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FILOSOFÍA DEL DERECHO

CLASE V1

En esta oportunidad haremos una introducción sobre un problema


difícil y angustiante que aqueja a la humanidad desde tiempos remotos:
aquel que surge cuando nos olvidamos que quien tenemos en frente es
una persona, cuando se desconoce su humanidad, el otro pierde su
carácter personal, su esencia, su dignidad, deja de ser alguien y se
transforma en algo.

Pero, así como les presentamos el problema, tratamos de construir


de manera conjunta una solución, que devuelva el trato justo a la
persona y la vuelva a incorporar al diálogo, para así permitirnos
constituirnos con ella.

COSIFICACIÓN

La palabra hace referencia a la dimensión pétrea de este tema, el


considerar al otro como una cosa.

A lo largo del desarrollo del entendimiento del hombre en tanto ser


personal, fue superando su reconocimiento como una especie más
dentro de la naturaleza, pero una especie que posee una autopercepción
indiscutiblemente superior a la de cualquier otra especie.

Desde tiempos inmemorables el hombre se preocupó por entender


el cosmos y las cosas que lo integran, y descubrir cuál era su lugar en el
entramado de la vida. Así, si bien en un principio formó parte del
discurrir filosófico general, en oportunidad de profundizar
específicamente sobre estos interrogantes se genera una rama de la
filosofía que apunta al estudio del ser: la ontología. En términos por
demás sencillos y resumidos, la ontología es el estudio del ser en sí, y de
sus particulares características y/o propiedades.

1El desarrollo teórico de la siguiente clase fue compilado por Matilde Moya, pero recaba información
de diversas clases (dictadas por Héctor Negri, Raquel Negri, Lorena Di Bernardo y quien suscribe,
entre otras personas) y de la bibliografía recomendada para el entendimiento de la materia (la que se
encuentra detallada en el programa de Filosofía del Derecho, Facultad de Derecho, UNLZ).

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El pensamiento tradicional, coloca al hombre en la cúspide de una
pirámide ontológica, le siguen los animales, luego las plantas y
finalmente los objetos inanimados. Por ello decimos que la cosificación,
es la modificación del estatuto ontológico del hombre: lo coloca y trata
cual si fuera un objeto inanimado, trastoca su esencia y de esa manera lo
degrada. Si el otro es una cosa, me puedo apropiar de ella, puedo
poseerla y hacer con ella conforme mi voluntad. El otro se transforma en
un mío de mí.

¿Y qué implica hoy ser tratado como una cosa?

Hasta hace no mucho, las cosas que teníamos eran valiosas (para
cada quien y su familia) y por ello se las cuidaba y estimaba. Si algo se
averiaba, se buscaba repararlo. Teníamos esos objetos especiales que
acompañaban nuestra familia de generación en generación. ¡Quién no
iría a arreglar el reloj que nos legó la abuela! Podríamos decir que
nuestra sociedad era de uso: para la gran mayoría de las personas no era
sencillo adquirir un bien material como un vehículo, lavarropas,
ventiladores, mobiliario hogareño (como sillones, mesas, sillas, etc.);
por ello es que, si se rompe, se arregla.

Cuando a las cosas se les da ese lugar especial, cuando se las


incorpora al diálogo entre las personas, porque son importantes, porque
nos ayudan a expresar algo que queremos decir y manifestarle al otro;
en estos momentos decimos que se crean ámbitos con las cosas.
Como quien lleva facturas a un encuentro con alguien querido, o aquella
persona que regala chocolates y/o flores para manifestar su cariño en ese
encuentro tan íntimo e importante. La cosa se dialoguiza, forma parte
del diálogo y con ello una dimensión especial.

¿Pueden afirmar que hoy vivimos de la misma manera? El salto


tecnológico hizo que eso de “el último modelo” sea una ilusión: casi de
manera instantánea un producto que desembarca en el mercado, cuenta
con un modelo superior que ya le está pisando los talones. Y obviamente,
si de manera constante se producen nuevos objetos materiales, es
necesario que exista una población que los consuma, pese a que ya tenga
uno (muy, muy similar). O mejor aún, hoy los bienes materiales tienen

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fecha de vencimiento: duran hasta que la empresa saque un nuevo
modelo. Casi siempre que nos proponemos reparar algún objeto que se
estropeó, nos encontramos con que no se puede, no tiene arreglo. A
veces, ¡ni siquiera lo podemos abrir para ver qué le ocurre!

Entonces, hoy las cosas se descartan, se menosprecian, no son


valoradas por los beneficios y comodidades que le dan al hombre, sino
sólo por el status social que implica tener determinado objeto. A veces
tenemos cosas que no necesitamos, pero que nos convencieron de que
teníamos que tener. Y definitivamente: no funciona, se tira; se estropeó
en parte, se descarta; hay uno nuevo, se cambia. Una sociedad de
consumo que vive la modernidad líquida, donde nada es asible, no
podemos aferrarnos a nada, todo se nos escurre entre las manos cuál si
fuera agua.

Ahora, tengan en cuenta que, así como se tratan a las cosas, se trata
a un ser humano: descartable, menospreciado, olvidado, algo fungible.

En el capítulo V “El otro como objeto”, del libro Teoría y realidad


del otro (Tomo II) de Pedro Laín Entralgo, encontrarán un detalle
pormenorizado de las distintas características y alcances que tiene cada
uno de los modos empíricos o tipos de cosificación: el otro como mi
INSTRUMENTO, el otro como mi OBSTÁCULO, el otro como mi
OLVIDO o NADA.

Importante para nosotras es que, además de poder reflexionar y


aprehender los contenidos teóricos, puedan identificar en su realidad
cotidiana los distintos supuestos que se comentan de cosificación. Para
realizar el ejercicio de práctico de hacer suyos los conceptos teóricos, y
poder observar cómo se condicen con lo que acontece hoy en nuestras
vidas.

Además de los ejemplos tradicionales e históricos que podemos


identificar (como la esclavitud, la prostitución, como ejemplos del modo
de cosificación como instrumento; o el nazismo como ejemplo de
cosificar al otro como obstáculo), constantemente nos encontramos con
actitudes que cosifican: no saludar a quién está trabajando en atención
al público, ¿les parece una actitud que cosifica? Cuando vemos que una

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pareja que se está divorciando buscan quedarse con los/as hijos/as del
matrimonio, para obtener un beneficio o para hacerle mal al/la otro/a,
¿qué ocurre con esas criaturas? Cuando vemos que alguien se acerca
amistosamente a nosotros/as, y luego de entablar un vínculo nos damos
cuenta que se acercó sólo por interés propio (no le interesaba mi
persona, sino poder acercarse a mi hermano, por quien siente mucha
atracción…).

Insistimos: es importante que puedan dimensionar lo que


estudian, observar cuáles son sus características y, sobre todo, las
consecuencias. Para de esa forma intervenir en la realidad de una
manera más consiente y responsable, en coherencia con su sistema de
pensamiento. Si el otro es una cosa, yo no me puedo constituir con él.

JUSTICIA

Aquí llegamos a la parte en la que tratamos de construir una


solución, para evitar las situaciones de cosificación que implican un mal
trato. Debemos devolverles el buen trato.

Hacer el bien, está íntimamente relacionado con la idea de justicia.


Del entendimiento de Ulpiano, se desprende que la justicia es la
constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo de sí. ¿Y qué es
lo suyo de cada quién? Si comprendemos que el derecho, como proyecto
de armonía social, se basa en el respeto a la dignidad humana; lo mínimo
e indispensable que le debemos al otro es el respeto a su dignidad en
tanto persona, el considerarlo un ser personal y con ello dimensionar y
proteger lo que ello implica, en tanto ser siendo con el otro. Lo suyo de
sí es ser tratado como persona, es que se reconozca y respete su dignidad
personal.

Por ello afirmamos que la justicia es la contradicción con el trato


cosificante. Porque el trato justo implica reconocer al otro como persona.
Y el derecho constantemente, a través de la justicia, persigue ese
objetivo: que las personas sean reconocidas y respetadas en su esencia.

La justicia como valor único, muestra distintos rostros frente a


situaciones diferentes para conseguir la solución más justa. Es así como

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nos encontramos con lo que denominamos las fases de las justicias
(como distintas caras o facetas de lo mismo: el darle a cada uno lo suyo
de sí).

La noción más antigua de justicia que se conoce es la de la justicia


del cambio: la justicia conmutativa. Los principios de la justicia
conmutativa han conseguido especial validez en el ámbito del derecho
privado. La justicia de la balanza (como es llamada) posee como regla
fundamental el respeto recíproco (ya que las partes se encuentran en
igualdad) de los derechos existentes. De ella se deriva el principio
neminem laedere y la consiguiente exigencia de reparación del daño
causado.

También en el derecho contractual se expresa con las exigencias


del precio justo, la obligatoriedad derivada de la libre y moralizada
voluntad de las partes, la prohibición del enriquecimiento indebido.

A medida que el episodio del cambio económico se moraliza, el


concepto de justicia conmutativa se profundiza extraordinariamente,
pasando de la exigencia de una igualdad matemática a la búsqueda de
ecuaciones más complejas que la mera correspondencia numérica y que
se adecuen mejor al debido respeto entre las partes.

Frente a relaciones de poder se desenvuelve la justicia en su faz


protectiva, exigiendo que todo poder de un hombre sobre otro sea
limitado y controlado por el Derecho.

Si bien su desarrollo estuvo en principio signado (en vistas a la


existencia de relaciones de poder político), los principios de la justicia
protectiva valen en cualquier caso en que se presenten relaciones de
poder a fin de que queden sometidas al Derecho (Coing, H.,
Fundamentos de filosofía del derecho, ASDE, Buenos Aires 1995, pág.
196).

En esta faceta de la justicia se ve reflejada en el derecho


constitucional cuando fija los principios del Estado de Derecho.
También en la existencia misma de las declaraciones de derechos
humanos. Con ellas se procura enfrentar al poder y su arbitrariedad de

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manera de garantizar la vigencia de tales derechos y el desarrollo de la
dignidad personal.

En el derecho procesal encontramos también sus exigencias


expresadas como limitación al poder del juez frente a las partes y de los
litigantes, para que ninguno alcance una posición de preeminencia
indebida frente a los otros.

De igual manera, en el derecho penal quedan recogidos los


contenidos de la justicia protectiva. Así, frente a la pretensión estatal de
aplicar sanciones antepondrá una serie de limitaciones progresivas. Allí
se fundan los principios rectores del derecho penal: ninguna pena sin ley
anterior que la prevea, ninguna pena sin culpa, presunción de inocencia,
inviolabilidad de la defensa en juicio, in dubio pro reo, etc.

Por último, y más recientemente, el derecho de consumidores y


usuarios reconoce la relación desigual que se da entre quien contrata un
servicio o adquiere un bien, frente a quien lo provee.

Una tercera faceta de la justicia es la llamada justicia


distributiva o –más modernamente- “justicia social”. Esta faz de la
justicia se corresponde con la necesidad de desarrollar los principios de
solidaridad hacia el otro. Estamos ante la necesidad de realizar la
igualdad frente a una disparidad de facticidades personales. Al lado de
los que poseen muchísimos bienes están los que ni siquiera pueden
subsistir. Ante quienes pueden desplegar todas sus aptitudes, aquellos
que se encuentran en situaciones de discapacidad.

La única forma de restaurar la igualdad será privilegiando al que


menos tiene en la faz de distribución y al que más tiene en la de la
recaudación. A cada quién según su necesidad, de cada cuál según su
capacidad.

Debemos asumir que muchísimas personas, por diversas


circunstancias, no podrán jamás competir en igualdad de condiciones.
Necesitan nuestro apoyo personal y material, de nuestra ayuda, de
nuestro mayor empeño por eliminar las facticidades que los han llevado
a esa situación, o paliar –al menos- sus efectos negativos.

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En el Documento de Puebla se manifiesta desgarradoramente esta
realidad de desigualdad económica que lleva a la “situación de inhumana
pobreza en que viven millones de latinoamericanos expresada, por
ejemplo, en mortalidad infantil, falta de vivienda adecuada, problemas
de salud, salarios de hambre, el desempleo y subempleo, desnutrición,
inestabilidad laboral, migraciones masivas, forzadas y desamparadas,
etc.”2

Esa pobreza -nos dice- no es casual sino producto de situaciones y


estructuras económicas, sociales y políticas, entre otras muchas, y exige
cambios profundos que respondan a las legítimas aspiraciones del
pueblo hacia una verdadera justicia social.

Pero en su realización es donde suelen surgir serias dificultades


prácticas, puesto que sin una alta conciencia de la solidaridad que debe
expresarse en las relaciones interpersonales, resulta muy difícil advertir
la justicia del sacrificio que se me exige para aliviar la situación del
prójimo.

Otro factor que vuelve problemática la concreción de esta faceta es


la utilización del Estado como organizador de la distribución. En
nuestros tiempos se propician otros modos de distribución más allá de
la estructura estatal. A esto tiende el movimiento cooperativo, la
participación obrera en las ganancias de las empresas, los sistemas de
cogestión, etc.

Buena parte del derecho laboral es reflejo de exigencias propias del


momento distributivo de la justicia. Por ejemplo, en la determinación
del salario justo, la retribución en período en que no se efectúa la
prestación del trabajo (vacaciones, descanso semanal, etc.), la
consideración especial a la mujer trabajadora durante el embarazo y aún
después del parto, etc. También forma parte de esta faceta de la justicia,
el espacio reservado a la Seguridad Social (pensiones, jubilaciones,
asistencia especial a estudiantes, AUH, PROCREAR, etc.).

2 Documento de Puebla III Conferencia General delEpiscopado Latinoamericano, recuperado de:


http://www.celam.org/doc_conferencias/Documento_Conclusivo_Puebla.pdf, 2 de noviembre de
2020.

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En cuanto a la etapa de recaudación (porque recuerden que se
distribuyen tanto beneficios, como cargas sociales), generalmente
efectuada en el marco global de una sociedad por vía del derecho
tributario, la justicia distributiva sustenta el principio de progresividad,
es decir, que pague más quien más tiene.

Nuevamente, tengamos especial consideración que al hablar de


justicia conmutativa, protectiva y distributiva no sostenemos la
existencia de tres valores diferentes, sino que distinguimos tres
momentos o facetas de un mismo valor: la justicia según como se
adscribe a las distintas situaciones que pueden presentarse en la vida
social.

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