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EN: http://lamestiza-revista.blogspot.com/2007/07/la-mesa-de-las-preguntas.html
Cuatro experiencias que combinan el arte con la organización comunitaria. Entre otras miles, el grupo de Teatro
Catalinas Sur, el Circuito Cultural Barracas, Crear Vale la Pena y El Culebrón Timbal. El nacimiento de La
Mestiza habla de un momento de debates, preguntas y desafíos que sólo pueden encontrar cauce en un proceso
de búsqueda colectivo. En este número 0, cuatro de sus referentes se trenzaron en un diálogo apasionado que
tocó todas las aristas de una cuestión de fondo: las nuevas organizaciones sociales que trabajan desde el arte y la
cultura... ¿son el germen de algo nuevo, o un “parche” pintoresco y “políticamente correcto” de un sistema de
exclusión? Inés Sanguinetti, Adhemar Bianchi, Ricardo Talento y Eduardo Balán mezclan el mate con el
pensamiento en voz alta. Agréguese a la ronda. Bienvenido a la mesa de las preguntas.
La cuestión que da origen a esta mesa es espinosa y envenenada; para pelear con ella
están Inés Sanguinetti, parte del grupo Crear vale la pena que impulsa los Centros Culturales
Comunitarios en contextos de pobreza de la zona norte del Conurbano; Adhemar Bianchi, uno
de los creadores de esa máquina poderosa de teatro popular que es el grupo Catalinas
Sur; Ricardo Talento, director de Los Calandracas, impulsores del Circuito Cultural Barracas,
donde se desarrolla la murga Los Descontrolados de Barracas y el Grupo de Teatro
Comunitario El Teatral Barracas, y Eduardo Balán, hace años subido al carromato de El
Culebrón Timbal, la Caravana Cultural de los Barrios y los “Aguante la Cultura”. El ambiente
está distendido, aunque un grabador encendido siempre es una especie de reptil mecánico
que parece exigirle a cualquiera ideas brillantes y memorables, pero por suerte, al rato, el
cuarteto se olvida del aparato y habla hasta por los codos y sin inhibiciones.
“La pregunta es si estas experiencias de Arte y organización comunitaria son un parche o son
el germen de algo nuevo; pero ojo, hay que ser más claros en esto” –dispara Ricardo Talento–,
“también el parche a veces te permite llegar a puerto; parche no quiere decir que uno esté
suplantando concientemente cosas que debe hacer otro, el Estado, por ejemplo, o haciendo
que cosas negativas continúen. En definitiva, el arte siempre ha sido un elemento transgresor
ante lo instituido. Ahora, yo diría que siempre que el arte es un hecho de élite, un hecho
acotado a los artistas, no tiene ninguna peligrosidad, es parte del escape que necesita el
sistema”.
“Lo que pasa” –interrumpe el vozarrón de Adhemar Bianchi– “es que la pregunta entre parche
y germen tiene que ver con la utilización que el propio sistema hace de todo, y ahí entramos
en un debate muy actual. Yo estoy notando que grandes organizaciones internacionales,
gobiernos, un mundo institucional que en alguna medida intenta transformar relativamente
las cosas, están dándole ahora empuje al arte y la cultura, y yo creo que hay en algunos de
ellos una intencionalidad de parche: es decir, intentar abrir válvulas de escape de lo artístico,
relativamente manejables, lo que antes se hacía mediáticamente, por ejemplo, con el tema
del folklore. Y es un ciclo que se repite en la historia. Cuando uno mira el valor transgresor
del arte, tenés períodos en donde, por ejemplo, aparece el carnaval como algo burlón, crítico
y masivo, pero también tenés, al mismo tiempo, la fiesta oficial. Se ve cómo los estados, o el
poder, terminan empujando una institucionalización del arte con distintos signos ideológicos;
y es en esa “institucionalización” en donde aparece, no sé si lo del parche, pero sí la
necesidad de que el arte sirva a un orden político. El arte como transformación puede
servirte en la medida en que te sirve para pelear determinado tipo de cosas, pero una vez
que sos poder, en alguna medida lo utilizás como un parche que intenta crear una nueva
estructura disciplinaria”.
“Es que lo artístico es parte de algo más amplio, qué es el ser humano creativo” – vuelve a la
carga Talento–, “y ahí creo que el ser humano se torna muy peligroso. Porque una persona
más creativa no aceptaría vivir en la forma en la que está viviendo. No aceptaría su vida tal
como está organizada; y cuando hablo de creación, hablo de las pequeñas modificaciones,
como dijo una vecina mía: ‘a partir de estar en el Circuito, pude cambiar de lugar la mesa del
living’. Eso parece una tontería, pero es una transformación muy grande. Ella pudo
imaginarse su casa con los muebles de otra forma, y esa persona empieza a mirar de otra
forma las cosas, y empieza a mirar el mundo que la rodea, empieza a mirar su vida, su barrio,
y ahí empieza un tema de transformación en el que será, si sigue caminando, poco manejable
por las estructuras del sistema”.
¿Organización en el arte?
Sanguinetti avanza y desarrolla lo del párrafo anterior: “...el famoso salto poético que se
produce en una obra uno no puede preverlo, nunca se sabe cuando se va a producir porque es
un acontecimiento. Tiene que ver con lo que vibra entre el escenario y la platea. En esa
frontera que hay entre los dos espacios se produce la emoción o no. Esa emoción tiene una
estrategia de organización de lo emocional. Todos los músicos, bailarines y artistas lo
sabemos y no nos sentimos manipuladores por eso. Entonces, posiblemente no podemos
entender –en la extrapolación de lo emocional a la política–, qué forma organizativa eso
significa. Pero esto no debe significar decir ‘no a lo organizativo’. Justamente, los artistas
deben sumar las estrategias estéticas de la organización de la emoción a converger con las
estrategias políticas de la organización del común arte y organización social. Esto será la
organización política de la sociedad equitativa. Lo organizativo no sólo es el plan, sino su
sincronía en la visualización del mundo de las constelaciones y los desplazamientos azarosos”,
afirma con gestos de bailarina y sigue: “la señora del relato de Ricardo no contó un sueño;
cambió la mesa de lugar, eso es bien organizativo. Sólo que la organización está organizada
desde la lógica del sueño. La señora es una artista porque organizó ese sueño, no porque lo
tuvo a la noche”.
“Es más” –agrega Adhemar– “hay que ir bien a fondo, a nuestras concepciones profundas.
Porque en la Argentina, por ejemplo, vos tenés ese mundo comercial de la televisión pero
tenés del otro lado 360 estrenos de obras de teatro por año, o sea uno por día, de distintos
grupos de artistas donde hay una cultura de grupo, de pequeño grupo tratando de expresar
algo, y cuando hablás con ellos te encontrás con que el discurso es progresista pero se están
moviendo con una concepción absolutamente heredada de una lógica individual, del “artista
que esclarece las masas”, que será muy correcto políticamente pero que ayuda bastante
poco”.
“Es lo que pasa cuando el arte está integrado como derecho en la vida de la gente” –dice
Adhemar–, “el otro modelo, el que tenemos, va creando un arte chatarra para la gente, que
los medios venden, y además rompe la memoria de las formas de lo que era el arte popular,
la memoria de los conceptos. El tema es cómo rescatarlo”.
“Pero ojo” –suma Talento– “tenés que tener cuidado, porque uno también puede ser el museo
de lo arcaico. Ahí se pone interesante la idea del mestizaje”.
“Como cuando se mezclaron los duendes con los miedos” –relata Adhemar misterioso. “Un
grupo de un pueblo haciendo teatro comunitario, que nos decía: estábamos aterrados por una
cosa que venía, una luz mala... y cuando llegó... ¡era un patrullero! Y jodieron mucho con
eso. Se reían. Pero a partir de esa historia armaron todo un relato y empezaron a hablar de
los miedos verdaderos y de los miedos jodones. Se mezcló el mito con la realidad, el pasado
con el futuro, y de ese mestizaje salió lo actual”.
“Claro,” –agrega Inés– “es, volviendo a lo de los telares, lo contemporáneo indígena o de los
pueblos originarios. Se refleja en lo que ella cuenta sobre la imposibilidad creativa de las
tejedoras con los colores flúo y con un tipo de tapiz construido en base a lógicas ajenas, que
no tiene que ver en realidad con la identidad de esa gente. Ella las lleva al pasado pero no
para hacer repertorio sino para recuperar la capacidad creativa en el presente. El resultado
es increíblemente bello”.
Adhemar aporta “o como pasa con el carnaval, cuando hablamos del carnaval y de la fiesta,
estamos hablando de aquellos momentos en que el arte es colectivo y no individual. Y cuando
hablo de la institucionalización, a partir del momento político, llamo la atención sobre el arte
colectivo y hablo de la fiesta porque creo que, si uno no le da al arte ese concepto de lo
colectivo, demostrándole al hombre que puede crear con otros, la naturaleza del carnaval o
de la fiesta se pierden. Es la celebración, donde está todo, donde está también la
organización. Tenemos que darle al arte esa idea, que no es una idea de herramienta sino de
recuperar la celebración, y los roles de la celebración”.
Balán suma: “ahí es donde me pregunto qué lugar tienen en ese otro tipo de pensamiento
cultural democrático los ritos populares. Hay determinados ritos que hay que recuperarlos
como bienes, como obras y hechos culturales y artísticos”.
“Es que tiene que ver con el poder, cuando vos tenés una técnica y la socializás en serio, la
compartis, perdés poder” –agrega Ricardo Talento– “por eso que hay entender que más que
trabajar como artistas, yo diría que es trabajar desde el que tiene la técnica para desarrollar
tal o cual lenguaje, y la ofrece a una comunidad determinada”.
“Es una negociación” –dice Adhemar– “entre la necesidad del artista con los intereses de la
gente, que es muy distinto a lo que ha pasado con la modernidad, que nos ha traído lo que yo
llamo el pecado de originalidad. Uno de los problemas que tenemos es que la sociedad te
vende que tenés que ser original y ahí es donde perdés, porque, como todo se hizo, nunca sos
original. En este concepto, en el teatro por ejemplo, nosotros al hacer ‘El Fulgor Argentino’
no apelamos sólo a un discurso político, sino que recuperamos elementos que tienen que ver
con las formas en que se hacía teatro épico popular. Para nosotros el teatro comunitario, en
general, nunca va a ser un drama estrictamente psicológico, va a ser tragedia o comedia
porque ésos son los presupuestos épicos. Y eso lo sabe bien la televisión, que hace otra cosa
de lo popular, también levantando determinados elementos, pero de manera que no son
peligrosas desde el punto de vista colectivo. ‘Bailando por un sueño’ está recuperando el
concepto del ‘concurso de baile’; ahora, ¿desde dónde lo hace? Por eso digo que esto hay que
medirlo a partir de una cuestión ideológica y de trabajar con la gente, colectivamente,
organizando, que ése es el otro tema. Recuperar aquélla práctica en la que el arte estaba
mucho más integrado como un derecho propio y cotidiano, antes que la Modernidad metiera
esa distancia entre el arte y la gente”.
En eso Balán mete cizaña: “Entonces, yo digo, para enquilombar más... ¿La modernidad no le
agregó nada bueno a la discusión sobre el arte y la transformación social?”.
Sanguinetti recoge el guante: “No, no... Yo creo que el arte moderno hizo un enorme aporte
a la apertura de un campo visual y a la generación de espacios de libertad de la cultura de
nuestro tiempo. Lo que estamos diciendo es que es insuficiente para las demandas que
plantea nuestro siglo”.
Balán retoma la cizaña con más amabilidad “Ahí está el tema. Me parece que con Internet,
con todo lo que está sucediendo en el campo de la cultura, del arte, de los medios masivos,
uno debiera poder imaginarse una sociedad donde el arte vuelve a ser parte de la estética de
una sociedad equitativa. Hoy el avance tecnológico te lo permite. Si todo ese avance
tecnológico fuera acompañado de otra visión en lo relativo a la política, a la distribución de
la riqueza, al medio ambiente, el planeta y el arte serían otra cosa. Una vez le escuché a
Tomás Eloy Martínez que los grandes libros de las culturas y de la humanidad no tenían un
autor individual. Por ejemplo ‘Las Mil y una Noches’ o la Biblia fueron escritos por cientos,
miles de autores, corregidos, etc., él decía que quizás con este tema de Internet estamos
volviendo al tema de un libro infinito escrito por todos. Me pareció buena la relación... por
ahí tenemos que volver a pensar un modelo de arte y cultura más cercano a producciones
humanas como ‘Las mil y una noches’, una vuelta a cierto rasgo de lo popular, a los ritos y a
la fantasía, pero ahora politizado hasta la manija... creo que hay tendencias muy fuertes en
la cultura del mundo que van hacia allá, desde el hip-hop hasta las comparsas bolivianas, las
raves, los fanzines, la murga, etc. Todas esas manifestaciones tienen que ver también con
otra idea de la democracia, y al mismo tiempo tienen un espíritu burlón, no de víctimas
lamentándose”.
“Es como dice esta frase de Alain Badiou que usamos el otro día” –dice Sanguinetti con las
fotocopias en la mano– ‘No creo que la cuestión principal de nuestros tiempos sea el horror,
el sufrimiento, el destino o el desamparo. Estamos saturados de ello y además la
fragmentación de todo esto en ideas-teatro es incesante. Sólo vemos teatro coral y de
compasiones. Nuestra cuestión es la del coraje afirmativo, de la energía local. Agarrarse de
un punto, sostenerlo... Nuestro tiempo exige un invento, el que anuda en el escenario la
violencia del deseo con los roles del pequeño poder local. Aquella que transmite bajo la
forma de ideas-teatro todo lo capaz que es la sabiduría popular. Queremos un teatro de la
capacidad y no de la incapacidad.’ Yo lo asocié con la risa, con lo grotesco. Algo que tiene
que ver con la risa, con la vibración, que no es poca cosa para la inspiración de la acción
colectiva. La última obra que hicimos en Crear ‘Argentina es afuera’, tenía como un pequeño
lema abajo que decía ‘Ni revolución sin joda, ni joda sin revolución’ que no lo inventamos
nosotros sino que lo saqué de Internet, de una discusión entre los pibes... Hay una cuestión
con la fiesta, la risa, el grotesco, la vibración, el éxtasis que nos lleva entonces desde una
organización de lo estético atornillante vs. una organización de lo estético que lleve al salto
poético y al estallido”.
Desde el arte
“Por eso en esta discusión es un poco inútil el debate sobre qué es arte y qué no” –agrega
Inés–, “Duchamp, cuando puso el inodoro famoso, cerró la conversación sobre qué es arte y
que no. Entonces nosotros tenemos que decir: dejemos de lado la discusión sobre si Abreu3
enseña música de cámara con instrumentos de música clásica, europea. Yo creo que es baladí
esa pregunta. ¿Qué es lo interesante de Abreu? Que Abreu inventa, al igual que Augusto
Boal4, una técnica de acceso. Y acá la cuestión no es si algo es arte o no, sino si el arte es un
derecho o no. Porque nosotros a veces queremos como artistas responder las preguntas que
solo van a ser respuestas que sólo van a ser respondidas por los lo que aún no participan.
Entonces, si esto fuera ‘legal’, si estuviéramos obligados a dejar esos espacios de poder, los
artistas de clase media o acomodados, si las repúblicas del arte, que son los tribunales del
Festival de Buenos Aires, del Festival del Mercosur o de los pequeños teatritos o barrios
nuestros, si esos tribunales dejaran de ser ocupados por unos pocos, por dos o tres y esos
espacios por derecho fueron ocupados por los muchos, esta ecuación sería otra... las tendrían
tendríamos las preguntas y respuestas de los que no participan”.
“Yo agregaría”, dice Adhemar Bianchi, “que es importante ni subvalorar lo que los otros
pueden hacer, conformándose con cualquier cosa, ni imponerle estéticas a la gente. Cuando
se trabaja con comunidades populares creo, y ustedes saben que yo soy un hinchapelotas con
eso, no hay que ‘perdonarle la vida’ ni por pobres ni por ninguna otra razón, hay que
plantearse cómo lograr lo mejor de cada uno a partir de lo que es y no a partir de imponerle
cosas. Y cuando digo ‘perdonar la vida’ saben a lo que me refiero; muchos profesores,
animadores, técnicos, etc., vienen de escalas y visiones artísticas desde la que piensan ‘este
no va a alcanzar’, y aun así le imponen a los grupos propuestas estéticas que no tienen que
ver con la propia capacidad y la expresividad colectiva y personal. En cambio si vos pensás...
‘¿qué puede crear esta persona y este grupo desde sus capacidades? ¿cómo hago para que
produzca eso con el mayor grado de calidad posible?’, probablemente lo que haga salga
bárbaro y tenga su gratificación. Ahí hay un tema que es técnico pero que es conceptual.”
A los artistas les diría: hay que recuperar la insolencia y no pretender hacerlo en la
investigación de los lenguajes porque no lo van a lograr, sino que deben recuperar la
insolencia en el lugar donde de verdad se manifiesta... ¿Viste cuando uno dice, ‘no hay ley sin
sanción’? Bueno, no hay insolencia sin castigo. Como decía Jean Cocteau ‘las
experimentaciones innovativas en el arte se premian, en la política se castigan con la
muerte’. Entonces, a los artistas les diría que tienen que recuperar la insolencia porque las
repúblicas del arte están manejadas por otras tribus, que funcionan con la lógica del mercado
y la industria cultural, que está en manos de pocos. La globalización hace que la mayor parte
de los artistas llamados de nuevas tendencias en el arte contemporáneo (en música, danza,
teatro), consideren que sus creaciones circulan en el mundo de los festivales y diversos
espacios alternativos cuando, en realidad, se desenvuelven en un mercado único. Aunque
intentan crear, muchas veces están ‘fabricando’ la obra que esperan ver los productores de
las industrias culturales y los curadores de festivales y no aquéllas que realmente les gustaría
hacer. Entonces, guiados por la necesidad de supervivencia, reproducen la lógica de la
globalización y no una ética de la emancipación. No trabajemos anestesiados para vender una
obra porque un curador o crítico nos la va a aceptar. Para romper con esta lógica necesitamos
coraje y ser insolentes. Hay una fuerza de la acción colectiva que nos va a dar la autoridad
para serlo. Y ese coraje sólo se puede legitimar en la acción de muchos porque esto es una
realidad de la trinchera. Si estás solo te cagás el doble que si estás con alguien. El coraje que
tomé para hacer las cosas que hice estos años (cosas que para algunos de la república del arte
deben parecer una gran porquería) no lo tomé porque soy piola, sino porque pertenezco ahora
a un movimiento que valida lo que estoy haciendo, o sea que es un coraje relativo. Y a los
militantes les hablaría de lo mismo, de coraje. Hay algo en las tribus de la militancia política
que es la organización del discurso y retomo otra vez a Alain Badiou que propone que
tenemos que recuperar esta idea y amplificarla, que tenemos que inventar trayectorias que
no son las del mundo en el cual estamos. Si no estamos en nuevos caminos, con nuevos
actores o insolentemente con quien no debiéramos estar, no apuntamos a ninguna
transformación. Y la política entendida justamente desde las viejas herramientas de la
política sólo organiza discursos tribales que van a estar validados por otros jurados que no son
los de la industrial cultural, sino los de institucionalidad política, o la academia que está
también lejísimos de la realidad y de lo popular. Así como les digo a los artistas que vayan
hacia la militancia de la misma manera les digo a los militantes que vayan hacia el arte. Hay
algo que hacemos los artistas que es muy notable: hay una insolencia maravillosa en el arte
que dice: ‘yo no voy a protestarle a este señor, no me importa cómo es su cabeza, porque se
la voy a transformar en este instante’. Es un estallido poético que implica ir hacia el centro,
conmover y cambiar ese sentido.”