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La esperanza es lo mejor de todo

Por Jo n i Earecks on Tada


A veces es difícil encontrar la esperanza. La semana pasada visité a mi amiga Gracie Sutherlin en el hospital.
Gracie ha sido voluntaria en nuestros retiros familiares de Joni y Amigos por varios años y a pesar de sus 61
años edad, siempre ha estado llena de energía y activa en nuestros campamentos con niños especiales. Todo eso
cambió hace un mes cuando se rompió la nuca en un trágico accidente. Gracie siempre ha sido feliz y optimista,
pero cuando entré al área de cuidados intensivos para visitarle, no podía reconocer a la mujer acostada en esa
cama del hospital. Con tubos por todos lados de su cuerpo, con un ventilador metido en su garganta y unas
tenazas especiales atornilladas a su cabeza, parecía una Gracie completamente impotente. No podía ni respirar
por sí misma. Lo único que podía hacer era abrir y cerrar los ojos.
Me senté a su lado en la cama y le leí las Escrituras. Canté: “En paz está mi alma, el Señor está conmigo”. Me
acerqué y le susurré: “Oh, Gracie, Gracie, recuerda: La esperanza es una cosa buena, quizás la mejor de todas. Y
ninguna cosa buena muere”. Ella parpadeó en ese momento, y yo sé que reconoció esa frase. Es una línea de la
película: “The Shawshank Redemption”.
“La Redención Shawshank” es una historia sobre dos hombres, Andy Dufresne, quien es injustamente
condenado y sentenciado a una vida en prisión, y su amigo Red. Después de muchos años difíciles en prisión,
Andy abre una senda de promesa para él mismo y para Red. Un día en el jardín de la prisión, él instruye a Red
que si alguna vez es liberado de Shawshank, debe ir a un pueblo específico y encontrar un árbol específico en un
campo específico, quitar las piedras para encontrar una pequeña lata y utilizar el dinero en la lata para cruzar
la frontera mexicana hasta llegar a una aldea pesquera. No mucho tiempo después de esta conversación, Andy
se escapa de la prisión y Red recibe libertad condicional. Red, como amigo fiel, encuentra el campo, el árbol, las
piedras, la lata y el dinero, y ahí una carta, en la cual Andy ha escrito: “Red, nunca olvides. La esperanza es una
cosa buena, quizás la mejor de todas. Y ninguna cosa buena muere”. En ese momento, Red se da cuenta de que
tiene dos opciones: “Ocuparse de vivir u ocuparse de morir”.
Tristemente, ahora, parece que mi amiga Gracie se ocupa de morir. Está atascada en UCLA esperando una ciru-
gía de cuello, mientras una infección se dispersa por su cuerpo. Los médicos intentan elevar sus células blancas,
pero no parece ser muy prometedor. Ahora, cuando llegan visitas a verla, ella cierra sus ojos. “Oh Gracie, aférra-
te a la esperanza. Es algo bueno, quizás la mejor de todas”.

La esperanza es difícil de encontrar


La esperanza es difícil de encontrar. Es algo que conozco bastante bien. Recuerdo la vez que me ocupaba
en morir. No fue mucho después de que me rompiera la nuca en un accidente de buceo y pasé una semana
particularmente muy desalentadora en el hospital. Había soportado largas cirugías para quitar las protuberan-

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cias huesudas de mi espalda y fue una recuperación larga. Había perdido una gran cantidad de peso, y por casi
tres semanas, tuve que permanecer boca abajo en un aparato en forma de emparedado donde el paciente debe
estar amarrado boca arriba durante tres horas y luego tres horas más boca abajo.
Atrapada boca abajo, mirando el suelo hora tras hora, mis pensamientos se volvieron obscuros y sin es-
peranza. Todo lo que podía pensar era: “¡Grandioso, Dios. Así se hace! Soy una nueva cristiana. ¿Así tratas a
tus nuevos cristianos? Soy joven en la fe. Oré para acercarme a ti. Si esta es tu respuesta a mi oración, no voy a
confiarte otra oración jamás. No puedo creer que tenga que estar acostada boca abajo y no ser capaz más que
de contar la cerámica del piso en esta camilla de tortura. Odio mi existencia”. Le pedí al personal del hospital
que apagaran las luces, que cerraran las persianas, cerraran la puerta, y si alguien entraba; visitas, padres, en-
fermeras, sólo gruñía. Todo lo justificaba. Racionalizaba que a Dios no debía importarle mi amargura, a fin de
cuentas estaba paralizada. Y no me importaba cuánto gozo pusieran frente a mí. Esta era una cruz que no iba
a cargar sin una pelea.
Mis pensamientos se volvieron cada vez más obscuros porque mi amargura no era una pequeña gotita. Se
había convertido en un fuerte torrente y a media noche me imaginaba a Dios sosteniendo mi pecado delante de
mi rostro y diciéndome firme pero dulcemente: “Joni, ¿qué vas a hacer con esto? ¿Qué harás con esta actitud? Es
incorrecta. El pecado es incorrecto. Tienes que deshacerte de él”. Pero yo prefería mi pecado porque aún estaba
herida. Prefería mis comentarios malhumorados, sarcásticos y mezquinos, gruñéndole a las personas cuando
entraban y dejando que la comida se me saliera de la boca junto con la saliva. Esos eran pecados que ya había
hecho míos.
¿Sabes cómo es cuando te apropias del pecado? Lo haces parte de tu casa, de lo familiar; lo domesticas; lo
escudas del escrutinio del Espíritu. Yo no quería dejar ir ese sentimiento enfermizo, de extraña comodidad que
me producía mi propia miseria.
Entonces Dios me ayudó. La primera semana de las tres que debía estar boca abajo, viendo el piso, esperando
que mi espalda sanara, me dio un catarro muy fuerte. Y de repente, no poder moverme no era nada comparado
a no poder respirar. Me daba claustrofobia. Sufría, luchaba por respirar, sin esperanza; todo se había perdido.
Caminando en retroceso, peor que antes.
Y me quebranté. Pensé: “No puedo con esto. No puedo vivir de esta manera. Prefiero morir que enfrentar esto”. No
me daba cuenta de que estaba repitiendo lo que había dicho Pablo, quien en 2 Corintios 1:8 dice: “Estábamos
tan agobiados, bajo tanta presión, que hasta perdimos la esperanza de salir con vida”. Ciertamente Él aún tenía en su
corazón la sentencia de muerte. “Oh Dios, no tengo fuerzas para enfrentar esto. Prefiero morir, ayúdame”. Esa era mi
oración y mi angustia.

Dios puede levantarnos de la desesperación


Esa semana mientras seguía en el hospital boca abajo viendo el suelo, me visitó una amiga. Puso una Biblia en
una silla frente a mí, colocó mi puntero de boca en mi boca para poder darle vuelta a las páginas y me pidió que
buscara el Salmo 18. Ahí leí: “En mi angustia invoqué al Señor; clamé a mi Dios, y Él me escuchó desde su tem-
plo; ¡mi clamor llegó a sus oídos! La tierra tembló, se estremeció… Por la nariz echaba humo… Rasgando el cie-
lo, descendió… Extendiendo su mano desde lo alto, tomó la mía…Me libró”. Y aquí está la mejor parte: “Porque
se agradó de mí” (Véase Salmo 18:6-19).1 Yo había orado para que Dios me ayudara. Poco sabía que Dios partía
el cielo y la tierra, entre granizos y carbones encendidos, sacudiendo el fundamento del planeta para alcanzar-
me y rescatarme porque se deleita en mí. Me mostró en 2 Corintios 1:9 que todo esto había sucedido “para que
no confiáramos en nosotros mismos sino en Dios”. Eso era lo que Dios buscaba. Él quería que yo me viese como
muerta, muerta al pecado, porque si Dios puede levantar a los muertos, tenía que creer que Él podía levantarme
a mí de la desesperación. Él sabría qué hacer en este momento y lo había hecho por casi cuatro décadas.

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Encontrándome con el sufrimiento bajo los términos de Dios


No nos engañemos, ese no fue un incidente aislado. No dejé mi desesperación en ese hospital. No, la desespera-
ción es parte de la vida de un cuadripléjico cada día de su vida. Para mí, el sufrimiento sigue siendo el martillo
que rompe las rocas de mi resistencia diaria. Es todavía el cincel que Dios utiliza para romper mi auto-suficien-
cia, auto-motivación y mi auto-consumo. El sufrimiento todavía es el perro ovejero que sale a mi encuentro y
ladra a mis pies, llevándome por el camino al calvario por donde de otra forma no iría. Mi naturaleza humana,
mi carne, no quiere soportar las pruebas como buen soldado (2 Tim. 2:3), seguir el ejemplo de Cristo (1 Pe. 2:21)
o darle la bienvenida a las pruebas como si fueran amigas.
No, mi carne no quiere regocijarse en el sufrimiento (Rom. 5:3) ni ser santa como Él es santo (1 Pe. 1:15).
Pero es en el calvario, en la cruz, donde me he encontrado con el sufrimiento bajo los términos de Dios; y esto
sucede casi cada mañana. Por favor sepa que no soy experta en esto de la silla de ruedas, no soy una experta en
cuadripléjicos. Hay tantas mañanas cuando me despierto y puedo oír a mi amiga entrar por la puerta principal
porque viene ayudarme a levantarme y a prepararme para el día. Ella va a la cocina, coloca la tetera y empieza a
hacer el café. Yo sé que en unos minutos entrará a la habitación, donde me saludará muy feliz: “¡Buenos días!” Y
yo estoy ahí acostada con mis ojos cerrados, pensando: “Oh Dios, no puedo hacer esto; estoy tan cansada. No sé como
sobreviviré hasta el almuerzo. Oh Dios, ya estoy pensando en lo bien que se sentirá cuando me vuelva a acostar y coloque mi
cabeza sobre la almohada”.
Estoy segura de que usted se ha sentido así en algún momento o quizás se siente así cada mañana. Pero
el Salmo 10:17 dice: “Tú, Señor, escuchas la petición de los indefensos, les infundes aliento y atiendes a su clamor”. “Tu
Señor”, oro a menudo por las mañanas, “Dios, no puedo hacer esto. No puedo hacer esto que se llama cuadri-
plejia. No tengo recursos para esto. No tengo fuerzas para esto, pero tú sí. Tú tienes recursos. Tú tienes fuerza.
Yo no puedo con la cuadriplejia, pero todo lo puedo en Cristo que me fortalece [Fil. 4:13]. No tengo sonrisa
para esta mujer que entrará a mi dormitorio en un momento. Ella podría tomar café con otra amiga, pero me
ha elegido a mí para ayudar a levantarme. Oh Señor, por favor ¿me puedes prestar tu sonrisa?”
Y tal y como promete, Él escucha el clamor de los afligidos y aún antes de que sean las 7:30 de la mañana
ya ha enviado gozo directamente del cielo. Luego, mi amiga entra por la puerta con esa taza de café hirviendo
y la saludo con un feliz… ¡Hola!... prestado de Dios.
Ustedes también fueron llamados para esto. A esto fuimos llamados porque Cristo sufrió por usted, deján-
donos este ejemplo a seguir. Él sufrió la cruz por el gozo que fue puesto delante de Él. (Heb. 12:2). ¿Debemos
esperar hacer menos? Entonces, venga y únase a mí; haga alarde de sus aflicciones. Deléitese en sus enferme-
dades. Glorifíquese en sus debilidades porque entonces sabrá que el poder de Cristo reposa en usted (2 Cor.
12:9). Puede que tenga todo tipo de discapacidades, pero no está abatido. Puede que esté perplejo, pero no está
desesperado. Puede que esté en el suelo, pero no está fuera de la pelea. Porque dice en 2 Corintios 4:7-12 que
cada día experimentamos algo de la muerte del Señor Jesucristo, para que también podamos experimentar el
poder de la vida de Jesús en estos cuerpos que tenemos.
¿Sabe quiénes son las personas realmente discapacitadas? Ellos son, y muchos de ellos son cristianos, los
que oyen la alarma a las 7:30 de la mañana, salen de la cama, toman un baño rápido, se atragantan con su
desayuno y salen corriendo por la puerta. Hacen todo esto en piloto automático sin detenerse para reconocer
a su Creador, su gran Dios que les da vida y fuerza cada día. Cristiano, si usted vive de esa manera, ¿sabe que
Santiago 4:6 dice que Dios se opone a usted? “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes”.
¿Y quiénes son los humildes? Son personas humilladas por sus debilidades. Personas con sondas en las
piernas cuyas bolsas gotean en las alfombras nuevas. Personas inmovilizadas que deben de ser alimentadas,
limpiadas, vestidas y cuidadas como infantes. Personas que una vez fueron activas ahora lisiadas con afliccio-
nes y dolores crónicos. Dios se opone al orgulloso pero da gracia al humilde, de forma que sométanse al Señor.
Resistan al diablo, que no hay nada que le agrade más que desalentarle y robarle su gozo. Resista al diablo y él

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huirá. Acérquese a Dios en su aflicción y Él se acercará a usted (Santiago 4:6-8). Tome su cruz todos los días y
siga al Señor Jesús (Lucas 9:23).
Debo explicar esta última declaración. Quiero que sepa que cuando yo tomo diariamente mi cruz, no me
refiero a mi silla de ruedas. Mi silla de ruedas no es mi cruz. Tampoco lo es su bastón, ni su andador para ca-
minar. Tampoco lo es su trabajo sin salida o sus suegros parcos. Su cruz no son sus dolores de migraña ni su
infección de sinusitis, ni sus huesos tullidos. Esa no es su cruz. Mi cruz no es mi silla de ruedas, es mi actitud.
Su cruz es la actitud que tiene hacia ese trabajo y hacia sus suegros. Es su actitud acerca de sus dolores.
Cualquier queja, murmuración, disputas, ansiedades, preocupaciones, resentimientos o algo que indique que
hay un torrente de amargura, estas son las cosas a las que Dios nos llama a morir de forma cotidiana. Porque
cuando lo hago no me convierto como Él en su muerte (o sea, tomar mi cruz y morir por el pecado por el que
Él ya murió en su cruz), sino que el poder de la resurrección mata cualquier duda, temor, murmuración y dis-
puta. Y yo tengo la oportunidad de ser como Él en esta vida. Yo puedo experimentar la íntima comunión de
compartir sus sufrimientos, la dulzura y la preciosura del Salvador. Me convierto en santidad como Él es santo.
“Oh Señor, me llenarás de alegría en tu presencia” (Hechos 2:28).
Ser santos es estar en la presencia de Dios. No es vivir sin pecado, sino pecar menos. Dejar que el sufri-
miento lo lije hasta la médula, revelando la esencia de la cual estamos hechos. Y nunca es bonito, el pecado que
dejamos entrar, domesticamos e intentamos convertir en nuestro, nunca es agradable, ¿no? ¡No! El sufrimiento
limpia esas cosas como con arena, dejándonos desnudos y vulnerables.

Encontrando el gozo bajo los términos de Dios


Es cuando su alma ha sido limpiada, cuando se siente desnudo y sin fuerzas que puede unirse más al Salvador.
Y en ese momento no sólo se encuentra con el sufrimiento bajo los términos de Dios, sino que se encuentra con
el gozo bajo los términos de Dios. Y luego Dios, como lo hace cada mañana cuando clamo a Él a las 7:30, feliz-
mente comparte su felicidad, su gozo que rebalsa las puertas del cielo, llena mi corazón con fuentes de deleite,
que siempre fluyen como corrientes que inundan a otros con aliento, y luego vuelven al trono en una fuente
espontánea de alabanza. Él hace que su corazón lata por el cielo. Le inyecta paz, poder y una perspectiva nueva
de su ser espiritual. Él da una nueva visión sobre sus pruebas. Él pone un canto nuevo en su corazón.
Yo experimenté este tipo de emoción hace unos años cuando estaba en Tailandia. Soy la representante de
la directiva de personas con discapacidad ante la Comitiva de Lausana para la evangelización mundial, y ese
año se reunieron 36 representantes del ministerio de discapacidades alrededor del mundo, la mayoría también
con discapacidades, en la conferencia de Lausana en Tailandia. Había una alta y hermosa africana del Camerún
llamada Nungu Magdalene Manyi, una sobreviviente de polio cuya labor es rescatar a otros niños con disca-
pacidad abandonados a las orillas de los ríos, ya que la discapacidad es vista por los médicos locales como una
maldición o un mal presagio. El pastor Noel Fernández, ciego, que usa su bastón blanco, vino desde Cuba. The-
rese Swinters, otra sobreviviente de polio en silla de ruedas, se nos unió desde Bélgica. Estaba Carminha Speirs,
desde Portugal, caminando con sus muletas. Llegamos de todas partes del mundo, 36 de nosotros. Y estábamos
celebrando el tipo de cosas de las que he hablado en este capítulo, de cómo nos gloriamos en nuestra aflicción
y nos gloriamos en nuestra debilidad.
Al final de la semana estábamos muy felices, nuestro grupo de individuos con discapacidades notó que los
que asistieron a la conferencia no se la pasaban muy bien. El ambiente de la conferencia estaba un poco car-
gado, como en las conferencias donde ejercitamos la teología unos con otros en vez de vivirla unos con otros.
Bueno, nuestro equipo la pasaba tan bien alabando al Señor que nuestro gozo rebalsaba en nuestros talleres.
Inundaba los pasillos, se derramaba por el suelo del hotel. Y sin percatarnos, ahí estábamos en el lobby de un
hotel lujoso, como una procesión de alabanza, cantando: “Marchamos a la luz de Dios, marchamos a la luz de
Dios”. Desearía que me hubiera oído cantar y que me hubiera visto bailar. Nuestra procesión de alabanza era

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un despliegue audiovisual de 2 Corintios 2:14-15: “Sin embargo, gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva
triunfantes y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento”.
Como puede ver, somos para Dios la fragancia de Cristo. El mundo no puede ver cómo Jesús soportó el
sufrimiento con gracia porque no está aquí en la Tierra, pero usted y yo sí lo estamos. Y podemos llenar en
nuestra carne lo que hace falta de su aflicción (Col. 1:24), y al hacerlo, nos convertimos en la dulce fragancia,
ese perfume, ese aroma de Cristo para Dios. ¡Qué gran bendición, privilegio y honor! ¡Qué emoción! Y si yo
voy a recordarle al Padre el sufrimiento de su precioso Hijo, si voy a seguir sus pasos, entonces sufriré a su lado,
tomaré mi cruz a diario y le seguiré. Esto es un don.
“Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha
sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado” (1 Pe. 4:1). Estoy tan contenta porque el apóstol Pablo incluyó eso,
porque sin eso miraríamos el sufrimiento y pensaríamos que esto justifica la amargura, la preocupación, la
auto-indulgencia o algún otro pecado, porque nos lo hemos “ganado”. Pero no utilice su aflicción como una
excusa para pecar. En lugar de eso “el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado”. Para que podamos
soportar las pruebas como un buen soldado (2 Tim. 2:3). Podemos darle la bienvenida a una prueba como a un
amigo. Podemos enfrentar el fuego que está a punto de encenderse (1 Pe. 4:12). Podemos regocijarnos en la es-
peranza de la gloria de Dios (Rom. 5:2). Y no sólo eso, sino que podemos regocijarnos en nuestros sufrimientos
porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia (Rom. 5:3).

La esperanza nunca decepciona


Mañana despertaré (voy en un viaje hacia África de Wheels for the World de Joni y Amigos), y le garantizo que
estaré cansada, mi nuca me dolerá, mi espalda me dolerá, voy a decir: “Oh Señor, no creo que pueda tomar un
vuelo trasatlántico. Oh Dios, son 16 horas en un avión. No puedo hacer eso. Jesús, no puedo hacerlo”. Pero sí
lo haré porque el sufrimiento produce perseverancia, y la perseverancia produce carácter, y el carácter produce
esperanza, y la esperanza nunca, nunca, jamás nos decepciona (Rom. 5:3-4). Nada nos puede decepcionar. Nada
puede robar su gozo en nosotros, y nada puede robar nuestro gozo en Él, ni la altura ni la profundidad de las
cosas por venir, pasadas ni la distrofia muscular ni la ostogenia imperfecta, ni una lesión en la espina dorsal, ni
esclerosis múltiple (Rom. 8:39), porque todas las cosas son tuyas (1 Cor. 3:21). Porque somos de Cristo y Cristo
le pertenece a Dios (1 Cor. 3:23). Por tanto, usted puede tener tristeza pero estar regocijado; puede no tener
nada y poseerlo todo (2 Cor. 6:10).

Dando esperanza a otros


Somos tan afortunados. Se nos ha dado tanta luz, tanto conocimiento. A todo el que se le ha dado mucho, se
le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún más (Lucas 12:48). Puedo tener una silla
de ruedas, pero hay 18 millones de sillas de ruedas alrededor del mundo. De manera que no puedo sentarme
aquí en los Estados Unidos y estar contenta. No, Ken y yo vamos a África con nuestro equipo de Wheels for the
World (Ruedas para el Mundo) para entregar no sólo sillas de ruedas ideales para el terreno, también biblias, y
daremos las buenas nuevas del Evangelio y entrenamiento para ministerios a personas con discapacidades en
las iglesias, propagando la noticia de que la parálisis cerebral no es una maldición de un brujo local. Comparti-
remos la luz de Jesús, que siempre habla la verdad, no sólo sobre la redención, sino también del raquitismo, no
sólo acerca de la expiación, sino acerca del autismo. Haremos que brille su luz. Pienso que se me ha dado tanto
que debo compartir mi bendición. Simplemente debemos dar esperanza a otros.
Debemos dar esperanza a personas como Gracie, con sus ojos cerrados, en UCLA, quien en este momento
quizás espere que Dios se la lleve a casa antes de su operación. A las personas como ella y como Beverly y Ron.
Beverly es una mujer que hace un tiempo me envió un correo electrónico:

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Querida Joni
Ya no tengo esperanza. [Pero me pregunto si] podría ayudar a mi esposo, Ron, que tuvo un acciden-
te el año pasado. Mi esposo es pastor. El accidente lo dejó cuadripléjico. Cuando volvió del hospital,
continuó pastoreando desde su silla de ruedas, pero dos meses después estaba de vuelta en el hospital
con una infección. Y ha habido muchas infecciones después de esa y muchas visitas al hospital.
Mi esposo, Ron, comenzó a deprimirse. Ahora ha renunciado a la iglesia y no sale de la cama. No
habla. Y si responde una pregunta, sólo dice: “No lo sé”.
Siento tanto su pérdida. No quiere ni encender las luces o la televisión de su habitación. No quiere
vivir y no le importa nuestra familia. No tenemos seguro médico. Parece que todos nos caemos por las
grietas. Mi esposo se siente inútil y sin esperanza. Necesitamos ayuda.

¿Cómo respondes a algo así? Bueno, respondí marcando el 411 y localicé el número de Ron y Beverly. Les
llamé y compartí con ella lo que había recibido de su correo electrónico. Finalmente le pregunté: “Habrá algu-
na esperanza que tu esposo, Ron, quiera hablar con una compañera cuadripléjica?” Ella quedó encantada con
el hecho de que me interesara en ellos, le tocó la puerta y él permitió que colocara el auricular bajo su oído. Y
aunque no respondía, le hablé un poco sobre el taller del cuadripléjico. Le hablé de las infecciones urinarias,
programas del intestino y sobre las dificultades respiratorias, y creo que oí un gruñido al otro lado del teléfono.
Yo quería avanzar de esos temas y pasar a temas de orden espiritual. Pensé, este hombre es pastor. Ciertamente
conoce la Palabra de Dios. Así que comencé a compartir con él ciertas Escrituras favoritas que me han sostenido
durante tiempos difíciles, por ejemplo, Santiago 1:2-4: “Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando
tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la
constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada”. Tam-
bién Romanos 8:18: “De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que
habrá de revelarse en nosotros”. Persistía el silencio del otro lado del teléfono. Le canté. Nada.
Finalmente, hice lo único que pensé que no había intentado antes. Le pregunté a Ron si alguna vez había
visto una película llamada: “La redención Shawshank”.
“Sí, sí la he visto”, dijo él. Yo no lo podía creer, me había respondido. “Bueno Ron, ¿recuerdas la parte en
que Red encontró la carta de Andy Dufresne? ¿Recuerdas qué decía?” “Yo… yo creo que sí. ‘La esperanza es una
cosa buena, quizás la mejor de todas. Y las cosas buenas no mueren’”
“Ron, hay unos 10 mil cuadripléjicos más en todos los Estados Unidos, sin mencionar cuántos hay fuera de
las fronteras de este país. Y todos ellos tendidos en sus camas esta mañana preguntándose si deberán de ocuparse
por vivir ó ocuparse por morir. Ron, yo voy a tomar la decisión de ocuparme en vivir. ¿Quieres unirte a mí hoy?”
“Sí señora, sí deseo”.
“Te felicito Ron, porque ahora estás en la feligresía de compartir no sólo mi sufrimiento, sino también el su-
frimiento de Cristo. Y Él te dará la gracia un día a la vez, un día a la vez. Suficiente mal, pruebas y problemas
tenemos el día de hoy”.
Me pasó a su esposa de nuevo y comencé a contarle acerca de nuestros retiros familiares. Le pregunté: “Be-
verly, ¿crees que podrías llevar a tu esposo Ron a uno de nuestros retiros familiares?” Le prometí que nuestra
oficina cubriría sus gastos, lo cual siempre hacemos con las familias que luchan con gastos médicos. Y cierta-
mente, ese verano Ron y Beverly fueron al retiro familiar de Joni y Amigos en Texas. Poco después de volver a
casa, recibí otro correo de parte de Beverly:

Querida Joni,
Ron me pidió que me asegurara de escribirle, porque estos últimos meses han sido maravillosos. El
campamento fue una gran bendición, creo que no nos habíamos dado cuenta de cuánta bendición ha-
bía sido hasta que volvimos a casa. Hemos hecho nuevos amigos que durarán toda la vida. Ron quiere

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encontrar cosas que puede hacer que le ayuden a salir más de la casa. Le dije que cuando se sienta listo
podemos subirnos a nuestra casa rodante para ministrar su testimonio por todos los Estados Unidos.
Por primera vez en un año, no dijo que no. Sonrió, Gracias. Tenemos esperanza.

“La esperanza es algo bueno, quizás la mejor de todas. Y ninguna cosa buena muere”. Pero vivimos en un
mundo obscuro y enfermo que está bajo la maldición del pecado. El infierno es real. Y Dios no le debe nada a
este planeta rebelde; sin embargo, ¿no es bueno saber que tenemos un Dios de amor que no quiere que nadie
se pierda? Y Él se ha determinado a convencer a este mundo sarcástico y escéptico de su poder para salvar, sus
habilidades para sostener y su deseo de compartir su esperanza.

A la miseria le gusta la compañía pero al gozo le encanta el público


Se nos ha dado tanto. Jesús dijo: “A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos; pero a ellos no”
(Mateo 13:11). Y: “A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún
más” (Lucas. 12:48). Dios nos manda a ir a las calles, callejones, a las carreteras y a todos lados. Él nos manda a
que encontremos al pobre, al ciego, al que padece una discapacidad, al cojo y les ayudemos a ocuparse de vivir
porque a la miseria le gusta su trabajo, pero al gozo va mucho más. Y al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo les
encantan las multitudes gozosas, que los corazones estén llenos y rebosen en medio de un mundo sediento,
deshidratado y sin esperanza. Ellos necesitan ayuda de parte del Dios del cielo. El plan del Padre, Hijo y el Espí-
ritu Santo es rescatar a los seres humanos. El Padre convoca a su pueblo, a su heredad que es pura, perfecta y sin
mancha, a unirse a Él en el río del gozo y al torbellino del placer. Él está determinado en reunir almas felices y
contentas que ambicionen adorarle eternamente en el gozo del Espíritu Santo. Dios es amor y el deseo del amor
es empapar con deleite a aquellos que han sido partícipes de los que comparten los sufrimientos de su Hijo.
Y pronto, quizá más pronto de lo que pensamos, el Padre, Hijo y el Espíritu Santo obtendrán su deseo.
Quizá más pronto de lo que pensamos Dios cerrará la cortina del pecado y el sufrimiento, la muerte y la enfer-
medad, y entraremos en lo que será como las cataratas del Niágara en el cielo.
Un día yo dejaré esta silla de ruedas. No puedo esperar. Puedo haber sufrido con Cristo en la Tierra, pero un
día voy a reinar con Él. Quizá he probado los dolores de la vida en este planeta, pero un día comeré del árbol
de la vida en los placeres del cielo y todo sucederá en un abrir y cerrar de ojos. El triunfo del Señor sobre este
mundo será cuando levanten el velo de nuestros cinco sentidos, le veremos y seremos como Él, y veremos a todo
el universo delante de nuestros ojos.
Creo que inicialmente el impacto del gozo que caerá sobre nosotros como cascada de amor y placer, que es
la Trinidad, nos quemará con la novedosa iluminación de nuestra propia glorificación, y en el siguiente instan-
te sentiremos paz. Nos empapará el deleite. Nos sentiremos en casa como si siempre hubiéramos estado allí,
como si hubiéramos nacido en ese lugar, ¡porque así es!
Yo alzaré mi mirada y caminando hacia mí estará mi esposo, Ken. Yo sé que Él me ama en la Tierra, pero
sólo soy una muestra, un presagio de la Joni que seré en el cielo. Cuando Él me vea dirá: “De manera que esto es
lo que amaba de ti en la Tierra todos estos años”. Y veré a Ron y Beverly caminando a mi lado, las capacidades
de sus almas extendidas por causa del sufrimiento, estiradas por el gozo, placer, adoración y servicio en el cielo.
Sus almas estarán engrandecidas y ensanchadas porque eligieron gloriarse en su aflicción en vez de sumergirse
en su tristeza y autoconmiseración.
Es mi oración que Jesús vea a Gracie y le diga: “Te conozco. Tú viniste a mí como la mujer de la hemorragia,
sin fuerza humana y sentí que salió poder de mí, y te toqué y te di gracia sobre gracia”.
Romanos 8:18 dice que nuestro sufrimiento actual no es comparable con el gozo que nos será revelado. He
compartido esto antes, pero debo decirlo de nuevo. En realidad espero poder llevar la silla de ruedas al cielo. Yo
sé que teológicamente esto es incorrecto. Pero espero poder traerla y colocarla en una esquinita del cielo y luego

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en mi cuerpo nuevo, perfecto y glorificado, parado sobre piernas glorificadas, me pondré al lado de mi Salva-
dor, sosteniendo sus manos con las cicatrices de los clavos. Y le diré: “¡Gracias Jesús!” Él sabrá lo que le quiero
decir, porque me conoce. Me reconocerá de entre la multitud que ahora comparte sus sufrimientos. Y yo diré:
“Jesús, ¿ves esa silla de ruedas? Tenías razón cuando dijiste que en este mundo tendríamos pruebas, porque esa
cosa me dio muchos problemas. Pero mientras más débil estaba en esa cosa, más me apoyaba en ti para recibir
fuerzas. Y mientras más me apoyaba en ti, más descubría lo fuerte que eres. Nunca hubiese sucedido si no me
habría herido con la bendición de esa silla de ruedas”.
Entonces el verdadero carnaval de alabanza se iniciará y toda la Tierra se unirá a la celebración. En ese mo-
mento Cristo abrirá nuestros ojos a la gran fuente de gozo que hay en su corazón mucho más allá de lo que
hemos experimentado en la Tierra. Y cuando seamos capaces de dejar de reír y llorar, el Señor Jesús limpiará
nuestras lágrimas. Me parece muy conmovedor que cuando pueda usar mis brazos para limpiar mis lágrimas,
no tendré que hacerlo, porque lo hará Dios.
La esperanza puede que sí sea una de las mejores cosas porque Romanos 5:2 dice: “Así que nos regocijamos en
la esperanza de alcanzar la gloria de Dios”. Me emociono tanto al pensar cómo la Trinidad anticipa silenciosamen-
te ese maravilloso día cuando nosotros, la novia de Cristo, pura y sin mancha, nos unamos a ellos y nademos
con ellos en el río del placer. Me regocijo en esa esperanza, la esperanza de que Dios sea glorificado en sí mismo
y que tengamos la oportunidad de conocerle. La esperanza que tenemos es la única esperanza: la esperanza
de bendición, la gloriosa aparición de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo (Tito 2:13). Es por Jesús que hemos
soportado todo este sufrimiento y por la dulzura de unir nuestro corazón con el de Él en esa intimidad tan
preciosa.
¿Es difícil encontrar la esperanza? No lo creo. Nuestra esperanza es el deseo de las naciones. Nuestra espe-
ranza es el Sanador de los corazones rotos, el Amigo de los pecadores, el Dios del aliento, el Padre del consuelo,
el Señor de la esperanza. Y es mi oración que los ojos de su corazón se puedan iluminar para que conozca esta
esperanza a la que Él nos ha llamado.

Publicado original en El sufrimiento y la soberanía de Dios, John Piper y Justin Taylor, Editores. Libros Crossway,
2006, pp.

NOTAS
1. A menos que se indique lo contrario, las citas de las Escrituras son de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional® Derechos Reservados © 1973,
1978, 1984 por la Sociedad Bíblica Internacional.
Utilizado con permiso de Zondervan Publishing House. Todos los derechos reservados.
2. 192-204. Usado con permiso de Joni Eareckson Tada, todos los derechos reservados.

Joni Eareckson Tada es la fundadora de Centro Internacional sobre la Discapacidad de Joni y Ami-
gos, un ministerio sin fines de lucro de alcance global. Un accidente en 1967 dejó a Joni, en aquel en-
tonces de 17 años, cuadripléjica en silla de ruedas. Desde entonces, la sabiduría de Joni y su influencia
ha sido compartida con el mundo a través de libros que han sido de los más vendidos en el mundo,
programas de radio y televisión, y conferencias. Su programa de radio es llevado a más de mil repetido-
ras y escuchado por más de un millón de oyentes. Joni es una reconocida artista y cantante. Ha servido
en el Consejo Nacional para Discapacidades y el Comité de Consejo para Personas con Discapacidad
del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

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