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Fuente Ritter
Fuente Ritter
Aunque la tierra, como planeta, sea muy diferente de las representaciones a escala reducida
que de ella conocemos y que no nos dan más que una idea simbólica de su modelado, hemos
tenido que acudir a esas miniaturizaciones artificiales del globo terrestre para crear un
lenguaje abstracto que nos permitiese hablar de ella como un Todo. Así es, en efecto, y no
inspirándonos directamente en la realidad terrestre, como hemos podido elaborar la
terminología de las relaciones espaciales. Sin embargo, teniendo en cuenta que la red
matemática proyectada sobre la Tierra a partir de la bóveda celeste se ha convertido así en el
elemento determinante, esta terminología ha permanecido hasta ahora incompleta y no
permite actualmente una aproximación científica a un conjunto estructurado considerado en
sus extensiones horizontales y verticales o en sus funciones.
Existe una diferencia fundamental entre las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre:
por bellas, simétricas o acabadas que éstas últimas puedan establecer, un examen atento
revelará su falta de cohesión y su tosca trama. El tejido más fino, el reloj más elegante, el más
hermoso cuadro, el pulido más liso del mármol o de los metales nos reservaría, visto al
microscopio, semejante sorpresa. Inversamente, la asimetría y la apariencia informe de las
obras de la naturaleza desaparecen con un examen profundo. La lupa del microscopio hace
surgir en una tela de araña, en la estructura de una célula vegetal, en el aparato circulatorio de
los animales, en la estructura cristalina y molecular de los minerales, elementos y conjuntos de
una textura siempre más fina. Pero las obras de la naturaleza y las creaciones del hombre
difieren también por la amplitud y el carácter que se trasluce en su composición y en sus
funciones