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Aún más. El "mito" del vampiro encierra la regla que éste no sólo no se refleja
en los espejos sino que éstos le son particularmente repugnantes. Y
antiguamente, el espejo se "platinaba", es decir, se cubría una cara de un vidrio
con una solución de un derivado de plata lo que le daba particularmente su
característica reflexiva. Es más, en el lenguaje castellano antiguo, precisamente
se llamaba "luna" a los espejos, por esa asociación. Y ese rechazo no es algo
propio de los vampiros: personalmente he asistido a numerosas sesiones de
cultos afroamericanos, candomblé, umbanda y quimbanda (de cuyos peligros
hablaremos en otra oportunidad) donde algunos participantes "montados" por
entidades del bajo astral retroceden horrorizados si inadvertidamente pasan
frente a un espejo (de ahí la costumbre, si dichas sesiones se celebran en un lugar
donde no es posible retirarlos, de cubrirlos con paños negros). Así que podemos
concluir que es posible aceptar la idea de que los históricamente así llamados
"vampiros" y "hombres lobo", sean entidades astrales, perniciosas y agresivas,
que, o bien se "densifican" en nuestro plano hasta adquirir características
vagamente humanoides que los hagan perceptibles, o bien parasiten (prefiero
decirlo así antes que "posesionen") de humanos o, mejor dicho, de la componente
astral de tales humanos. En este último sentido, es interesante señalar que todas
las corrientes ocultistas identifican al cuerpo astral con el "cuerpo de las
emociones" (nuestra emocionalidad sería consecuencia, entonces, del equilibrio y
estado general de nuestro cuerpo astral) de forma que los violentos cambios de
conducta de estos pobres infelices podrían ser explicados en función de tal
apropiación.
También es interesante señalar que es ya una tradición –cuando menos en
muchos países- que el séptimo hijo varón de una familia sea apadrinado en su
bautismo por el Presidente de la Nación (antiguamente lo hacía el rey). Si tenemos
en cuenta que históricamente se sostenía que la realeza hereditaria disponía de
ciertas “prebendas espirituales” (inspirada esta creencia seguramente en la
presunción de su influencia divina), entre ellas el poder de sanación (hasta bien
entrado el siglo XVIII era común en Francia y Holanda, por ejemplo, que cierto día
del año el Rey se paseara entre la plebe tocando a los enfermos, ya que el
atributo de “la mano de Dios”, como se llamaba, sostenía que quienes eran
así eran agraciados curaban sus males) es lógico comprender que en tiempos de
democracias, perdido el sentido esotérico original de la práctica, algunas de estas
costumbres rituales se perpetuaran, entre ellas, la capacidad “exorcista” del Rey
(ahora Presidente) quien con su influencia podría liberar a la pobre criatura de su
estigma astral.
De resultas de todo esto, se ha diseñado un sencillo elemento que permite
"capturar" entidades astrales negativas –en caso de presumirse su existencia– y
que consiste en cortar de manera circular un espejo (el tamaño suele ser
indiferente) en el centro del cual se pinta un círculo, con pintura negra, de un
centímetro de diámetro, que fungirá la tarea de "punto de fuga" (ver al respecto la
lección correspondiente). Tocando periódicamente el centro de este círculo con
nuestra punta de plata (que, como también he explicado en lecciones anteriores,
es parte del instrumental idóneo que para la acertada realización de rituales
ocultistas debe proveerse) se disolverán las concentraciones astrales negativas
que hayan "anclado" en el mismo. Uno de tales elementos, ubicado
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permanentemente en el ángulo más al noroeste de la vivienda donde se presume
la presencia circunstancial de tales entidades, y tocado con esa punta una vez por
día, será un buen elemento protector para estas patologías astrales.