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Estética 2020 Teórico 1
Estética 2020 Teórico 1
TEÓRICO 1
Temas:
Todas las ideas que causan en nuestra mente una poderosa impresión, ya sea de dolor o
placer, se pueden reducir a estos dos puntos clave (metas). Las pasiones que conciernen a la
autoconservación se relacionan con el dolor o el peligro. (…) Las ideas de dolor,
enfermedad y muerte provocan fuertes emociones de horror.
(E. Burke, De lo sublime y de lo bello, trad. Menene Gras Balaguer, Barcelona, Altaya,
1992, p. 29)
Kant, I., Crítica del Juicio, trad. M. García Morente, Madrid, Espasa Calpe, 3ª. ed., 1984, p.
78
[Esta paginación no se corresponde con la de las reediciones posteriores que hace de esta
misma traducción la editorial Espasa Calpe: se trata de una edición de bolsillo, que salió
como “volumen extra”]
Adorno, T. W., Teoría estética, Obra completa 7, trad. Jorge Navarro Pérez, Madrid, Akal,
2004, p. 23
Hay, entonces, una necesidad, de parte de Kant, de establecer un límite (un umbral)
a partir del cual exista una experiencia que sea, en tanto placer estético, algo diferenciado
del mero deleite, de la mera sensación de lo agradable. Pero, de todos modos, podríamos
entender qué es lo que responde la Crítica del Juicio, analizando, primero, qué es aquello
de lo cual debe dar cuenta un filósofo trascendental cuando se enfrenta al problema del
placer.
En este sentido, al final de la fundamentación del juicio estético, Kant le dedica un
reconocimiento a Burke, diciendo que el punto de vista fisiológico, presente en la
Indagación sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y de lo bello, es un gran aporte
para la antropología, no para la filosofía trascendental, en la medida en que ese punto de
vista fisiológico se concentra en lo que podríamos llamar el aparato sentimental del sujeto
(las pasiones) y no en cuáles son las condiciones de posibilidad (el uso específico y
modificado de las facultades de conocimiento) para que exista el placer estético, el placer
propio de lo sublime y de lo bello.
La crítica de Kant a la fisiología burkeana se encuentra en la Nota general a la
exposición de los juicios estéticos reflexionantes que está después del parágrafo 29 (y antes
del 30) de la Crítica del Juicio. Esta Nota no está numerada como parágrafo.1
Ahora se puede comparar con la exposición trascendental, hasta aquí llevada, de los juicios
estéticos, la fisiológica, como la han trabajado un Burke y muchos hombres penetrantes,
entre nosotros, para ver adónde conduce una exposición meramente empírica de lo sublime
y lo bello. Burke, que, en ese modo de tratarla, merece ser nombrado como el autor más
distinguido, consigue, por ese camino (…), la solución siguiente…: “que el sentimiento de
lo sublime se funda en el instinto de conservación y en el miedo, es decir, en un dolor que,
como no llega hasta la verdadera alteración de las partes del cuerpo, produce movimientos
que, limpiando los vasos más finos, o los más groseros, de obstrucciones peligrosas o
pesadas, se encuentran en estado de excitar sensaciones agradables, no ciertamente placer,
sino una especie de temblor satisfactorio, cierta paz que está mezclada con terror”.
Lo bello, que él funda en el amor (del cual, sin embargo, quiere considerar el deseo como
separado), lo reduce (…) a “el relajamiento, la distensión y embotamiento de las fibras del
cuerpo, y, por tanto, un enternecimiento, desenlace, agotamiento; un sumirse, agonizar y
disolverse de placeres”.
1
En la edición moderna de Austral con la traducción de Manuel García Morente la página de dicho apartado
es 214.
puede ser perfectamente plausible, como explicación médica), sino cómo se justifica en
términos trascendentales:
Los argumentos anteriores de Kant son relevantes para la crítica al punto de vista
fisiológico en estética, pero el que acaba de decir es clave para no adoptarlo, en la medida
en que lo más problemático de toda fisiología es el subjetivismo de su idea del juicio. El
problema del juicio, entendido a la manera fisiológica, es que queda restringido a la esfera
privada. Y no sólo a la esfera privada entendida como el ámbito de los salones (el círculo
cerrado de los pares), sino a la inefabilidad de la experiencia. Es decir, cuando alguien
interroga a otro respecto de cómo experimenta determinado objeto, el otro responde
“bello”, y con “bello” quiere decir algo que, en última instancia, resulta intransferible como
experiencia del orden de la intensidad. Dice en lenguaje universal (la palabra “bello”) algo
estrictamente particular (su sentimiento, en ese instante, de que algo es bello). Así lo
planteaba Hume: lo que se discute como problema del gusto es qué quiere decir “bello”
para cada interlocutor. Porque, en última instancia, de lo que se trata en el punto de vista
fisiológico es de algo para lo cual el lenguaje, incluso el lenguaje más refinado, sería
insuficiente. Uno podría preguntarse si la relajación posterior a la obtención del placer ha
sido bien descrita. Pero esa descripción, en tanto buena descripción, está relacionada sólo
con la cultura y la facilidad de palabra. O, si no, con la familiaridad que tengamos con la
persona con la que estamos hablando, que nos permite saber que está siendo sincera
respecto de la intensidad de su experiencia. Pero se trataría, en última instancia, de algo que
queda en foro interno en cuanto a su carácter experiencial. Continúo con la cita:
Pero entonces toda censura del gusto cesa también totalmente, pues habría que hacer del
ejemplo que otros dan, por la concordancia casual de sus juicios, una orden de aplauso para
nosotros, y contra este principio, sin embargo, nos alzaríamos probablemente y apelaríamos
al derecho natural de someter el juicio que descansa en el sentimiento inmediato de la
propia satisfacción a nuestro sentido propio y no al de otros.
Si nosotros quisiéramos compartir el juicio, cuando la experiencia no la sentimos
del modo en que nos es comunicada (como bella o sublime), tendríamos que plegarnos a él
como algo arbitrario, bajo el modo de la autoridad: me debe gustar lo que le gusta a otro o a
otros. Pero si, así y todo, uno quisiera entender lo que se nos acaba de comunicar como
bello o como sublime, entonces, apelaríamos a la comparación con estados similares de
parte nuestra en nuestra propia experiencia pasada. En ese caso, estaríamos, de algún modo,
estableciendo un parámetro que siempre sería un parámetro relativo a nosotros. La
comparación con los propios parámetros de intensidad tendría el mismo problema que el
caso del término medio aristotélico: si yo comparo la valentía ajena con la mía propia, la
comparo de acuerdo con mis propios extremos (la cobardía y la temeridad eran los
extremos respecto de la valentía como término medio relativo al sujeto). ¿A qué distancia
de estos dos extremos está mi término medio? (se trata de un ejemplo pedagógico, nada
más). Es decir, la comparación empática con la propia experiencia, para comprender el
juicio ajeno, siempre es problemática.
En el párrafo siguiente aparece una categoría muy vinculada con el Kant de los
escritos políticos y de filosofía de la historia: la categoría de pluralismo.
Así, pues, si el juicio de gusto no ha de valer como egoísta, sino que, según su naturaleza
interior, es decir, por sí mismo y no por los ejemplos que otros dan de su gusto [porque en el
caso anterior, el de la comparación de la experiencia del otro con mi propia experiencia,
seguiríamos en una perspectiva egoísta], ha de valer necesariamente como pluralista;
Aun cuando en la estética fisiológica yo compare los juicios ajenos con mis juicios
propios, esos juicios tendrían siempre una perspectiva egoísta y no pluralista. La
perspectiva pluralista, en Kant, es siempre una perspectiva de lo trascendental y no una
perspectiva del consenso (el juicio privado de X se compara con el juicio privado de Y y,
entonces, lo que obtenemos es un principio de acuerdo acerca de qué es lo que ha sentido
cada uno). El consenso resultaría de la comparación de los egoísmos individuales. En la
Crítica del Juicio, en cambio, el pluralismo es una perspectiva trascendental y no empírica
(ni siquiera es pragmática, que es el punto de vista mixto –entre empírico y trascendental−
que desarrolla el último Kant, por el cual la situación histórica ilustrada, como situación
empírica, debe ser vista con la perspectiva del ciudadano del mundo: como idea
regulativa).
La categoría de pluralismo estético Kant la utiliza en la Antropología en sentido
pragmático. En esta obra, en el parágrafo 2 (“Del egoísmo”), describe tres tipos de egoísta:
El egoísta lógico tiene por innecesario contrastar el propio juicio apelando al entendimiento
de los demás, exactamente como si no necesitase para nada de esta piedra de toque (…)
Pero es tan cierto que no podemos prescindir de este medio para asegurarnos de la verdad
de nuestros juicios, que acaso es ésta la razón más importante por la que el público docto
clama tan insistentemente por la libertad de imprenta (…)
El egoísta estético es aquel al que le basta su propio gusto, por malo que los demás puedan
encontrarlo o por mucho que puedan censurar o hasta ridiculizar sus versos, cuadros,
música, etc. Este egoísta se priva a sí mismo de progresar y mejorar, aislándose con su
propio juicio, aplaudiéndose a sí mismo y buscando sólo en sí la piedra de toque de lo bello
en el arte.
Finalmente, el egoísta moral es aquel que reduce todos los fines a sí mismo, que no ve más
provecho que el que hay en lo que le aprovecha, y que incluso como eudemonista pone
meramente en el provecho y en la propia felicidad –no en la idea del deber- el supremo
fundamento determinante de su voluntad (…)
Al egoísmo sólo puede oponérsele el pluralismo, esto es, aquel modo de pensar que consiste
en considerarse ni conducirse como encerrando en el propio yo el mundo entero, sino como
un simple ciudadano del mundo.
Kant, I., Antropología en sentido pragmático, trad. José Gaos, Madrid, Alianza, 1991, Libro
Primero, # 2, pp. 17-19
si se le estima de tal modo que se pueda pedir al mismo tiempo que cada cual deba
adherirse a él [al juicio de gusto], entonces tiene que tener a su base algún principio a
priori (subjetivo u objetivo), al cual no se puede llegar nunca acechando leyes
empíricas de modificaciones del espíritu, porque éstas no dan a conocer más que cómo
se juzga, pero no mandan cómo se debe juzgar, y aún de tal modo, que la ley sea
incondicionada; esto es lo que los juicios de gusto presuponen al pretender que la
satisfacción vaya inmediatamente unida con una representación.
Así, pues, la exposición empírica de los juicios estéticos puede, desde luego, constituir el
comienzo para proporcionar la materia para una investigación más alta [Kant considera a
Burke alguien que le ha ayudado con esta materia fisiológica, sobre la cual ha razonado, a
establecer el punto de vista trascendental como un punto de vista diferenciado de los puntos
de vista fisiológicos, de los cuales dice él que Burke es uno de los mejores exponentes];
pero una explicación trascendental de esa facultad es, sin embargo, posible, y pertenece
esencialmente a la crítica del gusto, pues sin tener éste principios a priori, le sería imposible
regir los juicios de otros y fallar sobre ellos, aunque sólo fuera con alguna apariencia de
derecho, por medio de sentencias de aprobación o reprobación.
Lo que aún queda de la analítica del Juicio estético está encerrada, ante todo, en la
deducción de los juicios estéticos puros.
Empecé por el final (después retomaremos los 29 parágrafos anteriores) para que se vea por
qué el pluralismo estético no es una cualidad solamente ilustrada en Kant, aún cuando
también sea una cualidad ilustrada. Quiero decir, no es solamente una cualidad ilustrada
(aunque sea ilustrada) porque no depende de que el sujeto empírico quiera salir de la
minoría de edad y pensar por sí mismo (en el sentido del escrito ¿Qué es ilustración?). No
se trata, simplemente, de formarse uno por sí mismo sus propios juicios y, después, querer
compartirlos con otros -algo que sí bastaría para ser empíricamente pluralista-, sino del
régimen mismo de los juicios estéticos, por la cual, cuando los sujetos los enuncian, no
están siendo sólo de hecho ciudadanos del mundo avant la lettre, sino siendo también
pluralistas de derecho. No importa que se trate de personas que desearían profundamente
no compartir ni su juicio estético ni la posesión del objeto del cual dicen Esto es bello.
No es que Burke, para Kant, esté equivocado; es que adopta un punto de vista que
no es propiamente filosófico trascendental. Hoy podríamos atribuir este punto de vista a un
sociólogo, a un antropólogo o a un psicólogo, en cuanto a cómo explica el placer estético.
Antes que una explicación falsa, es una explicación protofilosófica. Tengamos en cuenta
que Kant respeta mucho su propio pasado: él ha sido, en su escrito precrítico Sobre el
sentimiento de lo sublime y de lo bello, fundamentalmente burkeano, y no humeano ni
lockeano.
Podemos decir, entonces, que hay algo en lo que conceptualiza Burke que, desde un
punto de vista antropológico, es correcto. Esto se ve cuando, en su Antropología en sentido
pragmático, Kant se ocupa del problema del gusto y teoriza aquellos aspectos que no están
teorizados en la Crítica del Juicio: los aspectos que él llama pragmáticos.
En Kant, el punto de vista pragmático (que aparece en sus últimos escritos: los
escritos antropológicos, los de filosofía de la historia y sobre todo, los escritos de
intervención política) es el punto de vista que busca establecer una relación entre lo
empírico y lo trascendental a partir del concepto de hombre, ya no de sujeto. El punto de
vista pragmático tiene en cuenta, precisamente, el estado empírico del hombre y su
proyección trascendental: qué es lo que el hombre puede llegar a hacer de acuerdo al uso
racional de sus facultades, cuando se comporta como un ciudadano del mundo. El punto de
vista pragmático es el de un ciudadano del mundo, un punto de vista cosmopolita.
En el Libro II de la Antropología en sentido pragmático, llamado “El sentimiento de
placer y displacer”, en el § 60, “Ilustración mediante ejemplos,” dice:
¿Por qué es el juego, principalmente con dinero, tan atrayente y, cuando no es demasiado
interesado, la mejor manera de distraerse y reponerse tras un largo esfuerzo intelectual?
Pues, no haciendo nada, el reponerse es muy lento. Porque es un estado de temor y de
esperanza incesantemente alternantes. La cena, después de este estado, sabe y sienta
también mejor.
[…] ¿Por qué es el teatro, sea tragedia o comedia, tan cautivador? Porque en todas las
piezas surgen ciertas dificultades, la inquietud y la perplejidad en medio de la esperanza y la
alegría. Y este juego de contrarias emociones es, al terminar la pieza, un estímulo favorable
para la vitalidad del espectador, al que ha puesto interiormente en conmoción.
[…] ¿Por qué termina una novela de amor con el casamiento y por qué causa es repugnante
y absurdo un tomo suplementario que la prolonga dentro del matrimonio?
[…] ¿Por qué es el trabajo la mejor manera de gozar de la vida? Porque es una ocupación
molesta, en sí desagradable, y sólo satisfactoria por su resultado, y el reposo se torna, por el
mero desaparecer una larga molestia, en un notorio placer.
[…] El tabaco está unido, ante todo, con una sensación desagradable. Pero justamente
porque la naturaleza suprime en el acto este dolor, segregando una mucosidad del paladar o
de la nariz, se convierte en una especie de buena compañía, que entretiene y despierta a
cada momento nuevas sensaciones, e incluso pensamientos.
[…] Al que, por último, no le incita a la actividad ningún dolor positivo, le afectará un dolor
negativo: el aburrimiento o vacío de sensaciones. Antes se sentirá impulsado a hacer algo
que le perjudique que a no hacer absolutamente nada.
Resumí estos ejemplos que da Kant, y que responden a la pregunta por el placer
entendido como placer estético desde el punto de vista antropológico-pragmático: cómo
puede ser que haya una conexión tan fuerte, y tan intrínsecamente fuerte, entre el placer y el
dolor.
Al culminar el apartado, Kant habla de placer positivo, una categoría que, en Burke,
está referida al placer estético, y que, precisamente, es diferente de la noción de placer
relativo, que se correspondía a la noción de delight, “deleite”.
Burke aclara que, aunque la palabra delight no suele usarse con el sentido de placer
relativo, sino casi con el sentido contrario, como placer pleno, para él equivalía a placer
relativo. Este placer relativo es, en Burke, el que depende, para ser placer, del momento
previo, que era de dolor.
Así, todos estos ejemplos que reúne Kant en su Antropología, vinculados a la
pregunta por el placer, corresponden a lo que Burke llama deleite. De hecho, si ustedes se
fijan, Kant los presenta siempre como la restitución de un estado contrario al estado
anterior. Es decir, lo que se puede explicar más fácilmente desde el punto de vista
antropológico es no tanto el placer positivo, sino el placer relativo; no tanto el placer
estético, sino el deleite. Estos ejemplos de placer sensible corresponden, en la Crítica del
Juicio, al sentimiento de lo agradable, que es de lo primero que Kant diferencia lo bello. Lo
que en Burke vimos como deleite, en Kant será agrado, la sensación de lo agradable. La
diferencia entre una sensación y un sentimiento es sustancial, porque el sentimiento es
subjetivo y la sensación es objetiva. Es decir, la sensación de lo agradable depende
estrictamente de la presencia del objeto, el sentimiento de lo bello, del libre juego entre las
facultades de conocimiento del sujeto: el entendimiento y la imaginación.
Kant retoma, en la Antropología, el concepto burkeano de deleite, siempre en el §
60:
El deleite es un placer por medio del sentido –es decir, no del sentimiento-. Y lo que da
placer a éste se dice agradable. El dolor es el displacer por medio del sentido –es decir, por
medio de alguno de los cinco sentidos- y lo que produce es desagradable. Deleite y dolor no
son mutuamente como la ganancia y la carencia:+ y 0, sino como la ganancia y la pérdida: +
y -. Esto es, lo uno no es opuesto a lo otro meramente como su contradicción sino también
como su contrario. Las manifestaciones de lo que place o displace y de lo que hay en el
medio, lo indiferente, son demasiado vastas, pues pueden llegar también hasta lo intelectual,
donde no coincidirán ya con el deleite y el dolor.
Así pues, a todo deleite ha de preceder el dolor. El dolor es siempre lo primero, pues, ¿qué
otra cosa se seguirá de una continua expansión de la fuerza vital que, sin embargo, no puede
elevarse por encima de cierto grado, sino una rápida muerte del goce?
El deleite está definido como placer relativo, en el mismo sentido que Burke: