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Deben Los Niños Ir A Los Funerales
Deben Los Niños Ir A Los Funerales
13/10/2014
Fuente:
UTCCB
Recientemente, una encuesta que se realiza anualmente en Gran Bretaña y que recoge
las actitudes de su sociedad sobre diferentes aspectos de la vida cotidiana, publicó el
dato de que el 48% de los adultos cree que los niños menores de 12 años no deben
asistir ni a los tanatorios ni a los funerales. Posiblemente, en nuestro país las cifras
serían muy similares.
Esta creencia social está en abierta contradicción con la opinión de los expertos en
psicología evolutiva y en procesos de duelo, que de forma unánime abogan por la
participación de los niños en los rituales de despedida de un ser querido de su
familia e, incluso, advierten que no hacerlo suele comportar consecuencias negativas
para los propios niños.
Por este motivo, quienes defienden esta visión argumentan que los niños no entienden el
significado de los rituales mortuorios y, por ende, tampoco necesitan participar en ellos.
Es mucho mejor, siguiendo esta idea, apartar a los menores del contacto con la muerte y
el duelo y abordarlos más tarde, cuando el niño sea capaz de entender el significado de
lo que ha ocurrido.
Para poder ayudar a los niños a enfrentarse con la muerte de un ser querido, sus
cuidadores principales deben estar tranquilos y serenos.
Dado que tanto en el tanatorio como en los funerales los adultos suelen estar
sobrecogidos por su propio dolor y no están en buenas condiciones para ayudar a los
niños a afrontar la pérdida y el duelo. Quienes abogan por esta idea, no buscan proteger
a los menores del contacto con la muerte, sino que optan por gestionar primero el dolor
de los adultos y luego, en un segundo momento, atender y guiar el dolor de los niños.
Los niños están en contacto con la muerte mucho antes de lo que los adultos
queremos admitir.
De la misma forma que los adultos, los niños necesitan los rituales para transitar
por los procesos de duelo.
La pérdida de un ser querido, ya sea anunciada o inesperada, nos confronta a todos con
la tristeza y pone en marcha un proceso de aceptación de lo ocurrido que se conoce
como duelo. Para los adultos, poder participar de los rituales de despedida es una parte
consustancial del inicio del afrontamiento y del duelo. En el caso de los niños ocurre
exactamente lo mismo, con la salvedad de que necesitan ser preparados para lo
que van a vivir en un tanatorio y/o funeral.
Aunque la finalidad de no incluir a los niños en los rituales mortuorios sea otra,
los niños sienten que son apartados no ya de los actos de despedida de su ser
querido, sino del seno de la familia.
Incluso muchos años después de la muerte de un familiar, muchos niños y más tarde
muchos adultos recuerdan de forma dolorosa que no se les ofreció la posibilidad de
participar en la despedida de su progenitor, de su hermano/a o de su abuela. Sienten lo
que muchos expertos denominan la sensación de ser afectados de segundo grado o
dolientes olvidados, es decir, que su tristeza y dolor es menos importante o intenso que
el de los adultos. Y deducen que no son tan importantes como otros en la familia, por
mucho que el hecho de apartarles por nuestra parte sea una forma de protección y para
nada suponga no tenerles en cuenta.
De forma orientativa, la idea y comprensión del hecho de la muerte transita pos las
siguientes fases:
De 0 a 3 años:
A esta edad, los niños comprenden realmente poco de lo que ocurre en un funeral.
Además, su capacidad de atención es muy escasa todavía y lo más probable es que el
niño acabe llorando, asustado y cansado y generando estrés a sus cuidadores.
De 3 a 6 años:
Los niños entienden ya que la muerte significa algo grave. Pero, en parte por su
pensamiento concreto y en parte por la influencia de los cuentos, muchos creen que la
muerte es reversible. Además, rodean el hecho de pensamientos mágicos y creen que
lo imposible es posible. Registran cierto egocentrismo en el pensamiento, que hace que
pueden aparecer pensamientos de culpabilidad. Por esto , con frecuencia atribuyen el
hecho de la muerte a un enfado con la persona fallecida o a un castigo por su propio mal
comportamiento.
En esta etapa, si lo explicamos bien y con palabras sencillas, los niños pueden
entender que la muerte supone que el cuerpo de la persona fallecida ya no podía
funcionar y que por eso se ha muerto. Dado su dificultad en entender que la persona
no va a volver, hay que ser especialmente cuidadoso en la forma en que comunicamos la
noticia de la muerte al niño y evitar a toda costa expresiones ambiguas que pueda
malinterpretar o entender de forma literal como hemos perdido a la tía Luisa o la
abuela se ha ido.
De 6 a 9 años:
Se da una comprensión gradual y cada vez más exacta del carácter irreversible y
definitivo de la muerte. El nivel de razonamiento es ya lo suficientemente maduro
como para poder establecer una relación de causa y efecto entre la enfermedad y la
muerte.
A esta edad, los niños suelen mostrar inquietud acerca de dos cuestiones fundamentales.
La primera es que al entender lo irreversible de la muerte, toman consciencia de que
sus padres y/o cuidadores principales también podrían fallecer y suelen formular
preguntas muy concretas acerca de quién y cómo les cuidaría en tal eventualidad.
La segunda preocupación gira entorno a la diferencia entre las enfermedades comunes,
como un constipado, y aquéllas que conducen a la muerte. Será muy importante poder
hablar con los niños sobre estos aspectos y ofrecerles respuestas honestas y
tranquilizadoras a la vez.
Si se les ofrece la oportunidad, los niños de esta edad raramente rechazan asistir a
un tanatorio y/o funeral. Es importante informarles de qué se va a hacer allí y
cuándo. Cada niño suele encontrar la forma en que desea despedirse de la persona que
ha muerto. Les ayudará poder participar de alguna manera en los rituales: muchos
niños eligen hacer un dibujo o introducir un juguete en el féretro.
Más de 9 años:
Seguramente, querrá participar de todos los rituales como los adultos. Aunque la
opción es correcta, no debemos olvidar que si es la primera vez que asiste a un
tanatorio o funeral, también necesita ser preparado. Necesita saber qué se hará,
cuándo se hará y quiénes se reunirán para estos rituales.
Esto significa que debemos explicarle la muerte de su ser querido cuanto antes,
siguiendo las pautas para la comunicación de la muerte de un ser querido. Esto es
especialmente importante para dos motivos:
Para que sienta que es incluido en el núcleo familiar desde el primer momento y
que alguien cercano a él se pone en su lugar y trata de hacerle comprensible los
cambios y la inquietud que nota a su alrededor. Esto es válido incluso para los
bebés y niños menores de 3 años, que no podrán acabar de entender el alcance
de lo que les estamos contando, pero percibirán nuestra tristeza y nuestro
acercamiento.
Para que pueda elegir cómo quiere despedirse y en qué momento desea estar con
los adultos o, por el contrario, necesita un respiro y prefiere retornar a sus
actividades rutinarias con otros niños.
1.Comunicación de la muerte
Aquí puede consultar una guía de cómo comunicar la muerte de un ser querido a los
niños de distintas edades.
2.Procesamiento de la noticia
Habitualmente, cuando en una familia ocurre una muerte, se produce una incertidumbre
inicial, más o menos aguda y dolorosa en función de si la muerte ha sido anunciada o
inesperada.
Tras estos momentos de shock y de duda, hay que solventar una serie de trámites y se
comienzan a preparar los rituales funerarios. Los adultos de la familia suelen estar muy
atareados (llamadas, gestiones, visitas…) Por ello, es importante que durante este
periodo de transición, entre el impacto de la noticia de la muerte y la despedida
más social de nuestro ser querido, también pensemos en los niños quienes necesitan
cierta normalidad como poder jugar, ir a ver a sus vecinos o cualquier otra actividad que
les conecte con su vida anterior a la pérdida.
No obstante, a partir de los 4 ó 5 años los niños no querrán separarse de sus padres y
otros adultos importantes. Una forma muy buena de conciliar ambas realidades es dejar
a los niños en casa, aunque sea al cuidado de un familiar cercano, e informarles de qué
estamos haciendo y cuándo vamos a volver. Proceder así les da mucha seguridad: están
en su casa y la vida continua. Por poco que sea posible será importante que al menos
uno de los progenitores esté presente a la hora de los baños y la cena. Para los niños,
que temen poder perder a otro de sus cuidadores, romper lo menos posible con sus
rutinas es altamente tranquilizador.
Cuando ya se sepan los horarios del tanatorio y del funeral, y en la tranquilidad del
hogar, le explicaremos al niño todo lo que necesita saber para elegir si quiere asistir al
tanatorio, al funeral, a ambos o a ninguno de esos rituales.
Los niños mayores de 8 años suelen elegir asistir al tanatorio y al funeral. Les
advertiremos que en el funeral hay mucha gente, que son todos los que querían mucho a
la persona fallecida y todos sus amigos.
Conceptualmente, la solución es simple: el niño que quiere ir, va; el que no, no. Esto a
veces presenta algunas dificultades de organización, pero es importante respetar la
voluntad de cada uno de ellos.
Pasados unos días, procederemos como en el caso anterior: iremos con todos al
cementerio o al lugar dónde se han esparcido las cenizas para presentar nuestros
respetos.
El funeral marca el final del periodo de excepción que comenzó con la noticia de la
muerte de nuestro familiar y el retorno a la vida cotidiana. Ese momento suele ser
doloroso, porque se vuelve a la normalidad, sí, pero sin la persona que ha fallecido.
Muchas cosas, muchos lugares, algunas fechas nos recuerdan su ausencia. A este
proceso de aceptación de la pérdida se le denominaba antes proceso de duelo,
concepto que se ha ido sustituyendo por el de tareas del duelo, indicando una serie de
acciones concretas que hay que ir resolviendo.
Describir esas tareas excede el marco de este artículo, pero es importante entender
que los niños necesitan hacer las mismas tareas de aceptación por la ausencia de su
ser querido que nosotros, los adultos, aunque a un ritmo más rápido.
Ingeborg Porcar