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'• , G I A C O M O C A S A N O V A

HI STORI A DE MI VIDA
’ P r ó l o g o de F é l i x de A z ú a
T r a d u c c i ó n y n o t a s de M a u r o A r m i ñ o

LANTA TOMO I
ROBERTOKLES
ROSANAE FECIT
i
&
GIACOMO CASANOVA

H I S T O R I A DE MI V I D A

PRÓLOGO
F É L I X DE A Z Ú A

T R A D U C C I Ó N Y NOTAS

MAURO ARMIÑO

II
ATALANTA
2009
ÍNDICE
En cubierta: dibujo de Casanova de autor anónimo.
En guarda delantera: J. H. Fragonard. El beso robado (ca. 1780).
Musco del Hermitage.
En guarda trasera: J. H. Fragonard. El cerrojo (ca. 1778). U n a c ru z en D u ch o v
Musco del Louvre. XXV
N o ta del tra d u c to r
Dirección y diseño: Jacobo Siruela
xxxv
Coordinación y maquctación: Rosa María García C r o n o lo g ía
Corrección: Santiago Cclaya y Noelia Moreno XI.I

H I S T O R I A D E M I V ID A H A S T A E I. A Ñ O 179 7

V olu m en 1

P refacio
3
H isto ria de G iaco n io C a san o v a de Sein galt,

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación veneciano, escrita por él m ism o en D u x , Bohem ia
pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada C a p ít u lo I
con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista '7
por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos
C a p ítu lo II
Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar
o cscancar algún fragmento de esta obra. Mi abuela viene a internarme en casa del doctor G ozzi.
Mi primera amistad tierna
Todos los derechos reservados. 3°
C a p ít u lo III
Título original: Histoire de ma vie Bcttina tomada por loca. Fl padre M anda.
O De la traducción: Mauro Armiño
La viruela. Mi marcha de Padua
O Del prólogo: Félix de Azúa
O E D I C I O N E S A T A L A N T A , S. L. 50
Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. España C a p ítu lo IV
Telefono: 972 79 58 oj Fax: 972 79 j 8 34 El patriarca de Venecia me otorga las órdenes
atalantaweb.com
menores. Mi amistad con el senador M alipiero,
ISBN: 9 7 8 -8 4 - 9 37 2 4 7 2 - 6 con Teresa Imer, con la sobrina del cura, con la señora O rio,
Depósito Legal: B - 3 J . 13 0 -2 0 0 9
con Nanette y M arton, con la Cavam acchie.
Me hago predicador. Mi aventura en Pasiano con Lucia. C a p ítu lo IX
C ita en el tercero Mi breve pero feliz estancia en N ápoles.
69 Don A ntonio Casanova. Don Lelio C araffa. Voy a Roma
C a p ítu lo V en encantadora compañía y entro al servicio
N oche lamentable. Me enam oro de las dos hermanas; olvido del cardenal Acquaviva. Barbaruccia.
a Angela. Baile en mi casa. G iulietta Testaccio. Frascati
humillada. Mi regreso a Pasiano. Lucia desgraciada. 207
Torm enta favorable C a p ítu lo X
102 Benedicto xiv . h xcursión a T ívoli. Marcha de doña
C a p ítu lo V I Lucrezia. La marquesa G . Barbara Dalacqua.
M uerte de mi abuela, y sus consecuencias. Pierdo Mi desgracia y mi salida de Roma
el favor del señor de M alipiero. Me quedo sin casa. 24 5
La Tintorctta. Me meten en un seminario.
Me expulsan. Me meten en una fortaleza V olum en 2
124
C a p ítu lo V II C a p ít u lo I
Mi breve estancia en el fuerte de Sant’ Andrea. Mi breve y demasiado movida estancia en Ancona.
Mi prim er arrepentim iento galante. C ecilia, Marina, Bellino. La esclava griega
Placer de una venganza y hermoso efecto del lazareto. Bellino se da a conocer
de una coartada. Arresto del conde Bonafede. 281
Mi excarcelación. Llegada del obispo. C a p ítu lo II
D ejo Venecia Bellino se da a conocer; su historia.

145 Me arrestan. Mi involuntaria huida.


C a p ítu lo V I I I Mi vuelta a Rím ini y mi llegada a Bolonia
M is desventuras en Chioggia. El padre recoleto 299
Stefano. Lazareto de Ancona. La esclava griega. C a p ítu lo III
Mi peregrinación a N ostra Signora de Loreto. D ejo el hábito eclesiástico y me visto el uniform e
Voy a pie a Rom a y de ahí a N ápoles en busca del obispo, militar. Teresa parte para N ápoles, y yo voy
al que no encuentro. La fortuna me ofrece los medios a Venecia, donde entro al servicio de mi patria.
para ir a M artorano, de donde enseguida salgo Fm barco para C o rfú y desem barco en O rsara
para regresar a N ápoles para dar un pasco
169 3 18
C a p ítu lo X
C a p ítu lo IV
Leves contratiem pos que me obligan a salir de Venecia.
Encuentro cóm ico en O rsara. Viaje a C o rfú .
Lo que me ocurre en Milán y en Mantua
Estancia en Constantinopla. Bonncval.
520
Mi regreso a C o rfú . La señora F.
C a p ítu lo X I
El falso príncipe. Mi huida de C o rfú . Mis locuras
Voy a Ccsena para apoderarm e de un tesoro.
en la isla de C asopo. Me dejo llevar a los calabozos de
Me establezco en casa de Francia. Su hija G enoveffa
C o rfú . Mi pronta liberación y mis triunfos.
544
M is éxitos con la señora F.
334
V olu m en 3
C a p ítu lo V
Progresos de mis amores. Voy a O tranto.
C a p ítu lo I
E ntro al servicio de la señora F.
Intento mi operación mágica. Se produce una tormenta
Un rasguño providencial
terrible. Mi miedo. G en oveffa no pierde su virginidad.
402
Abandono la empresa y vendo la vaina a Capitani.
C a p ítu lo V I
Vuelvo a encontrar a G iulictta y al sedicente conde C cli,
H orrible desgracia que me aflige. Enfriam iento
convertido en conde Alfani. D ecido partir para N ápoles.
am oroso. Mi partida de C o rfú y mi regreso a Venecia.
Lo que me hace cambiar de ruta
Abandono el servicio militar y me hago violinista
559
43'
C a p ítu lo II
C a p ítu lo V II
C o m p ro un buen coche y salgo para Parma con el viejo
Me convierto en un verdadero golfo. Una gran suerte me
capitán y la joven francesa. Vuelvo a ver a G en oveffa y le
saca de la abyección y llego a ser un hom bre rico
regalo un hermoso par de pulseras de oro. Mi perplejidad
445
respecto a mi com pañera de viaje. M onólogo. C o loq uio
C a p ítu lo V III
con el capitán. A solas con la francesa
Vida desordenada que llevo. Z aw oiski. Rinaldi.
574
L’ Abadic. La joven condesa. El capuchino
C a p ít u lo III
don Stcffani. Ancilla. La Ram ón. Me embarco en una
Salgo feliz de Bolonia. El capitán nos deja en R cggio, donde
góndola en San G iob be para ir a Mestre
paso la noche con Henriette. N uestra llegada a Parma.
462
H cnriettc recupera las ropas de su sexo; nuestra mutua
C a p ítu lo IX
felicidad. Encuentro algunos parientes, pero no
Me enam oro de C ristina y le encuentro
me doy a conocer
un marido digno de ella. Sus bodas
590
493
C a p ítu lo IV
Tom o un palco en la ópera a pesar de la resistencia C a p ítu lo V III

de H enrietie. El señor D ubois viene a vernos y come con Mi aprendizaje en París. Retratos.
nosotros; broma que le gasta mi amiga. Singularidades. Mil cosas más
Razonam iento de Henriette sobre la felicidad. 668
Vamos a casa de D ubois; m aravilloso talento que mi esposa C a p ítu lo IX

despliega. El señor du Tillot. M agnífica fiesta Mis torpezas en la lengua francesa, mis éxitos,
que ofrece la corte en los jardines; fatal encuentro. Tengo mis numerosas amistades. Luis XV.
una entrevista con el señor d ’ Antoine, Mi hermano llega a París

favorito del infante 693

604 C a p ítu lo X
C a p ítu lo V Mi incidente con la justicia parisina.
Henriette recibe al señor d ’ Antoine. Pierdo a esa M adcm oisclle Vesian
adorable mujer y la acom paño basta Ginebra. Paso el San 72 1
Bernardo y regreso a Parma. Carta de Henriette. C a p ítu lo X I

Mi desesperación. Se me une de la H aye. Lamentable La bella O ’ M orphy. El pintor impostor. Hago


aventura con una actriz: sus consecuencias. la cábala en casa de la duquesa de Chartrcs.
Me hago santurrón. Bavois. Enredo de un oficial fanfarrón Abandono París. Mi estancia en Dresde
618 y mi partida de esa ciudad
C a p ítu lo VI 744
Recibo buenas noticias de Venecia, adonde vuelvo C a p ít u lo X II
llevándome a de la H aye y a Bavois. Excelente acogida de Mi estancia en Vicna. Jo sé II.
mis tres am igos, y su sorpresa al verme convertido Mi partida para Venecia
en m odelo de devoción. Bavois me devuelve 765

a mis antiguas costum bres. De la H aye, C a p ítu lo X II I


un auténtico hipócrita. Aventura de la joven D evuelvo el retrato que había robado en Viena.
Marchetti. G ano a la lotería. Voy a Padua; aventura durante el viaje de retorno:
V uelvo a ver a Balletti. De la H aye consecuencias de esa aventura. Encuentro
abandona el palacio Bragadin. Me marcho a París de nuevo a Teresa Imer. C o n o zco a Mllc. C . C.
636 781
C a p ít u lo V II C a p ítu lo X IV
Mi paso por Ferrara y aventura cómica que allí Avances de mis amores con la bella C . C .

me ocurre. Mi llegada a París el año 17 5 ° 796

65}
C a p ítu lo X V C a p ítu lo IV
Continuación de mis amores con C . C . C ontinuación del capítulo anterior. Visita
El señor de Bragadin pide para mí la mano de la joven. al locutorio y conversación con M. M. C arta que ella me
Su padre se la niega y la mete en un convento. De la Haye. escribe y mi respuesta. N ueva entrevista en
Pierdo en el juego. Asociación con C roce, el casino de M urano en presencia de su amante
que repone mis fondos. D iversos accidentes 888
8 12 C a p ít u lo V
C a p ítu lo X V I Regalo mi retrato a M. M. Presente que me hace ella.
Vuelve a sonreírm e la fortuna. Mi aventura en D olo. Voy a la ópera con ella. Juega y me obliga a ganar el dinero
Análisis de una larga carta de mi amiga. Mala perdido. Conversación filosófica con M. M.
pasada que P. C . me juega en Vicen/a. Carta de C . C . L.o sabe todo.
Mi escena tragicóm ica en la posada Baile en el m onasterio; mis proezas com o Pierrot.
828 C . C . viene al casino en lugar de M. M.
N oche estúpida que paso con ella
V olu m en 4 905
C a p ítu lo V I
C a p ít u lo I C o rro serio peligro de perecer en las lagunas.
C ro ce expulsado de Venecia. Sgom bro. Su infamia Enferm edad. Cartas de C . C . y de M. M.
y su muerte. Desgracia acaecida a mi querida C . C . Reconciliación. C ita en el casino de Murano.
Recibo una carta anónima de una monja C onsigo saber el nombre del amigo de M. M., y
y le respondo. Intriga amorosa consiento en invitarle a cenar en mi casino
843 con nuestra común amante
C a p ít u lo II 922
La condesa C oron ini. D especho am oroso. C a p ít u lo V II
Reconciliación. Primera cita. Cena a tres con el señor de Bernis, em bajador de Francia,
Divagación filosófica en mi casino. Propuesta de M. M.: la acepto. Consecuencias.

857 C‘ C . me es infiel fin que pueda quejarme


C a p ít u lo III 9 37
Continuación del capítulo anterior. Prim era cita con M. M. C a p ítu lo V III
Carta de C . C . Mi segunda cita con la monja El señor de Bernis parte cediéndom e sus
en mi esplendido casino en Venecia. Soy feliz derechos sobre el casino. Sabios consejos que me da: el poco
871 caso que les hago. Peligro de perecer con M. M.
hl señor M urray, em bajador de Inglaterra.
C a p ítu lo X IV
N os quedam os sin casino y cesan nuestras citas.
Prisiones subterráneas llamadas los Pozos.
G rave enfermedad de M. M. Z orzi y Condulm cr. Tonina
Venganza de Lorenzo. Inicio correspondencia
95i
con otro prisionero, el padre Balbi; su carácter.
C a p ítu lo IX
C oncierto mi fuga con el. De que forma. Estratagem a que
Continuación del anterior. M. M. se restablece. Vuelvo a
utilizo para hacerle llegar mi espontón. Éxito.
Venecia. Tonina me consuela. Mi am or por M. M. se debilita.
Me dan un com pañero infame; su retrato
El doctor Righellini. Singular conversación que tuve con el.
1073
Secuelas de ese encuentro relativas a M. M. El señor M urray
C a p ítu lo X V
desengañado y vengado
Traición de Soradaci. M edios que empleo para atontarlo.
972
El padre Balbi concluye felizm ente su trabajo. Salgo de mi
C a p ítu lo X
calabozo. Reflexiones intempestivas del conde Asquin.
El asunto de la falsa monja termina de una forma
M omento de la partida
divertida. M. M. se entera de que tengo una amante.
Es vengada por el indigno Capsoccfalo. Me arruino en el «095
C a p ítu lo X V I
juego; incitado por M. M. vendo poco a poco todos sus dia­
Mi salida del calabozo. Peligro en que estoy a punto de
mantes para tentar a la fortuna, que se obstina en serme con­
perder la vida en el tejado. Salgo del Palacio Ducal, me
traria. C ed o Tonina a M urray, que le asegura una dote.
em barco y llego a tierra firme. Peligro al que me expone
Su hermana Barberina la sustituye
el padre Balbi. Estratagem a que me veo obligado a emplear
988
para separarme momentáneamente de el
C a p ítu lo X I
1114
La bella enferma. La curo. Intriga urdida
para perderme. Acontecim iento en casa de la joven
V olu m en 5
condesa Bonafede. La Erberia. Visita dom iciliaria.
Mi entrevista con el señor de Bragadin. Me arrestan por
C a p ít u lo I
orden de los Inquisidores de Estado
Voy a alojarm e en casa del jefe de los esbirros. Paso una
1003
noche deliciosa y recupero totalmente mis fuerzas y la salud.
C a p ítu lo X II
Voy a misa; encuentro em barazoso. Recurso violento que me
Bajo los Plomos. Tem blor de tierra
veo obligado a utilizar para conseguir seis ccquícs.
10 18
E stoy fuera de peligro. Mi llegada a Munich.
C a p ít u lo X I I I
E pisodio sobre Balbi. Parto hacia París.
D iversos incidentes. Com pañeros. Preparo mi evasión.
Mi llegada a esa ciudad, asesinato de Luis X V
Me cambian de calabozo
1038 '* 3 3
C a p í t u l o II
bodas. Voy a Holanda por un asunto de finanzas
El ministro de Asuntos Extranjeros. El señor de Boulogne,
del gobierno. Recibo una lección del judío Boas.
intendente general de Finanzas. El señor duque
El señor d ’A ffry. Esthcr. O tro Casanova.
de C hoiscul. El abate de Lavilla. El señor Páris du Vernai.
Vuelvo a encontrarme con Teresa Imcr
Institución de la lotería. Llegada de mi hermano
1244
a París, procedente de Drcsde: es admitido
C a p ítu lo V II
en la Academ ia de pintura
Mi fortuna en Holanda. Mi regreso a París
ii 49
con el joven Pompeati
C a p ítu lo III
1 269
El conde Tirctta de Treviso. El abate la C oste.
C a p ítu lo V III
La Lam bcrtini, falsa sobrina del papa. Rem oquete que da a
Halagadora recepción de mi protector. Locuras de Mmc.
Tirctta. T ía y sobrina. C o lo q u io al amor de la lumbre.
d ’U rfe. Mme. X C V y su familia. Mme. du Rumain
Suplicio de Damiens. E rro r de Tirctta. C ólera de Mmc.
12 9 1
X X X ; reconciliación. Soy feliz con Mlle. de la Meure.
C a p ít u lo IX
La hija de Silvia. Mlle. de la M eure se casa; mis celos
Prosigo mi intriga con la amable Mlle. X C V .
y mi resolución desesperada. Feliz solución
Vanas tentativas de aborto. El aroph. Fuga c ingreso en un
1 1 68
convento de M adcmoiscllc
C a p ítu lo IV
1 3 1 5
El abate de la Ville. El abate G aliani. Carácter del dialecto
C a p ít u lo X
napolitano. Voy a Dunquerquc con una misión secreta.
N uevos incidentes. J.- J. Rousseau. Fundo una empresa
É xito. Vuelvo a París por la carretera de Am iens.
com ercial. Castclbajac. Me incoan un proceso
Mis despropósitos bastante cóm icos. El señor de la
crim inal. El señor de Sartinc
Brctonniérc. Mi inform e agrada. Recibo quinientos
■339
luises. Reflexiones
C a p ít u lo X I
1 206
Soy interrogado. D o y trescientos luises al escribano.
C a p ít u lo V
El arresto de la com adrona y de Castclbajac. Miss da a luz
El conde de la Tour d ’Auvergnc y Mmc. d ’ U rfé. Cam illa.
un varón y obliga a su madre a ofrecerm e una reparación.
Mi pasión por la amante del conde: ridicula aventura
Mi proceso queda sobreseído. Miss parte para Bruselas y va
que me cura. El conde de Saint-Gcrm ain
con su madre a Venecia, donde se convierte en gran dama.
12 2 2
Mis operarías. Mmc. Barct. Me roban, me encarcelan
C a p ít u lo V I
y me ponen en libertad. Parto para Holanda.
Ideas erróneas y contradictorias de Mmc. d ’ U rfe sobre mi
La inteligencia de H elvecio. Piccolom ini
poder. Mi hermano se casa; proyecto concebido el día de sus
'3 5 7
Volumen 6 Capítulo IV
Tom o la resolución de hacerme monje. Me confieso.
C a p ítu lo I Dilación de quince días. Giustiniani, capuchino apóstata.
Retrato de la sedicente condesa Piccolom ini. Q uerella y C am bio de idea, y su causa. Locura en la
duelo. Vuelvo a ver a Esther y a su padre, el señor D. O . posada. Cena con el abate
Esthcr sigue fascinada por la cábala. Falsa letra de cambio 1468
de Piccolom ini; consecuencias. Piden rescate por mí C a p ítu lo V
y corro el riesgo de ser asesinado. O rgía con dos paduanas; Mi marcha de Zurich. Aventura burlesca en Badén.
consecuencias. Revelo un gran secreto a Esther. Soleurc. El señor de Chavigny. El señor y la señora d e...
Desenm ascaro al granuja de Saint-G crm ain; su fuga. Interpreto una comedia. Me finjo enferm o
Manon Ballctti me es infiel; carta que me escribe para conseguir que mi suerte siga adelante
para anunciarme su m atrim onio; mi desesperación. Esther 1482
pasa un día conm igo. Mi retrato y mis cartas a Manon llegan C a p ít u lo VI
a manos de Esther. Paso un día con esta encantadora Mi casa de campo. Madame D ubois. Mala pasada
mujer. Hablam os de matrimonio que me hace la infame coja. Mis tribulaciones
1385 '4 9 9
C a p ít u lo II C a p ítu lo V II
D igo la verdad a FIsther. Parto para Alem ania. Continuación del capítulo anterior.
Mi aventura cerca de C olon ia. La mujer del Mi partida de Soleurc
burgom aestre; la conquisto. Baile en Bonn. Acogida • S¿ 5
del elector de C olonia. A lm uerzo en Brühl. Primera C a p ít u lo V III
intimidad. Cena sin invitación en casa del general Kettlcr. Berna. La Mattc. Madame de la Saône. Sarah.
Soy feliz. Mi marcha de C olon ia. La pequeña Toscani. Mi marcha. 1.legada a Basilca
La sortija. Mi llegada a Stuttgart •549
14 18 C a p ítu lo IX
C a p ít u lo III F.l señor 1 laller. Mi estancia en Lausana.
A ño 1760. La amante Gardela. Retrato del duque Lord Roscbury. La joven Sacconay. Disertación
de W ürttcm berg. Mi com ida con la G ardela y sus sobre la belleza. La joven teóloga
consecuencias. Reencuentro desgraciado. Ju ego , '5 7 '
pierdo cuatro mil luises. Proceso. Fuga afortunada. C a p ítu lo X
Mi llegada a Zurich. Iglesia consagrada por El señor de Voltaire; mis discusiones con ese gran
Jesu cristo en persona hombre. Una escena en su casa a propósito del A riosto. El
1446 duque de Villars. El síndico y sus tres bellas.
Disputa en casa de Voltaire. A ix-cn-Savoic.
El marqués Désarm oiscs
1 59°
C a p ítu lo X I
Mis aventuras en A ix-cn-Savoic. Mi segunda M. M.
Madame Z
16 20

Retrato anónimo de Casanova a los treinta años.


U NA C R U Z EN D U CH O V

Félix de Azúa

La más antigua metáfora que conocemos es aquella que nos


estimula a ver en todas las criaturas y fenóm enos un reflejo
nuestro, com o si el mundo fuera un espejo y toda la creación se
hubiera hecho a nuestra semejanza. Los técnicos la llaman «me­
táfora antropológica» y consiste en creer que todo nace, crece,
se reproduce y muere, como solemos hacer los humanos. N o
sólo plantas y árboles, mamíferos c invertebrados, sino también
las cordilleras, los volcanes, los mares y los hielos, el cosmos en­
tero, nacerían, crecerían y acabarían muriendo como un humano
cualquiera.
La fuerza inmensa de esta metáfora influye incluso en nues­
tro modo de entender la historia, con imperios o naciones que
pasan de un momento prim itivo a la plena madurez y luego a
una decadencia anunciadora de la muerte. Sin embargo, todos
Medallón de Casanova en 1788. sabemos que es tan sólo una ficción poética. N i los imperios, ni
Grabado de Jean Berka.
los árboles, ni las cordilleras nacen, crecen y mueren, entre otras
consideraciones porque no hay nada en el mundo natural que
tenga alma, sea de árbol, de elefante o de territorio. Sólo las al­
mas nacen y mueren; sólo los humanos tenemos alma, es decir,
conciencia. Esa conciencia es propiam ente conciencia de la
muerte y no atormenta sino a los efímeros mortales. N o hay que
engañarse, lo único que mucre en el cosmos son las almas.
Bien pudiera ser que la tremenda potencia del libro que el
lector tiene en sus manos obedezca a que es una de las más per­
fectas formas que se le ha dado a la metáfora antropológica, el
nacimiento, desarrollo, decadencia y muerte de un hermoso ani­
mal contada por él mismo. Casanova expone su vida como una

XXV
brillante floración en uno de los más frondosos jardines del siglo
Al arte de Casanova se lo debemos, y ese arte consiste propia­
XV1I1, la República de Venecia; le sigue un crecimiento deslum­
mente en haber construido un personaje indudablemente ama­
brante en las cortes más poderosas de Europa; viene luego una
ble, simpático, inteligente, vigoroso, sagaz, curioso por la ciencia
madurez robusta, aunque algo pálida, durante la cual esa viva
de su tiempo, de ideas perfectamente modernas, con una energía
lumbre se va achicando poco a poco; y por fin una decadencia
sobrehumana para resolver problemas prácticos, en fin, un galán
insoportable a la que sólo la muerte puede aliviar. Muchas, in­
absoluto. Aunque también un sinvergüenza, un estafador, un ti­
numerables han sido las vidas que se han contado según esta me­
mador, un mentiroso, un vanidoso, un aprovechado. Nada oculta
táfora que solemos llamar «biográfica», es decir, que dibuja una
Casanova, o bien, si se prefiere, lo que oculta salta a la vista del
vida biológica de nacimiento a muerte, pero posiblemente la de
lector perspicaz. C om o en toda obra de arte moderna, son las
Casanova sea la más perfecta desde el punto de vista artístico, la
sombras lo que construyen la parte luminosa del héroe.
de m ayor riqueza constructiva y reflexiva.
Para conseguir semejante tour de forcé es preciso advertir
Siendo una metáfora, la incógnita primera es la de su veraci­
sobre una peculiaridad casi detectivesca del m anuscrito, cuya
dad. ¿Es cierto todo lo que Casanova cuenta en su pretendida
enrevesada historia dejamos para un apéndice técnico. Está de
autobiografía? La pregunta es estéril. Si sólo hubiera narrado «la
sobras documentado que Casanova quería escribir su vida desde
verdad», el libro conocido como Histoire de ma vie creo que ca­
que nace hasta 1797, y tal es el título original. Sin embargo, la
recería de interés literario, aunque bien podría haber sido un
historia se interrumpe con chocante brusquedad en 1774. Ello es
gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asombroso
debido a que el final de Casanova, los terribles años de su vejez
es que, en su estado real, Histoire de ma vie es, además de un
(y no son pocos) habrían precisado otra narración distinta y aun
documento de singular importancia sobre la vida europea en el
opuesta. Una cosa es exponer sin pudor la decadencia de la edad,
siglo x v m , también una obra maestra literaria, un relato que
cuando Casanova es expulsado de todas las cortes europeas y
conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la luju­
no tiene dónde caerse muerto pero aún está entero. Y otra cosa
ria como el raciocinio.'
es contar cóm o cayó muerto, en efecto, durante trece espanto­
i. 1.a documentación que aporta Casanova sobre la vida europea sos años en un infierno apartado del mundo, consumido a fuego
del xvm es gigantesca. Uno de sus últimos biógrafos (Alain Buisine) lento, muerto en vida. Esc final no es galante, no es diecioches­
ha censado las ciudades en las que vivió el tiempo suficiente como para co, para ser narrado habría precisado el talento de un escritor
tener aventuras o experiencias notables: Venecia, Padua, Corfú, Cons- moderno, un Dostoievsky, por ejemplo, ebrio de metafísica, o
tantinopla, Ancona, Roma, Ñapóles, Dresde, Praga, Vicna, I.yon,
un Thomas Bcrnhard ebrio de resentimiento. Casanova, sin em­
Milán, Mantua, Cesena, Bolonia, Parma, Vicen/.a, Ginebra, París, Dun-
querque, Amsterdam, I.a Haya, Munich, Colonia, Bonn, Stuttgart, Es­ bargo, no es un romántico sino un clásico, y carece de órgano
trasburgo, /urich, Badén, Berna, Basilca, Lausana, Aix-les-Bains, para la desolación, el resentimiento, la melancolía o la metafí­
Grenoble, Aviñón, Marsella, Metz, Antibes, Genova, l.ivorno, Floren­ sica. Su muerte, según le dicta su conciencia, no le importa a
cia, Turin, Londres, Riga, Mitau, San Pctcrsburgo, Moscú, Berlín, nadie, o a nadie debería importar. Por lo tanto, queda fuera de
Wesel, Leipzig, Ludwigsburg, Aix-la-Chapelle, Augsburgo, Madrid, l ’histoire de ma vie.
Toledo, Zaragoza, Valencia, Barcelona, Montpellier, Nîmes, Aix-en-
La interrupción del relato en 1774 elimina oportunamente la
Provence, Praga, Spa, Varsovia, Niza, Pisa, Siena, Sorrento, Trieste, G o­
rma y Duchov. Esto sin contar los múltiples regresos a París, Bolonia
cabo Casanova. Hay que contar, además, con la magnífica capacidad de
o Venecia. F.s algo inaudito en su tiempo, cuando viajar era peligroso y
Casanova para divertirse en los más diversos ambientes, desde las cor­
quebraba la salud del más brioso. Por ejemplo, Diderot murió en esas
tes de los grandes monarcas a la amable atención de una cocinera de
fechas como consecuencia de un viaje a Rusia, lanta movilidad ha in-
posada, de modo que tenemos el retablo completo de todas las clases
lundido sospechas sobre actividades de espionaje que pudo llevar a
sociales de la Europa dieciochesca.

XXVI
XX VII
parte insoportable de la metáfora, el borde abismal de la vida: ble adivinar por lo menos cinco destinos potenciales, aunque
su insignificancia, el enigma de nuestra mortalidad. N osotros, por fin venciera el menos cómodo para él. Vivió la vida de un se­
lectores modernos, estamos obligados a preguntarnos: ¿de que ductor, pero también la de un eclesiástico, músico, inventor, p o ­
le habrán servido esos magníficos años juveniles, cuando C asa­ lítico, científico, geómetra, médico, quím ico (o alquímico),
nova saltaba de cama en cama, de corte en corte, se pascaba cu­ economista, ¿qué vida no vivió? Este hombre tanto se dedicaba
bierto de diamantes y se permitía recibir cumplidos de Federico a proporcionar atractivas muchachas a Luis X V (la célebre M a­
de Prusia y de Catalina de Rusia, si al cabo hubo de soportar demoiselle O ’M orphy cuyas nalgas de melocotón aún se pue­
más de diez años en estado de piltrafa humana? Por fortuna, C a ­ den admirar gracias a Boucher) como le escribía un estudio a la
sanova no era un escritor moderno y ni se le ocurrió que esc pu emperatriz de Rusia para adaptar el calendario ortodoxo al euro­
diera ser asunto para dar a leer al público educado, de manera peo.1 Y sin embargo, cuestión que a él le desagradaría profun­
que su historia es una exaltación de la potencia biológica en es­ damente, ha quedado para siempre decretado como aquel que
tado puro y tan sólo una insinuación de que ese poder es tran­ sedujo a cientos de mujeres, el fenómeno sexual de Europa. Ésta
sitorio. C om o inspirado por Nietzschc, el veneciano bailó una es su herencia trivial.
última fu rlana sobre su propia tumba, mientras admiraba los ¿Sedujo Casanova a muchas mujeres? Para empezar, rara vez
brillos y resplandores del tiempo pasado. seduce sino que más bien se deja seducir, es decir, acepta de buen
El gran héroe atcmporal, Aquiles, moría joven por la envidia grado las ocasiones que se le presentan. Eso sí, adivina muchas
de los dioses. Casanova, que ya no podía creer en ninguna divi­ más ocasiones de las que un ciudadano vulgar es capaz de in­
nidad, sustituye la mano de los dioses por su propia pluma y de­ tuir... o asumir. Nunca fuerza la situación, jamás violenta a nin­
capita al ser que ha creado cuando todavía sus brillos no se han guna de sus amantes c incluso tiene una reserva sensible que le
apagado por completo. De esc modo consigue algo que Proust impide, por ejemplo, aprovecharse de mujeres ebrias. N o hay
replantearía de un modo radical (y moderno) un siglo más tarde: nada extraño o exagerado en la vida amorosa de Casanova, como
que el esplendor sólo permanece vivo en el arte literario y que no sea algo que, en efecto, es infrecuente: que se convierte casi
hay que escribir contra el presente, contra el fracaso del instante, siempre en amigo y protector de sus antiguas amantes. Muchos
en busca de un tiempo irremisiblemente perdido, si uno quiere casanovistas lo han subrayado: el veneciano es el anti-Don Juan,
mantener en este mundo el precioso tiempo pasado, aquel en el su contrario y enemigo. A llí donde el aristócrata sevillano, in­
que era posible decir: «Detente, instante, ¡eres tan hermoso!». fectado por la teología, se muestra vengativo, psicópata, m isó­
N o con otra intención escribe Casanova su Histoire de ma vie, gino y engañador, en ese mismo lugar luce el burgués veneciano
para que su esplendorosa juventud no se vea vencida y humi­ cómplice de las mujeres, su secuaz y su salvador en más de una
llada por la calumniosa vejez, para que la ironía filosófica no ría ocasión. De otra parte (permítaseme la humorada), tampoco
rencorosa desde una esquina del libro esperando su momento y fueron tantas. N o más de las que muchos estudiantes actuales
afilando la guadaña. conocen bíblicamente entre el bachillerato y la licenciatura.*

2. Como ejemplo de sus trabajos científicos (y en razón de que lo


Siendo así que nadie mejor que él va a contarnos su vida, li menciono), el lector curioso puede ver el titulado Proposiciones de un
mitaremos esta introducción a unos cuantos asuntos que pue­ diputado de la república de las letras, sometida al profundo juicio de la
emperatriz de todas las rusias, Catalina II, con el objeto de hacer coin­
den orientar al lector. Y el primero de ellos es: ¿a qué «vida» se
cidir el calendario ruso con el europeo. Fue traducido y editado por La
refiere el título? Porque Casanova vivió decenas de vidas y no Gaceta del FCE en su n.° 132 (diciembre de 1981).
una sola; es el suyo un caso de síntesis colosal en la que es posi­ 3. En cambio, fue severamente castigado por estas tan inocentes

XX VIII XX IX
Pues, a pesar de todo (¡oh asombro, oh admiración!), toda­
Cuenta uno de sus biógrafos, G u y Endorc (aunque lo tengo
vía era capaz de seducir cpistolarmente a dos o tres buenas mu­
por invención, ya que ningún otro lo señala), que sobre su tum­
jeres (jóvenes) que le enviaban sopas, dulces, mensajes, regalitos,
ba clavaron los lugareños una cruz tan pobre y malparida que
compañía escrita y, sobre todo, afecto. Fue allí, jugando al es­
cayó al suelo con la primera tormenta. Desde entonces, algunas
condite con la locura, cuando, para distraer el insoportable dolor
mozas que acudían al camposanto de noche para encontrarse
de una vejez miserable, comenzó la redacción de este libro plus­
con sus amigos salían despavoridas cuando la falda se les en­
cuamperfecto, el más completo homenaje que se ha escrito jamás
ganchaba en los restos de la cruz derribada. ¡Q ué éxtasis no ha­
a la energía de la juventud, al gozo supremo de lo inmediato, el
bría supuesto para la mano de hueso del veneciano haber tan
placer de respirar, de tener músculos clásticos, nervios templa­
sólo rozado como una brisa aquella piel de veinte años, la dorada
dos y el deseo tenso como un felino que olisquea gacelas.
piel del mundo viviente!
Seguramente com enzó a redactar estas memorias hacia 1789
(¡año mem orable!) durante los interminables inviernos bohe­
mios, pero las fue puliendo y recscribicndo en sucesivas ocasio­
ALGUNAS PRECISIONES
nes hasta que el texto que ahora conocem os estuviera listo
posiblemente hacia 1797-98. La revolución y las guerras napo­
La bibliografía de Casanova es tan inmensa com o laberín­
leónicas, que 110 terminarían hasta 18 14 , hicieron del manuscrito
tica. De manera que sólo doy unas informaciones básicas sobre
una pieza secreta y preciosa, conocida por muy pocos y difun­
lo que acaba el lector de leer.
dida sólo entre los amigos del Príncipe de Lignc, gran guerrero
Hasta el momento, la mejor biografía es la de J. Rivcs Childs,
y amigo de Waldstcin, el cual había tomado una particular afi­
Casanova, A N ew Perspeclive (Paragon House, 1988), aunque
ción por el anciano Casanova, y a quien éste copió parte del
la última que yo he podido leer es la de Alain Buisinc, Casanova.
texto para uso personal del magnate, lo que originaría un lío ma­
L'Européen (Taillandicr, 2001), que no añade gran cosa a Childs.
yúsculo en la posterior recepción del manuscrito definitivo.
C o m o introducción literaria sigue siendo muy entretenido el
Conocem os también el detalle más triste de este final des­
Casanova de Stcfan Zw eig, aunque data de 1929 y está plagado
piadado. Aún retocaba su obra en 1798 cuando, tras innumera­
de errores.
bles cartas pidiendo clemencia, le llegó un segundo perdón del
Los casanovistas españoles son numerosos y activos. El epi­
Dogo veneciano. Com padecida, la máxima autoridad de la Se­
sodio de Casanova en España es uno de los más graciosos e ins­
renísima otorgaba su favor para que el anciano de Duchov re­
truye sobre la abyecta situación moral y política de la España
gresara a m orir en su ciudad natal, como había rogado por men­
de esa época. Lo recoge el libro Giacomo Casanova. Memorias
sajería a lo largo de innumerables y fríos inviernos bohemios.
de España (Espasa, 2006), sumamente interesante. En el apén­
N o pudo ser. El bibliotecario de Duchov, personaje estrafalario
dice, Marina Pino relata una de las más chuscas historias del pe­
por el que nadie estaba ya interesado y que todos tenían por un
riplo catalán del veneciano: «Casanova, el conde, la bailarina y el
incomprensible capricho del duque (hacía ya muchos años que
obispo: ¿drama o vodevil?».
Waldstcin no ponía los pies en su castillo, afanado de batalla en
Las terribles humillaciones del anciano bibliotecario están
batalla en las campañas napoleónicas), se apagó con la carta del
reunidas en un libro de temible lectura. Son las cartas que escri­
Dogo en la mano. Sería enterrado de mala manera en aquel lugar
bió un Casanova histérico y mentalmente desequilibrado en sus
oscuro sin que nadie pudiera sospechar el monumento a la feli­
últimos años: G . Casanova, Lettres écrites au sieur Faulkircher
cidad que había escrito el extravagante bibliotecario de un duque
(L’Echoppc, Caen, 1988).
quizás inexistente. Nunca se han recuperado sus huesos.
Sobre la cuestión específica de Casanova y sus amantes se ha

XXX11
X X X III
publicado recientemente un trabajo de Judith Summcrs, Casa­ NO TA D EL T R A D U C T O R
nova's Women (Bloom sbury, 2006), dedicado a identificar las
mujeres reales que se ocultan bajo iniciales o con nombre su­ Mauro Arm iño
puesto en el escrito de Casanova, pero no ha sido recibido con
entusiasmo por los casanovistas.
Es de uso muy útil la publicación canónica de los casanovis­
tas: L'Interm édiaire des casanovistes, editada por Helmut Watz-
lawick y Furio Luccichenti. Suscripciones: 22, Ch. de I’Espla-
nadc-CH 12 14 Vernicr (Suiza).

Pese a los consejos recibidos de no escribir memorias, pese a


la íntima convicción que Giacom o Casanova tenía de no escri­
birlas, y pese a los momentos en que la idea de destruir lo es­
crito lo dominaba, lo cierto es que, a lo largo de la Historia de
mi vida, la pasión dominante del autor es dejar constancia fiel de
lo vivido a través de un reportaje de su existencia, la más movida
del siglo xvm: dejar el retrato de sus amores, pero también ala­
bar y defender sus distintos oficios y saberes, aunque de algu­
nos, com o el cabalístico, él mismo se sonría. Además, sin que el
propio autor lo sepa, por debajo de esa vida contada, de las am­
biciones que en todo momento expresa, late, lleno de contradic­
ciones, un pensamiento ¡lustrado encarnado en un individuo
«ejemplar» y único: Casanova, que asimismo deja una visión muy
peculiar de la Europa de mediados del siglo XVI11; visión muy pe­
culiar, pero también el solo testimonio abarcador de varias fa­
cetas de la vida europea en la literatura del siglo. Casanova quiere
ser veraz y verídico, y lo es en la casi totalidad de sus páginas,
salvo los escudos que la vanidad, el amor de sí mismo y la justi­
ficación de ciertos actos culposos le impulsaron a poner en de­
fensa propia ante el propio espejo. Tan veraz y verídica como
quiso serlo la gran autobiografía de la época moderna, las C on­
fesiones que Jean-Jacqucs Rousseau' había empezado a escribir
veinte años antes (1766) y que aparecieron postumas, en 1782 y

1. «No daré a mi narración el título de Confesiones, porque, des­


pués de que un extravagante haya mancillado esa palabra, ya no puedo
utilizarla [...], pero serán unas verdaderas confesiones como pocas lo
han sido hasta hoy», escribe Casanova en las últimas páginas de la His­
toria de mi fuga, aludiendo a Rousseau.

X X X IV XXXV
de que, dada su edad, la Fortuna lo ha desasistido y las mujeres
1789; en el verano de este último año, y tras una grave enferme­
pasan a su lado sin sentir el deslumbramiento que les procuraba
dad, Casanova inicia el primer manuscrito de sus memorias.
de manera instantánea en sus años mozos; sin posibilidades de
El primer problema que Casanova se plantea es elegir la len­
continuar su vida errabunda, tiene horas, días, semanas y años
gua de escritura; nacido en la lengua italiana, aprendió más fran­
por delante. Cinco años de escritura febril le permitirán llegar al
cés al hilo de sus aventuras que durante el estudio adolescente de
tomo undécimo de la Historia de mi vida. «Escribo desde el al­
esta lengua. Sin embargo, será el francés la lengua que elija para
ba a la noche y puedo aseguraros que escribo también durmien­
narrar su vida, y lo razona: el francés es la lengua común, la
do, porque siempre sueño en escribir», dice en una carta. Pero
koiné en la que se expresa el mundo que Casanova ha deseado y
las revisiones a que somete el manuscrito tienen más que ver con
en el que ha perseguido introducirse, el de la aristocracia y no­
los hechos y lo narrado que con la narración, con la escritura.
bleza europeas que, de Moscú a París y Madrid, pasando por
Esa oralidad casanoviana rompe con los estilos franceses del
Polonia y Prusia, utiliza la lengua de Montaigne como un título
siglo, aunque no con todos. Si tiene poco que ver con la lengua
más que la distingue del resto de sus connaturales. Com o de cos­
encastrada en lo clásico de Rousseau, es bastante lo que la cm-
tumbre, Inglaterra quedaba al margen del continente en esc em­
parenta con la ligereza, la fluidez y hasta cierto punto la orali­
pleo del francés por sus clases aristocráticas; y Casanova, en
dad -p o r supuesto distinta- que Voltaire prestó a su obra más
contrapartida, aborrece el inglés, que no aprenderá nunca.
duradera en el tiempo, N ovelas y cuentos, y en la que el filósofo
Esta lengua francesa que emplea está impregnada de caracte­
autor de pomposas tragicomedias apenas creía; pero esos cuen­
rísticas específicas que el propio Casanova no sólo admite sino
tos han salvado el nombre de Voltaire com o autor de ficción y
que defiende, recordando el estilo impregnado de términos pro­
lo vuelven totalmente nuestro contemporáneo. La frescura del
cedentes de su lugar de origen de Tcofrasto o de Tito Livio. C a ­
estilo de Casanova le permite alcanzar a todo tipo de lectores
sanova cree que la escritura define y precisa su realidad vital, a
-cosa que no ocurre en una obra de m ayor calado y significación
pesar de los abundantes italianismos que inserta en un francés
como las Confesiones de R ousseau- con sus imperfecciones de
donde además abundan arcaísmos, barbarismos y giros forza­
relato oral, con los sabrosos italianismos, con los graciosos e in­
dos, y que tiene poco que ver con el francés «clásico» del siglo
esperados giros que da a la sintaxis francesa. La revisión de la
xvm, el que encarnan Rousseau y Voltaire. abultada cantidad de folios escritos a pluma que fue haciendo
«El lector comprenderá enseguida que nada está más lejos de
Casanova no podía resolver varios de los problemas estilísticos
mis intenciones que las preocupaciones por el estilo», escribe C a ­
y formales de su Historia.
sanova en el prefacio a la Historia de mi fu g a .1 Porque Casanova
Llegado el momento de la traducción, los italianismos tenían
va a escribir hablando; el suyo es un relato oralizado que zaran­
que diluirse, y carecía de sentido reproducir las incorrecciones
dea la lengua para cargarla de vigor, de inmediatez, de un uso de
gramaticales de un texto cuyo carácter más original es el com u­
los tiempos verbales donde parece estar hablando con una per­
nicativo. En el relato de su paso por España, por ejemplo, C a ­
sona o un grupo de amigos que tuviera enfrente. Es un relato al
sanova intenta reproducir algunos términos de la lengua caste­
amor de muchas lumbres que va haciendo a un oyente cercano
llana; lo hace de oído, y en este caso, cercanos al lector español,
-quizá a sí mismo mirándose al espejo, para verse retratado en la
así los he dejado, con su anómala transcripción. Más problemas
mente de su lector- en su retiro de Dux, cuando está convencido
plantean los nombres de lugares y personas, que Casanova es­
2. Histoire de ma fuite des prisons de la République de Venise cribe en muchas ocasiones de maneras distintas: los nombres y
qu'on appelle les Plombs, I.cip/.ig, 1788 (Praga, diciembre de 1787). apellidos rusos, polacos, españoles o ingleses, también transcri­
Salvo el añadido del prefacio, el texto quedó incorporado a la Historia tos de oído, adoptan formas diversas que he unificado; mante-
de mi vida tras una revisión que apenas altera el texto de partida.
X X X V II
XXXVI
ncrlos sólo podía perturbar la lectura. En cuanto a los términos
luus-Plon de 1960, que parte del manuscrito autógrafo de C a ­
geográficos, hay ejemplos incomprensibles de distinta grafía: So-
sanova y lo transcribe íntegramente, respetando la ortografía y
lcurc, población francesa en la que estuvo y por la que pasó C a ­
la puntuación del autor. Sin embargo, algunas ediciones ante­
sanova en varias ocasiones, llega a adoptar bajo su pluma hasta
riores —véase en la Bibliografía el apartado Histoire de ma v ie ,
cuatro grafías distintas; si de un término como ése resultan tantas
que sigue la evolución del enriquecimiento de las ediciones sig­
diferencias, qué decir de los complejos apellidos rusos o polacos.
nificativas- fueron aportando notas y comentarios que situaban
Carecía de sentido, repito, no revertir a su transcripción oficial
al lector en el contexto histórico y personal casanoviano; un nu­
los centenares de nombres de persona y de lugar que aparecen en
meroso puñado de casanovistas se volcaron en el análisis de los
la Historia de mi v id a ;' en el índice onomástico, de todos modos,
viajes, las peripecias y los personajes que pasaban por la Histoire
hay constancia de las diversas grafías que, en muchas ocasiones,
de ma vie, rectificaron y precisaron pasajes en los que la memo­
ya poseían en la época apellidos no demasiado fijados.
ria engañaba a Casanova, eliminando las sombras que velaban
la realidad y la veracidad de casi todo lo narrado.
Ciento sesenta y dos años después de la muerte de Casanova,
BREVF. H I S T O R I A OKI. T K X T O
y tras casi ciento cincuenta años -desde las lecturas de Schütz y
Laforgue, en los años veinte y treinta del siglo XIX- de inaccesi­
Los manuscritos de la f listoirc de ma vic de Casanova co­
bilidad, los manuscritos de Casanova seguían guardados bajo
rrieron un destino proceloso y nada ejemplar. Su sobrino Cario
llave por sus propietarios, la familia Brockhaus, con la justifi­
Angiolini, llegado a Dux para atender a Casanova en su enfer­
cación de preparar una edición que fuera definitiva, «plan muy
medad una semana antes de su muerte, recogió todos los ma­
loable, remitido sin embargo a d calendas grecas a causa de las
nuscritos y se los llevó a Drcsdc. Permanecieron en el ámbito
guerras y sucesivas crisis económicas que afectan a Alemania»,
familiar hasta 1820, año en que la familia vende el manuscrito al
escribe el casanovista Helmut W atzlawick; plan que pudo aca­
editor Brockhaus de Leipzig. Se empieza a preparar entonces
bar con los manuscritos durante el bombardeo de Leipzig al final
una primera edición «depurada» de los pasajes considerados es­
de la segunda guerra mundial: por fortuna, un camión militar los
cabrosos, en traducción alemana que el editor encarga a Wilhclm
trasladó en junio de 1945 a Wicsbaden, tranquila y pacífica ciu­
von Schütz y que aparece en doce volúmenes entre 1 822 y 1828.
dad de aguas termales. Pero, a pesar de utilizar los viejos textos,
Es el propio Brockhaus quien, en colaboración con la editorial
la edición de La Sircne de 1924, dirigida por Raoul Véze, ya había
francesa Plon, edita por primera vez el texto original francés,
conseguido interesar, caso extraordinario, a los principales casa­
igualmente en doce volúmenes, entre 1826 y 1838. Se encarga
novistas del momento; ofrecía el texto acompañado de toda
de la edición Jcan Laforgue, que también purgó el original de
suerte de informaciones que se han convertido en la base de un
los pasajes que se consideraban escabrosos y lim pió el texto
corpus muy completo. Posteriorm ente, se añadieron notas y
de los abundantes italianismos c incorrecciones lingüísticas en
datos que acercan al lector a la realidad de la época, al entorno ca­
que incurría Casanova.
sanoviano y a la veracidad de lo narrado. La edición Brockhaus-
Ambas ediciones sirvieron de fuente a todas las demás pu­
Plon de 1960-1962, preparada en el mayor secreto por Angelika
blicaciones de la H istoire de ma vie , casi medio millar (tra­
y Arthur Hübschcr, ponía un punto y seguido casi exhaustivo a
ducciones incluidas), hasta la aparición de la edición Brock-
la aventura del manuscrito «escondido», que desde entonces que­
daba, con su recopilación de notas y sus nuevos índices, a la vista
3. Tarca difícil en la que debo agradecer la meticulosidad de la re­
del lector en perfecto estado, como también hace su secuela, la
visión de Santiago Celaya, corrector de Atalanta.
edición Robcrt Laffont de 1993.

XX X V III
XXXIX
Los nombres de los casanovistas que aportaron sus búsque­ C R O N O L O G ÍA
das y hallazgos a la edición de La Siréne, de la que nacen en bue­
na medida las notas y los índices que ya forman parte en cierto
modo del texto de Casanova, son éstos: Gustav G ugitz, Charles
Samaran, Raoul Veze, Aldo Ravá, Picrre Grellet, C ario Curiel,
Joscph Le G ras, Horace Bleackley, A. Francis Stcuart, Edouard
M aynial y Tage E. Bull. H ay que ampliar la nómina con otros
posteriores: Robcrt Abirached y Elio Zorzi, responsables de la
edición de Gallim ard (La Pléiadc, 1958), y Hclmut Watzlawick
y Alexandrc Strocv, encargados de la edición R obcrt Lafíont
(1993). Entre todos ellos, en el transcurso de los setenta y cinco
últimos años del siglo X X , se ha conseguido elaborar un corpus 1697 Nacimiento de Gaetano Giuseppe Casanova, padre de Casanova.
de anotaciones que descubre, desbroza y alza los velos que sobre «708 27 de agosto: nacimiento de Zuanna (Giovanna) Farussi, más co­
personajes, lugares y fechas pusieron Casanova y su desfalle­ nocida como Zanetta, madre de Casanova.
ciente memoria a lo largo de tan volum inoso texto. Sus trabajos, *724 27 de febrero: matrimonio de Gaetano Casanova, comediante,
resúmenes e índices son la fuente de las notas que acompañan a y de Zanetta Farussi, futura comediante.
esta edición de la Historia de m i vid a . N o me ha parecido opor­ 1725 2 de abril: nacimiento de Giacomo Girolamo Casanova en Ve­
tuno añadir sus iniciales tras cada uno de sus aportes concretos, necia. En su relato Nè amori nè donne, ovvero la stalla ripulita
objeto en muchos casos de precisiones y correcciones por casa­ (Venecia, 1782), Casanova da a entender que su verdadero padre
novistas posteriores. es el senador Michele Grimani. f de mayo: Giacomo es bauti­
Esta nueva edición, la primera en lengua española del texto zado en la iglesia de San Samuele.
íntegro y sin los cortes ideológicos o morales que castigaron las 1726/34 Infancia en Venecia junto a la abuela materna. Marzia Farussi,
anteriores traducciones, sigue el texto de la Historia de mi vida mientras el padre y la madre están de gira por Europa como ac­
a partir de los manuscritos originales, tal com o lo reprodu­ tores.
cen las ediciones Brockhaus-Plon (1960-1962) y Robcrt Lafíont ■727 1 de junio: nacimiento de Francesco, hermano de Casanova.
( • 9 9 3 )- _ 1732 28 de diciembre: nacimiento de Maria Maddalena Antonia Ste­
En la cronología que sigue a esta nota he procurado señalar lla, hermana menor de Casanova.
la trayectoria mínima de los hechos de la vida de Casanova, aun­ 1733 18 de diciembre: muerte de Gaetano Casanova a los treinta y seis
que esos hechos se limiten casi siempre a los constantes viajes años de edad. Episodio de la bruja de Murano.
de su errancia europea, junto con algunos, sólo algunos, de los ■734 ¡6 de febrero: nacimiento del hijo menor de los Casanova, Gae­
nombres de aquellas mujeres que supusieron una piedra blanca tano Alvise. Por motivos de salud, Zanetta lleva a Casanova a
en su memoria, las piedras blancas que, florecidas, aún le trac el vivir a Padua, primero en el pensionado de la señora Mida, luego
recuerdo a su retiro de Dux. en el del doctor Gozzi. Primeros estudios. Bettina.
173 j Zanetta sale de gira hacia Pctersburgo, dejando a sus hi jos con su
madre.
1737 Acompañado por el doctor Gozzi, Casanova va de Padua a Ve­
necia para encontrarse con su madre, de paso por la ciudad. 28 de
noviembre: se matricula en la Universidad de Padua.

Xt XL I

A
1744 Regreso a Nápoles, donde a finales de febrero pane para Roma.
1738/39 Estudios de derecho en Padua. En Ancona, aventura con Bellino-Tcrcsa (Angiola Caroli). Pasa
Octubre: regresa a Vcnecia, a casa de su abuela, y viaja regular­
por Sinigaglia, Pésaro, Rímini, Bolonia y Vcnecia. En mayo está
mente a Padua para examinarse. En Vcnecia empieza a trabajar en
en Ñapóles de nuevo; en junio, importante idilio con doña Lu­
el despacho del abogado Manzoni. crezia. En esc mismo mes entra en Roma al servicio del cardenal
1740/41 14 de febrero: inicia la carrera eclesiástica; es tonsurado en la igle­
Acquaviva. Encuentros con Benedicto XIV, la marquesa G., Bar-
sia de San Samucle por el patriarca de Vcnecia.
baruccia y Roland. A finales de año, probable regreso a Vcnecia.
Frecuenta la casa del senador Malipicro y conoce a Teresa lmcr.
'745 A primeros de año renuncia a la carrera eclesiástica y entra en la
Episodios de Nancttc y Marton Savorgnan.
militar al servicio de la República. Viaje a Corfú (relación con
174 ' 22 de enero: recibe de manos del patriarca de Venccia las cuatro
la señora Foscarini) bajo el mando de Giacomo da Riva.
órdenes menores. / de julio: viaja a Constantinopla con el nuevo baile Venicr, que
19 de marzo: primera predicación sin éxito que le lleva a renun­
presenta sus credenciales el 3 1 de agosto; Casanova asegura haber
ciar a la carrera de predicador. vuelto en el viaje de retorno del antiguo baile, Dor.j, que llegó a
Finales de marzo: pasa en Padua los exámenes de tercer curso
Corfú el ■ de noviembre. Regresa a Vcnecia, donde trabaja en
de Leyes. prácticas con el abogado Manzoni. Teresa lmcr se casa en Viena
Abril: viaje a Corfú, y quizás en mayo a Constantinopla. Regre­
con Angelo Pompeati. Su amiga Nancttc Savorgnan contrac ma­
so a Corfú. En octubre está en Casopo.
trimonio; Manon entra en un convento. Nacimiento de Cesa-
2 de abril: se encuentra en Vcnecia. Vive con la abuela materna
rino, hijo de Casanova y Teresa Lanti; y de Leonilda, hija de
en la calle della Commcdia. Hace prácticas de leyes con un abo- '
Casanova y de doña Lucrczia.
gado; sigue estudiando ciencias en Santa Maria della Salutc.
'746 Se gana el sustento como violinista en el teatro San Samucle du­
Junio: se doctora in utroque jure en Padua. Estancia en Pasiano: rante el carnaval.
Lucia de Pasiano. 18-20 de abril: conoce al senador Matteo Bragadin, que se con­
'743 18 de marzo: muerte de la abuela materna, Marzia Farussi. Ca­
vertirá, al igual que sus amigos Marco Dándolo y Marco Bar­
sanova y sus hermanos tienen que dejar la casa de la calle della
baro, en protector de Casanova hasta el fin de sus días. En agosto
Commcdia y se dispersan. Breve periodo en el seminario de San
aún trabaja en el despacho de Marco da Lczzc. Aventura con la
Cipriano, de Murano; y breve encarcelamiento en la fortaleza condesa A. S.
militar de Sant’Andrca, de donde sale a finales de julio. Segundo
1747/48 Sigue viviendo en Vcnecia.
viaje a Pasiano. 16 de agosto de 1748: presenta una denuncia por falsificación
Agosto-octubre: trabaja para el abogado Marco da Lezze. Por
contra Pictr’Antonio Capretta. En diciembre apadrina a un niño,
voluntad de Zanctta, la madre lejana, Casanova entra al servicio
Murat. Aventura con Cristina. Viajes cortos a Mcstre, Pregan-
del obispo de Martorano, Bernardo de Bernardis. ziol y Trcviso.
18 de octubre: embarca en Chioggia, en el séquito del embajador
1748/49 Entre finales de 1748 y principios de 1749 tiene que abandonar
Andrea Vil da l.ezzc, para llegar a Roma, donde lo espera de
Vcnecia para evitar a los Inquisidores de Estado, que lo siguen por
Bernardis para llevarlo consigo a Martorano.
sus prácticas cabalísticas y piden a Bragadin y a sus amigos que lo
27 de octubre-24 de noviembre: cuarentena en Ancona: la bella
hagan salir de la ciudad. En su huida llega en abril a Mantua, pa­
griega. sando por Vcrona, Milán (donde encuentra a Ballctti y a Marina)
Diciembre: después de pasar por Lorcto, llega a Roma a pie para
y Crcmona. Verano en Ccscna, en espera de salir para Ñapóles.
seguir a mediados de enero al obispo de Bernardis a Ñapóles y
Conoce a Hcnricttc, con la que vive una intensa pasión en Parma.
Martorano.
XLIII
X l.ll

i
17$o Henriette vuelve a Francia vía Ginebra en febrero. Casanova re­
nova, que el 26 de julio de 1755 es arrestado y encarcelado en los
gresa a Italia y se establece en l'arma, para regresar a Vcnecia en
Plomos, en el Palacio Ducal.
abril, donde lo acogen Bragadin y sus amigos. Un premio de la
La noche del 3 1 de octubre al 1 de noviembre se evade de los
lotería le permite llevar una activa vida mundana. A finales de
Plomos. Llega a Munich vía Mestre, Treviso, Borgo y Bolzano,
mayo encuentra a Antonio Stcfano Ballctti, con quien decide ir
pero su meta es París; en diciembre está documentado su paso
a París, pasando por Ferrara, Bolonia, Rcggio y Turin; en junio
por Augsburgo; en Estrasburgo conoce a Mme. Rivière y a sus
está en Lyon, donde ingresa en una logia masónica. En agosto
hijas.
llega a París.
■757/58 El 5 de enero de 1757 llega a París, el mismo día en que Damicns
1751/52 En París frecuenta a su amigo Ballctti y la buena sociedad.
atenta contra I.uis XV en Versalles. Frecuenta y hace amistad a
Traduce al italiano la ópera Zoroastro (1751), estrenada en el
lo largo de esos dos años con los Ballctti (inicia sus flirteos con
Teatro Real de Dresde e interpretada por su madre Zanetta. En
Manon), los hermanos Calzabigi, la marquesa d’Urfé, el conde
el verano de 1752 escribe, en colaboración con un tal F'rançois
de Lamberg, Mmc. du Rumain... Relación amorosa con Mllc.
Prévost d’Exmcs, una comedia: Les lbessaliennes, ou Arlequín
de la M -rc. Asiste desde un balcón a la ejecución de Damicns el
au sabbat; estrenada en cl Théâtre-Italien el 24 de julio, alcanzó
8 de marzo. Bernis, ministro de Estado desde principios de año,
cuatro representaciones. Hacia mitad de octubre deja París para
es nombrado el 19 de junio ministro de Asuntos Extranjeros, y
ir, vía Metz y Francfort, a Dresde, donde visita a su madre Za­
encarga a Casanova una «misión secreta» en Dunqucrquc.
netta.
i f de octubre de 17f/: primera autorización de la lotería de la
1753 Escribe para su madre la comedia La Moluccheide, que se estrena
Escuela Militar, que Casanova ha propuesto y organiza.
durante el carnaval. A finales de abril dc)a Dresde, pasa por Praga
27 de enero y 7 de febrero de 17f 8: decretos que autorizan la
y Vicna -donde vive un mes y conoce a Pietro Mctastasio-, y
lotería, cuyo primer sorteo tiene lugar el 18 de abril. En este mes,
llega a Venecia el 29 de mayo. Nuevo encuentro con Teresa Imer.
Casanova es nombrado «recaudador particular» de la lotería
Estrecha su amistad con Pietro Capretta y conoce a su hermana,
de la Escuda Militar. En septiembre, Bernis obtiene el capelo
Caterina (C. C.): ardiente pasión que lo impulsa a pedírsela como
cardenalicio. Muere Silvia Ballctti. En octubre obtiene un pasa­
esposa al padre; este envía a su hija al convento S. Maria degli
porte para Holanda con un vago encargo del gobierno francés,
Angcli de Murano, en el que Casanova conocerá en noviembre
y viaja a La Haya. Hasta finales de año reside en esa ciudad, en
a M. M. (¿Marina Maria Morosini?). En diciembre, primer en­
Amsterdam y en Rotterdam. Se encarga de vender acciones
cuentro con el embajador de Francia en Venccia, el todavía abate
de Mmc. d’Urfc con sustanciosas ganancias para su propieta­
de Bernis.
ria. Se encuentra con Teresa Imer y conoce a la hija de ambos.
1754/55 Durante todo el primer año, y hasta enero de 1755, Casanova
Sofia, y a otro vastago de Teresa, Giuseppe Pompeati, alias
mantiene relaciones amorosas a cuatro bandas con el abate de
d’Aranda.
Bernis, M. M. y Caterina Capretta por compañeros de juego. In­
759 En enero está otra vez en París. Nuevo encuentro durante el car­
terviene en las disputas y debates de los ambientes teatrales, en­
naval con Giustiniana Wynnc, que en abril huirá al convento de
frentándose al abate Chiari. Iraba amistad con el patricio
Conflans-l’Archeveque para dar a luz. Alquila una suntuosa
Marcantonio Zorzi. Nacimiento en Bayrcuth de Sophie (Sofia),
mansión, la «Pctitc Polognc», en Cracovia-cn-bcl-Air. El 28 de
hija de Teresa Imer y Casanova. En enero de 1755, el abate de
agosto es detenido, denunciado por Castclbajac a causa del im­
Bernis abandona Venecia con destino a Parma; volverá en abril
pago de una letra de cambio; tras varios días de cárcel, es liberado
para recibir las órdenes menores y el diaconado. Desde ese mes
gracias a la intervención de Mme. d’Urfé. De una fábrica de pa­
de enero, los Inquisidores de Estado ponen sus ojos en Casa-
peles pintados creada por Casanova deriva un asunto poco claro:

X1.1V
XLV
una posible acusación por fraude le obliga a abandonar rápida­ tino Grimaldi, f Icnricttc ( 15 de abril); y en Londres, con Teresa
mente París a mediados de septiembre; se refugia en 1 lolanda. Imer, convertida en la empresaria Mmc. Cornelis, y su hija So­
Del primer ministro Choiseul ha conseguido una carta de reco­ fia. Vuelve a relacionarse en la capital inglesa con los Muralt­
mendación para d’Affry, embajador francés en 1.a l laya. Kl 22 de Favre. Encendida pasión por la portuguesa Paulina. Amores
diciembre, Casanova es condenado in absentia. frustrados con una prostituta, la Charpillon, cuya presunta
1760 Viaja por Holanda, Alemania y Suiza, con la bolsa bien provista muerte lo lleva a intentar suicidarse; denunciado por la Charpi­
gracias a la marquesa d’Urfé. En febrero, nuevo encuentro con llon, el 27 de noviembre es detenido y tiene que defenderse ante
Manon Ballctti, que se casará en julio; en ese mes pasa por Lau- el juez Fielding.
sana y llega a Ginebra, donde vivirá de principios de septiembre ' 7^*4 Enero, relaciones con las hannoverianas. En primavera colabora
hasta noviembre. En abril firma por primera vez con el nombre con Ange Goudar en la redacción de L ’Espion chináis. A finales
de caballero de Seingalt, que adopta. Visitas a Voltaire en julio y de marzo, y a resultas de un asunto poco claro de dinero, aban­
septiembre. Viaja con Rosalia después de haber conocido a la se­ dona precipitadamente Londres. Pasa al continente por Dover
gunda M. M., a la marquesa de Prie y a Mlle. du Rumain, y por y Calais, viaja por Europa y se reencuentra con distintas perso­
Toulon, Antibes y Niza llega a Genova; a mediados de diciem­ nas, desde Mlle. de la M--rc al conde de Saint-Germain o Rcde-
bre está en Roma, donde conoce a Mengs, a Winckclm.11111 y Ma­ gonda. Se instala en Berlín a finales de junio; recibido por
riuccia. A finales de año viaja a l.ivorno. Pisa y Morencia, donde Federico II, Casanova rechaza el empleo de tutor de jóvenes ca­
vuelve a encontrar a Bellino-Teresa y conoce al hijo de ambos, detes que el monarca le ofrece. A mediados de septiembre deja
Cesarino. También conoce a la Corticelli y a Rcdcgonda. Berlín, pasa por Riga y llega a finales de diciembre a Petersburgo,
1761 Gira por Italia, que arranca hacia el 20 de enero y tiene por des­ donde conoce a la zarina Catalina II.
tino Ñapóles, donde encuentra nuevamente a doña Lucrczu y 176$ Excursión hasta Moscú en mayo. En octubre abandona Rusia y
conoce a su propia hija l.conilda, así como al duque de Mata llega a Varsovia, donde es recibido con todos los honores y
lona. Luego pasa por Bolonia, Módena, Parma, Turín, cruza la donde pasa nueve meses.
frontera y se dirige a Chambcry, donde vuelve a encontrarse con 1766 El 5 de marzo sostiene con el conde Branicki un duelo cuyo eco
la segunda M. M. Pero su destino es París, adonde llega pasando recorre toda Europa pero le hace perder el favor del rey. Expul­
por Estrasburgo, Augsburgo, Munich y de nuevo Augsburgo, sado el 8 de julio de Polonia, pasará el resto del año viajando a
en otoño. Su criado Costa le roba. Breslavia, Dresde (nuevo encuentro con su madre, con la Cas-
1762 En enero llega a París por cuarta vez. En primavera embarca a la telbajac), Praga (Bellino- Ieresa) y Viena (Pocchini).
Corticelli en sus planes cabalísticos con la marquesa d Urtc. Pasa 1 767 Expulsado de Viena el 24 de enero, pasa a principios de febrero
el verano en Suiza y el otoño en Iurín, de donde será expulsado a Munich y Augsburgo, donde permanece hasta junio-julio.
en noviembre. Durante esta etapa convive durante breves perio­ Luego inicia una nueva gira que le lleva por Maguncia, Colonia,
dos con la Corticelli, Ratón y Agata. Spa, Lieja, Luxemburgo, Mctz, Verdun y París, adonde llega a
1763 Continuos viajes durante todo el año desde su regreso, en enero, finales de septiembre. El 14 de octubre muere en Venecia su pro­
aTurín: Pavía, Milán, Castel Sant’Angclo, Genova y París, para tector Bragadin. Su amiga Charlotte, a la que ha llevado consigo
cruzar el canal de la Mancha (11 de junio) y llegar a Londres a desde Spa, da a luz y mucre, así como el niño, el 31 de octubre.
mediados de ese mes en compañía de su criado Clairmont y de En este mismo mes vuelve a encontrar a la Corticelli en París, de
Giuseppc Pompeati. Encuentros o reencuentros con Bellino- le- donde es expulsado mediante una lettre de cachet cuando se dis­
resa, la marquesa d’Urfé (segunda operación de regeneración en ponía a viajar a España. A finales de noviembre inicia el viaje que
primavera), Clemcntina, la Crosin, Rosalía, la marquesa Agos- lo va a llevar de París a Madrid por San Juan de Luz, Pamplona,

Xl.VI XI .VII
pulsado de la ciudad y tiene que instalarse en Bolonia, adonde
Agreda, Guadalajara, Alcalá de Henares; llega a la corte española
llega el 30 de diciembre y donde pasa nueve meses.
en invierno. Nuevo encuentro con Mcngs. Aventura con la es­
1772 En julio publica Lana Caprina. A finales de octubre se instala en
pañola doña Ignacia.
Trieste después de haber pasado dos semanas en Ancona; su lle­
1 768 Se relaciona con los medios oficiales -empezando por el «primer
gada es señalada a los Inquisidores de Estado por el cónsul ve­
ministro» del momento, el conde de Aranda—,a los que pretende
neciano en la ciudad. Trata de conseguir el perdón de los
aportar un proyecto para la colonización de Sierra Morena. Kn
Inquisidores de Estado para retornar a Venecia, y para ello es­
febrero es arrestado y encerrado en el Buen Retiro, tras una de­
cribe obras de circunstancias y mantiene relaciones amistosas
nuncia de su criado español por tenencia ilegal de armas. Ks li­
con el cónsul veneciano y con distintos personajes poderosos de
berado gracias a la intervención del conde de Aranda. Kn abril
la República.
compone un libreto de ópera en Aranjuez, viaja en mayo a To­
'773 Pasa una temporada en Spcssa y en Gorizia, para volver a Trieste
ledo, pasa junio en Aranjuez, y julio y agosto en Madrid. No ve
a mediados de octubre.
salidas para sus ambiciones y en septiembre viaja a Zaragoza, Sa-
'774 En julio inicia la publicación de su Istoria dellc turbolcnze della
gunto, Tarragona, Valencia y Barcelona. En Valencia conoce a
Polonia. En verano vuelve a encontrar a Irene Rinaldi, una actriz
Nina, amante oficial del virrey de Barcelona, el conde de Riela;
a la que conoce desde la infancia: éste será el último aconteci­
por esa relación amorosa será encarcelado en la Torre de Barce­
miento descrito en la Historia de mi vida. El 3 de septiembre, el
lona y, tras ser liberado el 28 de diciembre, expulsado de España.
'Tribunal de los Inquisidores de Estado concede gracia .1 Casa­
1769 Recorre el sur de Francia: Perpiñán, Beziers, Nîmes, Aix-en-
nova, que a sus cuarenta y nueve años, tras dieciocho de exilio,
Provence, donde cae enfermo. Tercer «encuentro» con I len-
regresa a Venecia.
riette. Curado a finales de mayo, emprende viaje a Iurín pasando
1775 Se establece en la calle de las Case Nove c intenta trabajar y man­
por Marsella. En julio se instala en Lugano para escribir e im­
tener una vida alejada de la disipación. Publica el primer tomo de
primir al mismo tiempo su libro Confutazione della storui del
su traducción de la ¡liada, y los tomos II y III de la Istoria delle
govemo veneto d'Amelot de la Houssaye, con el que pretende
turbolcnze della Polonia.
conseguir gracia del gobierno de la República de Venecia. En di­
1 776/78 Entra al servicio de los Inquisidores de Estado como confidente
ciembre regresa a Turin.
a título oficioso. Aparece el segundo tomo de su traducción de
1770 Continuos viajes por Italia: entre marzo y abril deja Turin y pasa
la ¡liada. El 29 de noviembre de 1776 muere su madre, Zanetta
por Parma, Bolonia, Pisa, los Hagni di S. (Jiuliano, Livorno, Flo­
Casanova, y en diciembre su antigua pasión, Manon Ballctti.
rencia y Pisa, para terminar permaneciendo en Roma todo el mes
Vuelve a 'Trieste, con un encargo de los Inquisidores de Estado:
de mayo. En junio se traslada a Ñapóles, donde vuelve a encon­
recabar información sobre la economía de la ciudad. En 1777 co­
trarse con viejas amistades y crea otras nuevas: Agata, Calímenc,
noce en Venecia a Lorenzo da Ponte. Y en 1778 vuelve a encon­
los Goudar y Mcdini. Excursión en agosto a Salerno, donde
trarse con Cagliostro, que pasa por Venecia.
vuelve a ver a doña Lucrczia y a su hija Leonilda, cuyos amores
'779/80 Inicia un relación amorosa, que durará varios años, con la cos­
mezcla con los de una sirviente, Anastasia. A mediados de sep­
turera Franccsca Buschini. Acompaña al cónsul pontificio Del
tiembre parte de Ñapóles para llegar a Roma a finales de mes.
Bene a la región de Ancona; en Forli visita a la bailarina Binetti;
1771 Frecuenta la Academia de los Arcades, que lo recibe en febrero
pasa julio en los baños de Abano, donde dirige el Scrutinio del
entre sus miembros y ante la que pronuncia un discurso. En pri­
Libro «Eloges de M. de Voltaire-, que aparece en otoño. Du­
mavera hace una excursión a Frascati (Mariuccia, Guglielmina).
rante el primer semestre de 1780 publica siete fascículos de
Numerosas cartas atestiguan que en junio está en Florencia,
Opuscoli miscellanei. Viaja a Florencia en junio de 1780 y el 7
donde permanece hasta finales de año: el 28 de diciembre es ex­

XI.IX
XI.VII1
de octubre es nombrado confidente regular de los Inquisidores
tiembre encuentra al conde de Waldstcin en Tcplitz y acepta el
de Estado, con el alias de Antonio Pratolini; pese a seguir en­ puesto de bibliotecario en Dux rechazado el año anterior.
viando informes a los Inquisidores hasta octubre de 1782, sólo 1786/88 Instalado en Dux, publica en primavera Soliloque d'un penseur,
recibe un sueldo regular durante tres meses. donde ataca violentamente a Cagliostro y a Saint-Germain, los
1781/82 Publica diez números de Le Messager de Thalie, un semanario dos aventureros con los que tanta relación había tenido a lo largo
escrito en francés sobre argumentos teatrales. Intenta convertirse de los años. En octubre de 1786 visita Praga y en diciembre pasa
en empresario de teatro sin éxito. Un asunto de dinero lo en­
una semana en Dresde. En julio de 1787 viaja de nuevo a Praga,
frenta a un protegido del patricio Zuan Cario Grimani, contra
donde pasa tres meses: en octubre, encuentro con Lorenzo da
quien publica, en agosto de 1782, un libelo titulado Né amori ne
Ponte y Mozart, con quienes colabora en la redacción del libreto
donne, ovvero la stalla ripulita, por el que vuelve a caer en des­
de Don Giovanni. Con fecha de 1788 publica en diciembre de
gracia de los Inquisidores de Estado. Abandonado por todos, en
1787 la Histoire de ma fuite des prisons de la République de
septiembre viaja a Trieste. Venise qu 'on appelle les Plombs. Ese mismo año aparece tam­
1783 Pasa por Venecia en enero para recoger sus cosas y a mediados
bién en Praga una larga novela, Icosameron, ou Histoire d ’É-
de mes llega a Viena, donde vuelve a encontrarse con Lorenzo da douard et d ’Élizabeth. En octubre regresa a Dux.
Ponte. A principios de junio regresa a Venecia; será la última vi­
1789/91 Grave enfermedad, tratada por el médico irlandés O ’Rcilly. En
sita a su ciudad natal, de la que se despide, así como de Franccsca verano de 1789, probable inicio del primer manuscrito de sus
Buschini. Vuelve a su vida errante: por Udinc y Bolzano pasa a
Memorias, que alterna con su dedicación a problemas matemá­
Francfort, Aquisgrán (propuesta fallida de una lotería), Spa,
ticos y geométricos, que le llevarán a publicar en 1790 en Dresde
Amstcrdam (con la -dama inglesa»), Ambercs y Bruselas (nuevo el tratado Solution du problème déliaque, seguido por dos co­
proyecto de lotería), para llegar el 19 de septiembre a París, rolarios. Pretende, sin éxito, conseguir el titulo de matemático
donde en apenas los dos meses en que permanece vuelve a ver a de las academias de Londres, Berlín y Pctcrsburgo.
su hermano Francesco Casanova y conoce a Benjamin Franklin.
Frecuentes visitas a Dresde en 1790 y 1791. En julio de este úl­
A principios de diciembre viaja en compañía de su hermano
timo año, primeros altercados con el administrador del castillo
Francesco a Viena, desde donde se dirige a Berlín por Dresde. de Dux, Feldkirchncr, y con cl courrier Wicdcrholt, que en di­
1784 Regresa en febrero a Viena, donde entra al servicio del embaja­
ciembre le da una paliza en plena calle de Dux; denuncias in­
dor veneciano Sebastiano Foscarini. Conoce al conde de Walds­
fructuosas ante los tribunales. En junio escribe un texto teatral,
tein, sobrino de su viejo conocido el príncipe de Lignc, que le
Le Polémoscope ou la Calomnie démasquée.
ofrece el puesto de bibliotecario en su castillo de Dux (en la ac­
1 792 Reacciona contra la servidumbre del castillo con denuncias, car­
tualidad Duchov, en Chcquia); Casanova lo rechaza. En mayo
tas y libelos difamatorios, en especial contra Feldkirchncr. En
publica Lettre historico-critique sur un fait connu, dépendant
febrero, para huir de éste y los demás criados, se instala en Obcr-
d ’une cause peu connue. En noviembre aparece la primera edi­
leutcnsdorf, otra propiedad de la familia Waldstcin cerca de Dux,
ción de la Exposition raisonnée du différent qui subsiste entre
donde en septiembre recibe la visita de Lorenzo da Ponte. Bre­
les deux républiques de Venise et d ’Hollande, retirada ense­ ves estancias en Tcplitz, en casa de los Clary, a los que frecuenta
guida por sus numerosas erratas. desde hace casi una década.
1785 En enero aparece la segunda edición corregida de esa Exposition 1793 El 27 de julio, en una carta a J. F. Opitz, inspector de finanzas
raisonnée..., que en abril se verá ampliada con un Supplément a
con quien lleva manteniendo una larga relación epistolar, le es­
l ’Exposition raisonnée... Muerte del embajador Foscarini; al
cribe que ha terminado la redacción del primer manuscrito de la
perder su empleo, Casanova deja Viena definitivamente. En sep-
Histoire de ma vie, hasta el tomo undécimo, en el que llega hasta

L LI

i
los sucesos de la primavera de 1774. El conde de Waldstein des­
pide a Fcldkirchncr y a Wicdcrholt.
794 Inicio de la revisión de las Memorias.
79 % El 5 de septiembre, el general Sprengtporten, a quien había co­
nocido en Tcplitz, mucre en un accidente provocado por el con­
de de Waldstein. Seis días más tarde redacta una Declaración
justificativa y deja Dux; viaja a Berlín y Hamburgo buscando
inútilmente otro empleo. Larga estancia en Drcsdc, donde su
hermano Giovanni Battista mucre el 8 de diciembre. Regreso a
Dux.
796 Encuentro, posiblemente en verano, con Elisabcth von der
Reckc. VO LU M EN I
797 Muerte de Teresa Imcr en Londres (10 de agosto). Parece re­
nunciar al proyecto, tanto tiempo deseado, de publicar la His­ H IS T O R IA D E MI V ID A H A S T A E L A Ñ O 1797
toire de ma vie.
798 Planea viajar a Venccia en primavera. En abril cac enfermo de
graves problemas de vejiga; interrumpe la revisión del manus­ N cquicquam sapit qui sibi non sapit.
crito antes de llegar al último tomo, el duodécimo. Llega a Dux, Cic. ad Trcb.8'
para cuidarle, su sobrino Cario Angiolini.
El 4 de junio, a la edad de setenta y tres años, Casanova muere.
Su sobrino se hace cargo del manuscrito de la Histoire de ma
vie, que lleva consigo a Drcsdc y que los herederos venderán en
1820 al editor Brockhaus de Leipzig.

* «Es no conocer nada conocer sólo en provecho propio»; Casanova


cita de memoria el texto de Cicerón a Trcbacio: •Quis ipse sibi sapiens
prodesse non quit, nequidquam sapit» (Cartas a familiares, V il, 6).

1.11
PREFACIO

Empiezo declarando a mi lector que, en todo lo que de bueno


o de malo he hecho en mi vida, estoy seguro de haber merecido
elogios y censuras, y que por lo tanto debo creerme libre. La
doctrina de los estoicos, y de cualquier otra secta, sobre la fuer­
za del D estino es una quimera de la imaginación que lleva al
ateísmo. Y yo soy no sólo monoteísta, sino cristiano fortificado
por la filosofía, que nunca ha echado nada a perder.
C reo en la existencia de un Dios inmaterial creador y dueño
de todas las formas; y lo que me demuestra que nunca lo he du­
dado es que siempre conté con su providencia, recurriendo a él
en todos mis infortunios mediante la oración, y siendo siempre
escuchado. La desesperación mata; la oración la hace desapare­
cer, y tras ella el hombre confía y actúa. En cuanto a los medios
de los que el ser de los seres se sirve para apartar las desgracias
inminentes sobre quienes imploran su ayuda, es una búsqueda
que está por encima del poder del entendimiento humano, que
en el mismo instante en que contempla la incomprensibilidad de
la Providencia divina se ve obligado a adorarla. Nuestra igno­
rancia se convierte en nuestro único medio; y los verdade­
ramente felices son quienes la aman. Por lo tanto hay que rogar
a Dios, y creer que hemos obtenido la gracia incluso cuando la
apariencia nos dice que no la hemos obtenido. En cuanto a
la postura del cuerpo que debe adoptarse cuando dirigim os
nuestros votos al Creador, un verso de Petrarca' nos lo indica:
i. Francesco Petrarca ( 1 304-1374) cantó el amor por Laura en su
Canzonterc, donde sonetos, madrigales y canciones estaban escritos en
la lengua italiana popular.

3
Con le ginocchia della mente inchine.1
A pesar de un fondo de excelente moral, fruto necesario de
los divinos principios arraigados en mi corazón, toda mi vida
El hombre es libre; mas no lo es si no cree serlo, y cuanto
fui víctima de mis sentidos; me ha gustado descarriarme, y con­
más fuerte supone al Destino, más se priva de la fuerza que Dios
tinuamente he vivido en el error sin más consuelo que el de saber
le dio al dotarle de razón. que estaba en él. Por esta razón espero, querido lector, que, lejos
La razón es una parcela de la divinidad del Creador. Si nos
de encontrar en mi historia una impronta de impúdica jactan­
servim os de ella para ser humildes y justos, no podemos por cia, encontréis la que conviene a una confesión general, aunque
menos de agradar a aquel que nos hizo su don. Dios sólo deja de
en el estilo de mis narraciones no halléis ni la actitud de un pe­
ser Dios para quienes conciben posible su inexistencia. N o pue­
nitente ni el reparo de alguien que se sonroja al dar cuenta de
den sufrir m ayor castigo. sus calaveradas. Se trata de locuras de juventud. Veréis que me
Aunque el hombre sea libre, no debe creerse sin embargo que río de ellas, y, si sois bondadoso, reiréis conmigo.
sea dueño de hacer cuanto le venga en gana. Se vuelve esclavo Reiréis cuando sepáis que muchas veces no he tenido escrú­
cuando decide actuar dom inado por la pasión. N isi paret im ­
pulos en engañar a atolondrados, bribones y necios cuando tuve
p e rá is Sabio es quien tiene fuerza suficiente para dejar de obrar
necesidad de hacerlo. Por lo que se refiere a las mujeres, se trata
hasta que llegue la calma. Estos seres son raros. de engaños recíprocos que no deben tenerse en cuenta, pues,
El lector al que le guste pensar verá en estas memorias que,
cuando el amor interviene, ambas partes suelen resultar engaña­
al no tender nunca a un objetivo preciso, el único criterio que he
das. C aso muy distinto es cuando se trata de necios. Siempre me
tenido, si es que hay uno, ha sido dejarme llevar adonde el viento
felicito cuando recuerdo haberles hecho caer en mis redes, pues
reinante me empujaba. ¡Cuántas vicisitudes en esta indepen­
son insolentes y presuntuosos más allá de toda razón. Ésta se
dencia de métodos! Mis infortunios, igual que mis momentos
venga cuando engañamos a un necio, y la victoria merece la
de felicidad, me han demostrado que en este mundo, tanto fí­
pena, pues los necios están acorazados y no sabe uno por dónde
sico como moral, el bien deriva del mal, lo mismo que el mal del
agarrarlos. Engañar a un necio es, por último, hazaña digna
bien. Mis extravíos mostrarán a los pensadores los caminos con­
de un hombre inteligente. Lo que me ha metido en la sangre,
trarios, o les enseñarán el gran arte de mantenerse alejado del
desde que existo, un invencible odio contra esa ralea es que yo
peligro. Se trata únicamente de tener coraje, pues de nada sirve
mismo me encuentro necio siempre que, en sociedad, estoy con
la fuerza sin la confianza. M uy a menudo he visto que la felici­
ellos. H ay que distinguirlos, sin embargo, de esos hombres a los
dad me llegaba a consecuencia de un paso imprudente que ha­
que se llama bobos, pues, al ser bobos únicamente por falta de
bría debido llevarme al precipicio; y, al mismo tiempo que me
educación, los aprecio bastante. Entre éstos he encontrado al­
reprendía a mí mismo, he dado las gracias a Dios. También he
gunos muy discretos y que dentro de su estupidez poseen una
visto, por el contrario, que de una conducta mesurada y pru­ especie de ingenio. Se parecen a esos ojos que, sin cataratas, se­
dente salía una desgracia abrumadora: esto me humillaba, pero, rían muy bellos.
seguro de tener razón, no me costaba mucho consolarme.
Al examinar, querido lector, el sentido de este prefacio, fá­
cilmente adivinarás mi propósito. Lo he hecho porque quiero
2. «Con las rodillas del alma inclinadas», Petrarca, Canzoniere,
«In mortc di Madonna Laura», VIII, 6}. que me conozcas antes de leerme. Sólo en los cafés y en las mesas
j. «Si no obcdccc, manda»; la frase completa de Horacio (Epísto­ comunes de las posadas se conversa con desconocidos.
las, I, 2, 62) dice: •Animum rege, qui, nisi paret, imperat» («Domina tu He escrito mi historia y nadie puede criticarlo; pero ¿hago
corazón, que, si no obedece, manda»), que Casanova volverá a utilizar bien dándola a un público al que no conozco y contra el que
en el cap. IX. estoy prevenido? N o. Sé que cometo una locura; pero si tengo

4
5
necesidad de hacer algo, y de reírme, ¿por que me abstendría de de las penas que sufrí, y que ya no siento. Miembro del universo,
hacerlo? hablo al aire e imagino que doy cuentas de mi gestión, como un
m ayordom o las da a su señor antes de marcharse. Por lo que a
Expulit elleboro m orbum, bilem que meraco.* mi futuro se refiere, nunca he querido inquietarme, filosófica­
mente hablando, pues nada sé sobre él; y porque, en mi calidad
Un A ntiguo me dice en tono de maestro: Si no has hecho de cristiano, la fe debe creer sin razonar, y la más pura guarda un
cosas dignas de ser escritas, escribe a l menos cosas que sean dig­ profundo silencio. Sé que he existido, y seguro de ello por haber
nas de ser leídas Es un precepto tan bello como un diamante de sentido, también sé que habré dejado de existir cuando haya ter­
primera agua abrillantado en Inglaterra;6 pero no se me puede minado de sentir. Si después de mi muerte ocurre que todavía
aplicar, pues no escribo ni la historia de un personaje ilustre ni siento, ya no dudaré de nada; pero daré un mentís a cuantos ven­
una novela. Digna o indigna, mi vida es mi materia, mi materia gan a decirme que he muerto.
es mi vida. Después de haberla vivido sin haber creído nunca Ya que mi historia debe empezar por el hecho más remoto
que pudiera venirme el deseo de escribirla, quizá posea un ca­ que mi memoria pueda recordarm e, empezará cuando tenía
rácter interesante del que tal vez carecería si la hubiera vivido ocho años y cuatro meses. Antes de esa época, si es cierto que v i­
con la intención de escribirla en mi vejez y, lo que es más, de pu­ vere cogitare est,9 no vivía: vegetaba. C om o el pensamiento del
blicarla. hombre sólo consiste en comparaciones hechas para examinar
En este año de 1 797, a la edad de setenta y dos años, cuando relaciones entre las cosas, no puede preceder a la existencia de su
puedo decir vixi,7 aunque todavía respiro, me sería difícil pro­ memoria. El órgano que le es propio no se desarrolló en mi ca­
curarme un pasatiempo más agradable que el de entretenerme beza hasta ocho años y cuatro meses después de mi nacimiento;
con mis propias cosas y ofrecer un noble tema de risa a la buena fue en esos momentos cuando mi alma empezó a ser susceptible
sociedad que me escucha, que siempre me ha dado pruebas de de impresiones. De qué manera una sustancia inmaterial, que no
amistad y a la que siempre he frecuentado. Para escribir bien puede nec tangere nec tangi,'c puede serlo, no hay hombre que
sólo necesito imaginar que ella va a leerme: Qutecumque dixi, si esté en condiciones de explicarlo.
placuerint, dictavit a u d i t o r Por lo que se refiere a los profanos, Una filosofía consoladora, de acuerdo con la religión, pre­
a quienes no podré impedir que me lean, bástame saber que no tende que la dependencia en que el alma está de los sentidos y de
escribo para ellos. los órganos no es sino fortuita y pasajera, y que será libre y feliz
Al recordar los placeres que he vivido, los renuevo y me río cuando la muerte del cuerpo la haya liberado de ese tiránico
poder. Esto es muy hermoso, pero, dejando aparte la religión, no
4. «Expulsó las enfermedades y la bilis con eléboro», Horacio, es seguro. A sí que, al no poder alcanzar la absoluta certeza de ser
Epístolas, 11, 2, 137. inmortal hasta después de haber dejado de vivir, se me perdo­
5. Cita inexacta de una carta de Plinio el Joven a Tácito: •Equidem nará que no tenga prisa por llegar a conocer esa verdad. Un co ­
beatos puto, quibus deorum muñere datum est aut jacere scribenda, aut
nocimiento que cuesta la vida, cuesta demasiado caro. Mientras
scribere legenda; beatissimos vero, quibus utrumque» (Cartas, VI, 16).
6. Eran Ambercs desde el siglo XV y Amsterdam desde el XVI los tanto, adoro a Dios, prohibiéndome toda acción injusta y abo­
centros donde se trabajaban los diamantes; Inglaterra no ocupó ningún rreciendo a los hombres injustos, sin por ello hacerles el mal.
lugar en esa artesanía, por lo que, si Casanova no la cita irónicamente,
9. «Vivir es pensar», Cicerón, Tusculanas, V, 38.
sería un error.
10. «Ni tocar ni ser tocada», aludiendo a la filosofía de Epicuro, ex­
7. «He vivido.»
8. «Si lo que digo agrada, lo dirá quien me oiga», Marcial, X II,prarp: puesta por Lucrecio: «Tangere enim et tangi nisi corpus, nulla potest res»
•Si quid est enim m libellis meis quod placeat dictavit auditor». (De rerum natura, I, 305).

6
Me basta con abstenerme de hacerles el bien. N o hay que ali­ dad de las fisonomías será igual a la diversidad de los caracteres.
mentar a las serpientes. Después de haber reconocido que durante toda mi vida he
Com o también debo decir algo de mi temperamento y de mi actuado más a impulsos del sentimiento que de mis reflexiones,
carácter, el más indulgente de mis lectores no será ni el menos lie llegado al convencimiento de que mi conducta ha dependido
honesto ni el más falto de ingenio. más de mi carácter que de mi inteligencia, aunque sólo tras una
He tenido los cuatro temperamentos: el flemático en mi in­ larga batalla entre ambos; en esa batalla nunca he encontrado al­
fancia, el sanguíneo en mi juventud, más tarde el bilioso, y, por ternativamente en mí ni suficiente inteligencia para mi carácter,
último, el melancólico, que al parecer ya no me dejará. Com o ni suficiente carácter para mi inteligencia. Dejém oslo, pues es
he adaptado mi alimentación a mi constitución, siempre he go­ un ejemplo de que si brevis esse volo obscurus f io ." C reo que,
zado de buena salud; y com o pronto supe que lo que la altera es sin ofender a la modestia, puedo apropiarme de estas palabras
siempre el exceso, bien de alimentación, bien de abstinencia, de mi amado Virgilio:
nunca he tenido más médico que yo mismo. Mas la abstinencia
me ha parecido mucho más peligrosa. El exceso provoca una in­ N ec sum adeo inform is: nuper me in litore v id i
digestión; pero el exceso en poco provoca la muerte. En la actua­ Cum placidum ventis staret m a re.'1
lidad, viejo com o soy, sólo necesito comer una vez al día, pese a
la excelencia de mi estómago, y lo que me compensa de esa pri­ C u ltivar los placeres de mis sentidos fue toda mi vida mi
vación es el dulce sueño y la facilidad con que traslado al papel principal tarca; nunca he tenido otra más importante. Sintién­
mis razonamientos sin necesidad de paradojas ni de enmarañar dome nacido para el otro sexo, siempre lo he amado y me he
sofismas sobre sofismas, más apropiados para engañarme a mí hecho amar por él cuanto he podido. También he amado las de­
mismo que a mis lectores, pues nunca podría decidirme a darles licias de la buena mesa con ardor, y me he apasionado por cual­
moneda falsa sabiendo yo que es falsa. quier objeto hecho para excitar la curiosidad.
El temperamento sanguíneo me hizo muy sensible a los atrac­ Tuve amigos que me hicieron el bien, y me sentí feliz cuan­
tivos de toda clase de voluptuosidad, siempre alegre, siempre do pude darles en toda ocasión prueba de mi agradecimiento;
presto a pasar de un goce a otro, c ingenioso para inventarlos. y tuve enemigos detestables que me persiguieron, y a los que no
De ahí vino mi inclinación a trabar nuevas amistades tanto como exterm iné porque no pude. N unca les habría perdonado si
mi facilidad para romperlas, aunque siempre con conocimiento no hubiera olvidado el daño que me hicieron. El hombre que
de causa y nunca por ligereza. Los defectos del temperamento olvida una injuria no la ha perdonado, la ha olvidado; porque el
son incorregibles, porque el temperamento mismo es indepen­ perdón nace del sentimiento heroico de un corazón noble y de
diente de nuestras fuerzas; pero el carácter es otra cosa. Lo que un espíritu generoso, mientras que el olvido deriva de una debi­
constituye el carácter es el corazón y la inteligencia; y como el lidad de memoria, o de una dulce indolencia amiga de un alma
temperamento influye muy poco en él, se deduce que depende pacífica, y a menudo de una necesidad de calma y de paz; pues
de la educación, y que es susceptible de correcciones y reforma. el odio, a la larga, mata al desdichado que se complace en ali­
Dejo a otros decidir si el mío es bueno o malo, pero, tal como mentarlo.
es, se muestra fácilmente en mi fisonom ía a cualquiera que en­ Si se me llama sensual, se equivocarán, pues la fuerza de mis
tienda. Sólo en la fisonomía se hace visible el carácter del hom ­
11. «Si quiero ser breve, me vuelvo oscuro», I loracio, Arte poética,
bre, pues ella es su asiento. Observem os que los hombres que vv. 25-26: • Brevis esse laboro, obscurus fio».
carecen de fisonomía, y cuyo número es grandísimo, tampoco 12. «No soy tan feo: me he visto hace poco en la orilla, cuando el mar
tienen lo que se llama un carácter. Por consiguiente, la diversi­ estaba sosegado de viento», Virgilio, Bucólicas, II, vv. 25-26.

8 9
sentidos nunca me ha hecho descuidar mis deberes cuando los Pero si no dudamos de la revelación en física, ¿por qué no de­
he tenido. Por la misma razón nunca se debería haber llamado beríamos admitirla en materia de religión? Sólo se trata de una
borracho a Hom ero: Laudibus arguitur vin i vinosus Horneras. " cuestión formal. El espíritu habla al espíritu, y no a los oídos. Los
Me han gustado los platos de sabor fuerte: el pastel de ma­ principios de todo lo que sabemos sólo pueden haber sido reve­
carrones hecho por un buen cocinero napolitano, la olla po­ lados a quienes nos los comunicaron por el grande y supremo
drida,'4 el bacalao de Terranova" muy viscoso, la caza con todos principio que contiene todos. La abeja que hace su colmena, la
sus husmos y los quesos, cuya perfección se manifiesta cuando
golondrina que construye su nido, la hormiga que excava su ga­
los pequeños seres que viven en ellos empiezan a volverse visi­ lería y la araña que urde su tela nunca habrían hecho nada sin una
bles. En cuanto a las mujeres, siempre me ha parecido que la que revelación eterna previa. Debemos creer que las cosas son así, o
amaba olía bien, y cuanto más fuerte era su transpiración más admitir que la materia piensa. ¿Por qué no, diría Locke,'* si Dios
suave me parecía. lo hubiera querido? Pero no nos atrevemos a conceder tanto
¡Q ué gusto tan depravado! ¡Q ué vergüenza reconocerlo y honor a la materia. Atengámonos pues a la revelación.
no sonrojarse! Esta crítica me da risa. Gracias a mis gustos gro­ El gran filósofo que, después de haber estudiado la naturale­
seros soy lo bastante desvergonzado para creerme más feliz que za, creyó poder cantar victoria al reconocerla como Dios, murió
otros, en primer lugar porque estoy convencido de que mis gus­ demasiado pronto. De haber vivido algún tiempo más, habría ido
tos me vuelven más susceptible de más placer. Felices aquellos mucho más lejos, y su viaje no hubiera sido largo. Al encontrarse
que, sin hacer daño a nadie, saben procurárselo, e insensatos en su autor, no habría podido negarlo: in eo movemur, et sumas.'7
quienes imaginan que el Gran Ser pueda disfrutar con los dolo­ Lo habría encontrado inconcebible; y no se habría preocupado.
res, las penas y las abstinencias que le ofrecen como sacrificio, y
Dios, gran principio de todos los principios, y que nunca tuvo
que sólo ama a los extravagantes que se los imponen. De sus
principio, ¿podría concebirse él mismo si para concebirse hu­
criaturas Dios sólo puede exigir el ejercicio de las virtudes cuyo biera necesitado conocer su propio principio? ¡Feliz ignorancia!
germen ha colocado en su alma, y cuanto nos ha dado no tiene Spin oza," el virtuoso Spinoza, murió antes de llegar a poseerla.
otro fin que hacernos felices: amor propio, ambición de alaban­ Habría muerto sabio y con derecho a pretender la recompensa a
zas, sentimiento de emulación, fuerza, valor y un poder del que sus virtudes de haber supuesto inmortal su alma.
no puede privarnos ninguna tiranía: el de matarnos si, tras un Es falso que una pretensión de recompensa no convenga a la
cálculo acertado o erróneo, tenemos la desgracia de creer que verdadera virtud y que atente contra su pureza: sirve, por el con­
podemos sacarle provecho. Ésa es la prueba más sólida de nues­ trario, para sostenerla, por ser el hombre demasiado débil para
tra libertad moral que tanto ha com batido el sofisma. Sin em­ querer ser virtuoso con el solo fin de agradarse a sí mismo.
bargo, la naturaleza aborrece de ese poder con razón; y todas Tengo por fábula las palabras de aquel A nfiarao1’ para quien v ir
las religiones deben proscribirla.
U no que se pretendía descreído me dijo cierto día que no 16. John l.ocke (1632-1704), filósofo empirista inglí-s, que abogó por
la ley natural como el único principio idóneo para explicar la realidad.
podía llamarme filósofo y admitir la revelación.
17. «En él nos movemos y existimos», Hechos de los Apóstoles 17,
28: •In ipso enim vivimus, et movemur et sumus».
1 3. «A Homero se le acusa de amar el vino porque alaba el vino», Ho­
18. Baruch Spinoza (1632-1677), filósofo holandés de origen sefardí,
racio, Epístolas, I, 19, 6. ,, representante del racionalismo de la filosofía del siglo XV II.
14. Plato español a base de carne, tocino, verduras, cocido durante
19. Hijo de Oíclcs y de Hipermestra, Anfiarao, rey de Argos, está
mucho tiempo y fuertemente especiado.
considerado a veces como uno de los argonautas; padre de Eurídicc, Alc-
1 j. Antes del siglo xvm Terranova ya era el principal puerto de los
meón, Anfíloco y Dcmonasa, se vio arrastrado a la guerra de su cuñado
pescadores de bacalao. Adrasto contra Tebas. Fue venerado como espíritu emisor de oráculos

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11
bonus esse quam vid eri m alebat.10 C reo, en fin, que no hay en el mismo sin horror contrayendo alguna obligación con la muerte,
mundo hom bre honrado que no tenga alguna especie de pre­ que detesto. Feliz o desdichada, la vida es el único tesoro que el
tcnsión; y voy a hablar de la mía. hombre posee, y quienes no la aman no son dignos de ella. Si se
Pretendo la amistad, la estima y el reconocim iento de mis le antepone el honor, es porque la infamia la destruye. Y si, obli­
lectores. Su reconocimiento, si la lectura de mis memorias les ha gado a elegir entre el honor y la vida, uno se da la muerte, la fi­
instruido y procurado placer. Su estima si, haciéndome justicia, losofía debe callar. ¡O h muerte, cruel ley de la naturaleza que la
han encontrado en mí más cualidades que defectos; y su amistad, razón debe reprobar, pues sólo está hecha para destruirla! Dice
sobre todo, cuando me hayan encontrado digno de ella por la Cicerón"' que la muerte nos libra de las penas. El gran filósofo
franqueza y la buena fe con que me ofrezco sin disfraz alguno, anota el debe, mas no tiene en cuenta el haber. N o recuerdo si,
tal como soy, a su juicio. cuando escribía sus Tusculanas, su Tulliola había muerto. La
Verán que siempre he amado la verdad con tal pasión que muerte es un monstruo que expulsa del gran teatro a un espec­
muchas veces empecé mintiendo para hacerla entrar en cabezas tador atento antes de que haya acabado una obra que le interesa
que no conocían sus encantos. N o me condenarán cuando me enormemente. Esta sola razón debería bastar para detestarla.
vean vaciar la bolsa de mis amigos para satisfacer con ella mis N o se encontrarán en estas memorias todas mis aventuras.
caprichos, porque tenían proyectos quiméricos y, haciéndoles He om itido las que habrían desagradado a las personas que par­
creer en su éxito, yo esperaba al mismo tiempo curarlos de su lo­ ticiparon en ellas, pues habrían hecho un mal papel. Pese a esto,
cura desengañándolos. Los engañaba para volverlos prudentes; a veces pareceré muy indiscreto, y me molesta. Si antes de mi
y no me creía culpable porque no era un espíritu de avaricia lo muerte me vuelvo prudente, y si todavía estoy a tiempo, lo que­
que me hacía obrar. Em pleaba para pagar mis placeres sumas maré todo. Ahora no tengo valor para hacerlo.
destinadas a conseguir la posesión de cosas que la naturaleza im­ Quienes crean que describo con excesivo detalle ciertas aven­
pide poseer. Me creería culpable si hoy fuera rico. N o tengo turas amorosas, se equivocan, a menos que me juzguen mal pin­
nada; lo he tirado todo, y esto me consuela y justifica. Era d i­ tor. Les ruego que me perdonen si mi vieja alma ahora sólo se ve
nero destinado a locuras, y no desvié su uso al hacer que sirviera reducida a gozar por reminiscencias. La virtud puede saltarse
a las mías. todos los cuadros que puedan alarmarla; y me alegra darle ese
Si en el deseo que tengo de agradar me engañara, confieso consejo en este prefacio. Tanto peor para quienes no lo lean. El
que me desagradaría, pero no tanto como para arrepentirme de prefacio es a una obra lo que el programa a una comedia. Hay
haber escrito, pues nada podrá impedir que me haya divertido. que leerlo. N o he escrito estas memorias para la juventud, que,
¡Cruel aburrimiento! Sólo por olvido quienes han descrito las para protegerse de las caídas, necesita vivir en la ignorancia; sino
penas del infierno no lo hicieron figurar entre ellas. para aquellos que, a fuerza de haber vivido, se han vuelto re­
Debo confesar, sin embargo, que no puedo defenderme del fractarios a la seducción, y que a fuerza de haber vivido en el
miedo a los silbidos. Es un temor demasiado natural para que fuego se han vuelto salamandras.“ Dado que las verdaderas vir­
me atreva a presumir de estar por encima de ellos; y estoy muy tudes no son más que hábitos, me atrevo a decir que los verda-
lejos de consolarm e con la esperanza de que, cuando mis me­
21. Marco Tulio Cicerón (106-43 a-C.), político, escritor y orador ro­
morias aparezcan, yo ya no exista. N o puedo imaginarme a mí
mano, el más celebre de la Edad Antigua. En sus Tusculanas (Tusculan.e
cerca de esa ciudad, donde desapareció en la tierra gracias a Zeus, que disputationes, 45-44 a.C.), escritas a raíz de la muerte de su hija Tulliola
abrió una grieta en el suelo cuando era perseguido por los tebanos. (79'45 a.C.), diserta sobre los caminos para alcanzar la felicidad siguiendo
20. «Prefería ser bueno a pareccrlo». Esquilo, Los siete contra Te- la enseñanza positivista de los estoicos.
22. Según viejas creencias que ya figuran en Aristóteles (Historia de
bas, 592.

12 >3
deros virtuosos son quienes las practican sin tomarse el menor bierno republicano, elocuentes oradores y eruditos escritores
esfuerzo. Éstos no tienen la menor idea de intolerancia. Para lian convencido a toda Europa de que pueden elevar esa lengua
ellos he escrito. He escrito en francés, y no en italiano, porque hasta un grado de belleza y de fuerza que el mundo no ha vis-
la lengua francesa está más extendida que la mía. Los puristas 10 hasta el presente en ninguna otra. En el breve espacio de un
que, encontrando en mi estilo giros de mi país, me critiquen, lustro ya ha ganado un centenar de palabras sorprendentes por
sólo tendrán razón si esos giros les impiden entenderme con cla­ su dulzura, por su majestad o por su noble armonía. ¿Se puede,
ridad. Los griegos gustaron de Teofrasto1* a pesar de sus mo­ P ° r ejemplo, inventar algo más bello en materia de lengua que

dismos de Ereso, y los romanos de su Tito L iv io 14 a pesar de su ambulance, franciade,26 monarchien, sansculottisme? ¡Viva la R e­
patavinidad. Si resulto interesante, puedo aspirar, en mi opinión, pública! Es imposible que un cuerpo sin cabeza cometa locuras.
a la misma indulgencia. Toda Italia aprecia a A lgarotti1’ aunque La divisa que he cnarbolado justifica mis digresiones y los
su estilo esté plagado de galicismos. comentarios que hago, quizá con excesiva frecuencia, sobre mis
Es digno de atención, sin embargo, que, de todas las lenguas hazañas de todo género: nequicquam sapit qui sibi non sapa.17
vivas que figuran en la República de las letras, la francesa sea la Por la misma razón siempre he tenido necesidad de oírme alabar
única a la que sus tutores condenaron a no enriquecerse a ex­ por la gente de bien:
pensas de las otras, mientras que las otras, todas más ricas que
ella, la saquearon tanto en su vocabulario como en su forma en Excitât auditor studium, laudataque virtus
cuanto se dieron cuenta de que, mediante estos pequeños hurtos, crcscit, et immensum gloria calcar babet.‘ *
se embellecerían. Quienes la sometieron a esa ley admitieron sin
embargo su pobreza. Se justificaron diciendo que, tras haber lle­ C on gusto hubiera recurrido al orgulloso axioma N em o le-
gado a poseer todas las bellezas posibles, el menor rasgo ex­ ditur nisi a seipso,19 si no hubiera temido escandalizar al inmenso
tranjero la afearía. Una sentencia así puede haber sido dictada número de los que, ante todo lo que les va mal, exclaman: no es
por una prevención. Todas las naciones expresaban desde los culpa mía. H ay que dejarles ese pequeño consuelo, porque sin él
tiempos de Lulli el mismo juicio sobre su música, hasta que llegó terminarían odiándose; y de ese odio nace la idea de matarse.
Ramcau para dem ostrar su falsedad. H oy en día, bajo el go- Por lo que a mí respecta, como siempre me considero la causa
principal de todas las desventuras que me han ocurrido, me he
los animales, V, 6) y en Plinio el Viejo (Historia natural), la salamandra no
sólo era incombustible, sino capaz de apagar el fuego. visto con gusto en condiciones de ser alumno de mí mismo y en
23. Teofrasto (ca. 372-287 a.C.), filósofo peripatético griego, nacido en el deber de amar a mi preceptor.
Ercso (Lesbos); fue discípulo de Aristóteles, a quien sucedió en la direc­
ción de su escuela, el peripatos, galería del Liceo donde el filósofo impar­
tía clases pascando. Fue autor, sobre todo, de unos Caracteres, colección 26. Periodo del calendario republicano francés, compuesto por cuatro
de retratos en la que describe distintos tipos de carácter: cada uno ejem­ años, tres de ellos normales y el cuarto bisiesto. Casanova había discu­
plifica una desviación de la norma admitida de conducta. tido las nuevas palabras adoptadas tras la Revolución y que aparecían en
24. Tito Livio (ca. 59 a.C.-17 d.C.), el gran historiador de la Repú­ el Nouveau Dictionnaire français de Snetlage, en una obra dedicada a éste:
blica romana (Historia de Roma desde su fundación), fue acusado por Asi- A Léonard Snetlage (¿Dresde?, 1797).
nio Polión de patavinidad, es decir, de provincianismo lingüístico, 27. Véanse págs. 1 y 17.
refiriéndose a su lugar de nacimiento, Patavitmi (Padua). 28. «El público excita el esfuerzo, los elogios acrecientan el valor y la
25. Francesco Algarotti (1712-1764), escritor italiano relacionado gloria es un poderoso estímulo», Ovidio, Pónticas, IV, 2, 35.
con los Ilustrados franceses. En 1747 fue nombrado chambelán de la 29. «Uno mismo es siempre artífice de su propia desgracia», atribuido
corte prusiana por Federico el Grande. Vulgarizó las teorías newtonia- a Séneca por Cornclio Nepote en Vida de Pomponio Ático, XI: «.V«/
nas y dejó en Saggi sopra le belle arti su obra más influyente. cuique mores fingunt fortúname.

■4
H IS T O R IA D E G IA C O M O C A S A N O V A
D E S E IN G A L T , V E N E C I A N O ,
E S C R IT A P O R É L M IS M O E N D U X , B O H E M IA

N equicquam sapit qui sibi non sapit.

CAPÍTULO I

Don Jacobo Casanova, nacido en Zaragoza, capital de A ra­


gón, hijo natural de don Francisco, raptó en el año 1428 del con­
vento a doña Ana Palafox, al día siguiente de haber pronunciado
ella sus votos. Era secretario del rey don A lfon so.1 Escapó con
ella a Roma, donde, después de un año de prisión, el papa Mar­
tín IIP otorgó a doña Ana dispensa de sus votos y la bendición
nupcial gracias a la intercesión de don Juan Casanova1 maestro
del sacro palacio y tío de don Jacobo. Todos los hijos nacidos de
este m atrimonio murieron a temprana edad salvo don Juan,
quien en 1475 casó con doña Eleonora Albini, de la que tuvo un
hijo que se llamó M arcantonio.4
En el año [481 don juán hubo de abandonar Roma por haber
matado a un oficial del rey de Ñ apóles.’ H u yó a Com o con su
mujer y su hijo; luego se fue en busca de fortuna. M urió cuando
viajaba con Cristóbal Colón en el año 1493.6

1. Alfonso V el Magnánimo (1396-1458), rey de Aragón (1416-1458)


y rey de Ñipóles como Alfonso I (1442-1458).
2. No fue Martín III (942-946), sino Martín V (Oddonc Colonna,
1368-1431), papa desde 1417.
3. Juan Casanova (ca. la segunda mitad del siglo XIV-1436), domi­
nico y teólogo español, profesor de gramática, lector de lógica y direc­
tor del Sacro Colegio, obispo de Ccrdona y de Elna, y cardenal en 1430.
4. Marco Antonio Casanova (1476-1526 ó 1527), poeta italiano
cuyas composiciones aparecieron en distintas antologías; en su mayo­
ría se recogieron en Deliá<epoetarum italorum (tomo III).
f. Fernando I (1423-1494), hijo natural de Alfonso V, rey de Ná-
polcs desde 1458.
6. F.sc año indica que don Juan Casanova habría muerto al regreso

•7
Marcantonio llegó a ser buen poeta en el estilo de Marcial,7 Enrique, rey de Navarra, luego rey de Francia.1« Había dejado
y fue secretario del cardenal Pompeo Colonna.8 Cuando la sátira en Parma un hijo que casó con Teresa Conti, de la cual tuvo a
contra Ju lio de M ed id ,’ que podem os leer en sus poesías, le G iacom o, que el año 1680 casó con Anna Roli. G iacom o tuvo
obligó a dejar Rom a, regresó a C om o, donde casó con Abondia dos hijos, el primogénito, Giovan Battista se marchó de Parma
Rczzonica. en 1 7 1 2, y no se sabe que fuc de él. El menor, Gactano Giuscppc
El propio Ju lio de M edid, convertido en papa Clemente V il, G iacom o también abandonó a su familia en 17 15 , a la edad de
le perdonó y le hizo volver con su mujer a Rom a, donde, des­ diecinueve años.
pués de que fuera tomada y saqueada por los im periales10 en Esto es cuanto he encontrado en un capitularlo de mi padre.
1 526, murió de peste. De no haber sido así, habría muerto de D e boca de mi madre he sabido lo que sigue:
miseria, porque los soldados de Carlos V “ le habían arrebatado Gaetano Giuscppc Giacom o abandonó a su familia prendado
cuanto poseía. Pietro Valeriano'1 habla bastante de el en su libro de los encantos de una actriz llamada Fragolctta," que hacía los
De infelicitate litteratorum. papeles de doncella. Enamorado, y sin tener de qué vivir, dcci-
Tres meses después de su muerte, su viuda dio a luz a Ja c ­ dió ganarse la vida sacando partido de sus dotes personales. Se
ques Casanova, que murió viejísim o en Francia después de ha­ dedicó a la danza, y, cinco años después, se hizo comediante,
ber sido coronel en el ejercito que mandaba Farnesio1* contra distinguiéndose por sus costumbres más aún que por su talento.
Fuera por inconstancia, fuera por celos, abandonó a Frago­
del primer viaje (3-8-1482 a 1 5 - 3 - 1 4 9 3 ) ¿c Cristóbal Colón ( 1 4 4 6 ó lctta y entró en una compañía de cómicos que representaba en
1 4 4 7 0 1 4 5 1 - 1 5 0 6 ).
el teatro San Samuclc de Vcnecia,16 enfrente de la casa donde
7. Marco Valerio Marcial (ca. 40-103 ó 104), poeta latino nacido en
Bílbilis (Hispania), autor de 1500 Epigramas (recogidos en 1 2 libros pu­ ses Bajos y en 1586 duque de Parma. Durante la guerra de la Liga con­
blicados a partir del año 86); en cada uno de ellos expresaba una idea de tra Enrique IV de Francia (1589-1598), dirigió el ejercito español de los
forma concisa y aguda. Marcó ese genero lírico con rasgos realistas, Países Bajos contra París.
agresivos y burlones, en un estilo muy puro. 14. Enrique de Borbón, rey de Navarra (Enrique III) en 1575, y rey
8 . Pompeo Colonna ( 1 479- 1 532) fuc nombrado cardenal en 1 5 1 7 y, de Francia (Enrique IV) desde 1589, autor de la frase histórica de «París
por su apoyo a los imperiales de Carlos V, virrey de Ñapóles en 1 5 19. bien vale una misa», con la que expresó su conversión a la religión ca­
9. Miembro de la poderosa familia Mediei (1478-1534), fue papa tólica que se le exigía para reinar en el trono de Francia.
de 1523a 1534 con el nombre de Clemente VII. Navarrc (en francés), o Navarra (en castellano), fue un Estado me­
10. Las tropas de Carlos V que, formadas por mercenarios españo­ dieval que se extendía a uno y otro lado de los Pirineos y estuvo for­
les y alemanes, y luchando en la segunda guerra (1526-1529) contra mado por parte de la actual Navarra española y de la Gascuña francesa.
Francisco I de Francia, invadieron Roma y perpetraron en agosto de Las dinastías francesas empezaron a reinar en el a partir de Tcobaldo I.
1527 el saco, o saqueo, de la ciudad. En 1512, Fernando el Católico arrebató ajean d’Albrct, rey entonces
11. Carlos V (1500-1558), rey de España en 1516 y emperador de de esc Estado, la parte española del reino. En cuanto a la parte fran­
Alemania de 15 19 a 1555, año en el que abdicó y traspaso el poder a su cesa, controlada por los condes de Bearn, fuc unida por Enrique IV a
hijo Felipe II. . . . la corona francesa en 1607. Con capital en Saint-Jean de Pic-de-Port, en
12. Pierio Valeriano, nombre latinizado de Giovan Pietro Bolzam la actualidad está comprendido en el departamento de los Basscs-Pyre-
(1477-1560), fuc un erudito, humanista y poeta italiano, autor de nu­ necs.
merosas obras. Casanova cita su texto más conocido, cuyo título exacto 1 {. Sobrenombre de la «confidente», la criada graciosa de la corn-
es Contarenus seu de litteratorum infelicitate, donde sostiene que los media deWarte en el siglo xvm. Es un diminutivo del termino italiano
hombres de letras no pueden alcanzar la serenidad en la vida. Casanova fragola (=frcsa).
abrevia en este y otros muchos casos el título. 16. Teatro de Vcnecia, construido en 1655, destruido por un incen­
13. Alcssandro Farncsc (Alejandro Farnesio), gran capitán al servi­ dio en 1747 y reconstruido en 1748. Fuc demolido a finales del siglo
cio de Felipe II de España, fuc nombrado en 1 578 cstatúder de los Paí- X IX .

18 ■9
vivía un zapatero llamado G crolam o Farussi con su mujer Mar- para ir a hacer teatro en Londres. Fue en esa gran ciudad donde
z ia '7 y su única hija, Zanctta, que a sus dieciséis años ya era una mi madre subió al escenario por primera vez, y fue en ella don­
auténtica belleza. El joven cóm ico se prendó de la muchacha, de dio a luz en 1727 a mi hermano Francesco,'1 célebre pintor de
supo enamorarla y convencerla para que se dejara raptar. Dado batallas que desde 1783 vive en Vicna ejerciendo su oficio.
que era cóm ico, no podía alimentar la esperanza de obtener el Mi madre volvió a Venecia con su marido hacia finales del
consentimiento de Marzia, la madre, y menos aún de Gerolam o, año 1728, y como se había hecho actriz siguió siéndolo. En 1730
el padre, a cuyos ojos un cómico era un personaje abominable. dio a luz a mi hermano Giovanni, que murió en Dresde a fina­
Provistos de los certificados necesarios y acompañados por dos les del año 1795 al servicio del Elector22 en calidad de director de
testigos, los jóvenes enam orados fueron a presentarse al pa­ la Academia de pintura. En los tres años siguientes dio a luz a
triarca de Venccia,'8 que los unió en matrim onio. M arzia, la dos niñas,21 una de las cuales murió a tierna edad, y la otra se
madre de la joven, puso el grito en el ciclo y el padre murió de casó en Dresde, donde sigue viviendo en este año de 1798. Tuve
pena.” De este matrim onio20 nací yo al cabo de nueve meses, el otro hermano nacido postum o,14 que se hizo sacerdote y murió
2 de abril del año 1725. en Rom a hace quince años.
Al año siguiente, mi madre me dejó en manos de la suya, que Vengamos ahora al inicio de mi existencia como ser pensante.
la había perdonado cuando supo que mi padre le había prom e­ El órgano de mi memoria se desarrolló a com ienzos de agosto
tido no obligarla nunca a dedicarse al teatro. Es una promesa del año 17 33. A sí que tenía ocho años y cuatro meses. De lo que
que todos los cómicos hacen a las hijas de los burgueses cuando pueda haberme pasado antes de esa época no tengo ningún re­
se casan, y que jamás cumplen porque ellas no se preocupan de- cuerdo. Y ocurrió como sigue:
obligarles a cumplirla. Por otra parte, mi madre fue muy afor­ Me hallaba de pie en el rincón de un cuarto, con la cabeza
tunada de haber aprendido a interpretar, porque de otro modo, apoyada en la pared y los ojos fijos en la sangre que me brotaba
viuda tras nueve años de matrimonio, no habría tenido medios copiosam ente de la nariz y corría por el suelo. M arzia, mi
para criar a sus seis hijos. abuela, de la que era el nieto preferido, vino a mí, me lavó la cara
Así pues, tenía yo un año cuando mi padre me dejó en Venecia con agua fresca y, a escondidas de toda la casa, me hizo su­
bir con ella en una góndola y me llevó a M urano,2' isla muy po­
17. Mar/.ia Farusso, o Farussi, murió en 1743, a los setenta y cuatro
años. Para pasar de incógnito, Casanova utilizó esc apellido de Farussi blada que dista una media hora de Venecia.
(a veces antecedido por el título de conde) en alguna etapa de su vida,
por ejemplo durante su viaje a Rusia. 21. Durante esa estancia en Londres, Zínetta fue amante del príncipe
18. Ese título de patriarca, honorario al principio para los obispos de Gales, futuro Jorge II, y de esa relación habría nacido Francesco.
residentes en Roma, fue otorgado por el concilio de Calcedonia (451) 22. Federico Augusto III (1750-1827), Elector en 1763 -un año más
a los obispos de Roma, Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jeru tarde se fundaba la Academia de pintura- y rey de Sajonia (1806-1827).
salen. En 1451, ese título, que ya utilizaba el obispo de Grado, pasó al 23. Faustina Maddalena (1721-1736) y Maria Maddalena Antonia
de Venecia. Fue el patriarca (1706-1725) Pietro Barbarigo quien caso .1 Stella, nacida en 173^, que se casó con el músico de corte Pctcr August
los padres de Casanova en febrero de 1724. y tuvo por yerno a Cario Angiolini; el hijo de este vendería en 1820 a
19. En esa fecha, Gcrolamo Farussi ya había muerto según el regis Brockhaus el manuscrito de las Memorias de Casanova.
tro de la parroquia de San Samuclc. 24. Gactano Alvise (1734-1783), subdiácono, que, tras una acci­
20. El propio Casanova se declararía fruto de las relaciones ilegíti dentada vida, terminó convertido en famoso predicador en Roma.
mas de su madre con Michelc Grimani ( if>97"1775) en su obra Nv anión 2$. Famosa ya en el siglo xvm por sus «cristales de Venecia»,
né donne (Venecia, 1782). De cualquier modo, nació trece meses des Murano era en la época un lugar de recreo, con palacios y quintas de
pues -y no nueve- del matrimonio de sus padres, que se casaron el 27 placer muy conocidos, pero también con un elevado número de mo­
de febrero de 1724. nasterios e iglesias famosos por su magnificencia y riqueza.

20 21
Descendimos de la góndola y entramos en un chamizo donde dulce y majestuoso vino a sentarse en mi cama. Sacó de su bol­
encontramos a una vieja sentada en un catre, con un gato negro sillo unas cajitas, que vació sobre mi cabeza murmurando algu­
en brazos y cinco o seis más a su alrededor. Era una bruja. Las nas palabras. Después de haberme dirigido un largo discurso del
dos viejas mantuvieron un largo conciliábulo cuyo tema fui yo que no com prendí nada, y de haberme besado, se marchó por
probablem ente. Al final de su diálogo en lengua friulana,16 la donde había venido; yo volví a dormirme.
bruja, tras haber recibido de mi abuela un ducado de plata,'• A la mañana siguiente, mi abuela me impuso silencio en cuan­
abrió un baúl, me tomó en brazos, me metió dentro y me ence­ to se acercó a mi cama para vestirme. Me amenazó de muerte si
rró allí diciéndome que no tuviera miedo. Aquélla era la manera me atrevía a contar lo que me había ocurrido por la noche.
de hacérm elo tener , si yo hubiera tenido una pizca de inteligen­ Aquella amenaza, lanzada por la única mujer que tenía sobre mí
cia; pero estaba aturdido. Me quede quieto, con el pañuelo en la un ascendiente absoluto, y que me había acostumbrado a obe­
nariz porque aún sangraba, totalmente indiferente al barullo que decer ciegamente todas sus órdenes, fue la causa de que me haya
me llegaba de fuera. O ía sucesivamente reír, llorar, gritar, cantar acordado de la visión y de que, sellándola, la haya guardado en
y golpear sobre el baúl. Todo aquello me daba igual. Por fin me el rincón más recóndito de mi naciente memoria. Por otra parte,
sacaron, la sangre había dejado de manar. Después de hacerme no sentía la menor tentación de contar aquel suceso a nadie.
mil caricias, aquella extraordinaria mujer me desnuda, me mete N o sabía que nadie pudiera considerarlo interesante, ni a quién
en la cama, quema varias drogas, recoge el humo en una sábana, contárselo. Mi enfermedad me había vuelto taciturno y nada d i­
me faja con ella, recita conjuros, luego me retira la sábana y me vertido; todos me compadecían y me dejaban tranquilo, con­
da a com er cinco peladillas de un gusto muy agradable. Acto vencidos de que no viviría mucho. Mi padre y mi madre nunca
seguido me frota las sienes y la nuca con un ungüento que ex­ me hablaban de ello.
halaba un olor suave, y vuelve a vestirme. Me dice que la hemo­ Después del viaje a Murano y de la visita nocturna del hada,
rragia irá desapareciendo poco a poco, siempre que no cuente a seguí sangrando, pero cada vez menos; y mi memoria seguía de­
nadie lo que ella me había hecho para curarme, amenazándome sarrollándose: en menos de un mes aprendí a leer. Sería ridículo
con la perdida de toda mi sangre y la muerte si me atrevía a re­ atribuir mi curación a esas dos extravagancias, pero también
velar sus misterios a quienquiera que fuese. Tras haberme alec­ sería un error afirm ar que no pudieron contribuir a ella. En
cionado así, me anuncia que una dama encantadora iría a visi­ cuanto a la aparición de la hermosa reina, siempre la he creído un
tarme a la noche siguiente, dama de la que dependía mi felicidad sueño, a menos que fuera una mascarada que me hicieron
si era capaz de no decir a nadie que había recibido aquella vi­ adrede; pero no siempre se encuentran en la farmacia los reme­
sita. Luego, mi abuela y yo nos fuim os, y regresamos a casa. dios para las más graves enfermedades. Todos los días nos de­
Me dorm í nada más acostarme, sin acordarme siquiera de la muestra nuestra ignorancia algún fenómeno. C reo que por esta
hermosa visita que debía recibir; pero, al despertarme unas horas razón no hay nada tan raro como un sabio dotado de un espíritu
después, vi, o creí ver, bajar por la chimenea a una mujer des­ totalmente libre de superstición. Nunca ha habido brujos en el
lumbrante, con un gran miriñaque y ricamente vestida, que lle­ mundo, pero su poder siempre ha existido para aquellos a quie­
vaba en la cabeza una corona constelada de pedrerías que me nes les han hecho creer hábilmente en ellos.
parecían resplandecientes de fuego. C on pasos lentos y aire

26. F.I dialecto del Friul -el gentilicio de sus habitantes era forlan- Somnio, nocturnos, lémures, portentaque Thessala rides .*' Va-
se diferenciaba mucho del resto de los dialectos del norte de Italia.
27. 160 sueldos, equivalentes a 8 liras; también el ducatone, con un 28. «1c burlas en sueños de los fantasmas nocturnos y de los pro­
valor de 11 liras. digios tcsalios», cita inexacta de Horacio: «Somnia terrores mágicos,

23
que me agradó. Era jesuita. Me dijo que, llamándome Giacom o,
rías cosas que antes sólo existían en la imaginación se vu elven
había confirm ado con aquella acción el significado de mi nom­
reales, y, por consiguiente, efectos que se atribuyen a la fe pueden
no ser siempre milagros. Lo son para aquellos que prestan a la fe bre, porque Jacob en lengua hebrea quería decir suplantador.19
I or esa razón Dios había cambiado el nombre del antiguo pa­
un poder sin límites.
triarca Jacob por el de Israel, que quiere decir vidente: había en­
gañado a su hermano Esaú.
El segundo hecho que recuerdo, y que me afecta, ocurrió tres
meses después de mi viaje a M urano, seis meses antes de la Seis semanas después de esta aventura, mi padre sufrió un
absceso en la región interna de la oreja que lo llevó a la tumba en
muerte de mi padre. Se lo comunico al lector para darle una idea
ocho días. El médico Zam belli, después de haber administrado
de la forma en que iba desarrollándose mi carácter.
Un día, hacia mediados de noviembre, me encontré con mi al paciente remedios opilativos, creyó reparar su error recu­
hermano Francesco, dos años menor que yo , en el cuarto de rriendo al castoreum,^ que le hizo morir entre convulsiones. El
mi padre, al que contemplaba atentamente mientras trabajaba en postema le reventó en la oreja un minuto después de su muerte;
desapareció después de haberlo matado, como si ya no tuviera
cuestiones de óptica.
Había llamado mi atención un grueso cristal redondo tallado nada que hacer con él. A sus treinta y seis años, mi padre estaba
en la flor de la vida. Su muerte fue lamentada por el público, y
en facetas, y, tras ponérmelo delante de los ojos, quedé encan­
tado al ver multiplicados todos los objetos. Al darme cuenta de sobre todo por la nobleza, que lo consideraba superior a su con­
que nadie se fijaba en mí, aproveché el momento para metér­ dición, tanto por sus costumbres como por sus conocimientos
de mecánica. Dos días antes de su muerte quiso vernos a todos
melo en el bolsillo.
Tres o cuatro minutos después se levantó mi padre para ir a alrededor de su lecho, en presencia de su mujer y de los señores
G rim an i,’ 1 nobles venecianos, para hacerles prometer que nos
coger el cristal, y, al no encontrarlo, nos dijo que uno de los dos
tomarían bajo su protección.
debía haberlo cogido. Mi hermano le aseguró que no lo había
tocado, y, aunque culpable, yo dije lo mismo. N os amenazó con Después de habernos dado su bendición, obligó a nuestra
registrarnos, y prometió zurrarle la badana al mentiroso. D es­ madre, deshecha en lágrimas, a jurarle que no educaría a ninguno
de sus hijos para el teatro, profesión a la que nunca se habría de­
pués de fingir que lo buscaba por todos los rincones del cuarto,
metí hábilmente el cristal en el bolsillo del traje de mi hermano. dicado de no haberle forzado a ello una desdichada pasión. Ella
Me arrepentí enseguida, porque habría podido fingir que lo en­ se lo juró, y los tres patricios le garantizaron su inviolabilidad.
Las circunstancias la ayudaron a mantener su promesa.
contraba en algún sitio; pero la mala acción ya estaba hecha. Mi
padre, irritado por nuestras inútiles búsquedas, nos registra, en­
cuentra el cristal en el bolsillo del inocente y le inflige el pro­ 29. Jacob, Jacobo, Giacomo, Jaime y Santiago (en francés Saint-Jac­
metido castigo. Tres o cuatro años después cometí la tontería de ques) son distintas formas del mismo nombre en diferentes idiomas.
jactarme ante él de haberle jugado aquella mala pasada. Nunca 30. Secreción sebácea del castor, que se empleaba como antiespas-
módico.
me la ha perdonado, ni ha desaprovechado todas las ocasiones de­
31. Michele, Zuanc y Alvisc Grimani; al apellido de este último,
vengarse. abate, Casanova le añadirá la partícula francesa de, para indicar no­
En una confesión general, tras haberme acusado ante el con­ bleza; también se la adjudica a otros patricios venecianos, aunque en
fesor de este pecado con todas sus circunstancias, aprendí algo Venccia sólo llevaban los títulos «Nobil Uomo- o «Nobil Donna-, o el
apelativo ser para indicarla.
32. Sin embargo, durante un tiempo, en 1752, Maria Maddalena
miracula, sagas, nocturnos lémures portentaque Thessala rides?» (Lpis
subió a los escenarios de Drcsde.
tolas, II, i, 209).

24
Mi madre estaba en el sexto mes de embarazo y por ello se la ron meterme a pensión en Padua, y por tanto es a él a quien debo
dispensó de salir a escena hasta después de Pascua. Bella y joven la vida. M urió veinte años después, último vástago de su antigua
com o era, negó su mano a cuantos se presentaron. Llena de familia patricia; mas sus poemas, por sucios que sean, siempre
valor, se creyó capaz de criarnos ella sola. Pensó que debía ocu­ mantendrán vivo su nombre. Los Inquisidores de Estado” ve­
parse primero de mí, no tanto por predilección como por mi en­ necianos habrán contribuido a su fama con su piadoso espíritu.
fermedad, que me había reducido a tal estado que no sabían qué Al perseguir sus obras manuscritas, las convirtieron en algo pre­
hacer conmigo. Estaba muy débil, no tenía apetito, era incapaz cioso: hubieran debido saber que spreta exolescunt,>6
de aplicarme a nada y tenía aire de estúpido. Los médicos dis­ Una vez aceptado el oráculo del profesor Macop, fue el señor
cutían entre sí sobre la causa de mi mal. Pierde, decían, dos libras abate Grim ani quien se encargó de encontrarme una buena pen­
de sangre a la semana, y no puede tener más que dieciséis o die­ sión en Padua por medio de un químico conocido suyo que vivía
ciocho. ¿D e dónde viene entonces una sanguificación tan abun­ en esa ciudad. Se llamaba O ttaviani, y también era anticuario.
dante? U no decía que todo mi quilo»' se transformaba en sangre; N o tardó mucho en encontrar la pensión, y el 2 de abril de 1734,
otro sostenía que el aire que yo respiraba debía de aumentar en día en que cumplía yo los nueve años, me llevaron a Padua en un
cada respiración una porción dentro de mis pulmones, y que por burcbiello» por el Brenta. Embarcamos dos horas antes de me­
ese motivo siempre tenía la boca abierta. Todo esto lo supe seis dianoche después de haber cenado.
años después por el señor B affo ,” gran amigo de mi padre. El burcbiello puede considerarse como una pequeña casa flo­
Fue él quien consultó en Padua al fam oso médico M acop, tante. Dispone de dos salas que tienen un gabinete en cada ex­
que le dio su parecer por escrito. Esc escrito, que conservo, tremo, y de literas para los criados a proa y a popa; en el centro
dice que nuestra sangre es un fluido clástico, que puede dism i­ hay una especie de cuadrado alargado de dos pisos, rodeado por
nuir y aumentar en espesor, nunca en cantidad, y que mi hemo­ ventanas acristaladas y con postigos. El breve viaje se hace en
rragia sólo podía derivar de la densidad de la masa, la cual se ocho horas. Los que me acompañaban fueron, además de mi
aligeraba de forma natural para facilitar la circulación. Decía que madre, el señor abate Grimani y el señor Baffo. Mi madre me
ya estaría muerto si la naturaleza, que quiere vivir, no se hubiera hizo dorm ir con ella en la sala, y los dos amigos se acostaron en
ayudado a sí misma. Terminaba diciendo que, como la causa de el camerino.
esa densidad sólo podía encontrarse en el aire que yo respiraba, En cuanto se hizo de día, mi madre se levantó, y, tras abrir
tenían que hacerme cambiar de aire, o resignarse a perderme. En una ventana que estaba frente al lecho, los rayos del sol naciente,
su opinión la densidad de mi sangre era la causa de la estupidez golpeándome en la cara, me hicieron abrir los ojos. La cama es­
que se reflejaba en mi cara. taba demasiado baja para que yo pudiera ver la orilla. Sólo veía,
A sí es que, gracias al señor Baffo, genio sublime, poeta en el por aquella misma ventana, las copas de los árboles que conti-
más lúbrico de todos los géneros, pero grande y único, decidie-
3J. El Consejo veneciano de los Diez elegía cada año entre los seis
j j . «Líquido de aspecto lechoso con gran contenido e n grasas que consejeros del dux a tres Inquisitori di Stato (un consejero del dux y
resulta de la digestión de los alimentos en el intestino delgado» (Dnc. dos senadores). Independientes de la ley, sólo tenían que estar en per-
Acad.). tccto acuerdo entre ellos; su autoridad era superior incluso a la del dux
34. Las obras del escritor Giorgio Baffo (1694-1768) se publicaron d e s d e el s i g l o XV .

postumas: tras La poesie d, G. Baffo (1771), sus obras completas ap, 36. «Lo que se desprecia se olvida con el tiempo», Tácito, Armales,
rccicron en 1789. Ligeros y licenciosos, sus poemas, escritos en dialecto * ** 34
veneciano, contrastaron con su personalidad, de costumbres muy se 37. Gran góndola cubierta que transportaba pasajeros todos los días
veras. de Vcnccia a Padua por el canal del Brenta.

26
nuamente adornan las orillas del río. La barca bogaba, pero con llamaba Rosa, bonita com o un ángel. D iez años después, Maria
un m ovim iento tan uniform e que ni siquiera podía darme se convirtió en esposa del corredor de com ercio C olonda; y
cuenta; por eso los árboles que rápidamente se ocultaban de mi Rosa llegó a serlo años después del patricio Pictro Marcello, que
vista provocaron mi estupor. «¡A y!», exclame, «¡querida madre! tuvo de ella un hijo y dos hijas, una de las cuales se casó con el
¿Q ué pasa? Los árboles andan.» señor Pietro M ocenigo, y la otra con un noble de la familia C o ­
En ese momento entraron los dos señores, y al verme estu­ rraro, matrimonio que luego fue declarado nulo. Ya hablaré de
pefacto me preguntaron la causa. «¿C óm o es que los árboles todas estas personas. O ttaviani nos llevó enseguida a la casa
andan?», les respondí. donde yo debía quedarme a pensión.
Se echaron a reír; pero mi madre, después de haber lanzado Estaba a cincuenta pasos de la suya, en Santa Maria in Van-
un suspiro, me dijo en tono compasivo: «Es la barca la que anda, zo,J9 en la parroquia de San Michele, en el domicilio de una vieja
y no los árboles. Vístete». esclavona que alquilaba su primer piso a una tal señora Mida,
Capté al instante la causa del fenóm eno con ayuda de mi mujer de un coronel de los esclavonios.40 Abrieron en su pre­
razón, que empezaba a desarrollarse y no estaba nada preocu­ sencia mi pequeño baúl, y le hicieron inventario de cuanto con­
pada. Entonces le dije: «Puede que tampoco ande el sol, y sea­ tenía. Tras esto le pagaron por adelantado seis cequíes4' por seis
mos nosotros los que nos movemos de Occidente a Oriente». Mi meses de mi pensión. A cambio de esta pequeña cantidad de di­
buena madre comenta que eso es una tontería, el señor Grimani nero debía darme de comer, tenerme limpio y mandarme a la es­
deplora mi imbecilidad, y yo me quedo consternado, afligido y cuda. D ijo, sin ningún resultado, que no era suficiente. Luego
a punto de llorar. Es el señor Baffo quien viene a devolverm e el me abrazaron, me dijeron que obedeciera siempre las órdenes
ánimo. Se echa sobre mí y me abraza tiernamente diciéndome: de aquella mujer y me dejaron en la casa. A sí fue como se des­
«Tienes razón, hijo mío. El Sol no se mueve, ten ánimo, razona embarazaron de mí.
siempre de forma consecuente, y deja que se rían».
Mi madre le preguntó si estaba loco para darme enseñanzas
de esc tipo; mas el filósofo, sin responderle siquiera, continuó
esbozando una teoría adecuada a mi razón pura y sencilla. Ese
fue el primer placer auténtico del que disfruté en mi vida. De no
ser por el señor Baffo, esc momento hubiera bastado para envi­
lecer mi entendimiento: la cobardía de la credulidad se hubiera
introducido en él. La estupidez de los otros dos habría mellado
en mí, a buen seguro, el filo de una facultad con la que no sé si 39. En 1734, los Ottaviani vivían cerca del puente de Santa Maria in
he llegado muy lejos, sólo sé que a ella debo toda la felicidad Vanzo, en la parroquia de San Michele.
40. Los habitantes eslavos de los territorios venecianos de Dalma-
que siento cuando me encuentro frente a mí mismo.
cia y de Istria recibieron en dialecto veneciano el nombre de schiavoni,
Llegamos temprano a Padua, a casa de Ottaviani, cuya mujer termino abolido oficialmente en 1797 por humillante. Formaban, en
me cubrió de caricias. Vi a cinco o seis niños,’ * entre ellos una buena parte, la milicia de la República de Venecia. En Padua, cerca de
niña de ocho años que se llamaba Maria, y otra de siete, que se la casa de la señora Mida, en la piazza di Castello, había acuartelada
una guarnición de milicias esclavonias.
38. En 1734 eran cuatro los hijos de los Ottaviani: Maria, Rosa, Ma­ 41. El ccquí, en italiano zecchino, recibió su nombre de la Zecca
rina (nacida en 1730) y Giuseppe (nacido en 1733). La familia aumentó («casa de la moneda» en árabe). Esta moneda de oro empezó a acu­
a la vista de Casanova: Elena (nacida en 1735), Iercsa (en i737)yFran- ñarse en Venecia a finales del siglo XIII con el nombre de ducado de oro.
cesca (en 1740). Su valor era de 22 libras venecianas.

28 *9
debía conformarme a las costumbres de la casa. Aquello me des­
C A P Í T U L O II
agradó, pero me sometí. Dado que todos debíamos ser iguales,
me com í com o los otros la sopa en la fuente, sin quejarme de la
MI ABUE LA V I E N E A I N T E R N A R M E EN CASA DE L D O C T O R
rapidez con que mis com pañeros la devoraban, aunque sor­
GOZZ1. MI P R I M E R A AMI STAD T I E R N A
prendido de que estuviera permitida. Después de la malísima
Lo prim ero que la esclavona hizo fue llevarme al desván, sopa nos dieron una pequeña ración de bacalao seco, luego una
manzana, y allí acabó la comida. Estábamos en cuaresma. N o
donde me enseñó mi cama, al final de otras cuatro; tres de ellas
teníamos ni vasos, ni cuencos; todos bebimos del mismo bocal
pertenecían a tres muchachos de mi edad que en ese momento
de barro una infame bebida llamada graspia.' Es el agua en que
estaban en la escuela, y la cuarta a la sirvienta, que tenía orden
se hacen hervir granos de uva sin pepitas. En los días siguientes
de hacernos rezar y de vigilarnos para impedir que cometiése­
no bebí más que agua pura. Me sorprendió aquella alimentación,
mos las travesuras propias de los escolares. Luego me llevó al
porque no sabía si me estaba permitido encontrarla mala.
jardín, donde, según me dijo, podía pascar hasta la hora de la
Después de comer, la sirvienta me llevó a la escuela, a casa
cena. N o me sentía feliz ni infeliz; no decía nada; no tenía ni
de un joven sacerdote llamado doctor G o z z i,2 a quien la escla­
miedo, ni esperanza, ni curiosidad de ningún tipo; no estaba ale­
vona había acordado pagar cuarenta soldi' al mes. Es la onccava
gre ni triste. L o único que me llamaba la atención era la patrona.
parte de un cequí. Debía empezar por enseñarme a escribir; por
Pese a no tener ninguna idea precisa de la belleza ni de la fealdad,
esta razón me pusieron con los niños de cinco años, que se bur­
su cara, su aspecto, su tono y su lenguaje me repugnaban: sus
laron de mí.
rasgos hombrunos me desanimaban cada vez que alzaba los ojos
La cena fue, como era de razón, peor que la comida. Me sor­
hacia su cara para escuchar lo que me decía. Era alta y corpu­
prendía que no me estuviese perm itido quejarme de ella. Me
lenta como un soldado, tenía la tez amarilla y el pelo negro; sus
acostaron en una cama, donde los tres insectos bastante conoci­
cejas eran largas y espesas. Su mentón estaba adornado con va­
dos no me permitieron pegar ojo. Además, las ratas, que corrían
rios largos pelos de barba, llevaba medio descubiertos unos
por todo el desván y que saltaban encima de mi cama, me daban
senos repugnantes que descendían bamboleándose hasta la mi­
un terror que me helaba la sangre. A sí fue como empecé a vol­
tad de su enorme panza; debía de tener unos cincuenta años. La
sirvienta era una aldeana que lo hacía todo. El lugar llamado jar­ verme sensible a la desgracia aprendiendo a soportarla con pa­
ciencia. Los insectos que me devoraban disminuían sin embargo
dín era un espacio cuadrado de treinta o cuarenta pasos, que de
el pánico que las ratas me causaban, y ese mismo pánico me vol­
agradable sólo tenía el color verde.
vía a su vez menos sensible a las mordeduras. Mi alma sacaba
Hacia mediodía vi llegar a mis tres compañeros, que, como si
provecho de la lucha de mis males. Siempre fue sorda a mis gri­
hubiéramos sido viejos amigos, me contaron muchas cosas su­
tos la sirvienta.
poniéndome unas nociones previas que yo ignoraba. N o les res­
C on las primeras luces del día salí de aquel nido de miserias.
pondí nada, mas no por eso se desconcertaron: me obligaron a
compartir sus inocentes placeres. Se trataba de correr, de llevarse
1. Bebida a base de agua con orujo de uva.
unos a otros a hombros y de dar volteretas. Me dejé iniciar en
2. Antonio Maria Gozzi, sacerdote y doctor en ambos derechos,
todo aquello de buena gana hasta el momento en que nos lla­ fue párroco de Cantarana y, desde 1756, arcipreste de Val San Giorgio,
maron a comer. Me siento a la mesa, pero, al ver delante de mí donde murió en 1783.
una cuchara de madera, la rechazo y pido mi cubierto de plata, 3. El soldo di Venezia se acuñó hasta la imposición del sistema mo­
que apreciaba mucho por ser regalo de mi bondadosa abuela. netario francés por Napoleón; fue sustituido por la moneda de { cen­
tesimi, llamada soldo.
Me dijo la criada que la patrona no quería desigualdades y que



Después de haberme quejado un poco de todas las molestias que veía maltratado y reprendido: me parecía imposible que fuera
había soportado, pedí a la sirvienta una camisa, porque las man­ culpable. La patrona me tiró una camisa a la cara, y una hora
chas de chinches volvían repugnante la que llevaba encima. Me después vi llegar a una nueva sirvienta que cambió las sábanas;
respondió que sólo se cambiaban el domingo, y se echó a reír y luego nos pusimos a comer.
cuando la amenacé con quejarme a la patrona. Lloré de pena por Mi maestro de escuela puso particular empeño en instruir­
primera vez, y de rabia al oír a mis camaradas burlarse de mí. me. Me hizo sentarme en su propia mesa, donde, para conven­
Com partían mi misma condición, pero ya se habían acostum ­ cerle de que era merecedor de aquella distinción, me apliqué al
brado. C on esto se dice todo. estudio con todas mis fuerzas. Al cabo de un mes escribía tan
Abrumado de tristeza, pasé dorm ido toda la mañana en la es­ bien que me puso a estudiar gramática.
cuela. U no de mis compañeros le dijo el motivo al doctor, pero La nueva vida que llevaba, el hambre que me hacían padecer,
con el propósito de ridiculizarme. Aquel buen sacerdote que me y, más que nada, el aire de Padua, me procuraron una salud de
había deparado la Providencia eterna me hizo pasar con él a un la que hasta entonces no había tenido idea; pero esa misma salud
gabinete en el que, después de haberme escuchado y de haber me hacía más insoportable aún el hambre: se había vuelto ca­
visto todo, se com padeció al ver las ampollas que cubrían mi nina. Crecía a ojos vistas; dormía nueve horas de la manera más
inocente piel. Se puso enseguida el manteo, me llevó a mi pen­ profunda sin que me turbara sueño alguno, salvo uno constante
sión, e hizo ver a la lestrigona« el estado en que me hallaba. H a­ en el que me veía sentado a una gran mesa ocupado en saciar mi
ciéndose de nuevas, ésta echó la culpa a la criada. Pero se vio cruel apetito. Los sueños agradables son peores que los des­
obligada a satisfacer la curiosidad que el cura tenía de ver mi agradables.
cama, y no me sorprendí menos que él al contemplar la suciedad Aquella hambre rabiosa habría terminado por extenuarme
de las sábanas entre las que había pasado aquella cruel noche. del todo si no hubiera tomado la decisión de robar y engullir
La maldita mujer, que seguía echando la culpa a la sirvienta, le cuanto encontraba de com estible en todas partes si estaba se­
aseguró que la despediría; pero la criada, que volvía en ese mo­ guro de que no me veían. En pocos días comí medio centenar
mento y que no estaba dispuesta a soportar la reprimenda, le de arenques ahumados que había en un arm ario de la cocina,
dijo a la cara que la culpa era suya, y descubrió las camas de mis adonde bajaba en la oscuridad de la noche, y todas las longani­
tres camaradas, cuya suciedad era igual a la de la mía. La pa­ zas que colgaban del techo de la chimenea, completamente cu­
trona, entonces, le propinó una bofetada a la que la criada re­ radas, desafiando las indigestiones, y todos los huevos que podía
plicó con otra más fuerte, dándose acto seguido a la fuga. arram plar recién puestos y aún calientes eran para mí un ali­
Entonces el doctor se marchó dejándome allí y diciéndolc que mento exquisito. Iba a robar de comer incluso en la cocina de mi
no me admitiría en su escuela hasta que no me mandase tan lim­ maestro. La esclavona, desesperada de no poder descubrir a los
pio com o los demás escolares. H ube de sufrir entonces una ladrones, no hacía más que poner de patitas en la calle a las cria­
buena reprimenda, que concluyó con la amenaza de ponerme de das. Pese a esto, com o no siempre se presentaba la ocasión de
patitas en la calle si volvía a causarle otro problema como aquél. robar, estaba flaco com o un esqueleto, una auténtica osamenta.
Yo no comprendía nada; acababa de nacer y lo único que co­ Al cabo de cuatro o cinco meses mis progresos fueron tan
nocía era la casa donde había nacido y me habían criado, y en rápidos que el doctor me nom bró decurión de la escuela. Mi
ella reinaban la limpieza y una razonable abundancia; ahora me tarca consistía en examinar los ejercicios de mis treinta com pa­
ñeros, corregir sus faltas y juzgarlos ante el maestro con los epí­
4. Según 11 omero y la mitología, los lestrigones eran unos gigan­ tetos de censura o aprobación que merecían; mas mi severidad
tes antropófagos, vecinos de los cíclopes (Odisea, X, vv. 1 18-124). no duró mucho, porque los perezosos encontraron fácilmente

}2 33
el secreto para ablandarme. Cuando su latín estaba lleno de fal­ ¿quién la obligaba a tener una pensión para convertirse en ver­
tas, me compraban con chuletas asadas y pollos, y en ocasiones dugo de unos niños que depositaba en su casa la avaricia y que
llegaban a darme dinero; pero no me contenté con obligar a necesitaban comer?
pagar a los ignorantes; llevé mi codicia hasta el punto de vol­ Con mucha calma, mi abuela le dijo que metiera en mi baúl
verme tirano. También negaba mi aprobación a los que la mere­ todos mis harapos porque iba a llevarme con ella. Encantado al
cían cuando pretendían sustraerse a la contribución exigida por ver de nuevo mi cubierto de plata, rápidamente me lo guardé en el
mí. Com o no podían seguir sufriendo mis injusticias, me acusa­ bolsillo. Mi alegría era indecible. Por primera vez sentí la fuerza de
ron al maestro, quien, viéndome convicto de extorsión, me des­ ese contento que obliga al corazón de quien lo siente a perdonar y
tituyó de mi cargo. Pero mi destino estaba a punto de poner fin al espíritu a olvidar todas las amarguras que le han causado.
a mi cruel noviciado. Mi abuela me llevó a la posada donde se alojaba, y donde no
El doctor me invitó un día a charlar a solas en su gabinete y comió casi nada, asombrada como estaba ante la voracidad con
me preguntó si quería prestarme a dar los pasos que me sugería que yo comía. Llegó entonces el doctor G o z zi, al que había
para salir de la pensión de la esclavona y entrar en la suya; y mandado aviso, y su presencia le causó buen efecto. Era un
como le parecí encantado con la propuesta, me hizo copiar tres apuesto sacerdote de veintiséis años, regordete, modesto y res­
cartas que envié, una al abate Grim ani, otra a mi amigo el señor petuoso. En un cuarto de hora se pusieron de acuerdo en todo,
Baffo, y la tercera a mi buena abuela. Mi madre no estaba en esc y, tras cobrar veinticuatro ccquíes, el doctor le dio un recibo de
momento en Venecia, y, com o mi semestre iba a terminar, no un año pagado por adelantado; pero aún pasé tres días con ella
había tiempo que perder. En esas cartas describía yo todos mis mientras me hacían ropa de abate1 y una peluca, pues tenía el
sufrim ientos y anunciaba mi muerte si no me sacaban de las pelo tan sucio que tuvo que cortármelo.
manos de la esclavona para meterme en casa de mi maestro, que Pasados esos tres días, quiso instalarme ella misma en la casa
estaba dispuesto a aceptarme, pero que pedía dos ccquíes al mes. del doctor'’ y recomendarme a su madre, quien le dijo que me
En lugar de responderm e, el señor Grim ani ordenó a su enviase o me comprase una cama; pero cuando el doctor le dijo
amigo O ttaviani que me reprendiese porque me había dejado que podría acostarme con él en la suya que era muy ancha, ella
engatusar; pero el señor Baffo fue a hablar con mi abuela, que no se m ostró muy agradecida a su bondadosa disposición. La
sabía escribir, y me hizo saber por carta que dentro de pocos abuela se marchó y la acompañamos al burchiello en que volvió
días estaría más contento. a Venecia.
O cho días después vi a esa maravillosa mujer, que me quiso La familia del doctor G ozzi estaba formada por su madre,
de forma constante hasta su muerte, aparecer ante mí precisa­ que sentía gran respeto hacia él, porque, de origen campesino,
mente cuando acababa de sentarme a la mesa para comer. Entró no se creía digna de tener un hijo cura y, lo que es más, doctor.
con la patrona. Al verla, me arrojé a su cuello sin poder conte­ Era fea, vieja y desabrida. El padre era un zapatero que trabajaba
ner mis lágrim as, que pronto se m ezclaron con las suyas. Se todo el día y nunca hablaba con nadie, ni siquiera en la mesa.
sentó y me puso sobre sus rodillas. Más valiente entonces, le de Sólo se volvía sociable los días de fiesta, que pasaba en la taberna
tallé todas mis penas en presencia de la esclavona; y después de
haberle hecho fijarse en la mesa de mendigos en la que yo debía j. Nombre que recibían los jóvenes destinados al sacerdocio pero
alimentarme, la llevé a ver mi cama. Terminé suplicándole que que aún no habían pronunciado votos ni habían recibido órdenes. Ves­
tían de negro y no podían batirse en duelo ni bailar. Durante el siglo
me llevase a cenar con ella porque desde hacía seis meses me
XVIM fueron muy numerosos y apenas se los consideraba diferentes de
moría de hambre. La intrépida esclavona se limitó a decir que los laicos.
no podía hacer más por el dinero que se le daba. Era cierto, pero 6. Kn la calle Sant’Hgidio.

34 35
burlaba continuamente irritándole con teoremas a los que no
con sus amigos, para volver a medianoche borracho hasta no te­
sabía responder. Sus costum bres eran, por lo demás, irrepro­
nerse en pie y declamando al Tasso.7 En esc estado no quería irse
chables, y en materia de religión, aunque no fuese fanático, era
a dormir, y se volvía brutal cuando pretendían obligarle a ha­
muy severo; como para él todo era artículo de fe, no había nada
cerlo. N o tenía más espíritu ni más razón que la que el vino le
que le resultase difícil de concebir. El D iluvio había sido uni­
daba, hasta el punto de que, sereno, era incapaz de tratar el más
versal, los hombres vivían antes de esa desgracia mil años, Dios
elemental asunto de familia. Su mujer decía que nunca se habría
conversaba con ellos, N oé había construido el arca en cien años,
casado con él si no hubiera tenido la precaución de hacerle al­
y la Tierra suspendida en el aire se mantenía firme en el centro
m orzar bien antes de ir a la iglesia.
del Universo que Dios había creado sacándolo de la nada. C uan­
También tenía el doctor G ozzi una hermana de trece años,
do yo le decía, y le demostraba, que la existencia de la nada era
llamada B etuna,1 guapa, alegre y gran lectora de novelas. El
absurda, me cortaba en seco diciéndomc que yo era un tonto.
padre y la madre no hacían más que reñirla por asomarse dema­
Le gustaba la buena cama, su buen jarro de vino y la alegría en
siado a la ventana, y el doctor por su afición a la lectura. A que­
familia. N o le agradaban ni las inteligencias burlonas, ni las ocu­
lla niña me agradó enseguida, sin que yo supiera por qué. Fue
rrencias ingeniosas, ni la crítica, porque ésta se convierte fácil­
ella la que poco a poco echó en mi corazón las primeras chispas
mente en maledicencia; y se reía de la estupidez de los que se
de una pasión que con el tiempo había de volverse mi pasión do­
dedicaban a leer gacetas, que, según él, mentían siempre y siem­
minante.
pre decían lo mismo. Aseguraba que no había nada más penoso
Seis meses después de mi entrada en aquella casa, el doctor se
que la inccrtidumbre, y por esa razón condenaba el pensamien­
quedó sin estudiantes; todos se habían ido porque yo era el
to, porque engendraba la duda.
único objeto de sus atenciones; por esta razón decidió crear un
Su gran pasión era predicar, y en esto le favorecían su figura
pequeño colegio tomando a pensión a estudiantes jóvenes; pero
y la voz: de hecho, su auditorio estaba com puesto exclusiva­
transcurrieron dos años antes de que pudiera hacerlo. En esos
mente por mujeres, de las que sin embargo era enemigo jurado.
dos años me com unicó todo lo que sabía, que, a decir verdad,
Sólo las miraba a la cara cuando se veía obligado a hablar con
era muy poco, pero suficiente para iniciarme en todas las cien­
ellas. El pecado de la carne era, según él, el mayor de todos los
cias. También me enseñó a tocar el violín, cosa de la que hube de
pecados, y se enfadaba cuando yo le decía que sólo podía ser el
sacar partido en una circunstancia que el lector conocerá en su
más pequeño. Com o sus sermones estaban plagados de pasajes
momento. C om o aquel hombre no era en absoluto filósofo, me
sacados de autores griegos a los que citaba en latín, un día le dije
hizo aprender la lógica de los peripatéticos;9 y la cosm ografía
que debía citarlos en italiano, porque las mujeres que le escu­
según el antiguo sistema de Tolom eo,10 materias de las que me
chaban rezando su rosario entendían tan poco el latín como el
7. Torquato Tasso (1544-1595), gran poeta italiano de vena más na­ griego. Mi observación le molestó, y en lo sucesivo ya no me
rrativa y épica que lírica, autor de una obra maestra del género pastoril, atreví a decirle nada. Ante sus amigos me ensalzaba como si yo
Aminta (1573), y, sobre todo, de La Jerusalén liberada (escrita entre 1565 fuera un prodigio porque había aprendido a leer griego com ­
y 1575; edición de los dos primeros cantos al margen del autor, en 1581).
pletamente solo, sin más ayuda que una gramática.
8. Elisabctta Gozzi, nacida en 1718, hermana del abate Antonio
Maria, a cuyo lado vivió hasta su muerte. En la cuaresma del año 17 3 6 ," mi madre le escribió dicién-
9. Partidarios de la doctrina filosófica de Aristóteles.
10. Claudio Tolomeo, geógrafo, astrónomo y matemático griego de
11. Según las Memorias del comediógrafo Cario Goldoni, Zanetta
Alejandría (ca. 100-178), autor de una cosmografía contenida en Megale
viajó a Varsovia en 1735, año en que su compañía de teatro fue llamada
Syntaxis, también conocida como Almagesto (su nombre arábigo abre­
a Petersburgo, donde empezó a representar al año siguiente.
viado).

37
36
dolé que le quedaría muy agradecida si me llevaba a Venecia por tuación explicándonos que los ingleses leían el latín según las
tres o cuatro días, pues tenía que viajar a Petersburgo y deseaba normas de pronunciación inglesa. Yo me aventuré a decir que
verme antes de partir. Esa invitación lo obligó a pensar, porque los ingleses se equivocaban igual que nos habríamos equivocado
no había estado nunca en Venecia ni en compañía de gente dis­ nosotros leyendo inglés como si leyésemos latín. El inglés, que
tinguida, y no quería parecer provinciano y novato. A sí pues, encontró sublime mi razonam iento, escribió este antiguo dís­
salimos de Padua acompañados hasta el burchiello por toda la tico y me lo dio a leer:
familia.
Mi madre le recibió con la m ayor llaneza, pero, al ser bella D isdte gram m atici car mascula nomina cunnus
como el día, mi pobre maestro se encontró en un gran aprieto Et cur fem ineum méntula nomen habet. ,J
porque debía dialogar con ella y no se atrevía a mirarla a la cara.
Ella se dio cuenta y pensó en aprovecharlo para divertirse. Fui Después de haberlo leído en voz alta, dije que, por de pronto,
yo quien atrajo la atención de todos los presentes, pues, como era latín. «Lo sabemos», me dijo mi madre, «pero hay que ex­
me habían conocido casi imbécil, estaban sorprendidos al verme plicarlo.» Respondí que, en lugar de explicarlo, el dístico plan­
despabilado en el breve espacio de dos años. El doctor disfrutaba teaba una cuestión a la que quería responder; y tras un momento
viendo que le atribuían todo el mérito. Lo primero que llamó la de reflexión, escribí este pentámetro: Disce quod a domino nom­
atención de mi madre fue mi peluca rubia, que rechinaba sobre ina servus habet.l> Fue mi primera proeza literaria, y puedo afir­
mi cara morena y contrastaba de la manera más cruel con mis mar que fue en ese momento cuando germ inó en mi alma el
cejas y mis ojos negros. Preguntado el doctor por qué no me amor por la gloria que depende de la literatura, pues los aplau­
hacía peinar mis propios cabellos, respondió que, gracias a la pe­ sos me colmaron de felicidad. El inglés, maravillado, tras haber
luca, a su hermana le resultaba mucho más fácil tenerme limpio. dicho que nunca un chiquillo de once años había hecho nada pa­
Todos se echaron a reír y luego le preguntaron si su hermana es­ recido, me regaló su reloj después de abrazarme varias veces. Mi
taba casada, y las carcajadas aumentaron cuando, respondiendo madre, curiosa, preguntó al señor Grim ani qué significaban
por él, dije que Bcttina era la chica más guapa de nuestra calle a aquellos versos; pero com o éste no los entendía más que ella,
la edad de catorce años. Mi madre le dijo al doctor que haría un tuvo que ser el señor Baffo quien le dijo todo al oído; sorpren­
regalo muy bonito a su hermana a condición de que me peinase dida entonces de mi ciencia, no pudo por menos de ir a por un
mi propio pelo, y el le prom etió que así se haría. M andó ella reloj de oro y regalárselo a mi maestro, quien, sin saber qué
luego llamar a un peluquero que me trajo una peluca adecuada hacer para demostrarle su gratitud, hizo que la escena resultara
al color de mi tez. muy cómica. Para dispensarle de cualquier cumplido, mi madre
Com o todo el mundo se había puesto a jugar, y como el doc­ le ofreció su mejilla; bastaba darle un par de besos, algo extre­
tor se quedaba de espectador, fui a ver a mis hermanos en la ha­ madamente sencillo c insignificante entre gente alegre, pero el
bitación de mi abuela. Francesco me mostró algunos dibujos de pobre hombre se quedó tan desconcertado que habría preferido
arquitectura que fingí encontrar pasables; Giovanni no me enseñó morir antes que dárselos. Se retiró con la cabeza gacha, y lo de­
nada, me pareció estúpido. Los otros todavía estaban en jaquetas. jamos tranquilo hasta el momento de irnos a dormir.
En la cena, el doctor, sentado junto a mi madre, no cometió
más que torpezas. N o habría pronunciado una sola palabra si 12. «Decidnos, gramáticos, por que cormas es masculino / mientras
un inglés, hombre de letras, no se hubiera dirigido a él en latín. que méntula es femenino», versos de un epigrama del poeta neolatino
Juan Segundo, holandés del siglo xvi; las dos voces latinas nombran el
Le respondió con modestia que ignoraba la lengua inglesa, y en­
sexo femenino y masculino respectivamente.
tonces se produjo una gran carcajada. El señor Baffo salvó la si­ i}. «Has de saber que el esclavo siempre lleva el nombre de su amo.»

3« 39
Aguardó para desahogar su corazón a que estuviéramos solos considerarlas inocentes, me enojaban conmigo mismo por lo que
en nuestro cuarto. Me dijo que era una pena no poder publi­ me turbaban. Tres años menor que ella, me parecía que no podía
car en Padua ni el dístico ni mi respuesta. quererme con malicia, y esto me ponía de mal humor contra la
-¿P o r qué? mía. Cuando, sentada en mi cama, me decía que yo estaba en­
—Porque es muy vulgar, aunque sublime. Vám onos a dormir, gordando y, para convencerm e, me palpaba con sus propias
y no hablemos más. Tu respuesta es prodigiosa porque no pue­ manos, me producía la más viva emoción. Yo la dejaba hacer por
des conocer la materia ni saber hacer versos. miedo a que se diera cuenta de mi excitación. Cuando me decía
Por lo que respecta a la materia, la conocía en teoría, pues­ que mi piel era suave, el cosquilleo me obligaba a retirarme, fu ­
to que ya había leído a Meursius'« a escondidas precisamente rioso contra mí mismo por no atreverme a hacerle lo mismo,
porque él me lo había prohibido, pero tenía razón cuando se pero encantado de que no pudiera adivinar las ganas que tenía.
asombraba de que supiera hacer un verso, porque él, que me ha­ Después de haberme lavado, me daba los besos más dulces lla­
bía enseñado la prosodia, nunca había sabido hacer uno. N em o mándome su querido niño; mas, pese a lo mucho que yo lo de­
dat quod non h a b e t's es un axioma falso en moral. Cuatro días seaba, no me atrevía a devolvérselos. Cuando por fin empezó a
después, en el momento de irnos, mi madre me dio un paquete burlarse de mi timidez, también empecé a devolvérselos, con
en el que había un regalo para Bettina, y el abate Grim ani me más intensidad incluso; pero me contenía al sentirme con ganas
dio cuatro cequíes para que me comprara libros. O cho días des­ de ir más lejos; volvía entonces la cabeza hacia el otro lado y fin­
pués partía mi madre para Petersburgo. gía buscar algo, y ella se iba; y nada más irse, me desesperaba
De vuelta en Padua, mi buen maestro no hizo más que hablar por no haber obedecido a la inclinación de mi naturaleza, asom ­
de mi madre todos los días y a cada paso durante tres o cuatro brándome de que Bettina pudiera hacer conm igo sin mayores
meses seguidos, pero Bettina se aficionó singularmente a mi per­ consecuencias todo lo que hacía, mientras que a mí abstenerme
sona cuando encontró en el paquete cinco varas de cendal'6 de seguir adelante me costaba el mayor de los esfuerzos. Y siem­
negro que se llama lustrina y doce pares de guantes. Se preocupó pre me prometía a mí mismo cambiar de actitud.
tanto por el cuidado de mi pelo que en menos de seis meses pres­ A principios de otoño, el doctor recibió a tres nuevos pen­
cindí de la peluca. Venía a peinarme a diario, y muchas veces sionistas, y en menos de un mes tuve la impresión de que uno de
cuando todavía estaba yo en la cama, diciendo que no tenía ellos, de quince años, llamado Candiani, se entendía muy bien
tiempo para esperar a que me vistiese. Me lavaba la cara, el cue­ con Bettina. La observación me causó un sentimiento del que
llo y el pecho, y me hacía caricias infantiles que, aunque debiera hasta entonces no había tenido nunca la menor idea, y que no
analicé sino varios años después. N o fueron ni celos ni indigna­
14. Johanncs Meursius (1613-1654), arqueólogo holandés a quien
ción, sino un noble desdén que no me pareció oportuno repri­
se atribuyó una famosa obra erótica: Joannis Meursii Elegantice latim
sermonis, sen Aloisue Sige<e Toletanx Satyra Sotadica de Arcanis Amoris mir, porque Candiani, ignorante, grosero, sin ingenio ni educa­
et Veneris (Holanda, ca. 1680), que se pretendía traducción latina de un ción civil, hijo de un granjero e incapaz de estar a mi altura en
texto español de Luisa Sigea de Toledo; su verdadero autor fue el es­ nada, y sólo superior a mí por la edad de su pubertad, no me pa­
critor francés Nicolás Chorier (1609-1692). Esa obra serviría de mo­ recía digno de ser preferido a mí: mi naciente amor propio me
delo al marques de Sade para su Filosofía en el tocador.
decía que yo valía más que él. C oncebí un sentimiento de des­
15. «Nadie da lo que no tiene.»
16. Especie de ligerísimo pañuelo de seda negra, cruzado sobre el precio unido a orgullo que se declaró contra Bettina, a la que, sin
pecho y anudado a la espalda, que usaron en Venecia las mujeres entre saberlo, yo amaba. Ella se dio cuenta por la manera en que aco­
los siglos IX y X V l l l ; adornado con una blonda, reposaba en la cabeza gía sus caricias cuando venía a mi cama para peinarme; recha­
gracias a una ligera armadura de metal. zaba sus manos y no respondía ya a sus besos; cierto día, ofen­

40 4«
Convencido por alguno de mis pensamientos de que lo que
dida porque, al preguntarme la razón de mi cambio, no alegué
Bcttina había hecho conmigo había sido intencionado, pensaba
ninguna, me dijo, con aire de com padecerm e, que tenía celos
que un fuerte arrepentimiento era lo único que la impedía vol­
de Candiani. Tal reproche me pareció una vil calumnia; le res­
ver a mi cama; y esta idea me halagaba porque me permitía
pondí que Candiani me parecía digno de ella, como ella lo era de
suponerla enamorada. Angustiado por este razonamiento, me
él; se fue sonriendo, pero maquinando el único plan que podía
decidí a animarla por escrito. Le escribí una breve carta para de­
vengarla: decidió darme celos; y, com o para conseguir su pro­
volver la paz a su espíritu, bien porque se creyera culpable, bien
pósito antes tenía que enamorarme, se las arregló de la siguiente
porque pudiera suponer en mí sentimientos contrarios a los que
forma:
su amor propio exigía. La carta me pareció una obra de arte, y
Una mañana vino a mi cama trayéndome un par de medias
más que suficiente para hacer que me adorase y conseguir la pre­
blancas tejidas por ella; y, después de haberme peinado, me dijo
ferencia sobre Candiani, que me parecía un verdadero animal
que necesitaba probármelas para ver sus defectos y corregirlos
indigno de hacerle dudar un solo instante entre él y yo. Media
cuando me hiciera otras. El doctor había ido a decir misa.
hora después me respondió de viva voz que iría a mi cama al día
Cuando estaba poniéndom e las medias me dijo que tenía los
siguiente, mas no vino. Me sentí ofendido; pero a mediodía, en
muslos sucios, y, sin pedirme permiso, consideró un deber la­
la mesa, me sorprendió preguntándome si quería que me vistiese
vármelos inmediatamente.
de chica para acompañarla a un baile del médico O livo, vecino
Sentí vergüenza de poder pareccrlc avergonzado, sin imagi­
nuestro, que debía tener lugar cinco o seis días después. Toda la
nar además que pasaría lo que pasó. Sentada en mi cama, Bcttina
mesa aplaudió, y yo acepté. Veía llegado el momento en que una
llevó demasiado lejos su celo por la limpieza, y su curiosidad me
explicación mutua nos convertiría en amigos íntimos y al abrigo
causó un placer tan vivo que sólo acabó cuando era imposible
de cualquier sorpresa dependiente de la debilidad de los senti­
que fuese mayor. Una vez calmado, me sentí culpable, y me creí
dos. Mas una fatalidad im prevista vino a echar por tierra esa
obligado a pedirle perdón. Bettina, que no lo esperaba, después
fiesta y a provocar una verdadera tragicomedia.
de pensar un momento, me dijo en tono indulgente que toda la
Un padrino del doctor G ozzi, viejo y acomodado, que vivía
culpa era suya, pero que no volvería a ocurrir. Y tras esto se mar­
en el campo, creyó inminente su muerte tras una larga enferme­
chó dejándome entregado a mis reflexiones.
dad, y le envió un carruaje con el ruego de que fuera sin tar­
Fueron crueles. Me parecía que la había deshonrado, que
danza y en compañía de su padre a fin de asistir a su muerte y
había traicionado la confianza de su familia, que había violado
encomendar su alma a Dios. El viejo zapatero empezó por vaciar
la ley de la hospitalidad y cometido el mayor de los crímenes,
una botella, luego se vistió y se puso en camino con su hijo.
crimen que sólo podía reparar casándome con ella, siempre, sin
En cuanto vi esto, y com o la noche del baile estaba dem a­
embargo, que Bcttina pudiera decidirse a tomar por marido a un
siado lejana para mi impaciencia, busqué el momento de decirle
impúdico como yo, indigno de ella.
a Bcttina que dejaría abierta la puerta de mi cuarto que daba al
Tras estas reflexiones llegó la más melancólica tristeza, que
pasillo, y que la esperaría cuando todos se hubieran acostado.
cada día aumentaba porque Bcttina había cesado por completo
Me dijo que no faltaría. Ella dormía en un gabinete de la planta
de venir a mi cama. En los primeros ocho días, la decisión que
baja, separado del cuarto en que se acostaba su padre por un ta­
había tomado me pareció justa, y mi tristeza se habría transfor­
bique; com o el doctor estaba ausente, yo dormía solo en la al­
mado incluso en amor perfecto si la actitud de la muchacha hacia
coba grande. Los tres pensionistas ocupaban una sala cerca de la
Candiani no hubiera insinuado en mi alma el veneno de los
bodega. N o debía temer ningún contratiem po. Y estaba con­
celos, por más lejos que estuviera, sin embargo, de creerla cul­
tentísimo viendo que alcanzaba el momento deseado.
pable del mismo crimen que había cometido conmigo.

43
4*
En cuanto me retire a mi alcoba, eche el cerrojo a la puerta y acuesto para recuperarme física y anímicamente, pues estaba
abrí la que daba al pasillo, de manera que Betuna sólo tuviera peor que muerto.
que empujarla para entrar. Luego apague la vela sin desnudarme. Engañado, humillado, maltratado y convertido en objeto de
Se cree que estas situaciones son exageradas en las novelas desprecio a los ojos de un Candiani feliz y triunfante, pasé tres
que leemos, y no es cierto. Lo que el A riosto cuenta de Rug- horas rumiando los más negros planes de venganza. Envenenar
giero'7 cuando esperaba a Alcina es un buen retrato del natural. a ambos me parecía poca cosa en aquel desdichado momento.
Esperé sin gran inquietud hasta medianoche; pero cuando vi Maquiné el infame plan de ir inmediatamente al campo para in­
pasar dos, tres y cuatro horas sin que apareciera, me puse fu­ formar al doctor de todo lo ocurrido. Com o sólo tenía doce años,
rioso. Caía la nieve a grandes copos, pero yo me sentía morir de mi mente aún no había adquirido la fría facultad de idear planes
rabia más todavía que de frío. Una hora antes de amanecer me de venganza heroica concebidos por los ficticios sentimientos del
decidí a bajar descalzo, por temor a despertar al perro, para ir a honor; sólo estaba iniciándome en los asuntos de este género.
situarme al pie de la escalera, a cuatro pasos de la puerta que de­ Encontrándome en ese estado de ánimo, oigo en la puerta in­
bería haber estado abierta si Bcttina hubiera salido. La encontré terior de mi cuarto la voz ronca de la madre de Bcttina rogán­
cerrada. C om o sólo podía cerrarse por dentro, pense que quiza dome bajar porque su hija se moría.
se hubiera dorm ido; para despertarla habría tenido que golpear Irritado por que se muriese antes de haberla matado yo, me
con fuerza, y el perro hubiera ladrado. De aquella puerta a la de levanto, bajo y la veo en la cama de su padre, en medio de es­
su gabinete había todavía diez o doce pasos. Abrum ado por la pantosas convulsiones, rodeada por toda la familia, a medio ves­
pena y sin poder decidirme a nada, me senté en el último pel­ tir y volviéndose a derecha c izquierda. Arqueaba el cuerpo, lo
daño. Cuando apuntaba el alba, transido de frío, entumecido y combaba, dando puñetazos y patadas al azar, y escapando con
tiritando, decidí volver a mi alcoba, pues si la criada me encon­ violentas sacudidas de las manos de cuantos intentaban sujetarla.
traba allí me habría tomado por loco. Al ver este cuadro, y dominado por los acontecimientos de
A sí que me levanto, pero en ese mismo instante oigo ruido la noche, no sabía qué pensar. Aún no era capaz de distinguir
dentro. Seguro de que Bcttina aparecería, voy a la puerta, se entre lo natural y lo artificioso, y me sorprendía a mí mismo
abre; pero en lugar de Bcttina veo a Candiani, que me soltó tal viéndome convertido en frío espectador capaz de dominarme
patada en el vientre que me encontré tendido y hundido en a delante de dos personas, a una de las cuales me proponía matar,
nieve. A renglón seguido, él fue a encerrarse en la sala, donde y deshonrar a la otra. Al cabo de una hora Bcttina se durmió.
tenía su cama junto a sus compañeros de Feltre.18 Una comadrona y el doctor O livo llegaron en esc mismo ins­
Me levanto deprisa con la intención de ir a estrangular a Bct­ tante. La primera dijo que aquello eran efectos histéricos, y el
tina, a la que en ese momento nadie hubiera podido proteger de doctor sostuvo que la matriz no tenía nada que ver. Recetó que
mi furia; pero la puerta está cerrada. Le doy una fuerte patada, la dejaran tranquila y baños fríos. Yo me burlaba de ambos sin
el perro se pone a ladrar, subo a mi cuarto, me encierro y me decir nada, pues sabía que la enfermedad de aquella muchacha
sólo podía venir de sus trabajos nocturnos, o del miedo que mi
I7. Ludovico Ariosto (14 7 4 -1JJJ). Poeu lírico ? eP'CO it“liano’ encuentro con Candiani debía haberle causado. De cualquier
autor del O r la n d o furioso ( 15 16-. 53 *). ¿omie d espíritu de can­
modo, decidí aplazar mi venganza hasta la llegada de su her­
ción de gesta y el de la novela de amor cortés. Uno de sus héroes es
RuBRicro, al que seduce la hechicera Alcina (Vil, estrs. 23-27). mano. Estaba muy lejos de suponer fingida la enfermedad de
18 Feltre es capital de una comarca (/'/ Feltrinó) que formaba parte Bcttina, pues parecía imposible que pudiera tener tanta fuerza.
de los Estados Venecianos. El apellido Candiani alude probablemente Cuando pasaba por la alcoba de Bcttina para volver a mi
a un muchacho natural de Candiano, pueblo cercano a Padua. cuarto, al ver sus ropas sobre la cama me entraron ganas de re-

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gistrarlc los bolsillos. Encuentro un billete, veo la letra de -Pu ede ser, querida madre; pero hay que estar bien seguros.
Candiani, me voy a leerlo a mi cuarto, sorprendido por la im­ ¿Quien es esa bruja?
prudencia de la muchacha, pues su madre habría podido encon­ - E s nuestra vieja sirvienta; y acabo de comprobarlo.
trar la nota y, al no saber leer, podría dársela a su hijo el doctor. -¿C ó m o ?
Pense entonces que Bcttina había perdido la cabeza. Pero mi -H e atrancado la puerta de mi cuarto con dos mangos de es­
sorpresa fue m ayúscula al leer estas palabras: Ya que vuestro coba puestos en cruz, que ella tenía que levantar si quería entrar;
padre se ha ido, es inútil que dejéis vuestra puerta abierta como pero nada más verlos, se echó atrás y pasó por la otra puerta. Es
las otras veces. C uando me levante de la mesa iré a esperaros en evidente que si no fuera bruja habría deshecho la cruz.
vuestro cuarto: a llí me encontraréis. Tras una breve reflexión me - N o es tan evidente, querida madre. Haced venir a esa mujer.
entraron ganas de reír, y, viendo que había sido hábilmente en­ -¿P o r que -le dijo el abate cuando llegó- no entraste esta ma­
gañado, me creí curado de mi amor. Candiani me pareció digno ñana en el cuarto por la puerta de siempre?
de perdón, y Bcttina despreciable. Me alegró haber recibido una - N o se que es lo que me preguntáis.
excelente lección para mi vida futura. Hasta me parecía bien que - ¿ N o has visto sobre la puerta la cruz de san Andrés?
Bcttina hubiera preferido a Candiani, que tenía quince años -¿Q u e cruz es ésa?
mientras que yo sólo era un niño todavía. Sin embargo, no podía - N o te valdrá de nada hacerte la ignorante -le dijo la madre-.
olvidar la patada que Candiani me había dado y por eso seguí ¿D ónde dormiste el jueves pasado?
guardándole rencor. -E n casa de mi sobrina, que ha dado a luz.
A mediodía, cuando estábamos comiendo en la cocina de­ - N o es cierto. Fuiste al aquelarre, porque eres bruja; y has
bido al frío, Bcttina sufrió de nuevo convulsiones. Todo el embrujado a mi hija.
mundo acudió, menos yo. Acabe de comer tranquilamente y me Tras estas palabras, la pobre mujer le escupió a la cara, y el
fui a estudiar. A la hora de la cena vi la cama de Bcttina en la co­ doctor se apresuró a sujetar a su madre, que había cogido un
cina, junto a la de su madre, pero aparente indiferencia, igual palo para zurrarla. Pero tuvo que correr tras la criada, que ba­
que ante el ruido que hicieron toda la noche y ante la confusión jaba la escalera dando gritos para que acudieran los vecinos.
del día siguiente, cuando se repitieron las convulsiones. Consiguió calmarla dándole algo de dinero; luego se revistió los
Por la noche volvió el doctor con su padre. Candiani, que hábitos sacerdotales para exorcizar a su hermana y ver si real­
temía mi venganza, vino a preguntarme cuál era mi intención, mente tenía el diablo en el cuerpo. La novedad de estos miste­
pero echó a correr cuando me vio lanzarme hacia él navaja en rios atrajo toda mi atención. Me parecían todos locos o imbéci­
mano. N o se me pasó ni un momento por la cabeza contar al les. N o podía imaginar diablos en el cuerpo de Bcttina sin
doctor la infame historia: una idea de esa especie sólo podía ocu- echarme a reír. Cuando nos acercamos a su cama, parecía que le
rrírseme, dado mi carácter, en un momento de rabia. Irasci cele- faltaba la respiración, y los conjuros de su hermano no se la de­
rem tamen ut p licab ilis essem.'* volvieron. Llegó entonces el médico O livo, que preguntó si todo
Al día siguiente, la madre del doctor vino a interrumpir nues­ aquello no era demasiado, y el doctor le respondió que no, si
tra clase para decirle a su hijo, tras un largo preámbulo, que, en tenía fe. Entonces O livo se marchó diciendo que su fe se limi­
su opinión, la enfermedad de Bettina provenía de algún m alefi­ taba a los milagros del Evangelio. El doctor se retiró a su cuarto,
cio que le habría echado una bruja que ella conocía. y, al quedarme a solas con Bcttina, le dije al oído estas palabras:
«Ánim o, cúrate, y confía en mi discreción». Bcttina volvió la ca­
19. «Me irritaba rápidamente, pero me calmaba igual», Horacio, beza del otro lado sin responderme, pero pasó el resto del día sin
Epístolas, I, 20, 25. convulsiones. C reí que la había curado, pero al día siguiente las

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convulsiones le subieron al cerebro. En medio del delirio pro­ Padre de la mentira, yo redoblaré tus penas.
nunciaba palabras en latín y en griego, con lo que entonces ya no -T e desafío a que lo hagas.
hubo dudas sobre la naturaleza de su enfermedad. Su madre Entonces Bettina soltó tal carcajada que no pude contener la
salió y volvió una hora después con el cxorcista más famoso de risa, pero el capuchino, que me vio, se volvió al doctor para de­
Padua. Era un capuchino10 muy feo que se llamaba fray Pros­ cirle que yo no tenía fe, y que me hiciera salir. Me marché di-
pero da Bovolcnta. ciéndole que tenía razón; pero pude ver que Bettina le escupía en
En cuanto apareció en el cuarto, Bettina, echándose a reír, le la mano cuando el capuchino se la presentó ordenándole que la
cubrió de sangrientas injurias que agradaron a todos los asis­ besara.
tentes, pues sólo el diablo era lo bastante osado para tratar así a Extraña muchacha llena de talento, que confundió al capu­
un capuchino; pero éste, al oírse llamar ignorante, im postor y chino sin sorprender a nadie, pues todas sus palabras se atribu­
apestoso, empezó a golpear a Bettina con un gran crucifijo di­ yeron al diablo. Pero a mí no se me ocurría cuál podía ser su
ciendo que pegaba al diablo. N o paró hasta que la vio en actitud objetivo.
de lanzarle un orinal a la cabeza, cosa que me hubiera gustado El capuchino, después de comer con nosotros y haber dicho
ver. «Si quien te ha ofendido con palabras es el diablo», le dijo cien tonterías, volvio a la alcoba par dar su bendición a la posesa,
ella, «golpéale con las tuyas, pedazo de animal; y si he sido yo, que le tiró a la cabeza un vaso lleno de un licor negro que el bo­
entérate, zopenco, que debes respetarme; y lárgate.» Entonces vi ticario le había enviado; y Candiani, que estaba junto al monje,
al doctor G ozzi ponerse colorado. recibió su parte, lo cual me causó el m ayor de los placeres. Bet­
Pero el capuchino, armado de pies a cabeza, tras leer un terri­ tina hacía bien en aprovechar la ocasión, pues todo lo atribuían
ble exorcismo, conminó al espíritu maligno a decirle su nombre. al diablo. Al irse, el padre Prospero le dijo al doctor que la mu­
-M e llamo Bettina. chacha estaba desde luego poseída; pero que debía buscar otro
_ N o , que ése es el nombre de una muchacha bautizada. cxorcista, puesto que no era a él a quien Dios quería conceder la
-¿C ree s entonces que un diablo ha de tener nombre mascu­ gracia de liberarla.
lino? Has de saber, ignorante capuchino, que un diablo es un Tras su marcha, Bettina pasó seis horas muy tranquila, y por
ángel que no tiene ningún sexo. Pero, puesto que crees que la noche nos sorprendió a todos viniendo a sentarse a la mesa
quien te habla por mi boca es un diablo, prométeme respon con nosotros para ccnar. Después de haber asegurado a su padre,
derme la verdad, y yo prometo rendirme a tus exorcism os. a su madre y a su hermano que se encontraba bien, me dijo que
-S í, prometo responderte la verdad. el baile era al día siguiente, y que por la mañana iría a mi cuarto
-¿T e crees más sabio que yo? para peinarme de chica. Le di las gracias diciéndole que, como
—N o; pero me creo más poderoso en nombre de la Santísima había estado muy enferma, debía cuidarse. Se fue a dormir, y nos
Trinidad, y por la virtud de mi sagrado ministerio. quedamos a la mesa hablando sólo de ella.
—Si eres más poderoso, impídeme decirte tus verdades. Estás Al irme a la cama encontré en mi gorro de noche este billete,
orgulloso de tu barba; te la peinas diez veces al día, y no acep­ al que respondí cuando vi dorm ido al doctor: O vienes al baile
tarías cortarte la mitad a cambio de hacerme salir de este cuerpo. conmigo vestido de chica, o te hago v e r un espectáculo que te
Córtatela y te juro que salgo. hará llorar.
Ésta fue mi respuesta: Alo iré al baile, porque estoy comple­
20. La Orden de los Capuchinos fue una de las tres ramas en que se tamente decidido a evitar toda ocasión de encontrarme a solas
dividió la Orden franciscana; fundada y confirmada en 1525 y 1528, su contigo. En cuanto al triste espectáculo con que me amenazas, te
nombre alude al capuchón que formaba parte de su hábito. creo lo bastante ingeniosa para cumplir tu palabra; pero te ruego

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que te apiades de mi corazón, porque te amo como si fueras mi aprendizaje que precedió a mi adolescencia, siempre he seguido
hermana. Te he perdonado, querida Rettina, y quiero olvidarlo siendo víctima de las mujeres hasta la edad de sesenta años. Hace
todo. A q u í tienes un billete que debería encantarte v e r de nuevo doce, de no ser por la ayuda de mi G enio tutelar me habría ca­
en tus manos. Mira el peligro que has corrido dejándolo en el bol­ sado en Viena con una joven atolondrada' de la que me había
sillo d el delantal sobre tu cama. Esta restitución debe con­ enamorado. H oy me creo al abrigo de todas las locuras de este
vencerte de m i amistad. género, y lo lamento.
Al día siguiente toda la familia estaba desolada porque el de­
monio que poseía a Bcttina se había adueñado de su razón. El
C A P Í T U I . O III d octor me dijo que en sus desatinos había blasfemias y que, por
lo tanto, debía estar endemoniada, pues de haber estado loca no
BF.TT1NA T O MA D A P OR L OCA. El. P ADRE MANCI A. habría tratado tan mal al padre Prospero. D ecidió ponerla en
I.A V I R U E L A . MI MA R C H A DE PADUA manos del padre Mancia. Era un famoso cxorcista jaco bino ,1 es
decir, dominico,» que tenía reputación de no haber fallado nunca
Bcttina debía de estar desesperada al no saber en qué manos con ninguna muchacha embrujada.
había caído su billete, y yo no podía darle una prueba más segura Era domingo. Bcttina había comido bien y había mostrado
de mi amistad que sacándola de su inquietud; mas mi generosi­ síntomas de locura todo el día. Hacia medianoche volvió su
dad, que la liberó de una pena, debió de causarle otra más fuerte: padre a casa declamando al Tasso, tan borracho que no se tenía
se veía descubierta. El billete de Candiani demostraba que le re­ en pie. Se acercó a la cama de su hija y, después de haberla be­
cibía todas las noches, y de este modo la fábula, que quizás había sado tiernamente, le dijo que no estaba loca, hila le respondió
inventado para engañarme, se volvía inútil. Decidí calmar esa in­ que tam poco él estaba borracho.
quietud: por la mañana fui a verla a su cama y le entregué el b i­ -E s tá s poseída, hija mía.
llete y mi respuesta. - S í , padre; y vos sois el único que puede curarme.
Esta muchacha había ganado mi estima con su inteligencia: - B i e n , estoy dispuesto.
no podía seguir despreciándola. Ahora la miraba co m o a una D e pronto empieza a hablar com o un teólogo; razona sobre
criatura seducida por su propio temperamento: le gustaban los la fuerza de la fe y sobre el poder de la bendición paterna; tira al
hombres; y sólo era de compadecer por las posibles consecuen­ suelo su capote, coge un crucifijo en una mano, pone la otra
cias. C rey en d o ver las cosas b ajo su verdadero aspecto, había sobre la cabeza de su hija y empieza a hablar al diablo de una
tomado mi resolución co m o muchacho razonable y no co m o manera tan cómica que hasta su propia mujer, siempre estúpida,
enamorado. Era ella la que debía avergonzarse, no yo. La única
curiosidad que me quedaba era saber si los de f'cltre también se
1. Se trataría de una joven, llamada Catón, y de la que no se sabe
habían acostado con ella. Eran los dos compañeros de Candiam. nada más, a quien Casanova envió un apasionado poema amoroso; en
Bcttina aparentó durante toda la jornada muy buen humor; dos de sus cartas a Casanova enviadas a Dux, la joven le hacía un listado
y por la noche se arregló para ir al baile; pero, de repente, una in­ de sus amantes, de ahí el adjetivo de atolondrada. Kn 1785, fecha pro­
disposición, no sé si verdadera o fingida, la obligó a meterse en bable de la aventura, Casanova frisaba la sesentena.
cama, alarmando a toda la casa. En cuanto a mí, que lo sabía
1. Nombre que recibían en I-rancia, y sobre todo en París, los do­
minicos, por haber estado el principal convento de la Orden en la calle
todo, me esperaban nuevas escenas todavía más tristes. Había Saint-Jacques (San Jacobo).
adquirido sobre ella una superioridad que su amor propio no 3. La Orden mendicante de esc nombre fue fundada en 1206 por
podía soportar. D eb o admitir, sin em bargo, que pese al buen santo Domingo (ca. 1 175-1221).

5° 5'
triste y desabrida, tiene que echarse a reír a carcajadas. Los úni­ la paciente estaba posesa o afectada por alguna enfermedad na­
cos que no reían eran los dos actores, y esto volvía la escena aún tural. N os dejó así, en esa postura, cerca de media hora mientras
más divertida. Yo no podía dejar de admirar a Betuna, que, de él leía en voz baja. Bettina no se movía.
risa fácil, tenía en ese momento fuerza suficiente para mantener Harto, creo yo, de interpretar aquella escena, le dijo al d o c ­
la mayor seriedad. El d o ctor G o z z i también se reía, pero de­ tor que quería hablarle aparte. Pasaron a otra habitación, de
seando que la farsa acabase porque le parecía que los disparates donde salieron un cuarto de hora después atraídos por una gran
del padre eran otras tantas profanaciones a la santidad de los carcajada de la loca, que, en cuanto los vio reaparecer, les dio la
exorcismos. Al final, el exorcista se fue a la cama diciendo que espalda. El padre Mancia sonrió, metió una y otra vez el hisopo
estaba seguro de que el demonio dejaría tranquila a su hija toda en el agua bendita, nos roció generosamente a todos y se mar­
chó.
la noche.
Al día siguiente, cuando nos levantábamos de la mesa, llego El d o cto r nos dijo que el padre Mancia volvería al día si­
el padre Mancia. El doctor, seguido por toda su familia, le c o n ­ guiente, y que se había comprom etido a liberarla en tres horas
dujo hasta el lecho de su hermana. Yo, totalmente ocupado en si estaba endemoniada; pero que no prometía nada si estaba loca.
mirar y examinar a este monje, estaba co m o transportado fuera La madre afirmó que estaba segura de que la liberaría, y dio gra­
de mí. Haré su retrato. cias a D io s por haberle concedido la gracia de ver a un santo
Alto, corpulento y majestuoso, y de unos treinta años, tenía antes de morir. Nada más divertido que el desorden de Bettina
el pelo rubio y los ojos azules. Los rasgos de su cara eran los del al día siguiente. E m pezó por soltar las cosas más disparatadas
Apolo del Belvedere,4 con la diferencia de que no revelaban ni el que a poeta alguno puedan ocurrírsclc, y no se interrumpió si­
triunfo ni la arrogancia. D e una blancura deslumbrante, su pa­ quiera cuando apareció el fascinante exorcista, quien, después
lidez hacía resaltar todavía mejor el carmín de unos labios que de haberse divertido un cuarto de hora, y pertrechado con todas
dejaban ver sus bellos dientes. Ni gordo ni delgado, la tristeza de sus armas, nos rogó que saliéramos. O b ed ecim o s enseguida.
su fisonomía volvía más dulces sus rasgos. Era lento su paso y tí­ La puerta quedó abierta, pero no importaba. ¿Q uién se habría
mido su aspecto, y esto dejaba adivinar la mayor modestia en su atrevido a entrar? Durante tres horas no oímos otra cosa que el
espíritu. silencio más sombrío. A mediodía, el monje llamó, y entramos.
Cuando entramos, Bettina estaba dormida, o fingía estarlo. Bettina estaba allí, triste y muy tranquila, mientras el monje re­
El padre Mancia em pezó em puñando un hisopo y rociándola cogía sus cosas. Se marchó diciendo que tenía esperanzas y su­
con agua lustral: ella abrió los ojos, miró al monje, y volvió a plicando al d octor que le mantuviera informado. Bettina comió
cerrarlos al instante; después los abrió de nuevo, lo miró algo en la cama, cenó en la mesa y al día siguiente se mostró juiciosa;
mejor, se puso boca arriba, dejó caer los brazos y con la cabez.a pero un incidente vino a confirmarme que no estaba ni loca ni
graciosamente inclinada se abandonó a un sueño que parecía endemoniada.
dulcísimo. D e pie, el exorcista sacó de su bolsillo el ritual y la es­ Era la antevíspera de la Purificación de Nuestra Señora.' El
tola, que se puso al cuello, y un relicario que co lo có sobre el d octor solía hacernos comulgar en la parroquia, pero para c o n ­
pecho de la dormida. Luego, con aire de santo, nos rogó a todos fesarnos nos llevaba a Sant Agostino,6 iglesia servida por los do-
que nos arrodilláramos para rogar a D ios que le hiciera saber si

5. La festividad de la Purificación de la Virgen se celebra el 2 de fe­


4 Celebre estatua griega del siglo IV , encontrada en el siglo XVI brero.
durante el papado de Julio II (i 503-151}), y que se conserva en los Mu­ 6. En el convento de Sant Agostino había entrado como novicio en
scos Vaticanos. '733 el padre Mancia, ordenado sacerdote cinco años más tarde.

5*
minicos de Padua. En la mesa nos dijo que nos preparásemos ¿en qué escuela había aprendido a conocer tan bien el corazón
para dos días más tarde. La madre añadió: «Todos deberíais ir a humano? Leyendo novelas. Es posible que la lectura frecuente
confesaros con el padre Mancia para tener la absolución de un de novelas sea la causa de perdición de gran número de mucha­
hombre tan santo. También yo pienso ir». Candiam y los de Fel- chas; pero es cierto que la lectura de las buenas les enseña gen­
tre consintieron; yo no dije nada. tileza y el ejercicio de las virtudes sociales.
Aquel plan no me gustaba; pero disimulé, totalmente deci­ Decidido, pues, a tener con aquella chica toda la complacen­
dido a impedir su ejecución. Creía en el secreto de la confesión cia de que ella me creía capaz, en el momento de acostarnos dije
y no me sentía capaz de interpretar una farsa; pero, sabiendo al doctor que mi conciencia me obligaba a suplicarle que me dis­
que era dueño de elegir a mi confesor, nunca habría cometido la pensara de ir a confesarme con el padre Mancia, y que no quisiera
estupidez de ir a decirle al padre Mancia lo que me había o cu ­ diferenciarme en esto de mis compañeros. Me respondió que
rrido con una muchacha de la que enseguida se habría dado comprendía mis razones y que nos llevaría a todos a Sant’Anto-
cuenta que no podía ser más que Bcttina. Estaba seguro de que nio.7 Le besé la mano. Las cosas se hicieron así, y a medio día vi
Candiani se lo diría todo, y eso no me gustaba nada. a Bettina acudir a la mesa con la satisfacción pintada en el rostro.
Al día siguiente, temprano, Bcttina vino a mi cama para Un sabañón abierto me obligó a quedarme en cama; mientras
traerme un alzacuello y me entregó esta nota: el d octor había ido a la iglesia con todos mis compañeros, B et­
«Odiad mi vida, pero respetad mi honor y la sombra de paz tina, que se había quedado sola en la casa, vino a sentarse en mi
a la que aspiro. Ninguno de vosotros debe ir mañana a co nfe­ cama. Me lo esperaba. Entonces vi llegado el momento de tener
sarse con el padre Mancia. Sois el único que puede echar abajo una explicación completa, que en el fondo no me desagradaba.
el plan, y no tenéis necesidad de que yo os sugiera el medio. Veré Em pezó por preguntarme si me disgustaba que hubiera es­
si es cierto que sois mi amigo». cogido aquella ocasión para hablar conmigo.
N o puedo expresar cuánta piedad sentí por aquella pobre - N o - l e resp o n d í-, porque me procuráis la de deciros que,
muchacha al leer su nota. Pese a ello, le respondí lo siguiente: co m o mis sentim ientos hacia vos no son otros que los de la
«C om p ren d o que, a pesar de todas las inviolables leyes de la amistad, debéis estar segura de que nunca ha de presentarse en
confesión, os preocupe el plan de vuestra madre; pero no veo el futuro ocasión de inquietaros. Así pues, podéis hacer cuanto
por qué, para echar abajo ese plan, contáis conm igo y no con queráis; para portarme de forma distinta sería preciso que estu­
Candiani, que lo ha aprobado. Todo lo que puedo prometeros es viera enamorado de vos; y ya no lo estoy. En un instante habéis
que yo no lo haré; mas no puedo influir en vuestro amante. Sois sofocado el germen de una bella pasión. Nada más volver a mi
vos quien tenéis que hablarle». cama después de la patada que me dio Candiani, os odié; des­
Ésta es la respuesta que me dio: « N o he vuelto a hablar con pués os desprecié; luego sentí una profunda indiferencia, y esa
Candiani desde la fatal noche en que me hizo desgraciada; y no indiferencia ha terminado por desaparecer cuando he visto de
volveré a dirigirle la palabra aunque con ello pudiera de nuevo lo que era capaz vuestra inteligencia. Me he vuelto amigo vues­
ser feliz. Sólo a vos quiero deber mi vida y mi honor». tro, perdono vuestras debilidades y, co m o me he habituado a
La chica me parecía más fascinante que todas las maravillo­ veros tal cual sois, siento por vos la más singular estima debido
sas protagonistas de las novelas que había leído. Estaba conven­ a vuestra inteligencia. H e sido su víctima, pero no importa: esa
cido de que se burlaba de mí con una desvergüenza sin igual. inteligencia existe, es sorprendente, divina, la admiro, la amo, y
Veía que intentaba encadenarme de nuevo, y, aunque eso no me
preocupaba, decidí sin embargo realizar la generosa acción de la 7. La iglesia principal de Padua, Sant’Antonio, que contiene el se­
que sólo a mí me creía capaz. Se sentía segura del triunfo, pero pulcro de esc sanio, fue construida entre 1232 y 1 307.

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me parece que el homenaje que le debo consiste en alimentar garlo. Vuestra virtud, que sólo se ha apartado de su deber en una
por quien la posee la amistad más pura. Pagadme con la misma ocasión, y que de repente ha recuperado el control de vuestros
moneda: verdad y sinceridad, y nada de subterfugios. Acabad, sentidos que se habían extraviado, merece algún elogio. Vos, que
pues, con todas estas tonterías, porque ya habéis conseguido de me adorabais, os volvisteis en un momento insensible a todas
mí cuanto podíais pretender. La sola idea del amor me repele, mis penas, aunque yo me esforzara por dároslas a conocer. Sólo
pues no puedo amar si no estoy seguro de ser el único amado. me queda por saber cóm o podéis apreciar tanto esa virtud,
Sois muy noble al atribuir mi tonta delicadeza a mi edad; pero cuando Candiani no cesaba de hacerla naufragar todas las no­
las cosas no pueden ser de otra forma. Me habéis escrito que ya ches entre sus brazos.
no habláis con Candiani, y, si soy la causa de esa ruptura, creed - A h í os quería yo -m e replicó entonces, mirándome con ese
que me desagrada. Vuestro honor exige que intentéis reconci­ aire que nos presta la seguridad de la victoria-. Por fin vais a en­
liaros; y yo debo guardarme, en lo sucesivo, de no causarle la teraros de lo que no podía haceros saber y que nunca pude de­
menor sospecha. Pensad también que si lo habéis enamorado se­ ciros, porque rechazasteis la entrevista que os pedí con el único
duciéndolo por los mismos medios que utilizasteis conmigo, ha­ propósito de daros a conocer la verdad.
béis cometido un doble error, porque es posible que, si os ama, »Candiani -sigu ió diciéndom e- me hizo una declaración de
le hayáis hecho desgraciado. amor ocho días después de haber llegado a nuestra casa. Pidió mi
-T o d o lo que me acabáis de decir -m e respondió Betuna­ consentimiento para que su propio padre me pidiera en matri­
se funda en un error de partida. N o amo a Candiani y nunca le monio en cuanto hubiera acabado sus estudios. Le respondí que
he amado. Le he odiado y le odio, porque ha merecido mi odio, aún no lo conocía bien, que no sabía qué pensar de su ofreci­
y os lo demostraré a pesar de que las apariencias me condenan. miento, y le rogué que no volviera a hablarme del asunto. Fin­
En cuanto a la seducción, os ruego que me ahorréis ese infame gió quedarse tranquilo, pero poco después me di cuenta de que
reproche. Pensad también que, si vos no me hubierais seducido no lo estaba un día que me pidió que fuera alguna vez a peinarle
antes, nunca habría hecho aquello de lo que estoy muy arre­ a su cuarto. Cuando le respondí que no tenía tiempo, me replicó
pentida por razones que ignoráis y que voy a explicaros. La falta que vos erais más afortunado que él. Me burle de este reproche
que he com etido es grande sólo porque no había previsto el y de sus sospechas, porque toda la casa sabía que yo me ocu­
daño que podía causarme en la mente inexperta de un ingrato paba de vuestro asco.
como vos, capaz de reprochármela. »Quince días después de haberle negado el favor de ir a pei­
Bcttina lloraba. Lo que acababa de decirme era verosím il, y narle, se me ocurrió pasar con vos una hora en el coqueteo que
halagador; pero yo ya había visto demasiado. Además, sabiendo ya sabéis, y que, com o es natural, provocó en vos un fuego
de lo que era capaz su inteligencia, estaba seguro de que iba a que os dio ideas antes desconocidas. Me alegré mucho por ello:
engañarme, y de que aquel comportamiento no era sino efecto os amaba y, tras abandonarme a unos deseos naturales en mi co ­
de su amor propio, que no le permitía aceptar en paz una victo­ razón, ningún remordimiento podía inquietarme. Esperaba con
ria mía demasiado humillante para ella. impaciencia veros a la mañana siguiente; pero esc mismo día,
Inquebrantable en mi idea, le respondí que creía cuanto aca­ después de la cena llegó el primer momento de mis penas. C an ­
baba de decirme sobre el estado de su corazón antes del coque­ diani deslizó entre mis manos este billete y esta carta, que luego
teo que me había hecho enamorarme de ella, y, por lo tanto, le escondí en un agujero de la pared con la intención de enseñá­
prometí no volver a darle en adelante el título de seductora. roslos cuando hubiera oportunidad.
-P e ro debéis admitir - a ñ a d í- que la violencia de vuestro Bcttina me entregó entonces la carta y el billete. Éste decía:
amor sólo fue momentánea, y que bastó un leve soplo para apa­ «O me recibís esta noche a más tardar en vuestra alcoba, dejando

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entornada la puerta que da al patio, o pensad en cómo salir del cia del doctor; de esta manera le despedí contento, sin que se atre­
paso mañana con el doctor, a quien entregare la carta cuya copia viese a pedirme un solo beso, con la promesa de que podríamos
os adjunto». hablar alguna que otra vez en el mismo sitio.
La carta contenía el relato de un delator infame y furibundo, »Me fui a la cama desesperada, pensando que ya no podría ir
y, efectivamente, podía acarrear las consecuencias más desagra­ a veros en ausencia de mi hermano, ni haceros saber el motivo
dables. Le decía al doctor que, mientras el se iba a decir misa, su por temor a las consecuencias. A sí pasaron tres semanas, y mis
hermana pasaba las mañanas conmigo en pecaminoso comercio, sufrimientos fueron increíbles, porque vos no dejabais de pre­
prometiendo proporcionarle sobre esc punto tales aclaraciones sionarme y siempre me veía obligada a ignoraros. Temía incluso
que no le cabría la menor duda. el momento de encontrarme a solas con vos, pues estaba segura
-D espués de haber hecho las reflexiones que el caso exigía de que no podría dejar de revelaros el motivo de mi cambio de
-continuó B cttin a-, decidí escuchar a aquel monstruo. Deje la proceder. Y tened en cuenta también que, una vez a la semana,
puerta entornada y me puse a esperarle tras guardarme en el bol­ me veía obligada a ir a la puerta del pasillo para hablar con ese
sillo un estilete de mi padre. Le espere en la puerta para que me granuja y moderar con palabras su impaciencia.
hablase desde allí, dado que sólo un tabique separa mi dorm ito­ »Viendo, por último, que también vos me amenazabais, de­
rio del cuarto en que duerme mi padre, y el menor ruido hu­ cidí poner fin a mi martirio. O s propuse ir al baile vestido de
biera podido despertarlo. chica: iba a revelaros entonces toda la intriga y a dejaros el cui­
»A mi primera pregunta sobre la calumnia que contenía la dado de remediarla. Esa fiesta del baile debía desagradar a C an ­
carta que amenazaba con entregar a mi hermano, Candiani me diani; pero yo estaba decidida. Ya sabéis el contratiem po que
respondió que no era ninguna calumnia, pues había visto todo el hubo. La marcha de mi hermano con mi padre os inspiró a
encuentro que habíamos tenido esa mañana por un agujero que ambos la misma idea. O s prom etí ir a vuestro cuarto antes de
el mismo había practicado en el techo del desván, justo encima de recibir el billete de Candiani, que, sin pedirme cita siquiera, me
vuestra cama, adonde el iba a situarse antes de que yo entrara en advertía que estaría esperándome en mi cuarto. N o tuve tiempo
vuestro cuarto. Terminó añadiendo que iría a contarles todo a mi siquiera para comunicarle que tenía razones para prohibirle ir, ni
hermano y a mi madre si me empeñaba en negarle las mismas para avisaros de que no iría a vuestro cuarto hasta después de
complacencias que estaba convencido de que no os negaba a vos. medianoche, como pensaba hacer, pues estaba segura de poder
Tras haberle soltado, en medio de mi justa cólera, los insultos enviar, tras una hora de charla, a esc desgraciado a su cama; pero
más atroces y haberle llamado cobarde, chivato y calumniador, el plan que Candiani había tramado, y que se creyó obligado a
pues sólo podía haber visto inocentes chiquilladas, termine ase­ comunicarme, requería mucho más tiempo. N o me fue posible
gurándole que se engañaba si pretendía obligarme con amenazas conseguir que se marchase. Tuve que escucharle y soportarle
a tener con el las mismas complacencias. Se puso entonces a pe­ toda la noche. Sus lamentos y exageraciones sobre su desgracia
dirme mil perdones y a decirme que sólo a mi dureza con el debía no acababan nunca. Se quejaba de que yo no quisiera secundar
atribuir yo su conducta, que nunca hubiera seguido de no ser por un plan que, de haberle amado, habría debido aprobar. Se trataba
la pasión que le había inspirado y que le hacía sufrir. Admitió de huir con él durante Semana Santa a Ferrara, donde tiene un
que su carta podía ser calumniosa y que se había portado como tío que nos habría acogido y fácilmente habría hecho entrar en
un traidor, asegurándome que nunca emplearía la fuerza para razón a su padre para luego vivir felices el resto de nuestra vida.
conseguir unos favores que sólo quería deber a la constancia de Mis objeciones, sus respuestas, los detalles, las explicaciones
su amor. Me creí obligada a decirle que quizás en el futuro podría para allanar las dificultades nos llevaron toda la noche. Mi co ­
amarle, y a prometerle que no volvería a vuestra cama en ausen­ razón sangraba pensando en vos; pero no tengo nada que re­

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procharme, y no ocurrió nada que pueda volverme indigna de sólo utiliza los secretos de la naturaleza igual que los pintores que
vuestra estima. El único medio que podéis tener para negármela quieren imitarla. Por más bello que sea cuanto ofrecen, es falso.
es creer que cuanto acabo de deciros es un cuento; pero os equi­ La aguda inteligencia de aquella joven, que no se había refi­
vocaríais y seríais injusto. Si hubiera podido decidirme a hacer nado con el estudio, aspiraba a suponer una Bcttina pura y sin
unos sacrificios que sólo se deben al amor, podría haber echado artificios; ella lo sabía, y utilizaba ese conocimiento para sacarle
de mi cuarto a ese traidor una hora después de haber entrado; partido; pero esa inteligencia ya me había dado a mí una idea de­
pero antes hubiera preferido m orir que recurrir a un expediente masiado clara de su habilidad.
tan vergonzoso. ¿Podía yo adivinar que vos estabais fuera, ex­ -B u en o, mi querida Bcttina - le dije—, todo vuestro relato me
puesto al viento y la nieve? Am bos éramos dignos de lástima, ha enternecido; pero ¿cóm o queréis que crea naturales vuestras
pero yo más que vos. Todo aquello estaba escrito en el ciclo para convulsiones, la bella locura de vuestra razón extraviada y los
hacerme perder la salud y la razón, que ya sólo poseo a interva­ síntomas de energúmeno que habéis mostrado demasiado a pro­
los sin estar nunca segura de que no vuelvan a dominarme las pósito durante los exorcismos, pese a que muy sensatamente di­
convulsiones. Dicen que estoy endemoniada y que los diablos se gáis que en ese punto tenéis dudas?
han apoderado de mí. N o lo sé, pero, si es cierto, no hay en el A estas palabras permaneció muda durante cinco o seis m i­
mundo muchacha más miserable que yo. nutos mirándome fijamente; luego, bajando la vista, se echó a
Calló Bcttina en este punto dando libre curso a sus lágrimas llorar mientras de vez en cuando decía únicamente: «¡Pobre des­
y a sus gemidos. La historia que me había contado era verosímil, graciada!». C om o la situación terminó por resultarme penosa,
pero también increíble. le pregunté qué podía hacer por ella. En tono triste me respon­
dió que, si mi corazón no me sugería nada, no sabía qué podía
Forcé era vero, ma non, pero trcdibile exigir de mí. «Creía», me dijo, «que podría recobrar en vuestro
A chi del senso suo fosse signore .* corazón los derechos que he perdido. Ya no os intereso. Seguid
tratándome con dureza, y tomad por fingidos males reales cuya
Y yo estaba en mi sano juicio. Lo que en ese momento me causa sois vos, y que ahora agraváis. Más tarde os arrepentiréis,
impresionaba eran sus lágrimas, de cuya realidad no me cabía la pero vuestro arrepentimiento no os hará feliz.»
menor duda, aunque las atribuyera a la fuerza de su amor pro­ Iba a marcharse, pero, creyéndola capaz de todo, me entró
pio. Necesitaba estar convencido para ceder, y para convencer miedo. La llame para decirle que el único medio que tenía para
no es suficiente lo verosím il, sino lo evidente. N o podía creer ni recuperar mi cariño era pasarse un mes sin convulsiones y sin
la moderación de Candiani ni la paciencia de Bettina, ni el hecho que hubiera necesidad de ir en busca del guapo padre Mancia.
de que hubieran pasado siete horas limitándose a hablar única­ «Todo eso», me respondió, «no depende de mí; pero ¿qué que­
mente. Sin em bargo, sentía una especie de placer aceptando réis insinuar con ese epíteto de guapo que dais al dominico? ¿Su­
como dinero bueno la falsa moneda que me había contado. ponéis acaso q ue...?» «N o , en absoluto, no supongo nada,
Después de haber enjugado sus lágrimas, Bcttina clavó sus porque para suponer algo tendría que estar celoso; pero sí os
bellos ojos en los míos creyendo discernir en ellos los signos v i­ diré que la preferencia de vuestros demonios por los exorcismos
sibles de su victoria; pero la sorprendí tocando un punto que, de este guapo monje sobre los del feo capuchino están provo­
por un artificio, había descuidado en su apología. La retórica cando comentarios que no os honran. Aunque, por mí, podéis
hacer lo que queráis.»
8. «Quizá fuera verdad, mas no parecía creíble para nadie que es­ Bcttina se marchó y, un cuarto de hora más tarde, volvieron
tuviera en su sano juicio», Ariosto, O r la n d o furioso, I, 56. todos. Después de cenar, la criada me dijo, sin que yo le prc-

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guntasc, que Bettina se había acostado con fuertes temblores como para seguir en un cuerpo tan repugnante; quería saber si
después de haber hecho llevar su cama a la cocina, junto a la de el demonio podía apoderarse del alma de su pobre hija. El pobre
su madre. Aquella fiebre podía ser natural, pero yo lo dudaba. doctor, teólogo ubicuitaro,9 respondía a todas estas preguntas
Estaba convencido de que Bettina nunca se decidiría a estar bien, con cosas que no tenían la menor sombra de sentido común y
porque con ello me habría proporcionado un argumento dema­ que no hacían sino aumentar el desconcierto de la pobre mujer.
siado sólido para creer que me había mentido sobre la presunta Durante los días décimo y undécimo, temimos perderla en
inocencia de sus entrevistas con Candiani. También me parecía cualquier momento. Sus pústulas podridas y negras supuraban
una farsa el hecho de haber trasladado su cama a la cocina. e infectaban el aire: nadie podía resistirlo, excepto yo, afligido
Al día siguiente, después de com probar que tenía mucha fie­ por el estado de la pobre criatura. I'ue en esc estado espantoso
bre, el médico O livo le dijo al doctor G ozzi que le causaría ver­ cuando Bettina me inspiró toda la ternura que le demostré una
borrea, pero que procedería de la fiebre y no de los demonios. vez curada.
En efecto, Bettina deliró todo el día; pero el doctor, convencido A los trece días, cuando dejó de tener fiebre, empezó a agitarse
por la opinión del médico, no hizo caso a su madre ni mandó a debido a una comezón insoportable que ningún remedio habría
buscar al dom inico. La fiebre fue más alta aún al tercer día, y podido aliviar mejor que estas palabras que yo le repetía a cada
ciertas manchas en la piel hicieron sospechar la viruela, que se momento: «Acordaos, Bettina, de que vais a curaros; pero si in­
manifestó al cuarto día. Candiani y los dos feltrinos, que no la sistís en rascaros quedaréis tan fea que nadie volverá a quereros».
habían tenido, fueron inmediatamente enviados a alojarse a otra Se puede desafiar a todos los médicos del mundo a que en­
parte; yo, que no tenía nada que temer, pude quedarme. La cuentren un freno más poderoso que ése contra la comezón de
pobre Bettina se cubrió de tal m odo con aquella peste que al una joven que sabe que ha sido hermosa y que se ve expuesta a
sexto día ya no se le veía la piel en ninguna parte del cuerpo. Se volverse fea por su culpa si se rasca.
le cerraron los ojos, hubo que cortarle todo el pelo, y se temió Por fin abrió sus bellos ojos, la cambiaron de cama y la tras­
por su vida cuando se vio que tenía la boca y la garganta tan lle­ ladaron a su habitación. Un absceso que sufrió en el cuello la re­
nas de pústulas que ya no se le podía introducir en el esófago tuvo en el lecho hasta Pascua. A mí me inoculó ocho o diez
más que unas gotas de miel. Ahora no se percibía en ella más pústulas, tres de las cuales me dejaron una señal imborrable en
movimiento que el de la respiración. Su madre no se apartaba el rostro; me honraron ante Bettina, que entonces admitió que
nunca de su cama, y todos me juzgaron admirable cuando llevé sólo yo merecía su cariño. Su piel quedó cubierta totalmente de
junto a esa misma cama mi mesa y mis cuadernos. La pobre cria­ manchas rosáccas que no le desaparecieron hasta al cabo de un
tura se había convertido en algo espantoso; su cabeza había año. Desde entonces Bettina me quiso sin fingimiento alguno, y
aumentado un tercio; ya no se le veía la nariz, y se temía por su yo la quise sin coger nunca una flor que el destino, ayudado por
vista, si es que escapaba con vida de la enfermedad. Lo que más el prejuicio, reservaba al Himeneo. ¡Pero qué lastimoso 1 lime-
me desagradaba, pero que me empeñé en soportar, fue el apes­ neo! Dos años después Bettina se casó con un zapatero llamado
toso olor de su transpiración. Pigozzo, infame granuja que la hizo pobre y desgraciada. Su
El noveno día vino el cura a darle la absolución y los santos hermano el doctor hubo de hacerse cargo de ella. Quince años
óleos; luego dijo que la dejaba en manos de Dios. En una situa­
ción tan triste, los diálogos de la madre de Bettina con el doctor
9. «Se aplica a los individuos de una secta protestante, llamada con
me hacían reír. Q uería saber si el demonio que la poseía podía
el mismo nombre en plural, que afirma que el cuerpo de Jesucristo está
hacerle cometer locuras, y qué le sucedería al diablo si su hija en la Eucaristía del mismo modo que, por su divinidad, está en todas
terminaba muriendo, porque no le creía lo bastante estúpido partes» (Dicc. María Moliner).
después se la llevó consigo a San G iorgio della Valle,10 de donde en el canónico con Utrum hebreipossint construere novas Syna-
le habían nombrado arcipreste. A hí volví a ver, hace dieciocho gogas. Mi vocación era estudiar medicina para ejercer el oficio
años, a Bcttina, vieja, enferma y moribunda. E xp iro ante mis de medico, por el que sentía gran inclinación, pero no me escu­
ojos en el año 1776, veinticuatro horas después de mi llegada a charon; quisieron que me aplicase al estudio de las leyes, por las
su casa. Hablaré de esa muerte en su momento. que sentía una aversión invencible. Sostenían que sólo po­
En esa ép oca" volvió mi madre de Pctcrsburgo, donde a la dría hacer fortuna siendo abogado, y, lo que es peor, abogado
emperatriz Ana Ivanovna» no le pareció suficientemente diver­ eclesiástico, porque se decía que tenía el don de la palabra. Si lo
tida la comedia italiana. Toda la compañía estaba ya de vuelta en hubieran pensado bien habrían satisfecho mi inclinación deján­
Italia, y mi madre había hecho el viaje con Carlino Bertinazzi, dome ser médico, profesión en la que la charlatanería causa más
un A rleq uín 1’ que murió en París en 1783. N ada más llegar a provecho todavía que en el oficio de abogado. Pero no hice nin­
Padua, mandó aviso de su venida al doctor G ozzi, que se apre­ guno de esos dos oficios, y no podía ser de otro modo. Tal vez
suró a llevarme a la posada donde se alojaba con su compañero por esa razón nunca he querido ni servirme de abogados cuando
de viaje. Com im os allí, y, antes de separarnos, ella le regaló una me ha ocurrido tener pretensiones legales en los tribunales, ni
pelliza, y a mí me dio una piel de lince para que se la regalase a llamar a médicos cuando he estado enferm o.” Los pleitos arrui­
Bcttina. Seis meses después me llamó a Venccia para verme una nan a muchas más familias de las que mantienen; y los que mue­
vez más antes de irse a D rcsde,14 donde la habían contratado ren a manos de los médicos son mucho más numerosos que los
para toda la vida al servicio del Elector de Sajorna Augusto 111, que curan. La consecuencia es que el mundo sería mucho menos
rey de Polonia. Se llevó consigo a mi hermano G iovanm , que desgraciado sin esas dos raleas.
entonces tenía ocho años, y que en el momento de partir lloraba El deber de ir a la universidad que llaman el B o 11 para escu­
como un desesperado, por lo que juzgué su carácter muy estú­ char las lecciones de los profesores me había obligado a salir
pido: en aquella marcha no había nada trágico. Fue el único que solo, y estaba encantado, porque hasta entonces nunca me había
ha debido toda su fortuna a nuestra madre, de la que sin em­ sentido hombre libre. Q ueriendo gozar plenamente de la liber­
bargo no era el preferido. tad que creía poseer, no tardé en hacer las peores amistades po­
Después de esa época pasé todavía un año en Padua estu­ sibles con los estudiantes más famosos. Y los más famosos han
diando leyes, en las que me convertí en doctor a la edad de die­ de ser los sujetos más libertinos, jugadores, parroquianos de lu­
ciséis años,1’ con una tesis en derecho civil, D e testamentiis, y gares de mala nota, borrachos, depravados, verdugos de mu­
chachas honestas, violentos, falsos c incapaces de alimentar el
10 Iglesia de Val San Giorgio, pequeña comunidad al pie de las co­
linas Euganci, de la que el doctor Gozzi fue nombrado arcipreste en estudios, que se seguían en Padua, aunque también podían realizarse
1756, como se ha visto (nota 2, pág. 31). en Venecia, en el estudio de un abogado; es lo que se supone que debió
11. El año .737, año del regreso de Zanctta; las convulsiones y po­ de hacer Casanova, que abandonó Padua en 1739 para trabajar con
sesión de Bcttina concluyeron el 21 de abril de 1737. Manzom (como se ve en el cap. IV); tras regresar a Padua en 1741, sc
12. Emperatriz de Rusia (1693-1740). doctoro en 1742, a los diecisiete años.
M Tipo de la commedta dell'arte, que en principio encarno a un 16. «¿Pueden construir los hebreos nuevas sinagogas?»
criado desvergonzado que hablaba el dialecto de los campesinos de Bcr- 17- Sin embargo, Casanova recurrió con frecuencia a médicos v
ah o g a d o s. 7

8 14. A principios de 1738; en mayo de ese año, Zanctta actuó en Pill- 18. La Universidad de Padua fundada en 1222 sc llamaba así por su
palacio central construido entre 1494 y 1 5 « por Jacopo Sansovino y
mtVíST a nsanova se matriculó en la Universidad de Padua el 28 de no­ m° u / " i? ? adl° sobrc 11 A|hcrgo del Bo («La posada del Buey») o
viembre de 1738; el doctorado se obtenía entonces tras cuatro anos de II Bo («El Buey»),

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menor sentimiento de virtud. Fue en compañía de gentes de esta que ni una sola me parecía tan bonita com o Bettina; pero no
especie com o empecé a conocer el mundo, estudiándolo en el pude evitar el deseo de esa especie de gloria derivada de un valor
gran libro de la experiencia. que depende del desprecio por la vida.
La teoría de las costumbres no tiene para la vida del hombre Los estudiantes de Padua gozaban en ese tiempo de grandes
más utilidad que la que saca un lector recorriendo el índice antes privilegios. Eran abusos cuya antigüedad los había vuelto lega­
de leer un libro; cuando lo ha leído, sólo tiene información de la les. ése es el carácter prim itivo de casi todos los privilegios, que
materia. A sí es la escuela de la moral que nos ofrecen los sermones, hay que diferenciar de las prerrogativas. Lo cierto es que los es­
los preceptos y las historias que nos cuentan quienes nos educan. tudiantes, para mantener sus privilegios en vigor, cometían de­
Escuchamos todo con atención; pero cuando llega el momento de litos. N o se castigaba con rigor a los culpables porque la razón
sacar provecho de los consejos dados, nos entran ganas de ver si las de estado no quería que, con la severidad, disminuyera la afluen­
cosas son como nos las han enseñado; nos entregamos a ellas y re­ cia de estudiantes que acudían de toda Europa a esa célebre uni­
sultamos castigados por el arrepentimiento. E l único consuelo es versidad. La política del gobierno veneciano'0 era pagar muy
que, en esos momentos, nos creemos sabios y en posesión del dere­ bien a profesores de renombre y dejar vivir en la m ayor libertad
cho de instruir a otros; aquellos a los que adoctrinamos no hacen a los que iban a escuchar sus lecciones. Los estudiantes sólo de­
ni más ni menos de lo que nosotros hemos hecho, de donde resulta pendían de un jefe estudiantil llamado síndico.'1 Era éste un gen­
que el mundo siempre permanece en el mismo punto donde está, tilhombre extranjero que debía tener cierta autoridad y respon­
o va de m al en peor. der ante el gobierno de la conducta de los estudiantes. Estaba
/Etas parentum , pejor avis, tulit nos nequiores mox daturos obligado a entregarlos a la justicia cuando violaban las leyes, y
progeniem vitiosiorem los estudiantes se sometían a sus sentencias porque, cuando te­
A sí pues, en el privilegio de salir solo que el doctor G ozzi man la más mínima apariencia de razón, también los defendía.
me había concedido, encontré el conocimiento de varias verda­ Los estudiantes, por ejemplo, no querían tolerar que los adua­
des que antes de ese momento no sólo había desconocido sino n eros'' registraran sus equipajes, y los esbirros1J ordinarios nun­
cuya existencia ni siquiera suponía. En cuanto aparecí, los más ca hubieran osado detener a un estudiante; llevaban todas las
aguerridos se apoderaron de mí y me sondearon. C om o me en­ armas prohibidas que les daba la gana; engañaban impunemente
contraron novato en todo, decidieron instruirme haciéndome a todas las jóvenes cuyos padres no sabían protegerlas; a me­
caer en todas las trampas. Me hicieron jugar, y, después de ha­ nudo alteraban la tranquilidad pública con sus alborotos noc­
berme ganado el poco dinero que tenía, me hicieron perder bajo turnos; era una juventud desenfrenada que sólo quería satisfacer
palabra y me enseñaron a meterme en malos pasos para pagar­ sus caprichos, divertirse y reír.
les. Enseguida empecé a saber qué era tener problemas. Aprendí
20. Padua perteneció a Venecia desde 1406 hasta 1797.
a desconfiar de todos los que te adulan de frente, y a 110 contar
21. Kra el podestà quien tenía jurisdicción sobre la Universidad de
en absoluto con los ofrecimientos de los aduladores. Aprendí a Padua, con la ayuda de un profesor que recibía el nombre de rector y de
convivir con los que buscan pelea, cuya compañía hay que re­ dos síndicos, profesores elegidos por los estudiantes; uno para los legisti,
huir para no estar en todo momento al borde del precipicio. En estudiantes de derecho, y otro para los artisti, que reunía a estudiantes
cuanto a las mujeres libertinas de oficio, no caí en sus redes por- de teología, filosofía y medicina.
22. Empleados subordinados a los inquisidores de la Dogana (Adua­
na).
19. «La edad de nuestros padres, peor que la de nuestros antepasa­ 2j. Casanova afrancesa a lo largo del libro el italiano sbirro, agente
dos, nos ha hecho peores y destinados a procrear pronto una descen­ de la fuerza publica en Italia; lo traduzco por «guardia» o «alguacil»,
dencia todavía más perversa», Horacio, Carmen secutare, 111, 6, 46. aunque también empleo «esbirro» (Aduana).

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O currió en esa época que un esbirro entró en un cafe donde en una necesidad apremiante. Después, cada vez que vo lví a
había dos estudiantes.1« U no de estos le ordenó salir, pero el Padua para terminar mi derecho, me alojé en su casa, aunque
guardia no le hizo caso; el estudiante le disparó su pistola, pero siempre afligido por ver al lado de Bettina al granuja que debía
falló, y el esbirro respondió hiriendo al estudiante, luego huyo. casarse con ella, y para el que no me parecía que Bcttina estu­
Los estudiantes se reunieron en el Bo, y, divididos en grupos, viese hecha. Me daba rabia haberla respetado para él. Era un pre­
fueron a buscar alguaciles y vengar la afrenta recibida destro­ juicio mío, del que no tardé en librarme.
zándolos; pero en uno de los encuentros murieron dos estu­
diantes. Todo el cuerpo estudiantil se unió entonces, y juraron
no deponer las armas hasta que no quedara en Padua un solo al­ C A P Í T U L O IV
guacil. Intervino el gobierno, y el síndico se compromctio a con­
seguir que los estudiantes depusieran las armas si se les daba una EL PATRIA RCA DE V E N E C IA ME O T O R G A LAS Ó R D E N E S
satisfacción, porque la culpa era de los alguaciles. El que había M E N O R E S . MI AMISTAD C O N EI. SE N A D O R M A L IP IE R O , C O N
herido al estudiante fue ahorcado, y se restableció la paz; pero T E R E S A IM E R , C O N LA S O B R IN A DEL C U R A , C O N LA S E Ñ O R A
durante los ocho días anteriores a la consecución de esa paz, O R I O , C O N N A N E T T E Y M A R T O N , C O N LA CA VA M AC CHIE. ME
cuando todos los estudiantes recorrían Padua divididos en pa­ H A G O P R E D I C A D O R . MI A V E N T U RA EN P ASIA NO C O N L U C IA .
trullas, no quise parecer menos valiente que los demás y deje CITA EN EL T E R C E R O
que el doctor dijera lo que quisiese. Arm ado de pistolas y con
una carabina, salí todos los días con mis compañeros a la caza Viene de Padua, donde ha hecho sus estudios, era la fórmula
del enemigo. Me humilló mucho que la patrulla de la que for­ con que se me anunciaba en todas partes, y que, apenas p ro­
maba parte no encontrase nunca ningún alguacil. Cuando acabo nunciada, me atraía la taciturna observación de mis iguales en
la guerra, el doctor se burló de mí; pero Bcttina admiró mi valor. condición y edad, los cumplidos de los padres de familia y los
En aquella nueva form a de vida, com o no quería parecer halagos de las viejas damas y de otras que, sin ser viejas, querían
menos rico que mis nuevos amigos, me dejé meter en gastos que pasar por tales a fin de poder besarme respetando la decencia.
no podía sostener. Vendí o empeñe cuanto tenía, y contraje deu­ El cura de San Samucle,' llamado Toscllo, después de haberme
das que no podía pagar. Fueron mis primeras contrariedades, y instalado en su iglesia, me presentó a monseñor Correr, patriarca
las más humillantes que un joven pueda sentir. de Venecia, que me tonsuró y cuatro meses después me confirió,
Escribí a mi bondadosa abuela pidiéndole ayuda; pero, en por gracia especial, las cuatro órdenes menores.1 La alegría de
lugar de enviármela, vino en persona a Padua y, despucs de haber mi abuela fue indescriptible. Enseguida me buscaron buenos
dado las gracias al doctor G ozzi y a Bcttina, me llevó a Vencc.a maestros para que continuara mis estudios, y el señor Baffo eli­
el i de octubre de 1739- ., gió al abate Schiavo' para que me enseñara a escribir buen ita­
En el momento de mi partida, el doctor me regalo, con la­ liano y, sobre todo, la lengua poética, por la que yo sentía
grimas en los ojos, lo que más quería: me puso al c u e l l o una re­
liquia de no recuerdo ya que santo, que quizás aún tendría de no 1. El cura Toscllo bautizó a Casanova en 1725 en la pequeña igle­
haber estado montada en oro. El milagro que hizo fue servirme siade San Samucle Profeta, junto al palazzo Malipicro; Casanova tam­
bién fue tonsurado en ella en febrero de 1740 por el patriarca de Venecia
Antonio Francesco Correr (1676-1741).
24. Los enfrentamientos entre estudiantes y fuerza publica se pro 2. Las recibió el 22 de enero de 1741, también de manos de C o­
dujeron durante el carnaval de . 737 , no de . 7 ) 9 - Casanova, que en I, rrer, patriarca de Venecia.
primera fecha era un escolar de once o doce anos, no participo en ellov 3. Biagio Schiavo (1676-1750), poeta y literato italiano.

68 69
decidida inclinación. Me encontré perfectamente bien alojado solo, porque, com o ya no tenía dientes, tardaba el doble de
con mi hermano Francesco, al que habían puesto a estudiar es­ tiempo que cualquier otro hubiera empleado comiendo como
cenografía de teatro. Mi hermana y mi hermano el postumo se­ el, y no quería ni apresurarse para complacer a sus invitados, ni
guían viviendo con mi abuela en otra casa de su propiedad, y en verlos esperando a que él terminase de masticar con sus fuertes
la que ella quería m orir porque su marido había muerto allí. La encías lo que quería tragar. Por esta razón soportaba el sinsabor
casa en que yo vivía era la misma4 en la que había perdido a mi de comer solo, lo cual disgustaba mucho a su excelente cocinero.
padre, cuyo alquiler seguía pagando mi madre; era grande y es­ La primera vez que el cura me hizo el honor de presentarme
taba muy bien amueblada. a Su Excelencia, me opuse con mucho respeto a esa razón que a
Aunque el abate Grim ani debía ser mi principal protector, todo el mundo le parecía terminante. Le dije que bastaba con
no lo veía sino raras veces. C on el que terminé encariñándome que invitase a su mesa a personas que por naturaleza comiesen
fue con el señor de M alipiero, a quien el cura Toscllo me había por dos.
presentado. Era un senador' que, con setenta años, no quería -¿D ó n d e encontrarlas?
ocuparse ya de asuntos de Estado y se limitaba a llevar una vida -E s asunto delicado. Vuestra Excelencia debe probar a dis­
feliz en su palacio, a comer bien y a reunirse todas las tardes con tintos invitados, y, una vez encontrados tal como los deseáis,
una selecta compañía de damas, todas ellas de vida muy experi­ saber conservarlos sin decirles el m otivo, pues no hay en la
mentada, y de hombres inteligentes bien inform ados de todas buena sociedad nadie bien educado que quiera deber el honor
las novedades que ocurrían en la ciudad. Malipiero era soltero y de acompañar en la mesa a Vuestra Excelencia al hecho de comer
rico, pero tres o cuatro veces al año estaba sujeto a dolorosísi- el doble que otro.
mos ataques de gota que lo dejaban paralizado, unas veces de un Su Excelencia, que com prendió toda la fuerza de mis pala­
miembro, otras de otro, de manera que todo su cuerpo estaba bras, dijo al cura que me llevase a comer con él al día siguiente.
baldado. Sólo su cabeza, los pulmones y el estómago habían sido Y viendo que el ejemplo que yo le ofrecía era todavía mejor que
respetados. Era un hombre apuesto, amante de la buena mesa y el precepto, me hizo su comensal cotidiano.
sibarita; de mente despierta, poseía un gran don de gentes, la elo­ Este senador, que había renunciado a todo menos a sí mismo,
cuencia de los venecianos y esa sagacidad que posee un senador se había enamorado a pesar de la edad y de su gota: amaba a Te­
que se ha retirado después de pasar cuarenta años gobernando la resa, hija del comediante Imer,‘ que vivía en una casa vecina a
República, y que ha dejado de cortejar al bello sexo después de
haber tenido veinte amantes y de verse obligado a reconocer que 6. Los padres de Teresa fueron Giuscppc Imer y su esposa Pao­
ya no puede gustar a ninguna. F.ste hombre casi impedido no lina, que tuvieron además otra hija, Marianna; el padre, director del
parecía estarlo cuando se sentaba, cuando hablaba y cuando es­ teatro San Samuclc, se relacionó con Goldoni, quien cuenta en sus Me­
morias que estuvo enamorado de la madre de Casanova. Teresa Imer
taba a la mesa. Únicamente hacía una comida al día, y siempre
(172 j - 1797) empezó a salir a escena en los intermedios del teatro, donde
se presentó como cantante en 1742. Casada con el bailarín Angelo Pom­
4. Hay dudas sobre la situación de la casa paterna de Casanova; al pean, dio recitales en las principales ciudades musicales de Europa
parecer estaba situada en la calle dclla Commcdia, hoy calle del Teatro, (Londres, Viena, Copenhague, Bayreuth, París, etcétera). Separada ya
sin embargo, en la calle Malipiero figura una placa conmemorativa del de su marido, dirigió teatros en Ambcres y en Gante, siempre perse­
nacimiento. En cuanto a la abuela, consiguió alojamiento gratuito en guida por las deudas. En 1758 se instala en Londres con el apellido de
una casa de la calle delle Monache, donde vivía con otras cinco ancia­ Cornelis como madamv de una lujosa casa de placer, la Carlisle, fre­
nas. cuentada por la alta sociedad londinense; entre sus ofertas incluía reci­
Eran ciento veinte los elegidos que formaban el Senado, encar­ tales de música. Encarcelada en repetidas ocasiones por deudas, en 1795
gado de resolver los grandes asuntos de la República Veneciana. intentó una última aventura abriendo un establecimiento donde se daba

70 7«
su palacio,7 cuyas ventanas daban al dorm itorio de la joven. Según dice, no querría com eter un pecado mortal ni por
Ésta, de diecisiete años entonces, bonita, algo extravagante y todo el oro del mundo.
coqueta, estudiaba música para cantar en los teatros; se dejaba -Entonces hay que tomarla por la fuerza, o echarla, deste­
ver continuam ente en las ventanas, y sus encantos ya habían rrarla de vuestra presencia.
embriagado al viejo, al que maltrataba de amores. Iba casi todos - N o puedo tomarla por la fuerza, y a lo otro no consigo de­
los días a visitarle, pero siempre acompañada de su madre, vieja cidirme.
actriz que se había retirado del teatro8 para ocuparse de la salud -M atadla.
de su alma, y que, com o es de razón, había forjado el proyecto - E s lo que ocurrirá, si no muero yo antes.
de unir a D ios con el diablo. Todos los días llevaba a misa a su -Vuestra Excelencia es digno de lástima.
hija y quería que fuera a confesarse todos los dom ingos; pero -¿T ú no vas nunca a su casa?
por la tarde la llevaba a casa del viejo enam orado, cuya rabia - N o , porque podría enamorarme; si se comportase conmigo
me asustaba cada vez que ella le negaba un beso explicándole como veo que se comporta aquí, me enamoraría.
que, com o había com ulgado por la mañana, no podía perm i­ -Tienes razón.
tirse ofender a ese mismo D ios que había com ido y que quizás Después de haber sido testigo de estas escenas y de haber
aún tenía en el estóm ago. ¡Q ue espectáculo para mí, que en­ sido honrado con estos coloquios, me convertí en el favorito del
tonces tenía quince años y era el único testigo silencioso que el anciano senador. Me admitió a sus reuniones de la tarde, en las
viejo admitía a tales escenas! La perversa madre aplaudía la que, como ya he dicho, participaban mujeres de edad madura y
resistencia de su hija, atreviéndose incluso a serm onear al li­ hombres inteligentes. Él me dijo que allí aprendería una ciencia
bertino, quien, por su parte, no osaba refutar sus máximas de­ mucho más importante que la filosofía de G asscndi,’ que por
masiado o nada cristianas, y que debía resistir la tentación de consejo suyo estudiaba yo entonces en vez de la filosofía peri­
tirarle a la cabeza lo prim ero que tuviera a mano. N o sabia qué patética, de la que se burlaba. Me dio también los consejos ne­
decirle. La cólera sustituía a la concupiscencia, y, cuando ellas cesarios para intervenir en sus reuniones, a cuyos miembros les
se marchaban, se consolaba conmigo entregándose a reflexiones extrañaría que un joven de mi edad fuera admitido. Me ordenó
filosóficas. O bligado a responderle, y sin saber qué decirle, un no hablar nunca, salvo para responder a preguntas concretas, y,
día le sugerí que se casara con ella. Me sorprendió su respuesta, sobre todo, no exponer nunca mi opinión sobre la materia que
ella no quería ser su mujer. fuese, porque a la edad de quince años no me estaba permitido
-¿ P o r qué? tener una. Fielmente sometido a sus órdenes, me gané su estima
-P orqu e no quiere ganarse el odio de mi familia. y en pocos días me convertí en el niño de la casa para todas las
-O frecedle una gran suma de dinero, una posición. damas que la frecuentaban. En calidad de joven abate sin apenas
peligro, querían que las acompañase cuando iban a ver a sus hijas
de comer y se ofrecía leche de burra. Nuevamente encarcelada por deu­ o a sus sobrinas a los locutorios de los conventos donde se edu­
das, murió en prisión en 1797- Mantuvo relaciones amistosas con Ca­ caban; iba a sus casas a todas horas sin anunciarme; me reñían
sanova, a quien elogia en sus cartas; pero este parece exagerar las cuando dejaba pasar una semana sin aparecer, y, cuando entraba
relaciones íntimas que tuvo con Teresa lmer y resulta muy dudoso que­ en los aposentos de las hijas, las oía escapar, para volver llamán-
sea cierta su paternidad sobre Sofia, una hija de 1cresa.
7. La casa de lmer, en la calle Corte del Duca, junto al teatro San
Samuele, confinaba con el palazzo Malipicro. 9. PierrcGassendi (1592-1655), filósofo, matemático y físico fran­
8. Paolina lmer aún interpretaba papeles de terza donna en 1736, cés, que trató de conciliar el cristianismo con el atomismo de Kpicuro,
en Genova. y se enfrentó a la filosofía aristotélica y a Descartes.

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dosc tontas cuando veían que era yo . Esta intimidad me parecía jazmín, me ganaba los cumplidos de todas las personas que fre­
encantadora. cuentaba. Terminé por decirle que, si hubiera querido heder, me
Antes de cenar, el señor de Malipicro se entretenía pregun­ habría hecho capuchino; y que me disgustaba mucho no poder
tándome sobre las ventajas de la acogida que me dispensaban las obedecerle en ese punto.
respetables damas que había conocido en su casa, diciéndome, Tres o cuatro días después convenció a mi abuela para que le
antes de que yo le respondiese, que eran la prudencia misma, y dejase entrar en mi cuarto a una hora tan temprana que yo aún
que todo el mundo me tendría por bribón si decía de ellas algo dormía. Ella me juró después que, de haber sabido lo que pre­
contrario a la buena reputación de que gozaban en sociedad. Así tendía, nunca le habría abierto la puerta. Este cura fanático, que
me infundía el sabio precepto de la discreción. Fue en su casa sin em bargo me apreciaba, se acercó de puntillas a mi cama y
donde conocí a la señora M anzoni, mujer de un notario pu­ con un buen par de tijeras me cortó despiadadamente por de­
blico,10 de la que ya tendré ocasión de hablar. Esta digna señora lante todo el pelo de oreja a oreja. Mi hermano Francesco, que
me inspiró el m ayor afecto. Me dio lecciones y consejos muy estaba en la habitación de al lado, le vio y le dejó hacer. Hasta le
sabios; de haberlos seguido, mi vida no habría sido tan tormen­ alegró, porque, como él llevaba peluca, estaba celoso de mis her­
tosa; pero entonces hoy no me parecería digna de ser escrita. mosos cabellos. Toda su vida ha sido un envidioso, logrando sin
Tan hermosas amistades con mujeres de las que llaman embargo conciliar no se cómo la envidia con la amistad; ahora
comme il faut me inspiraron el deseo de agradar por el aspecto este vicio suyo debe de haber muerto de viejo, como todos los
y la elegancia en el vestir; pero mi párroco lo encontró reproba­ míos.
ble, de acuerdo en ello con mi buena abuela. Un día, llevándome Cuando me desperté, su trabajo ya estaba terminado. Una
aparte, me dijo con melosas palabras que, en la carrera que había vez hecho, el cura se marchó como si tal cosa. Fueron mis dos
abrazado, debía pensar en agradar a Dios con mi espíritu, y no manos las que me hicieron conocer todo el horror de aquella in­
a los hombres por mi apariencia; condenó mi peinado demasiado audita ejecución.
rebuscado y el olor excesivamente delicado de la pomada que ¡Q ué cólera! ¡Q ué indignación! ¡Q ué planes de venganza
usaba; me dijo que el diablo me había cogido por los pelos, que cuando, espejo en mano, vi el estado a que me había reducido el
terminaría excomulgado si seguía cuidándolos tanto, citándome osado cura! A mis gritos acudió mi abuela, mi hermano se reía.
las palabras de un concilio ecuménico: Clericus qui nutrit comam La anciana consiguió calmarme un poco reconociendo que el
anathema sit." Le contesté citándole el ejemplo de cien abates cura había rebasado los límites del castigo perm itido.11
que vivían tranquilamente sin miedo a ser excomulgados a pesar Decidido a vengarme, me vestí rumiando cien siniestros pla­
de ponerse tres veces más polvos que yo, que sólo me ponía una nes. Creía tener derecho a vengarme de un modo sangriento sin
sombra, y que utilizaban una pomada de ámbar que hacía sen­ que las leyes pudieran reprocharme nada. C om o los teatros es­
tirse mal a las mujeres encinta, mientras que la mía, que olía a taban abiertos, salí con máscara'» y fui a casa del abogado Ca-
rrara,'4 al que había conocido en casa del señor Malipicro, para
10. Desde 1514 eran sesenta y seis los notarios venecianos. Cate­
rina Manzoni, nacida en 1706, se casó con Giovanm María Manzoni en 1 1. La Editio Decretum Magistn Grattam proponía castigos contra
1729, que fue notario de Venecia de 1740 a 1760. Tuvieron una hi)a, fcli- los archidiáconos; pero Toscllo, que sólo era subdiácono, no estaba au­
sabetta, enamorada al parecer de Casanova. torizado para aplicar personalmente los castigos.
11. «Anatema al eclesiástico que se deje crecer el pelo.» La prohi­ 13. La temporada de teatro y de máscaras empezaba en Venecia en
bición aparece en diversos concilios, empezando por el de Cartago, ce octubre -a principios de noviembre a más tardar-, y continuaba hasta
lebrado en el año 397, que ya prohibía a los eclesiásticos dejarse crecer el Carnaval con una sola interrupción, la novena de Navidad.
el pelo y la barba. 14. Pietro Carrara vivía desde febrero de 1738 en el mismo edificio

74 75
saber si podía llevar al cura ante los tribunales. Me dijo que no tado y me peinó arreglándome tan bien un flequillo que me en­
hacía mucho una familia se había arruinado porque el jefe había contré contento, satisfecho y vengado.
cortado el bigote a un mercader esclavonio, cosa mucho menos En esc mismo instante olvidé la injuria: fui a decirle al abo­
grave que cortar todo un tupe; y que, si quería intentar contra el gado que ya no quería vengarme y volé a casa del señor M ali­
cura un proceso cxtrajudicial,, que le hiciera temblar, estaba a piero, donde el azar quiso que encontrase al cura, a quien, pese
mis órdenes. Le dije que lo hiciera, y que por la noche explicara a mi alegría, lancé una mirada fulminante. N o se habló del
al señor M alipiero la razón por la que no había ido a comer con asunto, el señor Malipiero lo observó todo, y el cura se marchó
él. Era evidente que no podía salir sin máscara hasta que me hu­ arrepentido sin duda de lo que había hecho, pues mi peinado era
biera crecido el pelo. tan rebuscado que bien merecía la excomunión.
Me fui a comer, muy mal, con mi hermano. La obligación en Después de marcharse mi cruel padrino, no disimulé con el
que aquella desgracia me ponía de privarme de la exquisita mesa señor Malipiero: le dije claramente que estaba dispuesto a bus­
a que me había acostum brado el señor M alipiero, no era el carme otra iglesia, pues no quería seguir siendo miembro de la
menor sufrimiento que tenía que soportar por la acción de aquel de un hombre capaz de semejantes excesos. El prudente viejo
cura fanático de quien yo era ahijado.'6 La rabia que me obse­ me dijo que tenía razón. Era el m edio de obligarm e a hacer todo
sionaba era tan fuerte que derramaba lágrimas. Me desesperaba, lo que a él se le antojara. Por la tarde, todos sus invitados, que
además, porque la afrenta tenía algo de cóm ico que me hacía ya conocían la historia, me felicitaron asegurándome que no ha­
sentirme ridículo, cosa para mí más deshonrosa que un crimen. bían visto nada más gracioso que mi peinado. Me sentía con­
Me acosté temprano, y un buen sueño de diez horas rebajó mi tentísimo, y más me sentí luego, porque habían pasado ya
ímpetu, pero no mi decisión de vengarme por vías legales. quince días desde este episodio y el señor M alipiero no me ha­
Estaba vistiéndome para ir a leer la demanda a casa del señor blaba en absoluto de volver a la iglesia. Sólo mi abuela me im­
Carrara cuando vi aparecer a un hábil peluquero al que había portunaba diciéndomc continuamente que debía volver.
conocido en casa de la señora C o n tarin i.'7 Me dijo que lo en­ Pero cuando ya creía que Malipiero no me hablaría más del
viaba el señor Malipiero para arreglarme el pelo de manera que asunto, me sorprendió oírle decir que se me presentaba la ocasión
pudiese salir, pues deseaba que fuera a comer con el esc mismo de volver a la iglesia y obtener una amplia satisfacción del propio
día. Tras examinar el estropicio, me dijo, echándose a reír, que cura. «Com o presidente de la cofradía del Santo Sacramento»,"1
bastaba con que le dejara hacer a él, asegurándome que me pon­ siguió diciéndomc Malipiero, «me corresponde elegir al orador
dría en condiciones de salir más elegante todavía que antes. Este que ha de pronunciar el panegírico del cuarto domingo'» de este
hábil joven igualó por delante el pelo con lo que había sido cor- mes, que cae precisamente el día siguiente a N avidad. Te voy a
proponer a ti, y estoy seguro de que no se atreverá a rechazarte.
dc la calle dclla Commcdia donde vivía Casanova. Abogado desde 1 740 ,
¿Q ué dices de este triunfo? ¿Te parece hermoso?»
era al parecer padre de la cantante Agata Carrara, a la que Casanova
encontrará en Venecia en 1777.
Mi sorpresa ante esta proposición fue enorme, pues nunca se
1 5. Documento registrado por un notario público por el que el de­ me había pasado por la cabeza ni convertirme en predicador ni
mandante solicitaba a su adversario que hiciera justicia a su solicitud
de manera espontánea para no tener que recurrir a los tribunales. 18. Asociación piadosa formada en su mayoría por laicos. Las co­
16. Según las costumbres venecianas, Toscllo era padrino de Casa fradías del Santo Sacramento, con fuerza ya en el siglo XV , alcanzaron
nova por haberlo bautizado; su padrino real fue un tal Angelo hlosi. gran desarrollo en el X V I , y la mayoría de las iglesias parroquiales ita­
17. Apellido de una ilustre familia veneciana, que dio ocho dogos .1 lianas contaban con una. Nacidas con la idea de venerar el Santo Sa­
la República; Casanova parece aludir aquí a una de las ramas de esa t.i cramento, la de San Samucle parece haber tenido fines caritativos.
milia, a los Contarini di San Samucle. 1 9 - En 1740 caía el mismo día de Navidad, el 25 de diciembre.

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ser capaz de escribir un sermón y declamarlo. Le dije que estaba bastidor; me dijo que tenía deseos de conocerme, y, con ganas de
seguro de que bromeaba, pero respondió que hablaba muy en divertirse, quiso que le contara la historia del flequillo que su
serio, y sólo necesitó un minuto para persuadirme y hacerme venerable tío me había cortado. Este amor me resultó fatal, fue
creer que yo había nacido para llegar a ser el predicador más ce­ causa de otros dos, que a su vez fueron causa de otras varias cau­
lebre del siglo, a condición de que engordase, pues en esa época sas más que al final terminaron por hacerme renunciar al estado
yo estaba muy delgado. N o tenía yo dudas de mi voz ni de nu eclesiástico. Pero vayamos más despacio.
gesticulación, y en lo tocante al contenido me sentía con fuerzas C uando el cura regresó, no me pareció que le molestara
suficientes para escribir fácilmente una obra maestra. verme hablando con su sobrina, que era de mi misma edad. Una
Le dije que estaba dispuesto y que no veía el momento de lle­ vez leído mi sermón, me dijo que era una preciosa diatriba aca­
gar a casa para empezar a escribir el panegírico. «Sin ser teólogo», démica, pero que no era adecuada para el púlpito.
le dije, «conozco la materia. Diré cosas sorprendentes y total­ —O s daré uno hecho por mí —me dijo—que nadie conoce. Lo
mente nuevas.» Al día siguiente el señor M alipicro me com u­ aprenderéis de memoria, y os permito decir que es vuestro.
nicó que el párroco estaba encantado con su elección, y más aún -O s lo agradezco, reverendísimo, pero quiero leer el mío o
con mi buena voluntad por aceptar aquel santo encargo, pero ninguno.
exigía que le enseñase el panegírico en cuanto lo hubiera aca­ -P u es ése no lo pronunciaréis en mi iglesia.
bado, porque, al pertenecer la materia a la más sublime teolo­ —Debéis hablarlo con el señor Malipicro. Mientras tanto, lle­
gía, no podía permitir que yo subiera al pulpito sin estar seguro varé mi sermón a la censura, luego a Monseñor el patriarca, y, si
de que no iba a decir herejías. Consentí, y la semana siguiente es­ nadie lo quiere, lo imprimiré.
cribí y puse en limpio mi panegírico. Aún lo conservo10 y, lo que —H az lo que quieras, jovcncito. El patriarca compartirá mi
es más, me parece excelente. opinión.
Mi pobre abuela no hacía más que llorar de alegría viendo a Por la tarde conté en plena reunión del señor Malipicro mi
su nieto convertido en apóstol. Q uiso que se lo leyese, lo escu­ discusión con el cura. (Quisieron que les leyera el panegírico,
chó rezando el rosario y le pareció muy hermoso. El señor Ma­ que obtuvo la aprobación de todos. Alabaron la modestia con
lipicro, que no escuchaba rezando el rosario, me dijo que al cura que había evitado citar a los santos padres, que, siendo joven,
no le gustaría. Había sacado mi tema de Horacio: Plotavere sais no podía conocer, y a las señoras les pareció admirable que el
non respóndete favorem speratum meritis.“ Deploraba la mal­ único pasaje latino fuera de Horacio, quien, aunque gran liber­
dad y la ingratitud del género humano, que había hecho fraca­ tino, decía sin embargo cosas muy sensatas. Una sobrina del pa­
sar el plan que la divina sabiduría había ideado para redimirlo. triarca que estaba en la reunión me prometió hablar con su tío,
M alipicro habría preferido que no hubiera sacado mi tema de a quien yo estaba dispuesto a recurrir. El señor M alipicro me
un pagano, pero le encantaba ver entreverado mi sermón de citas dijo que fuera a hablar con él a la mañana siguiente, antes de dar
latinas. ningún paso.
Fui a casa del párroco para leérselo; no estaba; y mientras le Obedecí, y él mandó llamar al párroco, que no tardó en lle­
esperaba me enamoré de su sobrina Angela,11 que bordaba en su gar. Después de dejarle hablar cuanto quiso, le convencí dicién-
dolc que una de dos: o el patriarca aprobaba mi sermón y cn-
20. Como la mayoría de las cartas citadas, este panegírico no se en­
contró en Dux.
21. «Se lamentaron amargamente de que el favor esperado no fuese joven que Casanova, se casó con el abogado Francesco Barnaba Rioz-
igual a su mérito», Horacio, Epístolas, II, 1,9. zotti en ■758, de quien tuvo una hija, Maria Hiena; Casanova mantuvo
22. Angela Cattarina Tosello, hija de Iseppo Iosello, un mes más relaciones íntimas tanto con la madre como con la hija.

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tonccs yo lo recitaría sin peligro alguno para él, o no lo apro­ En la bolsa en que se suele dar la limosna para el predicador,
baba, y en este caso yo desistiría. el sacristán que la vació encontró cerca de cincuenta cequíes y
- N o vayáis -m e d ijo -, y lo apruebo; sólo os pido que cam­ billetes de amor que escandalizaron a los santurrones. Uno de
biéis el texto, porque H oracio era un malvado. estos billetes anónimos, en el que creí reconocer a la persona
-¿ P o r qué citáis a Séneca, Orígenes, Tertuliano y Boecio,JJ que me lo había escrito, me hizo dar un paso en falso que, a mi
que, siendo todos ellos herejes, deben parcceros más abomina­ juicio, debo pasar por alto ante el lector. Aquella abundante co ­
bles que Horacio, que en última instancia no podía ser cristiano? secha, en medio de la gran necesidad de dinero que tenía, me
Pero terminé cediendo por complacer al señor M alipicro y hizo pensar seriamente en hacerme predicador, y expresé mi in­
adopté el texto que el párroco quiso, a pesar de que no encajaba tención al párroco pidiéndole ayuda. De esta manera pude ir
en mi sermón. Le di mi panegírico; con esc pretexto podía ir a todos los días a su casa, y ver a Angela, de la que cada vez estaba
recogerlo al día siguiente y hablar con su sobrina. más enamorado. A ella le gustaba que la amara, pero, con una
Pero el que me divirtió fue el doctor G ozzi. Le envié mi ser­ virtud de dragón, se empeñaba en no concederme la menor com ­
món por vanidad. Él me lo devolvió desaprobándolo y pregun­ placencia. Q uería que colgase el hábito eclesiástico y me casara
tándome si me había vuelto loco; decía que, si se me permitía con ella. Yo no estaba nada decidido, y la perseguía con la espe­
pronunciarlo en el púlpito, me deshonraría, y deshonraría al que ranza de hacerla cambiar de opinión. Su tío me había encargado
me había educado. componer un panegírico a san Jo sé para decirlo el 19 de marzo
Pronuncié mi sermón en la iglesia de San Samuele ante un de 17 4 1 .J< Lo escribí, y hasta el cura hablaba de él con entu­
auditorio de lo más selecto. Después de haberme aplaudido siasmo; pero estaba escrito que yo no debía predicar en este
mucho, lodos me auguraron que estaba destinado a convertirme mundo más que una sola vez. A sí sucedió esta miserable histo­
en el primer predicador del siglo, pues con quince años nadie ria, demasiado verdadera, y que algunos han cometido la barba­
había hecho tan bien aquel papel. ridad de encontrar cómica.
Pensé que no necesitaba esforzarme mucho para aprender mi
23. Lucio Annco Scneca (4?-antcs de 65), moralista, filósofo y dra­ sermón de memoria. Yo era su autor, tenía que saberlo; y la des­
maturgo latino, nacido en Córdoba (Hispania), encargado por la em­ gracia de olvidar no me parecía que figurase en el orden de las
peratriz Agripina de la educación de Nerón; premiado con los más altos cosas posibles. Aunque olvidara una frase, estaba seguro de
cargos del Estado, los excesos de su discípulo lo hicieron renunciar a la
poder sustituirla por otra, y, así como nunca me quedaba corto
actividad política; implicado por Nerón en una conspiración, se sui­
cidó. cuando hablaba en una reunión de gente distinguida, no me pa­
Orígenes, apologista cristiano ( 1 8 5 - 2 5 4 ), nació en Alejandría; parte recía verosímil que pudiera quedarme mudo ante un auditorio
de sus escritos teológicos fue reprobada en su siglo; se castró volunta­ en el que no conocía a nadie que pudiera intimidarme y hacerme
riamente. perder la facultad de razonar. A sí pues, seguía divirtiéndom c
Quinto Scptimio Tertuliano (ca. 155-ca. 222), oriundo de Cartago,
como de costumbre, limitándome a releer por la noche y por la
fue el primer apologista cristiano; apasionado c intransigente, sus es­
critos revelan en su estilo patético su alma ardiente; discípulo de Mon­ mañana mi panegírico para grabarlo bien en mi memoria, de
tano, favoreció las ideas heréticas de su maestro. la que hasta entonces nunca había tenido motivo de queja.
Severino Boecio (48o?-524), traductor de Aristóteles y Platón, mo­ Cuando por fin llegó el 19 de marzo, día en que debía subir
ralista y polígrafo italiano de lengua latina; encarcelado por su actividad al púlpito a las cuatro de la tarde para pronunciar mi sermón,
política, escribió antes de ser ejecutado De la consolación de la filoso­
fía, texto clave durante toda la Edad Media y el inicio del Renacimiento,
en el que asocia cristianismo y estoicismo, y establece un puente entre 24. Casanova había obtenido las órdenes menores el 22 de enero de
esc año.
la filosofía antigua y la religión cristiana.

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no tuve fuerzas para privarme del placer de comer con el conde «1«. volvió a hablarse de hacerme predicar. De nada sirvieron al­
de Montercalc,1' que se alojaba en mi casa, y que había invitado gunos intentos para animarme a seguir predicando: había re­
al patricio Barozzi, que después de Pascua debía casarse con su nunciado para siempre a esc oficio.
hija, la condesa Lucia. La víspera de la Ascensión,18 el marido de la señora Manzoni
Estaba todavía a la mesa con tan agradable compama cuando me presentó a una joven cortesana de la que entonces se hablaba
un clérigo vino a avisarme de que me esperaban en la sacristía. mucho en Venecia. La llamaban la Cavam acchie, que quiere
C on el estómago lleno y la cabeza alterada me pongo en marcha, decir quitamanchas, porque su padre había ejercido dicho oficio
corro a la iglesia y subo al púlpito. Le habría gustado que la llamasen Prcati, porque ése era el ape-
D igo muy bien el exordio y tomo aliento. Pero nada mas lido familiar, pero sus amigos la llamaban Giulietta; era su nom­
pronunciar las cien primeras palabras de la narración, ya no sé bre de pila, y bastante gracioso para pretender pasar a la historia.
lo que digo ni lo que debo decir, y, por querer seguir adelante a Esta joven se hizo famosa porque el marqués Sanvitali'» de
toda costa, empiezo a divagar; y lo que termina por perderme Parma le había pagado cien mil escudos a cambio de sus favores.
del todo es el murm ullo sordo del inquieto auditorio que se En Venecia no se hablaba de otra cosa que de su belleza. Los que
había dado cuenta de mi desconcierto. Veo a vanas personas irse conseguían dirigirle la palabra se creían felices, y muy felices los
de la iglesia, creo oír risas, pierdo la cabeza y la esperanza de que lograban ser admitidos en su círculo. C om o tendré que ha­
salir del apuro. Puedo asegurar a mi lector que nunca he sabido blar vanas veces de ella en estos recuerdos, creo que al lector le
si fingí caer desm ayado o si me desmayé de verdad; sí se que me gustará saber en pocas palabras su historia.
dejé caer al suelo del pulpito dándome un gran golpe en la ca­ En 1735, a Giulietta, de catorce años,’0 le mandaron llevar un
beza contra la pared y deseando habérmela partido. Dos clérigos traje acabado de limpiar a un noble veneciano llamado Marco
me recogieron y me llevaron a la sacristía, donde, sin decir pa­ Muazzo.»' A este noble le pareció deliciosa a pesar de sus hara­
labra a nadie, cogí mi manteo y mi som brero y me fui a casa. pos, y fue a visitarla a casa de su padre incluso con un célebre
Encerrado en mi cuarto, me puse un traje corto como el que los abogado llamado Bastiano Uccelli.»' Este Uccelli, más sorpren-
abates llevan en el campo y, después de haber metido en una ma­
leta mis cosas, fui a pedir dinero a mi abuela y me marche a
habría salido de Venecia con destino a Corfú y Constantinopla por pri­
Padua a fin de pasar los trimestres.16 Llegué a medianoche y tu. mera vez, regresando después de Pascua de ,7 4 .; entonces se habría
a dorm ir a casa de mi buen doctor G ozzi, a quien no me sentí producido el episodio del falso príncipe de La Rochefoucauld en Corfú
tentado de contarle mi desastre. Cuando terminé de hacer todo que Casanova sitúa durante su segunda visita a Constantinopla en 1745
lo necesario para doctorarm e al año s i g u i e n t e , después de Pas­ (vease vol. 2, caps. IV-VI). K /4)
28. Al parecer, del año 1742.
cua17 volví a Venecia, donde hallé olvidada mi desgracia; pero
29. Giacomo Antonio Sanvitali (1699- ,780), diplomático y literato
italiano miembro de una poderosa familia de Parma; Casanova le da
Antonio di Montcrcalc di Pordenone, miembro de una pode­ los títulos de condc y de marques.
rosa familia del Friul. Su hijo Giovanni Dámele se caso en 174} con 30. Ciulia-Ursula Preato, llamada la Cavamacchie, había nacido en
Emilia G ozzi, hermana de Gasparo y del dramaturgo Cario G o za . Ca­ 17M, por lo que en . 735 sólo tenía once años. Siendo cantante, ejerció
sanova es exacto en lo relativo al matrimonio de Barozzi. también con gran éxito el oficio de cortesana, tanto en Italia como en
26. Casanova escribe «para recoger mis tenenes», oterzatres, cer­ laris; ademas de relacionarse en la capital francesa con varios embaja­
tificados de asiduidad que se daban a los estudiantes pro hac tenia parte dores, trato de conquistar sin éxito a Luis XV.
¡ludí en enero, marzo y mayo. Podría tratarse también de los exámenes 31. Con mucha probabilidad, el patricio Marco Muazzo, hijo de
Zor/.i Muazzo. ’
del tercer año de estudios.
27. El texto da fechas contradictorias; en abril de 1741. Casanova 32. Sebastiano Uccelli, famoso abogado veneciano, nacido en 1695;

82 8}
dido aún por el espíritu fantasioso y alocado de la niña que por sión se había convertido en un título. Cuando se quería menos­
su belleza y por su gracioso talle, la metió en un piso bien amue­ preciar a una cantante o a una bailarina, se decía que, en Viena,
blado, le puso un maestro de música y la hizo su amante. D u­ la emperatriz no había creído que mereciese la pena expulsarla
rante la F eria ,1’ la llevó con él al listón,'* donde sorprendió a de la ciudad.
todos los entendidos. Y al cabo de seis meses, la niña se creyó lo El señor Stcfano Q uerini Papozzc'* fue entonces su primer
bastante buena música para que la contratase un empresario, que amante oficial, y, tres meses después, su mantenido, cuando el
la llevó a Viena para interpretar un papel de castrato en una marqués de Sanvitali se declaró amante suyo en la primavera del
ópera de M etastasio.” año 1740. Em pezó por darle cien mil ducados corrientes/0 Para
Al abogado le pareció entonces que debía dejarla, cediéndo­ evitar que la gente achacara a debilidad el regalo de una suma
sela a un rico judío que, después de haberle regalado unos dia­ tan exorbitante, dijo que apenas era suficiente para vengar a la
mantes, también la abandonó. En Viena sus encantos le procu­ virtuosa del bofetón que su mujer le había propinado. Giulictta,
raron unos aplausos que no podía esperar de su talento, muy sin embargo, nunca quiso admitir que hubiera recibido la bofe­
por debajo de la mediocridad. La multitud de adoradores que tada, c hizo bien; rindiendo homenaje al heroísmo del marqués,
iban a rendir homenaje al ídolo, y que se renovaba semana tras se habría sentido deshonrada; la bofetada habría mancillado
semana, decidió a la augusta María Teresa a destruir el nuevo unos encantos que habían convencido al mundo de su valor in­
culto. O rdenó a la nueva divinidad que saliese inmediatamente trínseco, y Giulictta estaba orgullosa de ello.
de la capital de Austria.»6 Fue el conde Bonifazio Spada'7 quien Fue el año siguiente, 174 1 cuando el señor M anzoni me
la llevó de vuelta a Vcnccia, de donde se marchó para cantar en presentó a esta Friné4' como un joven abate que empezaba a ha­
Parma. Fue en esta ciudad donde se enamoró de ella el conde cerse un nombre. Giulictta vivía entonces en San Patcrniano,«1 al
G iacom o Sanvitali, aunque por poco tiempo, porque la mar­ pie de un puente, en una casa que pertenecía al señor Piaí. La
quesa, que no entendía de bromas, respondió con un bofetón en encontré acompañada por seis o siete aguerridos adoradores. E s­
su propio palco a cierta frase de la virtuosa que le pareció inso­ taba lánguidamente sentada en un sofá al lado del señor Q uc-
lente. La afrenta la disgustó tanto que le hizo renunciar para rim. Me sorprendió su persona; me dijo con un tono de princesa,
siempre al teatro. Regresó a su patria. Famosa por haber sido mirándome como si yo hubiera estado en venta, que no le des­
sfratata** de Viena, no podía dejar de hacer fortuna. Esa expul- agradaba haberme conocido. Luego me invitó a sentarme, y en­
tonces también pude examinarla a mis anchas. El salón no era
su hijo Francesco Antonio se casó con Giulia Prcato en 1752, cuando grande, pero no tenía menos de veinte candelabros.
ésta volvió de sus andanzas parisinas; a pesar de esc matrimonio, la can­ Giulictta era una hermosa joven de alta estatura y dieciocho
tante reanudó sus costumbres de cortesana. años de edad, cuya deslumbrante blancura, el encarnado de las
33. La feria de la Ascensión, que Vcnccia celebraba con festejos en
recuerdo de la conquista de Istria y Ralmacia; los teatros se abrían y los
venecianos llevaban máscaras. 39. Stcfano Qucrini Papozzc, nacido en 17 11, era hijo de Marcan­
34. Pasco galante en la piazza de Vcnccia. tonio Querini, patricio de Papozzc, en el Pcloponeso.
3j. Véase más adelante, nota 12, pág. 523. 40. Ducato córreme di Venezia, moneda de cuenta equivalente a 6
36. Fue al parecer en 1741 cuando Giulia Prcato fue expulsada de liras y 4 soldi.
Viena. _ 41. 1742 más probablemente.
37. F.l conde Bonifazio Spada, amigo personal del emperador Fran­ 42. Famosa hetaira del siglo IV a.C., de quien se dice que sirvió de
cisco 1, fue nombrado en 1758 general de caballería; murió en 1767. modelo para las estatuas de Afrodita que esculpió Praxíteles.
38. Kl término italiano correcto es sfrattata, que se aplica a la monja 43. Iglesia muy antigua del sestiere di San Marco, demolida en 1871
exclaustrada; Casanova quiere decir «expulsada». y dedicada a san Patcrniano Vcscovo.

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mejillas, el color bermejo de los labios y la línea curva, muy del­ vuali, más viejo que joven, y gran viajero, se sentó junto a ella,
gada y negra, de sus cejas, me parecieron artificiales. Dos bellas pero no en el sofá, lo cual obligó a la hermosa a volverse. Fue en­
hileras de dientes impedían que la boca pareciera demasiado tonces cuando pude verla bien de frente. Me pareció más bella
grande; por eso se cuidaba de tener siempre una sonrisa en ella. que de perfil. Tras las cuatro o cinco veces que la galanteé, me
Su pecho no era más que una bella y amplia mesa sobre la que un creí en condiciones de poder declarar en las reuniones del señor
pañuelo de gasa artísticamente colocado quería hacer imaginar de M alipicro que Giulietta sólo podía agradar a hombres de pa­
que los platos que uno deseaba se encontraban allí; pero no caí ladar embotado, pues no poseía ni sencillas bellezas naturales, ni
en la trampa. A pesar de los anillos y las pulseras, me di cuenta don de gentes, ni talento notable, ni modales desenvueltos. Mi
de que sus manos eran demasiado anchas y demasiado carnosas, opinión agradó a toda la compañía, pero el señor M alipicro me
y, pese al cuidado con que evitaba enseñar los pies, una chinela dijo riendo al oído que Giulietta no tardaría en ser informada
que sobresalía bajo el vestido me inform ó de que eran tan gran­ del retrato que yo le había hecho, y que se convertiría en mi ene­
des como ella: proporción desagradable que no sólo disgusta a miga. Acertó.
los chinos y a los españoles, sino a cualquier entendido. Se desea Esta célebre joven me parecía singular porque rara vez me di­
que una mujer alta tenga los pies pequeños; era el gusto del rigía la palabra, y, cuando me miraba, nunca lo hacía sin acercar
señor H oloferncs,44 a quien, sin eso, no le habría parecido en­ a su vista miope una lentilla cóncava, o guiñando los párpados,
cantadora la señora Ju d it.4' Et sandalia eius, dice el Espíritu como si no quisiera hacerme el honor de que viese por completo
Santo, rapuerunt oculos ejus.*6 En mi meticuloso examen, com ­ sus ojos, de indiscutible belleza. Eran azules, maravillosamente
parándola con los cien mil ducados que el parmesano le había bien rasgados, saltones e iluminados por un iris inconcebible que
dado, me sorprendía a mí mismo, porque no habría pagado un la naturaleza da a la juventud muy pocas veces, y que suele des­
ccquí por recorrer todas sus demás bellezas quas insternebat aparecer hacia los cuarenta años después de haber hecho mila­
stola.47 gros. El difunto rey de Prusia los conservó hasta la muerte.
Un cuarto de hora después de mi llegada, el murmullo del Giulietta se enteró del retrato que yo había hecho de ella en
agua golpeada por los remos de una góndola que atracaba anun­ casa del señor Malipicro. El indiscreto había sido el rationnaire<s
ció al pródigo marqués. N os levantamos, y el señor Querim se Saverio Costantini. Delante de mí, Giulietta le contó al señor
apresuró a dejar su sitio sonrojándose un poco. El señor de San- Manzoni que un gran experto le había encontrado defectos que
hacían de ella una mujer tosca; pero no los especificó. C o m ­
44. Jefe supremo del ejército de Nabucodonosor, rey de Asina, prendí que era una indirecta contra mí, y me preparé para el
quien le ordenó destruir todas las divinidades de los países conquista­ ostracismo. Me hizo esperar sin embargo una hora larga. Se ha­
dos para que sólo lo adorasen a el. Cuando asediaba la fortaleza judía blaba de un concierto que el comediante lmer había dado y en
de Betulia, la viuda Judit se le ofreció como exploradora y terminó de­
el que había brillado su hija Teresa; ella me preguntó de pronto
gollándolo tras un banquete. No es un personaje histórico ni tampoco
existió la ciudad de Betulia. Holoferncs y Nabucodonosor encarnan en qué hacía con ella el señor M alipicro; respondí que le daba edu­
esta ficción ejemplarizante al enemigo de Dios (Antiguo Testamento, cación.
Judit, 12, 10 y ss.). —Es capaz de dársela —me respondió—, porque es muy inteli­
45. Judit («la Judía»), protagonista del libro homommo del Anti­ gente, pero me gustaría saber qué hace con vos.
guo Testamento. Símbolo didáctico de la resistencia judía frente al ene­
migo de Dios. 48. En veneciano, ragionato. F.I Collcgio dei ragionati proporcio­
46. «Y sus sandalias atrajeron sus miradas» (Antiguo Testamento, naba a la República contables y ecónomos para todas las magistratu­
Judit, 4, 16, 9). ras. Savcrio Costantini asumió el cargo de director de la I.otería Pública
en 1741.
47. «... que cubría el vestido.»
-T od o lo que puede. más de a su hija, convertida en dama veneciana, que era inteli­
-M e han dicho que le parecéis un poco estúpido. gente y bella, y tenía un ojo tan hermoso que la compensaba del
C om o es lógico, todos se echaron a reír poniéndose de su otro, horriblemente afeado por una nube.
parte. Aunque no supe qué responder, no sentí vergüenza, y un N o me costó aumentar la alegría que encontré en Pasiano ol­
cuarto de hora después me despedí decidido a no volver a poner vidando por un tiempo a la cruel Angela. Me dieron una habi­
los pies en su casa. El relato de esta ruptura divirtió mucho a mi tación en la planta baja, contigua al jardín, en la que me encontré
viejo senador al día siguiente, durante la comida. alojado muy a mi gusto sin preocuparme de conocer a mis ve­
Pasé el verano hilando el perfecto amor con Angela en la es­ cinos. A la mañana siguiente, cuando desperté, mis ojos fueron
cuela adonde iba para aprender a bordar. Seguía mostrándose agradablemente sorprendidos por la deliciosa criatura que se
avara de sus favores. La irritación que esto me causaba ya había acercó a mi cama trayéndome el café. Era una chica jovencísima,
convertido mi amor en un tormento. Ardiente por naturaleza, pero formada como lo están las chicas de la ciudad a los dieci­
necesitaba una mujer del tipo de Bcttina, a quien gustase aplacar siete años, ella sólo tenía catorce. De piel blanca, ojos negros,
el fuego de mi amor sin apagarlo; pero no tardé mucho en li­ pelo negro y desgreñado, y cubierta con una camisa y una ena­
brarme de ese gusto frívolo. En cierto sentido, y o seguía te­ gua de lazos cruzados que dejaba ver la mitad de su pierna des­
niendo una especie de virginidad y sentía la m ayor veneración nuda, me miraba con aire abierto y sereno, como si yo fuera un
por la de cualquier muchacha. La miraba como al Palladlo49 de viejo conocido. Me preguntó si me había gustado la cama.
C écrop e.'0 N o quería saber nada de mujeres casadas. ¡Q ué es­ -S í, y estoy seguro de que la habéis hecho vos. ¿Quién sois?
tupidez! Era tan ingenuo que tenía celos de sus maridos. Angela -S o y Lucia, la hija del guarda, no tengo hermanos ni herma­
era negativa en grado sumo, aunque no coqueta. C om o la pa­ nas, y tengo catorce años. Me alegra que hayáis venido sin cria­
sión me secaba, estaba cada vez más delgado. Los patéticos y do, porque así seré yo quien os sirva, y estoy segura de que
lastimeros soliloquios que yo le dirigía mientras ella bordaba en quedaréis satisfecho.
su bastidor junto a dos compañeras hermanas suyas, tenían más Encantado con este comienzo, me incorporo en la cama; ella
efecto en estas que en el corazón de Angela, demasiado esclavo me ayuda a ponerme el batín hablándome de mil cosas que yo
de la máxima que me envenenaba. Si mis ojos hubieran visto algo no comprendía. Luego tomo mi café, tan cohibido como a sus
más que a ella, me habría dado cuenta de que sus dos hermanas anchas estaba ella y atónito en presencia de una belleza ante la
tenían más encantos que Angela; pero me había obcecado. Ella que era imposible permanecer indiferente. Se había sentado a los
me decía que estaba dispuesta a ser mi mujer, y creía que mis de­ pies de mi cama, justificando la libertad que se tomaba sólo con
seos no iban más allá. Me mataba cuando, a título del mayor de una risa que lo decía todo. Su padre y su madre entraron cuando
los favores, me decía que la abstinencia la hacía sufrir tanto aún tenía yo la taza en la boca. Lucia no se mueve: los mira como
como a mí. si se jactara del sitio del que había tomado posesión. Se limita­
A principios del otoño, una carta de la condesa de M onte­ ron a reñirla con dulzura, pidiéndome excusas por ella.
reale me invitó a pasar unos días en el Friuli, en una finca suya Estas buenas gentes me hacen cien cum plidos; y cuando
llamada Pasiano.'1 Encontraría allí una brillante compañía, ade­ Lucia se va a sus obligaciones, me hacen su elogio: es su única y
adorada hija, consuelo de su vejez. Lucia es obediente, temerosa
49. Imagen sagrada de Palas Atenea, que protegía a toda ciudad que de Dios y más sana que una manzana; sólo tiene un defecto.
tuviera su figura en su templo. -¿C u ál?
50. Hombre serpiente legendario, progenitor de la ciudad de Ate­
- E s demasiado joven.
nas, cuyo primer nombre era Cccropia.
( i. En la provincia del Pordedone. -D elicioso defecto.

88 89
Tardé menos de una hora en convencerme de que me hallaba quilizarla. Y viendo que con los hechos me arriesgaba dem a­
delante de la probidad, la verdad, las virtudes sociales y el honor siado, me propuse emplear la mañana del día siguiente en ha­
auténtico. cerle hablar.
N o tarda en volver Lucia, muy alegre, bien lavada, peinada Después de tomar mi café, la interrumpo cuando estaba ha­
a su aire, calzada, vestida. Después de haberme hecho una reve­ blándome de no sé qué para decirle que hacía frío, y que ella de­
rencia de pueblo, va a besar a su madre y a sentarse luego en las jaría de sentirlo si se metía a mi lado, debajo de la manta.
rodillas de su padre. Le digo que se siente en la cama, y me - ¿ N o os molestaré?
responde que, una vez vestida, ese honor ya no le está permi­ - N o , pero pienso que podría entrar tu madre.
tido. - N o pensará que haya malicia.
La idea simple, inocente y encantadora que encuentro en esa -V en. Pero ya sabes el riesgo que corremos.
respuesta me hace sonreír. La examino para ver si, así arreglada, -C la ro , no soy tonta; pero vos sois sensato y además sacer­
estaba más bonita que una hora antes, y decido que antes lo era dote.
más. La encuentro muy superior, no sólo a Angela, sino tam ­ -Ven entonces, pero cierra antes la puerta.
bién a Bcttina. - N o , no, quién sabe lo que pensarían.
Llega el peluquero, aquella buena gente se marcha, me visto, Le hice sitio y vino a mi lado para contarme una larga histo­
subo y paso el día alegremente, como suele pasarse en el campo ria de la que no entendí nada porque, en aquella situación, y
cuando se está en compañía selecta. Al día siguiente, nada más como no quería rendirme a los impulsos de la naturaleza, era el
despertarme, llamo, y Lucia vuelve a presentarse delante de mí más abotargado de los hombres. La audacia de Lucia, que no era
igual que la víspera, sorprendente en sus razonamientos y m o­ desde luego fingida, me imponía tanto respeto que me daba ver­
dales. Todo brillaba en ella bajo el delicioso barniz del candor y güenza desengañarla. Al final me dijo que habían dado las quin­
la inocencia. Yo no conseguía entender cómo siendo sensata, ho­ c e , y que si el viejo conde A ntonio bajaba y nos veía como
nesta y nada tonta, ignoraba que no podía exponerse de aquella estábamos, le gastaría bromas que la molestarían. «Es un hom­
manera ante mis ojos sin temor a excitarme. Se ve, me decía yo, bre», me dijo, «del que en cuanto lo veo, salgo huyendo. Me voy
que no es escrupulosa, porque no da importancia a ciertos es­ porque no tengo curiosidad por veros salir de la cama.»
carceos. C on esta idea, decido demostrarle que me gusta. N o me Me quedé allí más de un cuarto de hora, inmóvil y en un es­
siento culpable ante sus padres, por suponerles tan despreocu­ tado lamentable, porque realmente me encontraba excitado. Las
pados com o ella; tam poco temo ser el prim ero en alarmar su reflexiones que al día siguiente le hice, sin dejarla entrar en mi
bella inocencia, ni en insinuar en su alma la tenebrosa luz de la cama, terminaron por convencerme de que era, con razón, el
malicia. Además, como no quería ser ni víctima del sentimiento ídolo de sus padres, y de que su libertad de espíritu y su con­
ni oponerme a él, quise aclarar mis dudas. Alargo sin cumplidos ducta desenvuelta sólo procedían de su inocencia y de la pureza
una mano libertina hacia ella, y, con un impulso que me parece de su alma. Su ingenuidad, su viveza, su curiosidad, su frecuente
involuntario, ella retrocede, se sonroja, su alegría desaparece y sonrojo cuando me hacían reír las cosas que me decía, y en las
se da la vuelta como para buscar algo, hasta que se le pasa la tur­ que ella no veía malicia alguna, todo me convencía de que era
bación. Fue cosa de un minuto. Luego vuelve a acercarse, como un ángel encarnado que no podía dejar de convertirse en víctima
si estuviera avergonzada de haberse mostrado maliciosa, y con
{2. Hasta finales del siglo Xvil 1, en Italia se contaban las horas em­
el temor de haber interpretado mal un gesto que habría podido
pezando por el ángelus, media hora después de la puesta de sol; en sep­
ser, de mi parte, inocente o bella cortesía. Ya estaba riéndose. Vi tiembre la puesta de sol comenzaba hacia las 19; por lo tanto, las 15
en su alma todo lo que acabo de describir, y me apresuré a tran­ eran aproximadamente las 10 de la mañana.

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abierta, me habría expuesto a la vergüenza y a un triste arrepen­
del primer libertino que quisiera seducirla. Estaba segurísimo timiento. La idea me horrorizaba. Había que terminar, pero no
de que ése no sería yo. Sólo con pensarlo me recorría un escalo­ sabía cómo hacerlo. N o podía seguir resistiendo ante una mu­
frío. Además, mi amor propio garantizaba el honor de Lucia a chacha que, ai despuntar el día, sólo con una falda sobre la ca­
sus honrados padres, que me la entregaban de aquella manera, misa, corría a mi cama con la alegría en el alma preguntándome
fundados en la buena opinión que tenían de mis costumbres. Me qué tal había dormido y rozándome los labios con sus palabras.
parecía que sería el más despreciable de los hombres si traicio­ Yo apartaba la cabeza y ella, riendo, me reprochaba mi miedo
naba la confianza que en mí depositaban. Por lo tanto resolví cuando ella no lo tenía. Le respondía, ridiculamente, que estaba
sufrir, y, seguro de conseguir siempre la victoria, decidí luchar equivocada si creía que le tenía miedo, que no era más que una
contra mí mismo, satisfecho por tener su presencia como única niña; y ella respondía que una diferencia de dos años no era nada.
recompensa de mis deseos. Aún no había aprendido el axioma de C om o había llegado al límite de mis fuerzas y cada día me
que mientras la batalla dura, siempre es incierta la victoria. enamoraba más debido precisamente a lo específico de los estu­
Le dije que me gustaría que viniera más tem prano, y que diantes, que desarma y agota en sí mismo la energía amorosa,
me despertara incluso si estaba dorm ido, porque cuanto menos pero que, al irritar a la naturaleza, la incita a ejercer la venganza
dormía mejor me encontraba. De esta manera, las dos horas de redoblando los deseos del tirano que la ha dom ado, pasé toda la
conversación se convirtieron en tres, que pasaban como un re­ noche con el fantasma de Lucia en mi cabeza, entristecido por
lámpago. Cuando su madre, que venía a buscarla, la encontraba haber resuelto verla a la mañana siguiente por última vez. La de­
sentada en mi cama, ya no tenía nada más que decirle, admi­ cisión de pedirle que no viniera más me pareció magnífica, he­
rando la paciencia con que yo la soportaba. Lucia le daba cien roica, única e infalible. Pensé que Lucia no sólo se prestaría a la
besos. Aquella mujer, demasiado buena, me pedía que le diera ejecución de mi proyecto, sino que concebiría la más alta estima
lecciones de sensatez y cultivase su espíritu. Y cuando ella se por mí para todo el resto de su vida.
marchaba, Lucia ya no se creía libre. La compañía de este ángel Con la primera claridad del resplandeciente día entró Lucia,
me hacía sufrir todas las penas del infierno. Tentado, como siem­ radiante, risueña y desgreñada, corriendo hacia mí con los bra­
pre estaba, de inundar de besos su cara cuando, diciéndomc que zos abiertos; pero, entristeciéndose de pronto, porque me ve pá­
quería ser mi hermana, la ponía a dos dedos de la mía, me guar­ lido, descompuesto y afligido, me dice:
daba mucho de coger sus manos entre las mías. De haberle dado -¿Q u e os pasa?
un solo beso, habría hecho saltar por los aires todo el edificio, - N o he podido dormir.
pues me sentía convertido en auténtica paja. Cuando se mar­ -¿ P o r qué?
chaba, siempre me sorprendía haber podido obtener la victoria; -P o rq u e he decidido comunicaros un plan muy triste para
pero, insaciable de laureles, aguardaba ansioso la llegada del día mí, pero que me ganará toda vuestra estima.
siguiente para renovar el dulce y peligroso combate. Son los p e­ -S i ha de procuraros mi estima, debería, por el contrario, ale­
queños deseos los que vu elven osado a un jo ven ; los grandes lo graros. Decidme por qué, si ayer me tuteabais, hoy me habláis
embrutecen. como a una señorita. ¿Q ué os he hecho, señor abate? Me voy a
Al cabo de diez o doce días, sin embargo, me encontré en la buscar vuestro café, y después de que lo hayáis tomado me di­
necesidad de terminar, o de convertirme en un miserable. Elegí réis todo. Estoy impaciente por oíros.
terminar porque nada me garantizaba el pago debido a mi mal­ Se marcha, vuelve, tomo el café, sigo serio, ella me dice cosas
dad con el consentimiento de la criatura que me la habría hecho ingenuas que me hacen reír, se alegra; deja todo en su sitio, va a
cometer. Lucia, convertida en dragón cuando la hubiera puesto cerrar la puerta porque hacía aire y, com o no quería perderse
en la necesidad de defenderse, y con la puerta de la habitación

93
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una sola palabra de lo que iba a decirle, me dice que le haga un
sitio a mi lado. Se lo hago sin ningún temor, porque me sentía y eso no me ha impedido dorm ir, aunque me he despertado
como un muerto. cinco o seis veces para cerciorarme de si erais realmente vos el
Tras haberle hecho una fiel descripción del estado en que me que tenía entre mis brazos. En cuanto veía que no estabais, vo l­
habían dejado sus encantos, y de las penas que había sufrido por vía a dormirme para atrapar de nuevo mi sueño, y lo conseguía.
haber querido resistir al deseo de darle pruebas evidentes de mi ¿N o tenía motivo esta mañana para estar contenta? Q uerido
cariño, le hago ver que, com o no podía seguir soportando los abate, si el amor es un tormento para vos, lo lamento. ¿N o es
tormentos que su presencia causaba a mi alma enamorada, me posible que hayáis nacido para amarme? Haré cuanto me orde­
veía obligado a rogarle que no volviera a presentarse ante mi néis, pero, aunque vuestra curación dependa de ello, nunca
vista. La amplia sinceridad de mi pasión y mi deseo de que com ­ podré dejar de amaros. Sin embargo, si para curaros necesitáis
prendiera que el recurso elegido por mí era el mayor esfuerzo de dejar de amarme, en tal caso haced lo que podáis, porque os pre­
un am or perfecto, me prestaron una elocuencia sublime. Le fiero vivo sin amor antes que muerto por amor. Sólo os ruego
pinté las horribles consecuencias que podrían volvernos desdi­ que tratéis de buscar otra solución, porque la que me habéis co­
chados si nos dejábamos arrastrar por una conducta distinta de municado me aflige. Pensadlo. Puede ser que no sea tan única
la que su virtud y la mía me habían obligado a proponerle. com o os parece. Sugeridme otra. Confiad en Lucia.»
Cuando terminé mi sermón, Lucia enjugó mis lágrimas con Estas palabras sinceras, ingenuas y naturales me hicieron
la pechera de su camisa, sin percatarse de que, con esa caritativa comprender cuán superior es la elocuencia de la naturaleza a la
acción, mostraba a mis ojos dos escollos capaces de hacer zo zo­ del espíritu filosófico. Estreché por primera vez entre mis bra­
brar al piloto más experto. zos a la celestial muchacha diciéndole: «Sí, mi querida Lucia: tú
Tras un momento de escena muda, me dijo en tono triste que puedes suministrar al mal que me devora el más poderoso leni­
mis lágrimas la afligían y que nunca hubiera podido adivinar tivo; déjame besar mil veces tu lengua y esta boca divina que me
que podía darme motivos para derramarlas. «Todas vuestras pa­ ha dicho que soy feliz».
labras», me dijo, «me hacen ver que me amáis mucho, pero no Pasamos entonces una hora larga en el silencio más elocuen­
comprendo por qué os alarmáis tanto cuando vuestro amor me te, aunque Lucia exclamaba de vez en cuando: «¡Ay, Dios mío!
causa un placer infinito. Me desterráis de vuestra presencia ¿E s verdad que no estoy soñando?». Pese a esto, la respeté en lo
porque vuestro am or os da miedo. .-Qué haríais si m e odiaseis ? esencial, y precisamente porque no me oponía la menor resis­
¿Soy culpable de haberos enamorado? Si es un delito, os aseguro tencia. Ése era entonces mi vicio.
que, como no he tenido intención de cometerlo, no podéis en - E s to y intranquila -m e dijo de p ro n to -, mi corazón em ­
conciencia castigarme. Es cierto, sin embargo, que estoy algo pieza a decirme algo.
halagada. En cuanto a los riesgos que se corren cuando se ama, Salta del lecho, lo arregla deprisa y va a sentarse a mis pies.
y que conozco muy bien, siempre podemos afrontarlos. Me sor­ Un momento después entra su madre y cierra la puerta diciendo
prende que a mí, aunque ignorante, no me parezca tan difícil, que yo había hecho bien en cerrarla porque el aire era fuerte.
mientras que a vos, que, según todos dicen, sois tan inteligente, Me felicita por el buen color de mi cara diciendo a su hija que
os da miedo. Y me admira que el amor, que no es una enferme­ fuera a arreglarse para ir a misa. Lucia volvió una hora más tarde
dad, haya podido enfermaros, cuando el efecto que en mí causa para decirme que el milagro que había hecho la maravillaba, pues
es totalmente contrario. ¿Es posible que yo me equivoque, y que la salud que se apreciaba en mí la volvía mil veces más segura de
lo que siento por vos no sea amor? Si me habéis visto tan con­ mi amor que el lamentable estado en que me había encontrado
tenta al llegar es porque he soñado con vos toda la santa noche; por la mañana. «Si tu total felicidad depende sólo de mí», me
dijo, «sé feliz. N o puedo negarte nada.»

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Se marchó entonces; y aunque mis sentidos seguían flotando con un ardor muy superior al que me animaba cuando hablaba
en la ebriedad, no dejé de pensar que me hallaba al borde del con la cruel que lo destruía. El verdadero am ante siempre tiene
precipicio y que necesitaba una fuerza sobrenatural para no caer m iedo a qu e la persona am ada lo crea exagerado; y el tem or a
en él. decir dem asiado le hace decir menos de lo que es.
Pasé todo el mes de septiembre en aquella casa de campo, y La maestra de aquella escuela, vieja y gazmoña, que al prin­
durante once noches seguidas gocé de la posesión de Lucia, que, cipio parecía indiferente a la amistad que demostraba yo por
segura del buen sueño de su madre, vino a pasarlas entre mis Angela, terminó por tomarse a mala parte la frecuencia de mis
brazos. L o que nos volvía insaciables era una abstinencia a la visitas y advirtió al párroco Toscllo, su tío. Un día, éste me dijo
que ella trató de hacerme renunciar por todos los medios. Lucia con dulzura que debía frecuentar algo menos la casa, porque mi
no podía saborear la dulzura del fruto prohibido sin dejarme a asiduidad podía interpretarse mal y resultar nociva para el honor
mí que lo devorase. Cien veces trató de engañarme diciéndome de su sobrina. Para mí este aviso fue como un rayo; pero, reci­
que yo ya lo había cogido, pero Bcttina me había enseñado de­ biéndolo con sangre fría, le dije que me iría a pasar en otra parte
masiado bien para que alguien pudiera engañarme. Me marché el tiempo que pasaba en casa de la bordadora.
de Pasiano asegurándole que volvería en primavera, pero deján­ Tres o cuatro días después le hice una visita de cortesía dete­
dola en un estado de ánimo que debió de ser la causa de su des­ niéndome sólo un instante junto al bastidor; pero conseguí des­
gracia. Desgracia que veinte años después, en Holanda, me lizar en las manos de la mayor de las hermanas, que se llamaba
reproché amargamente, y que me reprocharé toda mi vida.” Nanette, una carta en la que había otra para mi querida Angela,
Tres o cuatro días después de mi vuelta a Venecia, reanudé dándole cuenta del motivo que me había obligado a suspender
todos mis hábitos enamorándome de Angela, esperando conse­ mis visitas. Le rogaba que pensara en algún medio que pudiera
guir por lo menos lo que había conseguido con Lucia. Un temor procurarm e la satisfacción de hablarle de mi amor. A Nanette
del que hoy ya no encuentro rastro en mi carácter y un terror sólo le escribía que dos días después iría a recoger la respuesta,
pánico de consecuencias fatales para mi vida futura me impe­ que no le resultaría difícil entregarme.
dían gozar. N o sé si alguna vez he sido un hombre cabal y hon­ La chica hizo muy bien mi encargo, y dos días más tarde me
rado, pero sé que los sentimientos que alimentaba en mi primera entregó, sin que nadie pudiera verlo, la respuesta cuando yo salía
juventud eran más delicados que los que luego me acostumbré de la sala.
a tener a fuerza de vivir. Una filosofía perversa disminuye d e­ En una breve nota, porque no le gustaba escribir, Angela me
masiado el número de lo que llaman prejuicios. prometía fidelidad eterna, diciéndome que tratara de hacer todo
Las dos hermanas que aprendían a bordar con Angela eran lo que encontraría en la carta que Nanette me escribía. He aquí
sus amigas íntimas y las confidentes de todos sus secretos. Sólo la transcripción de la carta de Nanette, que he con servado'4
después de haber trabado amistad con ellas supe que condena­ como todas las demás que se encuentran en estas memorias:
ban la excesiva severidad de su amiga. C om o no era lo bastante «N o hay nada en el mundo, señor abate, que no esté dis­
fatuo para creer que, escuchando mis quejas, pudieran enamo­ puesta a hacer por mi querida amiga. Viene a nuestra casa todos
rarse de mí, no sólo no me guardaba de ellas, sino que les con­ los días festivos, y cena y duerme con nosotros. O s sugiero un
fiaba mis penas cuando Angela no estaba. Les hablaba a menudo medio para que conozcáis a la señora O r io ," nuestra tía; pero,

53. Lucia de Pasiano fue seducida por un hombre con el que huyó {4. No apareció entre los manuscritos de Dux.
de la casa paterna. Como también cuenta Casanova en el capítulo VII del {{• Según Gugitz, podría tratarse de Catcrina Bianchi, que se casó
vol. 5, la encontró veinte años después en un burdel de Amstcrdam. en segundas nupcias en 1 7 11 con un tal Francesco Orio.

96
com prom etí a ello. Apenas dirigí la palabra a Angela; le hice al­
si conseguís introduciros, os advierto que no mostréis inclina­
gunas zalamerías a Nanctte, que me trató muy mal, y me gané la
ción por Angela, pues a nuestra tía le parecería mal que fuerais
amistad del viejo procurador Rosa, que posteriormente me re­
a su casa para poder hablar fácilmente con alguien que no per­
sultaría muy útil.
tenece a la familia. El medio que os indico, y al que prestaré toda
Pensando en la manera de conseguir del señor M alipiero
la ayuda que me sea posible, es el siguiente: la señora O n o , aun­
aquel favor, me di cuenta de que debía recurrir a Teresa Imcr,
que mujer de elevada condición, no es rica, y por lo tanto desea
que sacaba partido de todo con plena satisfacción del viejo,
inscribirse en la lista de viudas nobles que aspiran a las ayudas
siempre enamorado de ella. A sí pues, le hice una inesperada v i­
de la hermandad del Santo Sacramento, cuyo presidente es el
sita, entrando incluso en su habitación sin hacerme anunciar. La
señor M alipiero. El domingo pasado, Angela le dijo que contáis
encontré sola con el médico Doro,«? que, fingiendo encontrarse
con el aprecio de este caballero, y que la forma de conseguir su
allí sólo por razones profesionales, escribió una receta, le tomó
voto sería comprometeros a que vos se lo pidieseis. Siguió di-
el pulso y se fue.
ciendole, tontamente, que estáis enamorado de mí, que vais a
El doctor D oro pasaba por estar enamorado de Teresa, y el
casa de la bordadora sólo para poder hablarme, por lo cual yo
señor Malipiero, que estaba celoso, había prohibido a la joven
podría induciros a que os intereséis por ella. Mi tía respondio
recibirle; ella se lo había prometido. Teresa sabía que yo estaba
que, siendo vos sacerdote, no había nada que temer, y que yo
inform ado, y debió de molestarle que hubiera descubierto que
podría escribiros para que la visitéis; pero no he aceptado. El
se burlaba de la promesa hecha al viejo. También podía temer
procurador R osa,'4 que es el alma de mi tía, me dio la razón y me
mi indiscreción. Era el momento propicio para alentar mi espe­
dijo que no estaba bien que os escribiese; que era ella misma
ranza de conseguir de ella cuanto yo deseaba.
quien debía pediros que fuerais a hablarle para un asunto im­
En pocas palabras le expliqué el motivo que me llevaba a su
portante. Añadió que, si era cierto que me amabais, no dejaríais
casa, asegurándole al mismo tiempo que nunca debía creerme
de ir, y la convenció para escribiros el billete que encontrareis en
capaz de una maldad contra ella. Después de haberme asegurado
vuestra casa. Si queréis ver a Angela en la nuestra, no vengáis
que haría todo lo posible para convencerme de su deseo de com ­
hasta pasado mañana, domingo. Si podéis obtener del señor Ma-
placerme, me pidió todos los certificados de la señora por la que
lipicro el favor que mi tía desea, os convertiréis en el preferido
debía interesarse, y me mostró los de otra señora en cuyo favor
de la casa. H abréis de perdonarme si os trato mal, porque he
había prometido hablar; pero me prometió que la sacrificaría a
dicho que no os amo. Convendría que le hicierais algunos cum ­
mi protegida, y mantuvo su palabra. De hecho, dos días después
plidos a mi tía, aunque tiene sesenta años. Al señor Rosa no le
tuve en mis manos el acta firmada por Su Excelencia en calidad
entrarán celos, y así llegaréis a ser querido por toda la casa. Tra­
de presidente de la Hermandad de los P obres.'8 La señora O rio
taré de proporcionaros todas las ocasiones posibles para que ha­
fue inscrita para recibir las ayudas que se sorteaban dos veces al
bléis con Angela a solas. Haré cuanto esté en mi mano para año.
demostraros mi amistad. Adiós».
Nanctte y su hermana M anon'» eran huérfanas e hijas de una
El plan me pareció muy bien urdido. Por la noche recibí el
billete de la señora O rio; fui a su casa siguiendo las instruccio­
Í7. Se trataría probablemente de Leonardo Doro, que trató a Ma­
nes de Nanctte: me pidió que me interesara por ella y me en­ rino Bragadin cuando sufrió una apoplejía el 1 de enero de 1739.
tregó todos los certificados que podían resultar necesarios. Me {8. I.a Hermandad {fraterna, en italiano) de los Pobres de San Sa­
muele y la del Santo Sacramento parecen haber sido la misma (véase
más arriba, nota 18, pág. 77).
jó. Con toda probabilidad Marco Niccoló Rosa, nacido en 1687;
Í9- Probablemente pertenecían a la noble familia Savorgnan; Na-
se habría casado con la señora Orio entre 1744 y i 74 6-

98
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hermana de la señora O rio, que por toda hacienda sólo tenía la
que escaparon al instante. Sólo Angela se quedó desafiando mi
casa en la que vivía, cuyo primer piso alquilaba, y una pensión
audacia. La viuda me ruega que me siente.
de su hermano, secretario del C onsejo de los D iez.60 C on ella
- N o puedo, señora.
sólo vivían sus dos encantadoras sobrinas, la m ayor de dieciseis
-¿ P o r qué? ¡Vaya modos!
años y la otra de quince. En lugar de criada, tenía una aguadora
-V olveré, señora.
que por cuatro libras6' al mes iba todos los días a hacerle la casa.
-P e ro ¿por qué?
Su único amigo era el procurador Rosa, que tenía sesenta años,
-U n a necesidad urgente...
como ella, y que sólo aguardaba a la muerte de su esposa para ca­
-Entiendo. Nanette, vete arriba con el abate, y enséñale.
sarse. Nanette y Marton dormían juntas en el tercer piso, en una
-Perdonadm e, tía.
amplia cama en la que también se acostaba Angela todos los días
- ¡A h , qué mojigata! Marton, ve tú.
festivos. Los días laborables iban las tres a la escuela de la bor­
-¿ P o r qué no obligáis a obedecer a Nanette?
dadora.
- ¡A y !, señora, tienen razón las señoritas. Me voy.
En cuanto me vi en posesión del acta que la señora O rio de­
-N a d a de eso; mis sobrinas son unas tontas. El señor Rosa os
seaba, hice una breve visita a la bordadora para entregar a N a ­
acompañará.
nette un billete en el que le anunciaba la buena nueva de que
Me coge él de la mano y me lleva al tercer piso, donde me
había conseguido las ayudas, y que iría a llevar el acta a su tía dos
quedo solo. Esto decía el billete de Nanette:
días más tarde, que era festivo. N o dejé de suplicarle con el más
«Mi tía os rogará que os quedéis a cenar, pero no aceptéis.
vivo interés que me procurase una entrevista a solas con Angela.
N o os marchéis hasta que nos sentemos a la mesa y Marton irá
Nanette, atenta dos días después a mi llegada, me entregó un
a alumbraros hasta la puerta de la calle, que abrirá; pero no sal­
billete diciéndome que hallase el modo de leerlo antes de salir de
gáis. Ella volverá a cerrarla y subirá. Todo el mundo creerá que
la casa. Entro y veo a Angela con la señora O rio, el viejo pro­
os habéis marchado. Subid a oscuras la escalera, y luego las otras
curador y Marton. Com o estaba impaciente por leer el billete,
dos hasta el tercer piso. Los escalones son buenos. Esperadnos
rechazo una silla y presento a la viuda sus certificados y el acta
allí a las tres. Iremos cuando se haya marchado el señor Rosa y
de admisión a las ayudas; no le pido otra recompensa que el
después de que hayamos acostado a nuestra tía. Sólo de Angela
honor de besarle la mano.
depende concederos, incluso por toda la noche, la entrevista que
- ¡A h !, abate de mi corazón, podéis besarme, y nadie se es­
deseáis, y que os deseo muy feliz».
candalizará, pues tengo treinta años más que vos.
¡Q ué alegría! ¡Q ué agradecimiento al azar que me hacía leer
Hubiera podido decir cuarenta y cinco. Le doy dos besos en
aquel billete precisamente en el lugar donde debía esperar a os­
las mejillas, y me dice que puedo besar también a sus sobrinas,
curas al objeto de mi amor! Seguro de que me orientaría sin la
menor dificultad, y sin prever contratiempo alguno, bajo al sa­
nette se casó con un conde R. en 174$, fecha que coincide con lo que
lón de la señora O rio lleno de felicidad.
Casanova afirma en el capítulo VI del volumen 2; Marton fue monja en
un convento de Murano (véase vol. 2, cap. VI, pág. 443).
60. Creado en 1310, fue un poderosísimo tribunal formado por el
dogo y seis de sus consejeros, además de diez senadores elegidos por
el Gran Consejo, formado por todos los nobles de más de veinticinco
años.
61. La lira veneziana, moneda de plata acuñada desde 1472, equi­
valente a 10 gazzette o 20 soldi.

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C A P ÍT U LO V había nos quedaríam os en tinieblas. La noticia me colma de
alegría, pero la disimulo. Les digo que lo siento por ellas. Les
N O C H E L A M E N T A B L E . ME E N A M O R O DE LAS D O S H E R M A N A S ; propongo que vayan a acostarse y duerman tranquilas, en la se­
O L V ID O A A N G E L A . B AILE EN MI CASA. G IU LIET T A guridad de que yo las respetaría; pero esta proposición las hace
H U M ILL A D A . MI R E G R E S O A P ASIA N O. LUCIA D E SG R A C IA D A . reír.
T O R M E N T A F A V O R A B LE -¿Q u e haremos en la oscuridad?
-H ablarem os.
Después de haberme dado efusivamente las gracias, la señora Éram os cuatro, hacía tres horas que hablábamos, y yo era el
O rio me dijo que, a partir de ese momento, yo debía gozar de héroe de la situación. El amor es gran poeta, y su materia in­
todos los derechos de amigo de la casa. Pasamos cuatro horas agotable; pero si el fin al que aspira no llega, se aburre de es­
riendo y haciendo travesuras. Me excusé tan bien para no que­ perar com o la masa en casa del panadero. Mi querida Angela
darme a cenar que tuvo que aceptar mis disculpas. Marton iba a escuchaba; pero al no ser muy habladora, respondía poco. Su in­
alumbrarme; pero una orden conminante que la tía dio a N a ­ teligencia no era brillante, presumía más bien de exhibir sentido
nette, a quien creía mi favorita, obligó a esta a precederme, con común. Para rebatir mis argumentos, se limitaba a escupir a me­
el candelero en la mano. La avispada muchacha bajó deprisa, nudo un refrán, lo mismo que los romanos lanzaban la catapulta.
abrió la puerta, la cerró de un portazo, apagó la vela y volvió a Se retiraba o, con la dulzura más desagradable, rechazaba mis
subir corriendo dejándome allí y regresando al lado de su tía, pobres manos siempre que el amor las llamaba en su ayuda. Pese
que la reprendió enérgicamente por su mal com portam iento a ello, yo seguía hablando y gesticulando sin perder el ánimo.
conmigo. Subo a tientas hasta el lugar acordado y me dejo caer Me desesperaba cuando me daba cuenta de que mis argumen­
en un sofá com o hombre que espera el momento de su dicha sin tos, demasiado sutiles, en lugar de convencerla la aturdían y en
que sus enemigos lo sepan. lugar de enternecer su corazón lo desquiciaban. Me parecía muy
Después de pasar una hora presa de las más dulces fantasías, extraño ver en las fisonomías de Nanette y de Marton la em o­
oigo abrir la puerta de la calle, luego cerrarla con doble vuelta de ción resultante de los dardos que yo lanzaba directamente a
llave, y diez minutos después veo a las dos hermanas seguidas Angela. Esta curva metafísica me parecía entonces antinatural;
por Angela. Sólo me preocupo de esta, y paso dos horas enteras habría debido ser un ángulo. Para mi desgracia, en aquella época
hablando solo con ella. Dan las doce de la noche: se lamentan estudiaba geometría. Pese a la estación, sudaba la gota gorda.
de que yo no haya cenado; pero el tono de conmiseración me N anette se levantó para sacar fuera la vela, que, de m orir en
sorprende; respondo que, en el seno de la dicha, ninguna nece­ nuestra presencia, nos habría envenenado.
sidad podía incomodarme. Me dicen que estoy prisionero, por­ A la primera aparición de las tinieblas, mis brazos se elevan
que la llave de la puerta principal estaba bajo la almohada de la espontáneamente para apoderarse del objeto necesario en ese
señora, que no la abría hasta el alba para ir a la primera misa. Me momento a la situación de mi alma; y me echo a reír, porque A n ­
sorprende que crean que para mí es una noticia triste; al contra­ gela se me había adelantado un instante para asegurarse de no
rio, me alegro de tener cinco horas por delante y la seguridad de ser sorprendida. Pasé una hora diciéndolc todo lo más alegre que
pasarlas con el objeto de mi adoración. Una hora más tarde, N a ­ el am or podía inspirarm e para convencerla de que volviese a
nette se echa a reír. Angela quiere saber de qué se ríe, y, tras de­ ocupar el mismo asiento. Me parecía imposible que no se tra­
círselo al oído, Marton también se echa a reír; les ruego que me tara de una broma.
digan de que se reían, y por fin Nanette, con aire mortificado, - E l juego -term ine diciéndole- dura demasiado y es antina­
me dice que no había más velas, y que cuando se acabase la que tural; yo no puedo correr detrás de vos y me sorprende no oíros

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dicendo, intorno a la fortuna,
C o sí
reír; una conducta tan extraña me hace pensar que os estáis
Brancolando n ’andava come cieco.
riendo de mí. Venid a sentaros. Ya que debo hablar con vos sin
O quante volte abbracció l ’aria vana
veros, por lo menos que mis manos me aseguren de que no hablo
Sperando la donzella abbracciar seco!*
al aire. Si os burláis de mí, sabed que así me insultáis, y no creo
que el amor deba ser sometido a la prueba de los insultos.
Angela no conocía al A riosto, pero Nanctte lo había leído
-B u en o, calmaos. O s escucho sin perder una sola de vues­
varias veces. Empezó a defender a Angélica y a acusar de inge­
tras palabras; pero también debéis daros cuenta de que, honra­
nuo a Ruggiero, que, de haber sido prudente, nunca habría de­
damente, no puedo ponerme a vuestro lado en esta oscuridad.
bido confiar el anillo a la coqueta. N anctte me encantó, pero
-¿Pretendéis entonces que me quede aquí en esta posición
entonces yo era demasiado estúpido para darme cuenta de la
hasta el amanecer?
tontería que estaba cometiendo.
-E ch aos en la cama y dormid.
Sólo tenía una hora por delante y no había que esperar al
-M e admira que lo creáis posible y com patible con mi pa­
amanecer, porque la señora O rio se moriría antes que faltar a su
sión. Vamos, imaginaré que estamos jugando a la gallina ciega.
misa. Pasé esa última hora hablando únicamente con Angela
Me levanto entonces y la busco inútilmente a lo largo y
para persuadirla, y luego para convencerla de que debía venir a
ancho de toda la habitación. Cuando conseguía asir a alguien,
sentarse a mi lado. Mi alma pasó por todos los colores como en
siempre eran Nanctte o Marton, que por amor propio dicen su
un crisol, y es difícil que el lector pueda hacerse una idea clara
nombre al momento. En ese mismo instante, necio Don Q u i­
de esto a menos que se haya encontrado en una circunstancia se­
jote como era, me creía obligado a soltar mi presa. El amor y el
mejante. Luego de haber expuesto todas las razones que se me
prejuicio me impedían ver la ridiculez de aquel respeto. Aún no
ocurrieron, utilicé los ruegos, después (infandum )' las lágrimas.
había leído las anécdotas de Luis X III,' rey de Francia; pero sí ha­
Pero cuando me convencí de que eran inútiles, la sensación que
bía leído a Boccaccio.1 Sigo buscándola; le reprocho su cruel­
se apoderó de mí fue la justa indignación que ennoblece la cólera.
dad, le hago ver que al final terminaré encontrándola, y entonces
Si no me hubiera hallado en medio de la oscuridad, habría lle­
me responde que ella tiene la misma dificultad que yo para en­
gado a golpear al fiero m onstruo que había podido tenerme
contrarme. La habitación no era grande, y empiezo a rabiar por­
cinco largas horas en la más cruel de las angustias. Le dije todas
que nunca conseguía atraparla.
las injurias que un amor despreciado puede sugerir a un enten­
Más aburrido que cansado, me siento y paso una hora con­
dim iento irritado. Le lancé m aldiciones fanáticas, le juré que
tándoles la historia de Ruggiero cuando Angélica* desapareció
todo mi amor se había convertido en odio y terminé por adver­
mediante el anillo encantado que le había dado ingenuamente el
tirle que se guardase de mí, porque desde luego la mataría en
enamorado caballero.
cuanto se me pusiera delante.
Mis maldiciones concluyeron al mismo tiempo que la som ­
1. Luis XIII el Justo (1601-1643), rey de Francia desde i 6 í o , se bría noche. C on la aparición de los primeros rayos de la aurora,
distinguió por sus buenas costumbres. Casanova parece aludir a las
Crónicas escandalosas de Luis X I (1423-1483), rey de Francia desde 4. «Así hablando, en torno a la Fortuna, / vacilante caminaba
1461. como un ciego. ¡Oh, cuántas veces abra/.ó el aire vano / esperando
2. Giovanni Boccaccio (1313-1375), humanista italiano, autor de abrazar a la doncella!», Ariosto, Orlando furioso, XI, 9.
obras simbólicas e históricas en latín, aunque fue en lengua vulgar, e 5. «Indecible», primera palabra de Eneas al contar a Dido sus
italiano, en la que dejó escritas sus mejores obras, en especial cl Deca­ aventuras: •Infandum, regina, jubes renovare dolorem » (Virgilio, Enei­
meron (1348-1353). da, II, 3).
3. Personajes del Orlando furioso de Ariosto.

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104
y al ruido que hicieron la gruesa llave y el cerrojo cuando la se­
su casa. Al marcharme, Nanette me entregó una carta que conte­
ñora O rio abrió la puerta para ir en busca de la cotidiana paz
nía otra de Angela. «Si tenéis el valor de pasar una noche más con­
que necesitaba, cogí mi manteo y mi som brero y me dispuse a
migo», me decía ésta, «no tendréis motivo de queja, porque os
partir. Pero ¡cóm o pintar al lector la consternación de mi alma
quiero. Deseo saber de vuestra propia boca si habríais seguido
cuando, pasando mis ojos por el rostro de las tres jóvenes, las vi
queriéndome si yo hubiera accedido a volverme despreciable.»
deshechas en lágrimas! Avergonzado y desesperado hasta sen­
Y ésta es la carta de Nanette, la única que tenía un poco de
tirme asaltado por el deseo de matarme, me senté de nuevo.
ingenio: «Ya que el señor Rosa se ha comprometido a haceros
Creía que mi brutalidad había provocado el llanto de aquellas
regresar a nuestra casa, escribo esta carta para haceros saber que
tres hermosas almas. N o pude proferir palabra, el sentimiento
me ahogaba, las lágrimas vinieron en mi ayuda y me abandoné Angela está desesperada por haberos perdido. La noche que pa­
sasteis con nosotras fue cruel, lo admito; pero creo que no debía
a ellas con deleite. Nanette se levantó diciéndome que su tía no
haberos hecho tomar la decisión de no venir a ver por lo menos
tardaría en volver. Me enjugué los ojos, y, sin mirarlas ni decir­
a la señora O rio. O s aconsejo que, si todavía amáis a Angela,
les nada, me marché. En cuanto llegué a casa, me metí en la
corráis el riesgo una noche más. Q uizás ella se justifique y vos
cama, pero no conseguí dormirme.
saldréis contento. Venid, pues. Adiós».
A mediodía, el señor M alipiero, viéndom e extrañamente
Las dos cartas me agradaron. Veía segura la posibilidad de
cambiado, me preguntó el m otivo, y, como tenía necesidad de
vengarme de Angela con el más notorio de todos los desprecios.
aliviar mi alma, le conté todo. El sabio anciano no se rió. Puso
Fui, pues, a casa de la señora O rio el primer día festivo llevando
bálsamo en mi alma con sus sensatas reflexiones, porque él se
en mis bolsillos dos botellas de vino de C h ip re7 y una lengua
encontraba en el mismo caso con Teresa. Pero no pudo dejar de
ahumada; y me sorprendió no encontrar a mi cruel amiga. H a­
reírse, y yo también, cuando me vio con un apetito canino. Yo
ciendo recaer la conversación sobre ella, Nanette dijo que aque­
no había cenado; y me felicitó por mi magnífica constitución.
lla mañana, en misa, le había dicho que sólo podría ir a la hora
Decidido a no volver a casa de la señora O rio, elaboré en esos
de la cena. N o me convenció, y cuando la señora O rio me pidió
días una conclusión metafísica en la que sostuve que todo ser del
que me quedara, no acepté. Poco antes de la hora, tras fingir que
que no se podía tener más que una idea abstracta sólo podía exis­
me iba como la primera vez, fui a situarme en el lugar concer­
tir en abstracto. Tenía razón; pero fue fácil acusar a mi tesis de
tado. N o veía la hora de interpretar el delicioso papel que había
impiedad y se me condenó a cantar la palinodia. Fui a Padua,
premeditado. Pistaba seguro de que, aunque Angela estuviera de­
donde conseguí el doctorado utroque jure.6
cidida a cambiar de sistema, no me concedería más que peque­
A mi regreso a Venecia, recibí un billete del señor Rosa ro­
ños favores, y ya no me interesaban. Sólo me sentía dominado
gándome de parte de la señora O rio que fuese a verla. Seguro de
por un fuerte deseo de venganza.
no encontrar a Angela, en la que ya no quería pensar, fui por la
Tres cuartos de hora después oigo cerrar la puerta de la calle
noche. Nanette y Marton disiparon con su alegría mi vergüenza
y diez minutos más tarde oigo subir a alguien la escalera; ante mí
por presentarme ante ellas al cabo de dos meses; pero mi tesis y mi
veo a Nanette y a Marton.
doctorado hicieron valer mis excusas ante la señora O rio, quien
-¿D ó n d e está Angela? - le digo a Nanette.
no tenía nada que decirme, salvo lamentarse que no fuera ya por
-S e ve que no ha podido venir ni hacérnoslo saber. Sin em­
bargo, debe estar segura de que os encontráis aquí.
6. «F.n ambos derechos»; no hay rastro del diploma de Casanova;
en los archivos de la Universidad de Padua faltan los certificados de
junio de 1742 a 1744. 7. Vino dulce y fuerte, muy apreciado en Italia durante el siglo
XVlll; Venecia lo importaba directamente de Larnaca (Chipre).
1 06
107
-C re e que me tiene atrapado; y, efectivamente, no me lo es­ am oroso ni de un plan para seducirlas; y, por su parte, pocos
peraba; vosotras la conocéis bien. Se burla de mí, triunfa. Se ha días después me juraron que sólo los devolvieron para asegu­
servido de vosotras para hacerme picar el anzuelo; y tiene suerte, rarme que compartían mis honestos sentimientos de fraterni­
porque si hubiera venido sería yo quien se habría burlado de ella. dad; pero aquellos besos inocentes no tardaron en encenderse y
-¡O h !, si es por eso, permitid que lo dude. en provocar en los tres un incendio del que debimos sorpren­
- N o lo dudéis, mi querida Nanette; y quedaréis convencida dernos mucho, pues los interrumpimos mirándonos atónitos y
después de la hermosa noche que pasaremos sin ella. muy serios. Am bas hermanas se levantaron con un pretexto
-¿Q ueréis decir que, como hombre inteligente, pondréis al cualquiera mientras yo me quedaba absorto en mis reflexiones.
mal tiempo buena cara? Pero vos os acostaréis aquí, y nosotras N o es sorprendente que el ardor de aquellos besos me hubiera
iremos a dorm ir al canapé, en la otra habitación. inflamado el alma y que, serpenteando por todos mis miembros,
- N o os lo impediré; pero me jugaríais una mala pasada; ade­ me hubiera hecho en ese momento enamorarme perdidamente
más, no quiero acostarme. de las dos hermanas. Am bas eran más bonitas que Angela, y
-¿C ó m o ? ¿Vais a tener el valor de pasar siete horas con no­ tanto Nanette por su inteligencia como Marton por su carácter
sotras? Estoy segura de que cuando ya no sepáis qué decirnos os dulce e ingenuo la superaban en todo: me quedé estupefacto de
dormiréis. no haber reconocido antes su mérito; pero aquellas jóvenes eran
- Y a veremos. Mientras tanto, aquí hay una lengua y vino de nobles, y muy honestas; el azar que las había puesto entre mis
Chipre. ¿Tendréis la crueldad de dejarme comer solo? ¿Tenéis manos no podía resultarles fatal. N o podía creer, sin pecar de
pan? orgullo, que me amaban; pero sí podía suponer que los besos
-S í; y no seremos crueles. Cenarem os por segunda vez. habían surtido en ellas el mismo efecto que habían provocado en
- E s de vosotras de las que debería estar enamorado. Decid­ mí. Partiendo de esta suposición, vi claramente que, con astucias
me, hermosa Nanette, ¿me haríais tan desdichado como Angela? y engaños cuya eficacia no podían conocer, no me resultaría d i­
-¿ O s parece bonito hacerme esa pregunta? Es impertinente. fícil, en el curso de la larga noche que debía pasar con ellas, lo­
Lo único que puedo responderos es que no lo sé. grar placeres cuyas consecuencias podían resultar muy decisivas.
N o tardaron en traer tres cubiertos, pan, queso parmesano y Este pensamiento me horrorizó. Me impuse una ley severa, y no
agua; y riéndose en todo momento comieron y bebieron con­ dudé de que tenía la fuerza necesaria para observarla.
migo el vino de Chipre, que, por no estar acostumbradas, se les Al verlas reaparecer con la seguridad y el contento pintados
subió a la cabeza. Su alegría era deliciosa. Mirándolas me sor­ en sus rasgos, decidí asumir en ese instante el mismo barniz, re­
prendió no haber reconocido hasta ese momento todo su mérito. suelto a no exponerme más al ardor de sus besos.
Después de nuestra pequeña cena, sentado entre ellas, co ­ Pasamos una hora hablando de Angela. Les dije que estaba
giéndoles las manos y besándoselas, les pregunté si de verdad dispuesto a no volver a verla, convencido como estaba de que
eran amigas mías y si aprobaban la forma indigna en que Angela no me quería.
me había tratado. Me respondieron de común acuerdo que yo - O s quiere -m e dijo la ingenua M arto n -, y estoy segura;
les había hecho derramar lágrimas. «Dejadme entonces», les dije, pero si no pensáis en casaros con ella, haríais bien rompiendo
«que tenga con vosotras la ternura de un verdadero hermano, y del todo, porque está decidida a no concederos un solo beso
com partidla com o si fuerais mis hermanas; démonos prendas mientras no seáis su prometido; tenéis, por tanto, que dejarla o
con toda la inocencia de nuestros corazones; besémonos y juré­ resignaros a no encontrarla complaciente en nada.
monos fidelidad eterna.» -R azon áis como un ángel; pero ¿cóm o podéis estar segura
Los primeros besos que les di no procedían ni de un deseo de que me quiere?

108 109
balearse mi plan de pasar la noche sin pretender nada con aque­
—E stoy segurísima. En la amistad fraterna que nos hemos
llas dos muchachas que estaban hechas para el amor. Les dije
prometido, puedo sinceramente decíroslo. Cuando Angela duer­
que me sentía feliz de no alimentar hacia ellas más que senti­
me con nosotras, me llama, cubriéndome de besos, su querido
mientos de amistad, porque, en caso contrario, me resultaría
abate.
muy difícil pasar allí la noche sin desear darles pruebas de mi
Echándose entonces a reír, Nanctte le puso una mano en la
cariño y recibirlas, «porque las dos sois», les dije con aire muy
boca; pero aquella ingenuidad me inflamó tanto que me costó el
frío, «muy bonitas y hechas para enloquecer a cualquier hombre
m ayor de los esfuerzos contenerme. Marton le dijo a Nanctte
al que permitáis conoceros a fondo». Tras decir esto, fingí que
que era imposible, dada mi inteligencia, que ignorase lo que ha­
tenía ganas de dormir.
cían dos buenas amigas cuando dormían juntas.
-D ejao s de cum plidos -m e dijo N an ette- y meteos en la
-C la ro que lo sé -respo n dí y o - ; nadie ignora esos pequeños
cama; nosotras nos acostaremos en la otra habitación, en el ca­
juegos, y no creo, mi querida Nanctte, que hayáis encontrado
napé.
en esa confidencia amistosa nada demasiado indiscreto.
-M e consideraría el más mezquino de los hombres si hiciera
-A h o ra ya está hecho; pero son cosas que no se dicen. ¡Si
eso. Sigamos hablando: ya se me pasarán las ganas de dormir.
Angela llega a enterarse!...
L o siento únicamente por vosotras. Sois vosotras las que debe­
—Se desesperaría, lo sé; pero Marton me ha dado tal prueba de
ríais acostaros; y yo me iré a la otra habitación. Si me teméis,
amistad que le estaré agradecido toda mi vida. Decidido: detesto
encerraos; pero os equivocaríais, porque sólo os amo con entra­
a Angela; no volveré a dirigirle la palabra. Es un alma falsa, sólo
ñas de hermano.
desea mi perdición.
—Nunca lo haremos —me dijo Nanette—. Dejaos convencer,
-P ero , si os ama, no hace mal queriendo casarse con vos.
acostaos aquí.
- D e acuerdo, pero, sirviéndose de ese medio, demuestra que
-V estido no puedo dormir.
sólo piensa en su propio interés: sabiendo que sufro, no puede
-D esnudaos. N o os miraremos.
com portarse com o si no me amase. Mientras tanto, utiliza su
- N o es eso lo que temo; pero nunca podría dorm ir si os veo
monstruosa imaginación para aliviar sus brutales deseos con esta
obligadas a velar por mi culpa.
encantadora Marton, que acepta servirle de marido.
-Tam bién nosotras nos acostaremos -m e dijo M arton-, pero
Las carcajadas de Nanctte redoblaron entonces; pero no
sin desnudarnos.
abandoné mi aire serio ni cambié de estilo con Marton, haciendo
- E s una desconfianza que ofende mi probidad. Decidme,
los elogios más pom posos de su bella sinceridad.
Nanctte, ¿me creéis un hombre honesto?
C o m o aquella conversación me agradaba mucho, le dije a
-S í, claro que sí.
Marton que Angela debía servirle, a su vez, de marido. Enton­
-M u y bien. Pues entonces debéis demostrármelo. Para ello,
ces me contestó riendo que ella sólo era marido de Nanctte, y
las dos tenéis que acostaros a mi lado totalmente desnudas, y
Nanctte hubo de asentir.
contar con la palabra de honor que os doy de no tocaros. Voso­
-P e ro ¿cóm o llama entonces a su marido en sus transportes?
tras sois dos, yo uno: ¿qué podéis temer? ¿N o seréis dueñas de
- le dije.
salir de la cama si dejo de ser juicioso? En resumen, si no con­
-N a d ie lo sabe.
sentís en darme esa prueba de confianza, al menos cuando me
-Entonces amáis a alguien - le dije a Nanctte.
veáis dorm ido, no me acostaré.
- E s cierto, pero nadie sabrá nunca mi secreto.
Dejé entonces de hablar fingiendo que me dormía; ellas ha­
Halagado, pensé entonces que Nanctte podía ser en secreto
blaron entre sí en voz baja. Luego Marton me dijo que me acos­
la rival de Angela. Pero aquella deliciosa conversación hizo tam­

111
110
tara, y que ellas harían lo mismo cuando me vieran dorm ido.
-S í, y me declaro feliz, com o mi hermana, si sois honesto
También Nanette me lo prometió, y entonces les volví la espalda
y fiel.
y, después de haberme desnudado por completo, me metí en la
-H asta la muerte, ángeles míos, todo lo que hemos hecho ha
cama y les deseé buenas noches. Enseguida fingí que me dormía,
sido obra del amor, y que nadie vuelva a hablarme de Angela.
pero un cuarto de hora después me dorm í de verdad, y no me
Entonces le pedí que se levantase para encender las velas,
desperté hasta que ellas se acostaron a mi lado; pero me di media
pero fue Marton quien tuvo esa complacencia. Cuando vi a N a ­
vuelta para recuperar el sueño y sólo empecé a actuar cuando
nette entre mis brazos animada por el fuego del amor, y a Mar­
pude creerlas dormidas. Si no lo estaban, bastaba con que lo fin­
ton que, con una vela en la mano, nos contemplaba y parecía
gieran. Ambas me habían dado la espalda y estábamos a oscuras.
acusarnos de ingratitud porque no le decíamos nada, cuando ella
Empecé por aquella hacia la que me había vuelto sin saber si era
había sido la primera en rendirse a mis caricias y había animado
Nanette o Marton. La encontré acurrucada y envuelta en su ca­
a su hermana a imitarla, sentí toda la plenitud de mi felicidad.
misa, pero como actuaba con cautela y avanzaba poco a poco,
-Levantém onos -le s d ije - para jurarnos una amistad eterna
debió de pensar que lo mejor era fingir que dormía y dejarme
y para refrescarnos.
hacer. Le fui quitando muy despacio la camisa, ella se estiró
Los tres hicimos en una tina llena de agua un lavado de mi in­
poco a poco, y poco a poco, con movimientos seguidos y lentí­
vención que nos divirtió mucho y que renovó todos nuestros
simos, pero de forma prodigiosamente natural, se colocó en la
ardores. Luego, con las ropas de la Edad de O ro, comimos el
posición más agradable que habría podido ofrecerme sin traicio­
resto de la lengua y vaciamos la segunda botella. Tras habernos
narse. Empecé la tarca, pero para rematarla necesitaba que ella se
dicho cien cosas que en la ebriedad de nuestros sentidos sólo al
prestase de tal modo que luego no pudiera negarla, y la natura­
amor le está permitido interpretar, volvim os a acostarnos y pa­
leza terminó por obligarla a decidirse. La encontré virgen sin nin­
samos en juegos amorosos siempre distintos el resto de la noche.
guna duda, y como tampoco podía tener sospechas del dolor que
Fue Nanette la que les puso fin. Com o la señora O rio ya había
había debido soportar, me quedé asombrado. C om o tenía que
salido para misa, tuve que dejarlas abreviando las despedidas.
respetar religiosamente un prejuicio al que debía un goce cuya
Después de jurarles que ya no pensaba en Angela, me fui a casa
dulzura saboreaba por primera vez en mi vida, dejé tranquila a la
a sepultarme en el sueño hasta la hora de comer.
víctima, y me volví del otro lado para hacer lo mismo con la her­
El señor de M alipiero me advirtió un aire jovial y grandes
mana, que también debía contar con mi gratitud.
ojeras. Dejé que pensara lo que quisiera, y no le dije nada. Dos
La encontré inm óvil, en la postura que uno tiene cuando,
días después volví a casa de la señora O rio; como Angela no es­
acostado de espaldas, está profundamente dorm ido y sin temor
taba, me quedé a cenar y luego me marché con el señor Rosa.
alguno. C on el m ayor cuidado, y fingiendo temer despertarla,
Nanette encontró el momento de entregarme una carta y un pa-
empecé por halagar sus sentidos asegurándome de que era tan
quetito. El paquetito contenía un trozo de cera con la impronta
virgen como su hermana; y no tardé en tratarla de la misma ma­
de una llave grabada, y la carta me decía que encargase la llave y
nera hasta que, fingiendo un movimiento muy natural, y sin el
fuera a pasar las noches con ellas cuando me apeteciese. Me daba
que me habría sido imposible consumar la obra, ella misma me
cuenta, además, de que Angela había ¡do a dorm ir con ellas la
ayudó a conseguirlo; pero, en el momento de la crisis, no tuvo
noche anterior, y que, dadas las costumbres que tenían, había
fuerzas para seguir fingiendo y se traicionó estrechándome enér­
adivinado todo lo ocurrido; y que las dos hermanas le repro­
gicamente entre sus brazos y pegando su boca a la mía.
charon al unísono que ella había sido la causa de todo. Les había
-A h o ra estoy seguro - le dije al term inar- de que sois N a ­
soltado los insultos más groseros y había jurado que no volve­
nette.
ría a poner los pies en su casa. Pero a ellas no les preocupaba.

"3
Pocos días después la buena suerte nos libró de Angela. Se -Q uiero», me dice, «que me vistáis completamente de abate con
fue a vivir a Vicenza con su padre,8 que durante dos años se de­ uno de vuestros hábitos, y yo os vestiré de mujer con mi ves­
dicó a pintar al fresco varias casas. A sí pude gozar tranquila­ tido. Bajarem os disfrazados así y bailaremos juntos las con­
mente de aquellos dos ángeles, con las que pasaba por lo menos tradanzas. Venga, deprisa, mi querido amigo, empecemos por
dos noches de la semana, entrando en la casa con la llave que ha­ peinarnos.»

bían sabido facilitarme. Seguro de un éxito galante, y encantado con la extraña aven­
Hacia finales del carnaval, el señor Manzom me dijo que la tura, le arreglo enseguida sus largos cabellos en redondo y dejo
celebre Giulietta quería hablar conmigo, y que estaba ofendida luego que me haga un moño y ponga sobre mi cabeza su propio
porque no había vuelto a verme. C u rioso por saber qué tenía sombrero. Me pone colorete y lunares, yo me presto a todo, me
que decirme, fui a su casa acompañando a M anzom . Tras ha­ muestro satisfecho, y ella me concede graciosamente un dulce
berme recibido de una manera bastante cortés, me dijo que se beso a condición de que no le pida más; le respondo que sólo de
había enterado de que en mi casa había un salón muy hermoso, ella dependía, y que, mientras tanto, debo advertirla que la
y que deseaba que yo le ofreciera un baile cuyo gasto pagana adoro.
ella. Acepté enseguida. Me dio veinticuatro cequícs y me envió Pongo sobre la cama una camisa, un alzacuello, calzones,
a sus criados para que adornaran con arañas el salón y mis ha­ medias negras y un hábito completo. O bligada a dejar caer sus’
bitaciones; yo sólo tenía que ocuparme de la orquesta y de la faldas, se pone hábilmente los calzoncillos y dice que le están
cena. El señor de Sanvitali ya se había marchado’ y el gobierno bien; pero cuando quiere ponerse mis calzones los encuentra de­
de Parma le había puesto a su lado un administrador. Volví a masiado estrechos en la cintura y las caderas. N o queda otro re­
verle diez años después, en Versalles, condecorado con órdenes medio que descoserlos por detrás y, si es preciso, cortar la tela.
reales en calidad de gran escudero de la hija m ayor de Luis XV, Yo me encargo de todo; me siento a los pies de la cama y ella
duquesa de Parma, que, como todas las princesas de Francia, no se coloca delante de mí dándome la espalda, pero le parece que
soportaba vivir en Italia.10 quiero ver demasiado, que hago mi trabajo muy despacio y
El baile salió muy bien. Sólo asistieron los amigos de G iu ­ que toco donde no había que tocar; se impacienta, se aleja, des­
lietta; yo me había permitido invitar en una pequeña sala a la se­ garra y arregla ella misma sus calzones. Yo le pongo las medias,
ñora O rio, a sus dos sobrinas y al procurador Rosa como per­ los zapatos, luego le paso la camisa y, cuando estoy ajustándole
sonas de poca importancia. las chorreras y el cuello, encuentra que mis manos son dema­
Después de la cena, mientras se bailaban minués, la bella me siado curiosas porque su pecho no era demasiado abundante.
lleva aparte y me dice: «Enseñadme vuestra habitación, porque Me cubre de insultos, me llama indecente, pero la dejo que ha­
se me ha ocurrido una idea divertida, ya veréis cóm o nos reí­ ble: no quería que me tomase por incauto, y, además, una mujer
mos». . a la que se han pagado cien mil escudos debía interesar a un pen­
Mi dormitorio estaba en el tercer piso, y a él subimos. Viendo sador. Por fin, una vez vestida ella, me tocaba el turno.
a G iulietta echar el cerrojo a la puerta, no sabía qué pensar. Me quito deprisa los calzones a pesar de que ella no quería,
y se vio obligada a ponerme una camisa y luego la falda; pero de
8. E l pintor lscppo Toscllo. . repente se enfada porque no le oculto el efecto demasiado visi­
9. Sanvitali formó parte del grupo de personas que alquilaban el ble que sobre mí provocaban sus encantos, y se niega a conce­
teatro San Giovanni Grisostomo de 174' a *744 -
derme un alivio que me habría calmado en un instante. Q uiero
10. Luisa Isabel de Bourbon (Madame Premien- o Madame de tran­
ce), hija mayor de Luis XV, se casó en 1739 con Eclipe, infante de Espa­ darle un beso, ella se niega; pierdo entonces la paciencia y, a su
ña y en 1748 duque de Parma, donde hicieron su entrada al año siguiente. pesar, las manchas de mi incontinencia aparecen sobre la camisa.

114
Me cubre de insultos, y a mi vez le respondo y le demuestro su vencerla de que estaba dispuesto a darle toda la satisfacción que
error; mas todo es inútil, está enojada; de cualquier modo, tuvo merecía; pero me asestó un bofetón tan violento que faltó poco
que acabar su obra terminando de vestirme. para que yo se lo devolviera. Me desvestí entonces sin mirarla,
Es evidente que una mujer honesta que se hubiera expuesto y ella hizo otro tanto. Bajam os juntos; pero a pesar del agua
conmigo a semejante aventura habría tenido intenciones tiernas fresca con que me lavé la cara, todos pudieron ver en mi rostro
y no se habría echado atrás en el momento de verme com partir­ la marca de la gruesa mano que la había golpeado.
las; pero las mujeres del tipo de Giulietta están dominadas por Antes de irme, Giulietta me llevó aparte para decirme en el
un espíritu de contradicción que las convierte en sus peores ene­ tono más firme que si tenía ganas de que me tirasen por la ven­
migas. Giulietta se sintió atrapada cuando vio que yo no era tí­ tana no tenía más que volver a su casa, y que me haría asesinar
mido. Mi espontaneidad le pareció una falta de respeto. Le si se hacía público lo que había ocurrido entre nosotros.
habría gustado verme robándole algunos favores concedidos por N o le di m otivos para hacer ni lo uno ni lo otro, pero no
ella pero fingiendo no darse cuenta. Pero esto habría halagado pude impedir que se supiese que habíamos intercambiado las ca­
demasiado su vanidad. misas. C o m o no se me vio volver por su casa, todo el mundo
A sí disfrazados bajamos a la sala, donde un aplauso general creyó que se había visto obligada a dar esa satisfacción al señor
nos puso enseguida de buen humor. Todo el mundo me suponía Q uerini. El lector verá, dentro de seis años, en qué circunstan­
un éxito am oroso que no había conseguido, pero me gustaba cias esta celebre mujer se vio forzada a fingir que había olvidado
dejar que lo creyesen. Me puse a bailar la contradanza con mi toda esta historia.
abate, al que, muy a pesar mío, encontraba encantador. Durante Pase la cuaresma muy feliz con mis dos ángeles, con las reu­
el resto de la noche Giulietta me trató tan bien que, creyéndola niones en casa del señor de Malipicro y estudiando la física ex­
arrepentida de su mala actitud, también me arrepentí de la mía; perimental en el convento della Salute."
pero fue un movimiento de debilidad que el cielo no dejo de cas­ Después de Pascua,” como quería cumplir la palabra dada a
tigar. la condesa de Monterealc, y estaba impaciente por ver de nuevo
Acabada la contradanza, todos los caballeros se creyeron a mi querida Lucia, fui a Pasiano. Encontré una compañía to­
autorizados a tomarse libertades con la Giulietta disfrazada de talmente distinta de la que había encontrado el otoño anterior.
abate, mientras yo me tomaba libertades con las jovenes, que El conde Daniel, que era el m ayor de la familia, casado con cierta
habrían temido hacer el ridículo de haberse opuesto a mis in­ condesa G ozzi,'» y un joven labrador rico casado con una ahi­
tenciones. El señor Q uerini fue lo bastante idiota com o para jada de la vieja condesa, vivían en la casa con su mujer y su cu­
preguntarme si llevaba calzones, y le vi palidecer cuando le dije ñada. La cena se me hizo muy pesada. Me habían alojado en la
que me había visto obligado a cedérselos al abate. Fue a sentarse
en un rincón de la sala y no quiso bailar más. ^ 11. En Santa Maria dclla Salute -cuya iglesia, convento y seminario
N inguno de los asistentes, al darse cuenta por fin de que yo me ron edificados por Longhena (.63.-.656)- siguió Casanova cursos
llevaba una camisa de mujer, dudó del éxito de mi aventura, ex­ de los padres somascos. En la actualidad alberga el seminario patriarcal.
cepto Nanette y Marton, que no podían creerme capaz de una 1 2 . E n 174 2 la Pascua c a y ó el 24 de marzo. L a segunda estancia de
infidelidad. Giulietta comprendió que había cometido una gran C asanov a en Pasiano tuv o lugar p robable m ente en septiembre de 174 3
iras su salida del fuerte de S an t’ An d re a y antes de su viaje a Martorano.’
tontería; pero ya no tenía remedio.
13. Emilia Teresa Gozzi, hermana de Gasparo (1713-1786) y del
Cuando volvim os a mi cuarto para desvestirnos, creyéndola dramaturgo Cario Gozzi (1720-1806), se casó el 27 de abril de 1 7 4 3 ,
arrepentida, y sintiendo además inclinación por ella, pensé que momento en el que Casanova ya estaba encarcelado en el fuerte de’
podía besarla y cogerle al mismo tiempo una mano para con Saín Andrea.

116 117
misma habitación, y ardía de impaciencia por ver a Lucia, con la el bosque para digerir mi tristeza. Pasé dos horas en reflexiones
que estaba decidido a no comportarme como un niño... buenas y malas que siempre empezaban por si. Si yo hubiera lle­
Com o no la había visto antes de acostarme, la esperaba sin gado, como habría podido hacer, ocho días antes, la tierna Lucia
falta por la mañana, al despertarm e; pero en su lugar me en­ 111c habría confiado todo y yo habría impedido aquel crimen.
cuentro con una desagradable criada campesina. Le pregunto Si me hubiera portado con ella como he hecho con Nanette y
por la familia, y no comprendo nada de su respuesta porque sólo Marton, no se habría encontrado, cuando me fui, en un estado
hablaba friulano, la lengua del país. de exaltación que debía de haber sido la principal causa de que
Me inquieto. ¿Q ué ha sido de Lucia? ¿Se habrán descubierto se hubiera entregado a los deseos de aquel canalla. Si no me hu­
nuestras relaciones? ¿Está enferma? ¿H a muerto? Me visto sin biera conocido antes que al lacayo, su alma, aún pura, no le ha­
decir nada. Si le han prohibido verme, me vengaré, porque de bría escuchado. Me desesperaba tener que reconocerme como
una forma u otra hallaré el modo de verla, y por espíritu de ven­ agente del infame seductor, de haber trabajado para él.
ganza haré con ella lo que el honor, a pesar del amor, me impi­
dió hacer. El fio r che sol potea p o rm ifra dei,
Entra en esto el guarda con la tristeza reflejada en el rostro. Q uel fio r che intatto io mi venia serbando
Le pregunto en primer lugar por su mujer, por su hija, y al oír Per non turbar, ohim é! l ’anim o casto
el nombre de Lucia se echa a llorar. O him é! il b e l fio r colui m ’ha coito, e guasto.'*
-¿ H a muerto?
-¡O ja lá hubiera muerto! Desde luego, si hubiera sabido dónde podía encontrarla, ha­
-¿Q u é ha hecho? bría salido inmediatamente en su busca. Antes de enterarme del
-S e escapó con el lacayo del señor conde Daniel, y no sabe­ desastre de Lucia, me sentía orgulloso y ufano de haberme do­
mos dónde está. minado y haberla dejado intacta. Ahora estaba arrepentido y
Llega su mujer y, al oír nuestra conversación, se renueva su avergonzado de mi estúpida indulgencia, y me prometí una con­
dolor y se desmaya. El guarda, viéndome sinceramente unido a ducta más inteligente en lo sucesivo en punto a ser clemente. Lo
su aflicción, me dice que sólo hacía ocho días que le había ocu­ que más me afligía era pensar que Lucia, obligada dentro de
rrido aquella desgracia. poco a la miseria y quizás al oprobio, al acordarse de mí me de­
-C o n o z c o al lacayo - le d ig o -. Es un fam oso granuja. ¿O s testara y me odiase como causa primera de sus desgracias. Este
la pidió en matrimonio? fatal suceso me hizo adoptar un nuevo sistema, que más tarde
- N o , porque estaba seguro de que no se la habríamos dado. llevé demasiado lejos.
-M e sorprende en Lucia. Fui al jardín a reunirme con la ruidosa compañía. Me ani­
—La ha seducido, y sólo después de su fuga hemos sabido de maron tanto que hice las delicias de la mesa. Mi dolor era tan
dónde venía la hinchazón de su vientre. grande que, o lo dejaba a un lado, o me marchaba. Pero me ani­
-Entonces, ¿hacía mucho que se veían? mó mucho el aspecto y todavía más el carácter, completamente
- L o conoció un mes después de vuestra marcha. Tiene que nuevo para mí, de la recién casada. Su hermana era aún más bo-
haberla embrujado, porque era una paloma, y creo que vos po­
déis atestiguarlo.
14. «Y la flor que sólo podía ponerme entre los dioses, / esa flor
-¿ Y nadie sabe dónde están? que yo había dejado intacta / para no turbar, ¡ay!, el alma pura, / ¡ay!,
-N ad ie. Sabe D ios lo que ese miserable hará con ella. la bella flor que el me ha cogido y ajado», Ariosto, Orlando furioso,
Igual de afligido que aquella pobre gente, fui a hundirme en VIII, 77; Casanova modifica levemente el original.

1 18
prudente medio de alejarse de mí corriendo para ir a reunirse
nita; pero las vírgenes empezaban a inquietarme. Suponían de­
con los otros, que entonces se burlaban de mí llamándome mal
masiado trabajo... cazador. De poco servía que le reprochara yo el triunfo mal en­
La recién casada, que debía de tener diecinueve o veinte años,
tendido que así procuraba a su marido. Alababa su ingenio de­
atraía la atención de todos por sus modales afectados. Charla­
plorando su educación. Le decía, para calmarla, que mis modales
tana, llena de refranes que se creía obligada a exhibir, gazmoña y
con una mujer inteligente como ella eran los de la buena socie­
enamorada de su marido, no ocultaba la pena que sentía viéndolo
dad. Pero al cabo de diez o doce días me desesperó diciéndomc
encantado con su hermana, sentada a la mesa frente a él y por él
que, siendo abate, debía saber que en materia de amor el menor
servida. Aquel marido era un estúpido que quizás amaba mucho
contacto era pecado mortal, que Dios lo veía todo y que ella no
a su mujer, pero que por buen tono se creía obligado a mostrarse
quena m condenar su alma ni exponerse a la vergüenza de tener
indiferente y por vanidad se complacía en darle motivos de celos.
que decirle a su confesor que se había rebajado a hacer cosas
Ella, a su vez, tenía miedo de pasar por tonta si se daba por en­
abominables con un cura. Le objeté que yo no era cura, pero
terada: la buena sociedad la cohibía precisamente por querer dar
acabo cerrándome la boca al preguntarme si admitía que lo que
la impresión de estar acostumbrada a ella. Cuando yo contaba
yo quería hacer con ella era pecaminoso. C om o no tuve el valor
historias, me escuchaba atentamente, y, por miedo a pasar por de negarlo, vi que debía poner término a la intriga.
tonta, se reía a destiempo. Terminé sintiendo tanta curiosidad
Me volví frío con ella y, como entonces el viejo conde dijo en
por ella que decidí cortejarla. Mis atenciones, mis melindres, mis
plena mesa que mi frialdad denunciaba que había alcanzado mi
cuidados grandes y pequeños hicieron saber a todos, en menos de
objetivo, no dejé de reprender a la devota su conducta, causa de
tres días, que había puesto en ella mis miras. Se lo dieron a en­
que la gente de mundo lo pensara, pero dio igual. He aquí el cu­
tender públicamente al marido, quien, dándoselas de intrépido,
rioso incidente que provocó el desenlace de la intriga.
se lo tomaba a broma cuando le decían que yo era peligroso. Yo
El día de la A scensión '6 fuim os todos a visitar a la señora
fingía modestia y a menudo indiferencia. En cuanto a el, conse­
Bergalli,'7 mujer célebre en el Parnaso italiano. Antes de volver
cuente con su papel, me incitaba a cortejar a su mujer, que, por
a Pasiano, la hermosa granjera quería montar en el carruaje de
su parte, hacía bastante mal el papel de la disinvolta." cuatro plazas donde ya estaban su marido y su hermana, mien­
El quinto o sexto día, pascando conmigo por el jardín, come­
tras yo iba solo en una calesa de dos ruedas. Protesté en voz alta
tió la estupidez de explicarme la justa razón de sus inquietudes y
quejándome de aquella desconfianza, y todos le hicieron ver que
el daño que su marido le hacía dándole motivos. En tono amis­
no podía hacerme aquella afrenta. Entonces se decidió a venir, y,
toso le respondí que el único medio que podía emplear para co ­ como le dije al postillón que quería tomar el atajo más corto,
rregirle en poco tiempo era aparentar que no veía las atenciones
éste se separo de todos los demás carruajes tomando el camino
que dedicaba a su hermana, y a su vez fingirse enamorada de mí.
por el bosque de Cecchini. El ciclo estaba despejado, pero en
Para incitarla a tomar tal decisión le hice ver que era difícil y que
había que ser muy ingeniosa para interpretar un papel tan falso.
16. F.l 3 de marzo de 1742; probablemente Casanova confunde los
Me aseguró que lo interpretaría a la perfección, pero lo hizo tan
periodos entre sus dos estancias en Pasiano; el día de la Ascensión de
mal que todos se dieron cuenta de que el plan era de mi cosecha. 1 7 4 3 «taba encarcelado en Sant’Andrea; la visita podría haber tenido
Cuando me encontraba a solas con ella en los paseos del jar­ lugar en septiembre de 1743.
dín seguro de que nadie nos veía, y trataba de meterla de verdad 17- l uisa Bergalli (1703-1779), mujer de excepcional belleza y gran
en su papel, ella se volvía seria y dominante y utilizaba el un talento poético, tradujo a Terencio y a Racine y escribió comedias y
poemas, hn 1742 se casó con Gasparo Gozzi; ambos vivieron en Vici­
nale ( 1 74 o"1 7 4 donde los visitó Casanova.
15. Mujer ingenua y desenvuelta.
121
120
menos de media hora se levantó una tormenta de esas que se le­
- L e veo - d ije - , y no piensa en volverse; y, aunque lo hiciera,
vantan en Italia, que duran media hora, parecen querer trastor­
la capa nos cubre por completo a los dos; sed sensata y fingid
nar la tierra y los elementos y terminan en nada: el ciclo se serena
que os habéis desmayado, porque yo desde luego no os suelto.
y el aire refresca, de modo que suelen hacer más bien que mal.
Se resigna, preguntándome cómo podía yo desafiar el rayo
- ¡A y , Dios mío! -d ijo la granjera-. Vamos a tener tormenta.
con semejante maldad; le respondo que el rayo estaba de acuer­
-S í, y a pesar de que la calesa sea cubierta, la lluvia echará a
do conm igo, y, tentada casi a creer que es cierto, poco faltó para
perder vuestro vestido; lo lamento.
que dejara de tener miedo; al ver y sentir mi éxtasis, me pregunta
-¡Q u é im porta el vestido!, lo que me dan miedo son los
si he terminado. Río diciéndolc que no, porque quería su con­
truenos. sentimiento hasta el final de la tormenta.
-Tapaos los oídos. -C on sen tid, o dejo caer la capa.
- ¿ Y los rayos?
-¡S o is un hombre detestable que me ha hecho desgraciada
-Postillón , pongámonos a cubierto en cualquier sitio.
para el resto de mis días! ¿Estáis contento ahora?
-S ó lo hay casas a una media hora de aquí -m e respondió-, y -N o .
dentro de media hora la tormenta habrá terminado. -¿Q u é queréis?
Y, diciendo esto, sigue tranquilamente su camino mientras
- U n diluvio de besos.
los rayos se suceden, el trueno retumba y la pobre mujer tiem­
- ¡Q u é desdichada soy! Bueno, tomad.
bla. Empieza a llover, me quito la capa para cubrirnos los dos
-D ecid que me perdonáis, y admitid que os doy placer.
las piernas y, en esc momento, tras un gran relámpago prego­
-S í. Ya lo veis. O s perdono.
nero del rayo, lo vem os caer a cien pasos de nosotros. Los
Entonces la sequé; y, tras haberle rogado que tuviera la
caballos se encabritan y mi pobre dama se ve asaltada por con­
misma amabilidad conmigo, vi que tenía la sonrisa en los labios.
vulsiones espasmódicas. Se lanza sobre mí estrechándome con
-D ecidm e que me amáis - le dije.
fuerza entre sus brazos. Y o me agacho para recoger la capa, que
- N o , porque sois un ateo y el infierno os aguarda.
había caído a nuestros pies, y al recogerla aprovecho para le­
La devolví entonces a su sitio y, viendo que el tiempo se
vantarle las faldas. Cuando ella hace un gesto para bajárselas, es­
había calmado, le aseguré que el postillón no se había vuelto ni
talla un nuevo rayo, y el espanto le impide moverse. Queriendo
una sola vez. Bromeando con la aventura y besándole las manos,
cubrirla con mi capa, la atraigo hacia mí, ella me cae literalmente
le dije que estaba seguro de haberla curado de su miedo a los
encima y yo, rápidamente, la coloco a horcajadas. Com o su po­
truenos, pero que nunca revelase a nadie el secreto de su cura­
sición no podía ser mejor, no pierdo tiempo, me adapto a ella en
ción. Me respondió que al menos estaba segurísima de que
un instante fingiendo que coloco en la cintura de mis calzones
nunca ninguna mujer se había curado con un remedio parecido.
mi reloj. Com prendiendo que, si no me lo impide, enseguida no
-D eb e de haber ocurrido en mil años un millón de veces - le
podría defenderse, hace un esfuerzo por librarse, pero yo le digo
d ije -. O s aseguro incluso que, al subir a la calesa, he contado
que, si no finge estar desm ayada, el postillón se volvería y lo
con ello, porque no conocía otro medio para lograr poseeros.
vería todo. Mientras digo esto, dejo que me llame impío cuanto
Consolaos. Sabed que no hay en el mundo mujer miedosa que
quiera, la sujeto por la rabadilla y obtengo la más completa vic
en vuestra circunstancia se hubiera atrevido a resistir.
toria que nunca haya obtenido el más hábil gladiador.
—Lo creo, pero de ahora en adelante sólo viajaré con mi ma­
C o m o la lluvia caía a mares y el viento contrario era muy rido.
fuerte, se vio reducida a decirme que estaba deshonrándola por
-H aréis mal, porque vuestro marido no tendrá suficiente in­
que el postillón debía estar viéndolo todo. genio para consolaros com o yo he hecho.

122
-Tam bién eso es verdad. C on vos se aprenden cosas extra­ que siempre me encontraría obediente a sus órdenes. El alquiler
ñas; pero podéis estar seguro de que no volveré a viajar con vos. de la casa estaba pagado hasta fin de año.
En tan bella conversación llegamos a Pasiano antes que todos Cuando supe que a final de año ya no tendría alojamiento, y
los demás. N ada más apearse, corrió a encerrarse en su cuarto que se venderían todos los muebles, sólo me preocupé de mis
mientras yo buscaba un escudo que dar al postillón. Vi que se reía. necesidades. Ya había vendido parte de la ropa blanca, algunas
-¿ D e qué te ríes? colgaduras y porcelanas, y entonces me dediqué a vender los es­
-V o s lo sabéis de sobra. pejos y las camas. N o ignoraba que a la gente le parecía mal,
-Tom a, ahí va un ducado. Pero sé discreto. pero era la herencia de mi padre, sobre la que mi madre no tenía
derecho alguno; me consideraba su dueño. En cuanto a mis her­
manos, ya tendría tiempo de explicárselo.
CAPÍTULO vi Cuatro meses después recibí una carta de mi madre fechada
en Varsovia que contenía otra. Ésta es la traducción de la de mi
M U E R T E DE MI A BU E LA , Y SU S C O N S E C U E N C I A S . P IE R D O m adre... «Aquí he conocido, mi querido hijo, a un sabio monje
EL FAVOR D E L S E Ñ O R DE M A I.I P IE R O . ME Q U E D O SI N CASA. mínimo,1 calabrés, cuyas grandes cualidades me hacen pensar en
LA T I N T O R E T T A . ME ME T EN EN UN S E M I N A R I O . ti cada vez que me honra con su visita. Hace un año le dije que
ME E X P U L S A N . ME M E T EN EN UNA FORT A L EZ A tenía un hijo destinado al estado eclesiástico, pero que yo no te­
nía recursos para mantenerlo. Me respondió que mi hijo sería
En la cena sólo se habló de la tormenta, y el granjero, que como suyo si yo conseguía de la reina1 su nombramiento para un
conocía la debilidad de su mujer, me dijo que estaba seguro de obispado en su tierra. Para ello bastaría, me dijo, que la reina tu­
que yo no volvería a viajar con ella. «N i yo con él», añadió ella, viera la bondad de recomendarlo a su hija, reina de N ápoles.4
«porque es un impío que conjuraba al rayo con sus bromas.» Llena de confianza en Dios, me postré a los pies de Su Majestad
Esta mujer tuvo tal talento para evitarme que no conseguí y hallé gracia. Escribió a su hija, y ésta le hizo elegir por N ues­
volver a encontrarme a solas con ella. tro Señor el papa' para el obispado de M artorano.6 Y para cum-
A mi regreso a Venccia hube de renunciar a mis costumbres
debido a la última enfermedad de mi bondadosa abuela, de la
2. Bernardo de Bcrnardis (i699-i7{8), de origen calabrés, entró
que no me aparté hasta que la vi expirar.1 N o pudo dejarme en la Orden de los Mínimos, que dirigió; famoso predicador, fue esco­
nada, porque me había dado en vida cuanto tenía. Esta muerte gido por el rey de Polonia Federico Augusto como maestro de teolo­
tuvo consecuencias que me obligaron a adoptar un nuevo sis­ gía en Varsovia, donde sirvió como confesor a la reina María Josefina.
tema de vida. Un mes más tarde recibí una carta de mi madre di- Benedicto XIV lo nombró obispo de Martorano en 1743. La Orden de
ciéndom c que, com o no había posibilidades de que pudiera los Frati Mimmi seguía rigurosamente la regla franciscana; fue fundada
por Francisco de Paula (1416-1507) en Calabria en 143} como comu­
volver a Vcnccia, había decidido dejar la casa, cuyo alquiler co­ nidad de ermitaños, y en 1454 pasó a organizarse en monasterios; to­
rría de su cuenta. Me decía que había inform ado de sus inten­ davía subsiste.
ciones al abate Grim ani, cuyas voluntades debía yo obedecer. 3. La reina de Polonia, María Josefina (1669-1757), hija del empe­
Después de haber vendido todos los muebles, el abate se encar­ rador José I y esposa de Augusto III.
garía de meterme, igual que a mis hermanos y a mi hermana, en 4. Maria Amalia Walburga, casada en 1738 con Carlos de Borbón,
rey de Ñapóles y, desde 1759, rey de España con el nombre de Carlos III.
una buena pensión. Fui a casa del señor Grim ani para asegurarle
j. Benedicto XIV, papa de 1740 a 1758.
6. Fue nombrado el 16 de mayo de 1743; Casanova cree estar en
i. Marzia Farusso murió en realidad el 18 de marzo de I 74 i- el año 1742 en parte de este capítulo.

124
consistía la ciencia del señor M alipicro, en que era sabio sin
plir su palabra te recogerá a mediados del año próxim o porque
haber estudiado nunca otro libro que el de la naturaleza moral.
para ir a Calabria debe pasar por Venecia. Él mismo te lo escri­
1 ero, siguiendo las máximas de esa misma escuela, un mes des­
be, respóndele enseguida, envíame tu respuesta y yo se la haré
pués me encontré envuelto en un incidente que me hizo caer en
llegar. Este hom bre te guiará a las m ayores dignidades de la su desgracia y que no me enseñó nada.
Iglesia. Imagina mi consuelo cuando, dentro de veinte o treinta
El señor Malipicro creía reconocer en los rasgos de los jó ve­
años, te vea convertido por lo menos en obispo. Hasta que e
nes signos que indicaban el dom inio absoluto que sobre ellos
llegue, el abate Grim ani se ocupará de ti. Te doy mi bendición, ejercía la fortuna. Cuando veía en algún joven esos signos, se lo
etc...»
y s o y ..., ganaba para enseñarle a secundar a la Fortuna con una conducta
La carta del obispo estaba en latín y, llena de unción, me
sensata, pues con gran verdad decía que la medicina en manos
decía lo mismo, adviniéndom e que sólo se detendría en Venecia
d el imprudente era un veneno, igual que e l veneno se vo lvía m e­
tres días. Le respondí como era debido. Estas dos cartas me des­
d ia n a en manos d el sabio. Tenía en aquel entonces tres favoritos
centraron. Adiós, Venecia. Seguro de tener ante mí el más bri­
por los que hacía cuanto estaba en su poder en lo referente a su
llante futuro que debía esperarme al final de mi carrera, estaba educación. El primero era Teresa Imer, parte de cuyas numero­
impaciente por comenzarla y me felicitaba por no sentir pena
sas vicisitudes podrán leerse en estas memorias. El segundo era
alguna en mi corazón por todo lo que iba a abandonar aleján­
yo, de quien los lectores pensarán lo que quieran; y el tercero,
dome de mi patria. Basta de vanidades, me decía, y lo que en el
una hija del barquero Gardela, una muchacha en cuya bonita
futuro me interese sólo será grande y sólido. El señor Grim ani,
cara se reflejaba un carácter sorprendente, tres años menor que
tras haberme hecho los m ayores cumplidos por mi suerte, me
yo. Para l evarla por el buen camino, el especulativo viejo le
aseguró que me encontraría una pensión, en la q u e entraría a
acia estudiar danza «porque es imposible», decía, «que la bola
principios del año siguiente, mientras esperaba al obispo. entre en la tronera si nadie la empuja». Esta Gardela es la misma
El señor M alipicro, que a su modo era un sabio y me veía en
que con el apellido d ’Agata brilló en Stuttgart. Fue la primera
Venecia engolfado en vanos placeres, quedó encantado al verme
amante oficial del duque de W ürttcm bcrg10 el año 1757. Era en­
en vísperas de ir a cumplir mi destino en otra parte, y al perci­
cantadora. La vi por última vez en Venecia, donde murió hace
bir el entusiasmo de mi alma en la viva prontitud con que me
dos o tres años. Su marido, Michele dcN’ A g ata," se envenenó
sometía a lo que las circunstancias me deparaban. Y me dio en­ poco tiempo después.
tonces una lección que nunca he olvidado. Me dijo que el fa ­
Un día, después de habernos invitado a los tres a comer con
moso precepto de los estoicos sequere D eum ' no quena decir
el, nos dejo com o siempre hacía para ir a echarse la siesta. Antes
otra cosa que déjate llevar por lo que la suerte te presenta siem­
pre que no te produzca una gran repugnancia. Ése era, me decía,
10. C a r lo s Eug e n io, d u q u e de W ürttem berg de 1 7 3 7 a 1 7 9 ,
el demonio de Sócrates: sxpe revocans raro impellens,' de donde
1 1 . M ichcle d e l!’ Agata ( 1 7 2 2 - 1 79 4 ). bailarín y maestro de ballet v e ­
también venía el fata viam in v e n iu n f de los estoicos. En esto neciano q ue triunfo en M unich y Stuttgart; en esta última ciudad ven-

v
d: ; , ; / u r cr’ u; suia Maria Gardcia’ ai ^ ¿e
7 «Sieue a Dios», máxima del pensamiento estoico, que Cicerón do 1 f í nr U' cmP re s a n o del ' « t r o San B cnedctto, pro piedad
atribuyó a los Siete Sabios (De fimbus, III. 22). También la cita Sene« de la familia G r im a n i; p o r un o de sus ballets, Coriolano, C a sa n o v a lo
(De vita beata, X V , 5). , , denu n cu , a los Inquisid ores, que le prohibieron representar la ob ra so
8. « Q u e frena a m enud o y raram ente impulsa», C ic e r ó n , D t divi
: i a ’ mas f ’ S,Cndo e m P rcsari» del teatro de la Fenic e
(« 793- 1794). la denuncia de sus acreed ores ante la Inquisic ión p ro v o c ó
nat,° ne\ E’, destino sabe guiarnos», Virgilio, Eneida, III, 395; X, 1 13. que se suicidara con veneno.
Uno de los preceptos preferidos de Casanova, que lo c.tara a menudo

•27
126
de acudir a tom ar su lección, la pequeña G ardela“ me dejó a
inventario, le mostré todos los muebles que la escritura indicaba
solas con Teresa, que me gustaba bastante a pesar de que nunca
cuando existían, diciéndole, cuando no existían, que no sabía lo
la hubiera galanteado. Sentados uno al lado del otro ante una
que había hecho con ellos. Adoptando tono de amo, aquel patán
mesita, de espaldas a la puerta del cuarto en el que suponíamos
me dijo que quería saber lo que había hecho con ellos, y enton­
que nuestro protector dormía, en cierto momento nos entraron
ces le respondí que a él no tenía que rendirle cuenta alguna;
ganas, en la inocente alegría de nuestros temperamentos, de con­
viendo que me levantaba la voz, le aconsejé irse de un modo que
frontar las diferencias que había entre nuestros cuerpos. N os ha­
le permitió comprender que en mi casa yo era el más fuerte
llábamos en lo más interesante del examen cuando un violento
Com o me creía obligado a informar al señor Grim ani de los
bastonazo cayó sobre mi pescuezo, seguido por otro, al que ha­
hechos fu. enseguida a su casa a la hora en que se levantaba
brían seguido muchos más si rapidísimamentc no me hubiera
cro a mc encontré con mi hombre, que ya se lo había contado
sustraído a la granizada huyendo por la puerta. Volví a casa sin
todo. Hube de sufn r una fuerte reprimenda. Acto seguido me
manteo y sin som brero. Un cuarto de hora después recibía esas
pidió cuenta de los muebles que faltaban. Le respondí que los
prendas de manos de la vieja ama de llaves del senador, junto
había vendido para no contraer deudas. Después de haberme
con una nota en la que se me advertía que no me atreviera a
dicho que yo era un granuja, que los muebles no me pertene­
poner los pies en el palacio de Su Excelencia nunca mas.
cían, que ya sabía él lo que tenía que hacer, me ordenó salir in­
Sin pérdida de tiempo le respondí en estos términos: .M e ha­
mediatamente de su casa.
béis golpeado en un momento de cólera, y por esa razón no podéis
Ciego de rabia, voy en busca de un judío para venderle todos
jactaros de haberm e dado una lección. N o adm ito, por tanto,
los que quedaban; pero, cuando quiero entrar de nuevo en mi
haber aprendido nada. Sólo puedo perdonaros olvidando que sois
casa, encuentro en la puerta a un alguacil que me entrega una
un sabio; y esto no lo olvidaré nunca».
orden de embargo. La Ico, y veo que ha sido hecha a instancias
Puede que el señor M alipiero tuviera razón; pero, con toda
de Antonio Razzctta.'» Era el hombre de la tez curtida. Com o
su prudencia, actuó mal, porque todos sus criados adivinaron la
todas las puertas estaban selladas, no puedo siquiera entrar en mi
causa de mi expulsión y, por consiguiente, toda la ciudad s e n o
cuarto. El alguacil se había ido dejando un guardia. Me marcho
con la historia. N o se atrevió a hacer el menor reproche a Te­
y corro a casa del señor Rosa, quien, una vez leída la orden, me
resa, como ésta me dijo tiempo después; pero, como es logico,
dice que a la mañana siguiente se levantarían los sellos, y que
tampoco Teresa se atrevió a interceder por mí.
mientras tanto, él iba a citar a Razzetta ante el a v o g a d o r '
Com o se acercaba el momento en que debíamos vaciar nues­
-E sta noche -m e d ijo - tendréis que ir a dorm ir a casa de
tra casa, una hermosa mañana vi aparecer ante mí a un individuo
algún amigo. Esto es una arbitrariedad, pero os lo pagará caro.
de unos cuarenta años, con peluca negra y manto escarlata, de
-O b ra así por orden del señor Grim ani.
piel curtida por el sol, que me entregó una nota del señor G n
-P u es peor para él.
mani ordenándome poner a su disposición todos los muebles de
Me fui a pasar la noche con mis ángeles.
la casa consignándolos de acuerdo con el inventario que aquel
hombre traía, y del que yo debía tener copia. Recogí primero mi
13. Después de haber sido su ayuda de cámara, Antonio Lucio Raz­
12 Hiia de gondolero, Ursula Maria Gardela (1730-1793 ° 1794) zetta ascendió al grado de persona de confianza de los hermanos Gri-
mam.
fue bailarina como su marido Michelc dell’Agata, y logró grandes ex.
14. Eran tres los avogador, del común que ostentaban en Venecia la
tos en Alemania; siendo primera bailarina en Stuttgart (1757). ui vi 11
dida por su marido al duque Carlos Eugenio de Wurttemberg, qm b maxima autoridad en los procesos civiles y criminales; elegidos por el
convirtió en su amante oficial. En Stuttgart maltrato a Casanova. senado su mandato, que duraba dieciseis meses, debía ser confirmado
por el Gran Consejo.

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A la mañana siguiente, una vez levantados los sellos, volví a a esc prelado que acaso debía encaminarme hacia el pontificado
mi casa. C om o Razzetta no había aparecido, Rosa lo denuncio Tales cran mis castillos en el aire. Después de comer el mismo día
en mi nombre ante el tribunal para que se ordenara su arresto a en casa del señor Grimani sin dirigir una sola palabra a Razzetta,
día siguiente si no comparecía. Un lacayo del señor G nm an. se que estaba a mi lado, fui por última vez a mi hermosa casa de San
presentó tres días más tarde, muy temprano, con una nota es­ Samuclc, de donde hice transportar en una góndola hasta mi
crita de su mano en la que me ordenaba que fuera a su casa para nuevo alojamiento todo lo que consideré de mi propiedad.
h a b l a r c o n é l; y f u i . La Tintoretta, a quien no conocía, pero de cuyos hábitos y
N ada más verme, me preguntó en tono brusco que pretendía caractcr estaba informado, era una bailarina mediocre, ni guapa
hacer. . ., , m fea, pero inteligente. El príncipe de Waldeck, que gastaba
-Ponerm e a resguardo de la violencia ba,o la protección de grandes sumas en ella, no le impedía seguir conservando a su an­
las leyes, defendiéndome ante un individuo con el que no tengo tiguo protector, un noble veneciano de la familia Lin, hoy ex­
nada que ver y que me ha obligado a pasar la noche en un lugar tinguida de sesenta años, y que estaba en su casa a todas las
de mala nota. horas del día. f-uc este caballero, que me conocía, quien entró
- ¿ E n un lu g a r d e m ala n o ta? en mi cuarto de la planta baja a primera hora de la noche para
-D esde luego. ¿Por qué se me ha impedido entrar en mi casa. darme la bienvenida de parte de la señorita y decirme que, en­
-A h o ra estáis en ella. Pero antes id a decirle a vuestro pro­ cantada de tenerme en su casa, vería con el m ayor agrado que
curador que suspenda toda acción legal. Razzetta ha actuado frecuentase sus reuniones. Respondí al señor Lin que no sabía
sólo por orden mía. Q uizás ibais a vender el resto de los mue­ yo que estuviera en su casa, que el señor Grim ani no me había
bles, y se ha puesto remedio a ello. Podéis disponer de una ha­ a vertido que el cuarto que yo ocupaba le perteneciese, pues, de
bitación en S. G . G riso sto m o ," en una casa de mi propiedad, abcrlo sabido, habría ido a presentarle mis respetos antes in­
cuyo primer piso ocupa la Tintoretta,“ nuestra primera baila­ cluso de hacer trasladar mi pequeño equipaje. Tras esta excusa
rina Haced que lleven a ella vuestras ropas y vuestros libros y subimos al primer piso. Él me presentó y quedó hecho el cono­
venid a comer conmigo todos los días. He metido a vuestro her­ cimiento. Me recibió con aires de princesa, quitándose el guante
mano en una buena casa, y a vuestra hermana en otra; asi todo para darme a besar su mano, y, después de haber dicho mi nom­
queda resuelto. . bre a cinco o seis extranjeros que estaban allí, me los nombró
El señor Rosa, a quien inmediatamente fui a dar cuenta de uno por uno. Luego me hizo sentarme a su lado. Era veneciana
todo, me aconsejó hacer cuanto el abate Grimam quería; y seguí y como me parecía ridículo que me hablase en francés, que yo n ¿
su consejo. Aquello no dejaba de ser una satisfacción, y el hecho com prendía, le rogué que hablara la lengua de nuestra tierra.
de que me admitiera a su mesa me honraba. Sentía ademas cuno M uy extrañada de que yo no hablase francés, me dijo con aire
sidad por mi nuevo alojamiento en casa de la Tintoretta, de la que m ortificado que haría muy mal papel en su casa, dado que sólo
se hablaba mucho a propósito de cierto príncipe de Waldeck que recibía a extranjeros. Le prometí aprenderlo. El potentado llegó
gastaba grandes sumas en ella. El obispo debía llegar en verano, una hora después. Este generoso príncipe me habló en muy buen
por lo tanto sólo me quedaban seis meses aguardando en Vence la italiano, y durante todo el carnaval fue m uy afable conm igo
H a c a el final del carnaval me regaló una tabaquera de oro como
Construida en i 49 7 , la ¡gl«*a de San Giovanni Grisostomo es
recompensa por un malísimo soneto que hice imprimir en honor
taba cerca del teatro de esc nombre, construido en 1677 por los luí
manos Grimani, que fueron sus propietarios hasta su cierre en 1747 ­ de la Signora Margherita Grisellini detta la Tintoretta. Grisellini
16. Margherita Grisellini ( i 7 2 4 '> 7 9 >) debuto como bailarina en Vi era su apellido familiar. La llamaban la Tintoretta porque su
necia y trabajó en Nápolcs, Milán y Vicna. padre había sido tintorero. El Grisellini que debía su fortuna al

IJO 131
la misma pasta. La peor jugarreta que la fortuna puede hacer a
conde G iuscppe Brigido era su herm ano.'7 Si todavía vive, es­ un joven de talento es hacerle depender de un necio. Tras orde­
tará pasando una feliz vejez en la bella capital de la Lombardia. narme que me vistiera de seminarista, el cura me llevó a San C i­
La Tintoretta tenía muchas más cualidades que Giulictta para priano de M urano20 para presentarme al rector.
cautivar a hombres inteligentes. Le gustaba la poesía, y me ha­
La iglesia patriarcal de San Cipriano está servida por monjes
bría enamorado de ella de no estar esperando al obispo. Ella es­ somascos.11 Es una orden fundada por el beato G irolam o Mia-
taba enamorada de un joven medico llamado Reghcllim,'« hom­
m ," noble veneciano. El rector me acogió con dulce afabilidad,
bre de mucho mérito que murió en la flor de la edad y al que pero, por el discurso lleno de unción que me hizo, me pareció
todavía echo de menos. Habrá ocasión de hablar de el dentro de
que estaba convencido de que me metían en el seminario como
doce años. . castigo, o, por lo menos, para impedirme que siguiera llevando
Cuando el carnaval iba a terminar, como mi madre había es­ una vida escandalosa.
crito al abate Grim ani que sería vergonzoso que el obispo me
- N o puedo creer, mi reverendísimo padre, que alguien quiera
encontrase alojado en casa de una bailarina, éste decidió alo­ castigarme.
jarme con decencia y dignidad. Consultó con el cura Toscllo, y,
- N o , no, mi querido hijo. Quería deciros que os encontraréis
tras razonar ambos sobre el lugar más adecuado para mi, deci­ muy a gusto con nosotros.
dieron que nada sería mejor que meterme en un seminario. H i­
Me llevaron a ver en tres salas a ciento cincuenta seminaris­
cieron todo a mis espaldas; el cura se encargó de darme la noticia
tas por lo menos, diez o doce clases, el refectorio, el dorm itorio
y convencerme para que entrase en él por mi propia voluntad y los jardines para el pasco en las horas de recreo, y trataron de
de buen ánimo. que imaginase en aquel lugar la vida mas feliz que joven alguno
Me eché a reír cuando oí al cura servirse de un estilo pensado
pudiera desear, hasta el punto de que, a la llegada del obispo, la
para tranquilizarme y dorarme la píldora, y le conteste que es­
echaría de menos. Al mismo tiempo, parecían animarme, di-
taba dispuesto a ir a donde les pareciese bien que fuese. Su idea
ciendome que sólo me quedaría allí cinco o seis meses a lo sumo
era un disparate, porque a los diecisiete años,'» y dada mi forma
Su elocuencia me daba risa. Entré en el seminario a principios de
de ser, nunca debería habérseles ocurrido meterme en un semi­
m arzo.1» Había pasado la noche entre mis dos mujeres, que,
nario. Pero, siempre socrático, y sin sentir la menor aversión,
como la señora O rio y el señor Rosa, no podían concebir que en
no sólo consentí, sino que, como me parecía divertido, estaba
un joven de mi temperamento pudiera haber tanta docilidad.
impaciente por entrar en el seminario. Le dije al señor Grimani
Mis amigas rociaron la cama con sus lágrimas mezcladas con las
que estaba dispuesto a todo siempre que Razzctta no intervi­ mías.
niese. Me lo prometió, pero no mantuvo su palabra después c c
la etapa del seminario; nunca he podido decidir si este abate G n I í - í í C" ' . 563, Cl scminario de San Cipriano se hallaba junto
mani era bueno porque era estúpido, o si la estupidez era un de­ a la abadía de San Cipriano, hoy destruida; lo dirigían los padres so-
máseos. r
fecto de su bondad. Pero todos sus hermanos estaban hechos de
i " Orden de clérigos regulares fundada en ,528 por Girolamo
Emiliam en Somasca (junto a Bcrgamo); se daba por tarca la educación
17. Francesco Grisellini, poeta, traductor, historiador, periodista y y la instrucción de los huérfanos. Pervive como orden en Italia, Suiza y
naturalista muy conocido. Escribió comedias para el teatro de San (,.<> America. y
vanni Grisostomo. . . . 11 . Girolamo Miani, o Emiliani (1486-. 537), fundador de la Orden
,8. Giovanni Reghellini publicó una obra de su especialidad m. ae los sámaseos, fue canonizado en 1767.
dica; aparece citado en el informe del espía Medri ( i 7Sj) como el e n , 23 - Más probablemente hacia finales de marzo, tras la muerte de su
morado de Zanctta Grisellini. abuela.
19. En marzo de 1743 Casanova tenía casi dieciocho anos.

>33
132
La víspera de mi entrada dejé en depósito a la señora Man­
- O s llevaré a ver al padre examinador.
zoni todos mis papeles. Era un grueso paquete que no retire de
- S o y doctor, y no quiero sufrir un examen.
manos de esa respetable dama sino qumee anos después. Aun - E s necesario, hijo mío. Venid.
vive,'4 con ochenta y dos años y buena salud. Riéndose de buena
A quello me pareció un insulto. Me sentí ultrajado. D ecidí
gana de la bobada que suponía mi entrada en el seminario, me
m igarm e en el acto de un modo singular, y la idea me colmó de
profetizó que no aguantaría ni un mes.
- O s equivocáis, señora, estoy encantado de entrar y en el es­ dor me h "í-* ^ Pr<* UntaS ^ cl
paH 170 Cn atm’ .X tant° S solccism os.1< que se vio ob li­
peraré al obispo. gado a ponerme en el curso inferior de gramática, donde, con
- N o os conocéis, ni tampoco al obispo, con el que tampoco
gran satisface,on de mi parte, me vi compañero de dieciocho o
duraréis mucho tiempo. . veinte ninos de nueve a diez años que, cuando supieron que yo
El cura me acompañó al seminario; pero, a mitad del viaje,
era doctor, no hacían más que decir: acaptam us,p ecuniam « Z t -
mandó detener la góndola en San Michele** debido a las ganas; de lamus asinum in patriam suam.17
vomitar que me entraron y que parecían asfixiarme. El hermano
boticario me devolvió la salud con agua de mchsa. Aquello er n ,.,DUrraK tC ‘" i 0 "3 dC! rCCrC° ’ m¡S com Pañcros de dorm itorio,
que estaban todos en el curso de filosofía por lo menos, me mi­
efecto, sin duda, de los esfuerzos am orosos que había hecho
raban con desprecio, y, como hablaban entre sí de sus sublimes
toda la noche con mis dos ángeles, a los que temía estrechar
tesis, se burlaban de mí porque aparentaba escuchar con aten-
entre mis brazos por última vez. Ignoro si el lector sabe lo que
c o n sus disputas, que para mí debían ser enigmas. Yo no tenía
significa para un amante despedirse de la persona amada te­
menor intención de descubrirme, pero tres días después un
miendo no volver a verla. Hace la última ofrenda, y, después de
incidente inevitable me desenmascaró.
haberla hecho, no quiere que haya sido la ultima, y la renuev
El padre Barbarigo/« somasco del convento de la Salute de
hasta ver su alma destilada en sangre.
Vence,a que me había tenido entre sus alumnos de física, vino a
El cura me dejó en manos del rector. Ya habían llevado
visitar al rector, me v,o al salir de misa y me hizo mil cumplidos
equipaje y mi cama al dorm itorio, donde entré para dejar el
L o prim ero que me preguntó fue por la ciencia cn la que me
manteo y mi sombrero. N o me pusieron en la clase de b s ma­
yores porque, a pesar de mi estatura, no tema la edad. Por otra
parte, estaba orgulloso de conservar m. vello: era una pelus.lla
cn gramattea. Llegó cn esc cl tcaJy
ocupaba y creyó que bromeaba cuando le respondí que estaba
(od ’ „

que yo adoraba porque no permitía dudas sobre m. juventud ÍT c s a l r " “ U " a h° ra dCSP” ! apar“ c cl rec,° ' y
Era una ridiculez; pero ¿a qué edad deja el hombre de hacerlas.
-¿Por que os hiccslcis cl ignorante cn cl examen? -m e diio
Es más fácil deshacerse de los vicios. La tiranía no me domino
- ¿ I or que cometisteis la injusticia de someterme a él? '
hasta el punto de obligarme a afeitarme. Fue lo umeo en que nu
Entonces con aire algo contrariado, me llevó a la clase de
pareció tolerante. „ „ . a ..i
dogmatica, donde a mis compañeros de dorm itorio les extrañó
-¿ E n qué clase queréis que os pongamos? -m e pregunto el

26 Impropiedades lingüísticas; deben su nombre a los habitantes


rCC-E n dogmática, reverendísimo padre; quiero aprender la h,s de Sol,, ciudad de la Cilicia, que habían corrompido su lengua gr « en
toria de la Iglesia. su comercio con los bárbaros vecinos. 8 8
27. «Cojamos el dinero y devolvamos cl asno a su casa..
24. La señora Manzoni murió en 1787. a los ochenta y un anos .1.
edad. . .. d e al lsalute.
a S ^ S fcn
r ^ ,T768
^ eera profesor
8°/ m° de
" icf.s.ca
“ maSCO> direct-
en Padua, ^ murió
donde Seminario
hacia
25. Isla a medio camino entre Venecia y Murano.
S' !Cmi > " » * * “ * ^ d , c„ ,78a, siendo profeso, de Z o l

'34
>35
verme. Después de comer, durante el recreo, todos se hicieron ma en ella y no para que charle con un compañero. Por lo tanto,
amigos míos, me rodearon y me pusieron de buen humor. dos amigos sólo pueden infringir esa ley por m otivos ilícitos,'
Un guapo seminarista de quince años, que hoy, a menos que p or otra parte, en su cama son dueños de hacer solos lo que
haya muerto, será obispo, fue el que más me sorprendió por su quieran; y peor para ellos si obran mal. En Alemania, donde los
aspecto y su inteligencia. Me inspiró la más viva amistad, y, en rectores de las comunidades de muchachos se preocupan de im­
las horas de recreo, en vez de jugar a los bolos, pascaba a solas pedir las masturbaciones, es donde más se dan. Los autores de
con él. Hablábam os de poesía. Hacían nuestro deleite las más tales reglamentos fueron necios ignorantes que no conocían ni la
bellas odas de H oracio. Preferíamos el Ariosto al Tasso, y Pe­ naturaleza ni la moral, porque la naturaleza exige, para su propia
trarca era objeto de nuestra admiración, lo mismo que de nues­ conservación, ese alivio en el hom bre sano que no tiene el adju-
tro desprecio lo eran Tassoni'» y Muratori,»0 que le habían cri­ torium»' de la mujer, y la m oral se v e atacada p o r el axioma
ticado. En cuatro días nos hicim os tan buenos amigos que mtimur in vetitum .'1 La prohibición lo excita. Desgraciada la
sentíamos celos uno del otro. N os enfadábamos cuando uno de república cuyo legislador no fu e filósofo. Lo que dice Tissot» sólo
los dos dejaba al otro para pascar con un tercero. ^ es cierto en parte, cuando el jo ven se masturba sin que la natu­
U n hermano lego vigilaba nuestro dorm itorio con la misión raleza lo exija; y esto nunca le ocurrirá a un estudiante, a menos
de mantener la disciplina. Después de la cena, todos íbamos al que a alguien se le ocurra prohibírselo, pues entonces lo hace por
dorm itorio precedidos por ese monje, al que llaman prefecto. el placer de desobedecer, placer natural en todos los hombres
Cada cual se acercaba a su cama y, después de recitar sus ora­ desde E v a y Adán, y que todos se procuran cada vez que se p re­
ciones en voz baja, se desnudaba y se acostaba tranquilamente. senta la ocasión. Las superioras de los conventos fem eninos mues­
Cuando el prefecto nos veía a todos acostados, se acostaba tam­ tran mucha más sabiduría que los hombres en esta materia. Saben
bién. Una gran linterna iluminaba aquel lugar, un rectángulo de por experiencia que no hay chicas que no empiecen a masturbarse
ochenta pasos de largo por diez de ancho. Las camas estaban si­ a la edad de siete años, pero no se les ocurre prohibirles esa
tuadas a igual distancia una de otra, y a la altura de cada una chiquillada, aunque también pueda provocar males en ellas, pero
había un reclinatorio, una silla y la maleta del seminarista. En en menor cantidad debido a la tenuidad de la excreción. ’
uno de los extremos del dorm itorio estaban, a un lado, el lavabo Fue el octavo o noveno día de mi estancia en el seminario
y, al otro, el gabinete que se llama escusado. En el otro extremo, cuando sentí que alguien venía a acostarse a mi lado. Me estre­
junto a la puerta, estaba la cama del prefecto. La de mi amigo se cha enseguida la mano diciéndomc su nombre y me hace reír.
hallaba en el otro lado de la sala, enfrente de la mía, y entre N o podía verle porque la linterna estaba apagada. Era el abate
ambos se encontraba la gran linterna. amigo mío, que, viendo el dorm itorio a oscuras, tuvo el antojo
La principal tarca que dependía de la vigilancia del prefecto de hacerme una visita. Después de reírme, le rogué que se fuera,
era evitar que ningún seminarista fuera a acostarse con otro. porque el prefecto, al despertarse y ver el dorm itorio a oscuras,
Nunca se suponían inocentes esas visitas; era un crimen capital, se levantaría para encender la lámpara y ambos seríamos acusa­
porque la cama de un seminarista sólo está hecha para que ducr- dos de haber consumado el más antiguo de todos los pecados,

29. A lcs s a n d r o Tasso ni ( 1 5 6 5 - 1 6 3 5 ) . poeta có m ico y literato entre J i . «Ayuda.»


c u yas ob ras figuran La secchia rapita ( 16 2 4 ) y Pensien dtversi (16 2 7 ). 32. Nüimur in vetitum semper cupimusque negata: «Nuestros es­
C asan o va alude a su ópera Considerazioni sopra il Petrarca ( 1 6 0 9 - 1 6 1 1 ). fuerzos y nuestros deseos siempre tienden a lo que las leyes humanas
j o . L u d o v i c o A n t o n io M uratori ( 1 6 7 2 - 1 7 5 0 ) , historiador, director y divinas nos prohíben» (Ovidio, El arte de amar, III, 4, 17).
d c la B ib liote ca A m b r o s ia n a (16 9 4 ). y b ib lio te ca r io y a rc h iv e r o del 33 - Simón Andreas Tissot (1728-1797) fue autor de la ópera De mor-
duque de Módcna (1700). ex manustuprauone ortis (1760), a la que aquí se refiere Casanova.

136
*37
presas: la primera es que me encuentro al lado de alguien; la se­
según pretenden algunos. En el momento en que le daba este
gunda, que veo al prefecto de pie en camisa, con una v c l¡ en la
buen consejo, oím os pasos; y el abate escapa; pero al momento
mano, caminando lentamente y mirando a derecha e izquierda
siguiente oigo un gran golpe seguido por la voz ronca del pre­
las camas de los seminaristas. Com prendía que el prefecto hu­
fecto que dice: «¡Granuja! Mañana verás, mañana veras». Y des­ biera podido prender con un encendedor de pólvora una vela en
pués de encender de nuevo la linterna, vuelve a su cama. un instante; pero ¿cóm o explicarme lo que veía? El seminarista
A l día siguiente, antes del toque de campana que ordena c-
acostado en mi cama dorm ía de espaldas a mí. Tomo la decisión
vantarsc, entra el rector acom pañado por el prefecto. «Escu­ irreflexiva de fingir que también duermo. A la segunda o tercera
chadme todos», dice el rector; «nadie ignora el desorden que ha
sacudida del prefecto, finjo despertarme; el otro se despierta de
ocurrido esta noche. Dos de vosotros deben ser culpables, pero verdad. Sorprendido de verse en mi cama, se disculpa.
quiero perdonarlos y, para velar por su honor, evitar que sean co­
-M e he equivocado -m e d ijo - cuando venía a oscuras del cs-
nocidos. Todos vendréis a confesaros conmigo antes del recreo.» cusado; pero la cama estaba vacía.
Y se marchó. N osotros nos vestimos y después de la comida
-Puede ser -le respondí-, porque también yo he ido al es-
todos fuimos a confesarnos con él. Luego nos dirigimos al jar­ cusado.
dín, donde el abate me contó que, al haber tenido la desgracia de
-P e ro ¿como habéis podido acostaros sin decir nada al en­
topar con el prefecto, no se le había ocurrido otra solución que
contrar ocupado vuestro sitio? -pregu ntó el p refecto -. Y, es­
propinarle un empujón para tirarlo al suelo. A sí había tenido
tando a oscuras, ¿cóm o no se os ha ocurrido suponer por lo
tiempo de meterse en la cama. ^ menos que os habíais equivocado de cama?
- Y ahora - le d ije - estáis seguro de vuestro perdón, porque
- N o podía equivocarme porque, a tientas, he encontrado el
muy sensatamente le habéis confesado la verdad al rector. pedestal de ese crucifijo de ahí; y, en cuanto al estudiante acos­
-¿B rom eáis? N o le habría dicho nada, ni siquiera si la ino­ tado en mi cama, no me he dado cuenta
cente visita que os hice hubiera sido pecaminosa. - N o es posible.
-Entonces habéis hecho una confesión falsa porque erais cu -
Entonces se dirigió hacia la lámpara y, viendo el pabilo aplas­
pable de desobediencia. tado, dice:
-Puede ser. Pero él debe culparse a sí mismo, porque nos ha
- N o se ha apagado ella sola. Alguien ha ahogado el pabilo; y
obligado. . solo uno de vosotros dos ha podido ser quien lo ha apagado
-M i querido amigo, vuestro razonamiento es perfecto, y c adrede al ir al escusado. Mañana veremos.
reverendísimo debe de haber aprendido en este momento que
El tonto de mi compañero se fue a su cama, que estaba a mi
todo nuestro dorm itorio es más listo que él. lado; y el prefecto, después de encender de nuevo la lámpara, se
Este asunto habría acabado aquí si tres o cuatro noches des­
metió en la suya. Tras esta escena, que despertó a todo el dor­
pués no me hubiera venido el capricho de devolver a mi amigo
m itorio, me dorm í hasta la aparición del rector, que entró al
su visita. Una hora después de medianoche, tuve necesidad de ir amanecer con gesto furioso acompañado por el prefecto.
al escusado y, al oír cuando volvía a mi cama el ronquido del
Después de haber examinado el local y hacer un largo inte­
prefecto, apague corriendo el pabilo de la lámpara y me metí en
rrogatorio al compañero encontrado en mi cama, que natural­
la cama de mi amigo. Me reconoció en el acto y nos echamos a
mente debía ser considerado más culpable, y a mí, que nunca
reír, pero ambos estábamos atentos a los ronquidos de nuestro
podía ser convicto de pecado, se retiró ordenándonos a todos
vigilante. Cuando dejó de roncar, viendo el peligro, salgo de la
que nos vistiéram os para ir a misa. V olvió cuando estuvimos
cama sin perder un instante y no tardo más que un momento en preparados y, dirigiendo la palabra al compañero vecino mío y
meterme en la mía. Pero nada más meterme topo con dos sor­

■39
i 38
a mí, dijo con dulzura: «Los dos sois culpables de un acto es­
candaloso para el que os habéis puesto de acuerdo, pues para Me despoje entonces de mi uniforme de seminarista y, tras
apagar la lámpara tenéis que haberos puesto de acuerdo. Q uiero ponerme el traje que se lleva en Vcnecia, subimos a la góndola
creer que la causa de todo este desorden, si no inocente, deriva del señor Grim ani, en la que había venido el cura, mientras car­
al menos de una ligereza; pero el dorm itorio entero ha sido es­ gaban en una barca la cama y mi equipaje. El barquero recibió
candalizado, la disciplina ultrajada, y el orden de la casa exige del párroco el encargo de llevar todo al palacio Grim ani. D u ­
rante el camino me dijo que el señor Grimani le había ordenado
una reparación. Salid».
O bedecim os; pero cuando llegamos entre las dos puertas del comunicarme que, si me atrevía a ir al palacio Grim ani, los cria­
dos tenían orden de echarme.
dorm itorio, cuatro criados se apoderaron de nosotros, nos ata­
ron los brazos a la espalda, volvieron a llevarnos dentro y nos Me hizo bajar en los Gcsuiti,>< sin un céntimo y sólo con lo
que llevaba encima.
obligaron a arrodillarnos ante el gran crucifijo. En presencia en­
tonces de todos nuestros compañeros, el rector nos dio un pe­ Fui a com er a casa de la señora M anzoni, que se rió al ver
queño sermón y después dijo a los secuaces que estaban a nues­ cumplida su profecía. Después de la comida me dirigí a casa del
tra espalda que ejecutaran sus órdenes. señor Rosa, para proceder por vías jurídicas contra la tiranía.
Sentí entonces llover sobre mi espalda de siete a ocho golpes Prom etió que me llevaría un requerimiento extrajudicial a casa
de cuerda o de bastón, que soporté, com o el estúpido de mi de la señora O rio, adonde fui para esperarle y para alegrarme
compañero, sin la menor queja. Cuando me desataron, pregunté viendo la sorpresa de mis dos ángeles, mucho m ayor de cuanto
al rector si podía escribir dos líneas al pie del crucifijo. Mando puedo expresar. Llegó el señor Rosa, que me hizo leer el escrito
que me trajeran tinta y papel, y esto fue lo que escribí: que no había tenido tiempo de llevar al notario. Me aseguró que
«Juro por este Dios que nunca he dirigido la palabra al semi­ lo haría al día siguiente. Fui a cenar con mi hermano Francesco,
narista que han encontrado en mi cama. Mi inocencia exige por lo que estaba a pensión en casa del pintor G u ardi.» C om o a mí, la
tanto que proteste y apele contra esa infame violencia a Monseñor tiranía lo sublevaba; y le prometí librarlo de ella. Hacia media­
noche fui a casa de la señora O rio, al tercer piso, donde mis mu-
el patriarca*.
Mi compañero de suplicio también firm ó la protesta; luego jercitas, seguras de que no les fallaría, estaban esperándome. Esa
pregunté a la asamblea si había alguien que pudiera afirmar lo noche, lo confieso para vergüenza mía, el dolor perjudicó al
contrario de lo que yo había jurado por escrito. Entonces todos amor, a pesar de los quince días que había pasado en abstinen­
los seminaristas dijeron con voz unánime que nunca se nos había cia. Tenía que pensar en los m otivos, y el proverbio C ... non
visto hablar juntos, y que no podía saberse quién había apagado vu o lpen sieri»• es indiscutible. Por la mañana me compadecieron
la lámpara. El rector salió silbado, abucheado y desconcertado; de todo corazón; y yo les prom etí que la noche siguiente sería
otro hombre.
mas no por eso dejó de enviarnos a prisión al quinto piso del
convento, separados uno del otro. Una hora después me subie­ 34 - 1 Gesuiti: iglesia y convento situados en el sestiere di Cannare­
ron mi cama y todas mis cosas; y de comer y de cenar todos los gio, construidos por los padres cruciferos en el siglo XI I , reedificados en
días. A los cuatro días vi delante de mí al cura Toscllo con orden 1513. tras un incendio, y de nuevo en 1715 por los jesuítas que habían
de llevarm e a Vcnecia. Le pregunté si estaba enterado de mi tornado poses.ón de ambos en .637. Cuando éstos fueron expulsados
de Italia en 1773, la iglesia siguió abierta al culto hasta su retorno en
asunto. Me respondió que acababa de hablar con el otro semi­
1884; pero para entonces el convento ya había sido convertido en igle­
narista, que sabía todo y que nos creía inocentes; pero que no sia publica y luego en acuartelamiento.
sabía qué hacer. «El rector», me dijo, «no quiere admitir que si­ 3J. Francesco Casanova fue alumno del pintor Francesco Guardi
(1712-1793).
lla equivocado.»
36. Exactamente: 11 cazo non vuole pensieri («La puta no quiere
140
Después de pasar toda la mañana en la Biblioteca de San El centinela llama al cabo, que nos permite descender de la
M arcos1' por no saber adonde ir ni tener un céntimo, salgo a me­ góndola. El oficial que me acompañaba me presenta al coman­
diodía para comer en casa de la señora Manzoni. De pronto, un dante y le entrega una carta. Después de haberla leído, ordena al
soldado se me acerca para decirme que vaya a hablar con alguien señor Zen,«J su ayudante, que me consigne en el cuerpo de guar­
que me espera en una góndola que me señaló en una orilla de la dia y me deje allí. Un cuarto de hora después vi marcharse a mis
p i a z z e t t a Le respondí que si alguien quería hablar conmigo le acompañantes, y volví a ver al ayudante Zen, que me dio tres li­
bastaba con acercarse; pero me replicó en voz baja que, si no iba bras y media diciéndome que tendría una suma igual cada ocho
por las buenas, iría por las malas con la ayuda de un compañero, días. Aquello suponía diez sueldos diarios, es decir, la paga de un
y entonces me dirigí a la orilla sin titubear un instante. Detesto soldado. Dentro de mí no sentí ningún impulso de cólera, sino
la m ayor indignación. Al anochecer encargué que me compraran
el escándalo y la vergüenza de la publicidad. Hubiera podido re­
sistirme y no me habrían detenido, porque los dos soldados iban algo de comer para no m orir de inanición, y luego, echado sobre
desarmados y en Venccia no se permite arrestar a nadie de esa unas tablas, pasé la noche sin pegar ojo en compañía de varios
manera. También contribuyó a ello el sequere D eum .»» N o sen­ soldados esclavonios que no hicieron más que cantar, comer ajo,
tía, además, ninguna resistencia a hacerlo. Por si todo esto fuera fum ar un tabaco que infectaba el aire y beber un vino que se
poco, hay momentos en que hasta el hombre valiente, o no lo es, llama esclavón, negro como la tinta, y que sólo los esclavonios
pueden beber.
o no quiere serlo.
Subo a la góndola y, nada más descorrer la cortina, veo a Al día siguiente, muy temprano, el comandante Pelodoro,43
Razzctta con un oficial. Los dos soldados van a sentarse a proa, éste era su nombre, me hizo subir a su despacho para decirme
reconozco la góndola del señor Grim ani, que se aparta de la o ri­ que, al obligarme a pasar la noche en el cuerpo de guardia, no
había hecho otra cosa que obedecer la orden que había recibido
lla y se encamina hacia el Lido. Nadie me dice una palabra y yo
guardo el mismo silencio. Al cabo de media hora más o menos, del presidente de la Guerra, a quien en Venccia se llama el Sabio
de la escritura.**
la góndola llega a la pequeña puerta del fuerte de Sant’ Andrea,«0
en la embocadura del Adriático, en el mismo punto donde el Bu- —En este momento, señor abate, no tengo otras órdenes que
centauro*' se detiene cuando el dogo va a desposarse con el mar manteneros arrestado en el fuerte y responder de vuestra per­
sona. O s doy por prisión toda la fortaleza. Tenéis una buena
el día de la Ascensión.
habitación, en la que ayer pusieron vuestra cama y vuestro equi-
preocupaciones»), expresión proverbial de uso frecuente en la Italia del
dor Barbarroja (1177) a la ciudad; durante la ceremonia, el dogo lanzaba
siglo xviil.
37. La Biblioteca Marciana se creó con las donaciones de Petrarca al mar desde la cubierta un anillo de oro, símbolo del matrimonio de la
(1362) y del cardenal Besarión, embajador del papa en Venccia (1468); ciudad con el mar, pronunciando las palabras: «Desponsamus te, mare
a partir de 1356 se edificó un palacio junto al de los Dogos, construido nostrum, in signum veri perpetuique dominii». En 1798 la nave, des­
por el Sansovino. pués de ser despojada de su ornamentación, pasó a llamarse Idra y a
38. La piazzetta («plaza pequeña») da a la laguna, en la entrada del ser utilizada como nave de corrección para galeotes.
Gran Canal, entre el Palacio Ducal y las procuradurías. 42. Francesco Zen, ayudante del Castcl Sant’Andrca.
43. Zuanne Pclodoro, comandante del Castcl.
39. «Sigue a Dios.»
40. El Forte o Castcl Sant’Andrca di Lio, la mejor obra defensiva de 44. Savio alia scrittura, nombre del ministro de la Guerra, y uno de
Venccia, estaba situado en la punta de Malamocco; fue construido en los cinco Savi di Terra ferma\ desde 1430 eran elegidos cada seis meses
1544 por el arquitecto militar Michelc Sanmichcli. por el senado para tratar los asuntos de las posesiones de la República
41. // Bucintoro es la nave esculpida con que Venccia recordaba en tierra firme. En la época aquí aludida ejercieron esc cargo Francesco
todos los años la visita que hicieron el papa Alejandro III y el empera- Foscari y Polo Renicr.

142 ■43
tonccs por dos mil albancses. Los llamaban quimar.otas ' El mi­ vez me absorbió y me interesó. ¡Feliz juventud! Sólo la añoro
nistro de la G uerra, que en Venccia se llama el Sabio de la es­ porque siempre me ofrecía novedades; por esa misma razón abo­
critura, los había hecho venir del Levante para promocionarlos. rrezco mi vejez, en la que sólo encuentro novedades en las ga­
Se quería dar a los oficiales la oportunidad de poner de relieve cetas, cuya existencia despreciaba encantado en aquel tiempo y
sus méritos y verlos recompensados. Todos eran naturales de esa en hechos espantosos que me obligan a hacer previsiones.
parte del Epiro que se llama Albania y pertenece a la República. L o primero que hice fue sacar de mi baúl todos los hábitos
Veinticinco años antes se habían distinguido en la última guerra eclesiásticos que tenía y venderlos de manera implacable a un
que la República sostuvo contra los turcos.1 Para mí fue un es­ judio. Mi segunda operación consistió en mandar al señor Rosa
pectáculo tan nuevo como sorprendente ver a dieciocho o veinte todos los recibos de los objetos que había empeñado, ordenán­
oficiales, todos ellos viejos y de buena salud, con la cara cubierta dole que los vendiera todos y me enviara lo obtenido. Gracias a
de cicatrices, igual que el pecho, que mostraban al descubierto. estas dos operaciones me vi en condiciones de ceder a mi sol­
A su teniente coronel le faltaba exactamente una cuarta parte dado los diez malditos sueldos diarios que me daban. O tro
de la cabeza. N o tenía más que una oreja y un ojo, y carecía de soldado que había sido peluquero se ocupaba de mi cabellera,
mandíbula. Sin embargo, hablaba y comía muy bien; era de ca­ que la disc.pl,na del seminario me había obligado a descuidar.
rácter muy alegre y lo acompañaba toda su familia, formada por 1 aseaba por los cuarteles buscando algo que pudiera agradarme.
dos preciosas chicas a las que sus atavíos prestaban más gracia Mis únicos refugios eran la casa del comandante, por razones
todavía, y por siete chicos, todos soldados. Este hombre media sentimentales, y el cuartel del cara cortada por un poco de amor
seis pies de alto y era apuesto, pero tan feo de rostro debido a su a la albanesa. Este último, seguro de que su coronel sería nom­
horrible cicatriz que daba miedo. Pese a ello, enseguida me re­ brado brigadier, aspiraba a mandar el regimiento, pero temía no
sultó simpático, y habría conversado mucho con el si no hubiera conseguirlo por las pretensiones de un competidor. Le redacté
comido ajos en tan gran cantidad como yo pan. Siempre llevaba un memorial breve, pero tan enérgico que el Sabio, tras haberle
en el bolsillo veinte dientes de ajo por lo menos, igual que no­ preguntado quién era su autor, le prom etió lo que pedía. R e­
sotros llevamos peladillas. ¿H ay quien dude de que el a,o no es gresó al fuerte tan contento que, estrechándome contra su
un veneno? La única propiedad medicinal que tiene es abrir el pecho dijo que me estaba muy agradecido. Me invitó a comer
apetito a los animales desganados. con su familia unos platos con ajo que me quemaron el alma y
Aquel hombre no sabía escribir; pero no se avergonzaba, luego me regaló doce botargas» y dos libras de exquisito tabaco
porque, a excepción del cura y de un cirujano, nadie en el regi­ gm ge."
miento era capaz de hacerlo. Todos, oficiales y soldados, teman El efecto de mi memorial hizo creer al resto de oficiales que
la bolsa llena de oro, y por lo menos la mitad estaban casados^ no conseguirían nada sin la ayuda de mi pluma; y no se la negué
Por eso vi quinientas o seiscientas mujeres y una gran cantidai a nadie, cosa que me procuró disgustos porque prestaba mis ser­
de niños. El espectáculo que se ofrecía a mis ojos por primera vicios a uno que me los pagaba y poco después a su rival. Vién­
dome dueño de treinta o cuarenta cequíes, ya había dejado de
Habitantes de Quimara, puerto de la Albania meridional .il temer la miseria cuando un funesto accidente me hizo pasar seis
norte de Corfú, que proporcionaba a la República de Venccia un cuerpo semanas muy desagradables.
de soldados. Frente a lo que afirma Casanova, los quimanotas no po
dían haber llegado a Sant’Andrea antes de finales de abril de 174}. scgim 3. Huevas de ciertos peces, sobre todo del mújol, que exprimidas,
secas y saladas al sol o ahumadas eran muy apreciadas como entremés.
GU 2 " Venccia luchó contra los turcos por última vez de 17 ' 4 a 171«: 4 - Tabaco perfumado o aromatizado con esencia de abro (abrus
en este año, la Paz de Passarowitz puso fin a las hostilidades. precatorius), planta leguminosa.

1 46
El 2 de abril,5 día fatal de mi entrada en aquel mundo, vi de­ años' dejaba que durmiera sola a pesar de estar ella en la flor de la
lante de mí, cuando me levantaba de la cama, a una bella griega edad. «Quiera Dios», añadió, «que no llegue a enterarse de que
que me dijo que su marido, alférez, tenía todos los méritos ne­ habéis pasado una hora conmigo, porque haría que me desespe­
rase.»
cesarios para ser ascendido a teniente, y que lo habría con­
seguido si su capitán no se hubiera declarado enemigo suyo Conm ovido por su pena, y, devolviéndole confidencia por
porque ella se negaba a concederle determinadas complacencias confidencia, le dije que, si la griega no me hubiera reducido a un
que su honor sólo le permitía otorgar a su marido. Me presenta estado vergonzoso, me haría feliz eligiéndome com o instru­
mento de su venganza. A estas palabras, que dije con la mayor
unos certificados, me ruega que le prepare un memorial que ella
misma iría a presentar al Sabio, y termina diciéndome que, por buena fe del mundo y hasta es posible que a manera de cum ­
plido, se levantó y, ardiendo de cólera, me lanzó todas las inju­
ser pobre, sólo podía recompensar mi molestia con su corazón.
Después de haberle respondido que su corazón sólo podía re­ rias que una mujer ultrajada habría podido lanzar contra un
com pensar deseos, la trato com o hombre que aspira a ser re­ osado que le hubiera faltado al respeto. M uy sorprendido, y
compensado de antemano, sin hallar mas resistencia que la que pensando que quizá le hubiera faltado, le hice una reverencia
para despedirme, pero ella me ordenó que no volviera por su
una mujer guapa opone por cumplido. Al acabar, le digo que vuel
va a mediodía para recoger el memorial; fue puntual. N o le pa­ casa, diciéndome que era un fatuo indigno de hablar con una
rece mal pagarme una segunda vez, y al anochecer, so pretexto mujer de bien. Le declaré al marcharme que una mujer de bien
de ciertas correcciones, viene a recompensarme de nuevo. Pero debería ser más reservada sobre su intimidad de lo que ella era.
a los tres días de la hazaña, en vez de encontrarme recompen­ Luego también pensé que, de haberme encontrado en perfectas
sado, me hallé castigado y obligado a ponerme en manos de un condiciones de salud, no le habría molestado que me hubiera
com portado de otra forma para consolarla.
espagirista* que en seis semanas restableció mi salud. Cuando
fui lo bastante idiota para reprocharle su infame acción, aquella O tro contratiempo que me hizo maldecir a la griega fue una
mujer me respondió riendo que no me había dado más que lo visita de mis ángeles con su tía y el señor Rosa el día de la A s ­
que tenía, y que era yo quien debía estar en guardia. A mi lector censión,* porque el fuerte era el sitio desde donde se ve más de
cerca la ceremonia. Los invité a comer y les hice compañía toda
le resultará difícil imaginar la pena y la vergüenza que esta des­
la jornada. Fue en la soledad de una casamata donde ellas salta­
gracia me causó. Me miraba a mí mismo como un hombre de­
gradado; el lance provocado por ese incidente puede dar una ron a mi cuello creyendo que iba a darles enseguida un buen cer­
tificado de mi constancia; pero, ¡ay de mí!, sólo las cubrí de
idea bastante curiosa de mi aturdimiento.
besos, fingiendo temor a que alguien entrase.
La señora Vida, hermana del comandante y cuyo marido era
celoso, me confió una hermosa mañana, encontrándose a solas Por carta había informado a mi madre del lugar en que me te­
conmigo, no sólo el tormento que causaban en su alma los celos nían hasta la llegada del obispo, y ella me respondió que había
de su esposo, sino también su crueldad, pues desde hacía cuatro escrito al señor Grimani en tales términos que no dudaba de que
conseguiría que me pusieran en libertad dentro de poco; y, en
f. Para Gugitz, Casanova debió de ser llevado al fuerte no en esa cuanto a los muebles que por medio de Razzctta yo había ven­
fecha, sino a principios de mayo, porque más adelante asegura haber dido, me decía que el señor Grimani se había comprometido a
asistido a la expulsión del conde Bonafcdc; sin embargo, según estas
7. Vida sufría de tabes, enfermedad que podría ser atribuida a su
memorias, apenas permaneció tres meses en el fuerte. abstención conyugal.
6. Que practica la medicina cspagírica, o medicina hermética, ba­
8. En 1743 la Ascensión caía el 23 de mayo; el mal tiempo aplazó
sada en el estudio de la naturaleza y conocida desde Paracelso (1491 hasta el 26 la salida del Bucentauro.
1541).

149
148
constituir con ellos un patrim onio’ para mi hermano postumo. aun no había hablado, me dijo entonces que lamentaba no ha­
Fue una impostura: el patrimonio se constituyó trece anos berme encontrado en Vcnccia, porque habría podido llevarlo a
después,'0 de manera ficticia y mediante un estelionato." En su un burdel.
momento hablare de este desdichado hermano que murió en la -A llí habríamos encontrado a tu mujer - le respondí.
miseria en Rom a hace veinte años. -E n tiend o mucho de fisonomías -m e rep licó-. Terminarás
A mediados de junio, los quimariotas fueron devueltos al L e­ ahorcado.
vante, y en el fuerte sólo quedaron de guarnición cien inválidos; En ese momento el comandante se levantó diciéndoles que
aburrido y triste, yo ardía de cólera. C om o el calor era muy tenía asuntos que resolver, y ellos se fueron. Me aseguró que al
fuerte, escribí al señor Grim ani pidiéndole dos trajes de verano día siguiente iría a presentar una queja al Savia alia scrittura. Pero,
e indicándole dónde debían de estar si Razzctta no los había tras esta escena, pensé con toda seriedad en un plan de venganza’
vendido. O cho días después me extrañó ver entrar a este hom ­ Todo el fuerte de Sant’Andrea está rodeado de agua, y nin­
bre en casa del comandante en compañía de otro al que presento gún centinela podía ver mis ventanas. Bajo ellas, por lo tanto,
como el señor Petrillo,'1 célebre favorito de la zarina de todas las una barca a la que hubiera podido descender podría llevarme a
Rusias, procedente de Petersburgo. Yo lo conocía de nombre, Venecia de noche y devolverm e al fuerte antes del amanecer y
pero en lugar de célebre habría debido decir infame, y en lugar despues de haber dado mi golpe. Se trataba de encontrar un bar­
de favorito habría debido llamarle bufón. El comandante los in­ quero que, por dinero, tuviera valor suficiente para arriesgarse
vitó a sentarse y, en esc momento, Razzctta, tras coger de manos a ir a galeras.
del señor Grimani un paquete, me lo dio diciéndomc: «Aquí tie­ Entre los varios barqueros que venían a traer provisiones, uno
nes los andrajos que te traigo». llamado B.agio llamó mi atención. Cuando le hice mi propuesta
-D ía vendrá -le respondí- que te Heve yo un rigano. prometiéndole un cequí, me aseguró que me respondería al día
A sí se llama el uniforme que llevan los galeotes. siguiente. Me dijo que estaba dispuesto. Había querido infor­
A estas palabras, el bellaco se atrevió a levantar su bastón, marse de si yo estaba preso por delitos importantes, y la mujer
pero el comandante lo dejó petrificado preguntándole si tenía del comandante le había dicho que sólo estaba detenido por ca­
ganas de pasar la noche en el cuerpo de guardia. Petrillo, que laveradas. Acordamos que, al anochecer, se apostaría debajo de
mi ventana con su barca, que tendría un mástil lo bastante largo
9. Según las disposiciones del III Concilio de Lctrán (i 179). los para poder agarrarme a él y deslizarme hasta la embarcación.
obispos que consagraban a un clérigo sin garantía de una renta suti- Fue puntual. El ciclo estaba cubierto, la marca era alta, el
cicntc quedaban obligados a procurarle los medios necesarios para su viento contrario, así que bogué con él. Desembarqué en la ri­
mantenimiento, salvo si disponía de patrimomo personal. Con poste­
bera de los Schiavoni del Sepolcro,'» ordenándole esperarme.
rioridad, los obispos debían asegurarse, antes de la ordenación, de que
los clérigos sin esperanzas de un beneficio podían ser consagrados ad Envuelto en un capote de m arinero fui derecho a Sant’A gos-
titulum patrimonii. tino,'« en la calle Bernardo, haciéndome guiar hasta la puerta de
10. Gaetano Casanova fue consagrado subdtacono el 24 de mayo la casa de Razzctta por el m ozo del café.
de 1755 a J titulum patrimonii. . ,
11. Delito de quien vende como propio y libre de unía hipoteca o vm 13. Convento c iglesia situados en la calle dcgli Schiavoni. El con­
culo un inmueble que no es suyo o está gravado por derechos de otros vento fue fundado en 1409 como hospicio para los peregrinos que via-
12 Apodo de Pictro Mira, violinista famoso como buton en la coi ti­ 30 »1 Samo Sepulcro de Jcrusalcn; luego se convirtió en monasterio
de Ana Ivanovna, emperatriz de Rusia ( 1 7 3 ° " 74°). Egresó a Vcnccu con una iglesia anc,a en la que en ,486 se colocó una reproducción del
con una fortuna y compró la vieja posada del L.con Bianco, a orillas di santo Sepulcro.
gran Canal, a la que devolvió su antiguo esplendor. 14- La iglesia parroquial y colegial de Sant’Agostino, en el sesttere

* 5° J 51
Seguro de no hallarlo en casa a esa hora, llamé; y oí, y reco­ Un cuarto de hora antes de medianoche lo veo llegar con
nocí, la voz de mi hermana dicicndomc que, para encontrarlo, paso lento y cadencioso. Salgo de la calle con paso rápido,
debía ir por la mañana. Fui a sentarme entonces al pie del puente avanzo pegado a la pared para obligarlo a dejarme sitio y le doy
para ver por que lado entraba en la calle. Un cuarto de hora antes un prim er golpe en la cabeza, el segundo en el brazo, y con el
de medianoche le vi llegar por el lado de la plaza San P olo.1' tercero, mas fuerte, lo hago caer en el canal mientras grita mi
Com o no necesitaba saber más, volví a mi barca y regresé al fuerte nombre. En esc mismo momento sale de una casa a mi derecha
entrando por la misma ventana sin la menor dificultad. A las cinco un friulan o17 provisto de una linterna; le doy un bastonazo en
de la mañana toda la guarnición me vio pasear por el fuerte. la mano que llevaba el farol, lo suelta, y echa a correr por la
Las medidas y precauciones que adopté para saciar mi odio calle; después de tirar el bastón, cruzo la plaza como un pájaro
contra el verdugo y estar en condiciones de probar mi coartada si y paso el puente mientras la gente acude corriendo al sitio
conseguía matarlo, como era mi intención, fueron las siguientes: donde se había producido el incidente. Pasé el canal en San
El día anterior a la noche acordada con Biagio, me paseé con Tom m aso,■* y pocos minutos después estaba ya en mi barca. El
el joven Alvise Zen, hijo del ayudante, que sólo tenía doce años, viento era muy fuerte, pero favorable. Desplegué la vela y me
pero que me divertía mucho con sus astutas picardías. Más tarde adentré en el mar; daban las doce en el momento en que entraba
se hizo fam oso hasta que el gobierno lo envió a vivir a C orfú en mi cuarto por la ventana. Me desvisto en un abrir y cerrar de
hace veinte años. Hablaré de él en el año 1771- ojos, y, con penetrantes chillidos, despierto a mi soldado para
Paseando, pues, con este niño, fingí sufrir una torcedura al ordenarle que vaya en busca del cirujano porque me moría de
saltar desde un bastión. Me hice llevar a mi cuarto por dos sol­ un cólico. El capellán, despertado por mis gritos, baja y me en­
dados, y el cirujano del fuerte me condenó a guardar cama des­ cuentra preso de convulsiones. Seguro de que el diascordio'»
pués de haberme aplicado en el tobillo paños empapados en agua me curaría, va a buscarlo y me lo trac; pero, en vez de tomarlo,
alcanforada. Todo el mundo vino a verme, c insistí en que mi lo oculto mientras él va a buscar el agua. Tras media hora de as­
soldado me sirviera de guarda, acostándose en mi cuarto. Era un pavientos, digo que me encuentro bien y doy las gracias a
hom bre al que bastaba un solo vaso de aguardiente para em­ todos, que se retiran deseándome un buen sueño. Después de
borracharse y hacerlo dorm ir como un lirón. En cuanto lo vi haber dorm ido bien, me quedé en la cama debido a mi supuesta
dorm ido, despedí al cirujano y al capellán, que ocupaba una ha­ torcedura.
bitación encima de la mía. Faltaba hora y media para la media­ Antes de partir para Venecia, el comandante vino a verme y
noche cuando baje a mi embarcación. a decirme que el cólico que había sufrido debía atribuirse a un
N ada más llegar a Venecia, compre por un sueldo un buen melón que había comido.
bastón y fui a sentarme en el quicio de la penúltima puerta de la Una hora después de mediodía volví a ver al mismo coman­
calle, del lado de la plaza San Polo. Un pequeño y estrecho dante.
canal“ que había en la entrada de la calle me pareció hecho a pro­ -Tengo una gran noticia que daros -m e dijo con aire risue-
pósito para arrojar en él a mi enemigo. H oy día ese canal ya no
se puede ver, porque lo rellenaron unos años más tarde. 17. Los portadores de linternas que acompañaban a la gente por la
noche eran en su mayoría naturales del Friuli; su apelativo es friulano
di San Polo, fue erigida en el siglo X y reedificada y restaurada varias o turlano.
veces tras diversos incendios. ,'8', Le 'gl£Sla Parro(luial y colegial de San Tommaso Apostolo, lla­
i{. El campo San Polo, con la iglesia adyacente construida en el mada de San Toma, estaba, como el rio y el puente del mismo nombre,
siglo IX y restaurada en 1805, estaba en el ¡esliere di San Polo. en el sesttere di San Polo.
16. Este canal había dejado de existir el 27 de abril de 1761. 19- Fármaco astringente y sedativo, hecho con diversos ingredientes.

152 153
ñ o -. La noche pasada a Razzctta lo han apaleado y arrojado a un Por consejo del m ayor presenté entonces al Sabio un memo­
rial en el que le pedía mi libertad, no sin avisar al señor Grimani
canal.
del paso que daba. O cho días después el comandante me dijo
- ¿ N o lo han matado?
que era libre y que él mismo me presentaría al señor Grim ani.
- N o , pero es mejor para vos, porque vuestra situación sería
Me dio la noticia cuando estábamos a la mesa y en un momento
mucho más grave; están seguros de que habéis sido vos quien ha
de alegría. N o la creí, y, queriendo fingir que la creía, le respondí
cometido la fechoría.
que prefería su casa a la ciudad de Venecia y que, para conven­
-M e alegra que lo crean, pues eso me venga en parte, pero
cerle, me quedaría ocho días más en el fuerte si él tenía a bien so­
será difícil probarlo.
portarme. Me tomaron la palabra con gritos de júbilo.
-Tenéis razón. Razzctta anda diciendo que os reconoció, y el
Cuando dos horas después me confirm ó la noticia y ya no
friulano Patissi, al que rompisteis la mano en que llevaba la lin­
pude seguir dudando, me arrepentí del estúpido regalo de ocho
terna, también. Razzctta sólo tiene la nariz rota, tres dientes
días que le había hecho; pero no tuve valor para desdecirme. Las
menos y contusiones en el brazo derecho. O s han denunciado al
avogador. N ada más enterarse del incidente, el señor Grimani muestras de contento por parte de su mujer fueron tales que re­
tractarme me habría vuelto despreciable. Esta buena mujer sabía
ha escrito al Sabio quejándose de que os hubiera puesto en li­
que le debía todo, y tenía miedo a que yo lo adivinase. Pero he
bertad sin avisarle, y yo he llegado al ministerio de la Guerra
aquí el último incidente que me ocurrió en aquel fuerte y que
precisamente en el momento en que leía la carta. He asegurado
no debo callar.
a Su Excelencia que se trataba de una sospecha falsa porque aca­
Un oficial con uniforme nacional entró en el despacho del
baba de dejaros en cama, donde una torcedura os impedía m o­
veros. Le he dicho, además, que a medianoche os sentíais a comandante acompañado por un hombre que aparentaba unos
sesenta años y llevaba espada. El oficial entregó al comandante
punto de m orir debido a un cólico.
una carta lacrada del ministerio de la Guerra, que leyó y a la que
-¿ L a paliza fue a medianoche?
dio respuesta inmediatamente; el oficial se marchó solo.
- E s o dice la denuncia. El Sabio ha escrito acto seguido al
señor Grim ani para certificarle que no habíais salido del fuerte, Entonces el comandante se dirigió al caballero, titulándolo
de conde, para comunicarle que quedaba arrestado por orden
y que la parte demandante podía enviar comisarios para verifi­
car el hecho. A sí pues, debéis esperar interrogatorios dentro de superior y que tenía todo el fuerte por cárcel. Q uiso entonces el
otro entregarle su espada, pero el comandante la rechazó no­
tres o cuatro días.
blemente y lo acompañó a la habitación que le destinaba. Una
-Responderé que lamento ser inocente.
hora después, un criado de librea vino a traer al detenido una
Tres días después vino un com isario con un escribano de la
cama y un baúl, y a la mañana siguiente el mismo criado vino a
A vogaria10 y el proceso concluyó enseguida. Todo el fuerte es­
rogarme, en nombre de su amo, que fuera a almorzar con él. Fui,
taba al tanto de mi esguince, y el capellán, el cirujano, el soldado
y esto es lo que me dijo nada más verme:
y muchos otros que no sabían nada juraron que a medianoche
yo creía morirme presa de un cólico. Com o mi coartada era irre­ -Señor abate, en Venecia se ha hablado tanto de la valentía
futable, el avogador del referatur1' condenó a Razzctta y al ga­ con que demostrasteis la realidad de una coartada increíble que
no debéis quedar sorprendido por las ganas que tenía de cono­
napán a pagar las costas sin perjuicio de mis derechos.
ceros.
-C u an d o la coartada es real, señor conde, no hay valentía en
ío .
Véase más arriba, nota 14, pág. 129.
demostrarla. Permitidme que os diga que, quienes dudan de ella,
21. Los abogados también ejercían la función de fiscal público; las
denuncias escritas o verbales que recibían se llamaban riferle o réferti. me hacen flaco favor, porque...

154
-P u es no hablemos más, y disculpadme. Pero ya que somos Le respondí que yo era libre desde hacía veinticuatro horas,
compañeros, espero que me concedáis vuestra amistad. Alm or­ pero que, para darle una muestra de mi agradecimiento por la
cemos. . __ confidencia que acababa de hacerme, tendría el honor de hacerle
Tras el almuerzo, y después de haber sabido de mi boca quien compañía. Com o ya me había comprometido a ello con el co ­
era yo, creyó deberme la misma cortesía. mandante, era una mentira oficiosa que la cortesía aprueba.
-S o y el conde de Bonafede -m e d ijo -. En mi juventud serví Estando con él después de comer en el torreón del fuerte,
a las órdenes del príncipe Eugenio, pero dejé el servicio militar llamé su atención sobre una góndola de dos remos que se d iri­
para abrazar la carrera civil en Austria y luego, a consecuencia gía hacia nuestro pequeño puerto. Tras apuntar su catalejo a la
de un duelo, en Bavicra. Fue en Munich donde rapte a una jo ­ embarcación, me dijo que su mujer venía a verle acompañada
ven de noble fam ilia“ a la que traje a Venecia, donde me case por su h ija.'4 Salimos a su encuentro.
con ella. Hace veinte años que vivo aquí, tengo seis hijos, y toda Encontré ante mí a una dama que podía haber merecido ser
la ciudad me conoce. Hace ocho días envié a mi lacayo a la posta raptada y a una jovencita de entre catorce y dieciséis años que
de Flandes1’ para recoger mis cartas y no se las dieron porque no me pareció una belleza de nueva especie: de un rubio claro, gran­
llevaba dinero suficiente para pagar el porte. Fui personalmente, des ojos azules, nariz aguileña y una bella boca entreabierta y
y no sirvió de nada que prometiese pagar al ordinario siguiente. risueña que dejaba ver, como por casualidad, los bordes de dos
Me las negaron. Subí a ver al barón de Taxis, director de esa magníficas hileras de dientes, blancos com o su tez si el encar­
posta, para quejarme del agravio; pero me respondió con toda nado no hubiera impedido apreciar toda su blancura. Su talle, a
grosería que sus empleados no hacen más que cumplir sus ór­ fuerza de fino, parecía artificial, y su cuello, muy ancho por
denes, y que cuando pagase el porte obtendría mis cartas. Com o arriba, dejaba ver una pechera magnífica donde sólo se aprecia­
estaba en su despacho, logré contener mi primer impulso, y me ban dos capullos de rosa aislados. Era una nueva especie de lujo
marche; pero un cuarto de hora más tarde le escribí una nota en puesto de relieve por la delgadez. Extasiado por el hechizo de
la que me declaraba agraviado y le exigía satisfacción, advinién­ aquel delicioso pecho totalmente desamueblado, mis ojos insa­
dole que iría con mi espada y que él tendría que entregarme la ciables no podían despegarse de aquel punto. En un instante mi
suya allí donde lo encontrase. N o lo he encontrado por ninguna alma le prestó cuanto deseaba. Alcé la vista hasta el rostro de la
parte, pero, ayer, el secretario de los Inquisidores de Estado me señorita, que con su aire risueño parecía decirme: dentro de un
dijo cara a cara que debía olvidar la descortesía del barón y venir año o dos veréis cuanto imagináis.
con un oficial que allí había a constituirme prisionero en este Iba la condesa elegantemente arreglada según la moda de
fuerte, asegurándome que sólo tendría que pasar aquí ocho días. aquel tiempo, con gran guardainfantc1' y con el atuendo de las
A sí pues, será un verdadero placer en pasarlos con vos. jóvenes nobles que aún no han alcanzado la pubertad; pero la
joven condesa ya era nubil. Nunca había mirado el pecho de una
22. El conde Giuscppc Bonafede, florentino, prestó servicio en la
corte toscana y en el ejército austríaco. Casado con la condesa Juditli
Spaur, conoció durante un viaje a Baviera a Ana Barbara von Lang, con 24. Sólo se sabe, por el testamento del conde Bonafede, que su hija
la que vivió more uxorio tras huir de su esposa, y con la que tal vez se se llamaba Lorenza Maddalcna.
casó a la muerte de esta. Arruinado por los hijos, que le exigieron la he­ 2 j. De origen español -el nombre indica su función, proteger de gol­
rencia materna, trabajó en toda clase de oficios, entre ellos delator a pes a las mujeres en avanzado estado de gestación-, el guardainfantc es­
sueldo de los Inquisidores. Murió en 1762. tuvo de moda entre 1 {60 y 1620; cien años después volvió a ponerlo de
23. Propiedad desde el siglo xvi de la familia Thurn-Taxis, el serví moda la corte francesa, llamándolo vertugadm, hasta 1770. Era un cerco
ció de la Posta imperial tenía su sede veneciana cerca del puente de S.in de hierro, con mimbres y ballenas, que llevaban las mujeres debajo de los
Canciano, en la residencia de su director, el barón Ottaviano von Taxis. vestidos de gala.

1 56 •57
joven de familia noble con menos reserva: me parecía que me planeé, viendo el gran partido que podría sacar, lo siguiente. C o n ­
estaba más que permitido mirar un sitio donde no había nada, y vencida de mi falta de experiencia, creyó que podía decirme que
que exhibía esa nada como un triunfo. ^ su Adán era mucho más hermoso que su Eva, porque no había
Cuando acabó la conversación en alemán entre la señora y el omitido ningún músculo, mientras que en la mujer no se veían.
señor, llegó mi vez. Me presentó en los términos más halagüe­ - E s -m e d ijo - una figura en la que no se ve nada.
ños, y pude oír entonces las cosas más amables. Cuando el co­ —Precisamente esa nada será lo que más me interese.
mandante se creyó en la obligación de acompañar a la condesa a -C reedm e, el Adán os gustará más.
visitar el fuerte, supe sacar el mejor partido de la inferioridad de Me habían alterado tanto estas palabras que se notaba mi in­
mi rango. O frecí el brazo a la señorita, que seguía a su madre decencia, imposible ya de ocultar: el calor era muy fuerte y mis
servida por el comandante. El conde se quedó en su cuarto. calzones de hilo. Tenía miedo de hacer reír a la señora y al co­
C om o yo sólo sabía servir a las damas a la antigua usanza de mandante, que caminaban diez pasos delante de nosotros y p o­
Venecia, parecí torpe a la señorita. C reí servirla con mucha ga­ dían volverse y verme.
lantería poniéndole la mano bajo la axila. Ella se apartó echán­ Para colmo, la señorita dio un paso en falso y se le soltó el
dose a reír con fuerza. Su madre se vuelve para saber de qué se lazo de uno de los zapatos; alargó entonces el pie rogándome
ríe, y yo me quedo desconcertado al oírle responder que le había que se lo atase. Me puse manos a la obra arrodillándome delante
hecho cosquillas en el sobaco. «A sí es», me dice, «como da el de ella, que no llevaba falda bajo el gran miriñaque y que, por no
brazo un caballero bien educado.» recordarlo, levantó el vestido un poco, lo suficiente para que
Y diciendo esto, pasó su mano bajo mi brazo derecho, que yo nada pudiera impedirme ver lo que a punto estuvo de hacerme
todavía doblo mal, haciendo todo lo posible por mostrar aplo­ caer muerto. Cuando me levanté, ella me preguntó si me en­
mo. La joven condesa, convencida entonces de tener que vérse­ contraba mal.
las con el más necio de todos los novatos, decidió divertirse Al salir de una casamata, com o el peinado se le había de­
poniéndome en ascuas. sordenado, me rogó que se lo arreglara agachando su cabeza.
Em pezó por enseñarme que, doblando de aquella forma mi Entonces ya no pude esconderme. Me sacó del apuro pregun­
brazo, lo alejaba demasiado del cuerpo, de manera que rompía tándome si el cordón de mi reloj era regalo de alguna hermosa.
el diseño de las líneas. Le confieso que no sé diseñar, y le pre­ Le respondí tartamudeando que había sido mi hermana quien
gunto si ella sabe. Me dice que estaba aprendiendo, y que, me lo había regalado. Y entonces creyó convencerme de su ino­
cuando fuese a verla, me mostraría el Adán y la E va del caballero cencia preguntándome si se lo permitía ver de cerca. Le respondí
L iberi,’4 que había copiado, y que a sus profesores les habían que estaba cosido al bolsillo; y era cierto. Pero ella, que no lo
parecido bellos sin saber que eran obra suya. creía, quiso sacarlo; com o ya no podía más, apoye mi mano en
-¿ P o r qué ocultarlo? la suya de manera que se creyó obligada a dejar de insistir y a
-P o rqu e las dos figuras están demasiado desnudas. abandonar. Debió de odiarme, porque, al descubrir su juego, yo
- N o tengo curiosidad por ver vuestro A dán, pero sí mucha había carecido de discreción. Se puso seria y, ya sin atreverse a
por vuestra E va. Me interesará, y os guardaré el secreto. reír m a hablarme, fuimos a la garita donde el comandante en­
Su risa contagió a la madre; yo me hacía el bobo. Fue en el señaba a su madre el depósito del cuerpo del mariscal de Schu­
mismo momento en que quiso enseñarme a dar el brazo cuando lenburg, que guardaban allí mientras terminaban de erigirle un
m ausoleo.17 Pero yo sentía tanta vergüenza por lo que había
26. Pietro Liberi (1614-1687), pintor que trabajó en Venecia, alumno
del Paduano. 27. Matthias Johannes Graf von Schulcnburg (1661-1747), general

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hecho que me odiaba a mí mismo y no tenía la menor duda, no El conde salió del fuerte la mañana del octavo día,J1 y yo lo
hice por la tarde, citando al comandante en un café de la plaza
sólo de su odio, sino del m ayor de sus desprecios. Tenía la sen­
sación de ser el primer culpable que había alarmado su virtud, y San M arcos, desde donde debíamos ir juntos a casa del señor
no me habría negado a nada si me hubieran indicado el medio de Grim ani. Nada más llegar a Venccia fui a cenar a casa de la se­
ñora O rio y pasé la noche con mis ángeles, que esperaban que mi
reparar mi torpeza. A sí era, a la edad que entonces tenía, mi de­
obispo se muriese durante el viaje.
licadeza, basada sin embargo en mi opinión de la persona ofen­
dida, opinión que podía estar equivocada. Esa buena fe mía ha Cuando me despedí de la mujer del comandante, mujer esen­
disminuido con el tiempo hasta alcanzar tal grado de debilidad cial cuyo recuerdo siempre me será querido, me agradeció todo
que hoy día sólo me queda su sombra. Pese a ello, no me creo lo que yo había hecho por probar mi coartada. «Pero agrade­
cedme también», me dijo, «que yo haya tenido el talento de co ­
peor que mis iguales en edad y experiencia.
Regresamos al cuarto del conde y pasamos el resto de la jor­ noceros bien. Mi marido no se enteró de nada hasta después.»
nada tristemente. Al anochecer, las damas se marcharon. Hube Al día siguiente, a las doce, fui a casa del abate Grimani con
de prometer a la condesa madre que iría a visitarla al puente de el comandante. Me recibió con aire culpable. Su estupidez me
sorprendió cuando me dijo que debía perdonar a Razzctta y a
Barba Fruitarol,2" donde me dijo que vivía.
La muchacha, a la que creía haber ofendido, me causó una Patissi, que se habían equivocado. Me dijo que, com o la llegada
impresión tan fuerte que pase siete días en medio de la mayor del obispo era inminente, había ordenado que me preparasen
impaciencia. N o veía la hora de visitarla para obtener mi per­ una habitación, y que podría comer a su mesa. Luego fui con él
a saludar al señor Valaresso, hombre inteligente que, acabado su
dón después de convencerla de mi arrepentimiento.
Al día siguiente vi en el aposento del conde a su hijo mayor. 9 semestre,” ya no era Sabio. Cuando el comandante se marchó,
Era feo, pero su aire me pareció noble y no carecía de inteligen­ me pidió que le confesara si había sido yo el autor de los basto­
cia. Veinticinco años después lo encontré en Madrid, de garzón’ nazos a Razzctta, y lo admití sin rodeos; se divirtió mucho
en los Guardias de C o rp s de S. C . M .J1 Había servido veinte cuando le conté toda la historia. Com entó que, com o yo no
años como simple guardia para alcanzar ese grado. Hablare de él podía haberlos apaleado a medianoche, los muy estúpidos se ha­
a su debido tiempo. Sostuvo que yo no le había conocido nunca bían equivocado al hacer la denuncia; pero que, aun así, no ne­
y que nunca me había visto. Su vergüenza necesitaba aquella cesitaba eso para probar mi coartada, porque mi torcedura, que
pasaba por real, me habría bastado.
mentira; me dio pena.
Por fin había llegado el momento en que tenía que ver a la
en Sajonia y mariscal de campo, comandó la infantería de la República diosa de mis pensamientos, de la que quería obtener, por encima
de Venccia distinguiéndose en la defensa de Corfú frente a los turcos. de todo, mi perdón, o morir a sus pies.
Casanova pudo ver su tumba, pero no en esa fecha, ■743 , cuando el mi­ Encuentro sin dificultad su casa;»« no estaba el conde. La se­
litar aún no había muerto. ñora me recibe con palabras muy amables, pero su aspecto me
28. El ponte di Barba Fruttarol, en la actualidad destruido, y el rio
sorprende tanto que no sé qué decirle.
del mismo nombre, hoy enterrado, se encontraba en la parroquia de los
C om o iba a ver a un ángel, creí que entraría en un rincón del
SS. Apostoli.
29. Pietro Giuseppe (muerto en 1788), según el testamento de Bu
32. El 31 de julio de 1743.
nafede.
33. Quizás el senador Zaccaria Valaresso (1686-1769), estimado
30. Véase nota 15, pág. 1014.
31. Su Majestad Católica; en este caso, Carlos III, rey de España de como hombre de letras; ocupó el cargo de Sabio de la escritura en 1748,
poi lo que hay que pensar en un error de Casanova.
1759 a 1788. El título de Rey Católico de España y las Indias fue otor
gado a los reyes españoles por el papa Alejandro VI en 1496. 34. En 1740 el conde Bonafcdc habitaba en los SS. Apostoli.

160
paraíso, y me veo en un salón donde sólo había tres o cuatro si­ nuestros nombres de la lista de los que reciben limosna de la her­
llas de madera podrida y una vieja mesa sucia. Apenas se podía mandad de los pobres. Son esas limosnas*6 las que nos sostienen.
ver porque las contraventanas estaban cerradas. Habría podido ¡Q ué historia! La joven había adivinado lo que yo estaba
pensarse que era para impedir la entrada del calor, pero no era pensando. Los sentimientos se apoderaron de mí, pero mucho
así; era para que no se viese que las ventanas carecían de crista­ mas para avergonzarm e que para emocionarme. Com o no era
les. Vi, sin embargo, que la señora que me recibía estaba envuelta rico y ya no me sentía enamorado, tras exhalar un hondo suspiro
en un vestido hecho jirones y que llevaba una camisa sucia. me volví más frío que el hielo.
Com o me veía distraído me dejó, diciéndomc que iba a enviarme Le respondí, sin em bargo, honradamente, hablándole en
a su hija. . tono razonable con dulzura y aire interesado. Le dije que, si
Ésta se presenta un momento después con aire noble y de­ fuera rico, no me costaría convencerla de que no había revelado
senvuelto diciéndomc que me esperaba impaciente; pero no a sus desgracias a un hombre insensible, y, como mi marcha era in­
aquella hora, en la que no estaba acostumbrada a recibir a nadie. minente, le demostré que mi amistad no le serviría de nada. Ter­
N o sabía yo qué responderle porque me parecía distinta. Su mine con el estúpido lugar común que suele utilizarse para
miserable bata hacía que me pareciese casi fea: ya no me en­ consolar a toda muchacha, incluso honrada, agobiada por la ne­
cuentro culpable de nada. Me sorprende que en el fuerte me hu­ cesidad, augurándole imaginarias felicidades que dependían de la
biera causado tanta impresión, y me parece casi afortunada de fuerza infalible de sus encantos.
que la sorpresa le hubiera conseguido de mí un acto que, lejos -E s o -m e respondió en tono pensativo- puede llegar a ocu­
de ofenderla, debía halagarla. Viendo en mi fisonom ía todos los rrir, siempre que quien los encuentre poderosos sepa que son
movimientos de mi ánimo, me dejó ver e n el suyo, no el despe­ inseparables de mis sentimientos, y que, ajustándose a ellos, me
cho, sino una mortificación que me dio lástima. Si hubiera sa­ rinda la justicia que se me debe. Sólo aspiro a una unión legí­
bido o se hubiera atrevido a filosofar, habría tenido derecho a tima y no pretendo ni la nobleza ni la riqueza; no me hago ilu­
despreciar en mí a un hombre al que únicamente había intere­ siones sobre la primera, y puedo prescindir de la segunda porque
sado por su apariencia, o por la opinión que ella misma me había desde hace mucho me han acostumbrado a la indigencia, c in­
hecho concebir de su nobleza o de su fortuna. cluso a prescindir de lo necesario, lo cual no es fácil de entender.
N o obstante, trató de animarme hablándome con sinceridad. Pero venid a ver mis dibujos.
Estaba segura de que, si conseguía poner en juego el senti­ -So is muy bondadosa, señorita.
miento, lograría convertirlo en abogado suyo. ¡A y !, ya no me acordaba de ellos, y ahora su Eva no podía in­
- O s veo sorprendido, señor abate, y no ignoro la causa. E s­ teresarme. La seguí.
perabais encontrar la magnificencia y, al no hallar más que una Entro en una habitación donde veo una mesa, una silla, un
triste apariencia de miseria, os habéis decepcionado. El gobierno pequeño espejo y una cama levantada, en la que sólo se veía la
sólo paga a mi padre unos honorarios pequeñísimos, y somos parte inferior del jergón, queriendo con ello dejar al espectador
nueve. O bligados a ir a la iglesia todos los días festivos y a ves­ libre para imaginar que había sábanas. Pero lo que me dio el
tir com o nuestra condición exige, con frecuencia nos vemos golpe de gracia fue un hedor que no era reciente; quedé anona­
obligados a quedarnos sin comer para retirar el vestido y el cen dado. N unca enamorado alguno se curó con m ayor rapidez.
dal» que la necesidad nos ha forzado a empeñar. Al día siguiente Solo tengo ganas de marcharme para no volver más, lamentando
volvem os a empeñarlos. Si el cura no nos viera en misa, tacharía
36. Según informes de un espía, en agosto de 1759 un hijo del conde
Bonak-dc. de veintitrés años, con buena salud y bien vestido, había abra­
j f . Vcasc nota 16, pág. 40. zado el estado de mendigo para satisfacer sus vicios.

16 2 163
no poder dejar sobre la mesa un puñado de ccquíes; mi con­ Y del mismo modo que quienes han leído muchos libros sienten
ciencia habría pagado así el precio de mi rescate. gran curiosidad por leer otros nuevos, aunque sean malos, así
Me enseñó sus dibujos, y, com o me parecían bellos, se los un hombre que ha amado a muchas mujeres, todas muy hermo­
alabe sin detenerme en su Eva ni bromear sobre su Adán, como sas, termina sintiendo curiosidad por las feas cuando las en­
habría hecho si mi estado de ánimo hubiera sido otro. Le pre­ cuentra nuevas. Ve a una mujer cubierta de afeites que saltan a
gunté, para salir del paso, por qué teniendo tanto talento no le la vista, pero eso no le repele: su pasión, convertida en vicio, le
sacaba partido aprendiendo a pintar al pastel. sugiere un argumento favorable para el falso frontispicio. Puede
-M e gustaría mucho -m e resp on dió-, pero sólo la caja de ser, se dice, que el libro no sea tan malo; y puede ser que no
colores cuesta dos ccquíes. tenga necesidad de esos ridículos afeites. Trata entonces de re­
-¿M e perdonaréis si me atrevo a daros seis? correrlo, quiere hojearlo, pero no hay nada que hacer; el libro
- ¡A y ! Los acepto; os quedo agradecida, y me creo afortunada vivo se opone; quiere ser leído en regla; y el egnóm ano» es víc­
por haber contraído esta obligación con vos. tima de la coquetería, monstruo que persigue a cuantos tienen
Com o no podía contener sus lágrimas, se volvió para impe­ por oficio amar.
dirme verlas. Rápidamente deposité sobre la mesa la suma y, por Hom bre inteligente que has leído estas últimas veinte líneas
cortesía, y para ahorrarle una posible humillación, deposité en que A polo ha hecho salir de mi pluma, permíteme decirte que,
sus labios un beso que sólo de ella dependió considerar cariñoso. si no sirven para desengañarte, estás perdido; es decir, serás víc­
Deseé que atribuyera al respeto mi moderación. Al despedirme, tima del bello sexo hasta el último instante de tu vida. Si esto no
le prometí volver otro día para presentar mis saludos a su señor te desagrada, te felicito.
padre; pero no cum plí mi palabra. El lector verá a su debido Al anochecer hago una visita a la señora O rio para avisar a
tiempo en qué situación volví a encontrarme con ella diez años mis mujeres de que, alojado como estoy en casa del señor G ri-
más tarde. . mam, no puedo empezar durmiendo fuera. El viejo Rosa me dijo
¡Cuántas reflexiones al salir de aquella casa! ¡Q ué lección. que no se hablaba de otra cosa que del arrojo de mi coartada, y
Meditando sobre la realidad y la imaginación, di la preferencia que, como tanta celebridad sólo podía venir de la certeza en que
a ésta, pues de ella depende la primera. La base del amor, como estaban de su falsía, debía temer por parte de Razzctta una ven­
después he aprendido, es una curiosidad que, unida a la inclina­ ganza del mismo estilo. Por consiguiente debía estar sobre aviso,
ción que la naturaleza ha de darnos para conservarse, lo hace principalmente de noche. H abría hecho mal despreciando c¡
todo. La mujer es como un libro que, bueno o malo, debe em­ consejo del sensato viejo. Sólo salía acompañado o en góndola.
pezar a gustar por la portada; si no es interesante, no inspira el La señora M anzom me felicitó por estas medidas. La justicia,
deseo de leerlo, y esc deseo tiene la misma fuerza que el interés me decía, se había visto obligada a absolverme; pero la opinión
que inspira. La portada de la mujer va también de arriba abajo, publica sabía a qué atenerse y Razzctta no podía haberme per­
como la del libro, y sus pies, que tanto interesan a los hombres donado.
que comparten mis gustos, ofrecen el mismo interés que ofrece Tres o cuatro días después, el señor Grim ani me anunció la
en un hombre de letras la edición de la obra. A la mayoría de llegada del ob isp o.'1 Se alojaba en su convento de los Mínimos
los hombres no les preocupan los bellos pies de una mujer, y a
la m ayoría de los lectores no les preocupa la edición. Por eso las 37- Del griego gignoskein; el termino se ha interpretado como «le-
gomano-, con el significado de -maniaco de la literatura».
mujeres hacen bien en cuidar su cara y su atuendo, porque sólo 38. Bernardo de Bcrnardis llegó a Venecia, procedente de Viena, el
gracias a ellos pueden suscitar la curiosidad de leerlas a quienes, 1 6 de agosto de 17 4 3 , por lo que Casanova no pudo verse con el antes
al nacer, la naturaleza no concedió el privilegio de nacer ciegos. de esa fecha.

164 165
de San Francisco de Paula.»» Él mismo me presentó a este pre­ otra parte, como era quien debía dirigirme por la ancha senda
lado como una joya muy querida y que sólo él podía mostrar. de la Iglesia, no podía dejar de agradarme, pues en esa época, a
Me encontré frente a un atractivo monje, con la cruz de pesar de la buena opinión que yo tenía de mi persona, carecía
obispo sobre el pecho, que me habría recordado al padre M an­ de la menor confianza en mí mismo.
d a si no hubiera tenido una apariencia más robusta y menos re­ Tras la marcha de este buen obispo, el señor Grimani me dio
servada. Tenía treinta y cuatro años,"0 y era obispo por la gracia una carta que le había dejado y que yo debía entregar al padre
de Dios, de la Santa Sede y de mi madre. Después de haberme Lazari, en el convento de los Mínimos de la ciudad de Ancona.«'
dado su bendición, que recibí de rodillas, y la mano a besar, me Com o creo haber dicho, era este monje el que debía encargarse
estrechó contra su pecho llamándome querido hijo en latín, de enviarme a Roma. Grim ani me dijo que me mandaría a A n ­
única lengua en la que siempre me habló. Casi llegué a pensar cona con el embajador de Venecia, que estaba a punto de partir;
que, al ser calabrcs, se avergonzaba de hablar italiano, pero por lo tanto, debía estar preparado para irme. Todo me pareció
cuando habló con el señor Grim ani tuve que rectificar mi op i­ excelente. Estaba impaciente por verme fuera de sus manos.
nión. Me dijo que, como no podía tomarme consigo hasta llegar Tan pronto com o supe el momento en que el séquito del
a Roma, el mismo señor Grim ani se encargaría de que fuera a señor caballero«* da Lezze, embajador de la República,«» debía
esa ciudad, y que en Ancona un monje mínimo amigo suyo, lla­ embarcarse, me despedí de todas mis amistades. Dejé a mi her­
mado Lazari, me daría sus señas y los medios para hacer el viaje. mano f-rancesco en el taller del señor Joli,«« fam oso pintor de
Desde Rom a no volveríam os a separarnos, c iríamos a Marto- escenografías.
rano por Nápoles. Me rogó que fuera a verle muy temprano al C om o la peota«’ en que debía embarcarme para ir a Chioggia
día siguiente; después de decir su misa, desayunaríamos juntos. no se haría a la mar hasta el alba, fui a pasar esa breve noche
Me dijo que se marcharía dos días más tarde. entre los brazos de mis dos ángeles, que en esta ocasión ya no se
El señor Grim ani me llevó de nuevo a su casa soltándome un hicieron ilusiones de volver a verme. Por mi parte, no podía pre­
discurso de moral que sólo podía hacerme reír. Me advirtió, ver nada porque, dejándome llevar por el destino, creía que pen­
entre otras cosas, que no debía dedicarme demasiado al estudio, sar en el futuro era un trabajo inútil. Pasamos esa noche entre la
porque, en el aire denso de Calabria, la excesiva aplicación podía alegría y la tristeza, entre risas y lágrimas. Les devolví la llave.
hacerme enfermar de los pulmones. Este amor, que fue mi primer amor, no me enseñó casi nada de
Al día siguiente, nada más amanecer, fui a ver al obispo. Tras la escuela del mundo, pues fue perfectamente feliz, nunca lo
la misa y el chocolate me catequizó tres horas seguidas. Me di
perfecta cuenta de que no le había gustado; yo, en cambio, quedé 41. Convento construido a finales del siglo XVI , cerca de la iglesia de
San Primiano, a la que estuvo adscrito hasta 1860. Convento c iglesia
muy satisfecho de él; me pareció un hombre muy cortés, y, por
fueron destruidos durante la segunda guerra mundial.
39. El convento de San Francesco de Paola fue en origen un hospi­ 42. La dignidad de caballero sólo se confería a los patricios venecia­
tal transformado en convento en el siglo X V I , en cuartel en 1 806 y en es­ nos que se habían distinguido en cargos públicos; llevaban, como mues­
cuela pública a finales del X I X ; fue demolido en 1883. Sigue existiendo la tra de su dignidad, una estola de oro, por lo que también eran llamados
iglesia, iniciada en 1588 y consagrada en 1619 con el título San Bartolo­ «caballeros de la estola de oro». Su título era hereditario.
meo y San Francesco de Paola. 43. El patricio Andrea VII, o Giovanni da Lezze, hijo del caballero
40. Bernardo de Bernardis, nacido en 1699, tenía entonces cuarenta Andrea, había nacido en 1 7 1 0 ; fue embajador de la República veneciana
y cuatro años. Aunque su nombramiento de obispo de Martorano da 1 1 París ( i 739' | 743)> Roma ( 1 7 4 3 -■ 7 4 j ) y Constantinopla ( 17 4 9 - 1 7 5 0 ) .
taba de mayo de 1743, no fue consagrado hasta el 22 de diciembre di­ 44. Antonio Joli di Dipi (1700-1777), escenógrafo y pintor.
ese año, por lo que Casanova no pudo haberle visto con la cruz obispal 45. Góndola veneciana ligera, de tamaño mediano, para transporte
de pasajeros; navegaba a remo, aunque a veces llevaba una vela.
sobre el pecho.

166
turbó ningún incidente ni lo empañó el menor interés. Los tres C A P Í T U L O VI I I
sentimos muchas veces la necesidad de elevar nuestras almas a la
Providencia eterna para agradecerle la inmediata protección con MIS D E S V E N T U R A S EN C H I O G G I A . EL PAD RE R E C O L E T O
que había alejado de nosotros todos los incidentes que habrían S T E F A N O . L A Z A R E T O DE A N C O N A . I.A ESCLAVA G R I E G A .
podido turbar la dulce paz que habíamos gozado. MI P E R E G R I N A C I Ó N A N O S T R A S I G N O R A DE I .O R E T O .
Dejé a la señora Manzoni todos mis papeles y todos los li­ V O Y A PIE A ROMA Y DE AHÍ A N Á P O I.E S EN BUSCA DEL
bros prohibidos que tenía. Esta señora, que era veinte años ma­ O B I S P O , AL Q U E N O E N C U E N T R O . 1.A F O R T U N A ME O F R E C E
yor que yo y que, creyendo en el destino, se divertía en hojear L O S M E D IO S PARA IR A M A R T O R A N O , DE D O N D E E N SE G U ID A
su gran libro, me dijo riendo que estaba segura de devolverme S A L G O PARA R E G R E S A R A Ñ A P O LE S
cuanto le dejaba al año siguiente a más tardar. Sus predicciones
me sorprendían y me gustaban; como era mucho el respeto que Esa corte del embajador que, según todos, era una gran corte,
sentía por ella, pensé que debía ayudarla a que se cumpliesen. a mí no me parecía nada grande. Estaba compuesta por un ma­
Lo que permitía prever el futuro no era ni la superstición ni un yordom o milanés llamado Carnicelli, un abate que le servía de
vano presentimiento siempre falto de razón, sino un conoci­ secretario porque el embajador no sabía escribir, una vieja que
miento del mundo y del carácter de la persona por la que se in­ llamaban ama de llaves, un cocinero y su mujer, muy fea, y ocho
teresaba. Era la primera en reírse de que no se equivocaba nunca. o diez lacayos.
Fui a embarcarme en la piazzetta de San Marcos. El señor C uando a mediodía llegamos a Chioggia, pregunté cortés-
Grim ani me había dado la víspera diez ccquícs, que, según él, mente al señor Carnicelli dónde iría yo a alojarme.
debían ser más que suficientes para vivir todo el tiempo que iba -D onde queráis. Basta con que ese hombre de ahí sepa dónde
a permanecer en el lazareto de Ancona*6 pasando la cuarentena.47 estáis para que pueda ir a avisaros cuando la tartana' se haga a la
Cuando saliese del lazareto, lo previsible era que no necesitara vela rumbo a Ancona. Mi deber es dejaros en el lazareto de A n ­
dinero. C om o todos lo pensaban, mi deber era estar tan seguro cona libre de gastos en cuanto sigamos viaje. Hasta entonces, d i­
como ellos; pero no lo creía. Me consolaba, sin embargo, por­ vertios.
que, sin que nadie lo supiese, tenía en mi bolsa cuarenta hermo­ Esc hom bre de a h í era el patrón de la tartana. Le pregunto
sos cequíes que animaban mucho mi juvenil ardor. Partí, pues, dónde puedo alojarme.
con la alegría en el alma y sin lamentar nada. —En mi casa, si estáis dispuesto a dorm ir en una cama grande
con el señor cocinero, cuya mujer dorm irá a bordo de mi tar­
tana.
Acepto, y un marinero me acompaña llevando mi baúl, que
coloca debajo de la cama porque la cama ocupaba toda la habi­
tación. Después de tom árm elo con buen humor, pues no era
46. El lazareto de Ancona, construido por Vanvitclli en 17}}, era cc cuestión de hacerme el difícil, voy a comer a la posada y luego
lebre por su belleza y su amplitud. salgo para visitar Chioggia. Es una península, puerto de mar de
47. Los viajeros que pasaban de un estado a otro estaban obligados
a permanecer aislados cuarenta días; en Italia, la institución de la cua Venecia, habitado por diez mil almas,- marineros, pescadores,
rcntcna se atribuye a los venecianos, que tuvieron los primeros lazar«,
tos en el siglo XV. En las centurias siguientes, la duración de l.i 1. Pequeña embarcación de un solo mástil con vela latina, ala de
cuarentena fue abreviándose. En marzo de 174}, una nave genovesa pro cangreja y bauprés, utilizada en todo el Mediterráneo.
cedentc de Oriente llevó a Messina una peste que diezmó la población. 2. Chioggia contaba entonces con 20.000 habitantes.

168
169
comerciantes, picapleitos y empleados en las gabelas y finanzas El joven doctor me dio además otra prueba de amistad: me ad­
de la República. Veo un cafc y entro en él. Un joven doctor en virtió que el padre Corsini era un mal sujeto al que no podían
derecho,' que había sido condiscípulo mío en Padua, me abraza soportar en ninguna parte y al que debía evitar. Agradecí al doc­
y me presenta al boticario que tenía su tienda« al lado del cafe y tor la advertencia, pero no le hice caso creyendo que su mala re­
en la que, según me dice, se reunían todos los literatos. Un putación sólo se debía a sus costum bres libertinas. Tolerante
cuarto de hora más tarde llega un gordo monje dominico, tuerto como soy por carácter, y demasiado atolondrado para no tener
y de M ódcna, llamado C orsin i, a quien yo había conocido en miedo a las trampas, pensé que el monje bien podría procurarme
muchas distracciones.
Vcnccia; al verme, me hace las mayores ceremonias. Me dice que
llego justo a tiempo para participar en la comida campestre que Fue al tercer día cuando el fatídico monje me presentó en un
los académicos m acarrónicos' celebraban al día siguiente, tras lugar al que habría podido ir solo, y en el que, por dármelas de
una sesión de la Academ ia, y en la que cada m iembro recita­ valiente, me entregue a una miserable y fea granuja. Al salir el
ría una com posición propia en honor y gloria de los maca­ monje me llevó a cenar a una posada en compañía de cuatro mi­
rrones* Me anima a honrar a la Academ ia recitando un frag­ serables, amigos suyos. Después de la cena, uno de ellos hizo
mento mío y a participar en la comida campestre, y acepto. una banca de faraón." Después de haber perdido cuatro cequíes
Escribí diez estancias y fui recibido como miembro de la A ca­ quise abandonar, pero mi buen amigo C orsin i me convenció
demia por aclamación. Aún resultó mejor mi participación en la para que arriesgase otros cuatro a medias con él. H izo él la
mesa: com í tantos maccheron, que me consideraron digno de ser banca, y la banca saltó. Yo no quería seguir jugando, pero C o r­
sini, fingiéndose afligido por haber sido causa de mi pérdida, me
proclamado príncipe. ^ .
El joven doctor, también académico, me presento a su fam i­ aconsejó que yo mismo hiciera una banca de veinte, y me des­
lia. Sus padres, gente acomodada, me recibieron de manera muy bancaron. C om o no podía soportar una pérdida tan grande, no
amable. Tenía una hermana bien parecida, y otra, religiosa pro­ fue necesario que me hiciera rogar. La esperanza de recuperar
fesa,7 que me pareció un prodigio. Habría podido pasar agrada­ mi dinero me hizo perder lo que me quedaba. Fui a acostarme
blemente mi tiempo con esta gente hasta el momento de partir, con el cocinero, que dormía y que, despertándose, me dijo que
pero estaba escrito que en Chioggia sólo debía tener disgustos. yo era un libertino. Le respondí que tenía razón.
Abrum ada por esta gran desgracia, mi naturaleza necesitó
3. Giacomo Antonio Vianelli, notario en Chioggia de 1 747 a 1777 »
volverse insensible sumiéndose en el hermano de la muerte Fue
h a b ía obtenido el doctorado en Padua en 1735. 1 1 •
4. La Farmacia alia Beata Verginc del Carmine, frente al palacio el maldito verdugo el que a mediodía me despertó para decirme
municipal, en la piazza. . ... con aire de triunfo que habían invitado a comer a un joven ri­
c El genero macarrónico es una forma poética de origen italiano, quísim o que sólo podía perder, y que así podría desquitarme.
nacida a finales del siglo X V . Derivada de la poesía goliardesca, provo­
caba efectos cómicos mezclando un latín incorrecto y la lengua vulgar, r /n ‘ J UC8° de naiPLCS de Probablc origen veneciano parecido al mon-
ya fuera el italiano o alguna otra lengua dialectal. Durante las primeras Lu 1f ■ 13 CSC nombre P °r 'a figura de un faraón que lle­
décadas del siglo XV I alcanzó su perfección como instrumento expre­ vaban las an..guas cartas; causó furor en toda Europa durante el siglo
X V I I I . Es -un juego de azar que se juega con cartas, en el que el banquero
sivo en la obra de Tcofilo Folengo (1490-1 544)- No se conoce la exis­
tencia de ninguna Academia m a c a r r ó n i c a en Chioggia, aunque los juega solo contra un numero indeterminado de jugadores, cada uno de
literatos de la ciudad solían reunirse en domicilios particulares. os cuales apuesta a una de las cincuenta y dos cartas de que se compone
6. No se trata de los macarrones de origen napolitano que se co­ el juego entero. El banquero tiene un juego parecido; saca dos cartas,
nocen con ese nombre, sino de otro tipo de pasta: los gnocchi. una para el a la derecha, y otra para los jugadores a la izquierda; gana
7. Quizás Arcangela Vianelli, abadesa del convento della Sama todo el dinero con la carta de la derecha, y dobla las cantidades puestas
en la de la izquierda» (I.ittrc).
Croce en 1761.

170 •7 '
-H e perdido todo mi dinero. Prestadme veinte cequíes. de mi ánimo, seguí adormilado. Aborrecía el pensamiento y la
-C u an d o presto estoy seguro de perder; es una superstición, luz, que no me creía digno de gozar. Tenía miedo a despertar del
pero la experiencia me lo ha demostrado. Tratad de buscarlos en todo, porque entonces me vería obligado a la cruel necesidad de
otra parte y venid. Adiós. tomar una decisión. N i por un momento pensé en volver a Ve­
C om o me daba vergüenza confesar mi desgracia a mi pru­ necia, que, sin embargo, es lo que debería haber hecho. Y antes
dente amigo, pregunté al prim ero que pasó dónde vivía algún hubiera preferido la muerte que ir a confiar al joven doctor mi
honrado prestamista. Fui a casa de un viejo, al que llevé a mi alo­ situación. Mi existencia se había vuelto una carga, y esperaba
jamiento y mostré todo el contenido de mi baúl. Después de morir de inanición sin moverme de allí. Y seguro que no me ha­
haber hecho inventario de todos mis efectos, me dio treinta ce- bría decidido a levantarme si el buen Albano, el patrón de la tar­
quíes a condición de que, si no le devolvía la suma tres días des­ tana, no hubiera venido a sacudirme diciéndome que fuera a
pués a más tardar, se quedaría con todo. ¡Vaya usurero aquel bordo, porque el viento era favorable y quería zarpar.
buen hombre! Le hice un escrito de venta, y se lo llevó todo des­ El hombre que sale de una gran perplejidad, sea cual fuere el
pués de darme treinta cequíes completamente nuevos. Fue él modo en que ocurre, se siente aliviado. Me parecía que maese
quien me obligó a quedarme con tres camisas, medias y pañue­ Albano había venido a decirme lo único que, en mi extremada
los, pues yo no quería nada. Tenía el presentimiento seguro de angustia, me quedaba por hacer. Después de vestirme a toda
que esa noche recuperaría todo mi dinero. Algunos años des­ prisa, metí mis camisas en un pañuelo y corrí a embarcarme.
pués me vengué escribiendo una diatriba contra los presenti­ Una hora más tarde la tartana levó anclas, y a la mañana si­
mientos. C reo que el único presentim iento al que puede hacer guiente atracaba en un puerto de Istria llamado Orsara. Todos
caso un hombre sensato es el que le predice desgracia, porque pro­ desembarcamos para pasear por la ciudad, que no merece este
cede de la inteligencia. E l que predice fe licid a d procede del nombre. Pertenece al papa; los venecianos se la regalaron para
corazón, y el corazón es un loco digno de contar con la fortuna, rendir homenaje a la cátedra de san Pedro.
que es una loca. L o único que en aquel momento deseaba era Un joven monje recoleto,'3 llamado fray Stcfano, de Belluno,
reunirme cuanto antes con aquella honrada compañía, cuyo a quien maese Albano, devoto de san Francisco de Asís, había
único temor era no verme llegar. En la cena no se mencionó el embarcado por caridad, se acercó para preguntarme si estaba en­
juego. Hicieron el elogio más pom poso de mis eminentes cuali­ fermo.
dades y celebraron la gran fortuna que debía alcanzar yo en -P adre mío, tengo penas.
Roma. Fui yo quien, después de la cena, viendo que nadie ha­ -L a s disipareis viniendo a desayunar conmigo a casa de una
blaba de jugar, pedí insistentemente mi revancha. Me dijeron de nuestras devotas.
que no tenía más que organizar la banca, y que todos los demás Ilacía treinta y seis horas que en mi estómago no había en­
puntuarían. Eso hice, y después de haber perdido todo hube de trado el menor alimento, y la mar gruesa me había hecho devol­
rogar al lum ine lesus9 que pagase al posadero lo que yo le debía, ver cuanto aún podía contener. Además, mi secreta enfermedad
y él me dijo que respondería por mí. me molestaba muchísimo, sin contar el envilecimiento que abru­
Cuando, desesperado, iba a acostarme, descubrí, para colmo maba mi ánimo por no tener un céntimo. Mi situación era tan
de desgracia, las infames marcas de la misma enfermedad de la
10. Los recollccti («recogidos») eran frailes franciscanos reformados
que aún no hacía dos meses me había curado. Me dorm í abru­ que seguían con rigor la observancia. Fundada en Kspaña en el siglo XV ,
mado. Desperté al cabo de once horas, pero, en el abatimiento la orden se difundió por Francia c Italia. K1 papa León XIII reunió a re­
coletos, observantes y descalzos bajo una única denominación: Frailes
9. «Herido por la luz», Marcial, Epigramas, XII, 54. i- Menores.

172 *73
triste que no tenía fuerzas ni para rechazar nada. Seguí al monje yo encontraba en lo que me leía, y que en realidad no existían.
con la apatía más profunda. Pero para mí pasó muy despacio, debido al ama de llaves, que
Me presentó a su devota diciéndole que me llevaba a Roma, debía llevarme a la cama. Yo era así, y no se si debo avergon­
donde yo iba a tomar el santo hábito de san Francisco. En cual­ zarme o felicitarme por ello. En el más deplorable estado, tanto
quier otra situación no habría dejado pasar aquella mentira, pero físico com o moral, mi alma osaba dejarse arrastrar por la ale­
en esc instante la im postura me pareció divertida. La buena gría, olvidando todos los auténticos motivos de tristeza que a
mujer nos dio una sabrosa comida a base de pescado cocinado cualquier otro hombre lo habrían abrumado.
con un aceite que allí es excelente, y de beber nos ofreció un re­ Por fin llegó el momento. Tras unos primeros avances, la en­
fosco" que me pareció exquisito. Un cura que llegó por casuali­ contré complaciente hasta cierto punto, pero decidida a recha­
dad me aconsejó no pasar la noche en la tartana, y aceptar una zarme cuando fingí querer rendir entera justicia a sus encantos.
cama en su casa, c incluso una comida el día siguiente si el viento Satisfecho con lo que había conseguido, y más todavía de que
nos impedía partir. Acepte sin la menor vacilación. Después de ella no me hubiera dejado llegar hasta el final, dorm í muy bien.
haber dado las gracias a la devota, fui a pascar con el cura, que Al día siguiente, cuando me trajo el café, me pareció por su aire
me dio una buena cena hecha por su ama de llaves, que se sentó encantada del conocim iento íntimo que habíamos hecho. Mi
a la mesa con nosotros y que me agradó. Su refosco, mejor aún com portam iento trató de convencerla de que mi ternura sólo
que el de la devota, me hizo olvidar mis penas y charlé con aquel había sido un efecto del refosco, y no me secundó. Pero embe­
cura muy alegremente. Q uiso leerme un pequeño poema que lleció su rechazo con una cláusula que me la volvió querida. Me
había escrito, pero, como no podía tener los ojos abiertos, le dije dijo que, como podían sorprendernos, más valía dejarlo para la
que le oiría con mucho gusto al día siguiente. noche, porque el viento del sudeste era más fuerte que la vís­
Fui a acostarme tomando precauciones para que mi peste no pera. Aquello era una promesa formal. Me dispuse a gozar ser-
infectase las sábanas. Diez horas después, el ama de llaves, que vatis servandis."
espiaba el momento de mi despertar, me trajo café, dejándome Con el cura la jornada fue igual que la anterior. A la hora de
luego solo para que pudiera vestirme con toda libertad. Aquella ir a dormir, el ama de llaves me dijo, al dejarme, que volvería.
ama de llaves, joven y de buen cuerpo, me pareció que merecía Examinándome entonces, llegué a la conclusión de que, con cier­
mi atención. Me mortificaba sin embargo mi estado, que me im­ tas precauciones, podría arreglármelas sin correr el riesgo de
pedía convencerla de que le hacía justicia. N o podía soportar tener que reprocharme una iniquidad imperdonable. Me parecía
que me tuviese por frío o descortés. que absteniéndome, y diciendole la razón, yo me cubriría de
Decidido a pagar bien a mi anfitrión escuchando atentamente oprobio y a ella la habría colm ado de vergüenza. C ierto que,
su poema, mandé al infierno la tristeza. Hice sobre sus versos de haber sido prudente, no habría debido empezar, pero me pa­
comentarios que le encantaron, hasta el punto de que, cncon recía que ya era tarde para retroceder. Llegó ella. La acogí como
trándome más inteligente de lo que había supuesto, quiso lecrmi esperaba, y, después de haber pasado un par de horas deliciosas,
sus idilios, y yo sufrí el yugo. Pasé todo el día con él. Las repe se fue a su cuarto. Dos horas más tarde, maese Albano vino a
tidas atenciones del ama de llaves me demostraron que le había decirme que me diera prisa, porque, costeando Istria, quería lle­
gustado, y, por concomitancia, ella acabó agradándome. Al cura gar a Pola por la noche. Me dirigí a la tartana.
el día se le pasó como un relámpago gracias a las bellezas que El recoleto fray Stefano me entretuvo toda la jornada con su
prolija conversación, en la que vi una mezcla de ignorancia y de
n . Vino tinto del Friuli, que también se producía en Hungría y ni
Istria. 12. «Una vez tomadas las precauciones necesarias.»

174
■75
astucia bajo el velo de la sim plicidad. Me enseñó todas las li­ fano, que me lo agradeció infinito; y alquilé a unos judíos una
mosnas que había recogido en O rsara: pan, vino, queso, salchi­ cama, una mesa y varias sillas; debía pagar el alquiler al término
chones, mermeladas y chocolate. Todos los grandes bolsos de de la cuarentena; el monje sólo quiso un montón de paja. Si hu­
su santo hábito estaban llenos de provisiones. biera podido adivinar que, de no ser por él, quizá me habría
-¿Tenéis también dinero? muerto de hambre, tal vez no se hubiera sentido tan orgulloso
-¡D io s no lo permita! En primer lugar, nuestra gloriosa de verse alojado conmigo. Un marinero, que esperaba encon­
orden me prohíbe tocarlo; y, en segundo lugar, si, cuando voy a trarme generoso, me preguntó dónde estaba mi baúl. C om o le
recoger limosnas, aceptase dinero, cumplirían con uno o dos respondí que no lo sabía, se afanó por buscarlo yendo a pre­
sueldos, mientras que lo que me dan en comida vale diez veces guntar a macsc Albano, que me hizo reír cuando vino a pedirme
más. Creedm e, san Francisco tenía mucho talento. mil excusas por haberlo olvidado, prometiéndome además que
Pensé que este monje hacía consistir la riqueza precisamente me lo entregaría en menos de tres semanas.
en lo que entonces causaba mi miseria. Me invitó a comer, y es­ El monje, que debía pasar cuatro conmigo, pensaba vivir a
taba orgulloso de que me dignara hacerle ese honor. mi costa, cuando en realidad era él a quien la Providencia me
Desem barcamos en el puerto de Pola, que llaman Veruda. había enviado para sustentarme. C on sus provisiones habríamos
Después de subir por un camino durante un cuarto de hora, podido vivir ocho días.
entramos en la ciudad, donde tardé dos horas en visitar sus an­ Fue después de cenar cuando, en estilo patético, le hice el re­
tigüedades romanas, pues esa ciudad había sido capital del Im- lato de mi triste situación y mis muchas necesidades hasta llegar
p erio;1» mas no vi otro vestigio de grandeza que un circo en a Rom a, donde entraría al servicio del em bajador en calidad
ruinas. Regresamos a Veruda, y, tras hacernos a la mar, llegamos (mentía) de secretario de memoriales.
al día siguiente ante Ancona; pero tuvimos que costear toda la N o fue pequeña mi sorpresa cuando vi a fray Stcfano ale­
noche para entrar al día siguiente. A pesar de que pasa por ser un grarse ante el triste relato de mi desventura.
insigne monumento de Trajano,'" ese puerto sería malísimo si - Y o me encargo de vos hasta Roma -m e dijo-. Decidme úni­
no hubieran construido con grandes gastos un dique que lo con­ camente si sabéis escribir.
vierte en excelente. Se puede hacer una observación curiosa - ¿ O s burláis de mí?
sobre el mar Adriático: y es que la costa norte está llena de puer­ - i Q ué maravilla! A quí donde me veis, no sé escribir más que
tos mientras en la del sur no hay más que uno o dos. Es evidente mi nombre; cierto que también sé escribirlo con la mano iz ­
que el mar se retira hacia levante, y que dentro de tres o cuatro quierda; pero ¿de qué me serviría saber escribirlo?
siglos Venecia estará unida a tierra firme. —Me extraña bastante, porque os creía sacerdote.
En Ancona desembarcamos en el viejo lazareto, donde fui - N o soy sacerdote; soy monje, digo misa y, por consiguiente,
mos condenados a una cuarentena de veintiocho días,1' porque debo saber leer. Veréis, san Francisco, de quien soy indigno hijo,
Venecia había acogido, tras una cuarentena de tres meses, a la no sabía escribir, y dicen incluso que no sabía leer, y que fue por
tripulación de dos navios de Messina, donde hacía poco había esa razón por la que nunca cantó misa. Resumiendo, puesto que
habido una peste.16 Pedí una habitación para mí y para fray Ste sabéis escribir, mañana escribiréis por mí a todos los personajes
cu yo nombre os diga; y os respondo de que nos enviarán de
13. Pola no fue nunca capital del Imperio romano. comer en abundancia hasta el final de la cuarentena.
14. Marco Ulpio Trajano (53-117). emperador romano desde el ano
98, mandó construir sobre el dique de Ancona un arco de triunfo. en un barco genovés procedente de Levante, el 23 de marzo de 1743.
1 f. Del 27 de octubre al 24 de noviembre. Vc-nccia, como otros estados, adoptó severas normas para evitar la en­
16. I.a peste que mató a gran parte de la población llego a Mcssnu trada de personas y objetos procedentes de los Estados de la Iglesia.

1 76 •77
Me hizo pasar todo el día siguiente escribiendo ocho cartas, tarlc. Los que no vinieron le contestaron con cartas llenas de
porque, según la tradición oral de su orden, todo fraile debía disparates y escritas en un tono de burla que me guardé mucho
tener por seguro que, después de haber llamado a siete puertas en de darle a entender. También me costó hacerle comprender que
las que le hubieran negado limosna, la encontraría abundante aquellas cartas no exigían respuesta.
en la octava. C om o ya había hecho el viaje a Rom a una vez, co­ C om o en quince días de régimen mi indisposición se había
nocía todas las buenas casas de Ancona devotas de san Fran­ vuelto benigna, por la mañana pascaba por el patio. Pero, cuan­
cisco; y a todos los superiores de conventos ricos. H ube de do un mercader turco llegado de Salónica con toda su gente
escribir a todos los que me nom bró, y todas las mentiras que entró en el lazareto y alquiló el piso bajo, hube de suspender
quiso. También me obligó a firm ar con su nombre, porque, de mis paseos. El único placer que me quedó fue pasar las horas en
firmar él mismo, por la diferencia de la escritura se vería que no mi balcón, que daba al mismo patio por donde el turco pascaba.
había escrito las cartas, lo cual le perjudicaría porque en este Lo que más me interesaba era una esclava griega de sorprendente
siglo corrom pido sólo se estimaba a los sabios. Me obligó a lle­ belleza. Pasaba casi todo la jornada sentada a la puerta de su
nar las cartas de citas latinas, incluso las dirigidas a mujeres, y cuarto, tejiendo o leyendo a la sombra. El calor era excesivo.
mis objeciones fueron inútiles. Cuando me resistía, me amena­ Cuando, al levantar los ojos, me veía, los apartaba y a menudo,
zaba con no darme más de comer. Entonces decidí hacer cuanto fingiendo sorpresa, se levantaba y, con pasos lentos, entraba en
quisiera. En varias de aquellas cartas había mentiras que las otras su cuarto como queriendo decir: «N o sabía que estaban mirán­
contradecían. Al superior de los jesuitas me hizo escribirle que dome». De alta estatura, parecía por su aspecto estar en la pri­
no recurría a los capuchinos porque eran ateos, de ahí que san mera juventud. Su piel era blanca, y sus ojos negros como sus
Francisco nunca hubiera podido soportarlos. Cuando le dije que pestañas y el pelo. Com o sus ropas seguían la moda griega, eran
en tiempos de san Francisco no había ni capuchinos ni recoletos, muy voluptuosas.
me llamó ignorante. Pense que a él lo tratarían de loco y que Sin nada que hacer en un lazareto, y tal como la naturaleza y
nadie enviaría nada. Me equivoqué. La abundancia de provisio­ la costum bre me habían hecho, ¿podía contem plar cuatro o
nes que llegaron al tercer y cuarto día me dejó maravillado. De cinco horas todos los días a una joven tan seductora sin v o l­
tres o cuatro partes nos mandaron vino para toda la cuarentena. verme loco? La había oído hablar en lengua franca'7 con su amo,
Era vino cocido, que me habría sentado mal, aunque bebía agua un hermoso anciano que se aburría como ella, y que sólo salía
también por régimen pues no veía la hora de curarme. Por lo que unos instantes con la pipa en la boca para volver a entrar ense­
se refiere a la comida, teníamos todos los días más que suficiente guida. H abría dirigido la palabra a la muchacha si no hubiera
para cinco o seis personas. Le regalábamos bastante a nuestro temido hacerla huir y no volver a verla. Decidí finalmente es­
guardián, que era pobre y padre de familia numerosa. De todo cribirle, pues no me resultaría difícil hacerle llegar mi carta: bas­
aquello, el fraile sólo estaba agradecido a san Francisco, y no sen taba con echarla a sus pies. Com o no estaba seguro de que fuera
tía gratitud alguna hacia las buenas almas que le daban la limosna. ella quien la recogiese, para no arriesgarme a dar un paso en falso
Él mismo se encargó de dar mis camisas, escandalosamente se me ocurrió lo siguiente:
sucias, a nuestro guardián, diciéndome que él no corría ningún Tras aguardar a que estuviera sola, dejé caer un papel doblado
peligro, pues todo el mundo sabía que los recoletos no llevaban en forma de carta en el que no había escrito nada, mientras tenía
camisa. Por lo demás, ni siquiera imaginaba que hubiera en el
17- La Imgua franca fue un lenguaje híbrido formado principal­
mundo una enfermedad com o la mía. C o m o me pasaba todo mente por términos italianos y españoles. La hablaron hasta el siglo XIX
el día en la cama, evité dejarme ver por todas aquellas p e r s o n a s los marineros que frecuentaban los puertos mediterráneos, sobre todo
que, habiendo recibido su carta, se creyeron obligadas a visi en el Levante y en África septentrional.

178
la verdadera carta en mi mano. Cuando la vi agacharse para re­ guíente devanándome los sesos para hallar la manera de que el
coger la falsa carta, le lancé la otra; después de haber recogido las nuevo encuentro fuera más delicioso. Pero la griega, a quien se
dos, se las guardó en el bolsillo y luego desapareció. Mi carta le ocurrio la misma idea, me demostró que su inteligencia era
decía así: «Ángel de O riente al que adoro. Pasaré toda la noche más fecunda que la mía.
en este balcón deseando que vengáis durante un solo cuarto de Por la tarde se encontraba en el patio con su amo y, tras de­
hora a oír mi voz por el agujero que hay bajo mis pies. H abla­ cirle algo que él aprobó, vi a un criado turco sacar, ayudado por
remos en voz baja; y para oírme podréis subiros encima del el guardián, un gran cesto de mercancías que colocaron debajo
fardo que hay bajo el mismo agujero». del balcón. Mientras, ella mandó poner otro fardo encima de los
Supliqué a mi guardián que tuviera la amabilidad de no en­
otros dos, como para dejar más sitio para el cesto. Me estremecí
cerrarme com o hacía todas las noches, y no tuvo ninguna difi­ de alegría al captar su intención. C om prendí que, con aquella
cultad en satisfacer mi deseo, a condición, sin embargo, de que estratagema, se procuraba la manera de estar a dos pies"1 más de
me vigilaría, porque si se me ocurría saltar al patio se jugaba la altura por la noche. Pero, me dije, en una posición así se sentirá
cabeza. Me prometió, sin embargo, no ir al balcón. muy incómoda; como tendrá que estar encorvada, no podrá re­
Apostado en el lugar convenido, la vi aparecer a mediano­ sistir; el agujero no es lo bastante grande para que pueda pasar
che, cuando ya em pezaba yo a desesperar. Me eché entonces por él toda la cabeza y estar cómoda.
boca abajo, poniendo mi cabeza en el agujero, que era un tosco Furioso porque no se me ocurría ningún medio para agran­
cuadrado de cinco a seis pulgadas. La vi subirse al fardo, donde, dar aquel agujero, me tumbo, lo examino y no veo otro medio
permaneciendo erguida, su cabeza sólo estaba a un pie de dis­ que arrancar toda la vieja tabla de las dos vigas que había de­
tancia del techo del balcón. Tenía que apoyarse con una mano en bajo. Voy a la sala; el guardián no estaba. E scojo de entre todas
la pared, porque su incómoda posición la hacía tambalearse. En las tenazas que veo la más fuerte; me pongo manos a la obra y,
esa postura hablamos de nosotros, de amor, de deseos, de obs­ tras varios intentos, siem pre con miedo a ser sorprendido,'
táculos, de imposibilidades y de artimañas. Cuando le explique arranco los cuatro gruesos clavos que sujetaban la tabla a las dos
la razón que me impedía saltar al patio, me dijo que, de todos vigas; y me veo capaz de poder levantarla. La dejo en su sitio es­
modos, estaríamos perdidos dada la imposibilidad de volver a perando con impaciencia la noche. Después de comer un bocado
subir. Además, sólo Dios sabe lo que el turco habría hecho de voy a situarme en el balcón.
ella y de mí si nos hubiera sorprendido. Tras prometerme que El objeto de mis deseos llegó a medianoche. Viendo con pena
vendría a hablar conmigo todas las noches, pasó la mano por el lo mucho que le costaba subirse al nuevo fardo, levanto la tabla,
agujero. ¡A h !, no podía saciarme de besarla. Me parecía que la pongo a un lado y, tumbándome, le ofrez.co mi brazo en toda
nunca había tocado una mano más dulce ni más delicada. Pero su longitud; se agarra a él, sube y queda maravillada, cuando se
¡qué placer cuando me pidió la mía! Pasé rápidamente mi brazo pone derecha, al verse en mi balcón hasta la mitad del estómago.
por el agujero de forma que pegó sus labios en la articulación Mete por el agujero los brazos por completo y totalmente des­
del codo. Perdonó entonces a mi ávida mano todos los hurtos nudos, sin la menor dificultad. N o perdimos entonces más que
que pudo hacer sobre su pecho griego, hurtos mucho más insa tres o cuatro minutos en cumplidos por haber trabajado los dos,
ciables que los besos que yo acababa de imprimir en su mano. sin ponernos de acuerdo, en un mismo objetivo. Si la noche an­
Después de separarnos vi con agrado que el guardián dormía terior yo había sido más dueño de ella que ella de mí, en ésta ella
profundamente en un rincón de la sala.
Satisfecho de haber obtenido cuanto podía obtener en aque
18. 6j centímetros. El agujero el balcón tiene 13,5 x 16,2 centíme­
lia incóm oda posición, esperaba con impaciencia la noche si tros.

180 181
fue dueña de toda mi persona. Por desgracia, alargando todo lo más. La noche siguiente vino ella con la caja, y cuando le dije
posible mis dos brazos, sólo alcanzaba a poseer la mitad del que no podía decidirme a convertirme en cómplice del robo, me
suyo. Estaba desesperado, pero ella, que me tenía por entero replicó llorando que yo no la quería como ella me quería a mí;
entre sus manos, se lamentaba de que sólo podía satisfacer su pero que era un verdadero cristiano. Era la última noche. Al día
boca. Soltó en griego mil maldiciones contra el que, al hacer el siguiente, a mediodía, debía venir el prior del lazareto para p o ­
fardo, no le había dado medio pie más de grosor; cierto que con nernos en libertad. La encantadora griega era totalmente víctima
eso no habríamos quedado satisfechos, pero mi mano habría po­ de sus sentidos y, sin poder seguir resistiendo el fuego en que
dido templar en parte el ardor de la griega. Aunque estériles, ardía su alma, me dijo que me pusiera de pie, que me inclinara,
nuestros placeres nos ocuparon hasta el alba. Ella se marchó sin que la agarrase por debajo de las axilas y la sacase entera hasta el
hacer el menor ruido; y después de colocar de nuevo la tabla, balcón. ¿Q ué amante habría podido rechazar semejante invita­
me fui a dorm ir con una enorme necesidad de reponer fuerzas. ción? Totalmente desnudo com o un gladiador, me levanto, me
Ella me había dicho que, com o el pequeño b eiran ■» empe­ inclino, la agarro por las axilas y, sin necesidad de tener la fuerza
zaba ese mismo día y duraba tres, no podría volver hasta dentro de Milón de Crotona,*' estaba tirando de ella hacia arriba cuando
de cuatro días; era la Pascua de los turcos. El pequeño beiran me siento cogido por los hombros y oigo la voz del guardián que
dura más que el grande. Pasé esos tres días viendo sus cerem o­ me dice: «¿Que estáis haciendo?». Suelto mi presa, ella huye y
nias y su continua agitación. yo caigo de bruces boca abajo. N o me preocupo por levantarme
La primera noche después del beiran, la griega me dijo, mien­ y dejo que el guardián siga con sus sacudidas. C reyó que el es­
tras me sujetaba entre sus am orosos brazos, que no podía ser fuerzo me había matado; pero estaba peor que muerto. N o me le­
feliz sin mí, y que, como era cristiana, podría comprarla si la es­ vantaba porque tenía ganas de estrangularle. Por fin me fui a
peraba en Ancona hasta que terminase su cuarentena. Hube de dorm ir sin decirle nada, e incluso sin colocar la tabla en su sitio.
confesarle entonces que era pobre, y al oír esta noticia lanzó un El prior vino por la mañana para declararnos libres. Al salir
suspiro. La noche siguiente me dijo que su amo la vendería por de allí con el corazón afligido, vi a la griega secándose las lágri­
dos mil piastras,™ que ella podía dármelas, que era virgen, y que mas. C ité en la B o lsa " a fray Stefano, que me dejó con el judío
podría convencerme de ello si el fardo fuera más grueso. Me dijo a quien yo debía pagar el alquiler de los muebles que me había
que me daría una caja llena de diamantes, uno solo de los cuales entregado. Le lleve al convento de los Mínimos, donde el padre
valía dos mil piastras, y que, vendiendo los otros, podríamos Lazari me dio diez cequíes y la dirección del obispo, quien, tras
vivir cómodamente sin temer nunca la pobreza. Me aseguró que haber pasado la cuarentena en los confines de la Toscana, ya
su amo no se daría cuenta del robo de la caja hasta después de debía de estar en Roma, donde tenía que rcumrmc con él. Una
concluida la cuarentena, y que sospecharía de todo el mundo vez pagado el judío, y después de comer mal en un mesón, me
antes que de ella. dirigí a la Bolsa para ver a fray Stefano. En el camino tuve la des­
Yo estaba enamorado de aquella criatura, y su proposición gracia de tropezar con maese Albano, que me cubrió de grose­
me inquietó; pero al día siguiente, cuando desperté, no vacilé ros insultos por culpa de mi baúl, por haberle dejado creer que
lo había olvidado en su barca. Una vez calmado después de con­
19. El pequeño beiran (bairam\ «fiesta» en turco), que se cclebr.i tarle toda la deplorable historia, le hice un acta en la que ccrti-
después del ayuno del Ramadán, dura tres días; el «gran bairam» dura
cuatro, y se celebra setenta días después del pequeño. En 174} el pe 21. Milón de Crotona, atleta que consiguió seis victorias sucesivas en
Olimpia, la primera el año 540 a.C.
queño bairam duró del 18 al 21 de noviembre.
20. Aquí se trata de piastras turcas, moneda de plata que introdujo í i . La Loggia dei Mcrcanti, construida en 1459 y reconstruida en
en Turquía el comercio de los españoles. 1558, cuya fachada era modelo del estilo gótico veneciano.

182
La colocan delante de mí, me descalzan y me lavan los pies. Una
ficaba que no me debía nada. Me compré unos zapatos y una
mujer muy bien vestida, seguida por una criada que traía sába­
lcvits«^ ' ' nas, entra al cabo de un rato y, tras hacerme una humilde reve­
Cuando llegué a la Bolsa, le dije a fray Stefano que quena ir
rencia, prepara la cama. Al salir del baño, suena una campana,
a la santa casa de Nuestra Señora de L o r e t o que lo esperaría
ellos se arrodillan y yo hago lo mismo: era el ángelus. Ponen un
allí tres días, que de allí podríamos ir a pie ,untos hasta Roma.
cubierto sobre una mesita, me preguntan qué vino quiero, res­
Me contestó que no quería ir a Loreto, y que m e arrepentiría de
pondo que Chianti. Me traen la gaceta y dos candelabros de
haber despreciado la providencia de san Francisco. Al día si­
plata, v se marchan. Una hora después me sirven una cena de vi­
guiente partí hacia Loreto en perfecto estado de salud.
gilia muy ligera y, antes de que me vaya a la cama, me pregun­
Llegué a esta santa ciudad cansado a mas no poder. Por pri­
tan si tomaré mi chocolate antes de salir o después de la misa.
mera vez en mi vida había hecho a pie quince millas,*« s.n beber
Respondo antes de salir, adivinando la razón de la pregunta. Me
otra cosa que agua, porque el vino cocido me dabai ardor de^es­
acuesto, me traen una lamparilla de noche junto con un cua­
tómago. A pesar de mi pobreza no parecía un mendigo. El calo
drante y se van. En ninguna parte, salvo en Francia, he tenido
era excesivo. una cama com o aquélla; estaba hecha para curar el insomnio.
Al entrar en la ciudad encuentro a un abate de aspecto res­
Pero, como no lo padecía, dorm í un total de diez horas. Vién­
petable y edad avanzada. C om o me examinaba atentamente, me
dome tratado de aquella manera sospeché que no estaba en una
quito el sombrero y le pregunto dónde puedo encontrar una po­
posada, pero ni por asomo hubiera podido imaginar que me en­
sada decente. . contraba en un hospital.1* Por la mañana, después del chocolate
-V iendo a pie a una persona como vos -m e d ijo -, juzgo que
aparece un peluquero amanerado que para hablar no espera a
venís a visitar este santo lugar por devoción. Ella venga meco.
que le pregunten. Adivinando que yo no quería tener barba, se
Vuelve sobre sus pasos y me lleva a una casa de bella apa­
ofrece a arreglar mi pclusilla con la punta de las tijeras, lo cual,
riencia. Después de hablar aparte con el dueño, se marcha di-
según me dijo, me haría parecer todavía más joven.
ciéndome en un tono muy digno: «Ella sara bien servita».
-¿Q uién os ha dicho que quiero disimular mi edad?
Pensé que me tomaban por otro, pero dejé hacer.
- E s muy sencillo, porque si Monsignore no lo pensase, hace
Me llevaron a un departamento de tres habitaciones, donde
mucho que se habría hecho afeitar. La condesa M arcolini1’ está
el dorm itorio estaba tapizado en damasco, con cama de balda­
aquí. ¿La conoce M onsignore? Debo ir a peinarla a mediodía.
quino y escritorio abierto con todo lo necesario para escribir.
Viendo que no estoy interesado en la condesa, el charlatán
Un criado me trae una bata ligera, se marcha y vuelve con otro
prosigue:
que traía agarrada por las dos asas una gran cuba llena de agua.
-¿ E s la primera vez que Monsignore se aloja aquí? N o hay, en
Prenda procedente de Inglaterra, también conocida como redrn- todos los Estados de N uestro Señor, un hospital tan magnífico.
M ' í L z - c o a t ) , que puso de moda a finales del s.glo X V . . el em bai­ -E sto y convencido, y felicitaré por ello a Su Santidad.
dor español en Roma, apellidado Astorga. Durante la centuria s.gu.entc -¡O h !, lo sabe; estuvo alojado aquí antes de su exaltación. Si
fue considerada el colmo de la elegancia. monsignor C araffa no os hubiera conocido, no os habría pre­
24. La casa donde nació la Virgen María fue trasladada, segur,la
sentado.
venda por los aires por los ángeles a finales del siglo XIII desde Nazarc
a Dalmacia, y luego al Monte de Loreto, cerca de Rccanat.. Era punto 28. Del italiano, ospedale-. hospicio, casa para el alojamiento de pe­
de P " e2 a- » omanas Casanova reC0rrió unos 22 kilómetros. regrinos, mantenida por la Iglesia.
29. Franccsca Eerretti, casada con el conde Picrpaolo Marcolini. Su
26. «Venid conmigo.» hijo Gamillo se ofreció a Casanova para publicar la Historia de mi vida.
27. «Seréis bien servido.»
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Ésta es la utilidad que tienen para un forastero los peluque­ pesaba mucho. Quise probar, y él se puso mi levita. N os conver­
ros en toda Europa. Pero no hay que preguntarles, porque en­ timos en dos personajes de aspecto tan cómico que hacíamos reír
tonces mezclan la verdad con la mentira, y, en lugar de dejarse a todos los que pasaban. Su manteo era en realidad la carga de un
sondear, son ellos los que sondean. Creyendo que debía hacer mulo. Tenía doce bolsillos, todos llenos, además del gran bolso
una visita a monsignor Caraffa, me hice llevar a su casa. Me re­ de atrás, que él llamaba el b a t t i c u l o que por sí sólo contenía el
cibió muy bien, y, después de enseñarme su biblioteca, me dio doble de lo que podían contener todos los demás: pan, vino,
por cicerone a uno de sus abates, que era de mi edad y que me carne cocida, fresca y salada, pollos, huevos, quesos, jamones,
pareció muy inteligente. Me enseñó todo. Este abate, si todavía salchichones. Había comida suficiente para quince días. Cuando
vive, es en la actualidad canónigo de San Juan de Letrán. Veinte le dije cóm o me habían tratado en Loreto, me respondió que si
años después de esta época me fue útil en Roma. yo le hubiera pedido a monsignor Caraffa un billete para todos
Al día siguiente comulgué en el mismo lugar en que la Santa los hospitales hasta Roma, en todas partes habría encontrado
Virgen dio a luz a su creador. El tercer día lo pasé viendo todos poco más o menos el mismo trato.
los tesoros de ese prodigioso santuario. Al día siguiente me mar­ -T od os los hospitales -m e d ijo - tienen la maldición de san
ché muy temprano, sin haber gastado más que los tres paoli,0 del Francisco, porque en ellos no reciben a los monjes mendican­
peluquero. tes. Pero no nos importa, porque están a demasiada distancia
A mitad del camino hacia Macérala encontré a fray Stefano, unos de otros. N osotros preferimos las casas de devotos de la
que caminaba muy despacio. Encantado de verme, me dijo que orden, que encontramos a cada hora de camino.
había salido de Ancona dos horas después que yo, pero que sólo -¿ P o r qué no vais a alojaros en vuestros conventos?
recorría tres millas diarias, muy contento de tardar dos meses - N o soy tonto. En primer lugar, no me recibirían, porque,
en aquel viaje que, incluso a pie, podía hacerse en ocho días. siendo fugitivo, no llevo la obediencia escrita que siempre quie­
«Q uiero», me dijo, «llegar a Rom a fresco y con buena salud; no ren ver. Hasta correría el riesgo de que me encarcelasen, porque
tengo ninguna prisa, y si queréis viajar así, venid conmigo. San son una canalla maldita. En segundo lugar, en nuestros conven­
Francisco no tendrá inconveniente en mantenernos a los dos.» tos no estamos tan bien com o en casa de nuestros benefactores.
-¿C ó m o y por qué sois fugitivo?
Agosto de ¡743*' En respuesta a esta pregunta, me contó la historia de su en­
Este granuja era un hombre de treinta años, pelirrojo, de carcelamiento y de su huida, llena de absurdos y mentiras. Era
complexión muy robusta, un auténtico campesino que sólo se un idiota que tenía la inteligencia de Arlequín, y que suponía
había hecho monje para vivir sin cansarse. Le respondí que, más idiotas aún a quienes lo escuchaban. Sin embargo, era as­
como llevaba prisa, no podía hacerle compañía. Me dijo que ese- tuto en su estupidez. Tenía una religión singular. C o m o ’no que­
día andaría el doble si yo me hacía cargo de su manteo, que le ría parecer santurrón, era escandaloso, y para hacer reír a la
gente decía cochinadas repugnantes. N o sentía la menor atrac­
30. Se llamó paolo a una moneda, el grosso papale, acunada por el ción ni por las mujeres ni por cualquier otra clase de placeres
papa Paolo (Pablo o Paulo) III (iS 34 -iSS°); Desde entonces, las mone­ carnales, y pretendía que había que tomar por virtud esa conti­
das de plata acuñadas por otros estados italianos utilizaron ese nombre.
nencia, que no era sino un defecto de temperamento. Todas las
Valía 1/10 de escudo o 10 baiocchi. Véase nota 34, pág. 19°-
31. Fecha claramente imposible; el encuentro de Casanova con Ber
nardo de Bernardis no pudo producirse antes del 16 de agosto de: 174}; 3 i - Recibía ese nombre en el siglo X V la parte móvil de la armadura
y tampoco pudo salir de Venecia antes de la partida del embajador da que protegía las nalgas. Posteriormente se dio a las faldas de los hábitos
Lezze, si es cierto que viajó en su séquito hasta Ancona. masculinos de ceremonia.

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cerata. Un cuarto de hora más tarde, un cochero que volvía de
cosas de este género le parecían materia de risa, y cuando estaba
vacío a Tolentino, me ofreció llevarme por dos paoli, y acepté.
algo borracho hacía a los comensales, maridos, mujeres, hijos e
I )e allí habría podido ir a Foligno por seis paoli, pero un maldito
hijas, preguntas tan indecentes que causaban rubor a todo el
deseo de ahorrar me lo impidió, y, com o me encontraba bien,
mundo. Y el muy patán se reía sin parar.
creí que podía llegar a Valcimara a pie; y cuando llegué, después
Cuando estábamos a cien pasos de la casa del benefactor, re­
de cinco horas de marcha, no podía más. Cinco horas de marcha
cuperó su manteo. Al entrar dio su bendición a todo el mundo,
bastan para destrozar a un joven que, aunque fuerte y sano, no
y toda la támilia acudió a besarle la mano. Cuando la dueña de
está acostumbrado a caminar. Me tuve que meter en la cama.
la casa le rogó que dijera misa, se hizo llevar muy complaciente
Al día siguiente, cuando quiero pagar al posadero con la mo­
a la sacristía de la iglesia, que sólo estaba a veinte pasos.
neda de cobre que guardaba en el bolso del traje, no encuentro
-¿H abéis olvidado -le dije al o íd o - que ya hemos comido?
mi bolsa, que debía tener en el bolsillo de mis calzones. Había
- E s o no es asunto vuestro.
siete cequíes en ella. ¡Q ué desolación! Recuerdo haberla olvi­
N o me atreví a replicar, pero, al oír su misa, me sorprendió
dado encima de la mesa de la posada en Tolentino, al cambiar
mucho ver que no conocía sus partes. Me pareció divertido; pero
un ccquí para pagarle. ¡Q ué desolación! Rechacé con desdén la
lo más cómico del lance vino tras la misa, cuando se metió en el
idea de volver atrás para recuperar aquella bolsa que contenía
confesionario; después de haber confesado a toda la casa, se le
todos mis haberes. Com o creía imposible que me la devolviese
ocurrió negar la absolución a la hija del dueño, preciosa y en­
quien se hubiera apoderado de ella, decidí que no debía exponer­
cantadora niña de doce a trece años. La negativa fue pública; la
me a una pérdida segura basándome en una esperanza incierta.
riñó y la amenazó con el infierno. La pobre niña, toda avergon­
Pagué, y con la aflicción en el alma me puse en camino hacia Se-
zada, salió de la iglesia hecha un mar de lágrimas; y yo, muy
rravallc.” Pero una hora antes de llegar, después de haber cam i­
conm ovido e interesado por ella, después de haberle gritado a
nado cinco horas y de haber almorzado en Muccia, di un mal
fray Stcfano que estaba loco, corrí tras ella para consolarla; pero
paso al saltar un foso y me hice una torcedura tan dolorosa que
había desaparecido, y se negó en redondo a sentarse a la mesa.
no pude seguir caminando. Me quedé sentado al borde del foso
Aquella extravagancia me irritó tanto que me entraron ganas de
con el único recurso que la religión suele ofrecer a los desgra­
darle de palos. Delante de toda la familia lo traté de impostor y
ciados en apuros. Pido a Dios la gracia de que haga pasar por
de infame verdugo del honor de aquella niña, y cuando le pre­
aquí a alguien que pueda socorrerme.
gunté por qué le había negado la absolución, me cerró la boca
Media hora después pasó un aldeano que iba en busca de un
respondiendo con sangre fría que no podía revelar la confesión.
borriquillo y que, por un paolo, me acompañó a Serravalle. Sólo
N o quise comer, decidido a separarme de aquel animal. Cuando
me quedaban once paoli en monedas de cobre; para hacerme
nos marchamos, hube de aceptar un paolo por la maldita misa
ahorrar, el aldeano me alojó en casa de un tipo con cara de cri­
celebrada por aquel granuja. Tenía que hacer el papel de teso­
minal que, por dos paoli pagados por adelantado, me alojó. Pido
rero suyo. un cirujano, pero no puedo tenerlo hasta el día siguiente. Me
En cuanto estuvimos en la carretera, le dije que lo abando­
acuesto, tras una cena infame, en una cama detestable en la que
naba para evitar el riesgo de verme condenado a galeras si seguía
sin embargo espero dormir. Pero era precisamente ahí donde mi
a su lado. Le reproché, entre otros insultos, que era ignorante y
genio malo me esperaba para hacerme sufrir las penas del in­
malvado, y, al oírle responderme que yo no era más que un men­ fierno.
digo, no pude contenerme y le apliqué una bofetada, a la que res
pondió con un bastonazo. Le arranqué inmediatamente el bastón
j j. Fntre Tolentino y Foligno; en la actualidad, Serravalle di Chienti.
de las manos y, dejándole allí, alargué el paso en dirección a Ma-

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Llegan tres hombres armados con carabinas y poniendo unas muchacha a la que fray Stcfano había negado la absolución, no
caras espantosas; hablaban entre sí una jerga que yo no com ­ me habría encontrado en la miseria. Tenía que admitir que mi
prendía y blasfemaban y echaban pestes sin ninguna considera­ interés se debía al vicio. Si hubiera podido soportar al recoleto...,
ción hacia mí. Después de beber y cantar hasta medianoche, se si, si, si, y todos los malditos síes que desgarran el alma del des­
acostaron sobre unos haces de paja. Pero, con gran sorpresa de dichado que piensa, y que después de haber pensado mucho se en­
mi parte, el posadero borracho y completamente desnudo viene cuentra más desdichado. Es, sin embargo, cierto que se aprende
a acostarse a mi lado, y se echa a reír cuando me oye decirle que a vivir. El hombre que se prohíbe pensar nunca aprende nada.
no se lo toleraba. Blasfem ando de D ios, replica que todo el C o m o la mañana del cuarto día me encontraba, según me
infierno no podría impedirle acostarse en su cama. Hube de ha­ había anticipado el cirujano, en estado de caminar, decido en­
cerle un sitio exclamando: «¿En casa de quien estoy?-. E xcla­ cargarle de la venta de mi levita, dcsoladora necesidad porque
mación a la que me contesta que estaba en casa del más honrado empezaba la estación de las lluvias.1' Debía quince paoli al po­
esbirro de todo el Estado de la Iglesia. sadero y cuatro al cirujano. En el momento en que iba a encar­
¿C óm o habría podido adivinar que había caído en medio de gar tan dolorosa venta, entra fray Stcfano riéndose como un loco
esos malditos enemigos de todo el género humano? Pero eso no y preguntándome si ya me había olvidado del bastonazo que me
fue todo. N ada más acostarse, aquel brutal cerdo, más con la ac­ había dado. Ruego entonces al cirujano que me deje a solas con
ción que con la palabra me declara su infame designio de tal fo r­ el monje. Dígame el lector si es posible mantener exento de su­
ma que me obliga a rechazarle con un golpe que le asesto en perstición el espíritu viendo cosas como éstas. Lo que me deja ató­
pleno pecho. Se lo di con tanta fuerza que lo tiré de la cama. Se nito es que el monje llegó en el último minuto, y lo que aún me
levanta soltando blasfemias y vuelve al asalto sin atender a razo­ sorprendía más era la fuerza de la Providencia, de la fortuna, de
nes. D ecido salir de la cama y sentarme en una silla, agrade­ la absoluta combinación de circunstancias que quería, ordenaba
ciendo a D ios que no me lo impidiese y que se hubiera dormido. y me obligaba a poner mis esperanzas únicamente en aquel fatal
Pasé allí cuatro horas de las más tristes. Al amanecer, aquel ver­ monje que había empezado siendo mi genio tutelar en la crisis de
dugo, despertado por sus camaradas, se levantó. Bebieron y, des­ mis desgracias en Chioggia. Pero ¡vaya un genio tutelar! Tenía
pués de recoger sus carabinas, se marcharon. que reconocer aquella fuerza com o un castigo más que como
Pasé todavía una hora en aquel lamentable estado pidiendo a una gracia. Hube de consolarme al ver aparecer a aquel necio,
gritos ayuda. Por fin subió un muchacho que, por un baiocco,»« bribón y malvado ignorante, porque no dudé ni un momento de
fue en busca de un cirujano. Este hombre, después de exami que me sacaría de apuros. Fuera el ciclo quien me lo enviaba o
narme y asegurarme que tres o cuatro días de descanso me cu­ el infierno, comprendí que debía someterme a él. Era él quien
rarían, me aconsejó que me hiciera llevar a la posada. Seguí su tenía que conducirme a Roma. Lo había decretado el destino.
consejo, y enseguida me metí en la cama donde ese cirujano se L o primero que fray Stcfano me dijo fue el proverbio C h i va
ocupó de mí. Di a lavar mis camisas y fui bien tratado. Me veía piano va sano.* Había tardado cinco días en hacer el viaje que yo
obligado a desear no curarme, tanto era mi temor al momento en había hecho en uno; pero su salud era buena y no le había succ-
que, para pagar al posadero, habría tenido que vender mi levita.
35. Como demuestra esta observación, el viaje no tuvo lugar a fina­
Sentía vergüenza. Veía que, si no me hubiera interesado por l.i
les de agosto, dado que poco más adelante se lee que llegó a Roma el 1
34. Nombre dado (plural, baiocchi) en el siglo XV a los bolognwi, de septiembre. En la Italia central, la estación de las lluvias ocurre en
monedas de cobre acuñadas primero en Bolonia y luego en los Estados otoño.
Pontificios, donde circularon hasta comienzos del siglo X I X . Utilizo «lw 36. «Quien va despacio va sabiamente.» F.1 proverbio italiano com­
pleto dice: Chi va piano va sano e va lontano.
yoco».

19 0 191
y saqué provisiones del batticulo del fraile. Im posible describir
dido ninguna desgracia. Me dijo que, cuando pasaba por aquel
la alegría de aquellas mujeres al ver tantas cosas buenas.
pueblo, le habían dicho que el abate secretario de los memoria­
Después de haber cenado todos con buen apetito, nos pre­
les del embajador de Venecia estaba enfermo en la posada des­
pararon dos grandes camas de paja bastante buena y nos acos­
pués de haber sido robado en Valcimara.
tamos a oscuras, pues allí no había candela ni aceite. C in co
-V engo a veros -m e d ijo -, y os encuentro con buena salud.
minutos más tarde, en el mismo momento en que el monje me
O lvidem os todo y vayam os depnsa a Roma. Para complaceros,
dice que una mujer se había acostado a su lado, siento otra junto
haré seis millas diarias.
a mí. La muy desvergonzada me acomete y busca su ritmo sin
- N o puedo; he perdido mi bolsa, y debo veinte paoli.
hacer caso de mis categóricas protestas ante su furia. El albo­
-V o y a buscarlos en nombre de san Francisco.
roto que el monje hacía defendiéndose de la suya volvía tan có ­
Una hora después entra trayendo al maldito esbirro borracho
mica la escena que no podía enfurecerme del todo. El muy loco
y sodomita, que me dice que, si le hubiera confiado quién era
llamaba a gritos a san Francisco pidiéndole su ayuda ya que con
yo, me habría tenido en su casa todo el tiempo.
la mía no podía contar: me encontraba en m ayor aprieto que él
-T e doy -m e dice- cuarenta paoli si te comprometes a con­
porque, cuando quise levantarme, el perro, tirándose a mi cue­
seguirme la protección de tu embajador; pero en Roma me los
llo, me dejó aterrado. Aquel perro que iba de mí al monje, y del
devolverás si no lo consigues. Tienes que hacerme un recibo.
monje volvía a mí, parecía estar de acuerdo con las putas para
-D e acuerdo.
impedirnos librarnos de ellas. A gritos decíamos que nos asesi­
En un cuarto de hora todo quedó solucionado; recibí cua­
naban. Pero era inútil, porque la casa estaba aislada, los niños
renta paoli, pagué mis deudas y me puse en camino con el monje.
dormían y el viejo seguía tosiendo. Dado que no podía escapar,
Una hora después del mediodía fray Stefano me dijo que,
y como la b ...sl me prometía irse si me mostraba algo com pla­
como Collefiorito todavía estaba lejos, podríamos pasar la noche
ciente, decidí dejarla hacer. Com probé que quien dice sublata
en una casa que me señaló a doscientos pasos del camino. Com o
lucerna nullum discrimen ínter m ulleres»* dice verdad. Pero, sin
era una choza, le dije que allí estaríamos mal. Pero mis argu­
amor, ese gran asunto se convierte en algo asqueroso. Fray Ste­
mentos fueron inútiles y hube de someterme a su voluntad. Fui­
fano se las arregló de otra manera. Defendido por sus gruesos
mos a la choza y no encontramos más que a un viejo decrépito
hábitos, escapó del perro, se levantó y consiguió encontrar su
y en cama que tosía, a dos mujeres más bien feas de treinta a cua­
bastón. Recorrió entonces la choza dando mandobles a diestro
renta años, y a tres niños totalmente desnudos, además de una
y siniestro a ciegas. O í la voz de una mujer exclamar: «¡Ay, Dios
vaca en un rincón y un maldito perro que no hacía más que la­
m ío!». Y al monje decir: «La he matado». C reí que también
drar. Era visible la miseria, pero el monstruo del renegado fraile,
había matado al perro, porque ya no lo oía, y también que había
en lugar de darles limosna e irse, les pide de cenar en nombre de
matado al viejo porque no se le oía toser. El fraile vino a acos­
san Francisco. «H ay que cocer la gallina», dijo el viejo m ori­
tarse a mi lado con el bastón en las manos, y así dormimos hasta
bundo a sus mujeres, «y sacar la botella que guardo desde hace
el día siguiente.
veinte años.» Fue tan violento el acceso de tos que le dio que
Me vestí enseguida, extrañado de no ver ya a las dos mujeres
creí que se moría. El monje le promete que san Francisco le de­
y asustado porque el viejo no daba la menor señal de vida. Mos-
volvería la juventud. Yo quería irme solo a C ollefiorito y espe­
rarle; pero las mujeres se opusieron, y el perro me agarró del 37 - Puede leerse el termino italiano baldracca: «ramera, zorra».
traje con unos dientes que me dieron pánico. Hube de quedarme 38. «Cuando la lámpara está apagada todas las mujeres son iguales.»
allí. Al cabo de cuatro horas, la gallina seguía estando dura; des­ Cita inexacta de Erasmo: «Lucerna sublata, nihil discriminis ínter mu-
lieres• (Adagios, III).
corché la botella y encontré vinagre. Perdí entonces la paciencia

192
trc a fray Stcfano una contusión en las sienes del difunto. Me vahan a cambio de las excelentes trufas que les daba, y que a su
respondió que, en cualquier caso, no lo había matado intencio­ regreso llevaban a Venecia. Al irme, dejé en aquella excelente
nadamente. Pero lo vi enfurecerse cuando encontró vacío su bat­ mujer un pedazo de mi corazón. Pero ¡cuál no fue mi indigna­
ticulo. Yo me alegre: al no ver a las dos carroñas, pense que habían ción cuando, a una o dos millas de Terni, el monstruo de fraile
ido en busca de ayuda y que íbamos a vernos metidos en serios me enseñó un saquito de trufas que le había robado! Lo robado
problemas; pero, cuando vi saqueado el batticulo, adivine que valía dos cequíes por lo menos. Furioso, le quité el saquito di-
se habían marchado para no verse obligadas a rendirnos cuenta ciéndole que tenía el firme propósito de devolvérselo a la bella
del robo. Sin embargo, fueron tantos mis ruegos haciéndole ver y honrada mujer, y no tardamos en llegar a las manos. N os pe­
el peligro que corríamos que nos pusimos en marcha. Topamos leamos y, tras haberle quitado el bastón, lo tiré a una cuneta,
con un carretero que iba a Foligno y convencí al fraile de que donde lo dejé. Nada más llegar a Terni envié a la posadera su sa-
aprovecháramos la ocasión para alejarnos de allí; y, tras comer quito con una carta en la que le pedía excusas.
un bocado a toda prisa, montamos con otro carretero que nos Fui a pie a Otricoli para ver tranquilamente su antiguo y bello
dejó en Pisignano, donde un benefactor nos alojó muy bien y puente, y de allí un carretero me llevó por cuatropaoli a Castel-
donde dorm í estupendamente, libre ya del temor a ser detenido. nuovo, de donde salí a pie a medianoche para llegar a Roma tres
Al día siguiente llegamos temprano a Spoleto, donde vivían horas antes de mediodía el primero de septiembre.»9 Pero quizás
dos benefactores; el fraile quiso honrar a los dos. Después de co­ una circunstancia guste a ciertos lectores.
mer en casa del primero, que nos trató como a príncipes, quiso Una hora después de salir de Castelnuovo en dirección a
ir a cenar y a dorm ir a casa del otro, un rico comerciante de Roma, estando el aire tranquilo y sereno el ciclo, observé a diez
vinos cuya numerosa familia era muy amable. Todo habría ido pasos de mí, a mano derecha, una llama piramidal«0 de un codo
bien si el fatal monje, que ya había bebido demasiado en casa de altura que, elevada a cuatro o cinco pies del suelo, me acom­
del primer benefactor, no hubiera terminado de emborracharse pañaba. Se detenía cuando lo hacía yo, y si el camino estaba bor­
en la del segundo. El malvado fraile, creyendo agradar a nuestro deado de árboles dejaba de verla, para reaparecer una vez que
honrado huésped y a su esposa hablando mal del que nos había los pasaba. Me acerqué a ella varias veces, pero la distancia
dado de comer, dijo mentiras que no tuve valor para seguir so que yo recorría para acercarme era la misma que ella se alejaba.
portando. Cuando se atrevió a decir que el primero había ase­ Traté de volver sobre mis pasos, y entonces dejaba de verla, pero
gurado que los vinos de nuestro huésped estaban adulterados y
que era un ladrón, lo desmentí categóricamente llamándolo mal 3 9 - Según Casanova, llegó a Roma el i de septiembre de 1 7 4 3 y a
vado. Los anfitriones me calmaron diciéndome que conocían de Ñipóles el día 6 del mismo mes, después de pasar unos días con Ber­
sobra a las personas; y, tras haberme tirado el monje la servilleta nardo de Bernardis, obispo de Martorano, y haber regresado por Ña­
a la cara cuando lo llamé detractor, el anfitrión lo cogió suave póles ( 1 6 de septiembre) a Roma ( 3 0 de septiembre). Pero el embajador
da Lezze, en cuyo séquito asegura Casanova viajar, no partió de Vénc­
mente y lo llevó a un cuarto donde lo encerró. Luego me acom
ela antes del 5 de octubre de 1 7 4 3 . Pasó, además, veintiocho días de cua­
pañó a otra habitación. rentena en Ancona, y viajó a pie hasta Roma antes de dirigirse a
Al día siguiente temprano estaba decidido a irme solo cuando Martorano. Por otro lado, Bernardis no se hizo cargo de su sede epis­
el fraile, al que se le había pasado la borrachera, vino a decirme copal hasta 1 7 4 4 (enero-marzo). Cabría la posibilidad de que hubiera
que debíamos vivir en buen acuerdo y como buenos amigos en ido antes de esa consagración y regresado a Roma a finales de diciembre.
el futuro. Sometiéndome a mi destino, fui con él a Soma, dondv Casanova parece cometer un error de fechas, si es que no intenta situar
acontecimientos que le parecen particularmente interesantes.
la dueña de la posada, mujer de rara belleza, nos dio de coniet.
40. L as fam osas fuentes su lfu ro sa s de C a ste ln u o v o p ro ye ctab an
N os ofreció un vino de Chipre que los correos de Venecia le II* lejos su o lo r; a ello se debía el fen óm en o del que aq u í habla C asan ova.

94
en cuanto proseguía mi camino volvía a verla en el mismo sitio. ción para mí. Heme, pues, en el gran Nápoles con ocho carlini44
Sólo desapareció con la luz del día. en el bolsillo y sin saber qué hacer. La distancia sólo es de dos­
¡Q ué maravilla para la supersticiosa ignorancia! De haber te­ cientas millas.4' Encuentro a unos carreteros que van a Coscnza,
nido testigos de este hecho, habría conseguido una gran fortuna pero cuando saben que voy sin equipaje no me quieren, a menos
en Roma. La historia está llena de tonterías de esta especie, y el que pague por adelantado. Hube de admitir que estaban en su
mundo lleno de personas a las que se sigue haciendo gran caso derecho, pero yo tenía que ir a Martorano. Decido hacer el viaje
pese a las pretendidas luces que las ciencias procuran a la mente a pie, pidiendo descaradamente de comer en todas partes, como
humana. Debo decir, sin embargo, la verdad: a despecho de mis fray Stefano me había enseñado. Me gasto dos carlinos en comer,
conocimientos en física, la vista de aquel pequeño meteoro no y aún me quedan seis. Después de saber que debía tomar la ruta
dejó de darme singulares ideas. Tuve la suficiente prudencia de Salerno, llego a Portici en hora y media. Las piernas me lle­
de no decir nada a nadie. Llegué a Roma con siete paoli en mi van a una posada, donde pido una habitación y encargo la cena.
bolsillo. M uy bien servido, ceno, me acuesto y duermo muy bien. Al día
N ada me detuvo; ni la hermosa entrada por la plaza de la siguiente me levanto y salgo para ir a ver el Palacio Real.46 Al
Porta del Pioppo,4' que los ignorantes llaman del pópolo, ni los posadero le digo que volveré a comer.
pórticos de las iglesias, ni todo lo que de imponente ofrece esta Al entrar en el Palacio Real veo que me aborda un hombre de
magnífica ciudad a prim era vista. Voy directamente a Monte aspecto agradable, vestido a la usanza oriental, que me dice que,
M agnanopoli,41 donde, según las señas, debía encontrar a mi si quiero ver el palacio, él me lo enseñará y así me ahorrará d i­
obispo. Me informan de que se había marchado hacía diez días/' nero. Acepto, le doy las gracias, y él se pone a mi lado. Cuando
dejando dicho que me enviasen, con todo pagado, a Nápoles, a le conté que era veneciano, me dijo que, en calidad de oriundo
unas señas que me dan. Al día siguiente partía un carruaje. Sin de Zante, era súbdito mío. Tomo el cumplido por lo que vale
preocuparme de ver Roma, me meto en la cama y me quedo en haciéndole una pequeña reverencia.
ella hasta el momento de partir. Llego a N ápoles el 6 de sep­ -T en go excelentes moscateles del Levante47 -m e dice- que
tiembre. Com í, bebí y dorm í con tres aldeanos, mis compañeros podría venderos a buen precio.
de viaje, sin dirigirles nunca la palabra. -P o d ría comprarlos, porque entiendo de moscateles.
Nada más apearme del carruaje, me hago llevar al lugar indi­ -Tanto mejor. ¿Cuál es el que preferís?
cado en las señas, pero el obispo no está. Voy al convento de los - E l Cerigo.
Mínimos, y me dicen que se había ido a Martorano; todas las di
ligcncias que hago son inútiles: no ha dejado ninguna instruc 44 - Recibieron ese nombre (carlino\ plural, carlini) en Italia varias
monedas acuñadas por diversos príncipes llamados Carlos. Los carlinos
41. La porta del Pioppo, anteriormente llamada porta Flaminia o acuñados en Nápoles entre 1458 y 1859 valían la décima parte del du­
porta San Valentino, recibe esc nombre del bosque de álamos (populm cado.
en latín, pioppo en italiano) que la rodeaba. 45. Por tratarse de millas romanas, 290 kilómetros aproximada­
42. Nombre popular de la parte del Quirinal (Monte Cavallo) que va mente.
desde la columna Trajana a la Torre de las Milicias. En el Monte Mag- 46. Castillo construido en 1738, durante el reinado de Carlos de
nanopoli no existió convento de frailes mínimos, aunque la casa de la Borbón, rey de Nápoles, y luego rey de España desde 1759 con el nom­
orden, hoy desaparecida, estaba cerca, en San Francesco di Paola ai bre de Carlos III.
Monti, junto al largo di Palazzo. 47. Moscatel de uvas de sabor almizclado. El Levante veneciano, al
43. Bernardo de Bcrnardis viajó desde Roma, donde había sido con que aquí se alude, comprendía diversas islas del mar Jónico pertene­
sagrado obispo a finales de diciembre de 1743, a Nápoles con postcrio cientes a Venecia; de una de ellas, Cerigo, posesión veneciana desde el
ridad al 14 de enero del año siguiente. siglo XI, procedía un afamado vino.

1 96
tos, diciéndom c que volveríam os a vernos a la hora del al­
-Tenéis razón. Tengo uno excelente. y, s, queréis que coma­ muerzo. También yo salgo para ir a comprar dos libras y media
mos juntos, lo probarem os con la comida. de plomo y otras tantas de bismuto; el droguero no tenía más.
Vuelvo a mi habitación, pido al posadero grandes frascos vacíos
y de C c ía lu m ,* Y también alBunos y hago en ellos mi amalgama.
minerales, vitriolo, cinabrio, antimonio y c c n quintales de m Com em os alegremente, y el griego está encantado viendo
curio. que su moscatel de Cerigo me parece exquisito. Riendo, me pre­
-;T o d o aquí? . gunta por qué le había com prado un frasco de mercurio, y le
- N o , en Ñ apóles. Aquí sólo tengo moscatel y mercurio. respondo que podía verlo en mi cuarto. Vamos a mi habitación
-Tam bién compraré mercurio. y el griego ve el mercurio dividido en dos botellas. Pido una ga­
Es natural que un ¡oven ingenuo, en la miseria y averg muza, filtro con ella el mercurio, le lleno su frasco y le veo sor­
zado de estar en ella, que habla con un neo al que no conoce prenderse ante un cuarto de frasco de buen mercurio que me
hable sin pensar en engañar, de comprar. Me acorde entonces quedaba, además de una cantidad igual de metal en polvo que él
de una amalgama de mercurio hecha con plomo y bismuto c no conocía y que era el bismuto. Acom paño su asombro con
mercurio aumentaba de volum en una cuarta pa t e ^ N o d g^ una carcajada. Llamo al mozo de la posada y le envío con el mer­
nada, pero pienso que, si el griego no conocía aquel ™g>stcno> curio que me quedaba a venderlo a la tienda del droguero. Vuel­
podría sacar algún dinero. Me daba cuenta de que necesitaba ha­ ve y me da quince carlinos.
bilidad pues estaba seguro de que, si le proponía de buenas a El griego, maravillado, me ruega que le devuelva su frasco,
orimeras la venta de mi secreto, lo despreciaría. Antes tema que que estaba lleno y costaba sesenta carlinos, y se lo devolví riendo
sorprenderle con el m ilagro del aumento del m ercurio, f.ng.r y dándole las gracias por haberme hecho ganar quince carlinos.
que todo era un juego y esperar a ver por donde sal,a. La p i­ Al mismo tiempo le digo que al día siguiente debo partir tem­
cardía es un vicio, pero la picardía honesta rlo es otra cosa que la prano para Salerno. «Entonces cenaremos juntos todavía esta
prudencia del espíritu. Es una virtud. Verdad es que se parece noche», me dijo.
Ía superchería, pero hay que pasar por eso. El que no sabe e.er- Pasamos todo el resto de la jornada en el Vesubio, sin men­
cerla es un necio. Esc tipo de prudencia se denomina en g n e y cionar para nada el mercurio; pero le veía pensativo. Durante la
cerdaleophron.«• Cerda quiere decir «zorro». Después de ver t cena me dijo riendo que bien podía quedarme un día más para
palacio fuimos a la posada. El griego me lleva a su cuarto donde ganarme cuarenta y cinco carlinos con otros tres frascos de mer­
ordena al posadero que prepare una mesa para dos. En la hal curio que él tenía. C on aire digno y serio le respondo que no los
ración contigua había grandes frascos llenos de moscatel y cu., necesito y que si había aumentado un frasco había sido para di­
tro Henos de m ercurio de diez libras cada uno. C o m o estaba vertirlo con una sorpresa agradable.
decidido a poner en práctica mi plan, le pido un -Entonces -m e d ijo - debéis de ser rico.
curio, que le pago y me llevo a mi cuarto. El se fue a sus as - N o , porque trabajo tratando de aumentar el oro, y eso nos
cuesta mucho.
.o U I 1 ¡o n ia que exportaba un vino muy apreciado.
- O sea que sois varios.
£ Del latín magisterium («arte), el término pertenecía al enjua
-M i tío y yo.
alquímico y fue utilizado por Artef.o, alquimista «abe J c sig i .
-¿Q u é necesidad tenéis de aumentar el oro? El aumento del
sus Tres tratados de la filosofía natural con esc s.gn.f.cado.
En ariceo este adjetivo significa «astuto, taimado-, de cerdah .... m ercurio debe bastaros. Decidme, por favor, si el que habéis
«atemo^ las pmpias ganancias-,'\ fren, «mente, ¿nimo»; « « /- no no­ aumentado puede volver a aumentarse.
nada que ver con «zorro».
1 99
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- N o , si pudiera hacerse sería un inmenso criadero de riqueza. - E l uno y medio por ciento; pero ¿también os conocen en la
Cuando acabamos de cenar pague al posadero rogándole que lorre del G riego? Porque me molestaría perder el tiempo.
me buscase para el día siguiente, muy temprano, un coche de -Vuestra desconfianza me ofende.
dos caballos para ir a Salerno. Tras dar las gracias al griego por C oge entonces la pluma, escribe y me da el siguiente billete:
su excelente moscatel, le pedí sus señas en N ápoles diciéndole «A la vista. Pagad al portador cincuenta onzas de oro, y cargad­
que me vería dentro de quince días, porque estaba empeñado en las en mi cuenta. -P an agio tti- Rodostem o. Al Signor Gennaro
comprarle un barril de su C crigo. Después de abrazarnos cor- di Cario».
dialmentc, me fui a dormir bastante contento de haber aprove­ Me dice que el banquero vivía a doscientos pasos de la po­
chado la jornada y nada sorprendido de que el griego me hubiera sada, y me anima a ir verlo en persona. N o me hago rogar: re­
propuesto que le vendiera mi secreto. Kstaba seguro de que pen­ cibo las cincuenta onzas y, al volver a mi habitación, donde me
saría toda la noche en ello y de que volvería a verlo al amanecer. aguardaba, las pongo sobre la mesa. Le digo entonces que me
En cualquier caso, tenía suficiente dinero para ir hasta la Torre acompañe a la Torre del G riego, donde remataríamos el asunto
del G riego; y allí, la Providencia se cuidaría de mí. Me parecía después de habernos com prom etido los dos mediante contrato
imposible poder llegar a M artorano pidiendo limosna, pues con escrito. C om o tenía allí los caballos y su carruaje, mandó engan­
mi aspecto no podía inspirar compasión. Sólo podía esperar con­ char, rogándome amablemente que recogiese las cincuenta onzas.
mover a quienes sabían que no me encontraba en la necesidad. En la Torre del G riego firm ó una declaración en la que se
Y eso no le sirve de nada a un verdadero mendigo. comprometía a pagarme dos mil onzas en cuanto le hubiera en­
C om o había previsto, el griego vino a mi cuarto en cuanto señado la materia y la forma en que podría aumentar el mercu­
fue de día. rio una cuarta parte sin deterioro de su pureza, igual en todo al
-Tom arem os café juntos -le dije. que yo había vendido en Portici en su presencia.
—Decidme, señor abate, ¿me venderíais vuestro secreto? Me hizo a este fin una letra de cambio a ocho días vista pa­
-¿P o r qué no? Cuando volvamos a vernos en Nápoles. gadera por el señor Gennaro di Cario. Entonces le revelé que el
-¿P o r que no hoy? plomo se amalgamaba por su propia naturaleza con el mercu­
-M e esperan en Salerno. Adem ás, el secreto cuesta mucho rio, y que el bismuto sólo servía para conseguir la fluidez per­
dinero y no os conozco. fecta que necesitaba para pasar por la gamuza. El griego se fue a
- N o es una buena razón; aquí me conocen de sobra porque realizar la operación no sé adonde. Yo cene solo; por la noche lo
pago al contado. ¿Cuánto querríais? vi con la cara muy triste. Me lo esperaba.
-D o s mil onzas.’ 1 —La operación está hecha -m e d ijo-, pero el mercurio no es
-O s las doy a condición de que yo mismo pueda aumentar perfecto.
las treinta libras que aquí tengo con la materia que me digáis y - E s igual a l que yo v e n d í en Portici. Vuestra escritura lo dice
que yo mismo iré a comprar. claramente.
—Es im posible, porque aquí no se encuentra esa materia, -P e ro también dice sin deterioro de su pureza. Admitid que
mientras que en N ápoles hay toda la que se quiera. su pureza se ha deteriorado. Es tan cierto que no se puede
-S i es un metal, lo habrá en la Torre del G riego. Vayamos aumentar de nuevo.
juntos. ¿Podéis decirme cuánto cuesta el aumento? - Y o me atengo a la igualdad. Iremos a pleito y perderéis. Me
; i . Acuñada durante el reinado de Carlos de Borbón en Nápoles, la molesta que el secreto se haga público. Felicitaos, si ganáis, de
onza de plata valía 14 paoli, según anota el propio Casanova. Con pos­ haberme sacado mi secreto por nada. N o os creía capaz, señor
terioridad a 1749 se acuñaron de oro, con una equivalencia de 60 carlinos. Panagiotti, de engañarme de este modo.

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-S o y incapaz, señor abate, de engañar a nadie. Durante el viaje, contemplando el famoso M are Ausonium,J)
-¿Sabéis el secreto o no? ¿O s lo hubiera dicho de no ser por me sentí feliz viéndome en el centro de la Magna G r e c i a que
el trato que hemos hecho? Esta historia hará reír a todo N ápo- la presencia de Pitágoras” había hecho ilustre hacía veinticuatro
les, y serán los abogados los que ganen dinero. siglos. Miraba asombrado aquella tierra famosa por su fertili­
-E ste asunto me disgusta mucho. dad, en la que, pese a la prodigalidad de la naturaleza, no veía yo
-D e todos modos, aquí tenéis vuestras cincuenta onzas. más que miseria y hambre, en vez de abundancia de lo super-
Cuando yo las sacaba del bolsillo temiendo que las cogiese, Huo, lo único que puede hacer adorable la vida, así como un gé­
se marchó diciéndomc que no las quería. Cenamos a solas, cada nero humano que me hacía sentir vergüenza al pensar que
uno en su cuarto y en guerra declarada; pero yo sabía que ha­ también yo pertenecía a él. A sí es esa Tierra de la b o r'6 donde se
ríamos las paces. Por la mañana, cuando me disponía a irme y ya aborrece la labor, donde todo tiene un precio miserable, y cuyos
estaba preparado un carruaje, vino a hablar conmigo. Cuando habitantes creen liberarse de un peso cuando encuentran alguien
le repetí que cogiese las cincuenta onzas, me dijo que debía con­ que tiene la complacencia de aceptar los regalos que la natura­
tentarme con cincuenta más y devolverle su letra de cambio de leza les hace de toda clase de frutos. Hube de admitir que los
dos mil. Empezamos entonces a discutir, y al cabo de dos horas romanos no se habían equivocado cuando los llamaron brutos
terminé rindiéndome. Me dio otras cincuenta onzas, comimos en lugar de brucios.'7 Los curas que me acompañaban se reían
juntos, luego nos dimos un abrazo y, por último, me regaló un cuando les hablaba de mi miedo a la tarántula y al quersidro.'8
vale para que me dieran en su almacén de N ápoles un barril de 1.a enfermedad que causan me parecía más espantosa que la ve­
su moscatel, así como un m agnífico estuche con doce navajas nérea. Aquellos curas, asegurándome que eran fábulas, se bur­
de afeitar con mango de plata de la famosa fábrica de la Torre laban de las Geórgicas” de Virgilio y del verso que les citaba para
del G rieg o .’ 1 N os separamos como buenos amigos. Me detuve justificar mi miedo.
dos días en Salerno para com prar camisas, medias, pañuelos y Encontré al obispo Bernardo de Bcrnardis mal aposentado
todo lo que necesitaba. Dueño de un centenar de cequícs y con ante una pobre mesa en la que estaba escribiendo. Me arrodi­
buena salud, me sentía orgulloso de mi hazaña en la que no creía llé ante él, y, en lugar de darme la bendición, me levantó y me
que hubiera nada que reprocharme. Sólo una moral cívica, que
53. Mar que bañaba las costas de la parte meridional del mar Ti­
no es de recibo en el com ercio de la vida, podía reprobar la as­
rreno, al norte de la Magna Grecia, habitadas por los ausonios.
tuta conducta que había seguido para vender mi secreto. Vién­ 54. Kn el siglo vi a.C. recibió ese nombre la parte suroricntal de la
dome libre, rico y seguro de presentarme ante el obispo como un península itálica, por las numerosas colonias helénicas que florecían en
apuesto mozo y no como un mendigo, recuperé toda mi alegría, illa.
felicitándome por haber aprendido por mí mismo a defenderme Filósofo griego, natural de Samos, que vivió en el siglo VI a.C. En
Trotona (Italia meridional) fundó la escuela pitagórica.
de los padres Corsini, de los jugadores tramposos y de las mu­
56. Antiguo nombre de la ex provincia de Caserta, también llamada
jeres mercenarias, y, sobre todo, de los aduladores. Salí de Sa­ f ¡impartía felix por la fertilidad de sus tierras; el segundo termino la­
lerno en compañía de dos curas que tenían prisa por llegar a lino labor significa «trabajo».
Coscnza. Hicim os las ciento cuarenta millas en veintidós horas. 57. Nombre de los habitantes de Brutium (o Bruttium), parte de la
Al día siguiente de mi llegada a esa capital de la Calabria, tomé Italia meridional comprendida en la Magna Grecia. En la actualidad,
un cochecillo y fui a Martorano. l.i parte inferior de Calabria.
58. O hidra de tierra; esta serpiente vivía en agua y en tierra.
59. Poema didáctico acabado el año 29 por el poeta latino Virgilio
52. La famosa fábrica de armas estaba en realidad en Torre Annun (70-19 a.C.); sus cuatro libros trataban de devolver a los romanos el in­
ziata. terés por la vida agrícola.

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abrazó estrechándome contra su pecho. L o vi sinceramente Bien habría podido ser, pero sin una buena biblioteca, sin un
afligido cuando le dije que en N ápoles no había encontrado nin­ círculo, sin emulación, sin correspondencia, ¿era aquél el sitio
guna indicación para ir a postrarme a sus pies, y lo vi tranquili­ donde debía establecerme a la edad de dieciocho años? V ién­
dome pensativo y como abatido ante la triste perspectiva de vida
zarse cuando le expliqué que no debía nada a nadie y que mi
que debía esperar a su lado, creyó animarme asegurando que
salud era buena.
haría cuanto estuviera en su mano para hacerme feliz.
Suspiró al hablarme de desgracias y miserias, y ordeno a un
criado que pusiera un tercer cubierto en su mesa. Además de O bligado a oficiar de pontifical al día siguiente, tuve ocasión
de ver a todo su clero y a las mujeres y hombres que llenaban la
ese criado, tenía la más canónica de todas las criadas y un cura
catedral. Fue en esc momento cuando tomé mi decisión; me
que, por las pocas palabras que dijo en la mesa, me pareció un
sentí afortunado de poder tomarla. Sólo vi animales que me pa­
gran ignorante. Su casa era bastante grande, pero estaba mal
construida y ruinosa. Era tal la falta de muebles que, para darme recieron literalmente escandalizados ante mi aspecto exterior.
¡Q ué fealdad en las mujeres! C on toda claridad le dije a Monsi-
una mala cama en una habitación contigua a la suya, hubo de ce­
derme uno de sus dos duros colchones. Me asustó su espantosa gnorc que no sentía vocación de morir mártir en aquella ciudad
en pocos meses.
comida. La observancia de las reglas de su orden le hacia ayunar,
y el aceite era malo. Por lo demás, era hombre inteligente y, lo -D adm e vuestra bendición episcopal -le dije- y permiso para
irme; o, mejor aún, venid vos también conmigo y os aseguro que
que im porta más, honrado. Me dijo, cosa que me sorprendió
mucho, que su obispado, que no era sin embargo de los más po­ haremos fortuna. Devolved vuestro obispado a los que os hicie­
ron un regalo tan malo.
bres, sólo le daba quinientos ducados di regnok° al año, y, para
colmo de desgracias, ya tenía deudas por valor de seiscientos. Esta propuesta le hizo reír varias veces el resto de la jornada;
pero si hubiera aceptado, no habría muerto dos años después en
Durante la cena me dijo que su única dicha era haber salido de
la flor de su edad.61 Este digno hombre se vio obligado por el
las garras de los frailes, cuya persecución durante quince anos
deber a pedirm e perdón por el error que había com etido ha­
seguidos había sido un verdadero purgatorio para él. Tales no­
ticias me mortificaron, pues me hicieron intuir el aprieto en que ciéndome ir allí. Creía deber suyo devolverme a Venecia, pero,
como no tenía dinero ni sabía que lo tuviera yo, me dijo que me
mi persona debía ponerle. Lo veía además desconcertado, por­
enviaría a N ápoles, donde un vecino al que me recomendaba
que se daba cuenta del triste regalo que me había hecho. N o me
me entregaría sesenta ducados di regno con los que podría re­
parecía, sin embargo, que debiera compadecerlo.
Sonrió cuando le pregunté si tenía buenos libros, un grupo gresar a mi tierra. Acepté agradecido su ofrecimiento y corrí a
sacar de mi baúl el bello estuche de navajas de afeitar que Pana-
de literatos, una noble tertulia para pasar agradablemente una o
dos horas. Me confió que en toda su diócesis no había literal giotti me había regalado. Me costó muchísimo trabajo conseguir
que lo aceptara, porque valía los sesenta ducados que me daba.
mente una sola persona que pudiera presumir de saber escribii
Y no aceptó hasta que lo amenacé con quedarme si se obstinaba
bien, y menos todavía que tuviera buen gusto y una idea de lo
en rechazarlo. Me dio una carta en la que hacía mi elogio para el
que es la buena literatura, ni un librero de verdad ni tampoco
un solo entendido algo curioso por la gaceta. Me prometió sm arzobispo de Coscnza, rogándole que me enviase a N ápoles a
embargo que juntos cultivaríamos las letras en cuanto recibier.i sus expensas. A sí fue com o abandoné Martorano sesenta horas

los libros que había encargado a Nápoles. 61. En realidad, Bernardo de Bernardis murió en 1758, quince años
después de la visita de Casanova. El error, como tantos otros en la His­
6o. Moneda de oro, también llamada -ducado de Nápoles», acuiutl.i toria de mi vida, se debe a la lentitud con que viajaban las noticias en la
época.
en ese reino durante el siglo XVI; su valor era de 10 carlini.

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después de haber llegado, compadeciendo al obispo a quien de­ que trasladaran a su casa mi pequeño baúl. Antes me hizo entrar
jaba allí y que, derramando lágrimas, me dio de todo corazon de nuevo en su cuarto.
cien bendiciones.
El obispo de Cosenza,6’ hombre inteligente y rico, quiso alo­
jarme en su casa. En la mesa desahogué mi corazón haciendo el C A P Í T U L O IX
elogio del obispo de Martorano, pero critiqué sin piedad su dió­
cesis, y luego a toda Calabria, con un estilo tan mordaz que MI B R E V E P E R O F E L IZ ESTANCIA EN N Á P O L E S.
Monseñor tuvo que reírse con todos sus comensales, entre ellos D O N A N T O N I O CA SA N O VA . D O N L E L IO C A R A M A. V O Y A ROMA
dos damas, parientes suyas, que hacían los honores de la casa. EN E N C A N T A D O R A CO M PA Ñ ÍA Y E N T R O AL S E R V IC IO
A la más joven no le gustó nada la sátira que yo había hecho de D E L C A R D E N A L ACQ UAVIVA . B A R B A R U C C IA .
su país y me declaró la guerra; pero la calmé diciéndole que C a ­ T E S T A C C IO . FRA SCA TI
labria sería un país adorable con sólo que se le pareciese la cuarta
parte de sus habitantes. Q uizá para probarme lo contrario de lo N o tuve muchos problemas para responder a todas las pre­
que yo había dicho, al día siguiente el obispo dio una cena es­ guntas que don Gennaro me hizo; pero me parecían muy ex­
pléndida. Cosenza es una ciudad en la que una persona respeta­ traordinarios y singulares los continuos ataques de risa que
ble puede divertirse, porque cuenta con una nobleza rica, muje­ salían de su pecho con cada respuesta que le daba. La descrip­
res bonitas y gente instruida. Me marché al tercer día con una ción del miserable estado de Calabria y la situación del obispo
carta del arzobispo para el célebre G cnovcsi.6» de Martorano, que habría hecho llorar a cualquiera, provocaron
Tuve cinco compañeros de viaje que siempre me parecieron su risa hasta el punto de hacerme pensar que podía serle fatal.
corsarios o ladrones de oficio, por lo que tuve la precaución de Era un hombre robusto, gordo y rubicundo. Creyendo que
no dejarles ni adivinar que llevaba una bolsa bien provista. Siem­ se burlaba de mí, estaba pensando en enfadarme cuando, tran­
pre me acosté con los calzones puestos, no sólo para proteger quilizándose por fin, me dijo amablemente que debía disculparle
mi dinero, sino por una precaución que me parecía necesaria en porque su risa era una enfermedad de familia, de la que hasta
un país donde el gusto antinatural es común. uno de sus tíos había muerto.
-¿M uerto de reír?
t T
-S i. Esta enfermedad, que H ipócrates1 no conoció, se llama
Llegué a Nápoles el 1 6 de septiembre,6- y lo primero que hice li fía t i.1
fue llevar a sus señas la carta del obispo de Martorano. Iba d iri­ -¿C ó m o ? Las enfermedades hipocondriacas que entristecen
gida al señor Gennaro Palo, en Sant’ Anna.4' Este hombre, que a quienes las padecen, ¿os alegran a vos?
sólo tenía que darme sesenta ducados, me dijo, después de haber -S i, porque mis flati, en lugar de influir en el hipocondrio,»
leído la carta, que quería alojarme en su casa, pues deseaba que me afectan al bazo, que según mi medico es el órgano de la risa.
conociese a su hijo, que también era poeta. El obispo le escribía Es un descubrimiento reciente.
que yo era sublime. Tras los cumplido* de rigor, acepté haciendo
n 1 í 1 j lPj°CraitC! a C )’ médico griego nacido en la isla de
62 Francesco Antonio Cavalcanti, monje tcatino, muerto en 1748. '-os, fundador de la medicina científica.
63. Antonio Genovesi ( 17 12-1769). filósofo, educador y economista 2. Flatos, vapores, humores que suben al cerebro provocando un
italiano, que en esa época enseñaba en la Universidad de Ñapóles. malestar general.
64. Estas fechas y las sucesivas son erróneas. 3- Cada una de las dos partes laterales del abdomen, encima del om­
65. Pequeña iglesia en el borgo di Sant’Antonio Abate, en Ñapóles. bligo.

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-N a d a de eso. Es cosa sabida hace mucho incluso. La familia de don Gennaro sólo estaba formada por ese hijo,
—¡M uy bien! Hablaremos de eso en la mesa, pues espero que una hija que no era guapa, su mujer y dos viejas hermanas muy
pasareis aquí algunas semanas. devotas. A la cena asistieron varios literatos. A llí conocí al mar­
- N o puedo. Debo irme pasado mañana a más tardar. qués Galiani,4 que comentaba a Vitrubio7 y era hermano de un
-¿Tenéis dinero entonces? abate" al que veinte años después conocí en París como secreta­
-C u en to con los sesenta ducados que vos tendréis la bondad rio de embajada del conde de Cantillana.’ Al día siguiente, en la
de darme. cena, conocí al celebre Gcnovcsi, que ya había recibido la carta
Volvió a darle la risa; y lo justificó después diciéndomc que que el arzobispo de Cosenza le había enviado. Me habló mucho
le había parecido divertida la idea de hacer que me quedase en su de Apostolo Zcno'° y del abate C o n ti." Durante la cena dijo que
casa cuanto quisiera. Me rogó entonces que fuera a ver a su hijo, el m enor pecado mortal que podía cometer un sacerdote era decir
que con catorce años ya era gran poeta. dos misas en el mismo día para ganar dos carlinas más, mientras
Una criada me acompañó a la habitación del muchacho, y que un seglar que cometiese el mismo pecado merecería el fuego.
quede encantado al encontrar en el una bella apariencia y unos Al día siguiente la religiosa tomó el hábito, y en la raccolta'1
modales que me interesaron desde el principio. Tras acogerme las poesías que brillaron fueron las de Paolo y la mía. Un napo­
con mucha cortesía, me pidió excusas por no poder dedicarse litano que se apellidaba Casanova quiso conocerme tan pronto
exclusivamente a mí por estar acabando una canción que debía como supo que era forastero. Enterado de que me alojaba en
ir al impresor al día siguiente, sobre la toma de hábito en Santa casa de don Gennaro, vino a felicitarle con motivo de su on o­
Chiara4 de una pariente de la duquesa de Bovino. C om o su ex­ mástica,1' que se celebraba al día siguiente de la toma de hábito
cusa me pareció muy legítima, le propuse ayudarle. Me leyó en­ de la monja en Santa Chiara.
tonces la canción, y, com o me pareció llena de entusiasmo y Después de haberse presentado, don Antonio Casanova me
versificada al estilo de G u id i,’ le aconsejé que la llamara oda. preguntó si mi familia era oriunda de Venecia. «Soy, señor», le
Después de haber alabado los pasajes que lo merecían, me atreví
a corregirla donde creía que debía serlo, hasta el punto de sus­
tituir algunos versos que me parecían flojos. Me dio las gracias 6. Bernardo Galiani, natural de Chicti, fallecido en 1774.
7. Vitruvio Pollio (88-26 a.C.), arquitecto romano, autor del tra­
preguntándome si yo era A polo, y se puso a copiarla para en­
tado De architectura, traducido por Bernardo Galiani y publicado en
viársela a quien recogía los poemas. Mientras tanto, escribí un Ñapóles en 1758.
soneto sobre el mismo tema. Paolo, entusiasmado, me obligó a 8. Eerdinando Galiani (1728-1797), abate, hombre de letras econo­
firmarlo y lo envió con su oda. mista, natural de Chieti, secretario de la embajada de Ñapóles en París.
Mientras volvía a copiarlo para corregir algunas faltas de or­ 9. Kl marqués de Castromonte y conde de Cantillana fue embaja­
dor de los reyes de Lspaña en Ñapóles y París de 1753 a 177°-
tografía, Paolo fue a ver a su padre para preguntarle quien era
10. Apostolo Zeno (1668-1750), literato y poeta veneciano, uno de
yo, lo que le hizo reír hasta el momento de sentarse a la mesa. los mayores libretistas de su tiempo; fue llamado a Vicna como poeta
Me prepararon una cama en la habitación misma de este joven, áulico. _
cosa que me agradó mucho. 11. Antonio Schinella, esteta y matemático de Padua, más conocido
como abate Conti; difundió en Italia las teorías cartesianas y tradujo
4. Convento e iglesia, construidos en el siglo X V I , donde se con­ obras de Racine y de Voltairc.
servan cuadros de Giotto. 12. Termino italiano: «Antología».
$. Cario Alessandro Guidi (1650-1712), poeta de la Arcadia ita­ 1 j. La festividad de San Genaro, obispo de Bcncvcnto, decapitado
liana, autor, entre otras obras, del drama pastoral Endimione y de unas en el 305 bajo Diocleciano, se celebra el 19 de septiembre. En esa fecha
Rime entre las que figura la canción Alia Fortuna. de 1743, Casanova no podía encontrarse en Nápoles.

208
sidad por saber quién era aquel abate Casanova, para él sería un
respondí con aire modesto, «biznieto del nieto del desdichado
honor presentarme en su salón en calidad de pariente.
Marcantonio Casanova, que fue secretario del cardenal Pompeo
C om o estábamos solos, le roguc que me dispensara de aque­
Colonna y murió de peste en Rom a el año 1 5 28 durante el pon­
lla visita porque únicamente llevaba ropas de viaje. Le dije que
tificado de Clem ente V II.» N ada más decir estas palabras me
debía mirar por mi bolsa para no llegar a Roma sin dinero. E n ­
abrazó llamándome primo. Fue en ese momento cuando todos
cantado de oír esta razón y convencido de su validez, me dijo
los presentes creyeron que don Gennaro se moría de risa, pues
que el era rico y debía permitirle llevarme a casa de un sastre sin
parecía im posible reírse de aquella manera y seguir vivo. Su
sentir el menor escrúpulo. Me aseguró que nadie sabría nada y
mujer, con aire enfadado, le dijo a don Antonio que podía ha­
que, si le negaba un favor tan deseado por él, se sentiría morti­
berle ahorrado aquella escena, ya que conocía la enfermedad de
ficado. Le estreché la mano entonces diciéndolc que estaba dis­
su marido. Don Antonio contestó que no podía suponer que la
puesto a hacer cuanto quisiera. Me llevó, pues, a casa de un
cosa pudiera ser digna de tanta risa. Yo callaba, pues en el fondo
sastre que me tomó todas las medidas que don Antonio ordenó,
aquel reconocim iento me parecía muy cóm ico. C uando don
y que al día siguiente me llevó a casa de don Gennaro cuanto
Gennaro se calmó, don Antonio, sin abandonar su seriedad, me
necesitaba para presentarse en sociedad el más noble de los aba­
invitó a comer, extendiendo la invitación al joven Paolo, que se
tes. Don Antonio vino a verme después, se quedó a comer en
había vuelto mi inseparable amigo.
Lo primero que mi digno primo hizo cuando llegue a su casa casa de don Gennaro, luego me llevó, y también al joven Paolo,
a casa de la duquesa, que, para mostrarse cordial a la napolitana,
fue enseñarme su árbol genealógico, que empezaba con un tal
me tuteó desde el primer momento. Estaba con su hija, de doce
don Francisco, hermano de don G iovanni.14 En el mío, que me
años y muy guapa, que años después se convirtió en duquesa de
sabía de memoria, don Giovanni, de quien yo descendía en línea
M atalona. Me regaló una tabaquera de concha muy rubia cu­
directa, había nacido postumo; es posible que se tratara de un
bierta de arabescos incrustados en oro, y nos invitó a comer al
hermano de Marcantonio; pero cuando supo que mi árbol ge­
día siguiente, diciéndonos que después iríamos a Santa Chiara a
nealógico empezaba por don Francisco de Aragón, que había vi­
visitar a la nueva religiosa.
vido a finales del siglo xiv, y que, por lo tanto, toda la genealogía
Al salir de la casa Bovino fui solo al almacén de Panagiotti
de la ilustre casa de los Casanova de Zaragoza era también la
para recoger el barril de moscatel. El encargado del almacén tuvo
suya, se entusiasmó de tal modo que ya no sabía qué hacer para
la bondad de dividir el contenido del barril en dos pequeños,
convencerme de que la sangre que corría por sus venas era la
que mandé llevar, uno a casa de don Gennaro, otro a la de don
misma que la mía.
Antonio. Al salir del almacén me encontré al buen griego en per­
Viéndolo curioso por saber la aventura que me había llevado
sona, que se alegró de verme. ¿D ebía avergonzarme ante aquel
a Nápoles, le dije que, tras abrazar el estado eclesiástico después
hombre al que era consciente de haber engañado? De ningún
de la muerte de mi padre, iba a Roma en busca de fortuna. Cuan
modo, porque el admitía que me había portado con él como un
do me presentó a su familia, tuve la impresión de que su mujer
perfecto caballero.
no me acogía bien; pero a su preciosa hija y a su sobrina, toda
En la cena, don Gennaro me dio las gracias, sin reírse, por
vía más guapa, no les habría costado mucho hacerme creer en la
mi valioso regalo, y al día siguiente, don Antonio, en reciproci­
fabulosa fuerza de la sangre. Después de comer, don Antonio
dad por el excelente moscatel que le había enviado, me regaló
me dijo que, como la duquesa de Bovino había mostrado cuno
un bastón que valía por lo menos veinte onzas, y su sastre me
entrego un equipo de viaje y una levita azul con botonadura de
14. Probablemente, el mismo al que Casanova llama Jaiques en l.i
oro, todo del paño más fino. N o podía ir mejor vestido. En casa
genealogía que hace en el capítulo primero.

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de la duquesa de Bovino conocí al más sabio de todos los napo­ Cuando vi que todas estas personas estaban empeñadas en
litanos, el ilustre don Lelio C araffa,1' de la familia de los duques conseguirme el honor de besar la mano de la reina,10 decidí apre­
de M atalona,16 a quien el rey don Carlos, que lo apreciaba mu­ surar la partida. Era evidente que, respondiendo a las preguntas
cho, honraba con el título de amigo. que la reina me habría hecho, no podría evitar decirle que aca­
En el locutorio de Santa Chiara sostuve dos horas de bri­ baba de venir de Martorano ni hablarle del miserable arzobis­
llante conversación, enfrentándome a todas las monjas que es­ pado donde su intercesión había colocado a aquel buen fraile
taban detrás de las rejas y satisfaciendo con mis respuestas su mínimo. Además, esta princesa conocía a mi madre, y ninguna
curiosidad. Si mi destino me hubiera perm itido quedarme en razón habría podido impedirle decir lo que mi madre hacía en
N ápoles, habría hecho fortuna; pero, aunque sin proyecto al­ Dresde; don Antonio se habría escandalizado y mi genealogía
guno, estaba convencido de que debía ir a Roma. Rechacé con habría quedado ridiculizada. Conocía las inevitables y enojosas
firmeza las instancias de don Antonio, que me ofrecía el empleo consecuencias de los prejuicios com unes, y habría terminado
más honorable, en varias casas principales que me citó, para d i­ mal; elegí el momento oportuno para irme. Don Antonio me re­
rigir la educación del primogénito de la familia. galó un reloj con caja de concha incrustada en oro y me entregó
La comida en casa de don Antonio fue espléndida; pero es­ una carta para don Gaspare Vivaldi,1' a quien llamaba su mejor
tuve pensativo y de mal humor, porque su mujer me miraba mal. amigo. Don Gennaro me dio sesenta ducados, y su hijo me rogó
Varias veces me di cuenta de que, después de mirar mi traje, ha­ que le escribiera, jurándome amistad eterna. Todos me acompa­
blaba al oído de su vecino. Se había enterado de todo. En la vida ñaron, llorando como yo, a un coche, donde había podido re­
hay situaciones a las que nunca he podido adaptarme. En la más servar el último asiento.
brillante reunión, si una sola persona de las que asisten me mira La fortuna me había tratado indignamente desde mi desem­
fijamente, me altero; me pongo de mal humor y parezco imbé­ barco en C hioggia hasta Nápoles. Fue en N ápoles donde em­
cil. Es un defecto. pecé a respirar, y Nápoles siempre fue propicia conmigo, como
También don Lelio C araffa hizo que me ofrecieran en su se verá en la continuación de estas memorias. En Portici pasé un
nombre elevados honorarios por quedarme a dirigir los estudios momento horrible en el que estuve a punto de perder el ánimo,
de su sobrino el duque de M atalona, que entonces tenía diez V contra la depresión del ánimo no hay remedio; es imposible re­
años. Fui a su casa para darle las gracias y rogarle que se con­ cuperarse porque ese tipo de desánimo no admite remedio al­
virtiera en mi benefactor dándome una buena carta de re­ guno. C on su carta a don Gennaro, el obispo de Martorano me
com endación para Roma. Este caballero me envió dos al día había compensado de todo el mal que me había hecho. N o le es­
siguiente, una dirigida al cardenal A cquaviva'7 y la otra al padre cribí hasta llegar a Roma.
G c o rg i,'1 poderoso patrasso.'9
Angélico. Enemigo declarado de los jesuítas, sufrió un atentado el 10 de
1 5. Descendiente de una de las más ilustres familias napolitanas, fue septiembre de 1743. Se apuntó como posibles autores a miembros de esa
embajador del rey de Nápoles en París (1751 -1752). Murió en 1761. orden y al cardenal Acquaviva.
16. Cario Caraffa, duque de Matalona (1734-1765), con el que Ca­ 19. [Viene de la pág. anterior.] Termino italiano derivado del latín
sanova se encontrará más tarde en París. p.itcr, por analogía con papasso.
17. Troyano Francisco, príncipe Acquaviva de Aragón (1696-1747), io. María Amalia Walburga (1724-1760), princesa de Sajonia y Po-
arzobispo de Monreale, cardenal en 1732 y representante de España y lunia, esposa de Carlos de Borbón, rey de Nápoles y, desde 1759, de Es­
Nápoles ante el Estado Pontificio. paña. No hay documentación que confirme la mediación de la madre de
18. Antonio Agostino Giorgi (1711-1797), monje agustino, catedrá­ • asanova en el nombramiento de Bcrnardis como obispo de Martorano.
tico de teología en Roma, procurador de su orden y bibliotecario del 21. Gaspare Vivaldi (1699-1767), hijo del marques Bcncdctto.

*'3
Dedicado a contemplar la hermosa calle de Toledo“ y ocu­
Llego un barbero que, después de haber afeitado al abogado,
pado en secarme las lágrimas, no pense en mirar las caras de mis me ofreció el mismo servicio en un tono que no me gustó. C uan ­
tres compañeros de viaje hasta pasar la puerta de la gran ciudad.
do le respondí que no le necesitaba, me replicó que la barba larga
La cara del hombre de cuarenta a cincuenta años que tenía a mi era una suciedad, y se marchó.
lado era agradable y despierta. Las dos mujeres, sentadas en la
En cuanto estuvimos en el coche, el abogado dijo que casi
parte posterior, eran jóvenes y bonitas, de atuendo muy limpio todos los barberos eran insolentes.
y aire desenvuelto y al mismo tiempo honesto. Sin haber cam­
-H ab ría que saber -d ijo la herm osa- si la barba es o no es
biado una palabra llegamos a Aversa, donde ni siquiera nos ilgo sucio.
apeamos porque el cochero nos advirtió que sólo se detendría
- L o es -respondió el abogado- porque es un excremento.
para dar de beber a sus muías. Al anochecer nos detuvimos en
- E s posible -le dije-, pero no se mira com o tal. ¿Se llama ex­
Capua. ¡C o sa increíble!, no abrí la boca ni una sola vez en todo cremento a los cabellos que, en cambio, se cuidan y cuya belleza
el día mientras disfrutaba escuchando la jerga de aquel hombre, y longitud admiramos?
que era napolitano, y el precioso lenguaje de las dos hermanas, —O sea —dijo la dama—, el barbero es un necio.
que eran romanas. Por primera vez en mi vida tuve la constan­ -P e ro , además -le d ije-, ¿tengo barba acaso?
cia de pasar cinco horas sin hablar frente a dos muchachas o mu­ - Y o diría que sí.
jeres encantadoras. En Capua nos dieron una habitación con dos
-Entonces empezare a afeitarme en Roma. Es la primera vez
camas, como era lo habitual. Mi vecino fue entonces el que me que oigo reprocharme ese defecto.
dijo mirándome: -Q uerida esposa -d ijo el abogado-, deberías callarte, porque
- A s í que tendré el honor de acostarme con el señor abate.
puede que el señor abate vaya a Roma para hacerse capuchino.14
-S o is muy dueño, señor -le respondí con aire frío -, de dis­
La ocurrencia me hizo reír, pero como no quise ser menos le
poner incluso otra cosa. dije que lo había adivinado, aunque después de haber visto a la
Mi respuesta hizo sonreír a la dama, que ya me parecía la mas
señora se me habían pasado las ganas de hacerme capuchino. Tam­
guapa. El augurio se confirmó. bién riendo, el me contestó que a su mujer le gustaban con locura
A cenar fuimos cinco, porque es costumbre que, salvo acuer­
los capuchinos, y que precisamente por eso no debía renunciar a
do contrario, cuando el cochero ha de pagar la comida de los pa­ mi vocación. Estas bromas nos llevaron a otras y así transcurrió
sajeros, coma con ellos. En la superficial conversación de la mesa
agradablemente la jornada hasta Garigliano, donde la deliciosa
sólo hubo decoro y espíritu mundano. Eso picó mi curiosidad.
conversación nos compensó de la mala cena. Mi naciente pasión
Después de la cena bajé para saber de labios del cochero quienes
se alimentaba de la complacencia de quien la provocaba.
eran mis tres compañeros de viaje. «El hombre», me dijo, «es abo
Al día siguiente, en cuanto estuvim os en el coche, la bella
gado,1» y una de las dos hermanas es su esposa, pero no se cuál.-
dama me preguntó si, antes de volver a Venecia, pensaba que­
En la habitación tuve la delicadeza de acostarme el primero
darme algún tiempo en Roma. Le respondí que, como no cono­
para no poner en una situación embarazosa a las damas. Tam
cía a nadie en Rom a, temía aburrirm e. Me dijo que en Rom a
bién por la mañana me levanté el primero y salí del cuarto, y no
aprecian a los forasteros, y que estaba segura de que me encon­
volví hasta que me llamaron para tomar el cafe. Elogie el cafe, y traría a gusto.
la más amable me prometió ese bello regalo todos los días.
peno la abogacía en Ñipóles desde 1707. Doña l.ucrezia debió de ser
22. La actual vía Roma, construida en el siglo XVI por Manlio, pot amiga o ama de llaves de Castclli, ya que murió soltero.
orden del virrey don Pedro de Ioledo. 24. Los capuchinos llevaban barba; el sentido de la broma puede ser
23. Debía de tratarse de Giacomo Castclli (1688-1759), que desem O tr o . r

214
*15
-¿P ued o esperar entonces que me permitáis cortejaros? hacía bueno, la señora dijo que le encantaría dar una vuelta, pre­
-Será un honor para nosotros -d ijo el abogado. guntándome graciosamente si quería ofrecerle el brazo. C o n ­
La hermosa se sonrojó; yo fingí no verlo, y así charlando pa­ sentí enseguida; además, la cortesía no me permitía actuar de
samos la jornada tan agradablemente como la anterior. N os de­ otra manera. Mi corazón estaba afligido, sentía impaciencia por
tuvimos en Terracina, donde nos dieron una habitación de tres volver a mi estado anterior, pero antes era necesaria una expli­
camas, dos estrechas y una ancha entre las otras dos. C om o era cación y no sabía yo cómo provocarla.
natural, las dos hermanas se acostaron juntas en la cama ancha, En cuanto me vi bastante lejos de su marido, que daba el
mientras yo y el abogado, de espaldas a ellas, seguíamos hablan­ brazo a la hermana, le pregunte cómo había podido saber que mi
do sentados a la mesa. El abogado se acostó en la cama donde vio dolor de muelas era fingido.
que habían puesto su gorro de dormir, y yo en la otra, que solo -Seré sincera: por la marcada diferencia de vuestro com por­
estaba a un pie de distancia de la cama ancha. Vi que su mujer es­ tamiento; por el cuidado que habéis puesto en evitar mirarme
taba de mi lado. Sin pecar de fatuo, no pude creer que so o el durante todo el día. C om o el dolor de muelas no puede impedi­
azar hubiera dispuesto así las cosas. Ardía de pasión por ella. ros ser cortés, lo he juzgado fingido. Además, sé que ninguno de
Me desvisto, apago la candela y me acuesto dando vueltas en nosotros ha podido motivar vuestro cambio de humor.
mi cabeza a un plan muy inquietante, porque no me atrevía m a -Sin embargo, algún motivo habrá tenido que haber. Y vos,
abrazarlo ni a rechazarlo. N o podía dorm irm e. Una claridad señora, sólo sois sincera a medias.
muy débil, que me permitía ver la cama donde aquella encanta­ - O s equivocáis, señor. Soy totalmente sincera, y si os he
dora mujer dormía, me obligaba a tener los ojos abiertos. Dios dado un motivo, lo ignoro, o debo ignorarlo. Tened la bondad
sabe a qué me habría decidido finalmente, pues hacia una hora de decirme en que os he molestado.
que titubeaba, cuando la veo incorporarse, salir luego de la cama, -E n nada, porque no tengo derecho a pretender nada.
dar la vuelta muy despacio y meterse en la de su mando. D es­ -S i, tenéis derechos. Los mismos que tengo yo y que la buena
pués, ya no oí el menor ruido. Este hecho me disgusto en grado sociedad concede a todos los miembros que la componen. H a­
sumo, me despechó y me desagradó tanto que, dándome la blad. Sed tan sincero como yo.
vuelta, me dorm í para no despertar hasta el amanecer. La señora -D ebéis ignorar el m otivo, o, mejor dicho, fingir que lo ig­
noráis; es cierto. Pero habréis de admitir que mi deber me pro-
estaba en su cama.
Me visto de muy mal humor y salgo de)ando a todos dormi­ nibc decíroslo.
dos. Me voy a dar un pasco y no vuelvo a la posada hasta el m o­ -Enhorabuena. Ahora ya está dicho todo; mas, si vuestro
mento en que el coche se disponía a partir; las señoras y el deber es no decirme la razón de vuestro cambio de humor, el
abogado me esperaban. mismo deber os obliga a no mostrar ese cambio. A veces la de­
C on aire dulce y afable, la bella se queja de que yo no había licadeza impone al hombre cortes que oculte ciertos sentimien­
querido tomar su cafe. Me disculpo por la necesidad que tema de tos comprometedores. Es una lástima, lo sé, pero merece la pena
ir a dar un pasco. Me cuido mucho toda la mañana no so o de no el sacrifico cuando sirve para apreciar más a quien se lo impone.
hablar, sino de no mirarla. Me quejaba de un fuerte dolor de Un razonamiento hilado con tal agudeza hizo que me son­
muelas. En Piperno, donde com im os, me dijo que mi enferme­ rojara de vergüenza. Atraje su mano a mis labios diciéndolc que
dad era fingida. El reproche me gustó porque me daba derecho reconocía mis errores, y que me vería a sus pies pidiéndole per­
a llegar a una explicación. dón s, no estuviéramos en la calle. «Entonces no hablemos más»,
Por la tarde hice el mismo papel hasta Sermoncta, donde de­ me dijo; y, notando mi arrepentimiento, me miró de una forma
bíamos pasar la noche y adonde llegamos muy temprano. Com o que expresaba tan bien su perdón que no creí aumentar mi culpa

216
despegando mis labios de su mano para permitir que fueran a su contestó, riendo, que se guardase de mí, porque todo aquello no
era más que una sutil picardía.
bella y riente boca.
Ebrio de dicha, pase de la tristeza a la alegría con tanta rapi­ - ¿ N o ves -le d ijo - que su inglés es imaginario? N o apare­
dez que, durante la cena, el abogado hizo cien bromas sobre mi cerá nunca, y nos quedaremos con la tabaquera por nada. Este
abate, querida esposa, es todo un bribón.
dolor de muelas y sobre el paseo, que me lo había curado. Al día
siguiente almorzamos en Vclletri, y de allí fuimos a hacer noche - N o pensaba que hubiera en el mundo bribones de esa espe­
cie -le respondió ella mirándome.
en M arino, donde, a pesar de la cantidad de tropas que había,
pudimos disponer de dos pequeñas habitaciones y de una cena En tono triste añadí que me gustaría mucho ser lo bastante
rico para hacer bribonadas parecidas.
bastante buena.
N o podía desear encontrarme en mejor situación con aque­ Un suceso vino a colmarme de alegría. En la habitación don­
lla encantadora romana. Sólo había recibido de ella una prenda, de cenábamos había una cama, y otra en un gabinete contiguo que
pero era la del amor más sólido, que me aseguraba que sería carecía de puerta y en el que sólo se podía entrar pasando por la
completamente mía en Roma. En el coche nos hablábamos con habitación. Com o es natural, las dos hermanas eligieron el gabi­
las rodillas más que con los ojos, y de esta manera estábamos se­ nete. Una vez que se acostaron, también se acostó el abogado, y
guros de que nadie podía comprender nuestro lenguaje. yo fui el último. Antes de apagar la candela, asomé la cabeza en el
El abogado me había dicho que iba a Roma para rematar un gabinete para desearles un buen sueño, aunque de hecho fue para
ver en qué lado estaba la casada. Ya había urdido mi plan.
asunto eclesiástico, y que se alojaría en la M inerva,1’ en casa de
su suegra. Después de dos años de ausencia, su esposa no vcia la Pero ¡qué maldiciones no solté contra mi cama cuando oí el
hora de abrazar a su madre, mientras su hermana esperaba que­ espantoso ruido que hizo al meterme en ella! Seguro como es­
darse a vivir en Roma tras casarse con un empleado del banco taba de la complacencia de la dama pese a que no me hubiera pro­
del Santo Spirito.16 Invitado a visitarlos, les prometí hacerlo en metido nada, oigo roncar al abogado c intento levantarme para ir
a visitarla. Pero, antes de que quiera levantarme, la cama rechina
cuanto mis asuntos me lo permitieran.
Estábam os en el postre cuando mi hermosa, admirando la y el abogado, despertándose, alarga un brazo. Nota que estoy allí
belleza de mi tabaquera, le dijo a su marido que le gustaría y vuelve a dormirse. Media hora después intento lo mismo; la
mucho tener otra igual. Él se la prometió. cama me hace la misma jugarreta,17 y el abogado vuelve a estirar
-C o m p rad le ésta -le dije entonces—; os la doy por veinte* el brazo. Seguro de que sigo allí, se duerme otra vez, pero la mal­
onzas, que pagaréis al portador del recibo que me firméis. Debo dita indiscreción de aquella cama me hace tomar la decisión de
esa suma a un inglés, y así aprovecho la ocasión de pagársela. al indonar mi plan. Entonces se produjo un golpe de suerte.
- L a tabaquera -m e respondicí el abogado- vale desde luego D e repente, por toda la casa se deja oír un gran tumulto de
las veinte onzas y me encantaría verla en manos de mi mujer, gentes que suben y bajan, que van y vienen. O ím os unos dispa­
que así se acordaría con placer de vuestra persona; pero no la ros, el tambor, la alarma, llaman, gritan, golpean a nuestra puer­
ta, el abogado me pregunta qué pasa, le respondo que no lo sé
comprare si no las pago al contado.
Viendo que yo no accedía, su mujer le dijo que le daría igual rogándole que me deje dormir. Las hermanas, asustadas, nos
hacerme el pagaré al portador que yo necesitaba. Entonces él le piden, en nombre de Dios, luces. El abogado se levanta en ca­
misa para ir a buscarlas y yo también me levanto. Intento cerrar
2j. Iglesia gótica construida sobre un antiguo templo de Minerva,
llamada Santa Maria sopra Minerva; adquirida por los dominicos haci.i
27. Kn el original, lazzi: escenas burlescas de la commedia dell'arte,
1370, la reconstruyeron añadiéndole un convento. codificadas por la tradición teatral.
26. Banco gestionado por el hospital del Santo Spirito.

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la puerta y la cierro, pero la cerradura salta y veo que solo puede Espere sin dorm .r hasta el amanecer para bajar a lavarme y
abrirse con la llave, que yo no tenía. Voy a la cama de las dos cambiarme de camisa. Cuando vi el estado en que me encon­
hermanas para tranquilizarlas en medio de la confusion reinante,
traba, admire la presencia de ánimo dc mi amor. El abogado lo
y cuya causa ignoraba. Mientras les digo que el abogado no tar­
habría adivinado todo. N o sólo tenía manchadas la camisa y las
daría en volver con la luz., consigo importantes favores. La deb.l manos, sino también, no sé cómo, la cara. ¡A y !, me habría ju z­
resistencia me enardece. C on miedo a perder un t.em po pre­
gado culpable, y no lo era del todo. Esc ataque nocturno'* es
cioso, me inclino y, para estrechar a la quenda criatura entre mis
historico, pero no me menciona. Me río cada vez que lo leo en
brazos, me dejo caer sobre ella. Las tablas que sostenían el col­ el elegante D e A m ia s,>° que escribe mejor que Salustio.
chón se parten y la cama se hunde. El abogado llama a la puerta,
La hermana dc mi divina me ponía mala cara en el café, pero
la hermana se levanta, mi diosa me ruega que la deje, debo ceder en el rostro del ángel que yo amaba veía amor, amistad y satis­
a sus ruegos, voy a tientas hasta la puerta para decirle al abo­ facción. ¡g u é gran placer sentirse feliz! ¿Se puede serlo sin sen­
gado que la cerradura ha saltado y que no puedo abrirla. Tiene
tirse uno asi? Dicen los teólogos que sí. H ay que enviarles a
que volver a bajar para buscar al posadero. Las dos hermanas es­
pastar hierba Me veía poseedor dc doña Lucrezia, que así se lla­
taban en camisa detrás de mí. Con la esperanza de tener t.empo
maba, sin haber obtenido nada. N i sus ojos ni el menor dc sus
suficiente para acabar, alargo los brazos. Pero al sentirme ruda­
gestos renegaban dc nada. Nuestras risas tenían por pretexto la
mente rechazado me doy cuenta de que debe de ser la hermana.
alarma dc los españoles, pero en realidad se debían al incidente
Me apodero de la otra. Com o el abogado estaba en la puerta con que ella misma desconocía.
un manojo de llaves, me ruega en nombre de D ios que me vaya
Llegamos a Roma muy temprano. En la Torre,»' donde ha­
a mi cama, porque su marido, al verme en el espantoso estado en
bíamos com ido una tortilla, hice al abogado las más tiernas za­
que yo debía estar, lo adivinaría todo. Al sentir pringosas mis
lemas, le llamé papá, le di cien besos; y le predije el nacimiento
manos, entiendo en el acto lo que quiere decirme y me vuelvo
de un varón, obligando a su mujer a jurarle que se lo daría. Lue­
enseguida a mi cama. Las hermanas también se retiran a la suya, go le dije tantas cosas bonitas a la hermana dc mi adorada que
y entra el abogado. hubo dc perdonarme el hundimiento dc la cama. Al despedirme,
Se dirige primero al gabinete para tranquilizarlas, pero se echa
es prometí visitarlos al día siguiente. Me dejaron en una posada’
a reír a carcajadas cuando las ve hundidas en la cama caída. Me cerca de la plaza dc España,»* desde donde el cochero los llevó a
invita a ir a verlas, y como es lógico me niego. N os cuenta que la su casa dc la Minerva.
alarma se debía a un destacamento alemán que había sorprendido
a las tropas españolas que allí se encontraban y que levantaban el 2V. Casanova escribe camisade, calcando el término italiano cam,-
campo deprisa y corriendo.'* Un cuarto de hora después ya no cuta, relacionado con mcamtaata (siglo xvi): sorpresa nocturna dc sol-
había nadie y a tanta confusión sucedió el silencio. Después de armadura CO" Cam,S3S U ° tra indumcntaria insólita sobre la
felicitarme por no haberme movido de la cama, volvio a acostarse.
r.*,3« r .ü ayi T lcer; Bonamici*’ y * refiere a Castruccio Bonamici
28 Seirún Marino, el encuentro nocturno entre tropas alemanas y ín n ! 1 T ¿ T qU° S,rVÍÓ ba>° Carlos ^ Borbón en Ñapóles;
en » e rebus ad Velaras gest.s anno M D C C X U V describió las batallas
españolas sucedió el 24 de mayo de 1744- pese a que Casanova lo sum­ e Vclletri dc 1 7 4 4 . I.a comparación con el historiador romano Salustio
en septiembre de .743- No fue la única escaramuza ocurrida en Im era compartida por otros coetáneos dc Casanova.
meses siguientes. Como está documentada la presencia de Casanova 01
Venecia el 26 de abril de 1744. mcs antcs dc su encuentro «*n dona n „u V ‘. Eí aClam uUC’ TZ d' VÍa: P° Sada y Primcra cstació" de
Lucrezia, se ha supuesto que el autor exagero un episodio real sobri 1 GioVanni ^ RHma' NaPolcs’ a 7 millas romanas de la porta di San
fondo dc la única escaramuza nocturna ocurrida en el lugar. 32. El traslado dc la embajada dc Kspaña a la piazza Navona cambió

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Heme, pues, en Rom a bien vestido, bastante provisto de di­ Tras haber leído atentamente la carta, me dijo que estaba
nero, con algunas joyas, cierta experiencia, buenas cartas de re­ dispuesto a ser mi consejero y que, por lo tanto, sólo de mí de­
comendación, totalmente libre y en una edad en la que el hom­ pendía no hacerle responsable de ninguna desgracia que me ocu­
bre puede contar con la fortuna si tiene un poco de coraje y un rriese, porque con una buena conducta el honor no tiene desdi­
aspecto que disponga en su fa v o r a la gente a la que se acerca. N o chas que temer.
es la belleza, sino algo que vale más, lo que yo tenía, y que no se M e pregunto sobre lo que quería hacer en Rom a, y le res­
que es. Me sentía capaz de todo. Sabía que Rom a era la única pondí que sería él quien me lo dijera.
ciudad donde un hombre, partiendo de la nada, había subido con -Y a veremos. Venid con frecuencia a mi casa, y no me ocul­
frecuencia a lo más alto; y no es sorprendente que me creyese en téis nada, absolutamente nada de todo lo que os concierna y de
posesión de todas las cualidades requeridas-, mi dinero era un de­ todo lo que os ocurra.
senfrenado am or propio del que la falta de experiencia me im ­ -D o n Lelio también me ha dado una carta para el cardenal
Acquaviva.
pedía desconfiar. .
E l hom bre que quiera hacer fortuna en esa antigua capital de -O s felicito, es el hombre que en Roma tiene más poder que
Italia debe ser un camaleón capaz de revestir todos los colores que el papa. 1
en el am biente en que v iv e refleja la luz. D ebe ser astuto, intri­ -¿D eb o llevársela enseguida?
gante, gran simulador, impenetrable, complaciente, a menudo in­ - N o . Yo le informare esta tarde: venid aquí mañana por la
fam e, falso; siempre ha de fin g ir que sabe menos de lo que sabe, manana. O s diré dónde y a qué hora iréis a entregársela. ¿Tenéis
usar un solo tono de voz, ser paciente, dueño de sus gestos, frío dinero?
como el hielo cuando en su lugar cualquier otro ardería; y si por - L o suficiente para poder vivir un año por lo menos.
desgracia no tiene religión en el corazón, debe tenerla en la m en­ -E s o está muy bien. ¿Tenéis amistades?
te, sufriendo en paz, si es honrado, la mortificación de tener que -N inguna.
reconocer sus hipocresías. Si detesta este tipo de comportamiento, - N o las hagáis sin consultarme, y, sobre todo, no vayáis a los
debe abandonar Roma e ir en busca de fortuna a Inglaterra. De cafes ni a las mesas de posada; si pensáis ir, escuchad y no ha­
todas estas indispensables cualidades, y no sé si es un elogio o una bléis. H u id de los que preguntan mucho, y si la cortesía os obliga
confesión, yo sólo poseía la complacencia, que, si se da sola, es un a responder, eludid la pregunta si puede comprometeros. ¿ Habláis
defecto. Por lo demás, era un simpático atolondrado, un caballo francés?
bastante bello de buena raza sin amaestrar, o, lo que es peor, mal - N i una palabra.

amaestrado. . -Lástim a, tendréis que aprenderlo. ¿H abéis terminado los


L o prim ero que hice fue llevar al padre G corgi la carta de estudios?
don Lelio. Este sabio monje gozaba de la estima de toda la ciu -M as o menos. Pero estoy lo bastante infarinato'« como para
dad. El papa sentía por él una gran consideración porque no defenderme en sociedad.
apreciaba a los jesuitas” y no lo ocultaba. Por su parte, los je -E sta bien, pero sed circunspecto, pues Roma es la ciudad
suitas se creían lo bastante fuertes para despreciarlo. de los infarm ati, que se desenmascaran entre sí y se hacen siem­
pre la guerra. Espero que llevéis la carta al cardenal vestido de
durante el siglo XVH el barrio, que se dotó de nuevas posadas y casas <1.
alquiler para acoger al gran número de extranjeros que visitaban la ciuü.i.l
xx. Giorgi, enemigo declarado de los jesuitas, sufrió un atentad.» .1
10 de septiembre de 1743; se apuntó como posibles autores a los |csin //• ,4 ‘ T " m,no ,cal,f no sacado de la jerga teatral de la commedia de­
arte: califica a hombres de buena educación, pero superficial.
tas y al cardenal Acquaviva.

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modesto abate, y no con ese atuendo galante que no esta hecho bertad, si dejamos a un lado que las ordini santissimiJí son tan
para propiciar la fortuna. Adiós, pues, hasta mañana. temibles como lo eran las órdenes secretas» en París antes de la
M uy satisfecho de este monje, fui al Cam po di Fiore» para atroz revolución.
llevar la carta de mi primo don Antonio a don Gaspare Vivaldi.
Este buen hombre me recibió en su biblioteca, donde estaba con ¡743
dos respetables abates. Tras hacerme la más amable acogida, don Fue al día siguiente, primero de octubre del año 1743, cuando
Gaspare me preguntó mi dirección y me invito a comer el día tome la resolución de afeitarme. Mi bozo se había vuelto barba,
siguiente. Me hizo grandes elogios del padre G eorgi y, cuando y me pareció que debía empezar renunciando a ciertos privile­
me acompañaba hasta la escalera, me dijo que al día siguiente gios de la adolescencia. Me vestí a la romana de arriba abajo, tal
me entregaría la suma que don Antonio le ordenaba pagarme. como había querido el sastre de don Antonio. El padre Georgi
Mi generoso primo seguía dándome dinero, y yo no podía pareció encantado cuando me vio así vestido. Después de invi­
rechazarlo. Lo difícil no es dar, sino saber dar. Al volver a mi po­ tarme a tomar una taza de chocolate, me dijo que al cardenal ya
sada me topé con el padre Stefano, que, siempre el mismo, me le había advertido una carta del mismo don Lclio, y que Su E x ­
hizo mil cumplidos. Estaba obligado a tener cierto respeto por celencia me recibiría hacia mediodía en Villa N egroni,'« por
este individuo original y despreciable, del que la Providencia se donde iría a pascar. Le dije que iba a comer en casa del señor V i­
había servido para librarme del precipicio. Tras decirme que ha­ valdi, y él me aconsejó que fuera a verlo a menudo.
bía conseguido del papa cuanto deseaba, fray Stefano me acon­ En Villa N egroni, el cardenal se detuvo nada más verme para
sejó que evitara encontrarme con el esbirro que me había dado recibir mi carta, apartándose de dos personas que lo acompaña­
los dos cequíes, pues, sintiéndose engañado, quería vengarse. El ban. Se la guardó en el bolsillo sin leerla y, tras dos minutos de
granuja tenía razón. Indiqué a fray Stefano decir al esbirro que silencio que dedicó a estudiarme, me preguntó si sentía alguna
dejara en casa de un comerciante mi recibo, que yo iría a reti­ inclinación por la política. Le respondí que hasta ese momento
rarlo en cuanto supiese que estaba allí. A sí lo hicimos, pagué los sólo había descubierto en mí inclinaciones frívolas, y que, por lo
dos cequíes y aquel infame asunto quedó zanjado. Cené en una tanto, sólo podía responderle que pondría el m ayor empeño en
posada con romanos y forasteros, siguiendo escrupulosamente cum plir cuanto Su Excelencia me ordenase, si me considera­
el consejo del padre G eorgi. Me hablaron muy mal del papa, y ba digno de entrar a su servicio. Me dijo entonces que fuera al
del cardenal m inistro, que era la causa de que el Estado de la día siguiente a su palacio»» para hablar con el abate Gam a/» a
Iglesia estuviera invadido por ochenta mil hombres entre ale­ quien comunicaría sus intenciones. «Es preciso que os dediquéis
manes y españoles. L o que me sorprendió fue que se comiera
36. Las ordenanzas papales.
carne a pesar de ser sábado. Pero en Roma tuve muchas sorpre­ 37. Sobre las lettres de cachel, véase nota 28, pág. 667.
sas que sólo me duraron ocho días. N o hay ciudad cristiana y ca­ 38. Entre el Viminale y el Esquilmo, Villa Negroni fue construida
tólica en el mundo donde el hombre tenga menos escrúpulos en por orden del cardenal Montalvo (luego papa Sixto V de 1585 a 1590).
materia de religión que Roma. Los romanos son como los em­ as tarde pasó a manos de la familia genovesa Negroni, y en 1790 fue
adquirida en estado ruinoso por un tal Stadcrini.
pleados de la manufactura del tabaco, a quienes se permite coger
39. El Palacio de España, propiedad de la corona española desde
gratis todo el tabaco que quieren. Se vive allí con la m ayor li 1646 y sede de sus embajadores.
4 °- Giovanm da Gama de Silveira, de origen portugués, llegó a
35 H campo di I'iore fue construido en su forma actual en 1456 poi Roma en 1735, y entró sucesivamente al servicio de los cardenales Be-
el cardenal chambelán Scarampo. Kn la época, era lugar de ejecuciones lluga y Acquaviva, y luego de Portugal. Tras el atentado de los jesuítas
y el barrio donde se alzaban las posadas más antiguas de la ciudad. de 1758, se refugió en Florencia, donde Casanova lo vio en 1760. En

224 225
cuanto antes a estudiar francés. Es indispensable.» Después de dejé hacer las conjeturas que quisieran. Doña Cecilia le dijo al
haberme preguntado por la salud de don Lelio, me despidió dán­ abogado que era buen pintor, pero que sus retratos no se pare­
dome su mano a besar. cían al modelo; éste le respondió que ella me veía sólo com o
De allí fui al Cam po di Fiore, donde don Gasparc me hizo mascara, y yo fingí que me mortificaba su respuesta. Doña L u ­
comer en selecta compañía. Don Gasparc estaba soltero, y no crezia dijo que ella, en cambio, me encontraba absolutamente
tenía otra pasión que la literatura. Amaba la poesía latina mas igual, y doña Angélica sostuvo que el aire de Roma daba a los fo ­
aún que la italiana, y su favorito era H oracio, que yo me sabia rasteros un aspecto distinto. Com o todo el mundo aplaudió su
de memoria. Después de la comida, me dio cien escudos roma­ sentencia, se sonrojó de placer. Al cabo de cuatro horas, cuando
nos4' por cuenta de don Antonio Casanova. Tras hacerme fir­ ya me iba, el abogado corrió detrás de mí para decirme que doña
mar el recibo, me dijo que para él sería un verdadero placer que Cecilia deseaba que llegara a ser amigo de la casa, con libertad
yo fuera por la mañana a su biblioteca a tomar el chocolate en su para presentarme en ella sin etiqueta y a cualquier hora. Regresé
compañía. a la posada deseando haber agradado a aquella gente tanto como
Al salir de su casa fui a la Minerva. Estaba impaciente por ellos me habían encantado a mí.
ver la sorpresa de doña Lucrezia y de su hermana Angélica. Para Al día siguiente me presenté al abate Gama. Era un portu­
encontrar la casa pregunté dónde vivía doña Cecilia Monti. Era gués de unos cuarenta años, de un rostro hermoso que procla­
su madre. maba candor, alegría c inteligencia. Su afabilidad quería inspirar
Vi a una joven viuda que parecía hermana de sus hijas. N o confianza. Por su acento y sus modales se le habría podido to­
hubo necesidad de anunciarme porque estaba esperándome. V i­
mar por romano. Me dijo con palabras melosas que Su Excelen­
nieron sus hijas, y su acogida me divirtió un momento porque cia había ordenado personalmente a su m ayordom o todas las
yo no les parecía el mismo. Doña Lucrezia me presentó a su her­
disposiciones sobre mi alojamiento en el palacio. Me dijo que
mana menor, que sólo tenía once años, y a su hermano abate,
comería y cenaría con él en la mesa de la secretaría, y que, mien­
que tenía quince, muy atractivo. tras aprendía el francés, podría ejercitarme, sin temor alguno,
Mantuve una actitud adecuada para agradar a la madre: mo
haciendo resúmenes de cartas que él me pasaría. Me dio luego las
destia, respeto y demostraciones del más vivo interés que cuanto señas del maestro de lengua con el que ya había hablado: un abo­
veía ante mí debía inspirarme. Llegó el abogado, que, además de
gado romano llamado Dalacqua, que vivía precisamente frente al
sorprendido por encontrarm e tan rem ozado, se entusiasmo Palacio de España.«1
viendo que me acordaba de darle el nombre de padre. Empezó
Después de estas breves instrucciones, y de asegurarme que
a bromear, y yo le seguí el juego, pero en un tono muy distinto podía contar con su amistad, me hizo llevar ante el mayordomo,
de la alegría que tanto nos hacía reír en el coche. Me dijo que quien, tras hacerme firmar al pie de una hoja de un gran libro
afeitándome la barba se la había puesto a mi ingenio. Dona Lu lleno de otros nombres, me dio por adelantado, como honora­
crezia no sabía qué pensar de mi cambio de humor. Al atardecei rios de tres meses, sesenta escudos romanos en billetes de banco.
vi llegar a varias mujeres, ni guapas ni feas, y a cinco o seis aba Seguido por un lacayo, subió luego conmigo al tercer piso para
tes, dignos todos ellos de análisis. Todos estos señores escucha guiarme hasta mi aposento. Lo formaba una antesala a la que se­
ron con la m ayor atención cada una de mis palabras, y yo les
guían una habitación con alcoba y los gabinetes de servicio, todo
1770 volvió a vivir en el Palacio de España de Roma, donde murió cu.i ello muy bien amueblado. Cuando salimos, el criado, al darme
tro años después. .
41. Escudo papal de plata, también llamado escudo de plata de Kom.i
42. En el segundo piso del palazzetto Bclloni, en el n.° 31 de la
o escudo romano; equivalía a 10 paoli o 100 baiocchi. putzza di Spagna, donde también debió de vivir Barbaruccia.

116
« 7
la llave, me dijo que iría a servirm e todas las mananas, y me razón no sufra por ello; pero, en cualquier caso, hay que ven­
acompañó a la puerta para presentarme al portero. Sin perdida cerlo. Recordad que la razón no tiene mayor enemigo que el co­
razón.
de tiempo volví a la posada para hacer trasladar al Palacio de E s­
paña mi modesto equipaje. Esta es toda la historia de mi rapida -Sin embargo, se les puede poner de acuerdo.
instalación en una casa donde habría hecho brillante fortuna si -C o n eso nos ilusionamos. Desconfiad del animum de vues­
hubiera podido observar una conducta que, tal com o era, no tro querido Horacio. Vos sabéis que no hay término medio, nisi
paret im perat."
podía tener. Volentem ducit, nolentem trahit.« Lo primero que
hice fue ir a casa de mi mentor, el padre G corgi, para darle cuen­ - L o sé. Compesce catenis,« me dice, y tiene razón; pero en
ta de todo. Me dijo que podía dar por iniciada mi carrera y que, casa de doña Cecilia mi corazón no peligra.
magníficamente instalado, mi fortuna sólo dependería de mi -T an to m ejor para vos. A sí no sentiréis pena por no fre­
comportamiento. «Pensad*, me dijo aquel hombre sabio .q u e cuentarla. Recordad que tengo la obligación de creeros.
para que sea irreprochable debéis sacrificaros; y que cualquier - Y yo la de seguir vuestros consejos. Sólo iré a casa de doña
cosa desagradable que pueda ocurrirás no sera considerada por Cecilia de vez en cuando.
nadie ni como desgracia ni como fatalidad; esas palabras carecen Con la muerte en el alma le cogí la mano para besársela, pero
de sentido; todo será culpa vuestra.» la retiro estrechándome contra su pecho y volviendo la cabeza
-M e duele, reverendísimo padre, que mi juventud y mi taita para que no pudiera ver sus lágrimas.
de experiencia me obliguen a importunaros a menudo. Sere una Cené en el Palacio de España al lado del abate Gama, en una
carga para vos, pero me encontrareis dócil y obediente. mesa de diez o doce abates, porque en Roma todo el mundo es,
- Y a menudo vos me encontrareis demasiado severo; pero o quiere ser, abate. Com o a nadie se le prohíbe llevar ese hábito,'
preveo que no me lo contareis todo. todos los que quieren ser respetados lo llevan, salvo la nobleza,’
-T od o, absolutamente todo. que no esta en la carrera de las dignidades eclesiásticas. En esa
-Perm itid que me ría. N o me habéis dicho dónde pasasteis mesa donde nunca hablé por la tristeza que me embargaba atri­
ayer cuatro horas. buyeron mi silencio a sagacidad. El abate Gama me invitó a pasar
-C arece de importancia. C onocí a esas personas durante el la jornada con el, pero me excusé pretextando que debía escribir
viaje. Me parece una casa honrada que podría frecuentar, a me­ cartas. Pase siete horas escribiendo a don Lelio, a don Antonio
nos que vos me digáis lo contrario. a mi joven amigo Paolo y al obispo de Martorano, quien me con­
-D io s me libre. Es una casa muy honrada frecuentada por testo de buena fe que le habría gustado estar en mi lugar.
personas honestas. Se felicitan por haberos conocido. Agradas­ Enamorado de doña Lucrezia y dichoso, abandonarla me pa­
teis a todos. L o he sabido esta mañana. Pero no debéis frecuen recía la mas negra de las perfidias. Para conseguir una hipoté­
tica dicha futura, empezaba siendo el verdugo de mi vida actual
tar esa casa.
—¿D ebo abandonarla de buenas a primeras. y el enemigo de mi corazón; y no podía reconocer esta verdad
- N o , sería descortés de vuestra parte. Id una o dos veces poi sin convertirm e en objeto de desprecio en el tribunal mismo de
semana, pero nada de asiduidad. ¿Suspiráis, hijo mío? mi razón. En mi opinión, al prohibirme aquella casa, el padre
- N o , de verdad. O s obedeceré. G corgi no hubiera debido decirme que era honrada, me habría
-D eseo que no sea a título de obediencia y que vuestro co dolido menos.

44 - Está sacado de Horacio (Epístolas, I, 2, 62): «Animum rege qui


4j. «Guía a quien consiente, arrastra a quien resiste», Scncea, Eph ntst paret^tmperat» («Domina tu corazón, que, si no obedece, manda»)!
tolas, CVII, 11: «Ducuni volentem fata, nolentem trahunt». 45 * -Hay que encadenarlo», Ovidio, Epístolas, XIX, 85.

228 229
Gama, que me responde que era Beppino della Mammana, fa­
Al día siguiente, por la mañana, el abate Gam a me trajo un
moso c a stra to - El abate lo llama y le dice riendo que yo le había
gran libro lleno de cartas ministeriales que, para entretenerme,
tomado por una muchacha. El desvergonzado me mira y me dice
debía compilar. Al salir, fui a tomar mi primera lección de tran­
que, si quena pasar la noche con el, me serviría de muchacha o
ces. Luego, cuando con intención de dar un paseo cruzaba la ele muchacho, como yo prefínese.
calle C ondotta,4* oí que me llamaban desde un cafe.«- Era e
En la comida, todos los comensales me dirigieron la palabra
abate Gama. Le dije al oído que Minerva me había prohibido
y tuve la impresión de arreglármelas bien con las respuestas Al
los cafes de Rom a. . invitarme a cafe en su cuarto, el abate Gama, después de decirme
-M inerva -m e respondió- ordena que os hagais una idea de
que todos con los que había comido eran gentes de bien, me pre­
ellos. Sentaos a mi lado. . gunto si creía haber causado buena impresión.
O igo a un joven abate que cuenta en voz alta un episodio, -M e atrevo a esperarlo.
verdadero o inventado, que atacaba directamente la justicia del
- N o lo esperéis. Habéis eludido las preguntas de forma tan
Santo Padre, pero sin acritud. Todo el mundo ríe y le hace eco.
evidente que toda la mesa ha advertido vuestra reserva. Nadie
O tro, preguntado por que había abandonado el servicio del car­
volverá a preguntaros nada de ahora en adelante.
denal B.,4* responde: «Porque Su Eminencia pretendía no estar
- L o lamentaré. ¿H abría debido hacer públicos mis asuntos?
obligado a pagarle aparte ciertos servicios extraordinarios que
- N o , pero en todo hay un camino intermedio.
exigía en gorro de dorm ir». Las carcajadas fueron generales.
- E l de H o r a c io ,c o n frecuencia muy difícil.
O tro se acercó al abate Gam a para decirle que, si quena pasar la
-H a y qu e hacerse am ar y estimar a l mismo tiempo.
tarde en Villa M edici,4’ lo encontraría acompañado di due ro­ - N o pretendo otra cosa.
m a n é i s que se contentaban con un quartino:*' es una moneda
-E n nombre de Dios: hoy habéis apuntado más a la estima
de oro, la cuarta parte de un ccquí. O tro leyó un soneto incen­
que al amor. Es hermoso, pero disponeos a luchar contra la en­
diario contra el gobierno, que varios copiaron. O tro leyó una
vidia y contra su hija la calumnia; si estos dos monstruos no con­
sátira suya, que hacía pedazos el honor de una familia. Veo en­
siguen destruiros, venceréis. En la mesa habéis pulverizado a
trar a un abate de atractiva figura. Sus caderas y sus mus os me
Salicetti,’ 4 que es médico y, además, corso. Debe de guardaros
hacen pensar que es una joven disfrazada; se lo digo al abate rencor.

46. La actual via Condotti, que arranca en la iglesia Santa Trinità dei
-¿D eb ía darle la razón cuando sostenía que los voglie
" de las
mujeres embarazadas no pueden tener la menor influencia sobre
la piel del feto? Tengo la experiencia contraria. ¿N o sois de mi
M °47. Hste cafe, el único de la via Condotti, estaba ubicado bajo el pa opinión?
lacio Capizucch.-Gavotti. ,
48. Probablemente el cardenal Francesco Borghese ( i 6 97- i 7 59 ). '■> - N o soy de la vuestra ni de la suya; porque he visto a muchos
moso por sus aventuras galantes. .
49. Situada en el Monte Pincio, junto a la iglesia Santa Trinità, Vil . 52. Giuseppe Ricciarelli, castrato conocido como Beppino della
Mediti lue » „ « r u i d . en . ,60 por A n n M e Lippi p .r , el ammana, por la profesión de su madre, lavandera. Cantó en las prin­
vanni Rieci da Montepulei.no, m u e r» en . ,74. Luejo fue a d q u d.' cipales cones europeas, después de triunfar como soprano en Roma en
por el cardenal Ferdinando de Medici. Su jardín, adornado con esculu.
$3. F.l aurea mediocritas (Carmina, II, 10, 5).
ras celebres, llegaba hasta h porta Pinciana.
<o. «I)os pequeñas romanas.» Í 4 - Natalc Salice.ti (17.4-.789), oriundo de Córcega, llegó a Roma
i. HI quartino doro, acuñado por Clemente X ll (i/jo ) y por IW vers?dadCn ^ n° mhrado ar<lu¡atra pontificio y enseñó en la Uni-
nedicto XIV (1748-1758)- Su valor equivalía a medio escudo, 5 paoli o
$$. «Antojos.»
50 baiocchi.

230 ^3 '
niños con esas marcas llamadas antojos, pero no puedo jurar que
única pirám ide que había en R om a;” que su mujer se había
esas manchas procedan de antojos de sus madres. M ejor para
aprendido mi oda de memoria, y que había provocado grandes
vos si lo sabéis con tanta evidencia, y peor para Salicetti, si niega
deseos de conocerme al prometido de su cuñada, doña Angélica,
su posibilidad. Dejadle en su error. Vale más que convencerle y
que era poeta y que también iría a Testaccio. Le prometí ir a su
ganarse un enemigo. casa en un coche de dos plazas a la hora indicada.
Por la noche fui a casa de doña Lucrezia. Estaban al tanto de
En aquel tiempo, los jueves del mes de octubre60 eran días de
todo y me felicitaron. Ella me dijo que parecía triste, y le con­
gran fiesta en Roma. Por la noche, en casa de doña Cecilia no se
testé que celebraba las exequias de mi tiempo, del que ya no era
habló de otra cosa que de aquella excursión, y me dio la impre­
dueño. Su marido le dijo que yo me había enamorado de ella, y
sión de que doña Lucrezia contaba con ella tanto como yo. N o
su suegra le aconsejó que no se las diera de intrépido. Después
sabíam os cóm o, pero, enamorados como estábamos, confiá­
de pasar sólo una hora, volví al palacio inflamando el aire con
bamos en la protección del amor. N os amábamos y languide­
mis suspiros amorosos. Pasé la noche escribiendo una oda que
cíamos por no poder hablar de nuestros sentimientos.
al día siguiente envié al abogado, seguro de que se la daría a su
N o quise permitir que mi buen padre Georgi se enterase por
mujer, que amaba la poesía y desconocía que ésa fuera mi pa­
otros labios que los míos de aquella partida de placer. Q uise ir
sión. Pase tres días sin ir a verla. Aprendía francés y compilaba
a pedirle permiso. Fingiendo indiferencia, no tuvo nada que o b ­
cartas ministeriales. jetar. Me dijo que, desde luego, debía ir, pues se trataba de una
En casa de Su Excelencia, todas las noches había reunión de
hermosa excursión familiar; además, nada debía impedirme co ­
los principales representantes de la nobleza romana de ambos nocer Rom a y divertirme honestamente.
sexos; yo no iba. Gam a me dijo que debía hacerlo sin preten­
Fui a casa de doña Cecilia a la hora convenida, en una ca­
siones, como el. Entonces fui. N adie me dirigió la palabra; pero,
rroza cupé que alquilé a un natural de Aviñón llamado Roland.61
com o no me conocían, todos preguntaban quién era. Cuando
La amistad de este hombre tuvo importantes secuelas que me
Gama me preguntó cuál de aquellas damas me parecía más atrac­
harán hablar de él dentro de dieciocho años. La encantadora
tiva, se la indiqué; pero me arrepentí nada más ver al cortesano
viuda me presentó a don Francesco, su futuro yerno, como gran
ir a decírselo. La vi mirarme con sus impertinentes y sonreír
amigo de los hombres de letras y practicante el mismo de la li­
luego. Aquella dama era la marquesa G .,'6 que tenía por galán al
teratura. lo m an d o esta descripción al pie de la letra como di­
cardenal S. C .’ 7 nero contante, lo trate como correspondía, aunque me pareció
La mañana del día en que había decidido ir a pasar la velada
algo necio y de modales poco apropiados para un galán que iba
a casa de doña Lucrezia, vi entrar en mi aposento a su marido,
quien, tras decirme que estaba totalmente equivocado si creía {•>. La pirámide del Ccstio, al pie del Testaccio, donde en tiempos
que iba a demostrarle que no estaba enamorado de su mujer por del papa Alejandro V I hubo otra Roma que este hizo destruir.
no visitarla más a menudo, me invitó a ir el primer jueves a Tes- 6 0 . K n o c t u b r e , lo s r o m a n o s c e le b r a b a n fie sta s p ú b lic a s en V illa
B o rg h e s e s o b re to d o , p e ro ta m b ié n en el M o n te T e s t a c c io y en lo s c a s ­
taccio'8 con toda la familia. Me dijo que en Testaccio vería la
t illo s ro m a n o s . P ro b a b le m e n te C a s a n o v a se c o n fu n d e d e a ñ o ; se t ra ta ­
ría d e o c tu b r e d e 1744, d u r a n te su se g u n d o v ia je al s u r de It a lia d esd e
56. L a m a rq u e sa C a t e r in a G a b r ie lli de F e r r a r a , ca sa d a c o n el m a r­
V e n e c ia , d o n d e e s tu v o en a b r il- m a y o de 1744.
q u é s A n g e lo G a b r ie lli, p r o te c to r de la ce le b re c a n ta n te c o n o c id a co n esc
61 . C a r io R o la n d , o r iu n d o d e A v iñ ó n y p o sa d e ro en R o m a , m u rió
m is m o a p e llid o . en 1785. D e s e p tie m b re d e 1744 a P a scu a d e 1746 está c o n firm a d o q u e
57. P ro b a b le m e n te el c a rd e n a l P ro s p e ro S c ia r r a C o lo n n a .
v iv ió en la vía d e lle C a r r o z z c , c e rc a n a al P a la c io d e E s p a ñ a . Su h ija T e ­
58. M o n te T e s ta c c io , o m o n te «de lo s e s c o m b ro s » , p o rq u e a él se lie
resa se c a só c o n un p a rie n te d e l p ro ta g o n ista d e estas m e m o ria s , el p in ­
v ab an las b a su ra s d e R o m a . to r G io v a n n i C a s a n o v a .

* 3*
*3 3
a casarse con una joven tan guapa como Angélica. Sin embargo, ¿Q ue ha pasado? -le digo, arreglándome también yo la ropa.
era honesto y rico, y eso vale mucho más que el aire galante y la -Estam os en casa.

erudición. . , Cada vez que me acuerdo de este episodio me parece fabu­


Cuando fuimos a montar en nuestros c a rru jo s, el abogado loso o sobrenatural. Es imposible reducir el tiempo a nada, por­
me dijo que me haría compañía en el mío, y que las tres mujeres que duro menos que un instante, y sin embargo los caballos eran
¡rían con don Francesco. Le respondí que también él tenía que auténticos rocines. Tuvim os suerte en dos cosas: una, que la
ir con don Francesco, porque sería doña Cecilia la que vendría noche era oscura; otra, que mi ángel estaba en el lado de la ca­
conmigo, so pena de sentirme desairado si se hacia de otra ma­ rroza del que debía apearse el primero. El abogado estaba ante
nera. Y, diciendo esto, ofrecí mi brazo a la bella viuda, que en­ la portezuela en el mismo momento en que el lacayo la abrió
contró mi decisión conforme con las normas de la buena y noble Nadie se recompone tan deprisa como una mujer, ¡pero un hom­
sociedad. Vi la aprobación en los ojos de doña Lucrczia, pero bre! Si yo hubiera estado en el otro lado, no habría salido con
me dejó perplejo el abogado, porque no podía ignorar que me bien del apuro. Ella se apeó lentamente, y todo fue de maravilla.
debía a su mujer. ¿Tendrá celos ahora?, me preguntaba yo. Po­ Me quedé en casa de doña Cecilia hasta medianoche.
dría haberme puesto de mal humor, pero esperaba hacerle com ­ Me metí en la cama, pero ¿cóm o dorm ir? Tenía en el alma
prender en Tcstaccio cuál era su deber. todo el fuego que la distancia demasiado corta de Tcstaccio a
El pasco y la merienda, que corrieron por cuenta del abo­ Roma me había impedido devolver a aquel Sol del que emanaba.
gado, nos entretuvieron agradablemente hasta el final de la jor­ Me devoraba las entrañas. Desdichados los que creen que el placer
nada, pero la alegría corrió por la mía. En ningún momento e Venus vale algo si no nace de dos corazones que se aman y en
hubo sobre el tapete bromas acerca de mis amores con dona L u ­ los que reina e l más perfecto acuerdo.
crczia, y dediqué mis atenciones exclusivamente a doña Cecilia. N o me levanté hasta la hora de ir a mi clase. Mi maestro de
A doña Lucrczia sólo le dirigí unas pocas palabras al pasar, y ni francés tenía una hija preciosa, llamada Barbara, que siempre es­
una sola al abogado. Pensaba que era el único medio para ha­ taba presente los primeros días que fui a tomar lección. A veces
cerle com prender que me había ofendido. C uando íbamos a hasta ella misma me la daba, con más puntualidad todavía que su
subir otra vez en nuestros carruajes, el abogado me robo a dona padre. También venía a las clases un atractivo muchacho: no me
Cecilia y fue a montar con ella en el carruaje de cuatro donde es­ costo demasiado darme cuenta de que la galanteaba. Esc mismo
taba doña Angélica con don Francesco. Y de este modo, con un muchacho venía a verme a menudo, y yo lo apreciaba sobre todo
placer que se me subía a la cabeza, di el brazo a dona Lucrczia por su discreción. Diez veces le había hablado de Barbaruccia, y,
haciéndole un cum plido que carecía de todo sentido común, aunque admitía que la amaba, siempre desviaba la conversación.’
mientras el abogado, que reía de buena gana, parecía aplaudirse Había dejado de hablarle del tema. Poco tiempo después me di
por haberme hecho caer en la trampa. cuenta de que ya no veía al muchacho ni en mi casa ni en clase
¡Cuántas cosas nos habríamos dicho antes de entregarnos a de lengua, c incluso de que tampoco veía a Barbaruccia. Sentía
nuestra pasión si el tiempo no hubiera sido precioso! Pero, sa curiosidad por saber lo que había pasado, aunque la aventura
biendo demasiado bien que sólo disponíamos de media hora en me interesara sólo hasta cierto punto.
un minuto fuimos una sola persona. En el colm o de la felicidad Por fin, un día, al salir de misa de San C ario al C o rso ,61 veo
y en medio de la embriaguez de la alegría, quedo sorprendido al al joven. Lo abordo, reprochándole que ya no se dejara ver. Me
oír salir de la boca de doña Lucrczia las palabras: «¡A y, Dios
mío! ¡Q ué desgraciados som os!». Me rechaza, se arregla la ropa, 62. La iglesia de San Cario al Corso fue construida probablemente
el cochero se detiene y el lacayo abre la portezuela. por Onono I.unghi Pietro da Cortona en 1612. II Corso, entre la plaza

*34
respondo que una pena que le r o í. el alma le había hecho perder
En tono triste y tierno me dijo que era imposible que yo no tu­
la cabeza; que estaba al borde del precipicio y desesperado. viera tiempo para ir a verla.
Veo sus ojos henchidos de lágrimas, quiere marcharse, lo re
- ¡A y , dulce amiga! N o es tiempo lo que mc falta. Estoy tan
tengo, le digo que no debía seguir teniéndome por amigo si no
e oso de m, am or que antes prefiero m orir que verlo descu­
mc confiaba sus penas. Se detiene entonces, me lleva a un claus­
bierto. H e pensado en invitaros a todos a comer en Frascati O s
tro y me dice: ,, en vure un faetón.* Espero que allí podamos estar a solas.
-H ace seis meses que amo a Barbaruccia, y hace tres que ella
acedlo, hacedlo, estoy segura de que no os rechazarán.
me dio pruebas de su amor. Hace cinco días su padre nos sor­
Un cuarto de hora después llegaron los demás, y propuse la
prendió a las cinco de la mañana en una situación que nos decla­ «cum on, a ^ para d dom ¡ngo sigujentc>
raba culpables. Ese hombre salió para no d e s c o n fia r s e y, en el
Ursula, que era la onomástica de la hermana menor de mi ángel
momento en que iba a postrarme a sus pies, mc llevo hasta la
Roguc a dona Cecilia que la llevase, y también a su hijo. A cep­
puerta de su casa prohibiéndome presentarme en ella en el fu ­
taron. Les di,e que el faetón estaría delante de su puerta a las
turo. El monstruo que nos delató fue la criada. N o puedo pedirla
siete en punto, y yo también, en un coche de dos plazas.
en matrimonio porque tengo un hermano casado y mi padre no
Al día siguiente, después de haber ido a clase del señor Da-
es rico. Carezco de una posición y Barbarucca no posee nada.
acqua, cuando estoy bajando la escalera para irme, veo a Bar-
•Ay de mí!, ya que os he confiado todo, decidme como esta Bar- b aru ca a| dc una hab¡tac¡ón a otra> dcja
baruccia. Su desesperación debe ser igual a la mía, porque mayor
carta mirándome. Me veo obligado a recogerla porque, si no, la
no puede ser. Es imposible hacerle llegar una carta porque n, si­
h abra visto la criada que subía. Aquella carta, que contenía otra,
quiera sale para ir a misa. ¡Desdichado de mi! ¿Q ue haré.
me decía: «Si crec.s com eter una falta entregando esta carta a
Yo no podía hacer otra cosa que compadecerlo, porque ho
vuestro amigo, quemadla. Com padeceos de una desdichada y
radamente no podía inmiscuirme en aquel asunto. Le asegure
sed d iscreto. Y este era el contenido de la carta incluida, que
que no la había visto desde hacía cinco días, y, sin saber que mas
no estaba sellada: «S, vuestro amor es igual al mío, no esperéis
decirle, le di el consejo que en casos como este dan todos los im­
poder vivir feliz sin mí. N o podemos ni hablarnos ni escribirnos
béciles: le aconsejé que la olvidase. Estábamos en el muelle de
por otro medio que el que mc atrevo a emplear. Estoy dispuesta
Ripetta,6’ y, como los ojos extraviados con que miraba las aguas
a hacer, s,n excepción, cualquier cosa que pueda unir nuestros
del T íber mc hacían presentir algún fatal fruto de su desespera­
destinos hasta la muerte. Pensadlo y decidid».
ción, le dije que preguntaría por Barbaruccia a su padre y que i
Me sentía extremadamente em ocionado por la cruel situa-
daría noticias. Mc rogó que no lo olvidara.
ion de aquella muchacha; pero no dude en decidirme a devol­
Hacía cuatro días que no veía a doña Lucrczia, pese al fuego
verle al día siguiente su carta, con una mía en la que mc discul­
que la excursión a Tcstaccio había puesto en mi alma. Temía la
paba por no haber podido prestarle aquel pequeño favor. La
dulzura del padre G corgi, y todavía más la decisión que pudiera
escribí por la noche y mc la guarde en el bolsillo
tomar de no volver a darme consejos.
Fui a verla después de la clase y la encontré sola en su cuarto. can S U!,rí7 ntr.CgárSCla 31 Jía SÍ8UÍCmC’ PCro com o ™ había
cam bado de calzones, no la encontré. La había olvidado en casa
Vcnccia y la iglesia de San Cario, era el eje de la vida pública romana .. chacha0 ° d d 'a SlgUÍCme- A dcmás, no vi a la mu-
m" L Í l i a ¿ X.ñ a llevaba de.de el puerro de Hipe,,., ¡unto al .na. Pero ese mismo día, cuando acababa de comer, entra en mi
soleo de Augusto, hasta el palacio Borghcsc, donde atracaban las en,
barcacioncs procedentes de Sabina y Umbría. tro p J;so ^ s OZa dC d° S ° CUa,r° rUCdaS’ 'Í8Cra y ‘- " a , para cua-

236
2 37
cuarto el pobre y afligido enamorado. Se arroja sobre un sofá el cardenal me hizo seña de que me acercara. Estaba hablando
pintándome su desesperación con colores tan vivos que, al final, con aquella hermosa marquesa G . a la que Gam a había dicho
temiendo una locura, no puedo dejar de aliviar su dolor entre­ que yo juzgaba superior a todas las demás.
gándole la carta de Barbaruccia. Hablaba de matarse porque un —La señora tiene curiosidad por saber —me dijo el cardenal-
sentimiento interno le aseguraba que Barbaruccia había tomado si hacéis muchos progresos en la lengua francesa, que ella habla
la decisión de no pensar más en el. Para convencerlo de que su maravillosamente bien.
sentimiento era falso, no me quedaba otro medio que darle la Le respondo en italiano que he aprendido mucho, pero que
carta. En esta fatídica aventura, ese fue mi primer error, que co­ aún no osaba hablarla.
metí por debilidad de corazón. -H a y que osar -m e dijo la marquesa-, pero sin pretcnsión.
Leyó la carta, la releyó, la besó, lloró, saltó a mi cuello dán­ D e esta forma queda uno al abrigo de toda crítica.
dome las gracias por la vida que le había devuelto, y terminó Com o yo no había dejado de dar a la palabra osar un signifi­
diciéndome que, antes de que yo me acostase, me traería la res­ cado en el que verosímilmente la marquesa no había pensado,
puesta, porque su amada debía de tener una necesidad de con­ me ruborice. Al darse cuenta, inició con el cardenal otro tema de
suelo parecida a la suya. Se marcha asegurándome que su carta conversación, y aproveché para escaparme.
no me comprometería, y que además me dejaría leerla. Al día siguiente, a las siete, fui a casa de doña Cecilia. Mi fae­
Su carta, efectivamente, aunque muy larga, sólo contenía pro­ tón estaba a su puerta. Partimos enseguida en el mismo orden de
mesas de fidelidad eterna y esperanzas quiméricas. Pese a todo, la otra vez. Tardamos en llegar a Frascati dos horas.
yo no debía convertirme en Mercurio de esta aventura. Para no Mi carruaje era en esta ocasión un elegante vis-à-vis,66 suave
inmiscuirme, me habría bastado pensar que, desde luego, el padre y con tan buena suspensión que mereció los elogios de doña C e ­
Georgi nunca habría dado su aprobación a mi complacencia. cilia. «Lo probare», dijo doña Lucrezia, «cuando volvam os a
Al día siguiente, como encontré enfermo al padre de Barba­ Roma.» Le hice una reverencia com o para tomarle la palabra.
ruccia, fui encantado a ver a su hija, sentada a la cabecera de su De esta forma, ella, para disipar la sospecha, la desafiaba. Seguro
lecho. Pensé que podía haberla perdonado. Fue ella la que, sin de alcanzar la felicidad al final de la jornada, me dejé llevar por
alejarse del lecho de su padre, me dio la clase. Le entregué la mi alegría natural. Después de haber encargado una comida sin
carta de su enamorado, que se guardó en el bolsillo mientras el reparar en gastos, me dejé guiar por ellos a la Villa Ludovisi.67
color se le subía a la cara. Les avisé que no me verían al día si­ C om o podía ocurrir que nos perdiésemos, nos citamos a la una
guiente. Era la festividad de Santa U rsula,6’ una de aquellas mil en la posada. La discreta doña Cecilia cogió el brazo de su yer­
mártires vírgenes y princesas reales. Por la noche, durante la ve­ no, doña Angelica el de su prometido, y doña Lucrezia se que­
lada con Su Eminencia, a la que yo asistía regularmente pese a dó conmigo. O rsola se fue a correr con su hermano. En menos
que rara vez alguna persona distinguida me dirigiese la palabra, de un cuarto de hora nos vimos sin testigos.
-¿T e has dado cuenta -em pezó a decirme L u crezia- con que
65. Mártir cristiana, hija de un rey británico, Úrsula (Orsola en ita­ inocencia me he asegurado dos horas a solas contigo? ¿N o es
liano) habría peregrinado a Roma en el año 453; a su regreso, cayó en este carruaje un vis-à -vis? ¡Q ué sabio es el amor!
manos de los hunos cerca de Colonia; la lectura errónea de la inscripción -S í, ángel mío, el amor hace que nuestras dos almas se fun-
de su tumba, U R S U L A r.T XI M v i r g i n k s , donde la M fue interpretada
como el numeral romano «mil», dio lugar a la leyenda de que había sido 66. Coche ligero de cuatro ruedas y dos asientos, colocados uno
martirizada con otras once mil vírgenes. Su festividad se celebra el 21 frente a otro; un tercer asiento servía para el conductor.
de octubre; pero en 1744 no caía en domingo, sino en miércoles. Quiza 67. La Villa Ludovisi, de Frascati, era famosa por los surtidores de
Casanova se confundió con su terccr viaje a Roma. agua de sus jardines.

238
dan en una. Te adoro, y si paso días sin ir a tu casa es para tener -¿ E s posible, querida, que no te asuste? -le dije.
seguro el goce tranquilo de uno. -T e repito que me encanta verla. E stoy convencida de que
—N o creía que fuera posible. Tú lo has hecho todo. Sabes de­ esc ídolo sólo tiene de serpiente la apariencia.
masiado para tu edad. - ¿ Y si viniera reptando y silbando hasta ti?
-H ac e un mes, amor mío, era un ignorante. Tú eres la pri­ -T e abrazaría con más fuerza todavía contra mi pecho y la
mera mujer que me ha hecho conocer los misterios del amor. Tu desafiaría a que me hiciera daño. Entre tus brazos, Lucrczia no
marcha me hará desgraciado, porque en Italia no puede haber tiene miedo a nada. Mira. Se va. Deprisa, deprisa. Con su mar­
más que una sola Lucrczia. cha quiere decirnos que se acerca algún profano y que debemos
-¡C ó m o ! ¿Soy tu primer amor? ¡Ay, tesoro! ¡N unca te cura­ irnos en busca de otro prado para renovar allí nuestros place­
rás de él! ¿Por qué no soy tuya? También tú eres el primer amor res. Levantémonos, arréglate.
de mi alma, y serás desde luego el último. Dichosa aquella a quien Nada más levantarnos, cuando caminábamos con paso lento,
ames después de mí. N o le tengo celos, sólo estoy enfadada por­ vemos salir de la alameda vecina a doña Cecilia con el abogado.
que no tendrá un corazón como el mío. Sin evitarlos ni darnos prisa, com o si fuera muy natural encon­
Viendo entonces mis lágrimas, doña Lucrczia no contuvo las trarse, pregunto a doña Cecilia si su hija tenía miedo a las ser­
suyas. Estábamos echados en la hierba, unimos nuestros labios pientes.
y saboreamos el gusto de nuestras lágrimas que corrían por ellos. - A pesar de toda su inteligencia, le tiene mucho miedo al
Los antiguos médicos tienen razón: son dulces, puedo jurarlo; trueno, hasta el punto de desmayarse, y echa a correr chillando
los modernos no son más que charlatanes. Estábamos seguros cuando ve una serpiente. A q uí las hay, pero no debe tener
de haberlas tragado mezcladas con el néctar que nuestros besos miedo, porque no son venenosas.
exprimían de nuestras enamoradas almas. N o éramos más que Los pelos se me pusieron de punta, porque estas palabras me
uno cuando le dije que podían sorprendernos. confirmaban que había asistido a un milagro de naturaleza am o­
- N o temas. Nuestros Genios nos protegen. rosa. Llegaron los niños y sin cumplidos volvim os a separarnos.
Allí estábamos tranquilos tras el primer y breve combate, mi­ -D im e, ser asombroso, ¿qué habrías hecho si tu marido y tu
rándonos sin decirnos nada y sin pensar en cambiar de postura, madre nos hubieran sorprendido haciendo el amor? -le pre­
cuando la divina Lucrczia, mirando a su derecha, me dijo: gunté.
-M ira, ¿no te he dicho que nuestros Genios nos protegen? -N ada. ¿ N o sabes que en esos divinos momentos sólo se está
¡A h! ¡C óm o nos observa! Q uiere asegurarse. M ira ese diablillo. enamorado? ¿Puedes creer acaso que no me poseías por com ­
Es lo más misterioso de la naturaleza. Admíralo. Seguro que es pleto?
tu G enio, o el mío. Y aquella joven mujer no estaba componiendo una oda al ha­
Pensé que deliraba. blarme así.
-¿Q u é dices, ángel mío? N o te comprendo. ¿Q ué debo ad "¿C ree s -le d ije- que nadie sospecha nada?
mirar? -M i marido, o no nos cree enamorados, o no hace caso de
- ¿ N o ves esa hermosa serpiente que, con su camisa relum ciertos devaneos que suele permitirse a la juventud. Mi madre
brante y la cabeza levantada, parece adorarnos? es inteligente y es posible que se lo imagine, pero sabe que no es
M iro entonces a donde ella me indica con los ojos y veo una asunto suyo. Mi querida hermana Angélica está enterada de
serpiente de colores tornasolados, de una vara de largo, qui todo, porque nunca podrá olvidar la cama hundida; pero es re­
realmente nos miraba. N o me gustaba su presencia, pero, so servada y, además, está convencida de que debe compadecerme.
breponiéndomc, no quise mostrarme menos intrépido que ella. N o tiene idea de la naturaleza de mi pasión. De no ser por ti,

240
amigo mío, tal vez habría muerto sin conocer el amor, porque cuenta al posadero, fuimos a dispersarnos por Villa Aldobran-
para mi marido nunca he tenido otra cosa que la complacencia dini,7° si no me equivoco.
que una esposa debe tener. —Dime, con la metafísica de tu amor, ¿por que creo en este
- ¡A h !, tu marido goza de un privilegio divino del que no momento que voy a sumirme contigo en las delicias del amor
puedo dejar de estar celoso. Estrecha entre sus brazos todos tus por primera vez? -le dije a mi Lucrezia-, Corram os a buscar un
encantos cuando quiere. N ingún velo impide a sus sentidos, a sitio en el que veamos un altar de Venus, y rindámosle hom e­
sus ojos y a su alma gozarlos. naje hasta la muerte, incluso aunque no encontremos ninguna
-¿D ó n d e estás, querida serpiente? Ven a protegerm e, que serpiente; y si llega el papa con todo el Sacro Colegio, no nos
voy a contentar ahora mismo a mi amado. movamos. Su Santidad nos dará su bendición.
A sí pasamos toda la mañana, diciendonos que nos amába­ Después de algunos rodeos entramos en una alameda cu­
mos y dem ostrándolo siempre que nos creíam os al abrigo de bierta y bastante larga en cuya mitad se abría un espacio lleno de
sorpresas. bancos de césped, todos de distinta forma. Vimos uno sorpren­
dente. Tenía forma de lecho, y, además de la cabecera normal,
N e per mai sempre pendergli dal eolio había otra a un codo de distancia pero tres cuartos menos alta,
il suo desir sentía di lui satollo.6* cruzando el lecho y paralela a la cabecera grande. L o miramos
riendo. Era un lecho parlante, y enseguida nos dispusimos a pro­
Durante la delicada y exquisita cena, mis principales aten­ bar su comodidad. Frente a aquel lecho gozábamos del espectá­
ciones fueron para doña Cecilia. C om o mi tabaco español6’ era culo de una llanura inmensa y solitaria, donde ni siquiera un
excelente, mi preciosa tabaquera dio varias vueltas a la mesa. conejo habría podido acercarse a nosotros sin que lo viéramos.
Cuando llegó a manos de doña Lucrezia, que estaba sentada a mi A nuestra espalda, la alameda era inaccesible y veíamos sus dos
izquierda, su marido le dijo que podía darme su sortija y a cam­ extremos a derecha c izquierda a la misnia distancia. Nadie que
bio quedársela. «Trato hecho», le dije creyendo que la sortija entrase en la alameda habría podido llegar hasta nosotros, sin
valía menos; pero valía más. Doña Lucrezia no quiso atender a correr, antes de un cuarto de hora. Aquí, en el parque del Dux,
razones. Se guardó la tabaquera en el bolsillo y me dio la sortija, he visto un lugar del mismo estilo; pero el jardinero alemán no
que también guarde en el mío porque en el dedo me estaba de­ pensó en la cama. En ese feliz lugar no tuvimos necesidad de co­
municarnos nuestro pensamiento.
masiado estrecha.
Pero de pronto todos nos vemos obligados a guardar silen­ De pie uno frente a otro, serios, mirándonos sólo a los ojos,
cio. El pretendiente de Angélica saca de su bolsillo un soneto, nos soltamos y desabotonamos la ropa. Nuestros corazones pal­
fruto de su genio y escrito en mi honor y a mi gloria, y quiere pitaban y nuestras rápidas manos se apresuraban a calmar su im­
leerlo. Todo el mundo aplaude, yo debo dar las gracias, recoger paciencia. C om o terminamos al mismo tiempo, nuestros brazos
el soneto y prometerle una respuesta en tiempo y lugar. Él qui­ se abrieron para estrechar con fuerza el objeto del que iban a
zás esperaba que yo pediría pluma y papel para responderle, y apoderarse. Nuestro primer asalto hizo reír a la bella Lucrezia;
que pasaríamos allí con su maldito A polo las tres horas que es­ confesó que el genio, que tenía derecho a brillar en todas partes,
taban destinadas al amor. Después del café, y de haber pagado la no se sentía extraño en ninguna. Los dos elogiamos la com odi­
dad de la cabecera pequeña. Cam biamos continuamente de pos-
68. «Ni nunca su deseo le excedió / de tener que llevar siempre el
carcaj», Ariosto, Orlando furioso, XX XIX, 34.
69. Tabaco en polvo, llamado spagnolo o spaniol, hecho de hojas de 70. Villa de Frascati, mandada construir en 1598 por el cardenal de
tabaco de La Habana pulverizadas y coloreadas con ocre rojo. esc apellido, sobrino de Clemente VIII.

242
CAPÍTULO X

tura: todas eran comodas y ^ ^ cncantados el


B E N E D I C T O XIV. E X C U R S I Ó N A T Í V O L I . M A R CH A DF. DO Ñ A
cn busca de otras . mirándonos con la ma­
L U C R E Z IA . I.A M A R Q U E S A G . B A R B A R A DA LA CQ U A .
uno del otro, dijim os al m i’ , P. Amor> te doy las gracias»,
MI D E SG R A C IA Y MI SALIDA DE ROMA
yor dulzura, estas precisas p agradecidos sobre el
Después de haber desliz. ^ ^ lánguido beso;
Fue Barbaruccia quien me dio clase, porque su padre estaba
signo infalible de m j ’ v¡da: «¡Basta, basta», cx-
muy enfermo. Cuando ya me iba, me metió cn el bolsillo una
pero cuando v io q vistám ono s». Entonces nos apresura
clamó, «p id o una tregu . mirábamos lo que carta y echó a correr para no darme tiempo a rechazarla. H izo
mos, aunque, en vez de ^ ^ ^ insaciable co­ bien, porque no era una carta para serlo. Estaba dirigida a mí y
la habían dictado sentimientos de la más viva gratitud. Me ro­
unos velos impenetra es i c vcst¡clos, decidim os ofre-
dicia. C ua nd o nos vimos to dcccrle quc hubiera alejado de gaba hacer saber a su amado que su padre había vuelto a diri­
ccr una libación aI amor p „ ^ sus orgías. U n banco girle la palabra, y que esperaba que, cuando se curase, tomaría
nosotros a todos los qu ^ montado a h o r- otra criada. Terminaba asegurándome y jurándome que nunca
largo y estrecho, sin respa o, ¿ ^ c(jmbatc y cUa iba me comprometería.
C om o la enfermedad obligó a su padre a guardar cama doce
ca¡»daS, (U. «I la ,6» duración y du-
días seguidos, fue ella quien me dio las clases. De este modo
a fuerte tren; pero, previ vis.'a-vis bajo la sombra de
doso el sacrificio, lo dejamos para^eW ^ nació cn mí un interés totalmente nuevo por aquella muchacha:
era un puro sentimiento de piedad, y me sentía halagado al ver
la noche al ritmo del trote carruajes, nuestras pala-
Dirigiéndonos lentamente ac mantes. Me dijo que claramente que ella contaba con ese sentimiento. Nunca sus ojos
bras co n íid cn ci« de „ T iv o „ d„ „ d c se detenían cn los míos, nunca su mano se encontraba con la mía,
SU futuro cunado era neo, y q ba supliCar al amor que nunca veía yo cn su atuendo la menor señal de algo estudiado
para que me resultara atractiva. Era guapa, y yo sabía que apa­
nos invitaría a P ^ ^ J m e d i o depasar juntos la noche. Ter
la inspirase para hallar el me y cclcsiástico que tema sionada; pero estas nociones no disminuían cn nada el respeto
m ¡nó por decirme tristemente ^ )f que yo creía deber al honor y a la buena fe, y me alegraba de que
ocupado a su m ando iba tan bien q ella no me creyera capaz de aprovecharme por conocer su debi­
sentencia demasiado pronto. ^ ^ ^ ^ _ w cn ¡n lidad.
Empleamos las dos hora q P ^ C u a n d o llegamos .1 Tan pronto como su padre recuperó la salud, despidió a la
terpretar una farsa que no Pu y j habría term inado, de criada y tomó otra. Barbaruccia me rogó que se lo hiciera saber
Roma, tuvim os que echar el en dos actos. V o lv, a a su amado, y también que esperaba poner de su parte a la nueva
no haber tenido el capnc o , devolvió toda mi criada para tener al menos el placer de escribirse. Cuando le pro-
casa algo fatigado, pero un sueno xcelen ^ I metí que se lo haría saber, me cogió la mano para besármela. La
energía. Al día siguiente fu. a mi clase a retiré mostrando mi intención de darle un beso, y ella, rubori-
1rada, se volvió. Me agradó el detalle. Llevé la noticia de la nueva
criada a su enamorado, que halló el modo de hablar con ella y
[ponerla de su parte. A sí cesé de meterme cn aquella intriga am o­
irosa veía muy bien las desagradables consecuencias que hubiera
1 podido acarrearme; pero el mal ya estaba hecho.

245
244
Iba muy poco a casa de don Gaspare, porque me lo impedía Al salir de la reunión, el abate Gama me dijo que debía ir sin
el estudio de la lengua francesa; pero sí iba todas las noches a falta al día siguiente.
ver al padre G eorgi: a pesar de saberse que estaba allí por el - N o tengo ninguna duda -m e d ijo - de que frecuentáis la casa
aprecio de este monje, esas visitas me daban cierto prestigio. N o de la marquesa G.
hablaba nunca, pero nunca me aburría. En sus reuniones se cri­ —Pues tenedla, porque nunca he estado.
ticaba sin hablar mal, se hablaba de política y de literatura; yo -M e sorprendéis. ¡O s hace llamar, os dirige la palabra!
me instruía. Cuando salía del convento de este sabio monje, iba -Iré con vos.
a las reuniones del cardenal, mi amo, porque ese era mi deber. - Y o no voy nunca.
Casi en todas las asambleas, la marquesa G ., cuando me veía -P e ro también a vos os habla.
en la mesa donde ella jugaba, me dirigía una o dos frases en fran­ -S í, pero... N o conocéis Roma. Id solo. Debéis hacerlo.
cés, a las que yo respondía en italiano por parccerme que no -¿M e recibirá entonces?
debía hacerle reír en público. Singular sentimiento que dejo a la -Parece que estáis de broma. N o se trata de haceros anun­
sagacidad de mi lector. Me parecía una mujer encantadora, y ciar. Id a verla cuando los dos batientes de su salón estén abier­
la rehuía, no por temor a enamorarme de ella, pues amando a tos. A llí veréis a todos los que le rinden homenaje.
doña Lucrezia me parecía imposible, sino por temor a que ella -¿M e verá?
pudiera enamorarse o se interesase por mí. ¿E ra fatuidad o mo­ - N o lo dudéis.
destia? ¿Vicio o virtud? Solvat Apollo.' Una noche me mandó Al día siguiente voy a Monte Cavallo,« y, cuando me dicen
llamar por medio del abate Gam a: estando ella de pie, y, detrás que puedo entrar, me dirijo a la estancia donde se encontraba el
de ella, mi amo y el cardenal S. C ., me sorprende con una pre­ papa. Estaba solo; le beso la santa cruz sobre la santísima muía >
gunta en italiano que nunca me habría esperado. me pregunta quién soy, se lo digo, me responde que me conocía
- V i ha piacàuto molto -m e dice- Frascatif ‘ y me felicita por la suerte que tenía de pertenecer a un cardenal
-M uch o, señora. En mi vida he visto nada tan hermoso. de tan gran importancia. Me pregunta qué había hecho para en­
-M a la compagnia con la quale eravate, era ancora più bella, trar a su servicio, y le cuento todo con la m ayor verdad empe­
ed assai galante era il vostro vis-à-vis.» zando por mi llegada a Martorano. Después de reírse mucho con
Me limito a responder con una reverencia. Un minuto des­ lo que le conté del obispo me dice que no debía molestarme en
pués, el cardenal Acquaviva me dice en tono bondadoso: hablarle toscano, que debía hablarle en veneciano como él me
-¿ O s sorprendéis de que se sepa? hablaba en boloñés.6 Le divirtió tanto mi charla que me dijo que
- N o , M onseñor, pero sí de que se comente. N o creía que­ le agradaría siempre que fuera a verlo. Le pedí permiso para leer
Roma fuera tan pequeña. todos los libros prohibidos, y me lo dio con una bendición, di-
-C uan to más tiempo estéis aq u í-m e dice S. C - , más pcqucn.i cicndome que se encargaría de que me la extendieran gratis por
la encontraréis. ¿Aún no habéis ido a besar el pie del Santo Padre? escrito; pero lo olvidó.
-Todavía no, Monseñor.
-D ebéis ir -m e dice el cardenal Acquaviva. 4 - t i actual Quirinal romano; debe este nombre a las dos estatuas
Le respondí con una reverencia. de caballos puestas por orden de Sixto V en la plaza, frente al Palacio
1 apal.
i. «¡Que Apolo encuentre la solución!» Reciben ese nombre las zapatillas blancas de los papas, adorna­
i. «¿Os ha gustado mucho Frascati?» das con una cruz.
j. «Pero la compañía con que estabais era todavía más bella, y muv 6. Benedicto XIV había nacido en Bolonia, donde había sido arzo­
galante vuestro vis-à-vis.» bispo de 1731 a 1740.

246 ¿47
porque la señora no me honró con una sola mirada ni nadie me
Benedicto X IV era erudito, hombre ingenioso y muy amable.
dirigió la palabra. Media hora después me marché. Flasta cinco
La segunda vez que le hable fue en Villa M ed ia. Me Hamo a su
o seis días más tarde no me dijo, en tono noble y simpático, que
lado y, mientras caminaba, me habló de cosas sin importancia
me había visto en su salón.
L o acompañaban el cardenal Annibal Alban. y el embajador de
- N o creía haber tenido el honor de ser observado por la se­
Venecia. Se acerca un hombre de apariencia modesta, el pontífice
ñora.
le pregunta qué quiere, el hombre le habla en voz baja y el papa,
- ¡O h ! Veo a todo el mundo. Me han dicho que sois inteli­
después de haberle escuchado, le dice: «Tenéis razón, encomen­
gente.
daos a Dios». Le dio su bendición; el hombre se aleja tristemente
-S i quienes os lo han dicho, señora, entienden, me dais una
y el papa continúa su pasco. buena noticia.
-E s c hombre -le digo al Santo Padre- no ha quedado satis­
-S í, entienden.
fecho con la respuesta de Vuestra Santidad. -S i nunca me hubieran dirigido la palabra, nunca lo habrían
—*Por que? • sabido.
-P orqu e parece que ya se había encomendado a Dios antes
-E s o es cierto. Dejaos ver por mi casa.
de hablaros y, al oíros remitirle a él de nuevo, piensa que le man­
Teníamos gente alrededor. El cardenal S. C . me dijo que,
dan como dice el refrán, de H erodcs a Pilatos. cuando la señora me hablase en francés, bien o mal debía res­
El papa se echó a reír, y también sus dos acompañamos, pero
ponderle en la misma lengua. El diplom ático Gam a me llevó
aparte para decirme que mi tono era demasiado cortante, y que
y ° - N o puedo hacer nada que merezca la pena sin la ayuda de
a la larga yo terminaría desagradando.
C om o había aprendido bastante francés, dejé de tomar lec­
^ ^ E ^ e s ^ i e r t c ) 3; pero esc hombre también sabe que Vuestra
ciones. Sólo la práctica debía permitirme dominar esa lengua. A
Santidad es su primer ministro; por eso es fácil imaginar_la con­
casa de doña Lucrczia ya no iba más que alguna vez por la ma­
fusión en que se encuentra ahora que se ve enviado al Seno ^
ñana; y por la noche acudía a visitar al padre G corgi. Se había
le queda más recurso que ir a dar limosna a los pobres de Roma.
enterado de mi excursión a Frascati, y no la desaprobaba.
Por un baiocco que les dé, todos rezarán a D ios por el. Los po
D os días después de aquella especie de orden que la mar­
bres presumen de su crédito. Pero yo, que solo creo en el de
quesa me había dado de hacerle la corte, entré en su salón. Me
Vuestra Santidad, os suplico que me libréis de este calor que me
vio enseguida, y puso una sonrisa a la que me pareció oportuno
inflama los ojos dispensándome de la vigilia. responder con una profunda reverencia; pero eso fue todo. Un
-C om ed carne. cuarto de hora después ella se puso a jugar, y yo me fui a comer.
-S an tísim o Padre, vuestra bendición.
Era muy bella y poderosa en Roma, pero yo no podía decidirme
Me la da diciendomc que no me dispensaba del ayuno^
a humillarme para hacer carrera. Las costumbres romanas me
Esa misma noche, en la reunión del cardenal todos estaban al
disgustaban.
tanto de mi diálogo con el papa. Entonces todo el mundo n «
Fiad a finales de noviembre, el prometido de doña Angélica
lizó en querer hablar conmigo. Lo que me halagaba era el plac
vino a verme con el abogado para pedirme que fuera a pasar un
que el cardenal Acquaviva sentía y que trataba de disimular en
día y una noche en su casa de Tívoli, con la misma compañía que
había ido a Frascati. Acepté encantado, porque desde el día de
VaiN o eché en saco roto el consejo del abate Gama. Fui a casa
Santa U rsula no me había encontrado ni un momento a solas
de la señora G . a la hora en que todo el mundo podía ,r. La vi.
con doña Lucrczia. Le prom etí que estaría en casa de doña C c-
vi a su cardenal y a muchos otros abates; pero me creí invisible.

249
248
- O s doy las gracias, señorita, por habérmelo advertido.
cilia con mi carruaje al a m a n ^ d e l de L o divertido es que tomé este insulto por una bellísima y
partir muy tem prano P °rq u e 1 había que ver muy clara declaración de amor. Me quedé com o petrificado.
Rom », y porque la canttdad de^cosas M I ,a s q u c ^ ^ Doña Lucrczia, sacudiéndome, mc preguntó qué mc había dicho
exigían mucho tiempo. ^ c<m qul¿„ iba> mc respondra su hermana. Cuando lo supo, mc dijo totalmente en serio que,
cuando ella se marchase, debía galantearla para obligarla a re­
^ t c í á muy b” " » T a c h a n d o la ocastón de ver las maravt- conocer su error. «Ya que mc compadece», mc dijo, «te corres­
?|“ s de aquel famoso lu ga. en tan buena^companta. ponde vengarme.»
A l , hora acordada, me préseme n a pu m d ^ ^ Al oírme elogiar una pequeña habitación que daba sobre cl
en el mismo r ó - n -r ó de cuatro c a b a ll* ^y ella , invernadero de naranjos, don Francesco mc dijo que podía dor­
veces, mi acompañante. h s t a ^ . su J Toda mir en ella. Doña Lucrczia fingió no haberlo oído. Com o de­
de costumbres, estaba ene Francesco había bíamos ir a ver las bellezas de Tívoli todos juntos, no podíamos
la familia iba en un faetón de se» plazas que don esperar encontrarnos a solas en todo cl día. Pasamos seis horas
i -i j _ a |ac siete y media hicimos un alto en y m viendo y admirando, pero yo vi muy poco. Si cl lector siente cu­
alquilado, A las siete y nrcDarado un exquisito dc-
casa donde don Francesco nos tema E n T ívo li sólo riosidad por saber algo de Tívoli sin ir, le basta con leer a Cam -
sayunu, que también d eb í, serv.rn otdeabnu • ^ pagnani. Yo no conocí bien Tívoli sino veintiocho años después.*
tendríamos tiempo de ccn,r. , su , las diez. Al atardecer volvim os a la casa, rendidos y muertos de ham­
vo lv im o s a subir a nuestros c » había dado doña Lucre- bre. Una hora de descanso antes de sentarnos a la mesa, dos
Y o llevaba en el dedo la sortija que me■ ^ ^ horas a la mesa, los platos exquisitos y cl excelente vino de T í­
zia, después de haber ^ ^ “ ^ p o de es­ voli nos permitieron reponernos tan bien que sólo necesitába­
había añadido otra piedra en q serpiente. Se la veía mos la cama para dorm ir o para festejar al amor.
„ a h e e o n un caduceo; ^ ¿ ^ “ u » r t íia (ue tcm , de Nadie quería dormir solo: Lucrczia dijo que se acostaría con
entre las dos letras gricg Y desayuno cuando se die- Angélica en la habitación que daba al invernadero de naranjos,
conversación durante todo el u em p o d ed esayu que su marido dorm iría con cl abate y su hermana pequeña con
ro„ cuenta de que, en el reverso ( 8 u r,b ,n las ^ su madre. C om o la distribución pareció excelente, don Fran ­
que formaban la sortt|, e o cl jeroglifico, lo cesco cogió una vela, mc acompañó hasta cl gabinete que yo
Francesco se devanaron fo” « » s P P ^ t o Jo . había elogiado y mc enseñó cóm o podía encerrarme; luego mc
'„ .I d iv ir t t ó m u c h o - d ,L u c . ^ ^ ¿i¡ dio las buenas noches. Esc gabinete estaba pared con pared con
Después de pasar mea fu;m 0s todos juntos a ver la habitación donde debían acostarse las dos hermanas. A ngé­
Francesco, que era una autentica ) y ’ Mientras doña Lu- lica ignoraba por completo que yo fuese su vecino.
durante seis horas ^aS |e dije^n voz baja a doña C inco minutos después las veía, por cl ojo de la cerradura,
entrar acompañadas de don Francesco, quien, tras haberles en­
Angélica que^ - n d o fu e r. dueña ¿ a q u é l la casa, yo iría a pasa, cendido una lámpara de noche, se marchó. Después de ence­
rrarse, se sentaron en cl sofá, donde pude verlas desvestirse.
= : de esta^asa, caballero, la primera
Sabiendo que yo la oía, Lucrczia dijo a su hermana que se acos-
persona a la que negare la entrada seréis vos.
8. Kxactamcnte veintisiete años, durante la tercera estancia de Ca­
7. verga entrelazada por dos serpientes retorcidas, utilizad, P.„ sanova en Roma, en 1770-1771.
Mercurio.
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250
tase del lado de la ventana. Y la joven virgen, sin saber que la ¿Verdad, Angélica? Vuélvete, abraza a tu hermana que está p o­
veían, se quita hasta la camisa y pasa con su imponente figura al seída por Venus. Vuélvete y contempla lo que te espera cuando
otro lado de la habitación. Lucrczia sopla la lámpara de noche, el amor te haga su esclava.
apaga las velas y se acuesta también. Angélica, una muchacha de diecisiete años, que debía de
¡M om entos felices que ya no espero que vuelvan, y cuyo haber pasado una noche infernal, no pedía nada mejor que apro­
querido recuerdo sólo la muerte podrá hacerme olvidar! Creo vechar cualquier pretexto para volverse y dem ostrar a su her­
que nunca he tardado menos en desnudarme. Abrí la puerta y caí mana que la había perdonado. Mientras le daba mil besos, le
en los brazos abiertos de Lucrezia, que le dijo a su hermana: «Es confesó que no había podido pegar ojo ni un momento.
mi ángel, calla y duerme». -Perdon a al hombre que me ama y al que adoro -le dijo L u ­
N o podía decir más porque nuestras bocas unidas ya no eran crezia-; fíjate, míralo y mírame. Estam os igual que hace siete
ni el órgano de la palabra ni el canal de la respiración. C onver­ horas. ¡Poder del Am or!
tidos en un solo ser en ese mismo instante, sólo pudimos re­ -C o m o Angélica me odia -le dije-, no me atrevo...
frenar un minuto nuestro primer deseo, que alcanzó su crisis sin - N o -m e dijo A ngélica-, yo no os odio.
ruido alguno de besos y sin que hiciéramos el menor m ovi­ Lucrezia, rogándome entonces que abrazase a Angélica, me
miento. El violento ardor que nos animaba también nos abra­ empuja hacia ella y goza viendo a su hermana languidecer entre
saba, y nos habría quemado si se nos hubiera ocurrido conte­ mis brazos y sin la menor sombra de pensar en resistirse. Pero
nerlo. el sentimiento, más aún que el amor, me impide privar a Lucrc­
Tras un breve respiro, taciturnos, serios y tranquilos, inge­ zia de la prueba de gratitud que le debía. Me apodero de ella con
niosos ministros de nuestro amor, y celosos del fuego que debía furia, gozando con la especie de éxtasis en que veía a Angélica,
prender de nuevo en nuestras venas, secamos nuestros campos que por primera vez asistía a tan bello combate. Lucrezia, ago­
de la inundación demasiado copiosa sobrevenida con la primera tada, me pide que acabe; pero, como yo seguía implacablemente,
erupción. N os hicimos recíproca y devotamente ese sagrado ser­ me lanza hacia su hermana, quien, lejos de rechazarme, me es­
vicio con finas telas observando un religioso silencio. Tras ese trecha contra su pecho de tal forma que alcanza el placer sin
acto de expiación, rendimos homenaje con nuestros besos a haber tenido casi necesidad de mi ayuda. A sí fue como, en los
todas las partes del cuerpo que acabábamos de inundar. tiempos de la morada de los Dioses sobre la tierra, la voluptuosa
Fue entonces cuando me correspondió invitar a mi vez a la Anaidía,9 enamorada del soplo dulce y gracioso del viento de
bella guerrera a iniciar un nuevo conflicto, cuya táctica sólo po­ Occidente, le abrió un día sus brazos y quedó fecundada. Era el
día conocer el amor, combate que, hechizando todos nuestros divino C é firo .10 El ardor de la naturaleza la volvió insensible a
sentidos, sólo podía tener un defecto: el de acabar demasiado todo dolor; sólo sintió el gozo de satisfacer su ardiente deseo.
pronto; pero yo era consumado maestro en el arte de proion Lucrezia, sorprendida, dichosa y cubriéndonos de besos,
garlo. Al terminar, M orfco se apoderó de nuestros sentidos y quedó encantada al ver desfallecer de placer a su hermana y mi
nos mantuvo en una dulce muerte hasta el momento en que la resistencia. Enjugaba las gotas de sudor que corrían de mi frente.
luz del alba nos hizo percibir en nuestros ojos apenas abiertos Finalmente, Angélica expiró por tercera vez tan tiernamente que
una fuente inagotable de deseos completamente renovados. Nos me arrancó el alma.
entregamos a ellos, pero para destruirlos. Deliciosa destrucción, Cuando los rayos del sol entraban por las rendijas de nucs-
que sólo podíamos llevar a cabo saciándolos.
9 - Para los atenienses, personificación del impudor, de la desver­
-V igila a tu hermana -le d ije-; podría volverse y vernos. güenza.
- N o , mi hermana es un tesoro; me quiere, y me compadece. 10. Viento del sudoeste para la mitología griega.

» 5*
La noticia mc entristeció. En la mesa sólo mc ocupé del ge­
tras ventanas, las dejé. Tras encerrarme en mi cuarto - ^ neroso don Francesco, a quien prometí un epitalamio para el día
cn la cama. Pero a los pocos minu os o, 1la voz d e ^ ^ ^ de su boda, que debía celebrarse cn enero."
reprochaba a su mujer y a su c amenazó con hacer en- Regresam os a Rom a y, durante las tres horas que pasamos
mado a mi puerta y verme en cam s ^ ^ pcluqucro. Me juntos, doña Lucrczia no consiguió convencerme de estar menos
enamorado de lo que estaba antes de que ella mc hubiera entre­
trar a m isp ean as. * ™ " 0°cnérgicamcntc la cara con agua fría
encierro de nue y hora después entro cn el gado todos sus encantos. N os detuvim os cn la pequeña casa
hasta dejarla com o do c o ,t» m b * <J o a hora d mc >le. donde habíamos desayunado la víspera para tomar unos hela­
salón, donde nadie se a cucn a c o n q u is a , a dos que don Francesco había encargado para nosotros. Llega­
gr„ ,1 ver la t e a n a y fresca e* de ™ s ^ ^ ^ ^ ^ mos a Rom a a las ocho. Com o tenía gran necesidad de descanso,
doña Lucrczia despejada, y g dcrccha c izquierda mc fui enseguida al Palacio de España.
tumbre y rad ian ,« pero, com o «¿m y * ^ ^ ^ Tres o cuatro días más tarde, el abogado vino a despedirse
inquieta y aguada, y o nunca p ^ ^ qUC esiaba se- con palabras muy atentas. Regresaba a Nápoles después de
de mí
dola reírse de mi inútil pcrsecu q ^ haber ganado su proceso. C om o se iba dos días más tarde, pasé
cn casa de doña Cecilia las dos últimas veladas de su estancia cn
iu r a de no * » £ £ £ % £ ¡Z !Z blanquete. E n c a d a
Cecilia que su hija hac a m P ^ pañuelo y me Roma. Inform ado de la hora de su partida, fui dos horas antes a
esperarlo donde creía que debía pasar la noche para tener el pla­
por mi calumnia, mC “ ^ ^ /d T s c u lp a s, mientras don Francesco
cer de cenar con él por última vez. Pero un contratiem po lo
" l i t a d o de que 1 , blancura de su prometida haya
obligó a retrasar cuatro horas su marcha, y no tuve otro placer
dado lu g a r a esa discusión. a ver su hermoso jar- que el de comer.
Tras haber tomado el " U o su perver- Tras la marcha de esta mujer excepcional, sentí el tedio que
provoca cn un joven el corazón vacío. Pasaba toda la jornada en
mi cuarto haciendo resúmenes de cartas francesas del cardenal,
que tuvo la amabilidad de decirme que mis extractos le parecían
muy sensatos, pero que debía trabajar menos. La señora G . es­
T e T m t ; com o estoy a punto de irme, te la de,o.
taba a su lado cuando me hizo esc cumplido tan lisonjero. Desde
-P e ro ¿cómo podré amarla. la segunda vez que fui a cortejarla, no había vuelto a verme. Mc
- ¿ N o es encantadora? , u , ; „ 0 de cualquier otro ponía mala cara. Al oír el reproche que el cardenal mc hizo de
-S i, pero, hechizado por t„ e s t .y al a b n g c ^ ^ trabajar demasiado, ella se apresuró a decirle que yo debía tra­
encanto; además, desde a ora so matrimo bajar para disipar el aburrimiento provocado por la marcha de
Francesco, y yo guardarme de perturba pade ^ ^ doña Lucrczia.
nio. También puedo deem e que y yo - E s cierto, señora, lo he sentido mucho. Era una mujer
talmente distinto del tuy , c¡crto que no creo ha buena; y mc perdonaba si no podía ir con frecuencia a su casa.

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'Z£XX y>***
deiado seducir por su - P ~ es q u e
Por otro lado, mi amistad era inocente.
- N o lo dudo, pese a que cn vuestra oda se siente al poeta en­
amorado.

v J T a t de m r ” 1 1 . El 1 7 de enero de 1745.
tencia esta semana. N uestros goces se acaban.
*55
*5 4
- E s imposible -d ijo mi adorable cardenal- que un poeta es­ punto saltaba a los ojos de todos. La marquesa me habría insul­
criba sin aparentar que está enamorado. tado de haberme creído capaz de imaginar que sentía inclina­
-P e ro si lo está -rep licó la m arquesa-, no necesita aparen­ ción por mí. Pero no: una fatuidad así no entra en la naturaleza
tarlo. de las cosas. Y son tan evidentes estas reflexiones que hasta su
Y diciendo estas palabras, saca de su bolso mi oda y se la en­ cardenal me invita a comer. ¿M e habría invitado de haber p o ­
trega a S. C . diciéndolc que me honraba, que era una pequeña dido imaginar que yo pudiera gustar a su marquesa? Al contra­
obra de arte, reconocida com o tal por todas las personas cultas rio, me ha invitado a comer con él sólo después de haber sabido
de Rom a, y que doña Lucrczia se la sabía de memoria. El car­ de labios de la propia marquesa que yo era la persona que nece­
denal se la devolvió con una sonrisa, diciéndolc que no le gus­ sitaba para pasar charlando alguna hora sin ningún peligro, nin­
taba la poesía italiana, y que, si le parecía hermosa, ella podría guno en absoluto. Y nada más.
darse el placer de traducirla al francés. Ella le responde que sólo ¿Por qué ocultarme tras una máscara ante mi querido lector?
escribe francés en prosa, y que toda traducción en prosa de una Si me cree fatuo, le perdono. Me sentí seguro de haber agradado
obra en verso tenía que ser pésima. a la marquesa y contento de que hubiera sido ella la primera en
-S ó lo me atrevo -añadió m irándom e- a hacer algunas veces dar aquel terrible paso, sin el que nunca me habría atrevido, no
versos italianos sin ninguna pretensión. sólo a abordarla por los medios apropiados, sino ni siquiera a
—Me sentiría feliz, señora, si pudiera alcanzar la dicha de ad­ poner mis ojos en ella. Hasta esa noche no comprendí, por fin,
mirar algunos. que era una mujer hecha para enamorarme y muy digna de su­
-A q u í tenéis un soneto de la señora -m e dijo su cardenal. ceder a doña Lucrezia. Era bella, joven, inteligente, muy instruida,
Lo cojo respetuosamente y, cuando me dispongo a leerlo, la aficionada a las letras y poderosa en Roma. Decidí aparentar que
señora me dice que me lo guarde en el bolsillo y se lo devuelva ignoraba su inclinación por mi y empezar al día siguiente a darle
al día siguiente a Su Eminencia, aunque el soneto no valiera gran motivos para creer que la amaba sin atreverme a esperar nada. Era
cosa. una empresa que hasta el padre Georgi podía aplaudir. También
-Si salís por la mañana -m e dijo el cardenal-, podréis devol­ había observado con el mayor placer que al cardenal Acquaviva
vérmelo viniendo a comer conmigo. le había parecido bien que el cardenal S. C . me hubiera invitado,
- E n tal caso -añadió rápidamente el cardenal A cquaviva-, cuando él mismo nunca me había hecho semejante honor.
saldrá expresamente. Leo su soneto, me parece bueno, suelto, fácil, escrito con un
Tras una profunda reverencia que lo decía todo, me alejo lenguaje perfecto. La marquesa hacía el elogio del rey de Prusia,
poco a poco y subo a mi cuarto impaciente por leer el soneto. que acababa de apoderarse de Silesia mediante una especie
Pero antes de leerlo, echo una ojeada sobre mí, sobre mi sitúa de golpe de m an o." Cuando lo copiaba, se me ocurrió la idea de
ción presente y sobre el gran paso que me parecía haber dado personificar a Silesia y hacer que ella misma respondiese d o ­
aquella noche en la reunión. ¡L a marquesa G ., que me declara ili liéndose de que el Amor, fingido autor del soneto de la mar­
la manera menos equívoca el interés que siente por mi persona, quesa, se atreviese a elogiar a quien la había conquistado, cuando
y que, pese a sus aires de grandeza, no teme comprometerse ha era un rey enemigo declarado del amor.1’
ciéndome insinuaciones en público! ¿Quién se hubiera atrevido
12. Kn diciembre de 1740, Federico II invadió Silesia, que le fue ce­
a decir algo? Un joven abate como yo, sin ninguna importancia,
dida por Austria por la Paz de Breslavia (junio de 1742) y luego por la
sólo podía aspirar a su protección, y ella era la persona apio Paz de Aquisgrin (octubre de 1748).
piada para concederla, principalmente a los que, creyéndose in 13. La opinión de que l'cderico II era homosexual se había difun­
dignos, no parecían querer pretenderla. Mi modestia en estr dido por todas las cortes europeas.

257
Es imposible que alguien acostumbrado a escribir versos se felicito porque comía tanto com o él, y yo le respondí que me
abstenga de hacerlos cuando se le ocurre una idea hermosa. La alagaba demasiado y que le cedía el prim er puesto. Para mis
mía me pareció estupenda, eso es lo esencial. Respondí con las adentros me reía de su carácter extravagante, viendo el buen par­
mismas rimas al soneto de la marquesa y me fu. a la cama Por tido que podía sacar de todo aquello; pero de pronto llega la
la mañana lo pulí, lo pase a limpio y me lo metí en el bolsillo. marquesa, que, naturalmente, entra sin hacerse anunciar. Fue
El abate Gam a vino a desayunar conmigo y me felicito por el la primera vez que me pareció de una belleza perfecta. Al verla
honor que S. C . me concedía, no sin recomendarme que estu­ aparecer, el cardenal se echó a reír porque, como ella fue a sen­
viera en guardia porque Su Eminencia era muy celoso. Le ase­ tarse a su lado enseguida, no le había dado tiempo a levantarse.
guro, dándole las gracias, que no tenía nada que temer por ese o, com o es natural, permanecí de pie. La marquesa habla con
lado, pues no sentía ninguna atracción por la marquesa. buen sentido de diferentes cosas; traen el café y, por fin, me dice
El cardenal S. C . me recibió con aire bondadoso, pero tam­ que me siente, pero com o si estuviera dándome una limosna.
bién con la dignidad apropiada para hacerme sentir el favor que - ¡A propósito, abate! ¿H abéis leído mi soneto?
me concedía. -Y a se lo he devuelto a Monseñor. Me ha gustado mucho, se­
- ¿ O s ha parecido bien hecho el soneto de la marquesa, me ñora, me ha parecido tan hermoso que estoy seguro de que os
dijo nada más verme. nabra llevado mucho tiempo.
- E s delicioso, Monseñor, aquí lo tenéis. -¿M uch o tiempo? -dice el cardenal-. N o la conocéis.
- L a marquesa tiene mucho talento. Q uiero enseñaros diez -Sin esfuerzo, Monseñor, no se hace nada que valga la pena.
estancias que ha escrito, pero bajo el más absoluto secreto. Por esa razón no me he atrevido a dar a Vuestra Eminencia una
-Vuestra Eminencia puede estar tranquilo. respuesta al soneto que escribí en media hora.
Abre un escritorio y me hace leer diez estancias, cuyo tema -Veám osla, veámosla -d ijo la marquesa-. Q uiero leerla
era él mismo. N o encuentro pasión en ellas, aunque si imágenes Respuesta de Silesia a l Amor. El título la hace sonrojarse, se
muy elegantes en estilo apasionado. N o era más que un tema pone seria. El cardenal dice que el soneto no tenía nada que ver
amoroso. Dando aquel paso, el cardenal cometía una indiscre­ con el amor.
ción. Le pregunto si había respondido, me dice que no, y me -Esp erad -dice la señora-. H ay que respetar las ideas de los
pregunta riendo si quiero prestarle mi pluma, aunque siempre poetas.
bajo el m ayor de los secretos. L o lee muy bien; lo relee. Le parecen justos los reproches
-E n cuanto al secreto, Monseñor, respondo con mi cabeza; que Silesia hace al Amor, y explica al cardenal los motivos por
pero la señora se dará cuenta de la diferencia de estilo. los que a Silesia le parece mal que sea el rey de Prusia quien la
- N o tiene nada mío; además, no creo que me considere buen haya conquistado. «¡A h !, sí, sí», dice el cardenal. «Es que Sile­
poeta. Por esta razón, debéis hacer vuestras estancias de manera sia es una m ujer... y el rey de Prusia... ¡O h !, es cierto, la idea es
que no le parezcan superiores a mi capacidad. divina.»
-L a s escribiré, Monseñor, y Vuestra Eminencia juzgara. S. I Jubo que esperar medio cuarto de hora a que Su Eminencia
os parece que no podéis escribirlas parecidas, no las entregue deiase de reír.
Vuestra Eminencia. -Q u iero copiar ese soneto, estoy decidido -d ijo.
-B ien dicho. Escribidlas enseguida. - E l abate os evitará ese trabajo -d ijo la marquesa sonriendo.
—¿Enseguida? N o es prosa, Monseñor. -V o y a dictárselo. ¡P ero si es admirable! L o ha hecho con
-Tratad de dármelas mañana. vuestras mismas rimas. ¿O s habéis dado cuenta, marquesa?
A las dos comimos, él y yo solos, y mi apetito le gustó. M. La mirada que ella me lanzó en ese momento terminó de en-

258 *59
amorarmc. Me di cuenta de que quería que conociera al carde­ consolarme me dijo que, al copiarlos, tendría cuidado de m alo­
nal como ella lo conocía y que lo juzgase como ella lo juzgaba. grar algunos versos, para que la marquesa no dudase de que él
Después de haber copiado el soneto, me despedí. El cardenal me era su autor. Comim os temprano y me marché para darle tiempo
dijo que me esperaba a comer al día siguiente. a copiar las estancias antes de la llegada de su dama.
Fui a encerrarme en mi cuarto, porque las diez estancias que Fue al día siguiente, por la noche, cuando, encontrándola a la
tenía que escribir eran de un tipo muy particular: debía caminar puerta del palacio en el momento en que se apeaba de su carroza,
sobre el filo de la navaja con habilidad extrema, porque mis ver­ le ofrecí mi brazo. Me dijo de sopetón que se convertiría en mi
sos tenían que permitir dos cosas: a la marquesa, fingir que creía enemiga si en Roma llegaban a conocerse sus estancias y las
al cardenal autor de las estancias estando segura al mismo tiem­ mías.
po de que eran mías, y saber que yo sabía que ella lo sabia. Debía - N o sé, señora, a qué os referís.
velar por su orgullo y, a la vez, mostrarle en mis versos un fuego -Esperaba esa respuesta, pero que os baste con esto.
que sólo podía emanar de mi amor, y no de una imaginación Tan pronto como llegó al salón, yo me retiré a mi cuarto des­
poética. También debía pensar en hacer todo lo posible en rela­ esperado, pensando que estaba realmente enfadada. Mis estan­
ción con el cardenal, a quien, cuanto más bellas le parecieran las cias, me decía a mí mismo, tienen un colorido demasiado vivo;
estancias, más trataría de hacerlas pasar por propias. Sólo se tra­ comprometen su orgullo, y le parece mal que yo sepa tanto de
taba de claridad, y precisamente eso es lo más difícil en poesía. su intriga amorosa. Teme mi indiscreción, eso me dice; pero
La oscuridad, que es lo más fácil, habría parecido sublime a este estoy seguro de que se limita a fingir; es un pretexto para ha­
hombre cuyo favor debía intentar granjearme. Si en sus diez es­ cerme caer en desgracia. ¿Q ué habría hecho si en mis versos la
tancias la marquesa describía las bellas cualidades físicas y m o­ hubiera pintado totalmente desnuda? Estaba enfadado por no
rales del cardenal, yo debía hacer otro tanto. Escribí las estancias haberlo hecho. Me desvisto, me acuesto y media hora después el
sometiéndome a esas características. Pinté sus bellezas visibles, abate Gam a llama a mi puerta; tiro del cordón y él entra dicién-
dispensándome de pintar las secretas y rematando la última es­ dome que M onseñor quería que bajase. «La marquesa G. y el
tancia con los dos hermosos versos del Ariosto: cardenal quieren veros.»
- L o siento. Id a decirles que ya estoy en la cama. Decidles
Le angeliche bellezze nate in cielo también, si queréis, que no me encuentro bien.
Non st ponno celar sotto alcun velo.'* C om o no volvió, com prendí que debía de haber cumplido
bien su misión.
Bastante satisfecho de mi pequeña obra, fui a ver al cardenal A la mañana siguiente recibí un billete del cardenal S. C . di-
y se la entregué exponiéndole mis dudas sobre el hecho de que cicndome que me esperaba a comer, que se había hecho sangrar,
quisiera declararse autor de una com posición que denunciaba que necesitaba hablarme y que fuese a verlo temprano aunque
demasiado al escolar. Tras haberlas leído y releído muy mal, me no me encontrara bien. Era apremiante. Yo no podía adivinar
dijo que, efectivamente, no valían gran cosa, pero que era lo que nada, pero no esperaba nada desagradable.
necesitaba. Y me dio las gracias por los dos versos del Ariosto, Nada más vestirme, bajo y voy a oír misa, con la seguridad
que demostrarían a la marquesa que los había necesitado. Para de que M onseñor me vería. Después de misa, me llama aparte y
tme pregunta si estaba realmente enfermo.
14. -Las bellezas angélicas que el ciclo hizo nacer / no pueden oail
I - N o , Monseñor. Sólo tenía ganas de dormir.
tarsc bajo ningún velo», Ariosto, O r la n d o furioso, VIII, 15. F.l prinui
verso es ligeramente diferente: «G/j angelici sembianti nati in cielo.. ■ -H icisteis mal, porque os aprecian. El cardenal S. C . se ha
(«Los semblantes angélicos que el ciclo hizo nacer...»). hecho una sangría.

260 261
- L o sé. Me lo dice en este billete, en el que me ordena ir a mi bella tabaquera a la primera pulla que se le ocurriera so l­
verle si a Vuestra Eminencia le parece bien. tarme. Él le preguntó si quería comer, diciéndole al mismo
-M u y bien. Pero resulta divertido. N o creía que tuviera ne­ tiempo que él estaba a dicta.
cesidad de un tercero. —Comeré, pero de mala gana, porque no me gusta comer sola.
-¿H a b rá un tercero? - E l abate, si queréis hacerle esc honor, os hará compañía.
- N o sé nada, y no siento ninguna curiosidad. Sólo respondió lanzándome una mirada de condescendencia.
Los presentes creyeron que el cardenal me había estado ha­ Era la primera mujer de gran clase con la que tenía que vérme­
blando de asuntos de Estado. I'ui a ver a S. C ., que estaba en las. N o conseguía acostumbrarme a su maldito aire protector,
cama. que no puede tener nada en común con el amor; pero compren­
-O b ligad o a hacer dieta -m e d ijo -, comeré solo; pero vos no día que, en presencia de su cardenal, debía actuar así. La mar­
perderéis nada, porque el cocinero no estaba avisado. Lo que quesa no podía ignorar que la altanería desanima.
tengo que deciros es que temo que vuestras estancias sean de­ C olocaron la mesa cerca de la cama de Su Eminencia. La
masiado bonitas, pues la marquesa está loca con ellas. Si me las marquesa, que no comió casi nada, me animaba aplaudiendo mi
hubierais leído tal como ella ha hecho, no las habría hecho pasar buen apetito.

por mías. —Ya os he dicho —le dijo el cardenal—que el abate no me va a


-P e ro ella las cree de Vuestra Eminencia. la zaga.
-S í, desde luego, pero ¿qué haré si se le ocurre pedirme más -C r e o que no hay mucha diferencia entre los dos -le res­
pondió-, pero vos sois más goloso.
versos?
-D isponed de mí día y noche, Monseñor, y podéis estar se­ Le ruego entonces que me diga qué motivo tenía para creer­
guro de que moriré antes que traicionar vuestro secreto. me goloso.
-O s ruego que aceptéis este pequeño regalo. Es negrillo de —Sólo me gusta, señora, el bocado fino y exquisito en todo.
La H abana'5 que el cardenal Acquaviva me ha dado. -¿Q u é quiere decir en todo? -pregunta el cardenal.
Si el tabaco era bueno, el recipiente era mejor: una tabaquera Me permito reír y em piezo a declamar en versos im provi­
esmaltada de oro, que recibí con respeto y afectuoso reconocí sados todo lo que en cualquier terreno merecía ser llamado bo­
miento. Si Su Eminencia no sabía hacer versos, por lo menos cado exquisito. Aplaudiéndom e, la marquesa me dicc que ad­
sabía dar; y en un gran señor esta ciencia es mucho más hermosa mira mi valor.

que la primera. -M i valor, señora, es obra vuestra, porque soy tímido como
A mediodía me sorprendió la llegada de la marquesa con el un conejo cuando no se me anima. Vos sois la autora de mi im­
déshabillé más galante. provisación, cum dico qu<e placent dictat auditor.“
- D e haber sabido que estabais tan bien acompañado -le -O s admiro. Yo no podría pronunciar cuatro versos sin es­
d ijo -, no habría venido. cribirlos aunque me animase el mismo A polo en persona.
—Estoy seguro —le respondió él—de que no encontraréis de -P ro bad , señora, a dejaros llevar por vuestro G enio, y diréis
cosas divinas.
más a nuestro abate.
- N o , porque lo tengo por persona de bien. -Tam bién yo lo creo -d ijo el cardenal-. Permitidme por
Yo estaba allí sin decir nada, pero dispuesto a marcharme con favor que enseñe al abate vuestras diez estancias.

16. «Si lo que digo agrada, debe decirlo quien me oiga», Marcial,
i {. Tabaco oriundo de Negrillo, parte de la provincia cubana de < .1 XII,/>r.c/>., verso ya citado en el Prefacio. En el texto, figura en el mar­
magüey. gen, a manera de remisión.

262 263
- N o son gran cosa, pero podéis hacerlo siempre que esto que la respetase con tal dulzura que me pareció un deber no sólo
quede entre nosotros. moderar mi arrebato sino también pedirle disculpas. Me habló
El cardenal me dio entonces las diez estancias de la marquesa, entonces de doña Lucrezia, y debió de quedar muy satisfecha al
que leí dándoles toda la intensidad que la lectura puede dar a encontrar en mí un monstruo de discreción. Después me habló
una buena composición poética. del cardenal, de quien intentó hacerme creer que sólo era una
-¡C ó m o las habéis leído! -exclam ó la marquesa-. Ni siquiera buena amiga. Luego nos recitamos bellos pasajes de poemas, y
me parecen mías. O s lo agradezco. Pero tened la bondad de leer durante todo esc tiempo ella seguía sentada dejándome ver la
en el mismo tono las diez estancias de Su Eminencia respon­ mitad de una pierna bien torneada, mientras yo, de pie y fin­
diendo a las mías. Son mucho mejores. giendo no verla, estaba decidido a no obtener ese día un favor
—N o lo creáis -m e dijo el cardenal-, pero aquí las tenéis. Y m ayor que el que ya había obtenido.
tratad también de que no pierdan nada en la lectura. El cardenal vino en gorro de noche a sorprendernos, pre­
El cardenal no necesitaba pedírm elo, porque las estancias guntándonos ingenuamente si nos habíamos impacientado es­
eran mías y no habría podido leerlas mal, menos aún cuando perándole.
Baco alimentaba el fuego que la vista de la marquesa encendía en N o abandoné el palacio hasta que oscureció, muy satisfecho
mi alma. de mi fortuna y decidido a refrenar aquel amor naciente mien­
Las leí de tal modo que el cardenal quedó encantado, e hizo tras no se presentara una ocasión propicia para verlo coronado
sonrojarse a la marquesa en los momentos en que describía cier­ por la victoria. Desde ese día, la encantadora marquesa no dejó
tas bellezas que se permite a la poesía alabar, pero que yo no nunca de darme muestras de una estima muy particular, sin fin­
podía haber visto. Me arrancó las estancias de las manos con aire gir el menor misterio. Creía que podía esperar confiado el pró­
despechado diciéndome que sustituía unos versos por otros. Era ximo carnaval, seguro de que, cuanto más delicado me mostra­
verdad, pero me empeñé en negarlo; yo estaba completamente se, más pensaría ella en ofrecerme la ocasión de recompensar por
encendido, y ella no ardía menos. C om o el cardenal se había completo mi cariño, mi fidelidad y mi constancia. Pero mi for­
dorm ido, la marquesa se levantó para ir a sentarse al belvedere, tuna había de tomar un giro distinto precisamente cuando
y la seguí. menos lo esperaba, y cuando el cardenal Acquaviva y el papa
Nada más sentarse en la balaustrada, me pongo de pie de­ mismo pensaban en hacerla más sólida. Este ilustre pontífice me
lante de ella. Una de sus rodillas rozaba el bolsillo donde estaba había hecho cumplidos muy halagüeños sobre la bella tabaquera
mi reloj. Cogiendo con respetuosa dulzura una de sus manos, le que el cardenal S. C . me había regalado, sin mencionar nunca a
digo que me había abrasado con su llama devoradora. la marquesa G .; y el cardenal Acquaviva no disimuló el placer
-O s adoro, señora, y, si no me permitís la esperanza de ser que sintió al ver la bella tabaquera en la que su generoso cofrade
correspondido, estoy resuelto a evitaros por siempre. Pronun­ me había hecho saborear su negrillo. El abate Gama, que me veía
ciad mi sentencia. bien encaminado, me felicitaba y no se atrevía ya a darme con­
-O s creo un libertino y un inconstante. e jo s . Y el padre G eorgi, que lo adivinaba todo, me decía que
- N o soy ni lo uno ni lo otro. debería contentarme con el favor de la marquesa G . y tener
Mientras se lo decía, la estreché contra mi pecho, deposi­ mucho cuidado de no abandonar su amistad buscando otras. Tal
tando en sus labios un beso de amor que recibió sin cometer la era mi situación.
infamia de obligarme a utilizar la menor violencia. Mis voraces l'uc el día de Navidad cuando vi al enamorado de Barbaruc-
manos trataron entonces de abrirse camino a todos sus demás 1 1a entrar en mi cuarto, cerrar la puerta y arrojarse sobre un sofá
encantos, pero ella cambió enseguida de posición pidiéndome diciéndome que lo veía por última vez.

264 265
—Sólo vengo a pediros un bueno consejo. -O s felicito.
-¿Q u e consejo puedo daros? - L a criada ya ha consentido: vendrá con nosotros. N os ire­
-Tom ad, leed, y lo sabréis todo. mos dentro de poco y llegaremos a Nápoles veinticuatro horas
Era una carta de Barbaruccia que decía así: «E stoy em ba­ después. Tendremos un coche que nos llevará a la primera posta,
razada, mi querido amigo, y no puedo tener ninguna duda. Os donde estoy seguro de que nos darán caballos.
advierto que estoy decidida a marcharme sola de Roma para ir -A d ió s, pues. Os deseo suerte y os ruego que os vayáis.
a m orir donde Dios quiera si no os cuidáis de mí. Sufriré cual­ -A d ió s.
quier cosa antes que hacer saber a mi padre el infeliz estado al Pocos días después, pascando por Villa Medici con el abate
que hemos llegado». Gam a, le oigo decir que por la noche habría una redada en la
-S i sois honrado -le d ije-, no podéis abandonarla. Casaos plaza de España.
con ella a pesar de vuestro padre y del suyo, y después vivid con -¿ E n qué consiste esa redada?
ella. 1.a providencia eterna velará por vosotros. -E l b a r g e l l o o su lugarteniente, irá a cumplir alguna ordine
Medita mis palabras, parece tranquilizarse, y se va. santissimo, o a registrar alguna casa sospechosa o a llevarse a al­
guien que no se lo espera.
A. 1744'7 , -¿C ó m o se sabe eso?
A principios de enero, lo veo reaparecer delante de mí muy —Su Eminencia debe saberlo, porque el papa no se permitiría
contento. invadir su jurisdicción19 sin pedirle permiso.
- H e alquilado el piso superior de la casa contigua a la de Bar­ —Entonces, ¿se lo han pedido?
baruccia -m e dice-. Ella lo sabe; y esta noche saldré por el tra­ -S í. Un auditor santissimo,0 ha venido a pedírselo esta ma­
galuz del desván y entraré por el tragaluz del suyo en su casa. ñana.
Concertaré con ella la hora en que nos fugaremos. He tomado —Pero nuestro cardenal habría podido negárselo.
una decisión: estoy decidido a llevarla a N ápoles, y com o su —Sí, pero no se lo niega nunca.
criada, que duerme en el desván, no podría ignorar nuestra eva­ - ¿ Y si la persona que buscan está bajo su protección?
sión, la llevaré con nosotros. -Entonces Su Eminencia hace que la avisen.
-Q u e Dios os bendiga. Un cuarto de hora después, una vez que me despedí del
O cho días después, lo veo en mi cuarto una hora antes de abate, me sentí intranquilo pensando que aquella orden podía
medianoche acompañado por un abate. afectar a Barbaruccia o a su enamorado. La casa de Dalacqua es­
-¿Q u é queréis de mí a estas horas? taba bajo la jurisdicción de España. Busqué inútilmente al joven
-O s presento a este apuesto abate. por todas partes; si hubiera ido a su casa o a la de Barbaruccia
Reconozco a Barbaruccia y me alarmo.
18. Jefe de la policía; aquí, de la policía pontificia.
- ¿ O s ha visto alguien entrar? 19- F.l barrio de hptazza di Spagna dependió del embajador de Es-
- N o . Además, ¿qué importa? Es un abate. Pasamos jumos pana hasta 1808. Su población, unos 14.000 habitantes, suponía la sexta
todas las noches. parte de la ciudad. I'oda la zona estaba limitada por piedras blancas con
a in scripción R. c. I). S. (Regia Corte di Spagna), y era llamada el franco
(zona franca). Su nombre oficial en castellano era Jurisdicción del cuar-
17. Kn el manuscrito, Casanova ha tachado 177} y ha escrito 174-1 tcl de la plaza de Kspaña.
A esa inccrtidumbre hay que unir la costumbre veneciana que Casanov.i 20. Más exactamente: Auditor Sanctissimi Domini Nostri Papx, uno
sigue de empezar el año en marzo, hecho que no deja de sembrar con de los cuatro prelados palatinos que actúan como consejeros privados
fusión en las fechas de estas Memorias. del papa en asuntos judiciales.

266 267
habría tenido miedo a comprometerme. Sin embargo, es cierto que sin duda me esperaba dentro del vehículo. ¿Q ué podía hacer
que, de haber estado seguro, habría ido; pero mis sospechas no en ese terrible momento? Com o ya no podía volver a mi casa, he
tenían fundamentos suficientemente sólidos. seguido un impulso de mi alma, que puedo llamar involuntario
Hacia medianoche, cuando iba a acostarme, abro la puerta de y que me ha traído hasta aquí. Y aquí estoy. Decís que con este
mi cuarto para quitar la llave y me veo sorprendido por un abate paso causo vuestra perdición, y me siento m orir por ello. D e­
que entra depnsa y que sin aliento se arroja sobre un sillón. Al cidme que debo hacer, estoy dispuesta a todo; incluso a per­
reconocer a Barbaruccia me creo perdido. Turbado y confuso, derme yo misma, si es preciso, para salvaros.
no le pregunto nada, le digo lo que la espera, le reprocho que Pero al pronunciar estas últimas palabras empezó a derramar
haya venido a refugiarse en mi cuarto y le ruego que se vaya. unas lágrimas que no puedo com parar con nada. C om p ren ­
¡D esdichado de mí! En vez de rogárselo tenía que haberla diendo hasta qué punto era horrible su situación, me parecía
obligado, e incluso llamar a alguien si se negaba a irse. Pero no mucho más desgraciada que la mía; lo cual no evitaba que yo me
tuve valor para hacerlo. viese al borde del precipicio por más inocente que fuese.
Cuando le digo que se vaya, se arroja a mis pies llorando, gi­ -Perm itid que os lleve a los pies de vuestro padre -le dije-;
miendo y pidiéndome que tuviera piedad. Cedí, pero advinién­ me siento con fuerza suficiente para convencerlo de que debe
dole que estábamos perdidos los dos. salvaros del oprobio.
-N a d ie me ha visto entrar en el palacio ni subir aquí, estoy Pero la propuesta de esta solución, que era la única, afligió
segura; y me alegro de haber venido a vuestro cuarto hace diez todavía más a la pobre desdichada. Llorando a mares me dice
días, porque de otro modo nunca habría podido adivinar dónde que antes prefiere que la eche a la calle y la abandone. Era desde
estaba. luego la mejor solución, y pense en ella, pero no tuve valor para
- ¡A y ! M ejor habría sido que lo hubierais ignorado. ¿Q ué ha ponerla en práctica porque me lo impidieron sus lágrimas.
sido de vuestro amigo el doctor? ¿Sabéis, querido lector, la fuerza que tienen las lágrimas
—Los esbirros se lo han llevado junto con la criada. O s lo cuando salen de los bellos ojos de la cara joven y bonita de una
contare todo. C om o la noche pasada mi amante me había dicho muchacha honesta y desgraciada? Una fuerza irresistible. C re­
que esta misma noche, a las once, al pie de la escalinata de la Tri dete a chi ne ha fatto e s p e r im e n t o Físicamente me sentí im po­
nitá dei M onti,21 estaría esperándome un biroche,“ hace una hora tente para echarla a la calle. ¡Q ue lágrimas! Empaparon tres
salí por el tragaluz de nuestra casa y, precedida por la criada, pañuelos en media hora. Nunca he visto a nadie llorar tanto sin
entré en la suya y me dirigí al biroche. Mi criada iba delante con parar. Si aquellas lágrimas fueron necesarias para aliviarla de su
mis cosas. Al doblar la esquina, viendo que se me había soltado dolor, nunca ha habido en el mundo dolor igual al suyo.
un lazo del zapato, me paro y me agacho para atármelo. Cre­ Cuando dejó de llorar, le pregunté que pensaba hacer cuando
yendo que yo la seguía, mi criada continuó andando, llegó al amaneciese. Ya habían dado las doce de la noche.
biroche y montó en él; yo estaba a sólo treinta pasos, pero nu -Saldré del palacio -m e respondió entre sollozos- Con estas
quedé petrificada; nada más montar la criada, a la luz de una lm ropas nadie se fijará en mí; me iré de Roma y caminaré hasta que
terna veo el coche rodeado de esbirros y al mismo tiempo al co me quede sin aliento.
chero apearse para dejar su puesto a otro que partió a rienda Al terminar de hablar, cayó al suelo; creí que estaba a punto
suelta llevándose el barroccio con mi criada y con mi amante, de morirse. Ella misma se ponía un dedo en el cuello para faci-

21. Llamada La Scala di Spagna, construida entre 1721 y 1725.


22. Coche ligero de dos ruedas, llamado biroccino o barrocano ni 23. «Creed a quien ha hecho la experiencia», Ariosto, Orlando fu-
no«>, XXIII, 112.
Italia.

268 269
litar la respiración, porque se asfixiaba. La vi ponerse azul, y me decente, pero donde no había nadie, y le dije que esperara allí
encontraba en el más cruel de los apuros. mis instrucciones, porque mi lacayo estaba a punto de llegar.
Después de haberle soltado el lazo del cuello y desabrochado Llegó unos minutos después, y tras ordenarle que, una vez arre­
la ropa que la apretaba por todas partes, la devolví a la vida con glado el cuarto, me bajara la llave, yo bajé al gabinete del abate
agua que le eché en la cara. Com o la noche era de las más frías Gama.
y yo no tenía fuego, le dije que se metiera en la cama, con la se­ Encontré al abate hablando con el auditor del cardenal vica­
guridad de que yo la respetaría. Me respondió que, en su estado, rio. Al terminar, se reunió conmigo, encargó que le trajeran el
sólo podría excitar la piedad, y que, por otra parte, estaba en mis chocolate y, para decirme enseguida algo nuevo, me puso al co­
manos y que yo era su dueño. Com o necesitaba recuperarse de rriente de lo que le había dicho el cardenal vicario. Se trataba
su debilidad y reanimarse, la convencí para que se desnudase y de rogar a Su Eminencia que hiciera salir del palacio a una per­
se metiera bajo las mantas. C om o no tenía fuerzas, yo mismo sona que debía haberse refugiado en él a eso de la medianoche.
hube de desnudarla y llevarla a la cama. Este lance me sirvió para «Hay que esperar a que el cardenal esté visible», añadió el abate,
hacer una nueva experiencia sobre mí mismo. 1‘ue un descubri­ «y si hay alguien que, sin su conocimiento, se ha refugiado en
miento. Resistí la contemplación de todos sus encantos sin nin­ palacio, seguro que le hará salir.» Hablamos luego del frío que
guna dificultad. Ella se durm ió, y también yo a su lado, pero hacía hasta que llegó mi criado con la llave. Viendo que tenía
completamente vestido. Un cuarto de hora antes del alba la des­ por delante una hora por lo menos, pensé en dar el único paso
perté, y, como ya había recobrado fuerzas, no me necesitó para que podía salvar a Barbaruccia del oprobio.
que la ayudara a vestirse. Seguro de que nadie me vigilaba, fui al lugar donde estaba
Con las primeras luces del alba salí después de decirle que se escondida Barbaruccia y le hice escribir a lápiz una nota conce­
quedase tranquila hasta mi vuelta. Salía con la intención de ir a bida en estos términos y en buen francés: «Soy, Monseñor, una
casa de su padre, pero cambié de opinión en cuanto vi a unos honesta muchacha disfrazada de abate. Suplico a Vuestra Em i­
soplones de la policía. Me fui al café de la calle Condotta al ver nencia que me permita decirle mi nombre en persona. C onfío
que me seguían de lejos. Después de tomar una taza de choco­ en la grandeza de vuestra alma para salvar mi honor».
late, me guardé unos bizcochos en el bolsillo y regresé al pala­ -Saldréis de aquí a las nueve en punto -le dije-. Bajaréis tres
cio, seguido siempre por el mismo espía. Me di cuenta entonces escaleras y entraréis en el aposento que hay a mano derecha c
de que el bargello, tras fallarle su intento de captura, tenía que iréis hasta la última antecámara, donde veréis a un gentilhom­
trabajar sobre sospechas. Sin necesidad de que yo le preguntara, bre muy gordo sentado delante de un brasero. Le entregaréis
el portero me dijo que por la noche habían intentado detener a esta nota, rogándole que la haga llegar inmediatamente al car­
alguien, pero que, en su opinión, habían fallado. En ese mismo denal. N o temáis que la lea, porque no tendrá tiempo. En cuanto
instante un auditor del cardenal vicario14 preguntó al portero a u* la haya entregado, podéis estar segura de que os hará pasar en
qué hora podría hablar con el abate Gama. Com prendí entonces el acto y os escuchará sin testigos. Poneos de rodillas y contadle
que no había tiempo que perder y subí a mi cuarto para tomar loda vuestra historia, sin ocultarle nada, salvo la circunstancia
una decisión. de que habéis pasado la noche en mi cuarto y de que habéis ha­
Tras obligar a Barbaruccia a comer dos bizcochos mojados en blado conmigo. Decidle que, al ver secuestrado a vuestro aman-
vino de Canarias,1’ la llevé a la azotea del palacio, a un lugar in le, tuvisteis miedo y entrasteis en palacio, subiendo a la azotea,
donde, después de pasar una penosa noche, habéis tenido la ins­
24. Vicario general del papa en calidad de obispo de Roma.
2f. Los españoles residentes en Italia habían hecho famosos luí piración de escribirle la nota que le habéis hecho entregar. Estoy
vinos de la isla canaria de Tenerife. *rguro, mi pobre Babichc, de que Su Eminencia os salvará de

270

f
una manera o de otra del oprobio. Sólo por este medio podéis del palacio a toda persona desconocida que pudiera encontrar­
esperar que vuestro amante llegue a ser vuestro esposo. se en él.
Después de prometerme que seguiría mi plan al pie de la »En efecto, el cardenal dio enseguida esa orden al m ayor­
letra, bajé, me hice peinar, me vestí y, tras oír misa en presencia dom o, que inmediatamente se puso a cum plirla; un cuarto de
del cardenal, salí para no regresar hasta la hora de comer. hora después, sin embargo, el m ayordom o recibió la orden de
En la mesa sólo se habló de aquella aventura. Cada cual la suspender todas las búsquedas. Y sólo puede haber un motivo
contaba a su manera. Sólo el abate Gam a no decía nada, y yo para esa suspensión.
hacía lo mismo: comprendía que el cardenal había tomado bajo »El ayuda de cámara me ha dicho que, a las nueve en punto,
su protección a la persona que querían detener. Era cuanto yo se presentó a él un abate muy guapo, que de hecho le pareció
deseaba y, seguro de no tener ya nada que temer, gozaba en si­ una muchacha disfrazada, rogándole entregar inmediatamente a
lencio del éxito de mi plan, que me parecía una pequeña obra Su Eminencia una nota que le dio. Se la pasó acto seguido y Su
maestra. Después de comer, pregunté al abate Gama qué era toda Eminencia, después de leerla, no tardó ni un instante en orde­
aquella intriga, y esto fue lo que me respondió: narle que hiciera pasar al abate, quien no ha vuelto a salir desde
—Un padre de familia, cuyo nombre todavía no sé, ha pedido entonces de sus aposentos. C om o la orden de suspender las bús­
al cardenal vicario que impidiese a su hijo raptar a una mucha­ quedas fue dada inmediatamente después de entrar el abate, hay
cha con la que pretendía salir del Estado. El rapto debía tener razones para pensar que ese abate es la muchacha que los esbi­
lugar a medianoche en nuestra plaza. El vicario, tras obtener el rros no consiguieron capturar y que se refugió en el palacio,
consentimiento de Su Eminencia, como ayer os conté, ordenó donde debe de haber estado escondida toda la noche hasta que
al bargello apostar a sus hombres y capturar a los culpables pi­ se le ocurrió presentarse al cardenal.
llándolos con las manos en la masa. La orden fue cumplida, pero -Q u izá Su Eminencia la entregue hoy mismo, no a los esbi­
los esbirros, de vuelta ante el bargello, hubieron de reconocer rros, sino al vicario.
que habían sido burlados: al hacer bajar a los detenidos del - N i al mismo papa se la entregaría. N o imagináis hasta qué
coche, en vez de la muchacha encontraron una cara de mujer punto llega la fuerza de la protección de nuestro cardenal, y esa
que no puede provocar a nadie la tentación de raptarla. Pocos protección ya está concedida, puesto que la persona sigue es­
minutos más tarde llegó un espía para inform ar al bargello que, tando, no sólo en palacio, sino en los aposentos mismos de
en el mismo momento en que el biroche partía de la plaza, un Monseñor, bajo su custodia.
abate se había refugiado corriendo en el Palacio de España. Acto La historia era tan interesante que la atención con que la es­
seguido, el bargello fue a dar cuenta al cardenal vicario del inci cuché no pudo inspirar la menor sospecha al astuto Gam a,
dente que había permitido escapar a la muchacha, comunicán quien, desde luego, no me habría dicho nada de haber sabido
dolé al parecer sus sospechas de que podía ser el mismo abate cuál era mi participación en el asunto y cuánto me interesaba.
que se había refugiado en el palacio. Entonces el vicario hizo Me fui a la ópera, al teatro A libcrti.'4
saber a nuestro amo que tal vez se había escondido en palacio A la mañana siguiente, Gama entró en mi cuarto con aire sa­
una muchacha disfrazada de abate, rogándole que la expulsara, tisfecho, diciéndome que el cardenal vicario sabía que el raptor
a menos que Su Eminencia la tuviera por persona libre de tod.i
sospecha. El cardenal Acquaviva fue informado de todo esta m.i j6. También llamado Delle Dame, el teatro de Aliberti era uno de
los mayores teatros de Roma, destinado a la representación de dramas
ñaña, antes de las nueve, por el auditor del vicario, a quien vis
líricos durante el carnaval. Situado cerca de la piazza di Spagna, fue
teis hablando conmigo esta mañana. Lo despidió asegurándole construido en 1718 por un hijo del escudero de la reina Cristina de Sue­
que haría todas las investigaciones necesarias, y que expulsan.! cia llamado d'Aliberti.

272 273
en esta santa ciudad se ama la calumnia. Vuestra inocencia no
c r , »migo mío y que y o debía serlo también de la chica, pues su impedirá que, dentro de cuarenta años, esta historia la carguen
padre era mi profesor de ¡ toda u hlstoria, y, en vuestra cuenta los cardenales reunidos en cónclave, en caso de
que fuerais propuesto a la hora de elegir papa.
Durante los días siguientes empezó a fastidiarme de verdad
esta maldita historia, porque en todas partes me hablaban de ella
y me daba perfecta cuenta de que escuchaban lo que decía y apa­
rentaban creerme sólo porque no podían actuar de otro modo.

I " E S 5 i r .? r s í La marquesa G . llegó a decirme, con mucha sutileza, que la


señorita Dalacqua debía de estarme muy agradecida. Pero lo que
más me preocupó fue que el cardenal Acquaviva no tuviera ya
conmigo, incluso en los últimos días de carnaval, el tono desen­
vuelto que siempre había tenido. Nadie se percataba, pero yo lo
veía y no tenía duda alguna.
A principios de la cuaresma,17 precisamente cuando ya nadie
hablaba de la historia del rapto, el cardenal me dijo que pasara
con el a su gabinete. Fue ahí donde me soltó el siguiente dis­
líos que pueden reír; pero ~ ' ¿ " ^ T ' j e'“nuestro amo. curso:
sidero, puede haceros muc o reunión. N o observé - E l asunto de la joven Dalacqua ha terminado, ya ni siquiera
Com o e s. noche no habta d dc nadic. La se habla de él; pero se ha decidido, sin pretender que esto sea
maledicencia, que vos y yo nos hemos aprovechado de la tor­
peza del joven que quería raptarla. Lo que de mí digan me im ­
porta poco, pues en una circunstancia semejante no dejaría de
com portarm e com o he hecho; y no me cuido de saber lo que
nadie puede obligaros a decir, ni tampoco lo que estáis obligado
a callar como hombre de honor. Si no sabíais nada de antemano,
el muchacho que quiso raptarla. rcsDOn dí-, p u o echando a la joven de vuestro cuarto, si admitimos que estuvo en
- O s aseguro que me alcgrar.a mucho - 1c respona. , , él, habríais cometido un acto de barbarie, e incluso de cobardía,
tanto ella como el son muy buenas personas y ignos . que la hubiera hecho desgraciada para el resto de su vida y que
no os habría librado de sospechas de complicidad y, lo que es
más, de traición. N o obstante, y como podéis figuraros, aunque
desprecio todos los chismes de esa clase, en el fondo no puedo
ser indiferente a ellos.1* Por eso me veo obligado a pediros no

27. Al parcccr, este encuentro de Casanova con el cardenal se habría


...... producido en 1745, año en que la cuaresma empezó el 3 de marzo; pero
CX 1'r d i ¡^ ;X i i :X “ ! r ama4hanas a casa de ' los datos que Casanova da sobre su paso por Ancona y Bolonia inducen
La pensar que ocurrió más bien en 1744.
28. Kntrc el vicariato general y la embajada de España se producían

275
sólo que me dejéis, sino que abandonéis Roma. O s proporcio­ -¿H acia dónde?
naré un pretexto por el que salvaréis vuestro honor y, lo que to ­ -H acia poniente.
davía importa más, la consideración que pueden haberos pro­ - N o quiero saber más.
curado las muestras de estima que os he dado. O s permito Me fui a pascar solo por Villa Borghese, donde pasé dos
confiar al oído de quien queráis, o incluso a todo el mundo, que horas desesperado porque amaba Roma y, estando ya en el ca­
salís de viaje para desempeñar una comisión que os he confiado. mino de la fortuna, me veía precipitado sin saber adonde ir
Pensad a qué país deseáis ir; tengo amigos en todas partes; os re­ y con mis esperanzas frustradas. Exam inando mi conducta, no
comendaré de tal forma que estoy seguro de que obtendréis un me consideraba culpable; pero me daba cuenta de que el padre
empleo. O s escribiré cartas de recomendación de mi puño y Gcorgi tenía razón. Habría debido, no sólo no inmiscuirme para
letra; sólo de vos depende que nadie sepa adonde vais. Venid ma­ nada en el asunto de Barbaruccia, sino cambiar de maestro de
ñana a Villa N egroni para decirme dónde queréis que os reco­ lengua en cuanto descubrí su intriga. Pero, a mi edad, y sin co ­
miende. Preparaos para partir dentro de ocho días. Creedm e nocer aún lo suficiente de la vida, era imposible tener una sen­
cuando os digo que lamento perderos. Es un sacrificio que hago satez que sólo podía ser fruto de una larga experiencia. Toda la
al m ayor de todos los prejuicios. Os ruego que no me dejéis ver noche y toda la mañana estuve pensando adonde ir, sin lograr
vuestra aflicción. decidirme en ningún momento por un lugar más que por otro.
Estas últimas palabras me las dijo al ver mis lágrimas, y no Me retire a mi cuarto sin preocuparme de cenar. El abate Gama
me dio tiempo a responderle para no seguir viéndolas. Pese a vino a decirme de parte de Su Eminencia que no me com pro­
ello tuve fuerzas para rehacerme y parecer alegre a cuantos me metiera con nadie para com er al día siguiente, porque tenía que
vieron salir del gabinete. En la mesa, todos me encontraron del hablar conmigo.
mejor humor y el abate Gam a, tras haberme invitado a tomar Lo encontré en Villa Negroni tomando el sol.'’ Pascaba con
café en su habitación, me felicitó por mi aire satisfecho. su secretario, al que despidió nada más verme. A solas con él, le
-E s to y seguro -m e d ijo - de que se debe a la conversación conté fielmente toda la intriga de Barbaruccia sin ocultarle el
que tuvisteis esta mañana con Su Eminencia. menor detalle. Tras esta fiel narración, le pinté con los colores
- E s cierto, pero ignoráis la pena que siento en el corazón y más vivos el dolor que sentía por separarme de él. Veía echada a
que disimulo. perder toda la fortuna que podía esperar en mi vida, le dije, por­
-¿Pena? que estaba convencido de no poder conseguirla más que a su ser­
-S í, tengo miedo a fracasar en una difícil misión que el car vicio. Pasé una hora hablándole así, casi siempre llorando, pero
denal me ha confiado esta mañana. Debo ocultar la poca con fue inútil cuanto pude decirle. Me animó lleno de bondad,
fianza que tengo en mí mismo para no dism inuir la que Su pero apremiándome para que le dijera a qué lugar de Europa
Eminencia tiene en mi escaso talento. quería ir, y la palabra que la desesperación y el despecho hicie­
-S i mi consejo puede serviros de algo, os lo ofrezco. Sin ein ron salir de mi boca fue Constantinopla.’0
bargo, está muy bien que os mostréis sereno y tranquilo. ¿1% -¿C onstantinopla? -m e dijo retrocediendo dos pasos.
una misión en Roma? -S í, Monseñor, Constantinopla -le repetí enjugándome las
-N o . Se trata de un viaje que debo emprender dentro de oclm lágrimas.
o diez días. 29. En español en el original.
30. Francesco Vcnicr, predecesor del embajador veneciano da I.cz-
constantes conflictos de jurisdicción. Casanova parece haber sido s.u 11 ze, se hallaba en Roma, siguiendo los usos diplomáticos de la República,
ficado al vicario general por el cardenal Acquaviva. para instruir a su sucesor.

276 277
Aquel prelado, que era un hombre inteligente pero español que abandonar a la marquesa G ., de la que me había enamorado,
hasta los tuétanos, guardó durante dos o tres minutos un pro­ y de la que no había conseguido nada esencial.
fundo silencio; luego, mirándome con una sonrisa, dijo: Dos días después, Su Eminencia me dio un pasaporte para
-O s doy las gracias por no haber dicho Ispahán,’ 1 porque me Venecia y una carta lacrada dirigida a Osmán Bonneval, pachá de
habríais puesto en un apuro. ¿Cuándo queréis partir? Caram ania, en Constantinopla. Yo no podía decir nada a nadie,
- D e hoy en ocho días, como Vuestra Eminencia me ordenó. pero como el cardenal no me lo había prohibido, enseñé la d i­
-¿Em barcaréis en N ápoles o en Venecia? rección de la carta a todas mis amistades. El abate Gam a me
-E n Venecia. decía, riendo, que estaba seguro de que no iba a Constantinopla.
-O s daré un pasaporte especial, porque en la Romana en­ H caballero da Lezzc, em bajador de Venecia, me entregó una
contraréis dos ejércitos en sus cuarteles de in v ie r n o .C r e o que carta dirigida a un turco rico y amable que había sido amigo
podéis decir a todo el mundo que os envío a Constantinopla, suyo. Don Gaspare me rogó que le escribiese, y también el padre
porque nadie va a creeros. Georgi. Cuando me despedí de doña Cecilia, me leyó parte de
Está argucia política estuvo a punto de hacerme reír. Me dio una carta de su hija en la que le daba la feliz nueva de que estaba
su mano a besar y, diciéndomc que me esperaba a cenar, fue a embarazada. También visite a doña Angélica, con la que don
reunirse con su secretario, que lo aguardaba en otra alameda. Francesco se había casado sin invitarme a la boda.
De vuelta al Palacio de España, y reflexionando en la elec­ Cuando fui a recibir la bendición del Santo Padre, no me sor­
ción que había hecho de Constantinopla, por un momento creí, prendió oírle hablar de las amistades que tenía en Constantino­
muy asom brado, que me había vuelto loco o que sólo había pla y, en particular, del señor de Bonneval, a quien había cono­
pronunciado esa palabra obedeciendo a la fuerza oculta de mi cido mucho. Me ordenó presentarle sus respetos y decirle que
G enio, que me llamaba allí para ayudarme a cumplir mi destino. lamentaba no poder enviarle su bendición. A mí me dio una muy
L o que me sorprendía era que el cardenal hubiese aceptado in­ vigorosa y me regaló un rosario de ágata ligeramente engarzado
mediatamente la propuesta. Pense que su orgullo le había impe­ en oro que podía valer doce cequíes.
dido aconsejarme que fuera a otro sitio. O tuvo miedo a que yo Cuando me despedí del cardenal Acquaviva, me entregó una
pudiera pensar que había presum ido sin fundamento de tener bolsa en la que encontré cien monedas que los castellanos lla­
amigos en todas partes. ¿A quien me recomendaría? ¿Q ué haría man doblones de a ocho.» Su valor era de setecientos cequíes, y
yo en Constantinopla? N o lo sabía, pero tenía que ir allí. Cena­ yo tenía trescientos. Me quedé con doscientos y tomé una letra
mos los dos solos: Su Eminencia aparentó una gran amabilidad de cambio por valor de seiscientos escudos romanos contra un
y yo la m ayor satisfacción, pues mi amor propio, más fuerte que raguseo llamado G iovanni Bucchetti, residente en Ancona.
mi pena, me impedía dejar adivinar a nadie el menor motivo para I uego reservé una plaza en una berlina14 con una señora que lle­
creerme desdichado. La principal causa de mi dolor era tener vaba a Lorcto a su hija para cumplir un voto hecho en lo más
álgido de una enfermedad que quizá la hubiera llevado a la
tumba. La hija era fea. Me aburrí durante todo el viaje.
} i . Capital de la provincia del mismo nombre y, hasta 1797, capital
de Persia.
32. El príncipe I.obkowitz atacó a los españoles en octubre de 1743 33. Moneda de oro, del peso y valor de 8 escudos de oro (hasta
obligándolos a retroceder hasta la Eoglia; luego pasó el invierno en la
• 772 )-
Romaña. En marzo de 1744, los austríacos avanzaron hasta las fronte­ 34. Carroza de gala o de media gala, de cuatro ruedas y asientos para
ras del Reino de Nápoles. El incidente del pasaporte de Casanova es cuatro personas, que podía ir rccubierta por una capota. Recibió su
compatible con los hechos históricos. nombre de Berlín, su lugar de origen.

278
* 79
M e m o r i a mu n d i

Las «Mémoires» de Casanova constituyen el cuadro más completo


y detallado de las costumbres de la sociedad del siglo XVIII: una autén­
tica autobiografía de ese periodo. Probablemente ningún otro hombre
en la historia haya dejado un testimonio tan sincero de su existencia,
ni haya tenido una vida tan rica, amena y literaria junto a los más des­
tacados personajes de su tiempo.
Escrito en francés, en sus años de declive, cuando Giacomo Casa­
nova (1725-1798) era bibliotecario del castillo del conde Waldstein en Bo­
hemia, el manuscrito de sus memorias fue vendido en 1820 al editor
alemán Brockhaus Este encargó su edición a Jean Laforgue, quien no
/

se conformó con corregir el estilo, plagado de italianismos, sino que


adaptó su forma de pensar al gusto prerromántico de la época, censu­
rando pasajes que consideraba subidos de tono. En 1928, Stefan Zweig
se lamentaba de la falta de un texto original de las «Mémoires» que
permitiera «juzgar fundadamente la producción literaria de Casanova».
No fue hasta 1960 cuando la editorial Brockhaus decidió desempolvar
el manuscrito original para publicarlo por fin de forma fiel y completa,
en colaboración con la francesa Plon. La edición de Brockhaus-Plon se
había traducido al inglés, alemán, italiano y polaco, pero no al español.
Atalanta brinda al lector la oportunidad de gozar por primera vez en
español de la auténtica versión de este gran clásico de la literatura uni­
versal, traducido y anotado por Mauro Armiño y prologado por Félix de
Azúa, con cronología, bibliografía e índice onomástico.

«Si sólo hubiera narrado "la verdad , el libro conocido como "Histoire
de ma vie” creo que carecería de Ínteres literario, aunque bien podría
haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asom­
broso es que, en su estado real, [...] es [...] también una obra maestra
literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y ex­
cita tanto la lujuria como el raciocinio.» H H IH H H I
Félix de Azua lil ilí
w w w . a t al a n t a w e b . c o m

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