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La urgencia

generalizada 2

Ciencia, política y clínica del trauma

Guillermo Belaga
(COMPILADOR)

Eric Laurent

Món ica Torres

Mau ricio Ta rra b

Mercedes d e Fra ncisco

Osva ldo Delgado

Ma ría I nés Negri

Bern a rd i n o Horne

Cél ia Sa l l es

Graciela Sobra l

Alejandra Glaze

Ana Lyd ia Santiago

Jésus Santiago

Si lvia Ba u d i n i
Editores:
ALEJANDRA GLAZE
DANIEL FEIJOÓ

© GRAMA ediciones, 2005.


Cabrera 2942, 5° A
(1426) Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Tel.: 4962-4830 • grama@gramaediciones.com.ar
http:/ /www.gramaediciones.com.ar

© Grama ediciones

La urgencia generalizada : ciencia, politica y clínica del


trauma - la ed. - Buenos Aires : Grama Ediciones, 2005.
v. 1, 152 p. ; 21x14 cm.

ISBN 987-1199-22-8

l. Psicoanalisis. l. Título
CDD 150.195

Hecho el depósito que determina la ley 11.723


Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro
por medios gráficos, fotostáticos, electrónicos o cualquier otro
sin permiso del editor.

IMPRESO EN ARGENTINA

6
In d ice

Presentación
GUILLERMO A. BELAGA
Ciencia, política y clínica del trauma 1 9

ERIC LAURENT
El tratamiento de la angustia postraumática:
sin estándares, pero no sin principios 1 31

MóNICA TORRES
Todos contra la pared en la civilización del trauma 1 51

MAURICIO TARRAB
La insistencia del trauma 1 59

MERCEDES D E FRANCISCO
La época que niega lo imposible 1 63

ÜSVALDO DELGADO
Angustia y trauma 1 75

MARÍA INÉS NEGRI


Cuando la violencia no es virtual 1 93

BERNARDINO HORNE, CÉLIA SALLES


El nombre del trauma 1 99

7
GRACIELA SOBRAL
La madre como Otro contemporáneo:
madres, anorexia y femineidad 1 1 07

ALEJANDRA GLAZE
Las declinaciones del síntoma en la infancia 1 119

JÉSUS SANTIAGO, ANA LYDIA SANTIAGO


El trauma y las neo-inhibiciones 1 1 35

SILVIA BAUDINI
Amor en fuga 1 1 45

8
Presentación
La urgencia generalizada
Ciencia, política y clínica del trauma
GUILLERMO BELAGA

1. I ntrod ucción

Cuando se publicó La urgencia generalizada. La práctica en el hos­


pital, tuvimos como objetivo principal describir las respuestas del
psicoanálisis aplicado en las instituciones, a partir de un fenóme­
no nuevo que llamamos la urgencia generalizada.
Así, a partir de esta forma clínica, quedó concebida una prác­
tica que abarca las llamadas "urgencias subjetivas" (los episodios
de crisis) y aspectos de la tradicional emergencia psiquiátrica, so­
bre todo aquellos que involucran a los terapeutas, a la "angus _ tia
del practicante". De esta manera, lo novedoso está en una presen­
tación del sufrimiento subjetivo que se encuentra en correspon­
dencia con un nuevo régimen social, producto de un mundo
transformado por la ciencia y la globalización económica.
Al respecto, se constatan como producto de este orden domi­
nado por la tecnocultura o la tecnoestructura dos efectos: prime­
ro, que vivimos en un mundo de "incertidumbre fabricada" que
penetra todos los ámbitos de la vida; y segundo, consecuencia del
fin del orden tradicional patriarcal, verificamos el fenómeno de la
caída de los guiones grupales (las clases sociales, la familia peque-

GUILLERMO A. BELAGA es psicoanalista en Buenos Aires. Jefe del Servicio de


Salud Mental del HospitalCentral de San Isidro. Coordinador de Salud Men­
tal de la Municipalidad de San Isidro. Miembro de la Escuela de la Orienta­
ción Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Mail: gbelaga@fibertel.com.ar 9
ña, el papel de las mujeres, el de los hombres) que antes orienta­
ban y situaban al sujeto en identificaciones sociales estables. En
consecuencia, ahora el individuo tiene que hacerse cada vez más
cargo de su propia definición, de reafirmarse en modos de satis­
facción "autónomos".
En este sentido, ambos fenómenos pueden tener su traducción
en la clínica: la "incertidumbre fabricada" en el relato de los pedi­
dos de atención ligados a lo contingente, al acontecimiento, a la ur­
gencia. Mientras que la exigencia creciente de la autonomía, se de­
duce de lo que llamaríamos los "delirios de identidad", expresados
en el "yo soy toxicómano", "yo soy anoréxico", "yo soy normal",
etc., en el empuje superyoico a "hacerse" de un estilo de vida.
Sin embargo, si bien estos "estilos" de individualismo institucio­
nalizado -de individualismo de masa- pueden lograr tranquilizar
y anestesiar, en muchos casos aparece su reverso dramático. Esto
pasa cuando dichas prácticas autoeróticas e "imaginarios de se­
guridad", se ven amenazados y 1 o fracasan, momento en que sur­
ge lo traumático. Ahí, el sujeto se ve urgido a solucionar lo que
irrumpe en su programación; es donde se enfrenta a la precarie­
dad de su condición, y demanda efectos terapéuticos rápidos que
le den un sentido a ese agujero en el discurso singular y colectivo.
Ante esto, lo que anima al psicoanálisis, es su posibilidad de
ofrecer a la sociedad una respuesta diferente a la de otras psicote­
rapias; lejos de una adaptación al significante amo de la época, sin
subsumirse a los mandatos del superyó actual.
Esto resulta posible porque el psicoanalista, por definición, se
posiciona en el seno de lo que es vivido por todos, para hacer sur­
gir la particularidad de cada cual1. Así, el deseo del analista se ca­
racteriza por un deseo de no-acción, opuesto al mundo de lo útil,
que posibilita la maniobra para empujar al Otro a decidir por sí
mismo.
Entonces, hemos aprendido de la práctica, que en sus comien­
zos el paciente viene como sujeto expuesto en su singularidad pa­
deciendo de lo universal, y quien lo recepciona apuesta al senti­
do, a la construcción del Otro, tanto temporal como espacial. Pri­
mer paso que puede lograrse ni bien se hace hablar, dado que es­
to produce una inscripción en el mismo. Es la calma que encon-

LAURENT, E,"El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares,


10 pero no sin principios", en este libro.
tramos al poco tiempo de iniciado el tratamiento, incluso luego de
la primera entrevista.
De este modo, existe inicialmente en el recorrido analítico una
vertiente terapéutica que otorga sentido, ubica algo del incons­
ciente y produce un efecto curativo. Asimismo, esta acción, tiene
importancia porque permite reintegrar al sujeto a sus lazos gru­
pales, a esos lazos de los que ha sido apartado2.
En consecuencia, en esta primera escansión el analista se pres­
ta para dar un sentido al sufrimiento, que no lo tiene, para conse­
guir una resolución al trauma lo mas rápido posible. Respuesta
que también depende de que se encuentre en / una Institución a la
altura de estas exigencias éticas.
Pero consideramos que su eficacia no se limita a esto, a suplir
en un primer momento el vacío pánico con el sentido, sino que la
cura también conduce a lo más específico del psicoanálisis que es­
taría en contemplar no sólo el hecho contingente traumático que
motivó la consulta, sino a la vez tener en el horizonte de la expe­
riencia, otra vertiente del trauma: la del trauma como real de la no
relación sexual. Y en esta perspectiva lo que importa es reinven­
tar un Otro que ya no existe; como fue develado por el mismo ac­
cidente y / o catástrofe, por la pérdida, por el duelo.
Con lo cual la experiencia del análisis, no sólo comprende el
dar sentido o restituir el sentido reprimido, porque no vivimos en
un mundo común donde termina por unirnos la referencia al len­
guaje, porque " ...vivimos en un mundo que nos tiene a todos con­
tra la pared del sin-sentido y lo que nos es común es la referencia
al trauma de la lengua y a la no-existencia de la relación sexual"3.
Entonces, el acto analítico también implica frente a ese agujero en
el Otro, apostar a una invención. Ayudar a que el sujeto conciba
otra narrativa "causando" al paciente para que reencuentre reglas
de vida con un Otro que ha sido perdido, para que invente a par­
tir del traumatismo un camino nuevo.

2 LAURENT, E., "El revés del trauma" en Vírtualía N°6, Rev. Electrónica de
la Escuela de la Orientación Lacaniana.
3 TORRES, M., "Todos contra la pared en la civilización del trauma", en este
libro. 11
2. Ciencia, pol ítica y clín ica del tra u m a

L a lectura de l a clínica cotidiana se correlaciona con una socie­


dad que dejó de vivir bajo el mito del padre edípico, bajo ese mo­
do en que se inscribía la prohibición al goce. Así se verifica cómo
ya no hay nada que constituya una barrera, que esté en la posición
de lo prohibido. Algo se desarrolla sin encontrar límites, por
ejemplo el consumo, pero también la precariedad del sujeto, y con
esto aparece como organizador de la vida cotidiana, el miedo.
Es, como señala Eric Laurent, la época del "trauma generaliza­
do". Situación que ha llevado a variadas lecturas -la enorme pro­
fusión de textos sobre el tema lo ratifica-, pero, de esto nos inte­
resa resaltar, que de las mismas se deduce que cada una tiene co­
mo referencia una ciencia, una política y una clínica del trauma
con diferentes consecuencias clínicas y éticas para la sociedad.
Lo destacable, es que la actual inseguridad social no es sola­
mente un fenómeno sociológico, sino que de hecho ha sido eleva­
da, y esto es lo nuevo, al plano de la clínica, donde estamos ante
un fenómeno que se encuentra en la interfaz entre: la descripción
científica del mundo y un fenómeno cultural que la excede, como
es la inmersión del sujeto en la sociedad.
Esto ocurre porque frente al vacío subjetivo, donde ya no exis­
te un ideal común que iguale a los sujetos, la ciencia pasa a ser un
discurso que da un abrochamiento, un sentido. El discurso de la
ciencia aparece como un punto de capitón, como el Nombre del
Padre, avanzando en la descripción programada de cada uno de
nosotros: desde la programación genética hasta la programación
del entorno, pasando por el cálculo cada vez más preciso de los
riesgos posibles. Lo que hace existir una causalidad determinista
universal, una nueva ley en el mundo que ya no es dada por el
mito del Padre edípico, y es una nueva manera de formular la
"neurosis de destino" freudiana.
Bajo esta ficción, el mundo toma la forma de un "programa de
computación". Y en la medida en que esta causalidad toma con­
sistencia, es que surge el escándalo del trauma: lo contingente co­
mo lo imposible de programar. Se podría resumir en que el trau­
ma es lo que escapa a toda programación, aún más, todo lo que
no es programable deviene trauma.
En consecuencia, por un lado, hay una política del miedo que
12 organiza y disciplina socialmente, pero también se arriba a defini-
clones que propician la consideración de una nueva clínica pro­
ducto de la ampliación del fenómeno traumático. La "urgencia
generalizada", habla de un traumatismo, tanto en el nivel de lo
colectivo como en el de lo singular, donde encontramos una im­
potencia del discurso a la hora de leer el acontecimiento.
Al respecto frente a esta impotencia común surgen dos lectu­
ras posibles: una el post-traumatic stress disorder -Trastorno de es­
trés postraumático- de los manuales estadísticos epidemiológi­
cos, el manual americano DSM IV y el manual europeo ICD-10,
que intentan reducir el trauma a un fundamento biológico univer­
sal, transcultural; es una respuesta que apunta a la pura homoge­
neización de los sujetos. Otra, la del psicoanálisis, que sostiene
que 1� reacción frente al traumatismo es muy particular, que se
debe escuchar la singularidad de cada uno, y que por lo tanto no
hay un tratamiento estándar de los efectos de un trauma. De esta
manera no por ser un sobreviviente, por haber estado involucra­
do en una catástrofe, ya se es un traumatizado. Debe haber lugar
para que cada sujeto apres-coup defina su trauma.
Asimismo, al igual que encontramos diferencias en cada una
de las reacciones de los sujetos frente al traumatismo, éstas taro­
bien se vuelven a encontrar en las reacciones colectivas a una ex­
periencia traumática masiva. Cuestión que la categoría del TEPT
intenta borrar, al retomar la antigua referencia biológica de "es­
trés", buscando inscribir al que sufre en un cortocircuito con el
Otro de la civilización. Intentando homogeneizar a los sujetos a
partir de una suerte de estándar de la reacción del organismo
afectado.
En definitiva, esta alianza entre biología y ciencia tiende a un
uso moralista y masificador partiendo de justificaciones y mitos
biológicos, y va a terminar sosteniendo que hay que renunciar a
lá perspectiva analítica, que afirma y conceptualiza que los lazos
en general se sitúan entre lo sexual y lo social.
Tentativa que nos debe situar a distancia y alertas de la "proli­
feración delirante" que dan cuenta los mass media de explicaciones
orgánicas, neurocerebrales, para cuestiones del lazo social, como
por ejemplo el descubrimiento del gen del divorcio. Cuestiones
que pueden resultar aparentemente irrisorias, pero que muestran
un proyecto demasiado aniquilador, muestran cómo la ciencia
forcluye al sujeto del que se ocupa el psicoanálisis, y "reducen al
hombre a un organismo vivo, despojado de su relación con la pa- 13
labra, con la letra, con la memoria, con la historia, con el enigma,
con lalengua"4 .

3. Antecedentes d e l a patol ogía d e l tra u m a

Así, en este libro hemos buscado profundizar sobre este tema


y a estos fines podemos ver cómo la patología del trauma tiene en
sus antecedentes varios campos de estudio a lo largo de la histo­
ria. En principio la mi.sma fue investigada a partir de las neurosis
de guerra, luego se agregó el fenómeno traumático de los campos
de concentración nazis con el "síndrome de culpabilidad del so­
breviviente", y finalmente la "patología civil del trauma" origina­
da en el siglo XIX con el advenimiento de la técnica y llegando a
su máxima expresión en las megalópolis del siglo XX.
Corte que también se marca en los desarrollos teóricos psicoa­
nalíticos, particularmente cuando Freud tras la Primera Guerra
Mundial consideró la necesidad de la pulsión de muerte, toman­
do como ejemplo de la misma, de aquello que resiste a la teoría
del principio del placer, el síndrome traumático de guerra.
Este síndrome, ya sea su definición psicoanalítica o no, como
se sabe, está caracterizado por un núcleo constante: sueños repe­
titivos que reproducen la escena traumática y provocan desperta­
res angustiados, durante largos períodos y sin remedio. Y esos
sueños contrastan con una actividad de vigilia que puede no es­
tar dañada.
Hay plena coincidencia, que de cualquier forma que aparezca,
y en todos los casos� más allá de cómo sea atendida, la urgencia
comporta un carácter de exigencia de solución del conflicto, en
sus diversas facetas, social, familiar e individual, y de solución in­
mediata.
En este sentido, la guerra ensaya y enseña, y los psiquiatras
militares fueron los primeros en desplazarse al lugar en el que se
producía el conflicto psíquico. Por esto vale la pena detenerse en
algunas de sus enseñanzas, pues nos muestran los fundamentos
iniciales de las respuestas a la urgencia.
Lo primero que constataron los médicos de los ejércitos, es que

14 4 DE FRANCISCO, M., "La época que niega lo imposible", en este libro.


los pacientes con perturbaciones psíquicas que eran evacuados
durante el conflicto a hospitales generales de la retaguardia, difí­
cilmente volvían a prestar combate en el frente de batalla. Así, co­
mo el objetivo de cualquier mando militar era mantener la fuerza
armada al máximo de sus posibilidades, no una mejor atención al
.paciente, se concluyó que los hospitales locales que podían des­
plazarse con el regimiento cumplirían mejor esta función.
Al respecto, una de las primeras descripciones clínicas fre­
cuentes, dada la alta tensión a que eran sometidos estos hombres,
eran los llamados casos de nostalgia, que hoy diagnosticaríamos
de depresión o ataque de pánico. En este sentido, era tan elevado
su número que, por ejemplo, en el transcurso de la Guerra Civil
norteamericana se les retiró a los médicos militares la autoridad
para licenciar a los soldados por este motivo. Asimismo, en estas
directivas se puede comprobar un antecedente de la construcción
social de una categoría psiquiátrica; de enfermedad mental la nos­
talgia pasó a considerarse un problema moral, un rasgo de debi­
lidad del carácter que no debía ser tratado en los hospitales sino
con medidas firmes y represivas. Este brusco cambio en la pers­
pectiva médica redujo tanto la incidencia de la nostalgia entre los
soldados del frente que en dos años su número se redujo a cero.
Sin embargo los casos de estreñimiento, neuralgias o cefaleas au­
mentaron en forma inversamente proporcional, lo que inevitable­
mente hizo pensar en estos nuevos trastornos como una sustitu­
ción de la clásica nostalgia.
Asimismo, en 1871, Da Costa constata este desplazamiento
sintomático de la Guerra de Secesión, describiendo un cuadro ca­
racterizado por dolor pectoral, palpitaciones y vértigos, en ex­
combatientes, al cual denominó "corazón irritable" o "corazón de
soldado", y explicó como una astenia neurocirculatoria propia de
ciertos sujetos expuestos al combate.
Por lo tanto, ya el)tonces, una gran conclusión fue que la solu­
ción de reglamentar los conflictos psíquicos no parecía la adecua­
da: ni evacuar los soldados a los hospitales generales en la reta­
guardia, ni eliminar el conflicto por decreto se presentaban como
salidas satisfactorias ante la exigencia de mantener la fuerza ar­
mada al máximo de sus posibilidades.
Luego, el comienzo de la solución vino de la mano de los ru­
sos, que observaron la aparición de estados confusionales y exci­
taciones histéricas, que evolucionaban con síntomas de irritabili- 15
dad, retraimiento e inestabilidad emocional en soldados que lu�
charon en la guerra ruso-japonesa de 1904-1906. El tratamiento
efectivo consistió en acercar la psiquiatría al frente; era el psiquia­
tra el que se aproximaba al enfermo nervioso.
A partir de entonces se coincide en la importancia del trata­
miento precoz en la vanguardia. La llamada neurosis de combate,
debía ser abordada lo más cerca posible del frente pues su efica­
cia pasó a ser indiscutible; con este sistema en la Primera Guerra
Mundial los franceses devolvieron el 90% de los casos al frente.
Asimismo, esta recomendación de que los psiquiatras se desti­
nen a las posiciones de vanguardia, tuvo importantes consecuen­
cias prácticas en general. En principio, conviene resaltar que sitúa
una función psiquiátrica extrahospitalaria lejos de los asilos, que
a su vez hará las veces de filtro. Será la encargada de devolver los
hombres a sus unidades, enviarles a los hospitales por unos días
o evacuarles a la retaguardia.
Por su efectividad, este esquema de tres posibles salidas fue
adoptado y no difiere en mucho del utilizado en nuestros días en
la sociedad civil: el paciente que acude al servicio de urgencia
puede ser devuelto a su mundo tras una prescripción médica, o
quedarse en observación en el hospital por unos días o ingresado
por un período de tiempo prolongado.
Es el facultativo el que tiene que decidir sobre el caso y esta de­
cisión no es fácil, es una decisión que se toma en el límite -antes
mencionado- y que depende tanto de su orientación clínica como
ética.
Esto nos hace entrar en el terreno del decisionismo, clave para
cualquier práctica "psi", ya que no será lo mismo, por radicalizar
el ejemplo, si el paciente se encuentra con un psiquiatra de orien­
tación biologicista, o un psiquiatra de orientación analítica. Así, la
escucha en la urgencia, como señala J. Garmendia, puede orientar
el caso hacia un posible tratamiento, introduciendo algún interro­
gante para el sujeto, que lo implique posteriormente en aquello
que le ha sucedido. Por el contrario, posiblemente una atención
estrictamente farmacológica liberará al sujeto de su responsabili­
dad, intentando solamente con esta intervención devolver al pa­
ciente a su estado anterior5.

5
GARMENDIA, J., "Urgencia psiquiátrica. Una perspectiva psicoanalítica.",
16 en La urgencia generalizada. La práctica en el hospital., Grama, Bs. As., 2004.
Volviendo sobre la práctica en la guerra podemos preguntar:
¿en qué se apoyaban estos psiquiatras militares para hacer volver
a alguien a una situación que le había provocado la crisis nervio­
sa? ¿Cómo hacerles retornar al espanto del que huían? Se sabe
que no pueden modificarse ni evitarse las condiciones que provo­
caron la crisis: la situación bélica, el horror del enfrentamiento, el
miedo a la muerte y la mutilación. ¿Y entonces?, entonces la úni­
ca posibilidad fue considerar que estos pacientes, para quienes la
situación se ha tornado insoportable, y que en su momento afron­
taron estos riesgos, y eran capaces de combatir, que se trataría en­
tonces de restituir esta capacidad perdida, de volver a ese estado
anterior mediante un breve alejamiento del campo de batalla y
una serie de medidas paliativas, como el alivio del hambre y la fa­
tiga, que hagan resurgir las fuerzas capaces de controlar la con­
ducta.
En consecuencia la enseñanza que más se extrajo, es que la exi­
gencia de solución del conflicto que se pone en juego en la urgen­
cia es buscar la restitución de la salud, de la capacidad para afron­
tar el contexto de vida en el que cada sujeto está sumergido.
De esto surge la concepción de la urgencia psiquiátrica, y que
se pone de manifiesto sobre todo en la primera fase del esquema
clásico de intervención. De las cuatro fases: triage, evaluación,
plan de tratamiento y plan disposicional, la primera corresponde
a un término anglosajón que designa un principio por el cual se
trata a las víctimas de una catástrofe de acuerdo con un criterio de
selección. En este primer paso lo fundamental es determinar si
existe el riesgo de un acto violento o un acto suicida. Luego, una
vez que la seguridad del paciente, familiares y personal técnico
está a salvo, se procede con las etapas restantes.
Este punto es especialmente destacable, debido a que una gran
parte de las urgencias psiquiátricas se producen por el temor o
amenaza de agresión o el riesgo de suicidio, cuestiones que deben
ser controladas, y que resultan en demandas perentorias al psi­
quiatra de urgencia que es quien para la sociedad debe realizar
esta labor. Cuestión que sobre todo en los casos de violencia lo ex­
ceden, al menos en parte, por su formación y por la génesis psico­
social de los mismos.
Por su lado, el psicoanálisis fue planteando otras teorizaciones
y prácticas. Tras la Primera Guerra Mundial Freud tomó partido
contra los métodos utilizados por la psiquiatría alemana de su 17
época. Esta insistía sobre la autoridad, siguiendo su tradición: for­
zaban a los soldados a volver al frente con un encuadre muy rígi­
do, mediante un tratamiento que llegó a consistir en la aplicación
de choques eléctricos completados con una sugestión autoritaria.
En cambio, los métodos franceses e ingleses, si bien distintos
entre sí, eran más flexibles.
En Francia, los médicos, cuyo poder se había afirmado a lo lar­
go del siglo XIX, participaban en las decisiones del ejército. Pro­
ponían remedando lo que sostenía Aristoteles en relación a la
Amistad como virtud, no poner a los soldados demasiado lejos
del frente y de sus compañeros, constatando mejores tasas de ro­
tación que las obtenidas por los métodos autoritarios, al mantener
los lazos de camaradería de combate y sin la condena ligada a la
invalidez.
En cuanto a los ingleses, desde su tradición protestante, apli­
caban métodos de discusión en común, en parte del tipo de los
que más tarde acabarán derivando en Alcohólicos Anónimos. Pe­
ro, sobre todo de su experiencia es muy importante rescatar el elo­
gio que les hace Lacan en su conocida conferencia "La psiquiatría
inglesa y la guerra". En la misma, refleja el viaje de estudios de
cinco semanas efectuado en septiembre de 1945, para estudiar co­
mo psiquiatra francés las transformaciones de la psiquiatría ingle­
sa por la guerra.
En el texto, como señala E. Laurent, se constatará y resaltará el
impacto del psicoanálisis y de sus métodos sobre la psiquiatría in­
glesa, instalando en primer lugar el contexto de un "realismo de
lucha" para confrontar con las técnicas de adaptación que Lacan
vió a su alrededor -durante la ocupación nazi y el "petainismo"­
actuando en toda su efectividad6.
Sin duda, lo que se subraya, es la gran enseñanza de las prác­
ticas de Bion y Rickman: que si el psicoanálisis puede estar pre­
sente en su dimensión de efectividad social es en tanto que instru­
mento de lucha contra la muerte que opera en la civilización. Con
lo cual se ve despuntar una gran misión para el mismo: ser "una
base de operaciones contra el malestar en la civilización".
En este sentido, en la práctica, el énfasis será puesto sobre la ex­
periencia del "pequeño grupo" como puesta a punto de los princi-

6 LAURENT, E., "Lo real y el grupo", en Ecos y matices en psicoanálisis aplica­


18 do, Andrea Cucagna (comp.), Grama ediciones, Bs. As., 2005.
pios de acción del psicoanálisis en el campo social en su conjunto.
Para su argumentación, Lacan toma como referencia el libro de
Reeves, quien fuera director de la Tavistock Clinic antes de la gue­
rra, The Shaping of Psychiatry by the War. Ahí señala cómo una
"ciencia psicológica tan joven" puede servir para producir la crea­
ción sistemática de un ejército y sobre todo, cómo velar por su
moral concebida en términos psicoanalíticos como una identifica­
ción.
De esta manera, como ya lo constatara E. Mira y López duran­
te la Guerra Civil española, la teoría de la identificación freudia­
na es presentada como la primera aproximación científica del "en­
cantamiento destinado a reabsorber enteramente las angustias y
los miedos en una solidaridad" .
Asimismo, el uso de los tests psicológicos que requirió la
"creación sintética" del ejército inglés, es descripta poniendo el
acento sobre la significación del "proceso de identificación hori­
zontal" y su montaje. Se trata de un detalle novedoso, de una di­
mensión distinta del proceso de identificación con el ideal puesto
al día por Freud. Según Laurent, toma nota de ese texto y señala
que ya en la versión publicada en su exposición sobre el "estadio
del espejo", pronunciada en el Congreso de Berlín de 1938, había
subrayado el carácter angustiante de las multitudes nazis y de su
igualitarismo furioso frente al jefe. A esta igualdad universal, sin
excepción, de un "para todos" nivelador, le opone la búsqueda
pragmática de una homogeneidad en los grupos con el objetivo
de una tarea precisa. Esto es precisamente lo que le interesa en el
"pequeño grupo", el hecho que no apunta a lo universal.
La solidaridad nacida del montaje de un ideal común, según el
mecanismo freudiano, no se dirige necesariamente al lugar del
"para todos" del ejército o de la Iglesia. En la experiencia de estos
psicoanalistas ingleses, se trata de constituir grupos homogéneos
en su simple relación con una norma de eficacia para que, "agru­
pados entre ellos, esos sujetos se muestren más eficaces" . La can
pondera el pragmatismo en la medida en que es instrumento de
lucha contra el universal ciego.
Así, Bion y Rickman se presentan como los que supieron arti-
.cular las consecuencias prácticas de esta nueva dimensión de la
identificación horizontal. Lacan elogia la observación de Rickman
según la cual los reproches de narcisismo dirigido al neurótico, su
dificultad para trabajar con otros se debe, tal vez, a que raramen- 19
te tiene la ocasión de ponerse "en el mismo lugar que los otros en
las relaciones con el semejante".
Asimismo, recuerda que antes de esta experiencia, los hospita­
les militares estaban sobre todo organizados sobre el desarrollo de
facultades, el tratamiento moral, el recordar a cada uno sus debe­
res, el intento de generar vergüenza y las amenazas de castigos di­
versos. En lugar de esta acentuación de la desigualdad del enfer­
mo que sufre de problemas psíquicos respecto de sus deberes y de
su desigualdad, Bion organiza pequeños grupos de personas que
están todos al mismo nivel respecto de cierta tarea a cumplir. Así
instalado ese medio homogéneo con su fuerza identificatoria, lo
considera desde el punto de vista de sus tensiones internas, te­
niendo en cuenta su disparidad.
Siguiendo lo que Freud subrayaba, que la unidad del ejército
en tiempos de guerra está fundada sobre el lazo al jefe y a un ene­
migo común, Bion para los hombres que le eran confiados para su
rehabilitación, ocupará el lugar de jefe severo pero justo, en don­
de el enemigo común es, para cada uno, un enemigo interior.
Piensa que cada cual está enfermo del Ideal, enfermo de la disci­
plina común a la cual no puede someterse racionalmente.
En la práctica, divide a los hombres en grupos centrados sobre
una tarea a cumplir, siguiendo lo que se conocerá como los "gru­
pos sin jefe". La influencia posterior de su trabajo es indiscutible.
Por ejemplo, estos principios, por su elegancia prescriptiva, serán
la base de todo el trabajo fundacional de la Comunidad terapéutica.
Finalmente, Bion como psicoanalista, considera que en las di­
ficultades para conformar grupos con estos sujetos no hay otro
fundamento que su dificultad de identificación. Únicamente
apunta a hacerles "tomar conciencia" de esto. Se trata de poner el
acento sobre las dificultades de existencia del grupo y que pasen
a cielo abierto. Así, sostiene que es necesario sistematizarlas como
se hace con el síntoma en la cura individual; explicitar esas difi­
cultades al grupo, como el síntoma se le explicita al sujeto.
Al respecto, Lacan se detiene especialmente en el término "le­
gibilidad", ubicando que se trata de "hacer al grupo cada vez más
transparente para él mismo, a efectos de que cada uno de los
miembros pueda juzgar de manera adecuada los progresos del
conjunto. El ideal de una tal organización es para el médico su le-
. gibilidad perfecta, siempre que pueda apreciar en todo momento
20 hacia qué puerta de salida se encamina cada caso confiado a sus
cuidados: retorno a su unidad, reenvío a la vida civil, persevera­
ción de la neurosis". Nótese cómo cita los preceptos de la psiquia­
tría de guerra, pero poniendo el acento sobre el uno por uno. In­
cluso podríamos ubicar una distinción que interesa actualmente
para la práctica del psicoanálisis, entre efectos terapéuticos, reso­
luciones sintomáticas y cura de la neurosis.
Por último, establece que el método utilizado para esta legibi­
lidad no tiene otro fundamento que el de la interpretación. Se tra­
ta de designar en el comportamiento de cada uno lo mismo de lo
que se queja en el caso del otro, los otros grupos, o el ejército en
general. "Y repentinamente se opera en el grupo la cristalización
de una autocrítica". Es en esta producción de un sujeto dividido,
que ahora puede interrogarse, que Lacan concluye que allí está
presente el principio de una cura de grupo.
Pero, también se puede extender como un precepto de la clíni­
ca del trauma en general, donde la cura, siguiendo esta experien­
cia, iría de la dificultad de la unidad del grupo -en este caso el im­
plicado en la reacción colectiva traumática- a la producción de su­
jetos divididos, reenviados a su pregunta íntima, singular.

4. la i nvención del trastorno d e estrés postra u mático

Finalmente, el episodio que cambió la concepción del trauma


en la psiquiatría militar, fue la guerra de Vietnam. Las tropas ame­
ricanas, bien provistas de mandos psiquiatras, aprovechan las en­
señanzas de las dos primeras grandes guerras mundiales: se man­
tiene a los soldados en relación constante con su familia, sus cama­
radas y su modo habitual de diversión, y esto gracias a los pode­
res de los nuevos medios de comunicación: la radio, la televisión,
el teatro; como lo escenificó maravillosamente Francis Ford Co­
ppola en Apocalypse Now.
Pero no obstante, a partir de 1971 se constata que las tropas
americanas estaban completamente abatidas, con politoxicoma­
nía y revueltas contra los oficiales. La vuelta a los EE.UU. de las
mismas no fue fácil. Eran insultados por esa guerra, tildados de
babykillers y psicópatas, por aquellos que habían observado por los
mismos mass media las atrocidades cometidas contra campesinos
indefensos. 21
Esta recepción fue un factor primario en la bien pub licitada di­
ficultad de alguno de esos militares -tildada con frecuencia como
"conducta antisocial"- para insertarse socialmente a los tiempos
de paz. Así, en un principio aquellos vistos por psiquiatras fueron
diagnosticados como padeciendo de trastornos de ansiedad, de­
presión, abuso de sustancia, trastornos de personalidad, o esqui­
zofrenia. Con el tiempo y una nueva formulación del problema,
todos estos diagnósticos fueron suplantados por el trastorno de
estrés postraumático (post-traumatic stress disorder).
Al respecto, un dato muy interesante, es que los que primero
propusieron este diagnóstico fueron los movimientos antibélicos
enojados con los psiquiatras, a los que acusaban de servir más a los
intereses del Ejército que a los soldados-pacientes. Estos militantes
lucharon por que los veteranos recibieran un tratamiento especia­
lizado bajo este nuevo diagnóstico, que pasó a suceder de este mo­
do a los anteriores: la fatiga de guerra y la neurosis de guerra.
Con lo cual en sus inicios, el objetivo del nuevo diagnóstico fue
desplazar el foco de atención de la psique de los soldado_s y su con­
texto personal, para denunciar fundamentalmente lo traumático
de la guerra. Lo que produjo una esencial y poderosa transforma­
ción: los veteranos de Vietnam ya no serían vistos como ofensivos
y perpetradores sino como personas traumatizadas por los roles
que le fueron asignados por las fuerzas armadas americanas. En
consecuencia el síndrome postraumático legitimaba su condición
de "víctimas", lográndose una potente combinación: les daba una
exculpación moral, y les garantizaba una pensión por discapaci­
dad porque el diagnóstico podía ser testificado por un médico7.
En conclusión, en 1979 se censa a los veteranos, se les evalúa,
se les inserta en programas de rehabilitación, y es cuando la socie­
dad americana se reconcilia con esos soldados traumatizados y
hace el difícil balance de su situación. Simultáneamente los psi­
quiatras americanos, movilizados alrededor de este problema,
vuelven a poner en boga el concepto biológico de stress y la parti­
cularidad de la reacción que él engendra.
Como consecuencia, el trauma gana en popularidad y sale del
círculo estrecho de la psiquiatría militar para convertirse en una

7
SUMMERFIELD, D., "The invention of post-traumatic disorder and the so­
cial usefulness of a psychiatric category", BMJ, Volume 322 13 January
22 2001 bmj.com.
perspectiva general de acercamiento a fenómenos clínicos ligados
a las catástrofes individuales o colectivas de la vida social. Este
hecho se verifica en la presencia de este diagnóstico en muchos
programas "humanitarios", con fines de captar y registrar el im­
pacto de eventos como las guerras, sin importar el entorno cultu­
ral, la situación cotidiana y el significado subjetivo de la experien­
cia por parte de los sobrevivientes.
Asimismo, de la misma manera, en la sociedad actual se des­
cribe una creciente transferencia de atributos de lo que antes se
consideraba "trauma" hacia el concepto más naturalista de dis­
tress, pasando a ser parte de la descripción de la vida cotidiana.
En conclusión, el perfil del TEPT ha ascendido espectacular­
mente, y ha llegado a ser una manera por la cual las personas bus­
can tener el status de víctimas -con todo su peso moral- en pos de
reconocimiento y compensación. Hasta tal punto, que un editorial
reciente del American Journal of Psychiatry comentó que era raro en­
contrar en las personas que se quisiera tener un diagnóstico psi­
quiátrico, pero que el Trastorno de Estrés Postraumático era uno.

5. Los otros ca m pos d e reflexión del tra u m a

Siguiendo con la puntuación, hay un segundo gran campo de


reflexión sobre el trauma, que constituye uno de los nudos esen­
ciales de las ideas sobre el tema, o al menos de las versiones que el
siglo XX mantiene con respecto al mismo: son los campos de con­
centración, en donde los psiquiatras descubrieron el "síndrome de
culpabilidad del sobreviviente", con fenómenos comparables a los
de la guerra, ansiedad y depresión, y trastornos somáticos varios,
que escapan sin duda a la descripción clásica del trauma de gue­
rra, pero que son igualmente invalidantes. En este sentido el caso
clínico que comenta E. Laurent en el presente libro, sobre una so­
breviviente del 11-M, es también un ejemplo tanto de este senti­
miento de culpa, como de la singularidad con que el trauma se
manifiesta en la consulta y tratamiento8 .
8 LAURENT, E., "El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares,
pero no sin principios", en este libro. El caso fue presentado por nuestra
colega Araceli Fuentes y su presentación se puede encontrar en el libro:
Efectos terapéuticos rápidos: conversaciones clínicas con facques-Alain Miller en
Barcelona, Paidós, Bs. As., 2005. 23
Por último, el tercer factor que propicia la extensión del síndro­
me está vinculado al advenimiento de la técnica, y a las patologías
propias de las grandes ciudades del siglo XX. Estas producen un
espacio social nuevo y engendran un efecto de irrealidad. Hace
tiempo, admirablemente, Walter Benjamin ya señaló el "mundo
de la alegoría" própio de la gran ciudad, donde el reino de la mer­
cancía, de lo escrito, de la publicidad, remite al sujeto de una alu­
sión a otra, le sumerge en una presencia artificial. Sentimiento de
virtualidad, de irrealidad, que ahora acentúa el fenómeno de la
publicidad en la televisión.
Pero al mismo tiempo surge una paradoja: las grandes ciuda­
des que son el lugar del artefacto, son también el lugar de la agre­
sión en general, de la irrupción de la violencia, de la agresión se­
xual, del terrorismo, etc.

6. Evo l ución h istórica d e la


" patología civi l d e l tra u m a "

Siguiendo una investigación del Dr. Juan Carlos Stagnaro so­


bre el tema9, Duchesne en 1857 en Francia y, particularmente J. E.
Erichsen en 1866 en Inglaterra, se ocuparon de estudiar a las víc­
timas de los accidentes de ferrocarril. Por esos años, las secuelas
de los mismos originaban gran cantidad de litigios en Inglaterra,
producían fuertes gastos por indemnizaciones a las compañías de
transporte y proporcionaban un formidable argumento a los que
denunciaban la perversidad del desarrollo industrial cuya figura
emblemática era el ferrocarril.
El trabajo de Erichsen, "On railway and others injuries of the Ner­
vous System " describía un "nuevo síndrome" que se instalaba pro­
gresivamente en los accidentados: " ... en el momento en que ocu­
rre la injuria quien la sufre es, usualmente, inconsciente de que un
accidente serio le há ocurrido; cuando vuelve a su hogar los efec­
tos de la injuria recibida comienzan a manifestarse por sí mismos.
Una revulsión de las sensaciones se instala: no puede dormir y si
lo hace se levanta súbitamente con una vaga sensación de alarma.

9 STAGNARO, J.C.,"De la neurosis traumática al trastorno por estrés postrau­


24 mático", en Rev. Desarrollos en Psiquiatría Año 2, n°5, Nov-Dic 1997.
Al día siguiente se queja de sentirse tembloroso, agitado, como
muy golpeado y como si se hubiera agotado. Después de un lap­
so, muy variable según los casos, que va de días a dos o tres se­
manas o más, siente que es incapaz de realizar esfuerzos y de
atender sus ocupaciones, comprende que algo le pasa y quizás
busca por primera vez asistencia médica".
Basándose en el estudio de los casos definió la causa del sín­
drome como una "concusión de la médula espinal" capaz de ge­
nerar una "inflamación crónica de la médula y de sus membra­
nas". Los síntomas cerebrales consecutivos, tales como irritabili­
dad y disturbios de los órganos de los sentidos (vista y oído), pér­
dida de memoria, confusión de ideas, etc., resultaban, según su
explicación, una expresión indirecta del proceso medular.
Significativamente, a pesar de que su autor no pudo demostrar
la base anatomopatológica de su teoría de la enfermedad, ésta fue
ampliamente utilizada en las estrategias legales para solicitar in­
demnizaciones suculentas -sin dudas, un antecedente del uso que
se le suele dar actualmente al TEPT-, basadas en el supuesto ba­
samento biológico más la pobre terapéutica para mitigar las se­
cuelas invalidantes de la llamada "médula espinal de los ferroca­
rriles".
Pero el enfoque cambió en 1883, cuando H.W. Page, un ciruja­
no que trabajaba para la London and North Western Railway
Company, apoyándose en su propia casuística atacó la teoría de
Erichsen argumentando que este había confundido un trastorno
curable -involuntariamente expresado por los accidentados por
causas psíquicas ("neuromímesis" lo llamaba) debidas al "shock
nervioso" del accidente- con una lesión estructural incurable del
SNC. Inmediatamente los diagnósticos de histeria y neurastenia,
ambas ubicadas en la nosografía de la época en el capítulo de las
neurosis -enfermedades nerviosas de aspecto neurológico sine
materia- fueron relacionados con los pacientes descritos por Erich­
sen y Page.
De este modo, como dichas entidades constituían trastornos
reversibles y tratables por diversos métodos, el nuevo punto de
vista dio argumentos para limitar las demandas judiciales y el
monto de las indemnizaciones otorgadas. Así, en la jurispruden­
cia asentada en la época se aceptó que el epíteto "nervioso", utili­
zado como sinónimo de "mental", era el más adecuado para indi- .
car "cuándo el terror operaba sobre partes del organismo físico 25
para producir enfermedades corporales". De esta manera la justi­
cia introducía en sus criterios la utilidad del concepto de trastor­
no nervioso traumático como una figura útil para resolver conflic­
tos que involucraran responsabilidad en accidentes, no sólo de
trenes, sino industriales en general.
Finalmente, en 1884, H. Oppenheim describió en Alemania un
tipo de estado neurótico en personas que habían sufrido acciden­
tes de ferrocarril, designándolo por vez primera con el nombre de
Traumatische neurosen. Las mismas estaban caracterizadas por una
sintomatología ligada a la histeria y a la neurastenia, acompaña­
da con trastornos del sueño del tipo de pesadillas de reviviscen­
cia del accidente.
Entonces, diferenciándola de los síndromes psico-orgánicos
posconmocionales y postraumáticos, con sintomatología neuróti­
ca o sinistrósica, propuso individualizar a la Traumatische neurosen
como una entidad aparte, basándose en la constancia de sus sín­
tomas y en la depresividad subyacente que la caracterizaba.
Esto provocó una polémica; J.M. Charcot en sus célebres Lec­
ciones de los martes en la Salpetriere de París, al presentar casos de
histeria masculina, rechazó la autonomía del cuadro descrito por
Oppenheim, afirmando que se trataba de variedades clínicas de la
histeria, la neurastenia o una forma mixta de histeroneurastenia.
Por último, para completar la revisión del conjunto de concep­
tos que intervinieron en la polémica sobre la neurosis traumática,
tenemos que el inglés G. Beard ya había propuesto la existencia
de una neurastenia traumática (producida por "agotamiento ner­
vioso o sobresalto moral") como variedad de la neurastenia, tér­
mino que había introducido en 1879, para designar un estado de
fatiga, física y psicológica permanente, acompañada de malesta­
res funcionales diversos y variables tales como: impotencia se­
xual, cefaleas en casco, dispepsias, vértigos, angustia, temores,
emotividad, pérdida de memoria, imposibilidad de concentrarse,
abulia, insomnio, etc. Esta variedad de neurosis que Beard consi­
deraba típicamente norteamericana y masculina, era para él una
consecuencia del clima de los EE.UU., caracterizado por una at­
mósfera seca y cargada de electricidad con grandes variaciones de
temperatura, asociado al ritmo de vida vertiginoso y extenuante
de sus habitantes propio de la sociedad industrial.
Luego, como ocurrió con otros temas científicos y culturales, la
26 neurastenia de Beard, fue muy bien recepcionada en Europa de-
bido a su halo de modernidad, y operó un pasaje desde las hipó­
tesis etiológicas clásicas de la neurosis (herencia, pasiones contra­
riadas, tóxicos, educación inadecuada, etc.) hacia los factores so­
ciales.
Para concluir, otro antecedente que precedió y seguramente
conoció Freud, fue lo formulado por R. von Krafft-Ebing, en 1892,
que en oposición a Charcot, aceptó en su Tratado a la neurosis
traumática como una entidad distinta próxima a la neurastenia.

7. La C i udad Pán ico. La sociedad del riesgo

En su estudio sobre las megalópolis, Paul Virilio las ha bauti­


zado como "Ciudad pánico", describiendo cómo la ciudad occi­
dental dejó de ser un lugar de lo político, de la civitas. En el traba­
jo, afirma que a partir de la desregulación y la desrealización que
ha penetrado en la misma, se ha operado una inversión: la ciu­
dad, que alguna vez fue el corazón de la civilización, se ha vuel­
to el corazón de la desestructuración de la humanidad.
Por su lado, Ulrich Beck, otro teórico de las ciudades, conside­
ra que en la organización del tiempo y el espacio urbanístico, ya
no sólo subsiste la ecología de la pobreza, sino que se ha abierto
paso una ecología del miedo, consecuencia de la globalización.
Así, ésta ha provocado una época signada por la inseguridad y la
amenaza, peligros de toda clase que se escapan a las normas ha­
bituales de previsión.
Agregando, de acuerdo a una división estructural entre "segu­
ro" e "inseguro", la distinción entre una "ciudad del riesgo" y una
"del peligro" . Donde en ambos casos se trata de inseguridad, de
una patología propia de las megalópolis, donde se mezcla cual­
quier tipo de catástrofe técnica, de accidente individual o colecti­
vo, de violencia urbana, de terrorismo, etc. Pero en la que "ries­
go" remite a la inseguridad determinable, calculable, mientras
que "peligro", a la inseguridad indeterminable e incalculable.

27
8. Concl usión. La a n g ustia del practica nte

En esta presentación, hemos hecho un repaso de algunos ante­


cedentes y referencias que permiten reflexionar sobre la época del
"trauma generalizado" y esa novedad clínica cotidiana represen­
tada por las "urgencias subjetivas" .
Entendemos que esta descripción permite abordar el uso del
término "nuevo", que adjetiva una categoría clínica, en el sentido
que aparece denotando un efecto: el que proviene de la plastici­
dad actual de las representaciones sociales. Y que por lo tanto
conviene conocer, y en las cuales nos detuvimos expresamente.
Así a diferencia de la época freudiana que se referenciaba en
un un Otro consistente, que decía "No", que catalogaba y civiliza­
ba, ahora hay una verdadera metonimia de significaciones desfi­
lando, porque resulta que ya el Otro no es el mismo, que hay un
agujero en su lugar.
De esta manera, en la ciudad actual donde impera el vacío, los
sujetos se encuentran funcionando sin punto de capitón. Es un
sistema donde impera el no-todo, en el cual la ciencia -como decía­
mos- al situarse como un discurso verdadero, es el único capitón,
en cuanto hace una descripción programada de cada uno: desde
la programación genética hasta el cálculo cada vez más preciso de
los riesgos posibles. Hace existir una causalidad programada, y a
partir de su. supuesta consistencia discursiva surge el concepto de
trauma como todo lo ligado a la irrupción de una causa no pro­
gramable.
Asimismo, no es suficiente decir que hay traumatismo porque
hubo un hecho externo, el peligro en sí mismo no es traumatizan­
te, sino que "lo traumático es la consecuencia de una contradic­
ción entre un hecho y un dicho"10, se produce cuando un hecho
entra en oposición con un dicho, con un dicho esencial de la vida
del paciente.
En definitiva, hay que conocer cuales son las coordenadas de
cadª-.época para situar en la clínica al trauma subjetivo, que siem­
pre tendrá el carácter de lo umheimlich, de la "inquietante familia­
ridad", de una topología exterior 1 interior. Siempre será posible
hallar en cada caso singular, una "incoherencia" entre un mundo

lO MILLER, J.-A., Efectos terapéuticos rápidos: conversaciones clfnicas con Jacques-


ZI Alain Miller en Barcelona, Paidós, Bs.As., 2005.
que tiene una ley, organizada en el conjunto de los dichos que ar­
man la matriz de las tradiciones e ideales de la persona, y la
emergencia de lo real sin ley.
Por último, estas consideraciones iniciales sobre la clínica, la
política y la ciencia del trauma también tienen como objetivo la
formación de los clínicos, y un llamado para estar presentes en las
instituciones donde los practicantes se enfrentan a sus propias
"urgencias subjetivas".
Como es el caso frecuente de la tradicional "urgencia psiquiá­
trica", en donde el terapeuta se encuentra inmerso en un verdade­
ro agujero en el discurso, enfrentado a lo indecidible, porque ve­
rifica que la clínica del DSM y de los papers no es una clínica "se­
gura". Donde los pacientes que concurren no responden a los psi­
cofármacos como éstos postulan, porque son más complejos, por­
que las patologías son más graves, porque distan mucho de aque­
llos que fueron seleccionados especialmente para que den "bue­
nos resultados" en los protocolos farmacológicos.
Situación donde cada vez más aparece la carencia de una clíni­
ca psiquiátrica, y donde puede surgir frente a la angustia del prac­
ticante una nueva tentación: recurrir al discurso jurídico -ligado
también al DSM- y / o a los algoritmos decisionales provistos por
la llamada medicina basada en la evidencia. Momento de borde con
lo real, de caída de los standard y los programas, momento de una
decisión "que se toma en la orilla de lo que traumatiza al sujeto y
que le concierne al sujeto" 11 , en el cual el psicoanálisis por sus
principios, puede empujar a otra manera de decidir, transmitir
otra teoría de la decisión, de un "saber hacer" para el terapeuta y
el psiquiatra.

11 TARRAB, M., "La insistencia del trauma", en este libro. 29


El trata miento de la angustia
postra um ática : sin estándares,
pero n o s 1 n p nnc 1 p 1 os
. . . .

ERIC LAURENT

Voy a hablarles bajo el encabezamiento de "el tratamiento psi­


coanalítico del trauma", aunque no sea un especialista del trata­
miento psicoanalítico del trauma y del estrés que es su consecuen­
cia.1 ¿Debería decir que voy a hablar de ello precisamente porque
no soy un especialista del trauma? Sólo puedo autorizarme ante
ustedes para evocar este tratamiento como consecuencia de la no­
table iniciativa que, después del día 11 de marzo pasado, tomaron
nuestros colegas de Madrid de salir al encuentro de quienes, por
una razón u otra, fueron colocados en la categoría de los "trauma­
tizados" por el horrible acontecimiento.
Les propusieron una escucha, hecha por psicoanalistas, de su
demanda de ayuda y de sostén; demanda que puede formularse
bajo las especies más variadas. La proposición de esos colegas ya
encontró un eco, y acabamos de escuchar dos reseñas clínicas,
muy diferentes la una de la otra, que para empezar ya dan testi­
monio de que no hay un tratamiento estándar de los efectos de un
trauma. Precisamente, tal como lo dice el díptico de presentación

Eruc LAURENT es psicoanalista en París. Analista Miembro de la Ecole de la


Cause Freudienne (ECF) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Doctorat de 3e cycle du Champ freudien, enseignant a la Section clinique de
Paris-Saint-Denis • mail: ericlaurent@lacanian.net
1 Conferencia de Eric Laurent en el Hospital San Carlos de Madrid, del día
8 de mayo de 2004. Un fallo en la grabación impidió recoger sus palabras.
Agradecemos a Eric Laurent su buena disposición para reescribir él mis-
mo el contenido de su conferencia. Traducción de A. Vicens 31
de la Red Asistencial de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis,
" ...aunque no hay un carácter específico del tratamiento psicoana­
lítico para las personas traumatizadas, el psicoanalista es quien
mejor puede escuchar la singularidad de cada uno. El psicoanalis­
ta propone una escucha particular a las víctimas, una escucha
orientada por los conocimientos del funcionamiento de la vida
psíquica que el psicoanálisis de orientación lacaniana ha podido
elaborar como resultado de décadas de experiencia de trabajo clí­
nico con múltiples personas, también con personas traumatizadas
por diferentes causas: catástrofes naturales y químicas, atentados
.
terronstas, guerras... ,2 .

La s i n g u l a ridad de l os casos

Sin embargo, como Lacan lo precisaba: " ... afirmar del psicoa­
nálisis como de la historia, que en cuanto ciencias son ciencias de
lo particular, no quiere decir que los hechos con los que tienen que
vérselas sean puramente accidentales, si es que no facticios, y que
su valor último se reduzca al aspecto bruto del trauma"3.
El psicoanalista se define por su deseo de, en el seno de lo que
es vivido por todos, hacer surgir la particularidad de cada cual; y
los casos presentados por nuestros dos colegas lo muestran bien.
En el caso presentado por Araceli Fuentes, el apres-coup del trau­
matismo toma la forma del abatimiento de un sujeto por su cul­
pabilidad: "culpabilidad referida a lo que pudo hacer y no hizo
[ ... ] no se detuvo a ayudar a los heridos". En lugar de eso "salió
despavorido de la estación de Atocha". Mientras corría despavo­
rido, este sujeto "en su huida se cruzó con un hombre que tenía la
cara ensangrentada, otro estaba tirado en el suelo", en una posi­
ción que recuerda al Cristo yacente. "Por la noche, una pesadilla
se le repite [ ... ] : el momento de la explosión y la imagen del hom­
bre-cristo yacente"4. Se reprocha no haber podido estar a la altu-

2 Del díptico de presentación de la Red Asistencial de la Escuela Lacania­


na de Psicoanálisis.
3 LACAN, J., "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanáli­
sis", en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, México, 1989, pág. 250.
4 FUENTES, A., "La vergüenza del extranjero", en: Cuadernos de Psicoanálisis,
32 Revista del Campo Freudiano en España, No 27, Bilbao, EOLIA.
ra del discurso religioso "que le había sido transmitido por su pa­
dre", un padre todo amor, un padre que le enseñó que había que
poner la otra mejilla. Él no pudo estar a la altura de ese ideal. En
el momento en que lo real irrumpe, su respuesta de huida mues­
tra que no se identifica con el Cristo yacente de su sueño, no se
identifica con Aquél que sacrificó su vida por los hombres, no pu­
so la otra mejilla. Más bien el acontecimiento le lleva súbitamente
a reconocer en él los poderes del odio.
El analista deduce de esto la lógica de su posición, que es la
contraria a una posición idealizante. La responsabilidad del suje­
to pasó en un primer tiempo por reconocer el odio que se había
despertado en él a raíz del trauma, "un odio desconocido hasta
entonces" . Frente a lo real del trauma, la llamada al padre que se­
ría todo amor no tiene respuesta. El sujeto sigue angustiado; y esa
angustia es un intento de suplencia por la vía del sentido religio­
so que fracasa .... Escuchar decir ese odio y mantener abierta la vía
para que un día pueda emerger el carácter propio de la vergüen­
za en la subjetivación de su ser, fue la orientación seguida por la
analista.
Rosa Liguori tuvo que tratar con un grupo. Se la designó para
atender la demanda de un grupo de hermanos cuyos padres ha­
bían muerto en el atentado. "La demanda se recibió a través de un
familiar cercano a los jóvenes, que los encontraban silenciosos, re­
traídos y consternados." El pequeño parecía presentar dificulta­
des con el sueño. En la conversación con el equipo que tuvo Rosa
Liguori antes de la entrevista, "la primera pregunta que surgió
fue cómo recibirlos: ¿todos juntos?, ¿uno por uno?".5 Ahí fue don­
de nuestra colega se apoyó en las indicaciones dadas por Guy
Briole, asesor científico de la Red: "El sujeto no es soluble en lo co­
lectivo. Sean cuales sean los ideales del grupo -estructurales o cir­
cunstanciales-, el sujeto conserva su particularidad y es responsa­
ble de sus actos. Así, lo que puede justificar el debriefing, lo que
puede guiar nuestra acción, lo que puede ser el objetivo aplicado
al grupo es: liberar al grupo del aislamiento y extraer al sujeto del
grupo. [ ... ] Cuando un grupo ha vivido momentos intensos, peli­
grosos, pero también muy conflictivos, puede estar hasta tal pun­
to encerrado en sí mismo que cuando llega el momento de des-

5
LIGUORI, R., "El uso del debriefing en psicoanálisis", en: Cuadernos de Psi-
coanálisis, op. cit. 33
membrarse aparecen grandes dificultades para aquellos que lo
constituyen. El exterior, para ellos, está lleno de hostilidad, de pe­
ligro; está indeterminado y las personas que lo componen no se
diferencian, todos tienen el mismo valor. También, en ocasiones
[ .. ] es difícil identificar lo que corresponde a la historia de cada
.

uno. La impresión es, más bien, que cuando uno habla es como si
lo hiciera en el lugar de otro, como si explicara su historia tanto
como la del otro. Por esta fusión de las historias, cada uno de los
miembros del grupo, sin saberlo, intenta sostener la idea de que
nada les puede separar."6
Nuestra colega, pues, antes que nada, reunió al grupo de her­
manos para, en un segundo tiempo, obtener una palabra singular:
"La dificultad en este grupo fraterno residía en que el mayor apa­
ciguaba los llantos, minimizaba lo que el más pequeño decía, ha­
cía chistes cuando las hermanas hablaban de su dolor. Intentaba
tapar algo para que los otros no se desbordaran, ocupando un lu­
gar paterno de consuelo y diciendo que las cosas iban a ir bien.
[ ... ] Al finalizar la entrevista de casi dos horas, se ofrece la posibi­
lidad a cada uno de ellos de tener otras entrevistas, todos juntos o
con cada uno. Inesperadamente, el hermano mayor acepta, alivia­
do, la oferta de las entrevistas individuales y propone con quién
tendrá las entrevistas cada uno."7 Después de esta primera y lar­
ga entrevista, se decide una palabra singular que compromete la
culpabilidad y la falta de cada cual respecto del desaparecido.
En la segunda entrevista, realizada con el mayor de los herma­
nos, éste pone de manifiesto "sus dificultades con la figura pater­
na, sus conflictos, sus contradicciones como hermano mayor, sus
temores por las decisiones que habrá de tomar en el futuro, por la
responsabilidad que debe asumir y no se siente autorizado" .8
Esta viñeta da un ejemplo muy preciso de lo que Guy Briole
denomina, con una fórmula que da en el clavo, refiriéndose a un
grupo definido por un acontecimiento traumático: "desanudar
sin deshacer". Les remito a su conferencia dictada en Madrid al
día siguiente del horrible atentado, en la que, a propósito de la
manera de hacer con las víctimas que se presentan en grupo de

6 BRIOLE, G., "Después del horror, el traumatismo", citado por R. Liguori;


en: Cuadernos de Psicoanálisis, op. cit.
7
LIGUORI, R., idem 5.
34 8 lbid.
hecho, observa: "Esas personas se encuentran a pesar de ellas
constituidas en grupo de traumatizados, de rehenes, de víctimas
de torturas, de violencias, de rechazo, de un atentado, etc. En un
primer tiempo, el grupo funciona conteniendo: permite una cier­
ta limitación del sufrimiento padecido por una comunidad de
identificaciones al mismo traumatismo, a las mismas adversida­
des. Por esta razón -pese a la repulsión que puede experimentar­
el propio sujeto queda pegado al grupo y eso es un obstáculo a su
progresión individual: la cuestión del grupo está siempre por de­
lante en detrimento de la del sujeto. Así, por un tiempo es funda­
mental mantener lo que ha constituido -en la situación concreta­
al grupo para poderlo desanudar y no deshacerlo. El objetivo no
es romper el grupo, sino desanudar las cuestiones que, imagina­
riamente, harían grupo para ellos."9
Podemos encontrar experiencias que pueden ordenarse según
los mismos principios en los informes que nos proponen otros co­
legas. Véase, por ejemplo, el caso que sigue: "Esa clase de niños
de 10 años, llegados desde el sur de Francia para visitar París du­
rante tres días con sus profesores se vio confrontado con el espec­
táculo del cadáver de un hombre que acaba de precipitarse desde
una torre de veinte pisos. La experiencia de ese encuentro se efec­
túa cuando acaban de volver a su habitación en un albergue de jó­
venes cuyas ventanas dan a una plaza que hay al pie de unos
grandes edificios del este de París. Unas horas después, alertados
por los profesores que tenían las peores previsiones de que los ni­
ños pudieran dormir tranquilamente antes de su última jornada
parisina, acudí con un colega al lugar. En una primera reunión
con los treinta niños, apareció que una parte de esos sujetos se ha­
bían encontrado, a raíz de ese encuentro, con un mundo nuevo,
transformado en en hostil, y hasta terrorífico, donde podía pasar
cualquier cosa; por ejemplo que durante la noche alguien viniera
a sacarlos de la cama para arrojarlos por la ventana. Su propia
muerte se convertía en un componente con el que, en lo sucesivo,
y muy en serio, deberían contar. A propósito del acontecimiento,
se hacían preguntas: ¿Se trata de un suicidio? ¿O de un homici­
dio? La cuestión para nosotros era la de restaurar algo e integrar
el horror que suscitó ese encuentro. Es evidente que ahí se mide

9 BRIOLE, G., "Después del horror, el traumatismo", en: Cuadernos de Psicoa-


nálisis, op. cit. 35
también esa efracción con lo real, en ese viaje donde acababa de
ser percibido aquello que estaba prohibido ver.
"En un segundo tiempo, después de una larga reunión donde
las preguntas de los niños surgieron con una gran riqueza de ex­
presión, algunos seguían presa de una angustia lo suficientemen­
te marcada como para plantearse volverlos a ver, esa vez en gru­
pos más pequeños. En esa ocasión, entre unas niñas que se agru­
paron para responder a ese ofrecimiento, la demanda se refirió a
la evocación de enfrentamientos con la muerte del Otro ocurridos
en la historia de cada una (abuelos, tíos abuelos, etc.). Luego se
efectuó la transición desde esa muerte del Otro a la suya propia;
y ello a partir de la evocación del suicidio. A pesar de su corta
edad y de su aparente serenidad, una de las niñas nos confió de
qué manera, de manera recurrente, consideraba cada mes la posi­
bilidad de cometer un suicidio. Recientemente había llegado in­
cluso a disponer una silla ante la ventana, justo cuando su madre
la llamó y detuvo esa tentación suicida. La posibilidad de evocar
esos diferentes aspectos se efectuó con mucha espontaneidad y ,
resonaba como un recordatorio de los significantes que l a repre­
sentan." 1 0
Podemos también tomar lo que nuestra colega María Cristina
Aguirre, que trabaja en Nueva York, nos refiere sobre su experien­
cia tras el 11 de setiembre de 2001. Participó .como voluntaria en
la puesta en marcha de la ayuda psicológica a los traumatizados
y se le asignó el Kid's Corner, el "rincón de los niños", en el que
eran acogidos los niños que presentaban síntomas relacionados
con los atentados terroristas. Evoca el caso de una niña de 3 o 4
años " ... cuyo nivel de angustia era tal que la impulsaba a correr
por todo el lugar, volviendo locos a los policías y agentes del FBI,
pues los padres no podían llenar los formularios de las denuncias
respectivas. Sus padres, extranjeros, habían perdido habitación y
lugar de trabajo, y se encontraban sumamente desorientados y
muy agresivos; sobre todo el padre. La niña no permanecía quie­
ta en ningún lugar; era imposible mantenerla, ni en la guardería,
ni en el Kid's Corner. Ese día me dediqué a trabajar con ella, a
acompañarla en esa fuga insensata, ganar su confianza y poco a

1° CREMNITER, 0,, "Enjeux cliniques et éthiques du debriefing", texto presen­


tado en ocasión de un coloquio de la ACF-Aquitania, abril de 2004, en
36 prensa,
poco lograr un poco de estabilización. La clave estuvo en el mo­
mento en que se pudo instalar una especie de Fort-da simbólico,
en el cual ella chequeaba a padre y madre y regresaba donde yo
estaba. Al final del día pudo dibujar y establecer contacto con los
otros niños". También evoca otro caso, que no deja de recordar al
grupo familiar del que daba cuenta Rosa Liguori: "Un niño que
había perdido a su padre, bombero, en una de las torres, pregun­
taba: ¿Por qué no salió? Había otra familia, inmigrantes ilegales
para los cuales se reavivaba el traumatismo del atravesamiento de
la frontera."11

La d iferencia d e l os sujetos y
l a homogeneización biológ ica del estrés

Las diferencias que encontramos en cada una de las reacciones


de esos sujetos frente al traumatismo se vuelven a encontrar en las
reacciones colectivas a una experiencia traumática colectiva. Es lo
que intenta borrar la referencia a un estrés biológico que vendría
a inscribirse en un cortocircuito por el Otro de la civilización, pa­
ra definir una suerte de estándar de la reacción del organismo
afectado.
Los puntos comunes entre el 11 de setiembre de 2001 y ese 11
de marzo de 2004 son evidentes. No son atentados contra símbo­
los o significantes amo. Son crímenes en masa. La identidad de los
muertos responde más a la de los esclavos de la sociedad contem­
poránea: trabajadores poco cualificados, migrantes de todas las
nacionalidades en busca de nacionalización, magrebíes, africanos
y europeos del Este, aún no "comunitarios", como se dice en Ita­
lia. Exactamente como en Nueva York, donde todas las nacionali­
dades de la tierra se encuentran. Para estos nuevos atentados só­
lo cuenta la pura cifra del horror. A lo que se apunta es al récord
del crimen en su pura homogeneización: 200 muertos, 1.500 heri­
dos. Cifras que, para la población de Madrid, son comparables a
las de Nueva York.
La reacción frente al traumatismo es muy particular. Es a la vez

11 AGUIRRE, M.C., "Septiembre 11, 2001: una experiencia" en: Cuadernos de


Psicoanálisis, op. cit. 37
simbólica y pánica. Las manifestaciones de la calle, de las multi­
tudes compactas que ocuparon las plazas y las avenidas de Ma­
drid y de España forman parte de la cultura española, la cultura
de la calle, de las manifestaciones de los años treinta, de la cos­
tumbre de salir a pasear. El duelo español es masivo y exteriori­
zado. No se puede decir que Nueva York no haya conocido jamás
manifestaciones de solidaridad en masa. Podemos referirno8 a las
manifestaciones que, en 2002, siguieron al breakdown de electrici­
dad, al apagón que sumergió a la metrópoli en la oscuridad y le
impuso la inmovilidad. No obstante, la reacción al estrés poste­
rior al 11 de setiembre se diferencia profundamente de esto. Fue
muy sorprendente asistir al proceso de individuación que inme­
diatamente pasó a primer plano. A los muertos en masa venía a
responder una desmasificación, unos nombres precisos, los testi­
monios de los parientes, las velas colgadas a lo largo de las vallas
del ground zero o en la verja de la iglesia de San Pablo -la que fre­
cuentaba Washington-, tan cercana. El duelo en masa debe afir­
marse como individual e interior, aunque sea espectacular. La ca­
lle americana es la televisión. Más allá de esta dimensión simbó­
lica, hubo una manifestación pánica, y el surgimiento del número
como objeto: número de neoyorkinos tomados de uno en uno, nú­
mero de españoles inmediatamente reunidos y convocados por el
acontecimiento traumático. Manifestaciones de una emoción, de
un afecto, de un objeto pulsional, podríamos decir sin temor a
equivocarnos. Multitud más lacaniana que freudiana, en la medi­
da en que ni el trono ni el altar estaban en peligro, sino que se ha­
cía sentir la necesidad de una manifestación que respondiera en la
misma dimensión masiva del objeto. Una manifestación de una­
nimidad. Es ahí donde esa manifestación, que posee su energía
propia y su tan palpable emoción, viene a coincidir con otras
grandes reacciones emocionales que atraviesan la vida política y
social de nuestras civilizaciones. En efecto, se puede poner en es­
ta misma serie la manifestación del 21 de abril en Francia. 1 2 Una
reacción difícil de descifrar, como el voto que siguió, y cuya inter­
pretación sigue ocupando a nuestros comentadores. Se pueden

12 Cuando el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales


dejó a los votantes frente a la alternativa de tener que votar, en la segun­
da vuelta, bien a un candidato de la derecha, bien a otro de la extrema de-
lB recha. (Nota del t.).
añadir a esta lista las manifestaciones que, en Bélgica, siguieron a
la detención y las revelaciones del criminal Dutroux; o también
las que, en Inglaterra, acompañaron el duelo de la princesa Dia­
na.
Esta política de la emoción, denominada más justamente por
Paul Virilio, siguiendo la tradición freudiana, como manifestación
pánica, embaraza a los intérpretes y perturba las categorías polí­
ticas mediante las cuales se las intenta comprender. El aconteci­
miento y su alcance exceden los comentarios que intentan dar
cuenta de él. Los comentadores políticos y las "clases parlantes"
en general intentan reducir el sínsentído producido por este acon­
tecimiento; pero el hecho resiste, verdadero agujero en el discur­
so político europeo.
¿Estas manifestaciones son un testimonio de indiferencia a la
política? ¿O bien son la prueba de la espera de algo nuevo que tar­
da en llegar? ¿Los ciudadanos son cada vez más indiferentes a to­
da política, a la cosa pública? ¿O bien es que, al contrario, están
preocupados, tocados en su fibra política, aunque sin llegar a en­
contrar una traducción de esta angustia en una acción común?
Aquí, en España, ¿de qué se trata? El resultado de las elecciones
españolas da lugar a un conflicto de interpretaciones. ¿Es el resul­
tado de un movimiento de la verdad, una insurrección contra el
mensaje de Estado? ¿Es el resultado del miedo de una parte de la
población? La interpretación que prevalece es la de un sobresalto
de la verdad. Sin embargo, por la dificultad de la interpretación,
vemos de qué manera la reacción al trauma resiste a su reducción
a un comentario unívoco.
El horror es "traumatismo" en un sentido clínico en la medida
en que se trata de muertos, de heridas que dejarán secuelas físicas
y psíquicas, pero también en la medida en que crea un agujero en
el discurso común. Tanto si es en el nivel de lo colectivo como en
el de lo singular, nos encontramos con la impotencia del discurso
a la hora de leer el acontecimiento. Es esta impotencia común que
el post-traumatíc stress dísorder, apreciado por los manuales esta­
dísticos epidemiológicos de los dos últimos decenios del siglo XX,
el manual americano DSM IV y el manual europeo ICD-10, inten­
ta reducir a un fundamento biológico universal, transcultural.

39
La genera l ización del tra u m a

La clínica clásica del trauma fue especialmente ampliada, en


esos manuales, más allá de los límites generalmente admitidos
hasta los años '80. La nueva extensión del término se justifica por
un fenómeno que se sitúa en la interfaz entre la descripción cien­
tífica del mundo y un fenómeno cultural que la excede.
A medida que la ciencia avanza en su descripción de cada una
de nuestras determinaciones objetivas, desde la programación ge­
nética hasta la programación del medio ambiente global, pasando
por el cálculo de los riesgos posibles, hace existir una causalidad
determinista universal. El mundo, más que un reloj, aparece hoy
como un programa de ordenador. Esa es nuestra manera de leer
el libro de Dios. En la medida en que sólo se admite esta causali­
dad, surge el escándalo de lo contingente, de lo imposible de pro­
gramar del trauma. En la medida en que somos beneficiarios de
una mejor descripción científica del mundo, toman consistencia
tanto el síndrome de estrés postraumático, vinculado a la irrup­
ción de una causa no programable, como la tendencia a describir
el mundo a partir del trauma. Todo lo que no es programable se
convierte en trauma. Esto llega hasta el punto de que, por ejem­
plo, en conferencias de la OMS, escuchamos proposiciones que
apuntan a considerar la sexualidad misma como un post-trauma­
tic stress disorder. Nuestro cuerpo no está hecho para ser sexuado,
como lo muestra el hecho de que los hombres y las mujeres se
comportan mucho menos adecuadamente que los animales. De
ello se deduce un trauma incontestable vinculado al sexo. Se pue­
de entonces describir la sexuación entera como una reacción difí­
cil al trauma. Es un esfuerzo entre otros para reducir la descrip­
ción del funcionamiento del body o de la mind a un solo modelo,
el que conjuga la causalidad programada con la irrupción de la
contingencia que sorprende.
Es paradójico, se podría decir, pedir a un psicoanalista que ha­
ble de las consecuencias del trauma puesto que el psicoanálisis
freudiano está fundado precisamente sobre el abandono de la teo­
ría del trauma de la seducción. Efectivamente, durante dos años
de su vida, entre 1895 y 1897, Freud pensó poder reducir la sexua­
lidad a un mal encuentro. Luego abandonó esta teoría y pensó que
es en la sexualidad misma donde había que encontrar la causa ne-
40 cesaría del malestar en la sexualidad, y no en la contingencia.
Fue veinticinco años más tarde, después de la primera guerra
mundial, cuando Freud dio un sentido nuevo a los accidentes
traumáticos y a las patologías consecuencia de ellos. Hizo de ellos
entonces un ejemplo del fracaso del principio de placer y uno de
los fundamentos de la hipótesis de la pulsión de muerte. El sín­
drome traumático de guerra, tanto si su definición es psicoanalí­
tica como si no lo es, se caracteriza por poseer un núcleo constan­
te: durante largos períodos, y sin ningún remedio, unos sueños re­
petitivos, que reproducen la escena traumática, provocan desper­
tares angustiados. Estos sueños contrastan con una actividad de
vigilia que, por su parte, puede no sufrir menoscabo.
Freud hubo de conocer esos síndromes, puesto que fue consul­
tado como experto durante la guerra y justo después de ella. Jean­
Claude Maleval, en una ponencia reciente enmarcada en nuestra
crítica de la emergencia de las terapias cognitivo-conductuales,
recuerda de qué modo Freud tomó partido contra los métodos
utilizados por la psiquiatría alemana de la época para tratar los
traumatizados. El "tratamiento" consistía en la aplicación de cho­
ques eléctricos completados con una sugestión autoritaria, desti­
nada a obligar a los soldados a volver al frente en un encuadra­
miento muy cerrado. Los métodos fraceses e ingleses, distintos,
eran más flexibles.13
Durante la segunda guerra mundial se prosiguió con esa ten­
dencia liberal en el tratamiento de las neurosis de guerra. Gracias
a esa extensión del tratamiento, hemos podido saber que, contra­
riamente a lo que pensaba Freud en 1918, el hecho de haber recibi­
do una herida física no protege de una neurosis traumática. Un
ochenta por ciento de los heridos graves en ocasión de los atenta­
dos presentan, y ello hasta varios años después del acontecimien­
to, síndromes de repetición, trastornos fóbicos o depresivos. Pudi­
mos concebir la segunda guerra mundial, toda ella, como una
reacción postraumática a la masacre de 1914-1918. Finalmente, he­
mos sabido que fueron sobre todo las consecuencias de la guerra

13 FREUD, S., "Informe sobre la electroterapia de los neuróticos de guerra"


(1955[1920]), en Obras completas, vol. XII, Amorrortu, Bs. As., 1976, págs.
211-212: "Este tratamiento doloroso, creado en el ejército alemán con pro­
pósitos terapéuticos, es muy posible que se practicara de una manera ma­
siva. Cuando se lo empleó en las clínicas de Viena, estoy personalmente
convencido de que nunca se lo incrementó hasta la crueldad merced a la
iniciativa del profesor Wagner-Jauregg." 41
de Vietnam lo que cambió la concepción del tratamiento del trau­
ma en psiquiatría.l4 No fue hasta 1979 cuando los veteranos fue­
ron censados, evaluados, insertados en programas de rehabilita­
ción¡ y fue también en esa época cuando la sociedad americana
empezó a reconciliarse con los soldados traumatizados. Los psi­
quiatras americanos, muy ampliamente movilizados alrededor de
este problema, volvieron a poner en vigencia el concepto de stress
y la particularidad de la reacción que engendra. Esa importante
movilización de los psiquiatras y de los psicólogos americanos so­
bre el te,ma social de la reinserción hizo salir al trauma del círculo
estrecho de la psiquiatría militar para presentarse como un punto
de vista general desde el cual abordar los fenómenos clínicos vin­
culados a las catástrofes individuales o colectivas de la vida social.
El segundo factor que trae consigo la extensión del síndrome,
es la patología propia de las megalópolis de la segunda mitad del
siglo XX. Las...megalópolis actúan en un doble registro. De un la­
do, engendran un espacio social marcado por un efecto de irre<Vi­
dad. El admirable pensador alemán Walter Benjamín denomina­
ba a ese efecto "el mundo de la alegoría" propio de la gran ciudad
donde el reino de la mercancía, de la publicidad, del signo, su­
merge al sujeto en un mundo artificial, en una metáfora de la vi­
da. Los medios de comunicación y la televisión han generalizado
ese sentimiento de irrealidad, de virtualidad. La aldea global si­
gue corriendo el riesgo de representarse como una galería comer­
cial de megalópolis virtual. De otro lado, el lugar del artefacto es
el lugar de la agresión, de la violencia urbana, de la agresión se­
xual, del terrorismo, etc.
Fue en los Estados Unidos donde por primera vez los grupos
feministas quisieron hacer reconocer la violación como un trau­
ma¡ no querían que fuese tratado como un delito de derecho co­
mún, sino como un crimen clínico, que comporta consecuencias
subjetivas de larga duración. Y, en consecuencia, pidieron a los tri­
bunales reparaciones de mayor importe y sanciones más graves.
Ciertas categorías profesionales también pidieron reparación
por el estrés que sufrían. Por una suerte de mueca de la historia,
el sindicato de los conductores de tren alemanes pidió reparación

14 BRIOLE, G., LEBIGOT, F., LAFONT, B., FAVRE, J.-D., VALLET, D., Le traumatís­
me psychique: rencontre et devenir, publicado por el Congres de Psychiatrie
42 et de Neurologie de Langue Franr;aise, Masson, París, 1994.
por el estrés producido por el hecho de que Alemania es el país de
Europa donde más gente se suicida arrojándose bajo los trenes
(un suicidio cada cinco minutos). Digo mueca de la historia pues
no hemos de olvidar, en este fenómeno, la importancia de la refle­
xión sobre las secuelas de los campos de concentración. Los psi­
quiatras que se ocuparon de los supervivientes descubrieron en
efecto el "síndrome de la culpabilidad del superviviente", con fe­
nómenos comparables a los de los traumas de guerra: ansiedad y
depresión asociados a trastornos somáticos variados. Frente a una
experiencia de encuentro con la muerte que desafía a toda razón,
se producen fenómenos parecidos.
Dos factores intervienen pues en la extensión clínica del trau­
ma. De un lado, la experiencia psiquiátrica de los traumas de gue­
rra en los países democráticos, es decir, en los países en los que no
se abandona a los ciudadanos a la muerte sin palabras. En rela­
ción con esto, las nuevas definiciones de las misiones de "mante­
nimiento de la paz", la extensión del papel "humanitario" de los
ejércitos, especialmente europeos, acentúan esta experiencia. Una
película como Warriors ha popularizado el trauma de guerra en
las operaciones de mantenimiento de la paz. De otro lado, al to­
mar en cuenta la patología civil del trauma, se extiende la defini­
ción de la experiencia traumatizante a cualquier experiencia que
comporte el encuentro de un riesgo importante para la seguridad
o la salud del sujeto. La lista de los peligros mezcla ahora cual­
quier tipo de catástrofe técnica, de accidente individual o colecti­
vo, con una agresión individual, un atentado, la guerra o la viola­
ción.

La en erg ía del tra u ma

Ya en 1895, Freud anudaba el núcleo de la neurosis con el sín­


drome de repetición. En su descripción de la histeria de angustia,
menciona el despertar nocturno seguido de un síndrome de repe­
tición con pesadillas. Sólo después de haber aislado el puro ins­
tinto de muerte Freud separa los sueños de repetición y la histe­
ria, y habla, en el síndrome de repetición traumática, de un fraca­
so de la repetición neurótica, de un fracaso de las defensas, de un
fracaso del escudo para-excitación. 43
La cuestión es saber cómo releer ahora estas metáforas energé­
ticas fr�udianas. La cuestión del trauma constituye de algún mo­
do una piedra de toque. Aparentemente es el lugar por excelencia
de la energía, de la cantidad de efracción.
En 1926, cuando modifica el sentido del "traumatismo del na­
cimiento" de su antiguo alumno Otto Rank, Freud reincorpora las
concepciones que anteriormente había considerado en momentos
de angustia ante pérdidas esenciales. Freud distingue la angustia
experimentada en ocasión del nacimiento y lo que corresponde,
propiamente hablando, al traumatismo de la pérdida del objeto
materno. Freud se atreve a hacer de la pérdida necesaria de la ma­
dre el modelo de todos los demás traumas.15 Es pues sobre ese
fondo que hay que entender el aforismo que figura en un texto ca­
si contemporáneo, sobre "La denegación", de 1925, donde el ob­
jeto no ha de ser encontrado sino siempre "reencontrado", 1 6 o
siempre encontrado sobre el fondo de una pérdida primordial.
Lacan retradujo el inconsciente freudiano y la pérdida funda­
mental que le es central en los términos del pensamiento del siglo
XX, el que se ha podido llamar el siglo del "gin;:> lingüístico". En
el curso de ese siglo XX, tradiciones filosóficas diferentes, como
las de Frege, Russell o Husserl, pusieron el acento sobre el drama
que hace que no podamos ya salir del lenguaje una vez que he­
mos entrado en él. Es lo que el primer Wittgenstein enuncia en su
tesis pesimista según la cual la filosofía no puede hacer otra cosa

15 FREUD, S., "Inhibición, síntoma y angustia", en Obras completas, vol. XX,


Amorrortu, Bs. As., 1976, págs., 158-159: "La situación en la que echa de
menos a la madre es para él, a consecuencia de su malentendido, no una
situación de peligro, sino traumática. [ ... ] La primera condición de angus­
tia que el yo mismo introduce es, por lo tanto [ ... ] la de la pérdida de ob­
jeto. [ . . . ] La situación .traumática de la ausencia de la madre diverge en un
punto decisivo de la situación traumática del nacimiento. En ese momen­
to no existía objeto alguno que pudiera echarse de menos."
16 FREUD, S., "Die Verneinung", en Gesammelte Werke, vol. XIV, Londres, S.
Fischer Verlag, 1948, pág. 14. "Der erste und niichste Zweck der Realitá'tsprü­
fung ist also nicht, ein dem Vorstellten ensprechendes Objekt in der realen
Wahrnehmung zu finden, sondern es wiederzufinden, sich zu überzeugen, dajJ
es noch vorhanden ist. " Cf. Obras completas, vol. XIX , Amorrortu, Bs. As.,
1976, pág. 255 : "El fin primero y más inmediato del examen de realidad
no es, por lo tanto, hallar en la percepción objetiva un objeto que respon­
da a lo representado, sino reencontrarlo, convencerse de que todavía está
44 ahí."
que demostrar tautologías y que el mundo no puede "mostrarse"
sino a través de otros discursos: la estética, la moral, la religión. La
efracción del discurso se produce por la mostración; el resto es
tautología.
Lacan mostró que la tesis de Freud puede formularse así: veni­
mos al mundo con un parásito, al que denomina inconsciente. En
el momento mismo en que aprendemos a hablar, hacemos la expe­
riencia de algo que vive de otro modo que lo vivo, que es el lengua­
je y sus significaciones. En el mismo movimiento en el que comu­
nicamos nuestras experiencias libidinales, hacemos el descubri­
miento de los límites de esta comunicación, el hecho de que el len­
guaje es un muro. Si se da el caso de que no estamos demasiado
aplastados por el malentendido, conseguimos hablar. Pero hace­
mos entonces la experiencia de que ya no saldremos del lenguaje.
En el borde del sistema del lenguaje, un cierto número de fe­
nómenos clínicos responden a la categoría de lo real. Esos fenó­
menos están a la vez en el borde y en el corazón de ese sistema del
lenguaje. El trauma responde a una topología que no está hecha
simplemente de un interior y de un exterior. El trauma, la aluci­
nación, la experiencia de goce perverso, son fenómenos de los que
se puede decir que tocan con lo real. También el neurótico experi­
menta momentos de angustia que le dan una idea de esos fenó­
menos y que le arrancan de su tendencia a considerar la vida co­
mo un sueño.
En este sentido, la extensión actual de la clínica del trauma en
las clasificaciones psiquiátricas es la consecuencia lógica de la ex­
tensión de la descripción lingüística del mundo, tanto en los mo­
delos científicos como en su extensión más o menos justificada en
las neurociencias. Pero la cuestión verdadera que se plantea es el
del lugar lógico del trauma, en los diferentes modelos que nos son
propuestos.

Los l u g a res del tra u m a

L a cuestión del traumatismo es en efecto una cuestión de inte­


rior y de exterior, pero las relaciones de esas dimensiones son
complejas, como muchos textos de Freud -y no sólo su escrito so­
bre "La negación" de 1925- lo muestran.
Lacan, ya en 1953, propone, para dar cuenta de ésto, inscribir 45
al lenguaje en un espacio topológico cerrado particular: el toro.
"De querer dar una representación intuitiva suya, parece que más
que a la superficialidad de una zona, es a la forma tridimensional
de un toro a lo que habría que recurrir, en virtud de que su exte­
rioridad periférica y su exterioridad central no constituyen sino
una única región."17

Este modelo presenta la particularidad de designar un interior


que está también en el exterior. Tal como es, afecta profundamen­
te a la concepción del espacio en general. Las reflexiones sobre la
topología nos permiten ir hacia "la liberación progresiva de la no­
ción de distancia en geometría" y también de "distancia" psíqui­
ca en relación con un trauma. El toro es la forma del espacio más
simple que incluye un agujéro.18
En un primer sentido, pues, el trauma es un agujero en el inte­
rior de lo simbólico. Lo simbólico aquí es planteado como el sis­
tema de las Vorstellungen a través de las cuales el sujeto quiere
reencontrar la presencia de algo real. Lo simbólico incluye ahí al
síntoma en su envoltura formal, y también lo que no llega a hacer
síntoma: ese punto de real que permanece exterior a una repre­
sentación simbólica, tanto si es síntoma como si es fantasma in­
consciente. Permite figurar lo real en "exclusión interna a lo sim­
bólico". "Así, el síntoma puede aparecer como un enunciado re-

17LACAN, J., "Función y campo de la palabra y del lenguaeje ... ", en op. cit.,
pág. 308.
18 LuMINET, J.-P., L'Univers chiffonné, Paris, Fayard, 2001, pág. 325. El resul­
tado se obtiene a partir de la definición de una magnitud denominada
"género" de una superficie cerrada, en 1813, por Simon Lhuilier. "Puede
así ser definido para cualquier superficie cerrada, y es denominado 'gé­
nero'. El género del toro es 1, el de una-esfera es O, el de una esfera pro-
46 vista de T asas es T."
petitivo sobre lo real [ ... ]. El sujeto no puede responder a lo real si­
no _sintomatizándolo. El síntoma es la respuesta del sujeto a lo
traumático de lo real."19 Ese punto de reat imposible de reabsor­
ber en lo simbólico, es la angustia entendida en un sentido gene­
ralizado en el que incluye la angustia traumática.

s E)
El tratamiento que se deduce de este modelo es el siguiente: en
caso de trauma, hay que llegar a dar sentido a lo que no lo tiene.
Es el tratamiento por el sentido. El psicoanálisis se inscribe enton­
ces, con otras psicoterapias, en una voluntad de no limitar el trau­
ma a un fuera-de-sentido cuantitativo. Considera que, en el acci­
dente más contingente, la restitución de la trama del sentido, de
la inscripción del trauma en la particularidad inconsciente del su­
jeto� fantasma y síntoma, es curativa.
En esta perspectiva, el psicoanalista es extraño un donante de
sentido. Cuida haciéndose una especie de "héroe hermenéutico
singular" de la comunidad de discurso de la que procede. Frente
a las diferentes figuras del discurso del amo de las que el sujeto
ha sido expulsado, le hace reencorttrar su representante. El psi­
coanálisis se apoya ahí en el inconsciente como un dispositivo q\le
produce sentidp libidinal. Eso supone a la vez desconfiar de la
inscripción del sujeto en grandes categorías anónimas y preservar
su particularidad. A esta posibilidad de borramiento del trauma,
Lacan se refiere en "Función y campo de la palabra y del lengua­
je en psicoanálisis": " ...el [ . . . ]acontecimiento retornará a su valor
traumático susceptible de un progresivo y auténtico desvaneci­
miento, si no se reanima expresamente su sentido"20•
Denominamos al psicoanalista así definido, para parodiar a
Winnicott, un traumatismo LO "suficientemente bueno" para que
"impulse" a hablar. Volvemos a encontrar ahí la función del trau­
matismo como productor de equívoco. El traumatismo tiene co-

19 MILLER, J.-A., "Seminario de Barcelona sobre Die Wege der Symptombil­


dung", en Freudiana, 19, pág. 54.
20 LACAN, J., "Función y campo de la palabra y del lenguaje ... ", en op. cit.,
pág. 251. 47
mo consecuencia sorprendente la de desplazar los límites del dis­
curso. Bajo sus efectos, se habla con gente con los que no se habla­
ba, y se habla de cosas de las que no se hablaba. Miembros de una
familia, que se habían vuelto extraños unos a los otros, vuelven a
anudar lazos. Se crean nuevos vínculos. En ese sentido, el analis­
ta es un partenaire que traumatiza el discurso común para autori­
zar al otro discurso del inconsciente. No se trata entonces del ana­
lista como "héroe hermenéutico"; el analista es más bien aquel
que sabe que el lenguaje, en su fondo más íntimo, permanece fue­
ra de sentido. Sabe que "el lenguaje es un virus", como lo dice el
título de una canción de la performing artist Laurie Anderson. Es
un virus que crea enigma, al cual el sentido del síntoma vendrá a
responder. En su curso "Causa y consentimiento", Jacques-Alain
Miller observa que "el sujeto del significado es un traumatizado
del significante" . Es traumatizado por lo que Lacan acabará deno­
minando la "no-inscripción de la relación sexual". Es lo que deno­
minaba, en un texto anterior a esta fórmula, el "trauma sexual":
"Entre el significante enigmático del trauma sexual y el término al
que viene a substituirse en una cadena significante actual, pasa la
chispa, que fija en un síntoma [ ... ] la significación inaccesible pa­
ra el sujeto consciente en la que puede resolverse" .21
La ilusión de algo real traumático como puramente exterior, es
confundirlo con el mundo: Innenwelt 1 Umwelt, según la reparti­
ción establecida por lo imaginario del individuo y de su mundo.
Tenemos la idea de que el mundo existe, que responde como ex­
terior de nuestra existencia. Es lo que hace que Lacan, en una en­
trevista sensacional de 1974, publicada en Le magazine litteraire del
mes pasado, puede pronunciar el dicho inaudi!o según el cual "lo
real no existe" . No existe en el sentido de que no hay universal de
lo real. Lo real existe para cada sujeto como lo que viene a oponer­
se a él, como su pareja, el partenaire-réel. Lacan no dice "es en el
uno por uno" (entonces ese real sería sujeto}, sino que dice que es
"trozo a trozo" . "Lo real no existe", tal como "la mujer no existe".
Sólo hay trozos de real, sólo parcial. Es una confrontación con lo
real como imposible. No es lo real de Leibniz, en el que todo es
"composible". Lo real es lo imposible de una modalidad lógica.

21 LACAN, J., "La instancia de la letra en efinconsciente...", en Escritos 1, Mé-


48 xico, Siglo Veintiuno editores, pág. 498.
No todo es posible a la vez, y así es lo que la lógica del trauma po­
ne en relación.
Freud situaba el traumatismo con la pérdida de la madre. La­
can lo sitúa con la pérdida de la mujer. Lo real se alimentará en­
tonces con lo que nos queda de acceso al jouis-sens, los cuatro o
seis objetos a a los que tenemos acceso. En ese mismo artículo de
la revista Le magazine littéraire, Lacan habla de lo real como un pá­
jaro voraz, que combina la voracidad del pájaro de Venus con la
voracidad del niño de pecho.
La originalidad del psicoanálisis en el conjunto de las terapias
del trauma por la palabra es la de dar testimonio de la aptitud del
sírttoma para la invención; solución que responde al trauma de la
lengua. Puesto que hablamos, sabemos que estamos amenazados
por acontecimientos como el atentado de Madrid. No podemos
ahora ya ver los proyectos de aviones gigantescos como el Airbus
380 sin pensar en la catástrofe de la que un día oiremos hablar. Y
sin embargo, esa multiplicación de los malos encuentros traumá­
ticos, de las tyche negativas, no nos permite eludir la particulari­
dad de lo que fue el ll-M en Madrid y el ll de septiembre de 2001
en Nueva York. Fue el encuentro con la voluntad absolutamente
mala de un Otro que sólo quiere la muerte.
Es por ello, para concluir, que propongo la creación de una
nueva categoría sindrómica, el pre-traumatic stress disorder. Las
veinte alertas de bomba cotidianas que París sufrió durante el
mes de abril, nos forman para ello. El periódico Libération dice que
es el retorno de los locos. Es más bien la manifestación de la locu­
ra ordinaria del mundo. No se trata de la angustia social genera­
lizada (TAG) en lenguaje DSM, sino la APT, la angustia pre-trau­
mática, que nos hace aptos para dirigirnos, uno por uno, al psi­
coanálisis para, más allá de la angustia, hacer frente al trozo de
real que nos toca.

27 de junio de 2004

49
50
Tod os contra la pa red en la
civilización del t rauma
MóNICA TORRES

1) Freud y el cine nortea merica n o actual

Hay una primera teoría del trauma en Freud. E s l a que esboza


en el momento inaugural del psicoanálisis, cuando cree que las
histéricas han atravesado un trauma como acontecimiento de su
biografía. Han sido seducidas por un adulto enfermo, en general
impotente.
Es increíble que hoy día, después que Freud hace ya un siglo
descubrió que sus histéricas lo habían engañado, una parte del ci­
ne norteamericano actual a través de películas como Río místico
(Clint Eastwood, 2003) o Monster (Patty Jenkins, 2003), pretenda
hacernos creer todavía en aquella primera teoría freudiana. En Río
místico, tres niños han atravesado una experiencia traumática,
l;l.llO de ellos ha sido violado y los otros dos han presenciado pasi­
vamente parte de la escena. Cuando el film los vuelve a encontrar,
ya adultos, la huella de aquella primera experiencia traumática
habrá marcado para siempre sus destinos. Lo mismo ocurre con
Monster, una mujer que ha sido abusada en la infancia deviene
asesina serial. Es el trauma singular el que la ha condenado. Es

MóNICA TORRES es psicoanalista en Buenos Aires, AME de la Escuela de Orien­


tación Lacaniana y de la AMP. Responsable del Departamento de estudios so­
bre la familia, perteneciente al Instituto Clínico de Buenos Aires y de su revis­
ta Enlaces. Es docente del ICBA y Miembro del Consejo Científico Académi­
co del mismo. Miembro del Comité iniciativa del Instituto Osear Masotta y
del Consejo estatutario de la EOL • mail: motorres@abaconet.com.ar 51
una teoría política la de este cine norteamericano, trata de hacer­
nos creer que el trauma es un acontecimiento aislado derivado de
episodios concretos de la biografía de un sujeto.
Esta teoría, en verdad, es prefreudiana. Porque si bien Freud
va a decir en su primer teoría del trauma, que el niño o la niña ha
sido seducido en un acontecimiento de la biografía por un adulto
enfermo, sin embargo desde el principio va a necesitar dos esce­
nas para que el trauma se constituya. Es necesario que la segunda
escena resignifique a la primera como traumática.
La teoría de las dos escenas en Freud es un antecedente de lo
que Lacan demuestra en su escrito sobre el "Tiempo lógico ... " . Es
decir, de los conceptos de tiempo de comprender y momento de
concluir. El momento de concluir pone fin al tiempo de compren­
der y no a la inversa. Así como la segunda escena freudiana deter­
mina la primera.
Luego Freud pasa del concepto de trauma al concepto de fan­
tasía, cuando le escribe a Fliess: "Todas mis histéricas me han en­
gañado". Con lo que abandona en parte el concepto de trauma
que va a retomar posteriormente y de otro modo en "El malestar
en la cultura".
En su artículo "El revés del trauma"1 Éric Laurent nos relata
que el sindicato de conductores de trenes alemanes pidió com­
pensación por el estrés producido por el hecho de que Alemania
es el país de Europa donde se producen más suicidios de gente
que se tira bajo el tren (uno cada cinco minutos).
Es en este sentido que voy a contraponer las películas nortea­
mericanas, ya comentadas, con su teoría del trauma prefreudiano,
a la película alemana Contra la pared, allí donde se nos habla del
trauma generalizado, del trauma de la civilización.
Sabemos con Lacan que el sujeto está afectado a la vez por el
trauma del lenguaje y por el de ser sexuado, que no son sino uno.
En la civilización del Otro que no existe el trauma se ha gene­
ralizado, lo que es el modo actual del no hay relación sexual.
¿Cómo inventar un nuevo Otro después del traumatismo?
Creo que hay ciertos films que atraviesan la ficción y tocan lo
real, como sólo algunas obras de arte pueden hacerlo.

LAURENT, E., "El revés del trauma", en Virtualia No 6, Junio /Julio del 2006,
52 Revista Digital de la Escuela de la Orientación Lacaniana.
1 1 ) U n h ij o del tra uma

Fatih Akin, e l director d e Contra la pared, nació e n Alemania en


19732. Es hijo de inmigrantes turcos y estudió en la Escuela de Be­
llas Artes de Hamburgo. Con esta película ganó el Oso de Oro del
Festival de Berlín de 2004. Akin es uno de los representantes del
llamado "cine turco-alemán", constituido por directores pertene­
cientes a la primera y segunda generación de inmigrantes turcos,
cuyos padres y abuelos formaron parte de la mano de obra mas­
culina que, para reemplazar a los hombres muertos en la Segun­
da Guerra Mundial, arribaron en masa a Alemania y formaron
parte del llamado "milagro alemán".
Esto hijos y nietos de inmigrantes hablan alemán pero perma­
necen en una frontera, en un borde, entre la nostalgia del objeto
perdido, es decir el viejo terruño que no pueden abandonar aun­
que nunca lo hayan conocido, y la vida local de la Alemania ac­
tual.
Por eso la cultura a la que se refiere Akin no es ni la turca de
sus padres, ni la alemana de su país natal. La vida de sus perso­
najes suele transcurrir en la multicultural y abierta Hamburgo y
algunos están orgullosos de vivir en esa ciudad aunque estén en
general confinados a un barrio, Altana, en el que también habitan
hijos de griegos, serbios y albanos.
Los personajes de Akin son frenéticos y excesivos, están dibu­
jados en blanco y negro.
En Contra la pared, Caith y Sibel, sus dos protagonistas, se co­
nocen en un centro de salud al que han sido enviados después de
sendos intentos de suicidio. Caith, el personaje masculino, droga­
dicto, borracho, y perdido, casi muerto, intenta suicidarse estre­
llando su auto contra la pared. Por otra parte su vida, sin futuro
probable, ya lo había puesto contra las cuerdas.
Sibel hace un intento de suicidio más bien fingido, para inten­
tar huir de la tutela de su familia turca, machista, conservadora y
cruel. Sibel le propone a Caith un matrimonio blanco, un matri­
monio por conveniencia, para poder huir de su familia. Caith fi­
nalmente acepta, ante la ferocidad de Sibel por conservar la vida
aun a riesgo de jugar con la muerte. Quizás por compasión, qui­
zás porque ya no tiene nada que perder. Sibel y Caith transitan

2
CAMPERO, A., "Cine con filo", en Revista El Amante No 155, abril de 2005. 53
por los bordes, se marcan los cuerpos con heridas y tatuajes. La
sangre corre de una manera casi erótica en este frenesí de seres
acorralados e imposibles de domesticar.
Sibel representa la luminosidad femenina, es su determinación
la que va a ir salvando a Caith de su ruina. Sin embargo, la segre­
gación que ambos sufren, el exilio de cualquier tierra posible, ya
que no son ni turcos ni alemanes, y sobre todo el exilio de la rela­
ción sexual, terminará por separarlos. La solución por la vía del
amor llegará tarde.

1 1 1) Tra uma y rea l

El trauma entonces es a la vez proceso y acontecimiento.


En la película mencionada los protagonistas sufren del trauma
de ser sexuados y del agujero que el trauma produce en el interior
de lo simbólico.
Sí tomamos los dos sentidos del trauma que Éríc Laurent refie­
re en "El revés del trauma"3, Caith está abrumado por la angustia
que produce el hecho de que lo real esté en exclusión interna res­
pecto de lo simbólico. Este punto de real, que no puede ser reab­
sorbido por lo simbólico, es la angustia, que tiene un sentido ge­
neralizado pero que a la vez incluye la angustia traumática.
Por otro lado, a mi entender, Sibel nos demuestra que hay sim­
bólico en lo real. Cuando por una contingencia fatal, pierde a Caith
en el momento que descubre su amor por él, Sibel se queda real­
mente sin Otro. No hay lugar para ella, ni en Alemania donde ha­
bitan su padre y su hermano que la rechazan para siempre, porque
ha mancillado el honor familiar, ni en Estambul, lugar al que vuel­
ve, aunque nunca ha estado allí, para intentar nuevamente el sui­
cidio, esta vez no fingido. Y trata de que al fin los turcos la asesi­
nen y esa vida en la frontera, en el borde, entre la alegría de vivir,
el gusto por el sexo y el oscuro yugo paternal, termine de una vez.
Se trata de la civilización del trauma. Cuando al fin Caith y Si­
be} se encuentren para volver a separarse, los dos habrán sobrevi­
vido. Han vivido en el borde feroz que la segregación delimita pa­
ra ellos. Él, condenado ya, sin ganas de vivir. Ella luchadora em-

54 3 LAURENT, E., op.cit.


pecinada en una empresa difícil de inventar. Sibel inventa para
Caith una nueva vida, aunque para eso él deba atravesar la cárcel.
También para ellos el trauma, finalmente, es el trauma sexual.
En un sentido, que el trauma sea sexual lo hace generalizado.
Pero hay otro sentido del trauma generalizado, vivimos en tiem­
pos en que el sujeto acuciado por la violencia, la guerra, la pérdi­
da de ideales, el terrorismo y la segregación, atraviesa la civiliza­
ción del trauma. Ya no se trata del malestar en la civilización, si­
no d,e que el trauma es la civilización de nuestro tiempo.4 Es decir,
un fenómeno cultural que se sitúa a nivel del acontecimiento y
que ningún discurso puede cubrir. Es la manera en que el sin-sen­
tido se expresa en la época actual.
Hay una escena crucial en la película en la que Caith, interna­
do en lo que parece ser un Centro de Atención al Suicida, lastima­
do, vendado y con su aspecto de vago, sucio y desesperado, se en­
frenta con un psicoterapeuta alemán, que pretende reinsertar la
vida del turco en un sentido. Cariñoso, afable, el terapeuta preten­
de encauzar a Caith por la buena senda. Si usted no quiere vivir
más, le dice, no es necesario que se mate, puede ir a Africa a ayu­
dar a los carenciados, por ejemplo. Caith lo mira atónito y le con­
testa, antes de abandonar el consultorio: "Usted está loco" . Poder
decir esto inicia su posible salida. Se trata de un terapeuta que
pretende reparar el sentido que el sujeto ha perdido.
Un analista no puede restaurar el sentido en una vida ator­
mentada, este terapeuta quiere incluso hacerse simpático a los
ojos del pretendido paciente, recordando la música que él supone
que ama el suicida en cuestión. Tratando de establecer entre am­
bos un sentido común, un mundo común.
Pero no vivimos en un mundo común, donde termine por
unirnos la referencia al lenguaje. Antes bien, vivimos en un mun­
do que nos tiene a todos contra la pared del sin-sentido, y lo que
nos es común es la referencia al trauma de la lengua y a la no-exis­
tencia de la relación sexual. Lo real elude lo que puede compren­
derse. Es por eso que Caith desprecia al terapeuta, y en especial a
uno que desconoce los contragolpes agresivos de la caridad.

4 LAURENT, E., "Hijos del trauma", en La urgencia generalizada, Grama edi-


ciones, Bs. As., 2004. 55
IV) Ojos bien abiertos

Jacques-Alain Miller, en su seminario de este año, nos recuer­


da al Kubrick de Ojos bien cerrados, subrayando que esos ojos bien
cerrados ponen en evidencia los ojos bien abiertos.5
El terapeuta duerme, pero Caith y Sibel, personajes y dobles
del director Fatih Akin, están despiertos. Sibel, presencia femeni­
na luminosa, despierta a Caith del vel alienante al que él se había
sometido: o una vida miserable o una muerte digna. Sin embargo,
los espectadores asistimos, atravesados por el genio del artista, al
final de la trama, allí donde Sibel y Caith encuentran, separados,
una vida de sobrevivientes. En este mundo de todos contra la pa­
red, ¿no quedará sino la salida del sobreviviente?
Quizás si nuestro sujeto se hubiera encontrado con un analis­
ta, en vez que tener que vérselas con un representante de la OMS,
un analista que hubiera podido encarnar el lugar de la pérdida
esencial del objeto, es decir el lugar mismo del trauma, entonces,
nuestro sujeto habría podido recobrar la palabra después del trau­
ma.
Entre el turco y el alemán, en una secuencia insólita, que trans­
curre en un hotel internacional de Estambul, Caith habla en in­
glés. Caith ha olvidado el turco tratando vanamente de volverse
alemán. Pero no se trata de hablar turco, alemán o inglés. En este
mundo global y traumatizado el parletre tendrá que inventar la
lengua que habla. Como los exiliados de Joyce, Fatih Akin, más
allá de sus propios personajes, produce la obra de arte para inven­
tar su lengua. Este hijo del trauma realizó su primer película a los
22 años.

V) Efecto d e agujero

Recordemos aquí las palabras de Lacan en su seminario


L'insu . . : "Felizmente hay un agujero. Entre el delirio social y la
.

idea de Dios, no hay común medida. El sujeto se toma por Dios,


pero es impotente para justificar que se produce de significante,

5
56 MILLER, J.-A., Pieces détachées, Curso 2004 / 2005, Inédito.
del significante 5 [ . . . ] La astucia del hombre es atiborrar todo
1
eso, se los he dicho, con la poesía que es efecto de sentido, pero
también efecto de agujero. No hay más que poesía que permita la
interpretación."6
Frente a lo acuciante de lo que Éric Laurent ha llamado la civi­
lización del trauma, queda la neutralidad del analista, la aspira­
ción del analista por lo real. 7
El otro camino que hay, con relación a esa aspiración por lo
real, es el camino del artista. 8
En el artículo de Éric Laurent titulado "El teatro de la cruel­
dad" publicado en Élucidation nos dice: "Es necesario aceptar que
la luz no está solamente en la razón. Ella surge del movimiento
violento de lo rea1."9
Tendremos que ocuparnos, ahora más que nunca, del movi­
miento violento de lo real. Este mundo le pide al analista que in­
vente una nueva práctica con relación al trauma. Será el único
modo de que pueda estar a la altura del tiempo que le ha tocado
villir.
El primer Freud ya se había encontrado con lo que hoy pode­
mos llamar el trauma de ser sexuados. Un trauma que no les ocu­
rre a unos sí y a otros no. La sexualidad es traumática, y las dife­
rentes neurosis expresan las respuestas que da el sujeto a ese trau­
ma. Sin embargo, en nuestra civilización, aparecen nuevos sínto­
mas y nuevas angustias, lo que hace necesario nuevas respuestas
del psicoanálisis.
La clínica contemporánea, que es la clínica del Otro que no
_existe, pone en evidencia nuevas modalidades de goce, síntomas
que no se organizan alrededor del Nombre del Padre y que dejan
al sujeto cada vez más desamarrado del lazo al Otro y librado a lo
mortífero del goce pulsional.
¿Qué hará el analista, con estos hijos del trauma?, ¿qué lugar
para el analista Después de la masacre? 10

6 LACAN, ]., "L'ínsu que saít de l 'une-bevue s 'aíle a mourre", Clase del 17 de
mayo de 1977, Inédito.
7 LACAN, ]., "Palabras sobre la histeria", 26 de febrero de 1977, Inédito.
8 TORRES, M., "La neutralidad lacaniana", en Revista Enlaces N° 1 0. Publi­
cación del Departamento de Estudios Psicoanalíticos sobre la Familia.
9 LAURENT, E., "El teatro de la crueldad", en Élucídatíon, Editorial Atuel-
Anáfora, Bs. As., 2003.
10
MILNER, J.-C., "Después de la masacre", en É lucídation, op. cit. 57
El artista, nos lleva siempre la delantera, como Akin nos lo de­
muestra; él mismo es un paradigma de lo que significa ser hijo del
trauma de nuestro tiempo. El suyo es un tratamiento posible pa­
ra el trauma.
El psicoanálisis propone su respuesta: se trata de sintomatizar
el_ goce para hacerlo compatible con la vida.

58
La insistencia del tra uma
MAUR/C/0 TARRAB

Es un hecho que la realidad proclama al trauma como un pro­


tagonista de la actualidad. Se podría decir que hay una pareja fa­
mosa en los diarios de la mañana y en los noticieros de la noche:
la pareja que forman el trauma y la catástrofe. Y es interesante ver
cómo son convocados los psy de todo tipo a hacer algo con esa pa­
reja y con su hija dilecta: la angustia.
Una clínica de la urgencia subjetiva no puede ignorar los dia­
rios de la mañana, en especial si se vive en la Argentina, pero no
por eso debe dejarse arrastrar por ellos, ni adoptar las significa­
ciones que son propuestas en la actualidad, ni ceder sobre sus
propios conceptos. Efectivamente la actualidad toma para sus
propios fines, entre ellos vender periódicos, conceptos que el psi­
coanálisis ha instalado en el discurso social. Pero los psicoanalis­
tas no pensamos lo mismo que los medios acerca del trauma, aun­
que vivamos en Buenos Aires, que ya es una manera de vivir al
borde de lo traumático . . .
Los analistas desde Freud hasta aquí tenemos una idea de lo
traumático que no necesariamente coincide con lo dramático, lo
trágico, lo violento, lo desgarrador, etc., etc.
Hemos sido enseñados por la clínica que eso que llamamos
"traumático", eso que cambia una vida de un solo golpe a veces y

MAURICIO TARRAB es psicoanalista en Buenos Aires, AME de la Escuela de la


Orientación Lacaniana (EOL) y Secretario de la Asociación Mundial de Psi-
coanálisis (AMP). Mail: mauriciotarrab@fibertel.com.ar. 59
que va por lo general acompañado del estupor o de la angustia,
puede irrumpir por supuesto a partir de situaciones terribles a las
que estamos expuestos en la vida cotidiana, pero también sabe­
mos que esa no es una condición para que un acontecimiento sea
un trauma. No es necesaria la guerra, el terror o Cromagnon para
que un sujeto se vea expuesto a algo que traumatiza su existencia.
Hay episodios mínimos, menores, intrascendentes, pero que se­
rán decisivos porque el sujeto se encuentra allí con algo inespera­
do, rechazado o que ignora, que conmueve profunda y brusca­
mente su vida. La clínica psicoanalítica enseña cuán traumático
pueden ser un sonido preciso, el rostro de un desconocido, el re­
lato de una historia cruel o de una historia intrascendente, una
música estridente o un murmullo, un comentario intrascendente
de un amigo o su desprecio, la mirada triste de alguien, un recuer­
do, la visión de algo inesperado o la imagen de un sueño . . . lo que
tiene ese valor de trauma nos despierta implacablemente, y pue­
de ser algo, casi nada, que nos toca y a partir de allí irrumpe inso­
portable, incomprensible, algo a lo que aquel que lo sufre no pue­
de encontrarle ningún sentido.
Algo esperaba allí al sujeto y el sujeto no lo sabía, sólo sabe que
está concernido profundamente por ese sentimiento, que debe ha­
cer algo con eso, que eso que siente le agarra las tripas, le hace mar­
char intensamente el corazón, le hace pensar cosas insensatas, es
decir que invade tanto su cuerpo como su pensamiento. Tanto el es­
tupor como la angustia -como señalé más arriba- son efectos y res­
puestas al trauma. El primero, muestra que la detención de las res­
puestas elaborativas del sujeto implican que el aparato que le ha
permitido hasta allí dar sentido a las cosas se ha detenido, o que su
funcionamiento se encuentra perturbado. La segunda -la angus­
tia-, es la certeza de que se debe encontrar una solución, que se la
debe encontrar ya, y que se sabe que no se sabe cuál es esa solución.

Para Jacques Lacan el trauma es el primer nombre que adqui­


rió en la historia del psicoanálisis la función de la tyche, del en­
cuentro con lo real.
" . . . en el origen de la experiencia analítica, lo real se ha presen­
tado bajo la forma de lo inasimilable -bajo la forma del trauma
[ . . . ] el trauma es concebido como algo que ha de ser taponado por
la homeostasis subjetivante que orienta todo el funcionamiento
60 definido por el principio del placer".
Son los términos del Seminario 11 en que Lacan empieza a tra­
bajar el trauma como un nombre de lo real, situándolo como lo
inasimilable al campo del principio del placer, mostrando que el
trauma no viene de "la realidad" sino que es eso que irrumpe co­
mo extraño al funcionamiento de esa "homeostasis subjetivante"
que hoy llamaríamos, con el último Lacan, el campo del sentido.
El trauma es el fuera de sentido por excelencia, y su insistencia,
la insistencia del trauma es el viejo nombre, un nombre mucho más
sabio por cierto que el actualmente famoso stress postraumático,
ese que se quiere evitar a toda costa haciendo hablar al sujeto
traumatizado. No vamos a discutir a esta altura los beneficios de
"hacer hablar", pero sabemos que en la superación de un trauma
no basta la vía elaborativa. Menos aún si se confunde, como se lo
hace en los hechos, elaboración con racionalización.
La problemática de la clínica de la urgencia se lleva muy bien
con la práctica que puede deducirse de la última enseñanza de J.
Lacan, ya que el centro tanto de una como de la otra es la cuestión
de cómo operar con un real fuera de sentido.

Si queremos superar la ingenuidad psyco-periodística, debemos


desplazar nuestro interés desde la realidad del trauma a la insis­
tencia del trauma, para indicar que lo inasimilable, el fuera de sen­
tido, está allí como encuentro inédito, pero también porque siem­
pre ha estado allí y retorna en ese encuentro perturbador. Es la in­
sistencia del trauma que en el seno mismo de los procesos primarios no
se deja olvidar1 .
Es entonces imprescindible al lado del presente del aconteci­
miento y el accidente, tomar una perspectiva que incluya que el
trauma mismo es ineliminable en la constitución de la vida subje­
tiva. Eso permite situar las coordenadas de ese punto del que han
emergido las respuestas que se formularían en términos de fan­
tasma o de síntoma y alrededor del cual se organizó una vida.
Freud y Lacan han enseñado la importancia de co!-1-siderar en
las determinaciones subjetivas, aquello que espera al sujeto en su
advenimiento como sujeto, esos laberintos del linaje alrededor de
los que girará su destino.
Lacan por su parte insistió en la importancia de los pensamien-

LACAN, J., El Seminario, Libro 1 1 , Los cuatro conceptos fundamentales del psi-
coanálisis, Ed. Paidós, Bs. As., 1986, pág. 63. 61
tos que rodearon la concepción del niño. Es aquello que esperaba
al niño en términos de deseo del Otro, tanto del lado del cocodrilo
materno como en términos de pere-versión, que es de donde surgi­
rían las modalidades de sus respuestas. Pero entre lo que espera al
niño, y la respuesta que este da hay una decisión insondable. Al la­
do de lo que espera al sujeto en términos de determinación o de
fortuna hay una decisión que se toma. Una decisión que se toma a
la orilla de lo que traumatiza al sujeto y que le concierne al sujeto.
A veces es una decisión implacable, irrevocable y con la que no
se puede vivir. Una decisión inquebrantable de cuya huella el suje­
to, si hace un análisis, puede tener la chance de ponerse un poco al
lado. En fin; una decisión que marca un destino. Lacan desplaza
tempranamente la causalidad, hacia "esa insondable decisión del
ser" que incide en fijar las determinaciones del drama subjetivo.
De esa "insondable decisión" se deriva entonces una frontera
conceptual. Una frontera que deja de un lado el determinismo
freudiano, ese determinismo exhaustivo que Freud construye y
que termina en el agujero del trauma, y en cuyo límite Freud po­
ne lo insondable en la cuenta de lo disposicional.
Del otro lado, la causalidad lacaniana incluye una causalidad
que al poner en juego una d_ecisión del ser, incluye lo imprevisto,
lo excepcional, lo incomparable de cada uno. Hay entonces deter­
minación, hay encuentro con lo real, hay trauma, pero hay tam­
bién una insondable decisión.

Una clínica de la urgencia haría bien en incluir una perspecti­


va que explorara la relación entre trauma y decisión. Porque al
borde del agujero que el trauma produce, no se trata sólo de alen­
tar decididamente la elaboración, la reconstrucción del Otro que
se ha perdido,y que hay que obtener para producir la invención
de un camino nuevo. Se trata también de situar el tiempo de la de­
cisión que el sujeto habrá de tomar, que tiene la oportunidad de
tomar, al borde de ese abismo. Es su oportunidad y es la eviden­
cia de que frente al trauma se trata también de acto e inscripción.
Es esto, a mi juicio, la diferencia entre tratar la urgencia y el
trauma por el psicoanálisis o psicologizarlos.

62
La é poca q ue niega l o im posi b le

MERCEDES DE FRANCISCO

Cada vez más se hace un uso social de la etiqueta de trauma;


no hay día en que no aparezca esta referencia en los medios. Des­
de luego la deriva que se produce en su significación, por lo me­
nos en el ámbito español, se aleja más y más del valor y de la fun­
ción que tiene para el psicoanálisis.
Todos quieren evitarlo, para ellos, para sus hijos. Los padres y
los profesores, los periodistas, los políticos, consideran algo bené­
fico que el trauma no se produzca, prevenirlo.
Es indudable que la inclusión de esta palabra en el habla co­
mún, es uno de los signos de la incidencia del psicoanálisis en
nuestra época, pero lo preocupante, o por lo menos lo interesante
para indagar, es porqué su significación va tomando una pen­
diente que desvirtúa su valor.
En una película argentina magnífica, "El viento", de Eduardo
Mignona, el protagonista de espaldas a la cámara dice lo siguien­
te, "como en la vida es inevitable el sufrimiento, mejor que sea
por algo verdadero". Pero lo verdadero, uno de los semblantes
privilegiados, no parece muy en auge.
Desde luego el estatuto del trauma con Jacques Lacan, no pue­
de remitirse o quedar reducido a la primera época de Freud, don­
de trauma y escena de seducción aparecían enlazados. Sin embar­
go, la doxa del manual de autoayuda, del comentarista, etc., insis-

MERCEDES DE FRANCISCO es psicoanalista en Madrid, AME de la Escuela La­


caniana de Psicoanálisis (ELP) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
(AMP). mail: mdefrancisco@arrakis.es 63
te en mostrarnos el trauma anudado a los hechos. Esto implica
que la causa del trauma sería el hecho mismo y no el anudamien­
to que se produce en esa experiencia vivida del significante y el
goce. Experiencia que resulta enigmática para el propio sujeto. Se­
paránd9lo de su trama discursiva, de su carácter de huella (goce
en el cU:erpo ), de marca, que provocará la repetición, que organi­
zará la represión bajo la oscilación entre memoria y olvido, se lo­
grará despojarlo de su carácter de demostración.
Con el trauma se demuestra que no hay encuentro sexual que
no cojee. Con las primeras experiencias de la pubertad se com­
prueba que no hay un saber programado sobre como encontrarse
con el partenaire:
Entonces, nos preguntamos, ¿será casual el uso social que se le
da a lo traumático, su sentido, la manera de abordarlo? ¿qué radi­
calidad se pretende eludir cuando se lo considera susceptible de
prevención? ¿qué supone que sean los propios agentes sociales
los que deciden que los hechos en sí mismos son traumáticos?

l . La experienci a . Lo tra u mático.


El avance técnico. La pobreza

Hay un artículo de Walter Benjamín, titulado "Experiencia y


pobreza" (1933) que muestra como la posibilidad de experiencias
para los hombres a partir de la Primera Guerra Mundial se empo­
breció de manera · radical.
Experiencia y narración, tradición, memoria, forman una serie
frente a la de pobreza, el gran progreso técnico, lo actual, la bar­
barie. Estas contraposiciones dibujan el panorama básico de nues­
tra actualidad, aunque ellas se hicieran a principios del siglo XX.
Podemos incluir a Walter Benjamín como uno de los "avisadores
del fuego"*, que nos mostraron los cambios que llevarían a la ca­
tástrofe de la Shoa y la Segunda Guerra Mundial, y que no han
perdido su vigencia para abordar la "rabiante actualidad".

*
Expresión usada por Reyes Mate, en su conferencia "El pensamiento des­
pués del Holocausto" realizada en la Sede de la ELP de Madrid en el es­
pacio Psicoanálisis en la Ciudad. No sé claramente si es una expresión
64 acuñada por él o extraída de algún otro autor.
Frente a estas preguntas que nos hacíamos al principio, este
texto nos marca el camino. Benjamín ahonda en Freud ("Más allá
del principio del placer") para diferenciar la experiencia y el ·acon­
tecimiento, de la vivencia y la toma de conciencia. De ello también
podemos deducir lo equivocado de confundir un tiempo marca­
do por el shock1 , por lo chocante, con la experiencia traumática.
W. Benjamín nos cuenta como los soldados que habían vivido
"las experiencias más espantosas de la historia universal", regre­
saban mudos del campo de batalla, y una generación entera se ha­
bía encontrado indefensa frente a un cambio que afectaba a todo
y que dejaba a la intemperie el "mínimo destructible cuerpo hu­
mano".
Sirviéndose de Freud, Bergson, Baudelaire, W. Benjamin mos­
trará que la experiencia del hombre moderno es tal que la recepción
de shocks se ha convertido en regla, y la consecuencia de ello será
una toma de conciencia rápida, una defensa frente al impacto, pues
hay un flujo incesante de excitaciones que ponen a prueba la tole­
rancia de los sujetos. Este enorme aumento de la tolerancia frente a
este contínuo suceder de conmociones tiene como precio esterilizar
a la conciencia para la experiencia, pues lo característico del shock
en cuanto a la experiencia es no dejar huellas, quedar disuelto en la
conciencia en la medida en que es tolerado por ella.
Esta asepsia con respecto a la huella, a la marca, a la memoria,
es una forma de defensa frente a una realidad permanentemente
plagada de estímulos impactantes. Observamos descriptivamen­
,te como, cada vez más, soportamos imágenes que proliferan por
la televisión, internet, cine, etc., conmocionantes, con la conse­
cuencia de un cierto desagrado fácilmente superable. Nos defen­
demos haciéndonos insensibles, pero también así perdemos nues­
tra capacidad de vivir una experiencia, de que el acontecimiento
nos deje huellas, de que la memoria nos anude a nuestra propia
narración.
El psicoanálisis es una experiencia con la palabra, con el hecho
del relato, del narrar, con la puntuación, con lo poético, y no ha re­
nunciado a que la experiencia revista un carácter traumático, es
decir que sea una experiencia que deje huella, que marque.

ECHEVERRlA, Ignacio, "El shock y la experiencia de la modernidad", en:


Revista Estudios Psicoanalíticos no 4 Trauma y discurso, Edit. Eolia / Miguel
Gómez Ediciones, Madrid. 65
La Primera Guerra Mundial, donde se desplegó por vez pri­
mera el enorme avance tecnológico, tuvo como consecuencia la
pobreza de la experiencia, y dio lugar a sujetos a la defensiva, a
individuos aislados, que cada vez se alejaban más de experiencias
que pudieran transmitirse en el relato. Una contingencia digna de
interrogar, es que justo en esta coyuntura, en estas condiciones,
surge la experiencia psicoanalítica. Freud decide dejar hablar al
paciente, le pide que haga una narración de lo que le ocurre, de
sus acontecimientos en el cuerpo, de sus emociones, de sus angus­
tias, de sus síntomas; de sus experiencias sexuales traumáticas,
etc. El psicoanálisis surge para rescatar al hombre de su esterili­
dad discursiva, para no permitirle quedar aspirado por la masa,
por la "nerviosidad moderna".
Esta gran misión no ha perdido su actualidad. Bajo una forma
todavía más insidiosa, cuantitativamente más alarmante, la po­
breza del relato, del decir, la mudez, la jerga, contribuyen a alejar
al sujeto de su propia marca, de su singular huella. Se evita, se
niega esa letra que aspirará las experiencias, que las tornará sig­
nificativas, imposibles de soslayar, únicas, incomparables, esa
marca de un exilio que será la que encontraremos en el partenaire
y sin la cual la única posibilidad es abandonarse al goce más au­
tístico que nos constituye.
Scheerbart, citado por Benjamín, nos dirá: "Estáis todos tan
agotados sólo por no haber concentrado todos vuestros pensa­
mientos en un plan totalmente grandioso" . Al cansancio lé sigue
el sueño, así encontramos lo que caracteriza nuestros días. Cada
vez más se habla de stress y cansancio, que hay que combatir con
todo tipo de productos "energizantes"; .también para la tristeza
hay fármacos cada vez más afinados. Para ese cuerpo perecedero
y "mínimo" todo tipo de intervenciones quirúrgicas que lo con­
viertan en algo desconocido, en una permanente carrera por ac­
tualizarse, por ser nuevo, por no envejecer, por no llevar las mar­
cas de lo vivido y del tiempo transcurrido. Hombres y mujeres
que perdieron la esperanza de que el otro encuentre en ellos la
marca que los hace únicos, excepcionales, insustituibles.
Me permitiré considerar a Jacques Lacan el "avisador del fue­
go", más certero después de que el mundo atravesó los aconteci­
mientos únicos e incomparables de los campos de concentración.
Los signos e indicaciones a lo largo de su enseñanza están entre lí-
66 neas, no son máximas, ni consejos, ni advertencias, son indicado-
res, avisos, mensajes secretos, como nos lo ha indicado Jacques­
Alain Miller en su curso "Pieces Détachées " (2004-2005), en la
Agencia Lacaniana de Prensa y en "Notice de Fil en Aiguille" del
Seminario Le Sinthome.
Si la Escuela de Francfort, sosteniéndose en Freud, ha colabo­
rado a la realización de diagnósticos de una época que llevaría al
1939, es Jacques Lacan quien después del '45, además, nos habla
de consecuencias.
Jacques Lacan en Escritos I, "Función del psicoanálisis en cri­
minología", dice lo siguiente: " . . . en una civilización en la que el
ideal individualista ha sido elevado a un grado de afirmación
hasta entonces desconocido, los individuos resultan tender hacia
ese estado en el que pensarán, sentirán, harán y amarán exacta­
mente la cosas a las mismas horas en porciones del espacio estric­
tamente equivalentes.
Ahora bien, la noción fundamental de la agresividad correlati­
va a toda identificación alienante permite advertir que en los fe­
nómenos de asimilación social debe haber, a partir de cierta esca­
la cuantitativa, un límite en el que las tensiones agresivas unifor­
madas se deben precipitar en puntos donde la masa se rompe y
polariza."
Desde luego nos encontramos ya en una época que ha supera­
do la escala cuantitativa que Lacan nos señala en estos dos párra­
fos, y es por ello que cada vez más la masa se rompe y se polari­
za, cada vez más los brotes de odio, violencia, muerte, terrorismo,
guerra, etc., serán lo "habitual"; este despliegue de la técnica pro­
vocando permanentes shock en nuestra cotidianeidad.

1 1 . Los expertos, los eva l uadores,


los T CC, frente al tra uma

Lastimosamente, e n España no podemos decir que tenemos


una intelectualidad que haya hecho suya la verdad freudiana, es
por ello que este retroceso que proviene del '39 con el franquismo,
no ha podido ser subsanado.
Como en todo hay excepciones y cada vez son más. Pero, toda­
vía, son muchos los escritores, comentaristas políticos, sociólogos,
etc., alienados a estos ideales de objetividad, cientificismo, que 67
son inseparables de la estadística, la evaluación, el protocolo.
Tanto los instrumentos, como los conceptos en los que se sos­
tienen son de una puerilidad extrema y sorprende aún más que
esto haga mella en distintos actores sociales que se caracterizan
por una relación privilegiada con la palabra.
Ya, en el texto "Los complejos familiares en la formación del
individuo" (1938), Jacques Lacan usa su referencia a la historia y
la sociología para rescatarnos de un posible prejuicio o "tentación
del pensamiento", que nos llevaría a considerar que lo que deter­
mina la familia por como se constituye actualmente, padre, madre
e hijos, sería su carácter biológico. Esta semejanza es puramente
contingente y para demostrarlo acudirá a la Antigüedad donde
encontrará otros tipos de agrupamientos familiares, más extensos,
que no coinciden con esta unidad biológica y de esa manera la des­
miente. Encontraremos en las familias primitivas "un parentesco
menos conforme a los vínculos naturales de consanguinidad" .
A pesar de autores como Levi-Strauss, Durkheim, etc., en mu­
chos casos la "tentación del pensamiento" parece más fuerte y la
balanza se inclina a esta "reducción biologicista", que quizá esté
muy bien descrita por Benjamín cuando nos dice que el sueño del
hombre contemporáneo sería la existencia del Ratón Mickey, don­
de la naturaleza y la técnica, el primitivismo y el confort van uni­
dos, y que frente al cansancio que anida en nosotros, nos propone
"una vida que en cada acto se basta a sí misma".
Esta perniciosa tendencia del pensamiento, no solamente se
sostiene en las dificultades conceptuales para separar lo instinti­
vo de lo innato por parte de los psicólogos, sino que los ideales de
cientificismo que en Freud se deslizaban a lo largo de su obra
también favorecían y favorecen ahora a través de su institución, la
IPA, esta problemática forma de pensar.
Las características psicopatológicas de los sujetos, la orientación
sexual, etc., son tema de estudios biogenéticos. Si se leen atentamen­
te las descripciones de los experimentos tan machaconamente tilda­
dos de científicos (por someterse fundamentalmente a baremos es­
tadísticos), se comprueba la falacia y futilidad de ellos. Travestidos
con los ropajes de lo objetivo, experimental, estadístico . . . se consi­
deran absolutamente indiscutibles, indudables, cuestiones que no
son más que "juegos de manos", donde se engaña al ojo para con­
seguir la meta que sirve a intereses ideológicos y de mercado.
68 Es sorprendente a estas alturas, leer un artículo en la sección
de Salud del periódico El País, donde un catedrático de Psicobio­
logía del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma
de Barcelona, Ignacio Morgado Bemal, después de mareamos por
el laberinto de los grandes descubrimientos que demostrarían que
la homosexualidad se puede explicar genéticamente, termina ce5n
afirmaciones de esta "guisa": "La realidad derivada de las inves­
tigaciones científicas viene a confirmar que el componente gené­
tico no cubre todo el espectro explicativo de la orientación sexual
de las personas, lo cual nos lleva a admitir un margen para los fac­
tores no genéticos, es decir, los ambientales y educativos, por otro
lado críticos respecto a los modos en que se practica la conducta
sexual de cualquier orientación.
Pero esa misma realidad y lo que sabernos sobre la evolución
y el carácter adaptativo del comportamiento nos aleja de la creen­
cia de que la orientación sexual es una opción absolutamente libre
del individuo, una opción que, por otro lado, dejaría expedito el
terreno para quienes creen en la posibilidad de modificar ese tipo
de conducta para adaptarla a patrones de naturaleza más social
que biológica. Queda todavía mucho por conocer sobre las causas
de la orientación sexual, pero, en cualquier caso, a la luz de los da­
tos objetivos que tenernos, no sería sensato obviar su importante
componente congénito".
Aquí apreciamos la lucha ideológica en la que se enmarañan
los propios investigadores científicos. Este psicobiólogo, dedica­
do a las neurociencias, primero parece ir en contra de un criterio
sociológico adaptativo, que implique un modelo de normalidad
(ideológicamente impresentable, un psiquiatra de la Universidad
Católica CEU, declaró que la homosexualidad era una enferme­
dad que podía ser curada en tres meses), y si acepta la vertiente
educativa y sociológica es la que tienen los "cognitivos-conduc­
tuales", que corno bien nos hace saber excluiría toda posible deci­
s_ión del sujeto. Pero desconoce en el enredo que se encuentra
cuando pretende para desresponsabilizar al sujeto de su orienta­
ción sexual ubicar la causa en la genética.
Desde luego la "forclusión" que estos planteamientos hacen
del legado freudiano, y ahora del psicoanálisis lacaniano, es sos­
pechosa. Ni el psicoanálisis tiene corno ideal la adaptación, ni
puede concebir un sujeto al que se le quiera permanentemente
descargar de las consecuencias de sus actos, de sus elecciones,
hasta de sus sueños, corno nos recuerda Freud. 69
Es sorprendente la "proliferación delirante" de explicaciones
orgánicas, neuro-cerebrales, para cuestiones del lazo social, como
por ejemplo el descubrimiento del gen del divorcio. Estos descu­
brimientos que resultan irrisorios, lo que muestran claramente es
como la ciencia forcluye al sujeto del que se ocupa el psicoanáli­
sis, y reduce al hombre a un organismo vivo, despojado de su re­
lación con la palabra, con la letra, con la memoria, con la historia,
con el enigma, con lalangue. ¿No parece este un proyecto demasia­
do aniquilador?
Es evidente que la advertencia de Jacques Lacan en 1938 es de
una validez inquietante.
Es sorprendente que Lacan señale esta dificultad para aceptar
que el significante introduce una distancia entre el goce y el cuer­
po, que el goce es exactamente correlativo a la forma primera en
que entra en juego la marca, el rasgo unario2, justamente en la épo­
ca donde el estructuralismo se desplegaba en toda su potencia. Esa
experiencia traumática, primera, que anuda !alengua, el sexo y la
muerte, es lo que los científicos, educadores, psicólogos, algunos
pensadores, algunos psicoanalistas, pretenden forcluir. Recomien­
do leer algunas páginas de Adorno críticas sobre el psicoanálisis en
su texto Minima Moralia, que caracterizan bien el estilo de institu­
ción que no pudo soportar la enseñanza de Jacques Lacan y que op­
tó por el poder institucional antes que por la verdad freudiana.

1 1 1 . La esfera, el todo, el círcu lo, e l vacío

Adorno decía sobre Benjamín, que sus citas, sus referencias,


eran como bandidos que asaltaban en el camino. Al leer esta fra­
se en el texto de Derrida, Acabados, encontré en esta expresión la
mejor forma de decir lo que me ocurre, a veces, cuando realizo al­
gún texto, trabajo, conferencia.
De repente aparecen párrafos, autores, temas, sin "orden ni
concierto", que me impulsan a seguir un determinado recorrido,
como persiguiendo algo desconocido.
En esta ocasión la cuestión partió de la referencia al círculo de

2 LACAN, J., El Seminario, Libro 1 7, El reverso del psicoanálisis, Ed. Paidós, Bs.
70 As., 1992, pág. 191.
Popilius en Le Sinthome, comentada por Jacques-Alain Miller. Ca­
da vez que pensaba en redactar estas líneas aparecía la convic­
ción, que me llegaba a parecer insensata, de que esta referencia
me sería útil para este trabajo.
En el rastreo por los Seminarios de Jacques Lacan, y sobre to­
do teniendo como base el 23, encontré un punto en común "el dar
vueltas en círculo" que es señalado por Jacques-Alain Miller en su
comentario: "Es así que la trivialidad del círculo popiliano, se en­
cuentra en los círculos separados, que dan lugar cada uno a 'dar
vueltas en círculo', a un encerramiento particular, desaparece
cuando se establece entre ellos, por el sinthome, la nodalidad bo­
rromea a cuatro, y más todavía, la nodalidad falsa (la del último
capítulo)".
En La carta robada, es la policía la que se mueve en círculo, es
decir en una geometría euclidiana que no le permite descubrir na­
da; en Los cuatro conceptos , el impacto interpretativo se da en el
...

momento de cierre del inconsciente, pues exige que tratemos este


cierre como lo que es, un nudo; en El reverso del psicoanálisis se nos
muestra que si algo funciona gira y ello no es por progresismo, es
porque no puede dejar de girar, si no funciona chirría, en el nivel
de asentamiento del objeto a. En esos tres momentos Lacan va
mostrando ese dar vueltas en redondo que caracteriza nuestro
pensamiento, filosofía, etc., y leyendo desde Le Sinthome vemos el
trabajo y esfuerzo que Jacques Lacan se tomó para salir de ello.
"La salida de la noria" comenzó claramente en el Seminario Aun,
un seminario sobre el goce.
En Le Sinthome, Lacan muestra la confusión en la que caemos
al otorgarle al círculo el atributo de totalidad que le corresponde
a la esfera, equivocación que se explica por la representación de la
esfera, en el plano, como un círculo. Sin embargo, el círculo no es
la esfera, pues el círculo, el cordel, contornea un vacío, en el caso
de la esfera no. Ya en el Seminario sobre La transferencia (1960 / 61),
encontrábamos el capítulo titulado "La irrisión de la esfera", que
nos puede facilitar entender esta diferencia.
Esta diferencia entre la esfera y el círculo, en apariencia simple,
implica un cambio fundamental, y aquí se puede entrever el valor
de la iniciativa de Popilius.
¿Por qué el rey Antiochus, rodeado de sus senadores y solda­
dos, siente quebrantado su coraje, por el círculo que dibuja Popi­
lius en la arena con el bastón signo de su vejez, de su castración? 71
¿qué le impedía a este rey, imbuido con toda su ferocidad y poder,
negarse a quedar encerrado en el círculo? ¿Por qué la avidez de
Popilius es tan certera?
Jacques Lacan nos muestra que para decirle a alguien "yo he
hecho un círculo alrededor tuyo, y no saldrás de aquí antes de ha­
berme prometido tal cosa", ello sólo es posible en la medida en
que los seres son inertes, es decir, soportados por un cuerpo, y ac­
to seguido nos dice que encontramos aquí, que las mujeres no
constituyen conjunto por ser no-todas.*
El cuerpo, que soporta el ser, pero no lo es; el no-toda de la
mujer, que no permite hacer un conjunto con ellas; hace posible
que alguien acepte la iniciativa de Popilius.
El rey, comparable al Ministro de La carta robada, como un solo
elemento de un conjunto creado por el círculo en la arena se femi­
niza y necesita, sin saberlo, salir rápidamente del círculo, dando la
respuesta que Popilius espera. (Es una primera lectura que surge
con el entusiasmo del trabajo, y por ello puede ser equivocada).
Una geometría euclidiana que construye el espacio donde "la
policía" da vueltas en redondo; un predominio de la esfera, que
sostiene una concepción del amor como complementariedad, co­
mo suma; una representación de la esfera en el plano que anula el
vacío del círculo; un funcionamiento que implica un eterno girar
en redondo; ¿no abre nuevas perspectivas para entender nuestros
tiempos?
De la trivialidad y futilidad del círculo aislado que nos encie­
rra, sólo podremos salir por la nodalidad de a cuatro con le
sínthome.
Pretender eliminar lo traumático, que en la última época de la
enseñanza de Lacan lo podemos declinar como lo imposible de la
relación sexual y un poco más allá como el sínthome, seguir dan­
do vueltas en redondo, optar por la futilidad, por esta pobreza de
la experiencia que cada vez más nos atenaza, por este intento in­
cluso orquestado por las instituciones estatales de regulaciones
que van en contra de la escritura, de las letras, de la filosofía, de
la historia.
Quizás por ello, aunque sea fácil fracasar con el nudo, optar

Quizás en la iniciativa de Popilius, referida por Jacques Lacan se pueden


encontrar una cierta interlocución, incluso respuesta, al capítulo II de El
72 ser y la nada de Jean Paul Sartre sobre la mala fe. Es un tema a indagar.
por la topología borromea, por el sinthome, será la única forma de
no girar en redondo, de que haya a la vez relación sexual y no la
haya.
Solamente aceptando la no existencia de la relación sexual, su
imposibilidad, y la no equivalencia entre los sexos, podemos
apostar por la posible relación. Donde hay relación es en la medi­
da donde hay sinthome, es decir donde el otro sexo es soporte del
sinthome, una mujer es un sinthome para todo hombre, un hombre
es una aflicción para una mujer, algo peor que un sinthome, inclu­
so. un estrago, un rapto.
¿Qué lazos proponen los que se mantienen en una idea totali­
taria de la existencia? El lazo al objeto de consumo, al goce más
autístico, a la apatía más letal, al sueño narcotizante, etc. Es por
ello que la apuesta por el sinthome no solamente supone apostar
por el psicoanálisis, sino por seguir siendo seres hablantes, sexua­
dos y mortales.

B i b l i og rafía

ADORNO, Theodor W., Mínima Moralia, Ediciones Santillana, España, 1998.


BENJAMÍN, W., Para una crítica de liTviolencia, Edit. La nave de los locos, Méxi­
co, 1977.
DERRIDA, J., Acabados, Editorial Minima Trotta, España, 2004.
LACAN, J., "Les complexes Familiaux dans la Jormation de l'individu , 1 938, É di­
"

tions du Seuil, abril 2001.


LACAN, J., "Seminario sobre La carta robada ", en: Escritos 1, Siglo Veintiuno
editores, México, 1971.
LACAN, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoa­
nálisis, Ed. Paidós, Bs. As., 1996.
LACAN, J., El Seminario, Libro 1 7, El reverso del psicoanálisis, Ed. Paidós, Bs. As.,
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LACAN, J., El Seminario, Libro 1 1 , Aun, Ed. Paidós, Bs. As., 1992.
LACAN, J., Le Sinthome, É ditions du Seuil, marzo 2005.
MILLER, J.-A., Curso Pifxes Détachées, 2004 / 2005, inédito.
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2005.
MILLER, J.-A., "El aparato de psicoanalizar", Revista Estudios Psicoanalíticos
n° 4 Trauma y discurso, Edit. Eolia / Miguel Gómez, Madrid.
ROUDINESCO, E., El paciente, el terapeuta y el Estado, Siglo Veintiuno editores,
Madrid, 2005.

73
Angustia y t ra uma
0SVALDO DELGADO

1. I ntrod ucción

Este trabajo se enmarca en el punto II del curso dictado en 2004


en la Facultad de Psicología (UBA) por Eric Laurent: "Los tiempos
de la angustia", que lleva corno título "Retorno a la angustia an­
terior a 1926".
El terna preciso que voy a desarrollar es la diferencia entre
"Angustia señal y angustia traumática", sus fundamentos y con­
Secuencias.
Para poder desarrollar los fundamentos, se hace necesario ubi­
car previamente los antecedentes y anticipaciones en la obra de
Freud, sin dejar de mencionar el modo en que se presentan al fi­
nal de su obra.
El propósito que da origen a esta monografía, es establecer el
fundamento rnetapsicológico freudiano del denominado "ataque
de pánico", a partir de conceptualizar el estatuto de la angustia.
Esta denominación, que agrupa elementos puramente descrip­
tivos en el DSM IV, reúne dos términos: "urgencia" y "trauma".
Por lo tanto, el objetivo que este trabajo persigue es ordenar
conceptualmente el lugar de la angustia en la obra de Freud para

ÜSLVADO DELGADO es psicoanalista en Buenos Aires, AME de la Escuela de la


Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
(AMP). Profesor Adjunto Regular de Cátedra I de Psicoanálisis: Freud,
Faculta de Psicología (UBA) • mail: osvdel@ciudad.com.ar 75
poder aislar su estatuto, ante esta generalización fenoménica en el
conjunto de "las emociones", tal como lo desarrolló Eric Laurent
en su curso.

2. U rgencia y tra u ma

"Urgencia y trauma". La reunión de estos términos recortan


un área de problemática clínica específica. Es decir que la dimen­
sión del trauma ha sido muy abordada y la cuestión de la urgen­
cia también, desde muchas perspectivas, pero el cruce, la intersec­
ción de ambos términos no ha sido suficientemente ordenado y
exige un esfuerzo conceptual muy particular.
"Urgencia" es un término que proviene del código médico y
refiere tanto a un dispositivo asistencial -la urgencia- como un
modo de lo que vamos a llamar "la llegada de los pacientes", un
modo en que llegan ciertos pacientes a la consulta.
Aunque Freud ha descripto la urgencia, por ejemplo en el fa­
moso historial del llamado "Hombre de las ratas" y más específi­
camente en un escrito muy temprano en Freud que se llama "Ob­
servación de un caso severo de hemianestesia en un varón histé­
rico". El relato que hace del modo de presentación de ese sujeto,
es un detalle en donde él dice que se trataba de un hombre que
sufría de dolores de rodilla y en la planta del pie, sensaciones en
la garganta como si tuviera la lengua atada, música en los oídos,
convulsiones leves y ataques de vértigo.
Sin embargo, pese a que Freud destaca esto aquí, y en otros
momentos, al referirse a ciertos pasajes en ciertos historiales, ja­
más "la urgencia" tuvo un estatuto conceptual en la obra freudia­
na ni fue elevado a la categoría de problemática clínica específica.
En la medida en que el psicoanálisis fue extendiendo su medio
de acción en cuanto a terapéutica, avanzando sobre terrenos nue­
vos muy distintos del psicoanálisis puro. En la medida en que el
psicoanálisis fue avanzando hacia otros terrenos, por ejemplo la
clínica con niños, la clínica con psicóticos, las problemáticas que
trajo aparejada la fundación del Ambulatorio Psicoanalítico de
Viena, etc., fue avanzando en la dimensión de la terapéutica y so­
bre terrenos nuevos. Se fue encontrando con problemas absoluta-
76 mente inéditos.
Entonces estas problemáticas nuevas fueron haciendo que los
psicoanalistas tuvieran que ponerse a dar cuenta conceptualmen­
te, y además poder asegurar la eficacia de su acción a partir de las
categorías de la operación analítica en campos totalmente inédi­
tos, en la medida en que cada vez más fue insertándose en los de­
nominados espacios de la llamada Salud Mental.
Por otra parte, siendo que "trauma" también proviene del dis­
curso médico, sin embargo es un término que recorta toda la obra
de Freud. Encontrarnos "trauma" en el inicio, en relación a la "vi­
vencia sexual prematura traumática". Lo vamos a hallar al trau­
ma corno externo a la estructura. Lo vamos a encontrar en el giro
central de la obra de Freud en 1920, en el texto "Más allá del prin­
cipio del placer", corno interno a la estructura.
En Freud se va a producir un movimiento que es la primera
ubicación del concepto de trauma corno acontecimiento, corno un
episodio que es externo a la estructura pero que tiene un estatuto
fundamental en la causación del sujeto mismo. Podríamos decir
que, en términos freudianos, ya desde el inicio de su obra, el trau­
ma aun teniendo el estatuto de un episodio externo, tiene la cate­
goría de estar en la causación del sujeto. La causa misma del su­
jeto va a estar dada por el trauma. En los primeros textos de Freud
nos encontrarnos con que está el episodio traumático, la llamada
"experiencia sexual prematura traumática". Va a aparecer un
tiempo llamado por Freud de latencia, y posteriormente va a pre­
sentarse un representante psíquico que entra en conexión asocia­
tiva con la marca que dejó el episodio traumático, y ese represen­
fante psíquico actúa retroactivarnente. Ahí aparece el concepto de
"retroacción�' en Freud. Ese segundo -representante psíquico que
entra en conexión con la marca que había dejado el episodio hace
que se genere lo que Freud va a llamar el trauma corno perdido,
como inasirnilable, irrecuperable, de lo que quedó una marca. Esa
marca primera que es primera en un sentido, en otro sentido es
segunda porque es el segundo representante que entrando en co­
nexión lo transforma al otro en primero.
El movimiento que hace Freud es el siguiente: el trauma en la
primer época está corno episodio, corno experiencia sexual pre­
matura traumática. Tenernos el episodio, pero el episodio en sí
mismo no produce ningún efecto. No tiene eficacia. Es recién pa­
sado un período que Freud denomina de latencia -y Freud ahí es-
tá trabajando con esas categorías en ese momento- después de la 77
llegada de la pubertad, va a aparecer un representante psíquico,
que va a entrar en conexión asociativa con la marca o la huella que
dejó el episodio traumático. Este segundo tiempo en retroacción
sobre el primero va a transformar al episodio en trauma, es a pos­
teriori.
A su vez, va a producir displacer recién en ese momento. El
displacer respecto al trauma va a aparecer en el segundo momen­
to y va a producir a este momento retroactivamente como prime­
ro, porque recién en el segundo, transforma a esta huella en pri­
mero. Este es un concepto fundamental en la obra de Freud. Aquí,
en la conexión de estos dos representantes psíquicos va a operar,
va a decir Freud, la defensa primaria, produciendo como efecto el
grupo psíquico separado. Opera la defensa y produce el grupo
psíquico separado y ¿qué es ese grupo psíquico separado, sino el
primer antecedente del concepto de inconsciente en la obra de
Freud? Pero queda un resto inasimilable, perdido.
Tenemos un segundo momento, un representante psíquico 2
(dos), que por retroacción vuelve a la huella, lo torna 1 (uno). Es­
to permite la producción de grupos psíquicos separados, o sea
una primera escisión que es constitutiva del inconsciente por lo
tanto constitutivo del sujeto mismo para el psicoanálisis.
El sujeto para el psicoanálisis es ese sujeto dividido, por eso el
trauma está en una relación directa con la causación misma del
sujeto. Tiene un valor causal. A partir de que entran en conexión
estos dos representantes psíquicos donde el segundo torna prime­
ro al primero, vamos a tener un sujetó representado por ese gru­
po psíquico separado. Pero queda un resto inasimilable por la ca­
dena de representantes psíquicos.
Cuando Freud construye el concepto de fantasía;, se le desva­
nece en la teoría la importancia central del concepto de trauma, en
la medida en que el trauma va a quedar ligado al episodio, a lo
acontecido. En la medida en que Freud va a decir "mis histéricas
me engañan", aunque en ese engaño hay una verdad, la fantasía
viene a ocupar el lugar causal que tenía el trauma .en el primer
momento. Pero aun en esa época, la fantasía como realidad psí­
quica, vela la práctica pulsional, nombrada como autoerótica.
Es el tiempo intermedio entre el trauma de la primera época y
el trauma de 1920, porque cuando Freud ubica al trauma el,l 1920
con la introducción del concepto de pulsión de muerte, el trauma
78 ya no va a ser un acontecimiento exterior a la estructura sino in-
terno a la estructura misma. Se mantiene el concepto de trauma.
El concepto de trauma ya no va a referir a ningún episodio, a nin­
gún acontecimiento sino directamente a la exigencia pulsional, a
la pulsión de muerte. Lo que va a venir a ocupar el lugar del trau­
ma como inasimilable y como aquello que pone a su vez a traba­
jar a todo el aparato, a toda la trama, es el trauma como interno a
la estructura, la pulsión de muerte, 1920, "Más allá del principio
del placer".
Al final de su obra, en "Análisis terminable e interminable," y
en "El esquema del psicoanálisis", se va a presentar el trauma res­
pecto a dos cuestiones. Respecto a lo irreductible al final de un
análisis, más allá de los términos del complejo de castración como
envidia del pene y amenaza de castración, va a quedar lo que en
"Análisis terminable e interminable" llama "un fragmento de
agresión libre". Un fragmento de agresión libre es el término fun­
damental del texto "Análisis terminable e interminable", para dar
_cuenta de lo irreductible pulsional en un análisis, más allá del
complejo de castración. Fragmento de agresión libre es la irrup­
·ción pulsional, lo que queda como no ligado por el representante
psíquico. Irrupción, más allá del estatuto de la verdad en la reali­
dad psíquica.
A su vez va a aparecer también "trauma", sosteniendo en el úl­
timo texto psicopatológico de Freud que es "Moisés y la religión
monoteísta," en el capítulo "La analogía", donde se va a referir a
aquellos lugares donde hay una cicatriz en el yo, irreductible, que
S(:! sostiene en los lugares de fijación traumática.
Pasemos ahora al otro término: "Urgencia"
La urgencia reúne la presencia de un padecimiento sin velo,
sin trama, con la cuestión del tiempo. Nombramos el conjunto
"urgencia" compuesta por dos elementos. Escribimos dos ele­
mentos dentro de ese conjunto, y uno de los elementos es un pa­
decimiento sin velo, sin trama; y el otro elemento de ese conjunto
es la cuestión del tiempo, la dimensión del apremio y de la prisa.
Se presenta descriptivamente como desborde, como verborragia,
como desesperación o también como un mutismo inconmovible.
Puede también tener el carácter de una impulsión con todos los
riesgos que implica tanto para sí mismo como para otros. Implica
la dimensión de un acontecimiento que tiene el carácter de algo
abrupto para el equilibrio psíquico del sujeto.
El trauma, a la altura del texto freudiano "Más allá del principio 79
del placer", es abordado como irrupción pulsional o inundación
económica, exactamente en los capítulos III y IV del texto "Más allá
del principio del placer". Irrupción pulsional o inundación econó­
mica. ¿Qué es lo que Freud nos dice en ese texto separando ambas
angustias? Es que en la angustia señal se sostiene la representación
del sujeto, en vez, en la angustia traumática, en la medida en que
se produce la inundación económica como emergencia pulsional
no ligada, dice Freud, implica la caída de la escena psíquica y la
irrupción pulsional. En términos de Freud, dice que "atraviesan,
perforan" lo que llama la barrera protectora antiestírnulo. Dice:
"poseemos una barrera de protección antiestímulo", ¿ante qué es­
tímulo? Justamente ante la irrupción de lo pulsional.
¿Qué es la famosa barrera protectora antiestímulo? Es la cade­
na de representantes psíquicos misma. Es la que le permite al su­
jeto tratar la pulsión y mantener el equilibrio del principio del pla­
cer y de este modo mantener la dimensión homeostática del suje­
to. Homeostasis paradójica, ya que incluye la tensión deseante.
Es un interno-externo -tensión deseante- el modo en que
Freud aborda el problema del trauma como interno a la estructu­
ra. Va -a ubicar un interno-externo. Un exterior que es al .Q1ismo
tiempo lo más íntimo.
El origen del concepto.de extimidad está en Freud en ese inte­
rior-externo, trauma a la altura de "Más allá del principio del pla­
cer". Esta irrupción es algo ante lo cual el sujeto no puede respon­
der como habitualmente lo hace. Es una suspensión de los recur­
sos habituales del sujeto.
La irrupción pulsional deja al sujeto sin escena psíquica y es la
ausencia de escena psíquica lo que reúne trauma y urgencia. O sea
que siguiendo este ordenamiento conceptual, lo que reúne trauma
y urgencia es la caída de toda escena psíquica. Podemos tomar un
modelo paradigmático de la escena psíquica, mediante una forma­
ción del inconsciente: el sueño. El sueño como un ejemplo paradig­
mático de escena psíquica. La escena psíquica que nombramos
"sueño", se sostiene siempre y cuando los dos mecanismos funda­
mentales para la formación de un sueño, que son condensación y
desplazamiento, operen. Porque justamente cuando hay un fraca­
so de los operadores desplazamiento y condensación, operadores
que ligan la pulsión al deseo y mantienen el equilibrio del princi­
pio del placer, cuando fracasan, hay fracaso de la función del sue-
ao ño, caída de la escena psíquica, sueño de angustia, despertar.
3. La ca ída de " l a otra escena " y l a ang ustia

Podemos retomar aquí el concepto de "desamparo", en cuan­


to a la ausencia de significación, como efecto de la caída de la
"otra escena".
La "barrera de protección antiestímulo" revela su punto de fa­
lla, indicando lo pulsional no-ligado.
En el "Proyecto de psicología para neurólogos", el resto que
deja la "experiencia de satisfacción" (el deseo), realiza el "trata­
miento" de lo que dejó como resto "la experiencia de dolor" (el
afecto). Este es el antecedente de la diferencia deseo-pulsión.
El deseo inconsciente busca "ligar" al resto diurno en su cara
perturbadora (pulsional), en el trabajo del sueño. Su fracaso pro­
duce el despertar. A su vez (continuando con el trabajo del sueño
como paradigma de lo que estoy desarrollando), el sueño como
formación, como realidad psíquica, anuda el sentido de los repre­
sentantes psíquicos, la puesta en imágenes (figurabilidad) y el
quantum pulsional (lo hipernítido en todo sueño).
El fracaso del trabajo del sueño conmueve ese anudamiento y
la dimensión de tiempo lógico que le es propia. Específicamente:
"el tiempo para comprender", que marca la dimensión de elabo­
ración pulsional.
La caída de la escena psíquica, implica la puesta en suspensión
"del tiempo para comprender", dejando al sujeto en la pos.k;ión
de: "yo no pienso, soy", propio del pasaje al acto, para arrancarle
a la angustia su certeza.
La operación analítica, permitiendo la apertura del inconscien­
te "yo no soy, pienso" reanuda el tiempo lógico, en donde el suje­
to puede representarse.
Precisamente, en los momentos de urgencia, hay una conmo­
ción de la posición asegurada de la modalidad en el campo de la
repetición por parte del sujeto, ya que los "recursos habituales"
del sujeto, ese "equilibrio psíquico", está sostenido en la repeti­
ción, marcado, trazado por un encuentro absolutamente contin­
gente en la historia del sujeto, que ha tenido para él el estatuto de
su "guía" en el mundo, como las series complementarias en Freud
lo revelan claramente.
Por otra parte, Freud ubicó la necesaria articulación del Ideal
con la represión, para fundamentar "el otro escenario". La conmo­
ción actual de la referencia al Ideal y el empuje al goce, conmue- 81
ve necesariamente esa articulación. El texto del profesor Roberto
Mazzuca y otros, Las dos clínicas de Lacan, en el capítulo IV "Un or­
den de hierro", permitiría avanzar en esa investigación de un mo­
do muy riguroso. Desde ahí, podemos pensar la extensión del fe­
nómeno denominado "ataque de pánico" en su "dimensión gene­
ralizada" (cuestión que requeriría de otro trabajo monográfico).

4. Del trauma a la a n g ustia

Inicialmente, el trauma aparece en la obra de Freud definido


por dos caracteres:
a) Accidental: da cuenta de la experiencia sexual prematura
traumática.
b) Inasimilable: en la medida en que la articulación misma que
pone en juego la defensa deja a la escena como irrecuperable. Es­
tos dos caracteres nombran un límite, ya que formulado como
acontecimiento, el retorno se presenta como ajeno.
La posibilidad de desciframiento opera con las representacio­
nes que se van moviendo en la cadena asociativa hasta cierto lími­
te, ya que la representación inconciliable para el yo es en conexión
con esa escena pero que vale como recuerdo.
Si el primer tiempo del trauma es silencioso y tiene un valor
potencial, es necesaria una represión posterior por recuerdo, para
que adquiera el valor traumático -esto es a posteriori-. El a poste­
riori implica que el recuerdo produzca un displacer mayor que el
que tuvo la vivencia.
En este punto es lícito conectar el exceso de placer de la esce­
na traumática que retorna en la neurosis obsesiva, con la fuente
independiente de desprendimiento de displacer (hipótesis auxi­
liar, 1894). A esta altura, la defensa opera separando la represen­
tación del monto de afecto, y es el testigo en la producción de lo
reprimido inconsciente, del encuentro inconciliable con la sexua­
lidad traumática.
El zwang de la representación reprimida, sostiene una nueva
satisfacción, irreconocible y que se manifiesta como sufrimiento.
Mientras que la representación, vía sustitución, ubica al sínto­
ma en el registro de las formaciones del inconsciente, la suma de
82 excitación en tanto exceso habla de la ganancia primaria de la en-
fermedad. Esto es posible a partir de que, si la suma de excitación
en tanto exceso habla de la ganancia primaria de la enfermedad,
sostiene en su desplazamiento el fals,p enlace, al mismo tiempo
vale como resto, porque la fuente de la que proviene no se agota
en la representación.
El éxito de la defensa se corresponde con la constitución mis­
ma del inconsciente, y su fracaso en conexión con lo inasimilable
retorna en lo compulsivo del síntoma.
Existe aquí una correspondencia puntual con lo formulado por
Freud en el "Proyecto de psicología para neurólogos", en relación
a las dos partes en que se divide el objeto particularmente en la
experiencia hostil (complejo del semejante).
Sabemos que una parte va a formar el conjunto de caracteres
perceptuales constantes que aparecen unidos como cosa (lo inasi­
mílable); mientras que el segundo elemento sobre el objeto es lo
que denomina juicio de atribución (los atributos: bueno o malo).
"Lo que va a orientar al sujeto en la vía de sus deseos es la co­
sa, de la cual podemos saber a través de los atributos, sin poder
jamás alcanzar el núcleo constante. Posición fija de la cosa, que se
caracteriza como lo que vuelve siempre al mismo lugar, soste­
niendo en lo fallido del encuentro, la imposibilidad de cualquier
complementariedad.
Los atributos marcan lo que es cualidad. Puede ser entendido por
la memoria, por una remisión al cuerpo propio del sujeto, a la propia
·experiencia subjetiva. Dicho atributo, va a constituir las representa­
ciones, incluidas las primitivas, alrededor de las cuales se va a articu­
lar lo que va a ser regulado por el principio de placer-displacer. Por
lo tanto, se trata de los signos que la alucinación recupera".
Por su parte, la experiencia de satisfacción produce al objeto
como perdido, con los referentes conceptuales del desamparo y el
Otro prehistórico. El recordar-reproductor indica una memoria no
orgánica constituyendo el placer de desear.
A su vez, a la altura de "Tres ensayos para una teoría sexual"
(1905), Freud indica claramente que no hay adecuación sujeto-ob­
jeto, en la medida en que existe la sexualidad a partir de la pérdi­
da del sexo.
Si la pulsión aparece conectada a bordes (agujeros) del cuerpo
nombrado como libidinal, la madre marcada por la prohibición
con el referente del complejo de castración, sitúa la no comple-
mentariedad. 83
5. Ang ustia señ a l y a ng ustia trau mática

Aquí la primer pregunta que nos formulamos es ¿cuál es la re­


lación de la angustia y el "más allá del principio de placer"? A
partir de aquí la segunda pregunta es, respecto a la diferencia, en­
tre la angustia traumática y angustia señal.
En "Más allá del principio del placer", la angustia surge como
reacción ante un peligro. Este peligro está determinado por la
ruptura de la barrera protectora. El peligro al nivel de la angustia
traumática, es la perturbación económica, producida por un i�­
cremento de las magnitudes de estímulo (núcleo genuino del pe­
ligro). El núcleo genuino del peligro nos lleva a lo que habíamos
trabajado en el "Proyecto ... "

El estado de desamparo no implicaba, como angustia real, una


fantasía de amenaza, sino claramente una amenaza real.
A nivel del más allá del principio de placer, la inundación eco­
nómica de magnitudes se articula con el automatismo económico.
La angustia se generó como reacción ante un estado de peligro.
Pero, ¿cuál t:s ese peligro? Freud lo dice claramente en el capítulo
VIII de "Inhibición, síntoma y angustia"; el aumento de tensión
de la necesidad, frente al cual es impotente.
El incremento de las magnitudes de estímulo en espera de tra­
mitación, implica el peligro del desvalimiento psíquico en rela­
ción al período de inmadurez del yo.
En la situación traumática, frente a la cual se está desvalido,
coinciden el peligro externo y el interno, lo que Freud llama peli­
gro realista y exigencia pulsional. "La situación económica es en
ambos casos la misma y el desvalimiento motor encuentra su ex­
presión en el desvalimiento psíquico".
Pero, ¿y cuál sería esa experiencia pulsional, respecto a la cual
la angustia sería una respuesta? La pulsión de destrucción vuelta
hacia la propia persona.
Conexión, angustia y más allá del principio de placer.
Ahora, ¿dónde realiza Freud la articulación que considero
fundamental en este desarrollo? Es en la "Conferencia 32", llama­
da "Angustia y vida pulsional". Ahí Freud afirma que lo esencial,
respecto a esa gran excitación que es sentida como displacer, y
que el sujeto no puede dominar con su descarga, estado en que
fracasan los esfuerzos del principio de placer, le damos el nom-
84 bre de instante traumático. El instante traumático, paraliza la
función del principio de placer, y da a la situación de peligro su
significación.
La "represión primaria" nace directamente de instantes trau-
máticos.
Entonces tenemos una línea que ubica:
• Desvalimiento.

• Inundación de magnitudes de estímulo - ruptura de la barre­

ra protectora.
• Respuesta ante un peligro.

• Exigencia pulsional, como pulsión de destrucción contra la

propia persona.
• Instante traumático, como fracaso del principio de placer y

base de la represión primaria.


El principio de placer nos asegura contra un daño determina­
do de nuestra economía psíquica.
¿Qué es lo que de aquí obtenemos?
La angustia traumática es respuesta a la ruptura del principio
de placer, a partir de una exigencia pulsional. Como pulsión de
destrucción, se sostiene en ese instante traumático, base de la re­
presión primaria.
Y desde la misma conferencia, hacemos la segunda articula­
ción. Freud realiza la siguiente afirmación, hay un doble origen
de la angustia:
• del instante traumático,

• como señal de que amenaza la repetición de tal instante.

Por lo tanto: "La fuente económica de la angustia debe ser ne-


tamente diferenciada de la pérdida de objeto, más aún, es la per­
turbación económica, la que da su lugar a la importancia de la
madre como objeto y a su pérdida" .
La angustia frente a la separación se funda en un desplaza­
miento de la perturbación económica, al otro que logra impedir­
la, es "decir a su condición". Condición, en tanto que si el objeto
está ausente, se produciría el desencadenamiento del automatis­
mo económico.
Citemos a Freud en el capítulo VIII de "Inhibición, síntoma y
angustia: "Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehen­
sible por vía de la percepción, puede poner término a la situación
peligrosa que recuerda al nacimiento, el contenido del peligro se
desplaza de la situación económica a su condición, la pérdida del
objeto. La ausencia de la madre deviene ahora el peligro. [ ... ] El as
lactante, da la señal de angustia, tan pronto como se produce, aún
antes que sobrevenga la situación económica temida."
En esta línea la angustia vale como una función. ¿Cuál? Ser
una señal para la evitación de la situación de peligro. Como señal,
siendo lo fundamental el desplazamiento que se opera, de la reac­
ción de angustia desde su origen en la situación de desvalimien­
to hasta su expectativa, la situación de peligro, tenemos dos cues­
tiones:
• Expectativa del trauma (anticipación).

• Repetición amenguada de él.


;
Respecto a la primera decimos: la situación de peligro es la si-
tuación de desvalimiento discernida, recordada, esperada. Res­
pecto a la segunda: el yo que ha vivenciado pasivamente el trau­
ma "repite" (wiederholen) ahora de manera activa una reproduc­
ción (reproduktion) morigerada de éste, con la esperanza de poder
guiar de manera autónoma su decurso.
Por lo tanto, la angustia en tanto su función como señal, impli­
ca tanto la expectativa, como la reproducción morigerada. Se arti­
cula a la repetición y al recuerdo. Entonces, esta reacción es una for­
ma de recuerdo, situándose en el marco de la historia del sujeto.
"El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de
la inmadurez del yo, así como el peligro de la pérdida de objeto,
a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez".
Precisamente, en relación a la angustia señal, se va a destacar el
lugar central del yo. El yo es la sede misma de la angustia, y la pre­
cocidad del yo no es madurativa, sino por lo contrario, estructural:
" ... en la medida en que la existencia de la señal en el niño respon­
de a la anticipación que se esboza en la tríada: desamparo, Otro y
llamado; aquello que permite que la estructura del lenguaje se po­
sesione del organismo haciendo devenir sujeto". La angustia, en
tanto estado afectivo, sólo puede ser registrado por el yo.
En el Seminario La angustia, Lacan nos dice que la angustia es
la señal en el yo, pero señal para todo sujeto, del peligro. Y ¿de
qué peligro? Peligro de ser tomado el sujeto como objeto por el
Otro, no como objeto de deseo, sino como el objeto que causó al
Otro como deseante, en una especie de salto temporal. Peligro,
para el sujeto, de su desaparición misma como sujeto. Punto en
donde el deseo del Otro, vale como goce (objeto del goce del
Otro).
86 Volviendo a Freud diremos: la angustia traumática vale como
inundación económica en ruptura del principio de placer, que fi­
ja ese instante traumático, en donde se sostiene la necesidad de la
represión primaria misma.
Instante traumático, como valor de goce en la estructura psí­
quica misma, no asimilable por el principio de placer. Lugar pro­
pio del "más allá". Punto en donde se sostiene la pulsión de des­
trucción contra sí mismo. A partir de aquí, en tanto señal, " .. .lo te­
mido, el objeto de la angustia, es cada vez, la aparición de un ins­
tante traumático, que no puede ser tratado según las normas del
principio de placer" .
A esta irrupción de goce, del denominado instante traumático,
la angustia señal le da un marco con la repetición-reproducción
que, como dice Freud, morigera lo vivenciado pasivamente.
La angustia señal se articula con la represión secundaria y con
la formación de síntomas. Pero los instantes traumáticos surgen
de la vida anímica, sin relación con las situaciones traumáticas su­
puestas, en las cuales la angustia no es despertada, por tanto, co­
mo señal, sino que nace basada en un fundamento inmediato
(irrupción).
La angustia traumática, por lo tanto, se articula con la irrup­
ción de goce. Paralización de la función del principio de placer en
su capacidad de ligar las magnitudes de estímulo; daño en la eco­
nomía psíquica, fracaso de las formaciones del inconsciente.
Si la represión primaria se sostiene en instantes traumáticos,
para que puedan retornar instantes traumáticos, es necesario que
haya una vacilación en la estructura misma de aquello que articu­
la la represión primaria y el masoquismo (pérdida del marco de la
pulsión de destrucción vuelta contra la persona).
Si la pérdida del objeto se articula como condición, en tanto se­
ñal de angustia, en verdad, pérdida, ausencia de la madre vale co­
mo deseo de la madre, como J(, como ausencia en relación a una
presencia, como deseo de la madre más allá del sujeto. Deseo que
hace aparecer un enigma, ausencia que sostiene el Fort-Da, juego
del pequeño con el Otro del significante, a partir de la emergencia
del deseo del Otro.
¿Qué provoca angustia según Lacan? "Contrariamente a lo
que se dice, no el ritmo ni la alternancia de la presencia-ausencia
de la madre, y lo prueba el hecho de que el niño se complace en
renovar ese juego de presencia-ausencia. La posibilidad de la au-
sencia es la seguridad de la presencia. 87
Lo más angustiante para el niño, es justamente esa relación, so­
bre la cuat él se instituye por la falta que le hace desear. Esa rela­
ción, resulta ser lo más perturbador cuando no hay posibilidad de
falta, cuando la madre le está todo el día encima, y especialme�te
al limpiarle el trasero, modelo de la demanda, "de la demanda
que no podría desfallecer" .
En el capítulo VIII de "Inhibición, síntoma y angustia", la an­
gustia surge como reacción ante el peligro determinado por la
ruptura de la barrera protectora. La angustia traumática está cau­
sada por la perturbación económica, producida por el incremento
de las magnitudes de estímulo.
"En ambos aspectos, como fenómeno automático, y como se­
ñal de socorro, la angustia demuestra ser producto del desvali­
miento psíquico del lactante, que el obvio correspondiente de su
desvalimiento biológico (que ambas reconozcan por condición la
separación de la madre no requiere de interpretación psicológica
alguna).
La fuente económica de la ausencia se diferencia de la pérdida
de objeto, ya que es la pérturbación en sí, la que da importancia a
la madre como objeto.
Desplazamiento a la presencia-ausencia del Otro como condi­
ción.
El límite, que separa angustia automática y angustia señat se
juega entre la inundación económica y la condición que de estar
ausente (el objeto) determinaría el desencadenamiento del auto­
matismo económico".
El concepto de desamparo del "Proyecto ... ", es retomado aquí,
en su articulación con la falta de significación "no necesita inter­
pretación psicológica alguna" .
L a cadena d e representantes psíquicos, verdadero lugar d e l a
barrera protectora, revela su punto d e falla, indicando e l goce
irruptivo (no ligado por lo tanto), que queda por fuera de la cade­
na.
"La ausencia de significación, en el nivel de la perturbación
económica es central. Dicha ausencia de significación, funda esa
perturbación económica, como fuera del lenguaje, fuera de la ca­
dena asociativa". Dice Freud: carece aún de todo contenido psí­
quico.
El desamparo, por lo tanto, es situado como un sin recursos,
88 ante la presencia del deseo del Otro, a merced del Otro absoluto.
La perturbación económica, en tanto invasión en el nivel del
proceso primario, habla del factor traumático, que no puede ser
tramitado por el principio de placer. La dimensión económica
funda el más allá del principio de placer y sostiene tanto la tem­
perancia o ligadura como su irrupción, lo no ligado.
Con el marco del desamparo (falla en la cadena, ausencia de
significación), en la violenta irrupción del trauma, se indica la im­
posibilidad de ligar los volúmenes de estímulos. Desde ahí, es
que Freud va a decir que el incremento de las magnitudes de es­
tímulo o acumulación de investiduras, son el peligro real en jue­
go en la angustia traumática. Este peligro es el que se articula en
"Más allá del principio de placer", al diferenciarse en el capítulo
III, Terror, miedo y angustia.
Esta última, implica un cierto estado expectante que sirve co­
mo última defensa; pero " .. .la vida onírica de la neurosis traumá­
tica, reconduce al enfermo una y otra vez a la situación de su ac­
cidente, de la cual despierta con renovado terror" .
La fijeza psíquica del enfermo a la situación traumática, permi­
te anticipar la compulsión de repetición. La excitación traumática
es formulada tanto como algo exterior, como también interior, in­
dicándose el carácter de la pulsión como algo íntimo, pero exte­
rior (trauma interno a la estructura), que tiene la cualidad de per­
forar la protección antiestímulo, y de abolir en un primer momen­
to al principio de placer.
"El apronte angustiado, con su sobreinvestidura de los siste­
mas recipientes, constituye la última trinchera de la protección
antiestímulo".
Con la abolición inicial del principio de placer, la tarea que se
le plantea al aparato, es ligar psíquicamente los volúmenes de es­
tímulo. Por lo tanto, los sueños traumáticos tratan de dominar el
estímulo, a través del desarrollo de angustia faltante en la situa­
ción traumática.
Ese punto de exterioridad que puede ser representado dentro,
tal como lo obtenemos en la experiencia de satisfacción, sostiene
el intento de ligazón psíquica de impresiones traumáticas articu­
lando en el irrestricto imperio del principio de placer, sino la tem­
perancia por este principio; cuando se liga pulsión y deseo. Liga­
dura por la cadena de representantes psíquicos que nombran los
rodeos que enmarcan la marcha, manteniendo la distancia nece-
saria (encuentro fallido) con el objeto perdido. 89
6. Síntesis y conclusiones

La angustia traumática, por lo tanto, se articula con la irrupción


de la pulsión no ligada al deseo. Paralización de la función del
principio de placer en su capacidad de ligar las magnitudes de es­
tímulo, daño en la economía psíquica, fracaso de las formaciones
del inconsciente. Esta angustia nombra la caída de la "otra esce­
na", ya que no operarán sus articuladores. El fracaso de la ligadu­
ra pulsión-deseo, suspende la posibilidad de la significación. Se
trata de un padecimiento no causado por un representante psíqui­
co reprimido (como en el síntoma), sino por la ausencia misma de
ese mecanismo. Por esto mismo, desarticulación del tiempo lógico.
La ausencia de significación es efecto de la perturbación econó­
mica por fuera de la cadena asociativa. Carece aun de todo conte­
nido psíquico (Freud). Este es el fundamento metapsicológico de
lo que hoy se denomina como novedad: "Ataque de pánico".

B i b l iog rafía

FREUD, S., "Análisis terminable e interminable", en Obras Completas, t. XXIII,


Amorrortu, Bs. As., 1985.
FREUD, S., "Comunicación preliminar", en op. cit., t. U, Amorrortu, Bs. As., 1985.
FREUD, S., Conferencia 32, "Angustia y vida pulsional", en op. cit., t. XXII, Amo­
rrortu., Bs. As ,1985.
FREUD, S., "El problema económico del masoquismo", en op. cit., t. XIX, Amorrar­
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FREUD, S., "Inhibición, síntoma y angustia", en op. cit., t. XX Amorrortu, Bs. As,
1985 .
FREUD, S., "La interpretación de los sueños", en op. cit., t. V, . Amorrortu., Bs. As.,
1985.
FREUD, S., "Las neuropsicosis de defensa", en op. cit., t. III,. Amorrortu, Bs. As,
1985.
FREUD, S., "Manuscrito K", en op. cit., t. I, Amorrortu, Bs. As., 1985.
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As., 1985.
FREUD, S., "Moisés y la religión monoteísta", en op. cit., t. XXIII, Amorrortu, Bs.
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MILLER, J.-A., Lógicas de la vida amorosa, Manantial, Bs. As., 1991.
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BERCHERIE, P., Génesis de los conceptos freudianos, Paidós, Bs. As., 1988.

91
Cuan d o la vio lencia n o es virt ual
MARIA INÉS NEGRI

l . E l Padre freudiano

Para Freud, l a función del padre e s quien vehiculiza una pro­


hibición pero a la vez permite al hijo inscribirse en una genealo­
gía.
Si tomamos las distintas figuras del padre en Freud lo vemos
claramente. El padre del Edipo es aquel que vehiculiza la ley, un
padre trágico pero tranquilo; el padre terrible de "Tótem y tabú",
odiado por los hijos y luego respetado; y el padre de "Moisés y la
religión monoteísta", padre legislador y al mismo tiempo una
presencia inquietante. Es decir, en las diferentes figuras del padre,
Freud va desde un padre que garantiza, que tranquiliza, hasta
transformarse en una presencia inquietante. La que encarna la
voz del shofar que nos hace estremecer, al recordarnos que debe­
mos cumplir la ley, que vehiculiza una prohibición. Ya sea la pro­
hibición del incesto, la endogamia o la creencia en los dioses, só­
lo hay un Dios.
Pero también Freud articula la función del padre como aquella
que introduce al sujeto en el lazo al Otro.
En su mito de "Tótem y tabú", teoriza lo que funda el lazo so-

MARíA INÉS NEGRI es psicoanalista en Buenos Aires, miembro de la Escuela


de la Orientación La caniana, de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, coor­
dinadora del Módulo de Investigación sobre Violencia y Familia, del Depar­
tamento de Estudios Psicoanalíticos sobre la Familia Enlaces, integrante del
CI-ICBA. Mail: minegri@fibertel.com.ar 93
cial: el sentimiento de culpabilidad retroactivo de los hijos luego
de matar al padre, que abre a la posibilidad de un lazo fraterno
que se basa en una prohibición. Se funda entonces un lazo social
bajo la égida del culto al padre muerto. Padre muerto que nombra
al padre simbólico, aquel que transmite un nombre e introduce a
sus hijos en un linaje.
A partir del síntoma histérico, en "Psicología de las masas ... "
Freud conceptualizó los tres modos de la identificación como me­
canismo fundante de la subjetividad. La primera identificación
(con el padre por incorporación) es el primer lazo al Otro, anterior
a cualquier relación de objeto. La segunda identificación, que lla­
ma regresiva pues troca una relación de objeto, un lazo al Otro,
amado u odiado como resultado de la dialéctica edípica por una
identificación. Esta identificación, que Lacan llamó al rasgo una­
río, modula la primera. Podemos pensar, con Lacan, que hay una
sustitución de la figura del padre de la primera identificación que
funda el lazo al Otro, por el Nombre del Padre, en tanto rasgo en
la segunda. De este modo, identificación y lazo al Otro constitu­
yen las dos caras de la misma moneda. No podemos pensar una
sin la otra. El síntoma (el ejemplo que nos da Freud es justamen­
te la tos de Dora) es presencia del significante del Otro (además
de ser marca de goce en el cuerpo). Podemos decir que el sem­
blante del padre constituye un puente entre el ser hablante y el
discurso social.

1 1 . La decl i nación d e l Pad re

En la civilización contemporánea asistimos a la declinación ca­


da vez mayor no sólo de la figura del padre sino de la función pa­
terna como tal. Función del padre que ordena, pacifica y permite
que el ser hablante se oriente. La caída del padre trae aparejada la
endeblez del lazo social.
¿Qué sucede cuando la institución familiar se quiebra? La figu­
ra del padre ya no cumple el rol de interdictor del goce en exceso
como en la época freudiana, marcada por la moral victoriana.
Hoy asistimos a la proliferación de sujetos a los que la sociedad
les propone, por el contrario, que dejen de lado la vergüenza.
¡Cuenta tu manera de gozar, no tengas vergüenza! Pareciera ser el
94 imperativo de la época vociferado desde las pantallas de televi-
sión. Como consecuencia de ello nos encontramos ante indivi­
duos desinhibidos, sin vergüenza, desorientados.
En esta situación también se abre el camino de la violencia. Ya
que al quedar desamparado de una identificación parental que lo
resguarde, de un significante amo que lo oriente, el individuo de­
ja de estar representado por un significante que ponga freno al
empuje hacia un goce inmediato.

1 1 1 . La ruptura del lazo socia l . Las tribus u rbanas

El avance del discurso de la ciencia, con la producción de


gadgets, listos para el consumo, trajo aparejado la ruptura de los
lazos sociales y como consecuencia la uniformización del goce.
Hoy todo goce vale. Le toca a cada sujeto elegir dentro de la am­
plia gama que se le ofrece. Sin embargo, el sujeto que cree ser amo
de su goce, rápidamente termina siendo víctima del mismo. En­
tramos en el mundo de la globalización, donde el mercado del
consumo es lo mediático.
En este marco los sujetos se identifican con historias familiares
llenas de agujeros, hechas más de rupturas que de continuidades.
Pérdida de trabajo, desocupación . . . Lejos de que haya una rique­
za mejor repartida (ilusión que proponía la ingeniería social de
mano de la ciencia), asistimos hoy a una polarización cada vez
mayor, tanto entre países, como entre los ciudadanos de un mis­
mo país. Como nos dice Jorge Alemán, el tipo de violencia que se
genera en las sociedades actuales no tiene antecedente en la his­
toria humana, pues deja por fuera del sistema a grandes masas
humanas. La marginación del mercado de consumo produce sus
consecuencias.
Frente a la crisis de la familia, quedan entonces las comunida­
des. El grupo toma el relevo del padre, porque da un nombre y el
de la madre porque procura cuidados solidarios. La marca y el ta­
tuaje van al lugar de una marca que desvanece. De este modo se
forman comunidades de acuerdo al tratamiento particular del
cuerpo, en un claro desafío a la estética del mercado. Grupos que
se introducen objetos en el cuerpo, se laceran, se hacen piercing, etc.
Dentro de estas comunidades hoy llamadas "tribus urbanas",
algunas son ganadas por la violencia. Estas actúan tal como la voz 95
del padre funcionaba en otra época y como funciona todavía hoy
en numerosas formaciones humanas (por ejemplo en las socieda­
des islámicas): por la "ley del más fuerte". Es el mecanismo nor­
mal que lleva a los jóvenes a someterse y destacar en un otro de
excepción (padre o sustituto del padre) un rasgo identificatorio. Si
bien sirve a la pulsión de vida, no menos a la pulsión de muerte.
La delincuencia utiliza entonces los mismos medios que la educa­
ción, pero pareciera que las chances de la primera son más gran­
des, porque los ideales que vehiculiza la segunda se empañan a
los ojos de los jóvenes. Si los ideales tales como estudiar, trabajar,
ser honesto, caen en desuso (como es el caso en nuestro mundo),
en el plano de las identificaciones, el líder es más valiente, valero­
so, pues sabe pasar a los otros jóvenes un "código de varones que
funciona de manera imperativa como verdadera construcción del
honor", como nos dice Antonio Di Ciaccia en su texto.
Las llamadas "tribus urbanas" vienen a suplir la falencia del
semblante, en tanto el sujeto encuentra en ellas, vía la identifica­
ción a un modo de gozar, un aparente amparo. Pero este amparo
no es tal y se pone en evidencia en que no hay freno a la pulsión
de muerte. La invasión del goce en exceso entonces, rompe la
pantalla televisiva e irrumpe en la vida real.
En nuestro medio podríamos pensar, por ejemplo, en el con­
junto musical Los pibes chorros. Las letras de sus canciones son un
testimonio de una comunidad que maneja sus propios códigos y
que tiene una repercusión lo suficientemente amplia como para
tener su propia página web. Lugar de intercambio, donde sus ad­
miradores les envían letras para sus canciones, dando una clara
muestra de su identificación con ellos. Además, todos los sába­
dos, la televisión les ofrece un espacio en el programa llamado La
Cumbia Villera. De este modo imponen un liderazgo transmitien­
do sus códigos de honor. La fragilidad de los mismos, la vemos en
sus canciones, tales como Llegamos los pibes chorros, en la que des­
pliegan el ideal a cumplir, siendo rápidamente sus seguidores,
que se identifican, víctimas del mismo. Es lo que sucede con El pi­
hito ladrón, título de otra de sus canciones, que narra la historia de
un pibito que es víctima en el intento de cumplir ese endeble ideal.
El mecanismo es conocido, nos dice Di Ciaccia, la caída de los
ideales clásicos y su susti"tución por otros menos clásicos.
Sin embargo la fragilidad de los mismos hace que fácilmente
96 se desmoronen.
También vemos surgir las nuevas comunidades religiosas, fun­
dadas en la adhesión individual y brutal en los momentos de rup­
tura, que hacen palidecer a las antiguas ceremonias. No solamen­
te las antiguas religiones, sino el surgimiento y proliferación de
las sectas religiosas.
La modificación de la familia, con la consabida pérdida de alo­
jamiento y orientación a la juventud, atrae menos pasiones que el
fracaso de las autoridades gubernamentales para suplir ese vacío
y preservar a los jóvenes de sus extravíos y desbordes.
De alguna manera se espera más del Estado que de la familia.
Ya sea que el mismo esté encarnado en la Escuela, el gobernador,
el juez.

IV. La ciudad actual

E n l a sociedad laica e l juez pareciera que toma e l lugar del pa­


dre de la ley. Se lo ama y se lo odia por esto. Sin embargo siempre
está más acá de lo que se le pide. Por más que castigue, su casti­
go no alcanzará jamás. Nunca saciará la sed de castigo que puede
llevar hasta la matanza.
El psicoanálisis nos enseña que el superyó es la otra cara de la
pulsión: siempre quiere más. Es un amo despótico, no dialectiza­
ble, que forcluye toda posibilidad de saber, y que inevitablemen­
te lleva al sacrificio. El propio, o el del otro. La orden del superyó
es gozar y -por lo tanto- marginar o eliminar a quien se inter­
ponga en el camino a dicho goce, o castigar a quien lo hace.
La uniformización de los goces, antes mencionado, abre a un
sueño hedonista. Pero el hedonismo privado (por ejemplo, en el
caso de las toxicomanías) hace el juego también a la pulsión de
muerte a escala colectiva. No cede fácilmente a los mejores inten­
tos psicoterapéuticos. También interroga el campo de la legisla­
ción. ¿Son víctimas o delincuentes? Ni especialistas ni juristas se
ponen de acuerdo. ¿Hay que tratarlos o meterlos presos?
Si la ciudad actual deviene entonces la cita posible de encuen­
tros violentos, de ahí también que asistamos (es la otra cara) a la
proliferación de intentos de cuidado de las víctimas, intentos de
que superen la experiencia traumática. El síndrome de stress pos­
traumático, intenta nombrar esta nueva situación.
Eric Laurent analiza los factores que favorecen la extensión de 97
este así llamado síndrome, que pareciera ser la patología propia
de las metrópolis de la segunda mitad del siglo XX. Las mismas
se mueven en un doble registro. Por un lado, engendran un espa­
cio social marcado de un efecto de irrealidad, donde el reino de la
mercancía, de la publicidad, sumerge al sujeto en un mundo arti­
ficial, en una metáfora de la vida (los medios de comunicación y
fundamentalmente la televisión han generalizado este sentimien­
to de irrealidad, de virtualidad). Por otra parte la metrópolis es el
lugar de la agresión, de la violencia urbana, de la agresión sexual,
del terrorismo, etc., como veíamos.
La trama simbólica, en esta época, muestra al desnudo su im­
potencia para dar sentido, encontrar un sentido a este estado de
cosas. Pues las identificaciones a las que acude el sujeto, muestran
su fragilidad para poder acotar la pulsión de muerte.
¿Cómo situarnos como psicoanalistas en esta coyuntura?
Quizás nos oriente lo que indica Éric Laurent: "Si como ciuda­
dano, el psicoanalista desea autoridades, significantes amos útiles
para luchar contra la pulsión de muerte, quiere autoridades cuyo
desasosiego sea lo menos sensible posible. Es su extravío lo que
hay que temer. Que no sea una de las formas de lo peor."
No se trata entonces de ordenar este desorden o de intentar
restaurarlo (que es lo que pareciera que encarnan los llamados a
una mayor represión o castigo), sino más bien poder entender el
surgimiento de un orden diferente. Este orden que surge cuando
el Padre falta, y deja de encarnar la figura simbólica que transmi­
te el ideal que abre al lazo social.

B i b l iografía

FREUD, S., "Tótem y tabú", en Obras Completas, t. XIII, Amorrortu, Bs. As.,
1988.
FREUD, S., "Moisés y la religión monoteísta", en op. cit., t. XXIII, Amorrortu,
Bs. As., 1986.
FREUD, S., "Psicología de las masas y análisis del yo", en op. cit., t. XVIII Amo­
rrortu, 1989.
LAURENT, E., "Quelles autorités pour quelles punitions", Élucidation N° 2, París,
abril 2002.
LAURENT, E., "El revés del trauma�<, en Virtualia N° 6, Revista digital de la Es­
cuela de la Orientación Lacaniana, Junio /Julio 2002.
DI CiACCIA, A., " Vu de Rome", Élucidation No 2, París, abril 2002.
98 ALEMÁN, J., La experiencia del fin, Miguel Gómez Ediciones, Málaga, 1996.
E l n o m bre del tra uma

BERNARDINO HORNE Y (ELlA 5ÁLLES

I ntrod ucción

En nuestra experiencia clínica, en casos de "trastornos alimen­


tarios" y "pánico", constatamos que si el analista existe, debe ejer­
cer su función. Ello implica la aparición de un enigma y la conse­
cuente división subjetiva. El sujeto supuesto saber: sin su inyec­
ción, el síntoma es goce puro, cuerpo gozoso.

¿Qué hacer?

¿Qué podemos hacer los analistas frente a los síntomas de su­


jetos que no demandan análisis, de sujetos que buscan una solu­
ción rápida, que no los implique a saber de sí?
Freud deja fuera del psicoanálisis aquellas enfermedades que

BERNARDINO HORNE es psicoanalista en Bahía, Brasil; AME de la Escuela Bra­


silera de Psicoanálisis, de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, y miembro
del Núcleo de Psicanálise e Medicina do Instituto de Psicanálise da Bahia.
Mail: horneba@terra.com.br
CELIA SALLES es psicoanalista en Bahía, Brasil. Miembro de la Escuela Brasile­
ra de Psicoanálisis, de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y coordinadora
del Núcleo de Psicanálise e Medicina, do Instituto de Psicanálise da Bahia,
Brasil; coordinadora del Ambulatório de Transtornos Alimentares da Facul-
dade Bahiana de Medicina. Mail: cmcsalles@uol.com.br 99
llama neurosis actuales, en las que la libido afecta de modo direc­
to al cuerpo, sin intermediación de la fantasía inconsciente, y que
no quieren saber del motivo inconsciente que las anima. La mor­
tificación del cuerpo se efectúa en lo real, sin pasaje por lo simbó­
lico. Freud lo dice en varias oportunidades, por ejemplo en 1898:
"Se trata de una tensión física que no logra penetrar en el ámbito
psíquico y, por lo tanto, permanece en el trayecto físico ... Por un
motivo cualquiera, el enlace psíquico que se le ofrece resulta insu­
ficiente, sin poder formar el afecto sexual por faltar algo en las
condiciones psíquicas necesarias. Por eso, la tensión que no logra
ser vinculada psíquicamente se convierte en angustia" .1
Este característico déficit simbólico, que para Freud impide el
análisis, es hoy también un impedimento característico de los sín­
tomas contemporáneos. Se trata de síntomas que se caracterizan
porque el sujeto se encuentra en el punto mismo de su sufrimien­
to, aprisionado en el discurso del capitalismo. Nos ocupamos de
dar algunas respuestas a este impasse. En diversos textos publica­
dos presentamos la idea de que una intervención del analista era
necesaria. Propusimos entonces un materna sobre la actividad del
analista en casos de nuevos síntomas.

a
a

El analista interviene con un S sobre el sujeto soldado al goce


1
del discurso capitalista produciendo su división frente al saber
verdadero. 2

Nombra rlo

El psicoanálisis puro nos enseña que hay un significante que le


da nombre al goce. El psicoanálisis aplicado a la terapéutica nos

FREUD, S.: "Rascunho E", en: Obras Completas, ESB, Vol. I, !mago, Rio de
Janeiro, pág. 217.
2 HORNE, B.: "Efectos de formación: el analista en el psicoanálisis aplicado
a la terapéutica", en: Los usos del psicoanálisis, Ed. Paidós, Bs. As., 2003.
100 SALLES, C.: "Cisne: un caso feliz", in Op9ao Lacaniana No. 38.
enseña que en la clínica de los nuevos síntomas, el goce se hace
presente en los pacientes de forma directa. Es mediante la articu­
lación con el significante que lo nombra que podemos hacer ope­
rar lo simbólico sobre él. Para saber hacer con él. Hay que nom­
brarlo. Recientemente, en su curso3, Miller pone en tensión nom­
brar y comunicar. Nombrar, dice, es establecer una relación entre
real y simbólico. No es concordar con el Otro, sino agregar a lo
real algo que hace sentido. Agrega que se trata del acto por exce­
lencia, y que la última enseñanza de Lacan, que se inicia en el Se­
minario 20, Aun, gira en tomo del acto de nombrar

El trouma tisme

"Síntoma e inconsciente, espiral sin fin, redondo, y jamás lle­


gamos a que todo sea desreprimido. Urverdriingung: hay un agu­
jero".4
Tres recortes clínicos para mostrar el entrecruzamiento entre el
nombre del goce del sujeto y una facilitación terapéutica.

1 . El po l l ito a p lastado

Se trata de un joven que fue a analizarse alrededor de los 16


años por trastornos intestinales (diarreas), mucha angustia, senti­
mientos de vivir evitando la vida.
Para la madre debía ser el mejor. Su padre, hombre de poder,
era el imperativo ¡Goza!
Al final de la primera entrevista, el analista le interpretó con su
diagnóstico: ¡Cagazo! Frente a tamaño analista, el sujeto se sintió co­
mo un "pollito aplastado". Su angustia era constante. Después de
un prolongado análisis centrado en luchar contra el superyó, y du­
rante un re-análisis luminoso y duro, volvieron a su mente recuer­
dos de terror con el padre. Uno de ellos retomaba insistente: a los 5

3 MILLER, J.-A.: "Piezas destacadas", curso de La Orientación Lacaniana, s·


sesión, diciembre 2004.
4 LACAN, J.:. "Conférences et entretiens dans des universités nord-américai-
nes" Silicet 6 / 7, Paris, Seuil, 1975, pág. 59. 101
años, en auto por Buenos Aires, aparece un auto pequeño, raros en
la época. Su padre hizo el ademán de lanzarle el auto encima y
aplastarlo. Su nombre de goce, el pollito aplastado, es el menos phi
{-fp) de ese más de gozar, puro cultivo de la pulsión de muerte.
Nada podemos vislumbrar en ese oscuro ombligo. Podemos sí,
nombrarlo, lo que permitirá el saber hacer con él. También implica
en la economía global del hablanteser un verdadero desanudamiento
real-simbólico-imaginario-síntoma, radical, y un nuevo anudamien­
to real-simbólico-imaginario-sinthome. En principio, el síntoma y la
angustia están del lado del desencadenamiento. El sinthoma, en tan­
to es síntoma más fantasma está del lado del encadenamiento. Esto
puede pasar fuera de un análisis, como en el caso Joyce. En su cur­
so del 15 de diciembre de 2004. Miller afirma que el síntoma es una
suplencia. Una suplencia del padre. El encadenamiento sinthomático
del final implica el atravesamiento de la fantasía y una economía
nueva que permite cambiar el peso de las cosas y "ser eso" median­
te un acto. Adquirir así un saber nuevo: "saber hacer" el acto.
En el caso descrito, la función del nombre fue fundamental. Al
respecto, en uno de nuestros testimonios dijimos:
"El significante del pase, como lo llama Jacques-Alain Miller,
nombra el objeto de modo tal que el nombre incluye y hace evi­
dente la castración, en ese sentido es como un chiste. Incluye un
doble sentido sexual que realza lo sexual en el ser del sujeto del
discurso analítico. Pasa del drama de Hamlet a la alegría Saber,
gay savoir".
En Buenos Aires, Miquel Bassols, en su trabajo "La interpreta­
ción como malentendido"5, lo llamó significante del goce -el
nombre de su ser de goce- y acrecentó que se trata de una inter­
pretación fuera del Otro.
El significante del pase es un nuevo significante que se instala
a partir de un resto positivo de goce. Su aparición produce el efec­
to cómico de chiste, con liberación de cantidad de risa. La revela­
ción del inconsciente produce risa, alegría de saber. En este senti­
do afirmamos que la castración es la alegría de los hombres.6

5
BASSOLS, M.: "La interpretación "Como malentendido", Opt;ao Lacaniana,
No. 18, Sao Paulo, Eolia, 1997.
6 HORNE, B.: "Esa sombra espesa", 9• sesión del curso "El Otro que no exis­
te y sus comités de ética", 1996-1997, Eric Laurent y Jacques-Alain Miller,
102 La Cause Freudienne, Revue de psychanalyse N° 36, 1997.
Trabajando sobre la cuestión del nombre encontramos, en el re­
lato de un reciente AE7, la comprobación de nuestra hipótesis: que
el acto de nombrar el plus de goce produce efectos terapéuticos
sorprendentes.

2. El Moco

"Me vi reducido a un objeto, un moc (moco), primer nombre


que encontré para el plus de goce. Había hecho pareja con ese ob­
jeto toda mi vida. Una rinitis crónica y una sinusitis, es decir, in­
continencia y retención, habían logrado que pasara gran parte de
mi vida pegado a un pañuelo. Ser el moco del Otro me había lle­
vado a ocupar la posición de objeto de preocupación de mi ma­
dre. Por otra parte, siendo el benjamín en la fratría de los herma­
nos, fui el mocoso de mi padre. Mi espesura sintomática respecto
al saber se reveló una identificación de amor al padre destinada a
obturar su insuficiencia.
Los efectos terapéuticos producidos tras dejar esta posición de
mortificación fueron espectaculares".
Podemos observar también el elemento chistoso presente en la
idea del niño pegado a un pañuelo, el efecto que usa Quevedo en
su soneto a una nariz, que comienza diciendo: "Érase un hombre
a una nariz pegado". El chiste es signo de un cambio en la econo­
mía de goce de un sujeto.

3. E l monstruo8

Después de la cirugía bariátrica, Anne fue tomada por una an­


gustia desencadenante de ataques compulsivos diversos: coca-co­
la, alcohol, sexo. La cirugía le había traído nuevos problemas que
ni en sueños hubiera imaginado.
Al interrumpir el acto compulsivo del obeso, la cirugía bariá­
trica le desencadena la angustia, y de esa manera el discurso de la
ciencia, además de funcionar a partir de un saber que no incluye

7 Esqué, X.: "Lo éxtimo empuja", en: Pase y transmisión, Colección Orienta­
ción Lacaniana, EOL-Grama ediciones, Bs. As., 2004, pág. 49.
8 SALLES, C.: "O embrulho do nada na obesidade", trabajo presentado en el
5° Congreso de miembros de la Escola Brasileira de Psicanálise, 2005. 103
al $, desconoce que la pulsión siempre se satisface y crea trabajo
para el discurso del psicoanálisis.
En los casos de obesidad mórbida pos-cirugía bariátrica, traba­
jamos con la hipótesis freudiana: "cuando se interfiere en el acto
compulsivo de un paciente, aparece la angustia"9. En la compul­
sión, el obeso amortigua las señales de angustia y permanece en
una posición de no querer saber. El cuerpo del obeso es un dema­
siado lleno que el sujeto vive como un vacío infinito. En la clínica
de la obesidad, la mortificación del cuerpo se da en lo real, sin in­
termediación de lo simbólico.
El obeso es un sujeto prisionero de su tentativa de evitar la an­
gustia, pues coloca el objeto "nada" en el cuerpo impidiendo su
captura en la fantasía. Tratar la obesidad es hacer posible, en un
primer momento, la captura del objeto "nada" en la fantasía, ha­
ciendo surgir la angustia constituida, en la que el sujeto vive la
dolorosa experiencia de su propia división. En un segundo mo­
mento, se trata de ir más allá de lo que Miller llamó la "envoltura
sin valor" de la angustia.10
En su relato destacamos el nombre de "monstruo" cuando di­
jo que un amigo elogió su cuerpo. Ella se preguntó cómo era an­
tes. La respuesta causó fuertes ecos en su memoria: "un mons­
truo", como la llamaba su padre.
En la vida de Anne hubo una encrucijada: mientras era una
adolescente atractiva, con cuerpo de mujer, se negaba a ser como
la madre y, cuando desarrollaba sus dotes de mujer atractiva, el
padre la trataba como una prostituta. En la obesidad, insondable
decisión del ser, Anne encontró una solución en la que convergen
tanto la solución de la madre, quien la atiborraba de comida y así
ocultaba su atractivo femenino, como la obediencia al imperativo
categórico paterno de ser un monstruo. Al destacar el significan­
te "monstruo", se abre la vertiente de la fantasía y la vertiente de
objeto. Ser un "monstruo", en el trabajo analítico, fue tomando
nuevas formas que le permitieron volver a ser una mujer atracti­
va abierta al campo del deseo. En su análisis se va dando un cam­
bio en la economía de goce, en que el monstruo obeso se transfor-

9 FREUD, S.: "Conferencia XXVI", en: ESB, !mago, Vol. 12, Rio de Janeiro,
pág. 217.
10
MILLER, J.-A.: "Angústia constituída, angústia constituinte", intervención
104 en las Jornadas de otoño 2004 de la É cole de la Cause Freudienne (ECF)
ma en mujer monstruosamente atractiva, en un monstruo de abo­
gada, un monstruo de saber, etc.
El significante "monstruo" permitió construir la fantasía de la
paciente. El monstruo obeso fue resultado de no saber hacer con
el padre; gozaba de forma directa en el acto compulsivo de comer.
Trabajar en análisis sobre este significante, permitió cambios en la
economía de goce hacia un saber hacer con ello.

Teoría de la cl ín ica

En el Núcleo de Psicoanálisis y Medicina del Instituto de Psi­


coanálisis de Bahía, Brasil, intentamos mantener firmemente la
política lanzada por Jacques-Alain Miller11 sobre el interés de ha­
cer teoría de la clínica. Aprovechamos la afluencia de pacientes
con síntomas contemporáneos del Ambulatório de Trastornos Ali­
mentares da EscoZa Bahiana de Medicina para realizar esta tarea. La
clínica no estándar del siglo XXI, como lo señala Laurent12, obliga
al analista a prestarse a usos diversos y nuevos del psicoanálisis.

11
Ibid.
12
LAURENT, E . : "Usos actuales posibles e imposibles del psicoanálisis", en:
Extractos de la locución al Encuentro Internacional de Salud Mental, Bs. As.,
1999. 105
La madre co m o
Otro contem poráneo :
Madres, anorexia y femini dad
GRAC/ELA SOBRAL

Muchas madres consultan por la anorexia de sus hijas o por pro­


blemas en la relación con los hijos, particularmente con las hijas.
El tratamiento psicoanalítico de estas madres nos muestra, en
primer lugar, que la dificultad en relación a lo femenino que se es­
conde detrás del síntoma anoréxico-bulímico, la encontramos
también, con frecuencia, en la madre. En segundo lugar, nos invi­
ta a reflexionar sobre una característica del Otro contemporáneo,
representado en nuestro caso por las madres.

La época actual, el Otro soc i a l

Capitalismo avanzado, sociedad de consumo, globalización,


son tres conceptos que nos permiten situar las características de
las sociedades en las que surgen toda una serie de nuevos sínto­
mas psíquicos o de síntomas que sin ser nuevos toman en la ac­
tualidad una forma epidémica, cuyo tratamiento no es fácil por
sus características intrínsecas.

GRACIELA SOBRAL es psicoanalista en Madrid. Miembro de la Escuela


Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, do­
cente del NUCEP, psicóloga en el Centro de Salud Mental de Moratalaz-Vi­
cálvaro (Madrid), directora de Orexis, Centro para la atención e investiga-
ción de anorexia, bulimia y obesidad. Mail: gsobral@arrakis.es 1 07
Los síntomas contemporáneos y en particular la epidemia de
anorexia-bulimia que se desarrolla en las sociedades de mercado
del mundo desarrollado, nos llevan a indagar sus causas para
comprender mejor su lógica.
Una de las características más destacadas de estas sociedades
es el ingente desarrollo de la investigación científica y la conse­
cuente producción de objetos tecnológicos a gran escala. La proli­
feración en aumento de los objetos tecnológicos (gadgets ), baratos,
con fecha de caducidad, destinados a ser continuamente reempla­
zados por otros nuevos, tiene consecuencias. Una de ellas es la
tendencia al privilegio del goce inmediato que surge de la rela­
ción con estos objetos, en detrimento de la dimensión del objeto
como objeto mediador o de intercambio, vinculado al deseo.
El objeto tecnológico parece estar al servicio de las personas
pero, realmente, determina la subjetividad de la época. Ya no só­
lo no es posible prescindir de él sino que va organizando, de una
manera imperceptible, nuestra forma de relación con los otros,
nuestra temporalidad y nuestra manera de disfrutar. El mundo y
sus habitantes cambian según un ritmo marcado por la tecnolo­
gía. Esto tiene aspectos muy positivos y otros que no lo son tanto
o que, simplemente, muestran el cambio de una época a otra, más
allá de cualquier juicio de valor.
Dicho objeto se introduce cada vez más en nuestra vida y
nuestra intimidad, y va tomando, subrepticiamente, el lugar del
partenaire. Su proliferación promueve el goce solitario y autista,
tanto en el sentido de que cada vez se puede prescindir más de los
otros, como en el sentido de que el objeto deja de ser un medio pa­
ra el encuentro. La satisfacción que procura resulta ser un fin en
sí misma, aunque sea en compañía de otros. Es como si el sujeto
consiguiera realizar su fantasma sin ninguna mediación.
No hace mucho tiempo, los niños jugaban en la calle y los
adultos salían al parque o al bar más próximo a charlar y pasar un
'
rato. Eso ha quedado muy lejos en la vida de las ciudades. Ahora
tanto niños como adultos están ocupados todo el día, solos y se
distraen con sus objetos (televisor, video-consola, etc.). Antes se
comía y se bebía con la familia o los amigos, la comida era el pre­
texto para el encuentro, hoy en día sólo hay tiempo para comer al­
go y muy de prisa, a la vez que se pasa todo el día bebiendo o
masticando algo, en una especie de rumiación constante de pe-
108 queños objetos-alimento al alcance de la mano. Los jóvenes se en-
cuentran en lugares donde el volumen de la música no permite
conversar, bailan solos, y en muchos casos consumen alcohol o
drogas no para facilitar el encuentro con los otros sino por el gus­
to del consumo.
Se ha desplazado el acento del otro al objeto. El objeto es nues­
tro compañero más fiel y menos problemático, particularmente
porque brinda una satisfacción inmediata que no necesita pasar
por las vicisitudes y dificultades que suponen las relaciones.
La época privilegia la dimensión imaginaria y el goce autista y
estimula la ilusión de que la .completitud o la satisfacción total son
posibles.

La mad re, el Otro primord ia l

Ya en los años 50, Jacques Lacan decía que, en relación a la ano­


rexia, se debe pensar en la madre que "confunde sus cuidados con
el don de su amor" y por lo tanto, ahoga al niño con su "papilla
asfixiante". Los cuidados, el excesivo celo en el intento de satisfa­
cer las necesidades del niño resultan asfixiantes, mientras que el
don de su amor, no lo sería tanto. Lacan en esta época define el
amor como "dar lo que no se tiene (el falo) a quien no es (el falo)",
es decir, que en el amor se trata de dar la falta (más que un bien)
a quien toma el lugar del objeto del deseo, el amado. Lacan habla
de la madre que cree que lo importante es satisfacer las necesida­
des del niño y se aboca a esa tarea descuidando algo que ya des­
cubrieron hace tiempo los psicólogos. R. Spitz dejó claramente de­
mostrado, por ejemplo, que al niño lo alimenta más el amor que
la comida, o que lo protege más el amor que el abrigo; que es ne­
cesario, para que un niño crezca sano, que se lo ame y se desee al­
go para él, más allá de la satisfacción de sus necesidades.
Este aspecto del amor que estamos señalando no es el aspecto
narcisista, de completitud mutua, que evidentemente tiene lugar
en la relación con el niño, donde éste completa imaginariamente
la falta fálica de la madre. Hablamos de otro aspecto que lleva a
la madre a poner en juego su deseo, un deseo que no se agota en
el niño. Sólo desde la dimensión del deseo tiene la posibilidad de
dar un amor que transmita la falta.
El alimento como objeto tiene un valor muy particular, al igual 1 09
que otros objetos vinculados a la pulsión. Con el alimento el niño
hace una serie de experiencias inaugurales. Apoyándose en la sa­
tisfacción de una necesidad, encuentra otras formas de satisfac­
ción: por intermedio del objeto goza de la relación con la madre,
hace una experiencia lúdica, de descubrimiento del mundo, etc.
Por otra parte, el objeto, sea el pecho o el biberón, es un objeto
que pertenece tanto a la madre como al niño, y del que los dos de­
ben separarse. Ambos deben sufrir una pérdida que constituye
una pérdida de goce y que puede ser significada como falta.
El objeto, al mismo tiempo, constituye para el niño un don del
amor de la madre. El objeto vale, más allá de la necesidad, porque
es un don del amor del Otro materno, este es el aspecto que seña­
la Lacan en la cita que inaugura este apartado. En este sentido, el
niño aceptará la demanda del Otro de ser alimentado, por ejem­
plo, no tanto por el objeto en sí, sino por el hecho de decir sí o no
al Otro.
Se han planteado aquí las dos cuestiones fundamentales en
cuanto a esta matriz que se pone en juego en un primer momen­
to, constitutivo, entre la madre y el niño: el objeto no vale tanto
como objeto de la necesidad sino como don del Otro, que implica
la transmisión de la falta, en tanto el Otro o el objeto de su don
pueden faltar.
El Otro, por distintos motivos que luego trataremos de desa­
rrollar, puede estar en una posición desde la cual privilegia la sa­
tisfacción de la necesidad ignorando la dimensión de la falta, que
es donde se localiza el sujeto. Cuando falta la falta y el objeto de­
viene fundamentalmente objeto de satisfacción de la necesidad, el
Otro fija a esta posición de objeto de goce no sólo al objeto, sino al
sujeto mismo.

¿ Por qué l a epidemia de a no rexia-b u l i m i a ?

Teniendo en cuenta el desarrollo anterior, podemos relacionar


la epidemia de anorexia-bulimia con la tendencia al goce autista,
que obtura la falta con objetos, elude la dimensión del deseo y es
característica del mundo actual.
Con la maniobra anoréxica, el sujeto intenta abrir un hueco en
110 la compacidad del Otro, es un intento de apertura que funciona
como un pseudo deseo, porque no se trata de un deseo, sino de
un "no" a la demanda del Otro. Luego duplica el rechazo dicien­
do "no" a la demanda del Otro familiar, del Otro social, a todas
las demandas que le ofrecen soluciones para obturar ese vacío en
el estómago que comienza a construir en el lugar de la falta. La
falta simbólica es degradada a vacío real, sobre el cual se puede
operar con maniobras de vaciado y llenado.
El sujeto intenta restituir al objeto su estatuto simbólico (recla­
ma al Otro el objeto simbólico de don por medio del objeto sim­
bólico nada), pero a la vez, el desarrollo de la anorexia y en parti­
cular de la bulimia, que es su forma más extendida, pone en jue­
go la dimensión del objeto como objeto de goce. El sujeto goza de
su nuevo objeto: primero la nada, luego el atracón y el vómito, y
el goce que obtiene con estos nuevos objetos lo fija a esa posición,
donde encuentra algo que lo asegura.
El síntoma de anorexia-bulimia que se manifiesta en la adoles­
cencia, en el despertar de la vida sexual de las jóvenes, toma una
forma epidémica hoy en día. Encontramos su desencadenamien­
to en torno a la menarquía, a la aparición de los caracteres sexua­
les secundarios, a los primeros encuentros con el Otro sexo o a las
dificultades en la vida sexual con el partenaire. En este sentido la
anorexia funciona como una respuesta fácil, al alcance de las jóve­
nes de esta época, en relación a la pregunta ¿Qué es ser una mu­
jer (para un hombre)?
Esta cuestión nos suscita otras preguntas: ¿Es más difícil el ac­
ceso a la femineidad o a la relación con el partenaire sexual en es­
ta época? ¿Por qué la anorexia constituye una respuesta o subter­
fugio para eludir la cuestión de la femineidad?

La m a d re y su p ropia re lación con la fa lta

Recibo muchas demandas de madres, tanto en la consulta pri­


vada como en el Servicio Público de Salud. Se trata de mujeres
que se presentan como madres y consultan por lo que les pasa con
sus hijos, especialmente con sus hijas, o que son derivadas por los
profesionales que tratan a sus hijos.
Los motivos de la consulta son diversos: sus hijos padecen
anorexia o adicciones, la relación con éstos es difícil e incontrola- 111
ble, desde que nació el hijo la vida de pareja va muy mal, desde
que tuvo hijos no tiene ningún deseo sexual lo que ocasiona pro­
blemas en la vida familiar, etc.
Voy a presentar dos viñetas clínicas para ilustrar la cuestión
que quiero mostrar.
Rosario consulta hace un año por la relación tormentosa que
tiene con su hija de 14 años, que padece anorexia. Las peleas en­
tre ellas son constantes y muy duras; su marido o no hace nada o
defiende a su hija. Ella es una mujer poco cariñosa, exigente. Su
hija le pareció odiosa desde que nació, no le gusta cómo es en nin­
gún aspecto y se enfada mucho con ella. Para evitar la angustia
necesita tener todo controlado. ¿Qué es lo que la angustia tanto?
El curso de las entrevistas la lleva a hablar de la relación difícil
que ha tenido con su hermana, y a darse cuenta de que le pasan
con su hija las mismas cosas que le pasaban con su hermana, que
era la protegida de su padre. Este descubrimiento la divide subje­
tivamente y la cuestiona. Comienza a sentirse mal ella misma,
más allá de la relación con su hija. Luego puede desplegar algo de
la queja hacia sus padres, y relata una escena de abuso sexual en
la adolescencia, por part� de su tío, que ella contó a su familia. Sin
que pueda comprenderlo todavía, ellos nunca se enfadaron ni di­
jeron Jilada a su tío. Ahora puede hablar de las grandes dificulta­
des que ha tenido con los hombres; de la relación con su marido
y de la vida sexual. Ya no habla de su hija, con la que ha dejado
de pelearse y mantiene una relación mucho más distendida.
Pilar consulta porque su hijo no estudia, parece que no va a
aprobar ni siquiera los estudios secundarios y ella no lo puede so­
portar. Es una profesional muy prestigiosa y se dedica abnegada­
mente a su trabajo. Está separada de su marido desde que su hijo
tenía 3 años, él se queja de que su madre sólo se ocupa de su tra­
bajo. Ella intenta suplir su ausencia con regalos de todo tipo y de
gran valor y consiente ciertos malos tratos de parte de su hijo
cuando se enfada con ella porque tiene culpa por dejarlo tanto
tiempo solo. En el transcurso de las entrevistas comienza a pensar
que tal vez no se trate tanto de darle cosas materiales, que su hijo
le exige pero luego no valora, sino de darle otra cosa: preocupar­
se por sus asuntos, hacerle una comida que le guste, etc. Interro­
gada por la analista sobre su vida sentimental, cuenta que su ma­
dre tenía un amante y ella lo sabía porque los había visto juntos y
112 sentía rabia contra su madre por lo que le hacía a su padre; y que
su abuela, siendo viuda, convivía con un hombre en semisecreto,
y a ella le daba mucha vergüenza. Pilar no puede estar con un
hombre, se separó de su marido cuando tuvo a su hijo y sólo tie­
ne relaciones esporádicas con hombres que viven muy lejos. Ha­
blar de esto le hizo pensar que no soporta ser la mujer de un hom­
bre, que ha privado a su hijo de la posibilidad de tener un padre
y se pregunta por qué no puede amar. Estas interrogaciones a su
posición subjetiva han supuesto algunos cambios, por ejemplo, ya
no le consiente a su hijo los malos tratos.
¿Qué significa ser madre? ¿Qué se esconde tras la maternidad?
Según lo que vemos en estos casos, el problema con los hijos ocul­
ta y toma el lugar de una dificultad vinculada a la posición feme­
nina y a la sexualidad. Los problemas de la madre obturan los de
la mujer, los hijos tapan al hombre. Por otro lado, este tapón del
deseo sexual produce angustia, lo que muchas veces lleva al suje­
to a consultar. Cuando las cuestiones vinculadas a la madre en
tanto mujer pueden comenzar a manifestarse, los problemas con
los hijos pierden fuerza. Cuando la madre logra cuestionar su om­
nipotencia, su exigencia (de que el objeto-hijo se adecue a su de­
manda) y comienza a soportar la difere11.cia, es decir, la particula­
ridad del otro, es cuando puede producirse algún cambio en su
posición subjetiva y cuando se puede atisbar algo del orden de la
falta. Esto "libera" al hijo de su función de tapón en la que segu­
ramente él también encuentra una coartada.

La m ujer y l a madre

En términos freudianos, la maternidad es una forma de resol­


ver el complejo de Edipo: se trata de compensar la falta fálica con
un niño, que es demandado al padre y que toma imaginariamen-
te el lugar del falo. Lacan opera una división entre complejo de
Edipo y castración y a partir de ésta, plantea que para la mujer
hay otra salida que las posibles compensaciones fálicas que inten­
tan resolver la envidia del pene. La mujer usa el semblante fálico
(los adornos, la belleza, sus armas de seducción) para ser deseada
y amada por un hombre. Lo que ella realmente quiere es ser ama-
da porque el amor es lo que mejor suple la falta en la mujer, y se
entrega al juego de la seducción para conseguirlo. Pero si el sem- m
hiante fálico del que se provee para seducir, si la mascarada está
anudada a la falta, ella podrá acceder no sólo al amor sino a la
verdad de su deseo y de su goce.
Jacques-Alain Miller, en un artículo titulado "El niño, entre la
mujer y la madre", da una fórmula muy sencilla que nos permite
plantear el problema. El niño es un anhelo fálico de la madre, pe­
ro aun así, el niño puede ocupar un lugar donde la división de la
madre queda preservada, y su deseo no se agote en él, de tal for­
ma que ella pueda desear, también, como mujer. Es decir que una
mujer puede desear un hijo y también desear a un hombre o pue­
de elegir agotar su deseo en el hijo, depositando en esa relación el
peso de obturar todo lo que atañe a la vida sexual.
A partir de esta oposición entre madre y mujer nos acercamos
a las cuestiones planteadas al comienzo:
• hay una dificultad en las jóvenes y en las madres para situar­

se en una posición femenina;


• la época empuja en el sentido de esta dificultad.

Las jóvenes y la fem i neidad

Tanto e l niño como l a niña deben orientarse en relación a la


castración, la falta estructural que afecta a todo sujeto y que lo ha­
rá deseante, para darse una identidad sexual. Pero lo hacen de
distinta manera: el niño se sitúa del lado del tener y teme perder
lo que tiene, y la niña del lado del no-tener y anhela tener lo que
no tiene. Frente a la falta fálica, la niña puede quedar agazapada
en torno a la envidia del pene, el sentimiento de rabia frente a la
injusticia por lo que le ha sido negado y la idea, errónea, de que
el Otro tiene lo que ella no tiene. Atravesar esta posición supone
atravesar la posición histérica y reivindicativa; y poder operar con
la falta para acceder al deseo, en el sentido del deseo sexual y ac­
ceder al goce, no sólo al goce fálico sino a ese goce Otro, más allá
del falo, que puede alcanzar la mujer. Ser mujer, en este sentido,
supondría la asunción del no-tener, de la falta, y el acceso a una
posición que permite otra forma de satisfacción. Esto no es fácil
para la joven que, evidentemente, no se sitúa como mujer por el
simple hecho de serlo anatómicamente. La anatomía no garantiza
1 14 el acceso a la posición femenina.
Según lo que venimos desarrollando, la época va en una direc­
ción contraria, el mundo moderno empuja a la mujer a algo del
ser y del tener que la aleja de su verdad subjetiva y la aliena a los
ideales que funcionan como imperativos. Aparentemente no es
así, parecería que cada vez es más fácil ser mujer, que hay más
permisividad, y más puertas abiertas. Pero se trata de puertas fal­
sas, son puertas que invitan a la mujer a creer en la mascarada fá­
lica y la dejan sin soluciones verdaderas. Se trata de puertas que
alientan el aspecto más fálico y masculino de la mujer y la condu­
cen a un callejón sin salida o con salida sintomática. La mascara­
da es un juego fálico, si la mujer cree que esa es su verdad luego
se encontrará vacía porque su verdad no se agota en el falo y de­
trás de ese juego no hay nada.
En ese sentido la anorexia puede ser una falsa salida. Ser del­
gada es una de las aspiraciones del ideal de belleza de esta época.
El cuerpo delgado forma parte de lo que se puede tener para el
juego de las apariencias y permite a las jóvenes, cuando enfer­
man, ampararse bajo un falso ser: "soy anoréxica" . Adelgazan
creyendo que estar delgadas les va a permitir situarse frente a los
enigmas que plantean la transformación del cuerpo y el encuen­
tro sexual con los chicos. Pero esto generalmente no es así. El go­
ce de la delgadez puede mantener a la joven en un malestar que
no comprende porque no sabe lo que verdaderamente le pasa y,
en los casos más graves, puede transformarse en el goce mortífe­
ro de la pulsión de muerte.

La re lación mad re-h ija

Con frecuencia las parejas comienzan a tener problemas cuan­


do nacen los hijos, como si éstos congelaran el deseo de los pa­
dres. También observamos que las madres no quieren dejar de ser
madres, no quieren que sus hijos crezcan y consienten la eterniza­
ción de su adolescencia.
Los problemas con los hijos, especialmente con las hijas, como
hemos dicho, remiten a las madres a la dificultad con sus propias
madres y con su ser mujer.
El varón encarna mejor el objeto fálico deseado por la madre y
permite una identificación más ideal. El niño se presta más a ser 115
todo objeto de goce de la madre, no desvía la demanda de amor
al padre ni cambia de objeto a través de las vicisitudes edípicas.
De hecho, el hombre se orienta en el amor en relación al objeto
materno idealizado, según el modelo edípico.
La relación madre-hija es más complicada, ahí se ponen de ma­
nifiesto y se conectan las cuestiones que venimos desarrollando.
A la madre que no quiere poner en juego su femineidad, la hija le
evoca el ser mujer que ella rechaza. Las dificultades de la hija con
lo femenino están sostenidas tanto desde el lugar del Otro mater­
no, que no transmite la falta ni quiere ver en su hija a una mujer
(Lacan le dio a esta relación el nombre de estrago materno), como
desde el lado del Otro social, que empuja a la satisfacción más
narcisística y al desconocimiento del deseo.
La niña encarna la falta y remite a la madre a su propia falta.
Frente a la castración, hay una demanda que la madre no puede
satisfacer. La demanda en su doble vertiente: de amor, que suple
la falta, y del don del objeto fálico como prueba de amor (el hijo),
serán dirigidas al padre, constituyendo la salida normativizada
del Edipo. Del lado de la relación madre-hija queda un aspecto de
decepción, por lo que la madre no le pudo dar, y de rivalidad, por
esa relación especular que puede tener lugar entre ellas, que aun­
que tome formas aparentemente cariñosas, resulta muchas veces
destructiva. Ésta puede presentarse del lado de la alienación,
cuando una quiere tomar el lugar de la otra; como dificultad pa­
ra la separación, cuando la madre rechaza al hijo y pone en juego
un goce que, sin embargo, los liga, dificulta la separación y da lu­
gar a la repetición; o bajo la forma de una rivalidad imaginaria
que evoca las vicisitudes del estadio del espejo, que se manifiesta
en términos de no poder compartir ningún espacio simbólico por­
que la presencia de una implica la supresión subjetiva de la otra,
o de horror frente a la idea de reconocerse en algún rasgo de la
otra.
La niña no es toda de la madre, encarna mejor el no-todo y
reenvía a la madre a su propia división. Se trata, justamente, del
cortocircuito que se produce entre ambas en la medida en que ca­
da una evoca en la otra su propia castración. Como ya señalara
Freud, la relación madre-hija permanece cargada de ambivalencia
y sentimientos encontrados.

116
La mad re, Otro contem poráneo

En este trabajo, que surge de una investigación en curso, he


querido señalar cierto aspecto del Otro materno que observamos
en la clínica. Se trata de la madre como Otro atravesado por las
coordenadas de la época, que sostiene con el hijo una relación ba­
jo una modalidad perversa, dándole el lugar de objeto de goce, en
lugar de promover la dialéctica de la falta y el deseo. La madre
hace un "uso" inconsciente del hijo para dar la espalda a su posi­
ción sexuada femenina.
Tomar una posición femenina en relación a la sexualidad no es
fácil. Hay una tendencia en las mujeres a situarse exclusivamente
en una posición fálica y "masculina". Freud, en "Análisis termi­
nable e interminable", al final de su recorrido intelectual y vital,
dio cuenta de una posición que denominó "rechazo de la feminei­
dad". Planteaba esta "roca de la castración" como una evidencia
clínica que mostraba un obstáculo difícil de superar, obstáculo
que debemos pensar como una defensa del sujeto frente al goce
femenino.
La época alienta esta dificultad. Las mujeres cada vez tienen
más responsabilidades y están atravesadas por múltiples impera­
tivos en todos los ámbitos de su vida. El imperativo es una voz
del superyó que envía al goce.
La mujer quiere y debe ser buena madre y "confunde sus cui­
dados con el don de su amor"; debe estar guapa y delgada y, em­
pujada por los ideales estéticos, confunde la mascarada fálica con
su verdadera posición. También debe ser buena trabajadora, para
ella los éxitos laborales constituyen una carrera de obstáculos fá­
lica.
Paradójicamente todo esto ahonda una posición en contra de
lo femenino. La mujer está cada vez más orientada por el falo, que
la lleva a competir con el hombre; y por los imperativos, que la
llevan al goce insaciable. Y está cada vez más alejada de la falta y
de un deseo que la concierna como mujer.

1 17
B i b l i og rafía

DE FRANCISCO, M., "La mascarada femenina", texto conferencia pronunciada


en el Ayuntamiento de León, España.
FREUD, S., " Análisis terminable e interminable", en Obras Completas, Amo­
rrortu, Bs. As., 1990.
LACAN, J., "La dirección de la cura y los principio de su poder", en Escritos2,
Siglo Veintiuno editores, México, 1988.
MEYER, C. y SOBRAL, G., "Frente a la anorexia, una política de la falta", El psi­
coanálisis No 8, Revista de la ELP, Barcelona, 2005.
MILLER, J.- A., "El niño, entre la mujer y la madre", en Carretel, Psicoanálisis
con niños No 1, Barcelona, Edit. Nueva Red Cereda, 1998.
TENDLARZ, S., "Mujeres y niños", en Las mujeres y sus goces, Col. Diva, Bs. As.,
2002.

118
Las dec linac i ones del s ínto ma
en la infanc ia
ALEJANDRA GLAZE

La tesis de la represión freudiana es que todo tiene un sentido,


es decir, todo es pasado y no hay nada nuevo, pero es justamente
la ambivalencia frente a la autoridad y hacia el padre, lo que go­
bierna la imaginación, significantes amos que de manera general
permiten ocultar la falta en ser del sujeto.
Cuando uno se encuentra en el consultorio con niños, esta ima­
ginación se envidencia en cierta teatralidad, representación, juego
de marionetas que tiene para el niño su captura, pero también en
su patetismo para representar en sus juegos aquello de lo que su­
fre. Algo parecido a lo que representa la tragedia, cuyo ejemplo
más efectivo de esta teatralidad es Hamlet, donde la irrupción de
la ficción en el orden de la realidad, a través de la farsa dentro de
la tragedia, va en la misma línea de lo que planteara Jacques La­
can: "La verdad tiene estructura de ficción"\ una verdad que no
es más que hechos de significante. Pero la ficción entendida como
irrupción en el orden de la realidad, un atentado contra ese orden,
definido por la castración y la lógica de la no relación; en última
instancia, como la cuestión última de que no hay relación suje­
to / objeto. De esta manera, verdad, saber y sujeto son los términos
lacanianos que ordenan la experiencia de la realidad.

ALEJANDRA GLAZE es psicoanalista en Buenos Aires. Miembro de la Escuela


de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoaná­
lisis (AMP). Miembro del Consejo de Administración de la Fundación Des­
cartes • mail: aglaze@arnet.com.ar
1 LACAN, J., Seminario 1 6, De un Otro al otro, Clase 22, inédito. 119
A través de tres ejemplos clínicos donde la mentira, la rivali­
dad y el odio aparecen nítidamente, propongo seguir el modo en
que a nivel ��miliar se presentifican las diversas declinaciones de
la época, cuyo último sentido es el ocaso de la figura del padre en
su faceta de autoridad, como garante de la verdad del sujeto. Pe­
ro además, intento encontrar las huellas que orientan una clínica
signada por la época del encuentro con lo real como traumático,
que permita estructurar una defensa vía la suposición de saber en
el análisis, que permite al sujeto sostener al objeto en su pérdida,
para no quedar capturado del vértigo que implica estar condena­
do a ser mero objeto del Otro, abismo que sólo puede conducir co­
mo respuesta a la pérdida del sujeto én su puro cuerpo. Esta po­
sición se entiende sólo remitiéndola a la significación del falo, un
consentimiento a la transmisión de la falta en el Otro, según la
idea de que la metáfora fálica es a la vez la metáfora del sujeto. Es
decir que cuando el sujeto construye su propia versión del falo,
está construyendo su propia identidad sobre lo que él es para el
Otro, sobre su mismo ser, según la hipótesis lacaniana de que "El
elemento esencial en juego en el conflicto es el objeto viri1" 2, con­
flicto que siempre remite al Edipo y sus mopos de resolución.
En última instancia, el complejo de Edipo es siempre una pre­
gunta por el deseo, y la función paterna, un semblante que ex-sis­
te efectivamente sobre lo real, constituyendo el mundo del sujeto
que queda implicado entre la satisfacción del sentido (siempre co­
mo evocación de goce) y el horror de la verdad.
Si intentamos definir de alguna manera al hombre contempo­
ráneo, tendríamos que decir que lleva al extremo la definición del
hombre moderno de Lacan en el "Discurso de Roma" : " ... no reco­
noce la razón de su ser en el desorden que denuncia en el mun­
do"3. Nada quiere saber acerca de su dimensión deseante, y por
consiguiente se encuentra muchas veces entregado al goce del
Otro, en una declinación del síntoma como mensaje cifrado, me­
tafórico, reprimido, que parece excluir la existencia misma del in­
consciente, y lo vincula a una práctica pulsional determinada co­
mo tratamiento siempre fallido que puede asumir la forma de re­
chazo del Otro. Época marcada por la caída de la función colecti-

2 LACAN, J., El Seminario, Libro 3, Las psicosis, Paidós, Bs. As., 1981, pág. 445.
3 LACAN, J., "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanáli­
120 sis", en: Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, México, 1981, pág. 271 .
va y subjetivamente estructurante del Edipo, y donde la única
verdad es el goce, que arranca al sujeto de su incertidumbre res­
pecto a lo injustificable de la existencia.
La figura de un hombre moderno surge ajeno a las profecías de
los pensadores de fines del siglo XIX, que auguraban un hombre
nuevo alejado de las ataduras moralistas. Pero la significación del
autocastigo ha prevalecido, y el hombre se encuentra sumido a la
búsqueda del legislador que propine el golpe, en un retorno cruel
que a la luz de las figuras edípicas adquiere sus formas típicas.
Pero hoy nos encontramos con un Otro contemporáneo donde,
según J.-A. Miller, se promueve el objeto-plus de gozar (a) que ad­
quiere el rango de Ideal en eclipse, y que surge como lo que resis­
te a la captura del amo o del significante como amo. Un goce que
parece no anclar en el significante, una parte fuera del Todo que
escapa a la ironía lacaniana respecto a la máxima kantiana que se
anuncia en el Seminario 7: "Actúa de tal suerte que tu acción siem­
pre pueda ser programada ... ", máxima que parece defender el
discurso de la ciencia.
Con el mito de "Totem y tabú" Freud ha encontrado en el cri­
men primordial el origen de la ley universal que localiza la distri­
bución de goce en lo social en la culpa vía la amenaza de castra­
ción. Lacan introduce en esa hiancia el Nombre del Padre, como
un nombre asignado entre otros al goce totalmente Otro, con el
consiguiente rebajamiento de todo lo que es del orden del saber,
y en ese sentido todo lo que se dice corresponde al semblante en
relación con lo real.

La mentira

Un niño de 7 años llega al análisis llevado por sus padres por


lo que describen como una negativa a salir de su casa. Al comien­
zo de la entrevista, angustiado y al borde del llanto, expresa: "¡Mi
mamá dice que se volvió loca por nosotros!" (el 'nosotros' inclu­
ye a su hermana diez años mayor, en tratamiento por anorexia).
Se trata de una madre deprimida que se encuentra en la cama ha­
ce ya algún tiempo. Sólo digo: "¡Habría que ver si esto es tan así!".
A la siguiente sesión el niño llega tranquilo, diría incluso que
aliviado y una de las primeras cosas que dice es: "Descubrí que 121
mi mamá me miente", para más tarde aclarar: "Seguro que lo que
le pasa, es por cosas de ella, de gente grande."
No creo que sea necesario abundar teóricamente sobre este ca­
so demasiado claro respecto a lo que no se dice: allí donde el ni­
ño se encuentra captado 'absolutamente' como objeto de su ma­
dre, aparece la angustia y por consiguiente el miedo a salir de la
casa que destaca más que una fobia, un padecimiento del cuerpo:
miedo a "hacerse caca" cuando sale de ella, motivo por el cual de­
be volver tres o cuatro veces cada vez que franquea la puerta y
que lo angustia al punto de no querer volver a intentarlo. Una
pérdida presentificada en su propio cuerpo, como tratamiento fa­
llido de su captura en el deseo de la madre sin mediación del pa­
dre, que se evidencia en una angustia que lo retiene.
Algo del orden de la captura constitutiva del sujeto en la ley
significante se ha puesto en juego en la intervención analítica. La
clínica con niños es la ocasión siempre renovada de encontrar ese
momento en que un sujeto encuentra su anclaje simbólico, y don­
de se permite ubicar la manera en que elabora su modo de defen­
sa frente a lo real de la mano del dispositivo analítico. La inclu­
sión de la suposición de saber produce que la supuesta ingenui­
dad infantil no sea completa, "para que los niños salgan ganando
y sean los amos del juego"4. Tal vez esta puede ser una indicación
de Lacan que sirva de orientación clínica en el fin de análisis con
niños.
Algunos dirán que la sencilla historia de un niño que consien­
te con la "mentira" de su madre, nada tiene que ver con la clínica
de la época. Pero propongo otra perspectiva: ese encuentro con un
analista, y esa sola puesta en cuestión de una palabra que marca
algo para alguien incluso en su propio cuerpo, y que lo objetiva
en relación al Otro, abre el camino a algo nuevo que puede ser su
salida a la captación en un deseo que no es más que goce: al pa­
dre (en esa frase que anuncia un problema "entre grandes" ). Aun­
que podemos captar que esa mentira sólo es posible relativizarla
en un mundo de palabras.
Para Lacan, la fórmula del deseo de la madre no es separable
de su goce. De esto se trata en ese deseo, y el Nombre del Padre
es lo que anula este. goce de la madre que queda de ese modo ce-

4 LACAN, J. El Seminario, Libro 4, Las relaciones de objeto, Ed. Paidós, Bs. As.,
122 1994, pág. 296.
dido, convirtiéndose en un atributo del padre. En definitiva, se
trata del pasaje de la ley de la madre, incontrolada e incontrolable
-descripta por Lacan en el Seminario 5-, a la ley del padre como
legislador. Esa ley incontrolada, no es tal, más que por el hecho de
que el ser hablante está perdido en las mismas leyes del signifi­
cante, "en el buen o mal querer de la madre"5, es decir, es puro ca­
pricho, verdad siempre en reabsorción en su relación con lo real.
Pero qué pasa si ese goce no es interceptado, si la madre no es
privada por el padre localizando un más allá de ese deseo, una
mediación que realice un corte entre ese niño como falo y su goce
que lo apresa en el fantasma de la madre. No nos detengamos en
las disquisiciones diagnósticas que resultarían de las diferentes
salidas de esta situación, sino en ese punto donde la madre "mira
hacia otro lado", donde el conflicto en el sentido freudiano hace
su aparición. Es lo que Lacan describe como "la necesidad de ha­
cer algo trascendente"6 para escapar del vértigo que implica que­
dar en ese apresamiento.
A través de la clínica y el encuentro con ese conflicto, Freud lo­
calizó en el marco del Edipo -en la célebre tragedia mítica de Só­
focles-, una trama prototípica donde la subjetividad humana pa­
recía encontrar su anclaje simbólico; redes significantes que ubi­
can al sujeto en relación a un orden que teje lugares donde cada
sujeto encuentra un modo de defensa que signa su encuentro con
lo real. Incluso, ha puesto el acento en los aspectos fallidos de la
solución del conflicto edípico, y en lo que llamó la solución de
compromiso, donde lo que se juega es la "poca realidad" del de­
seo en el que el sujeto se sostiene, en comparación con la intensi­
dad y persistencia de la realidad psíquica de los conflictos simbó­
licos y las fijaciones imaginarias, quedando así delimitada la vía
del psicoanálisis en la experiencia subjetiva de hacer reconocer
ese deseo, perturbando la defensa del sujeto.
De esta manera, la teoría heredada de Freud se extiende en el
interior de este conflicto fundamental, que a través de la rivalidad
con el padre, vincula al sujeto a un valor simbólico fundamental
instaurando de esta manera la racionalidad de la fantasía y si-

5
LACAN, J., El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Paidós, Bs.
As., 1999, pág. 194.
6 LACAN, J., "Lo simbólico, lo imaginario y lo real", en: De los Nombres del
Padre, Paidós, Bs. As., 2005, pág. 3 1 . 123
tuando al sujeto en una relación con el saber. Conflicto fundamen­
tal que permitió ubicar un cierto tipo de sufrimiento y enferme­
dad en el hombre que señala un lugar vacío, donde ese conflicto
aparece como reacción, incluso como construcción -en el sentido
freudiano-: una puesta en juego de la subjetividad. Edipo testi­
monia de "cierto salvajismo del pensamiento" que define al saber
no como el acto subjetivo de captura de una idealidad objetiva, si­
no como cierta afección, e incluso una enfermedad del viviente, y
que a la altura del Seminario 11 Lacan define como una causa del
inconsciente siempre perdida, pero que aun antes, en el Seminario
3, la describe del siguiente modo: "El complejo de Edipo significa
que la relación imaginaria, conflictural, incestuosa en sí misma,
está prometida al conflicto y a la ruina"7. Un saber que ex-siste y
constituye el mundo de los objetos, determinando de esta mane­
ra la realidad del sujeto; aunque siempre queda una hiancia don­
de la angustia invade al sujeto en el encuentro con un real engen­
drado por lo imposible de cernir por el significante, en la vía del
trauma que surge en la contigencia de un mal encuentro para ese
sujeto particular, enfrentado más allá de la cadena significante, al
sinsentido como lo injustificable de una existencia que sólo es ver­
daderamente humana cuando se torna parlante, sexuada y mor­
tal, cuando la lengua captura al ser en sus redes simbólicas ha­
ciendo posible la existencia de cada uno como singular y único.
Etiológicamente, en el desencadenamiento de la neurosis se de­
signa a la función de la realidad como traumatismo. Es en la sor­
presa del trauma, en el acontecimiento imprevisto que deshace las
coordenadas simbólicas del sujeto, donde se pone en dificultades
a ese régimen edípico.
Freud buscaba restablecer, frente a ese pathos como sinsentido
bruto de la vida, un lagos, un buen encadenamiento causal y una
virtud positiva del efecto de saber anclado en el drama edípico,
donde se reencuentran las imagos reguladoras de un goce e inclu­
so de una locura que surge del hecho contingente de las fragilida­
des del organismo, como resultado de lo que Lacan define como
"una permanente virtualidad de una grieta abierta en su esen­
cia"8.

7 LACAN, J., El Seminario, Libro 3, Las psicosis, op. cit., pág. 139.
8 LACAN, J., "Acerca de la causaliaad psíquica", en: Escritos 1, Siglo Veintiu­
124 no editores, México, pág. 166.
Para Lacan, la pulsión es lo que anima a ese conflicto básico que
constituye el fondo de la acción humana, pero también sostiene que
en aquello que piensa, nunca se hace otra cosa que constituir al su­
jeto en objeto, objetalizarlo para de ese modo ser, lo que lo convier­
te en víctima siempre voluntaria de la relación al Otro. La lengua
parasita al ser vivo añadiendo un modo de satisfacción anómalo
sin adaptación definitiva, plus que sólo impone su satisfacción.
Para Lacan, " ... si el conflicto existe, es porque los hombres no sa­
ben contar mucho mejor que el león, a saber, nunca integran por
completo el número tres, tan sólo lo articulan. La relación dual fun­
damental animal no por ello deja de prevalecer en determinada zo­
na, la de lo imaginario, y precisamente porque no obstante el hom­
bre sabe contar, se produce en última instancia lo que llamamos un
conflicto"9. Recuerdo un niño psicótico de 9 años cuya maestra in­
sistía en que no podía aprender a contar más que hasta dos, muy
angustiada por no poder sortear ese imposible de enseñar.

La riva l idad

Una niña de 6 años llega al consultorio porque en el colegio


consideran que su apego básicamente corporal a su madre y a sus
maestras, "no es muy normal", aunque para la madre "todo está
más o menos bien". Lo primero que destaco de la entrevista con
los padres, es la respuesta del padre frente a porqué la niña duer­
me con la madre: "Ella no es una competencia para mí, como lo es
mi hijo varón, que no dejo que duerma con mi mujer" . No hay
una rivalidad instaurada que haga que la niña se dirija a ese pa­
dre, en busca de un objeto que la aleje del goce de su madre. Es
así que la niña en la primera sesión dice: "Yo tengo un compañe­
ro que se llama Alejandro, pero a mi me gusta Alejandra", refi­
riéndose a mi propio nombre. Durante las primeras sesiones, sus
frases son siempre relativas a la belleza de su madre, principal­
mente a su cabello, aludiendo fascinada a "la gran cola de caballo
que ella tiene cuando sale de noche".
¿Y el conflicto? ¿Dónde se localiza? El padre ha operado; pero
algo ha fallado en la constitución del objeto como rival, en el sen-

9 LACAN, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, op. cit., pág. 240. 125
tido que lo plantea Lacan en el Seminario 5: "Si el niño no franquea
ese punto nodal, es decir, no acepta la privación de la madre ope­
rada por el padre, mantiene una determinada forma de identifica­
ción con el objeto de la madre, es decir, ser el falo de la madre. Es­
te objeto que les represento desde el origen como un objeto rival
-es decir, rival respecto al lugar del niño- [ . . . ] si se trata de fobia,
como de neurosis o de perversión, la cuestión va a ser: ser o no ser
el falo, y tener o no tener el falo" 10.
La niña dice: "Mi mamá no quiere a mi papá, y mi papá no
quiere a mi mamá". Con la introducción en la sesión, vía el juego,
de la falta en la madre (y en este sentido fue fundamental la pér­
dida de un muñeco que hacía de hijo), y una intervención enérgi­
ca de un "¡No!" frente a una situación en que la niña no permitía
que intercambie unas palabras con su madre fuera del consulto­
rio, interrumpiendo una y otra vez, comienzan a aparecer frases
como: "El hijo quiere ser el padre", "mi papá me reta a mí, pero
no a mi hermano", y juegos con espadas donde un padre es ata­
cado para quedarse con la princesa. Finalmente, las maestras di­
cen a la madre que su hija se encuentra mucho mejor en el colegio
a pesar de que ésta sigue insistiendo en que todo está "más o me­
nos bien". Aparece el conflicto y la niña entra en el juego del Edi­
po, haciendo alusiones precisas al pene de su hermano y de su pa­
dre, y jugando con el hecho de que ella y su madre "no lo tienen".
Rectificación vía el análisis que la ubica en rivalidad ineludible
para la constitución de un sujeto separado del deseo de la madre,
que no es otra cosa que goce.
En el Seminario 2, refiriéndose a los mitos griegos, Lacan sostie­
ne: "En el fondo de todo esto, hay un aspecto irresistiblemente có­
mico que alimentó sin cesar al teatro: a fin de cuentas, siempre se
trata de mí, de ti y del otro."11 Es en la época de la tragedia grie­
ga que se representa " .. .la relación del hombre con la palabra en
tanto que esta relación lo atrapa en su fatalidad -una fatalidad
conflictiva . . . "12.

10 LACAN, J., El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, op. cit., pág.
191.
11 LACAN, J., El Seminario, Libro 2, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psi­
coanalitica, Paidós, Bs. As., 1982, pág. 392.
1 2 LACAN, J., El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, op. cit., pág.
126 270.
Pero también, en "La interpretación de los sueños", Freud
anuncia la existencia de un material legendario cuya eficacia dra­
mática universal descansa en su conformidad universal con los
datos de la psicología del niño: la tragedia de Edipo. Así, estable­
ce una idea de un esquema dramático edípico bajo un doble as­
pecto: como explicitación de deseos infantiles universales y uni­
versalmente reprimidos, pero también como forma ejemplar de
revelación de un secreto escondido.
Se trata de identificar la intriga amorosa con un esquema de
racionalidad causal, convirtiendo al síntoma en la huella de una
historia, donde Edipo aparece como víctima "de un fantasma no
elucidado", y donde "hay un sentido donde parece no haberlo, un
pensamiento que funciona solo y que tiene sus efectos más allá de
su reconocimiento por el sujeto, un enigma a descifrar en la cade­
na del sentido." 1 3
Es Edipo, como dice Jacques-Alain Miller, quien hace creer en
la falta dando lugar entre el Todos y el Uno a la idea de falta. Es
así que realiza en el curso De la naturaleza de los semblantes, una cla­
ra distinción entre la lógica del No-Todo y la del Uno. Edipo se en­
cuentra ubicado del lado del Uno, lado masculino por excelencia
que conlleva la falta, tesis que se desprende de la frase de Lacan:
"Todo macho es siervo de la función fálica" 1 4, dando a entender
que el falo es su medida ineludible. Nos encontramos aquí dentro
de lo que se denomina el drama patético de la neurosis, el anuda­
miento del sujeto a la cadena de las generaciones, aquella posi­
ción que implica para ese sujeto una atadura -según lo indica el
sentido de la tragedia-, al crimen y al incesto, donde de lo que se
trata en última instancia, más allá del mito y la fábula, es de la
transmisión de la castración. Una manera de crear un hay donde no
hay, una "cuestión de fe" . En ese sentido, para Harold Bloom,
" ...una ficción, en la que creas aunque sepas que es una ficción, só­
lo puede ser validada mediante la pura voluntad" 1 5.
Pero luego está el lado No-Todo, el lado femenino donde pre­
domina la falta de medida, el exceso, el perseverar sin límite en
una serie en constante desarrollo, y que se introduce muy precisa-

13 RANCIERE, J., El inconsciente estético, Del estante editorial, Bs. As., 2005,
pág. 62.
14 LACAN, J., Seminario 18, De un discurso que no serfa de la apariencia, inédito.
15 BLOOM, H., ¿Dónde se encuentra la sabidurfa ?, Taurus, Bs. As., 2005, pág. 89. 1 27
mente como la lógica no-edípica, clínica que se ubica en un más
allá del Edipo y en la pluralización del Nombre del Padre. Dentro
de esta lógica del No-Todo se incluye la voluptuosidad frente a la
cual Freud contrapone la intriga causal del Edipo, la racionalidad
de la fantasía.

E l odio

Un joven se define como "un forro pinchado" frente al deseo


de sus padres16, un "no ha lugar" que sumado al encuentro con el
otro sexo, lo sume en el ataque de pánico donde la proximidad a
la muerte que siente en esos momentos es lo único que lo inquie­
ta. Dice: "Mis padres no pueden vivir uno sin el otro, son dos tor­
tolitos que no saben lo que pasa alrededor de ellos." Sus esfuer­
zos por que se enteren de algo de lo que le ocurre, fueron vanos .
Pero también habla de su infancia no muy lejana. Se describe en
el pasado como un niño solitario, encerrado en su habitación, te­
meroso de los grandes pasillos de los colegios a donde lo manda­
ban, sin que nadie escuchara su pedido por ir a un colegio "más
chico", donde él "fuera importante", y donde no estuviera "incó­
modo", ambos significantes que ubican su posición de falo del
Otro, tanto en la escuela como en su casa. Pero además, ya en la
adolescencia, frente al enigma de qué quieren de él las mujeres, se
retira del juego, "para no hacerles daño". Sabe que no puede com­
pletar al Otro por su propia posición en relación al deseo de su
madre, quien "se basta perfectamente para mostrarle al niño has­
ta qué punto lo que le ofrece es insuficiente, y basta también para
proferir la interdicción del uso del nuevo instrumento"17, en un
efecto de depreciación imaginaria del sujeto que hace que se retire
del mundo del intercambio sexual, para así evitar un efecto en el
cuerpo del que nada puede decir durante mucho tiempo en el
análisis.

16 Ver este caso desarrollado en Glaze, A., "Del pánico a la obsesión", en:
CUCAGNA, A. (Comp. ), Ecos y matices en psicoanálisis aplicado, Grama edi­
ciones, Bs. As., 2005.
1 7 LACAN, J.: El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, op. cit., pág.
128 193.
Pero queda un hueco: "el temor a hacerles daño", algo es dicho
de ese no comercio con las mujeres, situación que vuelve a poner
en juego cuando comenta otras situaciones en que queda "paraliza­
do" frente a una mujer que pide "de más": "la mataría, le pegaría,
la escupiría, pero no puedo nada, ni responder a lo que me pregun­
ta", momento de inhibición frente a un odio sólo entendible si lo
ponemos en línea con la dualidad originaria del amor y el odio que
asume la forma de rechazo primordial del Otro, y expresa la volun­
tad narcisista de preservar la propia integridad frente a ese Otro.
En definitiva, es el odio mortal por la castración, odio por la falta
como tal. Como dice Recalcati, " ... se trata de un goce de un sujeto
que se encuentra parasitado por un exceso de goce y por un defec­
to del Otro" 18, como modo de anular la división en una forma no­
subjetivada. En definitiva, se trata de un deseo abolido por el goce,
por el odio puro hacia el Otro. Hay una falla del saber en lo real,
que implica que ese saber no programa el acceso al otro sexo.
Hoy vivimos más en la época del fantasma que en la de la re­
presión, en una efectuación repetida como matriz de significa­
ción, que constituye un Otro consistente, pasando a conectarse
con la pura certeza de la pulsión de un sujeto anudado a su goce.
Queriendo sostener un Otro acorde con el discurso de la ciencia,
el sujeto queda irremediablemente conectado a su ser de objeto,
constituyendo su propio cuerpo como respuesta: ataques de páni­
co, anorexias, bulimias, toxicomanías, pasajes al acto. Modifica­
ción en el mecanismo de la represión que provoca una alteración
que determina gran parte de la clínica de la época, y que ubica al
trauma como el momento de desencadenamiento de un sujeto
anudado a cierta certeza estática del fantasma por fuera de la po­
sibilidad siempre creadora de la metonimia del deseo.
Harold Bloom escribió su nuevo libro ¿ Dónde se encuentra la sa­
biduría? luego de su encuentro con la posibilidad de la muerte, y
como él mismo dice: "surge de la necesidad personal, que refleja
la búsqueda de una sagacidad que pudiera consolarme y mitigar
los traumas causados por el envejecimiento, por el hecho de una
grave enfermedad y por el dolor de la pérdida de amigos queri­
dos"19. Pero dice algo más: " .. .la sabiduría, sea esotérica o no, me
parece una perfección capaz de absorber o destruir, según lo que

18 RECALCATI, M.:, La clínica del vacío, Síntesis, Madrid, 2003, pág. 156.
19 BLOOM, H., ¿ Dónde se encuentra la sabiduría ?, op. cit., pág. 13. 129
le aportemos"20 y es más, "Casi todos nosotros sabemos que la sa­
biduría se va de inmediato al garete cuando estamos en crisis"21.
En el Seminario 7, Lacan indica que "La tragedia, para nosotros,
analistas, está presente en el primer plano de nuestra experiencia,
manifestada como tal por las referencias que Freud encontró en
Edipo" . Como sostiene A. Badiou, el teatro es acontecimiento de
pensamiento, en la misma línea que Ranciere ubica un lagos in­
merso en un pathos. Pero el primero, llega incluso a decir que es el
"antiperiodismo": por medio del teatro uno puede aprender a ver
el mundo de una manera diferente de aquella que se nos pide que
usemos para verlo22• En el teatro se trata de una verdad que es un
agujero de la opinión, del sentido común, de la opinión pública
que hoy funciona como verdadero discurso amo; pero también es
un agujero del 'para todos' instaurado de la mano del discurso de
la ciencia, un saber científico que descubre, mientras que el saber
en psicoanálisis, inventa.
Por algo J. Lacan ha escrito: "Si somos conmovidos por una
obra de teatro . . . es a causa de lo que encierra para nosotros de
problemático nuestra propia relación con nuestro propio deseo",
deseo que más adelante, en el mismo Seminario, dice que sólo
"podemos atraparlo por la cola, a saber, en el fantasma"23.
El teatro, en sus dos formas superiores, la tragedia y la come­
dia, es circulación del objeto del deseo, exhibición de los comple­
jos familiares, drama exacerbado de la diferencia de los sexos, y
produce un efecto de verdad singular e irreductible, en un en­
cuentro maquinado en un tiempo inédito y singular con las figu­
ras eternas de la subjetivación de lo verdadero.

E l deseo

J.-A. Miller, refiriéndose a la época contemporánea, sostiene:


"Creo que es mejor romperse la cabeza para saber cómo hacer cir-

20
BLOoM, H., Ibídem, pág. 14.
21 BLOOM, H., Ibídem, pág. 15.
22 BADIOU, A., Imágenes y palabras. Escritos sobre cine y teatro, Manantial, Bs.

As., 2005, pág. 138.


130 23 LACAN, J., Seminario 6, El deseo y su interpretación, inédito.
cular un poco de deseo en todo esto; y sólo hay una manera de ha­
cerlo; escapando al 'para todos' y, al mismo tiempo, al 'menos
uno' o al 'más uno', al que esto lleva inevitablemente"24, es decir,
a la clínica del exceso o del defecto: las patologías del consumo.
No olvidemos lo enunciado por Lacan en "Subversión del su­
jeto . . . " : "El Edipo no podría conservar indefinidamente el estre­
llato en unas formas de la sociedad donde se pierde cada vez más
el sentido de la tragedia."
El héroe de la tragedia se encuentra desarraigado de la estruc­
tura, fuera de ciertos límites y preso del aislamiento que lo extra­
vía frente al deseo del Otro: piénsese en Antígona, enterrada viva
por sostener un crimen familiar más allá de la ley del tirano
Creonte; en Hamlet, aniquilado por su propia posición culpable,
su conocimiento acerca del crimen de existir; o a Edipo, con sus
ojos arrancados ante la visión de la verdad sobre su crimen no sa­
bido. En la tragedia, "ninguna mediación es aquí posible, salvo
ese deseo, su carácter radicalmente destructivo."25 El héroe de la
tragedia " ... es aquel que sobre la escena no es más que figura de
desecho con que se clausura toda tragedia digna de ese nom­
bre"26. Lacan ya había dicho: "Incluso para quien avanza hasta el
extremo de su deseo, todo no es rosa"27.
Para H. Bloom, lo que él llama "la literatura sapiencial -en la
que incluye al mismo Freud- nos enseña a aceptar los límites na­
turales. La sabiduría secular de Cervantes y Shakespeare (los dos
obligados a ocultar su escepticismo radical) raya la trascendencia
en Don Quijote y Hamlet, pero el Caballero de la Triste Figura cae
en el cuerdo desencanto de la tumba cristiana, y el príncipe alcan­
za la apoteosis sólo en el reposado silencio de la aniquilación"28 .
La épica de la tragedia parece responder a la pregunta de La­
can en el Seminario 7: "¿Ha usted actuado en conformidad con el
deseo que lo habita?"29, pregunta que no es fácil de sostener, y
que según Lacan sólo puede serlo en el contexto analítico. Pero el

24 MILLER, J.-A., De la naturaleza de los semblantes, Paidós, Bs. As., 2002, pág.
64.
25 LACAN, J., Seminario 15, El acto psicoanalítico, Clase 14, inédito.
26 LACAN, J., Seminario 1 8, De un discurso que no ser{a de la apariencia, inédito.
27 LACAN, J., El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Bs. As.,
1988, pág. 384.
28 BLOOM, H., ¿ Dónde se encuentra la sabiduría ?, op. cit., pág. 16.
29 LACAN, J., El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, op. cit., pág. 373. 131
acceso al deseo necesita franquear "no sólo todo temor, sino toda
compasión, que la voz del héroe no tiemble ante nada y muy es­
pecialmente ante el bien del otro", en definitiva, que no sea presa
del miedo. Este es el verdadero epas trágico, alejado de la subjeti­
vidad de nuestra época que con su ideal de seguridad sumerge a
lo social en el miedo, y con las garantías individuales, sostiene la
verdad e identificación a un goce que desconecta al sujeto de la
verdad del deseo.
Para Bloom la tragedia sigue la lógica de la catástrofe-creación,
es decir de. la constitución de la subjetividad vía la creación, para
palear el sinsentido bruto de la vida. "Cuando Freud exhorta a lo
que él llama 'evaluar la realidad', lo que quiere decir es que debe­
mos aprender a aceptar nuestra mortalidad y al final rechazar to­
das las ficciones [ . . . ]."30 Para Lacan, la lengua, el sexo y la muer­
te nombran la misma imposibilidad como letra muda que invoca
a la palabra.
Pero hoy en día el conflicto que la tragedia pone siempre en
marcha, parece tener problemas para instaurarse frente a la lógi­
ca de la catástrofe, del encuentro con la inconsistencia del Otro, de
la caída en el goce del sujeto sumido como se encuentra en las pa­
tologías de la época, a ser puro objeto del estrago.
Pero Lacan dice más acerca de la tragedia y su relación con el de­
seo: " . . . de todas formas, no lo olvidemos, no confundamos la fic­
ción trágica, quiero decir el mito de Edipo, de Antígona por ejem­
plo, con lo que es verdaderamente la única acepción valedera, fun­
dada, de la tragedia, a saber: la representación de cosa", operación
de negativización de la Cosa freudiana, que crea la realidad del
mundo de los objetos para el sujeto, de donde el saldo de esa ope­
ración significante es el deseo como producto, y que es definido por
Lacan como una "condición absoluta", lo que quiere decir, no dia­
lectizable. Es decir, en última instancia, "deseo de falo", como signi­
ficante último del deseo, siempre en relación con lo que falta en el
Otro, un más allá de la demanda, una metonimia de la falta en ser.
Mientras la cosa está perdida, el falo es el significante de la repre­
sión, es la huella dejada por la Cosa del goce. Es lo que enuncia la
escritura S(A), la incompletud del saber respecto a sus fundamen­
tos, en definitiva, respecto a su referente, como causa siempre per­
dida y vuelta a reencontrar en la huella mnémica que dirige la pul-

132 30 BLOOM, H., ¿ Dónde se encuentra la sabiduría?, op. cit., pág. 213.
sión al objeto. El patetismo del "gran teatro de locos", como Bloom
define a las tragedias, elude el hecho de que todos somos víctimas
de la muerte tarde o temprano, es decir, inscriptos en la castración.
En esta misma línea, más adelante, presenta Lacan lo que lla­
ma una clínica más allá del Edipo, donde de lo que se trata no es
" ...ni del niño, ni de la madre, ni del trágico pasaje del padre al hi­
jo, ¿qué pasaje? Sino es el del Falo"31, como un significante que va
a permitir una articulación del ser del sujeto. Y define al falo co­
mo "la totalidad de aquello que femeninamente puede estar suje­
to al goce"32, de ahí que la tragedia es una necesidad lógica para
el ser hablante, basada en la idea de que hace falta que todo ten­
ga una causa, causación lógica que sólo puede ser un efecto de
significante: nuestro propio bla bla como defensa frente a la incon­
sistencia de un mundo por fuera de lo representable, aquello real
que ubica el punto imposible por fuera de la lógica.
Lacan ya ha anunciado que " ...el deseo falta, y falta por cuan­
do se ha hundido el Ideal"33. Vivimos en la época del vértigo en­
tre la necesidad de ser todo y la angustia de no ser nada, vértigo
que es la condición para lo que Freud llamó defensa o represión,
alejarse de las representaciones prohibidas del deseo, en una per­
cepción constante de inexistencia que suscita una angustia in­
nombrable. De la dialéctica entre ser y tener, pasamos así al pare­
cer, como modos relevantes de relación al Otro, que enmascaran
en ese parecer al tener, para protegerlo en el hombre, y para en­
mascarar la falta en la mujer, " ... y que tiene por efecto proyectar
enteramente en la comedia las manifestaciones ideales o típicas
de comportamiento de cada uno de los sexos, hasta el límite del
acto de la copulación [ . . . ] lo que implica la dimensión del sem­
blante en el comportamiento sexual"34.
Jugando con el significante, el hombre cuestiona constante­
mente su mundo, y " ... el valor de la agudeza, que la distingue de
lo cómico, es su posibilidad de poner en juego el profundo sinsen­
tido de todo uso del sentido"35. Es recién en lo cómico, como

31 LACAN, J., Seminario 1 8, De un discurso que no sería de la apariencia, inédito.


32 LACAN, J., Seminario 1 8, De un discurso que no sería de la apariencia, inédito
33 LACAN, J., Seminario 1 0, La angustia, inédito.
34 LACAN, J., "La significación del falo", en: Escritos 2, Siglo Veintouno edi­
tores, México, 1 989, pág. 674.
35 LACAN, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, op. cit., pág. 287. 133
opuesto a lo trágico, que algo es liberado de la constricción de la
imagen. De ahíel uso que Lacan hace de la comedia, donde la vi­
da se desliza escapando a las barreras que se le imponen, incluso
aquellas constituidas por el significante, un potencial radicalmen­
te irónico del sujeto que lo sitúa frente al Otro en una relación que
no es de sumisión, y le permite superar las impasses del tener o no
tener, y ser o no ser, con la dimensión del parecer, la mascarada que
introduce en el registro de la comedia de los sexos; aunque sus ex­
cesos y defectos en la época, vuelven a sumir al sujeto en otro
impasse del que es fiel la clínica contemporánea.

134
El tra uma y las neo- i n hibiciones

ANA LYDIA SANTIAGO


)ÉSUS SANTIAGO

Es innegable que los usos cada vez más frecuentes de la cate­


goría diagnóstica de Trastorno de Stress Post-traumático, es un sig­
no incontestable de la llamada extensión del trauma en la contem­
poraneidad. Se admite que la extensión generalizada del trauma
es una de las características principales de una época que se auto­
riza del veredicto de inspiración kierkegaardiana: "la moderni­
dad pierde en trágico lo que gana en desesperación"1. Sin embar­
go, no se comprenden las causas efectivas de esta extensión por la
simple enumeración de los diversos acontecimientos traumáticos
que tienen lugar en nuestra época. Es evidente que las formula­
ciones de Freud sobre la neurosis traumática constituyen una con­
trapartida de los eventos catastróficos de la Primera Guerra Mun­
dial. Por otro lado, él siempre supo que, en esos casos, el aconte­
cimiento desencadenante no es suficiente, es decir, es preciso con­
siderar la reacción, la respuesta del sujeto a ese acontecimiento en
cuestión. En cuanto al modo en que el analista concibe la situa­
ción traumática, es posible decir que más que el acontecimiento lo
que le interesa es, sobre todo, captar las repercusiones de ese en­
cuentro con lo inesperado, en el circuito fantasmático del sujeto.

JEsús SANTIAGO es psicoanalista en Belo Horizonte, Brasil. AME de la Escue­


la Brasilera de Psicoanálisis (EBP) y de la Asociación Mundial de Psicoanáli­
sis (AMP). Mail: santiago.bhe@terra.com.br
ANA LYDIA SANTIAGO es psicoanalista en Belo Horizonte, Brasil. AME de la
Escuela Brasilera de Psicoanálisis (EBP) y de la Asociación Mundial de Psi­
coanálisis (AMP). Mail: analydia.bhe@terra.com.br
1 TEIXEIRA, A., O topos ético da psicandlise, Edipucrs, Porto Alegre, 1999, pág.
47. 135
E l tra u ma leng uajero

A propósito de la relación entre el trauma y el acontecimiento,


J.-A. Miller aclara que, en lo esencial, el trauma concierne a "la in­
cidencia de la lengua sobre el ser hablante", y es por esa razón que
el "núcleo del acontecimiento traumático no es relacionable a un
accidente, o lo es siempre"2. Como se decía antes, si un accidente
no explica el todo de la estructura, es necesario, sin embargo, con­
siderarlo como elemento integrante de la estructura, que por me­
dio de él puede tener la chance de llegar a la lógica del complejo
fantasmático del sujeto. Aun bajo el punto de vista de esa concep­
ción de la ampliación del trauma en la vida contemporánea, se
constata el factor decisivo de la práctica analítica actual, que es la
desaparición del síntoma en detrimento de la omnipresencia de la
angustia. No se comprende esa omnipresencia de la angustia y las
reacciones subjetivas que de ella provienen sin tomar los efectos
traumáticos que se desprenden de la colisión del lenguaje sobre el
cuerpo y su goce. Las evidencias de la desaparición del síntoma,
en el ejemplo clínico que se pretende discutir más adelante, se ve­
rifica por el modo en que la inhibición, asociada a un intenso es­
tado de angustia, se hace presente para el sujeto en un momento
crucial de su existencia.
Es importante señalar sin embargo, que la hipótesis de que hay
una extensión del trauma es enteramente compatible con la con­
cepción del lenguaje presente en la última enseñanza de Lacan. La
referencia constante, de esa enseñanza, un "trauma lenguajero"
muestra que éste se afirma más como un proceso que como algo
que proviene de las contingencias de un acontecimiento3. Si el
trauma se confunde con la inmersión del sujeto en el lenguaje, es
porque este último se vuelve pura escritura de lo real de la no-re­
lación sexual y deja, por lo tanto, de ser una escritura confeccio­
nada con el significante4. Cuando la letra se separa radicalmente

2 MILLER, J.-A., La experiencia de lo real en la cura psicoanaUtica, Paidós, Bs.


As., 2003.
3 LAURENT, E. "El trauma al revés", en Papéis, Publica\aO do IPSM-MG, no
1, 2004.
4 LACAN, J., Seminario 23, Le sinthome, inédito. "Je considere que d'avoir
énoncé sous forme d'une écriture, le réel en question a la valeur de ce que
136 l'on apelle généralement un traumatisme".
del símbolo fonológico, se dice que el trauma pasa a acompañar
para siempre al sujeto. Esta concepción del trauma supone tener
en cuenta que el lenguaje comporta dos cuerpos de escritura dis­
tintos: hay una escritura que se lee y de la cual resulta un sentido
y hay aun otra que, a pesar de funcionar, no es permeable a la lec­
tura. Como refiere Lacan, el cuerpo de esta última modalidad de
la escritura funciona como un "pas-a-lire", es decir, es ilegible en
función de su estricta proximidad con lo real del goce.
Es preciso aun considerar que ese "pas-a-lire", característico del
lenguaje concebido como letra, se refiere a lo que J.-A. Miller obtiene,
por intermedio del juego permutativo de las letras de ese término, como
el "pas-a-lier ". Eso quiere decir que la dimensión ilegible de la letra
("pas-a-lire") se funda en el hecho de que no se liga ("pas-a-lier") al
significado, ni tampoco a nada que haga sentido. Es decir, si hay afini­
dad de la letra con lo real es porque éste se muestra imposible de ser afec­
tado o reabsorbido por la escritura tomada como significante. Según esa
formulación, el trauma aparece como una contingencia enteramente des­
tituida de sentido, contingencia que resulta del lenguaje que se muestra
contaminado por ese parásito que es el goce. En última instancia, es el
virus del lenguaje el que, en ciertos momentos, acciona el carácter trau­
mático de su funcionamiento.
El caso del tratamiento analítico de un niño, que tomaré a con­
tinuación, ofrece la oportunidad de explicar la incidencia de ese
trauma lenguajero, en el instante en que el tratamiento llegó a ais­
lar el núcleo de goce del sujeto. Es en el momento en que el desa­
rrollo del tratamiento confirió mayor consistencia al síntoma, fa­
voreciendo la instalación de un amarre mínimo, capaz de dar sus­
tento a la propia estructura simbólica del sujeto, que la juntura del
factor traumático del lenguaje expresado por la inercia del goce,
se explicitó.

I rrupción de l a a ng ustia

Basta que suene el despertador, a las seis de la mañana, para


que se inicie el tormento de una niña de diez años de edad. Es la
hora de levantarse para ir a la escuela. Para Roberta, sin embargo,
lo que se despierta, en primer lugar, es un mal-estar generalizado
en su cuerpo: sudor frío, temblores, dolores intensos en el estóma- 1 37
go, vómitos, dolor de cabeza, diarrea, y todo eso sobre un fondo
de intensa angustia, descripto por ella como una presión en el pe­
cho que le parece oprimido y vacío al mismo tiempo, como si to­
do el miedo del mundo se hubiese alojado allí. Esa breve descrip­
ción de la sintomatología que se desencadena en la paciente a la
hora de ir a la escuela, no deja dudas de que, en este caso, es el
cuerpo el que padece de ese gran pánico cuyo único punto de re­
ferencia es la escuela. Esto lleva al sujeto a vislumbrar como cura
para sus síntomas la eliminación de este punto de anclaje: "Por fa­
vor, no quiero estudiar más", implora la niña a sus padres, cre­
yendo que la escuela es la causa de todo mal y, por eso, debe ser
barrida de su rutina.
Los padres se inquietan con el semblante abatido de la hija en
el transcurso de ese sufrimiento: ella pierde peso cada día y llegó
a adelgazar un kilo en una semana. El pánico de la niña en el mo­
mento de ir a la escuela les parece sin sentido, pues ella nunca an­
tes se angustiaba al separarse de los padres o al dejar el ambiente
familiar. Así, ellos intentan mantenerse calmos durante sus crisis
de pánico diarias y hacen lo que sea necesario para ayudarla: la
acompañan, no sólo durante los primeros minutos del día en que
ella está en casa, sino también en el camino a la escuela y, después,
hasta la puerta del aula. Roberta insiste en dejar de estudiar. Ya
había dejado de asistir a las clases extra-curriculares de canto, ba­
llet, inglés y natación. Y, frente a tanto sufrimiento, los padres ya
estaban encontrando razonable interrumpir también la escolari­
dad.
La posibilidad del encuentro con un analista como recurso pa­
ra la inserción social de la hija y la eliminación de su sufrimiento
se presenta por casualidad: la pareja (de sus padres) era partida­
ria de una idea que aún suele encontrarse en estos días -que ese
tipo de tratamiento era para gente loca. No obstante, una sobrina
estaba haciendo análisis debido a una depresión y los efectos te­
rapéuticos que se hacían notar en su caso los llevaron a buscar un
tratamiento psicoanalítico. Sin embargo, el hecho de que el sínto­
ma del niño se muestre refractario a las terapias puramente orto­
pédicas e insista en hacer hablar, en su estructura, al núcleo de go­
ce, es lo que va a constituirse como el aspecto esencial de la con­
tribución del psicoanálisis para los casos en los que el factor inhi­
bitorio prevalece.
138 Menos de un año antes de la manifestación de esos síntomas
que configuraban un cuadro de fobia escolar, la asimilación de
Roberta con relación al aprendizaje presentó una merma porcen­
tual importante en todas las áreas del conocimiento. Más allá de
eso, en el aula ella pasó a expresarse muy poco y a demostrar una
gran inseguridad al momento de presentar los trabajos. La pro­
ducción de una inhibición en la esfera de la investidura libidinal
del sujeto es lo que marca con frecuencia los cuadros de enferme­
dad en la infancia. Lo que la práctica psicoanalítica con niños evi­
dencia a este respecto, es el hecho de que el cuadro inhibitorio se
origina en un encuentro traumático del sujeto con lo real. N o es
por casualidad que desde los orígenes del psicoanálisis con niños,
al inicio de los años 20 del siglo pasado, fueran los fenómenos in­
hibitorios sobre los procesos de escolaridad los que adquirieron
una gran preponderancia y dieron origen a las primeras formula­
ciones de Melanie Klein y Arma Freud, objetivando la aplicación
del psicoanálisis a los síntomas infantiles5.
La dificultad, sin embargo, en relación con la inhibición, reside
en el hecho de tomarla no como una defensa que se muestra sino
como algo indeseado que debe ser suprimido. La evaluación es­
colar, por ejemplo, es interpretada como índice de impasse para el
proyecto educacional. El universo de discursos y técnicas tera­
péuticas al servicio del tratamiento de esos impasses, general­
mente, asimila esa inhibición a una limitación de las funciones
implicadas en la cognición. Para esos abordajes, la intervención
propuesta apunta a la ortopedia de la función y no toma en con­
sideración la posibilidad de que se trate de una manifestación de
lo real como imposible. Así sucedió en el caso de Roberta: su bajo
rendimiento llevó a la orientadora educacional del colegio a rela­
cionar la causa del problema de aprendizaje con la timidez de la
alumna y a derivarla a una reeducación pedagógica individual.
Ese trabajo permitió el re-establecimiento del porcentual de asimi­
lación de la alumna, mas silenció el intento del sujeto de articular
en un síntoma algo del orden del goce. Así, nueve meses después,
cuando la reeducación no es más necesaria, irrumpe el cuadro de
angustia.

5
Ver SANTIAGO, Ana Lydia, La inhibición intelectual en psicoanálisis, Jorge Za-
har, 2005, pág. 84. 139
E ncuentro con l o rea l del sexo

Para el sujeto, su desinterés por la escuela tuvo inicio a partir del


día en que sintió náuseas y tuvo que dejar el aula en varias ocasio­
nes. En los días siguientes, cada vez que ese mal-estar se repetía Ro­
berta pedía salir pero, en lugar de dirigirse a la enfermería, vagaba
por el patio y se sentaba en un banco. Los compañeros -que alcan­
zaban a verla por la ventana del aula- comenzaron a burlarse, di­
ciendo que lo que ella quería era hacerse la rata. Roberta se quedó
con la impresión de que todos se reían de ella y no quiso ir más a la
escuela. Después de este relato, le es señalado: "Estás sufriendo con
una idea: la de que todos se ríen de vos. Y ¿ya sucedió, alguna vez,
que hayas sido el motivo de las carcajadas de tus compañeros?".
Ella respondió: "Pasó un día". Fue en el momento del recreo, en el
bar, varios compañeros soltaron la carcajada después de que Mario,
dirigiéndose a Roberta pero hablando alto para que todos oyeran, le
pidió que sea su novia. Ella respondió: "No", con una voz casi apa­
gada, y una amiga completó, diciendo fuerte: "Se ve que te tocás".
De ese hecho surgió el siguiente cuestionamiento: "¿Cómo puede
ser? Mario gusta de Mariana, pero habla mal de ella: dice que es cu­
lona y anda con el trasero parado. Leonardo gusta de mi, pero no
dice nada, sólo se queda mirando". Después de interrogarse sobre
otras actitudes de los compañeros concernientes a lo que parece
contradictorio en la vida amorosa y en el interés sexual, llega a la
fórmula de su impasse: "No quiero ir a la escuela porque estoy con
miedo de lo que los chicos van a hacer conmigo".
La variedad de síntomas dando forma a la fobia escolar se tra­
ducía, en última instancia, en un retroceso del sujeto frente a la
emergencia de lo real. En el caso de Roberta, el acontecimiento
contingente, en el bar de la escuela, la confronta con un exceden­
te de goce no contabilizado y no asimilable en su construcción
simbólica para enfrentar lo sexual. El psicoanálisis aplicado a la
manifestación de la angustia en el niño pone en evidencia esa di­
mensión del síntoma como exceso de goce no cifrado en relación
a la escritura singular de cada sujeto. El mal-estar invasor del
cuerpo es el índice de ese goce que se presenta como una "pieza
suelta"6 en relación al sistema simbólico del sujeto. Y lo que la dí-

6 Traducción a partir de la expresión que sirve de título al Curso de Jac­


140 ques-Alain Miller de 2004-2005 Píeces détacheés.
nica con niños puede destacar, a P?rtir del trabajo que estos pa­
cientes realizan cuando se encuentran con un analista, es que el
tratamiento de ese goce no consiste:
• ni en el re-establecimiento de la normalidad perdida -por

medio de la ortopedia del síntoma, tal como proponen algunas


prácticas terapéuticas que tienen como parámetro de la cura el pa­
trón del desarrollo estadísticamente concebido como normal;
• ni en la compensación adaptativa del déficit identificado co­

mo causa del síntoma;


• tampoco en el desciframiento del sentido del síntoma -por

medio de la interpretación de los deslizamientos significantes


procesados con los recursos del lenguaje.

N úcleo del goce del síntom a

Para el niño, l a localización del goce intrínseco al mal-estar que


invade su cuerpo da inicio a la realización de un trabajo de re­
construcción del síntoma, un trabajo de producción de una nueva
elucubración de saber para hacer frente a lo real. Cuando se alcan­
za el núcleo de goce del síntoma, no se tiene el final del análisis si­
no el inicio de la reconstrucción de una sutura que sostiene la es­
tructura simbólica como tal. El caso de Roberta muestra la exis­
tencia de una construcción fantasmática anterior -que le permite,
inclusive, desexualizar el cuerpo: el límite y vacilación de esa
construcción, que se torna inoperante a partir del encuentro de es­
te sujeto con el otro sexo, encuentro que pone en evidencia el de­
seo de un hombre por una mujer.
Si ese encuentro se califica como traumático es porque él mo­
viliza la función de la tyché de lo real como encuentro, "el encuen­
tro en tanto que puede ser fallido, en tanto que es esencialmente,
encuentro fallido"7. Es notable, dice Lacan, que desde el origen de
la experiencia analítica, lo real es presentado bajo la forma de lo
que en él hay de inasimilable, en la forma del trauma, determi­
nando todo el desarrollo de la experiencia e imponiéndole un ori­
gen en apariencia accidental. En tanto expresión de lo real, el trau-

7
LACAN, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psi-
coanálisis, Ed. Paidós, Bs. As., 1985. 141
ma es, por ende, concebido como debiendo ser taponado por la
homeostasis subjetivante del dispositivo fantasmático, dispositi­
vo que se presenta regulado por el automatón del principio del
placerB. En fin, si el encuentro con el Otro sexo es traumático es
porque ese real del encuentro se localiza detrás del automatón, y
ese real es, por lo tanto, lo que está más allá del automatón propio
del placer que se obtiene con el circuito del fantasma.
Antes, Roberta vivía en un mundo que giraba en torno de las
mujeres: su abuela materna tuvo varias hijas y todas ellas, inclu­
so después de casadas, permanecían ligadas a la madre: sus accio­
nes eran sometidas a su aprobación, vivían en el mismo edificio,
pasaban las vacaciones en el mismo lugar, los maridos trabajaban
en el negocio de la familia y todos tenían el mismo salario. Ella
frecuentaba diversos ambientes pero su convivencia era preferen­
temente con mujeres; en sus fiestas de cumpleaños invitaba sólo a
las nenas.
No fue una tarea difícil eliminar de su universo a todos los
hombres, a excepción de sus dos hermanos mayores -diez y doce
años de diferencia en relación con su edad-, con los cuales tenía
una relación muy estrecha. Decía que los hermanos morían de ce­
los por ella, le pedían que no salga y los espere en casa para po­
der verla y jugar juntos. Los juegos predilectos de ellos eran el de
arrojarla hacia arriba y el de luchar en la cama. Esa actitud de los
hermanos traduce lo que Roberta creía era la expresión del verda­
dero amor, en cuanto a los compañeros, con sus juegos, en el co­
legio, apuntaban sólo a mostrarse. Así, contraponía el amor ver­
dadero de la relación fraterna al amor interesado de los compañe­
ros de escuela. Con esa repartición, el sujeto se preservaba de lo
sexual, en la medida en que el erotismo presente en los juegos con
los hermanos estaba destinado a la represión.
El primer dibujo de Roberta en análisis ya inaugura una nue­
va tesitura simbólica al servicio del tratamiento de este punto de
real. Ella representa una familia, con un padre -de 33 años, profe­
sor-, una madre -de 29, cuya profesión es la misma que la de su
propia madre- y dos hijos, una estudiante de 13 años y un niñito
de 2 años. El padre y la madre se conocieron en la escuela, en un
baile de graduación, estuvieron de novios 5 años y tuvieron el pri­
mer hijo, una nena. Ésta quería un hermanito y, por eso, la pareja

142 8 Ibíd.
tuvo un segundo hijo.· En esa familia -cuya estructura es de una
ficción- Roberta se identifica al niñito. Le pregunté por qué le
gustaría ser el niñito y ella respondió: "porque me gustan los ni­
ños". le pregunté entonces si podría haber otras razones para que
una nena desee ser un nene, a lo que ella argumentó:
• "los nenes hacen lío y yo adoro hacer lío";

• "los hombres no tienen bebés; me parece complicado tener

bebés porque te cortan la panza y eso te deja sintiendo dolor";


·

• "los nenes tienen pito".

Entre la primera y la tercera respuesta, la castración aparece re­


velando su cara de horror. Lo que probablemente fue tenido en
cuenta en la primera construcción simbólica del sujeto, que dejó
al margen el tratamiento de la falta por medio de un objeto. Cu­
riosamente el deseo de ser un nene, antes de ser del orden del pe­
nisneid, es lo que inscribe la falta para este sujeto femenino, fuera
de la solución de las mujeres de la familia, que encontraron una
defensa contra eso creando una verdadera comunidad que garan­
tiza la distribución equitativa de la renta financiera, del ocio, en
fin, de las vías del goce.
El deseo de ser un varón, por otro lado, permite a Roberta ins­
cribirse en el linaje paterno. Del lado paterno, fue la abuela quien
eligió su nombre, cuyo sentido, en su particularidad subjetiva, re­
mite a renacimiento. Este renacimiento se refiere al hijo mayor y
predilecto, que se llama Roberto, padre de Roberta. Si ella fuese un
niño, daría consistencia al deseo de la abuela de repetir una gene­
ración, tal como la propia Roberta lo interpreta a través del sentido
de la elección de su nombre. En este punto exclama: "¡yo quería ser
un varón!". En el intervalo de silencio que prosigue a esta exclama­
ción, Roberta introduce una reserva: " ... o nena". Entonces, le hago
esta observación: "vos no sos ni lo uno, ni lo otro... todavía". a lo
que ella responde, diciendo: "creo que quiero ser nena".
Roberta efectúa un verdadero trabajo sobre su síntoma, movi­
lizada por sus innumerables dibujos dando secuencia a una serie
de relatos que incluyen a esta abuela paterna: habla de su falleci­
miento como la primera pérdida de un ser querido; traza el cam-
po de goce de esa abuela, recordando que era una mujer alegre,
animada, a la que le gustaba bailar, cantar, salir a bares y hacer
compras; quien tenía preferencia por las nietas. En ese proceso, se
revela para ella el hecho de que sus síntomas habían surgido a
partir del momento en que su padre rompió con la lógica de la fa- 143
milia de la esposa, dejando el empleo "familiar" y montando un
negocio con una herencia de su propia familia. Termina su trata­
miento con un dibujo en el que representa a los padres aislados en
una isla desierta. En esa isla, llueve todo el tiempo, pero ellos tie­
nen un barco donde les gusta noviar. No pelean porque no tienen
cuentas para pagar. Luego de tres meses, Roberta no temía más a
los varones; ya había retomado la rutina escolar y las actividades
extra-curriculares, haciendo nuevas elecciones.
No es infrecuente que un análisis de niños sea motivado por
síntomas producidos cuando hay un redimensionamiento del go­
ce en la familia, en el padre o en la madre. Esa modificación en el
otro -que aparece como partenaire del niño- tiene efectos sobre el
amarre sintomático que sostiene la estructura e impone el trabajo
de construcción de una suplencia, construcción de un nuevo sín­
toma, de un nuevo amarre sintomático. Ese nuevo montaje de la
estructura a partir de un núcleo de goce que irrumpe de modo
traumático es lo que se extrae del síntoma y, en ese sentido, es
también lo que merece destacarse como lo que el psicoanálisis
aplicado a la terapéutica explicita al psicoanálisis puro.

Traducción: MARINA RECALDE.


Versión corregida por los autores.

144
A m or en fuga

SILVIA BAUDINI

I n icio

La clínica contemporánea impone un desafío al analista: lo


"atípico" de los casos que se presentan a la consulta. El caso que
presento con el diagnóstico de manía, no es un caso típico, no hay
fuga de ideas, ni aceleración del pensamiento y los actos. Al cono­
cer el caso, un psiquiatra le dice al esposo que la deje, que se está
realizando como mujer. ¿Cómo verificar en nuestros tiempos pos­
modernos, donde todo vale, la estructura de la que se trata? ¿Có­
mo avanzar en una ética donde lo que cuenta es la relación con lo
imposible de soportar, definición de Lacan de la clínica?
En el mes de mayo de 2001 recibo a una mujer de 42 años que
se presenta diciendo: "soy ama de casa" . Esto no coincidía para
nada con el relato que algunas horas antes me había hecho su es­
poso en una larga entrevista. Me dice que su mujer hace cuatro
meses comenzó a chatear y a salir con hombres que conoce en un
sitio de Internet. Con estos hombres tiene relaciones sexuales, él
calcula alrededor de veinte. Lo sabe porque graba desde hace al­
gunos meses todas las conversaciones telefónicas que ella mantie­
ne y además tiene una lista que le ha quitado de su cartera. Has-

SILVIA BAUDINI es psicoanalista en Buenos Aires, AME de la Escuela de la


Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Supervi­
sora de residencia del Hospital Tornú y del Hospital Alvear, Supervisora del
Equipo de Talleres del Hospital de San Isidro, Docente del Centro Nacional
de Reinserción Social (CENARESO) • mail: sbaudini@yahoo.com.ar 145
ta este momento había sido una madre y esposa excelente, sólo
ocupada en su casa y sus hijas. Aunque había decidido tres años
atrás hacer el secundario que terminó hace un año. En el mes de
agosto -me sigue relatando- muere una amiga de ella, prostituta,
asesinada y quemada en el departamento donde recibía a los
hombres. A partir de entonces A. pasa un mes llorando y muy
triste sin deseos de hacer nada. También le dice a él que el alma
de su amiga está en la casa y quiere apoderarse de su cuerpo.
Luego de todo este relato y ante la negativa de la paciente, se­
gún dice el esposo, de acercarse al consultorio, le digo que le
transmita dos cosas: que ella está sufriendo demasiado y que na­
die va a juzgarla.
Acepta venir y la veo esa misma tarde.

Erotoma n ía

Cuando llega, tranquila, me dice que está enamorada. Que ha


conocido a Juan y que quiere estar con él. Nunca lo ha visto, pero
sabe que él la ama y ella lo ama, quiere irse a vivir con él y llevar­
se a sus hijas. Está muy angustiada porque hace días que él no le
habla en el chat ni la llama por teléfono. Él tiene veintiseis años,
pero eso no es importante. Hace un mes, luego que su marido la
echa de su casa por las interminables salidas y llamadas, ella se va
a Rosario para ver a Juan, y él no estaba en la estación; sin dinero
debe dejarse toquetear por el chofer del micro para que la vuelvan
a traer a Buenos Aires.
Hubo otros hombres pero ninguno tan importante, aunque ella
salía con ellos; sabe que no hizo bien en tener relaciones, pero con­
versaba y se sentía bien. No entiende porqué el marido le hizo es­
to, escuchar sus conversaciones, hacerla seguir por un detective,
nunca se lo va a perdonar. Ella tiene una idea fija, irse . . .
N o hay en esta mujer ningún interés en nada más que en estas
actividades. De noche chateaba en un sitio llamado Amores prohi­
bidos, y esta actividad la ocupaba de seis a ocho horas diarias; de
día se encontraba con los hombres que allí conocía. Ya no se ocu­
paba de sus hijas, ni de hacerles de comer, las agredía; especial­
mente a su hija del medio, la llamaba "ramera", "puta".
146
Identificación

En el mes de octubre muere asesinada Sandra, quien tenía una


relación muy cercana con ella, y la aconsejaba para que dejara esa
vida, que cuidara a sus cinco hijos. Luego de su muerte dice que
estuvo muy triste, que lloraba todos los días. Empezó a desintere­
sarse por la casa y la familia, hasta que comienza a chatear y cede
la tristeza.
De la muerte de su amiga dice que estaba en cosas raras, dro­
gas. Pero lo que comienza a esbozarse como de otro orden es la
idea de que el espíritu de Sandra no descansa, porque no fue en­
terrada por el rito católico. El espíritu está en su casa, ella se le
aparece a su marido, y puede apoderarse de su propio cuerpo.
Durante ese primer período de entrevistas (cuatro en total), lle­
ga un día al consultorio y me dice que acaba de conocer a Javier,
un taxista, que fue a tomar un café con él y que ya hablaron de ir­
se a vivir juntos. Está contenta y expectante frente a esta perspec­
tiva. En la entrevista siguiente viene luego de tener relaciones con
Javier, y está confusa; me dice que no encontraba la dirección, ha­
cía dos horas que daba vueltas por la calle, tenía un papel en la
mano pero no podía relacionarlo con los números puestos en los
frentes de las puertas, de modo que tiene que entrar a un negocio
para que le digan donde ir.

Los signos ínfi mos

La clínica de la última enseñanza de Lacan es una clínica de las


consecuencias; en su doble sentido: de los efectos y de la respon­
sabilidad.
Cuando extraemos el efecto lo desprendemos de lo que lo de­
termina. Estamos en el terreno de la contingencia.
En este punto de las entrevistas, me veía frente a una situación
de lo que podemos llamar "riesgo". Pues se hacía evidente para
mí el carácter de pasaje al acto de estos encuentros, que marcaban
un rumbo hacia la desaparición del sujeto.
Pero no es la misma posición la que toma el psiquiatra frente
al riesgo que la que puede tomar un analista. Cuando me refiero
a las consecuencias, me refiero a una ética de la que no sólo parti- 147
cipa el analista sino el sujeto mismo, sea este neurótico, psicótico
o perverso. Se tratará en todo caso de verificar allí si el sujeto ac­
cede a soportar esta ética, pero en esa verificación es fundamental
la posición del analista para que esto sea posible, en la contingen­
cia del encuentro.
Retomo el caso A. Luego de esa entrevista un día viernes vuel­
vo a citarla el lunes, con la consigna de que la llamaré por teléfo­
no durante el fin de semana.
Cuando viene me cuenta que está muy mal, que ha tenido una
espantosa pesadilla donde "siente que está muerta y trata deses­
perádamente de mover su cuerpo, que no le responde, para pro­
barse que está viva" . También a la noche siguiente su amiga
muerta estaba sentada en la cama al lado de su marido, él se lo
contó. ¿Qué quiere de ella? ¿Por qué no la deja tranquila? Llora
mucho y me pide que la interne. Accedo.

U na entrada posible

En una entrevista durante su internación me dice: "yo s é que


usted no quiere que chatee". Jamás le había dicho eso, pero fue
ese un signo del lugar que comenzaba el analista a ocupar para
este sujeto. A partir de allí, de este efecto inesperado y contingen­
te, el analista ocupará el lugar de decir que no, lugar que ella me
destina. El "decir que no" no implica ocupar el lugar del amo, de
quien sabe lo que está bien y lo que está mal sino que, tomado de
su propio discurso, este "decir que no" se produce como efecto
desprendido de lo que lo causa. Es por ello que implica una ética
de la que el analista se hace destinatario y desde donde puede ha­
cer sostener al sujeto su responsabilidad.
Al salir de la internación vuelve a llamar a este hombre que
conoció en la calle, me dice que quiere encontrarse con él, que irá
a verla a un bar cerca de su casa, que puede ir con la mucama.
Ante mi rotunda negativa, se pone furiosa, me corta el teléfono.
Luego el marido me informará que se puso el pijama y se fue a
dormir. En la siguiente entrevista me dice: "Por qué yo la respe­
to tanto, más que a mi marido. Usted me dice que no salga y yo
no salgo."
148 Yo también me lo pregunté, ¿por qué esta mujer de 42 años,
que no vacilaba en llevar hombres a su casa frente a sus hijas "res­
peta" mi palabra?
El amor en la psicosis, es un amor no mediado por el amor al
padre que proporciona al sujeto un modo de goce que si bien li­
gado a la pulsión de muerte -porque el padre siempre es el padre
muerto-, realiza la ilusión imaginaria del amor eterno y atenúa el
goce des�arnado del Otro, dando una significación. En este sujeto
el amor declarado la lleva ineludiblemente a la posición de dese­
cho en una identificación macabra con su amiga muerta, sin me­
diación.
El lazo amoroso (erotómano) -pues se trata de certeza y no de
sujeto supuesto saber-, que surge en la transferencia, en tanto el
analista no ocupa el lugar del Otro que sabe posibilita un lazo,
aún frágil que está en la vía de la constitución del síntoma que
"traerá la libido a proporciones vivibles"1.
Eric Laurent dice que no se trata de restituir al padre que ya no
se sostiene (o que nunca funcionó como en el caso de la psicosis),
sino que cuando algo es insoportable poder decir que no.
A. continúa viniendo a mi consultorio, quiere venir, lo necesi­
ta. Durante el primer tiempo, prácticamente no hace nada más
que eso y trabajar dos veces por semana con una acompañante te­
rapéutica con quien practica inglés. Duerme muchas horas y re­
clama insistentemente siete pesos para ir a un locutorio para po­
der conectarse a Internet. Su cuerpo está absolutamente vencido,
ha engordado mucho, se le caen los párpados y tiene dificultades
para hablar. Esto se va atenuando con el correr de la entrevista.
Dice que ahora no tienen un peso, que ni diez centavos en su car­
tera. Que está pensando en trabajar de mucama.
A. nació en un pueblito de Santiago del Estero, no sabe quien
es su padre, y durante las primeras entrevistas me dice que quie­
re hacerse un ADN para saber quién fue su padre. A los doce años
viaja a Buenos Aires donde trabaja de sirvienta, a los diecisiete
viaja con la familia con la cual trabajaba, a la costa y conoce a su
marido. Este no le da el teléfono, pero ella se ocupa de buscar en
la guía y finalmente lo consigue y puede hablar con él. Ya no se
separarán.
Me dice: "yo hice cosas malas, estar con Raúl, él tenía veinti­
cuatro años. Mi marido supo todo y después lo llamó, él ya no me

MILLER, J.-A., El hueso de un análisis, Tres Haches, Bs. As., 1998, pág. 85. 149
quería atender, me decía que era una estúpida" . "¿Por qué me en­
gancho tanto con la gente? Lo mismo me pasó con Juan y me di­
jo que me aborrecía".
Esto que llama "enganche" son los momentos de desconexión
del lazo de este sujeto. En Los inclasificables .. 2 leemos en la inter­
.

vención de Éric Laurent: "Nada más presente que la muerte en la


manía, en la que es una muerte de goce, que invade el cuerpo ...
entonces todo es destruido, nada resiste, ningún equilibrio, nin­
guna higiene de vida. Por eso en la clínica las medidas terapéuti­
cas más radicales han sido tomadas con los maníacos." La inter­
vención de J.-A. Miller retoma la cuestión de la muerte del sujeto:
"En la manía tenemos una pulsión de muerte acelerada. La muer­
te está al final, ... pero debido a la intensificación del goce que ex­
trae de la lengua." Agrega que se trata de un goce desenfrenado y
el freno sería la gramática, pero dice que en los maníacos que ha
podido ver, esto no se alcanza de inmediato.
A. no tiene un discurso típicamente maníaco, no hay fuga de
ideas, hay fuga del sujeto y muerte en el horizonte. Pero su elec­
ción de estudiar inglés y mi aliento para que lo haga hablan de es­
te intento de tratar de fijar la gramática a la lengua, mediante el
uso de una lengua extranjera.
Luego A. comienza a reír con mi silencio frente a sus pregun­
tas al llegar: "¿Cómo está? ¿Cómo pasó el fin de semana?" Me
imita en el silencio y dice que me va a analizar ella a mí. La ana­
lista se deja caer una y otra vez en la trampa que posibilita un jue­
go divertido, un modo de hacer de la sesión analítica el lugar de
lo posible, de lo posible del lazo. Este pasaje por cierto uso del
semblante da lugar a un síntoma: el temblor, le tiembla la cabeza,
los brazos, no pudo escribir una nota en el cuaderno de su hija.
Tiene miedo de salir sola. A los veinte años ya había tenido un
episodio semejante, y un médico clínico le dio una medicación y
se le pasó. Piensa cómo va a hacer para estudiar e ir a la universi­
dad si no puede escribir. A esta mujer que no le temblaba el pul­
so a la hora de encontrarse con hombres de cualquier modo, pero
algo le frena el movimiento de fuga mortal, un tope.
Recientemente A. tuvo que ser internada nuevamente, y esta
vez el alejamiento de su marido produce una crisis con llanto y

2 MILLER, J.-A y otros, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, ICBA-Pai-


150 dós, Bs. As.,l999, págs. 93 a 97.
amenazas de muerte contra él. Le dice: "si te vas te clavo un cu­
chillo en la panza". No duerme, no para de llorar, vuelve a rondar
a los hombres e indico la internación, se opone. Telefónicamente
le digo que debe ir, y mi palabra es aceptada.
Finalmente es lo que podemos lograr con la psicosis, que la pa­
labra tenga valor de vida, es decir, de lazo.

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Esta edición se terminó de imprimir
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en noviembre de 2005
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