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“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros
mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es
semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se
considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en
la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino
hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.” (Santiago 1:22–25)
1 Corintios 13:12
Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara;
ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido.
46¿Y por qué me llamáis: ``Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? 47Todo el que
viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, os mostraré a quién es
semejante: 48es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó hondo y echó
cimiento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el torrente dio con fuerza contra
aquella casa, pero no pudo moverla porque había sido bien construida…
¿Para qué le puede servir un espejo al fariseo y al publicano? Para verse tal como son.
Si el mismo está defectuoso (cóncavo o convexo) y no es digno de confianza, entonces
pierde su utilidad. Quieren saber exactamente cómo están, para saber entonces cómo
peinarse o arreglarse (sí, sabemos que algunos necesitamos más arreglos que otros).
Pero el problema no es únicamente de los espejos. El espejo puede encontrarse en
perfectas condiciones, pero son feos, no esperarán ver una estrella.
Obviamente debemos saber que los espejos de entonces no eran como los de ahora.
John MacArthur hace el siguiente comentario al respecto:
“En la época del Nuevo Testamento, se hacían los espejos típicamente de latón o bronce
muy bruñidos… Aun los espejos más costosos eran primitivos, comparados con los de
cristal, que no se fabricaron hasta el siglo XIV. Por consiguiente, aquellos primeros
espejos dieron un reflejo oscuro y distorsionado de la persona que los usaba. Pero
cambiando de posición el espejo cuidadosamente y buscando la mejor iluminación, con
el tiempo una persona podía ver una imagen bastante correcta de su rostro, y esa es la
idea que Santiago tiene en mente. Mediante una observación cuidadosa y paciente…
con el tiempo podía descubrir cómo lucía realmente en la actualidad” (John MacArthur,
Santiago, p. 94).
Santiago compara la Palabra de Dios con un espejo. Es una herramienta provista por
Dios que nos ayuda a conocer quiénes somos y cómo estamos. Pero no nos muestra
meramente una imagen externa; nos deja ver cómo somos interiormente. Es un espejo
perfecto. Es la imagen más nítida. El problema no está en el espejo; el problema está
nosotros. El reflejo que vemos de nosotros en las Escrituras es absolutamente fiel. No
todos, sin embargo, actúan consecuentemente con la imagen que observan. De esto se
trata Santiago 1:23 . La Biblia es el espejo más honesto que podemos utilizar.
Podemos ver lo que somos con absoluta precisión. Lo crucial es lo que hacemos con esa
información.
Lo que uno ve en el espejo debe llevarnos a hacer algo. En unos casos será eliminar un
sucio del rostro, en otro peinarse, y aun en otros el afeitarse. No es de sabios mirarse al
espejo para no hacer nada. Así ve Santiago al que se expone a la Palabra y no hace nada
al respecto. La Biblia fue escrita para que hagamos algo con lo que leemos en ella.
Observa que el contraste no es entre uno que se mira en un espejo y otro que no, sino
entre dos que se miran, uno que hace algo al respecto y otro que no hace nada.
Trata de recordar la imagen del espejo cada vez que estés leyendo o escuchando las
Escrituras. El resultado de escuchar la voz de Dios en la Palabra puede ser la confesión
de un pecado, la determinación de llevar a cabo una acción o pasar más tiempo con tu
familia. Un sermón puede producir alabanza, esfuerzos evangelísticos y abandono de
pecados. El punto es que no debemos ser meros oidores de la Palabra, sino antes bien
hacedores de la misma. Debemos anhelar transformación, que nuestro encuentro con
Dios en las Escrituras nos hagan más semejantes a nuestro Señor Jesucristo.
¿Cómo has estado usando el espejo de la Palabra de Dios? ¿Qué dice ella de ti? ¿Has
hecho algo al respecto?
El narcisista es legalista, pero sólo le aplica la ley a quienes le rodean, pues, al igual que
el fariseo de Lucas 18:9-14, se cree un perfecto cumplidor de la ley. En verdad el fariseo
de este pasaje es un perfecto modelo de narcisismo. Veamos como encaja enteramente
en la descripción del narcisista que recogimos de la Wikipedia. Dice el evangelista que
los destinatarios de la parábola “confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban
a los otros”, (como puede comprobarse en pasajes como Juan 7:49). En otras palabras,
como dice la Wikipedia sobrestimaban sus habilidades y eran egoístas y
desconsiderados con las necesidades de los demás.
Pero el narcisista no ve que lo que el espejo de la Palabra Divina refleja realmente en
esta parábola, es su propia imagen. Igual que el Narciso del mito griego, los narcisistas
acaban de cabeza, ahogados en el agua de su propia arrogancia y egoísmo. Por eso, la
Biblia reprende el narcisismo, como veremos a continuación.
El concepto dado arriba del narcisismo lo describe como amor a la imagen de sí mismo.
Veamos lo que Dios dice al respecto. En Amós 6:4-6, El Señor reprende el narcisismo
de los israelitas de aquel tiempo, que se habían vuelto arrogantes, egoístas, amantes de
los placeres e insensibles a los problemas y necesidades de los demás. Qué terrible será
para ustedes -les dice- que se dejan caer en camas de marfil y están a sus anchas en
sus sillones, comiendo corderos tiernos del rebaño y becerros selectos engordados en
el establo. Entonan canciones frívolas al son del arpa y se creen músicos tan
magníficos como David. Beben vino en tazones llenos y se perfuman con lociones
fragantes. No les importa la ruina de su nación. Las personas a las que se refiere el
pasaje sobrestiman sus habilidades, creyéndose músicos tan magníficos como David. El
narcisista se cree el mejor de todos, sea músico, pintor, cantante o lo que sea, y es
autocomplaciente consigo mismo, no quiere dejar de satisfacer ninguno de sus deseos.
Amós describe aquí al empresario, que, mientras él esté bien, a sus anchas en sus
sillones, comiendo bien y disfrutando los placeres y comodidades que le permite su
condición de acaudalado, no le importa para nada que otros pasen necesidad, pues se ha
vuelto insensible para las necesidades de los demás, por eso no le importa la ruina de
su nación. En verdad más parece que estuviera hablando del tipo de empresario que
abunda hoy en nuestra nación. A su alrededor hay desempleo, pobreza y desnutrición,
gente que muere de enfermedades curables pero cuya pobreza no le permite pagar
servicios médicos ni comprar medicamentos, y si acude a los servicios públicos
tampoco encuentra la atención que necesita. Pero a él esto no le importa, no le interesa
porque cree que no es asunto suyo. Para eso están los funcionarios, funcionarios a los
que él mismo ha llevado a donde están, financiando sus campañas políticas. La
reprensión de Dios que Amós hizo resonar en los oídos de sus contemporáneos, resuena
también hoy para este tipo de empresario narcisista, sea cristiano o no cristiano. El
espejo de la palabra de Dios refleja su imagen verdadera y la rechaza, llamándole al
arrepentimiento.
El narcisista se cree muy importante y cree que se le deben prerrogativas, honores y
privilegios. Los discípulos de Jesús, por ignorancia, pues era algo que aún no habían
comprendido, hasta que el Señor se los explicó en aquella ocasión, comenzaron a
discutir sobre quién era el más importante, como dice en Lucas 9:46-48. El Señor les
hace ver que“El más insignificante entre ustedes es el más importante”. Y en varias
ocasiones les repite que “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será
exaltado” (Mateo 23:12; Lucas 14:11; Lucas 18:14), de lo cual el mismo Señor fue
ejemplo singular, al humillarse ante quienes lo acusaron y lo crucificaron
injustamente, “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre
que es sobre todo nombre”(Filipenses 2:9 RV60). Y es lamentable, pero vemos que
entre evangélicos el deseo de ser importante y enaltecerse es muy común, por lo que no
es raro que el narcisismo abunde en nuestras iglesias. En estos versículos sobre
exaltación y humillación, les gusta lo de la exaltación, pero no quieren pasar por la
humillación. Además, la exaltación que les gusta y que buscan es la de los hombres, no
la de Dios. A Jesús Dios lo exaltó, no los hombres, y fue por haberse humillado hasta lo
sumo, no porque el Señor haya buscado ser exaltado, sino porque hizo la voluntad del
Padre. El Señor Jesús, el Unigénito del Padre, verdadero y real príncipe, que tenía todos
los derechos para ser tratado como tal, ni reclamó ni buscó ser tratado como príncipe,
sino que se dedicó a servir con humildad, y siempre exhortó a sus discípulos a servir de
la misma manera. Pero ahora algunos de los predicadores del movimiento Palabra de Fe
le dicen a usted que reclame sus derechos, que debe usted sentirse un príncipe y andar
por ahí con la arrogancia de ser hijo de un rey. Hoy muchos llegan a las iglesias a
buscar protagonismo, no van en busca del Señor ni en busca de una mejor vida
espiritual, ni mucho menos buscando servir, aunque aparentemente, por lo que dicen,
quieren servirle a Dios, pero lo que en realidad buscan es protagonismo, son narcisistas
que cuando están ante el espejo de la Palabra de Dios, no ven la imagen de un pecador
necesitado de misericordia, sino la imagen de un príncipe en busca de corona. Y lo que
les espera, según la Biblia, es la humillación, no de parte de los hombres sino de Dios,
porque la corona que los cristianos buscamos y debemos buscar no es de este mundo, ni
nos será impuesta por hombre alguno, sino por Dios, si hacemos su voluntad.
En las mismas iglesias evangélicas hay gente a la que no le gusta oír palabra de Dios,
sólo les gusta cantar y danzar, y prefieren los mensajes que sólo hablan del poder de
Dios y de los medios por los que se puede conseguir manejar o manipular ese poder.
Más bien no rehusan escuchar Palabra de Dios pero prefieren solo ciertas porciones de
ella. Al igual que algunos de los enfermos de catoptrofobia, temen verse de cuerpo
entero en el espejo de la Palabra. Sólo quisieran ver en el espejo las partes de sí mismos
que no reflejen su miseria espiritual. Por esto también hay quienes prefieren no estudiar
la Biblia aunque tengan oportunidad para hacerlo, pues temen que entre más
profundicen en ella más son las cosas que tendrían que cambiar en su vida. Otros temen
también que si estudian la Palabra podrían descubrir que algunas de sus creencias y de
las cosas que practican están mal, y no quieren abandonarlas porque les gustan.
1º Esto es para todos los cristianos verdaderos, por eso dice "Por tanto, nosotros
todos"; no es para una casta especial de cristianos, es para TODOS.
Hoy muchos ven o dicen que ven, al Señor en un espejo; pero no se ven ellos mismos a
cara descubierta; es decir, el Espíritu Santo les muestra su pecado y ellos no lo
reconocen, sólo dicen ver la gloria del Señor: el espejo nos hace vernos a nosotros
mismos, y ver en ese espejo su imagen de gloria a la cual somos llamados, ¿y como
somos transformados a su imagen? Mirando en un espejo a él y a nosotros con
sinceridad, reconociendo nuestra realidad ante él (a cara descubierta), y poder operar el
poder que hay en Cristo, que dice que en Cristo todo lo puedo que me fortalece; para
poder ver en ese espejo no sólo nuestro rostro natural, sino el rostro glorioso del Señor
en nosotros.
No sólo debes mirar el rostro del Señor por el espejo, sino que debes ver tu rostro, lo
que el Espíritu te muestra que no está bien, y reconocerlo ante él, a cara descubierta, sin
encubrirle nada; y en su gracia somos transformados por su Espíritu en su imagen.
Recuerda que él que nos muestra todas estas cosas es su Espíritu Santo, el Espíritu del
Señor; a nosotros nos toca el ver por el espejo (vernos y verlo); la vista nos la dio el
Señor, para que veamos y lo veamos, por medio de su Espíritu, es decir, vemos por
medio de su Espíritu y somos transformados por este mismo Espíritu. Pero primero el
Espíritu nos enseña quienes somos en realidad, en la carne y en el Señor; y la gloria de
nuestro Señor, a la cual somos llamados y somos transformados, de gloria en gloria.