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Resumen
Revista Derecho del Estado n.º 35, julio-diciembre de 2015, pp. 295-315
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Palabras clave
Abstract
Keywords
Introducción
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1 http://formularios.dane.gov.co/Anda_4_1/index.php/catalog/214
2 El informe del pnud a propósito de la tenencia de la tierra en clave de género señala:
“Con la información disponible, el estudio corrobora que la propiedad femenina de la tierra
es marginal. Dos ejemplos lo ilustran: entre la población desplazada, el 64,2 por ciento de los
hombres aparece como propietario y apenas el 26,5 por ciento de mujeres; el 56,3 por ciento
son herederos y apenas el 32,5 por ciento herederas. En todos los casos la titularidad masculina
es más del doble que la femenina y la titularidad conjunta es baja”.
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5 Ernets Mandel (La formación del pensamiento económico de Marx, 1974) define
el trabajo alienado como “el trabajo que no es propietario de los productos de su trabajo; es el
trabajo que produce para enriquecer a otros; es el trabajo que se convierte en trabajo forzado,
que se convierte en trabajo en provecho de quienes no trabajan. En otros términos: el trabajo
alienado es aquí reducido, claramente, a la división de la sociedad en clases, a la oposición en-
tre el capital y el trabajo, a la propiedad privada y, si se quiere, en un pasaje muy oscuro, a la
división del trabajo y al nacimiento de la producción mercantil” (p. 94). Disponible en: http://
digamo.free.fr/mandel74.pdf Consultado el 28 de septiembre de 2015.
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… una familia fragmentada por efecto del asesinato, desaparición o salida pre-
ventiva de uno de sus miembros se ve altamente vulnerada, dado que se enfrenta
al dolor que produce la pérdida y la elaboración de procesos de duelo respec-
tivos. Además, la falta de un miembro (especialmente el padre o los hermanos
mayores) implica [para el niño, niña o adolescente] una reacomodación de roles
y funciones, que por lo general, contribuyen a afianzar tensiones y sobrecargas
del núcleo familiar (2002: 55).
En general, los niños y las niñas huérfanas, dada la pérdida de sus padres y
madres, se ven forzados a desplazarse más que el resto de la población des-
plazada, a trasladarse y transitar por distintos núcleos familiares o institu-
ciones estatales, situación que dificulta el establecimiento de redes de apoyo
duraderas y sólidas, fundamentales para los procesos de socialización. Como
afirma Bello (2002), todas las situaciones que se presentan con la salida de los
menores de su territorio tienen un enorme impacto, ya que estos hechos son
vividos a una edad temprana, cuando “el yo infantil no está aún lo suficien-
temente constituido como para poder conservar algún recuerdo junto con los
sentimientos que lo acompañan” (Bello, citando a Miller, 1995). En los niños
los miedos que solían ser imaginarios se convierten en reales y desde luego
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estas situaciones serán mediadas por las características del nuevo entorno,
que puede aportar protección o mayor vulnerabilidad.
En muchos casos unos y otras son herederos y herederas de los predios y
el patrimonio que sus padres y madres construyeron en vida. Lo lamentable
es que además de que por sus cortas edades esta situación jurídica es general-
mente desconocida por los mismos niños y niñas, con frecuencia los familiares
que asumen su cuidado ponen en riesgo su derecho a la tierra y el acceso al
patrimonio que legalmente les pertenece, al no acercarse a las oficinas del
Estado responsables para la restitución de las tierras a su nombre. Es también
de anotar que no tenemos en el país estudios sobre la tenencia de la tierra de
las niñas y los niños, así como pocos trabajos existen sobre juventud rural.
Las largas luchas de las mujeres por sus derechos se han visto reflejadas, entre
otras, en avances normativos en muchos países del mundo, y Colombia no ha
sido la excepción. En nuestro país existe un buen número de leyes que han
incorporado la perspectiva de género y que implicarían el reconocimiento y
hasta la garantía para los derechos de las mujeres. Sin embargo, en lo que
respecta a su aplicación, el panorama es gris, y más aún cuando se trata de
los derechos de las mujeres sobre sus tierras usurpadas, vendidas bajo coac-
ción violenta o intimidación, o bien abandonadas en el marco del conflicto.
Como veremos enseguida, la normativa que protege a la mujer se convierte
en letra muerta cuando, como ocurre en la gran mayoría de los casos, esta es
relegada y lo que predomina es el derecho civil o el agrario, más específica-
mente cuando los dos registros de los que hemos venido hablando, el de la
informalidad en las relaciones de parentesco se cruza con la informalidad en
la ocupación, posesión o propiedad de la tierra.
A nivel de la normativa que velaría por el derecho de la mujer a sus bienes,
encontramos en primer lugar la Ley 1257 de 2008, Ley de la no violencia
contra las mujeres, que para el tema que nos convoca identifica que uno de los
daños más frecuentes contra la mujer es el que tiene que ver con el patrimonio6.
Se señala que las mujeres son susceptibles de que sus bienes sean violenta-
dos, y se prevé entonces que el Estado colombiano debe iniciar acciones para
prevenir y atender estas situaciones.
6 Ley 1257 de 2008, art. 3.º: “El concepto de daño contra la mujer. Para interpretar
esta ley se establecen las siguientes definiciones de daño: […] d) Daño patrimonial: Pérdida,
transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, instrumentos de
trabajo, documentos personales, bienes, valores, derechos o económicos destinados a satisfacer
las necesidades de la mujer”.
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Por otra parte, encontramos la Ley 731 del 2002, Ley de mujer rural, que
consagra medidas específicas encaminadas a acelerar la equidad entre el hom-
bre y la mujer rural; además, tiene como propósito mejorar la calidad de vida
de las mujeres rurales, dando relevancia a aquellas de más bajos recursos. En-
tre estos beneficios está la creación de un fondo de financiamiento a mujeres
campesinas, la priorización en procesos de formalización de tierras, el fomento
de la creación de asociaciones de mujeres campesinas, entre otras medidas.
A pesar de estos avances normativos, un reciente estudio de Oxfam (2014)
revela que las políticas del Ministerio de Agricultura en lo que tiene que ver con
mujeres campesinas “no han logrado orientar de manera efectiva los recursos
para reducir la inequidad de género, promover su autonomía y libertades, y
transformar sus condiciones de vida”.
Este informe pone al descubierto que los recursos asignados para el tema
de mujer rural son irrisorios, y que aunque contamos con gran cantidad de
normas que pretenden mejorar la situación de esta población, no se reglamen-
tan, no se cumplen o ni siquiera se armonizan unas con otras. Es decir que,
aunque contamos con un amplio conjunto de normas a favor de las mujeres
campesinas, poco son usadas y terminan siendo leyes de papel que no tienen
ninguna aplicabilidad en la realidad de las mujeres.
Por otro lado, como ya anotábamos, está el hecho de que el derecho civil y
el derecho agrario se constituyen aparentemente como un derecho neutral en
términos de género, en los cuales se reconocen derechos patrimoniales a las
mujeres sin ninguna distinción con respecto a los hombres. En el caso de la ley
agraria se expresa la igualdad, en la medida de la titulación a la pareja, y, en el
caso de la ley civil, en la partición de sociedades conyugales o patrimoniales.
Es decir, si bien el derecho civil7 y agrario ordinario8 han reconocido
igualdad de derechos entre hombres y mujeres, cuando estos instrumentos se
aplican, sin las medidas afirmativas y mandatos especiales en materia de mu-
jeres, no logran recoger la realidad de las mujeres campesinas y desplazadas.
7 En cuanto al manejo de los bienes, la tradición jurídica y cultural, desde el siglo xix
y hasta muy avanzado el siglo xx, afirmaba que al contraer matrimonio las mujeres perdían la
capacidad jurídica para la administración de sus bienes. La ley otorgaba al esposo la adminis-
tración exclusiva de los bienes de la sociedad conyugal, además de los que eran propiedad de
la mujer. La mujer no podía contratar por sí misma, aceptar herencias, adquirir alguna clase de
compromiso económico; incluso, los ingresos percibidos por las mujeres tampoco podían ser
administrados por ellas, a tal grado, que en cuestiones laborales las mujeres debían pedir permiso.
8 “Las unidades agrícolas familiares sobre tierras baldías se adjudicarán conjuntamente
a los cónyuges o compañeros permanentes, siempre que hayan cumplido dieciséis años de edad,
sean jefes de familia, compartan entre sí las responsabilidades sobre sus hijos menores, o con
sus parientes hasta el segundo grado de consanguinidad si velaren por ellos”: art. 70 de la Ley
160 de 1994.
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adjudicación, que hayan sido despojadas de estas o que se hayan visto obligadas a abandonarlas
como consecuencia directa e indirecta de los hechos que configuren las violaciones de que trata
el artículo 3.º de la presente Ley, entre el 1.º de enero de 1991 y el término de vigencia de la
Ley, pueden solicitar la restitución jurídica y material de las tierras despojadas o abandonadas
forzadamente, en los términos establecidos en este capítulo”.
11 “Artículo 81. Legitimación. Serán titulares de la acción regulada en esta ley: Las per-
sonas a que hace referencia el artículo 75.
“Su cónyuge o compañero o compañera permanente con quien se conviva al momento
en que ocurrieron los hechos o amenazas que llevaron al despojo o al abandono forzado, según
el caso. Cuando el despojado, o su cónyuge o compañero o compañera permanente hubieran
fallecido, o estuvieren desaparecidos podrán iniciar la acción los llamados a sucederlos, de
conformidad con el Código Civil, y en relación con el cónyuge o el compañero o compañera
permanente se tendrá en cuenta la convivencia marital o de hecho al momento en que ocurrieron
los hechos.
“En los casos contemplados en el numeral anterior, cuando los llamados a sucederlos
sean menores de edad o personas incapaces, o estos vivieran con el despojado y dependieran
económicamente de este, al momento de la victimización, la Unidad Administrativa Especial de
Gestión de Restitución de Tierras Despojadas actuará en su nombre y a su favor. Los titulares de
la acción podrán solicitar a la Unidad Administrativa Especial de Gestión de Tierras Despojadas
que ejerza la acción en su nombre y a su favor”.
12 El “jefe de hogar” es una figura que deviene del pater familia del derecho romano y
que dejó marcados los prejuicios de nuestra sociedad y, de paso, a todos los sistemas de infor-
mación del Estado. Es una figura completamente diferente a la de “madre cabeza de familia”:
esta última responde a una medida de protección constitucional para los núcleos conformados
por una mujer que personas menores de 18 años, o personas incapaces. Mujer cabeza de familia
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es “quien siendo soltera o casada, ejerce la jefatura femenina de hogar y tiene bajo su cargo,
afectiva, económica o socialmente, en forma permanente, hijos menores propios u otras personas
incapaces o incapacitadas para trabajar, ya sea por ausencia permanente o incapacidad física,
sensorial, síquica o moral del cónyuge o compañero permanente o deficiencia sustancial de ayuda
de los demás miembros del núcleo familiar”. Ley 1232 de 2008 y Ley 82 de 1993.
13 Es de subrayar que las familias en el campo son extensas y muy numerosas. En la gran
mayoría predominan las uniones libres y los hombres mantienen con frecuencia relaciones si-
multáneas con varias mujeres. A manera de ejemplo vale mencionar el caso de dos mujeres que
vivían en el mismo predio, las dos participaban en las actividades de la finca y eran compañeras
del mismo hombre. Este tenía allí una casa para cada una, y vivía con ambas; las dos eran ami-
gas, pero el señor murió a causa del conflicto armado. Ambas se desplazaron y acudieron a la
Unidad de Restitución a reclamar.
Casos como este no son tan raros en el campo y, obviamente, constituyen un desafío
para la acción legal, generando interesantes debates: ¿a quién restituir? Ante este tipo de casos
las opiniones de los expertos suelen dividirse en dos sentidos: aquellos que consideran que debe
determinarse cuál es la mujer que tiene derecho, pues rápidamente se tiende a suponer que una
es la compañera “formal” y la otra “la amante”. Por otro lado están quienes asumen una postura
aparentemente más garantista y plantean que se debe aceptar que hay casos de tríos, como algu-
na jurisprudencia lo ha hecho para efectos de pensiones. El asunto es que, aun cuando el caso
concierne a una relación informal con la tierra, difícilmente surge la iniciativa de reconocerles
el derecho a las dos mujeres, por el hecho fundamental de que ambas trabajan y explotaban la
tierra. Esta última lectura es la que a mi juicio hay que subrayar para reconocer el derecho de
las mujeres a la tierra. Sin embargo los abogados suelen quedarse en el debate buscando las re-
laciones formales de pareja, y pasan por alto la común informalidad de estos vínculos de paren-
tesco en el campo, y lo más grave, el hecho de que las mujeres, como en este caso, por ejemplo,
directamente explotaban el predio.
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14 Porque si, por ejemplo, el juez titula a la masa herencial o no resuelve los asuntos
jurídicos frente al parentesco y la filiación, y, por el contrario, lo deja a los jueces civiles tradi-
cionales, se suman nuevos procesos jurídicos que pueden tardar muchos años, y mientras tanto
las víctimas no logran hacer efectiva su restitución y su sufrimiento se prolonga; el país y el
Estado habrán perdido todos los esfuerzos de crear una ley y una institucionalidad administrativa
y judicial especial para restituir derechos en el marco de la justicia transicional. Desaprovechar
la oportunidad actual que brinda la justicia transicional para restituir y contribuir a solucionar el
conflicto, al lanzarle de nuevo la responsabilidad a la justicia ordinaria, es evadir la imperante
necesidad social de revertir la inequidad de género en asuntos de acceso a la tierra.
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Para el caso de las relaciones formales con la tierra, son pocos los casos en
que niños, niñas y adolescentes directamente son propietarios o propietarias;
aunque jurídicamente esta situación puede existir, esto no es una costumbre en
la vida real rural. Sin embargo, para la normativa colombiana, si un niño o niña
fuera propietario o propietaria, se hace necesaria una figura de administrador
de bienes o guardador. Esta figura está contemplada en la Ley 1306 de 2009,
la cual señala que el guardador, nombrado por un juez mediante sentencia,
es un sustituto de la figura de los padres, que debe velar por el cuidado y la
perdurabilidad de los bienes; y aunque este puede usufructuarlos, al tiempo
debe garantizar que esos bienes contribuyan al bienestar del niño o niña.
Además, lo que podría darse como derechos o expectativa de un derecho
a la propiedad en el caso de los niños y las niñas es que le devenga por he-
rencia, y en este caso, esta población necesitaría algo fundamental: tener su
relación familiar legalizada con los padres. Si no es así, si no ha sido reco-
nocido como hijo o hija, no puede acceder a un bien patrimonial por medio
de una sucesión. Este mandato existente en nuestro derecho civil ordinario
choca con lo que en la vida real encontramos en las zonas rurales: una alta
informalidad en los vínculos de parentesco y filiación.
La realidad es que en el campo es una costumbre demorarse en realizar el
registro civil de los niños y niñas. Es también común que cuando los padres no
asumen sus responsabilidades, los abuelos quieran ponerle el apellido al nieto
o nieta. También existen gran cantidad de casos en los que los huérfanos/as
son acogidos como hijos de crianza sin ningún documento legal que formalice
esta situación familiar de hecho, situación muy común con los huérfanos del
conflicto armado. Otro triste problema muy evidente en el desplazamiento
forzado es que muchas madres estaban embarazadas en el momento del des-
arraigo, situación que dificulta aún más que aparezca legalizado el vínculo
de parentesco del niño o niña con su padre.
Para el caso de la informalidad en la tenencia de la tierra encontramos que
tampoco hay un reconocimiento de los derechos de los niños, niñas y adoles-
centes, puesto que la calidad de ocupante de baldíos se reconoce solamente
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A manera de conclusión
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17 Véase Sandra Zorio. (2013). “El dolor por un muerto-vivo. Una lectura freudiana del
duelo en la desaparición forzada”.
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