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Stewart Cohen
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cal. Pues el contextualista afirma que tal evidencia, mientras que es suficiente
en los contextos ordinarios para saber que los animales no son mulas pinta-
das, no es suficiente en contextos más estrictos.
Así pues, no creo que Klein nos haya dado ninguna razón para suponer
que el contextualismo no puede hacerse cargo ni del escepticismo local ni del
global. Muchos de los comentarios de Klein están dirigidos a defender el punto
de vista que yo denomino “falibilismo de modus ponens” —el punto de vista de
que llegamos a saber que vemos una cebra (tenemos manos) sobre la base de la
evidencia perceptiva y, a continuación, inferimos del hecho de que el animal es
una cebra (del hecho de que tenemos manos) que el animal no es una mula ar-
teramente disfrazada (que no somos cerebros-en-una-cubeta)—. Argumento
que si este razonamiento es permisible entonces, por paridad de razonamien-
to, podríamos llegar a saber que Albany es la capital de Nueva York sobre la
base de leerlo en el atlas y, a continuación, pasar a inferir (y, por lo tanto, lle-
gar a saber) a partir del hecho de que Albany es la capital y que el atlas lo di-
ce, que el atlas no está equivocado cuando lo dice.
Como respuesta a esta objeción, Klein propone un criterio para distin-
guir el caso del atlas del caso de la mula disfrazada y del caso del cerebro-en-
una-cubeta. De acuerdo con Klein, aunque algunas veces tiene que “eliminar-
se” una alternativa a p antes de llegar a saber que p, puede eliminarse algunas
veces después de llegar a saber que p, apelando a p misma. Tiene que elimi-
narse una alternativa antes de llegar a saber que p justamente en el caso en que
“hay alguna evidencia (aunque sea mínima) a su favor [de la alternativa]”.
Digamos que cuando una alternativa H a p se elimina sobre la base de
p, donde las razones a favor de p no son razones en contra de H, las razones
tienen una estructura MPF. En el caso del atlas, hay alguna evidencia a favor
de la alternativa de que el atlas contiene una errata —la evidencia inductiva
de que los atlas contienen tales erratas algunas veces—. Esto explica, de
acuerdo con el criterio de Klein, por qué las razones no pueden tener una es-
tructura MPF. Sin embargo, de acuerdo con Klein, no hay ninguna evidencia
a favor de la alternativa de que veo una mula arteramente disfrazada o de la
alternativa de que soy un cerebro-en-una-cubeta. Así pues, en esos casos las
razones pueden tener una estructura de tipo MPF.
No pienso que el criterio de Klein pueda trazar las distinciones que pre-
tende. Concedamos que no tenemos evidencia alguna a favor de la hipótesis
del cerebro-en-una-cubeta (aunque podría decirse que esta hipótesis está per-
fectamente confirmada por nuestra experiencia). No está claro con todo que
el criterio de Klein pueda explicar por qué las razones pueden tener una es-
tructura de tipo MPF en el caso de la cebra. Después de todo, la gente forja
engaños. ¿Y por qué esto no ha de contar como evidencia “incluso mínima” a
favor del engaño de la mula disfrazada?
Supongamos que no tomamos en cuenta el hecho general de que la gen-
te forja engaños algunas veces como evidencia inductiva a favor de la hipóte-
Respuestas a mis comentadores 153
Estoy de acuerdo en que parece erróneo decir en este escenario que uno
sabe que no es un-cerebro-en-una-cubeta. Estoy de acuerdo en que parece
erróneo. Pero esto no es un problema porque en tal escenario uno tampoco
sabe que tiene manos. A mi modesto entender, si sé que hay una probabilidad
entre ciento de que sea un cerebro-en-una-cubeta, entonces no sé si tengo
manos, incluso de acuerdo con los estándares ordinarios.
Hawthorne sugiere una versión restringida de la clausura de acuerdo
con la cual el conocimiento está cerrado bajo consecuencia saliente. De
acuerdo con este punto de vista, no tenemos que decir que sabemos, en los
contextos ordinarios, que no somos cerebros-en-una-cubeta. Este punto de
vista tiene la ventaja de no tener que explicar cómo sabemos que no somos
cerebros-en-una-cubeta.
Estoy de acuerdo en que esto es un ventaja considerable para este punto
de vista. Sin embargo, esta ventaja la logra negando el principio (irrestricto)
de clausura. Así, de acuerdo con este punto de vista, en los contextos ordina-
rios sabremos que tenemos manos, y esto entraña que no somos cerebros-en-
una-cubeta, mientras que no logramos saber que no somos cerebros-en-una-
cubeta. Esto me parece un resultado absurdo.
Además, me parece que uno puede, usando de manera apropiada un
cierto matiz, decir con verdad en algún contexto que uno no es un cerebro-en-
una-cubeta. Supóngase que he dicho que no me preocupo realmente de la
marcha de la bolsa puesto que, después de todo, no sé si soy un cerebro-en-
una-cubeta. Alguien podría responder: “Vamos, sabes que no eres un cere-
bro-en-una-cubeta”. Con el matiz correcto, uno puede hacer que no se eleven
los estándares como ocurre típicamente en tales contextos, diciendo con ello
algo verdadero. Pero, de acuerdo con el punto de vista de la clausura restrin-
gida, uno jamás sabe que no es un-cerebro-en-una-cubeta. (Hawthorne man-
tendría que, al hacer la emisión con el matiz correcto, uno está dando un
consejo práctico —no diciendo algo literalmente verdadero—.)
Hawthorne propone un inteligente contraejemplo a la clausura irrestric-
ta: sé que jamás realizaré una instancia de modus ponens, y si sé que no la
voy a realizar, entonces jamás instanciaré todas las reglas de inferencia váli-
das clásicamente. Pero no estoy en posición de saber que no voy a instanciar
todas las reglas de inferencia válidas clásicamente, porque tendría que instan-
ciar una de ellas para validar esta conclusión.
Creo que este ejemplo señala cómo tenemos que entender lo que es es-
tar en posición de conocer. Leamos el principio de clausura de la manera si-
guiente: si sé que p, y si sé que p entonces, e infiero q sobre la base de esto,
entonces sé que q. De acuerdo con esta lectura, el contraejemplo falla. Si in-
fiero que no instanciaré todas las reglas de inferencia válidas clásicamente a
partir del hecho de que jamás realizaré una instancia de modus ponens y de
que si no la realizo jamás instanciaré las reglas válidas clásicamente, entonces
será falso que jamás realizaré una instancia de modus ponens. Así pues, el an-
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Prades piensa que el caso de John y Mary apunta más hacia un fenóme-
no pragmático que semántico. Si dicen que saben que el avión tiene parada en
Chicago, esto implica pragmáticamente que no están dispuestos a buscar más
evidencia. Esto, de acuerdo con Prades, explica por qué es extraño decir:
“Bien, sabemos que el avión tiene parada en Chicago, pero necesitamos hacer
una nueva comprobación”.
Pienso que hay una buena razón para mantener que lo extraño de este
asunto es algo semántico más bien que pragmático. Si fuese un caso de im-
plicatura pragmática, entonces sería cancelable. Por ejemplo, si digo: “John y
Mary se casaron”, implico conversacionalmente que ambos se casaron entre
sí. Pero no hay nada de extraño en decir: “John y Mary se casaron, pero no
entre sí”, porque el segundo miembro de la conjunción cancela la implicatura
del primero. Pero todo el mundo está de acuerdo en que es extraño decir: “Sa-
bemos que el avión tiene parada en Chicago, pero necesitamos hacer una nueva
comprobación”. Así, aparentemente, la conexión entre saber que el avión tiene
parada en Chicago y el no necesitar hacer una nueva comprobación no es me-
ramente una implicatura conversacional. Si fuera así, la implicatura resultaría
cancelada y la emisión no parecería extraña. Esto sugiere que lo extraño de
este asunto es más bien de categoría semántica.
El mismo argumento se aplica a la sugerencia de Prades de que decir
que “No veo una mula disfrazada” implica pragmáticamente que tengo evi-
dencia específica en contra de esa posibilidad. De nuevo, decir “Sé que no
veo una mula arteramente disfrazada, pero no tengo ninguna evidencia espe-
cífica contra tal posibilidad” suena muy extraño. Pero, si éste fuera un caso
de implicatura conversacional, debería resultar cancelada.
Prades argumenta también que necesito un argumento independiente
para mostrar que los estándares son tales que conocemos en los contextos or-
dinarios, y no lo logramos en los contextos escépticos. No es suficiente fiar-
nos de nuestras intuiciones sobre lo que conocemos en tales contextos.
No veo por qué ha de recaer sobre mí esta carga. Lo que sugiero es que
el contextualismo puede proporcionarnos una manera de escapar de la para-
doja escéptica. Parece que tenemos intuiciones inconsistentes. De acuerdo
con un punto de vista contextualista, podemos contemplar esas intuiciones de
manera consistente. Esto no muestra que, al final, esas intuiciones sean co-
rrectas. Pero esto no es lo que intento. Un argumento escéptico que meramen-
te nos pida que mostremos la verdad de nuestras intuiciones no es muy
interesante. Puede ser imposible el mostrar esto a satisfacción del escéptico.
Respuestas a mis comentadores 157
Pero esto no significa que tengamos razón alguna para dudar de nuestras in-
tuiciones.
Prades arguye que mis argumentos contra el falibilismo del modus po-
nens socavan mi compromiso con el principio de clausura. Si tengo que saber
que no veo una mula arteramente disfrazada antes de que sepa que veo una
cebra, entonces ¿por qué habría de pensar que el principio de clausura es ver-
dadero? Creo que lo que Prades quiere decir es que el atractivo del principio
de clausura deriva de la concepción de que uno está en posición de conocer el
consecuente simplemente porque uno puede siempre inferirlo a partir del an-
tecedente.
He aquí el modo de pensar sobre la clausura. Algunas veces sabemos el
consecuente al inferirlo del antecedente, y algunas veces lo conocemos antes
de conocer el antecedente. Pero, a pesar de que conozcamos el consecuente,
sigue siendo imposible conocer el antecedente sin estar en posición de cono-
cer el consecuente, puesto que, si uno no conocía ya el consecuente, todavía
podría inferirlo.
Al final, mi impresión es que el principio de clausura es fundamental-
mente axiomático. Un análisis del conocimiento que lo rechace es, por esta
misma razón, sospechoso. El meollo del contextualismo tiene que ver con
que puede explicar por qué ciertos ejemplos parecen violar la clausura mien-
tras que, a pesar de todo, preservan el principio.
Respondiendo a esta línea de argumento, Prades razona que podríamos
adoptar una concepción externista de acuerdo con la cual sabemos lisa y lla-
namente que las alternativas escépticas son falsas. El problema de este enfo-
que es que no logra explicar el atractivo de los argumentos escépticos. Si
sabemos lisa y llanamente que las alternativas escépticas son falsas, entonces
¿por qué nos afectan de la manera que lo hacen los argumentos escépticos?
Department of Philosophy
Arizona State University
Tempe, AZ 85287-2004
E-mail: Stewart.Cohen@asu.edu
NOTAS
1
Desde luego, es difícil saber lo que cuenta como evidencia (incluso la eviden-
cia más mínima posible) a favor de una hipótesis. ¿Contaría la ocurrencia de erratas
en libros u otro material escrito como evidencia a favor de que el atlas contiene una
errata? ¿Qué sucede con el hecho muy general de que hay algunas veces errores en los
intentos de transmitir información (a través de cualquier medio)? Naturalmente, en la
medida en que contamos esas clases de hechos generales como evidencia creamos
problemas para aplicar el criterio al caso de las cebras.
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2
Hemos de tener cuidado al distinguir este caso de aquel en el que sé directa-
mente que la oración no contiene una errata sobre la base de evidencia inductiva co-
ntra la posibilidad de una errata. Desde el punto de vista de la estructura MPF, sucede
que en algunos casos donde H es una alternativa a p, puedo inferir p sobre la base de
la evidencia que no cuenta contra H y, por lo tanto, llegar a saber que p. De este mo-
do, sobre la base de que sé que p, puedo llegar a saber que no H.
3
Véase Lewis, D. (1979), “Scorekeeping in a Language Game”, Journal of Phi-
losophical Logic, 8, pp. 339-59.