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Son pocos los datos que poseemos sobre la vida de Isaías. Debió de nacer hacia el
760. Su padre se llamaba Amós, pero no el profeta de Técoa.
El lugar de nacimiento, aunque no lo sabemos con certeza, parece Jerusalén.
Este origen jerosolimitano es importante porque el futuro profeta crecerá en medio de
unas tradiciones religiosas que condicionarán su mensaje: la elección divina de
Jerusalén y de la dinastía davídica. Dos realidades, la capital y la monarquía, con las que
Dios se había comprometido desde tiempos antiguos.
A diferencia de su contemporáneo Oseas, profeta del norte, Isaías basará gran parte
de su fe y de su predicación en estos dos pilares. No de forma superficial, acrítica, sino
deduciendo de ellos las más graves consecuencias para su momento histórico.
Siendo joven recibió la vocación profética hacia «el año de la muerte del rey
Ozías» (6,1), (740/739), cuando contaba unos veinte años de edad. De ella hablaremos
en el apartado siguiente. Por entonces debió de contraer matrimonio. Desconocemos
el nombre de su mujer, a la que en una ocasión llama simplemente «la profetisa»
(8,3). De este matrimonio nacieron al menos dos hijos, a los que Isaías puso
nombres simbólicos: Shear Yashub («Un resto volverá») y Maher Shalal Has Baz
(«Pronto al saqueo, rápido al botín»). En esto siguió la misma conducta de Oseas,
demostrando con ello que toda la existencia del profeta está al servicio del mensaje que
Dios le encomienda. Nada más podemos decir de su vida privada. Ni siquiera
conocemos la fecha de su muerte, que debió ocurrir después del 701.
La vocación (6,1-13)
3) Enuncie los cuatro períodos que nuestro autor divide la actividad del Profeta.
Lo que más preocupa a Isaías durante estos primeros años es la situación social y
religiosa.
Por otra parte, el lujo y el bienestar han provocado el orgullo en ciertos sectores del
pueblo. A veces se manifiesta de forma superficial e infantil, como en el caso de las
mujeres (3,16-24), pero en ocasiones lleva a un olvido real y absoluto de Dios, como si
Él careciese de importancia en comparación con el hombre. A esto responde el profeta
con el magnífico poema 2,6-22, en el que se observa el impacto tan grande que le
produjo la experiencia de la santidad de Dios, tal como la cuenta el c. 6.
Resulta difícil sintetizar la postura de Isaías ante esta problemática tan variada.
Predomina la denuncia, el sacudir la conciencia de sus oyentes, haciéndoles caer en la
cuenta de que su situación no es tan buena como piensan. Como consecuencia de ello,
desarrolla ampliamente el tema del castigo (2,6-22; 3,1-9; 5,26-29; etc.). Su principal
interés radica en que el hombre se convierta (1,16-17; 9,12), practique la justicia, se
muestre humilde ante Dios. Su deseo profundo no es que Jerusalén quede arrasada, sino
que vuelva a ser una ciudad «fiel». Denuncia del pecado y anuncio del castigo están
subordinados a este cambio profundo en el pueblo de Dios.
La actitud de Isaías ante esta guerra (cc. 7–8) ha sido con frecuencia mal interpretada.
Se afirma que se opuso a que Acaz pidiese ayuda a Tiglatpileser III de Asiria. Sin
embargo, el profeta nunca menciona este hecho ni lo da por supuesto. A lo que Isaías se
opone radicalmente es al temor del rey y del pueblo ante la amenaza enemiga.
Por eso Isaías le exige: «No temas, no te acobardes» (7,4). Y al final de estos oráculos
vuelve a insistir en la idea del temor (8,12-13).
En definitiva, para Isaías la alternativa no radica entre «creer» y «pedir auxilio», sino
entre «creer» y «temer». ¿Por qué rechaza de modo tan enérgico el temor? Porque
supone desconfiar de Dios, que se ha comprometido con Jerusalén y con la dinastía
davídica.
Frente a esta postura, Isaías defiende, no una actitud quietista, como se ha dicho a veces,
sino una política basada en la fe. Humanamente se trata de algo muy duro. Porque esa
presencia de Dios entre su pueblo se manifiesta de forma suave y mansa, como el agua
de Siloé (8,6); se significa con el nacimiento de un ser tan débil como un niño (7,14).
Poca cosa para alejar el temor. Pero no cabe otra alternativa: «si no creéis, no
subsistiréis» (7,9). Y así se comprende la extraña sucesión de promesas y amenazas que
encontramos en estos capítulos 7–8. Dios, que se ha comprometido con su pueblo,
decide la ruina de Damasco y Samaria (7,7.16; 8,4; quizá 8,9-10). Pero, al chocar con la
falta de fe, anuncia también un castigo (7,15-25; 8,5-8). El mensaje de Isaías en esta
época oscila entre los dos polos, a veces con un equilibrio casi perfecto entre salvación
y condenación.
6) Compare la situación internacional y política que vive Israel en esta época (Acaz)
con los nombres de los hijos del profeta.
7) ¿De qué tratan los dos oráculos del período de minoría de Ezequías?
El primero se dirige contra Filistea, que, contenta por la muerte de Tiglatpileser,
invita a Judá a la rebelión (14,28-32). Isaías repite de nuevo que la salvación está en el
Señor y que el hombre debe confiar en sus promesas. El regente y el pueblo debieron de
hacer caso a Isaías, ya que nada sugiere que Judá se rebelase.
El segundo oráculo (28,1-4) se refiere a la rebelión de Samaria en el 724. El profeta
ataca duramente esta decisión de los samaritanos y amenaza a la ciudad con la ruina.
Junto a estos dos oráculos, bastante seguros en su datación, algunos autores pretenden
fechar en esta época algunos textos referentes a países extranjeros (14,24-27; 15–16;
21,11-12.13-17).
8) Explique los dos textos que nos hablan de la situación política internacional del
inicio del Rey Ezequías.
Durante veinte años Judá ha vivido tranquilo pagando tributo a Asiria. Pero en
el 714 sube al trono Ezequías, cuando cuenta dieciocho o diecinueve años de edad.
Movido por sus deseos de reforma religiosa y de independencia política, se
mostrará propenso a mezclarse en revueltas. Además, las grandes potencias rivales
de Asiria (Babilonia y Egipto) estaban interesadas en ello. Dos textos lo dejan
entrever con claridad.
El primero (Is 39) cuenta que Merodac-Baladán, rey de Babilonia, envió una
embajada a Ezequías para darle la enhorabuena por su curación milagrosa (sobre la
enfermedad del rey véase Is 38).
Siguieron unos años de calma, hasta que la muerte de Sargón en 705 dio paso a una
nueva revuelta, esta vez de más graves consecuencias. Sobre el curso de los
acontecimientos sabemos con exactitud:
a) que los judíos contaban con el apoyo militar de Egipto;
b) que esta ayuda no les sirvió de nada, pues Senaquerib invadió Judá y asedió
Jerusalén;
c) que Jerusalén no cayó en manos de los asirios, ya que estos debieron retirarse.
Parece seguro:
a) que Isaías se opuso decididamente a la rebelión desde los primeros momentos;
b) que condenó la alianza con Egipto;
c) que consideró la invasión asiria como justo castigo por la actitud del pueblo;
d) que, a pesar de lo anterior, prometió la salvación de Jerusalén;
e) que la actitud posterior del pueblo volvió a desilusionarlo.
Muy probable parece que Isaías cambió de actitud frente a Asiria en estos años; que
cambió de actitud no admite dudas, lo que se discute es el momento en que se produjo el
cambio. Teniendo en cuenta la blasfemia del rey asirio, lo más probable es que fuese
después de la embajada enviada desde Laquis.
Debe interpretarse como mera hipótesis, más o menos discutible según cada
elemento, toda la reconstrucción que hemos intentado, especialmente en lo que se
refiere a la datación de los textos.
En su denuncia social, Isaías está muy influido por Amós, profeta casi
contemporáneo; aunque predicó en el Norte, su mensaje debió de ser conocido
muy pronto en el Sur. De hecho, ciertas fórmulas isaianas parecen inspiradas en el
profeta de Técoa. Y la problemática es en gran parte la misma: critica a la clase
dominante por su lujo y orgullo, por su codicia desmedida y sus injusticias. Igual que
Amós, denuncia el que todo esto pretenda compaginarse con una vida «religiosa», de
intenso culto a Dios.
En su postura política está muy influido por las tradiciones de la elección de David
y de Jerusalén. Dios se ha comprometido con la ciudad y la dinastía, y en esto
consiste su mayor seguridad. Pero Isaías no acepta ni repite la tradición
mecánicamente. La promesa de Dios exige una respuesta, la fe, que no se manifiesta en
verdades abstractas, en fórmulas más o menos vacías, sino en una actitud vital de
vigilancia, serenidad, calma. Ante la amenaza enemiga, cuando la ciudad está rodeada
de tropas, creer significa permanecer tranquilos y atentos, sabiendo que Dios no dejará
de salvar a su pueblo. Por eso, lo contrario de la fe es la búsqueda de seguridades
humanas, la firma de tratados, apoyarse en el ejército extranjero, pactar con Asiria o
Egipto. En definitiva, lo contrario de la fe es el temor.
¿Qué pretende Isaías con su predicación? Sus denuncias sociales, su crítica a las
autoridades y jueces, buscan un cambio de conducta: «Cesad de obrar el mal,
aprended a hacer el bien» (1,17). Sus advertencias a Acaz, su consejo de «vigilancia y
calma», no son fórmulas vacías, exigen una actitud nueva. Y cuando condena la
embajada a Egipto lo hace, al menos inicialmente, esperando que no llegue a ponerse en
camino. Decir que Isaías no intentó convertir a sus contemporáneos parece totalmente
contrario a los textos y a la mentalidad del profeta.
Por eso, el mensaje de Isaías no es la suma de una serie de recetas prácticas sobre
problemas sociales, económicos o políticos. Interpretarlo de esta forma sería
empobrecerlo.
Aunque hay acuerdo en que la predicación de Isaías se conserva en los caps. 1–39 de
su libro, también se acepta que los cc. 24–27 y 34–35 no proceden de él. Por otra parte,
los caps 36–39 no contienen oráculos de Isaías, sino narraciones que hablan del profeta
en tercera persona. Si a esto añadimos que muchos pasajes de los capítulos 1–12 y casi
la mayoría de 13–23 tampoco son auténticos, vemos que entre las colecciones de
oráculos isaianos existentes en el siglo VIII y el actual libro de Isaías las diferencias
superan con mucho a las semejanzas. De ninguna manera podemos considerar a
Isaías autor de su libro, ni siquiera de los caps. 1–39.
Sin embargo, Isaías actuó como un imán que fue atrayendo nuevos oráculos y
colecciones de los autores más diversos y a lo largo de cinco siglos. El resultado final de
los caps. 1–39 suele dividirse en las siguientes secciones principales:
a) Oráculos dirigidos al pueblo de Dios (caps. 1–12).
b) Oráculos dirigidos a las naciones extranjeras (caps. 13–23).
c) La «gran escatología» (caps. 24–27).
d) Oráculos dirigidos al pueblo de Dios (caps. 28–33).
e) La «pequeña escatología» (caps. 34–35). f) Apéndice histórico (caps. 36–39).
12) ¿Quiénes citan en el NT algún texto de Is 1-39? Qué autor del NT cita más y
cuáles son las citaciones?
Si nos limitamos a Is 1–39, los textos que aparecen citados son los siguientes:
Is NT
1,9 Rm 9, 29
5,1 Mt 21, 33
6, 9-10 Mt 13, 14-15; Jn 12, 39-40; Hch 28, 25-27
7, 14 Mt 1, 22-23
8, 23b-9,1 Mt 4, 14-16
10, 22 Rm 27-28 (LXX)
11, 1.10 Rm 15, 12
29, 13 Mt 15, 7-9
El más citado, y en tres autores tan distintos como Mateo, Juan y Pablo, es el
referente a la dura misión de endurecer el corazón y cegar los ojos del pueblo (Is 6).
Mt 15,7-9, que cita Is 29,13: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí; el culto que me dan es inútil, pues la doctrina que enseñan son
preceptos humanos». El autor que más cita estos capítulos de Is es Mt (5x), mientras
que Mc y Lc no lo hacen nunca.
También tiene gran interés el uso que hace Mt 4,14-16 de Is 8,23b–9,1: el texto
isaiano es la introducción al famoso poema que habla del paso de las tinieblas a la luz y
la alegría por tres motivos.
Pablo, solo cita a Isaías en la carta a los Romanos. Rom 9,27-29 empalma dos textos
(Is 10,22-23 e Is 1,9). Más interés tiene la cita de Is 11,1.10 en Rom 15,12: «Isaías, por
su parte, dice: Se alzará el vástago de Jesé, se levantará a gobernar las naciones: en él
esperarán los pueblos». Pablo recupera el sentido individual, aplicando el texto a Jesús.