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El Naturalismo como Tesis Sustantiva:


Una Interpretación de la Naturalización Quineana

La ciencia es una prolongación del sentido común


que consiste en hinchar la ontología para
simplificar la teoría.
W. V. O. Quine1

Recién hacia el final del conocido artículo “Naturalización de la epistemología” (NE), luego de hacer una
revisión histórica de la serie de fracasos de la epistemología concebida en formato tradicional, Quine plantea
finalmente su propuesta de una epistemología reformulada y con “estatuto clarificado”: “[l]a epistemología,
o algo que se le parece, entra sencillamente en línea como un capítulo de la psicología, y, por lo tanto, de la
ciencia natural. Estudia un fenómeno natural, a saber, el sujeto humano físico” 2. Teniendo también en cuenta
las múltiples acusaciones de ambigüedad y falta de explicitación de esta idea de Quine, se nos plantea el
problema central de entender de qué manera la epistemología se insertaría en la psicología, cuáles serían las
relaciones entre ambas y qué modificaciones implicaría esta inserción en el estudio epistemológico (lo que
llamaré el “problema de la inserción”); asimismo, hay muchas maneras en que puede entenderse que la
epistemología estudia un “fenómeno natural” y sería necesario aclarar qué interpretaciones de esta idea son
compatibles con el proyecto quineano.

Quiero proponer una manera de interpretar el proyecto de naturalización de la epistemología de Quine 3. Mi


idea general es que esta propuesta se apoya en una tesis sobre la naturaleza de la actividad cognoscitiva y
científica, y debe entenderse exclusivamente en el marco de esta tesis. Desarrollaré mi interpretación desde
una crítica a la visión que D. Davidson tiene del proyecto quineano, visión que apunta, como él lo indica, a
la concepción quineana del conocimiento. Dejando de lado la resolución puntual de la disputa entre los
autores, este análisis nos permitirá evaluar posibles maneras de entender el proyecto quineano así como las
implicaciones que éstas tendrían en la filosofía en general y en su relación con la psicología (o mejor, la
“ciencia natural”) y con el sentido común. En líneas generales, entonces, propongo contextualizar dicha
propuesta naturalizadora en el marco más amplio de la filosofía quineana, defendiendo así, además, la
indisolubilidad de la concepción del conocimiento de Quine respecto de su propuesta metafilosófica.

1
W. V. O. Quine, Desde un punto de vista lógico, Paidós, Barcelona 2002, 89.
2
W. V. O. Quine, La relatividad ontológica y otros ensayos, Tecnos, Madrid 1986, 109.
3
No propongo mi interpretación, así como las consecuencias que de ella se extraen, buscando primordialmente la fidelidad estricta
al corpus filosófico quineano, sino que pretendo ofrecer una perspectiva desde la cual entender el proyecto naturalista, tratando de
ser, eso sí, coherente con su autor.
2

La idea que impulsó inicialmente este trabajo pertenece al comienzo del artículo de Davidson,
“Epistemología externalizada”: “[n]o acepto la descripción que da Quine de la naturaleza del conocimiento,
que es esencialmente en primera persona y cartesiana; tampoco apoyo la sugerencia de que podemos dar una
descripción del conocimiento sin adoptar normas, al menos tácitamente”4. El fragmento citado da pie para un
análisis acerca de las divergencias entre los autores en un nivel que (se supone) antecede al de la propuesta
metafilosófica: el de la naturaleza del conocimiento. Luego, preguntemos: ¿en qué consiste, según Davidson,
la descripción quineana de la naturaleza del conocimiento? Uno de los propósitos del autor en
“Epistemología externalizada” es destacar el modo en que el estudio del conocer humano excede los
recursos de la ciencia natural en tanto no asume una perspectiva solipsista (de primera persona) e incorpora
aspectos del actuar humano y, más específicamente, del actuar en sociedad. En términos generales, Davidson
ancla la concepción quineana del conocimiento en la distinción esquema / contenido de acuerdo con la cual
se aísla el informe invariable que proviene de los sentidos, que luego es conceptualizado de maneras
diversas: podemos llamar a una noción tal del conocimiento “concepción empirista estrecha”. El punto es
que esta manera estrecha, solipsista o cartesiana de ver el conocimiento es finalmente la principal
determinante de la clase de enfoque epistemológico que se va a adoptar.

Según esto, Quine basaría su concepción del conocimiento en una noción de prioridad epistémica según la
cual, aunque evidentemente aparecen en el conocimiento factores no empíricos, éstos tienen un papel
reducido frente a lo dado por estimulación de los receptores sensoriales. Davidson reconoce que Quine no es
un reduccionista, pero sin embargo aduce que plantea una relación directa entre estímulo y teoría que
caracterizaría nuestro modo de conocer y que permite aislar en un punto una base estrechamente empírica
para la empresa epistemológica; esto es, dentro de la relación cognoscitiva se ubicaría en un mismo plano la
producción teórica (la “torrencial salida” quineana) y la estimulación sensorial (la “magra entrada”),
pidiendo que la epistemología dé cuenta de esta transición sin apelar a consideraciones de carácter
normativo, justamente debido a la aducida homogeneidad entre entrada y salida del proceso de
conocimiento. De acuerdo con esto, la concepción empirista estrecha sobre el conocimiento es interna en
tanto que toma en consideración el conocimiento desde la perspectiva de su producción y configuración
física (o mejor, neurofisiológica). De esta forma explico la citada acusación de “cartesiana” a la concepción
quineana del conocimiento.

La intuición empirista básica es la de que los datos perceptuales constituyen nuestra base epistémica más
sólida. Ahora bien, existen varios grados en que esto puede ser verdadero; existen varias maneras en las
cuales esta base epistémica puede funcionar dentro de una teoría epistemológica. El modo como Quine, de

4
D. Davidson, “Epistemología externalizada”, en Análisis Filosófico X(1), 1990, 1-13, 2.
3

acuerdo con su aducida concepción empirista estrecha, convertiría esta intuición en una verdad parecería
aflorar claramente en el contexto de su sencilla (y, a la vez, problemática) idea de privilegio epistémico: “A
es epistemológicamente anterior a B si A está causalmente más cerca que B de los receptores sensoriales. O,
lo que de alguna manera es mejor, hablar explícitamente en términos de proximidad causal a los receptores
sensoriales y dejar de hablar de prioridad epistemológica”5. Esto podría efectivamente dar la idea que Quine
de alguna manera atribuye un rol epistémico al estímulo sensorial como tal, confirmando así la
incorporación de la distinción esquema / contenido a la base de su concepción del conocimiento. Yo creo
que esta interpretación es incorrecta y que debería leerse la anterior cita simplemente como el abandono (de
ahí el subrayado) de la idea de justificación epistémica en tanto empresa desligada de la efectiva producción
del cuerpo cognoscitivo: dicho de otro modo, el abandono (o, más bien, la reformulación) del problema de la
prioridad epistemológica debe entenderse como coextensivo con el abandono de la empresa independiente
de justificación. Trataré, en adelante, de argumentar en favor de esta idea.

En “El mito de lo subjetivo”, Davidson pasa del reconocimiento de una distinción conceptual adoptada por
Quine en su propuesta naturalista a la atribución de un rol epistemológico a los elementos distinguidos:
creemos que esta transición es central en la crítica davidsoniana y que, en ella, el paso de uno a otro
momento no es lineal, quedando así su crítica infundada. El primer momento se articula de esta forma: (1)
“…según Quine, hay que trazar una distinción clara entre el contenido invariable y los adornos conceptuales
cambiantes, «entre informe e invención, substancia y estilo, claves y conceptuación», ya que podemos
investigar el mundo, y al ser humano como parte de él, y descubrir así qué claves podría tener acerca de lo
que ocurre a su alrededor”. Seguidamente a esto, Davidson evalúa: (2) “lo importante es que tenga que haber
una fuente última de evidencia cuyo carácter pueda ser plenamente especificado sin referencia a aquello de
lo que es evidencia”6. Con (2), Davidson está suponiendo una distinción entre una reducción epistémica
(quineana) y una reducción semántica (al estilo carnapiano, blanco de la crítica histórica de NE), distinción
que daría cuenta del alejamiento de Quine de la postura reduccionista tradicional: el problema es que, desde
la concepción filosófica general de Quine, tal distinción no es aplicable. En particular, la crítica de Davidson
supone que la distinción esquema / contenido puede jugar un rol epistemológico aún habiéndose aceptado la
disolución del par analítico / sintético (como él mismo afirma) 7. Creo que esto no es así en tanto que tal
disolución es la base desde la cual interpretar el proyecto naturalista quineano: quiero argüir que la
disolución tiene una relevancia epistémica primaria. En este mismo sentido, no marcaría (como parece hacer
Davidson) una distinción fuerte entre la concepción del conocimiento quineana y su propuesta metodológica
para la epistemología.

5
W. V. O. Quine, La relatividad ontológica 112 (subrayado mío).
6
D. Davidson, Mente, mundo y acción, Paidós, Barcelona 1992, 55-6.
7
Ídem.
4

Creo que el error de Davidson es interpretar que la propuesta quineana incorpora centralmente la idea que la
proximidad física establece un privilegio epistémico último; esto a su vez podría llevar a creer que el estudio
epistemológico es para Quine un “capítulo de la psicología” y está, por lo tanto, en una relación interna con
la ciencia natural en el sentido que, por ejemplo, el aparato conceptual por medio del cual el filósofo opera
pertenece a ella, en un sentido fuerte. Ahora, si entendemos en términos generales que lo que Quine pide a la
epistemología es, de acuerdo a la intuición empirista (no estrecha), una explicación de nuestra capacidad
para elaborar una teoría a partir de nuestros estímulos sensoriales, se sigue que la epistemología debe dar
cuenta de la construcción teórica del hombre como “sujeto humano físico” sin que esto suponga asumir que
se da una relación directa (en última instancia epistémicamente reductiva) desde los estímulos hasta la teoría.
No debería atribuirse, como hace Davidson, a este “a partir de” un rol epistémico ya que confunde dos
maneras de plantear el problema: esto es, cuando Quine afirma, por ejemplo, que “[l]a atribución de una
disposición de conducta, aprendida o no, es una hipótesis fisiológica, por fragmentaria que sea” 8, está
manifestando un supuesto ontológico: la creencia fisicalista básica. Estoy arguyendo, sin embargo, que no es
desde aquí que debiera leerse el giro naturalista; la lectura que quiero defender se desprende de una
concepción del conocimiento que surge de la tesis quineana respecto del par analítico / sintético, mientras
que la lectura contraria en definitiva hace de él un reduccionista y, en esta misma línea, (¡y justamente de
Quine!) un exiliado cósmico (esto es, alguien que de alguna forma apela a un asiento epistémico
extralingüístico), como en alguna medida parece inferirse de afirmaciones, ubicadas en el interior de la
crítica davidsoniana a Quine, como las siguientes: “…resulta absurdo buscar un fundamento que justifique la
totalidad de las creencias, algo situado fuera de dicha totalidad que podamos usar para poner a prueba
nuestras creencias o compararlas con ello”9.

Nuestra propuesta interpretativa depende de la inserción del proyecto quineano en el contexto de la tesis
(radicalizada y entendida como tesis semántico / epistemológica) que Quine defiende en “Dos dogmas del
empirismo” respecto de la distinción analítico / sintético. Al diluirse la distinción estricta entre propiedades
semánticas y empíricas de nuestros enunciados, varía también el sentido en que puede seguir sosteniéndose
lo que hemos llamado “intuición empirista básica” respecto de los datos perceptuales (esto es, su primacía
epistémica). La calidad de sentencia de observación no puede establecerse independientemente, como lo
admitiría la “concepción empirista estrecha”, sino que deriva de la realidad compartida lingüísticamente por
los hablantes en una comunidad y en un momento determinados: únicamente en este sentido adquieren las
sentencias de observación un rol epistémico privilegiado10. Se entiende así que la determinación de lo que
8
W. V. O. Quine, Las raíces de la referencia, Alianza, Madrid 1988, 28.
9
D. Davidson, Mente 86.
10
Davidson, en su crítica a Quine, no distingue entre dos sentidos diferentes: “[el hecho de que determinadas creencias causadas
directamente por la experiencia sensorial son con frecuencia verídicas] [(1)] no sitúa dichas creencias, por principio, en un lugar
aparte [y (2) no] les confiere prioridad epistemológica alguna”. Nuestra interpretación indica que Quine no aceptaría (1).
5

Quine llama “proximidad causal” se desenvuelve cognoscitivamente en el contexto del marco teórico dentro
del cual la comunidad lingüística está inserta ya que el modo en que conceptualicemos respecto de dicha
proximidad estará necesariamente ligado al resto del cuerpo conceptual vigente. Creo que esta tesis es a su
vez el marco en que el movimiento naturalizador cobra real sentido: este marco es, fundamentalmente, de
corte pragmatista. Escribe Quine: “[e]pistemológicamente, todos esos son mitos con la misma base que los
objetos físicos y los dioses, y por lo único que unos son mejores que otros es por el grado en que favorecen
nuestro manejo de la experiencia sensible”11. En este sentido, habría que entender en definitiva de modo
pragmático nuestro tan problemático contacto con el mundo sensible, en términos del “manejarnos” en el
mundo, entendiendo finalmente el conocimiento como una herramienta naturalmente evolucionada que nos
guía día a día. A la vez, esto daría al concepto de naturalización un sentido amplio diferente, enraizado en
nuestras prácticas sociales cotidianas (un “empirismo amplio”).

El punto central de este cambio de perspectiva es que el tradicional rol justificativo de la epistemología
queda totalmente invalidado. Para justificar el conjunto del conocimiento científico es necesario ubicarse en
un punto externo a él, si no ha de incurrirse en circularidad. Ese punto externo era justamente el preservado
por el tipo de razonamiento especial, puramente semántico, de los enunciados analíticos. Perdiéndose la
posibilidad de este enfoque especial, la epistemología se encuentra de esta forma inserta en la búsqueda de
conocimiento a la par que las disciplinas científicas experimentales. Quiero recalcar que el movimiento
naturalizador quineano se apoya en realidad en esta tesis epistemológica sustantiva: no tiene, en este sentido,
un carácter meramente normativo o metodológico. Únicamente esta manera de interpretar la epistemología
naturalizada da cuenta del gran giro quineano por el cual “la función organizativa que supuestamente tenían
los enunciados analíticos es una función que comparten los enunciados en general, y […] el contenido
empírico que supuestamente le era peculiar a los enunciados sintéticos se encuentra difundido en todo el
sistema”12.

Ahora, ¿qué conclusiones se siguen de la interpretación propuesta respecto de los problemas que plantea la
inserción quineana de la epistemología en la ciencia natural (“problema de la inserción”)? Decir que la
epistemología proporciona un conocimiento que no difiere en tipo del proporcionado por las ciencias
naturales no implica necesariamente la asimilación del vocabulario en el que este conocimiento se despliega,
ni de los métodos empleados para obtenerlo, ni de los problemas especiales que esos métodos en definitiva
producen: más simplemente, la inserción de la epistemología en la ciencia no supone que el filósofo se
vuelva “científico”. Lo único que, en mi opinión, se sigue de lo anterior es que ambas, epistemología y
ciencia natural, trabajan en la elaboración de un mismo cuerpo teórico, pero (podría pensarse) en niveles de
11
W. V. O. Quine, Desde un punto 89-90 (subrayado mío).
12
W. V. O. Quine, Teorías y cosas, UNAM, Ciudad de México 1986, 92.
6

especificidad diferentes, sin que el papel de la epistemología tenga que ser definido como eminentemente
auxiliar (aunque claramente el encuentro de perspectivas diferentes producirá una fructífera ampliación
teórica). D. Pérez advierte a este respecto una ambigüedad (o, quizás sea mejor decir, falta de explicitación)
en lo que ella distingue como la segunda de las tesis centrales en NE, básicamente lo que he llamado
“problema de la inserción”. La ambigüedad consiste en que no es explícito en qué términos debe entenderse
el hecho que la epistemología forme parte integrante de la psicología, ya que esto puede entenderse en
términos de métodos, de vocabulario o de temáticas.

Rechazo totalmente entender que el proyecto quineano favorezca una visión de la epistemología tal que, por
ejemplo, su cometido consista simplemente en aportar un esclarecimiento conceptual en aquella área de la
ciencia dedicada al estudio de la producción cognoscitiva del hombre. Podrían, en cambio, plantearse dos
niveles de análisis así como dos niveles descriptivos diferenciados –el propiamente científico y el
epistemológico–, pero entre los cuales la línea divisoria es borrosa, tanto que se configuraría un continuo
crecientemente coherente: podemos, si se quiere, caracterizar a este continuo como “naturalista”. Como
dijimos, hay varios sentidos en que puede decirse que la epistemología “estudia un fenómeno natural”. Se
puede dar cuenta de la inserción de nuestro conocimiento en el mundo natural, de su “contacto” con el
mundo físico por medio de la estimulación sensorial pero, creo, esto puede hacerse sólo de manera
fuertemente indirecta. La conclusión es alentadora: hay un vasto campo de acción filosófica, con diferentes
matices y niveles de estudio y con varios grados de interacción entre filosofía y otras disciplinas, científicas
y no tanto13.

Otra aducida ambigüedad en el texto de Quine es la señalada por S. Haack (1993) respecto de la noción
quineana de ciencia. Creo haber puesto en claro que lo que da pie para la correcta interpretación de la
postura quineana es partir de una tesis que justamente diluye el concepto de ciencia a partir, a su vez, de una
noción de conocimiento en la que la distinción analítico / sintético no es epistémicamente operativa. La
epistemología naturalizada no toma como su objeto de estudio una concepción del conocer restringida o
técnica: su pretensión es dar cuenta en última instancia también de nuestras acciones cotidianas, de una
concepción absolutamente laxa del conocer o, en otras palabras, incluso de los enunciados de sentido
común14 y esto, en principio, porque no existe modo de trazar una línea que separe el discurso científico del
resto de nuestro discurso. Con esto quiero destacar la aplicabilidad de la concepción de conocimiento
quineana a una variedad de acciones a la que comúnmente consideramos “conocimiento”. Ahora, no hay que
entender la relación entre sentido común y ciencia como una relación en la que un término (la ciencia
13
Aquí quizás mi interpretación se aleja del sentido en que Quine habla de la psicología y la lingüística como disciplinas
fusionadas con la epistemología. No creo sin embargo que esta restricción afecte la viabilidad general de mi interpretación.
14
En NE, Quine por ejemplo habla de la influencia de la epistemología sobre “los significados […] de los enunciados típicos sobre
el mundo externo”.
7

quizás) sea constituido en base al otro, sino que debería tomarse en serio la medida en que ambas formas de
interacción con el mundo no son estrictamente escindibles. Lo que es cierto es que Quine parte de la ciencia
efectiva en el sentido que la toma como base desde la cual se plantea el problema epistemológico. Pero esto
no influye sobre lo que es, según Pérez, la “enseñanza quineana”: el hecho de ver a nuestro conocimiento
como “un conjunto interrelacionado de creencias de tres tipos: creencias de sentido común, creencias
científicas [...] y creencias filosóficas”15 y en el que, agregaría, cada tipo de creencia no es claramente
distinguible16, individuable, ni mucho menos independiente de las otras.

Estas reflexiones sobre el “problema de la inserción” deberían debilitar la interpretación estándar de la


propuesta naturalista quineana como una propuesta netamente metodológica y, en cambio, promover una
manera de entenderla como más bien metafilosófica y al mismo tiempo epistemológica sustantiva (es decir,
que incorpora una tesis sustantiva sobre nuestro conocimiento). Así como la propuesta supone la indistinción
entre enunciados a posteriori y enunciados a priori, también vuelve innecesaria la discusión sobre una
metodología típicamente filosófica o bien típicamente científica, por así decir. El naturalismo quineano
implica en alguna medida la disolución de la aplicación rígida de un “método” para obtener conocimiento:
esto significa en definitiva simplemente que se amplía el espectro de la investigación posible sobre los
objetos naturales, no estando restringido ni para la filosofía ni para las ciencias experimentales desde su
extremo altamente especulativo hasta el más aplicado o empírico. Pero en definitiva (los filósofos
preguntan), ¿cómo se desarrolla y en qué consiste ahora exactamente el aporte filosófico? No creo que Quine
haya tenido el interés de contestar puntualmente a estas cuestiones, pero parece notable el hecho que, en el
párrafo inmediatamente sucesivo a la famosa formulación del renovado estudio epistemológico citada al
comienzo del trabajo, Quine dé una primera aproximación a una posible caracterización del estudio
filosófico / epistemológico: “[t]al estudio podría seguir incluyendo, pese a todo, algo parecido a la vieja
reconstrucción racional, cualquiera que sea el grado en que tal reconstrucción sea practicable; porque las
construcciones imaginativas pueden aportar indicios de los procesos psicológicos reales, de una forma muy
parecida a como pueden hacerlo las simulaciones mecánicas”; y agrega: “[p]ero una conspicua diferencia
entre la vieja epistemología y la empresa epistemológica en este nuevo planteamiento psicológico es que
ahora podemos hacer libre uso de la psicología empírica”17. Leo esto último como una habilitación e
invitación a la interacción entre filosofía y ciencias experimentales. A la vez entiendo que esto debilita la
ambigüedad de la segunda tesis identificada por Pérez en el proyecto naturalista: la inserción de la
15
D. Pérez, “Acerca del impacto del naturalismo sobre la filosofía de la mente contemporánea”, en Análisis Filosófico XIX(1),
1999, 31-45, 42.
16
No en el sentido que no podamos, por ejemplo, reconocer y hablar de un conjunto determinado de enunciados como
constituyendo “conocimiento científico”, sino que no podamos hacerlo estrictamente: únicamente omitiendo el hecho que ese
conjunto de enunciados se apoya en supuestos independientes y está en relación constitutiva con otros conjuntos de enunciados no
contemplados en la teoría científica en cuestión.
17
W. V. O. Quine, La relatividad ontológica 110.
8

epistemología en la psicología no es metodológica ni tampoco terminológica. Sencillamente, la propuesta


naturalista quineana no es metodológica en el sentido que no regula precisamente una manera de hacer
filosofía. Es en realidad entendible, como hemos venido sosteniendo, como una tesis sustantiva sobre la
naturaleza de nuestro conocer.

Bibliografía

- Davidson, D. (1990), “Epistemología externalizada”, Análisis Filosófico X(1), 1-13.


- — (1992), Mente, mundo y acción, Paidós, Barcelona.
- Kornblith, H. (1987), Naturalizing epistemology, MIT Press, Cambridge.
- Pérez, D. (1999), “Acerca del impacto del naturalismo sobre la filosofía de la mente contemporánea”,
Análisis Filosófico XIX(1), 31-45.
- — (2002), Los caminos del naturalismo, Eudeba, Buenos Aires.
- Quine, W. V. O. (1969), La relatividad ontológica y otros ensayos, Tecnos, Madrid 1986.
- — (1973), Las raíces de la referencia, Alianza, Madrid 1988.
- — (1980), Desde un punto de vista lógico, Paidós, Barcelona 2002.
- — (1981), Teorías y cosas, UNAM, Ciudad de México 1986.

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