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OPINIÓN

La diáspora judeocatalana: ¿sefardíes o katalanim?


Marc Pons
Foto: British Library
Barcelona. Domingo, 20 de Junio 2021. 05:31
Tiempo de lectura: 4 minutos

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Barcelona, el martes 8 de agosto de 1391. Culmina el saqueo y destrucción de la


judería, que se saldaría con más de 300 muertes y más de 3.000 agresiones
múltiples y bautizos forzados. El centenario barrio judío de la capital catalana,
con un origen que remontaba a la Barcelona musulmana y carolingia (siglos VIII
a XI), y que había sido uno de los principales polos económicos del país (siglos XI
a XIV), nunca se repondría. Sus cinco mil habitantes se dispersaron, y los que
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soportando todo tipo de presiones y amenazas se mantuvieron en la fe mosaica
acabarían forzados a emigrar hacia varios puertos del Mediterráneo y del
Atlántico. La diáspora judeocatalana creó importantes comunidades
catalanohablantes, claramente diferenciadas de las comunidades sefardíes, y
perfectamente conocidas por su identidad de origen: los katalanim.

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Mapa de las diásporas judeo-peninsulares de los siglos XV, XVI y XVII / Fuente: Enciclopedia Judaica

Los katalanim de Liorna y de Roma

Según las fuentes, la principal destino de la primera ola emigratoria judeocatalana


fue el Mediterráneo occidental. Aquella diáspora es la más antigua; y es, también,
la primera que revela la identidad diferenciada de aquellos judíos
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catalanohablantes. Miles de judíos catalanes, valencianos y mallorquines se
establecieron, por ejemplo, en Liorna -entonces el gran puerto del principado
independiente de la Toscana-, y fueron tan bien acogidos que popularizarían la
ilustrativa cita "Qui va a Liorna, no torna". O en Roma, capital de los Estados
Pontificios, donde se convirtieron en la comunidad judía más prestigiosa de la
ciudad, con una sinagoga y una escuela propias -la Sinagoga dei Catalani- que los
identificaba y los diferenciaba con respecto a los judíos castellanos o
sefardíes, a los judíos originarios del resto de la península italiana o, incluso, a los
judíos sicilianos.

La segunda diáspora

La segunda diáspora judeocatalana se produjo a partir del decreto de expulsión de


la Alhambra, promovido por el inquisidor castellano Torquemada, y promulgado
por los Reyes Católicos. Aquel exilio tuvo una naturaleza más trágica que la
primera: en tan sólo cuatro meses (31/03/1492 en 31/07/1492), los judíos de los
dominios peninsulares de la flamante y católica monarquía hispánica fueron
obligados a malvender su patrimonio, y a abandonar sus casas, sus obradores, sus
sinagogas, sus cementerios, sus ciudades y su país. Aquella diáspora es la mejor
documentada, y las fuentes nos cuantifican la verdadera magnitud de aquel trágico
exilio: 8.000 judíos catalanes, y más de 100.000 en el conjunto de los
dominios de la monarquía hispánicas, que se dirigieron hacia las juderías del
Mediterráneo central y orientales y hacia los del Atlántico europeo.
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Grabado de Amberes (1572) / Fuente: Wikimedia Commons

La judería catalana de Tesalónica

El año 1492 Tesalónica era uno de los grandes puertos del Imperio otomano.
Situada en un estratégico abrigaño del mar Egeo, fue uno de los principales
destinos de la segunda diáspora judeocatalana. A partir de 1492, Tesalónica fue la
única ciudad del mundo de mayoría judía. Pero las diferentes comunidades
judías de la ciudad -a diferencia de las de Roma- vivían en barrios diferenciados en
función de su origen. Las fuentes detallan la existencia de cinco juderías, una de
las cuales era la catalana, claramente diferenciada de la castellana o sefardí.
Pero lo más relevante es que aquella judería catalana acogía el exilio
procedente, no tan sólo de los países de habla catalana, sino también de
Aragón. El año 1545 el rabino katalaní de Tesalónica era un comerciante
llamado Baruj Almosnino, descendiente de una familia judía originaria de Jaca
(Aragón),
Los katalanim de Tesalónica
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La existencia de la judería catalana de Tesalónica y su composición sociológica


confirma lo que durante toda la Edad Media había sido la forma genérica de
identificar a los súbditos de la Corona catalano-aragonesa: con independencia de
su origen (catalanes, valencianos, mallorquines o aragoneses) o de su lengua
(catalán o aragonés), eran conocidos por todas partes como catalanes. Genérica y
exclusivamente catalanes. En el caso de Tesalónica, como tantos otros
destinos de la diáspora judeocatalana, el exilio procedente de Catalunya, del País
Valencià, de Mallorca y de Aragón se concentró en un mismo lugar. Aquel barrio
fue denominado judería catalana, y su comunidad fue denominada katalaní. Las
fuentes documentales revelan que los apellidos más habituales de aquella
comunidad eran: Albó, Almosnino, Català, Estruch, Girona, Miró o Vidal.

Grabado de Roma (1550) / Fuente: Cartoteca de Catalunya


¿Qué lengua hablaban los katalanim?
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En los barrios judeocatalanes de Roma, de Liorna o de Tesalónica -por poner tres


ejemplos- se hablaba la misma lengua que en el barrio del Born de Barcelona, o
que en el barrio del Carme de Valencia; es decir, el catalán medieval. Y si bien es
cierto que, a partir de de 1492, aquellas comunidades lingüísticas quedaron
desconectadas de su matriz lingüística, también lo es que el judeocatalán de las
juderías de los katalanim se transmitió y conservó hasta las postrimerías del
siglo XVI. El año 1555, el pontífice Pablo IV decretaba la concentración de todas
las juderías de Roma delante de la isla Tiberina. Una medida que inspiraría a otros
dirigentes de los dominios que habían acogido la diáspora judeopeninsular, y que
marcaría el principio del fin de la lengua judeocatalana. No obstante, el año 1581
todavía quedaban una cincuentena de familias catalanohablantes en la judería
de Roma.

Los katalanim de los Países Bajos

Una parte importante de la diáspora judeocatalana -sobre todo de la segunda- se


dirigió a los Países Bajos. Su relación y mestizaje con la diáspora sefardí
(castellanos, leoneses, gallegos, y vascos) ejemplariza el proceso de desaparición
del judeocatalán. Según los expertos, durante la segunda mitad del siglo XVI; estas
comunidades, establecidas principalmente en Brujas, Gante, Amberes y
Amsterdam, "fabricaron" un koiné sobre la base del judeoespañol (el grupo
demográficamente dominante); con importantes aportaciones del catalán, del
gallego y del portugués. Esta no fue la lengua de Joan Lluís Vives, el humanista
judío converso valenciano que, perseguido por la Inquisición, se exilió en Brujas
(1514), ni la de las familias que lo acogieron. Pero sí que lo sería la del filósofo judío
de origen portugués Baruch Spinoza, que vivió durante el posterior siglo XVII.
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Detalle de la Haggadaá de Barcelona o de Catalunya (siglo XIV) / Fuente: Bristish Library

Los katalanim de América

La manifiesta y estrecha relación entre los katalanim de los Países Bajos y la


Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales es la que explica su presencia
en América. Las fuentes confirman que los katalanim -y no los sefardíes- fueron
pioneros en la fundación de Nuevo Amsterdam (1625) que, posteriormente,
sería conquistada por los ingleses y renombrada como a Nueva York (1664).
Aquellos katalanim ya no hablaban judeocatalán, pero no habían perdido su
identidad de origen. Algunas de las familias fundacionales de la que actualmente
se la "gran manzana", se apellidaban Abendana, Aguillaró, Arbec, Barnet (o
Barret), Bennal, Bindona, Bromato, Campanall, Capella, Coriell, Farreres,
Ferro, García, Goteras, Grades o Pardo; estirpes inequívocamente de
katalanim que clavaban sus raíces en las desaparecidas juderías catalanas,
valencianas, mallorquinas y aragonesas.

 
Imagen principal: detalle de la Haggadá de Barcelona o de Catalunya (siglo XIV) / Fuente: British Library

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