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RUNES SANGUINIS / Racismo y Ciencia Ficción – Por Samuel R. Delany https://zothiqueelultimocontinente.wordpress.com/2011/11/02/runes-san...

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RUNES SANGUINIS / Racismo y Ciencia Ficción –


Por Samuel R. Delany

Escrito por Zothique

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(h ps://zothiqueelultimocontinente.files.wordpress.com/2011/11/samuel-r-delany.jpg)

El Racismo para mí siempre ha sido primeramente y sobre todo un sistema, soportado ampliamente por
condiciones económicas y materiales que obran en el campo de las tradiciones sociales. Así, a pesar de
que el racismo siempre se manifiesta a través de las palabras, acciones, sentimientos y decisiones de los
individuos, cuando nos damos el lujo de observarlo con más detenimiento [algo que nunca hacemos],
usualmente no veo necesario en culpar individualmente a las personas, ya sea blanco o negro, por sus
sentimientos, o incluso, por sus acciones específicas, siempre y cuando no crucen la frontera del crimen.

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Pues dichas acciones no son la que le otorgan solidez al sistema. Ellas no son las que promocionan o
reproducen el sistema. Ellas no constituyen los puntos donde los cambios más duraderos deben ser
introducidos en orden de modificar el sistema.

Para bien o para mal, a menudo soy considerado ser el primer escritor de Ciencia Ficción afroamericano.
Pero suelo ostentar esa etiqueta tan original con la misma incomodidad con la que cualquier escritor ha
ostentado la etiquete misma de Ciencia Ficción. Entre las filas de lo que ha menudo ha sido definido como
Proto Ciencia Ficción, se encuentran un buen número de escritores negros. M. P. Shiel, cuyas novelas
«Purple Cloud» y «Lord of the Sea» aún son leídas, era un mulato con algunos ancestros africanos. El
líder negro Martin Delany [1812-85, sin relación alguna], escribió su única y altamente imaginativa
novela, que todavía hoy puede encontrarse en los escaparates de Barnes & Noble, «Blake, or The Huts of
America» [1857], acerca de una imaginaria revuelta de esclavos exitosa en Cuba y América del Sur; que
guarda tanta relación a una historia alternativa de ciencia ficción como se pueda esperar. Otros escritores
negros cuyos trabajos ciertamente hacen frontera con la Ciencia Ficción incluyen Su&on E. Griggs y su
novela «Imperio Imperium» [1899], en la cual una sociedad secreta afroamericana, conspira para fundar
un estado negro separado apoderándose de Texas, y Edward Johnson, quien siguiendo el ejemplo de
Bellamy en «Looking Backward» [1888], escribió «Light Ahead for the Negro» [1904], que habla sobre un
hombre negro transportado a un Estados Unidos socialista en un futuro lejano. Creo haber escuchado a
Harlan Ellinson hacer el comentario de que conocemos docenas y docenas de tempranos escritores pulp
sólo de nombres: ellos desarrollaron su carrera totalmente por correspondencia; en un campo y durante
una era en la que los seudónimos eran la regla y no la excepción. Entre los «Remmington C. Sco&s» y los
«Frank P. Joneses», que abarrotaron las páginas de contenido de las primeras pulps, nosotros
simplemente no tenemos idea si uno, o tres o siete de ellos —o incluso muchos más— no eran negros,
hispanos, mujeres, nativos americanos, asiáticos o lo que fuera. La escritura es así.

Hacia el final del renacimiento de Harlem, el crítico social negro, George Schuyler [1895–1977], publicó
una ácida sátira «Black No More: Being an Account of the Strange and Wonderful Workings of Science in
the Land of the Free, A. D. 1933–1940» [The Macaulay Company, New York, 1931], la cual gira alrededor
de un tratamiento de tres días cuyo costo era cincuenta dólares y a través del cual las personas negras
podían volverse blancas. El tratamiento involucraba «un formidable aparato de reluciente níquel. Se
asemejaba a un cruce entre la silla de un dentista y una silla eléctrica». La confusión que esto causó a
través de los racistas americanos [así como en la misma población negra], le dio a Schuyler la
oportunidad de satirizar tanto a líderes blancos como a negros. [Si bien el mismo W. E. B. Du Bois fue
satirizado por Schuyler como el distanciado y hambriento de dinero Dr. Shakespeare Agamemnon Beard, Du
Bois, en su columna «The Browsing Reader» [en «The Crisis», marzo de 1931], consideró la novela como
«un trabajo extremadamente significativo» y, «una aguda, divertida y bien intencionada crítica del
problema negro en los Estados Unidos» que estaba destinada a ser «ampliamente incomprendida» ya que
esa era la suerte de toda sátira. La historia sigue la aventura de un dinámico negro, Max Dasher, y su
secuaz Bunny, que se vuelven blancos y se abren camino en un mundo que se encuentra patas arriba por
la cada vez más extendida ambigüedad racial y decepción. Hacia el clímax, los dos perpetradores
blancos del sistema que se han hechos ricos con su plan, son linchados por un grupo de blancos [en un
lugar llamado Happy Hill], quienes creen que los dos hombres son negros disfrazados. Si bien el
término no existe, aquí el «humor» se vuelve tan «negro» como para mostrar elementos no explícitos del
horror americano. Para esta escena, Schuyler simplemente usó los relatos de verdaderos linchamientos de
negros de la época, con sólo unos pocos cambios en la narración:

«Los dos hombres… se encontraban desnudos, sostenidos por fuertes y ansiosas manos de granjeros con
sus orejas y genitales cortados con una navaja… Algún bromista coció sus orejas en sus espadas y ellos
fueron liberados para que emprendieran la huida… pero fueron inmediatamente abatidos por las armas

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de la muchedumbre, entre la estruendosa risa de la congregación… Aún con vida, los dos hombres fueron
atados juntos a una estaca mientras pequeños chicos y chicas alegremente reunían pedacitos de papel,
ramitas y pequeñas varas, en lo que sus orgullosos padres buscaron leña, cajas, keroseno… El Reverendo
McPhule dijo una oración, el fuego fue encendido, las víctimas gritaron, y la muchedumbre emitió un
alarido de felicidad y el Reverendo McPhule sonrió con satisfacción… El olor a carne quemada permeó
el límpido aire del campo y muchas narices fueron distendida culpablemente… Cuando la parrillada
concluyó, los miembros más aventureros del rebaño del Reverendo McPhule se precipitaron hacia la
estaca y revisaron los dos cuerpos en busca de suvenires esqueléticos como dedos de las manos, de los
pies o dientes. Su pastor observó todo orgullosamente.»

¿Pudo haber sido esto demasiado para los lectores de Amazing o Astounding? Como lo es para muchas
personas negras hoy en día, tal relato, a pesar de la dicción pulp de los treinta, es muy especial para mí.
Entre las historias familiares entre las cuales crecí, una fue un relato de un linchamiento similar de una
prima mía a sólo una década más o menos antes del año en que la historia de Schuyler tiene lugar.
Incluso la ambigüedad racial de las víctimas de Schuyler está presente. Una mujer que parecía blanca, mi
prima tenía varios mese de embarazo y viajaba con su esposo mucho más oscuro cuando fueron
interceptados por hombres blancos [ya que ellos creían que el matrimonio era un cruce de razas], y
fueron linchados en una manera igualmente espantosa para mí: el cuerpo de su esposo fue similarmente
mutilado. Y su hijo ya no estaba en su vientre cuando sus cadáveres, como mi padre me contó el hecho
en los años cuarenta, fueron devueltos en una carreta al campus del colegio episcopal negro donde mis
abuelos eran administradores. Cientos y cientos de tales asesinatos fueron registrados en detalles por
testigos y participantes entre la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Y otros miles no fueron
registrados. [Billy the Kid declaró haber tomado parte en más de media docena de tales asesinatos de
«negros, mejicanos e indios», los cuales no fueron ni siquiera contados entre los famosos veintiuno
asesinatos de su adolescencia]. Pero este es sólo uno de los horrores desde el cual se levanta el racismo; y
hacia donde aún puede ir muy fácilmente.

En 1936 y 1938, bajo el seudónimo de «Samuel I. Brooks», Schuyler publicó dos historias largas en unas
63 entregas semanales en The Pi&sburgh Courier, un periódico afroamericano de Pennsylvania, sobre
una organización negra liderada por un tal Dr. Belsidus, quien planea conquistar el mundo; un trabajo
que Schuyler considera ser «tonto e insignificante en la expresión más pura». Schuyler era conocido por su
extrema postura política conservadora, si bien la trayectoria de ese conservadurismo fue muy similar a la
de Heilein. [Pero a diferencia de Heilein, el punto de vista de Schuyler sobre la Ciencia Ficción era tan
conservador como cualquier otra cosa sobre él]. El temprano periodo socialista de Schuyler fue seguido
por un posterior conservadurismo que el mismo Schuyler, al menos, no sentía que guardaba ninguna
contradicción con sus anteriores principios, a pesar de que él se unió a la John Birch Society a comienzos
de los años sesenta y escribió para su publicación, American Opinion. Su segunda historia sobre el Dr.
Belsidus no fue finalizada; y las dos no fueron coleccionadas en forma de libro hasta 1991 [«Black
Empire», por George S. Schuyler, ed. por Robert A. Hill y Kent Rasmussen, Northeastern University
Press, Boston], catorce años después de su muerte.

Desde que comencé a publicar en 1962, a menudo personas de todos los colores me han preguntado
cuál ha sido mi experiencia de prejuicios raciales en el campo de la ciencia ficción. ¿Ha sido inexistente?
De ninguna manera; definitivamente ha estado ahí. Como hijo de las protestas políticas de los cincuenta
y sesenta, le he contestado frecuentemente a las personas que hacen esa pregunta: mientras sólo existan
uno, dos o un puñado de nosotros, sin embargo, yo presumo, en un campo como el de la Ciencia Ficción,
donde muchos de sus escritores han surgido de la tradición judío-liberal, el prejuicio probablemente
permanecerá siendo una fuerza ligera; esto hasta que, digamos, los escritores negros comiencen a
representar el trece, catorce, quince o veinte por ciento del total. En ese punto, donde la competición

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podría ser percibida como teniendo cierta influencia económica, las probabilidades serán que tendremos
tanto racismo y prejuicios en este campo como en cualquier otro. Nos falta aún un largo camino para
hacer realidad esas estadísticas; pero nos estamos acercando.

Luego de ser mi estudiante por un corto periodo de tiempo en el Clarion Science Fiction Writers’
Workshop, Octavia Butler entró en el campo con su primera historia, «Crossover» en 1971, y con su
primera novela, «Pa&ermaster» en 1976; catorce años luego de que mi primera novela apareciera en el
invierno de 1962. Pero ella rememora su historia con profundidad y coraje. ¡Todo el mundo estaba muy
contento de verla! Luego de vender varia historias cortas, Steven Barnes, llamó por primera vez la
atención general con «Dreampark» y otras colaboraciones con Larry Niven. Charles Saunders publicó sus
novelas «Imaro» con DAW Books a principio de los ochenta. Incluso más recientemente, en el campo
colateral del horror, Tannanarive Due ha publicado «The Between» [1996] y «My Soul to Keep» [1997]. El
año pasado todos nosotros, excepto Charles, estuvimos presentes en la primera Conferencia de Escritores de
Ciencia Ficción Afroamericanos, patrocinada por la Clarke-Atlanta University. Este año la escritora residente
en Toronto, Nalo Hopkinson [otra estudiante del Clarion a quien tuve el placer de enseñar en el
Clarion así como de ayudar a despegar], publicó su premiada novela de ciencia ficción «Brown Girl in
the Ring» [Warner, New York, 1998]. Otro escritor afroamericano es el haitiano Claude-Michel Prévost,
un escritor francófono que publica en Vancouver, British Columbia. Como las personas me preguntan
qué ejemplos de prejuicios yo he experimentado en el campo de la Ciencia Ficción, me parece que este es
el momento de responder, si bien con un relato.

A sólo cinco días para cumplir mis 25 años, el 25 de marzo de 1967, mi sexta novela de ciencia ficción,
«Babel-17», ganó un Premio Nebula [en verdad fue un empate] de los Escritores Americanos de Ciencia
Ficción. Ese mismo día la primera copia de mi octava novela «The Einstein Intersection», estuvo
disponible en la oficina de mis editores. [A causa de una agenda de publicación, mi séptima novela,
«Empire Star», había precedido la sexta en ser imprimida en la primavera anterior]. En mi casa sobre
mi escritorio, al fondo de un apartamento que compartía en St. Mark’s Place, mi novena novela, «Nova»,
le quedaban menos de tres meses para ser completada.

El 10 de febrero, mes y medio antes de la premiación de marzo, en su estado parcialmente completado,


«Nova» había sido comprada por Doubleday & Co. Tres meses luego del banquete de premiación, en
junio, con el primer Nebula bajo mi correa, sometí a «Nova» —ya finalizada— para ser serializada al
famoso editor de Analog Magazine, John W. Campbell, Jr. Campbell la rechazó, con una nota y una
llamada telefónica a mi agente explicando que él no creía que sus lectores serían capaces de identificarse
con un negro como personaje principal. Ese fue uno de mis primeros encuentros directos, como escritor
profesional, con la resbalosa y siempre comercializada manera de prejuicio liberal americano: Campbell
no tenía nada en mi contra por ser negro, comprendes. [Existe una notable carta suya dirigida al escritor
de horror Dean KoonL, fechada un año o dos después, en la cual Campbell argumenta con toda seriedad
que una civilización negra tecnológicamente avanzada es social y biológicamente imposible…]. ¡No, no
piensen mal! ¡Seguramente no existía un solo hueso prejuiciado en su cuerpo! Es solo que yo había, por
pura casualidad, elegido escribir sobre alguien cuya madre era senegalés y cuyo padre era noruego, y
eran los pobres bien intencionados lectores, allá, en el corazón de américa, quienes, en 1967, se sentirían
muy incómodos. Todo fue manejado como si yo hubiese por casualidad vestido mi personaje principal
con un jacket de brocado púrpura para la cena. [En la llamada telefónica Campbell dejo bien claro que esta
era su única razón para rechazar el libro. Fuera de eso, a él más bien le gustó]. El brocado púrpura no era
atractivo para los compradores en esa temporada. Lo siento.

Hoy en día si algo como eso pasara, yo probablemente les daría la información a esas personas que
sienten que es su trabajo hacer del conocimiento público tan ampliamente como fuera posible tales cosas.
En la época, sin embargo, me lo tragué; una señal de como, tanto el tiempo como yo, hemos cambiado.

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Me dije a mí mismo que estaba demasiado ocupado escribiendo. La trayectoria más rentable para una
novela exitosa de ciencia ficción en esos días era salir a la luz serializada en una revista, luego pasar a la
publicación de tapa dura, y finalmente ser reimprimida como un paperback de mercado masivo. Si
estabas escribiendo una novela por año [o por decirlo, tres novelas cada dos años, lo que era entonces lo
que yo estaba promediando], esa era la única manera de aumentar tus ingresos anuales, en esa época, de
cuatro a cinco dígitos; y los cinco dígitos más bajo de la escala. Ese era el punto por el cual comencé a
darme cuenta que yo probablemente no iba a ser capaz de llevar la clase de vida [¡lo suficientemente
modesta!] que, sólo unos pocos meses antes, en el Banquete de los Premios, me permití visualizar. Las
cosas que me vi escribiendo en el futuro, yo ya lo sabía, iban a ser más controversiales todavía. El
porcentaje de brocado púrpura sólo iba a aumentar.

El segundo ejemplo de mi historia aquí, concierne a la primera vez que la palabra «Negro» me fue
dicha, como una referencia directa a mis orígenes raciales, por alguien en la comunidad de la ciencia
ficción. Comprendan que, desde finales de los treinta, esa comunidad, ese mundo ha sido
mayoritariamente judío, altamente liberal, y, con notables excepciones, inclinado hacia la izquierda.
Incluso sus representantes de derecha, Robert Heinlein o Poul Anderson [o, en verdad, Campbell], hubiesen
preferido ir a un partido de izquierda y tener una conversación amistosa con algún socialista inteligente
que en verdad codearse con las organizaciones de derecha y libertadoras las cuales ellos pudieron haber
soportado muy bien con capitales y, en el caso de Heinlein, con donaciones. El 14 de abril de 1968, un año
—y quizás— tres semanas después, fue la tarde del banquete de los próximos Premios Nebula. Dos
semanas antes, yo había cumplido 26 años. Ese año mi novela «The Einstein Intersection» [que se había
materializado como un objeto ese mismo día del año anterior], y mi historia corta «Aye, and
Gomorrah…», fueron ambas nominadas.

En esos días el banquete del Nebula era un asunto de saco y corbata con más de un centenar de
invitados en el restaurante de un hotel en una ciudad del medio oeste. Casualmente era un tiempo de
incertidumbre y trastorno en mi vida personal [lo cual, sospecho, es el equivalente a decir que yo era un
escritor de 26 años]. Pero esa tarde, mi madre, mi hermana, mi amigo así como mi esposa, me
acompañaban en la mesa. Mi novela ganó; y la presentación del lustroso trofeo Lucite fue seguido de un
incómodo discurso dado por un eminente miembro del SFWA.

Quizás ustedes ya hayan escuchado ese tipo de conversaciones gruñonas: ellas comienzan como lo hizo
esta: «Lo que estoy a punto de decir esta noche a muchos de ustedes quizás no les guste…», y continuó
castigando la organización por permitirse ser embaucada por [la frase fue, o era algo muy parecido]
«pretensiosas estupideces literarias», concediéndole un premio; y abandonando los viejos valores de la
buena, sólida y artesanal manera de contar una historia. Mi nombre no fue mencionado, pero era
evidente que yo era [junto a Roger Zelazny, que no estaba presente] el principal blanco de su ataque. Les
digo que fue una extraña experiencia, la de aceptar un premio en un salón lleno de personas en smoking
y vestidos de noche y entonces, desde el mismo estrado en el cual tú lo aceptaste, escuchar una
reprimenda de media hora de parte de una eminencia gris quien declara que ese premio es inmerecido y a
las personas que lo eligieron un grupo de estúpidos incautos. No es paranoia, yo conté más de una
docena de par de ojos meciéndose entre el orador y yo que continuaba con la trivialidad de premiar
trabajos como el mío y la tontería de los más de cien escritores que votaron por ella.

Como pueden imaginar, el aplauso fue tímido, molesto y desperdigado. Hubo más toses y arrastrar de
silla que batir de palmas. Hacia el final del discurso yo estaba empapado por el goteo de la mortificación
y preguntándome que había hecho para merecer esto. El maestro de ceremonia, Robert Silverberg, se
presentó en el pódium y dijo: «Bien, pienso que todos nosotros hemos sido puesto en nuestro lugar». Hubo una
irónica risita entre dientes, y el próximo premio fue anunciado.

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Y nuevamente fue para mí; por mi historia corta «Aye, and Gomorrah…». Para ese momento yo había
olvidado que estaba nominada. Por segunda vez esa noche me levanté y me dirigí al pódium a recibir mi
trofeo [se encuentra en un escaparate sobre mi escritorio a unos dos pies de donde escribo esto], pero,
aturdido por la vergüenza, se me ocurrió mientras caminaba hacia el frente del salón que debía decir
algo en mi defensa, si bien confusamente percibí que debía ser tan indirecto como el ataque. Con mi
franela mojada de sudor, bajo mi formal suéter de cuello tortuga deslizándose abajo y arriba a cada paso,
llegué al pódium y recibí mi segundo trofeo de la noche. Tomé el micrófono y dije, tan calmadamente
como pude: «Escribo las novelas y las historias que hago trabajando en ellas tan duro como sea posible para
hacerlas lo mejor posible. Que ustedes elijan honrarlas —y dos veces en una noche— es un hermoso gesto. Gracias».

Recibí una ovación de pie; si bien me di cuenta que fue en reacción tanto a la reprimenda dada por el
anterior orador como lo fue en apoyo a cualquier cosa que yo haya hecho. Caminé de regreso a mi
asiento, pero mientras pasaba una de las mesas, una mujer agente [no la mía] quien varias veces me
había escrito y apoyado mi trabajo, me tomó del brazo mientras pasaba y halándome hacia ella me dijo,
«¡eso fue elegante, Chip…!», mientras el aplauso continuaba. Al mismo tiempo sentí una mano en mi
otra manga —en el brazo que sostenía el trofeo Lucite de los Nebulas—, me volví y, era Isaac Asimov [a
quién había conocido por primera vez en el banquete del día anterior], sentado al otro lado y halándome
hacia él. Con una amplia sonrisa, totalmente saturada de ironía, se inclinó a mi oído y dijo: «¡Sabes Chip,
nosotros sólo te premiamos porque tú eres un Negro…!». [Esto fue en 1968 y el término «black» no era
aún de uso común]. Sonreí a mi vez [no había posibilidad de que él hubiera hecho el comentario
seriamente; en cualquier sentido sino el de intentar cortar a través de las muchas tensiones de la noche.
Aún así, una parte de mí volvió mis ojos silenciosamente al cielo y dijo: ¿En verdad necesito escuchar
esto justo en este momento?], y retorné a mi mesa.

Esta es la manera en yo interpreté sus palabras en ese entonces, y la manera en que las interpreto hoy;
en verdad, cualquier otra cosa sería una mala interpretación histórica, es que él estaba intentando hacer
uso de un absurdo evidentemente de mal gusto [él era famoso por eso] para disminuir algo de la
considerable ansiedad del salón esa noche; huelga decir que es un tópico masculino estándar. Pienso que
él trataba de decir que la raza probablemente tuvo muy poco que ver, o nada, en su mente o la mente de
otro escritor quienes votaron por mí.

Pero tales ironías cortan a través de muchas direcciones. No sé si Asimov comprendió que estaba
diciendo esto también, pero como un viejo materialista histórico, aunque sólo como fuera como un
pensamiento tardío, debió darse cuenta de que estaba diciendo también esto: nadie aquí se hubiese
nunca fijado en ti, leído una palabra escrita por ti o considerarte en cualquier situación, sin importar que
el techo estuviera cayendo sobre o el dinero estuviera derramándose dentro, sin decirle a él o ella [ya sea
en un intento de calificarlo o descalificarlo] «Negro…». La situación racial, permeable como a menudo
podría parecer [y es en verdad altamente permeable], es no obstante, todo lo que te rodea. ¡No lo olvides
nunca…! Y yo nunca lo he olvidado.

El hecho de que esta broma particular haya emergido justo en ese momento de tanta ansiedad, cuando
la volátil organización de sólo tres años de animados escritores de ciencia ficción, se vio a sí misma bajo
una virulenta batalla por conflictos internos sobre los cambios de valores estéticos, significó que, si bien
nunca antes la palabra había sido dicha o escrita sobre mí hasta ese momento [y de ahí en adelante, fue,
interesantemente, escrita con regularidad, si bien en ninguna manera yo cambié mi presentación: Judy
Merril ya se había referido a mí en la prensa como «un negro hermoso». James Blish muy pronto
escribiría sobre mí como «un negro alegre». Quiero decir, ¿puedes imaginarte a cualquiera en la misma
época escribiendo sobre «un judío alegre»?], ésta había estado claramente adherida a cada paso y fase de
mi entonces carrera de seis año como escritor profesional. Y aquí la historia toma un giro sanguinolento.

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El hombre que había dado el discurso aparentemente no había leído todavía mi novela nominada
cuando escribió sus palabras. Él solamente había obtenido una descripción de parte de un amigo, un
lector notablemente excéntrico, quien había sentenciado que el trabajo estaba obviamente fuera de
cualquier consideración como un trabajo serio de ciencia ficción: ¡cada capítulo comienza con un
conjunto de citas de textos que no tenían nada que ver con la ciencia en absoluto! Nuestro negador siguió
al pie de la letra esta evaluación al menos tanto como para ponerla junto a su reverberante discurso.

Cuando una semana o dos más tarde él decidió leer el libro [en caso de que fuera desafiado a dar
detalles], descubrió, para su sorpresa, que le gustaba; y, por algún tipo de embarazo que sólo puedo
suponer, se convirtió en uno de mis más leales y articulado defensores, como editor y como crítico. [Una
lección sobre leer aquí: has tu parte y puedes ahorrarte a ti mismo y a otros un montón de malos
momentos]. Y «Nova», luego de ser publicada por Doubleday en 1968, y algunas reseñas muy asombrosas,
generó lo que para entonces fue un record en el pago por adelantado para una novela de ciencia ficción
hasta la fecha por Bantam Books [un record superado en corto tiempo], acontecimiento bienvenido en mis
veinte cuando yo podía en verdad ganarme la vida escribiendo solamente.

Algis Buldrys, quien también había estado presente esa noche, escribió en su reseña de enero de 1969 en
el Galaxy: «Samuel R. Delany, ahora mismo, con este libro, Nova, no con algún libro futuro o alguna colección de
un cuerpo de trabajo, es el mejor escritor de ciencia ficción en el mundo, en un momento en que la competencia para
ese estatus es intensa. No puedo ver cómo un escritor de ciencia ficción puede exprimir tu corazón mientras al
mismo tiempo te dice como funciona. Ningún escritor puede…». Para entonces yo ya sabía demasiado como
para tomar seriamente tales hipérboles. Lo menciono para sugerir la presión del ambiente ante la cual
uno debe mantener los pies sobre la tierra; y claro, mientras se alardea un poco. Pero está el deseo de
asimilarlo en ambas formas; comprender que no significa nada, pero también sentir algo de placer por el
hecho de que, al menos, alguien tuvo la inspiración de decirlo. Eso define el campo en donde las zonas
resbaladizas de tu realidad comienzan, zonas que conducen a ese egoísmo monstruoso e insufrible tan
horrendo que ostentan tantos artistas muy alabados.

Pero lo que la pulla de Asimov también nos dice es que, por cada artista negro «black» [y me perdonaran
que continúe enarbolando la nomenclatura de mi juventud, que mis amigos y contemporáneos tomaron
del Dr. Du Bois, y lucharon para establecerla, cuando irrumpían en las librerías en el verano de 1968 y
tomando los letreros que decían «Negro Literature» (Literatura Negra), los reemplazaron con letreros que
decían «black literature» —la b minúscula en black es una letra muy significativa, un intento de ironizar y
descentralizar todo el concepto de raza, interpretándolo provisional y contingente, un significado que
mucha de la juventud de hoy, blanca y negra, quienes la han capitalizado inconscientemente, han
olvidado su esencia], el concepto de raza dice todo acerca de mí, de manera que puede salir a la
superficie —y lo ha hecho— precisamente en esos momentos de mayor ansiedad, una manifestación que
se hace realidad por la mirada blanca, si les place, siempre y cuando se vuelve incómodamente y por
cualquier razón en mi dirección. Algunos me han preguntado si yo he percibido mi entrada al mundo de
la ciencia ficción como una transgresión.

Ciertamente no en el punto de entrada, en mi caso. Pero está claro por mi historia, espero [y le he
hablado a muchos otros sobre esa espantosa noche], que la transgresión es inherente, no importa si no
está articulada, a cada aspecto de la carrera de un escritor negro en América. Que pueda emerger en tales
momentos sobrecargados es, obviamente, algo de esperarse en una sociedad como la nuestra. ¿Cómo
podría ser de otra manera? Una pregunta que se me ha hecho frecuentemente —y el recuento de
historias como las de arriba tiende a opacar, y por así decirlo, adormecer—, es esta: si esa fue la primera
vez que fuiste consciente de un racismo directo, ¿cuándo fue la última?

Vivir en estados unidos como un hombre o mujer de raza negra, el hecho es que la respuesta a esa

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pregunta raramente es otra que: hace unas pocas horas, hace unos días, hace unas semanas… Pero aún
así, mi hipotético interlocutor persiste sobre cuándo fue la última vez que fuiste consciente de racismo en
el campo de la ciencia ficción, per se. Bien, tendría que decir el fin de semana pasado me la pasé
atendiendo el Readercon 10, una refinada y rica convención para personas preocupadas e inquietas, una
maravillosa y estimulante convocatoria con paneles de alto nivel y un programa de calidad, con casi un
centenar de profesionales este año, una docena de los cuales eran editores y el resto escritores.

En el salón de eventos había una mesa para autógrafos en donde, a través de toda la convención, le era
asignada una hora a una pareja de escritores para que estuviera disponible para autografiar sus obras.
Las horas en que cada pareja iba estar en la mesa era parte del programa. A las 12:30 del sábado fue mi
turno junto a Nalo Hopkinson.

Comprendan que, en un nivel personal, yo no podía estar más orgulloso por estar firmando junto a
Nalo. Ella es encantadora, talentosa, y la considero mi amiga. Ambos disfrutamos nuestra hora juntos. De
eso no hay duda. Sin embargo, luego de que nuestra hora pasó, y nosotros nos marchamos y
almorzamos con su amigo David, disfrutamos más que cualquier cosa el hecho de que los dos escritores
de ciencia ficción afroamericanos en el Readercon, de cerca de unos ochentas profesionales, habían
coincidido en la misma mesa y a la misma hora. Repito: no creo que puedas establecer el racismo como
un sistema positivo hasta que no tengas un motivo socio-económico que lo sostenga, sugerido por ese
—arbitrario— porcentaje de 20/80%. Pero lo que el racismo en cuanto a sistema hace es aislar y segregar
las personas de una raza, grupo o etnia de otra. Como sistema puede ser incentivado por la casualidad,
por hostilidad, e incluso por las mejores intenciones. [«Pensé que ellos estarían más cómodos juntos. Pensé que
ellos quería estar juntos…»]. Y ciertamente una de su más fuerte manifestaciones es en cuanto a sistema
socio-visual en el cual las personas se acostumbran a ver negros con otros negros, y de esa manera
—puesto que las personas están acostumbradas a eso— sentirse incómodos siempre y cuando ellos vean
a los negros mezclados, en cualquier proporción, con blancos.

Mi amigo de más de una década, Eric Van, estaba a cargo este año del programa del Readercon en cuanto
a las secciones de autógrafos, lecturas y tertulias de café. Una de las metas, facilitada por una
computadora, era no sólo asignar a los escritores visitantes los paneles en los cuales querían estar, sino
también tratar, en lo posible, de no programarles paneles paralelos a escritores que estaban interesados
en participar en ambos. Esto provocó cierta congestión. Llamé a Eric luego de la convención, el cual
amablemente me mostró las hojas de horarios y agendas en su computadora. «Bien», el dijo, «muchísimos
escritores, por supuesto, pidieron firmar juntos. Pero ciertamente ni tú ni Nalo lo hicieron. Si mal no recuerdo,
Nalo tenía una agenda particularmente apretada. Ella no arribaría hasta el viernes en la noche. El sábado a las
12:30 era con mucho el único horario en el cual ella podía firmar; así que, de ustedes dos, ella estaba programada
primero. Cuando consulté la agenda, los primero dos nombres que aparecieron como libres en el mismo horario
fueron el tuyo y el de Jonathan Lethem. Tú estabas primero en el alfabeto, de manera que te inscribí. Recuerdo el
estar mirando a ambos, a ti y a Nalo, mientras me decía: bien, ciertamente no hay nada malo en esa pareja. Pero el
punto es, que no estaba considerando condiciones raciales. Probablemente debí ser más sensible a las posibles
implicaciones raciales».

Permítanme reiterarlo: el racismo es un sistema. Como tal, es incentivado tanto por condiciones
casuales como por intenciones hostiles y también por las mejores intenciones. Es cualquier cosa que
aclimata a las personas, de todos los colores, a sentirse cómodos con el aislamiento y segregación de las
razas, en un nivel visual, social y económico. El cual en cambió es apoyado por una discriminación socio-
económica. Sin embargo, como es un sistema, me parece que la culpabilidad personal casi nunca es la
respuesta apropiada para tal situación. Ciertamente, la culpabilidad personal nunca reemplazará un
poquito de análisis de sistemas bien fundado. Uno no tiene que ser un escritor de ciencia ficción
particularmente ingenioso para ver un tiempo en el cual estemos más cerca de representar ese 20% del

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total, donde nosotros los escritores negros estemos agrupados juntos, firmemos nuestros libros juntos,
tengamos nuestro programa con una agenda separada, si es que no tengamos nuestras propias
convenciones segregadas, hasta que nosotros no nos molestemos en mostrarnos en las de ustedes, pues
los incomodamos y a ustedes en verdad no les simpatizamos; y obviamente, ni ustedes a nosotros.

Un hecho que arroja su propia sombra al discurso es la atención que se le ha prestado Octavia Butler
desde que recibió su más que merecido premio MacArthur «genius». Pero el interés ha sido articulado
ampliamente en términos de Ciencia Ficción Afroamericana, ya sea en los salones del MIT, donde Butler y
yo estuvimos juntos por última vez, o en la Universidad de Chicago, donde estamos programados para
aparecer juntos dentro de pocos meses. Ahora bien, Butler es una escritora graciosa, inteligente y
maravillosamente impresionante. Pero si ella tuviera una pizca menos de buen corazón, ella podría muy
bien preguntarse: «¿Por qué cuando ustedes me invitan, siempre invitan a ese tipo, Delany?».

El hecho es que, mientras siempre es un placer personal aparecer junto a ella, Butler y yo somos
escritores completamente diferentes, interesados en cosas muy diferentes. Y como yo soy el que se
beneficia de esta altamente artificial generalización en el interés literario en el trabajo de Butler dentro de
este, en muchas formas, interés artificial en la Ciencia Ficción Afroamericana [después de todo, no soy
quien ha ganado McArthur], me parece que es mi responsabilidad ser el que lo cuestione públicamente. Y
mientras esto genera honorarios generosos para ambos, pienso que la naturaleza de la generalización [ya
que tenemos una extraordinariamente talentosa escritora negra de ciencia ficción, por qué no
generalizamos ese interés a todos los escritores de ciencia ficción negros, machos y hembras], lleva
inherente los elementos del racismo y el sexismo dentro de ella.

Una cosa más me permite cuestionarlo de esta manera. Cuando el año pasado se llevó a cabo una
Conferencia de Ciencia Ficción Afroamericana en la Clark-Atlanta University, en donde, junto a Steve Barnes
and Tanananarive Due, Butler y yo nos encontramos, hablamos e intercambiamos conversaciones e ideas,
dialogamos e interactuamos con los estudiantes, profesores y otros escritores de esa histórica
universidad negra, todos los que estuvimos presentes experimentamos una especie de experiencia
enriquecedora y vital, experiencia que con mayor probabilidad puede forjar intereses comunes y que, en
verdad, en una fecha posterior pudo fácilmente dejar ideas intercambiadas para nuestros trabajos
posteriores. Esta concienzuda y vital reunión destinada a interactuar específicamente con la juventud
negra de Atlanta no es, sin embargo, lo que usualmente ocurre en las presentaciones académicas de una
universidad poblada mayormente por blancos que le dedique una tarde a la ciencia ficción
afroamericana. Butler y yo, nacidos y criados en lados opuestos del país, con media docena de años de
por medio, compartimos muchas de las experiencias de exclusión racial y las familiares y sociales
respuesta a esa exclusión lo cual constituye la raza. Pero, en tanto el racismo funcione como un sistema,
es aún incentivado por los aspectos de los deseos perfectamente loables de blancos interesados que
observan este fenómeno, no importa cuan dudosa sea su realidad, que existe sobre todo por el hecho de
ser llamada: Ciencia Ficción Afroamericana.

Para poner una comparación muy ilustradora:

En los días del Ciberpunk, a menudo fui citado tanto por los escritores involucrados como por los
críticos que escribían sobre ellos, como una influencia. Como crítico, varias veces escribí sobre los
escritores del ciberpunk. Y Bill Gibson escribió una graciosa y apreciativa introducción a la reedición de
1996 de mi novela «Dhalgren». De esa manera se podría pensar que había un número de justas razones
para que yo apareciera en paneles con esos escritores o estar involucrado en programas con ellos. Con
toda la atención que se ha enfocado sobre ella en los últimos años, Butler ha sido muy cuidadosa —y
correcta— en no declarar que yo he sido una influencia sobre ella. Yo nunca he escrito específicamente
sobre su trabajo. Tampoco, hasta donde sé, ella me ha mencionado en sus artículos.

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No obstante, a través de toda la historia activa del Ciberpunk, sólo recuerdo ser invitado a sentarme en
un panel con Bill, y eso fue sobre todo un evento enfocado hacia los medios en el Kennedy Center. Sin
embargo, en los últimos diez años yo he sido invitado a aparecer con Octavia, al menos seis veces, con
otra aparición programada dentro de pocos meses, y una entrevista de los dos juntos programada para
una revista nacional. Todas las comparaciones señaladas representan la pura y para nada mitigada
fuerza del discurso de la raza en nuestro país así como en cualquier otro. En una sociedad como la
nuestra, el discurso de la raza está tan involucrado y entretejido con el discurso de racismo que yo
desafío a cualquiera de manera tajante y autoritaria que los distinga en cualquier manera absoluta de
una vez y por todas.

Bien, entonces, ¿cómo combatimos el racismo en la ciencia ficción, aún en una forma tan primitiva como
en la que se muestra de vez en cuando? La mejor manera es construir una especie de vigilancia social
dentro del sistema; y eso incluye convenciones como el Readercon. Ciertamente el racimo en su forma
actual y a veces difícil constituye un tópico interesante para los paneles. Porque la raza es un tema
sensible, en situaciones como la mencionada más arriba en la sección de autógrafos del Readercon en
donde sólo el capricho y el parentesco agruparon juntos a los negros. Uno simplemente pregunta: ¿está
esto correcto o hay otras personas que, en este caso, uno más bien emparejaría por cualquier razón; aún
si esa razón es para romper la apariencia de posible racismo? Ya que la apariencia de posible racismo
puede ser un factor tan importante como cualquier otro de reproducir y promocionar el racismo. Pues el
racismo se trata de acostumbrar a las personas a ciertas configuraciones raciales de manera que no sean
usadas para otras, como lo es para cualquier otra cosa. Sin embargo, debemos recordar que lo que
estamos combatiendo es llamado prejuicio; prejuicio es pre-juzgar; en este caso pre-juzgar que la manera
en que las cosas simplemente caen colocadas «está bien», cuando bien pueden existir razones para
colocarlas de otra manera. Los editores y escritores necesitan estar alertas a las presiones socio-
económica en tales reuniones de grupos sociales, la única manera de combatirlo de forma sistemática es
establecer —y de manera repetida— tradiciones e instituciones anti-racistas. Eso significa estimular
activamente la participación de lectores y escritores no blancos en las convenciones. Significa presentar
activamente escritores no blancos en los foros para discutir precisamente esos problemas en la
programación de las convenciones. [Parece absurdo tener que resaltar que el racismo en ninguna manera
se limita a las diferencias blanco/negro; en verdad, uno podría argumentar que es sólo tocado ahí].
Significa estimular el dialogo entre, y estimular la mezcla con, los muchos tipos de escritores que forman
la comunidad de la ciencia ficción. Significa apoyar esas tradiciones.

Yo ya he comenzado a discutir esto con Eric. Hablaré de ello con los programadores del año que viene.
Ciertamente el Readercon es un lugar tan apropiado como cualquier otro, no para comenzar sino para
continuar.

Traducido por Odilius Vlak

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Nota: Este artículo fue extraído del # 120, agosto 1998, del NYRSF [«The New York Review of Science
Fiction». «Racism in SF», apareció por primera vez en forma de volúmen en «Darkma&er», editado
por Sheree R. Thomas, Warner Books: New York, 2000. Publicado con el permiso de Samuel R.
Delany. Copyright © 1998 por Samuel R. Delany.


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