que la


noche y el día duran por igual, unas veces un poco más
el uno u el otro de acuerdo a la estación, de igual modo
nuestras tres esencias positivas y negativas alcanzan
un equilibrio ideal. La mitad tuya es positiva y la otra
mitad es negativa”.

Y dichas así las cosas, sentenció:

– Amalia, volverás a hacer la tarea que te encargué.


Deberás escribir, en base a la verdad, todo lo bueno y lo

52
malo que tienes y cuando hagas ello las columnas de
pensamientos buenos serán iguales a las columnas de
pensamientos malos y de modo recíproco ello se repetirá
con los sentimientos y los instintos en cada una de las
lozas.

– Pero, ¿cómo voy a lograr ello? –replicó angustiada.

– Analizándote ciertamente. Nada más. No es una tarea


fácil, tampoco es difícil. Debes aprender a valorarte tal y
como eres, con todas tus potencialidades y todos tus
defectos. Piensa y siente. Ese es el secreto. Si lo haces así,
lo harás bien.

Entonces Amalia redactó sobre una piedra lila que se hallaba


en frente de ella:

“La depresión acrecienta nuestros males

y nos hace menospreciar nuestros bienes.”

Luego, como siempre, la guardó.

53
54
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 10

Veinte días más tarde Amalia finalizaba nuevamente su


labor. Si antes redactar sus esencias le pareció una tarea aburri-
da y sin sentido, durante esta segunda fase de búsqueda interior
las cosas cambiaron, con cada nuevo amanecer el optimismo
crecía en su caparazón y en su corazón, tenía fe. Logró interio-
rizar de buena manera los consejos de Octavio y ahora creía
que la labor había sido ejecutada a la perfección. Las dos
columnas de esencias eran de igual altitud y cada una de las
esencias guardaba equidad con las otras dos. “El equilibrio
básico”, pensó.

El sol descendía en el occidente y el cielo se pintaba poco a


poco de mil y un colores. Se sentía paz en la playa renacentista
de aquella isla perdida. Amalia se sentía feliz por lo que había
hecho y minutos después se sintió más feliz cuando escuchó a
Octavio comentar desde la ribera:

– Me alegra mucho todo el trabajo que has llevado a cabo,


sobre todo la perseverancia en la ejecución de tu tarea. Si
sigues así, la recompensa pronto será alcanzada. Me
refiero a la felicidad.

55
Dichas palabras de aliento reconfortaron el alma cansada de
Amalia. Se sentía distinta. “Ya no soy la misma”, pensaba.
Sabía que tenía muchas cosas buenas por qué vivir. Se sentía
como un ser maravilloso y realmente lo era, tenía una esencia
favorable y única.

Mirando la esperanza en sus ojos, Octavio dijo:

– Amiga mía, obrando así has logrado cambiar la visión de


tu vida y ¿sabes por qué?

– ¿Por qué?

– Porque has aprendido a usar los binoculares de la vida.

– ¿Los binoculares de qué? – refutó extrañada.

El delfín sonrió. Luego comentó:

“A lo largo de la vida cada criatura ve las cosas de dos


modos: GRANDES o pequeñas. Inicialmente no hay
otra forma de verlas.
Cuando uno va por el camino de la vida, va usando
unos binoculares innatos los cuales, en unas
oportunidades te permiten apreciar los problemas y
las experiencias de modo muy insignificante
(pequeño) o muy trascendente (grande). Eso se da en
relación a si usas la parte de los lentes amplios cerca
de tus ojos o la de los lentes minúsculos en tu mirada
en el segundo caso”.

56
Luego dibujó en la arena este gráfico.

Mirando así, “todo se verá pequeño”

Mirando así: “todo se verá más grande”

“Amalia, cuando uno sufre de depresión, tiende a ver


sus problemas, penas y desdichas de modo inmenso; y
cuando ve sus alegrías, virtudes y dichas las aprecia
de un modo insignificante”.

Ante la mirada atenta de la tortuga, respiró profundo


y prosiguió:

“Con la tarea culminada, has logrado balancear tus


pensamientos, sentimientos e instintos, tanto positivos
como negativos. Has logrado conocerte y con ello has
logrado avanzar un piso en la pirámide evolutiva de tu
vida interior. Haz llegado “al autoconocimiento”.

57
Dicho ello, el delfín dibujó en la arena:

conocimiento
personal

instintos

pensamientos sentimientos

Cuando estaba por finalizar el gráfico, Amalia exclamó:


– ¡Y con eso ya estaré bien!
– No –dijo suavemente el delfín.
La tortuga bajó la mirada y Octavio, tratando de aliviarle la
pena, comentó:
– No, pero es el primer paso. Faltan tres más.

Amalia entonces guardó en su caparazón una piedra rosa en la


cual segundos antes había escrito:

“El camino en el aprendizaje de la felicidad


es duro y largo. No es fácil.
Se requiere fuerza y trabajo constante
Para lograr terminarlo.”

58
59
60
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 11

A la mañana siguiente instructor y alumna retomaron las


clases.

Gabriela se hallaba lejos, volando en las alturas, haciendo


piruetas, pescando por gusto y lanzándose en picadas cada vez
más peligrosas y atrevidas.

Por momentos, Amalia la observaba. Al notar la distracción de


la tortuga, Octavio exclamó:

– ¡Si deseas, ve y sé como la gaviota!

Por un momento continuó mirando al cielo, no habló nada.


Luego movió la cabeza en ademán negativo y respondió:

– ¡No! Quiero la felicidad verdadera, no la efímera, la


falsa, la que está en los juegos, en el libertinaje, en el
alcohol o en la soledad perpetua.

Octavio sonrió. Todo estaba bien. La brisa llevaba suavidad al


rostro del maestro y alumna. Luego él prosiguió:

61
“Amalia, ha llegado la hora de avanzar al siguiente
nivel evolutivo pero tengo que advertirte algo: No será
fácil.
Tengo que decirte algo más: Ahora el reto será doble.
Podrás ir avanzando en el sendero de la superación,
podrás llegar más alto en los pisos evolutivos del
desarrollo de cada ser, pero recuerda querida tortuga,
si te descuidas, puedes caer y caer hasta los niveles de
la base de la pirámide evolutiva. Mientras más alto
estés, más dura será la caída.
Debes cuidar tu aprendizaje y especialmente, debes de
cuidarte más”.

Octavio hizo una pausa, respiró lento y pausado, sumergió su


cabeza en el agua marina de la playa y luego continuó:

“Ahora, debes aceptarte tal y como eres, con tus


defectos y tus virtudes, con tu lado positivo y tu lado
negativo, en fin, con tus pensamientos, sentimientos e
instintos buenos y malos; pero eso no es todo, además
deberás proponerte cambiar y alcanzar ese cambio.
Deberás acrecentar tus dones y deberás lograr poco
a poco que tus pensamientos y sentimientos negativos
se manifiesten menos y que tu instinto de vida predo-
mine largamente sobre tu instinto de destrucción.

62
Todo ello lo lograrás poniendo en práctica tus virtu-
des personales, los buenos actos de tu formación
diaria, tus sueños, tus anhelos, en fin, todo aquello que
vive y late en tu interior y que hará de ti, un ser vivo
pleno y lleno de satisfacciones.
Pero te recuerdo: No será fácil. Tus hábitos y costum-
bres negativas buscarán destruir tu propósito de vida
y tú deberás de lograr su letargo y que queden en el
olvido.
Toma nota Amalia, porque de ahora en adelante no
solo pensarás sino que también actuarás diferente. Te
levantarás cada mañana temprano, poco antes de que
salga el sol, programarás tus actividades de vigilia y
cada vez que generes un bien a tu ser o a otro habitante
de la isla lo habrás de anotar en esta tercera loza con
esta piedra roja. Cuando sientas que el cansancio, la
fatiga y el desencanto quieran presentarse en tu vida,
cuando notes la presencia de ideas negativas en tu
mente y sentimientos de desesperanza en tu pecho, lo
único que tendrás que hacer, es venir corriendo a tu
loza de logros personales, repasar tus triunfos y las
muestras de generosidad de tus acciones diarias y
poco a poco recuperarás la esperanza y la fe en tu vida
y en este camino de superación.
Y no solamente harás ello, también escribirás en una

63
cuarta loza todo lo bueno que ha pasado en tu vida y
cuando los sentimientos de depresión toquen tu
corazón, te acercarás y evocarás cada uno de aquellos
momentos de felicidad en la isla.
Haciendo todo ello de seguro cambiarás. De seguro
que volverás a ser tú y no serás la proyección que el
mundo quiere de Amalia.
Te observaré a diario. Cuando comprenda que has
alcanzado tu proceso de cambio interior volveré a
estar contigo”.

Y dicho ello se zambulló en el mar.

Amalia frotó sus patas delanteras. Rezó. Luego escribió en una


piedra amatista:

“Solo el perdón y la aceptación de nuestra vida

nos darán un día aquella alegría que soñamos tener.”

64
65
66
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 12

Muchos meses transcurrieron desde aquel último encuentro


entre Octavio y Amalia.

La tortuga durante ese tiempo poco a poco fue cambiando su


rutina. Dejó de levantarse a las diez de la mañana, ahora lo
hacía minutos antes de las seis. Había dejado de vivir a la
intemperie, ahora se cobijaba en una casa de troncos que ella
hábilmente construyó. Limpió de deshechos orgánicos la isla,
cercó el pequeño río que descendía serpenteante al mar, dejó de
hablar con Gabriela y se dedicó a ayudar y rezar.

Con el paso de los días la redacción de aquella última loza


encomendada por el delfín fue realizándose de modo pleno.
Cuando la tortuga se hallaba triste o desesperanzada leía lo que
había escrito, lo que había hecho, lo que había vivido plena-
mente y poco a poco empezó a notar que se sentía mejor y no
solo mejor sino que su tristeza y su falta de esperanza mengua-
ban cada vez más rápido.

Se sentía bien aunque se hallaba sola. Extrañaba a Octavio. A


veces lloraba por ello. Tenía miedo que no volviera pero a la
vez sentía que él estaba cerca y que compartía todo aquello

67
que iba realizando.

Cada día se sentía más segura. Además de la loza de piedra que


se fue llenando poco a poco de noticias alegres, escribió varios
mensajes en muchas piedras que encontraba en su constante
recorrido por la isla y luego, como era su buena costumbre, las
guardaba en el interior de su caparazón. Algunos de aquellos
mensajes también le generaban felicidad y fortaleza.

En algunas de esas tantas piedras escribió:

“Yo lo puedo hacer.

De mí depende triunfar o fracasar.

No voy a perder”.

“Si pienso en tristeza, triste estaré.

Si pienso en alegría, alegre viviré”.

“El cansancio y la melancolía

son como la suciedad y el desorden en una casa.

A diario las debemos de erradicar”.

68
“El trabajo constante y el ejercicio

llenan mi cuerpo de optimismo y vitalidad”

69
70
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 13

Pasaron seis meses de profundos cambios en la vida de


Amalia hasta que en una mañana, luego de arreglar la reja de
madera de su casa, la tortuga escuchó uno voz en la distancia:

– Hola, Amalia

– Hola –respondió llena de un gozo descomunal.

Luego hubo silencio. No era necesario que se dijera nada. La


labor se había cumplido y ella se sentía en paz y en soledad.
Octavio lo comprendía también, había visto desde la lejanía
ese brillo de tranquilidad en los ojos de Amalia, por eso volvió.

– Gracias por venir –exclamó suavemente.

– ¡Lo has logrado! –le dijo el delfín–. Ahora eres feliz en


soledad. Solo te falta ser feliz en compañía.

No había más qué decir. Ambos se abrazaron y empezaron a


contarse como viejos amigos los acontecimientos que fueron
llenando sus vidas en aquellos meses.

Cuando llegó el atardecer Octavio le contó a Amalia este


relato:

71
“He notado que desde hace mucho tiempo no hablas
con Gabriela y que tampoco muestras entusiasmo por
entablar relaciones amicales con otros seres que
habitan temporalmente la isla. Eso está bien por un
tiempo pero no para una vida. Es bueno retirarse del
mundo durante un tiempo para hallarse con uno, pero
no podemos retirarnos del mundo para siempre. Han
llegado los días en que tu ser brilla desde la lejanía.
Tienes la felicidad en tu interior, nunca la pierdas.
Ahora debes compartir esa felicidad con el mundo.
Vivirás otra vida y será más plena”.

Amalia quiso interrumpir en ese momento al delfín, deseaba


decirle la razón por la cual había dejado de hablar con Gabriela
y las causas que motivaron su encierro, pero él haciendo una
sencilla seña le hizo entender que no debía de hablar, que no
era el momento y luego continuó:

“No necesitas explicar nada. Solo escucha. Solo


alimenta tu existencia. Aquel que ignora la alegría en
su interior ignorará también la alegría en su exterior y
en el exterior de los demás. Aquella tortuga que no
conozca cuál hoja es la buena y aquella que tiene
veneno no podrá enseñarle a otra tortuga a elegir la
hoja que la alimente.

72
Solo quien conoce su interior conocerá en algo el
interior de los demás. Gracias a este pilar de la
sabiduría puedo decirte que ya estás preparada para
enfrentar esta nueva fase en tu desarrollo de vida,
Amalia.
Alégrate, ahora estás en condiciones de elevarte al
nivel evolutivo siguiente, aquel en el cual conocerás el
mundo que te rodea, de modo pleno y verdadero”.

Y dicho ello dibujó en la arena lo siguiente:

Conocer
el mundo

Autoaceptación
y cambio personal

conocimiento
personal

instintos

pensamientos sentimientos

73
– ¡Tienes razón! –exclamó ella y luego completó la idea–.
Debo de conocer a los demás del mismo modo que me
conozco. Todo será diferente. Ya no me equivocaré.

Apenas dijo ello, recogió una piedra lapislázuli de la arena y


escribió:

“Para conocer a los demás miembros de tu sociedad

primero debes de conocerte en soledad.”

Desde ese momento la vida de Amalia cambió. Ahora disfruta-


ba del diálogo que entablaba con cada nuevo ser que llegaba a
la isla. Se volvió aprehensiva en su arte de escuchar, se fijaba
más en los detalles del rostro de su interlocutor, sentía el latido
del pulso en el cuello de sus nuevas amistades y, con el pasar de
las semanas y los meses, aquellos sentimientos de tristeza,
ansiedad e irritabilidad que extrapolaba su ser durante muchos
años se trastocaron en muestras de seguridad, comprensión y
afectividad, por cada uno de aquellos seres que habitan a su
alrededor.

Llegó a conocer profundamente a Octavio y a Gabriela.


Muchas veces en aquellos meses de aprendizaje decidió por
alejarse de las malas influencias y en concentrar su tiempo en
aquellos seres más inocentes y con deseos de dar. Octavio la
contemplaba y asentía lo que hacía. Eran buenos tiempos.

74
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 14

El conocimiento que adquirió Amalia a lo largo de aquellos


dos años la volvió en parte confiada y amistosa. Su mundo se
fue simplificando de tal modo que un día se dijo así misma,
“me gustaría salir de la isla”.

Una tarde, ya entrado el otoño en el trópico, le contó sus planes


a Octavio.

– Deseo viajar por el mar.

Octavio entonces deslizó una de sus aletas por encima de la


última ola que llegó a la playa y seriamente la requirió:

“Sí, ya es tiempo de partir. Tú te irás buscando un


sueño, yo me iré habiendo hecho realidad un sueño.
Solo quiero darte estas dos ideas finales. Para lograr
la plena realización en tu vida debes llegar si así lo
deseas a la cima de la pirámide existencial, no es una
tarea imposible de llevar a cabo y tú tienes aquella
fortaleza para llegar muy lejos en la vida, por ende, no

75
dejes trunca la pirámide de tu desarrollo de vida. Para
llegar a la cúspide debes hacer lo más difícil, lo que
pocos se atreven, lo que tal vez tú te atreverás:

ACEPTAR EL MUNDO QUE TE RODEA


Y TRATAR DE CAMBIARLO

– ¡Eso es imposible, Octavio! –exclamó.

“No lo es. Pocos llegan a la cima, Amalia, pocos. Solo


seres maravillosos han coronado la pirámide
existencial y ahora son modelos para el mundo. Estar
en la cima, querida tortuga, significa realmente amar
a cada ser del mundo y aceptarlo tal como es. Si un ser
vivo pudo llegó a un lugar, si tú te propones hacerlo y
esta en tus capacidades también lo harás; tan solo que
esto no se trata de llegar a un lugar, se trata de vivir y
tú tienes la capacidad de vivir plenamente.
Comprométete con tu vida Amalia, da todo de ti, verás
que todo cambiará, más todavía”.

76
– Creo entender lo que me dices, será difícil pero lo tengo
que hacer, está en mí.

Y dicho ello cogió una piedra ámbar de la costa, sonrió y luego


escribió:

“Solo aceptando a cada ser que vive en este planeta

te acabarás aceptando a ti misma.

Esa es la felicidad que de amor llenará el alma”.

Luego, miró al poniente. Sabía que no debía llevar nada en el


viaje que iba a iniciar. “El mismo mar me dará el sustento
necesario para existir”, pensaba.

El divagar de su mente y los sueños que brotaban


aceleradamente en su ser se vieron interrumpidos por la voz de
Octavio que decía:

“Amalia, falta algo más. A lo largo de estos años te he


hablado con el único fin de que puedas lograr ser la
tortuga que eres ahora. De seguro que has sufrido
muchas veces y en otras oportunidades has creído que
las tareas que te encomendaba eran difíciles. Querida

77
tortuga, en el mundo del iluminado no hay nada fácil,
no hay nada difícil, solo hay una labor por hacer. El
día que te quites la venda que cubre tus ojos y que te
dice a diario “esto es fácil, esto es difícil”, ese día
alcanzarás tu libertad. Haz lo que tengas que hacer,
nada más. La vida es para vivirla y para proyectar la
luz de tu ser a todos aquellos que te rodean y que
buscan el bien . Tu camino de vida está lleno de actos
nobles, de oportunidades y palabras cálidas, creo en
ti”.

La tortuga entendió en lo más profundo de su cuerpo lo que


había dicho aquel sabio delfín y con el objetivo de eternizar ese
momento de su vida, eligió una piedra amarilla que se hallaba a
algunos metros de ella y sobre ésta escribió:

“Lo más difícil para culminar una tarea

es vencer nuestra creencia de que es difícil”.

78
79
80
Historia de una Tortuga que llegó a ser Feliz

Capítulo 15

– Bien, muy bien –le dijo cariñosamente Octavio a Amalia.

– Ya lo sé, es hora de partir, ¿verdad?

– Sí.

No había nada más que decir. Octavio abrazó a Amalia


como a una hija. Derramó algunas lágrimas, esta vez dulces y
brillantes, sobre el caparazón de la tortuga iluminada y antes de
que pudiera hablar algo más, Amalia dijo:

– Gracias. Quiero darte las gracias por haberme enseñado a


ser feliz, Octavio...

– No tienes de qué –la interrumpió y luego prosiguió–:


quien cumplió todas las tareas fuiste tú, entonces apren-
diste por ti misma a ser feliz, yo solo dije algunas pocas
cosas que aprendí.

– Aún así, gracias por tu orientación. Quisiera antes de


despedirme regalarte mi colección de piedras de colores
con mensajes. Ellas también me enseñaron a ser feliz.

81
– No, no puedo aceptarlas, son parte de tu vida. Mas bien,
llevémoslas a la costa, separémoslas en dos grupos,
aquellas que te dan mensajes de fortaleza por un lado y en
el otro aquellas que generan sentimientos de desesperan-
za, alineémoslas luego delante de tus dos primeras lozas
y escribamos delante de ellas “mensajes para triunfar y
ser feliz” en el lado de la letra blanca y “mensajes para
perderse y para entristecer” en el lado de escritura negra.

Amalia consintió la propuesta y ambos la llevaron a la práctica.

Luego cada uno se lanzó al mar de modo independiente y


siguieron caminos separados.

82
EPÍLOGO

Yo acompañé unos años más a Amalia. Fui testigo de su


cambio y del modo cómo llegó a unirse a un grupo de tortugas.
De cómo llegó a ser su líder. De cómo tuvo, por fin, la familia
que siempre soñó.
Fui (y soy) testigo del modo que ayudó a muchos seres vivien-
tes en este planeta y cómo cada día está más cerca de aquella
cima llamada felicidad. Vive su vida a plenitud y siempre da
más.
Yo fui uno de aquellos seres a quien esta terca tortuga, llamada
Amalia, ayudó. Le costó muchos años, pero lo logró.
Y cada año, por esta época, llegamos juntas a nuestra isla a ver
las dos lozas de piedra que se hallan en su costa y aprendemos
cada vez más de aquellas piedras de colores que se hallan al pie
de las lozas escritas en blanco y negro.
Solo me queda decirle gracias, ¡gracias por ayudarme a ser
diferente!, a ser responsable con mi vida y ayudarme a creer en
todo aquellos que soy.
Y gracias, además, por entusiasmarme a escribir este libro.

Nos vemos y que tengas un día lleno de felicidad.


Gabriela.

83

También podría gustarte