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Sesión 1
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BIOGRAFÍA
Para responder a esta pregunta hay que entender qué son para Leibniz los individuos,
esto es, las sustancias individuales, también conocidas como mónadas. Igual que en el
caso de Dios, nuestro filósofo-matemático también realiza un análisis lógico, para
comprender en qué consisten.
Si se dejan a un lado las proposiciones idénticas, tautológicas, se dice que los
predicados inhieren en las sustancias. El color rojo, el olor suave, la textura delicada, y
un sinfín de otras propiedades inhieren en la sustancia “rosa”, se adhieren a ella, y en
cierto modo la constituyen.
Ahora bien, Leibniz nos dice que, desde el comienzo de los tiempos, estos predicados,
estas propiedades, están ya inscritas virtualmente en cada sustancia. Por tanto,
conocer una sustancia individual significa conocer todos los predicados reales que
tiene actualmente, pero también todas las propiedades virtuales que se le pueden
atribuir en algún momento de su existencia.
A cada sustancia corresponde una noción individual o “haecceitas”, lo que se puede
traducir como “estidad”: lo que hace que esto sea justamente, esto, y no otra cosa: es
la descripción completa de todos los predicados de la sustancia, lo que permite su
conocimiento perfecto, total.
Leibniz nos dice que en toda sustancia están contenidos restos del pasado, marcas del
futuro y trazos de todo lo que ocurre en el universo. En efecto, en palabras de Leibniz,
“toda sustancia expresa, por más que confusamente, el universo entero”. Así pues, el
conocimiento de una sustancia individual, como ese hombre concreto que es Sócrates,
implicaría saber todo lo que le ha ocurrido en el pasado (restos), todo lo que ya está
previsto que le ocurra en el futuro (marcas), y por último su punto de vista de todos
los acontecimientos que ha vivido y vivirá (trazos).
Según esta concepción, los eventos del mundo físico sólo existen como suma de los
puntos de vista de cada sustancia individual que lo percibe, directa o indirectamente.
Historia del Pensamiento Filosófico: El mundo moderno. Tema 2. Sesión 1
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En virtud de ello, las sustancias están aisladas entre sí, sólo se comunican con Dios, es
imposible la interacción recíproca entre las mónadas, de las que Leibniz dice que “no
tienen ni puertas ni ventanas”. Todos somos espectadores de un mismo espectáculo:
las ideas que tenemos no provienen de los objetos, sino de la “luz natural” que
proviene de Dios, de ese inmenso y eterno programa que se ha planificado desde el
comienzo de la creación.
De ello se siguen dos graves problemas, uno lógico y otro moral. Desde el punto de
vista lógico, si todas las propiedades están inscritas en la sustancia desde siempre, se
borra la distinción entre verdades necesarias y verdades contingentes: Sócrates no
puede no ser griego, filósofo, barbudo, igual que un soltero no puede ser a la vez
casado o 2 y 2 sumar cinco. Todo lo que ocurre en el mundo, al menos para el
entendimiento infinito de Dios, ocurre con la misma precisión y la misma necesidad
que un cálculo matemático y la misma seguridad que una tautología.
Como consecuencia de este problema lógico, surge un problema moral: parece
imposible la libertad tanto de cada sustancia como del conjunto de la creación. Es más,
el propio Dios parece esclavo de su propio plan, en la medida en que su voluntad está
sometida a su entendimiento: sólo puede querer y crear el mejor de los mundos
posibles, maximizando todas las perfecciones en una realidad suficientemente
compleja.
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