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Santiago Arenas Martínez

BLOCH, Marc. Apología para el oficio del historiador. Fondo de Cultura Económica de México,
Ciudad de México, 2001, 180 pp.

Con respecto a March Bloch pueden destacarse 3 aspectos principales de su vida y obra. Primero,
su labor profesional como historiador, como también su compromiso intelectual para darle un
lugar a esta en las ciencias humanas, ejemplo de ello es la obra que aquí se pretende reseñar.
Segundo, su papel en la Escuela de los Annales a contracorriente del legado positivista de la
historia, y tercero, su muerte tras haber sido fusilado por los nazis, razón por la cual esta obra
quedo inconclusa por su parte. El objetivo principal del autor, tal y como sostiene Le Goff, es
defender la cientificidad de la Historia como disciplina, pero también de los historiadores que, a
su juicio, son mediocres. El texto fue construido de tal manera que el lector tuviera una
aproximación a la disciplina Histórica, para luego presentar los principales ejes que la componen.
De este modo, quedó distribuida en 4 capítulos, a saber, la historia, los hombres y el tiempo; la
observación histórica; la crítica; el análisis histórico, y por último, el quinto capitulo sin título que
fue concluido por L. Febvre. Para fines prácticos se unirán en cada capítulo el resumen con los
principales planteamientos y los respectivos aportes conceptuales.

Esta obra, a grandes rasgos, orienta el quehacer del aspirante a historiador a partir de una
propuesta metodológica para la investigación histórica, pero además lo hace desde una posición
crítica, capaz de retomar los postulados que antecedieron la labor del historiador, particularmente
del positivismo, a fin de someterlos a prueba, cuestionarlos, y llegado el caso, actualizarlos o
superarlos con nuevos planteamientos. El primer capítulo puede resumirse como la exposición
del campo y objeto de investigación, la definición conceptual de la Historia y el tiempo histórico,
los problemas que engendra la búsqueda de los orígenes en la disciplina, y por último, la estrecha
relación entre el pasado y el presente, en otras palabras, la importancia de comprender ambos
espacios de tiempo y su interrelación. Se empieza, pues, con las primeras definiciones que
presenta la obra:

1
¿Qué es entonces la historia? «Es la ciencia de los hombres en el tiempo».1 Y el objeto de esta,
como apunta Bloch, son los hombres y el tiempo. Otro rasgo constituyente de esta disciplina es el
tiempo histórico: “El tiempo de la historia es el plasma mismo donde están sumergidos los
fenómenos y es como el lugar de su inteligibilidad”2. A Bloch le preocupaba la premisa de que
todo pasado puede explicar por sí mismo el presente, también le inquietaba que se creyera que la
autenticidad de un fenómeno dependía de su primera causa o definición. Más aún, le perturbaba
que esta pudiera ser utilizada para justificar o condenar el presente, en cambio, sostiene que un
fenómeno histórico nunca puede explicarse plenamente fuera del estudio de su propio contexto.
Para explicarlo se sirvió de la lingüística al señalar que la acepción de un término se debía tanto a
al pasado como al reflejo del presente, poniendo por caso palabras medievales que en la
actualidad tienen un sentido completamente nuevo. Como ya se dijo, el pasado y el presente se
penetran entre sí, ya que la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del
pasado. Pero quizá es igualmente vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada
del presente.3

El segundo capítulo aborda los rasgos generales de la observación histórica, es decir, la


observación directa e indirecta por medio de huellas que ha dejado la historia humana a su paso.
Allí entra los tipos de testimonios y el cuestionario propuesto por el autor en cuestión para la
interrogación de dichas huellas, como también de las formas de transmisión de los testimonios,
ya fueran por medio de inventarios de archivos, catálogos o repertorios bibliográficos. El autor
explica que el historiador puede servirse, por una parte, de los informes de un intermediario del
pasado, lo que se conoce como observación indirecta, y por otra parte, de la observación directa,
que es la propia deducción de los restos del pasado por parte del historiador. Por lo tanto ¿A qué
se refiere con la observación histórica? Se refiere a que “el conocimiento de todos los hechos
humanos en el pasado y de la mayoría de ellos en el presente, tiene que ser un conocimiento por
medio de huellas”.4 Ejemplo de ello son los restos de huesos, una palabra cuyo uso revela una
costumbre, o un relato escrito por el testigo de una escena antigua o reciente.

1
Bloch, Marc. Apología para el oficio del historiador. Fondo de Cultura Económica de México, Ciudad de México,
2001, 180 pp. 54
2
Ibid. pp. 58
3
Ibid. pp. 71
4
Ibid. pp. 79

2
Ahora bien, hay dos tipos de testigos, los voluntarios y los involuntarios ¿A qué se le conoce
como testigo involuntario? A los indicios que el pasado deja caer sin premeditación: los escritos
o registros de la población común de la época que fueron elaborados para fines o necesidades de
su propio tiempo, prueba de ello son las Memorias de San Simón. Los testigos voluntarios, en
cambio, crearon material dirigido a los lectores del futuro, allí, por ejemplo, entran los literatos
con vocación de historiadores.

Sin embargo, Bloch afirma que los historiadores destacan a los involuntarios por sobre los
voluntarios, pues el riesgo de alteración del relato era menor, y si por si acaso ocurría, al menos
esto no sería concebido para nuestros días. Pero sobre todo porque suplen el relato de los
“historiadores” de antaño, y además, ayudan a que los historiadores no caigan en prejuicios,
falsas prudencias y miopías que habían afectado a los sujetos del tiempo en cuestión. Para
realizar una investigación histórica, Bloch, propone una encuesta que permita interrogar a los
testimonios de otros tiempos sobre sus modos de vida o las concepciones de su tiempo. Esta debe
ser direccionada, flexible, y debe superar la diversidad de testimonios para así evitar incurrir en
errores como reunir testimonios, leerlos, revisar su autenticidad y veracidad, y ponerlos a trabajar
sin ningún fin determinado.

El tercer capítulo, la crítica, consiste en una breve explicación del método crítico, así como la
importancia de la escuela metodista para la creación de un método crítico que sirviera para el
progreso de la ciencia. Por otra parte, también ilustra los métodos que permiten revisar la
veracidad de las huellas del pasado, y al final, propone una metodología que ofrezca al
historiador una guía basada en la crítica de documentos y teorías estadísticas para una mejor
comprobación de las fuentes históricas. Ante la alteración o falsedad de testimonios y huellas, o
las contingentes dudas y riesgos que estos engendran, Bloch presenta la lógica del método crítico.
En primer lugar ¿Cómo define la crítica? “La palabra critica cobra entonces el sentido de prueba
de veracidad. La crítica es esa suerte de antorcha que nos ilumina y nos conduce por los caminos
oscuros de la antigüedad, haciéndonos distinguir lo verdadero de lo falso”. 5 Entretanto, con
respecto a la duda, sostiene que “La duda racionalmente conducida puede convertirse en un

5
Ibid. pp. 99

3
instrumento de conocimiento”. Este punto fue crucial para el método crítico, pero, sobre todo,
para el reconocimiento del pensamiento crítico en la Historia.

En lo que sigue explica los problemas que pueden llegar a tener los testimonios a la hora de su
análisis. La impostura, en palabras del autor, es el más virulento y puede presentarse de dos
maneras: en forma de engaño acerca del autor y la fecha, es decir, en sentido jurídico, y en forma
de engaño de fondo. En el primer caso presenta el ejemplo de las cartas de María Antonieta
mencionando que no todas estas fueron escritas por ella, algunas, según cuenta, fueron hechas en
el siglo XIX. Y en cuanto al segundo caso, presenta la prueba de la estatua de Felipe el Atrevido,
donde cuenta que el escultor no hizo más que reproducir un modelo convencional. Finalmente
presenta una tercera forma de engaño: la modificación solapada, que consiste en moldear la
realidad a conveniencia. Alteraciones en cartas auténticas, en la narración, o adornos con detalles
inventados sobre un fondo verídico, son ejemplos de esta práctica. Por demás, también explica
brevemente casos más particulares, como el caso de François Lenormand que engañó para
obtener prestigio como historiador, o el caso de poetas prerrománticos que plagiaron para obtener
fama, entre otros más casos.

Para concluir presenta el método crítico que consta de 4 puntos: la comprobación o constatación
de testimonios, la copia, la crítica estadística y la comparación crítica. En el primer ejercicio pone
por caso el libro de las hazañas de Marbot para desmentirlo recurriendo a otros testimonios como
registros de esa misma fecha o una carta de Napoleón. En este caso se sirve de la lógica
filosófica, a saber, el principio de contradicción para desmentirlo. Para el segundo ejercicio se
sirve del ejemplo de dos monumentos de guerra para señalar que en cuanto más excesivas sean
las semejanzas, o en cuanto dos escritos tengan el mismo uso del lenguaje, incluso de detalles, se
sabrá que uno de los dos se copió o ambos copiaron un modelo común. Aquí el autor se sirve del
análisis psicológico, en últimas, de la psicología para desentrañar la copia. En la crítica
estadística utiliza el principio de semejanza limitada para indicar que el criterio que determina la
veracidad o constatación de un testimonio no puede ser aplicado al pie de la letra. Pues la historia
está llena de heterogeneidades, por el contrario, este principio, más la teoría de probabilidades,
ofrece al historiador la posibilidad de definir grados de verdad o falsedad y así no caer en
supuestos absolutos. Por último, en la comparación crítica se dedica a señalar las falencias o

4
límites del método crítico, entre estas, sobre por qué no puede usarse al pie de la letra en todos los
casos.

En el cuarto capítulo propone 4 criterios que orienten el análisis histórico del historiador, estos
son: la imparcialidad científica, la clasificación histórica, el análisis histórico y la periodización.
En el primer criterio resuelve la dicotomía entre juzgar o comprender el pasado, resolviendo optar
por la última opción. “Cuando las pasiones del pasado mezclan sus reflejos con los prejuicios del
presente, la mirada se turba sin remedio y, lo mismo que el mundo de los maniqueos, la realidad
humana se convierte en un cuadro a blanco y negro” 6. En cuanto a la clasificación, es preciso, en
primer lugar, comprender la definición que ofrece de sociedad: un producto de las conciencias
individuales.7 Dado que allí señala la importancia de un enfoque interdisciplinario de la historia,
que pueda servir, en últimas, para el desentrañamiento de la misma realidad. Asimismo, indica la
necesidad de desfragmentar el estudio de las sociedades humanas en el entendido de
comprenderlas como partes integrantes, y a la vez, como un todo para el análisis de sus
problemas y temáticas puntuales, de tal forma que al final puedan recomponerse. Pues estas
partes, relacionadas con los hechos, permiten comprender a la sociedad en su conjunto, de lo cual
resultan verdades históricas. Allí entran las categorías de análisis: la historia del derecho, la
historia económica o la historia religiosa que permiten comprender al final a una sociedad en su
conjunto.

Para el análisis histórico le plantea al aspirante a historiador una aptitud para comprender la
nomenclatura de la historia: “Todo análisis, antes que nada, necesita un lenguaje apropiado como
herramienta, un lenguaje capaz de dibujar con precisión el contorno de los hechos y la vez
conservar la flexibilidad necesaria para adaptarse progresivamente a los descubrimientos, un
lenguaje sobre todo sin fluctuaciones ni equívocos”. 8 De allí deriva el lenguaje de la historia.
Dicho lenguaje debe servirse del vocabulario ya existente, en últimas, de la misma lingüística
para intentar comprender, por ejemplo, los diferentes sentidos de una misma palabra a lo largo de
la historia. En cuanto a la periodización, le propone otra aptitud al aspirante: “La verdadera
exactitud consiste en dejarse guiar, en cada ocasión, por la naturaleza del fenómeno considerado.

6
Ibid. pp. 141
7
Ibid. pp. 149
8
Ibid. pp. 152

5
Porque cada tipo tiene su medida particular y, por así decirlo, su decimal específica”. 9 Allí
plantea un ejemplo de aproximación histórica, la importación en masa de trigos ocurrida en
Alemania y Norteamérica entre 1875 7 1885, sirviéndose de la única aproximación que el hecho
autoriza. La periodización histórica, según plantea, es esencialmente pragmática.

Sobre los aportes empíricos hay que anotar varias cosas. Para cuando Bloch escribió su obra se
encontraba retenido por los nazis tras haber participado en la Resistencia Francesa, lo cual le
impidió acceder a fuentes bibliográficas a las que, bajos circunstancias normales, hubiera podido
acceder. En cambio, tuvo que confiar, como anota en uno de su pie de página, en sus notas y
experiencias. No obstante, esto no le impidió citar la filosofía de Leibniz o las frases célebres de
Maquiavelo, como tampoco las innumerables pruebas o ejemplos de la literatura histórica, más
aún, las explicaciones químicas, biológicas y hasta geológicas para sustentar sus ideas. De modo
que, aunque no sería muy pertinente valorar su manejo de fuentes históricas o historiográficas,
hay que señalar que tanto sus apuntes e ideas albergaban una espléndida enciclopedia para lo que,
en palabras de Le Goff, sería “definir la historia y el oficio del historiador, sino también lo que
debe ser la historia y cómo debe trabajar el historiador”.10

Pero tampoco le impidió como muestra Le Goff y como puede evidenciarse a lo largo de la obra,
discutir con autores como Durkheim y Simiand, cuyo pensamiento fue de su interés, pero a
quienes a su vez consideró como un peligro para la disciplina histórica, pues estos pusieron en
duda su cientificidad. O con sus maestros positivistas, Langlois y Seignobos, a los cuales
homenajea en la introducción, pero también critica en el desarrollo del libro. O simplemente con
Paul Valéry, a quien también criticó con dureza por sus cuestionables afirmaciones sobre la
Historia. Por otra parte, como ya se expuso, se sirvió de disciplinas como la economía y la
estadística para la explicación de algunos de sus métodos, también de la psicología y la crítica de
documentos de archivos para presentar su método crítico, y de la lingüística para abordar la
nomenclatura de la Historia o incluso de la lógica filosófica para la comparación crítica de
testimonios.

9
Ibid. pp. 170
10
Ibid. pp. 13

6
Luego de haber leído esta inspiradora obra puede afirmarse, con certeza, que hasta el día que
mantuvo en alto su pluma, o lo que es igual, hasta el momento antes de que los nazis le
arrebataran cobardemente su vida, Bloch, cumplió con el propósito de esta obra. Pero quizás lo
más relevante en el entendido de la teoría y la praxis, fue que cumplió sobre todo con su deber
político, cívico y moral al morir comprometido con la libertad, que es uno de los compromisos
inherentes a la Historia. La exposición metódica, científica y detallada de su pensamiento
plasmado en esta obra, es una clara defensa de la historia, a tal punto, que a día de hoy sigue
siendo un libro de cabecera -o al menos debería serlo- para los historiadores. Es innegable que
esta obra constituye una base epistemológica, política y moral para el historiador. De acuerdo con
este razonamiento puede afirmarse que la mayoría de sus razonamientos y conceptos permanecen
vigentes, como el del tiempo histórico, la historia y la sociedad, mientras otros, naturalmente,
como su propuesta de método crítico y su técnica de análisis histórico, deben seguir siendo
actualizados y profundizados por los historiadores del presente.

La claridad de su lenguaje o lo que el llama "saber hablar, en el mismo tono, a los doctos y a los
alumnos" se refleja a día de hoy en las páginas de este libro ¿Y por qué señalo esto? Porque en
una sociedad tan agitada y convulsa como en la que ahora vivimos, donde el tiempo escasea para
leer, y por ende, la cultura general de los individuos se ha visto disminuida, entender una obra
que cumple más de 70 años se convierte en una verdadera virtud para muchas personas. Aún más
si tenemos en cuenta que no contaba más que con lápiz y papel para la redacción de sus páginas,
a lo cual, también reconociendo la intrincada labor que significó haber hecho la edición de estas,
resultaría oprobioso no conceder el mérito por haber intentado organizar este texto.

Por lo tanto, la importancia de esta obra para el curso se debe, como ya se dijo y como se
agregará, a razones de naturaleza epistemológica, personal y política. Es y debería ser un texto de
cabecera para cualquier programa de Historia por sus enseñanzas conceptuales, analíticas y
políticas para todo aquel o aquella que aspire ser historiador. Ofrece un esquema base que no solo
orienta al estudiante, sino que también le motiva a continuar en la búsqueda por desempolvar
historias del pasado. En lo personal me permitió afianzar mi convicción por la Historia como mi
quehacer académico, profesional, pero sobre todo cotidiano y esencialmente político, pues como

7
dijo Lenin en su escrito sobre el pacifismo burgués y el pacifismo socialista: “la política se
entiende más por sus hechos que por sus palabras”.

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