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Se dice que Andorra fue tierra de brujas y prueba de ello son las leyendas que corren entre las
pequeñas aldeas andorranas.
Durante la Edad Media y hasta finales del siglo XIX las leyendas cuentan que en Andorra
habitaron numerosas brujas en los bosques de Ordino. Así, se puede realizar una pequeña
ruta por lugares emblemáticos "famosos" por las historias que se cuentan de ellos.
VISITAS
El LAGO DE ENGOLASTERS
El lago de Engolasters, en cuyo fondo hay un pueblo según narra la leyenda. Este pueblo fue
sumergido a causa de avaricia y la falta de compasión de sus habitantes y es que sólo una
joven dio un trozo de pan a un supuesto mendigo, que la avisó para que huyera a las
montañas. Desde ese momento también cuenta la leyenda que en las noches de luna llena un
aquelarre de brujas bailaban desnudas en círculos mientras eran observadas por los hombres
de los pueblos de alrededor. Cuando eran descubiertos por las brujas, éstas les convertían en
gatos negros.
Como no podía ser de otra manera les vamos a hablar de brujas. Porque aunque parezca
extraño, en el tranquilo y paradisíaco principado de Andorra también hubo brujas, incluso
existen algunos pueblos de allí que todavía nos recuerdan esta circunstancia, como por
ejemplo, El Roc de les Bruixes. Pero centrémonos en nuestra historia, la leyenda de la bruja de
Sornás (un pequeño pueblo perteneciente a la parroquia de Ordino). Como todas las brujas,
nuestra protagonista no gozaba precisamente de muy buena fama entre sus vecinos, algunos
aseguraban que adoraba al demonio y que incluso fabricaba oscuras pócimas con quién sabe
que malignas intenciones para perjudicar a la comunidad.
Una noche, se presentó la bruja en casa de uno de sus vecinos con la excusa de facilitarle un
brebaje para el dolor de vientre del que al parecer el buen señor venía quejándose desde hace
semanas. El vecino la dejó pasar y se retiro a buscar a su mujer. Poco después bajaron ambos
del segundo piso pero la malvada hechicera había desaparecido, la llamaron y entonces ella
contesto desde la cocina
-¡Estoy aquí!
La terrible visión que contemplaron aquellas pobres personas no podía ser peor, encontraron a
la bruja desnuda y con el fuego de la chimenea encendido , ¡a punto de meter en una olla a
uno de sus hijos! encolerizados, la expulsaron de inmediato de su hogar ya que al parecer las
intenciones de esta perversa mujer, pasaban por sacrificar al pequeño para así sanar la mala
salud del padre.
A raíz de aquel macabro encuentro, corrieron todavía más rumores sobre la bruja, los vecinos
no dudaban ya en asegurar que con sus poderes y sus bebedizos , aquella persona, podría
enfermarles a todos ellos cuando se le antojara. En aquella misma época, también falleció un
muchacho del pueblo e incluso varias cabezas de ganado. El miedo iba en aumento entre
aquellas personas …
Finalmente, cansados y aterrados por aquella angustiosa situación, los vecinos del pueblo
arrestaron a la bruja haciéndola confesar todos sus terribles crímenes y pecados. Sin embargo,
ella en todo momento negó aquellas acusaciones por lo que fue sometida a las más terribles
torturas.
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Ha costado casi cuatro siglos rescatar del anonimato al centenar de brujas (y cuatro brujos) que entre
1471 y 1661 desfilaron ante el Tribunal de Corts. Mujeres como Margarida Anglada, de Encamp, primera
acusada de quien se conserva el proceso; Maria Guida, la única bruja andorrana que terminó en la
hoguera, dado que por aquí arriba lo suyo era ahorcarlar, no quemarlas; Maria Galoxa, del Vilar de
Ordino, que inaugura en 1622 la tercera y última de las grandes cacerías de brujas locales, y Petronilla
Gascona, que tuvo el dudoso honor de ser la última que probó los expeditivos métodos de la justicia de
la época. Pues las brujas andorranas salieron del trance judicial con fortuna diversa: desde la pena
pecuniaria hasta los azotes, destierro y en un número inusualmente elevado de casos, la ejecución "de
forca ben alta". Y siempre con la tortura como procedimiento habitual (e infalible, como para negarse a
declarar lo que los interrogadores querían oír: lo verán enseguida) para obtener la confesión del reo,
prueba definitiva que demostraba la culpabilidad de la acusada. Una muestra de la implacabilidad de los
jueces: tan solo dos de las encausadas -Joana Montanya, alias Toneta de Caldes (1575), y Antònia Ponta,
de Les Bons (1622)- se libraron de cualquier castigo y fueron absueltas de toda culpa. En Aquí les
penjaven (Consell General, 2004), Pastor ha expurgado ls actas judiciales e un centenar de procesos para
determinar la procedencia y situación de las acusadas; los cargos y prácticas que les adjudican, la
identidad de denunciantes, jueces e incluso de uno de los verdugos, los tormentos a que las sometían
para obtener confesión, los lugares en que se erigía el patíbulo... El resultado es un volumen que
combina la erudición del reportaje de investigación con el rigor del ensayo histórico, y que completa y
amplía el clásico de referencia sobre la materia -La réligion populaire en Andorre, de Galinier-Pallerola.
Pastor explica la eclosión de la brujería andorrana en el siglo XV en el marco catalán y pirenaico, y
detalla sus especificidades, desde un especial encarnizamiento con las sospechosas hasta la peculiar
forma de ejecución en la horca que se impuso en este rincón del Pirineo, a diferencia de la clásica
hoguera que habitualmente se aplicaba en el resto del mundo cristiano a brujas y herejes.
No menos suculentas son algunas de las reflexiones colaterales que emergen del núcleo central del liro,
como la revisión de la leyenda negra que acompaña a la Inquisición, el conflicto de competencias entre
la jurisdicción ordinario y el mismo Santo Oficio, la misoginia imperante en las sociedades modernas
-detalle que explica la extraordinaria desproporción entre el número de brujas y el de brujos que
cayeron en las zarpas de los tribunales, y la persistencia hasta nuestros días de prácticas
tradicionalmente relacionadas con la brujería -plantas medicinales, nigromancia, adivinación. El autor
enriquece el volumen con una introducción a la historia general de la brujería europea que presta
especial atención a los grandes procesos de los siglos XVI y XVII, con las figuras centrales del magistrado
francés Pierre de Lancre y del inquisidor español Alonso de Salazar y Frías. Aquí les penjaven captura al
lector con un estilo ameno, una ironía sutil y un bagaje erudito que lo emparentan directamente con el
gran clásico de la brujería peninsular -Las brujas y su mundo, de Caro Baroja- y lo convierten en la obra
definitiva sobre la brujería andorrana. Y muy probablemente, también de la pirenaica.
-Según sus cuentas, entre 1604 y 1609 los tribunales andorranos condenaron a más brujas que la
Inquisición de Barcelona en el siglo y medio anterior. ¿Fue este rincón de mundo un nido de brujería?
-La incidencia de la brujería en Andorra es comparable a la de los valles pirenaicos donde el fenómeno
se manifestó con más intensidad, como en el norte de Navarra y Vallferrera (Lérida). Hay que tener en
cuenta que se trataba de sociedades muy cerradas, casi endogámicas, claustrofóbicas, con lazos
familiares muy estrechos. Si todavía hoy en estos lugares cualquier cosa que afecte a uno de sus vecinos
acaba siendo de dominio público, imaginemos lo que podía ocurrir en una sociedad como las del siglo
XVI, cuando en Andorra quizá no había más de 4.000 habitantes. Más todavía en vecindarios que podían
tener cuatro casas, dicho esto en sentido literal, como la Mosquera, Segudet y El Vilar. Por esta razón, la
caída de de una bruja enseguida repercutía en su círculo más íntimo, y por este mismo motivo son
relativamente abundantes los casos en que diversos miembros de una misma familia son acusados de
brujería.
-¿Por que tienen lugar precisamente en los siglos XVI y XVII el grueso de las grandes persecuciones?
-En estos dos siglos se registra en toda Europa lo que podríamos denominar el núcleo duro de las
persecuciones, en el marco de una sociedad que no sólo otorgaba verosimilitud a la existencia de la
brujería sino que estaba absolutamente convencida de que las brujas eran las causantes de muchos, por
no decir de todos los males. Cuando se producía algún accidente, una enfermedad o una epidemia, la
única alternativa para la mayor parte de aquella gente era hacerse visitar por el curandero del lugar o
por la remeiera -la mujer, habitualmente una señora de cierta edad, que conocía las virtudes curativas
de hierbas y plantas, fueran estas virtudes reales o imaginarias. Si tenía la mala suerte que el paciente
fallecía o la contagiaba a familiares y vecinos, no era extraño que le endosaran la culpa al sanador o a la
remeiera, y que le atribuyeran poderes maléficos. Lo mismo ocurría si moría algún animal de forma más
o menos inesperada, la helada arruinaba la cosecha o caía una tempestad especialmente virulenta. El
mal siempre viene de fuera y hay que buscarle la causa que lo provoca.
-¿Por ejemplo?
-No hay que buscar demasiado: los apósitos de trementina se utilizaron habitualmente por estas
comarcas hasta bien entrados los años 70. Y hay quien todavía visita al curandero de turno para hacerse
colocar los huesos en su sitio. Hace tres siglos, tanto lo uno como lo otro hubieran sido consideradas en
según qué circunstancias prácticas sospechosas. Por no hablar del repertorio de hierbas y plantas más o
menos medicinales que todos conocemos aunque sea de oídas.
-Entre los 93 acusados a quienes el tribunal, el fiscal o los testigos atribuyen prácticas brujeriles, sólo
hay cuatro hombres. ¿Hay que deducir que la sociedad andorrana era especialmente misógina?
-Era la misoginia habitual en la Europa coetánea, ni más ni menos. Por el solo hecho de ser hombre, un
curandero estaba más cerca de la respetable figura del médico. En cambio, una mujer que se atribuyera
dotes de curandera -o la que se los atribuyeran- tenía todos los números para ser antes o después
sospechosa de brujería. Es significativo que los cuatro hombres acusados fueran condenados a penas
relativamente leves: Pere y Joan Rectoret, de la Mosquera, acusados en 1638 de haber envenenado a la
esposa del primero y madre del segundo, sólo tuvieron que pagar una multa de 20 libras. Y a un tal T.
Palleta, de Encamp, protagonista del último proceso por brujería (1661), lo sueltan gratis.
-Teniendo en cuenta que Toneta de Caldes, la única que fue juzgada por la Inquisición, fue también
una de las dos brujas andorranas que resultó absuelta en los dos siglos que ha investigado, ¿hay que
concluir que era mucho mejor caer en manos del Santo Oficio que de los tribunales ordinarios?
-Con la Inquisición nos hemos llevado varias sorpresas: la primera y más gorda de todas, comprobar
cómo los hechos contradicen la leyenda negra, por lo menos en lo que respecta a la brujería: los
magistrados del Santo Oficio se mostraban mucho menos crédulos y más garantistas que la jurisdicción
ordinaria. Un solo ejemplo: el procedimiento judicial estaba en las dos jurisdicciones enfocado a obtener
la confesión del reo, pero mientras que ante el Santo Oficio la confesión y el
arrepentimiento espontáneo garantizaban una pena relativamente leve -por lo menos, salvar la vida-
con el Tribunal de Corts ocurría lo contrario: la confesión era la prueba definitiva, concluyente, que
condenaba irremisiblemente al acusado. Es curioso también el conflicto jurisdiccional que se infiere del
proceso de Toneta de Caldes, a quien el magistrado doctor Jeroni Morell se llevó a Barcelona
-salvándola, por cierto, de una muerte más que probable. El inquisidor se lamenta del "exceso"
del veguer andorrano al invadir competencias del Santo Oficio, el único que podía actuar en casos de
brujería, y propone que sea llamado, juzgado y condenado de forma ejemplar a una pena pecuniaria.
-En el capítulo final, significativamente titulad Però n'hi ha, insiste en la pervivencia, incluso en la
sobreabundancia de las prácticas mágicas en la sociedad actual. ¿Un golpe de efecto al estilo Cuarto
Milenio, para asustar al personal?
-La brujería ha sido una constante en la historia de la humanidad desde las épocas más remotas. Y no
hay que pensar que es algo del pasado. ¿Dónde hay que situar, si no, el auge actual de la videncia,
reconvertido en floreciente negocio, así como del espiritismo y el satanismo? En los primeros años 80 se
documentaron actividades relacionadas con la magia negra durante las obras de restauración de la
iglesia de San Miguel de Engolasters: fueron desenterrados del templo dos corazones (de animales) con
sendas agujas negras clavadas, y en el ábside apareció un día un perro estrangulado con una cuerda
también negra. Una carta al director del Diari d'Andorra fechada en marzo de 2002 reivindicaba el buen
nombre de una autodenominada Iglesia de Satán, y la noche de San Juan de 2003, en el paraje de Els
Escorpiders, en Ansalonga, los vecinos avisaron al servicio de atención ciudadana porque habíaan
divisado unas extrañas luces; cuando se acercaron al lugar descubrieron un inquietante cuadro formado
por tres velas clavadas en el suelo alrededor de un papel que nadie se atrevió a leer..
ante los escaños del Tribunal de Corts, en la Casa de la Vall: las brujas andorranas fueron juzgadas por este tribunal, que en los
siglos XVI y XVII no se ubicaba todavía en la planta baja de Casa de la Vall.