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Índice
1. Introducción
1.1. Cuencas hidrográficas en el paisaje
1.2. Contexto histórico del concepto manejo integrado de cuencas
1.3. Manejo integrado de cuencas
1.4. Cuencas forestales en el contexto del cambio global
4. Desafíos del manejo integrado de cuencas forestales en el contexto del cambio global
4.1. Estrategias para equilibrar el funcionamiento de los sistemas socio-ecológicos
4.2. Adaptabilidad en el monitoreo y manejo adaptativo
4.3. Conectividad y restauración a escala de paisaje
4.3.1. Conectividad
4.3.2. Restauración
4.4. Integrando el concepto de cuenca en el manejo de ecosistemas forestales
Abusamos de la tierra porque la consideramos como un bien que nos pertenece. Cuando vemos la Tierra como
una comunidad a la que pertenecemos, podemos empezar a usarla con amor y respeto. No hay otra manera para
que la tierra pueda sobrevivir al impacto del hombre mecanizado, ni para nosotros obtener de ella una cosecha
ética y, en virtud de la ciencia, contribuir a la cultura. Aldo Leopold (1949)
1. Introducción
1.1. Cuencas hidrográficas en el paisaje
La cuenca hidrográfica es un territorio delimitado por la propia naturaleza, esencialmente por los límites de las
zonas de escurrimiento de las aguas superficiales que convergen hacia un mismo cauce (Likens 1992). Esta área
de drenaje está definida por límites físicos más o menos precisos, que reciben el nombre de líneas divisorias de
aguas de la cuenca (figura 1). Los límites de las cuencas son menos relevantes en zonas planas o de extrema
aridez, y no necesariamente coinciden con los límites de los acuíferos (Dourojeanni et al. 2002). En palabras
simples, una cuenca es una unidad territorial delimitada por las cumbres de los cerros que forman las divisorias
de aguas y cuyos cursos confluyen hacia una salida o curso de agua común.
Las cuencas son sistemas dinámicos y abiertos, que están habitadas por poblaciones de especies vegetales y
animales, incluyendo al ser humano, que interactúan con otros componentes como el agua, el suelo y el aire
(Hornbeck y Swank 1992, Likens 1992). La cuenca, sus elementos naturales y sus habitantes poseen condiciones
físicas, biológicas, económicas, sociales y culturales que le confieren características que son particulares a cada
una (FAO 2007). En consecuencia, en la cuenca hidrográfica se ubican todos los elementos naturales y
actividades que realiza el ser humano; allí interactúan el sistema biofísico con el socioeconómico y están en una
dinámica integrada que permite valorar el nivel de intervención de la población y los problemas generados en
forma natural y antrópica (García et al. 2005).
Desde una óptica utilitaria, podemos considerar a una cuenca como un sistema o “máquina” capaz de
transformar la radiación solar, precipitaciones y otros factores ambientales, más el trabajo humano y la inversión
de capital, en productos forestales, agrícolas, vida silvestre, satisfacciones estéticas, recreacionales, producción
de energía y agua para la población, la agricultura y la industria. De tal modo, una cuenca es un ecosistema que
presta diversos servicios a la sociedad (Valdovinos y Parra 2006).
La visión de la cuenca como sistema, también supone el reconocimiento de elementos como: la interacción entre
la parte alta, media y baja de la cuenca, y con la zona marino-costera cuando corresponde; el análisis integral de
las causas, efectos y posibles soluciones de los problemas; la identificación y uso racional de las potencialidades
de la cuenca y; el papel del agua como elemento integrador de la cuenca (García et al. 2005).
La cuenca hidrográfica es la unidad territorial más apropiada para mantener la salud, funcionamiento y
conservación de los ecosistemas, ya que funciona en un ciclo constante, donde distintos componentes cumplen
funciones de regulación y estabilidad (Likens 2001). El modelo de cuencas es una herramienta útil para formular
preguntas acerca de los patrones y procesos en la escala de ecosistemas completos (Hedin y Campos 1991,
Likens 2001). A lo largo de un río, desde su origen en la cabecera de la cuenca hasta su drenaje en otro cuerpo
de agua, las variables físicas presentan un gradiente de cambio que provoca una serie de respuestas en los
organismos constituyentes del sistema, que resulta en un continuo de ajustes bióticos y patrones consistentes de
carga, transporte, utilización y almacenamiento de materia orgánica (Vannote et al. 1980), es decir, flujos de
energía y materia del ambiente terrestre al acuático.
La escala es uno de los parámetros más importantes en la evaluación de las repercusiones del uso de la tierra en
el agua (Maass 2004, FAO 2007). Una cuenca pequeña o microcuenca se puede definir espacialmente como
aquella que comprende una superficie que va desde pocas hectáreas hasta aproximadamente 1.000 hectáreas y
cuyos cursos de agua son generalmente de orden 1 a 2; cuando se trata de superficies y ordenes mayores se
considera una cuenca grande o macrocuenca (López y Hernández 1980). Desde el punto de vista hidrológico,
una característica que distingue una cuenca pequeña de una grande es que el efecto del escurrimiento superficial
sobre los cursos de agua es dominante en el control de las crecidas (Martínez y Navarro 1995). En consecuencia,
una cuenca pequeña es muy sensible a las lluvias de alta intensidad y corta duración, así como también al uso de
la tierra; en macrocuencas el efecto del flujo en el cauce o el almacenamiento en el valle es más importante y la
sensibilidad a las lluvias está supeditada a esos procesos (López y Hernández 1980).
Es probable que el uso de la tierra produzca repercusiones significativas en el régimen hídrico y la disponibilidad
de agua sólo en las cuencas pequeñas; conforme éstas son más grandes, los efectos del uso de la tierra en el
régimen hídrico se vuelven menos importantes, en comparación con los producidos por los factores naturales,
como eventos pluviales extremos (Martínez y Navarro 1995). Sin embargo, también en las cuencas muy grandes
el uso de la tierra a gran escala (p.e. varios cientos de hectáreas) o las actividades de alto impacto (p.e. actividad
industrial) repercuten en la calidad del agua; mientras más grande la superficie de la cuenca, más compleja es la
interacción entre los intereses socio-económicos locales y externos, y mayor la necesidad de ordenación en
espacio y tiempo (Maass 2004, FAO 2007).
Inicio
Compromiso institucional
Compromiso local
Formación de equipo
Visión Política
Compromiso con el
MIC
Evaluación Análisis de la
Monitoreo del
situación
proceso, revisión Problemas,
del plan caracterización
biofísica y social
Plan de Trabajo
• Generación de
conciencia
• Participación de
interesados
• Compromiso político
Implementación Elección de
Acciones de gestión, estrategia
institucionales y legales, Identificar metas,
desarrollo de capacidades priorizar objetivos, definir
estrategia de acción
Plan MIC
Validación local,
aprobación
política
El manejo integrado de cuencas tiene que ver sobre todo con la gravedad, que hace correr el agua de lluvia a una
velocidad y con una fuerza directamente proporcional al gradiente de la ladera; las rocas, el suelo, la cubierta
vegetal y las obras construidas por el ser humano pueden contener la escorrentía y derivar una parte de la misma
hacia el subsuelo. La gravedad permite distribuir la lluvia de las montañas hacia las zonas bajas, crear y renovar
los cursos de agua superficiales y subterráneos, irrigar las plantas, dar de beber a los animales, enriquecer los
suelos con minerales y sedimentos orgánicos y transportar material biológico; la gravedad da un gran dinamismo
y entropía a los ecosistemas en las cuencas hidrográficas (FAO 2007).
El proceso de manejo integrado de cuencas provee la oportunidad de tener un balance entre los diferentes usos
que se le pueden dar a los elementos naturales y los impactos que estos usos tienen en la sostenibilidad de los
elementos. Implica la interacción de los elementos naturales y la población de la cuenca, de ahí que se requiera
la aplicación de las ciencias sociales y naturales. Esto conlleva una visión integral, inter y multidisciplinaria y la
participación de la población en los procesos de planificación, implementación, seguimiento, evaluación,
concertación y toma de decisiones (figura 2). Por lo tanto el manejo integrado de cuencas implica el desarrollo
de capacidades locales que faciliten la participación real de todos los actores (García et al. 2005); debe
incorporar la cultura y valores de las comunidades humanas que viven en las cuencas y reconocer que los límites
institucionales pueden entrar en conflicto con los límites de las cuencas, que tienen diferentes significados para
los residentes (Brooks 2002).
El enfoque socio-ambiental considera al ser humano y sus organizaciones en el centro del manejo integrado de
cuencas, porque de sus decisiones y gestiones dependen el uso, manejo y protección de los elementos naturales y
del ambiente en general (García et al. 2005). Este enfoque contrasta con el uso de las clasificaciones parciales
por componentes naturales (p.e. suelos, vegetación, clima, relieve, geología, hidrología), que no permiten
obtener una visión holística de la naturaleza, pues se basan en las peculiaridades de un componente dado,
mientras que el enfoque socio-ambiental otorga igual peso a todos los componentes y los integra en una
perspectiva espacial de paisaje, que facilita esclarecer las propiedades inherentes al ecosistema como un todo.
Para lograr un equilibrio entre el funcionamiento de los ecosistemas y la satisfacción de las necesidades humanas
se plantean algunos lineamientos para ser aplicados al manejo integrado de cuencas (modificado de Naiman y
Dudgeon 2010):
a) Entender los efectos agregados de las actividades humanas dentro de una cuenca: determinar la configuración
espacial óptima de actividades de producción, protección y restauración (ordenación del territorio),
minimizando los impactos sobre el agua y manteniendo funciones esenciales de los ecosistemas
b) Advertir las incertidumbres del entorno: reconocer que los sistemas naturales son inherentemente dinámicos e
impredecibles, buscando formas innovadoras de vivir con la variabilidad ambiental, en lugar de tratar de
manejar exclusivamente para la estabilidad y la previsibilidad
c) Aceptar que los ríos y estuarios necesitan caudales ambientales: los sistemas de agua dulce necesitan una
calidad de agua adecuada, en el momento adecuado y en las cantidades adecuadas para mantener las
funciones de los ecosistemas y la biodiversidad. Estos flujos son esenciales para garantizar el suministro de
bienes y servicios a las sociedades
d) Manejar la conectividad de los sistemas de agua dulce: es crucial mantener el flujo de materia, energía y
organismos entre cuencas, ríos y sistemas costeros, reduciendo al mínimo la transferencia los contaminantes y
especies invasoras
e) Entender las consecuencias de la pérdida de biodiversidad para las funciones ecosistémicas: las especies en
los ecosistemas sostienen una gran variedad de procesos complementarios (p.e. ciclaje de nutrientes)
f) Desarrollar y evaluar nuevas tecnologías para el manejo y recuperación de cuencas degradadas: un mejor uso
de las tecnologías de teledetección y modelación pueden mejorar la eficiencia del uso de la tierra y el agua, de
manera que los costos económicos y ecológicos se vean reducidos
g) Aplicar un enfoque interdisciplinario: la colaboración entre disciplinas puede ser la base para una
comprensión más integral del funcionamiento de las cuencas y la provisión de servicios ecosistémicos,
facilitando la generación de estrategias para la restauración y rehabilitación
h) Mejorar la comprensión ecológica del sistema global del agua: el ciclo del agua es un sistema integrado, y su
alteración tiene consecuencias para los pueblos, culturas y ambientes de todo el mundo. Aún queda mucho
por descubrir, lo que incluye entre otros incrementar la comprensión de las consecuencias ambientales del
comercio de agua virtual (uso de agua de una región para la producción de cultivos y productos que son
exportados a otras regiones del mundo).
El manejo de los elementos naturales en la cuenca no siempre ha sido dictado por la aptitud de los paisajes
físico-geográficos; las políticas públicas, la demanda del mercado y los modelos de desarrollo han marcado
también los tipos de aprovechamiento en el tiempo (García et al. 2005, FAO 2007). Además, las demarcaciones
político-administrativas rara vez coinciden con los territorios tradicionales o los límites ecológicos, como las
cuencas (Tyler 2006).
Todo punto de la tierra puede relacionarse o ubicarse en el espacio de una cuenca hidrográfica, por lo que el
análisis ambiental en un contexto de cuencas permite entender las interrelaciones entre los elementos y
condiciones naturales (relieve, suelo, clima, vegetación), así como las formas en las cuales la población humana
se organiza para apropiarse de los mismos e impacta en la cantidad, calidad y temporalidad del agua. La
distribución de las unidades de paisaje en las zonas funcionales de la cuenca permite inferir la importancia de
cada una de ellas para la obtención de servicios ecosistémicos (tales como la recarga de agua), así como su
fragilidad intrínseca y su vulnerabilidad ante la presión antrópica.
El estudio a escala de cuenca, fundamental para implementar el manejo integrado de cuencas, permite tener una
visión completa de las entradas y salidas de materia y energía en el sistema y mantener un monitoreo usando
variables simples del estado de conservación del ecosistema, a través del análisis de calidad química y física del
agua (Likens y Bormann 1995). Las pequeñas cuencas han sido ampliamente reconocidas como unidades
adecuadas para investigar las respuestas de los ecosistemas a los cambios causados por perturbaciones naturales
o humanas (Hedin y Campos 1991, Likens 2001). Sin embargo, para llevar a cabo estos estudios se requiere que
la investigación se realice utilizando herramientas integradoras de conceptos.
2.1. Elementos fundamentales para conocer el estado de las funciones ecosistémicas de una cuenca
La estructura y función de los ecosistemas están estrechamente vinculadas a la cuenca de captación de la que
forman parte. Dado que los cursos de agua, lagos, humedales y su conexión con las aguas subterráneas son,
literalmente, los “sumideros” en los que drena el paisaje, están muy influenciados por los procesos de cambio de
cobertura y uso del suelo (Baron et al. 2002).
La zona de cabecera de las cuencas hidrográficas garantiza la captación inicial de las aguas y el suministro de las
mismas a las zonas inferiores durante todo el año (Vannote et al. 1980). Los procesos que ocurren en la parte alta
de la cuenca invariablemente tienen repercusiones en la parte baja, dado el flujo unidireccional del agua, por lo
tanto la cuenca se debe concebir de manera íntegra, como una sola unidad (Vannote et al. 1980, Franklin y
Forman 1987, Naiman et al. 1998, Cotler 2004, FAO 2007). Al interior de la cuenca, el agua funciona como
distribuidor de insumos primarios (nutrientes, materia orgánica, sedimentos) producidos por la actividad
sistémica de los elementos (figuras 3 y 4, Likens 2001). Este proceso modela el relieve e influye en la formación
de los suelos en las laderas, y por ende en la distribución de la vegetación y del uso de la tierra (Liniger y
Weingartner 2000, García et al. 2005).
El movimiento del agua de lluvia y los flujos superficiales a través de la red de drenaje, desde la parte alta de la
cuenca hasta la parte baja, causa el desprendimiento y arrastre de partículas (sedimentos orgánicos y minerales) e
induce la formación de valles, planicies o llanuras de inundación (Vannote et al. 1980, Liniger y Weingartner
2000). El sistema hídrico también refleja como se está manejando el suelo y la vegetación, así como el efecto de
las actividades o infraestructuras que afectan directamente su funcionamiento (García et al. 2005).
Por todo lo anterior, es necesario identificar los principales elementos que permiten hacer un diagnóstico del
estado de conservación de una cuenca, lo que será detallado en las sub-secciones siguientes.
2.1.1. Balance hídrico
El principal aporte de agua a una cuenca proviene de las precipitaciones (Donoso 1981). La cantidad de agua y el
contenido de nutrientes que llegan al suelo dependen de las características de la cobertura vegetal, las
condiciones químicas atmosféricas y la magnitud e intensidad de las precipitaciones, todos factores susceptibles
de medir o modelar (Martínez y Navarro 1995). El dosel del bosque regula la radiación solar incidente y la
recarga de agua en los suelos, interceptando y evaporando el agua de las precipitaciones directamente desde las
copas de los árboles y la hojarasca del piso del bosque; además los árboles transpiran agua que obtienen del
suelo (Donoso 1981). Sin embargo, también se debe considerar que en las zonas de alta montaña, un aporte
importante de agua puede provenir de las nubes y neblinas Esta precipitación oculta significa un incremento
adicional de agua al piso de los ecosistemas boscosos especialmente vía precipitación directa (goteo desde las
hojas y ramas). Esta agua proveniente de las neblinas, es un contribuyente importante en las entradas de
nitrógeno atmosférico a los ecosistemas boscosos (Oyarzun et al. 2004)
Existen cinco funciones que describen la recepción, procesamiento y transferencia de agua en una cuenca
(figuras 3 y 4): éstas son la captación y redistribución de precipitaciones, el almacenamiento de agua en el suelo
y vegetación, cambio en las características químicas del agua, la descarga de agua del ecosistema y la creación
de hábitats acuáticos asociados (Neary et al. 2009). La magnitud de los eventos de lluvia, el flujo base
(escorrentía subsuperficial) y el contenido de humedad del suelo previo a las precipitaciones, tienen una marcada
influencia en la respuesta hidrológica de una microcuenca (Martínez y Navarro 1995, Alila et al. 2009). La
intensidad de la precipitación juega un rol relevante en el incremento de la descarga (escorrentía superficial;
Martínez y Navarro 1995).
Uno de los procesos hidrológicos más relevantes es la redistribución de las precipitaciones (figura 3), definido
como las alteraciones que sufre el agua de lluvia al atravesar el dosel del bosque, modificando los montos,
intensidad y lugar en que el agua alcanza el suelo (Donoso 1981, Huber e Iroumé 2001). La composición,
estructura vertical, densidad, cobertura de copas, ángulo de inserción de las ramas al fuste, características de los
fustes y de la corteza de los árboles, así como la intensidad y magnitud de las precipitaciones, inciden
fuertemente en el proceso de redistribución (Laio et al. 2001, Huber e Iroumé 2001, Best et al. 2003). Las
condiciones meteorológicas previas también tienen consecuencias importantes para este proceso (figura 3).
Los diferentes componentes de la redistribución de precipitaciones se pueden determinar de acuerdo a la
siguiente ecuación (Oyarzún y Huber 1999, Huber e Iroumé 2001):
Pi = Ps + Pt + In (1)
Donde, Pi: precipitación incidente; Ps: precipitación directa; Pt: escurrimiento fustal; In: pérdidas de agua por intercepción.
Una parte de las precipitaciones que llegan a un bosque es detenida temporalmente por la biomasa aérea, lo que
se denomina intercepción (Donoso 1981, Humbert y Najjar 1992). Una fracción de la intercepción se evapora,
pasando a incrementar la humedad atmosférica (Donoso 1981), resultando en una merma para el balance hídrico
de estos ecosistemas. Muchos autores coinciden que esta pérdida de agua es la que más diferencia, desde el
punto de vista hidrológico, las coberturas forestales de las demás cubiertas vegetales (Newson y Calder 1998,
Huber y Trecaman 2000, Iroumé y Huber 2002, Best et al. 2003, Brown et al. 2005). Durante mucho tiempo se
pensó que estas pérdidas de agua no deberían incrementar los valores de la evapotranspiración en un ecosistema
forestal, sin embargo en zonas con clima templado-húmedo se reconoce que la intercepción es un adicional a la
evapotranspiración total (Calder 1998, Huber e Iroumé 2001, Best et al. 2003, Brown et al. 2005, Oyarzún et al.
2011). Los principales factores que influyen en la intercepción son:
a) Características del bosque: composición florística, densidad, cobertura de copas, estructura del dosel, ángulo
de inserción de las ramas al fuste, características de los fustes y de la corteza, cantidad de líquenes y musgos
adheridos (Donoso 1981, Laio et al. 2001, Huber e Iroumé 2001, Steinbuck 2002, Best et al. 2003).
b) Características de las precipitaciones: frecuencia, duración, cantidad e intensidad (Donosos 1981, Viville et
al. 1993, Crockford y Richardson 2000, Iroumé y Huber 2002).
c) Condiciones meteorológicas: temperatura, humedad relativa, velocidad y dirección del viento, previo y
durante las precipitaciones (Donoso 1981, Crockford y Richardson 2000, Steinbuck 2002).
Figura N°3: Modelo de redistribución de precipitaciones en un ecosistema forestal (Humbert y Najjar 1992)
La cantidad de lluvia que alcanza el suelo luego de atravesar los claros del dosel o por goteo desde el follaje y
ramas se denomina precipitación directa (Donoso 1981, Martínez y Navarro 1995, Crockford y Richardson
2000). Los factores que inciden sobre la precipitación directa dependen en gran medida de la magnitud y
frecuencia de las precipitaciones (Donoso 1981), más que de la fisonomía del bosque; sin embargo este
componente varía con el tipo y el tamaño de las copas, la densidad y la cantidad de ramas (Viville et al. 1993).
La porción de la precipitación que desciende a través de los fustes u otra estructura vegetal hasta llegar al suelo
se denomina escurrimiento fustal (Donoso 1981, Martínez y Navarro 1995). Este componente de la
redistribución de precipitaciones es importante en la distribución espacial de la humedad del suelo, porque
produce una concentración de agua al pie de los árboles (Huber y Trecaman 2000). El valor relativo de este
escurrimiento es variable, puesto que entre las distintas especies influyen factores tales como la forma y tamaño
de las copas, el espesor y tipo de corteza y el ángulo de inserción de las ramas en el fuste (Donoso 1981, Huber e
Iroumé 2001). La presencia de cualquier tipo de vegetación adicional sobre la corteza (epífitas) reduce este
componente (Steinbuck 2002). En bosques nativos del centro-sur de Chile, los valores de escurrimiento fustal
varían entre < 1 y 9% de la precipitación incidente (Oyarzún 2012).
Al llegar el agua al suelo se pueden producir tres sucesos: escurrir superficialmente, ser interceptada por la
hojarasca o infiltrar al suelo mineral (Laio et al. 2001). El agua que escurre superficialmente alimenta
directamente los cursos de agua. La fracción de las precipitaciones que es retenida por la hojarasca y reintegrada
a la atmósfera por evaporación es importante en función de su espesor y si las condiciones micro meteorológicas
en el bosque favorecen la evaporación (Huber e Iroumé 2001).
La capacidad de infiltración determina que el agua que llega al suelo escurra superficialmente o penetre en el
perfil (Laio et al. 2001); se define como la cantidad máxima de agua que puede penetrar en el suelo por unidad
de tiempo (Martínez y Navarro 1995). La infiltración depende de factores como la topografía del terreno, donde
a mayor pendiente menor infiltración (Donoso 1981), y las características físicas del suelo, como textura,
estructura, contenido de agua precedente, tamaño y continuidad de poros (Lal y Shukla 2004). El factor que más
influye en este proceso es la porosidad del suelo, que es beneficiada por la actividad biológica y el contenido de
materia orgánica (Neary et al. 2009). Si el coeficiente de infiltración (cociente entre intensidad de infiltración e
intensidad de la lluvia) es mayor que 1, no habrá escorrentía (Martínez y Navarro 1995). En general, un suelo
seco tendrá una tasa de infiltración mayor que uno húmedo, y poros que están mejor conectados incrementan
esta tasa (Laio et al. 2001). En cuencas forestales de las zonas templadas se pueden generar flujos sub
superficiales sustanciales, debido a las altas tasas de infiltración de los suelos superficiales ubicados encima de
las capas de suelo menos permeables (Chen et al. 2010).
El agua que ingresa al suelo llena los poros de los horizontes superficiales; si aún existe un saldo de agua, ésta
penetra a los estratos más profundos o se mueve horizontalmente dando origen a la escorrentía subsuperficial.
Dependiendo del tipo de suelo, el agua puede quedar disponible para la vegetación o descender hasta el nivel
freático en un proceso denominado percolación; en ambos casos, el agua desciende por gravedad a la sección de
cierre de la cuenca (Martínez y Navarro 1995).
La evapotranspiración son las pérdidas de agua desde el suelo y superficies vegetales hacia la atmósfera,
incluyendo el agua transpirada por las plantas (Hornbeck y Swank 1992); en general, la evaporación y la
transpiración aparecen sumadas porque son difíciles de cuantificar separadamente (Martínez y Navarro 1995).
La evapotranspiración representa la suma de pérdidas de agua por intercepción, transpiración del follaje y
evaporación (Newson y Calder 1989).
La cantidad de agua involucrada en la evapotranspiración se puede calcular con la fórmula del balance hídrico,
basada en el principio de continuidad de masas propuesto por Feller (1981) para ecosistemas boscosos. Para
entender mejor los efectos de la cubierta vegetal sobre los procesos hidrológicos, la evapotranspiración se puede
subdividir en evapotranspiración total y evapotranspiración neta, de acuerdo a las siguientes ecuaciones:
ETR = Pi - Q - ∆W - ∆F (2)
Donde, ETR: evapotranspiración total; Pi: precipitaciones; Q: escorrentía; ∆W: cambio en almacenamiento de agua en zona
no saturada del suelo; ∆F: cambio en almacenamiento de agua en zona saturada del suelo (freática).
ETn = (Pi - In) - Q - ∆W (3)
Donde, ETn: evapotranspiración neta; In: pérdidas de agua por intercepción.
La evapotranspiración está influida por diversos factores, destacando las características meteorológicas, de la
cubierta vegetal y del suelo (Huber et al. 2008, Huber et al. 2010). Entre los factores atmosféricos se distinguen
la temperatura del aire, la velocidad y turbulencia del viento y el déficit de saturación de la atmósfera; entre los
factores de la vegetación tienen importancia las características fisiológicas, el grado de cobertura, su desarrollo y
la extensión del sistema radical (Huber e Iroumé 2001). El suelo incide en este proceso a través de la retención
de agua aprovechable, que es función de la porosidad, textura y geología del suelo (Laio et al. 2001).
2.1.2. Flujo y ciclaje de nutrientes
El estudio a escala de cuenca permite evaluar los vectores de entrada y salida de energía y materia del
ecosistema (figura 4), a través del análisis de la calidad química y física de los flujos de agua (Likens y Bormann
1995, Likens 2004). Es importante que los experimentos se realicen a una escala espacial coherente con los
procesos estudiados y las prácticas de manejo utilizadas (Likens 1992); las microcuencas han sido reconocidas
como unidades adecuadas para investigar las respuestas de los ecosistemas a los efectos de perturbaciones
naturales o antrópicas (Hedin y Campos 1991, Likens 2001).
La circulación de los nutrientes es uno de los aspectos clave en la dinámica de los ecosistemas terrestres y forma
parte integral en su evolución (Hedin et al. 1995, Huygens et al. 2007). La exportación de nutrientes
frecuentemente se encuentra regulada por procesos complejos que ocurren dentro de una cuenca hidrográfica
(figura 4; Likens y Bormann 1995). La eficiencia del ciclaje interno de nutrientes en los bosques es fundamental
para disminuir la exportación de elementos o compuestos hacia los ecosistemas acuáticos y las pérdidas
atribuidas a vectores hidrológicos (Huygens et al. 2008). El ciclaje del Fósforo (P) sigue un patrón similar al del
Nitrógeno (N), con una baja eficiencia cuando existen altos niveles de circulación del elemento y un aumento
sostenido a niveles bajos de disponibilidad de nutrientes (Gorham et al. 1979).
Figura N°4: Modelo conceptual de flujos y ciclos de elementos al interior de una cuenca (Likens 2004). El
cuadro con línea continua representa el ecosistema completo (microcuenca). El cuadro con línea segmentada
representa el ciclaje de elementos al interior del ecosistema. Las flechas al interior del ecosistema representan los
procesos de transformación interna, representando el intercambio de elementos entre los distintos
compartimentos. La flecha al costado derecho del cuadro representa vectores de flujo de origen meteorológico,
geológico y/o biológico, que entran y salen del ecosistema.
Figura N° 5: Variaciones mensuales en el rendimiento hídrico en una cuenca manejada con bosque siempreverde
en relación a una cuenca de referencia para los periodos pre- y post-manejo, en la cordillera de los Andes,
centro-sur de Chile (periodo octubre 2005 a octubre 2010; reproducido de Oyarzún 2012).
Entonces se puede señalar a modo general que la cosecha de bosques a escala de cuenca genera incrementos del
rendimiento hídrico, explicado por el mayor flujo sub-superficial de agua que no es absorbida por la vegetación
(Likens 2004, Robinson et al. 2003), la menor intercepción del dosel y el aumento de la escorrentía superficial
durante eventos de lluvia intensa (Hornbeck et al. 1997). Sin embargo, la predicción de la respuesta a escala de
microcuenca no es fácil, ya que depende de múltiples factores que interactúan de manera no lineal. Por lo tanto,
cualquier método o línea de pensamiento teórica basada solamente en evaluar los cambios en la magnitud de las
crecidas provocadas por tormentas, sin considerar los efectos de la cosecha y las condiciones previas de
humedad de suelo, será insuficiente para predecir la relación entre bosques y escorrentía (Alila et al. 2009).
2.3.2. Transporte de sedimentos
El manejo forestal impacta directamente la dinámica de transporte de sedimentos desde el suelo hacia los cursos
de agua, principalmente por aumento de la erosión superficial debida al descubrimiento del suelo post-cosecha
(Gomi et al. 2005, Hassan et al. 2005). La carga de sedimentos incluye sólidos suspendidos (sedimento fino),
que se mueven en la columna de agua, y en menor cantidad e importancia sedimentos de fondo, partículas más
gruesas que se mueven en contacto con el lecho del curso de agua (Hassan et al. 2005).
Numerosos estudios han cuantificado los cambios en el transporte de sólidos suspendidos en cuencas sujetas a
cosecha forestal, incluso en estudios de largo plazo (Troendle y King 1985, Gomi et al. 2005, Karwan et al.
2007). En el Noroeste de EEUU y Suroeste de Canadá se han registrado incrementos en la erosión y cargas de
sedimentos que coinciden con la modificación del balance hídrico (Troendle y King 1985, Hubbart et al. 2007,
Karwan et al. 2007). Una vez realizada una cosecha forestal, el transporte de sólidos suspendidos durante
tormentas puede aumentar uno o dos órdenes de magnitud (Gomi et al. 2005, Hassan et al. 2005) según el
método silvícola aplicado. El tiempo de recuperación del sistema a la condición pre-cosecha puede tardar de 2 a
20 años, según el grado de perturbación (figura 6, Gomi et al. 2005).
Las perturbaciones provocadas por el manejo forestal tienen también importantes consecuencias sobre las
funciones de los ecosistemas acuáticos, ya que los sedimentos y contaminantes generan cambios en los ciclos
biogeoquímicos a escala de microcuenca (Gomi et al. 2005), en la morfología y estabilidad del canal (Hassan et
al. 2005) y en la biota acuática (Townsend et al. 2009).
2.3.3. Flujo y ciclaje de nutrientes
Las perturbaciones causadas por la acción humana a un ecosistema forestal, como la deforestación, generan la
disminución ó pérdida de la regulación de los flujos de salida de nutrientes hacia los cursos de agua (Likens
2004). El cambio en los flujos de nutrientes y materia orgánica hacia ecosistemas acuáticos producto del manejo
forestal ha sido evaluado en distintas partes del planeta (Likens y Borman 1995, Wang et al. 2006, Tokuchi y
Fukushima 2009, Tremblay et al. 2009). Un análisis de cronosecuencias en microcuencas de Japón, en bosques
mixtos dominados por coníferas de distintas edades (0 a 87 años), muestra que la exportación de nitrato hacia los
esteros está dominada principalmente por la edad del rodal, más que por las características físicas de las cuencas;
al realizar una cosecha a tala rasa, las concentraciones de este nutriente aumentan dramáticamente (Tokuchi y
Fukushima 2009).
En el sitio experimental Hubbard Brook se ha evaluado la exportación de nutrientes bajo distintas prácticas de
manejo a escala de microcuenca, obteniendo como principal resultado un aumento neto en la exportación durante
los años posteriores a la intervención, de varios órdenes de magnitud respecto a una situación de referencia
(figura 7); de acuerdo a la intensidad de manejo las altas tasas de exportación de nutrientes pueden durar de tres
a siete años, hasta volver a los niveles previos al tratamiento (Likens y Bormann 1995, Likens 2004).
En el este de Canadá se evaluaron las concentraciones de distintos nutrientes en los cursos de agua de dos
microcuencas, antes y después de la cosecha a tala rasa de bosques mixtos dominados por coníferas, aplicada al
50% de la superficie total en una microcuenca. En el segundo verano después de la cosecha, la concentración de
nitrato en la microcuenca cosechada incrementó en más de 6000% y la de potasio en 300%, en relación a la
cuenca de referencia, y se encontraron además incrementos en las concentraciones de fierro total (71%), fosfato
(31%) y magnesio (19%) en el mismo periodo post-cosecha (Tremblay et al. 2009).
Para entender estos procesos de cambio en el flujo de elementos, la hipótesis de retención de nutrientes sugiere
que la capacidad de conservar nutrientes es máxima en ecosistemas propios de una sucesión primaria avanzada
(Vitousek y Reiners 1975). En muchos casos de sucesión secundaria, la exportación de nutrientes puede exceder
a las entradas inmediatamente después de la perturbación, pero a medida que aumenta la producción neta del
ecosistema estos flujos de salida disminuyen, para más tarde igualar las entradas, hasta alcanzar un equilibrio en
los estados sucesionales más tardíos (Gorham et al. 1979). El mecanismo básico es que mientras mayor sea la
tasa de acumulación de biomasa, mayor será la captura y almacenamiento de nutrientes (figura 7) y las entradas
de nutrientes al sistema excederán las salidas (Vitousek y Reiners 1975, Gorham et al. 1979).
Figura N°7: Efecto de la deforestación sobre la exportación anual de nutrientes en una microcuenca cosechada a
tala rasa (-o-), comparada con una microcuenca de referencia (-•-). El tratamiento de cosecha se realizó el año
1965 y la microcuenca se mantuvo sin vegetación hasta 1969 (área oscura del gráfico; Likens y Bormann 1995).
En teoría, los ecosistemas templados deberían tener una capacidad considerable para almacenar el exceso de N
una vez fijado (Perakis y Hedin 2002, Huygens et al. 2007), por lo que la cosecha de biomasa arbórea tendría un
efecto importante en la retención y almacenamiento de N en el ecosistema (Likens y Bormann 1995). Por otra
parte, la cantidad de P biodisponible es a menudo limitante en estos ecosistemas; el ion fosfato presenta gran
actividad en la superficie del suelo y es fácilmente adsorbido por partículas de arcilla en el sedimento, que luego
pueden ser transportadas desde el suelo hacia la columna de agua (Elser et al. 2007) por procesos de erosión. Un
estudio en bosques templados del sur de Chile sugiere que la cosecha de madera puede afectar la disponibilidad
y pérdida de nutrientes debido a la alteración en la composición de especies y estructura del bosque (Staelens et
al. 2011). Otro estudio describe un posible mecanismo que explica el cambio en la exportación de nutrientes
posterior a una perturbación humana de bosque templado siempreverde: la ocupación masiva del suelo por el
bambú nativo quila (Chusquea quila) genera una menor relación C/N de la hojarasca, disminuyendo el ciclaje
del N y aumentando la disponibilidad de N en el suelo, lo que conduce a una mayor exportación de nitratos a los
cursos de agua (Pérez et al. 2009).
La descomposición de la materia orgánica es un proceso relevante en el ciclaje interno de nutrientes y es
realizado por organismos descomponedores presentes en la detritósfera, zona de restos vegetales y animales
reconocibles y en descomposición, con su biota asociada (Beare et al. 1995). La mayor parte del abastecimiento
de residuos proviene de hojas, ramas, corteza, flores, etc., y de las raíces muertas de las plantas (Wardle 2006).
La mezcla de distintos tipos de hojarasca y las interacciones tróficas impactan la biodiversidad del suelo (Wardle
et al. 2004, Wardle 2006). Estos factores determinan relaciones estequiométricas que, bajo situaciones de
manejo, se podrían ver modificados y producir cambios en la biota del suelo, que debería reflejarse en las tasas
de descomposición de la hojarasca (Wardle et al. 2004, Elser et al. 2007).
2.3.4. Paisaje
El impacto visual de la cosecha a tala rasa, así como la homogenización del paisaje por monocultivos forestales,
generan una percepción social negativa particularmente en zonas montañosas, de alta densidad poblacional y
gran flujo turístico asociado principalmente al turismo de naturaleza (Constabel 2009). Un estudio realizado en
el sur de Chile caracterizó los recursos escénicos en diferentes transectos entre la región del Bio Bio y Los
Lagos, mostrando una baja valoración para las plantaciones forestales (Muñoz-Pedreros y Larraín 2002). Estos
antecedentes muestran el impacto negativo de las plantaciones forestales sobre actividades como el turismo.
En Chile, un estudio evaluó el efecto a escala de paisaje del cambio de uso del suelo sobre el rendimiento hídrico
y la disminución de la escorrentía de verano, en macrocuencas donde la cobertura de bosque nativo ha
disminuido en el tiempo y los monocultivos de especies forestales exóticas se han expandido (Little et al. 2009).
La tendencia de los caudales a descender en el tiempo se interpreta como una modificación en el régimen
hidrológico a escala de paisaje, como consecuencia de los cambios de la cubierta forestal nativa por una de
monocultivos forestales (Huber et al. 2008, Little et al. 2009).
El tema paisaje se trata en detalle en el capitulo XXX de este libro.
2.3.5. Comunidades locales
De acuerdo a los antecedentes presentados, el manejo forestal tiene impactos que traspasan los límites del
ecosistema donde se lleva a cabo (p.e. modificación del régimen hidrológico, transporte de sedimentos y
exportación de nutrientes). En particular, la cosecha a tala rasa es una de las actividades forestales de mayor
impacto en la población y puede tener efectos perjudiciales para el ambiente, particularmente si es mal ejecutada
(Frêne y Núñez 2010). En Chile actualmente las zonas que tienen como principal actividad productiva la
forestal, tienen un alto índice de pobreza, alcanzando casi el doble del promedio nacional; en los últimos cuatro
años los territorios forestales redujeron pobreza solo en un 0,3% y no se vio acompañado en un aumento en el
empleo (RIMISP 2010). Por otra parte, existen severos conflictos entre empresas forestales y comunidades
rurales por reclamos relativos a propiedad de tierras (Frêne y Núñez 2010).
Durante los últimos años se han verificado numerosos planteamientos públicos, ocupaciones de predios
forestales y bloqueos de caminos, acciones orientadas a conseguir el retiro de las empresas forestales de las
tierras Mapuche ancestrales, así como de aquellas reclamadas por sus comunidades (UFRO 2002).
Los principales impactos negativos que genera la actividad forestal sobre las comunidades locales tienen relación
con la pérdida de la diversidad cultural y económica, la escasez de agua para consumo humano, enfermedades
provocadas uso de herbicidas y pesticidas y el deterioro de los caminos rurales (Frêne y Núñez 2010). Estos
impactos ocurren por la entrada de la actividad forestal en los territorios sin un contexto de planificación
territorial y obviando el rol de los actores locales, que no son consultados ni mucho menos participan de las
actividades propias de la empresa. En general las empresas forestales solo consideran a los actores locales como
mano de obra para sus operaciones forestales.
2.4. Monitoreo a escala de cuenca
La hidrología forestal se ha centrado tradicionalmente en los efectos de la gestión forestal en el ciclo hidrológico
a escala de microcuencas (Martínez y Navarro 1995). En la mayoría de los casos, la investigación llevada a cabo
a principios y mediados del siglo XX comenzó como estudios de cuencas pareadas (Bosch y Hewlett 1982)
donde se comparaba el caudal entre cuencas bajo tratamiento silvícola con situaciones de referencia. Estos
estudios dieron lugar a potentes herramientas empíricas (modelos de regresión, numéricos, análisis gráficos,
entre otros), que podrían ser utilizados para predecir los impactos de los cambios en la vegetación forestal en el
rendimiento y calidad del agua; el valor de estos estudios es que representan uno de los primeros esfuerzos para
vincular la ciencia física (es decir, la hidrología) con la ecología forestal (Likens 1992). Sin embargo, el
ecosistema fue tratado a menudo como una caja negra, prestando poca atención a los componentes estructurales
y procesos biológicos que regulan las respuestas hidrológicas y biológicas dentro de la cuenca (Likens 2001).
La aparición de la ecología de ecosistemas en la segunda mitad del siglo XX ha llevado a un mayor interés en el
estudio de los procesos de calidad de agua y ciclos biogeoquímicos, determinando que los ecosistemas forestales
cumplen un rol clave en estos procesos (Likens 1992). El concepto de ecosistema reconoce que los ciclos del
agua y nutrientes están estrechamente vinculados, por lo que se requiere un enfoque interdisciplinario que
examine el rol de suelos, vegetación y fauna asociada, así como las características físicas necesarias para
entender estos vínculos (Vose et al. 2011) y los cambios en el transcurso de la sucesión forestal (Odum 1969).
Las microcuencas son unidades de estudio convenientes para la ecología de ecosistema y permiten poner a
prueba las hipótesis ecosistémicas a lo largo de la sucesión, que se pueden sintetizar en: a) el sistema cambia
desde la producción hacia el mantenimiento, b) la complejidad estructural, composición y diversidad aumentan,
c) la complementariedad de nichos aumenta, d) el ciclaje de nutrientes incrementa, pero la tasa de renovación
disminuye y e) la autorregulación del sistema aumenta (Margalef 1968, Odum 1969).
El monitoreo de largo plazo es importante para determinar la naturaleza y la extensión del cambio en las
cuencas, para ver si los resultados concuerdan con las expectativas y para determinar si en realidad se han
adoptado las mejores prácticas de manejo (Lindenmayer y Likens 2009). Esto toma tiempo, porque las
observaciones tienen que extenderse a todas las estaciones y durante varios años. Sin embargo, esta evaluación
se desestima con demasiada frecuencia, lo que es un grave error porque permite que los daños se acumulen sin
detectarlos ni corregirlos y no se controlan costos y beneficios; además no es democrático, ya que la evaluación
es el elemento central de la transparencia y la responsabilidad del buen manejo (FAO 2007). Las ONG´s locales,
los centros académicos y toda la variedad de actores locales pueden colaborar, lo que asegura la aceptación del
programa y que las personas aumenten su conocimiento para tomar decisiones. El conocimiento y los datos
disponibles se usan mejor aprovechando los recursos colectivos de todas las partes interesadas.
Se considera que los estudios de corto plazo (3 a 5 años) pueden proveer información útil, pero no detectan las
tendencias de largo plazo. Por ejemplo, se han requerido de 18 años de mediciones continuas de la química de
las precipitaciones en el sitio de estudio Hubbard Brook antes de establecer una declinación estadísticamente
significativa en la acidez de las precipitaciones (Likens 2004). La depositación ácida ha causado pérdidas de
calcio y otros cationes de base desde los ecosistemas en Hubbard Brook, con un comportamiento dinámico
durante los últimos 50 años.
Para evaluar el efecto de las prácticas forestales a escala de cuencas completas, el concepto de cuencas pareadas
es fundamental (Best et al. 2003, Brown et al. 2005). Los estudios de cuencas pareadas tienen por objetivo
conocer los efectos que se producirán al modificar deliberadamente una o varias características en una de las
cuencas, comparándola con otra no intervenida (Carpenter et al. 1995, Best et al. 2003, Brown et al. 2005). Para
un correcto estudio en cuencas pareadas, se requiere que éstas posean cierta similitud en cuanto a características
topográficas y cobertura vegetal (Brown et al. 2005). Diversos estudios de cuencas pareadas recomiendan que,
previo a la intervención, se realice una estandarización o calibración de las cuencas a manejar a través de un
período no inferior a un año con mediciones paralelas, de forma que los cambios observados puedan ser
atribuibles a las intervenciones realizadas y no a diferencias pre-existentes (Best et al. 2003, Brown et al. 2005).
Una de las principales ventajas de esta metodología es que se puede aislar los efectos de la variabilidad climática
interanual, comparando cuencas bajo distintos usos del suelo en una misma región climática (Best et al. 2003).
La combinación de cuencas hidrográficas de referencia y manejadas proporciona además una oportunidad para
examinar las respuestas de los ecosistemas forestales ante el cambio climático y examinar las interacciones entre
las actividades de manejo y el clima (Laird et al. 2011).
2.5. Mejores prácticas de manejo a escala de cuenca
El manejo forestal bajo criterios ecológicos propone mantener, durante todo el ciclo de desarrollo del bosque
post-intervención, estructuras orgánicas vivas y muertas del bosque original, tales como árboles caídos, árboles
en pie vivos, muertos o decadentes de diferentes especies, clases de tamaño y posición en el dosel (Donoso 1981,
Armesto y Smith-Ramírez 1994, Armesto et al. 1998). Estos componentes estructurales, propios de bosques
antiguos, proveen hábitat críticos para muchas especies de animales, incluyendo mamíferos, aves e
invertebrados, además de favorecer los procesos de mineralización de nutrientes (Pérez 1996), que contribuyen a
recuperar el balance nutricional del ecosistema después de las pérdidas debido a la extracción de biomasa
(Armesto et al. 1998). Las mejores prácticas de manejo propuestas en la literatura (tabla 1; Bisson et al. 1992,
Gayoso y Acuña 1999) e implementadas en diversas partes del mundo permiten minimizar los efectos del
manejo forestal y favorecen la recuperación de los ecosistemas post intervención.
Tabla N°1: Prácticas y criterios ecológicos de manejo forestal
Intervención Objetivo
Volteo dirigido Evitar daño a los árboles remanentes
Evitar generar claros mayores a 200 m2 Mantener cobertura continua de dosel, para reducir
impacto sobre microclima y suelos (erosión)
Madereo con bueyes Reducir impacto sobre suelos (erosión y compactación)
Acopio de madera en lugar alejado del estero Reducir impacto sobre suelos y aguas
Vías de saca de madera concentradas en lugares Dirigir el impacto del madereo a zonas específicas,
específicos minimizando impactos sobre suelos
Franja sin manejo de al menos 18 m desde cada Protección de curso de agua para reducir el transporte
orilla del estero de sólidos suspendidos y flujo de nutrientes
Mantener árboles sobremaduros de coihue en pie Mantener cobertura del suelo y provisión de hábitats
para flora y fauna
Mantener árboles muertos en pie (snags) y sobre Proveer hábitats para flora y fauna y sitios de
suelo (logs) regeneración de árboles
Mantener pequeñas “islas de bosque” sin manejo Proveer hábitats para flora y fauna, manteniendo la
(una por hectárea de 0,1 a 0,3 há) estructura original del bosque e “islas” de suelo intacto
En zonas de alta pendiente, dejar troncos de Generar microterrazas que minimicen el transporte de
árboles en el suelo (logs), dispuestos paralelos a sedimentos y formen micrositios de regeneración y
la curva de nivel hábitat para flora y fauna
Desactivación de las vías de saca y cancha de Reducir impacto sobre suelos y aguas
acopio, posterior a las actividades de manejo
Enriquecimiento con individuos de especies Mantener cobertura del suelo, minimizando impacto
propias del bosque (de ser necesario) sobre suelos (erosión) y favorecer la regeneración
Es importante mantener redes de corredores vegetacionales y pequeños parches de bosque dentro de áreas de
intervención humana, para proporcionar una cobertura mínima que permita a las especies propias del ecosistema
desarrollar sus actividades (p.e. forrajeo, refugio, dispersión) y moverse entre parches (Franklin y Forman 1987).
La mantención o creación de zonas de protección ribereña es fundamental para el buen funcionamiento de una
cuenca sometida a diversos usos de suelo (Gregory et al. 1991, Wenger 1999, Klapproth y Johnson 2009). Se
debe considerar una primera zona dentro del área de protección ribereña, adyacente al curso de agua (figura 7
zona 1) y formada por especies nativas arbóreas y arbustivas tolerantes al anegamiento, donde se debe evitar o
minimizar el manejo forestal; una segunda zona (figura 7 zona 2), de especies nativas pioneras de rápido
crecimiento donde se puede realizar manejo (Klapproth y Johnson 2009). En el manejo de bosques se debe
considerar siempre las zonas 1 y 2 (figura 7), con ancho variable según la situación particular. Cuando el uso de
suelo es intensivo (p.e. cultivos agrícolas) se recomienda una tercera zona (figura 7 zona 3) compuesta por
herbáceas, que cumpla el rol de filtro de sedimentos y contaminantes (p.e. pesticidas, fertilizantes).
El ancho de la zona ribereña y sus atributos funcionales (p.e. regulación de flujo, ciclaje de nutrientes) están
relacionados con el tamaño del curso de agua, la posición en la red de drenaje, el régimen hidrológico y la
geomorfología local (Naiman y Decamps 1997). Diversos estudios sugieren anchos mínimos de zonas de
protección ribereña de acuerdo a la función que se desea cumplir. Para conservar la biodiversidad local, algunos
autores sostienen que la zona de protección ribereña debe tener como mínimo 32 m (Fisher y Fischenich 2000) y
otros hasta 80 m (Wenger 1999). Para la mantención de la estabilidad de los cauces se establecen anchos
mínimos de 10 y 16 m a cada lado, hasta los 33 m dependiendo del tipo de suelos y su cohesión (Fisher y
Fischenich 2000). Con respecto a la conservación de la temperatura del agua, clave para muchas especies
acuáticas, se proponen anchos mínimos de 11 a 16 m (Osborne y Kovacic 1993).
Desde el punto de vista del control del transporte de sedimentos y ciclaje de nutrientes, los anchos mínimos de
franja de protección ribereña van de 20 m hasta 30 m, pudiendo llegar hasta los 100 m dependiendo del tipo de
precipitaciones (Osborne y Kovacic 1993, Wegner 1999, Fisher y Fischenich 2000). Las zonas de protección
ribereña funcionan como sumideros de corto plazo de P, pero en el largo plazo su eficacia es limitada. En
muchos casos, el P está adsorbido a los sedimentos o la materia orgánica, por lo que una franja lo
suficientemente ancha amortigua el transporte de sedimentos hacia los cursos de agua (Wenger 1999). Sin
embargo, el manejo a largo plazo del P requiere una gestión in situ de sus fuentes (Elser et al. 2007).
Las zonas de protección ribereña pueden proporcionar además un buen control de N, incluyendo el nitrato; el
ancho necesario para reducir las concentraciones de nitrato varía en función de la hidrología local, propiedades
del suelo, pendiente, entre otras, pero en la mayoría de los casos anchos de 30 m deberían proporcionar un buen
control (Wenger 1999). En cosecha a tala rasa de plantaciones de Eucalyptus spp. en el sur de Chile (40° Lat. S),
se estudió que una franja de protección ribereña de 36 m de vegetación nativa a cada lado del curso de agua,
reduce a niveles aceptables el transporte de sólidos suspendidos y el flujo de nutrientes (Little et al. 2011).
3. La dimensión humana del manejo de cuencas
3.1. Uso humano del suelo y el agua de una cuenca
La mayoría de las personas vive en cuencas hidrográficas, quienes han ido transformando estos ecosistemas de
acuerdo a las necesidades de la población en el curso de la historia (Vitousek 1994, Brooks 2002, De Fries et al.
2004). Con excepción de algunas zonas marginales y estrictamente protegidas, la ecología de casi todas las
cuencas está determinada en gran medida por la presencia humana (Brooks 2002). La relación entre la población
humana y las cuencas por lo general ha sido de adaptación, homeostasis y capacidad de recuperación,
desenvolviéndose en un amplio marco donde se dan procesos internos y externos a la cuenca, río arriba y río
abajo, de orden micro y macro (García et al. 2005, FAO 2007). Este marco depende del ordenamiento territorial,
jurídico y administrativo, que integra políticas y leyes a través de las cuales la sociedad nacional y los tratados
internacionales reglamentan el uso de los bienes y servicios que provee una cuenca (Brooks 2002, FAO 2007).
Es común que el uso humano del suelo y el agua en una cuenca se desarrolle en forma parcial, fragmentada e
incluso descoordinada, por los diferentes actores que tienen competencia en su gestión (Dourojeanni et al. 2002).
El suministro de agua dulce depende en gran medida de la capacidad de la población de regular el agua que llega
a las tierras bajas desde las tierras altas; la soberanía alimentaria depende del agua y los sedimentos que llegan
desde las tierras altas; la deforestación, prácticas agrícolas inadecuadas en las laderas y el pastoreo intensivo
pueden incrementar los escurrimientos, impedir la recarga de agua en las montañas y generar torrentes
estacionales que destruyen los cultivos en las tierras bajas; las corrientes de agua también son muy buenos
vectores para la contaminación biológica y química industrial (FAO 2007). Por lo tanto, una gestión inadecuada
de las cuencas crea numerosos problemas. Diversos estudios indican que las actividades antrópicas han logrado
alterar el ciclo global del agua, el Nitrógeno y el Carbono a tasas sin precedentes a escala humana, con
consecuencias insospechadas para la sociedad (MEA 2005, Röckstrom et al. 2009, Naiman y Dudgeon 2010).
Los factores de la ecología humana en las cuencas pueden organizarse en cuatro categorías: dinámica de la
población local (demografía), sistemas locales de vida (prácticas), intereses externos, políticas, normas y leyes
(relaciones humanas); la interacción entre estos factores determina en gran medida las condiciones ambientales
de una cuenca hidrográfica (FAO 2007).
Los sistemas de vida locales son el nexo más directo entre la población humana y el entorno natural de la cuenca
hidrográfica: comprenden los activos, las estrategias, las normas y las instituciones que permiten a las familias
ganarse la vida y reproducirse en un entorno natural y político determinado (Tyler 2006, FAO 2007). Los
sistemas de vida locales son productos culturales, se desarrollan lentamente a través de pruebas y errores, las
experiencias se transmiten de una a otra generación a través del comportamiento, la lengua, el arte, la ciencia y la
religión (Tyler 2006, FAO 2007). Sin embargo, los sistemas de vida locales no se deberían considerar
exclusivamente tradicionales, porque son dinámicos, evolucionan y están abiertos a la innovación, se adaptan
constantemente a los cambios ambientales, demográficos, económicos, sociales y culturales; este proceso no
carece de ineficacias, desperdicios y errores, que pueden producir tendencias negativas o crisis que conducen al
colapso de la cuenca hidrográfica (FAO 2007).
4. Desafíos del manejo integrado de cuencas forestales en el contexto del cambio global
Los ecosistemas funcionalmente intactos y biológicamente complejos proveen muchos servicios y beneficios
para la sociedad (Baron et al. 2002, MEA 2005). Los beneficios a corto plazo incluyen bienes y servicios tales
como el suministro de alimentos, la purificación de los desechos humanos e industriales, el hábitat para la vida
vegetal y animal, y estos son costosos sino imposibles de reemplazar (Costanza 2000). Los beneficios a largo
plazo incluyen la provisión sostenida de esos bienes y servicios, así como la capacidad de adaptación de los
ecosistemas para responder a futuras alteraciones ambientales, como el cambio climático (Baron et al. 2002).
Los bosques tienen un rol fundamental a escala global, regional y local, debido a sus funciones de regulación y
soporte (MEA 2005), por las extensas superficies que ocupan en zonas boreales, templadas y tropicales, donde
habita gran parte de la diversidad biológica (Price 2005), y por el valor de los múltiples productos de uso
humano que se obtienen de ellos (MEA 2005). Los modelos de manejo forestal deben por tanto orientarse de
manera prioritaria a mantener la biodiversidad y funciones de los bosques en el paisaje (Franklin et al. 2002).
Uno de los objetivos del manejo forestal en el siglo XXI debe ser mantener la resiliencia de los bosques, definida
como la capacidad de recuperación de los ecosistemas y su biodiversidad frente a las perturbaciones antrópicas,
sin que esto determine un cambio hacia un estado alternativo diferente (Drever et al. 2006).
Sistema Sistema
de de
recursos gobierno
Unidades
de Interacciones Usuarios
recursos
Salida de
información
Ecosistemas
relacionados
Figura N°8: Marco conceptual para el análisis de los sistemas socio-ecológicos (Ostrom 2009)
Para abordar los sistemas socio-ecológicos el enfoque de sostenibilidad puede ser muy inspirador al momento de
pensar en medidas concretas, pero el concepto de vulnerabilidad puede iluminar el camino con conocimientos
más precisos. El IPCC (2007) ha definido vulnerabilidad como “el grado en que un sistema social o ecológico es
incapaz de lidiar con la variabilidad climática”. Más precisamente, la vulnerabilidad de un sistema socio-
ecológico depende de su exposición, sensibilidad y capacidad adaptativa; los dos primeros se relacionan
principalmente con factores ambientales, la capacidad adaptativa con variables sociales que pueden ser
modificadas para disminuir la vulnerabilidad del sistema. Los seres humanos han demostrado la capacidad de
adaptarse a nueva información y contextos (Drever et al. 2006). Los estímulos ambientales facilitan una
retroalimentación que informa y modifica el comportamiento posterior (Stankey et al. 2005, Ostrom 2009).
Se necesita un nuevo enfoque para la investigación, que sitúe a los usuarios de los bosques en el centro mismo
de la tarea de investigación, como participantes tanto en la enseñanza como en el aprendizaje; este enfoque debe
integrar una mejor comprensión de los sistemas naturales, con intervenciones de manejo socialmente adecuadas,
seleccionadas y probadas por actores locales (Tyler 2006). Se requiere además una estrategia de investigación
que pueda, simultáneamente, fortalecer los sistemas de vida a nivel local e informar las necesidades de cambio
en las políticas a nivel nacional (Stankey et al. 2005). En este contexto el conocimiento tradicional se debe
complementar con el conocimiento científico, a través de la experiencia práctica de vivir en los ecosistemas,
responder y adaptarse a los cambios. Los valores y creencias son importantes en el sistema de conocimientos, si
se quiere llevar hacia una práctica ética en relación al ambiente (Berkes et al. 1998).
El manejo adaptativo de los elementos naturales involucra un aprendizaje desde las acciones de manejo, que se
utiliza para mejorar la siguiente etapa de manejo (Holling 1978) y vincular los resultados con el proceso de
elaboración de políticas públicas (Stankey et al. 2005). En muchos sentidos, este último componente es donde el
concepto “adaptativo” opera, cuyo sustento es la retroalimentación de los resultados de la experimentación.
El manejo adaptativo comparte la premisa general de aprender haciendo, que añade una dimensión explícita,
deliberada y formal de las preguntas y problemas orientadores, la realización de experimentos, el procesamiento
crítico de los resultados y la evaluación del contexto político que originalmente provocó la investigación
(Stankey et al. 2005). Por lo tanto, el manejo adaptativo implica algo más que el incremento del conocimiento
científico tradicional, porque el aprendizaje deriva directamente de la experimentación. Un enfoque adaptativo
imita el método científico: especifica hipótesis, destaca incertidumbres, estructura las acciones para poner a
prueba las hipótesis y evaluar los resultados, ajustando las acciones posteriores a la luz de los resultados
(Stankey et al. 2005). Bajo este enfoque, las acciones y políticas se basan en el mejor conocimiento disponible;
en lugar de tratar el riesgo y la incertidumbre como una razón para la precaución, el manejo adaptativo las toma
como una oportunidad para fomentar el entendimiento (Stankey et al. 2005).
En síntesis, el manejo adaptativo es inevitablemente una acción político-social, así como un compromiso
técnico-científico que considera tres elementos: la generación de nuevos conocimientos, basado en una
evaluación sistemática de las acciones de manejo; la incorporación de ese conocimiento en acciones posteriores
y; la creación de espacios en los que el conocimiento se puede comunicar (Stankey et al. 2005).
Las restricciones al manejo adaptativo están dadas por la forma en que los humanos se relacionan y toman las
decisiones; la aversión al riesgo (institucional y legal), el uso de protocolos inadecuados, la asignación de
recursos insuficientes (tiempo, cantidad y pertenencia) y la complejidad del enfoque son descritas como las
principales restricciones para realizar manejo adaptativo (Allan et al. 2008).
Para llevar a cabo el manejo adaptativo se propone seguir ciertos pasos que aseguren su correcta aplicación y
sostenibilidad (Allan et al. 2008). El primer paso es contextualizar el problema y conseguir apoyo de las
autoridades locales, identificando los potenciales actores, comunicándoles los principios del manejo adaptativo y
creando herramientas para operar. Posteriormente los actores involucrados deben ser invitados a participar desde
el inicio del proceso, con el fin de generar una percepción compartida de los temas a tratar y sus límites,
construyendo y validando un modelo conceptual que muestre los vínculos entre los distintos procesos que
representan el sistema a intervenir. Después de esta primera etapa, donde se enmarca el problema, se deben
desarrollar objetivos de corto y largo plazo, los criterios de evaluación e identificar las incertezas clave del
sistema (vacíos de conocimiento). Finalmente, se debe desarrollar el proceso de manejo adaptativo bajo un rango
de opciones de políticas de manejo o estrategias que aborden los objetivos planteados.
4.2. Adaptabilidad en el Monitoreo y Manejo Adaptativo
Para alcanzar resultados de largo plazo es imprescindible realizar un monitoreo continuo de las actividades de
manejo, que sea flexible a los cambios que requiere el enfoque del manejo adaptativo y se centre en procesos
ecosistémicos relevantes, como la regulación hídrica y los ciclos biogeoquímicos (Likens 1992). Esto implica un
cambio de paradigma en el concepto de monitoreo de largo plazo, desde un enfoque rígido hacia un monitoreo
adaptativo (Lindenmayer y Likens 2009). Para establecer un programa de monitoreo de largo plazo exitoso se
requiere un modelo conceptual con sus variables y flujos bien definidos, que den cuenta de cómo funciona el
ecosistema (p.e. una cuenca), y que considere al menos lo siguiente (Lindenmayer y Likens 2009):
a) Preguntas bien formuladas y medibles que se planteen al inicio del programa
b) Un desarrollo continuo de nuevas preguntas, ya sea porque las iniciales ya fueron contestadas o porque los
resultados y análisis de la investigación generan nuevas preguntas para plantear y abordar
c) Diseños experimentales robustos
d) Alta calidad de los datos recogidos y especial cuidado en el almacenamiento de datos y muestras
e) Relaciones de colaboración entre científicos, quienes manejan recursos y otros actores clave
f) Acceso a fuentes de financiación continuas
g) Un liderazgo fuerte y duradero
El paradigma de esta propuesta de monitoreo adaptativo comparte algunos elementos con el paradigma del
manejo adaptativo: la formulación de preguntas suele estar motivada por las intervenciones de manejo que son
relevantes para las políticas de gestión de los ecosistemas; el enfoque genera información útil para discriminar
entre hipótesis alternativas acerca de cómo un sistema bajo manejo responde a las acciones particulares de
manejo y; las preguntas se basan en predicciones a priori sobre un modelo conceptual que explica el
funcionamiento de un ecosistema y cuál sería la respuesta de las variables evaluadas a las intervenciones de
manejo en ese ecosistema (Lindenmayer y Likens 2009). Además, el proceso de evolución de las preguntas en el
marco del monitoreo adaptativo es similar al proceso de aprendizaje en el manejo adaptativo.
Agradecimientos
Cristián Frêne agradece al proyecto 038/2010 del Fondo de Investigación de la Ley de Bosque Nativo/CONAF,
así como a la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo y al Instituto de Ecología y
Biodiversidad. Carlos Oyarzún agradece al proyecto Fondecyt 1120188.
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