La Peor Señora Del Mundo

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II

FRAmCISCfl HllllOJOSil • R A F A E L B A R A J A S El FlSGÚHl

SEÑORA
LOS ESPECIALES DE

A la orilla del viento


ara FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
E n el norte de T u r a m b u l , había una señora
que era la peor señora del mundo. E r a gor-
da como u n hipopótamo, fumaba p u r o y te-
nía dos c o l m i l l o s p u n t i a g u d o s , y b r i l l a n t e s .

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A d e m á s , usaba unas botas de pico y tenía
las uñas grandes y Alosas con las que le gus-
taba rasguñar a la gente.
A sus cinco hijos les pegaba cuando sacaban
malas calificaciones en la escuela y también
cuando sacaban dieces. Los castigaba cuando
se portaban bien y cuando se portaban m a l .
Les echaba jugo de hmón en los ojos lo mis-
mo si hacían travesuras que si le ayudaban a
barrer la casa o a lavar los platos de la comida.
A d e m á s de todo, en el desayuno les servía
c o m i d a para perros. E l que no se la comie-
ra debía saltar la cuerda ciento veinte veces,
hacer cincuenta sentadillas y d o r m i r en el
gallinero.
Los niños del vecindario se echaban a co-
rrer en cuanto veían que ella se acercaba.
L o m i s m o sucedía con los señores y las
señoras y los viejitos y las viejitas y los
policías y los dueños de las tiendas.
H a s t a los gatos y las gaviotas y las cucara-
chas sabían que su v i d a peligraba cerca de
la m a l v a d a mujer. A las hormigas n i les pa-
saba por la cabeza hacer su hormiguero cer-
ca de su casa porque sabían que la señora
les echaría encima agua caliente.
E r a una señora mala, terrible, espantosa, malvadísima.
L a peor de las peores señoras del mundo.
L a más m a l v a d a de las malvadas.
Desde entonces, las plazas estaban v a c í a s ,
ya no ladraban los perros en las calles n i vo-
l a b a n los p a j a r i t o s en el cielo n i buscaban
flores las abejas. Sólo se oía el silbido del
viento y el repiquetear de las gotas de l l u v i a
contra los tejados de las casas.

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Fue así como la m a l a mujer se quedó
sola, solitita, sin nadie a quien molestar
o rasguñar.
E l único ser que aún vivía allí era una palo-
m a mensajera que se había quedado atra-
p a d a en la j a u l a de u n a casa vecina. L a
espantosa m u j e r se divertía dándole de co-
mer todos los días migas de p a n mojadas
en salsa de chile y agua revuelta con v i n a -
gre. Unas veces le arrancaba una p l u m a y
otras le torcía los dedos de las patas.

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Cuando la pobre p a l o m a estaba a p u n t o de
m o r i r , la señora, desesperada por no tener
alguien a quien pegarle, reconoció que sólo
ella podría ayudarla para atraer nuevamen-
te a los habitantes del pueblo.
E n t o n c e s decidió d a r l e las migas de p a n
sin salsa de chile, el agua p u r a y, después
de unos días, se atrevió a hacerle unas ca-
ricias.
Cuando estaba convencida de que la pa-
l o m a ya era su amiga y de que llevaría u n
mensaje a sus hijos y a los h a b i t a n t e s del
pueblo, escribió u n recadito, se lo puso en el
pico y la echó a volar.
A los pocos días, los antiguos habitantes del
pueblo v o l v i e r o n , ya que la peor de todas
las señoras del m u n d o les pidió disculpas en
el recadito.
a gente volvió al pueblo, regresó a sus ca-
sas y con g r a n alegría rasguñó y pisó a la
horrorosa mujer.
Y, desde entonces, volvió a ser la peor,
la más peor, la peorcísima de todas
las mujeres del mundo.
Mordía las orejas
de los carpinteros.

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Apagaba su p u r o en los
ombligos de los taxistas.

D a b a cocos en las
cabezas de los niños.

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Asestaba puntapiés
a las viejitas.

D a b a piquetes de ojos a los


generales del ejército. _

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Y reglazos en las manos
de los policías.

Luego le echaba carne


p o d r i d a a los perros..

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R a s g u ñ a b a con sus largas uñas
las trompas de los elefantes.

Les torcía el cuello a las jirafas y se comía


vivas a las indefensas tarántulas.

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H a s t a los leones se p o r t a b a n como gatitos
cuando la veían, porque ella les jalaba t a n t o
la melena que los dejaba pelones y con
lágrimas en los ojos.

Y qué decir de las flores: en unas


cuantas horas no hubo una sola
que conservara sus pétalos.
Pero sucedió que u n buen día, m i e n t r a s la
señora dormía su siesta, todos los h a b i t a n -
tes del pueblo se reunieron en la plaza cen-
t r a l . E l jefe de los bomberos dijo:
— E s t o ya no puede seguir así.
— E s cierto — l o respaldó el b o t i c a r i o — .
Debemos t i r a r la m u r a l l a y correr a t o d o lo
que den nuestros pies.

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¿ Y p o r qué n o — p r e g u n t ó u n n i ñ o — l a
convencemos de que ya nos deje de m o -
lestar?
— J a , j a , j a —pegaron todos una sonora
carcajada, que apagaron de i n m e d i a t o por
temor a despertarla.
— N o — i n t e r v i n o el más viejo del pue-
b l o — . L o que debemos hacer es engañarla.
—¿Engañarla? —se sorprendió el dueño
de la fábrica de hielo—. ¿Cómo vamos a en-
gañarla?

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— M u y fácil —aseguró el v i e j i t o — . Cuando
ella nos pegue vamos a darle las gracias. Si
nos m u e r d e las orejas, le pedimos que lo
haga o t r a vez. Si nos rasguña, le decimos
que es lo más delicioso que hemos sentido
en la v i d a . ¿Qué les parece?
—¡Ooooh! — e x c l a m a r o n todos con los ojos
abiertos.
— N o es m a l a idea — a ñ a d i ó el dueño de
la mayor flotilla de camellos del pueblo.
Y así quedaron de acuerdo.
L a señora se despertó de su siesta hecha
una furia. Tenía unas ganas enormes de pe-
llizcar a u n niño. A l p r i m e r o aue encontró,
aue era su h i j o mayor, lo prendió del cache-
te y no lo soltó hasta después de m e d i a
hora. E l hijo, aguantando el dolor, le dijo:
—Gracias, m a m i t a , ¿podrías darme o t r o
pellizco? Ándale, por favor, aunaue sea uno
solo...
L a señora, extrañada al principio, le dijo
aue no, aue él no merecía u n premio así.
Luego se fue c o n t r a la vecina. E n cuan-
to la v i o le dio una t r e m e n d a patada en la
espinilla con la p u n t a de su b o t a .
Aunaue le dolió en el alma, la vecina se
mordió los labios, aguantó las lágrimas y le
dijo a la agresora:
— M u c h a s gracias, muchas gracias. ¿Le
podría pedir u n favor?
— ¡ U n f a v o r ! ¡Qué f a v o r n i a u é f a v o r !
—gritó la m a l v a d a .
— D é m e t a m b i é n u n a p a t a d a en las p o m -
pas. Se siente m u y rico. N u n c a me había
pegado alguien t a n b i e n como usted. Pega
t a n fuerte...
— ¡ N o , no y no! ¿Quién se cree que es
para pedirme u n favor?
— ¿ N i siquiera u n a nalgada? —suplicó la
vecina con u n a cara, la v e r d a d , m u y triste.
Como v i o que estaban sucediendo cosas
m u y raras, l a m a l a m u j e r fue a buscar al
zapatero y le jaló los pelos t a n t o aue se quedó
con ellos en la mano.
— M u c h a s gracias, doña — l e d i j o — , le agra-
decería q.ue me q u i t a r a los demás pelos. Tengo
unas ganas de quedarme pelón que n i se lo ima-
gina. Y lo hace usted con t a n t a delicadeza...
Créame que n i el mejor peluquero del m u n d o lo
haría t a n bien.
Y así fue la peor señora del m u n d o con t o -
dos y cada uno de los h a b i t a n t e s del pueblo,
hasta que llegó la noche y le dio sueño.
M i e n t r a s ella dormía, la gente volvió a re-
unirse.
—Creo — d i j o el más v i e j o — que nuestrcf
p l a n está funcionando. A h o r a tenemos que
seguir engañándola. Cuando a ella se le ocu-
r r a hacer alguna cosa buena, si es que se le
ocurre, vamos a quejarnos como si nos do-
liera y fuera la peor cosa que alguien pudie-|
ra hacer.
L a sonrisa se apoderó de todas las bo-l
cas, que a coro respondieron:
1

|
1
¡De acuerdo!

L
A la m a ñ a n a siguiente, la peor señora del
m u n d o se levantó de pésimo humor. Fue a
la cocina a prepararles a sus hijos su comi-
da para perros. H i z o u n fuerte coraje cuan-
do descubrió aue la caja estaba vacía.
— ¡ P u a j ! —se quejó—. Tendré aue darles
de desayunar cereal con leche y miel.
Los niños, en cuanto v i e r o n sus platos ser-
vidos, empezaron a quejarse.
— M a m á , ¿qué es esto t a n espantoso?
— ¡ E s cereal con miel, niño t o n t o !
—Yo no quiero.
— N i yo — d i j o el más chico con u n a lá-
g r i m a en los ojos.
—Prefiero comida para perros.
— Y o t a m b i é n — g r i t a r o n los o t r o s a l
mismo tiempo.
L a m a m á los obligó a todos a comer lo
QLue les había servido. Y eUos, por supuesto,
pusieron t a l cara de asco que parecía que se
estaban comiendo u n guisado de alacranes.
Después de dejar a sus hijos en la escuela se
topó en el camino con el herrero, que le dijo:
— D i s c u l p e , señora, ¿podría hacerme el
favor de d a r m e u n k a r a t a z o en la espalda?
— ¡ N o ! ¿Quién se cree usted que es para
pedirme u n favor, eh?
Estaba la señora t a n enojada y t a n confun-
dida con todo lo que pasaba a su alrededor
que, sin darse cuenta, le dio una moneda al
limosnero del pueblo. É s t e se enfureció y le
reclamó:
— ¿ Q u é le sucede, señora? Llévese su ho-
r r i b l e dinero a o t r a parte. N o me i n s u l t e
con su caridad.
Contenta de saber que eso no le gustaba
al limosnero, sacó de su bolsa todos los b i -
lletes y todas las monedas que tenía y se los
arrojó al sombrero.
Y así sucedió con todos y cada uno de
los habitantes del pueblo. f
A l último que encontró fue al más viejo, que
le dijo:
— M u y malos días tenga usted, señora.
¿Ya se dio cuenta de que u n ángel caído del
cielo nos puso en el pueblo una maravillosa
muralla? Todos estamos m u y contentos y
orgullosos de tener una m u r a l l a t a n b o n i t a .
L l e n a de f u r i a , echando baba por la boca y
espuma por las narices, corrió a la m u r a l l a
y en menos de u n a h o r a la derribó p o r
completo.

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Desde entonces todos v i v i e r o n felices, pues
la peor señora del m u n d o seguía hacien-
do las cosas malas más buenas del m u n d o ,
mientras el pueblo se divertía a sus anchas
con sus engaños.

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