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jBBBSI
mental evolucionaba constantemente a lo largo de las generacio
nes de nuestros antepasados nómadas humanos y protohumanos
en el Pleistoceno. Mientras los seres humanos conservan un lina
je intacto de seres vivos que se remonta a los animales hasta llegar
al lodo precámbrico, la contribución del Pleistoceno a la natura
leza humana es el elemento más relevante para la comprensión
de las formas de vida culturales de la gobernabilidad, por ejem
plo, o de la religión, el lenguaje, los sistemas legales, el intercambio
económico y la regularización del cortejo, el apareamiento y el
cuidado de los hijos.
Como es previsible, los relatos de la naturaleza humana que
se organizan en función de unos rasgos evolutivos especulan so
bre si cualquier patrón o disposición universal de conducta hu
mana es una adaptación o el resultado de varias adaptaciones. No
todas lo serán-, en todo el planeta, la gente monta en bicicleta
superando una velocidad mínima para evitar caerse. Los mecanis
mos cerebrales que les permiten hacer eso pueden haber evolu
cionado, pero la conducta de la velocidad mínima es el resultado
de la física giroscópica de las bicicletas; su universalidad no indi
ca una función genéticamente adaptativa. Es poco probable que
la conducta de montar en bicicleta por encima de la velocidad
mínima tenga algún tipo de utilidad para explicar cómo sobre
vivieron y se reprodujeron nuestros antepasados de la Edad de
Piedra. Por otro lado, hay un número indefinido de disposicio
nes universales y pautas de conducta —los deseos, motivaciones,
capacidades y emociones especialmente persistentes— que apun
tan directamente a las condiciones del Pleistoceno donde surgie
ron por vez primera. Son hechos importantes para comprender la
vida cultural de los seres humanos modernos, y conforman el tras
fondo para escribir una génesis darwiniana de las artes.
El Pleistoceno duró 1,6 millones de años. Nuestra constitu
ción intelectual moderna se forjó probablemente en ese período,
hace unos cincuenta mil años, cuarenta mil años antes de la crea
ción de las primeras ciudades y de la invención de la escritura. Para
comprender la importancia del Pleistoceno como la escena del
desarrollo de los humanos modernos, debemos tener en cuenta
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la inmensidad de su escala temporal: si calculamos una media de
veinte años por generación, hablamos de ochenta mil generacio
nes de humanos y protohumanos en el Pleistoceno, en compa
ración con sólo quinientas generaciones desde las primeras ciu
dades. Fue en este largo período cuando las presiones selectivas
crearon genéticamente a los humanos modernos. Estas presiones
podían haber empujado en una dirección o en otra, pero una pre
sión leve sobre miles de generaciones puede arraigar hondo cier
tos rasgos físicos y psicológicos en la mente de cualquier especie.
Steven Pinker y Paúl Bloom citan los cálculos de J. B. S. Haldane
en 1927, según el cual «una variante que produce de media un 1 %
más de descendencia que su alelo alternativo incrementaría la
frecuencia desde un 0,1% a un 99,9% de la población en sólo
cuatro mil generaciones».10 Pinker y Bloom señalan que un cambio
imperceptible en una sola generación o en un individuo puede, al
cabo de miles de generaciones, alterar una especie por completo.
Los efectos espectaculares de diminutas ventajas selectivas, según
observan estos estudiosos, también pueden ir en contra de la super
vivencia de una población: «Un 1 % de diferencia en las tasas de
mortalidad entre los Neandertales y las poblaciones modernas que
convergían en una misma área geográfica pudo haber conducido
a la extinción de la primera especie al cabo de treinta generacio
nes, o al cabo de un milenio».
El supuesto objetivo de la selección natural es arraigar estos
rasgos genéticos en los individuos de modo que se produzca un
incremento máximo de adaptabilidad inclusiva. El gran teórico
evolucionista William D. Hamilton definió la adaptabilidad inclu
siva como la suma total de los «efectos de un rasgo en todas sus
cadenas causales sobre la supervivencia y la reproducción del
individuo focal [...] más cualquier otro efecto que pueda haber
tenido en la supervivencia y la reproducción de los parientes de
ese individuo focal».11 La forma principal que tienen los individuos
de asegurar la supervivencia de su material genético es asegurar su
propia supervivencia. Sin embargo, puesto que compartimos ma
terial genético con nuestros hijos, parientes y otros familiares, su
supervivencia también se implica sistemáticamente en el esquema
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evolutivo considerada desde el punto de vista del individuo: de
múltiples maneras, los seres humanos y otros animales favorecen
a sus parientes por encima de los miembros de la misma especie
que no están relacionados genéticamente, y en tér ñiños generales
a su propio grupo social y a su propia especie por encima de otros
grupos sociales y especies. La gente, tal como afirma Pinker en su
comentario sobre Richard Dawlñns, no «va por ahí dispersando
sus genes de una manera egoísta; los genes se dispersan de una
manera egoísta por ellos mismos. Lo hacen por el modo en que
construyen nuestros cerebros. Al incitarnos a disfrutar de la vida,
la salud, el sexo, los amigos y los niños, los genes compran una
participación de la lotería para representarnos en la próxima ge
neración, con las opciones que nos eran favorables en el entorno
en el que evolucionamos».12
El cerebro que nuestros genes construye p tede descompo
nerse en una serie de facultades (tal como diría Kant), y que hoy
en día son sistemas que reciben muy diversos nombres, motores
de razonamiento, o, tal como los psicólogos evolucionistas dan en
llamar, «módulos». Estos sistemas o facultades explican los intere
ses y las capacidades que mejor se adaptaron a la supervivencia
de nuestros antepasados del Pleistoceno. Puec en explicar dife
rencias generales en nuestras capacidades, como, por ejemplo,
por qué a la mayoría de nosotros nos resulta más fácil aprender
la letra de una canción que memorizar nuestro número de la se
guridad social, o por qué recordamos las caras con más facilidad
que los nombres. Gracias en gran parte al trabajo de Donald E.
Brown,1' y a los apéndices de Tooby y Cosmidcs en The Adapted
Mindp asi como a los escritos de Steven Pinke y Joseph Carroll,
he aquí una selección de la larguísima lista de usgos y capacida
des innatos y universales de la mente humana:
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• Un módulo intuitivo de ingeniería para crear herramientas
y tecnologías (no sólo procesos como desconchar las pie
dras, sino p ira unir varios objetos entre sí).
• Una psicología personal basada en la premisa de que otras
personas tú nen mentes como la nuestra, pero que cada
una alberga distintas creencias e intenciones.
• Una sensao >n intuitiva del espacio, que incluye un trazado
imaginativo leí entorno general.
• Una tendem ia hacia el adorno corporal con pinturas, cam
bios de pein ido, tatuajes y joyería ornamental.
• Una sensación intuitiva de números, entendidos en térmi
nos exactos en pequeñas proporciones de objetos, pero
que llega a abarcar la capacidad de cuantificar cantidades
más allá de nuestro alcance.
• Una sensacii n de probabilidad, junto con una capacidad
para trazar la frecuencia de los acontecimientos.
• Una capacidad para interpretar las expresiones faciales
que incluye un inventario de patrones reconocidos univer
salmente (triseza, felicidad, miedo, sorpresa, etc.).
• Una capacida I precisa para arrojar objetos como pelotas,
piedras y lanz; s (que incluye una sensación aguda de distan
cia del objetiva > y el momento correcto para soltar la mano).
• Una fascinación por los sonidos tímbricos organizados,
producidos rítmicamente por la voz humana o por instru
mentos.
• Una capacidad intuitiva hacia la economía, que implica
una comprensión del intercambio de bienes y de favores,
junto a un sentido relacionado de justicia y reciprocidad.
• Una sensación de justicia, que incluye obligaciones, dere
chos, venganza, y lo que esto implica en ocasiones: la emo
ción de la ira.
• Habilidades lógicas, incluida una facultad para emplear
operadores tales como «y», «o», «no», «todo», «alguno», «nece
sario», «posible» y «causa».
• Y, por último, una capacidad espontánea para aprender y
utilizar el lengu ije.
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Esta última capacidad es una de las más sorprendentes por el
modo en que permite la transición de la infancia a la edad adulta
con un dominio completo de la lengua natural, tanto en las socie
dades cultas como en la vida prealfabetizada de los cazadores-
recolectores del Pleistoceno. Pero no hay necesidad alguna de
exaltar el lenguaje como la capacidad más extraordinaria de to
das: cada una de esas facultades es un componente de la asom
brosa arquitectura de la mente que alcanzamos gracias a la evo
lución. A ese listado podríamos añadir otras tendencias innatas
—conjunto de instintos— que operan en ocasiones en un nivel
extraordinario de especificidad. Entre ellas tenemos el miedo a las
serpientes, a las alturas o a los animales grandes con dientes enor
mes, las preferencias por algunos alimentos y una sensación agu
da de su pureza o toxicidad, así como los listados mentales para
memorizar nombres y características de amigos y enemigos.
Tal como hemos visto en el capítulo 1, el listado incluye una
predilección por los hábitats parecidos a las sabanas que sean
seguros, potencialmente fructíferos o que alberguen animales o
aves de caza, y que en general sean ricos en información. Pero
más allá de la supervivencia en hábitats naturales, cada uno de
nuestros antepasados también tuvo que enfrentarse a amenazas
y oportunidades planteados por otros grupos humanos y proto-
humanos e individuos: hemos evolucionado para acostumbrar
nos los unos a los otros, tanto en calidad de individuos que forman
parte de un grupo como en calidad de grupos que forman relacio
nes de cooperación o agresión entre sí. Estas realidades sociales ya
existían mucho antes del Pleistoceno, se desarrollaban y segura
mente cambiaban a medida que los humanos evolucionaban hasta
convertirse en las criaturas bípedas de cerebros grandes que so
mos hoy en día. En el Pleistoceno vivíamos en grupos sociales que
exhibían lazos de parejas masculinas/femeninas y había una in
versión paternal en los niños, que siguen estando indefensos
desde su nacimiento más tiempo que cualquier otro animal. Estos
grupos humanos y protohumanos tenían sus disputas, pero tam
bién se sentían fortalecidos por la cooperación y las coaliciones.
Hacia finales del Pleistoceno, las relaciones complejas se habían
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convertido en un sello característico de la especie, una marca in
deleble como la fabricación de herramientas o el lenguaje.
Tal como Joseph Carroll ha señalado en su resumen de la
naturaleza humana, un resultado característico de nuestra natura
leza social desarrollada es que las relaciones entre hombres y
mujeres no «son sólo intensas y apasionadas en sus efectos posi
tivos, sino también están llenas de sospecha, celos, tensiones y
compromisos». Las exigencias que compiten en este mundo social
y familiar, según Carroll, «garantizan un drama perpetuo en el que
la intimidad y la oposición, la cooperación y el conflicto, están
íntimamente relacionados». Aunque Carroll no rechaza la explica
ción de las facultades adaptativas y los instintos descrita por Pinker
y otros psicólogos evolucionistas, sí que amplía el grado en el que
la evolución en el Pleistoceno vio el surgimiento de los seres hu
manos como una especie intensamente social. La evolución huma
na no es sólo una historia de cazadores-recolectores que se en
frentaban a un entorno físico, sino la de un Homo sapiens que
coopera con los demás para sacar el máximo rendimiento a la
supervivencia de su especie.
Esta capacidad social humana puede describirse en términos
que pueden parecer bastante específicos —o específicos de una
cultura— cuando en realidad son tan universales como el reflejo
de pestañear. Los seres humanos, por ejemplo, sienten curiosidad
por sus vecinos, les gusta curiosear sobre ellos, lamentarse de sus
desgracias y envidiar sus éxitos. La gente de todas partes del mun
do miente, justifica y racionaliza su conducta, y exagera su altruis
mo. A los seres humanos les encanta exhibir-se y burlarse de las
falsas pretensiones de los demás. Les encanta jugar, contar chis
tes, y emplear lenguaje poético u ornamental. (Incluso el hecho
de contar chistes tiene sus características universales específicas:
en muchas culturas, y tal como he observado en Nueva Guinea,
son los hombres, no las mujeres, quienes tienen la tendencia a
disfrutar insultándose en broma entre sí.) Tal como Carroll nos
recuerda en una frase que no es una simple especulación de sa
lón, sino que cuenta con el apoyo de la etnografía intercultural:
«Forma parte de la naturaleza humana llorar la pérdida de los se-
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res que, icios, y sentir una gran desilusión ante el fracaso o la de
rrota, sentir vergüenza ante una humillación pi blica, gozar con el
triunfo sobre tus enemigos, y enorgullecerse de resolver proble
mas, superar obstáculos, y lograr objetivos, i’orma parte de la
naturaleza humana tener a menudo impulsos contrarios y sentir
desafecto incluso en medio de un gran éxito». Semejante relato de
la naturaleza humana, orientado hacia la intensidad y la comple
jidad de la vida social, es un útil complemento a otras perspecti
vas de la psicología evolutiva que hacen hincapié en la supervi
vencia física.
Del mismo modo en que nos enfrentamos a los animales sal
vajes o desc ubrimos entornos más adecuados, nuestros antepasa
dos más antiguos se enfrentaban a fuerzas sociales y a conflictos
familiares que se convirtieron en parte de la \ ida evolucionada.
Estos dos campos de fuerza actuaron en conjunto para produ
cir en última instancia la especie versátil de primates que somos
hoy en día: sociales, robustos, amorosos, asesinos, joviales, orga
nizativos, tecnológicos, arrogantes, picapleitos juguetones, amis
tosos, ávidos de posición social, erguidos, mentirosos, omnívo
ros, ávidos de conocimiento, contestones, festivos, lingüísticos y
ampliamente derrochadores. Y, entre medio del desarrollo de todas
estas cualidades, nacieron las artes.15
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3. ¿QUÉ ES EL ARTE?
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es un «lenguaje», o si la canción de un pájaro carpintero es un ejem
plo de «lenguaje». Pero estas disputas sobre los límites externos
del significado de la palabra no influyen necesariamente en si el
griego, el inglés o el iatmul son lenguajes. Decidir si un caso mar
ginal, una música o un canto de pájaro son o no un lenguaje no
desmentiría el hecho de que el urdu es una lengua. Las lenguas
naturales del mundo forman una categoría natural poblada de
casos indiscutibles, y el reconocimiento de este hecho debe pre
ceder a cualquier teoría relativa a si el concepto del lenguaje es
aplicable o no a otras áreas.
Las investigaciones sobre la universalidad del lenguaje, o del
arte, según explica Moravcsik, buscan generalizaciones legalistas
que no pueden definirse de manera trivial ni casual, ni con gene
ralizaciones del tipo «los castores construyen diques». La construc
ción de diques no forma parte de la definición de «castor», y la
frase ni siquiera es cierta para todos los castores. Según Moravc
sik, esto significa que en circunstancias normales y en estado
salvaje, «un espécimen sano de esta especie construirá un dique».
Si es cierto, merece la pena conocer una generalización de este
tipo porque nos revela algo importante sobre los castores. Incluso
si los casos marginales requirieran que prestásemos atención a los
términos que hemos empleado («saludable», «normal»), esta hipó
tesis, que no busca atributos definitorios ni casuales, es altamente
deseable en análisis empíricos de las características de los fenó
menos sociales de ámbito general como el arte.
Las teorías estéticas pueden reclamar la universalidad, pero lo
normal es que se vean condicionadas por cuestiones estéticas y
debates sobre la época que les ha tocado vivir. Platón y Aristóte
les se vieron abocados a explicar el arte griego de su tiempo y a
relacionar la estética con su metafísica general y las teorías del
valor. David Hume, y, sobre todo, Immanuel Kant, exploraron las
complejidades emergentes de las tradiciones de las bellas artes
del siglo xviii. En el último siglo, tal como observa el filósofo Noel
Carroll, las teorías de Clive Bell y R. G. Collingwood defendieron
las prácticas de vanguardia como el «neoimpresionismo, por un
lado, y la poética modernista de Joyce, Stein y Eliot por el otro».2
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Susanne Langer puede leerse como una jus ideación del baile
moderno, mientras que la primera versión de la teoría institucio
nal de George Dickie requiere, tal como C; rroll apunta, «algo
parecido a la presuposición de que Dada es n 1a forma central de
práctica artística» con el fin de obtener un atractivo intuitivo. Lo
mismo puede afirmarse acerca de la continua teorización de Ar-
thur Danto sobre los acertijos minimalistas y l< >s objetos indiscer
nibles artísticamente, como los lienzos negros de Ad Reinhardt o
las cajas de Brillo de Andy Warhol. A medida c ue las formas artís
ticas y las técnicas cambian y se desarrollan a medida que las
modas artísticas florecen o se desvanecen, la eoría del arte tam
bién avanza poco a poco alterando su enfoque y cambiando sus
valores con el paso del tiempo.
Las distorsiones de acento se ven exacerbadas por otro factor.
Los filósofos del arte tienden a empezar a teorizar desde sus pro
pias predilecciones estéticas y sus respuestas estéticas más agudi
zadas, por muy extrañas o limitadas que éstas sean. Kant sentía
un profundo interés por la poesía, pero su desprecio por la fun
ción del color en la pintura era tan excéntrico que revela cierta
discapacidad visual. Bell, quien reconoció con absoluta inocencia
su incapacidad para apreciar la música, se concentró en la pintura
y falseó sus impresiones cuando las aplicó a otras artes, como la
literatura. En términos más generales, los pensadores que aman
la belleza de la naturaleza, o que caen bajo el hechizo de un géne
ro o una cultura particulares, suelen generalizar a partir de sus sen
timientos y su experiencia particular. Este elemento personal pue
de ser profundamente enriquecedor para la teoría (Bell sobre el
expresionismo abstracto) o dar como resultad< > un absurdo (Kant
sobre la pintura en general). No obstante, esto debería invitarnos
al escepticismo. Las explicaciones generales < xtrapoladas de un
entusiasmo personal limitado nos pueden con\ encer siempre que
nos concentremos en los ejemplos que ofrece el teórico; a menu
do fracasan cuando se aplican a una gama má ■. amplia de arte.
Más allá de los prejuicios culturales y las idiosincrasias perso
nales, el hecho de filosofar adecuadamente si bre las artes se ha
topado con un tercer factor: el carácter de la re (órica filosófica. La
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filosofía es más sól ida y estimulante, es decir, más divertida, cuan
do argumenta en pos de una verdadera posición única y exclusiva
y procura desacre< litar otras alternativas plausibles. En la historia
de la filosofía del arte, éste ha sido un obstáculo tenaz hacia la
comprensión. Por jemplo, Kant no se limita a separar los elemen
tos intelectuales de la experiencia estética de sus componentes
sensuales primarios, sino que en algunas secciones de la Crítica
del juicio se niega por completo el valor de éstos últimos. Tólstoi
insistió con tal dogmatismo en la validez de la sinceridad como
criterio fundameni ti para el arte que se hizo famoso por rechazar
porciones enteras del canon, incluidas muchas de sus grandes
obras. Bell, una vez más en su faceta del perfecto esteta, no sólo
eleva la experiencia de la forma en la pintura abstracta, sino que
insiste en que el el< 'mentó ilustrativo de la pintura es estéticamente
irrelevante. Estas posturas extremas en el campo de la estética son
llamativas en el ámbito de lo retórico de un modo que no alcan
zan las teorías más afincadas en el sentido común. También hacen
las delicias de los profesores de estética en la universidad, puesto
que ofrecen a los estudiantes un trasfondo histórico, una perspec
tiva estética genuina (aunque absurdamente limitada), y un ejer
cicio intelectual que surge de aducir contraejemplos y contraargu
mentos. Junto con el desarrollo histórico del arte en sí mismo,
estas teorizaciones hacen avanzar al argumento, pero no lo hacen
en la dirección de su resolución, sino sólo para engendrar más
debate.
Hoy en día la estética se encuentra en una situación paradó
jica, por no decir extraña. Por un fado, los académicos y los teó
ricos tienen más a ceso que nunca —en las librerías, un los mu
seos, en Internet} en sus viajes sobre el terreno— a una amplia
perspectiva sobre la creación artística entre culturas a lo largo de
los tiempos. Podemos estudiar las esculturas y pinturas del Palep-
lítico y disfrutar c< n ellas, conocer músicas de todas partes, artes
rituales y populan s de todo el planeta, literaturas y artes visuales
de todos los paíse , tanto del pasado como del presente. Tenien
do en cuenta est; enorme disponibilidad, resulta muy extraño
que la especulacic n filosófica sobre el arte se haya inclinado por
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un análisis infinito de una clase infinitamente pequeña de casos,
entre los cuales destacan de un modo prominente los ready-made
de Duchamp o los objetos limítrofes como las fotografías apropia
das de Sherrie Levine y el 4'33” de John Cage. Debajo de esta
dirección filosófica hallamos una presunción oculta que jamás se
expresa: se supone que por fin podremos entender el mundo del
arte cuando seamos capaces de explicar los especímenes artísticos
más marginales o difíciles. La Fuente y En previsión de brazo roto
de Duchamp son a primera vista los casos más difíciles a los que se
enfrenta la teoría del arte, lo cual explica el tamaño de la bibliogra
fía que estas obras y sus parientes ready-made han generado. El
volumen mismo de esta bibliografía también nos infunde la espe
ranza de que si explicamos los ejemplos más extremos del arte po
dremos llegar a una explicación general óptima de todas las for
mas artísticas.
Esta esperanza ha conducido a la estética en una dirección
incorrecta. A los abogados les gusta decir que los casos más di
fíciles son los que crean un mal precedente legal, y un peligro
análogo amenaza el análisis psicológico. Si deseas comprender
la naturaleza esencial del asesinato, no empiezas con un debate
sobre algo complicado o dotado de una fuerte carta emocional,
como pueda ser el suicidio asistido, el aborto o la pena de muerte.
El suicidio asistido puede ser o no un asesinato, pero decidir si
estos casos tan controvertidos son asesinatos requiere, en primer
lugar, tener las ideas claras sobre la naturaleza y la lógica de los
casos indiscutibles; de este modo, abandonaríamos un centro se
guro para adentrarnos en territorios lejanos más discutibles. El
mismo principio es aplicable a la teoría estética. La obsesión por
explicar los ejemplos más problemáticos del arte, aunque consti
tuya un desafío intelectual y para los profesores de estética sea
una buena manera de generar debates en las aulas, ha provocado
que la estética haya hecho caso omiso del centro del arte y sus
valores.
Lo que la filosofía del arte necesita es un enfoque que empie
ce por tratar el arte como un campo de actividades, objetos y
experiencia que aparece de manera natural en la vida humana.
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Primero debemos demarcar un centro exento de controversias y
que sepa infundir interés a los casos más curiosos. Aunque consi
dero que este enfoque es «naturalista», no lo es porque esté impul
sado por la biología (a pesar de que ésta es relevante en este sen
tido), sino porque depende de persistentes pautas interculturales
de conducta y discurso: la creación, experimentación y valoración de
obras de arte. Muchas de las maneras en que el arte se debate y
experimenta pueden traspasar fronteras culturales fácilmente, y ser
aceptadas en todo el mundo sin la ayuda de académicos ni teóri
cos. Desde Lascaux hasta Bollywood, los artistas, escritores y mú
sicos suelen tener pocos problemas para lograr una comprensión
estética intercultural. El centro natural sobre el que se asienta esta
perspectiva debe marcar el punto de inicio de la teoría.
r
II
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cificarse. incluso cuando el dominio al cua se refiere sea tan
irregular y multifacético como el del arte. De 1 echo, su especifici
dad, por muy discutible que sea, es necesari i para la existencia
misma de una literatura sobre la estética inten ultural.
Un recordatorio: dada la existencia de u ta amplia variedad
de casos marginales, por «arte» y «artes» enríen lo artefactos (escul
turas, pinturas y objetos decorativos, como las herramientas o el
cuerpo humano, además de las partituras y 1< >.s textos considera
dos objetos), así como las actuaciones (el l >aile, la música, la
composición y la enumeración de historias). . \ veces, cuando ha
blamos sobre arte, nos centramos en actos de reación, o también
en los objetos creados; en otras ocasiones tendemos a referirnos
a la experiencia de estos objetos. Discernir «. stas distinciones es
otra cosa. Así pues, la lista ofrece las caracterís ¡cas fundamentales
del arte considerado una categoría universal e intercultural. Ello
no significa que todo lo que recojo en este listado sea exclusivo
del arte o de su experiencia. Muchos de est< >s aspectos del arte
forman una línea continua con experiencias y aptitudes no artís
ticas, y se incluye un recordatorio de ello entie paréntesis al final
de cada entrada.
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importante es el hecho de que el disfrute de la belleza artística
suele provenir de distintas capas de placer distinguibles entre sí
que se experimenian simultáneamente o con una gran proximi
dad. Estas experiei cías superpuestas ganan en efectividad cuando
los placeres separables se relacionan de un modo coherente entre
sí o interactúan; como, por ejemplo, en la forma estructural, en sus
colores, en el tem í de una pintura, en el motivo musical, en la
acción dramática, el canto, la actuación y las escenas de una ópe
ra. Este concepto nos resulta familiar porque lo consideramos una
unidad orgánica de obras de arte, es decir, conforman una «unidad
en la diversidad», liste disfrute estético suele darse «por amor al
arte». (Este placer es estético cuando se deriva de la experiencia
del arte, pero no es ajeno a otros ámbitos de la vida, como el pla
cer del deporte y del juego, el de beber a tragos una bebida fría
en un día caluroso o de observar cómo las alondras emprenden
el vuelo o las nub<. s de tormenta se condensan. Los seres huma
nos experimentan una lista indefinidamente larga de placeres
directos que no son artísticos, experiencias que se disfrutan en
virtud de ellas mismas. Cualquiera de estos placeres, como los
típicos relacionados con el sexo, los alimentos dulces y los gra
sicntos, se remontan a unos orígenes, antiguos que han ido evolu
cionando aunque nosotros no seamos conscientes de ellos en
nuestra experiencia inmediata.)
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es sólo intelectual; la pericia que muestran los escritores, los tallis
tas, los bailarines, los ceramistas, los compositores, los pintores,
los pianistas, los cantantes y demás puede dejarte con la boca
abierta, puede hacerte poner los pelos de punta y provocar el
llanto. La demostración de una habilidad es uno de los placeres
más profundamente conmovedores y agradables del arte. (La pe
ricia es una fuente de placer y admiración en casi todos los ámbi
tos de la actividad humana más allá del arte, y hoy en día destaca
en los deportes. Casi toda actividad humana regularizada puede
volverse competitiva con el fin de resaltar el desarrollo y la admi
ración de su aspecto técnico y habilidoso. El libro Guinness de los
récords mundiales está lleno de «campeones mundiales» de las
actividades más mundanas o caprichosas; esto revela un impulso
universal capaz de transformar todo lo que hacen los seres huma
nos en una actividad admirada tanto por su virtuosismo como por
su capacidad productiva.)
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estilo establecido. De hecho, si no se permitiera ningún tipo de
variación, se cuestionaría la condición artística de una actividad
estilizada; esto no sólo ocurre en las tradiciones europeas. Algu
nos escritores, especialmente en el ámbito de las ciencias socia
les, han tratado el estilo como una prisión metafórica para los
artistas, puesto que traza los límites de la forma y el contenido.
Sin embargo, los estilos, al proveer a los artistas y a su público de
un trasfondo conocido, permiten el ejercicio de la libertad artísti
ca, y liberan tanto como inhiben. Los estilos pueden oprimir a los
artistas; pero a menudo los liberan. (Prácticamente todas las acti
vidades humanas significativas por encima del nivel de los refle
jos autónomos se llevan a cabo dentro de un marco estilístico: los
gestos, el uso de la lengua o de cortesías sociales como las nor
mas de la risa o la distancia corporal en los encuentros interper
sonales. El estilo y la cultura se contagian entre sí.)
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cuidadosos se niegan a utilizar una misma pala' >ra dos veces en
una frase siempre y cuando puedan reemplaza! a por un sinóni
mo; los diccionarios de sinónimos y antónimos existen no tanto
para logra i una mayor precisión en la escritura c 'ino por el placer
de la variedad creativa.)
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