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MONOGRAFIA

ALUMNA: FERNÁNDEZ, VERÓNICA SOLEDAD

LEGAJO: 110392

TUTORA: DRA. MARÍA CRISTINA LINARES

“LA RELACIÓN DE JUAN DOMINGO PERÓN Y LA IGLESIA


CATÓLICA: VAIVENES EN TORNO A LA EDUCACIÓN
PRIMARIA”.

LICENCIATURA EN CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

2019
INDICE

Introducción………………………………………………………………..… Pág.3-4

Contexto general del surgimiento del Peronismo…………………………Pág.5-8

Contexto educativo durante el Peronismo…………………………………Pág.8-11

Religión y Peronismo…………………………………………………………Pág.11-19

Religión, Peronismo y Educación……………………………………………Pág.19-24

La crisis final……………………………………………………………………Pág.24-29

Conclusiones……………………………………………………………………Pág.29-32

Bibliografía………………………………………………………………………Pág.33-34

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“La relación de Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica: vaivenes en torno a la
Educación Primaria”.

INTRODUCCCION

En el presente artículo monográfico nos interesa indagar acerca de la relación entre


Estado, educación y religión en perspectiva histórica, haciendo hincapié en la alianza
del gobierno de Juan Domingo Perón con la Iglesia Católica en torno a la Educación
Primaria.

En el período 1945-1955, se observa una alteración significativa en el papel jugado por


el Estado y la Iglesia Católica en la educación. Fruto del espacio de poder conquistado
por el nacional-catolicismo con el Golpe de Estado de 1943, esta política constituyó,
simultáneamente, una forma de ampliar la oferta educativa y cumplir los compromisos
adquiridos con la Iglesia por parte del Gobierno de Perón. En los hechos, esto se
concretó a través de medidas tales como la incorporación por decreto de la enseñanza
religiosa en las escuelas públicas (1943), ratificado legalmente durante el primer
gobiernodel Gral. Perón (1946) mediante la Ley 12.987 y, sobre todo, por la Ley
13.047, dictada en 1947(Estatuto del Personal Docente de Establecimientos Privados
de Enseñanza). Con estas medidas se fue desterrando la laicidad a nivel nacional
preponderante desde la aprobación de la Ley 1420 en 1884.

Previamente, existieron otros intentos de la Iglesia Católica por ganar mayor influencia
sobre la educación primaria. Así, por ejemplo, con el proyecto de reforma Fresco-
Noble, en 1937, se introdujo la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las
escuelas públicas y privadas de la Provincia de Buenos Aires. También, en la
Provincia de Catamarca, el interventor Mario Cevallos a través del Decreto 403 del 7
de marzo de 1936, impuso dentro de las horas de clase y comprendido en el mínimo
de enseñanza obligatoria en las escuelas, la enseñanza de la religión católica.

Este trabajo tiene por objeto conocer la influencia que tuvo la Iglesia Católica en la
educación primaria durante las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón.
Teniendo en cuenta que en un primer momento existió una alianza entre el gobierno
de Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica y que hacia 1955 se constata una ruptura,
se intentará dar luz a los siguientes interrogantes:

¿Cómo fue la relación del Gobierno de Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica en
torno a la educación primaria?

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¿Qué incidencia tuvo la iglesia en la educación durante el periodo 1945-1955?

¿Cuáles son las etapas por las que atravesó esa relación?

¿Cuáles fueron los acontecimientos que llevaron a su ruptura?

Para arribar a unas posibles respuestas, en un primer momento explicaremos el


Contexto general del surgimiento del Peronismo para comprender el momento
histórico, socio-político y económico del gobierno de Juan Domingo Perón (1945-
1955).

En un segundo momento, el Contexto educativo durante el Peronismo nos permitirá


conocer un panorama general de las políticas de gobierno en torno a la educación.

En un tercer momento, Religión y Peronismo, aquí se intentará desarrollar cómo se fue


gestando la alianza entre el gobierno de Juan Domingo Perón y la iglesia católica, con
los puntos de coincidencia y de conflicto que caracterizo dicho pacto.

En cuarto lugar, Religión, Peronismo y Educación, en este apartado se vislumbrara


cual fue la función ideológica que marco la relación de estos tres componentes.

En quinto lugar, la crisis final,analizaremos los hechos que desencadenaron el


conflicto que dio por finalizada esa alianza y derivo en el golpe militar que dio por
terminado con el segundo gobierno de Juan Domingo Perón.

Para culminar, intentaremos brindar respuestas a los interrogantes que motivaron esta
monografía.

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CONTEXTO GENERAL DEL SURGUIMIENTO DEL PERONISMO

Tal como lo plantea Juan Carlos Torre (2002), los años peronistas comienzan en 1943,
cuando se inició la secuencia histórica que llevó a Perón al encuentro con las masas
obreras y a la conquista del poder político y finalizan en 1955, con un golpe militar con
un fuerte respaldo de fracciones de la sociedad civil. Este es el recorte histórico que
hemos elegido para llevar a cabo nuestra monografía.

Siguiendo los aportes del autor antes mencionado, la influencia de Perón en el país
comienza el 4 de junio de 1943. Los golpistas que desalojaron al presidente Castillo
del poder no tenían un programa de gobierno, ni tampoco constituían un grupo
uniforme. En este contexto, proclamaron presidente al Gral. Rawson, pero éste nunca
llegó a asumir. Quien asumió efectivamente fue el Gral. Ramírez. Un funcionario
relevante en este contexto, fue Juan Domingo Perón que ocupó la Secretaria de
Guerra y la Secretaria de Trabajo y Previsión Social, desde donde efectuó políticas
que fueron apoyadas por el movimiento obrero. Según Torre (2002) el fin de orientarse
hacia ese sector fue, el temor del auge del comunismo en el mundo del trabajo. Para
ello, propuso desactivar esa amenaza mediante una política de concesiones a los
trabajadores. Impulsó a los obreros a organizarse y a presentar sus demandas, que
lentamente comenzaron a ser satisfechas. Peróndirimía los conflictos específicos por
la vía de contratos colectivos y además impuso el régimen de vacaciones pagas, de
accidentes de trabajo, entre otros.

Estas políticas a favor de los trabajadores, provocaron una reacción negativa de sus
pares militares que reclamaron su destitución. En octubre de 1945, Perón fue
encarcelado y enviado a la Isla Martin García. Pero una manifestación popular
(realizada el 17 de ese mes en reclamo de su libertad), junto con las demandas de la
oposición para que las fuerzas armadas entregaran el poder, desencadenó su
liberación y posterior candidatura como presidente.

En 1946 Juan Domingo Perón fue electo presidente.

Juan Carlos Torre (2002) menciona que con el respaldo de las Fuerzas Armadas y la
Iglesia, y la adhesión de una masa popular progresivamente encuadrada bajo una
conducción centralizada, el nuevo orden tenía un futuro relativamente seguro. Perón
se propuso reforzar el régimen mediante mecanismos de control burocráticos y
represivos. La primera víctima fue la Corte Suprema de Justicia, que había resistido
las reformas laborales. En septiembre de 1946, el Congreso de la Nación inicio juicio
político a sus miembros y al poco tiempo fueron destituidos.

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Otro lugar de resistencia, fue la Universidad, por ello sufrieron una purga de profesores
hostiles y las agrupaciones estudiantiles fueron declaradas fuera de la ley. Somoza
Rodríguez (1997) manifiesta que tanto el ciclo secundario tradicional (bachillerato) y la
universidad eran focos desde donde resistía el conjunto de la oposición política y las
antiguas clases dirigentes, y estas instituciones fueron relativamente impermeables a
las modalidades de penetración política peronista. Por eso la creación de las escuelas
fábrica, las misiones pedagógicas de formación ocupacional, la expansión de la
enseñanza técnica a nivel medio y la creación de la Universidad Obrera (donde era
requisito ser obrero para ingresar) cumplieron para el gobierno una doble función
política y económica.

Tal como lo plantea Marcela Pronko (1997) el gobierno peronista modificó las bases
de la universidad reformista, surgida del movimiento de 1918 e intentó modificar el
perfil liberal de su oferta educativa. Para ello, entre otras medidas, dictó dos leyes
universitarias: la ley 13.031 de 1947, la ley 14.297 de 1954 y creó la Universidad
Obrera. El peronismo cumplió con su tarea de “reparación” creando un nuevo modelo
de universidad, de estructura altamente jerarquizada y de gestión centralizada,
subordinada al Poder Ejecutivo Nacional. Con respecto a la Universidad Obrera, Pablo
Pineau (1997) manifiesta que la enseñanza regionalizada fue una innovación
importante introducida, ya que iba en contra de la centralización y homogenización
creciente del sistema educativo argentino. Su organización en facultades regionales
permitió la apertura al desarrollo local, con una oferta diversificada en las distintas
sedes. Otra cuestión novedosa fue que el gobierno de la universidad era ejercido por
el rector, que debía ser un obrero argentino egresado de la Escuela Sindical
dependiente de la Confederación General del Trabajo, que estaba asesorado por un
Consejo de Coordinación Industrial con participación patronal y obrera. El proyecto de
Universidad Obrera propone dar status universitario a la condición obrera, a sus
pautas y matrices culturales sin modificarlas, de forma tal de subordinar lo universitario
a lo obrero.

Con respecto a los medios de comunicación, los periódicos de la oposición fueron


clausurados y comenzó la compra del sistema de radiodifusión nacional por grupos
económicos ligados al régimen. La expropiación del diario La Prensa y su
transferencia a la Central General del Trabajo (CGT) condujeron al monopolio estatal
de los medios de comunicación de masas. Tal como argumenta Norma Michí (1997) la
política del peronismo en la difusión, tenía tres grandes actores que operaron con
cierta independencia pero con una cierta unidad en los objetivos: el poder ejecutivo, el
poder legislativo y los empresarios particulares.

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Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Argentina quedó bien posicionada. Hubo una
creciente expansión del gasto público, una distribución más equitativa del ingreso
nacional y un régimen de incentivos para las actividades económicas destinadas al
mercado interno. Perón promovió la industrialización liviana. Juan Carlos Torre (2002)
afirma que la opción hecha en favor de la industria liviana se completó con la
expansión de la demanda interna. El instrumento escogido para ello fue el aumento de
los salarios reales, que trajo un rápido incremento del consumo popular que a su vez
impulsó la producción industrial.

Siguiendo con los planteos realizados por este autor la política económica del
peronismo fue posible gracias a las reservas de fondos externos acumulados durante
la guerra que permitieron afrontar la nacionalización de los ferrocarriles, teléfono, gas,
marina mercante y aerolíneas comerciales. Además, la mejoría en los precios de las
exportaciones agrícolas facilitó el financiamiento en divisas de la economía peronista.
La creación del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), tuvo el virtual
monopolio del comercio exterior, proveyó al gobierno de un acceso indirecto a esa
fuente de recursos. Los recursos movilizados por el IAPI, junto con el ahorro forzoso
proveniente de un régimen de jubilaciones con un fuerte superávit en sus orígenes y
una amplia batería de impuestos indirectos y directos que recayeron sobre los estratos
de mayores ingresos.

Como mencionamos brevemente más arriba, Perón promovió los sindicatos y éstos los
convenios colectivos de trabajo. En forma paralela, el congreso nacional sancionó el
aguinaldo anual, la generalización de las vacaciones pagas, la inclusión de los
asalariados de la industria y comercio en el sistema jubilatorio, las indemnizaciones
por despido y accidentes de trabajo. Además el gobierno promovió el congelamiento
de los alquileres, la fijación de salarios mínimos, el establecimiento de precios
máximos a los artículos de consumo popular, los créditos y los planes de vivienda, las
mejoras en la oferta de la salud pública, los programas de turismo social, la
construcción de escuelas y colegios y la organización del sistema de seguridad social.
Todo ello, mejorando notablemente la situación de los trabajadores.

La reforma constitucional de 1949 buscaba la consolidación del gobierno peronista,


aquí se promovieron los derechos sociales y se incluyó el voto directo para presidente,
vicepresidente y senadores, la ampliación del mandato de los diputados y senadores a
seis años y su renovación parcial cada tres, el fortalecimiento del ejecutivo por medio
de la facultad del veto parcial. Además se consagró la propiedad estatal sobre los
recursos energéticos. Lo más significativo de esta constitución fue la supresión de la

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cláusula que prohibía la reelección presidencial. La Constitución llamada “peronista”
de 1949 marcó un punto de inflexión, ya que incorporó los derechos del trabajador, de
la familia, la ancianidad, la educación y la cultura, reconoció la función social de la
propiedad, el capital y la actividad económica. Una vez aprobada la reforma se inició
una campaña destinada a la reelección de Perón en 1951. La fórmula presidencial
Perón – Quijano alcanzó una victoria rotunda.

A partir de la segunda presidencia, se avanzó en la “Peronizaciòn” de las instituciones.


En 1952, el congreso convirtió en ley, la doctrina peronista- el justicialismo- en doctrina
nacional. La consagración del peronismo como único movimiento nacional eliminó todo
vestigio de pluralismo en la vida política, además la afiliación al partido oficial paso a
ser requisito para el desempeño de cargos en la administración pública. Las imágenes
de Perón y Evita se multiplicaron en los libros de lectura de la escuela primaria y
demás espacios públicos. Además la doctrina justicialista fue incorporada a los
programas de las escuelas militares y los ascensos fueron producto de la fidelidad
individual y no por la competencia profesional.

La crisis del sector externo llevo a un contexto de endurecimiento del clima social, la
muerte de Eva Duarte y otras cuestiones llevaron a que el gobierno cambie de
estrategia, como dice Juan Carlos Torre (2002) se privilegió la estabilidad por sobre la
expansión, la agricultura por sobre la industria, la iniciativa privada y el capital
extranjero por sobre el crecimiento del sector público. Después de la recesión de
1951-52, la economía volvió a crecer en 1953-54. Pero los conflictos estaban latentes,
no tardó mucho tiempo en desencadenarse un enfrentamiento sin retorno con la
iglesia católica. Este conflicto terminó con el Golpe Militar de 1955, interrumpiendo el
segundo gobierno de Juan Domingo Perón.

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CONTEXTO EDUCATIVO DURANTE EL PERONISMO

Adriana Puiggrós (2006) analiza las posturas de los ministros de educación bajo el
gobierno de Juan Domingo Perón para brindar un panorama general de su gobierno
en torno a la educación. El primer Ministro de Educación fue, Belisario Gaché Piran,
quien consideraba que la justicia social se debía ejercer mediante la educación
humanística, desde una doctrina antimaterialista, antitotalitaria y antiracionalista
dirigida al hombre concreto. Era enemigo del positivismo y proponía que la educación
estimulara el espíritu de iniciativa, la capacidad creadora y el sentido de justicia social.
El segundo ministro fue Oscar Ivanissevich, ultranacionalista y pro-fascista impulso
una política oscurantista, con contenidos enciclopédicos y elitistas. El tercer ministro
fue Armando Méndez San Martin, quien se ubica más en el centro del espectro político
y acompaño el proceso de ruptura de relaciones entre Perón y la iglesia católica, en
los últimos años de su segundo gobierno.

En este aspecto Somoza Rodríguez desarrolla una crítica a estos planteos, al decir
que en esta obra de Puiggrós se realiza un análisis extenso y detallado de las
tendencias pedagógicas de los principales funcionarios peronistas y de las medidas de
política educativa que estos llevaron a cabo, minimizando la figura de Perón en las
decisiones tomadas por los mismos. Por el contrario, Perón era el fundador, creador y
líder indiscutido. Sus opiniones adquirían fuerza de dogmas para quienes le seguían y,
poco a poco se fueron convirtiendo en disposiciones legales que normaban la vida
social de la nación.

De acuerdo con Puiggrós (2006) la posición del conjunto de los educadores respecto
del peronismo fue ambigua. La suspensión de la aplicación de la ley 1420 y la posición
antilaicisista militante del ministerio de educación fueron cuestiones que
resquebrajaron la relación de los docentes con el peronismo. Los docentes seguían
siendo proestatistas en materia de educación, pero rechazaban la imposición
doctrinaria. Impugnaban la demanda de adhesión partidaria por parte del justicialismo.
En este contexto, se incrementaron las cesantías por razones políticas, y el
enfrentamiento de los maestros y profesores con el gobierno tuvo un ritmo creciente.
Esa posición ambigua se manifestó en la incapacidad de generar un sujeto político
alternativo. El gobierno mantuvo la posición antinormalista casi hasta el final y
organizo un sindicato oficialista, la Unión de Docentes Argentinos (UDA). En 1954, se
promulgó el Estatuto del Docente Argentino del General Perón, que alcanzó a todos
los docentes nacionales. El estatuto fue mal recibido entre los trabajadores de la
educación, porque si bien recogía demandas históricas, cometía el error de darle al

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cuerpo legal un tono partidario. El estatuto contribuyó a empeorar las ya deterioradas
relaciones entre los docentes y el gobierno.

La ambigüedad que mencionamos más arriba, también se vio reflejada en que se


mejoraron los salarios y las condiciones de trabajo, por ejemplo a través de la
equiparación salarial entre las distintas jurisdicciones, mediante bonificaciones por
ubicación desfavorable o alejada, también hubo mejoras en los alojamientos de las
escuelas rurales.

Adriana Puiggrós (2006) sostiene que las reformas más importantes del sistema
educativo fueron realizadas durante el primer gobierno peronista y se fundamentan en
los principios del Primer Plan Quinquenal. Allí se destaca la búsqueda de una filosofía
educacional que equilibre materialismo e idealismo y que haga compatibleel principio
de democratización de la enseñanza, entendiéndola como un patrimonio igual para
todos. El primer Plan Quinquenal consideraba problema de estado la promoción y el
enriquecimiento de la cultura nacional. Preveía dos vías principales para la acción
cultural: por la enseñanza y la tradición.

Entre otras leyes que conformaron la nueva estructura educativa podemos mencionar,
la Ley 13.529 de 1949 (Ley Orgánica de los Ministerios) en donde se creó el Ministerio
de Educación de la Nación, separando definitivamente el área de educación con la de
justicia; la Ley 13.047 que fijo el régimen de la enseñanza privada, la remuneración de
los docentes y otorgó subsidios estatales para el pago de los mismos, beneficiando
principalmente a la iglesia católica. La Ley 13.031 que reglamentó la estructura de las
Universidades y de los estudios universitarios. Tal como describe Somoza Rodríguez
en este periodo hubo una notable construcción y reparación de edificios escolares. Las
cifras son las siguientes: 1069 nuevos edificios para escuela primaria y jardines de
infantes, 20 nuevos edificios y 141 nuevos colegios para enseñanza segundaria y 108
para enseñanza técnico- profesional. Otras medidas importantes fueron la expansión
de las escuelas de adultos, la creación de la llamada Escuela Domiciliaria, que atendía
a niños imposibilitados de ir a la escuela. También se creó la Escuela Policlínico, que
atendía a niños que debían permanecer internados en los hospitales por largos
periodos. Se implementó la Libreta Sanitaria y se estableció la revisión médica
periódica. Se promocionó el deporte infantil, se crearon los hogares escuelas que
reemplazo a los antiguos orfanatos, sebrindó material escolar, ropas y alimentos a las
escuelas y a los niños de zonas más humildes.

Somoza Rodríguez (2006) considera que desde su creación el sistema educativo


argentino estuvo fuertemente condicionado por la intencionalidad política y que todas

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las transformaciones que se sucedieron durante el peronismo fueron legitimadas por la
previa reforma de la Constitución Nacional, aprobada en marzo de 1949. De acuerdo
con este autor, esta constitución presentaba una doble faceta. Por un lado, brindaba la
cobertura institucional que legitimaba el régimen de poder peronista, por otro
incorporaba un conjunto de derechos y garantías sociales como lo son los derechos
del trabajador, de la familia, de la ancianidad, de la educación y la cultura. En la
constitución:

En el título IV se agrupaban los derechos a la educación y a la cultura. Allí se disponía


que la educación y la instrucción correspondían, en igualdad de prioridades, a la familia
y a los establecimientos particulares y oficiales que colaborasen con ella, y a tal fin, el
estado crearía escuelas de primera enseñanza, establecimientos de educación
secundaria, técnico- profesional, universidades y academias. La enseñanza elemental
seria obligatoria y gratuita en la escuela del estado. (…) se establecía que la
enseñanza tendería al desarrollo del vigor físico de los jóvenes, al perfeccionamiento
de sus facultades intelectuales y de sus potencias sociales, así como a la formación del
carácter y el cultivo de las virtudes personales y cívicas. Se aseguraba el derecho de
los alumnos meritorios a alcanzar lo más altos grados de instrucción, mediante un
sistema de becas, asignaciones a las familias u otras providencias adecuadas. Otras
disposiciones se referían a la protección y fomento de las ciencias y las bellas artes, y
al resguardo y tutela de las riquezas artísticas, históricas y naturales, las que formarían
parte del patrimonio cultural de la nación. (Página 118)

RELIGIÓN Y PERONISMO

Susana Bianchi (1996) expresa que en la Argentina, durante la década del 1930, los
católicos emergieron como un vigoroso actor político, dispuestos a transformar al
catolicismo en el principio organizador de la sociedad. Dentro de esta perspectiva, el
golpe militar y el ascenso del peronismo fueron visualizados como la posibilidad de
instrumentar los aparatos de estado y su capacidad coercitiva como medios para
establecer la hegemonía católica. Para el naciente peronismo, a su vez, el apoyo de la
jerarquía eclesiástica constituía una importante fuente de legitimación. La iglesia
católica, junto con el ejército y los sindicatos obreros, fueron una de las bases más
importantes del acceso de Perón al poder.

Esta autora sostiene que la posibilidad de la alianza entre la iglesia y el peronismo


tuvo como base el amplio arco de coincidencias de sus proyectos de sociedad. Tanto
el peronismo como la doctrina social católica se presentaban como posiciones

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“terceristas” frente a lo que se considera el individualismo capitalista y el colectivismo
comunista. El principal punto de contacto se encontraba además en el reconocimiento
de los conflictos sociales y en la idea de su superación mediante la conciliación de
clases. En esta conciliación, el estado jugaba un papel esencial: por un lado, como
mediador de los conflictos; por otro, como ejecutor de una política redistributiva que
tanto el peronismo como el catolicismo definían como “justicia social”.

Este acercamiento se evidenció en que previo a las elecciones presidenciales Perón


contrajo matrimonio civil y religioso con Eva Duarte, sus discursos pasaron de un tinte
secularista a otro de contenido cristiano en su propuesta política. La respuesta no
tardó en llegar y el episcopado dio a conocer una carta pastoral recordando a los fieles
la prohibición de votar a partidos políticos que sostuvieran el divorcio y la separación
de la iglesia y el estado. Esta pastoral fue percibida como el veto a la Unión
Democrática y el explícito apoyo a la candidatura de Perón.

Es interesante los aportes que realiza Miguel Somoza Rodríguez (2006) respecto a
considerar que Perón era formalmente católico y lo era porque era condición “sine qua
non” para poder ser presidente, según lo establecía la Constitución Nacional. Además,
era imposible llegar a ser alto oficial del ejército sino se era católico practicante. Sin
embargo, en su fuero íntimo no era un devoto católico. Pero su pacto con la iglesia
correspondía al ámbito político, Perón cumplió su parte del pacto y dejo hacer a la
iglesia mientras no interfiriese en su proyecto político ni cuestionara la dirección que el
ejercía en la vida nacional. Perón consideraba a la iglesia un elemento más de su
estrategia política, un elemento subordinado a quien otorgó numerosos favores
mientras coadyuvara a realizar su proyecto de transformación nacionalista, pero a
quien no dudo en enfrentar cuando la iglesia comenzó a manifestar reticencias, a
disputar una parte de su clientela política, y a cuestionar su hegemonía.

Lo que selló esa alianza fue la legalización de la enseñanza religiosa en la educación


primaria, que más adelante desarrollaremos en profundidad. Sin embargo, tal como lo
plantea Lila Caimari (2002) no fue el único elemento, sino que la inédita expansión del
ítem “culto” en el presupuesto nacional, transfiriendo una serie de gastos
institucionales de la iglesia al estado, era al menos igualmente grata. El número de
puestos eclesiásticos mantenidos con fondos oficiales se duplicó, y el monto de los
salarios tradicionalmente pagados por el estado aumentó entre 50 y 100 %. El
personal eclesiástico recibió además los beneficios del aguinaldo, aplicado a toda la
administración nacional a partir de 1947. En esta época el Estado prestó infinidad de
servicios a la Iglesia: el pago de gastos de peregrinaciones a Europa, pasajes oficiales

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para delegaciones católicas en el país y en el extranjero, 637 subsidios destinados a la
compra de edificios y a la reparación, conservación y construcción de parroquias y
residencias parroquiales, etc.

Lila Caimari (2002) afirma que tanto Perón como el Episcopado pagaban un precio alto
por este acercamiento. Los obispos sacrificaban alianzas tradicionales, como la que
había unido a la Iglesia a las grandes familias que lideraban la Sociedad de
Beneficencia. Por otro lado, Perón también debía hacer esfuerzos para mantener
disciplinadas a sus bases laboristas, que provenían de una tradición anticlerical.
Además hacia 1949, la enorme mayoría de partidarios y opositores del peronismo,
católicos y anticlericales, estaban convencidos de que, para bien o para mal, el
gobierno y la iglesia trabajaban en estrecha colaboración. Peronismo y catolicismo
estaban ligados por infinidad de lazos, espirituales y materiales.

Tal como lo plantea Susana Bianchi (1996) una vez Perón en el poder comenzaron los
conflictos, centrados en áreas consideradas básicas para la reproducción social, como
es el caso de la educación y la familia, con sus integrantes más importantes las
mujeres y los niños.

Siguiendo con los aportes de Susana Bianchi (1988) la enseñanza religiosa en las
escuelas públicas era considerada por la iglesia como un elemento clave en el
proyecto de catolización de la sociedad. El gobierno militar, bajo la influencia del
integrismo católico la había impuesto mediante un decreto en diciembre de 1943. Pero
la iglesia, con el retorno de la vigencia constitucional, aspiraba a que su permanencia
fuese garantizada mediante una ley. Si bien la cámara de senadores lo
sancionórápidamente, fue más retiente la cámara de diputados. Perón le encomendó
al diputado Joaquín Díaz de Vivar la dirección del debate parlamentario, basado en los
principios de un catolicismo integrista hispanófilo.

La reglamentación de la ley dio muestra de que el estado peronista concedía la iglesia


un amplio espacio, pero no estaba dispuesto a ceder totalmente las formas de control:

Según el decreto de los seis miembros que integraban la Dirección General de


Instrucción Religiosa, el director y cuatro vocales debían ser designados por el Poder Ejecutivo;
el restante “será designado a propuesta en terna del venerable episcopado argentino” (art 1º );
los programas de estudios, los textos y la designación de docentes se efectuarían “previa
consulta con la autoridad eclesiástica” (art 3º y 4º) ; pero establecía explícitamente que dichas
consultas serian únicamente “a los efectos del resguardo de la ortodoxia de la enseñanza de la
religión” (art 7º). (Bianchi, 1988, página 4)

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En torno a la educación, si bien la iglesia celebró la Ley12.987 que establecía la
enseñanza religiosa en las escuelas (1947) pronto algunos sectores de la iglesia
comenzaron a quejarse de los límites que ésta presentaba. Por ejemplo, el
mantenimiento en las escuelas de una tradición laica que anulaba a las escasas horas
semanales que ocupaban las clases de religión. Este aspecto será profundizado en el
siguiente capítulo. Otra cuestión que provocó rechazo fue la creciente “Peronizacion”
de la enseñanza, sobre todo en las escuelas primarias. Otro punto de rechazo fue la
enseñanza de la higiene, la implementación de proyectos de tipo sanitaristas y la
promoción del deporte que era considerado por la iglesia como una excesiva
preocupación por lo “corporal”

Susana Bianchi (1988) afirma que desde la perspectiva de la iglesia, el mayor límite al
proyecto de catolización de la sociedad residía en la mala calidad de la enseñanza
religiosa, a partir de lo que se consideraba una deficiente preparación de los maestros
y profesores que la impartían. El fracaso de la enseñanza religiosa se atribuye al
hecho de quienes estaban mejor capacitados para encarar la enseñanza religiosa en
las escuelas públicas, las congregaciones religiosas especializadas en educación, se
mostraron indiferentes ante el proyecto y prefirieron permanecer encerrados en sus
colegios privados.

Siguiendo con los aportes de Susana Bianchi (1999) respecto de la familia, la iglesia
consideraba un avance del estatismo sobre la esfera privada, consideradas de su
exclusiva incumbencia. La familia constituyó el eje articulador de numerosas políticas
redistributivas del peronismo (desde el salario familiar hasta planes de vivienda)
además de ser el objetivo de políticas directas que incluían la protección a la natalidad,
la asistencia pre y postnatal al niño y a la madre, una severa represión del aborto y de
los métodos anticonceptivos, además de la regulación de la actividad extra doméstica
de las mujeres. Estas políticas tenían un claro objetivo: el crecimiento de la población
percibido como base del crecimiento económico.

Tal como lo afirma Bianchi (1999) las políticas de protección a la familia y a la


maternidad no dejaron de provocar la desconfianza de la iglesia por lo que se
consideró una excesiva injerencia del estado en un área tenida como de su dominio
exclusivo.

La incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo fue considerada


incompatible con la maternidad que el estado procuraba alentar. De esta manera, si
bien el gobierno peronista debió reconocer la presencia femenina en el mundo laboral,
sobre todo de las mujeres obreras, se buscó condenar todo aquello que las alejara de

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“su destino y de su misión”. El peronismo reforzó las ideas dominantes acerca de la
posición de la familia como célula natural de la sociedad, con fuertes puntos de
contacto con las ideas de la iglesia católica. También tenían puntos de desencuentro,
tal como fue la negativa de incorporar el divorcio en la constitución de 1949, el derecho
al sufragio femenino y la creación del Partido Peronista Femenino.

Bianchi (1999) plantea que las transformaciones de la sociedad, los cambios en las
forma de vida eran percibidos como la causa de la “crisis de la familia” y la iglesia
pretendía que las políticas gubernamentales frenaran procesos ya irreversibles. Sin
embargo, desde la perspectiva eclesiástica, el estado no solo no frenaba sino que
parecía favorecer las situaciones de hecho. La misma autora en su texto “Peronismo y
sufragio femenino: la Ley electoral de 1947” plantea que el discurso del peronismo
reconoce que la mujer ha salido del hogar para integrarse plenamente en la sociedad
a través de su participación política y en el mundo del trabajo; sin embargo, el sufragio
les será otorgado a partir de su condición de guardianes del hogar y la familia. Por
ello, la participación política no significa de modo alguno cambiar sino por el contrario,
reafirmar las actitudes, sentimientos y valores que son considerados como propios de
las mujeres.

Con respecto a la imagen de la mujer y la familia en el peronismo, son interesantes los


aportes de Marcela Gené en su libro “Un mundo feliz. Imágenes de los trabajadores en
el primer peronismo.1946-1955”. La autora afirma que desde principios de siglo, la
“familia” fue un tema reiterado en los discursos, en la propaganda política y en la
publicidad. Desde las más diversas matrices ideológicas se afirmaba que la “célula
primaria” era el medio para la preservación de la estabilidad, y la reproducción del
orden social. La figura de la mujer en el hogar, como madre y forjadora de futuras
generaciones, era, indisociable de la familia. El núcleo familiar se presentó en
múltiples soportes que apuntaban a una circulación amplia. No se trataba solo de
afiches y folletos; las ilustraciones en diarios y revistas de consumo popular, los
murales de propaganda en la vía pública y especialmente los cortos cinematográficos
fueron los medios de difusión donde la familia expresaba la intervención estatal en el
espacio privado. Esta autora pone énfasis en la imagen de la mujer de esa época fue
sentada frente a la máquina de coser, acompañando al hijo en el desempeño de sus
tareas o recibiendo afectuosamente a su marido después de la jornada de labor, la
figura convencional de la mujer como esposa y madre que empleó la gráfica no fue
diferente de aquella trazada por el feminismo, el socialismo local y la Iglesia Católica
desde los albores del siglo.

15
Marcela Gene (2005) sostiene que la reformulación del papel de la mujer se hizo
explícita en los discursos. Fue Eva Perón quien delineó con sus palabras un
paradigma de la mujer “peronista” que conciliaba nuevos roles con los tradicionales.
Las tensiones entre la apelación a la actividad política y la permanencia en el hogar se
resolvieron en la definición de la práctica política femenina como asistencialismo y
“ayuda social”, que no planteaba contradicciones con las tareas domésticas. Difundir la
“doctrina”, convertirse en la maestra de sus hijos (como afirmaba Eva Perón),
moldeando futuras generaciones de peronistas, debe interpretarse como un aspecto
capital que constituía a las mujeres en “trabajadoras” en el seno del hogar. Aun
cuando fuera anunciado como medida revolucionaria y como logro personal de Eva, y
si bien abrió un espacio de participación inédito para las mujeres, el derecho al voto no
significó de hecho afirmar la autonomía y trasgredir los límites del modelo femenino
tradicional. Siguiendo esta misma línea de análisis, manifiesta Rafael Gagliano (2003)
que la promoción de la mujer como sujeto político, social y económico, después de
Perón, fue un hecho incontrovertible que alteró los rituales de las posiciones
tradicionales de género, sumándole nuevas responsabilidades en el espacio público
que, hasta entonces, había sido masculino. No logró romper con las conductas
prescriptas y estereotipadas asignadas a las mujeres de esa época.

Como sostiene Bianchi (1999) otro ámbito de conflicto fueron los niños,
fundamentalmente los varones, los niños eran apelados como responsables de la
“Peronización” de su grupo familiar. Para la iglesia católica, los campeonatos de futbol
“Evita”, las “ciudades infantiles”, los repartos de juguetes constituían una fuerte
competencia sobre un sector sobre el que se procuraba influir. El día de navidad o el
de los Reyes Magos (donde lo religioso se confundía con la celebración familiar)
mediante la distribución de dulces, bebidas y juguetes que desde la fundación Eva
Perón se entregaban a las familias más necesitadas, quedaban cada vez más fuera de
la órbita eclesiástica para quedar incluidos dentro de los mecanismos de
“Peronización” de la sociedad. Las fiestas familiares y religiosas (como también las
fiestas patrias) eran transformadas en fiestas peronistas.

Con respecto a los niños es importante el aporte que realiza Sandra Carli (2000),
quien sostiene que en los discursos peronistas la niñez es construida como una
bisagra generacional entre el nuevo Estado-nación y los emergentes sectores
populares. En oposición al discurso liberal, que interpelaba a la niñez como sujeto
universal y de derechos postulando la expansión de la escolaridad pública como única
solución para la nueva realidad social, el peronismo partió del reconocimiento de la
pobreza infantil y de su condición popular para constituir un nuevo sujeto político cuya

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identidad, en este caso generacional, se definía no por sus derechos propios, sino por
su pertenencia al nuevo territorio de la nación. A partir de esta definición, la niñez fue
objeto de una interpelación política que formara parte del dispositivo discursivo del
peronismo. Tanto Juan Domingo Perón como Eva Perón manifestaron la voluntad de
establecer un vínculo directo con los niños en múltiples eventos públicos, un vínculo
entre líderes y niños y jóvenes que prescindía de las mediaciones de padres o
maestros sin impugnar por ella la autoridad institucional de la familia y la escuela. La
autora diferencia dos momentos: el primero “los únicos privilegiados son los niños” y el
segundo “la nueva generación del 2000”.

En el primer momento “los únicos privilegiados son los niños” era repetido como
emblema, el enunciado se inscribió en una nueva materialidad pública (instituciones,
eventos, medidas, etcétera) dirigida al niño que desbordaba las fronteras de la
escolaridad. La política integral de Perón no se reducía a una estrategia de
dignificación social de la situación del niño, sino que, en tanto política generacional,
incluyó un conjunto de contenidos culturales y pedagógicos respecto del tipo de
hombre que se quería formar. Producto de los cambios producidos en la alianza
política inicial del peronismo: los conflictos crecientes con la iglesia, la afirmación de la
autonomía doctrinaria del peronismo en el espacio educativo, la revulsión generada en
ciertos sectores por la obra de Eva Perón, llevó a la consolidación del segundo
momento.

El segundo momento, la generación del 2000, hace hincapié en que tal como lo
planteaba el segundo plan quinquenal, el nuevo objetivo de la educación era realizar la
formación moral, intelectual y física del pueblo sobre la base de los principios de la
doctrina peronista. El niño debía incorporar la doctrina para luego poder
desempeñarse como un reproductor ideológico de la misma, los niños pasaron a ser
sujetos políticos con responsabilidad pública.

Como lo plantea Sandra Carli (2000) desde el punto de vista educativo la introducción
de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas suponía un combate abierto contra
el liberalismo laicista y contra la tradición del normalismo en la Argentina, y una
disputa por la sujetación de la población infantil a la vez a la familia como a la
autoridad supra familiar de la iglesia. Implicó, además, la legitimación de la autoridad
moral e ideológica de la iglesia sobre los niños como continuidad de los padres y como
delegación divina. Como mencionamos ut supra, la invasión del territorio de la
educación pública por parte de la iglesia provocó un fuerte rechazo en ciertos sectores
del magisterio, herederos del normalismo laico y representantes de la escuela nueva.

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La alianza del peronismo con la iglesia implicaba no solo un cambio en la matriz laica
de la escuela pública, sino un desplazamiento de los maestros de autoridad ideológica
o de transmisión frente a los niños, mientras se fortalecían, en cambio, la iglesia y la
familia. La disputa se refería no solo al agente y a los contenidos de la transmisión,
sino al destinatario de la misma: el sector normalista liberal y escolanovista,
profundamente laicos, y la iglesia tenían teorías antagónicas respecto del niño y de la
escolaridad. Así, en la confrontación escuela laica- escuela católica se pusieron en
juego discursos confrontados acerca de la infancia que no permitían puntos de
articulación.

Continuando con los aportes de Sandra Carli (2000), que plantea la cuestión de la
formación de la personalidad infantil desde la perspectiva del educador (ya sea el
maestro o en sentido más amplio el estado) se convirtió en el punto nodal del discurso
educativo peronista acerca de la infancia. Según el plan quinquenal, la educación
incluía dos tácticas pedagógicas: preparación y configuración. Mientras que la primera
se entendía como la trasmisión de conocimientos necesarios para situarse en la vida,
que eran por tanto de carácter más instrumental, la segunda debía tender a formar
“seres mejores” y tenía un sentido más intencional y político. La constitución del niño
como sujeto de una nueva cultura política incluía la necesidad de una intervención
pedagógica desde los primeros años de vida, de aquí la importancia del jardín de
infantes. El jardín de infantes era un medio considerado excelente para garantizar un
punto de partida social homogéneo para la construcción de una nueva generación
infantil. Este debía “formar ciudadanos útiles desde los primeros años”, sin perder por
ello su estética propia, adecuada al mundo infantil.

El discurso de Perón a favor de la democratización social de la situación de la


población infantil gozó de consenso social en una primera etapa. Eva Perón, en
cambio, radicalizó la visión sobre la infancia pobre al concebirla como un problema de
orden nacional atravesado por los conflictos de clases, y dicha visión se convirtió en
un factor de tensión con los sectores opositores al peronismo. Su enfrentamiento con
la Sociedad de Beneficencia y una nueva concepción estatal sobre la ayuda social
orientada según los principios de justicia social, inició un nuevo camino en la
protección de la niñez. La política social llevada adelante por Eva Perón desde la
fundación de Ayuda Social se distinguía de la caridad, estaba vinculada a un proceso
de planificación y era considerada un deber social. La acción de ayuda social dirigida
al niño, en particular, a partir de la creación de ciertos dispositivos (la ciudad infantil,
hogares escuelas, entre otros) pretendió alterar las desigualdades sociales heredadas
que atravesaban a distintas generaciones, interviniendo desde lo social en la

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reparación y recomposición de los sectores constituyentes de la nueva hegemonía
peronista. La puesta en marcha de esta política de infancia, saturada de enunciados
de redención social, comprendió la movilización infantil. Fotos y testimonios de la
época subrayan el recurso a la presencia pública de los niños en distintas situaciones,
desde eventos para la entrega de juguetes hasta los actos escolares o campeonatos
de futbol.

Carli (2000) sostiene que la actuación política de Eva Perón agudizó la lucha con
posiciones asistenciales diversas, que no pretendían transformar al niño asistido en
ciudadano con poder (por ejemplo, el catolicismo, sectores de la beneficencia, etc.) y
priorizó la intervención social por sobre las cuestiones pedagógicas. Para Eva Perón,
la ayuda social al niño tuvo, además de su carácter reparatorio y de redención social,
un sentido político instituyente de un nuevo orden cultural y político. Ese niño iba a ser
vanguardia, ciudadano, peronista leal, artífice del futuro. La llamada ciudad infantil fue
un ejemplo paradigmático en este tipo de intervención política y pedagógica sobre la
constitución de la niñez como sujeto de un nuevo orden.

Siguiendo con los aportes de Sandra Bianchi (1999) ante las transformaciones que
sufría la organización familiar y ante las políticas estatales, la iglesia se vio en la
necesidad de crear sus propias estructuras. Se creó el Movimiento Familiar Cristiano
con el objetivo de recuperar “la dignidad de la institución familiar”, al tiempo
comenzaron a organizarse las Ligas de Padres y Madres de Familia. Estas ligas tenían
también objetivos mutuales: se organizaron cooperativas de consumo, donde sus
socios podían adquirir alimentos y ropas a bajo costo. Pese a estos intentos, la iglesia
no encontraba entre sus filas miembros preparados para afrontar los problemas
sociales vigentes.

Sin embargo, la posición de los católicos no es homogénea. Se perfilaban dos líneas:


el catolicismo nacionalista y catolicismo liberal. Este tema es bien detallado en el texto
de Susana Bianchi (1990) “la iglesia católica en los orígenes del peronismo”, el
catolicismo nacionalista mantuvo su hegemonía dentro de las estructuras ideológicas
de la Iglesia Católica en la primera etapa del periodo, hasta 1950. Este catolicismo,
con fuertes vinculaciones con la corriente de pensamiento nacionalista, condena el
liberalismo político y la democracia de partidos, se muestra defensor del status quo
capitalista y a un mismo tiempo de una sociedad tradicional y jerárquica. Este
catolicismo nacionalista busca sus raíces en la idea de hispanidad, identificada con la
de cristiandad: España es la cruz y la espada; la iglesia y el ejército, los únicos
representantes de la civilización. El llamado catolicismo liberal cobra importancia

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dentro de las estructuras ideológicas de la Iglesia Católica a partir de 1950, a través de
la democracia cristiana, que se comenzaba a visualizar como una fuerza política
alternativa, y del desarrollo del humanismo en los medios universitarios.

RELIGIÓN, PERONISMO Y EDUCACIÓN.

En cuanto a la relación entre el gobierno, la educación y la Iglesia Católica, Miguel


Somoza Rodríguez (2006) plantea que, desde el punto de vista del gobierno peronista,
la enseñanza de la religión católica en los tres niveles de la educación pública
evidenciaba, no sólo un pacto entre J.D. Perón y la Iglesia Católica, sino que también
cumplía una función ideológica precisa: formar ética y moralmente al ciudadano en la
formación de ciertos valores, hábitos y conductas.

Somoza Rodríguez (1997) define al peronismo como un movimiento nacional


policlasista que obtiene la hegemonía a través del lanzamiento a la sociedad de un
programa democratizador, que produce un real mejoramiento en las condiciones de
vida de los sectores populares y que se apoya en la movilización de estos sectores
para enfrentar a la alianza tradicional de poder. En oposición a la despolitización,
inmovilización y la desnuda coerción ejercidas por las administraciones anteriores, el
peronismo induce y promueve la politización de las masas populares y obreras. Pero
la movilización masiva requiere como contraparte varios mecanismos de contención y
de encuadramiento, entre los cuales la educación y formación de nuevas tradiciones
culturales y la aparición de la figura del conductor- disciplinador, son primordiales.

Dentro de este nuevo modelo de regulación de las relaciones sociales, el sistema


escolar, con su capacidad de brindar información y disciplinamiento a millares de niños
y jóvenes, era una institución que debía ser utilizada adecuadamente si la
administración política quería mantener y/o aumentar el consenso social necesario
para soportar las reacciones de las clases desplazadas del ejercicio del poder político.
De este modo, la escuela era una de las instituciones en las que la formación de una
nueva “conciencia nacional” debía disputar el espacio a las concepciones
tradicionales. En el marco del nuevo Estado benefactor, el sistema escolar
experimento una importante expansión.

Tal como lo plantea Cucuzza (1989), el sistema escolar establecido ofreció


resistencias al avance de la doctrina peronista, y ante ellas, el gobierno se abocó a la
creación de instituciones paralelas que copiaban los esquemas organizativos del
sistema estatal formal ( por ejemplo, la Unidad Básica, la Escuela Provincial Peronista
y la Escuela Superior Peronista) y a la promoción de un conjunto de “acciones

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predominantemente no escolarizadas“ como el accionar barrial de las unidades
básicas, hogares – escuelas, colonias de verano, campeonatos deportivos infantiles y
juveniles, actos de masas, y la utilización de los medios de comunicación.

Pitelli y Somoza Rodríguez (1997) sostienen que para el propósito de crear una nueva
conciencia nacional a través de una nueva Doctrina Nacional, las modalidades de
predicación de contenidos religiosos eran funcionales a las modalidades de
predicación política, y las lecturas religiosas para los niños contribuían, se creía, a la
formación de disposiciones favorables a la aceptación de contenidos políticos. Existió
un uso extensivo de la terminología religiosa en la discursividad peronista, tales como
“doctrina”, “adoctrinamiento”, “predicadores”, “apóstoles”, “mística”, etc.

Ambos autores destacan la importancia que tenía para el movimiento peronista la


cuestión del adoctrinamiento. Según esta concepción, el adoctrinado no es un
“sometido”, un “obediente”. El adoctrinado es, por el contrario, el individuo interpelado,
que conoce la doctrina y la acepta libremente, y ésta se trasforma en su propio ser, o,
dicho de otra manera, su propio ser es transformado por esta interpelación.

Norma Michí (1997) manifiesta que se crea un sistema escolástico de tres niveles que
comienza en la Unidad Básica, la Escuela Peronista Provincial y la Escuela Superior
Peronista cuya tarea principal es la formación de los afiliados en la doctrina peronista.
Para el peronismo era una tarea fundamental la educación de las masas, para
transformarlas en “Pueblo”. El adoctrinamiento tiene tres objetivos: De largo plazo:
“formar corazones peronistas” cuyo método es la persuasión o la inculcación, en el
que se acentúa el aspecto afectivo. De mediano plazo: se propone el conocimiento de
obras y planes de gobierno, cuyo método es la información. De corto plazo: objetivos
como el proselitismo, la afiliación, el logro de votos. El método a emplear es la
conversación que se apoya en lo cognoscitivo y se complementa con la persuasión,
basada en lo afectivo.

En relación a quienes llevaran a cabo esta tarea, la autora Norma Michí (1997) plantea
que no se formo un cuerpo de docentes para llevar a cabo la tarea de adoctrinamiento.
La responsabilidad estaba en la conducción de la Unidad Básica, sindicato o
reparticiónpolítica, esta tarea podía ser delegada en una o varias personas. Este
“docente” debía tener el siguiente perfil: la humildad y la fe; ser predicadores; ser
creativos; constancia, tenacidad y método; utilizar un lenguaje claro; con buenas
intenciones, sin ambiciones personales sin ser un profesional; no se requiere
certificación sino entusiasmo; no es un “maestro” es un “compañero” (…) en suma
debe reunir las condiciones de un conductor.

21
Por otro lado, la implantación de la enseñanza religiosa obligatoria durante la
presidencia de Perón, formó parte del propósito de la iglesia, en su intención de
recuperar los espacios perdidos a partir de la ley 1420.

Ya en el congreso pedagógico de 1882 y durante los debates parlamentarios de 1884


previos a la aprobación de dicha ley, los grupos católicos habrían hecho conocer su
más firme oposición al propósito de sustraer a la educación pública de todo carácter
confesional. La posición de la iglesia y de los grupos católicos respondió también a la
orientación que el vaticano había desarrollado a través de las encíclicas del siglo XIX
dirigidas contra quien la iglesia consideraba en ese momento su principal enemigo: el
liberalismo y las consecuencias de este, la educación no confesional.

La Iglesia Católica, seguidora de la tradición católica hispánica y de la línea dominante


de las encíclicas papales, considero como cuestión de “derecho natural” el uso de las
estructuras estatales como uno de los canales principales para la difusión de doctrina,
al mismo tiempo que le negaba al estado toda autoridad para administrar o legislar,
por ejemplo, sobre el estado civil de las personas.

Tal como lo plantean Loris Zanatta y Roberto Di Stefano (2009), sin embargo, en los
hechos, la Ley 1420 fue menos radical en relación a cómo fue presentada o percibida.
Porque, si bien es cierto que afirmaba la laicidad de la educación, no puede decirse
que lo hiciera con espíritu jacobino y anticatólico. La ley 1420, en definitiva, decretaba
el fin de la obligatoriedad de la enseñanza de la religión católica en las escuelas, pero
no la excluía de ella. Ciertamente, la disposición según la cual sólo los sacerdotes
habrían podido impartirla fuera del horario escolar sonaba como una burla dada la
escasez del clero, pero favorecía al mismo tiempo la ortodoxia de la enseñanza, y, en
rigor, no fueron pocos los sacerdotes que enseñaron religión en las escuelas públicas.
Al ser optativa, además, podía pensarse que la religión católica podría ser aprendida
de una manera más responsable. Por último, la ley interesaba solo a la capital y a los
territorios nacionales. Y, aunque se preveía que las provincias se adecuaran a ella o la
adoptaran, a veces estas conservaron la religión católica como materia obligatoria.

No obstante, el conflicto que entonces se desató iba más allá del contenido de la Ley
1420. Lo que la iglesia no podía admitir era que el catolicismo ya no fuera reconocido
como la fuente primigenia de la enseñanza escolar en su conjunto.

Como ya adelantamos, es necesario tener en cuenta que los intentos de recuperar y/o
ganar influencia por parte de la Iglesia Católica, sobre la educación primaria son
anteriores al gobierno peronista. Durante la década del 30’, según lo plantean Pitelli y

22
SomozaRodríguez (1997), la iglesia católica lleva adelante una intensa movilización
como parte de una estrategia que persigue el propósito de combatir el laicismo que
creía ver predominar en las políticas del estado, a través de la creación y
consolidación de agrupaciones, asociaciones, órganos de difusión o instituciones que
expresaran sus posturas. Incluso antes, podemos mencionar: los cursos de cultura
católica iniciado en 1922 que reúnen a intelectuales de filiación católica, la fundación
de la Revista Criterio en 1928 (órgano difusor del clero), la fundación del ateneo de la
juventud, conformado ante la imposibilidad de abrir una universidad católica en la
época, el establecimiento y organización de la Acción Católica en 1931, la celebración
en Buenos Aires del Congreso Eucarístico Internacional de 1934, la creación de la
federación de maestros y profesores católicos en 1936, la creación de la juventud
obrera católica en 1941 cuyo objetivo era difundir entre los obreros los principios
cristianos y limitar el avance de las ideas anarquistas, socialistas y comunistas.

En 1937, con la reforma educativa de Fresco- Noble, se buscó la renovación de los


planes de estudio vigentes en la Provincia de Buenos Aires a partir de una crítica al
intelectualismo enciclopedista, lo que supo resaltar los valores físicos, morales,
estéticos y religiosos. Siguiendo este objetivo, se define que la misión de la escuela
consiste tanto en instruir como en educar y, para ello, se agrupa a las asignaturas de
acuerdo a su función pedagógica: materias instructivas o disciplinas instrumentales:
dibujo, trabajo manual, idioma y matemáticas y materias de desenvolvimiento o
disciplinas formativas: educación patriótica, moral y religiosa; educación física;
educación intelectual y; educación estética. Es decir que, desde la implementación de
la reforma Fresco Noble se buscaba introducir la obligatoriedad de la enseñanza
religiosa en las escuelas públicas y privadas de la Provincia de Buenos Aires.

En la Provincia de Catamarca, el interventor Mario Cevallos a través del Decreto 403


del 7 de marzo de 1936, impuso dentro de las horas de clase y comprendido en el
mínimo de enseñanza obligatoria en las escuelas, la enseñanza de la religión católica.

Pitelli y Somoza Rodríguez (1997) argumentan que desde el punto de vista del
peronismo, la implantación de la enseñanza religiosa no se reducía a la sola noción de
“pacto”. No era solamente un elemento de negociación en el establecimiento de una
alianza política, sino que, además, la educación religiosa era pertinente y adecuada al
desenvolvimiento y difusión de la doctrina peronista, luego doctrina nacional, y
favorecía el ejercicio de las prácticas políticas que se correspondían con la doctrina.
Dentro de esta alianza Perón tenía claro cuál era sus atribuciones; a él le correspondía
la dirección política efectiva, la capacidad de definir un modelo de país, la elaboración

23
de un corpus político- doctrinario. En los aspectos éticos y morales de ese corpus era
donde la iglesia podía desempeñar un papel destacado.

Siguiendo con los planteos de estos autores este pacto no era entre participes de un
mismo nivel, sino de un pacto basado en relaciones de jerarquía. En donde la iglesia
católica quedaba subordinada a la autoridad el gobierno peronista.

La discursividad peronista era compartida y coincidente con la discursividad religiosa,


esto también se reflejaba en las formas de percibir y actuar. Pitelli y Somoza
Rodríguez (1997) plantea que bien el peronismo reclamaba el monopolio exclusivo de
las acciones políticas frente a una posible injerencia de la iglesia, sus propias prácticas
políticas estaban infiltradas por atributos de las prácticas religiosas. Por su parte, la
iglesia no podía evitar la dimensión política de sus prácticas religiosas, practicas
proselitista de evangelización, defensa y predicación de las verdades de la fe.

La relación entre el gobierno y la iglesia se mantendrá firme y duradera hasta


mediados de 1954, antes de esa fecha, algunos pequeños incidentes fueron
superados rápidamente.

LA CRISIS FINAL

En este capítulo final es necesario tener en cuenta los aportes que nos brindan
Roberto Di Stefano y Loris Zanatta (2009) ya que nos marcaran el camino para su
análisis:

La historia de las relaciones entre la iglesia y el peronismo está plagada de trampas,


sea cual fuere la perspectiva desde la que se la afronte. Y no solo porque resulta difícil
separarla de las interpretaciones partisanas que circundan, sino sobre todo por su
intrínseca complejidad, debida a la intersección de los diversos planos en que tuvo
lugar, a la multiplicidad de percepciones de los que fueron sus actores y, por último, a
la notable heterogeneidad del peronismo, por un lado, y del mundo católico, por el otro,
especialmente después de su consistente crecimiento en los años treinta. Un dato no
menor fue que el régimen peronista fue el primero que reivindico los ideales católicos
como fundamento de su propia legitimidad desde la época de la organización nacional.
(…) todo esto da una idea de hasta qué punto era inevitable que la dimensión religiosa
y la política se confundieran en el marco de su relación con la iglesia. Esta razón, unida
al hecho de que la iglesia desempeñara un rol tan importante en la legitimación del
nacimiento del peronismo como en la determinación de su caída, en 1955, explica el
hecho de que no haya estudio sobre sus relaciones que no termine por desarrollar de
manera casi exclusiva el costado político e ideológico.

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Como mencionamos anteriormente, Perón llegó al poder con el apoyo de la iglesia
católica. Sin embargo, tal como lo plantea Lila Caimari (2002) una vez en el poder su
objetivo fue un trabajo de organización y expansión del estado para encuadrar a la
sociedad argentina en organizaciones peronistas. Perón se había referido a la
necesidad de lograr unidad en el seno de la comunidad nacional mediante el consenso
alrededor de ciertos valores que todos debían compartir. Hacia 1950, Perón dejo de
presentarse como el continuador de tradiciones nacionales preexistentes. Quizás el
motivo de este distanciamiento se precipitó debido al contexto internacional. Los
autores Zanatta y Di Stefano (2009) plantean que los acontecimientos internacionales
de la última fase de la Segunda guerra, favorables a las democracias liberales, y las
presiones ejercidas sobre el gobierno argentino para que se adecuara a ellos, fueron
determinantes para imprimir un viraje político al gobierno militar. Y el mismo efecto
tuvo la extraordinaria oposición que suscitó no solo su naturaleza autoritaria sino sobre
todo su perfil clerical. Los pilares sobre los cuales el gobierno militar había construido
el edificio de la “nación católica” – la neutralidad en el conflicto mundial, la enseñanza
religiosas en las escuelas públicas, el regreso de las universidades a la tradición
escolástico- tomista, la supresión de la democracia partidaria, la solución corporativa
de los conflictos entre capital y trabajo- comenzaron entonces a derrumbarse o, en el
mejor de los casos, a ser erosionados por la oposición.

Susana Bianchi (1996) plantea que desde 1950, los conflictos entre la iglesia católica y
el gobierno peronista alcanzaron un punto de difícil retorno, a partir de dos cuestiones
estrechamente vinculadas: 1) el conflicto entre la iglesia y el peronismo se instaló en el
campo de la religión. 2) la iglesia comenzó a esbozarse como espacio posible de la
oposición al peronismo. Siguiendo con estos aportes, la autora afirma que:

El conflicto surgió en la medida en que la iglesia consideraba que el estado peronista


no solo no cumplía con su “deber de gobernante”, sino que el desarrollo de la
disidencia religiosa se debía al amparo que el gobierno comenzaba a dispensar a las
confesiones no católicas. De esta manera, el conflicto se centró, desde 1950, en los
avances del espiritismo, y, en 1954 en la presencia pentecostal.

También Lila Caimari (2009) apunta a 1950 como el año de resquebramiento de las
relaciones ya que a partir de ese momento, se desarrolló un nuevo discurso religioso
oficial: el “cristianismo peronista” promovido por el estado. Este era definido como una
religión popular, desinteresada de las formas pero fiel a la esencia social del mensaje
cristiano, era presentado como el remedio a los antiguos males provocados por una
iglesia mundana y una religiosidad formal desligada del pueblo. Este nuevo discurso
religioso tomaba argumentos clásicos de ese anticlericalismo que critica a la institución

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y a sus líderes. Esto se vio reflejado en el Congreso Eucarístico que se desarrolló ese
mismo año, la autora manifiesta que allí comenzó el inicio de una fuerte identidad
católica opositora y el progresivo retraimiento del estado como garante de la
hegemonía del catolicismo en la sociedad argentina. .

Siguiendo con los aportes de Lila Caimari (2009) este cambio en su discurso religioso
de Perón no era fruto de sus vaivenes espirituales, sino más bien de su irritación al ver
que el mundo católico daba cada vez más espacio y visibilidad a los adversarios del
peronismo y que el episcopado hizo poco por revertir esta tendencia. Esta resistencia
fue interpretada como un signo de ingratitud con que la iglesia recibía la ayuda del
estado.

La nueva religión era predicada por Juan Domingo Perón y Eva Perón. La “razón de mi
vida”, convertido en lectura obligatoria en todas las escuelas del país en 1952, permitió
la entrada de temas “cristiano peronistas” en la educación pública, compitiendo
directamente con los cursos de catolicismo “eclesiástico” supervisado por el
episcopado e impartidos en las clases de religión (Caimari, 2009). Los cursos de
religión languidecían ya que se permitía la asistencia irregular de los alumnos, el
nuevo celo del estado por defender los derechos de los alumnos no católicos y la
transmisión rutinaria de los contenidos. Esto sucedía en el contexto de la peronización
de la educación impulsada por el segundo plan quinquenal.

A partir de 1953 se introducen nuevos libros de lectura, estos textos reflejaban


fielmente las nuevas ideas peronistas sobre religión. Lila Caimari (2009) indica que la
figura de Cristo no era presentado como una figura sobrenatural sino como un líder
social, cuyos orígenes humildes eran enfatizados y cuyo mensaje permitía numerosos
paralelos con la obra de Perón y Evita. El cristianismo era definido como la doctrina de
los pobres y débiles.

Los autores Pablo Colotta, Héctor Rubén Cucuzza y Miguel Somoza Rodríguez (2012)
nos brindan un importante aporte respecto a los libros de lectura durante este periodo;
los libros dedicados a Perón destacaban principalmente la labor de gobierno, la
nacionalización de los servicios públicos, el mejoramiento de las condiciones de
trabajo y vida de los obreros, entre otros aspectos. En cuanto a las lecturas dedicadas
a Evita se señalaba su labor social: la obra en la fundación Eva Perón, la protección de
los más humildes, de la infancia, los jóvenes, las madres solteras, entre otros
aspectos. Luego de su muerte, se la empezó a considerar una especie de santa, una
protectora espiritual de los necesitados, y comenzó a ser representada con
características similares a las de la Virgen María, lo que ocasiono inquietud en la

26
iglesia católica. El proceso se “sacralización” de la imagen de Eva Perón había
comenzado antes de su muerte. Estos autores resaltan la aparición de nuevos actores
sociales: los obreros, los peones rurales y las profesiones de escaso brillo social como
protagonistas de las lecturas escolares. Los modelos de familia que aparecen en ellos
dejaron de ser solo de clase media alta o profesional, toman protagonismo las familias
obreras.

Entre fines de 1954 y mediados de 1955, el gobierno peronista y la Iglesia Católica


fueron agudizando el conflicto. Pero es necesario tener en cuenta lo planteado por Lila
Caimari que la politización de todos los aspectos de la vida cotidiana –desde el
deporte hasta la beneficencia, desde los medios de comunicación hasta la educación,
desde las escuelas hasta la administración pública y el mundo militar- hizo que el eje
peronismo/antiperonismo atravesara todos los ámbitos de la vida pública, y muchos de
la vida privada. En este contexto los múltiples aspectos de la experiencia cotidiana
tomaron un sentido político: todo podía leerse como una forma de apoyo o resistencia.

Pitelli y Somoza Rodríguez (1997) describen los puntos de conflicto de esta alianza: en
primer lugar, desde el gobierno se hacia la distinción entre el mensaje cristiano de
humildad, sencillez y pobreza, contraponiéndolo a la ostentación y riqueza que eran
visibles en algunos dignatarios de la iglesia. En este mismo sentido, Eva Perón
diferencio entre el significado de la asistencia a los necesitados que practicaba el
gobierno peronista y que llamaba justicia social, y la limosna y caridad que era
practicado por algunos cristianos de alto status social. En segundo lugar, otra cuestión
que provoco resquemores en esta relación fue la comparación entre Perón y Cristo. El
intento de beatificar a Eva Perón y los calificativos de matiz religioso que ella recibió
después de su muerte. A esto se sumaba lo que ya pensaban de la vida personal
contrarios a la moral, como lo fue su pasado de modelo y actriz, su periodo de
convivencia sin estar casados y su verborragia. En tercer lugar, la creación de Partido
Demócrata Cristiano, que formaba parte a su vez de las estrategias internacionales del
vaticano y la actividad abiertamente opositora de algunos sacerdotes fue recibida
como acciones hostiles. En cuarto lugar, a partir de 1954 comenzó una creciente
movilización de la oposición y la iglesia era la única institución que estaba
relativamente libre del control directo del gobierno y aun conservaba reconocimiento
social. Así como en 1946 había favorecido el acceso al poder del peronismo, ahora
podía convertirse en el agente que cohesionara el heterogéneo frente opositor y
favoreciera su caída.

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Estos autores sostienen y a lo cual adherimos que el conflicto entre peronismo e
Iglesia Católica estalla, porque ambos perciben que el otro ha comenzado a invadir su
propio campo de actividad, traicionando así el pacto original establecido. Aunque no
solo el conflicto se intensifica por las diferencias entre ambos integrantes del pacto
sino también por las que fueron las afinidades que los unieron en un principio. La
importancia de moldear una conciencia nacional basada en las llamadas verdaderas
tradiciones – hispanidad, catolicismo, argentinidad-y la necesidad de que las
multitudes no fueran conquistadas por la propaganda comunista; la utilización de la
liturgia y la simbología por parte del gobierno de Perón, la discursividad predicativa de
contenido partidario, entre otras cuestiones provoco resquemor en la iglesia católica.

Este conflicto tomó ribetes violentos cuando se prendieron fuego varias iglesias, el
peronismo como propulsor de una conciencia nacionalista de la que el catolicismo era
uno de sus fundamentos y que servía de freno a la difusión de teorías
internacionalistas, denunció que la iglesia también era una organización
internacionalista que obedecía al Vaticano por ello expulso a dos obispos, el vaticano
respondió con la excomunión de Perón y de los principales funcionarios del gobierno.

En 1954 se dictaron la Ley de Divorcio y la Ley de profilaxis, se decretó la supresión


de festividades religiosas. El 11 de mayo de 1955 el senado derogó la enseñanza
religiosa y dos días después la Cámara de Diputados convirtió en ley la supresión de
la enseñanza religiosa. Esta última estuvo acompañada por la ley de derogación de la
exención de impuestos que beneficiaba a la iglesia. Podría decirse que este hecho fue
el que dio por finalizada la alianza que habían conformado en 1947.

Susana Bianchi (1997) afirma que como espacio de oposición la Iglesia Católica
consolida su posición como actor político. Un dato particularmente llamativo es la
adopción de una explícita simbología religiosa por parte del gobierno militar de 1955
(mucho más explícita que en los golpes militares de 1930 y 1943) y la rapidez de
otorgar las principales reivindicaciones eclesiásticas, como la suspensión de la ley de
divorcio y en 1956 mediante decreto, el establecimiento de la libertad de enseñanza.
Siguiendo con los aportes de esta autora que sostiene que:

(…) la libertad de enseñanza no es solo un cambio de estrategia para asegurar la


autonomía eclesiástica en el campo de la enseñanza, sino que también revela un
cambio en la política educativa católica. En efecto, a partir de ese momento, el interés
de la iglesia parece no estar puesto en ejercer su influencia sobre las escuelas
públicas, de marcada connotación popular, sino en concentrar sus esfuerzos en los
institutos privados- fundamentalmente en las universidades católicas- que se

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trasformarán en el mecanismo selectivo de una elite dirigente. Sin embargo, los
cambios de estrategias y de políticas no ocultan el mantenimiento del objetivo
integrista: como hacer el catolicismo el principio organizador de la sociedad civil.

La relación entre el gobierno de Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica, que


comenzó de manera cordial y que fue sellada con un pacto en torno a la educación
religiosa en las escuelas primarias. Paulatinamente se fue erosionando, el motivo de
dicho desgaste reside en el hecho que cada uno fue invadiendo el campo de influencia
del otro. Durante este recorte histórico todos los aspectos de la vida cotidiana fueron
politizados, por lo tanto el eje peronismo/ antiperonismo a travesó todos los ámbitos,
tanto públicos como privados. Cada acción, movimiento o señal de cada integrante de
esta alianza podía leerse como una forma de apoyo o resistencia.

Efectivamente, este conflicto latente llego a su estallido en 1955, provocando la


ruptura de esa inicial alianza. Los militares tomaron el poder mediante un golpe de
estado, apoyado por la iglesia católica. Esta última, se consolida como actor político de
relevancia en la autodenominada “Revolución Libertadora”, girando su foco de
atención de la educación primaria a la educación universitaria, sin perder objetivo
integrista convertir al catolicismo en el principio organizador de la sociedad civil.

CONCLUSIONES

Miguel Somoza Rodríguez (1997) considera que el proyecto educativo del peronismo
no fue una mera derivación del proyecto político general, es decir, una mera aplicación
a la esfera educativa y escolar de un conjunto de posicionamientos en lo político, sino
que fue parte integrante y constitutiva del proyecto político: una estrategia de control
social basada en la resocialización de los sujetos a través de vínculos marcadamente
pedagógicos (aunque no solo a través de ellos).

Nuestro trabajo monográfico se ha basado en dar respuesta a los siguientes


interrogantes:

¿Cómo fue la relación del Gobierno de Juan Domingo Perón y la Iglesia


Católica en torno a la educación primaria?
¿Qué incidencia tuvo la iglesia en la educación durante el periodo 1945-1955?
¿Cuáles son las etapas por las que atravesó esa relación?
¿Cuáles fueron los acontecimientos que llevaron a su ruptura?

La relación del gobierno de Juan Domingo Perón y la Iglesia Católica en torno a la


educación primaria fue fundamental, debido a que Perón llego al poder con el respaldo

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de las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica y la adhesión una masa popular de
trabajadores. Estos tres elementos fueron tomando protagonismo en la vida política
del país.

Nuestro trabajo hizo hincapié en la Iglesia Católica, los católicos emergieron durante la
década del 30’ como un actor político importante dispuesto a transformar al catolicismo
en el principal organizador de la sociedad. El golpe militar y el ascenso del peronismo
fueron visualizados como la posibilidad de instrumentar los aparatos del estado y su
capacidad coercitiva como medio para establecer la hegemonía católica. Para el
naciente peronismo, el apoyo de la jerarquíaeclesiásticaconstituía una importante
fuente de legitimación. La imposición de la enseñanza confesional católica en las
escuelas formo parte de las estrategias de los hombres del nacionalismo. Según ellos,
era posible, fundamentalmente a través de la religión, restaurar la esencia de la
verdadera argentinidad, jaqueada por la inmigración, el socialismo y la ley 1420.

Perón poco a poco fue dando signos de acercamiento, sus discursos pasaron de un
tinte secularista a otro de contenido cristiano en su propuesta política. El episcopado
también dio muestras de ello, por ejemplo, mediante una pastoral recordó a sus fieles
la prohibición de votar a partidos políticos que sostuvieran el divorcio y la separación
de la iglesia y el estado. Dejando explicito el apoyo a la candidatura de Perón y dando
inicio a una relación que quedará sellada principalmente con el pacto en torno a la
educación religiosa en las escuelas primarias.

Perón considero a la iglesia como un elemento más de su estrategia política, un


elemento subordinado a quien otorgo numerosos favores mientras cooperará a realizar
su proyecto político de transformación nacionalista. Perón cumplió su parte del pacto y
dejo hacer a la iglesia mientras no interfiriese en su proyecto político ni cuestionara la
dirección que élejercía en la vida nacional. Sin embargo, cuando la iglesia comenzó a
manifestar sus disidencias y a disputar parte de su clientela política y a cuestionar su
hegemonía no dudo en enfrentarla.

Lo que efectivamente sello ese pacto fue la legalización de la enseñanza religiosa en


la educación primaria, pero además, se produjo una inédita expansión del ítem “culto”
en el presupuesto nacional transfiriendo una serie de gastos institucionales de la
iglesia al estado. Esto se reflejo en el número de puestos eclesiásticos mantenidos con
fondos oficiales que se duplico, el pago de gastos de peregrinaciones a Europa,
subsidios para la compra de edificios y reparación y construcción de parroquias, entre
otros beneficios.

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Desde el punto de vista del gobierno peronista, la enseñanza de la religión católica en
la escuela pública representaba no solo la continuidad de una práctica ya existente y la
garantía del pacto con la iglesia, sino que también cumplía una función ideológica
precisa: una determinada formación ética y moral del ciudadano, la interiorización de
ciertos valores y la formación de ciertos hábitos y conductas. La educación religiosa
era pertinente y adecuada al desenvolvimiento y difusión de la doctrina peronista,
luego doctrina nacional, y favorecía el ejercicio de las prácticas políticas que
correspondían con la doctrina.

Esta alianza tuvo como base un amplio arco de coincidencias de sus proyectos de
sociedad, por ejemplo, ambos se presentaron como posiciones “terceristas” frente a lo
que se considera el individualismo capitalista y el colectivismo comunista. Otro punto
de contacto fue el reconocimiento de los conflictos sociales y en la idea de su
superación mediante la conciliación de clases.

Los conflictos se centraron en áreas consideradas básicas para la reproducción social,


educación y familia (niños y mujeres). Si bien se estableció la enseñanza religiosa en
las escuelas, esta presentaba límites. Por ejemplo, el mantenimiento en las escuelas
de una tradición laica que anulaba las escasas horas semanales que ocupaban las
clases de religión. Además de la creciente “peronizacion” de la enseñanza en las
escuelas primarias, la enseñanza de la higiene, la implementación de proyectos de
tipo sanitaristas y la promoción del deporte, considerado por la iglesia como una
excesiva preocupación por lo corporal. Desde la perspectiva de la iglesia, el mayor
límite era la mala calidad de la enseñanza religiosa producto de la deficiente
preparación de los maestros y profesores que la impartían. El fracaso de la enseñanza
religiosa se atribuye al hecho de quienes estaban mejor capacitados para encarar la
enseñanza religiosa en las escuelas públicas, las congregaciones religiosas
especializadas en educación, se mostraron indiferentes ante el proyecto y prefirieron
permanecer encerrados en sus colegios privados.

En cuanto a la familia, especialmente niños y mujeres, las políticas en torno a la familia


y a la maternidad provocaron la desconfianza de la iglesia, ya que lo consideraba una
excesiva injerencia del estado sobre un área considerada de dominio exclusivo de la
iglesia.

El que había sido en principio territorio compartido, debido a los avances de cada
integrante del pacto sobre los espacios del otro, se tornó un territorio sobre el que se
libró una lucha de competencias por la delimitación y el monopolio del propio campo.
En gran medida, en las razones de la alianza se encontraban también las razones del

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conflicto. La iglesia comenzó a considerar que el estado peronista no solo no cumplía
con su deber de gobernante sino que promovió la disidencia religiosa fomentando la
proliferación de confesiones no católicas. Para el gobierno de Perón, la iglesia
comenzó a transformarse como espacio posible de oposición al peronismo

Una vez iniciado el conflicto, el peronismo, propulsor de una conciencia nacionalista de


la que el catolicismo era uno de sus fundamentos y que servía de freno para la
difusión de teorías internacionalistas, denuncio que la iglesia era también una
organización internacionalista y que sus principales dirigentes en el país (sus obispos)
obedecían las órdenes de una potencia extranjera, el vaticano, por ello expulso a dos
obispos. El Vaticano respondió con la excomunión de Perón y los principales
funcionarios del gobierno. La doctrina nacional se presentaba en ese momento como
el catolicismo unificador y pacificador del país. La religión católica debía ceder su lugar
de privilegio al nuevo ideario peronista.

Entre el torbellino de medidas que marcaron su ruptura podemos mencionar, la ley de


divorcio, la ley de profilaxis, la supresión de festividades religiosas, la supresión de la
enseñanza religiosa, ley de derogación de la exención de impuestos que beneficiaba a
la iglesia.

Quedo claro que la iglesia consolida su posición como actor político a partir del golpe
de estado de 1955, esto se ve reflejado en la adopción de una explícita simbología
religiosa por parte del gobierno militar de 1955 (mas explicita que en los golpes del
1930 y 1943) y la rapidez de otorgar las principales reivindicaciones eclesiásticas,
como la suspensión de la ley de divorcio y el establecimiento de la libertad de
enseñanza. En esta etapa cambia el eje de su interés de la escuela primaria pública a
las universidades privadas, que se transformaran en el mecanismo selectivo de una
elite dirigente. La Iglesia Católica sigue manteniendo vigente su objetivo integrista,
lograr que el catolicismo se convierta en el principio organizador de la sociedad civil.

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