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Evaristo Colmán
Esta autobiografía es memoria y es combate. Es un
pedazo de la historia del Paraguay, de su mejor gente, de
aquellos que se juntaron a la lucha para hacer de aquel país un
lugar libre de la opresión.
La vida de Alberto Barrett fue determinada por la lucha
política. Es esta relación la que nos muestra del comienzo al fin
esta autobiografía. Arrancando de aquellas luchas a las que se
entregó de cuerpo y alma el abuelo Rafael, a comienzo del siglo
XX cuando llegó de España, hasta el combate feroz que Alberto
aun libra, denunciando las dictaduras militares y a los zánganos
que medran los despojos de aquellas.
Es que la trayectoria de vida de millares de paraguayos
se confunde con el esfuerzo por mantener en pie una nación
destrozada por la guerra, por el atraso económico y por los
desmanes de las oligarquías políticas y militares que consumen
sus energías y la asfixian, tapándoles los poros. Las luchas
políticas y militares que se libraron y continúan librándose
después de la Gran Guerra involucraron generaciones tras
generaciones de jóvenes que no cesan de incorporarse a ese
esfuerzo colectivo.
Es importante que las nuevas generaciones sepan que los
Barrett se constituyeron, a lo largo de casi un siglo, en algo
próximo a una institución política cuyo protagonismo fue
consciente y colectivamente asumido en diversos momentos de
las luchas que enfrentaron.
La más conocida de todas probablemente sea Soledad
Barrett, hermana de Alberto que, cuando fue asesinada por la
dictadura brasilera, el 8 de enero de 1973 en Recife, militaba en
la organización Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR). Pero
antes, había sido miembro del Frente Unido de Liberación
Nacional (FULNA), de la juventud comunista y de varias otras
organizaciones que se crearon para luchar contra la dictadura,
nunca abandonando la militancia. En su exilio de Montevideo,
Soledad fue víctima de una macabra agresión. Fascistas
uruguayos la secuestraron y tajearon sus muslos porque no quiso
gritar “viva Hitler y muera Fidel”. La vida y muerte de Soledad
Barrett es muy conocida, no solo en el Paraguay sino también en
el Brasil y en la Argentina. Ella representa la imagen de las
mujeres que combatieron las dictaduras y no dudaron en
entregar sus vidas en esa lucha.
Pero la “dinastía” comenzó 1904 con la llegada de Rafael
Ángel Jorge Julián Barrett y Álvarez de Toledo, español que
adoptó el Paraguay como su segunda patria. Rafael Barrett,
además de toda su participación en las contiendas de su época,
fue el primer escritor que denunció la situación opresiva de los
trabajadores paraguayos. Su inserción en las luchas paraguayas
hizo que evolucionara para el anarquismo, que lo asumía
conscientemente. Casó con Francisca López Maíz y con ella
tuvo el único hijo, Alejandro Rafael Barrett, Alex. Rafael
Barrett murió en Francia en 1910 adonde fue buscar tratamiento
para la tuberculosis.
Alex, el padre de Alberto y de otros 11 hijos, fue enviado
por el gobierno de Eligio Ayala, a la escuela naval argentina,
para formarse como marino, en el marco de la preparación
paraguaya para la guerra contra Bolivia. Esta circunstancia tuvo
consecuencias no solo en la vida de Alex sino también en la de
Alberto, posteriormente. En la guerra civil de 1947 Alex Barrett
peleó contra las fuerzas de Morínigo. El marino Barrett,
condecorado en la guerra del Chaco, combatió en la cañonera
Humaitá contra las fuerzas coloradas. Y las mujeres de la
familia ayudaron en la logística de guerra, transportando pólvora
en cántaros, simulando cargar agua. Entre la guerra civil y el
golpe de 1954 que inauguró la dictadura de Stroessner, se
produjo la aproximación de Alex al Partido Comunista. También
fue un dirigente del FULNA, conoció la cárcel y el exilio.
La madre y los otros hermanos de Alberto también
tuvieron destacada intervención en las luchas contra la dictadura
y como miembros del Partido Comunista, del FULNA y de otras
organizaciones revolucionarias.
Este es un libro de memoria política y tiene por eso una
función política. Defiende el papel del militante con el peso y la
consciencia que eso significa para los Barrett.
Los investigadores, sociólogos, historiadores y
politólogos encontrarán materiales para interpretar procesos
políticos y sociales del Paraguay. Es sin duda una fuente
importante escrita en primera persona por un protagonista
privilegiado, tanto por el lapso de tiempo que cubre, como por la
familia que representa y los eventos particulares por los que
pasó su autor. Trata-se de la memoria de la dictadura de
Stroessner y de los que la combatieron sin tregua.
El lector podrá palpar, a través de la experiencia de los
militantes, la materialización de las políticas del Partido
Comunista, del FULNA y de otras organizaciones que
combatieron la dictadura. Los conflictos internos, los planes que
fracasaron, la infiltración de agentes de la represión, las rupturas
de vínculos largamente establecidos, el cuestionamiento de
orientaciones programáticas que los jóvenes osaron formular
para salvar su militancia. Todo esto se expone en esta
autobiografía con el relieve que solo quien vivió esos procesos
puede darle.
Es desde esta perspectiva que el libro de Alberto debe
juzgarse, como un esfuerzo por reproducir en la trayectoria de
una familia, algunas determinaciones de la formación histórica
del Paraguay. Evidentemente, el expone su punto de vista, pero
el lector puede confrontarlo con otras fuentes y situarlo en el
conjunto de relaciones que conforman la realidad.
Pero esta obra, además, tiene también otra finalidad:
restablecer el honor revolucionario de un militante. Si hay algo
que es parte de la cultura política del movimiento obrero
internacional es el celo por el honor revolucionario de los
militantes. Esta pequeña categoría de seres humanos que
dedican su vida a la emancipación de la clase obrera y la
humanidad del capitalismo, sufre necesariamente las presiones
de las clases enemigas.
Mantenerse incólume a las presiones y no capitular
enfrentando largos años de exilio, miseria material, cárcel y
tortura; no corromperse o integrarse a la mezquina política
burguesa siempre activa con sus cantos de sirena, es algo que
pocos consiguen. Siempre menos de los que comenzaron, y son,
como dice Cecilia, la compañera de Alberto, en su testimonio,
los imprescindibles, citando el verso de Brecht.
Por eso, entre aquellos que perseveran, el honor
revolucionario es tan importante pues constituye su verdadero
patrimonio en la labor de liquidar la explotación capitalista. Y el
combate por defender el honor revolucionario es también un
capítulo de la revolución.
Es sin duda, una tarea ardua que el autor emprende con
la misma pasión con que hace todo y que no anuló el optimismo
y dulzura con que se relacionó y apoyó centenas de militantes en
los momentos más difíciles de sus vidas.
Al leer este libro, los que conocen a Alberto, tendrán la
viva impresión de estar escuchándolo hablar, pues está escrito
con el color y la cadencia del gran contador de historias que a
todos enseñaba con el entusiasmo y autoridad que le valió el
título de “troesma”, con el que lo llamamos desde hace mucho.
Yo conocí a Alberto en 1976, algunos meses después que
llegué escapando de la represión en el Paraguay, con la
expectativa de que mi exilio seria corto.
Y a pesar de la distancia generacional nos identificamos
en muchos aspectos, lo que propició, además de compartir con
gusto tareas políticas, una comunión de intereses desarrollada en
horas y horas de charlas interminables mientras trabajábamos.
Entre nosotros hubo una inmediata convergencia de gustos
cuando descubrí que él se interesaba por todo: música, literatura,
física, política, historia, biología, por todo se interesaba, como
yo. Esto nos llevaba por universos diversos en nuestras charlas y
en sugestiones de estudios, investigaciones y lecturas.
Volví a sentir esa sed de conocerlo todo, al leer en este
libro su trabajo de preparar las clases sobre el origen del hombre
y del universo para enseñar a los jóvenes. Estos eran asuntos de
los que hablábamos siempre y, como materialistas,
consideramos fundamentales en la constitución de una
concepción científica de la realidad y en el combate al
obscurantismo religioso y al idealismo.
Otra característica de Alberto es su gusto y habilidad por
fabricar cosas. Lo vi haciendo innúmeros artefactos, dibujos, y
trabajos de todo tipo, y, aunque en un breve lapso de tiempo, se
me gravó con mucha fuerza la definición que el hacía de si
propio – en aquellas épocas – como un artesano.
Como ilustración de este aspecto de la personalidad de
Alberto, podrán descubrir en los relatos de cosas hechas por él,
su preocupación por explicarnos como hizo algo. Es como si
para él, saber cómo se hacen las cosas es lo más importante, algo
sin cuyo conocimiento no podemos continuar respirando. Esa
concentración intensa en el cómo se hace no se aplica solo a lo
que él hizo, sino a lo que otros hacen, al cómo se hace en
general. En ese sentido, es extraordinaria la forma como
describe en las páginas 17 y 18 el trabajo de cortar troncos de
árboles para hacer tablas, que, en 1936, en plena selva, su
familia y agregados realizaban. Es sorprendente que después de
tanto tiempo recuerde aquellos detalles, los complicados
procesos y hasta el nombre de las herramientas que la gente en
la campaña usaba para “fabricar” las tablas con las que se hacían
las casas.
Esta autobiografía de Alberto nos presenta un hombre
que vivió su infancia e inicio de adolescencia en contacto con la
naturaleza casi salvaje da la campaña paraguaya. Las peripecias
que cuenta con la gracia del campesino y la mirada entrenada
para captar las mudanzas y detalles de la naturaleza, prepararon
su percepción, su olfato, su visión y ese instintivo naturalismo
que le ayudó a transformarse en el gran artista plástico,
acuarelista y dibujante en el que se tornó con el tiempo.
Y aunque no haga gala en su relato, siempre fue parte de
su actividad cotidiana el esfuerzo por cuidar de los compañeros.
Talvez este sea el trazo más destacado de su personalidad. Sin
descuidar las normas de seguridad, que, principalmente en las
épocas de dictaduras son vitales, Alberto desplegaba una energía
inmensa para proteger a los militantes que no paraban de llegar
y a los que había que proteger, cuidar y salvar de la represión.
Él sabía el valor de los militantes y la importancia de
cuidarlos, pues en muchas ocasiones sufrió la cárcel, la tortura,
el hambre y principalmente el exilio. Y lo hacía no solo con sus
correligionarios, sino con todos los combatientes que
enfrentaban las dictaduras en todos los países por los que pasó.
Como escribí en un testimonio sobre Alberto en 2010 “…
siempre se comportó como el más solidario, generoso y
abnegado combatiente contra las dictaduras y a quien millares
de compañeros le debemos la vida”.