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PANDEMIA VRS.

PASTORES

INTRODUCCIÓN
Hoy es el quinto día de cuarentena y con las molestias normales del mundialmente
famoso covid 19, que por fin tocó a nuestra puerta. Quiero escribir este sencillo ensayo
que pueda servir a aquellos hombres de Dios, llamados al ministerio Pastoral, y
extensivo a los parientes de los siervos de Dios que han sido llamados a la presencia del
Señor, durante esta pandemia, y que no han sido pocos.

No entraré a disuadir a nadie sobre sus concepciones teológicas, solo sé que el Espíritu
Santo da testimonio a nuestro espíritu de que en verdad pertenecemos a tan especial
llamado.
Haré una aclaración personal, jamás he podido albergar en mi mente que el llamado
pastoral, sea un nombramiento, un título de seminario, y ni siquiera una elección o
reconocimiento por el pueblo de Dios, porque muchas veces, humanamente, tendemos
a cometer errores al hacer nominaciones. Lo mismo creo con los dones ministeriales de
apóstoles, profetas, evangelistas, y maestros, que refiere Efesios 4:11.

PASIÓN PASTORAL.
El ministerio pastoral, es un llamado que solo se puede escuchar en la intimidad del
corazón de Dios y lo podemos recibir y abrazar estando cerca de la necesidad del pueblo
de Dios, y aún más allá, en aquel que no siendo pueblo de Dios, anda con una necesidad
profunda de encontrarse con su Creador.

Yo creo que siempre tuve el llamado pastoral desde muy joven, comencé a enseñar la
Palabra desde los quince años, pero mi carnalidad y la poca comprensión del tema me
impidieron realizar una entrega total al ministerio. Dios ya me perdonó por eso. Dios en
su llamado perfecto y eterno, nos llama la atención de diversas formas, nosotros
siempre encontramos la forma de evadir el llamado.

Cuando hacemos una revisión del pastorado que ejercieron grandes hombres de Dios,
nos fortalecemos sobre manera, yo, disfruto las epístolas pastorales que escribió el
Apóstol Pablo, dos cartas a Timoteo, una a Tito, y una a Filemón. Me puedo imaginar
cómo el corazón de Pablo se estremece cuando les escribe a sus discípulos amados; él
quisiera que sus hijos en la fe, fueran de su mismo sentir, tuvieran la misma fe,
renunciaran a sus propias comodidades para honrar y servir al Rey de reyes, anhela que
sean portadores del mensaje eterno, y con frecuencia les exhorta a no renunciar a su
testimonio por causa de los sufrimientos que sin duda enfrentarían como cristianos y
como siervos del Altísimo.

Creo que ser pastor en la obra del Señor, es el más alto privilegio en el servicio a Dios,
¿qué encumbrados no? Pero nunca debemos olvidar las bases de ese privilegio, el Señor
Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor; ni el enviado
es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis”.
Estas recomendaciones las hizo nuestro amado Maestro, minutos después de haber
lavado los pies de sus discípulos en el Aposento Alto. La máxima de Jesús: el mayor
privilegio es servir, no ser servido.

DONES MINISTERIALES.
Hace algún tiempo leí el libro “Dones del Espíritu” del autor Derek Prince, muy buen
tratado extraído de la Palabra, usted puede buscarlo en la librería de su confianza y
leerlo, pero solo quiero enfocarme en un punto, me cambió la mente y corazón en el
tema del llamado pastoral, al punto de amar el privilegio de ser pastor; cuando en sus
páginas 10 y 11, da la diferencia entre Dones ministeriales y Dones del Espíritu.
El autor refiere los dones ministeriales, según efesios 4:11: Apóstoles, Profetas,
evangelistas, Pastores, y Maestros. Y los Dones del Espíritu: palabra de sabiduría,
palabra de ciencia, fe, dones de sanidades, hacer milagros, profecía, discernimiento de
espíritus, diversos géneros de lenguas, interpretación de lenguas. De estos últimos, solo
los refiero, no voy a explicar algo más de ellos, con todo respeto por supuesto.
Estos dos grupos de dones se distinguen el uno del otro de tres maneras, según el autor
citado:

DONES MINISTERIALES O DE JESÚS.


1. La persona como don.
2. El don como trabajo de toda la vida.
3. El carácter es esencial.

DONES DEL ESPÍRITU.


1. El don dado a una persona
2. El don como una breve manifestación
3. El carácter no es un prerrequisito.
En primer lugar, con los dones ministeriales (tal el caso del Pastor), el creyente mismo es
el don dado por Dios a su iglesia. En cambio en los dones espirituales, el don se le da a
la persona, la cual puede entonces ministrarlo a otros.
En segundo lugar, con un don ministerial (tal el caso del Pastor), cada aspecto del
ministerio total constituye el don. Para la persona llamada al ministerio, toda su vida se
centra en ser un apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro. Por otro lado, los
nueve dones sobrenaturales son manifestaciones breves, espectaculares, brillantes, que
captan la atención, las cuales se producen y se acaban.

En tercer lugar, un don ministerial (tal el caso del Pastor) no se puede separar del
carácter de la persona. Tiene que ser así debido a su naturaleza misma; es esencial para
su desempeño. (Debe oler a oveja, sanar sus heridas, ungirlas, consolarlas, protegerlas,
motivarlas a caminar cuando no quieren, salir a buscarlas cuando desaparecen, etc.).
Por otro lado, con los dones espirituales, el carácter no tiene que estar necesariamente
implicado. Dios, por medio de su Santo Espíritu, lo usa según su soberanía y en la
forma, tiempo y momento que él así lo determina y punto.

Quiero atraer su atención entonces al punto que, creo, es importante para mí, y espero
que para usted también. En síntesis, en los dones ministeriales de efesios 4:11 “La
persona es el don”, “toda la vida del llamado se centra en desarrollar su don”, y “su
carácter está íntimamente ligado para su desempeño”. Si usted tiene el llamado
pastoral, usted es el don. Jesucristo lo toma en su infinita misericordia y bondad, y lo
entrega a la iglesia local para que fluya, recuerde que la Iglesia es su novia y Él decide
que usted la cuide, la proteja, la ministre y le sirva. Un sinónimo de don es regalo, por lo
tanto podríamos definir así: “La persona es el regalo, el hijo de Dios es el regalo para la
iglesia”.

Visto desde este punto de vista, el no entendimiento de la altura del llamado influye en
que nuestras pastorales, sean raquíticas, sin trascendencia, no influimos en la sociedad,
desarrollamos iglesias complacientes, damos la talla de movimientos culturales,
sociales, y no modelamos en el orden de la iglesia primitiva. El mensaje de la Gracia de
nuestro Señor Jesucristo, debe comprender lo profundo de Su amor, pero la
señalización del castigo eterno, para que haya equilibrio. El mensaje debe ser
comprensible desde la perspectiva de que estamos en el mundo, pero no somos del
mundo.
El llamado a pastorear, incluye en su perfil, aparte de los requisitos diseñados por el
Apóstol Pablo en sus cartas pastorales, dos elementos bastante complicados, desde el
ámbito humano por supuesto, A) Somos figuras a imitar: “Acordaos de vuestros
pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de
su conducta, e imitad su fe” Hebreos 13:7, y, B) Vamos a dar cuenta de las almas que
pastoreamos: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por
vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no
quejándose, porque esto no os es provechoso” Hebreos 13:17. Esos requisitos
concretos no los hayamos en los otros dones ministeriales de efesios 4:11. Resumiendo
esta parte, los pastores tenemos un alto privilegio que no tienen los demás seres
humanos, algo que no puede ser equiparado por cargo humano, ni siquiera como una
Presidencia, un Reinado, un Primer Ministro, etc. Por el sencillo designio divino de Dios
somos el don entregado a la iglesia, todos nuestros actos de la vida van encaminados
para cumplir nuestro llamado, y nuestro carácter es el provisto por Dios, para el fiel
cumplimiento.

LA PANDEMIA Y LOS PASTORES.


Mi hijo me preguntó hoy, porqué debería pasar un pastor por un momento como estos,
y mi respuesta inmediata fue, que el pastor comprenderá mejor el dolor que aqueja a la
oveja si él ya ha pasado por ese valle. Me recuerda lo que dice el escritor a Hebreos en
4:15, cuando dice: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero
sin pecado”. Esto afirma que nuestro Pastor debió pasar por todo en nuestra
semejanza, para ministrarnos en los momentos que más lo necesitamos.

En estos diecisiete meses de pandemia, muchos hombres de Dios han partido a la


presencia de Dios, sin explicación divina, diríamos; sin embargo quiero desatar para mí,
en especial, ese tema. Y lo hago porque creo que estoy a media jornada del virus, y solo
Dios es el único que sabe cómo terminará esta jornada. Uno de mis hermanos tanto en
la carne como en la fe, y pastor también, me dijo un día, con respecto al tema de la
muerte, “El siervo de Dios no muere antes de que termine su ministerio”.
Reflexionando en ello, encuentro por lo menos cuatro posibilidades de terminar el
ministerio para luego estar con el Señor, que, como dijo el Apóstol Pablo, es muchísimo
mejor.

1. Fecha de caducidad. Con una sencillez y confianza extrema en su Dios, el pastor


Moisés dijo en su oración del Salmo 90:10 “Los días de nuestra edad son setenta años. Si
en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo,
porque pronto pasan y volamos”. Siempre le oro al Señor, pidiéndole que según su
santa voluntad me llame a Su presencia, enterito, sin camas, oxígeno, solo con el único
requisito de que mi fecha de caducidad ya se cumplió. Todos vamos a esa vuelta de la
esquina, llegaremos se lo aseguro, claro si el Señor Jesucristo no viene antes a levantar a
su Iglesia amada, como lo profetizó antes de regresar al cielo.

2. Cuando el ministerio al que fuimos llamados deja de ser prioridad. El Apóstol Pablo,
le dice a Timoteo en su segunda carta en 1:9 que fuimos llamados con llamamiento
santo; por lo tanto nuestra vida debe entenderse desde una práctica divina no terrenal.
Cuando el desarrollo de nuestra actividad ministerial pasa a un segundo plano, y no es
que Dios fuera rencoroso o bravo como para castigarnos con la muerte misma, sino que
en realidad nuestra vida en esencia pierde su razón de ser, ¿a qué nos quedamos acá en
la tierra si nuestro llamado es nuestra vida? Sería tanto como ser dueños de un vehículo
que no tiene motor y no hay forma de reparar el que tiene.

3. Cuando el ministerio nos rebasa. Este es el caso más delicado y muy sutil, porque en
realidad es una trampa para los hijos de Dios que sirven en diferentes ministerios.
Hemos aprendido que el orden de nuestras prioridades, comienza con Dios, luego
nuestra familia, y en tercer lugar el ministerio. El problema en este caso es cuando
creemos que el ministerio incluso es superior a la atención de nuestra familia, y se
exagera totalmente, cuando dejamos a un lado nuestra intimidad con Dios por causa del
ministerio. Un buen día de estos me sorprendí al escuchar en un mensaje, que la sola
lectura de la Biblia no es un indicativo de que estamos bien con Dios. Recordé entonces,
que años atrás estudiaba mi maestría en teología, y de los 34 alumnos en el aula, 4 de
ellos eran ateos, bueno, por lo menos ellos se afirmaban ateos. Cuando el ministerio
nos rebasa en todos los sentidos, nuestra vida entra en una etapa de extremo estrés
que ni siquiera Dios mismo puede remover de nuestras espaldas. Tenemos la falsa
concepción de que nada caminará bien si nosotros no estamos presentes en todo,
nuestros argumentos parecen válidos, incluso a vista de la congregación que
pastoreamos nos podemos ver como los súper-héroes, pero nuestra vida está
comenzando, o ya está colapsada. Ese es un buen momento para que nuestro Padre que
nos hizo el llamamiento santo al ministerio, decida ponernos a descansar, puede ser
temporal el descanso, o cambiarnos definitivamente de residencia. La terrenal ya no es
recomendable, así que la celestial es la mejor opción según el corazón de nuestro Señor.

4. Su soberanía. Solo Él sabe por qué razón lo decide.


CONCLUSIÓN.
Independientemente en cuál de las cuatro categorías entremos nosotros, todos vamos a
llegar al final, un día de estos, pero quiero dejar impreso en su corazón el testimonio del
apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro que conocemos de las Sagradas
Escrituras, al Apóstol Juan. La Biblia, aunque no lo dice expresamente, dejó testimonio
de una costumbre que tenía el Apóstol Juan cuando siguió a Jesús, se sentaba al lado de
Él, y muy confiadamente recostaba su cabeza en el regazo del Maestro, le gustaba
escuchar los latidos del corazón de su amigo y salvador, al punto de que el Apóstol
Pedro le dijo a Jesús, luego de haber desayunado junto al Mar de Tiberias: ¿y qué de
este?, en nuestra jerga común sería “y este que cuello tiene”. Pero al igual que María, la
hermana de Marta y Lázaro, Juan había aprendido a que es mejor escuchar el corazón
de Dios, que cualquier otra cosa; y, yo, personalmente creo que este es un buen tiempo
de escuchar el corazón de Dios.

Cuánto perdemos los cristianos cuando nuestra intimidad con Dios está vencida,
relegada, devaluada, malograda o sobrepasada. He aquí el llamado del Apóstol Pablo a
los filipenses en 4:1 “Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía,
estad así firmes en el Señor, amados”.

Déjeme terminar con una cita de uno de mis escritores cristianos favoritos, John
MacArthur, en su libro “El Ministerio Pastoral”, página 16 primer párrafo, y cito: “Con las
tremendas responsabilidades de dirigir el rebaño de Dios, viene el potencial para una
gran bendición o para un gran juicio. Los buenos líderes son doblemente bendecidos (1
Ti 5:17), y los líderes pobres son doblemente castigados (v.20), “Porque a quien se le da
mucho, mucho se le exige” (Lc. 12:48). Santiago 3:1 dice: “Hermanos míos, no os hagáis
maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Fin de la
cita.
DIOS NOS BENDIGA A TODOS.
Hno. Neftalí Orozco Argueta

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