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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PATAGONIA SAN JUAN BOSCO

Facultad de Ciencias Jurídicas


Filosofía del Derecho

Estado, derecho y filosofía modernos. La revolución científica. Descartes.

Juan Manuel Salgado

(versión revisada de la clase del 13 de octubre de 2015, desgrabada por Axel Roman)

En la historia como disciplina se habla de la “edad moderna” de la civilización europeo occidental


distinguiéndola de la “edad media” y de la “edad contemporánea”. En la filosofía y en la historia
del pensamiento se habla más bien de “la modernidad” como de una época que habría
comenzado con aquella edad moderna pero que continúa hasta nuestros tiempos en donde
estaríamos en los umbrales de la “posmodernidad”. También se habla de la “ciencia moderna”
para ubicar a una serie de cambios sobre el conocimiento de la naturaleza que tuvieron lugar en
Europa a partir de los siglos XVI y XVII.

Entiendo que es necesaria un previo resumen del contexto histórico en donde nos ubicamos. Con
la división del Imperio Romano y con posterioridad al derrumbe del Imperio de Occidente (año 476
DC), subsistió el Imperio Romano de Oriente que tuvo su capital en Constantinopla (actual
Estambul, en Turquía) y una tradición, idioma, religión y hasta alfabeto diferentes. Justiniano, el
compilador del derecho romano, fue un emperador romano en Oriente, no en Roma. Ese Imperio
duró mil años más y en 1453 los turcos ocuparon Constantinopla concluyendo con las últimas
instituciones que quedaban del viejo Imperio Romano.

Algunos historiadores entienden que en ese momento puede situarse el comienzo de la edad
moderna en Europa. La caída de Constantinopla aisló a Europa occidental del comercio con
Oriente y a la vez produjo un cambio en los ambientes académicos occidentales cuando los sabios,
estudiosos, intelectuales y funcionarios que había en el Imperio de Oriente, se trasladaron y se
radicaron en las distintas ciudades de Europa occidental contribuyendo a una renovación
importante en el pensamiento.

Otros historiadores prefieren ubicar el inicio de la edad moderna en 1492 con la llegada de los
europeos a América porque este acontecimiento provocó enormes efectos en ambos lados del
océano. Desde el punto de vista europeo la dominación de América trajo como resultado una
inmensa trasferencia de oro y de plata a toda Europa que tuvo importantes consecuencias. En
primer lugar ocasionó un aumento del poderío europeo, sobre todo del español, en relación a la
civilización islámica. Antes de esa época Europa tenía un nivel político, una civilización material,
riquezas y desarrollo económico bastante inferiores a los del mundo musulmán.

Toda la costa norte de Africa, por ejemplo, era parte del imperio turco con un poder económico y
militar superior al del lado norte del mediterráneo. Esa diferencia se cambió en menos de cien
años debido a la apropiación europea de las riquezas americanas. El oro mexicano y la plata del
Perú incrementaron el poderío militar y económico y ya en 1571, en la batalla de Lepanto, la
armada de la “cristiandad” (mayoritariamente española) vence a la flota turca asegurando la
supremacía europea sobre el llamado viejo mundo. Otra consecuencia muy importante fue que
esas riquezas provenientes de América acrecentaron los capitales de los bancos y grandes
comerciantes facilitando el origen de una nueva forma civilizatoria asentada en la posesión de
capitales. La modernidad europea en este sentido fue resultado del saqueo de América.

Desde el punto de vista del derecho, la modernidad se identifica con el estado. Como aspecto
predominante de la modernidad en la institucionalidad política y jurídica está la emergencia de
una nueva forma de organización política que es el estado, el llamado “estado moderno”.

¿Cuál era en Europa la unidad política anterior al estado moderno? El reino medieval o germánico.

En ese reino el rey no era la conducción de un vasto aparato administrativo ampliamente


extendido, sino uno más entre los varios señores que dominaban cada región. Su “gobierno” era
una unidad política intermitente, importante sólo en las emergencias. Si había guerras los grupos
que se identificaban colectivamente a través de sus señores constituían un ejército y la cabeza de
ese ejército ponían al rey, el principal de los nobles. Terminada la emergencia el rey volvía a ser
sólo el más importante de los señores, pero no estaba situado en un nivel superior a ellos.

Vamos a comparar esta forma de organización basada en lealtades personales y de parentesco,


con un estado. El estado tiene un gobierno central que toma las decisiones en los diversos ámbitos
de la vida social que dirige (política, economía, ejército, etc.) y por debajo de ese gobierno hay una
estructura burocrática y administrativa pagada con fondos del estado que ejecuta esas decisiones
en los diversos niveles. Hay una policía que está instalada en todas las regiones y controla la vida
cotidiana, hay una administración de justicia que tiene jurisdicción en todo el territorio, hay un
sistema educativo, un sistema de salud y también los distintos sistemas de gestión de otras áreas
administrativas (vialidad, servicios públicos, cultura, seguridad social, etc.).

Esto no tiene nada que ver con lo que era el reino medieval. Ese reino medieval estaba constituido
por el rey, sus amigos, parientes y algunos empleados que recaudaban de lo que producían los
campesinos en la zona cercana. No había un poder centralizado en una amplia región como hoy lo
es el estado. La teoría actual identifica en el estado moderno lo que llama sus “elementos”: un
territorio, una población, el ejercicio del poder sobre ambos (el poder estatal se identifica con el
monopolio del uso legítimo de la fuerza) y una continuidad en el tiempo. Un poder central que se
ejerce de modo permanente y exclusivo sobre un espacio geográfico y sobre las personas que lo
ocupan. No era así el reino medieval, que admitía discontinuidades geográficas (e incluso
temporales) y en donde el poder real convivía en plano de igualdad con otras formas
institucionales (Iglesia, ciudades, nobleza, corporaciones).

Por eso, desde el aspecto que en filosofía y teoría del derecho, más nos interesa, lo que caracteriza
a la modernidad es la conformación de los estados. Esto es un proceso histórico que se va dando
de a poco en cada lugar, en cada región, de una manera diferente. Generalmente uno de los
nobles o uno de los reyes comienza a tener más poder que el resto y tiende a subordinar a sus
pares y a extender su poder territorial.

Nosotros hemos estudiado en la escuela algo del proceso de unificación estatal en España. Éste se
dio con la unidad de los principales reinos, el de Castilla y el de Aragón, a través del matrimonio de
sus titulares los “reyes católicos”, Fernando e Isabel. De a poco ambos reinos se van unificando en
una sola corona, una sola administración y una sola legislación real. Las formas en que se hizo esto
distan de ser románticas. Se ocupa e incorpora el último reino musulmán que quedaba en la
península (Granada). Se le va quitando autonomía a las ciudades. Se impone como única la religión
católica y se instaura una “justicia” para protegerla, la Santa Inquisición. Se expulsa a las personas
musulmanas y judías o se las obliga a la conversión religiosa. Se amplía el aparato administrativo y
militar para vencer las resistencias locales. También se extiende el poder para imponerse sobre los
idiomas regionales, porque uno de los instrumentos de dominación era el idioma del reino
dominante. Es en este proceso que en 1492 se establece la primera gramática castellana (el
idioma de Castilla). Durante el siglo XVI y a medida que España se apropia del oro y la plata
americanos, los sucesores de los reyes católicos, Carlos I y Felipe II, se encuentran con grandes
recursos económicos para imponer esta nueva forma de dominación, la dominación estatal, a
través de un cuerpo cada vez más extendido de funcionarios sobre todo un territorio que antes
era de reinos o regiones con variadas autonomías.

Este proceso no se dio de un día para el otro sino que se fue afianzando en el tiempo. Pero ya a
fines del siglo XVI España era un modelo de estado absoluto, es decir, un estado que había
dominado o subordinado a los poderes antes autónomos (territoriales, comunitarios, religiosos o
corporativos) y dispuesto su red de funcionarios representantes del rey por todo el territorio.

Lo mismo había ocurrido en Francia, en donde en la segunda mitad del siglo se acuñó el concepto
de “soberanía” como poder que no tiene a ningún otro por encima de él. En toda Europa los
procesos de centralización van modificando el escenario político. Lo que antes eran especies de
federaciones de regiones autónomas van siendo cada vez más dependientes de un poder central.
Y para que haya dependencia de un poder central tiene que crearse un aparato administrativo,
una organización burocrática, tiene que centralizarse la justicia y unificarse el derecho.

El derecho moderno nace a la par con el estado moderno como una de sus herramientas
principales. Antes de la centralización el orden jurídico se caracterizaba por la existencia de varios
derechos emanados de diversas fuentes y poderes. Los derechos de las ciudades, de las regiones,
de la Iglesia, de las corporaciones, por ejemplo, cada uno con sus formas de aplicación, sus
tribunales, sus jurisdicciones, coexistían con el derecho de los reyes que solía ser una derivación
del derecho romano.

Uno de los aspectos más importantes de este proceso de formación de los estados modernos
tiene lugar mediante la eliminación de la diversidad jurídica y la unificación de todo el derecho en
una sola legislación de origen real. La tendencia es a establecer un derecho cuyos caracteres
Kelsen expondrá cuatro siglos más tarde. Para Kelsen (1881-1973) el derecho se caracteriza por la
unicidad, lo que implica la supresión de todo “pluralismo” jurídico, el derecho es único, la fuente
hegemónica es la legislación estatal, las otras fuentes son subordinadas; la coherencia, que implica
que ese derecho único no puede tener normas que se opongan entre sí, adoptándose mecanismos
institucionales para solucionar mediante criterios uniformes los casos en que las normas, tomadas
aisladamente, se contradicen; la jerarquía entre las normas, que es paralela a la jerarquía de los
órganos estatales que las producen, y la plenitud, del sistema, o sea la afirmación de que ninguna
conducta escapa a la regulación por parte del derecho.
Estos caracteres del orden jurídico, enunciados por Kelsen a principios del siglo XX, ya se
encontraban pre configurados en el inicio de la formación de los estados y de la identificación del
derecho con el estado, cuatro siglos antes.

Todavía hoy tenemos en el vocabulario jurídico algo así como los “restos arqueológicos” de este
proceso. Un ejemplo claro aparece en el régimen recursivo procesal. En un proceso judicial los
recursos son una forma de cuestionar y buscar la modificación de una resolución judicial. Si se ha
dictado una sentencia y no estoy conforme con ella puedo apelar ante un tribunal de mayor
jerarquía. Todos los recursos que deben ser resueltos por un tribunal de grado superior se
denominan “recursos devolutivos”. Se llaman así por una sobrevivencia de la época de
centralización del derecho por el poder real, ya que al cuestionar la decisión de un tribunal y
solicitar que otro de mayor jerarquía lo considere, significaba que la jurisdicción “se devolvía” al
rey, una de cuyas funciones era ser el máximo juez. El rey distribuía su poder jurisdiccional en
numerosos jueces o tribunales de inferior jerarquía por razones de exceso de trabajo, pero
retomaba la jurisdicción cuando mediante un recurso se le pedía que resolviera. De allí que se
devolviera la jurisdicción al rey y por eso aún hoy los recursos ante un tribunal de grado superior
se llaman devolutivos, pese a que no sólo no hay más rey sino que además el poder judicial es
independiente del gobierno político. En este lenguaje arcaico del derecho procesal encontramos
esa unidad estatal que a veces se nos pasa por alto, que a veces no la vemos porque es tan natural
como el aire y nos damos cuenta de su existencia sólo cuando falta.

En el derecho anterior al estado los comerciantes tenían un derecho, cada región, cada ciudad,
cada aldea, tenían un derecho propio. Lo mismo la Iglesia. Es decir, había lo que hoy llamaríamos
“pluralismo jurídico”, no unicidad. No era un sistema coherente porque había distintos derechos y
si bien cada uno de ellos podía tender a la coherencia el conjunto no lo era. Tampoco era un
sistema jerarquizado ya que los distintos derechos convivían pero no necesariamente uno era
superior a todos. Ni había plenitud, puesto que no era un derecho centralizado que aspiraba a
gobernar todo. La idea de plenitud está ligada a la idea de gobierno, de ocupación completa de
territorio y de sometimiento de toda la población por parte del estado.

El reino medieval reflejaba más bien un mundo disperso, sin unidad central, sin estado. Ahí en ese
mundo lo “nuevo” que comienza a distinguirse y que mucho después caracterizaría a la
modernidad aparece con la creación de unidades políticas soberanas sobre amplios espacios
territoriales que monopolizan el poder mediante un solo derecho, un solo sistema jurídico que
vertebra ese estado. En los estados absolutos, que fueron los que primero aparecieron, el rey no
tenía límites legales en cuanto a sus resoluciones aunque era inevitable que tuviera límites de
hecho. Aún con gran capacidad de trabajo el monarca sólo podía adoptar algunas decisiones cada
día, pero la extensión del aparato administrativo hacía necesario que éste tomara decisiones miles
de veces en ese mismo lapso (por ejemplo mediante permisos, concesiones, sentencias, órdenes,
sanciones, etc.) y esto lo hacían los funcionarios inferiores al rey, jerárquicamente organizados en
distintas ramas. Y para que estos funcionarios no resolvieran del modo que se les ocurriera sino
que mantuvieran una unidad de criterio con el gobernante, el rey dictaba leyes, ordenanzas o
reglamentos, que establecían de manera general cómo esos funcionarios tenían que tomar las
resoluciones particulares en cada caso. Hoy llamamos a esta sujeción de los funcionarios a las
normas generales “principio de legalidad”, lo que significa obediencia o más bien seguimiento a
reglas previamente establecidas para la generalidad de los casos. Estas reglas y normas
constituyen un cuerpo que se considera “el derecho”, de modo que en el estado moderno, el
estado de funcionarios, se gobierna a través del derecho.

En un mundo de autonomías locales antiguas, pensemos por ejemplo en aldeas de alrededor de


mil habitantes, el aspecto de la legalidad no era importante porque las decisiones colectivas
podían adoptarse por discusión y consenso, caso por caso, por méritos personales, con
conocimiento de todas las características de una persona o de una situación. Pero una vez que se
establece el gobierno sobre una amplia región o territorio, sobre una población dispersa y
numerosa, y el poder se ejerce a través de una red jerarquizada de funcionarios, la única forma de
que éstos actúen de modo coherente y uniforme es la legislación superior, es a través de su apego
a la “ley” (entendida ésta como norma estatal de carácter general y obligatoria).

Nace así una forma de gobernar “mediante el derecho” que es lo específico del estado moderno.
El derecho penal es un claro ejemplo. Cuando un gobierno considera que un determinado tipo de
acciones debe ser prohibido, se establecen sanciones penales mediante le ley. También en el
derecho civil se plasman objetivos generales de gobierno. Por ejemplo, si se considera
conveniente por razones de política económica, promover la circulación de la propiedad de las
tierras, es decir, imponer a la tierra el mismo régimen de las mercancías, se dictará un código civil
en donde serán restringidas las formas compartidas de propiedad que dificultan su traspaso, se
facilitará la división por herencia tendiendo a la igualación entre los herederos y se orientará a la
coincidencia de la posesión con la propiedad, todas medidas que adoptó Dalmacio Vélez Sarsfield
(1800-1875), redactor del primer código civil argentino con aquel propósito en mira. Así en todo:
en el estado moderno las directivas de gobierno son eficaces si se traducen en una legislación que
implica innumerables decisiones particulares de los funcionarios inferiores (administrativos o
judiciales).

Tiempo después de los comienzos de este proceso de centralización del poder en el estado se
produce un movimiento democratizador, no para modificar la estructura estatal sino para que las
normas no pueden ser dictadas unilateralmente por el rey. Entonces cobran importancia los
parlamentos u órganos representativos en el establecimiento de la ley. Durante siglos, en los
distintos países, los cauces que han tomado las principales luchas políticas han sido alrededor de
una mayor o menor participación ciudadana en la elaboración de las normas y en la elección de las
personas que las producen y ejecutan. Pero la forma de la organización estatal sigue siendo
básicamente la misma: una estructura jerarquizada de funcionarios que se guían por un sistema de
normas. Eso es lo característico del estado y el derecho modernos.

Hasta hace muy pocos años, además, este proceso de formación y perfeccionamiento del estado y
del derecho era entendido como un progreso inevitable e irreversible puesto que se consideraba
que las instituciones políticas y jurídicas se orientaban cada vez más por la razón humana, que en
la modernidad se concebía –como veremos en otra clase- con las características de ser única,
universal y necesaria. Es por eso que uno de los fundadores de la sociología, Max Weber (1864-
1920), calificó a la forma estatal moderna de gobierno como “dominación racional”.

Sin embargo actualmente no se sostiene ese optimismo en un progreso indefinido de la razón ni


del estado. Para decirlo con los términos de un sociólogo contemporáneo, Anthony Giddens
(1938-…), hoy los estados constituyen en gran medida burocracias demasiado grandes para poder
solucionar los problemas locales que afectan el día a día de la gente y a la vez demasiado
pequeñas para poder solucionar los grandes problemas que la globalización ha ido colocando a un
nivel internacional. Paralelamente el derecho tampoco tiene hoy los mismos rasgos que
encontraba Kelsen en la mejor época del predominio estatal, ya que, por ejemplo, los tratados de
derechos humanos y los tribunales internacionales que los aplican se encuentran más allá del
orden jerarquizado interno de los estados y sin embargo tienen preeminencia sobre éste.
Advertimos esto cuando nos damos cuenta de que nuestra Corte Suprema en realidad ya no es
más “suprema” puesto que por encima de ella se encuentran los tribunales internacionales de
derechos humanos, especialmente la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cuyas
decisiones son obligatorias para nuestro país.

Pero volviendo atrás, alrededor de los siglos XVI y XVII europeos, cuando crece y se consolida el
sistema de estados. Podemos decir que en este proceso la conquista de América tuvo una
influencia particular, ya que si bien reinos con un cierto desarrollo burocrático habían existido
antes en Europa, no perduraron puesto que carecieron de poder económico para mantenerse. La
conquista de América, en cambio, puso en manos de los reyes, no sólo de los de España, una
enorme riqueza que les permitió ampliar la estructura de funcionarios delegados que necesitaban
para erigirse como poderes absolutos en sus territorios.

Otra importante consecuencia de la conquista de América, fue cómo España la gobernó a través
de una perfeccionada red burocrática, sin la necesidad (que tenía en Europa) de avanzar
lentamente por los compromisos continuos con los poderes medievales. El gobierno americano
por parte de España se realizó mediante funcionarios designados por el rey. En América no había
nobleza como en Europa, sino que la autoridad era de funcionarios reales, pagados por la corona y
controlados por la misma. En realidad el gobierno español en las Indias fue el primer “estado
moderno” porque se estableció de arriba a abajo sin respetar ninguna de las instituciones locales.
Se impuso sobre culturas, tradiciones, pueblos y lenguas diversos. La rápida conquista y dominio
de una población similar a la de Europa, gobernada a la distancia mediante una jerarquía de
normas y funcionarios, mostró la superioridad de la nueva forma de dominio y constituyó un
ejemplo de organización política eficiente que se extendió por todo el viejo continente.

Francia también había sido un reino con numerosos poderes locales, idiomas y derechos. Sin
embargo fue donde más perfectamente se construyó un poder centralizado que hizo que hasta
fines del siglo XVIII Francia fuera la principal potencia europea.

Por eso desde la filosofía y teoría del derecho debemos destacar como una de las principales
características de la modernidad, el establecimiento de una nueva forma de organización social, el
estado moderno burocrático.

No es el único de los aspectos que se consideran claves para distinguir a este período, propio de
los últimos siglos de la historia de Europa (y en la medida en que Europa dominó al resto del
mundo, cabe decir de la historia mundial). También se destacan, sobre todo en filosofía, el
predominio de la razón y el nacimiento de la ciencia.

Los cuatro aspectos que he mencionado, la primera “globalización”, la nueva institucionalidad


política y jurídica estatal, la racionalidad como fundamento del pensamiento correcto y la
dominación de la naturaleza mediante la ciencia, se encuentran todos muy relacionados entre sí y
es precisamente esta vinculación a la que nos referimos cuando hablamos de la modernidad, en
sentido histórico, político, jurídico, filosófico y científico.

En la próxima clase vamos a hablar de la razón o la racionalidad modernas. Se trata de la


perspectiva más general que caracteriza a la modernidad ya que a la razón se la supone el
“tribunal” que juzga el acierto o el error de cualquier área de la vida social. El derecho no escapa a
esto y la necesidad de establecer un derecho racional fue una de las aspiraciones permanentes
desde entonces.

Sin embargo, antes de tratar sobre la razón o racionalidad modernas vamos a considerar un
aspecto del escenario histórico en donde emergió, del que todavía no hemos hablado. Me refiero
al nacimiento de la ciencia moderna o lo que también se conoce como “la revolución científica”.

El profesor español Manuel García Morente, en sus clásicas “Lecciones preliminares de filosofía”,
distingue el contexto histórico en el que aparece la filosofía moderna como aquel en el que
produjeron dos descubrimientos decisivos a partir de los cuales los filósofos consideraron que
todo el conocimiento anterior era sospechoso de error. Él alude al “descubrimiento de la tierra” y
al “descubrimiento del cielo”.

El llamado “descubrimiento” de la tierra (con ojos europeos) es básicamente la conquista de


América a la que ya nos hemos referido. Agreguemos que con ella se da inicio a una expansión
colonial y dominación del mundo por Europa. A principio del siglo XVI Sebastián Elcano da la vuelta
al mundo por primera vez y empiezan a instalarse colonias españolas y portuguesas en América,
Africa, Oceanía y Asia. Posteriormente se establecen colonias inglesas, francesas y holandesas,
produciéndose una expansión europea hacia un mundo que era completamente distinto del
conocido hasta entonces. En un periodo relativamente corto, breve para una época en que los
cambios ocurrían lentamente (podemos decir alrededor de un siglo), la idea que tenían los
europeos de lo que era la tierra, cambió completamente.

Con el término de “descubrimiento del cielo” García Morente resume los inicios de la ciencia
moderna, de la denominada “revolución científica”, que es uno de los principales acontecimientos
que caracterizan a la modernidad.

La formación de una clase de estudiosos de la naturaleza se había ido incubando en las


universidades, un tipo especial de instituciones desarrolladas en Europa a partir del siglo XII, es
decir unos cuatrocientos años antes del período que estamos considerando. Las universidades
eran fundamentalmente lugares de estudios especializados de donde egresaban los funcionarios
que iban a posibilitar a la Iglesia Católica y luego a los reyes establecer estructuras
profesionalizadas de administración. De allí que los estudios jurídicos y teológicos hayan estado
entre las primeras áreas de enseñanza. Pero también en las universidades se aprendía filosofía,
lógica, matemáticas y física, tal como habían sido expuestas por los sabios griegos, especialmente
por Aristóteles, cuyos textos se incorporan a la enseñanza a partir del siglo XIII.

Las versiones de física y de astronomía en esa época eran bastantes distintas a lo que ahora
entendemos con esos nombres. La física que había escrito Aristóteles se refería a las cosas del
mundo terrestre abarcando lo que ahora comprendemos como biología, física, química, geología,
etc. Era todo lo que pasaba en la tierra ya sea en el mundo animal, vegetal o de las cosas
inanimadas. Los estudios tendían a la sistematización de observaciones pero no a la búsqueda de
leyes de la naturaleza y mucho menos, como ocurriría luego, a su formulación matemática.

Por otra parte la astronomía era algo completamente distinto de la física. Se entendía que el
universo estaba dividido en una esfera sub-lunar, que se refería a la tierra, y una esfera supra-
lunar, que abarcaba al cielo, que era un mundo perfecto regido por las matemáticas. En realidad la
astronomía era una parte de los estudios de matemáticas. Esta ubicación se origina en que ya
desde hacía más de 4000 años las distintas civilizaciones conocían que el movimiento de los
cuerpos celestes se podía calcular con precisión prediciendo en donde iban a estar situados en el
futuro. Estas observaciones siempre fueron importantes en civilizaciones que planificaban la
agricultura ya que la determinación precisa de los períodos del año permitía mejores rendimientos
en los cultivos. De allí que tanto los antiguos egipcios, como los sumerios o los mayas o aztecas,
poseyeran calendarios muy elaborados sobre la base de observaciones y cálculos matemáticos de
la posición del sol, los planetas y las estrellas.

Hasta el siglo XVI la concepción general de la astronomía consistía en lo que llamamos “sistema
geocéntrico”. Para esta idea la tierra era un punto fijo en el universo y todos los cuerpos celestes
giraban circularmente a su alrededor. Este sistema no era un disparate como ahora se piensa.
Permitió una gran cantidad de observaciones y cálculos astronómicos precisos. Pero sus mayores
problemas resultaron porque eran muy complejas las operaciones matemáticas que había que
utilizar para poder predecir el movimiento de unos pocos cuerpos celestes con trayectorias
sumamente extrañas, llamados por eso mismo “planetas” (vagabundos). De acuerdo a
observaciones que ya llevaban miles de años, estos planetas no se movían en círculo todo el
tiempo como lo hacían las estrellas, sino que regularmente parecían detenerse e incluso
retroceder, como haciendo “rulos”, lo que originaba que la predicción de sus trayectorias fuera
muy difícil y nunca se lograra completamente.

A mitad del siglo XVI el monje polaco Nicolás Copérnico (1473-1543), que en las universidades de
Italia había estudiado derecho, medicina, filosofía y matemáticas, y que se había dedicado luego
a la astronomía, sostuvo en un libro que se publica después de su muerte que el problema
matemático de la trayectoria de los planetas se puede resolver mejor si en lugar de pensar que la
tierra está fija, pensamos que lo que está fijo es el sol y que la tierra es un planeta más que gira
alrededor del sol. Dice que los “rulos” que se observan en los planetas son en realidad una ilusión
óptica nuestra porque los observamos creyendo que la tierra está inmóvil, son aberraciones que
se producen por creer que estamos quietos cuando en realidad estamos en movimiento. Este
sistema de Copérnico, que él apoyó con cálculos elaborados durante muchos años y que se
perfeccionaron después de su muerte, permitió una gran facilitación de las matemáticas del cielo.
Antes, el conocer todos los cálculos de los planetas cercanos que se movían en forma extraña era
sumamente complicado y a partir del sistema de Copérnico la observación se simplificó.

Pero aunque esta manera de plantear la astronomía facilitó mucho el estudio del cielo, creó una
serie de problemas filosóficos y teológicos en el resto de las áreas del pensamiento. Cuando se
creía que la tierra estaba fija en el centro del universo, la física terrenal no se relacionaba
demasiado con las matemáticas porque éstas sólo regían el mundo celeste que era “perfecto”.
Pero cuando se sostuvo que la tierra era uno más entre varios planetas que giraban alrededor del
sol, los estudiosos se plantearon que entonces la física de la tierra no podía ser una física
diferente, como se sostenía desde Aristóteles.

Aquí es donde hace su aparición un prestigioso intelectual y científico italiano, Galileo Galilei
(1564-1642), cuyo programa de investigación consistió en “traer” la física del cielo a la tierra y
estudiar las cosas terrestres mediante sus comportamientos matemáticos. Fue el fundador de la
física moderna o física matemática, cuyos fundamentos hoy aprendemos en la escuela secundaria.

Esto no sólo fue un cambio científico sino también filosófico. Galileo sostenía que las cualidades de
las cosas eran de dos tipos. Decía que había cualidades reales que estaban en las cosas mismas y
no dependían de nuestra apreciación: el peso, el volumen y el movimiento, por ejemplo. No
podemos concebir las cosas si no tienen por lo menos esas características, que son también
aquellos aspectos que se pueden medir matemáticamente. Las llamó “cualidades primarias”.

Pero las características que no tienen medida, como por ejemplo el color, el sabor o el olor, no
están en realidad en las cosas sino que son sensaciones subjetivas nuestras y las llamó “cualidades
secundarias”. Mediante esta distinción, que después tomarían casi todos los pensadores
modernos, quedaba establecido que más allá de lo que vemos, de las apariencias, la realidad sólo
está constituida por aquello que puede estudiarse mediante las matemáticas.

Decía Galileo que el mundo de la naturaleza estaba escrito en lenguaje matemático y sus
caracteres eran los triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin las cuales era imposible
entender ni una palabra. Con esta idea Galileo realizó numerosos experimentos acerca de las
trayectorias y la caída de los cuerpos así como de las relaciones entre el peso, la velocidad y el
movimiento, registrando numéricamente sus observaciones.

El francés René Descartes (1596-1650), al que trataremos más tarde como fundador de la filosofía
moderna, fue un destacado matemático (creador del sistema de coordenadas cartesianas
mediante el cual la geometría puede escribirse aritméticamente) que tomó el sistema de Galileo y
señaló otras regularidades matemáticas del mundo físico, entre ellas el llamado “principio de
inercia” que sostiene que todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme,
en tanto no opere ninguna fuerza sobre él.

El establecimiento de los principios generales de la física, que guiaron la investigación durante más
de doscientos años correspondió al académico, matemático y científico inglés Isaac Newton (1642-
1727), que en su libro “Principios matemáticos de la filosofía natural” determinó que todos los
cuerpos, tanto de la tierra como del cielo, se rigen en base a tres principios (inercia, fuerza y
acción y reacción) y una ley general de gravitación universal según la cual dos cuerpos se atraen
con una fuerza directamente proporcional a sus masas e inversamente proporcional al cuadrado
de la distancia que los separa. Mediante estas afirmaciones iniciales demuestra que las
observaciones matemáticas de Galileo sobre la caída de los cuerpos en la superficie de la tierra, así
como el movimiento de los planetas según Copérnico y los astrónomos posteriores, obedecen a
las mismas leyes matemáticas. Su obra, cuyos elementos todos estudiamos en la física del
secundario, tuvo un éxito enorme y orientó las investigaciones científicas en los siglos posteriores
y aún hoy se aplica en las diversas especialidades de ingeniería. Con esa publicación se cierra la
llamada “revolución científica” en el sentido de que se establecieron sin discusión posterior unas
bases matemáticas para el conocimiento de la naturaleza, completamente diferentes de las que se
tenían en cuenta poco más de cien años antes.

En su propia opinión Newton había mostrado cómo Dios ordenó el universo mediante un número
limitado de leyes racionales que se cumplen universalmente, tal como un gobernante perfecto
dirigiría su estado por medio de leyes de acatamiento generalizado.

Todos estos nuevos descubrimientos originaron una crisis de la filosofía tradicional, vinculada a
escenarios políticos y sociales de otras épocas. De allí que García Morente diga que el nacimiento
de la filosofía moderna muestra con claridad el vínculo entre las ideas y la realidad histórica.

La filosofía de Aristóteles, que era la predominante a fines de la edad media, se basaba en la


observación cotidiana y después sometía esta observación a la crítica. Era un realismo más
sofisticado o más elaborado que partía de sostener que la realidad es tal cual la vemos.

Sin embargo todos estos cambios en la concepción de la naturaleza hicieron que esa concepción
fuera problemática. Aunque parezca “natural” partir de las observaciones diarias resultaba que los
nuevos conocimientos habían puesto en duda esta forma de razonar. Por ejemplo, nosotros no
vemos moverse a la tierra, nosotros lo que vemos moverse es al sol, la luna y las estrellas. Confiar
en la verdad de los cálculos matemáticos de Copérnico más que en lo que nuestros sentidos nos
muestran a diario fue un cambio muy importante en el pensamiento. Este cambio establece una
distancia enorme entre lo que es el conocimiento de la realidad de las cosas y nuestra experiencia
cotidiana. Esta experiencia no nos refleja cómo es la realidad. Tenemos mejor conocimiento
mediante las matemáticas que mediante nuestros sentidos ya que lo cierto es que la tierra se
mueve aunque no lo experimentemos.

Este cambio produjo un descreimiento grande en las bases, principios y fundamentos que se
tenían como seguros hasta esa época. Y esta crisis del conocimiento llevó a los pensadores más
avanzados a buscar una filosofía coherente, que tuviera otro punto de partida y que no se basara
en conocimientos de “sentido común” que se habían demostrado falsos.

Todos los nuevos conocimientos ponían en cuestión la vieja filosofía. Ésta partía de los
conocimientos naturales, de los saberes inmediatos de la gente. Pero estaba demostrado que esos
conocimientos no eran ciertos.

Esta fue la preocupación de Descartes. Establecer un nuevo punto de partida para el pensamiento
filosófico. Un punto de partida del cual no se podía dudar que constituyese un conocimiento
indiscutible. Sólo a partir de allí podría el pensamiento ir razonando hacia conclusiones
verdaderas.

Descartes plantea como método a la duda. Dudar de todo lo que parece evidente y someterlo al
escrutinio de la razón. ¿Cuál puede ser entonces el punto de partida si todos los sentidos me
engañan, si todo lo que yo veo o todo lo que me parece cierto a primera vista es dudoso? En lo
único que puedo que confiar es en la razón pero para que la razón me conduzca a conclusiones
correctas tiene que partir de afirmaciones absolutamente ciertas, afirmaciones que no permitan
la duda sobre ellas, que sean lógica o racionalmente invulnerables. Hay que tener como principio
filosófico una afirmación de la que nadie pueda dudar, que sea imposible de refutar.
Descartes llega a la conclusión de que aquello de lo cual no se puede dudar de ningún modo es la
propia existencia individual, a partir de nuestra conciencia. “Pienso, luego existo” es el
razonamiento básico indubitable que tiene que servir como punto de partida. Si pienso es porque
existo. De ello no puede haber duda. Nadie puede discutirme como punto de partida que yo existo
porque pienso. No hay forma de negar esto.

Lo que yo piense puede ser totalmente equivocado, pero el hecho de pensar implica
necesariamente que existo. Es la razón y no los sentidos la que nos permite construir una nueva
filosofía sin los errores anteriores. Y la razón nos da la certeza absoluta de nuestra existencia
individual a partir de la conciencia. De modo que una filosofía que pretenda hacerse de nuevo sin
repetir los errores del pasado, sin tomar como evidentes afirmaciones de las que se puede dudar
aunque estemos acostumbrados a ellas, tiene que partir de la certeza de la existencia individual.

Ahora bien, este punto de partida aunque es muy firme resulta decididamente insuficiente. Una
filosofía tiende a dar una explicación del mundo y para eso es necesario “salirse” de la propia
conciencia individual. Descartes señala que la vía segura para hacerlo es mediante la razón. No
podemos dudar de aquello que a nuestra conciencia la razón presenta como evidente.

Y en este camino, en primer lugar deduce racionalmente la existencia de Dios. Lo hace con
argumentos que incluso para sus contemporáneos no resultaron tan claros como él sostenía
(aunque habría que reconocer que a principios del siglo XVII era bastante prudente eludir un
proceso por herejía evitando dudar de Dios).

El segundo paso para salir, para conocer racionalmente al mundo, es el razonamiento matemático.
Las matemáticas son ciertas y racionales, existen porque nosotros las pensamos y cuando las
utilizamos correctamente sacamos conclusiones son verdaderas. Conclusiones de las que no se
puede dudar ya que no derivan de las costumbres ni de la tradición ni de experiencias que pueden
ser engañosas. Pero ¿qué “mundo” es el que podemos conocer a través del conocimiento
matemático? Aquí retomamos aquel pensamiento de Galileo que sostenía que el libro de la
naturaleza estaba escrito en lenguaje matemático. El mundo al que nos asomamos a través de
nuestra razón es el mismo mundo de la ciencia moderna. Un mundo de figuras geométricas, de
magnitudes mensurables, de trayectorias regidas por funciones aritméticas. Si nuevamente
recuerdan la física moderna que aprendieron en el secundario verán que coincide con este
mundo. Aquí desaparecen la variedad y el colorido de la realidad tal como la vemos, que son
reemplazados por un universo de vectores, puntos, paralelogramos de fuerzas, etc. Un mundo en
donde sólo existen aquellas cualidades primarias que son tales porque se someten a una
descripción matemática. La “realidad” del pensamiento moderno es sólo aquella que puede ser
conocida racionalmente, científicamente. Kant será quien mejor explicará esto.

Aquí podemos concluir con Descartes. En las próximas clases veremos las consecuencias de esta
refundación de la filosofía mediante la duda metódica y la confianza en la razón.

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