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cias huesudas de mi espalda y fue una recuperación larga. Había perdido una gran cantidad de peso, y por casi
tres semanas, tuve que permanecer boca abajo en un aparato en forma de emparedado donde el paciente debe
estar amarrado boca arriba durante tres horas y luego tres horas más boca abajo.
Atrapada boca abajo, mirando el suelo hora tras hora, mis pensamientos se volvieron obscuros y sin es-
peranza. Todo lo que podía pensar era: “¡Grandioso, Dios. Así se hace! Soy una nueva cristiana. ¿Así tratas a
tus nuevos cristianos? Soy joven en la fe. Oré para acercarme a ti. Si esta es tu respuesta a mi oración, no voy a
confiarte otra oración jamás. No puedo creer que tenga que estar acostada boca abajo y no ser capaz más que
de contar la cerámica del piso en esta camilla de tortura. Odio mi existencia”. Le pedí al personal del hospital
que apagaran las luces, que cerraran las persianas, cerraran la puerta, y si alguien entraba; visitas, padres, en-
fermeras, sólo gruñía. Todo lo justificaba. Racionalizaba que a Dios no debía importarle mi amargura, a fin de
cuentas estaba paralizada. Y no me importaba cuánto gozo pusieran frente a mí. Esta era una cruz que no iba
a cargar sin una pelea.
Mis pensamientos se volvieron cada vez más obscuros porque mi amargura no era una pequeña gotita. Se
había convertido en un fuerte torrente y a media noche me imaginaba a Dios sosteniendo mi pecado delante de
mi rostro y diciéndome firme pero dulcemente: “Joni, ¿qué vas a hacer con esto? ¿Qué harás con esta actitud? Es
incorrecta. El pecado es incorrecto. Tienes que deshacerte de él”. Pero yo prefería mi pecado porque aún estaba
herida. Prefería mis comentarios malhumorados, sarcásticos y mezquinos, gruñéndole a las personas cuando
entraban y dejando que la comida se me saliera de la boca junto con la saliva. Esos eran pecados que ya había
hecho míos.
¿Sabes cómo es cuando te apropias del pecado? Lo haces parte de tu casa, de lo familiar; lo domesticas; lo
escudas del escrutinio del Espíritu. Yo no quería dejar ir ese sentimiento enfermizo, de extraña comodidad que
me producía mi propia miseria.
Entonces Dios me ayudó. La primera semana de las tres que debía estar boca abajo, viendo el piso, esperando
que mi espalda sanara, me dio un catarro muy fuerte. Y de repente, no poder moverme no era nada comparado
a no poder respirar. Me daba claustrofobia. Sufría, luchaba por respirar, sin esperanza; todo se había perdido.
Caminando en retroceso, peor que antes.
Y me quebranté. Pensé: “No puedo con esto. No puedo vivir de esta manera. Prefiero morir que enfrentar esto”. No
me daba cuenta de que estaba repitiendo lo que había dicho Pablo, quien en 2 Corintios 1:8 dice: “Estábamos
tan agobiados, bajo tanta presión, que hasta perdimos la esperanza de salir con vida”. Ciertamente Él aún tenía en su
corazón la sentencia de muerte. “Oh Dios, no tengo fuerzas para enfrentar esto. Prefiero morir, ayúdame”. Esa era mi
oración y mi angustia.
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huirá. Acérquese a Dios en su aflicción y Él se acercará a usted (Santiago 4:6-8). Tome su cruz todos los días y
siga al Señor Jesús (Lucas 9:23).
Debo explicar esta última declaración. Quiero que sepa que cuando yo tomo diariamente mi cruz, no me
refiero a mi silla de ruedas. Mi silla de ruedas no es mi cruz. Tampoco lo es su bastón, ni su andador para ca-
minar. Tampoco lo es su trabajo sin salida o sus suegros parcos. Su cruz no son sus dolores de migraña ni su
infección de sinusitis, ni sus huesos tullidos. Esa no es su cruz. Mi cruz no es mi silla de ruedas, es mi actitud.
Su cruz es la actitud que tiene hacia ese trabajo y hacia sus suegros. Es su actitud acerca de sus dolores.
Cualquier queja, murmuración, disputas, ansiedades, preocupaciones, resentimientos o algo que indique que
hay un torrente de amargura, estas son las cosas a las que Dios nos llama a morir de forma cotidiana. Porque
cuando lo hago no me convierto como Él en su muerte (o sea, tomar mi cruz y morir por el pecado por el que
Él ya murió en su cruz), sino que el poder de la resurrección mata cualquier duda, temor, murmuración y dis-
puta. Y yo tengo la oportunidad de ser como Él en esta vida. Yo puedo experimentar la íntima comunión de
compartir sus sufrimientos, la dulzura y la preciosura del Salvador. Me convierto en santidad como Él es santo.
“Oh Señor, me llenarás de alegría en tu presencia” (Hechos 2:28).
Ser santos es estar en la presencia de Dios. No es vivir sin pecado, sino pecar menos. Dejar que el sufri-
miento lo lije hasta la médula, revelando la esencia de la cual estamos hechos. Y nunca es bonito, el pecado que
dejamos entrar, domesticamos e intentamos convertir en nuestro, nunca es agradable, ¿no? ¡No! El sufrimiento
limpia esas cosas como con arena, dejándonos desnudos y vulnerables.
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un despliegue audiovisual de 2 Corintios 2:14-15: “Sin embargo, gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva
triunfantes y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento”.
Como puede ver, somos para Dios la fragancia de Cristo. El mundo no puede ver cómo Jesús soportó el
sufrimiento con gracia porque no está aquí en la Tierra, pero usted y yo sí lo estamos. Y podemos llenar en
nuestra carne lo que hace falta de su aflicción (Col. 1:24), y al hacerlo, nos convertimos en la dulce fragancia,
ese perfume, ese aroma de Cristo para Dios. ¡Qué gran bendición, privilegio y honor! ¡Qué emoción! Y si yo
voy a recordarle al Padre el sufrimiento de su precioso Hijo, si voy a seguir sus pasos, entonces sufriré a su lado,
tomaré mi cruz a diario y le seguiré. Esto es un don.
“Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha
sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado” (1 Pe. 4:1). Estoy tan contenta porque el apóstol Pablo incluyó eso,
porque sin eso miraríamos el sufrimiento y pensaríamos que esto justifica la amargura, la preocupación, la
auto-indulgencia o algún otro pecado, porque nos lo hemos “ganado”. Pero no utilice su aflicción como una
excusa para pecar. En lugar de eso “el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado”. Para que podamos
soportar las pruebas como un buen soldado (2 Tim. 2:3). Podemos darle la bienvenida a una prueba como a un
amigo. Podemos enfrentar el fuego que está a punto de encenderse (1 Pe. 4:12). Podemos regocijarnos en la es-
peranza de la gloria de Dios (Rom. 5:2). Y no sólo eso, sino que podemos regocijarnos en nuestros sufrimientos
porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia (Rom. 5:3).
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Querida Joni
Ya no tengo esperanza. [Pero me pregunto si] podría ayudar a mi esposo, Ron, que tuvo un acciden-
te el año pasado. Mi esposo es pastor. El accidente lo dejó cuadripléjico. Cuando volvió del hospital,
continuó pastoreando desde su silla de ruedas, pero dos meses después estaba de vuelta en el hospital
con una infección. Y ha habido muchas infecciones después de esa y muchas visitas al hospital.
Mi esposo, Ron, comenzó a deprimirse. Ahora ha renunciado a la iglesia y no sale de la cama. No
habla. Y si responde una pregunta, sólo dice: “No lo sé”.
Siento tanto su pérdida. No quiere ni encender las luces o la televisión de su habitación. No quiere
vivir y no le importa nuestra familia. No tenemos seguro médico. Parece que todos nos caemos por las
grietas. Mi esposo se siente inútil y sin esperanza. Necesitamos ayuda.
¿Cómo respondes a algo así? Bueno, respondí marcando el 411 y localicé el número de Ron y Beverly. Les
llamé y compartí con ella lo que había recibido de su correo electrónico. Finalmente le pregunté: “Habrá algu-
na esperanza que tu esposo, Ron, quiera hablar con una compañera cuadripléjica?” Ella quedó encantada con
el hecho de que me interesara en ellos, le tocó la puerta y él permitió que colocara el auricular bajo su oído. Y
aunque no respondía, le hablé un poco sobre el taller del cuadripléjico. Le hablé de las infecciones urinarias,
programas del intestino y sobre las dificultades respiratorias, y creo que oí un gruñido al otro lado del teléfono.
Yo quería avanzar de esos temas y pasar a temas de orden espiritual. Pensé, este hombre es pastor. Ciertamente
conoce la Palabra de Dios. Así que comencé a compartir con él ciertas Escrituras favoritas que me han sostenido
durante tiempos difíciles, por ejemplo, Santiago 1:2-4: “Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando
tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la
constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada”. Tam-
bién Romanos 8:18: “De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que
habrá de revelarse en nosotros”. Persistía el silencio del otro lado del teléfono. Le canté. Nada.
Finalmente, hice lo único que pensé que no había intentado antes. Le pregunté a Ron si alguna vez había
visto una película llamada: “La redención Shawshank”.
“Sí, sí la he visto”, dijo él. Yo no lo podía creer, me había respondido. “Bueno Ron, ¿recuerdas la parte en
que Red encontró la carta de Andy Dufresne? ¿Recuerdas qué decía?” “Yo… yo creo que sí. ‘La esperanza es una
cosa buena, quizás la mejor de todas. Y las cosas buenas no mueren’”
“Ron, hay unos 10 mil cuadripléjicos más en todos los Estados Unidos, sin mencionar cuántos hay fuera de
las fronteras de este país. Y todos ellos tendidos en sus camas esta mañana preguntándose si deberán de ocuparse
por vivir ó ocuparse por morir. Ron, yo voy a tomar la decisión de ocuparme en vivir. ¿Quieres unirte a mí hoy?”
“Sí señora, sí deseo”.
“Te felicito Ron, porque ahora estás en la feligresía de compartir no sólo mi sufrimiento, sino también el su-
frimiento de Cristo. Y Él te dará la gracia un día a la vez, un día a la vez. Suficiente mal, pruebas y problemas
tenemos el día de hoy”.
Me pasó a su esposa de nuevo y comencé a contarle acerca de nuestros retiros familiares. Le pregunté: “Be-
verly, ¿crees que podrías llevar a tu esposo Ron a uno de nuestros retiros familiares?” Le prometí que nuestra
oficina cubriría sus gastos, lo cual siempre hacemos con las familias que luchan con gastos médicos. Y cierta-
mente, ese verano Ron y Beverly fueron al retiro familiar de Joni y Amigos en Texas. Poco después de volver a
casa, recibí otro correo de parte de Beverly:
Querida Joni,
Ron me pidió que me asegurara de escribirle, porque estos últimos meses han sido maravillosos. El
campamento fue una gran bendición, creo que no nos habíamos dado cuenta de cuánta bendición ha-
bía sido hasta que volvimos a casa. Hemos hecho nuevos amigos que durarán toda la vida. Ron quiere
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encontrar cosas que puede hacer que le ayuden a salir más de la casa. Le dije que cuando se sienta listo
podemos subirnos a nuestra casa rodante para ministrar su testimonio por todos los Estados Unidos.
Por primera vez en un año, no dijo que no. Sonrió, Gracias. Tenemos esperanza.
“La esperanza es algo bueno, quizás la mejor de todas. Y ninguna cosa buena muere”. Pero vivimos en un
mundo obscuro y enfermo que está bajo la maldición del pecado. El infierno es real. Y Dios no le debe nada a
este planeta rebelde; sin embargo, ¿no es bueno saber que tenemos un Dios de amor que no quiere que nadie
se pierda? Y Él se ha determinado a convencer a este mundo sarcástico y escéptico de su poder para salvar, sus
habilidades para sostener y su deseo de compartir su esperanza.
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en mi cuerpo nuevo, perfecto y glorificado, parado sobre piernas glorificadas, me pondré al lado de mi Salva-
dor, sosteniendo sus manos con las cicatrices de los clavos. Y le diré: “¡Gracias Jesús!” Él sabrá lo que le quiero
decir, porque me conoce. Me reconocerá de entre la multitud que ahora comparte sus sufrimientos. Y yo diré:
“Jesús, ¿ves esa silla de ruedas? Tenías razón cuando dijiste que en este mundo tendríamos pruebas, porque esa
cosa me dio muchos problemas. Pero mientras más débil estaba en esa cosa, más me apoyaba en ti para recibir
fuerzas. Y mientras más me apoyaba en ti, más descubría lo fuerte que eres. Nunca hubiese sucedido si no me
habría herido con la bendición de esa silla de ruedas”.
Entonces el verdadero carnaval de alabanza se iniciará y toda la Tierra se unirá a la celebración. En ese mo-
mento Cristo abrirá nuestros ojos a la gran fuente de gozo que hay en su corazón mucho más allá de lo que
hemos experimentado en la Tierra. Y cuando seamos capaces de dejar de reír y llorar, el Señor Jesús limpiará
nuestras lágrimas. Me parece muy conmovedor que cuando pueda usar mis brazos para limpiar mis lágrimas,
no tendré que hacerlo, porque lo hará Dios.
La esperanza puede que sí sea una de las mejores cosas porque Romanos 5:2 dice: “Así que nos regocijamos en
la esperanza de alcanzar la gloria de Dios”. Me emociono tanto al pensar cómo la Trinidad anticipa silenciosamen-
te ese maravilloso día cuando nosotros, la novia de Cristo, pura y sin mancha, nos unamos a ellos y nademos
con ellos en el río del placer. Me regocijo en esa esperanza, la esperanza de que Dios sea glorificado en sí mismo
y que tengamos la oportunidad de conocerle. La esperanza que tenemos es la única esperanza: la esperanza
de bendición, la gloriosa aparición de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo (Tito 2:13). Es por Jesús que hemos
soportado todo este sufrimiento y por la dulzura de unir nuestro corazón con el de Él en esa intimidad tan
preciosa.
¿Es difícil encontrar la esperanza? No lo creo. Nuestra esperanza es el deseo de las naciones. Nuestra espe-
ranza es el Sanador de los corazones rotos, el Amigo de los pecadores, el Dios del aliento, el Padre del consuelo,
el Señor de la esperanza. Y es mi oración que los ojos de su corazón se puedan iluminar para que conozca esta
esperanza a la que Él nos ha llamado.
Publicado original en El sufrimiento y la soberanía de Dios, John Piper y Justin Taylor, Editores. Libros Crossway,
2006, pp.
NOTAS
1. A menos que se indique lo contrario, las citas de las Escrituras son de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional® Derechos Reservados © 1973,
1978, 1984 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Utilizado con permiso de Zondervan Publishing House. Todos los derechos reservados.
2. 192-204. Usado con permiso de Joni Eareckson Tada, todos los derechos reservados.
Joni Eareckson Tada es la fundadora de Centro Internacional sobre la Discapacidad de Joni y Ami-
gos, un ministerio sin fines de lucro de alcance global. Un accidente en 1967 dejó a Joni, en aquel en-
tonces de 17 años, cuadripléjica en silla de ruedas. Desde entonces, la sabiduría de Joni y su influencia
ha sido compartida con el mundo a través de libros que han sido de los más vendidos en el mundo,
programas de radio y televisión, y conferencias. Su programa de radio es llevado a más de mil repetido-
ras y escuchado por más de un millón de oyentes. Joni es una reconocida artista y cantante. Ha servido
en el Consejo Nacional para Discapacidades y el Comité de Consejo para Personas con Discapacidad
del Departamento de Estado de los Estados Unidos.