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Había una vez dos niñas llamadas Brenda y Trinidad. Las niñas eran muy amigas y todas las
Brenda recordó su .
.
- Yo no me lo robé. No sé como llego eso ahí- se defendió Brisa.
- ¡Mentirosa! ¡Ladrona! - dijo Trinidad.
- ¿Cómo pudiste intentar robarme? ¡Ladrona! Ándate de mi casa- dijo Brenda.
Se fue entonces Brisa llorando hacia su casa. Al fin Trinidad había logrado separarlas, sin
embargo, no sabía por qué, pero no se sentía feliz como había esperado. Las horas
comenzaron a pasar y esa sensación se trasformó en angustia y culpa.
Tanta culpa comenzó a sentir que pensó que debía decir la verdad.
Cuando llegó la tarde, Trinidad estaba fuera de la casa de Brenda y no estaba sola. Estaba
junto con Brisa.
Había ido a su casa y le había contado todo. Brisa al verla tan arrepentida la disculpó.
Cuando salió Brenda, Trinidad hizo lo mismo, le explicó la verdad y volvió a pedir
disculpas.
- Lo que hiciste estuvo muy mal- dijo Brenda- pero valoro que hayas dicho la verdad.
Quiero que sepas que eres mi mejor amiga y que eso no depende nadie más.
Luego de eso, las dos niñas abrazaron a Trinidad fuertemente.
Desde ese día Trinidad entendió que cuando las amistades son reales nada las puede
hacer terminar y aprendió también que conocer a una nueva persona no es un peligro
sino una oportunidad de sumar un amigo más.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Pasó por un zapatito roto para que mañana
te cuente otro.