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Las Servidoras

TOMO II

COLECCIÓN TERTIO MILLENNIO


CARLOS MIGUEL BUELA, IVE

Las Servidoras
TOMO II

EDICIONES DEL VERBO ENCARNADO


2004
Con las debidas licencias

Primera edición: julio de 2004


Registro de la propiedad intelectual
Ediciones Del Verbo Encarnado
del Instituto del Verbo Encarnado
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San Rafael (Mendoza) Argentina
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PRÓLOGO

El Autor de este libro, segundo tomo de «Las Servidoras», R. P.


Carlos Miguel Buela, es el Fundador y actual Superior General del
Instituto del Verbo Encarnado –248 sacerdotes y 300 seminaristas– y de
su Rama femenina Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará –600
religiosas–, además de ser autor de «Sacerdotes para siempre»,
«Modernos Ataques contra la Familia», «Jóvenes hacia el tercer Milenio»,
«El Catecismo de los Jóvenes», «El Libro de la Pasión»; «R. P. Julio
Meinvielle», «Fátima ¡Y el Sol bailó!», «María de Luján, el Misterio de la
Mujer que espera»; y colaborador de la revista «Diálogo». Con esta tra-
yectoria sacerdotal e intelectual ya queda suficientemente presentado
para los que aún no lo conocen.
Después de haberme acogido «como invitado de honor» –son sus
palabras– para residir en el Seminario Mayor «María, Madre del Verbo
Encarnado» de San Rafael, me ha honrado por segunda vez, al pedirme
el prólogo de este libro, dedicado especialmente a «Las Servidoras» y
que constituye una recopilación de sermones, que ha rescatado del olvi-
do, y que por tratar de temas fundamentales del «Depósito de la Fe»,
lejos de perder actualidad, se acrecienta su valor a medida que se repi-
ten los antiguos errores, o se olvidan las verdades fundamentales de
nuestra Fe. De ahí que, como diestro luchador, con la espada de la ver-
dad en la derecha, ilumina las mentes con el fulgor de la ortodoxia (lo
han llamado «ultraortodoxo» –muy verdadero) y con el escudo del I.V.E.
(Instituto del Verbo Encarnado) en la izquierda, quiebra los dardos de
las herejías, en estos tiempos de confusión doctrinal y moral, donde la
voz de orden pareciera ser: «Sálvese quien pueda».
La doctrina documentada de este libro ha de atraer la atención, eso
creo que pretende el autor, como centinela alerta, sobre algunas verda-
des fundamentales olvidadas o negadas abiertamente: la Santísima
Trinidad, la Santísima Virgen María, el Primado de Pedro, la Vida
Religiosa con sus votos, el Celibato de los sacerdotes, las vocaciones
sacerdotales y religiosas, el celo misional junto con el ecumenismo, la
Tradición, la Dignidad de la mujer. Sobre este tema, de la mujer, así se
expresaba Juan Pablo II al rezar el Ángelus el 29 de junio de 1995: «Es
posible intuir la grandeza de la dignidad de la mujer por el hecho de que
el Hijo Eterno de Dios quiso nacer, en el tiempo, de una mujer, la Virgen
de Nazareth, espejo y medida de la verdadera femineidad». Y haciendo
Carlos Miguel Buela

eco a estas sublimes palabras, la Madre Ánima Christi, Superiora


General de las Servidoras, decía: «Para mí, como Servidora del Señor,
ha sido una verdadera revelación leer algunas pocas palabras del Santo
Padre, tomadas sobre todo de las encíclicas “Mulieris Dignitatem” y
“Evangelium Vitae”, además de varias homilías y catequesis, donde el
Papa Juan Pablo II desarrolla el tema del papel, y más aun, la dignidad
íntegra de la mujer, según la fe cristiana católica. En estos textos vislum-
bro el hermoso arco iris de la vocación femenina (ya sea laica o religio-
sa) que nos dibuja el Santo Padre con sus palabras. Así, llegando a un
mayor conocimiento del papel de la mujer en el plan divino de la salva-
ción, nos hará crecer en amor y agradecimiento, en primer lugar, por la
vida recibida del Creador, y luego, por la Iglesia y el Santo Padre. Porque
a través de las sagradas palabras de la Revelación y las enseñanzas de
la Iglesia, somos guiados por las sendas de esta vida, ofreciendo a la
humanidad un modelo de vida, que apunta al amor y a la santidad, para
poder alcanzar la vida eterna».
Padre Buela: ¡Adelante, Dios lo quiere! Quiero hacer mías, para Ud.,
las palabras que San Pablo dijera a Timoteo: Te conjuro, pues, delante
de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar vivos y muertos, al tiempo de
su venida y de su reino: predica la palabra de Dios con toda fuerza y
valentía, insiste con ocasión y sin ella: reprende, ruega, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo en que los hombres no
podrán sufrir la sana doctrina, sino que, teniendo una comezón extrema-
da de oír doctrinas que lisonjean sus pasiones, recurrirán a una caterva
de doctores propios para satisfacer sus desordenados deseos. Y cerrarán
sus oídos a la verdad y los aplicarán a las fábulas. Tú, entre tanto, vigila
en todas las cosas de tu ministerio. Vive con templanza. Que yo ya estoy
a punto de ser inmolado, y se acerca el tiempo de mi muerte. He com-
batido con valor, he concluido la carrera, he guardado la Fe. Nada me
resta sino aguardar la corona de justicia que me está reservada, y que me
dará el Señor en aquel día, como justo Juez; y no sólo a mí, sino tam-
bién a los que llenos de Fe desean su venida.

LIC. VICTORINO ORTEGO PBRO.


Párroco Emérito de la Parroquia de San José.
SAN RAFAEL – ARGENTINA.

6
Primera Parte

Santísima Trinidad
1. LA VERDAD MÁS BELLA: DIOS ES UNO Y TRINO

Nos reunimos en este domingo para celebrar de manera especial lo


que constituye la piedra de toque –y no solamente piedra de toque, sino
la clave de bóveda– de nuestra fe católica, que es el misterio de la
Santísima Trinidad: Dios que es Uno, en naturaleza numéricamente una,
sin embargo, es Trino en Personas. Podríamos decir que hoy es la fiesta
del «apellido» del Dios de los cristianos, es decir, de aquello que distin-
gue al Dios vivo y verdadero de todos los pretendidos dioses.
¿Quién es la Santísima Trinidad? Es Dios, Uno y Único en naturale-
za y Trino en Personas. De tal modo que reconocemos en Dios, como
confiesa la fe católica y se nos recuerda en el prefacio de esta Misa:
– la distinción de las personas: el Padre es Padre, no es Hijo, ni
es Espíritu Santo; el Hijo es Hijo, no es el Padre, ni es Espíritu Santo; el
Espíritu Santo es el Espíritu Santo, no es el Padre, ni es el Hijo;
– la unidad de la naturaleza: el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el
Espíritu Santo es Dios, pero no son tres dioses sino un solo Dios.
– la igualdad de su poder: tan Dios es el Padre como el Hijo y el
Espíritu Santo; tan Dios es el Hijo como el Padre y como el Espíritu
Santo; y tan Dios es el Espíritu Santo como el Padre y como el Hijo.
En esta reflexión quiero recordar algunos aspectos, que creo son muy
importantes acerca de la Santísima Trinidad.

1. Razones por las que es necesario conocer el misterio tri-


nitario
Me gusta recordar siempre que Santo Tomás1 da dos razones princi-
palísimas por las que hemos necesitado los hombres conocer las divinas
personas: la primera, para tener ideas correctas acerca de la Creación;
y, la segunda, para tener ideas correctas acerca de la Redención.

1
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I, 32, 1, ad 3; Summa Contra Gentiles IV, II.
Carlos Miguel Buela

a. Para tener ideas correctas acerca de la Creación


¿Qué dice Santo Tomás para tener ideas correctas acerca de la
Creación? Que al confesar que el Padre celestial hizo todas las cosas por
su Hijo, el Verbo, se excluye el error de todos aquellos que sostienen que
el mundo se hizo por necesidad divina, y no por un acto libérrimo de
Dios. Y que al confesar que el Espíritu Santo procede del amor y es el
Amor infinito, se excluye el error de aquellos que afirman que Dios hizo
las cosas porque Él estaba carenciado, es decir, porque necesitaba hacer
el mundo para completarse y ser más perfecto, a semejanza de lo que
luego de siglos, va a decir el mismo Hegel: que «Dios y el mundo es más
que Dios solo»2.
Dios crea, pero no por necesidad; Dios crea no porque está obliga-
do; Dios crea por el Verbo y en el Espíritu Santo. Decir que Dios creó el
mundo por necesidad o porque le faltaba algo o por algún otro motivo
extrínseco es poner imperfección en Dios. Esto último implica limitarlo,
negar su grandeza, su majestad, su señorío, su trascendencia. En última
instancia, es negar que Dios sea Dios.

b. Para tener ideas correctas acerca de la Redención


Ésta es sin duda la razón principal por la cual los hombres hemos
necesitado que Dios nos revelase la Trinidad de Personas, y es porque
la salvación se obra por el Hijo hecho hombre y por el Espíritu Santo. Si
el Hijo no fuese Persona divina sólo sería hombre y un puro hombre, y
no solamente no nos puede salvar a nosotros, sino que ni siquiera puede
salvarse a sí mismo. Si el Hijo no fuese la segunda Persona de la
Santísima Trinidad, poco valdría la Iglesia, que sería una mera insti-
tución humana, y poco valdrían los sacramentos, porque serían ritos
ineficaces para quitar nuestros pecados y darnos la gracia. Y si el
Espíritu Santo no fuese Persona divina, tercera de la Trinidad, no
sería el dulce Huésped de nuestra alma, no sería posible nuestra san-
tificación, no sería posible nuestra inserción en el misterio Pascual de

2
Hegel: «Sans le mond, Dieu n’est pas Dieu». El punto está desarrollado ampliamen-
te por CORNELIO FABRO, Participation et Causalité selon S. Thomas d´Aquin, Publications
Universitaires de Louvain, Éditions Béatrice – Nawelaerts (París 1961) 582.

10
Las Servidoras

nuestro Señor. Por eso es que fue necesario para nuestra salvación la
revelación divina del misterio trinitario.
La verdad acerca de la Santísima Trinidad es una verdad que se
debe conocer, y es una verdad que nosotros tenemos la obligación de
transmitir porque es una de las verdades que el hombre necesaria-
mente tiene que conocer si es que quiere salvarse, y tiene que
conocer no por necesidad de precepto, sino mucho más, por necesi-
dad de medio. Por este motivo, nunca dejen de enseñar el misterio de
la Santísima Trinidad, de manera especial cuando preparan algún
adulto para el bautismo o para la primera comunión. El hombre nece-
sita conocer con necesidad de medio la realidad de que Dios es Trino
en Personas.
El conocer estas razones es de tal manera necesario que si un cris-
tiano –y más aun si se trata de un alma consagrada– no posee la con-
ciencia clara de que en Dios hay tres Personas distintas, o hay una
noción vaga, que sin llegar a negarla no tiene sin embargo fuerza y vida
en él, ese hombre –ese creyente– necesaria y fatalmente tendrá ideas
incorrectas respecto de la Creación y, más aun, respecto de la
Redención. Y la posesión de estas ideas lo conducirá de hecho a vivir
de forma no entusiasta.

2. El misterio de la Santísima Trinidad


Es un misterio tan grande, y excede tanto la capacidad del entendi-
miento humano, de todo entendimiento humano y de todos los enten-
dimientos humanos juntos, que aun después de la Revelación, y aun
después de la misma formulación exacta por parte de la Iglesia en su
Magisterio supremo –afirmando que es una verdad de fe y de fe definida
y, por tanto, irreformable incluso en la misma formulación del misterio–,
sigue siendo un misterio.
El hecho de que Dios lo haya revelado3, de que el Magisterio
supremo de la Iglesia lo presente como verdad de fe divina y católica

3
Cfr. Lc 1,35; Mt 3,16–17; Jn 14, 26; Mt 28,19.

11
Carlos Miguel Buela

definida4, que los más grandes teólogos de todos los tiempos hayan
investigado en el misterio y hayan buscado de expresarlo de la manera
más adecuada posible, no quita sin embargo que el misterio sea miste-
rio, y que en sus elementos esenciales siga siendo misterio para
nosotros. Cuando digo «misterio», no digo misterio en el sentido de
aquella cosa oculta, que es misteriosa porque no la conocemos, sino que
digo misterio en sentido ontológico5, es decir, una realidad tal, de tal
densidad, que es incapaz de ser conocida adecuadamente por un enten-
dimiento limitado, finito, como el nuestro.

3. Actualidad de la Santísima Trinidad


La actualidad e importancia de la Santísima Trinidad en el mundo
que nos rodea es dada: a. por las negaciones; b. por las deformaciones;
y c. por las afirmaciones de la misma.

a. es negada: por los judíos, por los mahometanos, por los arria-
nos, por los ateos, por ciertos teólogos progresistas como Piet
Schoonemberg, por protestantes como Bultmann, Robinson, etc. y
todos sus seguidores.

b. es deformada: La verdad de la Trinidad fue enseñada a nues-


tros primeros padres en la revelación primordial. Al pecar se deformó la
verdadera doctrina y, de allí que haya muchísimas «caricaturas» de la
Santísima Trinidad, porque de suyo el hombre, al no pensar como

4
Cfr. Símbolos Apostólico en DENZINGER–HÜNERMANN, Editorial Herder (Barcelona
1999) 1ss. (DENZINGER–HÜNERMANN en adelante DH); Quicumque (DH 75); Niceno (DH
125); Constantinopolitano I (DH 150); Toledo XI (DH 525); Letrán IV (DH 800); Florencia
(DH 1331ss); etc.
5
Cfr. Catecismo de la Iglesia católica, n. 237. La Trinidad de personas en Dios es un
misterio estrictamente dicho, es decir, sólo puede conocerse por Revelación divina y la
razón natural, aceptado este dato revelado, no puede alcanzar evidencia intrínseca del
mismo. Es una nota teológicamente cierta, y la censura correspondiente es «error en teo-
logía»; cfr. J. IBAÑEZ – F. MENDOZA, La fe divina y católica de la Iglesia, Editorial Magisterio
Español (1978) 79.

12
Las Servidoras

corresponde acerca del misterio más grande del todo el universo, ha de


deformarlo aun incluso cuando no crea en él.
En la antigüedad (y muchos se conservan actualmente) creían en tres
dioses entre los:
– Hinduistas: Vishnú – Shiva – Brahma6;
– Vedas: Mitra – Indra – Nasatya;
– Vikingos: Tyr – Nerthus – Odín7;
– Griegos: Zeus – Hera – Hermes8;
– Romanos: Júpiter – Juno – Vulcano (tríada capitolina)9;
– Mayas: kinich Ahan (sol) – Quezalcoatl (o Kuculcán) – Ixchel (o
Luna);
– Egipcios: Osiris – Horus – Amman;
– Cabalistas: Kether – Chocmak – Binah10;
– Plotinianos: lo Uno – la Inteligencia – El alma del mundo;
– En Proclo: esencia – proceso – retorno;
– Joaquín de Fiore: habla de la edad del Padre, la edad del Hijo y la
edad del Espíritu Santo (lo que sería una suerte de Trinidad intrahistóri-
ca; de él se deriva la transposición mundana del misterio de la Trinidad
en muchos pensadores11).
En los tiempos modernos:
– Hegel: tesis – antítesis – síntesis;
– Compte: edad teológica – edad metafísica – edad positivista;

6
Cfr. KÖNIG, Diccionario de las Religiones, Editorial Herder (Barcelona 1964) 199.
7
Cfr. Ibidem, 584.
8
Cfr. Ibidem, 609–610.
9
Cfr. Ibidem, 1181.
10
JULIO MEINVIELLE, De la Cábala al progresismo, Editorial Calchaquí (Salta 1970) 101.
11
Cfr. HENRI DE LUBAC, La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore, Editorial
Encuentro, 2 tomos (Madrid 1989).

13
Carlos Miguel Buela

– Marx: feudalismo – capitalismo – marxismo;


– Nietzche: camello – león – niño;
– Freud: ello – yo – super yo;
– Los mormones invocan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pero
no es la Santísima Trinidad, porque para ellos son tres dioses que for-
man una divinidad;
– Yves d’ Alverdry: tres fuerzas: voluntad popular – poder – autori-
dad;
– A. Lunacharski: «El Padre es la fuerza productiva; el Hijo es el pro-
letariado, y el Espíritu Santo el socialismo científico»12.
Y así podríamos seguir enumerando todas estas «tríadas» que no son
más que la transposición profana del augustísimo misterio cristiano de la
Santísima Trinidad.

c. es afirmada la fe en la Trinidad. Todos los días miles de hom-


bres rezan: «Creo en Dios Padre todopoderoso... Creo en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor... Creo en el Espíritu Santo».
Todos los días se reza la Santa Misa que comienza «En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Se le pide perdón en los Kyries:
«Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad». En el
Gloria decimos: «Gloria a Dios... Padre... Señor Hijo único
Jesucristo... con el Espíritu Santo». En el Sanctus: «Santo, Santo,
Santo». En la doxología: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios
Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo...». En el
final de las oraciones: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
es Dios y vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo...». En la bendición final: «La bendición de Dios todopode-
roso, Padre, Hijo, y Espíritu Santo...».
Todos los días millones y millones de veces: el rico y el pobre, el culto
y el ignorante, el niño y el adulto, manifiestan la Santísima Trinidad,
abrazándose a Ella al santiguarse.

12
VITTORIO MARCOZZI, El problema de Dios, pág. 19.

14
Las Servidoras

Adoremos profundamente este augusto misterio, tal como lo enseña


la Iglesia católica, que «no fuera Dios quien es, si fuera Dios entendi-
do»13.

4. El misterio previene contra los errores teológicos del pro-


gresismo cristiano
El misterio de la Santísima Trinidad produce –en aquél que lo adora,
que lo conoce, que lo confiesa, que lo celebra, que lo predica– un efecto:
lo previene. ¿Contra qué?
En primer lugar, lo previene contra el racionalismo, una de las pestes
del mundo moderno, y una de las grandes pestes del progresismo cris-
tiano. Es la pretensión del hombre de creer que sólo existe o sólo tiene
importancia aquello que el hombre es capaz de conocer con su razón.
O peor aún, esa tendencia por la cual se busca dar explicaciones natu-
rales a lo que de suyo es sobrenatural, como hasta el cansancio vemos
que se hace con los milagros de la Sagrada Escritura, con la Sagrada
Eucaristía, con las vocaciones. Cuando golpee la puerta de tu alma esa
herejía del racionalismo, acuérdate de la Santísima Trinidad.
Reconoce que no puedes darle una explicación absoluta, totalmente
adecuada, porque es algo que se te escapa, te supera, te trasciende.
Entonces allí, al reconocer el misterio de la Santísima Trinidad, por
así decirlo, al doblar las rodillas de tu inteligencia ante la grandeza
del misterio, reconocerás de hecho que hay cosas que te superan.
Entonces no caerás en esa tentación luciferina de hacerte una reli-
gión a tu gusto, que es la gran tentación de los consagrados, la cual,
en el fondo, es una gran tentación de poder, porque se pretende
tener poder incluso sobre el mismo Dios.
En segundo lugar, el misterio de la Santísima Trinidad te previene
contra el naturalismo, otra de las grandes pestes del progresismo cristia-
no. Cuando el Cardenal Ratzinger dijo: «Ahora estamos invadidos por el
neo–pelagianismo», le preguntaron a un cardenal si estaba de acuerdo
con eso. El cardenal respondió: «Sí, estoy de acuerdo con lo que dijo

13
Cfr. SAN AGUSTÍN, cit. en LOPE DE VEGA, Cancionero Divino, Antología de Lírica
Sagrada (Madrid 1947) 174.

15
Carlos Miguel Buela

Ratzinger, pero habría que sacarle el “neo”». El pelagianismo: es el hom-


bre que cree que puede hacer cosas buenas al margen de la gracia, pres-
cindiendo de la gracia. Es la tentación del principio: Seréis como dioses
(Gn 3,5).
En tercer lugar, el misterio de la Santísima Trinidad te previene también
contra el gnosticismo, que tiene el carácter distintivo de creer que todo
–Dios, el mundo, el hombre– es un mismo ser homogéneo. Esta doctrina
herética rechaza de plano la idea de creación «ex nihilo», para sostener
que la creación emana de Dios; en la expresión gnóstica, la creación viene
a ser como la «baba» de Dios. De este modo se elimina la necesidad de la
Redención, es decir, de que Dios salve al hombre: puesto que toda la rea-
lidad tiene un «núcleo» divino, la salvación consistirá entonces simplemen-
te en destapar ese núcleo. Pero contra esta pretensión de dar explicación
racional de todo el universo, propia del gnosticismo, se alza como un
baluarte inexpugnable el misterio de la Santísima Trinidad.
En cuarto lugar, aun más, el misterio de la Santísima Trinidad es
una prevención contra lo que son las aplicaciones pastorales de esta
teología pseudo–cristiana, esto es, el sincretismo religioso, que es la
peste del falso ecumenismo y del falso diálogo interreligioso. Hay que
ir al ecumenismo, pero nunca a costa de la Trinidad; si uno va a costa
de la Trinidad, es falso ecumenismo. Hay que ir al diálogo
interreligioso, pero nunca a costa de la Trinidad; si uno va al diálogo
interreligioso a costa de la Trinidad, ese diálogo interreligioso, por más
buenas intenciones que tengamos, es falso.

5. Tanto la realidad creada como la iglesia están impregna-


das por el misterio trinitario
El misterio de la Santísima Trinidad, como el misterio de Dios, por
así decirlo, permea, atraviesa, impregna toda la realidad. No hay ele-
mento alguno de la realidad creada sobre la que no tenga que decir su
palabra la Santísima Trinidad.
En primer lugar, toda la Creación, como dice Santo Tomás14, es un
vestigio de la Santísima Trinidad; de una manera admirable y maravillo-
sa la Trinidad deja sus huellas en la Creación.

14
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I, 45,7.

16
Las Servidoras

En segundo lugar, en la obra de la Redención. Si deja sus huellas en


la Creación, cuánto más en esa realidad del todo particular que es el
hombre, y el hombre en el Cuerpo Místico de Cristo. Por eso San
Cipriano, hablando de la Iglesia, decía: «Es el pueblo reunido en la uni-
dad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»15. De modo tal que así
como es esencial a la Iglesia la dimensión eucarística –es impensable la
Iglesia sin la eucaristía–; así como es esencial a la Iglesia la dimensión
mariana –es impensable la Iglesia sin la Virgen–; así como es esencial a
la Iglesia la dimensión petrina –es impensable la Iglesia sin Pedro, sin el
Papa–; así como es indispensable la dimensión misionera, así es esen-
cial, es impensable la Iglesia sin la dimensión trinitaria. Sin la Trinidad la
Iglesia no sería Iglesia.
Es el Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen Gentium16, que
desarrolla este punto de las relaciones de la Iglesia con la Santísima
Trinidad: la Iglesia respecto al Padre, Pueblo de Dios, respecto al Hijo,
Pueblo de Cristo, respecto al Espíritu Santo, Templo del mismo. También
Juan Pablo II explicita la dimensión trinitaria de la Iglesia: «La Iglesia...
misma... se configura como misterio de vocación, reflejo luminoso y vivo
del misterio de la Santísima Trinidad. En realidad la Iglesia, “pueblo con-
gregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”17, lleva en
sí el misterio del Padre que, sin ser llamado ni enviado por nadie18, llama
a todos para santificar su nombre y cumplir su voluntad; ella custodia den-
tro de sí el misterio del Hijo, llamado por el Padre y enviado para anun-
ciar a todos el Reino de Dios, y que llama a todos a su seguimiento; y es
depositaria del misterio del Espíritu Santo, que consagra para la misión a
los que el Padre llama mediante su Hijo Jesucristo»19.
Estas relaciones que se establecen entre la Iglesia y la Santísima
Trinidad, se establecen también en la Eucaristía: en el sacrificio de la Misa
los tres grandes protagonistas son el Padre, a quien se dirige el sacrificio,

15
Cfr. SAN CIPRIANO, De Orat. Dom. 23: PL 4,553, cit. en CONCILIO ECUMÉNICO
VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 4.
16
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
«Lumen Gentium», 1.
17
S. CIPRIANO, De dominica Oratione, 23.
18
Cfr. Ro 11,33–35.
19
Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post–sinodal «Pastores Dabo Vobis», 35.

17
Carlos Miguel Buela

el Hijo, que perpetúa su sacrificio, el Espíritu Santo, que es el que hace,


junto con las palabras de Cristo, posible la transubstanciación del pan y
del vino y que se haga el ofrecimiento al Padre.
La referencia y relación al misterio trinitario es esencial también para
el laicado20, y lo es también para el sacerdocio21, y es también esencial
para la vida consagrada22, como lo decimos cuando profesamos nuestros
votos con la fórmula aprobada y decimos: «en dimensión trinitaria», y la
misma misión «ad gentes»23.
Hermosamente describe Lope a San Agustín cuando ahondaba, en
la playa, el misterio de la Santísima Trinidad:

En las riberas del mar


se paseaba Agustino;
altos pensamientos tiene,
hijos de su ingenio altivo.
Lo que presume entender
ningún mortal lo ha entendido:
cómo es Dios uno en esencia,
siendo en las Personas trino;
cómo es el Padre increado,
y cómo engendra a su Hijo
eternamente, y procede
de los dos el Santo Espíritu;
cómo era al principio el Verbo
y era cerca de Dios mismo;

20
«Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión
misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana». JUAN PABLO II, Exhortación apos-
tólica post–sinodal «Pastores Dabo Vobis», 12; cfr. Carta Encíclica «Christifideles Laici»,
10–13.
21
«La identidad sacerdotal... como toda identidad cristiana, tiene su fuente en la
Santísima Trinidad». JUAN PABLO II, exhortación apostólica post–sinodal «Pastores Dabo
Vobis», 12.
22
«Los consejos evangélicos son... ante todo un don de la Santísima Trinidad; la vida
consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con
su amor, su bondad y su belleza». Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dog-
mática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 14; cit. Exhortación Apostólica post–sinodal
«Vita consecrata», 20.
23
Cfr. JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Redemptoris Missio», passim.

18
Las Servidoras

Dios era el Verbo, de Dios


cerca; y esto era en el principio;
cómo la primer Persona
es sin ninguna24 y ha sido;
y que es por generación,
la segunda, que es el Hijo;
cómo la tercera es
(quiere entender atrevido)
por común espiración
de los dos Amor divino;
el ser Hijo y Padre eternos,
porque son correlativos;
y el Espíritu, aquel lazo
que en amor los tiene unidos.

Cuando está pensando en esto


volvió el rostro y vio que un niño
sentado estaba en la arena
a los pies de un pardo risco:
Ensortijado el cabello,
largo, crespo, rubio y rizo,
y en dos estrellas por ojos
engastados dos zafiros:
Como marfil terso, el rostro;
y dos rubíes ceñidos
los labios, que parecían
venda de grana de Tiro.
En sacar agua del mar
el niño está divertido
con una madre de perlas,
cuenca de su nácar limpio.
–¿Qué haces –dice Agustín–,
niño hermoso, en este sitio,
que me da pena si acaso
vas de tus padres perdido?
Mirándole las espaldas
pensó hallar su nombre escrito;

24
es sin ninguna: no procede de otra.

19
Carlos Miguel Buela

más solamente en la cruz


tuvo su rótulo Cristo.
–No estoy en vano –responde–,
que reducir solicito
el mar inmenso que ves
a este pequeño resquicio–.
Agustino le responde:
–No te canses, niño mío,
que es imposible agotar
el mar inmenso en los siglos.
–Pues lo mismo me parece
que hacéis vos, Padre –le dijo–,
porque es, saber lo que es Dios,
proceder en infinito;
que, como el mar océano
no es posible reducirlo
con esta cuenca a esta quiebra,
ni agotar su inmenso abismo,
así vos el mar de Dios
eterno e incircunscripto
con vuestro ingenio mortal,
aunque ingenio peregrino–.
Quedó Agustín admirado
y humildemente advertido
que «no fuera Dios quien es,
si fuera Dios entendido».
Quiso al niño responder,
y no le halló cuando quiso,
desengañado que Dios
no cabe en mortal sentido.
Desde entonces escribió
que era más seguro asilo
el creer que el entender
que Dios se entiende en sí mismo25.

25
LOPE DE VEGA, Rimas sacras, pág. 428 y ss. cit. en LOPE DE VEGA, Cancionero Divino,
Antología de Lírica Sagrada (Madrid 1947) 174.

20
Las Servidoras

Por eso debemos convencernos de que no se puede evangelizar


el mundo –que es el trabajo que Jesucristo quiere que hagamos– si
nosotros mismos no somos testigos de la Trinidad, si nosotros mismos
no somos predicadores de la Trinidad; si perdemos en nuestra vida inte-
rior, en nuestra oración, en nuestra vida diaria, ese trato inefable con el
Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.
Pidámosle a la Santísima Virgen la gracia de darnos cuenta de la
importancia trascendental que tiene el misterio trinitario. Ella, que es
Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo.

2. SIEMPRE EL PRIMERO DIOS

Queridos hermanos y hermanas: hemos tenido unos hermosos días


de reflexión y estudio, en los cuales hemos podido compartir entre todos
lo que son las grandes preocupaciones de la Iglesia en este final de mile-
nio, de manera particular en lo que dice relación a la Palabra de Dios, a
la Sagrada Escritura. Es con ocasión de esto que me voy a permitir
hacer una reflexión sobre lo que me parece que es lo que nos correspon-
de hacer a todos y a cada uno de nosotros.

1. Se ignora al Autor Principal de la Biblia


Hemos escuchado –dicho con autoridad– que la Constitución dog-
mática «Dei Verbum» del Concilio Vaticano II no ha sido recibida toda-
vía –y aparentemente faltarán muchos años para que sea recibida– por
todo el Pueblo de Dios, y nada menos que en el punto central, en la
clave de bóveda de toda la Sagrada Escritura, que es la inspiración bíbli-
ca, es decir, el hecho por el cual Dios se constituye en el Autor Principal
del Libro Sagrado26.

26
Estando en prensa este sermón leí en la Carta Encíclica «Fides et Ratio» 55 que el
Santo Padre señaló otro grave, muy grave, vaciamiento de la doctrina del Concilio
Vaticano II: «Una expresión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el “biblicismo”, que
tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de refe-
rencia para la verdad. Sucede así que se identifica la palabra de Dios solamente con la
Sagrada Escritura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada expresa-
mente por el Concilio Ecuménico Vaticano II».

21
Carlos Miguel Buela

Obviamente, si falta en la consideración de los exégetas y de los teó-


logos la comprensión profunda de que Dios es el Autor Principal del
Libro inspirado, estamos, de este modo, frente a un libro meramente
humano, que valdrá, a lo mejor, más que otro por razón de su
antigüedad, por la autoridad que ha tenido o que puede tener, pero que
en ningún caso deja de ser un libro meramente humano. Así es que
escuchamos y leemos las hipótesis más peregrinas y descabelladas, que
conducen a la destrucción del mismo texto; y esto por obra del raciona-
lismo bíblico y por obra del docetismo bíblico que a priori niegan lo
sobrenatural y la historicidad de aquellos hechos que son como sopor-
tes de las verdades referidas a los dogmas de fe.

Consecuencias en la predicación de la Palabra


Vemos las consecuencias que trae esto: estas doctrinas se enseñan en
las universidades, después de allí se enseñan en los seminarios y en los
estudiantados, y de allí se las enseñan a la pobre gente que es la que
tiene que sufrir espantosas predicaciones.
En nuestra patria, la Conferencia Episcopal Argentina hizo en el año
1988 una «Consulta al Pueblo de Dios», en la que se presentaron cerca
de 80.000 encuestas. La Conferencia Episcopal Argentina27 haciendo un
resumen en el punto dedicado en la encuesta a la predicación, dice lo
siguiente: «Las respuestas a la “Consulta al Pueblo de Dios” reflejan, con
alto índice, la existencia de homilías superficiales (lo que nosotros llama-
mos “regaderas”), y poco preparadas, como también alejadas de la vida
real»28. En esta «Consulta al Pueblo de Dios» se pueden observar los
siguientes datos: en las respuestas individuales, el 31% habla de «homi-
lías alejadas de la vida real»; el 26%, de «homilías superficiales, poco
preparadas»; «homilías demasiado políticas», el 8%29. Es muy interesan-
te que el sector que respondió con mayor porcentaje respecto de esto,
son los seminaristas. De los que respondieron «Homilías alejadas de la

27
CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Líneas Pastorales para una Nueva
Evangelización (Buenos Aires 1990) n. 51.
28
El paréntesis es nuestro.
29
CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Consulta al Pueblo de Dios, Oficina del Libro
(Buenos Aires 1988) 127.

22
Las Servidoras

vida real», el 48% eran seminaristas; «superficiales, poco preparadas», el


53%30. En general, en las respuestas, decían algunos: «no reflejan los sig-
nos de los tiempos»; otros: «son homilías agresivas, extensas, a veces sin
contenido bíblico», con «poco don de la palabra»31.
Ciertamente, si la Sagrada Escritura no tiene a Dios como Autor
Principal, ¿qué es lo que uno va a decir en el púlpito? o ¿qué interés
puede tener eso? Será algo meramente humano, a veces totalmente
inconexo, donde la gente no saca ningún provecho, y donde no se edi-
fica a nadie.

2. También respecto a la Iglesia


Pero, si observamos, la falta de recepción por parte del Pueblo de
Dios no se verifica solamente respecto de la Constitución dogmática
«Dei Verbum», sino que pasa también respecto de los otros documentos
que son como el pivote de toda la doctrina del Concilio Vaticano II,
como por ejemplo, la Constitución dogmática «Lumen Gentium». Para
algunos, Dios es como el «convidado de piedra», todo se arma desde
abajo como si la Santísima Trinidad no tuviese nada que decir en el
tema, como si Dios no tuviese preeminencia en la consideración del mis-
terio de la Iglesia.
Reconocía el Sínodo de 1985 «una creciente desafección hacia la
Iglesia»32. Pensemos sobre todo en Europa, pensemos en nuestra
América, en donde los obispos en Puebla han hablado de «invasión de
sectas»33. Ciertamente que las sectas siguen creciendo, y hay muchos de
nuestros bautizados que se pasan a ellas, y aparentemente las solucio-
nes no aparecen.

30
Ibidem, 131.
31
Ibidem, 133.
32
SÍNODO DE LOS OBISPOS, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria
de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.
33
Cfr. III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, La Evangelización
en el presente y en el futuro de América. El Documento de Puebla destaca el carácter «anti-
católico» e «injusto» de las sectas (n. 80), y señala el hecho preocupante de que «ocupan
el vacío que deja la religión del pueblo» (n. 469), que no es otra cosa que la religión cató-
lica.

23
Carlos Miguel Buela

En cuántos lados que nos toca conocer, en los cinco continentes, nos
encontramos con laicos angustiados y con sacerdotes diocesanos, que
se quejan de estar como ovejas sin pastor (Mt 9,36 y paral.; 1Re 22,17).
¡Cómo se da la falta de lo que el Concilio quería: de «hermanos y ami-
gos»34 de los sacerdotes! A veces los sacerdotes sufren mucho por actitu-
des de tipo dictatorial, por falta de diálogo, incomprensión. Incluso
como decía un gran especialista en derecho canónico de religiosos, por
la «prevaricación», es decir, el obrar a sabiendas o por ignorancia inex-
cusable, dictando resoluciones manifiestamente injustas. Lo cual es el
incumplimiento de las funciones públicas.
Según tengo entendido, más del 60% del episcopado mundial ha
pasado por la Universidad Gregoriana, de tal manera que sí es cierto
que la formación de la universidad baja a los seminarios, de los semina-
rios a las parroquias, pero también es cierto al revés, es un feed–back:
lo que se sufre en las parroquias, se debe a los malos seminarios, y los
malos seminarios se deben muchas veces a las deficiencias en las
Universidades Pontificias. Por eso espero que alguna vez se tenga un
Sínodo de Obispos donde se trate este tema crucial, que es la formación
a nivel teológico y científico de los futuros pastores en las Universidades
Pontificias35. (¡Hay que ver quién le pone el cascabel al gato!).

También se ignora que Dios es el autor de las vocaciones


Nos encontramos también con el grave problema de las vocaciones:
¿con qué nos encontramos al hablar de las vocaciones? Nos encontra-
mos exactamente con la misma posición gnóstica negadora de lo sobre-
natural: así como a nivel de Iglesia se olvida que la Iglesia es «el miste-
rio del Pueblo reunido por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo»36 –como
dice San Cipriano–, y se hace una eclesiología desde abajo; así pasa con
las vocaciones: para los progresistas en las vocaciones el autor principal

34
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y vida de los pres-
bíteros «Presbyterorum Ordinis», II, 7.
35
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre la formación sacerdotal
«Optatam Totius», 16.
36
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 11.

24
Las Servidoras

no es Dios. Se dan razones sociológicas, históricas, generacionales,


familiares, que explican la carencia de vocaciones... pero ¡no es así!
Todas esas cosas podrán ser reales, podrán influir, pero faltan vocacio-
nes, y seguirán faltando, porque a Dios no se lo reconoce como el autor
principal de las vocaciones a la vida consagrada37. Y esto por parte de
ministros... Uno de estos teólogos publicitados decía: «Una persona que
dice que Dios lo llama depende de la psiquiatría»38. Y así están con los
noviciados y los seminarios vacíos. Hace poco recordaba Juan Pablo II:
«De nada sirve lamentarse de la falta de vocaciones sacerdotales y reli-
giosas. Las vocaciones no se pueden “construir” humanamente»39.
Así pasa, por ejemplo, en algunos lugares donde a las pobres monji-
tas les dan cursos –que yo les llamo de tanatología– que son una especie
de eutanasia, o sea, enseñarles a morir sin que se den cuenta. Es la muer-
te dulce: las congregaciones se van muriendo. En vez de decir «Si Dios
sigue siendo Dios, y Dios tiene que ser el primer servido, ¡cómo Dios va
a dejar sin vocaciones a su pueblo!» Lo que pasa es que se confía más en
la cuenta del Banco que en la Providencia de Dios. Si esas congregacio-
nes vendiesen sus bienes y el dinero se lo diesen a los pobres, tendrían
vocaciones. Pero para eso hay que tener coraje evangélico, hay que creer
en la Palabra de Dios, hay que confiar en la Providencia... y si no se cree
que es Dios el que suscita las vocaciones, no tendrán vocaciones.

La Iglesia se transforma en una mera institución humana


Así pasa, lo notamos en nuestro país, ¡qué énfasis que se pone con
la cosa institucional! Se llega a la ridiculez de que los niños, para ser

37
Al tratar el modo de ayudar a los candidatos al sacerdocio que tienen los fieles, el
decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam Totius» 2 dice: «este anhelo eficaz de todo
el Pueblo de Dios para ayudar a las vocaciones, responde a la obra de la Divina
Providencia, que concede las dotes necesarias a los elegidos por Dios a participar en
el sacerdocio jerárquico de Cristo, y los ayuda con su gracia…».
38
«Je suis avant tout un psychologie technicien. Mon idée, comme le titre de mon livre
l’indique, étrait de montrer que toute vocation est un phénomène humain et comme tal
observable. Un sujet que dit que Dieu l’appelle, cela relève de la psychiatrie», MARC
ORAISON, La vocation phénomène humain ; cit. en MAURICE LELONG, O.P., Lexicon de
l’Eglise nouvelle, Ed. R Morel, vox Vocation (Forcalquier 1971).
39
JUAN PABLO II, «Homilía durante la Misa celebrada en Sankt Pölten», L’Osservatore
Romano 26 (1998) 371.

25
Carlos Miguel Buela

bautizados, tienen que tener pase del párroco de la parroquia donde


viven los padres; aunque el niño todavía no es sujeto de derecho, por-
que todavía no está bautizado40. ¡Y no se los bautiza si son hijos natura-
les! Con esta óptica, Juan de Austria no habría sido bautizado, no habría
defendido la fe católica, no habría ganado la batalla de Lepanto... Se
dice que el 50% de los niños nacidos en la ciudad de Buenos Aires son
de uniones de hecho: ¿qué pasará con ellos? ¡Tampoco quieren bautizar
cuando los padres no están confirmados! ¡Esto sucede acá, donde hay
gente que vive en los puestos, en las fincas, que no bajan nunca a la ciu-
dad porque no tienen dinero ni medios de transporte...! Por eso recor-
daba el cardenal Ratzinger: «¡Menos organización, y más Espíritu
Santo!»41. ¡Lo que falta es Espíritu Santo!
El Sínodo de 1985 enseñaba la verdadera naturaleza de la comunión
eclesial: es la común–unión «con Dios por Jesucristo en el Espíritu
Santo»42, es decir, es un don divino, de orden primariamente interno y
espiritual, y se obtiene en «la Palabra de Dios y en los sacramentos»43.
Se fundamenta en la gracia de Dios, no en la organización administrati-
va, por ello «el bautismo es la puerta y el fundamento de la comunión
de la Iglesia; la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida cristia-
na»44. Por este motivo, porque está fundada en Dios y no en la burocra-
cia, «la eclesiología de comunión no puede reducirse sólo a cuestiones
organizativas o a cuestiones referentes a las meras potestades»45. Las
excesivas trabas administrativas son contrarias al espíritu de comunión

40
Dejamos a salvo lo prescripto por el CIC c. 85 §2.
41
Conferencia de apertura del «Congreso Mundial de los movimientos eclesiales» el
17 de mayo de 1998 en Roma. Publicado en Huellas, II, VI (junio de 1998) 22; en Palabra
407 (julio 1998) 58: «Es preferible menos organización y más Espíritu Santo»; en Tracce,
XXV (junio 1998) p32: «Non è lecito pretendere che tutto debba intassellarsi in una orga-
nizzazione unitaria; meglio meno organizzazione e più Spirito Santo!».
42
SÍNODO DE LOS OBISPOS, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria
de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.
43
Ibidem.
44
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
«Lumen Gentium», 11; cit. en SÍNODO DE LOS OBISPOS, «Documento final de la II Asamblea
General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.
45
SÍNODO DE LOS OBISPOS, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria
de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.

26
Las Servidoras

eclesial, y con ello se corre el peligro de mostrar a la Iglesia como un


mero edificio de frías oficinas, eficientes, tal vez, pero vacías de espíritu
y caridad evangélicas: «...con una lectura demasiado parcial del
Concilio, se ha hecho una presentación unilateral de la Iglesia como una
estructura meramente institucional, privada de su misterio. Quizás no
estamos libres de toda responsabilidad ante el hecho de que, sobre todo
los jóvenes, miren críticamente a la Iglesia como una mera institución.
¿No les hemos dado ocasión para ello, hablando demasiado de renovar
las estructuras eclesiásticas externas y poco de Dios y de Cristo?»46.

3. También respecto a la liturgia


También podemos darnos cuenta que lo mismo pasa con respecto a
la Constitución sobre la Liturgia, la «Sacrosanctum Concilium». ¡Cómo se
queja la gente de liturgias desacralizadas, donde pareciera que el único
que sobra es Dios! Olvidan que toda la liturgia, de manera especial la
liturgia eucarística, es el acto de culto al Padre, por el Hijo, en el Espíritu
Santo. Así recordaba el cardenal Daneels: «Sin el sentido de la fe, la litur-
gia es un extraño y penoso teatro, que desde luego no justifica el tener
que desplazarse todos los domingos. Carece de interés, y comprendo que
no se participe en ella». Y sabemos cómo los índices de participación, de
manera especial en la misa dominical, están disminuyendo terriblemente
en todas partes47. Es lo mismo que con las vocaciones: se olvida que Dios
es el protagonista principal de la liturgia48.

46
SÍNODO DE LOS OBISPOS, «Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria
de 1985», L’Osservatore Romano 51 (1985) 780ss.
47
Por ejemplo, la diócesis de San Martín (Buenos Aires), con una población de
713.000 católicos (92% de la población), tan sólo el 4,10% (33.556 personas) asiste a
Misa los domingos. (cfr. Diario La Nación, «La Iglesia traerá sacerdotes polacos», 14 de
abril de 1998, sección Cultura, 11).
48
Este olvido de Dios es lo opuesto a lo deseado por el Magisterio. El Sínodo de 1985
destaca la función de la liturgia como orientadora del espíritu humano hacia lo divino, y
señala a la vez, cuál debe ser la actitud del hombre al participar de esa liturgia: «… la litur-
gia debe fomentar el sentido de lo sagrado y hacerlo resplandecer. Debe estar imbuida del
espíritu de reverencia y de glorificación de Dios». Cfr. SÍNODO DE LOS OBISPOS,
«Documento final de la II Asamblea General Extraordinaria de 1985», L’Osservatore
Romano 51 (1985) 780ss.

27
Carlos Miguel Buela

4. También respecto a la relación de Iglesia y mundo


También podemos referirnos a la Constitución pastoral «Gaudium et
spes», que trata de la relación de la Iglesia con el mundo en los distintos
aspectos que hacen al mundo contemporáneo.
Aquí, también, pareciera que algunos problemas se han agravado.
Por ejemplo, nota Juan Pablo II: «El número de los que desconocen a
Cristo aumenta constantemente, más aun, desde el final del concilio,
casi se ha duplicado»49. Es un desafío para nosotros que queremos ser
misioneros. En este campo podemos hablar sobre el daño terrible que
ha hecho a la misión esa teoría, más bien, ese mito, el nuevo mito del
«cristianismo anónimo». Y el mito de la «salvación automática».
Por ejemplo, las falsas inculturaciones del evangelio, que se convier-
ten de hecho, en una renuncia al evangelio, pretendiendo asumir una
determinada cultura, como el caso de Tissa Balasuriya50, como el caso
de Anthony de Mello51.
Los medios de comunicación social prácticamente no solamente no
tienen en cuenta a la Iglesia de Cristo, sino que organizan, a nivel inter-
nacional, campañas en contra del Papa, objetivo predilecto de toda la
prensa amarilla, y en contra del sacerdocio y de la vida consagrada.
Y así, la Iglesia que tendría que incidir en el mundo pareciera que no
muerde la realidad, no evangeliza. Tenemos escuelas católicas con el
cartelito de «católica»; pero resulta que de ahí salen ateos, como salió el
«Che» Guevara de los betharramitas, como salió Fidel Castro de los
jesuitas... Es la realidad. Esta ausencia de testimonio evangélico sucede
también en las universidades católicas. ¿Dónde está la dirigencia católica

49
Cfr. JUAN PABLO II, Carta encíclica sobre la permanente validez del mandato misio-
nero «Redemptoris Missio», 3.
50
El p. Tissa Balasuriya, O.M.I. (Oblatos de María Inmaculada), fue excomulgado por
la Congregación para la Doctrina de la fe el 2 de enero de 1997. Dicha congregación,
luego de analizar el libro María y la liberación humana, declaró que el mencionado sacer-
dote se «había desviado de la integridad de la verdad de la fe católica, y por lo tanto, no
podía ser considerado un teólogo católico». La declaración también mencionaba que el
sacerdote había incurrido en las sanciones previstas por la ley: excomunión latae senten-
tiae, que al retractarse le fuera levantada. Cfr. L’Osservatore Romano 2 (1997) 24.
51
Los escritos del P. Anthony de Mello, S.J., fueron declarados «incompatibles con la fe
católica»; cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Notificación sobre los escritos del
padre Anthony de Mello (del 24 de junio de 1998), L’Osservatore Romano 35 (1998) 481.

28
Las Servidoras

que tendría que tener este país, de los egresados de las universidades
católicas? En Ruanda, después de cien años de evangelización, se han
matado entre sí en un espantoso genocidio tribus que son cristianas: los
hutus y los tutsis son cristianos. Es un fracaso de la evangelización, pro-
ducto de la pastoral nominalista, salvo los ejemplos heroicos.
¡Qué hablar del tema de la injusticia social! Mucho se habla de los
pobres, y resulta que se va agrandando cada vez más la diferencia entre
los ricos y los pobres. Cada vez hay ricos más ricos y pobres más pobres.
Y como decía un pastor protestante: «Pareciera que desde que la Iglesia
ha hecho la opción preferencial por los pobres, los pobres han hecho la
opción preferencial por las sectas».

5. La causa principal: no creer en la Vida Eterna


Evidentemente que esto es algo para reflexionar, para tomar con-
ciencia, de manera especial los jóvenes seminaristas y las religiosas, por-
que las cosas están difíciles, y probablemente seguirán más difíciles aún.
Y se necesita formar jóvenes que no estén movidos como los toros de la
Rural, por ese anillo en la nariz con el que se los llevan a cualquier lado;
sino que se necesita que piensen y que tengan fe. Pienso que uno de los
grandes males que ha provocado todo esto es la falta de consideración
de la eternidad dentro de la Iglesia. Y así ha pasado que al no darse tes-
timonio profundo, eficaz, convincente, del peso de la vida eterna, se
pierde de vista la trascendencia de Dios para sumergirse en el horizonte
vacío y muerto de la inmanencia temporal y terrena del mundo. Creo
que un ejemplo de fe en nuestros tiempos es el de monseñor Tihamer
Töth, en cuya sepultura en Budapest he podido ver la siguiente inscrip-
ción: «Creo en la vida eterna».
No se cree en la vida eterna, y la vida eterna se ha convertido en
«filfa», porque de hecho, hoy día, tanto el hombre común, como los
«teólogos publicitados», los exégetas, se han olvidado de lo que con
palabras muy sencillas se dice en el evangelio de hoy: Así sucederá en
el fin del mundo: vendrán los ángeles, separarán a los malos de entre
los justos, para colocarlos en el horno ardiente. Allí habrá llantos y
rechinar de dientes. ¿Comprendisteis todo esto? (Si viniese Jesucristo
ahora a una escuela de exégesis, se le reirían en la cara: «Todo es géne-
ro literario», le dirían). «Sí, le respondieron» (Hay que convenir que los
apóstoles y la multitud eran un poco más cuerdos). Entonces agregó:
«todo escriba –todo exégeta, podríamos decir– convertido en discípulo
del Reino de los cielos –hay que convertirse antes– se parece a un

29
Carlos Miguel Buela

dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo» (Mt


13,49–50). De hecho, el progresismo de cepa liberal ha provocado en
la Iglesia el mismo efecto que una damajuana de caña en una jaula de
monos. Y todo –pienso yo, en gran parte– por la pérdida del sentido de
la eternidad.

6. ¿Qué hacer?
Creer, estudiar y propagar la Palabra de Dios, Palabra de Vida Eterna
que nunca pasará.
¿Qué hacer? Seguir haciendo lo que estamos haciendo: seguir estu-
diando en profundidad, seguir tratando de llevar a las almas la doctrina
salutífera de nuestro Divino Salvador, que tiene palabras de vida eterna
(Jn 6,67), palabras que no pasarán: el cielo y la tierra pasarán, pero sus
palabras no pasarán. Pasarán todos estos teólogos publicitados, pasarán
los exégetas que niegan verdades elementales, pasarán todos los sacer-
dotes incapaces de predicar la verdad del Evangelio... ¡Pasarán! Las
palabras de Cristo no pasarán: El cielo y la tierra pasarán, pero mis pala-
bras no pasarán (Mt 24,35; Mc 13,31; Lc 21,33).
Entonces, con entusiasmo, pero a la vez con lucidez, debemos tratar
de que en nosotros en primer lugar, y luego en aquellos hermanos nues-
tros a los cuales estamos destinados, llegue lo que el Concilio en sus
grandes constituciones ha querido hacer y ha querido presentar para el
bien de la humanidad. Y esto hacerlo sin ningún temor: No temáis,
pequeño rebañito, plugo al Padre daros el Reino (Lc 12,32).
Tendremos la Eucaristía, con la gracia de Dios todos los días, porque
según la promesa, la tendremos hasta que Él vuelva.
Tendremos a la Santísima Virgen, nuestra Buena Madre del Cielo.
Y tendremos una luz que nunca se apagará en el mundo, a pesar del
poder de las tinieblas: esa luz es Pedro, porque a él una vez Jesucristo le
dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y los pode-
res del infierno –del Hades, de la muerte, del mal, como traducen los
exégetas ahora, pónganle lo que quieran– no prevalecerán contra ella
(Mt 16,18).
Y con la Eucaristía, con María y con el Papa no tenemos nada que
temer.
¡Siempre el primero debe ser Dios!

30
Las Servidoras

3. LA BONDAD DE NUESTRO PADRE CELESTIAL

Aprovecho la ocasión para tratar de alguno de los temas que siem-


pre hemos considerado muy importantes. Como dice San Ignacio de
Loyola: «No el mucho saber harta y satisface al alma, mas el sentir y gus-
tar de las cosas internamente»52. Hoy quisiera hablar del tema que yo
creo es el más importante en la vida no solamente de un sacerdote, de
una religiosa, sino en la vida de todo cristiano, y es la paternidad de
Dios.
Dios es Padre, pero de una manera particularísima. Es más Padre
que todos los buenos padres de la tierra, porque es un Padre infinita-
mente bueno que por su bondad, libremente, comunica el ser a las
creaturas, crea, y así tenemos las bellezas de la creación, que son una
muestra de la bondad de Dios. En este tiempo hermosísimo acá, en San
Rafael, el canto de los pájaros, los perfumes al atardecer, las puestas del
sol, etc., justamente nos hablan de la bondad de Dios. Las cordilleras
nevadas, el agua cantarina de las acequias... ¡todo!, ¡todo nos habla de
la bondad de nuestro Padre celestial! Dad gracias al Señor porque es
bueno, dice el Salmista, porque es eterna su misericordia (Sl 135,1).
Más percibimos la bondad de Dios al contemplar esa obra que es
más grande que la obra de la creación del mundo: la obra de la
recreación del mundo, la obra de la Encarnación del Verbo, que se
encarna para redimirnos: tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo
único (Jn 3,16) ¡Tanto! Es justamente el mismo Verbo Encarnado que
nos ha hablado tantas veces de su Padre celestial. Los apóstoles le pidie-
ron: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». Y él
les dijo: «Cuando oréis decid: Padre nuestro...» (Lc 11,1–2) ¡Padre!
Es el Padre providente. Mirad las aves del cielo: ni siembran, ni cose-
chan; no guardan en graneros y Dios las alimenta. ¡Cuánto más valéis
vosotros que las aves! ... Mirad los lirios del campo: cómo ni hilan ni
tejen y sin embargo ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de
ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al

52
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [2].

31
Carlos Miguel Buela

horno, Dios así la viste ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! (Lc
12,24–29). Es el Padre que hace salir el sol sobre buenos y sobre malos.
Es el Padre que cuida de todos y cada uno de sus hijos, aun de aquellos
hijos que no se reconocen como hijos. Por eso es Padre, ¡Padre infinita-
mente bueno!
El mismo Jesucristo, en ese momento supremo de la cruz, la primera
palabra –de las siete que dijo– la dirige al Padre: Padre, perdónales, por-
que no saben lo que hacen (Lc 23,34). La séptima, que es la más
hermosa definición de la muerte, también la dirige al Padre: Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,44).
Es por eso que nosotros debemos siempre tener presente la grande-
za de Dios, la providencia de Dios, la misericordia de Dios. Él es el que
nos ama más que nadie sobre la tierra.
Nos ama con ternura, como dice hermosamente la Sagrada Escritura
en distintas partes, por ejemplo:
– el Salmo 103: Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así
de tierno es Yahvé para quienes le temen (v.13);
– el Salmo 51: Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu
inmensa ternura borra mi delito (v.1);
– Nehemías: Mas en tu inmensa ternura no los acabaste, no los aban-
donaste, porque eres tú Dios clemente y lleno de ternura (9,31);
– en las Lamentaciones: Que el amor de Yahvé no se ha acabado, ni
se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan: ¡grande es tu leal-
tad! Mi porción es Yahvé, dice mi alma, por eso en él espero. Bueno es
Yahvé para el que en Él espera, para el alma que le busca (3,25–27).
Incluso, podemos pasar a considerar esa paternidad de Dios, ese
amor amasado de ternura en nuestra historia personal, en nuestra
historia, digamos, comunitaria: ¡Que siendo tantos podamos seguir
comiendo todos los días! Eso es un milagro de la Providencia, y le esta-
mos dando de comer a un número de pobres equivalente al nuestro. Y
debe ser que por eso nos manda a nosotros. ¡La providencia de Dios!
¡Cuántos gestos de altísima delicadeza hemos recibido! ¡Cómo en
forma exquisita se ha manifestado! Pongo un caso, que puede ser un
ejemplo trivial para el que no tiene fe. Era un sábado a la mañana. El
padre N.N. era entonces seminarista, y llegó un poco más tarde al
desayuno. No había leche. No le gustaba porque tenía que ir a hacer

32
Las Servidoras

apostolado: «¡Pero no puede ser que no haya leche, ...bla...bla...bla!».


En eso otro seminarista me dice: – Padre, lo llaman afuera. Lo mandé
al padre N.N. Era un señor, corredor de una empresa de leche, que
trajo un paquete grande, con muchas cajitas de leche en polvo.
Agarré una y le dije: «Ahí tenés leche». ¡Es histórico! Tantas veces
hemos tenido urgencia y necesitamos tres, y manda tres; podría man-
dar cuatro, pero no, ¡manda tres! Para eso es Dios.
Saliendo del orden material, ¡cuánto más en el orden espiritual!
¡Tantísimo más! Porque Él nos ha dado profesores, superiores, misio-
neros, seminaristas, religiosas, etc., que aunque uno tuviese todo el
dinero del mundo no podría comprar, no lo podría hacer. ¿Cómo
hacer, por ejemplo, a un padre N.N.? ¡Único!
Así esa Providencia amorosa de Dios se manifiesta sobre todo en
el orden espiritual, en el orden sobrenatural. Y esa bondad de Dios
–que le va unida justamente porque es bueno– es una cosa que a
veces los hombres olvidamos: Dios, por ser infinitamente bueno, exe-
cra el mal. No es Dios una especie de flan, digamos, que si se mueve
resbala, que está con una cosa y con otra. ¡Él está por la bondad, no
por la mentira! ¡Él está por el bien, no por el mal! ¡Él está por la gracia,
no por el pecado! ¡Él está por la sinceridad, como hemos escuchado
en el Evangelio, no con la doblez! ¿Por qué? Porque es infinitamente
bueno.
Ustedes tienen que perseverar hasta el fin y han de perseverar si
siempre tienen en claro quién es el Señor, el único Señor a quien uste-
des sirven: Dios, nuestro Padre celestial. Pues no sólo es cuestión de
empezar, sino hay que terminar. Como decía el padre Castellani: «Los
argentinos tenemos mucha iniciativa pero poca terminativa». ¡Hay que
tener terminativa! Empezar y terminar.
Así, entonces, con esa confianza absoluta, total, irrestricta en
nuestro Padre celestial, debemos seguir adelante, como dice el salmis-
ta en tantas partes:

¡Qué deseables son tus moradas,


Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

33
Carlos Miguel Buela

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;


la golondrina, un nido
donde colocar su polluelos:
¡tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios! (Sl 83,1–4).

Y a no temer: si uno es fiel al Señor, absolutamente nada nos puede


pasar que Él no lo quiera o lo permita para nuestro bien:

Yo te amo Yahvé, mi fortaleza,


Yahvé, mi roca y mi baluarte,
mi libertador, mi Dios;
la peña en que me amparo,
mi escudo, mi fuerza salvadora,
mi ciudadela y mi refugio (Sl 18,2–3).

«¡Mi Dios y mi todo!», decían los santos, y eso debemos también


decir nosotros.

Que la Virgen nos conceda la gracia de poder decir siempre con los
labios, con el corazón y con toda nuestra vida: Mi alma canta la grande-
za del Señor (Lc 1,46).

34
Segunda Parte

Jesucristo
Capítulo 1
El Verbo Encarnado

1. JESUCRISTO, EL VERBO ENCARNADO

¿Cuál es la cosa más importante en nuestra Congregación, aquella


que constituye el fundamento sobre el que debemos construir todo?
¿Sobre qué verdad fundamental debe basarse nuestra vida? No puede
ser otra que Jesucristo. El carisma propio de nuestra Congregación está
marcado por Jesucristo, el Verbo Encarnado. Éste es el tema que debe
abrevarnos y en el cual debemos beber, teniendo en cuenta tres verda-
des:

1. Jesucristo es Dios, tan Dios como el Padre y el Espíritu Santo.


El tener fe en Cristo es no tan sólo tener inteligencia de sus misterios sino
adherirse con todas las potencias del alma, viviendo esta fe. Debemos
mostrar en nuestras vidas que vivimos de la fe.
En la carta a los Hebreos se nos habla de la fe de Abrahám53. Este
Santo Patriarca nos recuerda la fe de San José, que superó las pruebas
a las que fue sometido porque vivía de la fe.
Tener fe es creer que Jesucristo es Dios y que fue engendrado, no
creado; que en cuanto hombre sí es creado, pero no en cuanto Dios.
Dios Padre tiene una imagen de sí mismo, que por ser Dios es infinita,
es el Hijo, que es engendrado por vía de inteligencia. Entre el Padre y el
Hijo se establece un conocimiento tal, que redunda en un amor infinito,
que constituye la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu
Santo. Al confesar con el Credo de Nicea que Jesucristo es «Dios de

53
Cfr. Heb 11.
Carlos Miguel Buela

Dios, Luz de Luz»54, expresamos nuestra fe en la Divinidad de nuestro


Señor Jesucristo, quien tiene la misma majestad del Padre y del Espíritu
Santo. Por eso es central en nuestra fe la confesión de San Pedro: Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16). Todos los días de nues-
tra vida debemos repetir con los labios y con el corazón esta expresión
que es el corazón de la fe católica: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo.

2. En estos tiempos esa fe ha sido particularmente insidia-


da. Hay muchos teólogos modernos que han negado esa fe en estos
últimos años, como por ejemplo el padre Ansfried Hulsbosch OSA, el
padre Piet Schoonenberg S.J., el padre Jaques Pohier O.P., etc. La
Iglesia ha confesado durante 2000 años esa fe fundamental, de la cual
no nos damos cuenta porque desde chiquitos nos enseñaron que
Jesucristo es Dios. Sin embargo, es muy común hoy día encontrar gente
que no tiene fe, que no niega de palabra, tal vez, pero sí con su vida a
Jesucristo. La gran crisis de fe de hoy día, incluso en la vida consagra-
da, es una crisis de fe en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

¿Cómo se puede constatar esta crisis? ¿Dónde la podemos


palpar?

a. Hay crisis en las vocaciones. ¿Cómo es que no van a haber


vocaciones? ¿Cómo Dios va a dejar a su pueblo sin sacerdotes, sin almas
consagradas? Si no se tiene vocaciones tiene que haber algún problema
ad intra, algún apego a las cosas materiales o poder económico.
Así, cuando nos preguntan qué hacemos para tener vocaciones están
preguntándonos qué tipo de propaganda vocacional realizamos. No
entienden que el tener vocaciones es de Dios: No sois vosotros los que
me elegisteis, sino Yo quien os he elegido (Jn 15,16). Esto es de fe; no
reconocer eso es, en definitiva, no tener fe en Jesucristo. Aquí podemos
poner el caso concreto de alguna religiosa que no ame los sufrimientos,
ni las humillaciones: la pobre vivirá quejándose voluntariamente senci-
llamente porque no tiene fe. Si pedimos al Señor que nos demos cuen-
ta del porqué de la Cruz, llegaremos a gozar de la alegría de la Cruz.

54
DH 125.

38
Las Servidoras

b. Hay crisis en la misión «ad gentes», aun más teniendo que


aprender lenguas dificilísimas. Pero, ¿cómo se puede dar esto? Si se
tiene un Sagrario, una imagen de la Virgen: ¿qué dificultad hay para
un alma en esos lugares? Si Jesús es Dios, no nos va a faltar su pre-
sencia, ni la ayuda de Él. Esto lo deben tener en cuenta sobre todo
los superiores, porque cuando temen mandar o se retraen del envío
misionero, es porque no confían. Fíjense, por ejemplo, en el hecho
que las servidoras fueron a EE.UU., y aprendieron rápidamente la
lengua, como también los Padres del Instituto. O también puede pasar
cuando la religiosa o el religioso tiene miedo desmedido por el desti-
no donde lo manden: ¡qué importa el lugar! ¡Donde sea! ¡Jesucristo
es Dios!

c. Hay crisis con el hábito. La fe de la religiosa también se


manifiesta en el uso del hábito. Éste es una señal externa de que la
religiosa es Esposa de Jesucristo y que se manifiesta como tal ante los
ojos del mundo porque cree de hecho que Él es Dios. ¡Pobrecitas esas
religiosas que andan vestidas sin velo, con las rodillas al aire y sólo
una pequeña crucecita en el pecho! La culpa no la tuvieron ellas sino
las Superioras y las Madres Capitulares, que regulan estupideces.

3. Entonces, si Jesús es Dios la religiosa no tiene nada que


temer: ni que vaya a estar sola, ni miedo al lugar que le toque de des-
tino, ni a las enfermedades, ni siquiera a la propia debilidad. Debemos
recordar que cada vez que los Apóstoles tuvieron miedo, el Señor les
dijo: No temáis, Yo soy (Mc 6,50). Pero aunque una cosa es sentir temor
y otra consentir en el temor, hay que hacer siempre «agere contra». Las
grandes mujeres como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila
o actualmente la Madre Teresa de Calcuta, se caracterizaron por tener
una gran fe. Santa Francisca Javier Cabrini peregrinaba, llegaba a un
lugar, dejaba dos Hermanas y se iba porque decía que las Hermanas
«tienen que aprender a confiar en la Providencia, que Jesucristo las va
a ayudar en todo lo que sea necesario». ¡Cómo lo hemos constatado
hasta el cansancio! Y esta confianza en Jesucristo, se manifiesta en
muchas otras cosas más, que se deduce de sus vidas.
Sabemos que el Anticristo ha de negar que Jesús ha venido en carne
(1Jn 4,2), por eso nunca debemos olvidar que nosotros estamos hacien-
do una pulseada con el Anticristo.

39
Carlos Miguel Buela

El crecimiento vocacional se verá en el crecimiento vocacional de


cada una de ustedes. Tendrán que pasar crisis de vocación y de fe, pero
tengan presente que se comienza a claudicar cuando se claudica en la
fe, cuando se desconfía de Jesús. Por eso, pedimos en esta Santa Misa
por intercesión de San José que las Servidoras del Señor y de la Virgen
de Matará tengan una fe muy grande y crezcan en la contemplación del
Misterio de la Encarnación. El Santo Padre en una de sus meditaciones
dominicales, referida al Jubileo de la Encarnación que se celebró en el
año 2.000, dice que la preparación para tal acontecimiento no es otra
cosa que la contemplación del Verbo Encarnado, la cual ha de culminar
en un acto de amor, amor que para ser verdadero debe ser confiado, sin
temores, ya que el amor todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta...
porque el amor no morirá jamás (1Cor 13,7–8).

2. DISOLUCIÓN DE LA ENCARNACIÓN

I
Nos encontramos celebrando el misterio central de nuestra fe, que es la
Encarnación del Verbo. Este misterio no solamente da nombre a nuestra
pequeña familia religiosa, sino que, por lo menos es nuestra pretensión, de
él queremos nutrirnos en su contemplación para desarrollar, para nosotros
y para nuestros hermanos, las enormes virtualidades que contiene.
De alguna manera, podríamos decir que la historia de la Iglesia, tanto
en su vertiente oriental como en su vertiente occidental, no es otra cosa
que el mayor o menor acierto en el desarrollo de todas las virtualidades
que están contenidas en el misterio del Verbo Encarnado. Misterio que
para nosotros es muy familiar. Sin embargo, no es así para otros hombres.
No debemos olvidarnos, por ejemplo, que las dos terceras partes de la
humanidad desconocen a Jesucristo; por lo tanto, desconocen este miste-
rio. Misterio primero y fundamental de nuestro Señor, que en la misma for-
mulación es tan simple y tan hermoso: la unión de la naturaleza divi-
na con la naturaleza humana en la única persona del Verbo, aque-
llo que técnicamente conocemos con las palabras «unión hipostática».

40
Las Servidoras

He leído en estos días un artículo en el diario La Nación de este


escritor, Carlos Fuentes, quien dice que «no puede aceptar la divini-
dad del Nazareno»55. Ciertamente que tiene que ser por la regadera
que tiene en la cabeza, la mala formación. Pero puede ser también que
tenga culpa la mala presentación por nuestra parte del misterio del
Verbo Encarnado. Él, por ejemplo, puede tener dificultad en aceptar que
un hombre sea Dios, tal vez porque debe estar entendiendo eso como
una suerte de mezcla de naturalezas (o también podría ser que esté bus-
cando escandalizar para vender más libros, porque la cuestión económi-
ca está por encima muchas veces, de las exquisiteces literarias. De
hecho, en ese artículo defiende a las sectas).
Pero por eso es que a nosotros nos corresponde esa tarea hermosa y
apasionante de dar testimonio de Jesucristo. Es lo único que nos da la
razón de ser como familia religiosa: dar testimonio claro y valiente
de que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre en
unidad de persona.

II
Quienes más negaron la verdad de la Encarnación –pues negar la
unión hipostática es negar la Encarnación–, fueron Nestorio y Teodoro
de Mopsuestia, su antecesor. Los cuatro errores principales que sostuvie-
ron respecto a la verdad de la Encarnación son los siguientes:
1º error: «El hijo de María es distinto del Hijo de Dios; luego hay en
Cristo dos personas, la divina y la humana». Error que no solamente es
de aquella época. En nuestro tiempo, varios han caído en este error.
Por ejemplo, según dicen los obispos argentinos en el Suplemento a
la Biblia de Latinoamérica56, en la X edición de la «Nueva Biblia
Latinoamericana», 1976, se afirma: «No cabe lugar para dos padres

55
«Jesús», Diario La Nación, 1 de agosto de 2001, 17. En respuesta a uno de los artí-
culos de Carlos Fuentes publicado en Diario La Nación del 22 de julio de 2001, Mons.
Héctor Aguer escribe una carta –publicada en «Carta de lectores», Diario La Nación, 26
de julio de 2001, 18– en la que dice: «Me llamó la atención el arcaísmo carbonario de que
hace gala el autor, digno de los mejores panfletos demoníacos».
56
Editorial Claretiana (Buenos Aires 1979).

41
Carlos Miguel Buela

[para Jesús], porque Jesús, que nace de María como persona humana,
es Hijo Único del Padre, nacido de Dios desde la eternidad»57 (en la
página 5 del Nuevo Testamento) y, también: «El día en que [Jesús] resu-
cite de entre los muertos, su persona humana será renovada, ampliada,
llena de energías diversas» (en página 84 del Nuevo Testamento).
También en la llamada «Biblia de Puebla» se habla de «la persona huma-
na de Jesús».
Asimismo en autores como Larrañaga, quien en la primera edición
de «El Silencio de María» escribía: «La doctrina invariable de la Iglesia
enseña que Jesucristo, en cuanto persona humana, fue engendrado
verdaderamente por una madre humana...»58. ¡Jamás fue doctrina
invariable de la Iglesia esto! ¡Es un espanto! Justamente nuestro Señor
no tiene persona humana. La única persona de Cristo es la persona
divina. Fue engendrado verdaderamente por el Padre desde toda la
eternidad. Sigue diciendo: «El Verbo pudo haberse encarnado, por
ejemplo, identificándose consubstancialmente, en un momento determi-
nado, con una persona adulta»59. ¡Pero esa persona adulta, ya es una
persona humana! ¡Otro absurdo! Agrega: «En María se identificaron,
consubstancialmente, la humanidad y la divinidad. La persona huma-
na, ella sola, no es todavía la persona de Cristo; la persona del Verbo
Eterno, tampoco es todavía la persona de Jesucristo. Cuando ambas
realidades se identificaron en lo que llaman unión hipostática, entonces
tenemos la persona de Jesucristo. Existió, pues, un proceso
personificador. Y este proceso se llevó a cabo en el seno de María.
Podríamos decir que, simultáneamente, la humanidad asumió la divini-
dad, y la divinidad asumió la humanidad...»60. ¡Eso es otro espanto!
¿Cómo la humanidad va a asumir la divinidad? ¡Ni haciendo fuerza
toda la humanidad junta –la que fue, la que es y la que será– puede
tener poder para asumir la Divinidad! Y más adelante: «El Verbo es,
ante todo, una persona divina, que llega a poseer una naturaleza
humana, y en segundo lugar, es una persona humana, en posesión de

57
Editorial Claretiana (Buenos Aires 1979) 18.
58
Cfr. IGNACIO LARRAÑAGA, El silencio de María, Ed. Paulinas, CEFEPAL, (Santiago de
Chile 1977) 174.
59
Ibidem, 174.
60
Ibidem, 175–176.

42
Las Servidoras

la divinidad»61. Esto es neo–nestorianismo. Es un gravísimo error que


acarrea consecuencias más graves aun en la obra de la Redención: si
en Cristo hay dos personas –como lo afirma el autor mencionado–,
el Verbo no se hizo carne y sólo murió una persona humana en
la cruz por nuestros pecados. Y aun estaríamos con nuestros peca-
dos, y el género humano no habría sido redimido.
Hay también una especie de semi–nestorianismo –y en otro sentido
es una especie de monofisismo (si se entiende) en la persona– en los que
hablan hoy día de la persona divino–humana de Jesucristo. Entender
que en Jesucristo hay una mezcla en la persona, es poner en Jesucristo
un «tertium quid», algo que ni es Dios ni es hombre. Es una mezcla y
una mezcla inconcebible, imposible de darse. Esto, por ejemplo, lo sos-
tenían acá en Argentina unos autores sedevacantistas, o sea más allá
que los lefebvristas. El folleto en el que lo afirmaban se llama: «Fidelidad
a la Iglesia» y tuve oportunidad de refutar eso en un trabajo62. Pero ante
mi sorpresa, en mi último viaje a Francia, en Reims y en
Paray–le–Monial, encontré folletos, que se reparten a la gente, con la
misma doctrina. Incluso tuve oportunidad de hablar con un capellán de
Paray–le–Monial: «¡Dios mío! ¡Esto que escriben las monjitas es un dis-
parate!», le dije. La persona de nuestro Señor Jesucristo es absoluta-
mente simple, con la mismísima simplicidad de Dios. Por denominación,
es decir por una cosa extrínseca, se puede decir «persona compuesta»,
en cuanto hipostasía una naturaleza divina y una naturaleza humana,
pero en absoluto, no. No se debe hablar de persona divino–humana en
Cristo. Ontológicamente, la persona de nuestro Señor Jesucristo es
«omnino simplex», es absolutamente simple.
2º error: «las naturalezas divina y humana de Cristo se unen por
simple unidad moral o accidental» (así como el vestido al cuerpo, o
como el chofer al auto).
3º error: «no hay “comunicación de idiomas”». Con este error se
sostiene que no se pueden predicar de Cristo propiedades divinas y
humanas. Esto es lo que la gente entendió con más claridad que era un

61
Ibidem, 177.
62
Cfr. «Si puede hablarse de “hipóstasis divino–humana” de Jesucristo», Revista
Gladius, XVIII, 1990, 81ss.

43
Carlos Miguel Buela

error. Pero al ser Cristo un ser único, una sola persona, Dios–hombre al
mismo tiempo, las propiedades divinas y humanas no se reparten entre
dos personas, sino que se refieren al mismo Señor Jesucristo (1Cor 8, 6).
4º error: «María no es Madre de Dios sino Madre de Cristo». Por eso
cuando salieron los Padres del Concilio de Éfeso, el pueblo les preguntó
qué habían decidido y al escuchar «Theotokos» (Madre de Dios) lleva-
ron en andas a los Padres conciliares, porque tenían la misma fe en la
maternidad divina de María.

III
Vamos a ver rápidamente tres textos, nada más, textos breves de la
Sagrada Escritura en la cual podemos ilustrarnos y debemos ilustrarnos
en esta verdad de la única persona divina de Cristo.

El primer texto es del evangelio de San Juan: El Verbo se hizo


carne (Jn 1,14). ¿Porqué estos errores que pululan destruyen la fe en la
Encarnación? Porque si el Verbo solamente inhabitó por la gracia en un
hombre, Jesucristo, el Verbo no se encarnó. El Verbo de Dios, de hecho,
habitó y habita por la gracia en todos los santos que hubo, que hay y
que habrá desde la creación del mundo, como podemos ver en la 2ª
Carta a los Corintios: «Vosotros sois templos de Dios vivo» («templos»
porque inhabita Dios), según Dios dijo: «Yo habitaré y andaré en medio
de ellos, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (6,16). Pero si se
entiende encarnación por inhabitación, evidentemente que no hay
encarnación. De tal modo que esa habitación de Dios en el alma del
justo, por la gracia, no puede llamarse encarnación, de lo contrario, Dios
se hubiese encarnado desde el comienzo del mundo en cada uno de los
santos que hubo. En este versículo de San Juan –el Verbo se hizo carne–
se refuta la falsedad de esta opinión. La misma Sagrada Escritura en
otros textos muestra que es erróneo entender la encarnación como mera
inhabitación del Verbo; y de esta forma: habló el Señor a Moisés (Ex
6,2), llegó la palabra de Dios a Jeremías (Jr 29,30), pero nunca se dice
el Verbo se hizo Moisés, el Verbo se hizo Jeremías, o cualquier otro. El
Evangelio, sin embargo, designa de modo singular, singularísimo, único,
la unión del Verbo de Dios con la carne de Cristo cuando dice: y el
Verbo se hizo carne. Por tanto, es evidente que el Verbo de Dios no estu-
vo en el hombre Cristo solamente a modo de inhabitación. Y ello porque

44
Las Servidoras

todo lo que se hace algo es aquello en que se convierte: lo que se hace


hombre, es hombre; lo que se hace blanco, es blanco. El Verbo asumió
una naturaleza humana, el Verbo se hace hombre, es imposible que en
dos que difieren en persona lo uno se predique de lo otro. Por tanto, es
imposible –ya que el Verbo se hizo carne (Jn 1,14)– que en Él haya dos
personas63.
El segundo texto es de la Carta a los Efesios: el mismo que
bajó, es el que subió (Ef 4,10). Aquí también se ve que en Cristo hay
una única persona y ello por dos razones:
a. Ascender a los cielos pertenece a Cristo–Hombre, como dice la
Sagrada Escritura: viéndole los apóstoles, se elevó (He 1,9); veían la
naturaleza humana que ascendía.
b. Descender del cielo pertenece al Verbo de Dios, no porque se
haya dado un movimiento local, sino «en razón de su unión con una
naturaleza inferior». Por eso es que dice San Pablo en la Carta a los
Efesios: el mismo que bajó es el que subió; luego, la persona de aquel
Hombre–Cristo que subió es la misma y única persona del Verbo de
Dios que bajó, es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
El tercer texto que quiero comentar es de Colosenses: en Él
–Cristo– fueron creadas todas las cosas, del cielo y de la tierra, las visi-
bles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las
potestades. Todo fue creado por Él y para Él. Él, que es antes que todo
y todo subsiste en Él. Él es el principio, el primogénito de entre los muer-
tos... (Col 1,16–18).
¿Qué debemos decir aquí? Debemos decir dos cosas también. En
primer lugar, los pronombres se refieren a la persona: nadie dirá «yo
corro», si está corriendo otro; o «yo duermo» si es otro el que duerme.
Cuando nuestro Señor dice: antes que Abrahám naciese, yo era (Jn
8,58), se refiere a su persona, que era antes de Abrahám, porque su per-
sona es persona divina que preexiste a Abrahám, preexiste incluso a la
creación del mundo; existe desde toda la eternidad. Y por eso puede
decir: Yo –se refiere a su persona– y el Padre somos una sola cosa (Jn
10,30). Es evidente que la persona de aquel hombre que habla es la
misma persona del Hijo, el Verbo de Dios. En segundo lugar, los

63
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Contra Gentiles, IV, 34.

45
Carlos Miguel Buela

nombres, como los pronombres, también indican una misma persona.


En el texto que hemos visto se dice: en Él fueron creadas todas las cosas,
ciertamente que se refiere al Verbo de Dios en cuanto Dios; y cuando
dice: Él es el primogénito de entre los muertos pertenece a Cristo en
cuanto hombre. Luego el Verbo de Dios y Cristo hombre, son una sola
persona y lo que se diga de aquel hombre conviene que se diga del
Verbo de Dios y viceversa.

IV
De esta verdad central de nuestra fe se derivan enormes consecuen-
cias que hacen no solamente a la espiritualidad del hombre, sino hacen
a la misma civilización de la humanidad. Es curioso: por ejemplo, el
Museo de Taipei tiene una sala muy grande donde aparece la historia de
la humanidad en gráficos, en fotos, etc. y donde comparan la cultura
china con la cultura occidental. Ahí se puede apreciar claramente que el
arte chino no evolucionó, en cambio el arte occidental sí, de manera
particular luego de la Encarnación del Verbo.
¡Cómo este hecho, el hecho mismo de la unión hipostática, es algo
que tiene consecuencias enormes sobre la cultura, la civilización, sobre
la historia y la vida de los hombres y de los pueblos!
Pidamos hoy la gracia de ser siempre grandes contempladores del
misterio Encarnado, que sepamos presentarlo con valentía a nuestros
hermanos y, de manera especial, que nosotros lo vivamos en plenitud,
confesando al mismo y único Señor Jesucristo como verdadero Dios y
verdadero hombre. Nos lo alcance la Virgen.

3. «YEL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE


NOSOTROS» (Jn 1,14)

Me pareció conveniente para esta ocasión, en la que de manera espe-


cial nosotros participamos del Gran Jubileo del año 2000, referirme jus-
tamente a lo que constituye el misterio central por el cual toda la cristian-
dad en este año recuerda los 2000 años de la Encarnación del Verbo.

46
Las Servidoras

Y ciertamente que en el mundo no hay cosa más grande que


Jesucristo, y por eso creo que la gran experiencia que tienen que hacer
los jóvenes de todos los siglos y de manera especial los de este siglo, que
serán los jóvenes del tercer milenio, es hacer lo que yo llamo la experien-
cia de Jesucristo, que es algo muy personal, pero como estoy dirigién-
dome a mucha gente, no puedo hacerlo como cuando se habla de uno
a uno, sino que va a tener algo de impersonal.
Pero el encuentro con Jesucristo no es impersonal, sino que es el
encuentro de Él con cada uno, es en la intimidad de la conciencia, en lo
recóndito del corazón y del alma, y por eso es más que personal, es per-
sonalísimo, porque no hay dos hombres iguales y por tanto no hay dos
encuentros con Jesucristo iguales. El encuentro de cada uno y de cada
alma con Jesucristo tiene características singulares, porque somos perso-
nas, no somos números, ni robots...
Por eso mismo el encuentro con Jesucristo es único, donde nadie
puede ocupar mi lugar, donde soy yo el que tiene que poner los medios
para que realmente ese encuentro sea un encuentro real, sea fructífero,
sea inolvidable, sea un encuentro que realmente me marque para toda
la vida.
Y por eso, a mi parecer, hay determinados puntos que hay que tener
presente para que esto sea un encuentro auténtico:

1. Unirse a su Persona
Cuando conocemos a alguien, conocemos su exterior, su cara, su
rostro, vemos su cuerpo, pero no vemos su alma, no vemos «su perso-
na». Sin embargo lo más importante es «su persona».
Nos damos cuenta de cómo es esa alma, de cómo es esa persona, a
través de sus actos, de lo que hace, de lo que habla, cuando vemos sus
virtudes.... y recién después podemos decir que lo conocemos; de
manera similar sucede con Jesucristo.
Muchas veces, lamentablemente, el conocimiento que se tiene de
Jesucristo es un conocimiento superficial, de afuera, es cáscara, es bar-
niz. Creemos que conocemos a Jesucristo porque desde chiquitos apren-
demos a distinguirlo al ver un crucifijo, pero mientras no lleguemos a su
alma, a su corazón, mientras no lleguemos a «su Persona», no lo cono-
cemos realmente.

47
Carlos Miguel Buela

Conocerlo significa que puedo dar razón de la pregunta: ¿quién es


Jesucristo? Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre, y que es Hijo de
Dios quiere decir que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Por lo tanto unirme a su Persona quiere decir unirme a la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad; unirme a su Persona es poder dar una
respuesta convincente, por estar yo primeramente convencido de qué
hizo Jesucristo, de cuál fue su vida, su misión en este mundo, de quié-
nes fueron los predilectos de su corazón, de qué es lo que nos enseñó.
Y así como sucede en el conocimiento humano, que cuando conoz-
co a una persona y en lo profundo, esa persona a su vez, por simpatía,
me conoce, porque me he tomado el trabajo de conocerla; del mismo
modo acontece cuando lo conozco a Él, tomo conciencia de que Él
me conoce, y me conoce no de una manera superficial, no de afue-
ra, no como me conocen los demás que dicen: «es esto, es lo otro»,
porque se fijan generalmente sólo en cosas exteriores, sino que me
conoce en lo profundo, en lo más profundo de mi conciencia, ya que
Él es más interior a mí que yo mismo. No hay quien me conozca tanto
como Él. Y cuando se da ese conocimiento, necesariamente se sigue el
amor: el amarlo, y amarlo como sólo a Dios se puede amar, amarlo con
un corazón irrestricto, sobre todas las cosas, con todas las fuerzas del
alma, con todas las fuerzas del corazón, con todas las fuerzas de la
mente; con un amor afectivo, es decir, con actos de amor de mi volun-
tad por los cuales yo lo amo y me enamoro de Él y me dejo enamorar;
y con un amor efectivo, es decir, haciendo lo que Él quiere. Y ahí
descubro también que no sólo me conoce intimísimamente, sino que
descubro que me ama intensamente.
En la apertura del Jubileo de los Jóvenes de este año, el 15 de este
mes, en Roma, el Papa les decía a los jóvenes: «No penseis nunca que
sois desconocidos a sus ojos, como simples números de una masa anó-
nima; cada uno de vosotros es precioso para Cristo, Él los conoce per-
sonalmente y los ama, incluso cuando no se dan cuenta de ello»64.
Como decía una gran santa, Santa Catalina de Ricci: «Él se consume por
darnos sus gracias»65. Y como en el caso de nuestro Señor estamos en

64
JUAN PABLO II, «Palabras de acogida en la plaza de San Pedro», L’Osservatore
Romano 33 (2000) 1651.
65
«Egli si strugge a darvi delle grazie». DOMENICO DI AGRESTI, Caterina de Ricci.
L’esperienza spirituale della santa di Prato, Edizioni Libreria Cattolica (Prato 2001) 87.

48
Las Servidoras

un orden que no es meramente el orden natural, (su cuerpo...) sino que


también es sobrenatural (su naturaleza divina, su Persona divina...) el
conocimiento que debemos tener de Él es un conocimiento sobrenatu-
ral, un conocimiento por la fe, por la esperanza y por la caridad. Por eso
es que siempre debemos pedir la gracia de crecer en la fe, siempre debe-
mos alimentar nuestra fe, siempre tenemos que pedir, como pedía aquel
del Evangelio: Creo, Señor, ayuda mi incredulidad (Mc 9,14).
En el día de ayer, el Papa, en Tor Vergata, en las afueras de Roma,
hablando con los jóvenes, ante dos millones de jóvenes, hizo una pre-
gunta: «En el año 2000, ¿es difícil creer?». Y respondió: «Sí, es difícil,
no hay que ocultarlo». Son tantos los ataques despiadados que se reci-
ben a través de los medios de comunicación social contra la fe, que se
va haciendo cada vez más difícil la fe católica. Por eso, hay que apren-
der a tener una fe viva, una fe valiente, una fe operante, una fe intré-
pida, una fe que puede llevar, como ha llevado a tantos hermanos
nuestros en este siglo que pasó, a dar la misma vida por nuestro Señor,
siendo mártires, y sufriendo el martirio cruento. Esa fe que nos enseña
nuestro Señor es una fe que nos debe llevar a tener, respecto a Él, dis-
tintas características:
a. Confianza. Cuando uno auténticamente cree, puede decir como
el apóstol San Pablo: Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp
4,13); o como él mismo también dijo: Sé en quién he puesto mi confian-
za (2Tim 1,12). Por tanto, no basta una fe meramente cerebral, sino que
es necesaria una fe que se tiene que hacer vida en nosotros, una fe por
la cual nosotros, a pesar de las dificultades que tengamos que pasar,
siempre debemos confiar en Él, porque sabemos en quién hemos pues-
to nuestra confianza. Y por muy difícil que sea la fe en estos tiempos,
por muy difícil que sea la fidelidad a Jesucristo, si realmente creemos en
Él, no debemos tener miedo: Ánimo –dice en varias partes del
Evangelio– no temáis, soy Yo (Mt 14,27).
b. La esperanza, que es la certeza de que si hacemos lo que tene-
mos que hacer, un día alcanzaremos el premio. Ella es la que debe
movernos a hacer actos grandes en toda virtud, con tal de alcanzar el
conocimiento de Jesucristo nuestro Señor.
c. El convencimiento de que sólo la caridad, como decía Don
Orione, salvará al mundo. Por eso la caridad de Cristo nos urge, nos
apremia (2Cor 5,14).

49
Carlos Miguel Buela

Vivir la caridad como la vivió, por ejemplo, el Beato Hurtado, que


supo hacerse todo para todos, buscando a los pobres, a los necesita-
dos, a los ancianos, abriendo ese Hogar de Cristo, que todavía hoy
sigue abierto, y que es una maravilla, un monumento a la caridad cris-
tiana.

2. Tener su espíritu
No basta una unión exterior, ni siquiera basta el cumplimiento exter-
no de determinados ritos o de determinadas obras, sino que hay que
tener su espíritu. Pocas palabras hay en la Sagrada Escritura tan graves
como aquellas del apóstol San Pablo en la carta a los Romanos: El que
no tiene el espíritu de Cristo, ése no es de Cristo (8,9). Puedo venir de
una familia muy católica, puedo ser de un ambiente, de una sociedad
muy cristiana, puedo haber recibido todos los sacramentos habidos y
por haber, puedo conocer de memoria el Evangelio y toda la Biblia,
pero si no tengo el espíritu de Cristo, no soy de Cristo. Hay que tener su
espíritu, por eso el Apóstol insiste Llenaos del Espíritu Santo (Ef 5,18).
Y, ¿cómo sé si tengo el espíritu de Cristo? Sé si tengo el espíritu de
Cristo, en tanto y en cuanto vea en mí los frutos del espíritu.
Y, ¿cuáles son los frutos del espíritu?
Lo dice San Pablo en la Carta a los Gálatas: los frutos del espíritu son
caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza (5,22). Ese espíritu es el mismo reino de Dios, como también
dice el Apóstol en la carta a los Romanos: el reino de Dios es justicia,
paz, y gozo, alegría en el Espíritu Santo (14,17). Por eso, los que son
movidos por el Espíritu Santo, son hijos de Dios.

3. Asimilar su doctrina
Recordamos este año que el Verbo se hizo Carne. Y así como el
Verbo se hizo carne en Jesucristo, el Verbo también –por así decirlo– se
hizo letra en los Evangelios, porque quiso dejarnos documentos escritos,
que nos transmiten los Apóstoles y la Iglesia, por la cual, de una mane-
ra verdadera, nos llega la verdad cierta acerca de Jesucristo.
Lo cual nos obliga a conocerlo para saber defender su doctrina,
porque como decía Juan Pablo I, «Hoy de la fe sólo se tiene lo que

50
Las Servidoras

se defiende»66. Esto ayer lo recordaba el Papa, en Tor Vergata, a la


noche. Quiso dejar a los jóvenes un regalo, para que puedan ser los
cristianos del tercer milenio: el Evangelio. Y les decía: «La Palabra
que contiene es la Palabra de Jesús. Si la escucháis en silencio, en
oración, dejándoos ayudar por el sabio consejo de vuestros sacerdo-
tes y educadores con el fin de comprenderla para vuestra vida,
entonces encontraréis a Cristo y lo seguiréis, entregando día a día la
vida por Él»67. Asimilar la doctrina de Jesucristo es llegar a compren-
der lo que es el corazón del Evangelio, lo que son las
Bienaventuranzas. Comprender el corazón del Evangelio es com-
prender aquello que es diametralmente opuesto a lo que el mundo
quiere. Así, por ejemplo:
– El mundo reclama riquezas; Jesús dice: Bienaventurados los que
tienen alma de pobres (Mt 5,3).
– El mundo busca vengarse; Jesús dice: Bienaventurados los mansos
porque poseerán la tierra (Mt 5,4).
– El mundo tiene hambre y sed de cosas materiales; Jesucristo dice:
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (Mt 5,5).
– El mundo no perdona; Jesús dice: Bienaventurados los miseri-
cordiosos (Mt 5,6).
– El mundo vive en los excesos, y en la idolatría de la carne y del
sexo; Jesús dice: Bienaventurados los puros (Mt 5,7).
– El mundo cree que va a solucionar las cosas con guerras, luchas
y peleas; Jesús dice: Bienaventurados los pacíficos (Mt 5,8).
– El mundo cree que lo mejor es el confort, el pasarla bien, y ¿qué
me importa lo demás?; Jesús dice: Bienaventurados los que sufren
persecución. Alegraos y regocijaos entonces, porque grande será
vuestro nombre en los cielos (Mt 5,9).
Él es el único que tiene Palabras de vida eterna (Jn 6,68).

66
ALBINO LUCIANI, Ilustrísimos Señores (Madrid 1978) 93.
67
JUAN PABLO II, «Homilía durante la vigilia de oración celebrada en Tor Vergata»,
L’Osservatore Romano 34 (2000) 1652.

51
Carlos Miguel Buela

Yo ya tengo años; ¡tanto he escuchado mentir!, ¡tanto…!, por la


radio, por la televisión, por los diarios, en los libros, en las
conversaciones, en las promesas electorales –yo ya no sé cuántas
elecciones he pasado en este país– ... ¡Están hablando y les están
mintiendo! Sin embargo, están en pose, desayunan con bronce, para
tener un busto en la plaza... Y ¡te están mintiendo! ¡Mienten!
Jesucristo, no; Jesucristo no miente. ¡Es el único que no miente! Y no
solamente no miente, sino que es el único que tiene palabras de vida
eterna: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mc
13,31). Cambiarán las modas, las costumbres, el modo de vestir, se
comerá con píldoras, será todo de plástico... vaya a saber las cosas
que van a venir todavía... Pero Jesucristo no cambiará; su Palabra no
cambia. Yo soy Dios y no cambio (Mal 3,6). Jesucristo es el mismo
hoy, ayer y siempre (Heb 13,8). Por eso Él dijo: Yo soy la Verdad (Jn
14,6). Descubrir la sublimidad de la doctrina de Jesucristo, su belle-
za; la doctrina de Jesucristo es algo tan extraordinario, que aún hoy,
después de dos mil años desde que Él la ha enseñado, es algo extre-
madamente actual. Es la única novedad, porque es la cosa más per-
fecta que se conoce. La sublimidad de la doctrina está dada por
varias notas, lo que muestra su excelencia extraordinaria.
a. Por su integridad: da una enseñanza completa sobre Dios, el hom-
bre, el mundo. Resuelve los problemas que más han angustiado a la
humanidad en todos los tiempos: cuál es el origen del mundo, del hom-
bre, del mal, cómo se hace para luchar contra el mal, cuál es el sentido
de la muerte, cómo hay vida después de la muerte en este mundo, cuál
es el fin del hombre.
b. Por su santidad: da normas que regulan perfectamente la vida del
hombre. Respecto de Dios, en el culto cristiano, perfectísimo, el culto
que el mismo Hijo de Dios Encarnado da al Padre: en espíritu y en ver-
dad (Jn 4,24). Respecto a los hombres, enseñándonos a amar aun a los
enemigos: amar a los pecadores, amar a los pobres, que son las grandes
señales del amor cristiano. Respecto a nosotros mismos, respetar nues-
tra dignidad de hijos de Dios, y de tener por el bautismo, como dice el
apóstol San Pedro, una participación en la misma Naturaleza divina (2Pe
1,4). Además, nos da medios eficaces para cumplir con esas normas;
medios eficaces que son el auxilio externo: el ejemplo de nuestro Señor
Jesucristo, su vida y el auxilio interno, la gracia, que nunca falta si
nosotros hacemos lo que tenemos que hacer, que nos viene por los
sacramentos dignamente recibidos.

52
Las Servidoras

c. Por el premio perfecto que nos da en esta vida: el máximo de feli-


cidad que se puede tener en este valle de lágrimas, que es la paz de la
conciencia, la alegría del alma, aun en medio de las cruces, y en el otro,
la vida eterna, el gozo sin fin.
d. La unidad armónica de todos los dogmas entre sí: de la Santísima
Trinidad con la Encarnación del Verbo; el misterio de Jesucristo con el
misterio de la Santísima Virgen; el misterio de la Iglesia en el misterio de
Cristo; y así, una armonía maravillosa, una armonía de la fe con la
razón, de los misterios, con los mismos preceptos de la ley natural.
e. Es aptísima, porque se acomoda a todos los hombres, de todo
género y condición, porque es profunda y sencilla. Queda admirado de
esa doctrina el sabio, si es verdaderamente sabio, y queda admirado de
esa doctrina el hombre de campo, que a lo mejor es analfabeto; de toda
nación y lugar, a través de todos los tiempos, en todas las geografías.
Y que muchos no alcancen la santidad que deberían se debe a que
los pueblos están apostatando de Jesucristo. Se buscan falsos dioses: el
Estado, el dinero, el sexo... se cae en la idolatría y así es como van las
cosas.
En definitiva asimilar su doctrina es conocer ese monumento que
tenemos a nuestro alcance, resumen de toda la fe católica, que es el
Catecismo de la Iglesia Católica, que deberíamos conocer mucho mejor.
Asimilar su doctrina es actualizarse frente a los modernos ataques, como
por ejemplo los de la New Age, los de las sectas que dicen cualquier bar-
baridad, que debemos saber refutar.

4. Cumplir sus mandamientos


El que me ama cumple mis mandamientos (Jn 14,21), no todo el que
dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino quien cumpla
mis mandamientos (Mt 7,21).
Hoy no se cumplen los mandamientos de la ley de Dios. Recuerdo y
recordarán algunos que habrán estado presentes, hace años, frente a la
catedral de San Rafael, era la fiesta patronal, presidía monseñor León
Kruk, quien, en un momento de su discurso, dijo: «La Argentina se arre-
gla con dos cosas –yo me agarraba la cabeza, y decía, “si los problemas
son tan complejos, ¿cómo con dos cosas solas se va a arreglar?”–: con
cumplir dos mandamientos: no mentir y no robar». Y tenía razón. Miren
si los dirigentes que tenemos dejasen de mentir, y dejasen de meter la

53
Carlos Miguel Buela

mano en la lata... simplemente con eso. Me hizo recordar en ese


momento a otro grande de este tiempo, que sufrió campo de concentra-
ción: Alexander Solzhenitsyn, en la época de mayor fuerza del régimen
soviético, y sin embargo hacía la denuncia contra el régimen, y en uno
de sus libros, decía: «¿qué se puede hacer frente a un imperio del mal,
a un imperio policial, dominado por la mentira? Nos tenemos que com-
prometer a una cosa, a no consentir en la mentira». Pero uno decía,
«¿los misiles que tienen, los submarinos atómicos?». Sin embargo, tenía
razón, porque en cuanto se dejó de mentir un poquitito... cayó todo,
como un castillo de talco, como por implosión.
Y además de que no se cumple los mandamientos, se los quiere cam-
biar. Así, el señor Ted Turner, el dueño de la CNN, que tiene mucho dine-
ro y que por eso se cree dueño del mundo, dijo que hay que quitar un
mandamiento: «no fornicar», y con eso se definió a sí mismo, puesto que
lo que él busca es fornicar, es un viejo verde. También los participantes de
la nueva cumbre de la tierra de la reunión preparatoria de las Naciones
Unidas, que se celebró en Río de Janeiro entre el 13 y el 21 de marzo de
1997, elaboraron la así llamada «Carta de la Tierra», carta llena de tierra
habría que decir... En ella expresan lo siguiente: «hay que elaborar una
nueva ética para un mundo nuevo, un nuevo código universal de conduc-
ta: reemplazar los diez mandamientos por los dieciocho principios de esta
carta». ¡Pero fíjense...! ¿Se creerán otros Moisés?, y eso que Moisés –a los
diez mandamientos– no los inventó él sino que los recibió de Dios. ¿Y qué
proponen como mandamientos, como nueva ética, como conducta del
mundo nuevo? Una de las cosas es asegurar la salud reproductiva de las
mujeres y las niñas; otra es reconocer el derecho de los homosexuales y
lesbianas para unirse legalmente y adoptar niños; también el derecho a la
esterilización masculina y femenina; el derecho a la contracepción y el
aborto, el derecho a la contracepción post–coital; etc.68. Lo que es la sober-
bia del ser humano: ¡ésta es la nueva ética, es la nueva porquería que
quieren imponer, la globalización, el nuevo orden mundial; quieren impo-
ner los anti–mandamientos de la ley de Dios! También en nuestro país
sucede esto, como por ejemplo, las leyes acerca de la salud reproductiva,
en las que se olvidan que la caridad es el vínculo de la perfección, o de lo
que dice San Juan en esto consiste el amor, en que vivamos conforme a
sus mandamientos, éste es el mandamiento, que viváis en el amor (2Jn 6).

68
Cfr. Revista AICA, del 30 de abril de 1997.

54
Las Servidoras

5. Frecuentar los sacramentos


Quiero insistir en la importancia del sacramento del bautismo, si
alguno acá no está bautizado todavía y quiere bautizarse, hable con la
comisión de pastoral que le han de indicar qué es lo que tiene que hacer,
qué es lo que tiene que estudiar para bautizarse, ya que hay que bauti-
zarse cuanto antes; bauticen a sus niños cuanto antes, y en caso de peli-
gro de muerte todos tienen el deber de bautizar, basta tener un poco de
agua y decir las palabras: «N.N. yo te bautizo en el nombre del Padre, y
del Hijo y del Espíritu Santo», y esa persona queda bautizada, y se va al
cielo. Eso es una obligación.
La confesión. Habrá acá tal vez alguno que hace muchos años que
no se confiesa, porque quizás no hizo la primera comunión, o la hizo
pero ni siquiera se confesó; o se confesó mal y desde entonces tiene
algún escrúpulo y no quiere confesarse más; o tuvo alguna experiencia
negativa por la cual se ha alejado de la confesión. Pero es Cristo el que
nos dijo: a quienes perdonen los pecados, les serán perdonados (Jn
20,23). Son palabras de Él, y nosotros tenemos que recibir la gracia del
perdón a través del sacramento de la confesión, penitencia o reconcilia-
ción. No interesa la cara del ministro, lo que interesa es que cuando el
sacerdote dice: «yo te absuelvo...» es Jesucristo el que está perdonando
los pecados, y después borrón y cuenta nueva.
Por eso, debemos frecuentar los sacramentos. Decía San Juan Bosco:
«los jóvenes se forman con buenas confesiones y buenas comuniones».
¿Y la comunión?, ¿cómo no recibir a Jesús, que ha querido quedar-
se presente bajo las apariencias de pan y vino para ser alimento de nues-
tras almas? «Tomad y comed», «tomad y bebed». ¡Tomad! ¡Comed!
Quiso quedarse como comida y como bebida espirituales, para dar fuer-
za a nuestra alma. Si caemos en pecado, si nos resulta tan difícil muchas
veces luchar contra la moda, tenemos que acudir a la fuente de la gracia,
que es Él, y comulgar dignamente, y ahí vamos a recibir la fuerza para
hacer lo que tenemos que hacer, «aunque vengan degollando...»69, como
Santa María Goretti, o el Beato Pier Giorgio Frasatti. Hay que comulgar,
y hay que acostumbrarse a ir a Misa todos los domingos. Hay una carta
apostólica hermosísima del Papa acerca del día del Señor, el Domingo

69
JOSÉ HERNANDEZ, Martín Fierro, I.

55
Carlos Miguel Buela

(«Dies Domini»); donde se nos recuerda la obligación de la misa domi-


nical. ¿Y por qué? Porque cuando uno lo recibe a Jesús, se asimila a Él,
recibe su luz, recibe su fuerza, recibe el consuelo que Él nos da, y nos da
juntamente con la gracia santificante, con el aumento de la gracia santi-
ficante, las gracias propias de la comunión, de la Eucaristía. Mi carne es
verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida; quien come mi carne
y bebe mi sangre, vive en mí y Yo en él (Jn 6,54).

6. Imitar sus ejemplos


Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Flp 2,5).
Tenemos que aprender a amar como Él: ser cristiano es ser alguien
que ama como Jesús. Tenemos que aprender a servir como Él, hasta la
muerte. En ser justos, en ser pacientes, en ser mansos, en ser humildes,
en sacrificarnos, en llevar la cruz, la cruz de nuestra vida diaria; la cruz
que es el cumplimiento de la ley de Dios; la cruz que es el cumplimien-
to de los deberes de estado; la cruz que es soportar mis defectos, sopor-
tar los defectos de los demás. Como dice también el apóstol San Pablo:
Pues, por la momentánea y ligera tribulación, nos prepara un peso eter-
no de gloria incalculable a cuantos no ponemos nuestros ojos en las
cosas visibles, sino en las invisibles, pues las visibles son temporales, y
las invisibles son eternas (2Cor 4,17–18).
Sin ir más lejos, ayer, el Papa le pidió a los jóvenes «el martirio de ir
contra corriente». Agregaba él hermosamente: «en realidad, es a Jesús a
quien buscáis cuando soñáis la felicidad. Es Él quien os espera cuando no
os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae;
es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite deja-
ros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras
que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones de la
vocación más auténticas que otros querrían sofocar –como suele ocurrir
con las decisiones a la vida consagrada–; es Jesús el que suscita en
vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande; la voluntad de
seguir un ideal; el rechazo de dejaros atrapar por la mediocridad; la valen-
tía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a
vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna»70.

70
JUAN PABLO II, «Homilía durante la vigilia de oración celebrada en Tor Vergata»,
L’Osservatore Romano 34 (2000) 1652.

56
Las Servidoras

7. Estar en comunión con su Iglesia


Es Él el que dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt 16,18).
Si nosotros estamos con Pedro, con el Papa, no tenemos que tener
miedo, aunque vengan todos los poderes del infierno juntos, porque las
puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia (Mt 16,18). Y es Él
el que dijo a los Apóstoles y a sus sucesores: Quien a vosotros escucha,
a Mí me escucha (Lc 10,16).
Esa experiencia de Iglesia –que es lo que estamos haciendo nosotros
acá– es lo que nos tiene que llevar a conocer por qué es posible esto: es
posible esto por Jesucristo, porque Él nos da su Espíritu, porque Él nos
enseña a ser solidarios unos con otros, porque Él nos enseña que debe-
mos ocuparnos de las cosas del alma, de las cosas importantes, de las
cosas que no pasan, de las cosas que no mueren.
La experiencia de Iglesia también es experiencia de que hay mal
entre los hombres de Iglesia. Lo dijo el mismo Jesús: habrá trigo y ciza-
ña71. Si todos fuésemos, trigo, todo el mundo sería católico. Pero hay
trigo y cizaña, entonces, uno tiene libertad. Si uno viese que todos son
santos, entonces uno estaría forzado a seguirlo a Jesucristo. Y no es así:
vemos que en el Colegio Apostólico estuvo Judas. ¡Trigo y cizaña! Y será
así hasta el fin de los tiempos, y el que piense otra cosa es un utópico.
No existe la Iglesia de los solos buenos. La Iglesia es santa porque el
principio, los medios y el fin son santos. Pero la Iglesia tiene en su seno
a pecadores que somos nosotros. Por eso tenemos que rezar el «yo peca-
dor» al comienzo de cada Misa, por eso tenemos que confesarnos a
menudo; no somos ángeles, nacimos con el pecado original, cometemos
muchos pecados todos los días, el justo peca siete veces al día (Pr
24,16). Y justamente ver el mal en la Iglesia, que es una de las tentacio-
nes más grandes que puede tener el cristiano, nos tiene que llevar a
nosotros a tener más fe en Jesucristo, porque Él ya lo profetizó, lo dijo
hace dos mil años: ¡Habrá trigo y cizaña!
Y, ¿qué es lo que tenemos que hacer nosotros? Trabajar para ser
trigo. Me dijo una vez un periodista, en un reportaje por televisión: «Ah,
yo sería católico, o la gente dice que sería católica, pero resulta que los
que van a Misa son malos, son injustos, no pagan esto, no hacen lo otro,

71
Cfr. Mt 13,25ss.

57
Carlos Miguel Buela

etc.». Le dije: «Mirá, entre los Doce hubo uno así, eso significa el 8,33%,
lo cual, hablando en plata, en estos momentos en que somos más de mil
millones de católicos, significa que por lo menos –porque no vamos a
ser más que Jesucristo– tiene que haber 86 millones de falsos católicos.
Vos trabajá para no ser uno de ellos». Entonces dijo: «Bueno, vamos a
una tanda publicitaria...».

8. Reconocerlo en los hermanos


Pensemos, en primer lugar, en los pobres. Han conocido los hogarci-
tos, han visto a los niños discapacitados. Obra grande. Se los atiende
porque son el mismo Jesús. Tuve hambre y me disteis de comer; tuve
sed y me disteis de beber... (Mt 25,35). Pero no sólo tenemos que hacer-
lo con estos casos límites, los discapacitados; tenemos que reconocerlo
en mi esposo, en mi esposa, en mis hijos, en mis nietos, en mis alum-
nos, en los que nos rodean, porque eso vale para todos: Tuve hambre y
me disteis de comer. Estos jóvenes que están sacrificándose en estos
días, haciendo la comida para todos nosotros, ¿vieron con qué cariño lo
hacen? Entienden que están cocinando para Jesús. Tuve hambre y me
disteis de comer. ¿Cómo se puede dar de comer a tantos? Se puede dar
de comer a tantos cuando hay jóvenes que tienen la disponibilidad inte-
rior, espiritual, de hacerlo lo mejor posible por el bien de los hermanos.
Este mandamiento tenemos: quien ama a Dios, ama a sus hermanos
(1Jn 4,21).

9. Verlo en sus santos


Ésa es una de las cosas grandiosas de la Iglesia: los santos. Cada
santo revela un aspecto del rostro de Jesucristo. Nadie como Jesucristo,
pero un aspecto de Jesucristo, lo revela el santo. Por ejemplo, San
Francisco de Asís, la pobreza; don Orione, la confianza en la
Providencia; San Juan Bosco, el amor a los niños y a los jóvenes; Santo
Tomás, el amor a la doctrina sagrada; San Pablo, el celo apostólico por
las almas, dispuesto a hacerse anatema por salvar a sus hermanos72; los

72
Cfr. Ro 9,3.

58
Las Servidoras

santos de este siglo; los mártires, dispuestos a dar la vida antes que clau-
dicar. Miles y miles de ellos que han derramado su sangre dando testi-
monio de Jesucristo. ¡Cuántos murieron al grito de «viva Cristo Rey»!
Ellos nos revelan la fortaleza de Jesucristo, el primer mártir y el pro-
totipo de todos los mártires. Por eso, como dice el Apocalipsis, los san-
tos son verdaderas palabras de Dios (Ap 19,9). Los santos nos revelan a
Dios, y son ese ejemplo concreto de lo que debemos ser. Por ejemplo,
yo tuve la suerte de conocer a la Madre Teresa de Calcuta, de hablar con
ella... era petisita, caminaba con energía... ¡Qué mujer extraordinaria!
Había cumplido ochenta años, y me hablaba preocupada –¡ochenta
años!– porque en Bangladesh las inundaciones eran muy grandes y los
cadáveres pasaban flotando, pero ella, que estaba en Roma, tenía que
hacer algo. Al día siguiente se reunía con Saddam Hussein, porque lle-
vaba a las Misioneras de la Caridad a Bagdad, para atención de los
pobres, en un país islámico, ¡era pobre como una laucha! O Juan Pablo
II, ¡qué ejemplo, qué cosa extraordinaria! Trabaja dieciséis horas por día,
lo que escribe, lo que sigue haciendo... Ayer, cuando llegó a Tor Vergata,
en las afueras de Roma, el lugar donde estaban los dos millones de jóve-
nes, lo recorrió durante mucho tiempo en jeep, para que los jóvenes lo
pudiesen ver de cerca, aunque tenían pantallas gigantes. Después, quiso
ir caminando, con su bastón, hasta el lugar desde el cual iba a hablar, y
desde allí saludó a todos. Dice el Zenit –el noticiero de Internet– que
lloró al ver a tantos jóvenes que gritaban. Al final improvisó unas pala-
bras: «Roma nunca se va a olvidar de este ruido». Es la peregrinación
más numerosa que ha habido en toda la historia de la Ciudad Eterna.
Por eso, como los santos, cada uno tiene que aprender este día a
decir: «Señor, ¿qué quieres que haga?». Como la Virgen: He aquí la ser-
vidora del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). «Señor, quie-
ro escuchar tu palabra, y quiero ser fiel a esa palabra, y hacer lo que
quieras, aunque sea algo que cueste, y que me cueste mucho».

10. Amar a su Madre


Aquél que ama a la Santísima Virgen puede tener la certeza de que
Ella se las ingenia para llevarlo a Jesucristo. Tuve también la dicha este
año de conocer a sor Lucía, una de las videntes de Fátima, la única que
vive, tiene noventa y tres años. Arrugadita como mi mamá, que cumple
ahora noventa años. Lúcida, ¡tenía una felicidad! Pensar que ella había

59
Carlos Miguel Buela

jugado con los primos que el Papa beatificó en esa ocasión. Mujer santa,
devotísima de la Virgen; la Virgen, nuestra Madre, se le apareció, y trans-
mitió un mensaje actualísimo para los hombres de este siglo: «rezad el
Rosario todos los días»; «ofreced sacrificios por los pecadores». Y en la
tercera parte del secreto revelado recientemente, el ángel dice con fuer-
za: «¡Penitencia, penitencia, penitencia!».
¿Queremos conocer a Jesús? Amemos a su Madre, escuchémosla, y
sigamos los pedidos y consejos de Ella: recemos el Rosario todos los
días, hagamos penitencia, ofrezcamos sacrificios por la salvación de los
pecadores.
Y allí (en Fátima), en esa explanada enorme, delante de un millón
de personas, el Papa recordó la frase de la Santísima Virgen: «hoy
muchas almas se condenan, porque no hay quien rece por ellos».
Hoy vamos a tener la experiencia, a mi modo de ver, más linda de
estas Jornadas: la Santa Misa, a la tarde. ¡Que ninguno, por temor o por
el problema que sea, deje de acercarse a la confesión para poder recibir
a Jesús en la Santa Comunión, y hacer santos propósitos, y comenzar a
conocer mejor al único Señor que merece ser servido, Jesucristo!
«En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad.
Es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis;
es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed
de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él
quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os
lee en el corazón las decisiones de la vocación más auténticas que otros
querrían sofocar –como suele ocurrir con las decisiones a la vida consa-
grada–; es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra
vida algo grande; la voluntad de seguir un ideal; el rechazo de dejaros
atrapar por la mediocridad; la valentía de comprometeros con humildad
y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad
haciéndola más humana y fraterna».

60
Las Servidoras

4. NEGACIÓN DE LA ENCARNACIÓN

Celebramos hoy la Fiesta de la Epifanía, fiesta de la Manifestación


del Señor, y en las Iglesias Orientales se celebra en el mismo día el
Bautismo de nuestro Señor en el río Jordán, la Adoración de los Magos
y el primer milagro de nuestro Señor, que es el de las Bodas de Caná.
Y en este día recordamos de manera especial lo que el apóstol San
Pablo dice en la segunda lectura, cuando habla de la revelación del mis-
terio de la Encarnación del Verbo, y el misterio consiste en que también
los paganos participan plenamente del él. Es decir que este también es
un día de fiesta porque se recuerda la entrada de los pueblos gentiles,
de los pueblos no judíos, a la Iglesia, al reino de Dios.

I
La negación de la Encarnación de Cristo por parte de los que no
creen es una realidad sobre la que nos advierte la Sagrada Escritura, y
que ya ocurría en los tiempos apostólicos:
Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que
Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo (2Jn 7).
Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un
Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos
damos cuenta que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros; pero
no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían per-
manecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que
no todos son de los nuestros (1Jn 2,18–19).
¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese
es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo
tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre
(1Jn 2,22–23).
Queridos, no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espí-
ritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo.
Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a
Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa
a Jesús, no es de Dios; ése es el del Anticristo. El cual habéis oído que
iba a venir; pues bien, ya está en el mundo (1Jn 4,1–3).

61
Carlos Miguel Buela

Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la


apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el
Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es
objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario
de Dios y proclamar que él mismo es Dios... Porque el misterio de la
impiedad ya está actuando (2 Tes 2,3–4.7).

II
De manera parecida, se hacían estas mismas consideraciones en la
época de los Santos Padres. Por ejemplo, decía San Agustín
comentando el anteúltimo texto: «...Todo espíritu que confiesa que
Jesucristo vino en carne, es de Dios. ¿Luego también es de Dios el
espíritu que se halla en los herejes, si confiesan que Jesucristo vino en
carne? Puede suceder que se levanten contra nosotros y digan: Vosotros
no tenéis el Espíritu de Dios; nosotros confesamos que Jesucristo vino
en carne. San Juan dijo que no tienen el Espíritu de Dios aquellos que
no confiesan que Jesucristo vino en carne. Pero pregunta a los arrianos;
confiesan que Jesucristo vino en carne. Pregunta a los eunomianos;
confiesan que Jesucristo vino en carne. Pregunta a los macedonianos;
confiesan que Jesucristo vino en carne. Pregunta a los catafrigas; confie-
san que Jesucristo vino en carne. Pregunta a los novacianos; confiesan
que Jesucristo vino en carne. (Como si ahora nosotros dijésemos: pre-
gunta a los de la Asamblea de Dios; confiesan que Cristo vino en carne.
Pregunta a los Testigos de Jehová; confiesan que Jesús vino en carne;
Pregunta a los de la Iglesia de Filadelfia; confiesan que Jesús vino en
carne. Pregunta a los de la Iglesia Universal; confiesan que Jesús vino en
carne. Pregunta a los del Pastor Jiménez; confiesan que Jesús vino en
carne. Pregunta a...) ¿Todos estos herejes tienen el Espíritu de Dios? ¿No
son falsos profetas? ¿No hay allí engaño alguno? ¿No hay allí seducción?
Sin duda son anticristos, que salieron de nosotros, pero no eran de
nosotros.
Luego, ¿qué haremos? ¿Cómo distinguiremos? ...Oísteis antes que
dijo: Quien niega que Jesucristo vino en carne, éste es Anticristo; y allí
preguntábamos quién lo negaba, porque ni nosotros ni ellos lo niegan. Y
vimos que algunos lo negaban con los hechos; y adujimos el testimonio
del Apóstol, que dice: Confiesan que conocen a Dios, pero le niegan con
los hechos. Luego así también ahora preguntamos por los hechos, no por
las palabras. ¿Cuál es el espíritu que no es de Dios? El que niega que
Jesucristo vino en carne. ¿Qué espíritu es de Dios? El que confiesa que

62
Las Servidoras

Jesucristo vino en carne. ¿Quién es el que confiesa que Jesucristo vino


en carne? Ea, hermanos, atendamos a las obras, no al ruido de la lengua.
Preguntemos por qué vino en carne Jesucristo, y hallaremos quiénes son
los que niegan que vino en carne. Si das oídos a la lengua, has de oír que
muchas herejías confiesan que Cristo vino en carne; pero la verdad les
convence de mentira. ¿Por qué Jesucristo vino en carne? ¿No era Dios?
¿Acaso no se escribió de Él: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba
con Dios, y el Verbo era Dios? ¿Acaso no alimentaba y alimenta a los
ángeles? ¿Por qué vino en carne? Porque convenía que se nos mostrase
la esperanza de la resurrección. Era Dios y vino en carne. Dios no podía
morir; la carne sí; por eso vino en carne, para morir por nosotros. ¿De
qué modo murió por nosotros? Nadie tiene mayor caridad que quien da
la vida por sus amigos. La caridad fue la que lo condujo a la muer-
te. Luego, quien no tiene caridad niega que Jesucristo vino en
carne. Ahora pregunta ya a todos los herejes si Cristo vino en carne. Y
dirán: Vino, lo creo y lo confieso. Precisamente lo niegas en absoluto.
¿Cómo es que lo niego? Bien oyes que lo afirmo. Pues yo te demuestro
que lo niegas. Lo dices con la boca, lo niegas con el corazón; lo
dices con palabras, lo niegas con hechos. ¿De qué modo me dices
que lo niego con los hechos? Porque Jesucristo vino en carne para morir
por nosotros. Y murió por nosotros, demostrando inmensa caridad:
Nadie tiene mayor caridad que quien da la vida por sus amigos. Tú no
tienes caridad, porque por tu gloria divides la unidad de Cristo. Luego de
aquí discernid el espíritu que es de Dios. Pulsad, tocad los vasos de barro,
no sea que estén rotos y suenen mal; ved si suenan perfectamente; ved
si allí hay caridad. Te separas de la unidad de toda la tierra, divides la
Iglesia por el cisma, desgarras el cuerpo de Cristo. Él vino en carne para
congregar, tú gritas para esparcir. Luego tiene el Espíritu de Dios aquel
que dice que Jesús vino en carne; el que lo dice no con la lengua, sino
con los hechos; el que lo dice no clamando, sino amando. (Niega a Cristo,
de hecho, el hereje, el cismático, el que no está con Pedro y bajo Pedro,
quien no trabaja por la unidad de los hermanos...). No es Espíritu de Dios
el que niega que Jesucristo vino en carne; y lo niega no con la lengua,
sino con la vida; no con palabras, sino con hechos. Luego está claro, her-
manos, cómo podemos conocer. Muchos están dentro como si fuesen de
dentro; nadie está fuera si verdaderamente no lo está»73.
No se piense que estas enseñanzas son cosas del pasado.

73
SAN AGUSTÍN, Exposición de la Epístola a los Partos, VI, 13; trad. española de la
BAC, p. 291–294. Paréntesis nuestros.

63
Carlos Miguel Buela

III
A pesar del reciente gran Jubileo del año 2000, en el cual recorda-
mos solemnemente el misterio de la Encarnación del Verbo, a pesar de
la nueva toma de conciencia que ello significó, a pesar del número mul-
titudinario de personas que se involucraron en el mismo, sin embargo,
hoy día, la negación de la Encarnación es una dolorosa realidad palpa-
ble.
Recientemente ha enseñado el Papa74 escribiendo a los dominicos:
«... Una de las primeras tareas asignadas a vuestra Orden, desde su
fundación, fue la proclamación de la verdad de Cristo como respuesta
a la herejía albigense, una nueva forma de la recurrente herejía mani-
quea contra la que el cristianismo ha combatido desde el principio. Su
idea central es el rechazo de la Encarnación, al negarse a aceptar que el
Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros ... lleno de gracia y de ver-
dad (Jn 1,14). Para responder a esta nueva forma de la antigua herejía,
el Espíritu Santo suscitó la Orden de Predicadores, hombres que se
deberían destacar por su pobreza y su movilidad al servicio del
Evangelio, contemplando incesantemente la verdad del Verbo
encarnado en la oración y en el estudio, y transmitiendo a los
demás los frutos de esa contemplación a través de su predica-
ción y de su enseñanza. Contemplata aliis tradere75: el lema de la
orden se convirtió en su gran estímulo a la acción, y así sigue siendo
todavía hoy...
No cabe duda de que las antiguas aflicciones del corazón humano
y los grandes errores no mueren jamás, sino que se mantienen en
letargo por un tiempo y luego vuelven a aparecer bajo otras formas.
Por eso hace falta siempre una nueva evangelización, como la que el
Espíritu Santo pide realizar a la Iglesia actualmente». (Siempre es
necesaria una nueva evangelización y, en primer lugar, en nosotros
mismos. Cuando el sacerdote o el laico deja de evangelizarse a sí
mismo comienza la relajación, que puede llegar al escándalo).
«Vivimos en un tiempo caracterizado, a su manera, por el

74
JUAN PABLO II, «Mensaje de Su Santidad con motivo del capítulo general de la Orden
de Frailes Predicadores», L’Osservatore Romano 29 (2001) 1699. Los paréntesis y el resal-
tado son nuestros.
75
Transmitir lo contemplado.

64
Las Servidoras

rechazo de la Encarnación. Por primera vez desde el nacimien-


to de Cristo, acontecido hace dos mil años, es como si Él ya no
encontrara lugar en un mundo cada vez más secularizado. No
siempre se niega a Cristo de manera explícita; muchos incluso dicen que
admiran a Jesús y valoran algunos elementos de su enseñanza. Pero él
sigue lejos: en realidad no es conocido, amado y obedecido; sino rele-
gado a un pasado remoto o a un cielo lejano.
Nuestra época niega la Encarnación de muchos modos prác-
ticos, y las consecuencias de esta negación son claras e inquie-
tantes». (Como no puede ser de otra manera, la negación de la
Encarnación se ve, sobre todo, en el rebajamiento del ser humano).
1. «En primer lugar, la relación individual con Dios se consi-
dera como exclusivamente personal y privada, de manera que
se aparta a Dios de los procesos por los que se rige la activi-
dad social, política y económica». O sea, en la manifestación públi-
ca del hombre en su actividad social, política y económica, formas de
negación de la Encarnación son el liberalismo salvaje, el marxismo, la
tecnocracia, el laicismo que busca apartar a Dios. El mundo que cons-
truye el hombre sin Dios se vuelve contra el hombre. Cuando no se
quiere que Dios reine, el hombre se esclaviza.
2. «A su vez, esto lleva a una notable disminución del sentido
de las posibilidades humanas, dado que Cristo es el único que reve-
la plenamente las magníficas posibilidades de la vida humana, el único
que “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”76». Al dismi-
nuirse el sentido de las posibilidades humanas se cae en la marginación
y en la exclusión social, en la plaga del desempleo, en la explotación de
los trabajadores, en la acumulación de las riquezas en manos de pocos
mientras los pobres empobrecen cada vez más, y son cada vez más, y
cada vez tienen menos participación en la riqueza común. Se pierde la
sana creatividad.
3. «Cuando se excluye o niega a Cristo, se reduce nuestra
visión del sentido de la existencia humana; y cuando espera-
mos y aspiramos a algo inferior, la esperanza da paso a la
desesperación, y la alegría a la depresión». Es decir, el reduccio-
nismo en la existencia humana lleva al hombre a esclavizarse a cosas

76
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 22.

65
Carlos Miguel Buela

inferiores a él, contra lo que enseña San Pablo de que no debemos


«estar sometidos a los elementos del mundo»77, que, en el fondo, se
manifiesta claramente en todas las formas de adicción conocidas: al
alcohol, a la droga, a la excesiva presteza, al dinero, al sexo sin respon-
sabilidad, al poder, al internet, a la violencia irracional, a la televisión,
etc. Se cae en el sinsentido existencial y en la pérdida del señorío del
cristiano. Por eso la humanidad en el mundo moderno parece una
manada de borregos en la que todos piensan, más o menos, lo mismo,
que es lo que repiten a diario, hasta la saciedad, los medios de comuni-
cación, que están bajo la dictadura de los «dadores de sentido».
4. «Se produce también una profunda desconfianza en la
razón y en la capacidad humana de captar la verdad; incluso se
pone en tela de juicio el mismo concepto de verdad. La fe y la
razón, al empobrecerse recíprocamente, se separan, degene-
rando respectivamente en el fideísmo y en el racionalismo»78. El
hombre se hace esclavo de su capricho subjetivo y de la dictadura del
relativismo. La imagen de este relativismo puede ser el talk show de
Mariano Grondona: «Vos que sos prostituta, ¿qué nos podés decir del
sexo?... Vos que sos gay, ¿qué nos podés decir?... Vos que sos lesbiana,
¿qué pensás del amor?... Vos que sos travesti, ¿qué opinás del abor-
to?...». Y al final, liberalmente, todos tienen razón. Esos liberales se
esclavizan a la dictadura del rating y del relativismo. Todo es lo mismo:
«Nada es verdad ni es mentira, todo es según el cristal con que se mira».
Ése es su credo.
Así al hombre no le interesa la verdad. No le interesa la realidad
extramental y lo eyecto fuera de él, por sobre él y superior a él: «La ver-
dad la hago yo, que soy la medida de todas las cosas». Ése es el resu-
men de sus vidas.
5. «Ya no se aprecia ni se ama la vida; por eso avanza una
cierta cultura de la muerte, con sus amargos frutos: el aborto y
la eutanasia». Y la contracepción y antinatalismo, la clonación, el divor-
cio, el suicidio generalizado, el homicidio de los inocentes, la muerte del
alma al no recurrir a la gracia que dan los sacramentos (Y así los hom-
bres y mujeres viven como animales, sin sacramentos: no se confiesan,

77
Cfr. Ga 4,3.
78
Cfr. JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Fides et Ratio» 48.

66
Las Servidoras

no comulgan, no van a Misa los domingos, no reciben la unción de los


enfermos, no se casan por la Iglesia...). Se hace cualquier cosa con tal
de destruir la imagen divina del matrimonio y la familia, y la dignidad
del trabajo humano.
6. «No se valora ni se ama correctamente el cuerpo y la
sexualidad humana; de ahí deriva la degradación del sexo, que
se manifiesta en una ola de confusión moral, infidelidad y
violencia pornográfica». Se empuja a los hombres y mujeres a toda
forma de desborde sexual patológico: pederastia, travestismo, sadismo,
masoquismo... la pornografía que lo invade todo: revistas, diarios, cine,
radio, televisión, internet... No se ama la virginidad y la pureza es vili-
pendiada. La humanidad sufre un verdadero eclipse de la ética y de la
moral.
7. «Ni siquiera se ama y valora la creación misma; por eso el
fantasma del egoísmo destructor se percibe en el abuso y en la
explotación del medio ambiente». Porque la creación es la gran
página escrita por Dios y también se quiere destruir la imagen de Dios
inscripta en ella. Todo se hace para que el hombre se olvide que todas
las cosas fueron hechas por medio del Verbo y sin el Verbo no se hizo
nada de cuanto existe (Jn 1,3). ¡Veamos lo que quedó del Mar de Azov!
Es decir que, según el Papa, la negación práctica de la Encarnación
del Verbo se percibe (en algunos ejemplos que se podrían multiplicar):
en el orden social y público de los pueblos, en las posibilidades del hom-
bre y en su misma existencia, en la desconfianza en poder captar la ver-
dad, en no amar ni la vida, ni el cuerpo, ni la creación.
«En esta situación, la Iglesia y el Sucesor del apóstol Pedro miran a
la Orden de Predicadores con la misma esperanza y confianza que en
los tiempos de su fundación. Las necesidades de la nueva evangeliza-
ción son enormes. Ciertamente vuestra Orden, con sus numerosas voca-
ciones y su extraordinaria herencia, puede desempeñar un papel
fundamental en la misión de la Iglesia para acabar con los antiguos erro-
res y proclamar con eficacia el mensaje de Cristo en el alba del nuevo
milenio»79. En primera fila y en primera persona, también debemos estar
los miembros del Verbo Encarnado para cumplir con nuestra misión.

79
Hasta aquí JUAN PABLO II, «Mensaje con motivo del capítulo general de la Orden de
los Frailes Predicadores», 28 de junio de 2001. La división y numeración de párrafos es
nuestra.

67
Carlos Miguel Buela

IV
En este sentido recordaba recientemente el Cardenal Joseph
Ratzinger: «El mundo tiene sed de conocer, no nuestros problemas ecle-
siales, sino el fuego que Jesús trajo a la tierra80. [...] El problema central
de nuestro tiempo es que la figura histórica de Jesucristo ha sido vacia-
da de su sentido. Un Jesús empobrecido no puede ser el único Salvador
y mediador, el Dios con nosotros: Jesús es reemplazado con la idea de
los “valores del reino” y se convierte en esperanza vacía. Tenemos que
regresar con claridad al Jesús de los Evangelios, ya que sólo Él es el
auténtico Jesús histórico81»82.

V
Reafirmemos nuestra fe en Jesucristo.
Sepamos decirle con obras y de verdad: Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo (Mt 16,16).

5. HEGEL Y EL VACIAMIENTO DEL VERBO. EL INTENTO DE


REDUCIR EL CRISTIANISMO DE ACONTECIMIENTO A IDEA

Celebramos hoy los doce años del comienzo en la experiencia de


vida religiosa. La Misa de inauguración la había celebrado Mons. León
Kruk bajo la galería del Seminario Diocesano. La gente se encontraba
hacia donde está la parte de tierra, hacia la entrada del Seminario.
Recuerdo que el P. Rolando Santoianni, entonces seminarista, había
hecho unas banderolas de papel crepé, con los colores de la bandera
papal, amarillo y blanco, y el escudo de Juan Pablo II.

80
Cfr. Lc 12,50.
81
Cfr. Jn 6,68.
82
CARD. RATZINGER, «Intervención en la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de
los Obispos», 6 de octubre de 2001; cfr. L’Osservatore Romano (19 de octubre de 2001).

68
Las Servidoras

Justo ese día, 25 de marzo de 1984, el Papa juntamente con todos


los obispos consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María; y pre-
cisamente ese día está fechado el documento tan importante sobre la
vida religiosa, «Redemptionis donum».
No era que nosotros hayamos podido elegir la fecha, sino que la
fecha salió de toda una serie de tires y aflojes que hubo ya antes de
comenzar, de dificultades que ponían para el comienzo del Seminario y
de la experiencia de vida religiosa; y, de manera providencial, comenza-
mos en un día como hoy.
Nosotros teníamos muy en claro muchas cosas; por ejemplo, no íba-
mos a dar batalla por la sotana. ¡No!, esas son escaramuzas; no es la
gran batalla, ¡ni de lejos! Recordábamos que Don Orione, cuando le
impuso la sotana a un sacerdote argentino, uno de los primeros que él
llevó a Italia, le dijo: «dentro de poco los curas se la van a sacar». Eso no
es materia para dar una batalla.
Tampoco era restaurar el latín en el «universo mundo». No nos dan
las fuerzas ni las capacidades. ¡Si apenas sabemos decir en latín «Kyrie
eleison»!, como dijo el hermano N.N. en una oportunidad (la expresión
es griega y no latina).
Tampoco era el sueño de la restauración de la Edad Media, con
lucha de torneos y doncellas, castillos y novelas de caballería, y afeitar-
se con navaja... ¡no! Nuestros sueños, nuestras ilusiones, no llegaban
ahí. Más aun, consideramos que si alguno tiene ese intento es un pro-
yecto que va al muere, porque nunca se puede –por así decirlo– resuci-
tar una situación histórica determinada que ya pasó. Ahora hay luz eléc-
trica: ¡no vamos a abolir la luz eléctrica!
Pero sí, nuestra idea clara era formar jóvenes que tuviesen en claro
que ¡el Verbo se hizo carne!
¿Y por qué eso? Porque entendíamos con claridad –dentro del claro
oscuro de la fe– que eso era lo central de la fe y que ¡por eso sí vale
la pena dar la vida! Todas las otras cosas finalmente son tonteras, o
por mejor decir, tienen una importancia relativa. Tantas cosas que nos
han achacado durante estos doce años no eran para nosotros de enver-
gadura suficiente como para dar batalla ... ¡porque no tienen suficiente
entidad! Pero que el Verbo se hizo carne, ¡ah, sí! ¡Eso sí!
Teníamos en claro que era necesario formar sacerdotes y religiosas
con ese convencimiento, con el convencimiento de San Juan, como en

69
Carlos Miguel Buela

la lectura breve de Vísperas de hoy hemos leído: Lo que existía desde


un principio, lo que hemos oído –lo escucharon hablar porque el
Verbo se hizo carne de verdad–, lo que hemos visto con nuestros
ojos, lo que contemplamos, lo que tocaron nuestras manos
acerca de la Palabra de vida... –insisto– lo que hemos visto y oído
os lo anunciamos (1Jn 1,1–3).
Y también teníamos conciencia de que lograr una cosa así no iba a
ser tanto poner el dedo en las llagas del Señor y la mano en su costado,
como hizo Tomás, el Apóstol, sino que era poner el dedo en el ventila-
dor. En efecto, en la actualidad se da un fenómeno tremendo, que ya
señalaba Pablo VI en la alocución consistorial del 24 de mayo de 1976
–¡hace 20 años!– diciendo: «No admitimos la actitud de cuantos parecen
ignorar la tradición viviente de la Iglesia ... e interpretan a su modo la
doctrina de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espiri-
tuales, la divinidad de Cristo, su Resurrección o la Eucaristía, vaciándo-
las prácticamente de su contenido y creando de esta manera una nueva
gnosis...»83. Estamos en una época gnóstica. Y ésta es la batalla: Contra
las cerebraciones de la gnosis, sólo se opone, verdaderamente, la rea-
lidad de que «el Verbo se hizo carne».
Esto no es algo de ahora. Ya un gran filósofo polaco, Erich Przywara,
en un artículo publicado en 1931, lo decía con toda claridad. Él decía,
por ejemplo, que se estaban formando dos corrientes que finalmente se
encontraban: una de interiorismo gnóstico y la otra corriente de escato-
logismo radical. Él percibía eso y en la Revista de Filosofía de 1931 jus-
tamente frente a la situación contemporánea del cristianismo alemán
protestante observaba que «el contraste entre gnosticismo fanático y un
radicalismo escatológico es eminentemente la situación de hoy». Hace
un desarrollo sobre el tema y termina con la conclusión de que la refor-
ma protestante finalmente terminaba en dos cosas: «Sectas o socialismo,
son los herederos de las iglesias territoriales. En esto la sombra de Hegel
se halla misteriosamente grande detrás de todos». Y hemos visto hasta
el cansancio tanto la multiplicación de sectas cuanto el desarrollo y pos-
terior caída del socialismo real. Agregaba Przywara que a este proceso
de disgregación se oponía «sólo el catolicismo, si el catolicismo alemán

83
«Alocución consistorial del 24 de mayo de 1976», L’Osservatore Romano del 30 de
mayo de 1976, 4.

70
Las Servidoras

no se deja deslumbrar por el nuevo hegelianismo». Ahora se advierte


que la fascinación por Hegel se va imponiendo no sólo en el campo pro-
testante, sino en el campo católico.
De tal manera que, como señala un autor contemporáneo, Massimo
Borghesi, que acaba de publicar un libro sobre el tema84, estamos justa-
mente ahora en ese punto del debate ideológico, es decir, en «el inten-
to de reducir el cristianismo de acontecimiento (el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria... 85 …lo hemos oído,
lo hemos visto, lo hemos palpado...86) a idea. Así es como los católi-
cos de los últimos decenios, incluso sin darse cuenta, se han vuelto
idealistas», es decir, no llenos de ideales, sino alejados de la realidad.
No puedo hacer, evidentemente, el resumen de todo este trabajo,
que es un resumen que hace el mismo autor de ese libro, pero sí
recordar algunas cosas, algunos antecedentes; por ejemplo, esa dia-
léctica que ha entrado también en el campo católico entre el Cristo
histórico y el Cristo de la fe. La misma finalmente termina siendo
algo hegeliano, porque para toda esa línea de pensamiento no inte-
resa el Cristo histórico real; lo que interesa es la idea que se tiene de
Cristo, que es eterna, que está presente en nuestra alma más allá de
sus ejemplificaciones históricas.
Como ya escribía Kant: «En la manifestación fenoménica del hom-
bre–Dios el verdadero objeto de la fe santificante no es lo que de éste
resulta a nuestros sentidos o que puede ser conocido mediante experien-
cia, sino el modelo ideal ínsito en nuestra razón y que ponemos como
fundamento de dicha manifestación fenoménica». La «Idea Christi» es
eterna, no está vinculada a ejemplificaciones históricas. «El Cristo como
idea no se ha de buscar fuera de nosotros, sino dentro; y su figura his-
tórica es ilustración que nos debe servir de ejemplo». Para Kant «aunque
fuese posible y se diera efectivamente un “Cristo histórico”, su función
no podría ser otra que la de una ocasión para despertar en nosotros su
figura ideal que desde siempre está presente en nuestra razón y a la que

84
L’età dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo «storico» al Vangelo «eterno», Studium
(Roma 1995) 322.
85
Jn 1,14.
86
1Jn 1,1.

71
Carlos Miguel Buela

solamente nosotros debemos hacer referencia de modo decisivo».


Coherentemente con esta perspectiva el idealista Fichte escribirá:
«Solamente lo que es metafísico y no la dimensión histórica, nos hace
bienaventurados; la segunda comporta solamente erudición. Si alguien
se ha unido realmente a Dios y ha entrado en Él, es completamente indi-
ferente por qué camino ha llegado». En esto le sigue Hegel para quien:
«A la fe no interesa el acontecimiento sensible, sino lo que sucede eter-
namente». Conclusión esta que, al negar toda importancia a los hechos
y a los signos sensibles por medio de los cuales el cristianismo se hace
acontecimiento, ocasión de encuentro, tiene su epílogo en la teoría del
«cristianismo anónimo», que de hecho sanciona la insignificancia de la
Iglesia para la salvación, como sigue diciendo Massimo Borghesi en su
artículo87. ¡Y cuánta razón tiene! Si de acuerdo a la teoría se admite que
todos los hombres ya son cristianos, se sanciona no sólo la insignifican-
cia de la Iglesia para la salvación, sino también, como consecuencia, la
insignificancia del hecho de que el Verbo se hizo carne.
De esa manera, «En la interpretación idealista del cristianismo, la rea-
lidad del contenido cristiano, su presencia sensible en el ámbito espa-
cio–temporal, su ser un acontecimiento que se manifiesta
eminentemente en el rostro concreto de la Iglesia, se niega y se resuelve
en lo universal religioso».
Ahora bien, ¿por qué niega Hegel importancia a los signos sensi-
bles? Porque para él «la fe no reside en la autoridad, en lo que se ha
visto, entendido, sino en la naturaleza del espíritu eterno y sustancial, la
cual ha llegado a la conciencia ... la fe reside en el testimonio del
espíritu, no en los milagros, sino en la verdad absoluta, en la idea eter-
na». Los signos exteriores pertenecen a la «edad del Hijo», al catolicismo
medieval.
La «edad del Espíritu», la edad nueva caracterizada por un cristianis-
mo «interior» –en contraposición a la concepción «exterior», histórica y
sensible, del hombre-Dios–, hallaba su cumplimiento en la Razón reali-
zada, en la perfecta realización entre humano y divino. Hegel llegaba a
estas conclusiones mediante la interpretación de la teología de la historia

87
L’età dello Spirito in Hegel. Dal Vangelo «storico» al Vangelo «eterno», Studium
(Roma 1995).

72
Las Servidoras

de Joaquín de Fiori. El tercer Reino, el «Reich Gottes», el tiempo del


«nuevo Evangelio eterno», indicaba en la escatología secularizada de la
ilustración, la meta final de la historia, la era del Logos universal que ya
no necesita al «Verbum caro», dice Lorenzo Cappelletti88. Le daba su
horizonte un «Pentecostés especulativo» que, si bien sobrentiende una
genial comprensión de la importancia cultural del cristianismo, es, sin
embargo, como observa Borghesi, la más imponente «cristología gnósti-
ca» de los tiempos modernos, como la llama un autor protestante, Karl
Löwith (un hombre muy inteligente).
Por eso es que en este día, cumpliendo doce años de existencia –de
alguna manera hay que decirlo–, nosotros debemos tener clara
conciencia de que lo que pretendemos es conocer al Cristo
verdadero y lo que pretendemos es dar testimonio de ese
verdadero Cristo, teniendo en cuenta estas dificultades de los tiempos
actuales, estas confusiones que a veces se dan incluso en teólogos
encumbrados. ¡Nosotros queremos dar testimonio de que Cristo,
de que el Verbo, se hizo carne! Estas cristologías que dejan de lado
el acontecimiento, el hecho, muchas veces se presentan como cristolo-
gías imponentes, pero como diría San Juan Crisóstomo «no pesan más
que una tela de araña»89.
Pidamos, entonces, la gracia de que podamos seguir festejando más
aniversarios, todos los que Dios nos quiera dar como familia religiosa en
formación, pero teniendo siempre en claro que eso es lo más importan-
te: que ¡el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros! Lo demás
es añadidura. Se lo pedimos a la Virgen María, Madre del Verbo
Encarnado.

88
«Una imponente cristología gnóstica», recensión al ensayo de Borghesi sobre Hegel,
artículo publicado en la Revista 30 Días, p. 38.
89
Homilía antes de partir al exilio, 1–3: PG 52,427–430; cit. en Liturgia de las Horas
IV, 1349.

73
Capítulo 2
¿Quién es Jesucristo?

1. ¿QUIÉN ERES, SEÑOR? (He 9,5)

¿Quién eres, Señor?


– Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).

1. ¿Quién eres, Señor?


– Yo soy el Camino...
¿Por qué, Señor, eres el Camino?
– Porque... Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las
ovejas (Jn 10,11).
– Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y mis ovejas me cono-
cen a mí (Jn 10,14).
– Porque... Yo soy la puerta de las ovejas (Jn 14,7), ... si uno entra
por mí, se salvará (Jn 10,9).
– Porque Yo soy ... el Verbo hecho carne (Jn 1,14), Soy Hijo de Dios
(Mt 27,45), ¿cómo decís:... blasfemas por haber dicho: Soy Hijo de
Dios? (Jn 10,36), ¿Eres tú el Cristo (el Mesías), el Hijo del Bendito (el
Hijo de Dios)? Sí, yo soy... (Mc 14,62; cfr. Lc 22,70), [el Mesías, el Cristo,
el que ha de venir]. Yo soy, el que te está hablando (Jn 4,26); Sí, como
dices, soy rey... (Jn 18,37).
– Porque con Él no hay lugar para los miedos, Él da valor y confian-
za: ¡Ánimo, que soy Yo! No temáis (Mt 14,27; Mc 6,50), Soy yo. No ten-
gáis miedo (Jn 6,20).
Carlos Miguel Buela

¡Joven del Tercer Milenio! ¿Estás decididamente dispuesto a transitar,


con energía y valor, por ese Camino, que es el mismo Jesucristo, el
mismo ayer, hoy y siempre?

2. ¿Quién eres, Señor?


– Yo soy ...la Verdad.
¿Por qué, Señor, eres la Verdad?
– Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo
soy (Jn 13,13).
– Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios
con verdad (Mt 22,16), le dicen los discípulos (de los fariseos).
– Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón... (Mt
11,29).
– Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino
que tendrá luz de vida (Jn 8,12), Mientras estoy en el mundo, soy luz
del mundo (Jn 9,5).
– Las palabras que os he hablado son espíritu y son vida (Jn 6,63).
– Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,68), le dijo San Pedro.
– Las palabras que yo hablo las hablo como el Padre me las ha dicho
a mí (Jn 12,50).
– Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz (Jn 18,37).
¡Joven del Tercer Milenio! ¿Estás dispuesto a todos los sacrificios con
tal de dejar que enseñoree tu alma y tu corazón la verdad de Jesucristo,
lleno de gracia y de verdad?

3. ¿Quién eres, Señor?


– Yo soy ...la Vida.
¿Por qué, Señor, eres la Vida?

76
Las Servidoras

– Porque Yo soy el pan vivo, bajado del cielo (Jn 6,51; cfr. 35.41.48).
Es la Eucaristía. La Misa.
– He venido para que tengan vida y vida en abundancia (Jn 10,10).
– Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,25), Mirad mis manos y mis
pies; soy yo mismo (Lc 24,39), mostrándose vivo con las llagas de los
clavos.
– Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador (Jn 15,1), Yo soy
la vid; vosotros los sarmientos (Jn 15,5).
– Es el Salvador. ¿A quién buscáis? A Jesús Nazareno. Yo soy... (Jn
18,5). El ángel le había mandado a San José le pondrás por nombre
Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1,21).
– De ahí que a la pregunta de San Pablo: ¿quién eres, Señor?; res-
ponde el Señor: ...Yo soy Jesús... Yo soy Jesús Nazareno... (He 9,5;
22,8).
– Soy yo, el Primero y el Último, el que vive (Ap 1,17).
– Yo soy el que sondea los riñones y los corazones (Ap 2,23), el que
conoce a fondo la conciencia y el alma de cada hombre y mujer.
– Yo soy el retoño y el descendiente de David (Ap 22,16).
– Y confiesan los Apóstoles: Nosotros creemos y sabemos que tú eres
el Santo de Dios (Jn 6,68).
¡Jóvenes del Tercer Milenio! Gritó Juan Pablo II: ¡Queridos jóvenes,
tengan la santa ambición de ser santos, como Él es santo!... ¡No tengáis
miedo de ser los santos del nuevo milenio!90. Para ello sean siempre fie-
les al que es Camino, Verdad y Vida.
Nuestra Señora de los Jóvenes los protegerá siempre. En sus entra-
ñas el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14) y junto con
Él, la Cabeza, nos engendró espiritualmente a nosotros, su Cuerpo, los
miembros de esa Cabeza, formando un solo Cuerpo místico, la Cabeza
y los miembros.

90
JUAN PABLO II, «Mensaje para la XV Jornada Mundial de la Juventud» llevada a cabo
del 15 al 20 de agosto de 2000 en Roma.

77
Carlos Miguel Buela

2. «NO TENGÁIS MIEDO ¡YO SOY!» (Mt 14,27)

I
– Cuando veas la barca de la Iglesia azotada por vientos contrarios
en medio del mar embravecido…
– Cuando furiosas y espumantes veas las olas golpear la quilla y
barrer la borda…
– Cuando las nubes negras del mal, oscurezcan la atmósfera, hacien-
do el aire irrespirable…
– Cuando el rugido de los truenos del egoísmo ensordezcan a los
hombres del mundo entero en violencias, guerras, destrucción y muer-
te…
– Cuando los fulgurantes relámpagos del odio conviertan en dantes-
ca escena la faz de la tierra…
– Cuando veas a los jóvenes viejos antes de tiempo porque se han
dejado esclavizar por las pasiones desordenadas…
– Cuando veas a los adultos como entontecidos, sin encontrar
rumbo…
– Cuando la televisión, la radio, los diarios y revistas sean focos de
inmoralidad y corrupción…
– Cuando sean noticia diaria los fracasos matrimoniales y familias
deshechas…
– Cuando impunemente se mate a los niños recién concebidos…
– Cuando uno esté atormentado por dificultades, tentaciones,
incomprensiones, persecuciones…
– Cuando por las entrañas de la humanidad se arrastre la epidemia
del materialismo…
– Cuando al tener que jugarte el todo por el todo por Cristo, sientas
el vértigo al pensar lo que Él te pueda pedir…
Debes escuchar que Él te dice: no tengas miedo, ¡Yo Soy!

78
Las Servidoras

II
¿Quién es ese Yo? Es la 2da. persona de la Santísima Trinidad,
– anunciada por los profetas,
– nacido en Belén;
– que murió en la Cruz y
– resucitó al tercer día…

III
Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy» (Ex 3,14).
Y Jesús muchas veces te dice: ¡Yo soy!
– Yo Soy… antes que Abrahám fuera… (Jn 8,58);
– Yo Soy… Camino, Verdad, Vida (Jn 14,6);
– Yo Soy… Resurrección (Jn 11,25);
– Yo Soy… el pan vivo bajado del cielo (Jn 6,41);
– Yo Soy… la luz del mundo (Jn 8,12);
– Yo Soy… la puerta (Jn 10,9);
– Yo Soy… el buen pastor (Jn 10,11);
– Yo Soy… la vid verdadera (Jn 15,1);
– Yo Soy… el alfa y la omega, el Primero y el Último, el que viene
(Ap 1,17).
¿No estás dispuesta a amar siempre a este dignísimo Señor?

79
Carlos Miguel Buela

3. JESUCRISTO «ETERNAMENTE JOVEN»

A mi amigo y compañero de la escuela primaria,


Ing. Roberto Destéfano y familia.

I
Rápido pasan las modas y con ellas los típicos personajes del
momento. ¿Qué joven se acuerda hoy del «dandy»91, del «fifí»92, del
«shusheta»93, del «pituco»94 o del «petitero»95? Apenas si recordará algu-
no al «hippie». La figura de hoy es el «cheto», el «concheto» o el «punk».
Y dentro de unos años, ¿quién se acordará que alguna vez existieron
«chetos», «conchetos» y «punks»? Para los jóvenes de entonces serán
piezas de museo, como son ahora piezas de museo el dandy, el fifí, y los
demás que nombré. Por eso nos reímos cuando vemos fotos antiguas,
porque son piezas de museo: polainas, sombreros en mano, los anteo-
jos y los peinados tan llamativos, las mujeres con miriñaques... Como
seguramente se reirán dentro de unos años los jóvenes cuando vean en
fotos a sus parientes femeninas luciendo un peinado «África look», o a
lo Bo Derek, o imitando a Xuxa, o a Claudia Schiffer... ¡Cosas obsole-
tas, pasadas de moda, piezas de museo, olor a naftalina...! ¡Qué desfa-
sadas les parecerán!
Con Jesucristo no pasa así: Él es «eternamente joven»96. Por la fuer-
za de su resurrección, porque ya no muere más (Ro 6,9), nunca jamás
pasará de moda, nunca jamás perderá actualidad: JESUCRISTO, es el
mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13,8).
Cristo no es una reliquia insigne, que es sólo del pasado. ¡No!
Cristo no es una valiosa pieza de museo, pero sin vida. ¡No!
Cristo no es una grandeza pretérita como las obras faraónicas, a
quienes el viento y la lluvia, la arena y los turistas van desgastando. ¡No!

91
Petimetre.
92
El que cuida demasiado de su compostura y de seguir las modas.
93
Igual que el fifí.
94
Alardear elegancia.
95
Atildados en el vestir y hacen ostentación de su capacidad de consumo.
96
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Mensaje a los jóvenes, 2.

80
Las Servidoras

Cristo no es un gran héroe del que sólo se recuerdan sus pasadas


epopeyas. ¡No!

II
Jesucristo al tercer día de morir en la cruz y ser sepultado, resucitó.
¡Vive! ¡Y en la actualidad vive! ¡No muere más! Murió una sola vez para
pagar por nuestros pecados.
Hoy día sigue siendo realizando la gesta más grande de que el
mundo tenga memoria.
Hoy día sigue conquistando y cautivando los corazones de los hom-
bres y mujeres, de los niños y de los ancianos, de los jóvenes y de los
adultos.
Hoy día es el personaje más importante, el que bate todos los
récords de «rating» (Basta con contar todas las personas que domingo a
domingo se reúnen para la Santa Misa. Ningún político reúne, semana
a semana, tanta gente). El más buscado. El más amado. El más segui-
do... y eso que es el más exigente, porque exige todo...
No solamente hizo todas las cosas... y sin Él no se hizo nada de cuan-
to ha sido hecho (Jn 1,3), sino que además, todo subsiste en Él (Col
1,17). Los peces, los pájaros, las flores, los ángeles, los ríos, las monta-
ñas, las ciudades; todos y cada uno de los hombres y mujeres existen
ahora, hoy, en este mismo momento, porque Él los sustenta en el ser.
No solamente todo fue creado por Él y para Él (Col 1,16), sino
que en su exaltación, en su glorificación, lo llena todo en el pléro-
ma97.
No solamente se hace carne (Jn 1,14), sino que recapitula todas las
cosas en sí, las de los cielos y las de la tierra (Ef 1,10), reagrupa en sí a
Adán, a toda la humanidad y a todo el universo, que canta su gloria.
Como está revelado en el libro del Apocalipsis: Digno es el Cordero que
ha sido degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortale-
za, el honor, la gloria, y la bendición (Ap 5,12–13).

97
Cfr. Ef 4,10.

81
Carlos Miguel Buela

Así como Cristo, el Verbo, por la Creación es principio de la existen-


cia de todas las cosas, así por el misterio pascual es el principio de la
reconciliación y de unión de todas las criaturas, constituyendo Él el prin-
cipio orgánico de la nueva creación.
Así como por la trasgresión de uno solo, Adán, reinó la muerte (Ro
5,17), por la justicia de uno solo, Jesucristo, mucho más reina la vida (Ro
5,17).
Así como la serpiente de bronce que levantó Moisés en el desierto
curaba a los que la miraban, así Jesucristo levantado entre el Cielo y la
tierra es el Salvador de todos los hombres y a todos los hombres los
atrae hacia sí98.
Por eso Cristo nunca pasará de moda. Cristo es lo más actual de lo
actual, es el que no pasará jamás.
Está presente, vivo: donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20).
Está presente, vivo, en la persona de los pobres, los hambrientos, los
perseguidos, los enfermos99.
Está presente, vivo, en la persona de los niños: el que por mí los reci-
biere, a mí me recibe (Mt 18,5).
Está presente, vivo, en los cristianos, habitando en sus corazones por
la fe, como enseña San Pablo en la carta a los Efesios100 y San Juan en
su evangelio: si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará
y vendremos a él y en él haremos morada (14,23).
Está presente, vivo, en los pastores que rigen el Pueblo de Dios:
quien os desprecia, a mí me desprecia (Lc 10,16).
Está presente, vivo, substancialmente, en la Eucaristía, en el momen-
to solemnísimo en el que los celebrantes dicen: «Esto es mi cuerpo»,
«Éste es el cáliz de mi sangre»101.

98
Cfr. Jn 12,32.
99
Cfr. Mt 18,40.
100
Cfr. Ef 3,17.
101
MISAL ROMANO, Plegaria eucarística (todas).

82
Las Servidoras

Nos habla, hoy día, por la Sagrada Escritura ya que a Él se refiere


toda Ella102.
Nos habla, hoy día, en la Santa Misa «ante todo, con la fuerza de su
Sacrificio. Es un discurso muy conciso y al mismo tiempo ardiente»103.
Nos habla, hoy día, por la voz de su Vicario, el Papa, el «dulce Cristo
en la tierra», a quien le mandó: Apacienta mis ovejas (Jn 21,16).
Sólo en Él «se esclarece el misterio del hombre»104.
Sólo Él dará vida a nuestros cuerpos mortales (Ro 8,11).
Sólo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68).
Sólo Él tomó carne, de la carne purísima de la Virgen.
Sólo Él ¡Es el Señor! (Jn 21,7).
Sólo Él sigue suscitando vocaciones sacerdotales y religiosas: após-
toles, mártires, predicadores, misioneros; y nos inspira para que recemos
por su aumento y su santidad.
Sólo Él suscita esposos santos, que se amen a ejemplo del amor de
Cristo por la Iglesia, y de la Iglesia por Cristo.
Cristo no está perimido.
Cristo no está desfasado.
Cristo no es obsoleto, más aun, Cristo no estará nunca jamás pasa-
do de moda...
El cielo y la tierra pasarán... de moda, pero sus palabras no pasarán
(Mt 24,35), porque JESUCRISTO es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb
13,8).
Hoy es como ayer.

102
Cfr. Jn 5,39.
103
JUAN PABLO II, «Discurso a los seminaristas de Roma el 19 de noviembre de 1978»,
L’Osservatore Romano 49 (1978) 583.
104
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 22.

83
Carlos Miguel Buela

Hoy es como la primera pascua, bendita entre todas, cuando nuestro


Señor salió triunfante del sepulcro en el que le habíamos puesto los
hombres por nuestros pecados.
Que sigamos siempre con entusiasmo a ese Cristo que vive para
siempre, que ya no muere, que ha triunfado sobre el mal, sobre el peca-
do y sobre la muerte.
Nos lo alcance la Virgen.

4. TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA (Jn 6,68)

Queridos hermanos, nos encontramos en este domingo con un


Evangelio realmente muy hermoso de nuestro Señor. Es al término del
tan conocido sermón del Pan de vida. Allí, nuestro Señor enseña por
primera vez la realidad de la Eucaristía que Él iba a instituir el día del
Jueves Santo, al decirles con toda claridad que su Carne iba a ser comi-
da y su Sangre iba a ser bebida, y que esa Carne y esa Sangre serían
para la vida del mundo (Jn 6,52). Al oír esto, muchos de sus discípulos
decían: es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? (Jn 6,60). Y
entonces nuestro Señor, que conocía sus pensamientos, va a darles la
clave de interpretación del sermón del pan de vida.
La clave no estaba en una interpretación material de las palabras,
sino en una interpretación sobrenatural que brota de la fe, y les dice: el
Espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve (Jn 6,63). Los que esta-
ban allí, que se escandalizaron, entendían de manera carnal lo que debe
ser entendido de manera sobrenatural: Las palabras que os dije son
espíritu y vida, pero hay entre vosotros algunos que no creen (Jn 6,63),
como pasa en todas las comunidades, de todos los tiempos. Siempre
hay gente que, aparentemente, forma parte de la comunidad, pero les
falta lo principal: la fe viva, intrépida, en nuestro Señor. Y allí, Juan hace
una anotación bastante importante: Porque Jesús sabía desde el princi-
pio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar
(Jn 6,64). Y estos dos hechos están relacionados. El que no cree lo va a
entregar a Jesús. Tal vez no sea hoy, ni será mañana, pero será la

84
Las Servidoras

semana que viene o el año que viene... ¿por qué? Porque ya lo ha


entregado en su corazón. Al no creer, y no tener fe, ya lo ha traiciona-
do, y por eso lo va a entregar.
En ese momento crucial de la predicación de nuestro Señor, sobre
todo porque era la enseñanza del misterio que «hace» a la Iglesia y que
iba a «ser hecho» por la Iglesia, el misterio de la Eucaristía, muchos de
sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús, al igual
que nosotros, ha conocido lo que es el fracaso apostólico, pastoral. Uno
se esfuerza por hacer todas las cosas lo mejor posible, y no obtiene la
respuesta que esperaba, porque se encuentra muchas veces con la dure-
za de los corazones, que no quieren dar el paso para creer; o la dureza
de las conciencias, que no quieren dar el paso para convertirse y siguen
afirmándose en su propio juicio, aun en contra de las palabras de
Jesucristo. Y allí es cuando Jesús va a hacerles una pregunta a los
Apóstoles, pregunta que responderá Pedro.
Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcha-
ros?» (Jn 6,67). Jesús no quita la libertad a nadie. No se la quitó a los
Apóstoles. Lo mismo pasa con nosotros. No nos quita la libertad cuan-
do decidimos la vocación, ni cuando entramos al noviciado, o al
Seminario; ni siquiera cuando somos sacerdotes. Nunca jamás Jesús nos
quita la libertad. Y por eso Él quiere y espera que nuestra respuesta sea
en la libertad, porque quiere que sea una respuesta responsable, cons-
ciente; una respuesta en el amor; y si no hay libertad no hay amor.
Y entonces allí Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién vamos a
ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68). Palabras muy hermosas, donde se
expresa en forma de apotegma la realidad de Jesús, y cuál debe ser el
centro de nuestra fe.
San Pedro se dirige a Él de manera personal, así como Jesús se había
dirigido de manera personal a ellos. «Tú...», le dice. Usa un pronombre
personal. Se dirige a su persona, no es una teoría, ni una elucubración
de laboratorio. No es una creencia, es una persona: «Tú...». Y ese «Tú...»,
en ese momento y en labios de Pedro, tiene una resonancia del todo
particular porque un instante antes lo había llamado Señor...¿a quién
iremos?.... Ese «Tú...» ¡es el Señor!, que en griego es «Kyrios», y que ya
los LXX habían utilizado, cuando habían traducido la Biblia del hebreo
al griego un siglo antes de la venida de nuestro Señor, porque el griego
era la lengua franca, y cada vez que aparecía en hebreo el tetragrama

85
Carlos Miguel Buela

sagrado «Yahvé» habían traducido por «Kyrios». Kyrios es el Señor.


Kyrios es Yahvé. Kyrios es Dios. Cosa que incluso refuerza instantes des-
pués cuando dice: y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
de Dios. El Santo, «Kadosh», es Dios mismo.
«Tú tienes...»: No como algo accidental, advenedizo u ocasional, sino
como algo constitutivo, esencial y característico. ¿Qué es eso que tiene
Jesucristo como algo característico y sustancial? Tiene palabras de vida
eterna. Es decir, palabras que dan vida y son vida. Y no dan una vida
cualquiera, sino que dan ¡la vida eterna! De tal modo que no son pala-
bras que pasan y mueren, ni cambian, sino que permanecen y perma-
necerán a través de los siglos y siglos: El cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán (Mt 24,35). Ahora estamos agobiados por toda
una avalancha de esta cultura de la muerte, por ejemplo, de la New Age,
que se manifiesta aun dentro de algunos miembros de la Iglesia
Católica. Y da la impresión de que nosotros quedamos desfasados,
fuera de moda... ¡Y los que están fuera de moda son ellos! Porque eso
va a pasar como pasaron tantas cosas. Sin embargo, las palabras de
Cristo no pasarán, porque son palabras de vida eterna. Y son palabras
que no son débiles, como son las de los hombres, que hoy dicen una
cosa y mañana dicen otra; juegan con las palabras... Son los juglares de
las ideas. Es como si Pedro dijese: – Tú tienes palabras que no pasarán.
Además, decir «Tú tienes palabras de vida eterna», es como decir:
–«Tú sólo eres el que tiene palabras de vida eterna». Y «sólo» en el sen-
tido de que ninguna palabra de Jesús deja de ser palabra de vida eter-
na, también cuando enseña la existencia del infierno y de la condena-
ción eterna; también cuando habla de la santidad y la sacralidad del
matrimonio; también cuando habla de la primacía de la caridad; tam-
bién cuando habla del juicio final... Todas las palabras de Jesús son
palabras de vida eterna. Y por eso debemos hacer carne en nosotros
todas las palabras de Jesús, porque sólo son palabras de vida eterna.
Ninguna palabra de Jesús es pasajera, cambiable, trivial, superflua.
Y es también como si dijese: – «Tú eres el único que tiene palabras
de vida eterna». No hay otro que las tenga. Ningún otro, porque ningún
otro es Dios, y ningún otro ha enseñado esa doctrina admirable como la
ha enseñado nuestro Señor, ni ha hecho milagros y profecías para mos-
trar la verdad de lo que enseñaba, como lo hizo Él. Él es el único. Todos
los grandes hombres de la historia del mundo y de nuestra patria, no tie-
nen, ni siquiera todos juntos, palabras de vida eterna. ¡El único es Jesús!

86
Las Servidoras

Y además podemos y debemos entender: – Tú tienes siempre pala-


bras de vida eterna. Con la misma fuerza con que sonaron estas pala-
bras en ese diálogo maravilloso entre Jesús y los apóstoles, sobre todo
San Pedro. Con la misma fuerza primigenia con que se escucharon esas
palabras por primera vez, esas palabras se siguen escuchando a través
de los siglos, y se seguirán escuchando, porque son palabras que no
mueren, que no pierden fuerza, que no necesitan que alguien les dé
fuerza... ¡porque son palabras de vida eterna!
Y ese tiene que ser nuestro convencimiento más profundo. Si no,
mereceremos el reproche que, en su siglo, hacía el gran teólogo Melchor
Cano, que se quejaba de la actitud de ciertos obispos, sacerdotes, reli-
giosos y laicos responsables en aquel tiempo, como lo son ahora, del
relajamiento de la vida cristiana, de la pérdida de identidad, de ir a bus-
car en otros lados lo que sólo se encuentra en Jesús. Decía él de estos
hombres, que son hombres que en el fondo no creen, y, por tanto, en el
fondo traicionan: «Una de las causas que me mueven a estar desconten-
to de estos padres... es que a los caballeros que toman entre manos en
lugar de hacerlos leones los hacen gallinas, y si los hallan gallinas los
hacen pollos. Y si el turco –los musulmanes– hubiera enviado a España
hombres a posta –a propósito– para quitar los nervios y fuerzas de ella
y hacernos los soldados mujeres y los caballeros mercaderes, no envia-
re otros más a propósito». Porque son justamente los que, por el puesto
que ocupan hacen bajar la guardia a la gente y la meten en ese panta-
no del «pastelerismo», donde empiezan a tratar de decir que todo está
bien, que nada está mal, a hacer componendas, y a destruir la única ver-
dad que salva, que es la verdad de Jesucristo. Y es lo que estamos vien-
do, incluso aquí. Me decía una señora que escuchó por radio que
alguien le pidió una gracia a Judas Iscariote... y ya tiene que haber
muchos que le han pedido gracias a la Difunta Correa, o a «san
Rodrigo», o a «santa Gilda»... Es la confusión y la ignorancia; es el apro-
vechamiento comercial de la credulidad de muchos, por parte de los que
no tienen fe y de los que entregan a Jesús y lo traicionan.
Por eso, hagamos el propósito de poner en práctica lo que decíamos
en nuestras Constituciones: «Queremos fundarnos en Jesucristo, que ha
venido en carne (1Jn 4,2), y en solo Cristo, y Cristo siempre, y Cristo en
todo, y Cristo en todos, y Cristo Todo»105.

105
Constituciones, 7.

87
Carlos Miguel Buela

La Santísima Virgen comprendió como nadie y más que nadie que


las palabras de su Hijo Único eran todas palabras de vida eterna, que
siempre lo serían para todas las generaciones de los hombres, que úni-
camente Él las tenía y las enseñaba y las participaba a sus discípulos,
que no estarían sujetas al vaivén de los tiempos y de las modas, que no
envejecerían jamás y que jamás serían superadas, que muchos darían
sus vidas por ellas, que ellas nunca jamás defraudarían a nadie. Nos lo
recuerde la que guardó en su corazón esas Palabras.

5. CRISTO REY DEL UNIVERSO

Lo declaró Él con palabras bien claras, de tal manera que cuando


Pilatos pregunta: ¿Entonces tú eres rey?, Él responde: Tú lo dices (Jn
18,37).

1. ¿Por qué razones Cristo es Rey?


Jesús es Rey por varios motivos:
En primer lugar, es Rey porque es Dios, y Dios es absolutamente
dueño de todas las cosas, de todas las personas, de todos los pueblos,
de todos los hombres y mujeres. Es Él el que ha creado a cada hombre
y mujer, ha creado el alma espiritual e inmortal de todos ellos.
En segundo lugar, Nuestro Señor Jesucristo no solamente es Rey
porque es Dios, sino que es Rey aun en cuanto hombre, y es Rey por-
que el Padre Celestial le ha dado dominio sobre todas las cosas, como
dice el Evangelio de San Juan o como hemos escuchado en la segunda
lectura, cuando se dice que Cristo es el alfa y la omega, el principio y
fin.
Cristo, además, es Rey en cuanto hombre por el derecho de conquis-
ta, de rescate, porque es Él el que derramó su sangre en la cruz para
redimir a todos los hombres, por tanto cada hombre ha sido redimido al
precio infinito de la sangre de Cristo. Es por eso que, para nosotros, todo
hombre y toda mujer tienen un valor infinito, aun aquellos que no tie-
nen plena capacidad, como los chicos de nuestros hogarcitos. Todo

88
Las Servidoras

hombre tiene un alma y por esa alma murió Cristo en la cruz, y por eso
cosa hermosa es asistir a Cristo en los más pobres de los pobres.

2. ¿Cómo reina Cristo en nosotros?


Y ¿cómo es que Cristo quiere reinar en nosotros? Reina en nosotros
en nuestra inteligencia. ¿Y cómo reina Cristo en nuestra inteligencia?
Reina en tanto y en cuanto nosotros aceptamos la verdad revelada, la
verdad que en última instancia es Él: Yo soy la verdad (Jn 14,6). ¿Y
en dónde más quiere reinar en nosotros? Reina sobre nuestra voluntad
libre, en tanto y en cuanto se sujete, se someta libremente a la voluntad
de Él, sujeción que es vivir en plenitud la caridad, por la cual amamos
a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. De
tal manera que si uno ve un alma que vive la caridad, en esta alma está
reinando Cristo.
Por eso es que donde se juega el reino de Cristo es, en primera ins-
tancia, en cada uno de nosotros; somos cada uno de nosotros los que
debemos trabajar para que Él reine cada vez más en nuestra inteligen-
cia, rechazando todo lo que no sea Él –de manera particular el espíritu
del mundo– trabajando para que reine siempre en nuestra voluntad
viviendo la caridad tal como Él la vivió.

3. Muchos no quieren que Cristo reine


Pero en estos tiempos, especialmente, pareciera que se cumple aque-
llo del salmista: ¿Por qué se amotinan las naciones y traman los pueblos
proyectos vanos? ... contra el Señor y contra su Mesías (Sl 2, 1–2). Lo
hemos visto y lo seguimos viendo y esto hasta el cansancio. En estos
momentos, en nuestra Patria y a nivel mundial, sobretodo en los medios
de comunicación social, hay un ataque despiadado a la Iglesia Católica
en la persona del Papa, de los Obispos, de los sacerdotes y en la perso-
na de las religiosas.
A muchos les molesta el testimonio de la castidad, de la pobreza, de
la obediencia, les molesta porque son las tres cosas que van justamente
en contra de lo que este mundo apetece desmedidamente. Apetece el
placer, el tener y el poder, de cualquier forma. Por eso no puede enten-
der la penitencia, no solamente la penitencia exterior, ni siquiera la peni-
tencia interior entienden.

89
Carlos Miguel Buela

Este mundo que nos toca vivir es un mundo consumista donde la


gente cree que es más el que tiene más, cree que quien tiene más dine-
ro es más, entonces no puede entender el testimonio nuestro de la
pobreza, de que vivamos colgados de la Divina Providencia, no lo
puede entender. Ni tampoco puede entender este mundo tan infatua-
do en sí mismo, tan esclavo de sí que incluso se cree creador de las
cosas, no puede creer que haya almas que quieran sujetarse en todo,
renunciando hasta la voluntad propia por amor del Señor, que fue
obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Y esta obra contra el Señor y contra su Mesías, en última instan-
cia es una obra satánica, porque quiere que Cristo no reine. Esta gue-
rra contra Cristo Rey no solamente afecta a las personas consideradas
de manera individual, sino que afecta a las personas en lo que es su
manifestación social, pública, en esa suerte de persona multiplicada
que es la sociedad. En esto desde hace siglos que viene trabajando la
masonería, para que Cristo sea ignorado en los lugares donde se deci-
de la paz y la guerra, para que Cristo sea ignorado en los lugares
donde se educa la inteligencia y el corazón del hombre y de la mujer.
En nuestra misma patria hemos tenido añares la ley laica 1420 por la
cual, sí, hay que enseñarle al niño a sumar 1+1=2; 2+2=4; 4+4=8
..., pero ¿quién es Dios?, NO. ¿Cuáles son los mandamientos de su
Ley? NO. No se enseña a Dios ni en la primaria, ni en la secundaria,
ni en la universidad. Quien se forma en esos establecimientos, ¿con
qué cultura sale? Con una cultura atea. Y de esas escuelas primarias
ateas, de esos secundarios ateos, de esas universidades ateas salen
nuestros dirigentes que en última instancia son ateos. No lo serán a lo
mejor todos, porque les queda un poco de devoción que les enseñó
la madre cuando eran niños, y quieren a la Virgen, y le rezan.
Nuestros jóvenes que murieron en Malvinas con el Rosario al cuello
lo hicieron, pero eso no se lo enseñaron en la escuela oficial.
Ésta es la triste realidad que se ve ahora en el mundo. He traído
ahora de los Estados Unidos y espero que lo puedan ver en todos lados
las Servidoras, un video muy duro (a mí me impresionó, me dio asco, y
eso que las escenas más escabrosas no las reprodujeron), el video se
llama «Hollywood vs. el Catolicismo». Un trabajo hecho en forma inte-
resante, con una presentación que hace Monseñor John Patrick Foley,
del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, donde presentan
escenas de películas de Hollywood, donde aparecen «monjas» bailando,
o también el caso del teleteatro donde aparecía una que era «monja» de

90
Las Servidoras

día, y modelo a la noche…; son cosas tan ridículas de las que uno siem-
pre se ha reído. Pero la tesis principal de la película que denuncia el ata-
que al catolicismo es que nada de lo que sucede en el mundo de las pelí-
culas está hecho sin intención, todo lleva una intención, la intención
¿cuál es?, es que Cristo no reine. La intención es mentir para que la
gente crea todos esos embustes que aparecen en esas películas, pero
blasfeman contra Cristo, contra el Papa, contra todos. Presentan siem-
pre a los sacerdotes como tontitos. Nunca van a presentar a uno bien
plantado como Dios quiere, como gracias a Dios lo son la mayoría. Todo
eso, queramos o no queramos, penetra de una forma u otra, porque
esas películas no las verán todos, pero alguno la va a ver y le puede que-
dar eso.
Hay gente que ha trabajado y trabaja para que Cristo sea un extra-
ño en la sociedad. En nuestros pueblos lo vemos hasta el cansancio.
Acaban de declarar los Obispos de América Latina cómo hay grupos
que se unen para trabajar en contra del catolicismo; y también se trabaja
a nivel mundial para que Cristo sea un extraño en la vida internacional
de las naciones y de los pueblos. También, lamentablemente, algunos
falsos hermanos, que están con nosotros, pero no eran de los nuestros
(1Jn 2,19), trabajan también para que Cristo sea un extraño en su
Iglesia. También en la parte, digamos así, predilecta, preferida de la
Iglesia, que es la parte de la vida consagrada, tanto la vida sacerdotal
como la vida religiosa, tanto la vida contemplativa como la vida apostó-
lica. Así algunos han llegado a decir disparates respecto a la vocación,
desde negar que sea un don de Dios y que es Dios quien da la vocación
y que llama a quien quiere, hasta el modo de vivir los consejos evangé-
licos de castidad, pobreza y obediencia.
Por eso que en este día de Cristo Rey debemos pedirle a Él la gracia
de que realmente Él reine en cada uno de nosotros, reine en nuestra
Congregación, reine en la Patria, reine en todo el mundo. La fiesta de
Cristo Rey que instituyó el Papa Pío XI quiso ser una vacuna contra las
plagas, que ya había en aquel entonces y ahora están mucho más exten-
didas, del laicismo o secularismo o desacralización, que en el fondo es
todo lo mismo, ya que es no querer que Cristo reine.
Hoy día se sigue repitiendo el grito impío: no queremos que éste
reine sobre nosotros (Lc 19,14). Por eso cada vez que recemos el
Padrenuestro, cuando digamos venga a nosotros tu reino (Mt 6,10),
démonos cuenta que estamos pidiendo a nuestro Padre Celestial que

91
Carlos Miguel Buela

venga a nosotros el reino de su Hijo, que nosotros queremos que Él


reine en nosotros, que queremos extender ese reino de justicia, de ver-
dad, de amor y de paz.

92
Capítulo 3
Su pasión

1. CRISTO CRUCIFICADO Y LA SERVIDORA

La Pasión de Jesucristo es digna de llenar toda nuestra vida. Así tiene


que pensar la Servidora de la Pasión de nuestro Señor.
¿Por qué razón? Porque finalmente el Señor va a la Pasión para her-
mosear a la Servidora, que estaba fea por el pecado, que era incapaz
por sí misma de alcanzar la salvación. Que no podía tener por sí misma
ideas nobles, grandes, y querer consagrar toda la vida a Él. Eso es algo
que supera las fuerzas de la naturaleza humana, es algo que no lo da la
carne ni la sangre. ¡Es gracia de Dios! La Servidora puede consagrar-
se a Dios gracias a la sangre que derramó el divino Esposo en la Pasión.

I
1. Esto puede verse en distintos aspectos. Por ejemplo, en el tema de
la virginidad. ¡Otra gracia de Dios que supera la fuerza de la naturaleza
humana!, y no se puede dudar de que sea así. El deseo de vivir la virgi-
nidad viene de Dios. Si fuese por las fuerzas humanas ciertamente se
hubiesen inclinado mucho más a formar familia, no solamente a tener
un esposo humano, sino también los hijos. El renunciar a tener hijos
según la carne es algo que supera las fuerzas de la naturaleza humana.
Y que una mujer, que está llamada a ser madre, esté dispuesta a esa
renuncia, a esa enorme renuncia, solamente puede ser si hay una gracia
sobrenatural propia del Espíritu Santo que supera las fuerzas de la natu-
raleza.
2. Por supuesto que también hay otros temas que solamente se pue-
den vivir porque la gracia de Dios nos da su fuerza y nos capacita. Por
ejemplo la pobreza, de modo particular en el mundo que nos toca vivir,
Carlos Miguel Buela

en donde la inmensa mayoría de la gente en lo único que piensa es en


que la felicidad está en tener más. En cambio ustedes, de manera cons-
ciente y voluntaria, renuncian a la posesión, renuncian a la posesión de
todo. Y así quieren solamente tener en uso bienes según la obediencia.
Si no fuese por la gracia de Dios, que Cristo mereció por su Pasión, no
podríamos vivir la pobreza. Es la gracia de Dios la que nos dispone a
dejar totalmente todos los bienes materiales, confiando solamente en la
infinita Providencia. Y hay que tener en cuenta que el tema de la pobre-
za no solamente tiene su importancia en jóvenes que, a lo mejor, perte-
necen a una familia que está en una posición económica superior, ya
que el hecho de la renuncia a los bienes materiales implica una mayor
entrega, sino que muchas veces le cuesta mucho más el vivir la pobreza
a quien viene de una familia pobre, porque no está acostumbrado al
valor del dinero, y tal vez no sabe manejarse con señorío respecto a los
bienes materiales como sucede con la persona que vivió en buena posi-
ción (esto lo señala muy bien San Juan Crisóstomo). Por eso hay que
tener cuidado, cuando uno es de origen humilde, pues puede ser que no
conozca el valor de las cosas materiales y les puede dar en su corazón
un valor que no tienen. Por eso la pobreza, tanto en un caso como en
otro, siempre supera lo que son las fuerzas de la naturaleza humana.
Cuando una joven se decide a vivir la pobreza evangélica, contra todo
lo que el mundo apetece, la está moviendo la gracia del Espíritu Santo.
Esto no lo da ni la carne ni la sangre.
3. Pero, y es lo más propio de la vida religiosa, y que finalmente es
lo más difícil de lograr, está la obediencia. El desear vivir según la obe-
diencia es un deseo del Espíritu Santo. ¿Por qué obedecer a alguien que
tiene menos edad, o menos experiencia, o menos virtud? ¿Por qué?
Porque la fe dice que por el superior se manifiesta la voluntad de Dios,
de modo que al obedecer al legítimo Superior estamos obedeciendo
a Dios. No miramos su condición, ni sus aptitudes, ni la racionalidad o
no de lo mandado. Eso no lo da la carne ni la sangre, eso es gracia de
Dios, gracia que el divino Esposo ganó para hermosear a sus Esposas.

II
Todo esto es posible porque nuestro Señor, que sabía perfectamente
bien todo lo que íbamos a necesitar, proveyó de manera convenientísi-
ma a su Iglesia, la fue preparando, la hizo jerárquica, eligió a 12
Apóstoles, de los Doce eligió a uno, Simón Pedro, le dio las llaves del

94
Las Servidoras

Reino de los Cielos, fue preparando todo perfectamente bien: los sacra-
mentos, en especial la Eucaristía.
Fue preparando todo perfectamente bien. La misma vida religiosa
como forma carismática dentro de la Iglesia, que pertenece a la vida y a
la santidad de la Iglesia –como dice el Vaticano II106. No había virginidad
en el tiempo de nuestro Señor, no había costumbre de vivir la vida de la
virginidad. La vida de virginidad es una gran novedad de la vida nueva
que Cristo vino a traer a los hombres, que es la vida de la gracia, y así
fue que multitudes se consagraron a Dios en virginidad. Así se poblaron
los desiertos, como dice San Agustín: «niños y niñas, … innumerable
juventud y toda suerte de edades, viudas reverenciales y ancianas que
envejecieron en su virginidad»107. Es la vida nueva que corresponde al
Nuevo Testamento, es lo que corresponde al cántico nuevo del cual ya
se hablaba en el Antiguo Testamento. Es el nuevo camino que Cristo
trae a la humanidad y en especial a algunos dentro de la comunidad
nueva. Es una prefiguración de los nuevos Cielos y la nueva tierra. Todo
esto es posible gracias a que Cristo fue a su Pasión, porque Cristo sufrió
por mí, murió por mí, pagó por mí.
Puedo poner un ejemplo más todavía: ¿Cómo se puede sacar a una
chica que está detrás del arado, para que se ponga a estudiar inglés,
chino, ruso? ¿Cómo puede ser esto? Esto puede hacerse porque entien-
den lo que Cristo dijo una vez: Id por todo el mundo ... ¿Cómo puede
ser que jóvenes de este tiempo, en un mundo materialista, en un mundo
que busca la comodidad del confort, cómo puede ser que con tanta
generosidad se decidan a ir a lugares difíciles? Es porque Jesucristo en
su Pasión les ganó las gracias necesarias para inspirarles esas generosi-
dades hacia el prójimo, donde se va directamente a la negación de sí
mismo, donde uno llega a entender que es necesario morir para vivir,
como el grano de trigo. ¿Y cómo sabes eso? ¿Lo sabes por tí, porque te
lo dice tu lógica humana, tu carne y tu sangre? ¿Porque tu mamá te alen-
tó? ¿Por qué tengo que atender a chiquitos y a chiquitas que son mogó-
licos, ciegos, mudos, que no pueden caminar, que hay que darles de
comer y que lloran y gritan todo el día? ¿Cómo pueden hacer eso?

106
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
«Lumen Gentium», 44.
107
Confesiones, II; cit. en SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., II–II, 189, 10, ad 3.

95
Carlos Miguel Buela

¿Quién les da fuerza para vivir así? ¿Su sabiduría humana, su razón
natural? Ciertamente no. Eso sólo se los da la gracia de Dios, esa gracia
que Jesucristo nos ganó para nosotros con su Pasión y Muerte. Y uste-
des pueden poner muchísimos ejemplos más.
Lo mismo hay que decir con la vida contemplativa: ¿Qué lógica
humana, qué razonamiento humano, qué cultura, puede inspirarle a tres
monjitas vivir varios años en un departamentito –muy parecido a la
celda del Cardenal chino–? Y ahora el Divino Esposo las ha bendecido,
ya que parece que van a tener el mejor monasterio de la Congregación.
¿Quién las mueve a vivir en el silencio de los claustros, en la vida reco-
gida de oración, en el olvido de alguna manera de toda la sociedad que
ni siquiera conoce que esas hermanas están rezando justamente por
todo el mundo, por todos los hombres? ¿Quién les da a entender esas
palabras de Jesús: Una sola cosa es necesaria? Es la gracia de Dios.
Y ¿dónde se conquistó esa gracia de Dios? Esa gracia se las conquistó el
Divino Esposo en la cruz. Por eso les digo que siempre tienen que pene-
trar más y más el misterio de la Pasión del Señor. Sería una cosa muy
linda que todos los años leyeran y estudiaran algo sobre la Pasión del
Señor.

III
Vemos a nuestro Señor en el camino de la cruz y en la crucifixión.
1. ¿Cómo se abraza con amor nuestro Señor a la Cruz?
Se abraza a la Cruz con una voluntad de tercer binario, y tendiendo
con toda la fuerza de su alma a vivir la tercer manera de humildad. ¿Qué
pasa con el alma que no se abraza a la cruz? El alma que no se abraza
a la cruz o la deja o la arrastra. La primera posibilidad: la deja. No per-
severa, deja la cruz. A cualquiera nos puede pasar si no pedimos la
gracia de poner eficazmente los medios para perseverar en el duro cami-
no. La segunda posibilidad: arrastra la cruz. La cruz se hace más pesa-
da, se hace más difícil de llevar, se comienza poco a poco a perder el
sentido de la cruz, se la comienza a recortar o, como dice San Pablo, se
comienza a «vaciar» la cruz. A esas almas parecería que el mundo y las
criaturas del mundo le gritan de mil maneras diciéndoles baja de la Cruz
(Mt 27,40), si bajas de la cruz vamos a creer en ti. Deja de usar el hábi-
to y hazte una de las nuestras, y nosotros vamos a ser una sola cosa con-
tigo. ¿Por qué la obediencia, por qué la pobreza, por qué la castidad?

96
Las Servidoras

Todo eso sólo puede ser entendido a la luz del Evangelio de Cristo, a la
luz de la cruz de Cristo. El no dejar la cruz sólo se puede hacer porque
un día, momentos antes de su Pasión, Cristo pidió al Padre: No ruego
sólo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra (Jn 17,20).
Para entender el sentido de la vida religiosa hay que zambullirse en la
cruz, por eso siempre hay que pedir la ciencia de la cruz, el amor a la
cruz y la alegría de la cruz.
2. El encuentro de Jesús y su Madre: Así como la Madre con el Hijo
y el Hijo con la Madre, ustedes van a tener que sufrir también, viendo a
hijos e hijas que van camino a la cruz, viendo hombres, mujeres, niños
y jóvenes, enfermos y ancianos que están crucificados. Tienen que
aprender como la Virgen a compadecerse del dolor ajeno, tienen que ser
como la Virgen, no echar vinagre en las heridas sino aceite, buscando
siempre en todas formas, a priori y a posteriori, ayudar siempre a todos,
nunca hacer el mal a nadie, por el contrario, hacer el bien siempre y a
todos. Aun a aquellos que les hagan mal: esa es una de las grandes
señales del amor cristiano. Como la Virgen, camino a la cruz. En ese
mismo lugar del encuentro, cuando llegó en el siglo IV Santa Elena,
madre de Constantino, levantó una capilla. Todavía hoy está el lugar en
que se recuerda el hecho: la Virgen del Pasmo, porque la Virgen al verlo
a Jesús en el estado en que estaba por así decirlo se le heló la sangre en
las venas, se pasmó.
Tienen que prepararse, por ser esposas de Jesucristo, tienen que pre-
pararse a ser madres de multitudes de gentes, de adultos, de niños, de
jóvenes… Muchas veces les pasará que al verlos sufrir, al verlos destro-
zados y/o al ver cómo se van arruinando, se les va a pasmar la sangre
en las venas. Tal vez vean que algunos de ellos delinquen, que están en
la cárcel, o que van de fracaso en fracaso en la vida. Sin embargo uste-
des tienen que compadecerse de todos ellos, de los enviciados, de los
pecadores, porque por todos murió Cristo.
3. En la tercer caída, muy probablemente, nuestro Señor llevaba el
«patíbulo», nombre que viene de los romanos. Cuando cerraban la
puerta, atrás le ponían el «patibulum» –la tranca que le decimos
nosotros– palo transversal de la cruz; muy probablemente sólo eso lle-
vaba nuestro Señor. Pesaría unos 33 kg. Generalmente el «stipes» –el
palo vertical– estaba ya parado en la tierra. Clavaban al crucificado por
el espacio de Descot, en la zona baja de las manos, por el cual pasa el
nervio mediano, sensitivo y motor. Así se ve en la Sábana Santa. De tal

97
Carlos Miguel Buela

manera que, por así decirlo, todo el cuerpo se vuelca sobre la mano que
es taladrada primero, y entonces tienen los soldados que abrir con fuer-
za el otro brazo, para clavarle la otra mano. Todo el cuerpo se estreme-
ce. El clavo de los pies sirve de punto de apoyo para poder respirar. La
muerte del crucificado no es por hemorragia, sino por tetanización; los
síntomas son muy semejantes a la infección tetánica: al no poder respi-
rar y oxigenarse, la sangre se va cargando de anhídrido carbónico, y el
cuerpo se acalambra (por eso es que le quiebran las piernas a los cruci-
ficados: para que pierdan el punto de apoyo, al tener las piernas que-
bradas no pueden apoyarse sobre el clavo de los pies, no pueden exha-
lar el aire cargado de anhídrido carbónico y respirar el aire fresco y rico
en oxígeno). En el caso de nuestro Señor ciertamente que eso fue así.
Además esa situación le da al cuerpo muerto un «rigor mortis» del
todo particular. Había perdido mucha sangre, había perdido mucha
agua, el cuerpo tiene alta temperatura, y se produce con el áloe, con el
sudor y el calor del cuerpo, todo una mezcla especial que se llama la
aloetina, que puede ser lo que ha producido algunas de las manchas
que aparecen en la Sábana Santa.
4. El asunto es que a nuestro Señor lo clavan en la cruz, y sangra por
las heridas producidas por los clavos, pero este derramamiento no es
como para causar una hemorragia masiva, ya que las heridas no afec-
tan a ninguna arteria o vena importante. Entonces lo cuelgan a nuestro
Señor entre el cielo y la tierra, sobre un monte, que es una manera de
llamar, «el monte Calvario» o el «Gólgota», «Lugar del cráneo», que pro-
piamente es un montículo que tiene más o menos 5 metros de altura, no
más, llamado de esa manera muy probablemente por la forma, que es
bastante parecida a la del cráneo; ahí cerca tendrá el lugar de su sepul-
tura.
Y es una crucifixión totalmente impía. La crucifixión era propia de
los esclavos, y en el caso de nuestro Señor además lo van a crucificar
entre dos malhechores, según la profecía que decía que iba a ser conta-
do entre malhechores. Así en el lapso que va de las 12 del mediodía
hasta las 3 de la tarde tiene lugar la agonía de Jesús en la cruz; allí,
desde ese lugar, dirige unas palabras, siete en total, maravilla de ense-
ñanza, y finalmente a las 3 de la tarde, dando un fuerte grito, muere.
5. Ahí pueden ponerse en el lugar de las santas mujeres. Entre ellas
tienen que estar ustedes. Las santas mujeres son las primeras servidoras
que ha habido en la historia de la Iglesia, de quienes ustedes reciben el

98
Las Servidoras

nombre108. Pónganse en el grupo de las santas mujeres, como dice san


Ignacio de Loyola: «ver las personas; oír qué hablan nuestro Señor, la
Virgen, los ladrones, el pueblo; mirar lo que hacen...»109.
Finalmente muere nuestro Señor, las tinieblas habían cubierto
Jerusalén, hubo un temblor, se partió la «paróketa» –el velo del templo–
dándose así una enseñanza importantísima: se mostró el «Sancta
Sanctorum» como una habitación vacía. Había terminado la economía
salvífica del Antiguo Testamento.
6. Acerca del soldado, llamado, Longinos. Le habían dicho que
había llegado la hora en que debía retirar los cuerpos, antes que comen-
zase la Pascua. Entonces fue junto con otros soldados romanos a
certificar la muerte de los que estaban allí. Cuando llegan, ven que los
ladrones no estaban muertos, entonces les quiebran las piernas, pero
cuando llegan a Jesús encuentran que ya había muerto. Entonces suce-
de un gesto propio de esos soldados, de soldados mercenarios –que
estaban ahí por el sueldo–: Jesús ya estaba muerto, pero se les ocurre
clavarle la lanza, al estilo como aprenden ellos en la escuela militar, un
lanzazo que entra por el lado derecho. Y de ese costado brotó sangre y
agua. Nicodemo y José de Arimatea piden permiso para retirar el cuer-
po, lo retiran, lo envuelven en sábanas, y lo llevan a un sepulcro nuevo
que estaba ahí muy cerca, sería a unos 15 metros, en un lugar en donde
nadie había sido enterrado.
Debemos siempre considerar cómo todo esto sucedió para nuestro
bien, para que aprendamos de una vez por todas que Jesús nos amó
hasta el extremo, que hizo por nosotros todo lo que tenía que hacer y
mucho más, y que por tanto si confiamos en Él no tenemos que tener
miedo a nada ni a nadie, y que por muy difícil que sean los propósitos
que hemos sacado en los Ejercicios, está su gracia, está su muerte en
la cruz, está su sangre derramada por mí, y si Él derramó por mí su san-
gre, por más que yo tenga que hacer cosas difíciles las podré hacer, con
su gracia, por el poder de su cruz. Nos da lo que no puede dar ni la
carne ni la sangre nuestra, pero sí su Carne y sí su Sangre.
¡Todo está en la Pasión!

108
Cfr. Lc 8,3.
109
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [194].

99
Carlos Miguel Buela

2. EL CLAVO PENETRANTE ES UNA LLAVE

Hemos estado reflexionando acerca de lo que callada pero elocuen-


temente nos gritan las «cicatrices» de la tierra: el pozo de Jacob, Guijón,
con el túnel de Ezequías y Siloé, el sepulcro de Lázaro, y, en esta
Semana Santa, semana mayor de la Cristiandad, reflexionamos sobre la
más importante: el sepulcro de nuestro Señor.
Hoy reflexionaremos sobre las cicatrices del cuerpo del Señor.
Enseña San Bernardo: «El clavo penetrante es una llave»110, refirién-
dose, evidentemente, a los clavos con que fue clavado a la cruz el
Salvador del mundo. Lo cual, por extensión, también puede aplicarse de
alguna manera a ese clavo más grande, que fue la lanza que le atrave-
só el costado.

1. Los clavos
Jesucristo no fue atado a la cruz, como también se solía hacer en la
antigüedad, sino que fue clavado, como se ve de manera indubitable
por el hecho de que después de resucitado muestra como señal de iden-
tidad para indicar que era Él –el mismo a quien habían crucificado–, sus
manos y sus pies (Lc 24,39.40; Jn 20,20), con el agujero provocado por
los clavos que lo traspasaron. ¿Por qué muestra las manos y los pies?
Porque en ellos estaba el agujero provocado por los clavos que lo tras-
pasaron.
Los clavos, llamados «clavi travales», eran muy largos y gruesos (eran
cuadrados, de unos 8 milímetros de lado). Para las manos se los clava-
ba en el espacio Descot, entre las dos filas de huesos del carpo, a unos
8 centímetros, más o menos, de la base del dedo mayor, entre los huesos
semilunar, piramidal, ganchudo y grande. Afecta al nervio mediano,
sensitivo y motor, lo cual debe haber producido un dolor enormemente
grande. Para los pies, según los estudios del Dr. Barbet111, poniendo el

110
Sobre el Cantar de los Cantares, sermón 61.
111
DR. PIERRE BARBET, La Passion de N.S. Jésus Christ selon le Chirurgien, passim.

100
Las Servidoras

pie izquierdo delante del derecho, hundieron el tercer clavo entre el


segundo y el tercer dedo en el metatarso del pié.
«Clavos amargos y acerados»112, los llamó San Melitón de Sardes.
La lanza atravesó el quinto espacio intercostal, entre la quinta y sexta
costilla derecha, a unos 12 cm. del centro del abdomen, provocando
una herida de unos 4 cm. de ancho en el eje mayor y 1 ½ cm. de ancho
en el eje menor.
Además, hay que recordar que en la Sábana Santa se pueden con-
tar entre 100 y 120 heridas, provocadas la mayor parte de ellas en la fla-
gelación.

2. ¿Por qué llave? ¿Qué es? ¿Qué hace?


¿Por qué dice San Bernado que «el clavo penetrante es una llave»?
De hecho en la Sagrada Escritura se utiliza en varias oportunidades la
imagen de las llaves. Así por ejemplo: tengo las llaves de la Muerte y del
Hades... esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David... la
llave del pozo del Abismo... (Ap 1,18; 3,7; 9,1). Es una metáfora her-
mosísima. El visir del faraón era el que cargaba sobre sus hombros las
llaves del palacio del faraón. Era el que tenía el poder de abrir y cerrar
las puertas del palacio. Esa costumbre egipcia es tomada en Israel. El
mayordomo de palacio del rey David era el que llevaba las llaves de
palacio. Por eso, se dice en la Sagrada Escritura: Sobre sus hombros un
imperio (Is 9,6), significando esa llave grande que el mayordomo de
palacio llevaba sobre sus hombros. También se habla de la llave del
pozo del abismo: Tenía en su mano las llaves del pozo del abismo (Ap
20,1). Nuestro Señor también utiliza esta imagen de la llave: ¡Ay de
vosotros, doctores de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la
ciencia; y ni entráis vosotros ni dejáis entrar! (Lc 11,52); y la más céle-
bre de todas las metáforas de las llaves, es cuando le da a Pedro los
poderes: A ti te daré las llaves del reino de los Cielos (Mt 16,19).
La palabra llave viene del latín «clavis». Es el instrumento de hierro u
otro material, con guardas que se acomodan a las de una cerradura, y
que sirve para abrirla o cerrarla. En el texto de San Bernardo se utiliza

112
Fragm., XVI.

101
Carlos Miguel Buela

en sentido figurado, según las acepciones 13 y 14 del Diccionario de la


Real Academia: «Medio para descubrir lo oculto o secreto, clave» y tam-
bién, «Principio que facilita el conocimiento de otras cosas»113.
En este sentido, las Llagas de Cristo son la clave para descubrir lo
que hay oculto en su corazón.

3. «Dentro de tus llagas, escóndeme»


Las Llagas de Cristo nos enseñan, por ejemplo, que Jesús es el médi-
co de nuestras almas porque sanó nuestros males con sus llagas, como
dice San Pedro: Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero,
para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia, y por sus llagas
habéis sido curados (1Pe 2,24; Is 53,5–6).
Por eso San Beda dice, comentando el versículo del Evangelio no tie-
nen necesidad de médico los sanos, sino los que están enfermos, que
Jesús «decía esto a los escribas y fariseos que, considerándose justos,
evitaban el trato con los pecadores. Se llama médico a Sí mismo quien,
con un modo admirable de curar, fue herido por nuestras iniquidades:
por sus llagas hemos sido sanados»114.
De ahí que las sagradas Llagas hayan sido siempre para todos los
cristianos, de todos los tiempos, su refugio y esperanza. Como enseña el
Angélico: «Los santos ponen su nido en las Llagas de la muerte de
Cristo, que es la piedra firme, es decir, ponen su refugio y esperanza»115.
Dice esto explicando que «el Espíritu Santo apareció en forma de palo-
ma para designar sus siete dones, representados en las propiedades de
la paloma. […] La paloma hace su nido en las grietas de las rocas, lo
que toca al don de la fortaleza, con la que los santos hacen su nido, es
decir, ponen su refugio y esperanza en las Llagas de la muerte de Cristo,

113
Cfr. Diccionario de la Real Academia Española (Madrid 211992).
114
SAN BEDA, cit. por SANTO TOMÁS DE AQUINO en Catena Aurea in Marcum, II, 2; ver-
sión castellana: Cursos de Cultura Católica, III (Buenos Aires 1948) 28: «Seipsum medi-
cum dicit, qui miro medicandi genere vulneratus est propter iniquitates nostras, et eius livo-
re sanati sumus».
115
RÁBANO, cit. por SANTO TOMÁS DE AQUINO en Catena aurea in Mathaeum, III, 7; ver-
sión castellana: Cursos de Cultura Católica, I (Buenos Aires 1948) 88: «...ita et sancti..., in
plagis mortis Christi, qui petra firma est, nidum ponunt, idest suum refugium et spes».

102
Las Servidoras

que es la roca firme»116. Allí hay que hacer nido, allí hay que refugiarse,
allí hay que buscar nuestra esperanza... ¡en las Llagas de nuestro Señor
Jesucristo!
Tan importantes son las Llagas de Jesucristo que, por altísimas razo-
nes, permanecen en su cuerpo resucitado. Se preguntaban los antiguos
Padres, con esa sabiduría que los caracteriza, ¿cómo puede ser que un
cuerpo glorificado, que es glorioso y que resucita con toda hermosura,
vaya a tener heridas que ciertamente son un defecto? Responde San
Agustín: «…sabía Él porqué guardaría sus cicatrices. Primero, para ense-
ñar a Tomás, el cual no creería sino tocaba y veía; luego, para mostrar-
las en el juicio como argumento a los infieles y pecadores. No para decir-
les como a Tomás: porque me viste, has creído, sino para convencerles
diciéndoles: “he aquí al hombre al cual crucificasteis, ved las heridas que
le infligisteis, conoced el costado que atravesasteis, porque por vuestra
causa fue abierto, y sin embargo no quisisteis entrar”»117.
Una gran mujer de nuestro tiempo, prácticamente contemporánea
nuestra, canonizada hace poco, Santa María Faustina Kowalska, recibió
del Señor muchas enseñanzas al respecto. Por ejemplo, Jesús le dice:
«Niña mía, únete fuertemente a mí durante el sacrificio y ofrece al Padre
Celestial mi Sangre y mis Llagas para impetrar el perdón por los peca-
dos…»118.
«…Te tengo inscripta sobre mis manos. Has quedado grabada en la
herida profunda de mi Corazón».
«…por ti he permitido que fuera abierto con una lanza mi Sagrado
Corazón y he abierto para ti una fuente de misericordia. Ven y toma las
gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. No rechazaré
jamás a un alma que se humilla, tu miseria será hundida en el abismo
de mi misericordia. ¿Por qué deberías cuestionar conmigo sobre tu mise-
ria? Hazme el favor, dame todas tus penas y toda (tu) miseria, y yo te

116
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 39, 6, ad 4: «Item columba in cavernis petrae
nidificat. Quod pertinet ad donum fortitudinis, qua sancti in plagis mortis Christi, qui est
petra firma, nidum ponunt, ides, suum refugium et spem».
117
Super Evangelium Joannis, 20, 6.
118
BEATA MARÍA FAUSTINA KOWALSKA, La Divina Misericordia en mi alma. Diario, Obra
de Jesús Misericordioso (Arquidiócesis de Mendoza 1992) 20. Este libro, donde están los
escritos de Santa Faustina Kowalska, tiene el Imprimatur de Mons. Cándido Rubiolo, anti-
guo Arzobispo de Mendoza.

103
Carlos Miguel Buela

colmaré con los tesoros de (mis) gracias... estréchate a mis heridas


y saca de la Fuente de la Vida todo lo que tu corazón puede desear.
Bebe copiosamente de la Fuente de la Vida y no desfallecerás durante
el viaje. Fija la mirada en el esplendor de mi misericordia, y no temas a
los enemigos de tu salvación. Glorifica mi misericordia»119.
«…Hacia el final de las letanías vi una gran luz con Dios Padre en el
centro. Entre esta luz y la tierra vi a Jesús clavado en la Cruz de tal forma
que Dios, deseando mirar hacia la tierra, tenía que hacerlo a
través de las Llagas de Jesús…».
En otra oportunidad: «Cuando volvimos a casa, entré un momento en
la capilla y enseguida oí en mi interior una voz: “Una hora de meditación
sobre mi dolorosa Pasión tiene un mérito mayor que un año entero de
flagelaciones a sangre. La meditación sobre mis Llagas dolorosas
es de gran provecho para ti y a mí me da un gran gozo...”»120.
«A través del Verbo Encarnado hago conocer el abismo de mi
Misericordia»121.
Debemos refugiarnos siempre en las sagradas Llagas de nuestro
Señor. Debemos, como cuando niños, jugar a las escondidas en ellas.
¡Jugar a las escondidas escondiéndonos en las Llagas de nuestro Señor!
En el Anima Christi pedimos que el Señor lo haga con nosotros: «Dentro
de tus llagas, escóndeme».
Debemos decirle con los poetas: «¡Clavadme Vos a Vos en vuestro
leño / y tendréisme seguro con tres clavos»122. Allí está esperándonos:
«Espera, pues, y escucha mis cuidados… / Pero ¿cómo te digo que me
esperes / si estás para esperar los pies clavados?»123. Y, si nos espera, es
porque nos quiere recibir: «Brazos rígidos y yertos, / por dos garfios tras-
pasados, / que aquí estáis, por mis pecados, / para recibirme abiertos,
para esperarme clavados»124.

119
Ibidem, 406–407.
120
Ibidem, 128.
121
Ibidem, 39.
122
LOPE DE VEGA, Cancionero Divino, Antología de Lírica Sagrada (Madrid 1947) 150.
123
Ibidem, 154.
124
JOSÉ MARÍA PEMÁN, Ante el Cristo de la Buena Muerte, Suma Poética, BAC (Madrid
1950) 353.

104
Las Servidoras

Aprendamos por las Santas Llagas a ver por dentro al Señor y desde
las Llagas a ver afuera. Las Llagas son una llave. Y aprendamos en cada
Misa el valor infinito de las Llagas de Cristo, como dice, hermosamente,
en una oración Santo Tomás de Aquino: «No veo las Llagas que palpó
Tomás; y sin embargo te confieso mi Dios; hazme siempre creer más en
ti, en ti tener esperanza y amarte siempre más. ¡Oh memorial de la
muerte del Señor!, ¡Pan vivo que da la vida al hombre, dale a mi mente
el vivir de ti, y el gustarte siempre dulcemente allí!»125.
Por todas sus Llagas sufrió mucho el Señor; por una sola no sufrió,
porque ya estaba muerto cuando se la provocaron. Pero la que casi
muere al escuchar el seco golpe de la lanza fue María. Por eso, aprenda-
mos también, de la Virgen María, a conocer el valor de las Llagas del
Salvador: «María no decayó de la dignidad que correspondía a la Madre
de Cristo: habiendo huido los Apóstoles, permanecía en pie ante la cruz,
y contemplaba con ojos piadosos las Llagas de su Hijo, no como quien
espera la muerte de su tesoro sino la salvación del mundo»126.

3. ¡GRITÓ EL SEÑOR!

¡Qué curioso! en su oráculo había profetizado el profeta Isaías sobre


Jesús: He aquí mi Siervo... No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las
plazas su voz (Is 42,1–4;Mt 12,18–19). Y, sin embargo, cinco veces gritó.
Cinco veces levantó la voz más de lo acostumbrado. Todas relacionadas
con la vida.
Gritó Jesús mientras enseñaba en el templo: «Me conocéis a mí y
sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que es
veraz el que me ha enviado; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco,
porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado» (Jn 7,28–29). ¡Gritó
hablando del Padre, 1ra. Persona de la Santísima Trinidad!

125
Pies preces, 11.
126
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Catena Aurea in Joannem, 19, 8; versión castellana:
Cursos de Cultura Católica, V (Buenos Aires 1948) 423.

105
Carlos Miguel Buela

Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel
que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha envia-
do. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no
siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no
le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al
mundo» (Jn 12,44–47). ¡Gritó cuando habló de Él, 2da, Persona
de la Santísima Trinidad!
El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús, puesto en pie, gritó:
«Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí», como dice
la Escritura: «de su seno correrán ríos de agua viva». Esto lo decía refi-
riéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él (Jn
7,37–39). ¡Gritó hablando del Espíritu Santo, 3ra. Persona de la
Santísima Trinidad!
Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias
por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero
lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que tú me has
enviado.» Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal fuera!» (Jn
11,42–43). ¡Gritó para que supiéramos que tenía pleno poder
sobre la muerte!
Alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí!
¿lemá sabactaní?», esto es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has aban-
donado?». Al oírlo algunos de los que estaban allí decían: «A Elías llama
éste». Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la
empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero
los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle». Pero Jesús,
dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del
Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se
hendieron (Mt 27,46–51). Ni el mismo proceso natural de la muerte «le
quita la vida». Es Él quien la da de sí mismo. Llega la muerte cuando y
porque Él quiere. ¡Gritó en señal de la libertad y el poder que
todavía tiene sobre la vida!
Escribe, con su inconfundible estilo, Charles Péguy:
«Grito que resuena aun en toda la humanidad;
clamor que hizo tambalearse a la Iglesia militante;
en el que incluso la (Iglesia) sufriente sintió, experimentó su propio
espanto;
por la que la triunfante experimentó su triunfo;
clamor que resuena en el corazón de toda humanidad;
clamor que resuena en el corazón de toda cristiandad;
¡Oh clamor cumbre, eterno y válido!...

106
Las Servidoras

Él lanzó el grito que resonará siempre, siempre eternamente,


el grito que no se extinguirá jamás, eternamente...

No había gritado ante la lanza romana.


No había gritado bajo el beso perjuro.
No había gritado bajo el huracán de injurias.
No había gritado ante los verdugos romanos.
No había gritado bajo la amargura de la ingratitud...
Y gritó como un loco la espantosa angustia,
clamor que hizo tambalearse a María aún de pie...
El grito que no se extinguirá en ninguna noche de ningún momento...
Entonces, ¿por qué gritaba?; ¿ante qué cosa gritaba?...
Cristianos vosotros sabéis por qué:
Porque... ¡Él había salvado al mundo!»127.

4. TRES EXCLAMACIONES Y TRES SIGNOS

Tres exclamaciones y tres signos pareciera que dominan el misterio


de Semana Santa, el misterio pascual, como una especie de música de
fondo.

I
La primera es en este Domingo: ¡Hosanna!, ¡Hosanna!,
¡Hosanna!, que gritó la multitud enardecida al paso de Jesús mon-
tado en el burrito, rumbo a la ciudad de Jerusalén. Hosanna es una
aclamación de júbilo que viene de la palabra hebrea «hosi’ anna»,
que significa «sálvanos», a través del latín «hosanna». (Todos los días
la pronunciamos dos veces en el Sanctus de la Misa).

127
El misterio de la caridad de Juana de Arco, Ediciones Encuentro (Madrid 1978)
80–82.97.106.117.125; citado en orden libre.

107
Carlos Miguel Buela

¡Hosanna! es la música de fondo de este Domingo de Ramos. Los


Evangelistas narran, por ejemplo, San Mateo: La gente, muy numero-
sa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los
árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y
detrás de él gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» Y al entrar él en
Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. «¿Quién es éste?» decían.
(21,8–10); y San Marcos dice: Muchos extendieron sus mantos por el
camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y
los que le seguían, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en
nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre
David! ¡Hosanna en las alturas!» (11,9–10); pero, como ocurre
muchas veces, es San Juan el que precisa: «...tomaron los ramos de
las palmeras y salieron a su encuentro y gritaban: ¡Hosanna! Bendito
el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel» (19,13). De aquí
toma nombre este Domingo.
Y, ¿por qué ramos y no ramas? Porque la palmera no tiene ramas,
sino ramos (propiamente son hojas que se llaman palmas), que son
como ramas de segundo orden, o también, ramas cortadas del árbol
(como los ramos de olivos). La palmera (en heb. tamar; gr. phoenix; Vg.
palma) es un árbol de la familia de las palmas, de las que hay más de
2.600 especies conocidas, que puede crecer hasta más de 20 m. de altu-
ra, con tronco áspero, cilíndrico... copa sin ramas y formada por las
hojas que son pecioladas, de tres o cuatro metros de largo, con el ner-
vio central recio, leñoso, de sección triangular y partidas en muchas laci-
nias, duras, correosas, puntiagudas, de unos 40 centímetros de largo y
dos de ancho... A Jericó se la conoce en la Biblia como «la ciudad de las
Palmeras»128.
Dice un poeta hablando de las palmeras: «“Molinos verdes, molinos
vegetales”, llamó un moderno a las palmeras. Rosa de los vientos de la
Fama, sus verdes agujas están ahí, desde el principio de los siglos, sobre
los esbeltos troncos cimbreantes, plegándose a todas las arbitrariedades
de la gloria. Por su inviolada gracia separada del suelo, por su fácil incli-
narse reverentemente, por su tendencia sumisa a curvarse en dosel, el
mundo se fijó inmemorialmente en la hoja de la palmera para cargarla

128
Cfr. Dt 34,3; Jue 1,16; 3,13; etc.

108
Las Servidoras

de enfáticas significaciones triunfales. Y por eso ella, insolente y presu-


mida, consciente de su glorioso simbolismo, se abre, en estrella, sobre su
altura inaccesible, como diciendo irónicamente que la Gloria hoy sopla
hacia acá y mañana hacia allá, en arbitraria rueda divergente.
Aquel día la Gloria triunfal sopló hacia Oriente, por donde Jesús
venía en su pollina. Como hacía siglos había soplado hacia Judas
Macabeo, que, victorioso y salpicado de sangre, entró en Jerusalén,
entre gritos de júbilo y ramos de palma, al son de la cítara y de los cím-
balos (1Mac 13,51); como sopló otro día hacia Vespasiano, cuando,
entre palmas, según Flavio Josefo, entró vencedor en Roma; o hacia
Tito, cuando entró, pisando palmas, en Antioquía.
Así, sin fijeza ni seriedad, cumplía el signo de la Fama humana, su
destino incongruente y arbitrario de señalar todos los cuadrantes del
viento: hoy, un tirano; mañana, un general; pasado, un profeta. Historia
poco lucida de las palmas triunfales de los hombres: un día, adulación
al vencedor, otro día, consolidación del despojo; otro, vanidad de oro
mustio bordado en el académico de uniforme.
Y un día las palmas se tendieron, como alfombra, a la entrada de
Jerusalén, al paso de Jesús. ¿Fue aquella una hora para Jesús de júbilo
y victoria? Yo creo más bien que allí empezó Jesús su Pasión, en las
reconditeces de su pecho. Porque Él tenía que oír las sílabas trágicas del
“Quíta” y del “Crucifícale”129, mudamente enlazadas en las sílabas jubi-
losas del “Hosanna”...»130.
«Las palmas reciben también la salpicadura del rojo bautismo e invier-
ten su sentido. De signos ruidosos de la victoria visible y el triunfo mate-
rial pasan a ser signos puros de las victorias internas, calladas y paradóji-
cas, que tienen ante el mundo cara de derrotas: el martirio y la virginidad.
El tipo del mártir parece, ante los ojos, el extremo humano opuesto al tipo
del vencedor que agasajaban las antiguas palmas triunfales: el mártir es el
vencido, el escupido, el humillado, el quemado en parrillas. La virgen
también parece, ante los ojos, la inversión de todo ruidoso triunfo vital: la
virgen es la abandonada, la olvidada, la silenciosa, la despreciada de todo
un mundo antiguo lleno de cultos de cosecha y de maternidad. Pero Jesús
había venido a invertir las cosas. Él, muriendo, vence a la Muerte; Él reina

129
Cfr. Jn 19,15.
130
JOSÉ MARÍA PEMÁN, La Pasión según Pemán, Edibesa (Madrid 1997) 56–57.

109
Carlos Miguel Buela

con cetro de caña. Justo es, pues, que, ya en plena paradoja, las palmas
ruidosas de Tito y Vespasiano pasen a las manos del achicharrado en las
parrillas o a la escondida en el claustro: las manos de los derrotados, que
eran, por dentro, vencedores»131. Por eso decimos que alcanzaron la
palma del martirio y la palma de la virginidad.
«Por eso Jesús sobre su pollina avanzaría, un poco triste, por el cami-
no que baja del Monte de los Olivos, y entró en Jerusalén orlado,
aquella tarde, de palmas en delirio. Porque Él sabía que las palmas del
mundo, sobre la copa de la palmera, son una estrella redonda y diver-
gente, perplejidad vegetal, que parece interrogar al viento: ¿Por aquí?
¿Por allí? (ya que suelen mecerse como juguetes del viento). Y Él soña-
ba con las legiones de sus mártires, de sus vírgenes, que, naciendo del
pie de la Cruz como ríos de abnegación y sacrificio, habían de cruzar los
siglos de la historia con un temblor de palmas en las manos; pero de pal-
mas altas, erectas, verticales, con una firme y única dirección hacia el
cielo: por aquí, por aquí... La eterna perplejidad de la palmera ha que-
dado resuelta y contestada»132… ¡Por el testimonio de las vírgenes y por
el testimonio de los mártires!

II
La segunda exclamación es en el Viernes: ¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!,
¡Crucifícale!, repetida en dos ocasiones133; ya no hay signos de gloria y
triunfo como las palmas del Domingo anterior. Hay un gran signo de
dolor y duelo. Hay un funeral cósmico, porque muere en una Cruz, cru-
cifijo, el Hijo de Dios vivo: Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclip-
sarse el sol, vinieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona (Lc
23,44; cfr. Mt 27,45; Mc 15,33). En esto, el velo del Santuario se rasgó en
dos, de arriba abajo; y tembló la tierra y las rocas se hendieron (Mt 27,51).
Dice el poeta: «Pero ahora, en el momento de morir Cristo y de con-
sumarse su obra redentora, parece que hay como una última sacudida
fuerte del estilo, ya expirante, de la Vieja Ley; como una ultima apela-
ción a la Naturaleza terrible y tonante del Sinaí...
Tres años de parábolas dulces no pudieron en Pedro lo que pudo en
el centurión un minuto de tinieblas teatrales. El mundo que había querido

131
Ibidem, 58.
132
Ibidem. El paréntesis es nuestro.
133
Cfr. Mt 27,22.23; Mc 15,13.14; Lc 23,21.23; Jn 19,6.15.

110
Las Servidoras

un Mesías ostentoso y poderoso, exigía ahora una gran metáfora cósmi-


ca de la muerte de un Dios. Quería un Dios que muriese entre eclipses
y terremotos. ¡Como si no fuera más auténtico certificado de divinidad
el perdón de sus verdugos!
Jesús insiste en los puros signos espirituales del vino, el agua y el
pan. Sólo al final, como un desesperado arranque de dureza carnal de
los hombres, llegan los vistosos signos cósmicos y sinaíticos: el eclipse y
el terremoto»134.
«Pero los hombres, duros y tercos, se empeñan en no oír este silbo
suave de la Ley de Amor, y Dios tiene que sacudir de vez en cuando sus
entendederas con guerras, revoluciones y persecución, para que los
hombres, como el centurión, crean en Él “cuando vean el terremoto”. El
mundo actual sabe algo de eso... Hombres locos, hombres locos, ¿por
qué no evitáis el terremoto y las tinieblas, tomando partido a tiempo por
el agua, el vino y el pan?»135.

III
La tercera exclamación resonó el Domingo de Pascua: ¡Resucitó,
no está aquí!, ¡Resucitó, no está aquí!, ¡Resucitó, no está
aquí!136. Desde hace 2.000 años hay un sepulcro vacío. ¡Juan Pablo II
–como Pedro en Pascua– estuvo allí! ¡Estuvo allí! ¡Hace apenas unos 20
días...lo vio todo el mundo!

IV
En esta Semana mayor de los cristianos sepamos escuchar la triple
exclamación y sepamos ver la elocuencia inaudita de los ramos de
palma, de las tinieblas y del sepulcro vacío. Y sobre todo, aprendamos a
descubrir su profundo contenido capaz de iluminar toda nuestra vida y
convertirnos en sal de la tierra y en luz del mundo.
María escuchó las exclamaciones.
María vió los claros signos.
María los descifró mejor que nadie.

134
JOSÉ MARÍA PEMÁN, La Pasión según Pemán, Edibesa (Madrid 1997) 70–71.
135
Ibidem, 72.
136
Cfr. Mt 28,6; Mc 16,6; Lc 24,6.

111
Carlos Miguel Buela

5. COLGADO DE LA CRUZ

Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del
Hombre. Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene
que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga
por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna (Jn 3,13–16).

I
En apenas cuatro versículos del Evangelio de la Misa votiva de la
Exaltación de la Santa Cruz, que hoy estamos celebrando, se contienen
enseñanzas muy grandes sobre lo que significa la cruz y la realidad de
Aquél que por nosotros subió a la cruz.
Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo (Jn 3,13). En este
versículo nos encontramos con uno de los textos bíblicos en los que se
enseña la verdad misteriosa de Jesucristo: la naturaleza humana unida
a la naturaleza divina en unión hipostática, es decir, en la persona divi-
na del Verbo. El misterio de la unión hipostática es el corazón del miste-
rio del Verbo Encarnado.
Nadie ha subido al cielo... ¿En cuanto a qué sube Cristo al cielo?
Sube al cielo en cuanto a su humanidad. ...sino el que bajó del cielo...
¿Y en cuanto a qué, según nuestra manera de entender, bajó del cielo
Jesucristo? Bajó del cielo en cuanto a su divinidad. Así lo enseña Santo
Tomás: «Porque Cristo no descendió del cielo según el cuerpo o el alma,
sino según Dios. Lo cual puede colegirse de las mismas palabras del
Señor. Porque después de decir: Nadie sube al cielo sino el que bajó del
cielo, añade: el Hijo del hombre, que está en el cielo. Con lo cual dio a
entender que de tal manera había bajado del cielo que no dejaba de
permanecer en él»137.

137
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma contra Gentiles, IV, 30, BAC, II (Madrid 1968) 769.

112
Las Servidoras

Entonces si es cierto, como enseñaba el apóstol San Pablo, que el


que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para lle-
narlo todo (Ef 4,10), siendo que el subir se refiere a la naturaleza huma-
na y el bajar se refiere a la naturaleza divina, hay ciertamente una unión
entre ambas naturalezas, y esa unión no está dada en la naturaleza o por
la naturaleza, sino que se da por la persona divina del Verbo, la 2da. de
la Santísima Trinidad. El mismo que subió en cuanto a la naturaleza
humana es el mismo que bajó en cuanto a su naturaleza divina, porque
tanto el que sube con su naturaleza humana como el que baja con su
naturaleza divina es el mismo. Si el mismo que bajó es el que subió, «la
persona de aquel hombre es la misma persona del Verbo de Dios»138,
2da. persona de la Santísima Trinidad.
Nuestro Señor hace a continuación una profecía, un milagro intelec-
tual por el cual anuncia lo que había de suceder en el futuro. Para ello
se sirve de un hecho del Antiguo Testamento, con el fin de producir lo
que se llama el «sentido típico», es decir, una cosa que Dios hace para
que sea figura de otra. No se trata de palabras –éste sería el «sentido ple-
nior»– sino de cosas, hechos o acciones. El hecho que Cristo toma como
figura es lo que Dios mismo mandó a Moisés cuando las serpientes
venenosas picaban a los israelitas: Y dijo Yahvé a Moisés: «Hazte una
serpiente de bronce y ponla sobre un mástil. Todo el que haya sido mor-
dido y la mire, vivirá». Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en
un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la ser-
piente de bronce, quedaba con vida (Nm 21,8–9). Esta figura es también
una profecía, pues eso iba a ocurrir posteriormente cuando nuestro
Señor fuese elevado en la cruz: Y como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que
todo el que crea tenga por Él vida eterna (Jn 3,14–15).
¿A dónde es elevado el Hijo del hombre?; o bien, ¿a qué elevación
se refiere aquí nuestro Señor? Se refiere a la elevación que tuvo en la
cima del monte Calvario, en el Gólgota, donde fue izado en el árbol de
la cruz; y también se refiere a la prolongación de ese izamiento que es la
Eucaristía, donde su Cuerpo y su Sangre son elevados. Es por eso que
nuestro Señor lo anticipa de manera profética y dice qué es lo que Él

138
Ibidem, IV, 34, BAC, II (Madrid 1968) 782.

113
Carlos Miguel Buela

desde allí iba a realizar, porque entiende perfectamente bien todo el mis-
terio de la redención. Sabe que ese ser elevado a lo alto es lo que ha de
atraer hacia sí a toda la humanidad y a toda la historia, porque es Él y
sólo Él quien desde el trono de la cruz a todo el que crea en Él le dará
la vida eterna.
Y así como Dios Padre tanto amó al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna
(Jn 3,13–16); así el Hijo de Dios, que nos amó hasta el fin (Jn 13,1)
desde la cruz nos atrae hacia sí por el amor, que es una fuerza atractiva
y unitiva: Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí
(Jn 12,32). Cristo dijo esto para significar de qué muerte iba a morir (Jn
12,33). ¡Y moriría colgado de la cruz!
Colgado de la cruz, Cristo atrajo a todos hacia sí: a los hombres y
mujeres de todos los siglos, a quienes tuvo presentes uno por uno, por-
que por todos murió: el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si
uno murió por todos, todos por tanto murieron (2Cor 4,14). De ningu-
no se olvidó: ¡Él es Dios!

II
Tres horas estuvo colgado en la cruz. Lo que dijo, aunque de profun-
didades insondables, le llevó muy poco tiempo, apenas algún minuto.
En efecto, tan sólo fueron siete frases. Las siete palabras que entonces
pronuncia nuestro Señor tienen una orientación didáctica, precisa, con-
creta y determinada. Son palabras que no mueren. A mí me gusta decir
que son como truenos que siguen resonando en el mundo. ¿Cuánto
tiempo habrá demorado en pronunciarlas? No demoró mucho tiempo
nuestro Señor: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc
23,34); Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23,43); He ahí a tu
madre... (Jn 19,27) he ahí a tu hijo (Jn 19,26); Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado? (Mt 27,46); Tengo sed (Jn 19,28); Todo está
cumplido (Jn 19,30); Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu... (Lc
23,46). Tal vez diez segundos para cada frase. Supongamos que de
aquellas tres horas, que son horas de sufrimiento y de mucho dolor, pro-
nunciar las siete palabras le hayan sumido cinco minutos... ¿Y luego?
Ciertamente que también adoró, dio gracias, pidió perdón por la huma-
nidad prevaricadora y pidió por todo lo que, directa e indirectamente,
los hombres y mujeres necesitaríamos para nuestra salvación eterna.

114
Las Servidoras

Pero, piadosamente, podemos imaginar que pensó en la obra grande que


estaba realizando y de la que nadie como Él tenía tan clara conciencia.
De manera especial, me gusta imaginar que pensó en sus santos.

III
En la cruz pensó en sus santos. Se acordó de sus elegidos desde antes
de la fundación del mundo (Ef 1,4); hombres y mujeres que ya no viven
para sí, sino para Aquel que por ellos murió y resucitó (2Cor 4,15). De
aquellos y aquellas que se aprovecharían de su muerte.
Yo pienso que nuestro Señor, que todo lo sabe y que todo lo conoce,
en ese momento pensaba en todos nosotros. Pensaba en todos los hom-
bres y mujeres de todos los tiempos y de todos los siglos. Así se desple-
garía en su mente –por así decirlo– la historia del mundo y, en especial,
la historia de la Iglesia, que es la razón última de la historia del mundo,
porque Él era plenamente consciente de que gracias a ese estar clavado
en lo alto atraería a muchos hacia sí, produciendo frutos de redención en
tantas almas a través de los siglos, en tantas culturas, en tantas genera-
ciones, en tantas razas, en tantas lenguas, en tantas geografías.
Jesús sabía que sufría para salvarnos de nuestros pecados y nos cono-
cía a todos, con todos nuestros pecados. Sabía que moría para alentar a
sus discípulos a que permanecieran fieles a Él; sabía que les estaba alcan-
zando la gracia santificante a fin de que practicasen todas las obras de las
virtudes, para que, a pesar de las dificultades y persecuciones del mundo,
no claudicasen. Y para eso, Él sabía que era necesaria la cruz, porque era
esa cruz la que les iba a dar la fuerza a sus discípulos, y que sería tam-
bién como un imán, que atraería a todos hacia sí. Llegaría a ser –si se lo
entiende correctamente– como ese fenómeno que se produce en algunas
partes: el «maelstrom», una especie de remolino producido en el mar que
atrae todo hacia sí, y que engulle incluso a los barcos. En el caso de
Cristo, no es para engullir sino para recapitular en Sí todas las cosas.
Colgado de la cruz, contemplando a sus ángeles, debe haber pensa-
do en dar a la Iglesia que nacería de su costado protectores e interceso-
res que estuvieran muy cerca suyo: a Gabriel, el que está delante de Dios
(Lc 1,9); a Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes
y tienen entrada en la Gloria del Señor (Tb 12,15); a Miguel, uno de los
Primeros Príncipes (Dn 10,13).

115
Carlos Miguel Buela

Colgado de la cruz miró hacia el pasado y pensó en todos los hijos de


Adán que le esperaban anhelantes en el limbo de los justos: todos los
santos patriarcas: Abrahám, Isaac, Jacob...; todos los santos profetas:
Moisés, David, Elías, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas...; los
Macabeos; su padre adoptivo San José; San Juan Bautista; el santo
anciano Simeón; la profetiza Ana...
Colgado de la cruz, miró hacia el futuro y pensó en la historia de su
Iglesia, que es su propia historia porque es la historia de su Cuerpo
Místico. No hubo acontecimiento que no estuviera presente: las diez atro-
ces persecuciones bajo los emperadores romanos (Nerón, Domiciano,
Trajano, Marco Aurelio, Cómodo, Septimio Severo, Maximino Tracio,
Decio, Valeriano, Diocleciano); las persecuciones que tantos mártires han
dado en las misiones «ad gentes»...; el surgir de los grandes apologistas y
de los doctores de la Iglesia; los combates de los Padres de la Iglesia en
favor de la ortodoxia católica; las Cruzadas para reconquistar su Santo
Sepulcro; las epopeyas evangelizadoras en Europa, América, África, Asia
y Oceanía; los cismas... ¡todo!
En algún momento, entre las 12 y las 15 hs., colgado de la cruz, como
en una sublime película se desarrolló ante sus ojos la historia de la Iglesia,
siglo por siglo, año por año, día por día; en su mente se fue representan-
do, como si se fuese filmando, la mejor lección de historia de la Iglesia y
de historia del mundo que jamás se haya dado. De manera especial, vio
a aquellos gigantes de santidad, hombres y mujeres, que se aprovecha-
rían al máximo de la sangre que Él estaba derramando allí, sobre el
Gólgota. ¡Sus santos y sus santas! Y, como en una estremecedora letanía,
pensó en ellos, uno por uno. ¡Serían la gloria de su Padre y la suya! Y
ellos serían los que darían, justamente, el verdadero sentido a la historia.
Ellos son la historia... «No hay historia más completa, más magnífica ni
más provechosa que la Letanía de todos los Santos: ella “evoca” e
“invoca” a todos los grandes espíritus que han ilustrado el globo y que
han hecho avanzar a la humanidad con sus virtudes»139.

139
ADAM MICKIEWICZ, cfr. II, 81–85.87–88; cit. por HENRI DE LUBAC en La posteridad
espiritual de Joaquín de Fiore, Ediciones Encuentro, II (Madrid 1989) 259.

116
Las Servidoras

IV
Colgado de la cruz oró por los que escogió para enviar por el mundo
como sus apóstoles, a quienes dio las primicias del Espíritu (Ro 8,23).
En la cruz se reservó para sí a Andrés, Santiago el Mayor, Juan, Tomás,
Santiago el Menor, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón el Cananeo, Judas
Tadeo, Matías, Pablo, Bernabé. Por todos ellos pidió alzando sus ojos al
cielo (Jn 17,26): Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los
que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo
tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos (Jn 17,9–11).
Especialmente rogó por Pedro, «el siervo de la Cruz», como le llamó
San Jerónimo. Cristo escogió para sí de una manera muy particular al
primer Papa como asociado al misterio de su cruz. En efecto, también
Pedro sería colgado de una cruz: cuando llegues a viejo, extenderás tus
manos... (Jn 21,18); Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me
seguirás más tarde (Jn 13,36). De ahí que el Papa, Sucesor de Pedro,
«continúa el carácter martirológico de su Primado»140. Pensó y rezó por
todos los Papas que, hasta ahora, han sido 264.
Colgado de la cruz, Cristo se vio perseguido por Saulo de Tarso, y
para manifestar la grandeza de su misericordia dijo entonces para sí:
«Me reservaré para mí a Saulo de Tarso; éste es para mí un instrumento
de elección para que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los
hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi
nombre (He 9,15–16)». Y desde la Cruz, escuchó decir a San Pablo:
Nosotros predicamos a un Cristo crucificado (1Cor 1,23); no quiero
saber otra cosa sino a Jesucristo, y éste crucificado (1Cor 2,2); con Cristo
estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la
vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios
que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2,19–20). «“Pedro y
Pablo serán como los dos ojos de mi cuerpo, de quien soy cabeza”»141.
Colgado de la cruz rogó por quienes serían discípulos directos de los
Apóstoles, a quienes les correspondería ser los primeros en transmitir por
tradición su Revelación: Padre, no ruego sólo por éstos, sino también por

140
Consideraciones de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, «El Primado del
Sucesor de Pedro», L’ Osservatore Romano 46 (1998) 633.
141
Cfr. SAN LEÓN MAGNO, Sermón 84; cit. en Liturgia de las Horas, IV, p. 1526.

117
Carlos Miguel Buela

aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos
sean uno (Jn 17,20–21). Y dijo para sí: «Me reservaré para mí, por
medio de la palabra de mis Apóstoles, a Ignacio de Antioquía, Clemente
Romano, Policarpo de Esmirna...». Y desde la cruz, escuchaba gritar a
San Ignacio de Antioquía: «¡Dejadme imitar la pasión de mi Dios!»142;
«Mi amor está crucificado»143.
Colgado de la cruz, escogió a quienes –en el siglo que se llamaría de
los apologetas– darían a judíos, gentiles y gnósticos razones de nuestra
esperanza (1Pe 3,15). Y Cristo dijo para sí: «Me reservaré para mí a
Justino, a Ireneo de Lyón, a Clemente de Alejandría...».
Colgado de la cruz, pensó en quienes se unirían a Él en su Pasión y
Muerte afrontando el martirio. Y dijo para sí: «Me reservaré para mí a
Esteban, Lorenzo, Cecilia, Lucía, Blas...». También sabía que era nece-
saria su muerte en la cruz para que Tarcisio no claudicase y fuese «már-
tir de la Eucaristía», y pensaría también en Inés, en Cipriano, en
Felícitas... Y musitó el nombre de todos sus «testigos». Las persecuciones
romanas darían 100.000 mártires.
Colgado de la cruz, derramando hasta la última gota de su sangre,
les dio a los mártires, uno a uno, la victoria: Ellos vencieron gracias a la
sangre del Cordero y a la palabra del testimonio que dieron, porque des-
preciaron su vida ante la muerte (Ap 11,12).

V
Colgado de la cruz vio cómo, una vez que acabaran las persecucio-
nes sistemáticas, se turbarían los tiempos de paz iniciados por
Constantino después del Edicto de Milán, con el surgimiento de cismas,
controversias y herejías en torno a su Divina Persona y su Iglesia.
Entonces comenzaría el bullir de herejías que requerían la respuesta
clara y clarividente de los Santos Padres de Oriente y Occidente, hom-
bres que no iban a claudicar en la confesión de la fe porque recibirían la
fuerza de la cruz de Cristo. Y Cristo dijo para sí: «Me reservaré para mí
doctores de Oriente y de Occidente, que vengan a sentarse a mi mesa

142
SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, VI, 3.
143
Ibidem, VII, 2.

118
Las Servidoras

luego de haber combatido por la verdad. De Egipto me reservaré a


Antonio Abad y a Atanasio el Grande; de Capadocia a Basilio Magno;
de Antioquía a Juan Crisóstomo; de Dalmacia me reservaré para mí a
Jerónimo; a Ambrosio de Milán; Martín de Tours; Hilario de Poitiers;
vaso especial de elección será para mí Agustín de Hipona: le daré
sabiduría para refutar a los maniqueos, donatistas, pelagianos y arria-
nos. En esta época suscitaré grandes pontífices por medio de los cuales
Pedro proclame la fe en mi divinidad. Me reservaré para mí a Dámaso,
León Magno, Gregorio Magno...».
Colgado de la cruz, vio las atrocidades que cometerían los bárbaros
en sus incursiones por las ciudades cristianas del Imperio. Vio la firmeza
de San León Magno frente a Atila. Vio cómo lo enfrentó con una cruz en
la mano, y lo vio a Atila, que venía asolando toda Europa, dar media
vuelta y seguir su camino... El Señor vio cómo la Iglesia a través de sus
misioneros y de sus grandes predicadores iba a tratar de convertir a los
pueblos bárbaros y cómo los monjes rescatarían en sus monasterios la
cultura de la que los vándalos harían estragos. Y pensó en los cientos de
monjes y misioneros afanosos por la conversión de los bárbaros: San
Patricio en Irlanda; San Remigio en Francia; San Columbano en
Escocia... Y dijo para sí: «Me reservaré para mí a Benito de Nursia como
Padre del Monacato en Occidente. Me reservaré para mí a Isidoro de
Sevilla, para que organice las Iglesias de España. Me reservaré para mí a
Agustín de Cantorbery a quien enviaré a evangelizar a los anglosajones;
a Bonifacio lo enviaré a los germanos; a Cirilo y Metodio a los eslavos».

VI
Colgado de la Cruz, el rey coronado de espinas pensó en extender
su Reino a través de la conquista espiritual de los pueblos. Vio el flore-
cer de las nuevas cristiandades que se fueron construyendo, de las que
prácticamente nosotros hemos estado celebrando el milenio. Y por ello
pensó también en hacer partícipes de su realeza a príncipes y reyes cris-
tianos. Entonces dijo para sí: «Escogeré para mí a Esteban en Hungría;
a Eduardo el Confesor en Inglaterra; a Eduviges en Polonia; a Vladimir y
Olga en Ucrania; a Isabel en Hungría; a Fernando III de Castilla y de
León; a Luis de Francia...». Y todo eso iba a ser posible porque Él estaba
sufriendo en ese momento en la cruz.
Colgado de la cruz, pensó en la época del feudalismo, cuando reyes
y mercaderes querían sacar tajada de la Iglesia. Sería necesario suscitar

119
Carlos Miguel Buela

grandes hombres que defendieran los derechos de la Iglesia contrarres-


tando la acción de tantos que claudicarían ante el poder temporal. Y
Cristo dijo para sí: «Me reservaré para mí a Gregorio VII; a Anselmo de
Cantorbery; a Tomás Becket, a Bernardo de Claraval, a Nicolás de
Tolentino...». Pero también vería el esplendor de la Alta Edad Media,
que supo levantar esas catedrales majestuosas que todavía son objeto
de admiración para nosotros y para todos los que vienen a Europa;
edad en la que sin duda alguna se dio la cumbre de la civilización del
mundo, que supo no sólo elaborar esas catedrales en piedra, sino que,
además, hizo las catedrales del pensamiento, que son las Sumas, obras
del genio de Santo Tomás de Aquino.
Colgado de la cruz, pensó en aquellos que prolongarían algún aspec-
to de los misterios de su vida dando origen a órdenes y congregaciones
religiosas. Entonces dijo para sí: «Me reservaré para mí a Domingo de
Guzmán, que fundará una Orden de Predicadores para prolongar mi
ministerio como Maestro y Doctor. De sus hijos, los dominicos, me reser-
varé para mí a Alberto Magno y a Tomás de Aquino. A éste le diré desde
la cruz: “Tomás, bien has escrito de mí”144; también de entre ellos me
reservaré a Pedro de Verona, mártir, y al Beato Angélico...».
Colgado de la cruz, el Señor dijo al hijo de Pedro Bernardone:
«Francisco, restaura mi Iglesia», y le encomendó fundar una Orden que
abrazase la pobreza voluntaria imitándole a Él, que siendo rico se hizo
pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8,9). Y pensando en
todos los santos franciscanos, dijo Cristo para sí: «Me reservaré para mí
a Antonio de Padua, a Clara de Asís, a Buenaventura, a Carlos de Sezze,
a Pío de Pietrelcina...».
Colgado de la cruz, pensó también en otra de las grandes Órdenes
mendicantes, los mercedarios, dedicados a la redención de los cautivos.
Y Cristo dijo para sí: «Me reservaré para mí a Pedro Nolasco y Ramón
Nonato».
Colgado de la cruz, Cristo vio a su Iglesia en máxima confusión en la
época del gran cisma de Occidente, provocado por la elección en
Aviñón de antipapas que disputaban la Tiara papal. ¡Tres hombres a la
vez llegaron a considerarse como los legítimos sucesores de Pedro...!

144
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., Introducción General (Madrid 31964) 38.

120
Las Servidoras

Las naciones y las casas religiosas estuvieron divididas en partidos en


favor de uno y otro... Grandes santos se necesitarían para esta época, y
por esto Cristo dijo para sí: «Me reservaré para mí a Vicente Ferrer,
Catalina de Siena, y Brígida de Suecia...».
Colgado de la cruz, Cristo tuvo presente que el cisma de Occidente
dejaría en sus fieles resabios de desconfianza hacia la Iglesia, y que el
surgimiento, en el siglo XV, del Humanismo y del Renacimiento
pondrían en peligro la fe de muchos, particularmente de la gente senci-
lla del pueblo. Por eso pensó que harían falta para aquella época gran-
des predicadores populares... Y por eso Cristo dijo para sí: «Me reserva-
ré para mí a Bernardino de Siena, a Juan de Capistrano...».

VII
Colgado de la cruz, Cristo vio cuántos miembros serían amputados
de su Cuerpo Místico con la Reforma de Lutero, de Calvino y de los
demás líderes de la Reforma protestante. Vio lo que acarrearía, en la
decadencia de la Edad Media, la acción del libre examen de Lutero: ¡el
segundo gran cisma de la cristiandad! A grandes males harían falta gran-
des remedios. Y como Él sabía que de su cruz, de la fuerza de la cruz,
iba a suscitar a quienes iban a poner todo su empeño para evitar una
destrucción mayor, así pensó en suscitar santos que contrarrestaran la
acción protestante, promoviendo la auténtica Reforma de la Iglesia,
viviendo ante todo el radicalismo evangélico. Y Cristo dijo para sí: «Me
reservaré para mí a Cayetano de Thiene y Felipe Neri; a Pedro de
Alcántara, a Juan de Ávila y Juan de Rivera; a Teresa de Jesús, a Juan
Bautista de la Concepción y a Juan de la Cruz. De manera especial me
reservaré para mí a Ignacio de Loyola, para que funde una compañía
de apóstoles que conquisten conmigo el mundo, siguiéndome tanto en
las penas como en la gloria. De sus hijos me reservaré para mí a
Francisco de Borja, Luis Gonzaga, Pedro Canisio, Roberto
Belarmino...».
Colgado de la cruz, consideró que harían falta grandes adalides del
Concilio de Trento, que promovieran y aplicaran en la Iglesia sus
Reformas. Y por eso Cristo dijo para sí: «Para esta tarea me reservaré a
Pío V, Carlos Borromeo, Toribio de Mogrovejo y Francisco de Sales...».
Jesús sabía que se iba a desgarrar la Cristiandad, pero sin embargo iba
a florecer la Cristiandad en un nuevo continente; se iba a descubrir

121
Carlos Miguel Buela

América, de donde provenimos nosotros. Y esa cruz fue luz y fuerza para
esos miles y miles de hombres que fueron a misionar a América, en una
obra que, al decir de León XIII, «se trata de la hazaña más grandiosa y
hermosa que hayan podido ver los tiempos»145; o como decía Gomara a
Carlos V, «la mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la
Encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las
Indias»146. Y así, colgado de la cruz, consideró la «hora» en que haría
misericordia a los indígenas de América, del África y del Oriente, envián-
doles misioneros que les anunciasen el Evangelio. Y Cristo dijo para sí:
«Me reservaré para mí a Francisco Javier; a él le haré recorrer, en menos
de 10 años, más de 50.000 Km. en su afán de llevar mi Evangelio a
todas partes. Me reservaré para mí a Luis Beltrán, O. P., para apóstol de
Nueva Granada (Venezuela–Colombia); convertirá a más de 150.000
indios. Me reservaré para mí a Francisco Solano, a él le llevaré desde
Perú hasta las regiones del Tucumán y del Gran Chaco. Me reservaré
para mí a Roque González de Santa Cruz, para hacerle pionero de las
Misiones guaraníes. Me reservaré para mí a Pedro Claver, S.J., en
Cartagena de Indias (Colombia) bautizará a más de 300.000 negros. Me
reservaré para mí a Isaac Jogues para la evangelización de Canadá y
Estados Unidos; a Junípero Serra para la evangelización de
California...».
Colgado de la cruz, escogió los frutos exquisitos que producirían las
Misiones –la pléyade de santos que iba a producir la evangelización– y
por eso dijo para sí: «Me reservaré para mí al indio Juan Diego en
México; a Rosa de Lima, al mulato Martín de Porres y a Juan Macías en
el Perú; a Marianita de Jesús Paredes, la “azucena de Quito”, en
Ecuador; a Bernarda Butler en Cartagena de Indias, Colombia; a José
de Anchietta y Antonio Galvao en Brasil; a Katheri Tekakwitha en
América del Norte».
Colgado de la cruz veía las primicias de la evangelización del Asia,
más de 100.000 mártires: a Pablo Miki y compañeros mártires en el
Japón; a Andrés Kim Taegon, Pablo Chong Hasang y 101 compañeros
mártires en Corea; a los 123 mártires chinos; a los mártires de Tailandia;
a San Andrés Dung–Lac y compañeros mártires de Vietnam; en
Pakistán, India, Medio Oriente... Y desde la cruz enseñó a San Andrés

145
Carta encíclica «Quarto abeunte saeculo», 16 de julio de 1892.
146
Cfr. RAMIRO DE MAEZTU, Defensa de la Hispanidad, Ediciones del Cruzamante
(Buenos Aires 1986) 252.

122
Las Servidoras

Kim Taegon, primer sacerdote coreano, la verdad con la que enseñaba


a sus fieles perseguidos: «Hermanos muy amados, tened esto presente:
Jesús, nuestro Señor, al bajar a este mundo, soportó innumerables
padecimientos, con su pasión fundó la santa Iglesia y la hace crecer con
los sufrimientos de los fieles»147.
Colgado de la cruz vio también las primicias de la Iglesia en Oceanía:
a San Pedro Chanel y Peter Rot en Papúa Nueva Guinea; y las primicias
de la Iglesia en Uganda: a Carlos Lwanga y sus jóvenes compañeros
mártires; y a todos los mártires de nuestros días en África, en Argel, en
Rwanda...Y todo eso fue posible porque Él estaba allí, firme en la cruz,
sin claudicar, cumpliendo con esa obra grande de la redención, hasta el
fin, agonizando allí, clavado con tres clavos a la cruz durante tres horas.

VIII
Colgado de la cruz, vio cómo entre los siglos XVII y XVIII, en la
época de las Monarquías absolutas, se maduraría definitivamente la idea
del Estado moderno, caracterizada por el laicismo y por la separación de
la Iglesia. Vio cómo este período tendría un común denominador: la
Ilustración. Todo un nuevo modo de pensar y entender la vida, intentan-
do romper definitivamente los lazos entre la razón y la fe, la religión y la
cultura. ¡Qué grandes santos harían falta para contrarrestar tantos desas-
tres y para recristianizar a las masas! Sería necesario el testimonio de
grandes apóstoles de la caridad, de predicadores de misiones populares
y de educadores. Y por ello Cristo dijo entonces para sí: «Me escogeré
para mí a Vicente de Paúl y Luisa de Marillac para dar testimonio de la
caridad. Me reservaré para mí como apóstoles del pueblo a Luis María
Grignion de Montfort; Leonardo de Puerto Mauricio; Alfonso María de
Ligorio; Nóbili en la India; Mateo Ricci en China; Francisco Pallau y las
Misiones extranjeras de París; me reservaré como grandes educadores a
José de Calasanz, Juan Bautista de la Salle, Marcelino Champagnat...».
Pensando en los Ilustrados, infatuados con el culto a la diosa razón, tra-
tando de destruir toda religión que se presentase como revelada, Cristo
pensó en confundir su necedad suscitando santos en quienes se dieran
fenómenos sobrenaturales, en plena época racionalista. Y Cristo dijo
para sí: «Me reservaré para mí a José de Cupertino; Gerardo Mayela;

147
De la última exhortación de san Andrés Kim Taegon, presbítero y mártir; cfr.
Liturgia de las Horas, 20 de septiembre, IV, 1894.

123
Carlos Miguel Buela

Pablo de la Cruz; Juan María Vianney; María Bernarda Soubirous;


Catalina Labouré; María de Jesús Crucificado...». Ante ellos, ¿quién
podría negar la existencia de lo sobrenatural? Y vio lo que iba a hacer la
Revolución Francesa, y sus mártires, los mártires de Angers y de la
Vandée; y vio las carmelitas decapitadas en la plaza de la Bastilla,
subiendo al cadalso cantando... Todo eso con una mirada profética,
conociendo los detalles y circunstancias.
Colgado de la cruz, Cristo vio sucederse a la Ilustración el racionalis-
mo, al racionalismo el liberalismo, al liberalismo el materialismo –prime-
ro capitalista y luego marxista–. Haría falta contrarrestar el daño que
tantas falacias producirían en la Iglesia principalmente con el testimonio
de los valores del Evangelio. «En esta época me reservaré para mí a
Gaspar del Búfalo; José Cafasso; Juan Bosco; Antonio María Claret;
Gabriel de la Dolorosa; Pedro Julián Eymar; Teresa del Niño Jesús;
Charbel Maklouf; Ezequiel Moreno Díaz; Miguel Febres Cordero; Juan
Nepomuceno Newmann...».
Colgado de la cruz, vio a los hombres en la época de la Industria, de
los proletariados y de la técnica, buscando soluciones muchas veces al
margen de Dios... Entonces Cristo se vio hambriento, sediento, enfermo,
cautivo, peregrino, emigrante, desnudo, moribundo, pobre, abandona-
do, huérfano, niño, joven, anciano... Y dijo para sí: – «Me reservaré para
mí hombres y mujeres que me asistan en los necesitados...». Y musitó
los nombres de José Benito Cottolengo; María Eufrasia Pelletier; María
Micaela del Santísimo Sacramento; Elizabeth Anne Seton; Katherine
Drexel; María Josefa Rosello; Francisca Javier Cabrini; Don Luis
Orione...».

IX
Colgado de la cruz, Cristo pensó en el convulsionado siglo XX. Vio
la crisis modernista de principios de siglo, y dijo para sí: «Me reservaré
para mí a José Sarto, que será sucesor de Pedro con el nombre de Pío
X». Colgado de la cruz, pensó en cada uno de los santos de nuestro siglo
y entonces dijo para sí: «Me reservaré para mí a Damián de Vesteur;
María Goretti; Laura Vicuña; Teresa de los Andes; Gema Galgani;
Leopoldo Mandic; Pier Giorgio Frassatti; José Moscati; Pío de
Pietrelcina; Juana Beretta Molla; Alberto Hurtado...».
Colgado de la cruz, vio las persecuciones de los regímenes totalita-
rios de nuestro siglo, y eligió a quienes serían sus testigos para esta

124
Las Servidoras

época: «Me reservaré para mí a Miguel Agustín Pro; Maximiliano María


Kolbe; Tito Brandsma; Edith Stein; Benito de Jesús; los 51 mártires de
Barbastro; Mons. Vilmos Apor de Hungría, Mons. Eugen Bossilkov de
Bulgaria y el cardenal Stepinac, de Croacia...». Sabía lo que iba a ser ese
azote satánico, la persecución más espantosa que jamás haya sufrido la
Iglesia en veinte siglos de su historia, la persecución del comunismo, con
miles y miles de mártires, muchos de ellos sin nombre, desconocidos por
nosotros. Pero conocemos las grandes figuras de los Cardenales Beran,
Wyszynski, Mindszenty, Tomasek, Slipyj, Iuliu Hossu, Todea, Korec,
Ignacio Kung Pin–mei, y Domingo Teng, los 14 obispos ucranianos már-
tires, el obispo de Barbastro beato Florentino Asencio Barroso, Antón
Luli, Jerzy Popielusko... ¡Más de 100.000.000 de muertos en la
ex–URSS!148. A pesar de esa persecución espantosa y satánica, que no
ahorró ningún medio para borrar de sobre la faz de la tierra la más
remota idea de Dios –pues la esencia del comunismo es ser ateo– sin
embargo, Él sabía que lo que estaba pasando y sufriendo, iba a ser for-
taleza para todos los que iban a sufrir como confesores y fortaleza tam-
bién para todos los que iban a morir como mártires.
Colgado de la cruz pensó en todos los grandes santos que nosotros,
domingo a domingo, invocamos como protectores en las Letanías de los
Santos que rezamos delante del Santísimo Sacramento, pidiendo su
intercesión ante Dios, porque sabemos que Él los predestinó a reprodu-
cir la imagen de su Hijo (Ro 8,29). ¡Letanías que son una verdadera lec-
ción de historia!

X
Jesús también tenía presente todo lo que va a venir, y que nosotros
no sabemos. Y Él sí lo sabe. Sabe perfectamente bien cuáles van a ser
cada uno de nuestros caminos en este peregrinar por este mundo, con
las dificultades con las que nos vamos a encontrar, con las alegrías que
vamos a tener, con los triunfos y los fracasos, ¡con todo...! Y así como
para todos los que han pasado durante estos veinte siglos la cruz fue

148
Cfr. S. COURTOIS, N. WERTH, J.L. PANNÉ, A. PACKZOWSKI, K. BARTOSEK, J.L.
MARGOLIN. El libro negro del comunismo. Crímenes, Terror y represión, Editorial Planeta
(Barcelona 1998).

125
Carlos Miguel Buela

fuente de consuelo y protección, fue luz y guía, ciertamente lo será tam-


bién para nosotros si somos dóciles al Espíritu Santo.
El emperador Constantino, antes de vencer a Majencio en el puente
Milvio, en aquella famosa batalla del 28 de octubre del 312, tuvo el
sueño del signo de la cruz: «In hoc signo vinces», se le dijo. «Con el signo
de la cruz, vencerás». Como un día a Constantino, también nos dice
Jesús a cada uno de nosotros: «In hoc signo vinces».
Colgado de la cruz, también pensó en la Madre Teresa de Calcuta.
Y pensó en Juan Pablo II.
Y pensó en todos los hombres y mujeres que existirán hasta el fin del
mundo, porque ¡por todos moría!
Y Cristo, también, pensó en ti. Y por ti rezó diciendo: Padre, quiero
que los que tú me has dado también estén conmigo en donde yo esté,
para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has
amado antes de la creación del mundo (Jn 17,24).
En fin, colgado de la cruz vio al pie de la misma, de pie, a María de
Todos los Santos y le encomendó ser Madre de todos los hombres y
mujeres, de todos los siglos, y como tal, como Madre, estar de pie junto
a todas las cruces de todos, en los infinitos Gólgotas que a través de los
tiempos se levantarían por doquier, ya que «Cristo estará en agonía
hasta el fin del mundo»149.

6. HIMNO A LA CRUZ
Al Señor de la Quebrada y a sus seguidores
de la finca homónima de junto al canal Cerrito.

La Cruz: Es milagro. Es misterio. Es cobijo. Es sabiduría. No es inac-


cesible. No es aburrida. No es esclavizadora. No es anodina.

149
PASCAL, Pensées, Le mystèrie de Jésus, 553.

126
Las Servidoras

La Cruz es clarividente. Es libertadora. Es plenitud. Es anticipo del


Cielo. Es el Paraíso en la tierra. No es una reducción de la Encarnación;
sino su más plena aceptación, es ir hasta lo más profundo del ser y de
las cosas.
La Cruz es el más bello regalo de Dios, pero es tropiezo para
muchos. Es el «indicador de los viajeros libres», pero es cáustica para los
mundanos. Es la que nos hace dirigir la historia –aun no alcanzado el
poder–, pero es escándalo para los que no tienen fe. Es la máxima aven-
tura, aunque para muchos sea la más grande incomodidad.
La Cruz divide y une, abaja y eleva, da muerte y da vida, aplasta y
abraza, oscurece e ilumina, condena y salva. La Cruz hace eso según la
disposición del corazón del hombre hacia ella: si busca vaciarla150 o si
busca completarla151.
La Cruz es realidad y es símbolo. Es centrífuga –se vuelca hacia afue-
ra–, y es centrípeta –en su centro hay fusión y hay una contradicción–,
se hinca en la tierra y al mismo tiempo se dirige al cielo. Puede prolon-
gar hasta siempre sus cuatro brazos sin alterar su estructura. Se agranda
sin cambiar, abre sus brazos a los cuatro vientos.
La Cruz es literal y es paradójica. Es de palo viviente. Es punto de
apoyo y trampolín. Es llave que abre la puerta de nuestro corazón. Es el
cetro del reino de la santidad. Es la señal de los predestinados. Es el
único camino de la vida. Es la cumbre sobre las cumbres. Es una aspi-
ración perseverante e inflexible. Es un grito. Sólo se aprende en la escue-
la de Jesucristo.
La Cruz es cátedra, es altar y es palestra. Es el amor enardecido hasta
el fin. Es la disposición total para lo que Dios quiera. Es fuente. Es carro
de combate. Es grandeza de alma. Está fija mientras el mundo se
mueve. Hace reyes a los regenerados en Cristo. Es bandera real. Todo
está en Ella.
La Cruz nos clava en el corazón al que fue clavado en Ella. Es la glo-
ria de las almas santas, es la librea de las almas nobles que fuera de Ella
no quieren saber nada. Si alguna cosa fuera mejor y más útil para la

150
Cfr. 1Cor 1,17; Flp 3,18.
151
Cfr. Col 1,24; 2Cor 11,30.

127
Carlos Miguel Buela

salvación de los hombres que llevar la Cruz, Cristo lo hubiera enseña-


do con su palabra y ejemplo. Pero Él dice: ... toma tu Cruz... (Mt
16,24).
La Cruz cambia en rosas las espinas. Quien posee la ciencia y la ale-
gría de la Cruz sabe que hay que morir para vivir, sepultarse para resu-
citar, sufrir para gozar, perder la vida para encontrarla, humillarse para
ser ensalzado. Sabe que el débil es el fuerte152, que los pocos muchos, los
necios sabios, los pobres ricos, los obedientes libres, los esclavos reyes;
que hay que combatir para descansar, ser violento con uno mismo para
ser pacíficos, renunciar a todo para poseerlo todo, ser podado para dar
fruto, ser despreciado para ser honrado; que los muchos son pocos, los
sabios necios, los ricos pobres, los libres esclavos, los reyes sirvientes;
que hay que despreciar el mundo para ganar al Creador del mundo,
negarse a sí mismo para afirmarse en Dios, sacrificarse para realizarse.
En la Cruz, Dios ha invertido el significado de muchas cosas.
En Ella aprendemos a adorar al «Verbo Eterno Encarnado», sea en
la Santísima Cruz de los Milagros de Corrientes, sea en el Señor de la
Quebrada de San Luis, en el Santo Cristo de la buena Muerte en
Reducción, en el Señor del Milagro de Salta, en el Señor de Cuero de
San José de Jáchal en San Juan, en el Señor de Matará en Santiago del
Estero... y en las cruces de nuestras Iglesias, de nuestros cementerios, de
las cabeceras de nuestros lechos. En Ella aprendemos a «más seguir e
imitar al Señor nuestro, así nuevamente encarnado»153.
El que ama la Cruz da testimonio de Ella hasta el martirio y sabe que,
en el sabio decir de los Padres de la Iglesia, «el que no confiesa el testi-
monio de la Cruz procede del diablo» (San Policarpo).
La Cruz «tiene palabras de vida eterna»154.

152
Cfr. 2Cor 12,9–10.
153
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [109].
154
cfr Jn 6,68.

128
Las Servidoras

7. TODO ESTÁ EN LA PASIÓN

Enseña San Pablo de la Cruz: «Todo está en la pasión. Es allí donde


se aprende la ciencia de los santos»155. Para el cristiano, la Pasión es una
fuente inagotable de sabiduría y es guía y modelo para toda nuestra
vida. Por eso decía San Pedro Claver: «El único libro que hay que leer
es la Pasión»156. Y el gran Santo Tomás escribe: «Todo aquél que quiera
llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo
que Cristo despreció en la Cruz, y amar lo que Cristo amó en la Cruz»157.
En forma semejante podemos pensar de los personajes de la Pasión:
debemos rechazar diametralmente los malos ejemplos de algunos e imi-
tar los de otros.

I
No quieras imitar a Anás, que estaba dominado por la concupiscen-
cia del poder (la mayor tentación de los clérigos) y era codicioso.
No quieras imitar a Caifás, que era venal y servil.
No quieras imitar a Poncio Pilatos, que era un cobarde y un pastele-
ro.
No quieras imitar a Pedro, que fue vencido por una criada, sucum-
biendo al miedo de dar testimonio de Jesús.
No quieras imitar al joven desnudo, que padeció más por huir de la
cruz de Cristo que por seguirle158.
No quieras imitar al mal ladrón (Gestas)159, que no reconoció la divi-
nidad de Jesús.
No quieras imitar a Judas, que traicionó por 30 monedas de plata.

155
CARLOS ALMERAS, San Pablo de la Cruz, Desclée (Bilbao 1960) 282.
156
ÁNGEL VALTIERRA – RAFAEL M. DE HORNEDO, San Pedro Claver, BAC (Madrid 1985)
86.89.
157
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Credo comentado (Buenos Aires 1978) 85.
158
Cfr. LUIS DE LA PALMA, Historia de la Pasión (Madrid 1967) 128.
159
Con este nombre se llama tradicionalmente al mal ladrón y está tomado del
Evangelio apócrifo de Nicodemo.

129
Carlos Miguel Buela

II
Debes imitar a Simón de Cirene tomando la cruz y siguiendo a Jesús.
Debes imitar a San Pedro, que hizo penitencia llorando mucho sus
pecados.
Debes imitar al buen ladrón (Dimas)160, quien reconoció la divinidad
de Jesús.
Debes imitar a María Magdalena, a quien por haber amado mucho
le fueron perdonados sus muchos pecados.
Debes imitar a San Juan, que fue discípulo amado por haberse
entregado a Dios ya desde muy joven161.
Debes imitar a María, que estuvo de pie al pie de la cruz.
Debes imitar al que abrió el costado del Señor (Longinos), que al
certificar la muerte de Jesús nos dio la certeza de la misma para que
siempre la anunciemos.
Debes imitar a José de Arimatea: pide siempre el Cuerpo de Jesús;
«haz tuya la víctima expiatoria del mundo»162.
Debes imitar a Nicodemo: unge a Jesús con aromas.
Sobre todo, debes imitar a JESUCRISTO, que se inmola en la cruz y
en la Misa, crucificándote con Él. Como dice San Gregorio Nacianceno:
«Inmolémonos nosotros mismos a Dios, inmolemos cada día nuestra
persona y toda nuestra actividad, imitemos la Pasión de Cristo con nues-
tros propios padecimientos, honremos su sangre con nuestra propia san-
gre, subamos con denuedo a la cruz... Adora al que por amor a ti pende
de la cruz y, crucificándote tú también, procura recibir algún provecho
de tu misma culpa; compra la salvación con la muerte...»163.

160
San Dimas: así es llamado el «buen ladrón». También está tomado del Evangelio
apócrifo de Nicodemo.
161
«La historia de la Iglesia es un testimonio continuo de llamadas que el Señor hace
en edad tierna todavía. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, explica la predilección de
Jesús hacia el apóstol Juan “por su tierna edad” y saca de ahí la siguiente conclusión: “esto
nos da a entender cómo ama Dios de modo especial a aquellos que se entregan a su ser-
vicio desde la primera juventud”». JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post–sinodal
«Pastores Dabo Vobis», 63.
162
SAN GREGORIO DE NACIANZO, De las Disertaciones, 45.
163
Ibidem.

130
Las Servidoras

¡Decidámonos a vivir según el tercer binario164 y según la tercer


manera de humildad165!
¡Tengamos grandes deseos «de oprobios y menosprecios»166 para más
imitarlo a Jesús!
Digamos con la Beata María de Jesús Crucificado:
«Si tus penas no pruebo, oh, Jesús mío,
vivo triste y apenado.
Hiéreme, pues que el alma ya te he dado.
Y si este bien me hicieres, mi Dios,
claro veré que bien me quieres»167.

8. UN GRAN DRAMA: ¡LA PASIÓN!

Estamos celebrando la fiesta de la Santa Cruz, y en ella a quien en


ella murió, el Señor, a quien de manera particular recordamos en la Cruz
de Matará. Es el fulcro de la Pasión, y la Pasión –desde el punto de vista
bajo el cual quiero considerarla hoy– es un gran drama. Nos encontra-
mos frente al drama más grande de todos los tiempos: «La Pasión de
nuestro Señor Jesucristo».

1. ¿Por qué es el drama más grande de todos los tiempos?


La Pasión es ciertamente el drama más grande y nos podemos dar
cuenta de ello si respondemos a tres preguntas: ¿quién sufre?, ¿qué
sufre?, ¿para qué sufre?
¿Quién es el que sufre? La Segunda Persona de la Santísima
Trinidad. Aquel que se encarnó en las entrañas purísimas de la
Santísima Virgen en Nazareth y luego nació en Belén.

164
Cfr. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [155].
165
Cfr. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [167].
166
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [146].
167
BERNARDO MARÍA DE SAN JOSÉ, C.D., La florecilla árabe (Vitoria) 74.

131
Carlos Miguel Buela

¿Qué sufre? Sufre, podemos decir, los máximos tormentos en todos


los miembros de su cuerpo, y no solamente los tormentos físicos atroces
sino –sobre todo– los tormentos morales, los sufrimientos del alma,
hasta llegar a decir: Triste está mi alma hasta la muerte (Mt 26,38; Mc
14,34).
¿Para qué sufre?: El motivo por el que sufre es algo grandioso: sufre
la Cruz para la salvación de todos los hombres y de todos los tiempos,
para restablecer aquello que el hombre había destruido por el pecado.
Además, es el drama más grande porque en todo hay contraste,
pugna, antinomia, dialéctica, oposición, desgarro, tensión... Señala San
Lucas: Cristo entrando en agonía (Lc 22,44) –en griego «agwnhv» (agoné)
propiamente quiere decir «lucha» y «pelea»–. No ocurre esa lucha, esa
pelea, esa «agwnhv» sólo en el momento de Getsemaní, sino que en
Getsemaní comienza, y termina solamente cuando termina la vida terre-
na del divino Salvador en el Gólgota.
Todo es lucha, es un desafío cósmico (que es la esencia del drama).
¡Sólo en un lugar hay armonía!

2. La Pasión es lucha
En la Pasión pareciera que todo es contrapuntístico.
Es un combate entre:
* La Vida: > < la muerte: reo es de muerte
Yo soy la Vida (Jn 10,6). (Mt 26,66).
Entran en duelo:
* El Cielo > < la tierra.
* Las fuerzas del Bien > < los poderes del Mal.
* Lo alto > < lo bajo.
* Derecha > < izquierda.
* El buen ladrón > < y el malo168.
* La Luz: > < las tinieblas: las tinieblas cubren
Yo soy la Luz del mundo (Jn 8,12). la tierra (Lc 23,44).

168
Cfr. Lc 23,39–43.

132
Las Servidoras

* Soledad: > < multitud:


Dios mío, Dios mío, ¿por qué me toda aquella multitud (Lc 23,27)
has abandonado? (Mt 27,46).

* Bondad: > < malicia: le vendaron los ojos, le


Jesús consuela a las mujeres golpearon y dijeron: profetiza
llorosas de Jerusalén169. quién te ha pegado (Mt 26,68).
* Fidelidad hasta el fin: > < traición:
todo está cumplido (Jn 19,30). por treinta monedas de plata (Mt
27,4).
* Amor: > < odio:
Habiendo amado a los suyos, los me odiaron sin motivo (Jn 15,25).
amó hasta el fin (Jn 13,1).
Justicia: > < injusticia:
Es preciso cumplir todo lo que es buscaron testigos falsos (Mt 26,60).
justo (Mt 3,15).
* Perdón: > < venganza:
Padre, perdónales porque no es preciso que muera (Jn 11,50).
saben lo que hacen (Lc 23,34).
* Dignidad: > < ignominia:
Él nada dijo (Mt 27,14). le escupieron (Mt 26,67).
* Santidad > < pecado.
* Pecado > < santidad.

La santidad de Aquel ante quien ni los cielos son puros, y toda la


masa de pecado de toda la humanidad, de todos los tiempos, desde el
pecado de Adán y Eva hasta el pecado que cometa el último hombre
que habite sobre la tierra. Y por contraste, la Santidad al mismo tiempo,
hecha pecado: A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros
(2Cor 5,21). ¿Por qué? Porque cargó sobre sí los pecados de todos
nosotros (Mt 8,17) ¿Para qué? Para darnos la santidad, para darnos vida
y vida en abundancia (Jn 10,9), la vida de la gracia170.

169
Cfr. Lc 23,26.
170
Cfr. Ro 5,16.

133
Carlos Miguel Buela

* Obediencia: > < rebeldía:


Obediente hasta la muerte y La rebeldía contra Yahvé, lo que a
muerte de cruz (Flp 2,8). través de los siglos, a través de los
Patriarcas y de los Profetas había
prometido y había anunciado y
que ellos tenían obligación grave
de reconocer: pero los hombres
amaron más las tinieblas que la Luz
(Jn 3,19).

* Servicio: > < esclavitud: de quienes eran


no he venido para ser servido sino esclavos de Satanás.
para servir (Mt 20,28).
* Verdad: > < mentira: En tres días reconstruyó
tú lo dices (Mt 27,11). el templo (Mt 26,6 ; Mc 14,58) y
Jesús se refería al templo de su (Jn
2,21).
* Testimonio > < respeto humano, como por
ejemplo, Pedro: no conozco a este
hombre (Mt 26,72).
* Universalismo > < localismo.

Es el universalismo del Señor cuando dice: Sitio, «tengo sed» (Jn


19,28). Esta sed es sed de almas. Como gustaba repetir Don Orione:
«¡Almas, almas, almas!». Es la música que tiene que sentir en su
corazón el seminarista, el verdadero sacerdote, y si no escucha esa músi-
ca que se dedique a otra cosa. Es la música que tiene que sentir en su
corazón una religiosa, verdadera Esposa de Jesucristo. ¡Almas, almas,
almas! Sitio, ¡tengo sed! Sed de redención, sed de almas. Este universa-
lismo va contra el capillismo o localismo de los judíos, es necesario que
este muera por la nación (Jn 11,50), por un grupo.

* Paternidad: > < orfandad de aquellos a los cua-


¡Padre! (Mt 6,8). les dijo el Señor: tenéis por Padre al
diablo (Jn 8,44).
* La inocencia: > < penitencia:
Virgen María al pie de la cruz. la pecadora Magdalena también al
pie de la cruz (Jn 19,25).

134
Las Servidoras

* La confesión de fe: > < blasfemia:


tú lo has dicho (Mt 26,64). eso mismo que afirmaron cuando
dijeron tú eres el Hijo de Dios, el
Mesías esperado (Mt 16,16), lo tie-
nen por blasfemia: ¡Blasfemó! (Mc
14,61).

* Afirmación > < Negación


afirmación de todas las cosas bue- Por otro lado, la negación de
nas, nobles, grandes y santas que todo eso.
hay en la tierra y en el cielo... la
afirmación de la Verdad, del Bien,
del Amor, de la Belleza...

* ¡La seriedad del Señor! > < la trivialidad de sus enemigos:


echan suertes para ver quién se
quedaba con la túnica (Mt 27,35).
* El valor del Señor: > < la cobardía:
sus manos entintas en sangre. Pilatos se lava con agua las suyas171
* Sed del Señor172 > < hartazgo de los otros.
* Cumplimiento del deber > < desidia de Caifás que como
hasta el fin: Todo está cumplido sumo sacerdote tenía que haber
(Jn 19,30). reconocido al Mesías.
* El abandono > < la arbitrariedad:
en la voluntad de Dios: no se haga lo soltaré después de castigarlo (Lc
mi voluntad sino la tuya (Lc 22,42). 23,16.22).
* La corrección del Señor > < la burla de los esbirros: Salve
rey de los judíos (Jn 19,3).
* La salvación > < la condena173.
* María de pie > < Pilatos sentado174.

171
Cfr. Mt 27,24.
172
Cfr. Jn 19,28.
173
Cfr. Mt 26,66.
174
Cfr. Mt 27,19.

135
Carlos Miguel Buela

* Bendición > < execración: caiga su sangre


sobre nosotros y sobre nuestros
hijos (Jn 19,25).
* El silencio > < gritería de los hombres175.
del Padre y de Jesús: Jesús callaba
(Mt 26,63).
* La profundidad del Señor > < la superficialidad de los
contrarios.
* La tristeza de Jesús > < alegría tonta de Herodes: se
176

alegró al ver a Jesús (Lc 23,8).


* La victoria del Señor > < la derrota de sus enemigos.
* Comunión: > < dispersión: anunciada y cumpli-
Atraeré a todos hacia Mí da: vuestra casa quedará desierta
(Jn 12,32). (Mt 23,38; cfr. Lc 13,35). Y hasta el
día de hoy no hay templo hebreo
en Jerusalén. No hay sacrificio. No
hay sacerdocio.
* Delicadeza: > < prepotencia:
Jesús no descubre públicamente el le dan la bofetada a Jesús que
nombre del traidor estaba atado: ¿así respondes al
sumo pontífice? (Jn 18,22).
* Mansedumbre: > < ira: el pueblo enardecido grita:
Amigo, ¿con un beso entregas al Crucifícale, crucifícale, crucifícale
Hijo del Hombre? (Lc 22,48). (Mc 15,14; Lc 23,21).
* Dulzura: > < dureza:
Juan recuesta su cabeza sobre el flagelación, coronación de espi-
pecho de Jesús177. nas, crucifixión178.
* Calor: > < frío:
El calor del corazón de Cristo, habían hecho fuego pues hacía
como una llama sobre un campo frío (Jn 18,18).
nevado.
* El Justo y dador > < el ladrón y homicida preferido:
de la vida preferido. Barrabás179.

175
Cfr. Mt 27,23; Lc 23,23.
176
Cfr. Mt 26,38
177
Cfr. Jn 13,25.
178
Cfr. Mt 27,26.29.35.
179
Cfr. Lc 23,18.25.

136
Las Servidoras

* El manto púrpura180 > < el manto blanco181.


* la luna llena > < el sol oscurecido182.
* La desnudez > < La desnudez de las almas desnu-
del cuerpo del Señor das de virtudes.
* La espada de dolor > < La espada de Pedro que sólo
que atraviesa el corazón de la corta la oreja de Malco184 .
Virgen183.
* La locura de la cruz185 > < la falsa «cordura» de los hom-
bres.

Es un gran drama:
Hay lágrimas de Jesús186, de la Virgen, de las mujeres187, de Pedro188.
Hay sangre. Muy abundante, del Señor. Hay tres cantos del gallo189 y
treinta monedas de plata190.
Se habla del César191, del Mesías192, del rey193.
Están Claudia Prócula194 y Malco (Jn 18,10) y el joven de la sábana195
y el centurión196 y Longinos197 y Simón de Cirene198 y Dimas199 y los

180
Cfr. Mt 27,28.
181
Cfr. Lc 23,11.
182
Cfr. Lc 23,44.
183
Cfr. Jn 18,10.
184
Cfr. Jn 18,10.
185
Cfr. 1Cor 1,22.
186
Cfr. Heb 5,7.
187
Cfr. Lc 23,26.
188
Cfr. Mc 14,32; Mc 14,72; Lc 22,62.
189
Cfr. Mt 26,75; Lc 22,60.
190
Cfr. Mt 26,15; 27,3.9.
191
Cfr. Lc 23,2; Jn 19,5.
192
Cfr. Mt 26,63–64.
193
Cfr. Jn 19,12.
194
Cfr. Mt 27,19.
195
Cfr. Mc 14,52.
196
Cfr. Mc 15,44.
197
Cfr. Mt 27,54; Mc 15,39.
198
Cfr. Mc 15,21.
199
Cfr. Lc 23,42.

137
Carlos Miguel Buela

judíos200 y los romanos201 y el rey Herodes202 y la criada203 ante quien se


asusta Pedro.
Todo es pugna, todo es drama. Dios y el hombre. Un gran drama.
Y las tinieblas cubren la tierra (Lc 23,27).

3. Sólo en un lugar hay armonía


En todo hay agonía, en todo hay «agwnhv», en todo hay contraste, en
todo hay pelea... sólo en un lugar hay armonía. En todo hay agonía, en
todo hay «agwnhv», en todo hay contraste, en todo hay pelea... Sólo hay
armonía en un lugar, mejor dicho en dos lugares, que por latir al uníso-
no no eran dos sino uno: ¡el Corazón de Jesús y el Corazón de
María!
Y hoy serán tres los lugares donde habrá armonía inefable: el
Corazón de Jesús, el Corazón de María y el corazón de la Hermana que
hace sus votos perpetuos.

9. CUADROS DE LA PASIÓN

En este sermón les propongo que sigamos con la mente y con la ima-
ginación diversas escenas de la Pasión del Señor, tal como si se trataran
de imágenes de una proyección de diapositivas sobre una pantalla.

1. Primera escena: al otro lado del torrente Cedrón


Allí hay «olivos rugosos y casi humanos, que se revuelven, epilépti-
cos, como si quisieran taparse con los brazos retorcidos, no sé qué ojos

200
Cfr. Jn 19,31; Mt 27,25.
201
Cfr. Mt 27,27.
202
Cfr. Lc 23,7.
203
Cfr. Mt 26,69; Lc 22,52.

138
Las Servidoras

invisibles para no recordar lo que vieron»204. ¿Qué vieron los olivos?


Vieron el espanto. Y, de alguna manera, todo olivo, por solidaridad de
naturaleza, es un testigo callado de Getsemaní. Allí escucharon al
Dios–Hombre decir: Triste está mi alma hasta la muerte (Mt 26,38; Mc
14,33). Allí escucharon decir al Dios–Hombre: Padre, si es posible, que
pase de mí este cáliz (Mc 14,36). Podemos escuchar en off la voz del pro-
feta Isaías: El Señor puso sobre su Mesías los pecados de todos nosotros
(Is 53,6).
Y sudó sangre.

2. Segunda escena: en un rincón del Evangelio


«En un rincón del Evangelio, en el patio del Sanhedrín, hay una cria-
tura dorada y bailarina, sutil e inconstante; se llama el Fuego. Está pren-
dido, en un haz de leña, en el centro del patio. Lo encendieron los cria-
dos para calentarse... Está amaneciendo. Y todos se han ido. Entre los
leños, la muerte del fuego es dulce y suave como la de un crepúsculo.
¿Cómo aquella criatura, tan saltarina y tan voluble, muere así, en esa
paz, deshecha en ceniza y gris?» –se pregunta Pemán, y continúa–
«Porque... (el fuego) era todo salto y movimiento; no tenía dos minutos
seguidos la misma forma. Él también negaba en cada minuto la postu-
ra del minuto anterior, y esto no tres veces, sino cientos y miles. ¿Cómo
ha conquistado entonces esa muerte de paz y de quietud, suave como
un poniente? La ha conquistado porque ha sabido borrar sus propias
volubilidades y consumirse a sí mismo en puros ardores; porque ha sido
pecado, pero también penitencia; porque ha sido negación pero tam-
bién llanto; porque mientras bailaba su baile de vacilaciones se iba con-
sumiendo de Amor. Pedro, Pedro, el Señor, al pasar por la galería junto
al patio, te ha mirado con ternura de perdón, porque tú tienes alma de
llama y corazón de fuego»205.
Fue muy golpeado el Señor.

204
JOSÉ MARÍA PEMÁN, De cómo las cosas se asociaron a la Pasión de Cristo, quinto de
los «Ocho ensayos religiosos», Obras Completas, III (1948) 1258–1275, cit. en La Pasión
según Pemán, II, EDIBESA (Madrid 1997) 68, edición preparada por José Antonio
Martínez Puche.
205
JOSÉ MARÍA PEMÁN, ibidem, 69.

139
Carlos Miguel Buela

3. Tercera escena: los vejámenes en el Sanedrín


Se burlaron de Él (Lc 22,63–64); le abofetearon (Mc 14,65;
ekolavfisan) con los puños cerrados; le golpearon (Mt 26,67; Mc 14,65;
eravpisan); puede ser con la mano abierta o con un bastón; le escupie-
ron en el rostro (Mt 26,67; Mc 14,65). Esta última acción era una inju-
ria gravísima según la Sagrada Escritura, tal como se relata, por ejem-
plo, en el libro de los Números, en el caso de María, la hermana de
Moisés. Moisés dice a Yahvé: «Ruégote, oh Padre, que la sanes», y res-
pondió Yahvé: «Si su padre la hubiera escupido en el rostro, ¿no queda-
ría por siete días llena de vergüenza?»206. Era una injuria gravísima.
También en el libro del Deuteronomio, en la ley del levirato, por el cual
el hermano tenía que ocupar el lugar del esposo muerto y tomar como
mujer a la cuñada, puede apreciarse la magnitud de la ofensa que
aquella acción significaba. Si no tomaba a la mujer, decía Dios: Si per-
siste en la negativa y dice «no me agrada tomarla por mujer», su cuñada
se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará del pie un calza-
do, y le escupirá en la cara, diciendo: esto se hace con el hombre que no
sostiene la casa de su hermano (Dt 25,9). Le cubrieron el rostro (Lc
22,64; Mc 14,65) vendándole los ojos; le preguntaban sarcásticamente
como a «Mesías» (Mt 26,68), que les profetizase o adivinase (Lc 22,64;
Mt 26,68; Mc 14,65) quién le daba puñetazos o quién le había golpea-
do207; le arrancaban mechones de barba208.
Y Jesús sangró.

4. Cuarta escena: en el pretorio de Pilatos


Allí también sufre el Señor muchas injurias: azotes, desnudez. Lo
despojaron de sus vestiduras209; le pusieron una clámide o manto210
–querían significar un manto regio–; le coronaron de espinas (Mt 27,29;
Mc 15,17; Jn 19,5) –signo característico de la dignidad real–; le pusieron

206
Cfr. Nm 12,14.
207
Cfr. Mt 26,68; Mc 14,65; Lc 22,64.
208
Cfr. Is 50,6.
209
Cfr. Mt 27,28.
210
Cfr. Mt 27,28; Mc 15,17; Jn 19,2.

140
Las Servidoras

en las manos una caña como cetro (Mt 27,29) –signo burlesco del cetro
real–; le saludaban con burla (Mt 27,29; Mc 15,18; Jn 19,3); le golpea-
ban en la cabeza con una caña (Mt 27,30; Mc 15,19), penetrando más
las espinas en su cuero cabelludo; le escupían en el rostro (Mt 27,30; Mc
15,19. Se mezclaron allí los salivazos de los judíos y los salivazos de
nosotros, los paganos); le abofetearon (Jn 19,3).
«Cuando en el principio de los tiempos Dios creó los mundos, los
creó con lujo y despilfarro... Para que pastaran los bueyes, hubiera bas-
tado una sola especie de yerbas; no era preciso ese derroche de varie-
dades, colores, formas, que visten los prados. Para la miel, hubiera bas-
tado una flor, no era necesario el despilfarro de un jardín. Pero el Señor
–continúa Pemán–, andaba como padre embobado que no sabe qué
hacer por regalar al hijo recién nacido. Todo fue un multiplicar las espe-
cies y prodigar los colores, y las formas, y las variedades. Y en ese derro-
che de mimos y de regalos, de entre los dedos de Dios cayó en Palestina
el azufaifo211, un arbolito frutero de mil utilizaciones. Sus frutos, rojos y
dulces, son buenos y refrescantes para el ganado, además de ser golosi-
nas para los pastores; sus ramas, de largas espinas agudas, sirven para
fronteras del egoísmo humano en vallas de predio y cercados de fin-
cas»212.
Y de las manos de Dios «...cayó también la caña213, una caña ligera
y resistente, parecida al junco de Chipre, cuidadosamente llevada por el
Padre espléndido a aquel país de ganaderos y trajinantes; apta para
apoyarse por el sendero, para arriar al borriquillo, e incluso para hacer
una flauta elemental. Y así se estaban durante los siglos y los siglos el
azufaifo y la caña, ofreciendo generosamente a los hombres frutos,
vallas, flautas y bastones»214.

211
Conocido técnicamente como «Zizyphus», desde la época de Linneus, quien le
añadió el nombre de «spina Christi». En la actualidad, los botánicos se inclinan más bien
a pensar que es la «poterium spinosum», la hebrea «sirah» según HA–REUBENI, que es muy
parecida. Cfr. «Fauna and flora of the Bible, helps for translators», Sociedades Bíblicas
Unidas (EE.UU. 21980) 184–185.
212
JOSÉ MARÍA PEMÁN, ibidem, 69–70.
213
Según FONCK, un especialista alemán, es la Arundo phragmites, L., carrizo, o la
Arundo donax, «una caña gigante, mucho más alta que un hombre, que crece en los ríos
como el Nilo, y es bien conocida en Palestina y Siria»; cfr. MANUEL DE TUYA, Del Cenáculo
al Calvario, editorial San Esteban (Salamanca 1962) 458.
214
JOSÉ MARÍA PEMÁN, ibidem, 70.

141
Carlos Miguel Buela

En otra escena, aparecen «unos soldadotes de la legión romana... Y


fueron al azufaifo y, riendo brutalmente, cortaron una rama espinosa y
la doblaron circularmente en forma de corona. Y fueron al cañaveral y
cortaron una caña en forma de cetro burlesco. ¿A dónde van los solda-
dos de Roma con su cetro de caña y su casco –o capacete– de espinas?
Van en busca de aquel supremo pródigo, derrochador y generoso que,
por amor a los hombres, pudiendo hacer una sola flor, hizo mil jardines.
Van en busca del que hizo el azufaifo dulce a los pastores y la caña resis-
tente para el fatigado y hueca para el flautista»215.
Y Jesús sangró.

5. Quinta escena: el Gólgota


Aparece en nuestra imagen el Gólgota con tres cruces; las piadosas
mujeres al pie, el pueblo gritando –nunca sabe lo que hace–, menean-
do la cabeza, arrojando tierra hacia arriba, según su costumbre.
Nos acercamos con el zoom del proyector, vemos el rostro de Jesús.
¡Qué dignidad! ¡Qué majestad la del Señor! ¡Qué señorío! Nos acerca-
mos más, vemos sus ojos, esos ojos dulces, penetrantes, esos ojos que
con la mirada amaban, como le pasó al joven rico, esa mirada a su vez
penetrante, que taladra el alma. Es la de Jesús una mirada inteligente:
sabía perfectamente bien lo que estaba haciendo. De todos los que asis-
tían como espectadores, casi nadie sabía lo que estaba pasando, salvo
la Virgen. Pero Él sabía perfectamente bien qué era lo que estaba
haciendo y lo estaba haciendo libremente, con plena conciencia, con
deliberada voluntad... ¡Sabía que estaba salvando a los hombres y
mujeres de todos los tiempos!
Si en ese momento hubiéramos podido observar los ojos de Jesús
–como puede hacerse hoy por microscopía de alta resolución en los ojos
de Nuestra Señora de Guadalupe–, veríamos reflejados en ellos muchas
cosas. Entre ellas, estaríamos reflejados nosotros, en este preciso
momento. Nos veríamos a nosotros mismos porque estamos en las
pupilas del Señor. Esto es teológicamente cierto debido a que, por cien-
cia divina, Él conoce absolutamente todo. Veríamos en esos ojos de

215
JOSÉ MARÍA PEMÁN, ibidem, 70.

142
Las Servidoras

Jesús a todos los que estamos acá: los sacerdotes, los seminaristas, las
religiosas, las familias que nos acompañan... las ingentes multitudes de
todas las generaciones y generaciones...
Jesús mira y conoce todo: a quien llamó de niño, a quien de joven,
a quien de adulto; la forma, el modo como los llamó. Y en ese momen-
to era claramente consciente nuestro Señor que eso que hacía era algo
que iba a beneficiar a éste y a éste y a éste... y a aquella y a esta otra...
En ese momento Él ofrecía su vida, quería morir en cruz, porque era
necesario para nuestra eterna salvación.
Describiendo ese rostro, en el cual ya no había hermosura, se puede
escuchar en off la voz de Isaías: No hay en Él hermosura... como ante
quien se da vuelta el rostro para no ver (Is 53,3). No hay en Él parte
sana. La agonía del Redentor llega a su fin: ...inclinando la cabeza,
entregó su espíritu (Jn 19,30). Y por si faltase algo, un soldado le atra-
viesa el corazón, y de ese corazón, que tanto amó a los hombres, brota
agua y sangre216.
Y Jesús sangró y se desangró.

Última escena: en el cielo


Una mujer, la que dio sangre de su sangre para que ese Hijo único
derramase su sangre tantas veces por nosotros, y que recuerda siempre
–con esa memoria que tienen las madres–, las últimas palabras de su
Hijo en la cruz: He ahí a tu Hijo (Jn 19,26).
San Andrés Avelino llama a la Virgen «la faccendiera d’il Paradiso»,
es decir, «la atareada del Cielo», la que tiene mucho trabajo en el Cielo.
Gusta figurársela el santo «casera y humanamente enfrascada en su ir y
venir de súplicas, en su despacho de gracias y mercedes»217.
Santísima Virgen; ¡perdónanos si te damos tanto trabajo! Pero eres la
única que puede hacer posible que no hagamos estéril para nosotros la
sangre de tu Hijo.

216
Cfr. Jn 19,34.
217
JOSÉ MARÍA PEMÁN, ibidem, 42.

143
Carlos Miguel Buela

10. «TODOS SOMOS UNO EN CRISTO JESÚS» (Ga 3,28)

Con ocasión del atentado a la AMIA de Buenos Aires apareció en un


diario la siguiente carta de lectores, que a algunos les pareció muy atre-
vida en sus expresiones. La carta decía así:
«Soy judío, cuando ellos son atacados. Soy palestino, cuando ellos
son despojados. Soy tutsi y soy hutu, cuando ellos son masacrados. Soy
pobre, cuando ellos son olvidados. Soy rico, cuando ellos son secuestra-
dos. Soy homosexual, cuando ellos son discriminados. Soy negro, cuan-
do ellos son despreciados. Soy ateo, cuando ellos son condenados. Soy
creyente, cuando ellos son perseguidos. Soy mujer, cuando ellas son
relegadas. Soy niño, cuando ellos son abandonados...»218.

1. Sin embargo, por muy atrevidas que parezcan algunas afirmacio-


nes, no hacen más que reflejar algún aspecto de una verdad profunda-
mente cristiana: La koinonía, comunión o solidaridad de todos
los hombres entre sí.
Claro que, en el caso de esa carta, parece que se trata de una koino-
nía secularizada o laicista, porque hay un gran ausente, Jesucristo, que
es el Único que al revelarnos la paternidad de nuestro Padre celestial
funda sobre sólidas bases la realidad de nuestra común fraternidad; que
por ser el Hijo Único de Dios hecho hombre manifiesta Dios al hombre
y el hombre al hombre: «en la misma revelación del misterio del Padre
y su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre... El Hijo
de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hom-
bre»219. Sin paternidad no hay fraternidad; y sin Jesucristo, no hay
paternidad ni fraternidad.
Sólo Jesucristo es el fundamento mismo de la paternidad: nadie
viene al Padre sino por mí ... el que me ha visto, ha visto al Padre (Jn
14,6.9); sólo Jesucristo es el fundamento mismo de la fraternidad, por

218
Diario La Nación, 20 de julio de 1994.
219
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 22.

144
Las Servidoras

eso nos enseñó a rezar diciendo: Padre nuestro... (Mt 6,9) y nos dijo:
Todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8).
Excluir a Jesucristo es pretender edificar sobre arena el edificio de
la solidaridad humana, es hacer ideología de la solidaridad. Es hacer de
la paternidad y de la fraternidad una idea sin fundamento en la realidad.
Y ¿en qué otra enseñanza de Cristo se funda nuestra solidaridad? En
estas palabras imperecederas: Porque tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis;
estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y
vinisteis a verme. Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de
beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te ves-
timos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?» Y el
Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos her-
manos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35–40).
De ahí que la Iglesia Católica haya enseñado siempre y siempre los
santos hayan vivido los tres signos esplendorosos del amor cristiano:
amor a los pobres, amor a los pecadores y amor a los enemigos.

2. El olvido de la necesidad imperiosa de Jesucristo para amar de


verdad a Dios y al prójimo retarda, debilita y oscurece nuestra grave
obligación de amar al prójimo: Hijos míos, no amemos de palabra ni de
boca, sino con obras y según la verdad (1Jn 3,18), porque el amor de
Cristo nos apremia (2Cor 5,14).
Pero hay más aún. Al olvidar, ignorar o negar que Jesucristo se
hizo «en todo igual a nosotros, menos en el pecado»220, se olvida, igno-
ra o niega el amar al prójimo de verdad. Fue Teodoro de Mopsuestia
quien, no teniendo clara inteligencia del misterio del Verbo Encarnado,
ponía pecado en Cristo. Parecieran seguidores de Teodoro de
Mopsuestia quienes no quieren odiar el pecado.
Sólo se ama de verdad al hombre si se rechaza el pecado. Por eso la
clara enseñanza: Hay que odiar el pecado y hay que amar al

220
IV CONCILIO DE CALCEDONIA, DH 301.

145
Carlos Miguel Buela

pecador. Y esto no son dos cosas, sino una sola: «detestar el mal de
uno y amar su bien son la misma cosa»221. El amor a los pecadores, dice
San Agustín, «no podría comprenderse jamás si no se distingue entre el
pecado y el pecador… Odiemos, pues, sus faltas, pero reservemos lo
mejor de nuestra piedad para su alma caída»222. Quien ama el pecado,
odia al pecador; y quien odia al pecador, ama el pecado. Ni odiar el
pecado sin amar al pecador, ni amar al pecador sin odiar el pecado. Lo
uno sin lo otro, y viceversa, es falso. Sólo asumiendo ambos extremos,
al parecer inconciliables, se vive la realidad de lo enseñado por
Jesucristo.
Enseña Santo Tomás de Aquino: «Dos cosas hay que considerar en
los pecadores: la naturaleza y la culpa. Por la naturaleza, que han reci-
bido de Dios, son capaces de la bienaventuranza, en cuya comunicación
se funda la caridad... por tanto, por su naturaleza han de ser amados con
caridad. En cambio, su culpa es contraria a Dios y es impedimento de la
bienaventuranza; de ahí que por la culpa que los enemista con Dios,
han de ser odiados todos los pecadores, aunque se trate del propio
padre, madre o familiares, como leemos en el Evangelio223. Debemos,
pues, odiar en los pecadores el serlo y amarlos como hombres capaces
todavía de bienaventuranza. Y esto es amarles verdaderamente en cari-
dad por Dios»224. Y agrega más adelante: «Amamos a los pecadores con
caridad, no porque queramos lo que ellos quieren o nos gocemos en lo
que ellos se gozan, sino para hacerles querer lo que queremos y que se
gocen en lo que nosotros nos gozamos. Por eso se dice: Ellos se conver-
tirán a ti y tú no te convertirás a ellos (Jr 15,19)».
Lamentablemente pareciera que los hombres de la Iglesia no somos
capaces de hablar un lenguaje de tal claridad y transparencia que nues-
tros contemporáneos entiendan que nuestro odio al pecado es amor al
pecador, y que por nuestro amor al pecador odiamos el pecado.
Pareciera que en la actualidad la cultura de la muerte, que enseñorea la
mente de muchos de nuestros contemporáneos, les incapacita para
poder superar los extremos contrarios, por un lado, del liberalismo exa-
gerado que justifica en nombre de la libertad todo pecado, y por otro,
del fariseísmo que no tolera la debilidad en los demás. El primero, que
en nombre del amor al hombre lo que ama es su pecado; el segundo,

221
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., II-II, 25, 6, ad 1.
222
Cfr. GUSTAVO COMBÉS, La Charité d’après Saint Agustin, 233.
223
Cfr. Lc 14,26.
224
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., II-II, 25, 6.

146
Las Servidoras

que en nombre de su horror al pecado tiene asco del hombre pecador:


algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás (Lc 18,9).
Por eso debemos tener en claro, lo debemos predicar y vivir, que
estamos:
contra la corrupción, no contra los corruptos;
contra la prostitución, no contra las prostitutas;
contra la usura, no contra los usureros;
contra la homosexualidad, no contra los homosexuales;
contra la drogadicción, no contra los drogadictos;
contra el alcoholismo, no contra los alcohólicos;
contra el terrorismo, no contra los terroristas;
contra el comunismo, no contra los comunistas;
contra el capitalismo salvaje, no contra los capitalistas;
contra la pobreza injusta, no contra los pobres;
contra el cientificismo, no contra los científicos;
contra el consumismo, no contra los que consumen;
contra el aborto, no contra los abortistas;
contra la contracepción, no contra los contraceptistas;
contra los genocidios, no contra los genocidas;
contra el antinatalismo, no contra los antinatalistas;
contra la enfermedad, no contra los enfermos;
contra el SIDA, no contra los sidásicos;
contra el asesinato, no contra los asesinos;
contra la traición, no contra los traidores;
contra la ignorancia, no contra los ignorantes;
contra el feminismo, no contra las feministas;
contra el machismo, no contra los machistas;
contra el cisma, no contra los cismáticos;
contra las herejías, no contra los herejes;
contra las sectas, no contra los sectarios;
contra el ateísmo, no contra los ateos;
contra el paganismo, no contra los paganos;
contra el lefebvrismo, no contra los lefebvristas;
contra el pastelerismo, no contra los pasteleros;
contra el progresismo, no contra los progresistas;
contra el materialismo, no contra los materialistas;
contra los vicios, no contra los viciosos;
...en una palabra:

contra el pecado, no contra los pecadores.

147
Carlos Miguel Buela

Si no estuviésemos en contra del pecado, no estaríamos a favor del


hombre pecador; y si estuviésemos en contra del hombre pecador, esta-
ríamos a favor del pecado. Si estuviésemos a favor del pecado, estaría-
mos en contra del hombre que peca; y si estamos a favor del pecador,
debemos estar necesariamente contra lo que constituye su gran mal que
es el pecado. Y no es esta una distinción meramente teórica, sino que
está implicada en la entraña misma de lo real. Por eso la Iglesia, a pesar
de las debilidades y complicidades de algunos de sus miembros, siem-
pre trabajó a favor de los pobres, inspiró las primeras universidades para
combatir la ignorancia, fundó los hospitales para atender a los enfermos,
envió misioneros para propagar el Evangelio, tuvo abiertos sus confesio-
narios para luchar contra el pecado, alzó su voz contra todo error –aun-
que ello no fuese popular–, se constituyó a través de los siglos en la voz
de los sin voz.
Sólo la Iglesia Católica sabe levantarse sobre las olas pasajeras del
tiempo que pasa y muere. Ahora no se comprende su lucha contra el
aborto, la contracepción, el antinatalismo, el uso del sexo sin responsa-
bilidad, ...pero dentro de unos siglos la exaltarán por ello, y se avergon-
zarán –como lo hacemos nosotros de aquellos que vomitaban en los
banquetes para seguir comiendo– de que nuestros contemporáneos usa-
sen fetos para hacer cremas para untarse las caras.

3. Pero hay más aún. La Iglesia Católica tiene entrañas de misericor-


dia con los pecadores, porque enseñada por su Maestro y Señor cono-
ce como nadie el daño enorme que se infligen a sí mismos los pecadores
con su pecado, ya en esta vida, aunque también en la otra. Por eso
trabaja denodadamente por su conversión.
El grave daño que se acarrean a sí mismos los que viven en pecado
mortal se puede justipreciar con muchas razones. Nosotros sólo conside-
raremos dos:
– Una, el que comete, consciente y deliberadamente, una falta grave
contra la ley de Dios, es como si se odiara a sí mismo (basta ver los
rostros de las mujeres que enarbolan letreros con la leyenda «Yo aborté»,
en comparación de los rostros de las mujeres que manifestaron en favor
de la vida);
– Otra, el hecho de que el que peca gravemente, peca en su eter-
nidad subjetiva.

148
Las Servidoras

a. Como dice Santo Tomás: «el hombre es algo según su principali-


dad... De este modo no todos los hombres se tienen en lo que verdade-
ramente son, pues lo principal en el hombre es su alma racional, y lo
secundario, la naturaleza sensible y corporal. A lo primero llama San
Pablo hombre interior (Ro 7,22; Ef 3,16), y a lo segundo hombre exte-
rior (2Cor 4,16).
Los buenos aprecian en sí mismos, como lo principal, la naturaleza
racional, o el hombre interior, y, según esto, creen ser lo que en realidad
son. Los malos, por el contrario, tienen por principal su naturaleza sen-
sible y corporal, o el hombre exterior, lo que constituye un gran error.
De ahí que al no conocerse rectamente, no se aman verdaderamente a
sí mismos, sino que aman lo que creen falsamente que son. Los buenos,
conociéndose bien, se aman de verdad»225.
Esto mismo ya lo probaba Aristóteles, hace 25 siglos, en su «Ética» 226,
«por cinco cosas que son propias de la amistad:
– el amigo quiere que su amigo exista y viva;
– quiere bienes para él;
– se esfuerza en procurárselos;
– convive con él plácidamente; y
– concuerda con él, alegrándose o entristeciéndose con las mismas
cosas. Lo que se da en los buenos, pero no en los que consciente y deli-
beradamente viven en pecado mortal, porque:
– no quieren la integridad del hombre interior;
– ni anhelan sus bienes;
– ni trabajan por alcanzarlos;
– ni les es deleitable convivir consigo volviéndose hacia su corazón,
pues en él hallan maldades presentes, pasadas y futuras, que aborrecen;
– y ni aun consigo mismos están en paz, por los remordimientos de
su conciencia227. Por todo lo cual se demuestra que los malos se aman a

225
Ibidem, II-II, 25, 7.
226
IX, 4, 1, (Bk 1166a3).
227
Cfr. Is 57,21: No tienen paz los impíos.

149
Carlos Miguel Buela

sí mismos según la corrupción del hombre exterior, lo cual no es


verdadero amor»228.

b. La gravedad del pecado mortal se puede apreciar desde dos pun-


tos de vista:
1º. Del punto de vista de la persona que es ofendida: Dios. El que
peca mortalmente contra Dios peca gravemente, porque quiebra la
alianza de amor con Él, porque quebranta sus mandamientos, porque
da el honor que le debe a Dios a otro al poner en otro su fin. Como la
Majestad de Dios es infinita «el pecado ... tiene cierta infinitud»229.
2º. Del punto de vista de la persona que ofende: el pecador. Se
hace merecedor de un castigo eterno por dos razones principales:
Primera, porque peca contra el bien eterno, al despreciar, por el
pecado mortal, la vida eterna. Al respecto dice San Agustín: «Se hizo
digno de un mal eterno porque en sí mató un bien que hubiera podido
ser eterno»230.
Segunda, porque el hombre que comete un pecado en materia
grave, consciente y deliberadamente, peca en su eternidad subjetiva
(in suo aeterno peccavit), por lo que corresponde a la justicia de Dios
«que nunca carezcan de suplicio quienes no quisieron carecer de peca-
do»231. ¿Y el que peca pensando que después se arrepentirá? También es
digno de suplicio eterno, porque se pone en un estado del cual sólo lo
puede sacar Dios. Es como alguien que se echara en un pozo del cual
no puede salir sin ayuda, se puede decir que quiso permanecer allí per-
petuamente, aunque él hubiese pensado otra cosa. «El que comete
pecado mortal (aunque piense otra cosa), por lo mismo que quiere
pecar, quiere, consecuentemente, permanecer perpetuamente en peca-
do»232.

228
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., II-II, 25, 7.
229
Ibidem, III, 1, 2, ad 2.
230
La ciudad de Dios, 12: ML 41,727.
231
SAN GREGORIO, in IV Dialog. 44: ML 77,404A; cit. por SANTO TOMÁS DE AQUINO,
S.Th., Supl. 99,1.
232
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., Supl. 99,1.

150
Las Servidoras

Porque, por pecar mortalmente, el hombre no pone su fin en Dios,


sino en la criatura. Y como toda la vida se ordena a un último fin, al
pecar mortalmente se ordena toda la vida a aquel pecado; de ahí que
el pecador desearía permanecer perpetuamente en pecado, si pudiese
esto ser impunemente.
Por eso, el que peca mortalmente peca en su propia eternidad, no
sólo por la continuidad del acto («permaneciendo la causa, permanece
el efecto»233) que perdura por toda su vida (y la eternidad), sino además
porque habiendo puesto su fin en el pecado, tiene la voluntad de
pecar siempre. Es justo por tanto que quien en su propia eternidad
pecó contra Dios, en la eternidad de Dios sea castigado. Dice San
Gregorio Magno: los malos «murieron con un fin, porque vivieron con
él ... quisieran vivir sin fin, para poder sin fin permanecer en sus peca-
dos; pues desean más pecar que vivir; y por eso desean aquí vivir siem-
pre para nunca dejar de pecar mientras viven...»234. Por eso es justo que
nunca carezcan de tormento los que nunca, mientras pudieron, quisie-
ron carecer de pecado.
«Quien a cambio de un bien temporal se desvía y pierde el último fin,
que se posee eternamente, antepone la fruición temporal de dicho bien
a la eterna fruición del último fin; por donde vemos que hubiera prefe-
rido mucho más disfrutar eternamente de aquel bien temporal. Por
tanto, según el juicio de Dios, debe ser castigado como si hubiese peca-
do eternamente»235.
Por eso, nosotros decimos al igual que el Beato Don Orione, y lo
hemos puesto en nuestras Constituciones: «Colócame, Señor, sobre la
boca del Infierno, para que yo, por tu misericordia, lo cierre»236.

4. Al denunciar proféticamente todas las desviaciones que tiene la


naturaleza humana bajo el influjo del pecado, la Iglesia no hace otra

233
Ibidem, I–II, 87, 3: «manente autem causa, manet effectus».
234
Ibidem, Supl. 99,1.
235
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Contra Gentiles, III, 144.
236
En Apuntes de febrero de 1939, cit. In Cammino con Don Orione (Roma 1972)
328ss; cit. Don Orione, Nel nome della Divina Providenza, le piú belle pagine (Roma
1995) 136.

151
Carlos Miguel Buela

cosa que defender la verdad del hombre, de su naturaleza y de su recta


conciencia. Y en última instancia, la verdad del amor.
Porque, sin duda alguna:
– La anticoncepción es pretender hacer el amor sin hacer un hijo;
– la fecundación artificial es hacer el hijo sin hacer el amor;
– el aborto es deshacer el hijo;
– la pornografía es deshacer el amor;
– la eutanasia es deshacerse de los padres;
– la homosexualidad es deshacerse de la mujer (en el caso de los
gays) o deshacerse del hombre (en el caso de las lesbianas), en ambos
casos es deshacerse de los hijos, y si se los busca artificialmente es des-
hacerse del padre (donante anónimo), y la pareja es una caricatura gro-
tesca del amor.
¿Quién, salvo el de mente corrompida, no se da cuenta que la anti-
concepción, la fecundación artificial, el aborto, la pornografía, la euta-
nasia, la homosexualidad... son contrarios a la naturaleza del
amor humano? Por tanto, están contra la dignidad del hombre y de la
mujer.
Los que no quieren darse cuenta de la gravedad de estos errores y
no los denuncian son los que no aman a las personas que caen en esos
errores, que son las primeras víctimas de la cultura de la muerte, de la
cual son clara manifestación dichos errores.
Todo error respecto a la vida es un atentado contra el hombre, con-
tra la verdad del amor humano. Hace 13 años encontré escrito en
Sevilla el «argumento» de los abortistas, que curiosamente es el mismo
que aparece en la foto de una manifestación abortista en un diario de
hoy237: «Anticonceptivos libres para no abortar, aborto libre para no
morir». Donde se ve cómo toman «el rábano por las hojas», cómo des-
cubren su íntimo egoísmo y cómo están orbitados por la muerte. Se
entregan al sexo sin responsabilidad y quieren evitar las consecuencias

237
Diario La Nación, 10 de agosto de 1994, pág. 1.

152
Las Servidoras

de manera artificial; no quieren los efectos, pero no quieren quitar las


causas; no quieren morir ellos, pero quieren matar libremente a los ino-
centes; promueven el uso de anticonceptivos, pero como conocen su
ineficacia quieren tener libre el recurso al aborto; hablan de libertad,
pero se tratan como «objetos», ya que como dice el biólogo Paul
Chauchard: «Lo sexual se ha reducido a lo genital: la humanidad
se convierte en una jungla donde los machos y las hembras sin control
están al acecho de presas que les permitan saciar sus necesidades»238.
En el fondo de estas posturas hay una lógica y una raíz: «La lógi-
ca anti–vida... (la raíz) es la rebelión contra Dios... es el no reco-
nocimiento de Dios como Dios...»239.

5. Sólo en Jesucristo se ilumina el misterio de cada hombre y de


cada mujer: «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo Encarnado»240. Y el cristiano auténtico ve en cada hombre y en
cada mujer al mismo Jesucristo, ya que Él ha querido identificarse,
místicamente, con cada uno de ellos.
Jesucristo es «una sola Persona mística»241 con todos los miem-
bros en acto de su Cuerpo místico, que es la Iglesia Católica, y es «una
sola Persona mística», además, con todos los miembros en potencia
de su Cuerpo místico242, que son todos los hombres y mujeres que tran-
sitan este planeta: Él es la Cabeza... (Col 1,18) y sólo Él tiene palabras
de vida eterna243.

238
El equilibrio sexual, Editorial Fontanella (Barcelona 1964) 11.
239
JUAN PABLO II, «Discurso a los participantes del Congreso Internacional para con-
memorar el XX aniversario de la “Humanae Vitae”», L’Osservatore Romano 16 (1988) 251.
240
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 22.
241
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th. III, 48, 2, ad 1; Catecismo de la Iglesia católica, nn.
795, 1119, 1474.
242
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 8, 3.
243
Cfr. Jn 6,68.

153
Capítulo 4
Su resurrección

1. TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

1. Lo dice la Revelación
Un aspecto esencial del ministerio que Cristo encomendó a los Doce
Apóstoles es el ser testigos de su resurrección. El testimonio
fundamental que los discípulos de Jesús habían de dar acerca de su
Maestro era el de su vida perenne, su definitivo triunfo sobre la muerte
por su resurrección, que implicaba la confesión de su divinidad, y, por
ende, la autenticidad divina de su vida, de su doctrina y de su obra.
Podemos corroborarlo en el libro de las Actas de los Apóstoles, que
acertadamente han sido llamadas «hechos de Jesús resucitado», o en las
cartas apostólicas, o en el mismo Evangelio, con numerosos textos que
señalan precisamente ese carácter de testigos que Jesucristo dio a sus
«enviados», a sus apóstoles.

a. Ya en la primera aparición que hizo como resucitado a los discípu-


los –que se hallaban encerrados en el Cenáculo por temor a los judíos–,
luego de abrirles la inteligencia para que comprendiesen la Escritura, les
dijo: Así estaba escrito que el Mesías tenía que padecer y resucitar al ter-
cer día de entre los muertos y que se predicará en su nombre la conver-
sión para la remisión de los pecados a las naciones, empezando por
Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas (Lc 24,45–48).

b. Momentos antes de su Ascensión, en aquella emocionante despe-


dida en que les prometiera a sus discípulos: Yo estaré con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20) y de nuevo remarcará
Carlos Miguel Buela

el carácter testimonial que confirió a la misión apostólica: No os toca a


vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre puso en su pro-
pio poder, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que ha de
venir sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda
Judea y Samaría y hasta lo último de la tierra (He 1,7–8).

c. Los Apóstoles, testigos oculares y servidores del Verbo, como los


llama San Lucas en el prólogo a su Evangelio (1,2), fueron plenamente
conscientes de este carácter peculiar de su misión testimonial de la resu-
rrección.
El Apóstol San Pedro lo expresó claramente cuando sugirió en el
Cenáculo la elección de alguien que sustituyera a Judas en el ministerio
y para que se completara así el número de los Doce. Allí dijo: Es, pues,
preciso que de entre aquellos hombres que han andado con nosotros
todo el tiempo que el Señor Jesús convivió entre nosotros, empezando
por el bautismo de Juan hasta el día en que nos fue llevado, sea consti-
tuido uno, junto con nosotros, como testigo de su resurrección (He
1,21–22).

d. El mismo San Pedro se presentará como «testigo ocular» ante el


centurión Cornelio: y nosotros somos testigos de todo cuanto hizo
en el país de los judíos y en Jerusalén y cómo le quitaron la vida colgán-
dole del madero. A Éste Dios le resucitó al tercer día y concedió que se
manifestara no a todo el pueblo, sino a testigos de antemano escogidos
por Dios; a nosotros, que comimos y bebimos con Él después que hubo
resucitado de entre los muertos. Y Él nos mandó que pregonáramos y
atestiguáramos al pueblo que Él es constituido por Dios juez de vivos y
muertos. De Él dan testimonio todos los profetas de que todo el que cree
en Él, por su nombre, recibe remisión de los pecados (He 10,39–43).

e. Sin embargo, no sólo el Príncipe de los Apóstoles sino todo el


Colegio Apostólico es consciente de que ha sido constituido como «tes-
tigo». Por eso es que San Lucas, el historiador sagrado de la Iglesia, resu-
mirá la actividad de los doce Apóstoles diciendo brevemente: Y con gran
fuerza daban los apóstoles el testimonio de la resurrección del
Señor Jesús y una gracia grande se difundía hacia todos ellos (He 4,33).

156
Las Servidoras

Y por esa misma causa, cuando fueron aprisionados por el Sanedrín,


Pedro en nombre de todos los Apóstoles no temió declarar ante el supre-
mo tribunal judío, ante los mismos que habían inventado la mentira de
que los discípulos habían venido de noche y robado el cuerpo de Jesús
mientras los soldados dormían244, que ellos debían obedecer a Dios antes
que a los hombres, porque son testigos de la resurrección de Jesús: Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres
resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un made-
ro. A Éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para
conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros
somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo (He
5,24–32).

f. El Apóstol San Pablo, aunque no había convivido con el Señor


como los demás Apóstoles, también poseía una visión certísima de su
misión de testigo, porque era testigo de que estaba vivo y presente en su
Iglesia: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?»; «¿Quién eres Señor?»,
preguntó Pablo. «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (He 26,15), le res-
pondió el Señor enseñándole que perseguir a los miembros de su
Cuerpo Místico era lo mismo que perseguir a la Cabeza, que sigue pade-
ciendo en sus mártires.
El Apóstol de las Gentes estaba convencido de lo que Ananías le
había dicho apenas convertido: El Dios de nuestros padres te tomó de
su mano para que conocieras su voluntad y vieras al justo y oyeras la voz
de su boca, pues has de ser testigo suyo ante todos los hombres
de lo que has visto y oído (He 22,14–15).
El mismo Señor se le apareció en una ocasión y le disuadió de dar
testimonio de Él en Jerusalén, mandándole salir de la ciudad empeder-
nida. Así leemos: habiendo vuelto a Jerusalén y estando en oración en
el Templo, caí en éxtasis; y le vi a Él que me decía: Date prisa y marcha
inmediatamente de Jerusalén pues no han de recibir tu testimonio
acerca de Mí (He 22,17–18).

244
Cfr. Mt. 28,11–15.

157
Carlos Miguel Buela

g. Más testimonios se podrían citar, pero los podemos resumir en


aquel sublime prólogo de la Primera Carta de San Juan que escribiera
inspiradamente el Discípulo Amado, que vio y creyó (Jn 20,8) en la resu-
rrección apenas contempló el sepulcro vacío: Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo
que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca del Verbo de Vida
os lo anunciamos, pues la Vida se manifestó y nosotros vimos y
somos testigos (1Jn 1,1–2). ¡Et vidimus et testes sumus!
San Agustín, comentando esta hermosísima frase, les recordará a sus
fieles de Hipona: «Tal vez algunos hermanos, que desconocen la lengua
griega, ignoran cómo se dice en griego testigos, siendo como es nom-
bre usado y venerado por todos. Porque lo que en latín decimos testes
se dice en griego mártires... Al decir, pues Juan: “Vimos y somos testi-
gos”, fue como decir: “Vimos y somos mártires”. Los mártires, en efecto,
sufrieron todo lo que sufrieron por dar testimonio o de lo que ellos por
sí mismos vieron o de lo que ellos oyeron, toda vez que su testimonio
no era grato a los hombres contra quienes lo daban. Como testigos de
Dios sufrieron. Quiso Dios tener por testigos a los hombres, a fin de que
los hombres tengan también por testigo a Dios»245.
Ahora bien, todo lo que Jesús dijo a los Apóstoles en referencia a ese
testimonio que habían de dar de su resurrección lo podemos aplicar a
cada uno de nosotros, los que en el Bautismo hemos sido sumergidos
en su muerte y en su resurrección, los que en el último día seremos resu-
citados en virtud de la propia resurrección de Cristo.
Cristo nos dice: Vosotros sois testigos de estas cosas, es decir, que Él
ha resucitado, que está vivo y que no muere más. Tomando la frase en
su sentido etimológico, es el Verbo Encarnado quien nos dice: vosotros
sois mártires de estas cosas. La evolución cristiana de la significación de
la palabra mártir comienza en aquel simple aspecto de «testigo»; apenas
se inician las persecuciones del Imperio romano, mártir pasa a indicar a
un «testigo de sangre», a alguien que da testimonio por un martirio
cruento, a un testigo que bebe la sangre de Cristo y que por su muerte
se hace «partícipe de Cristo», como se llamará a sí mismo San Policarpo
en la oración que hizo antes de su martirio246.

245
Tract. in. Epist. Io. 1,2.
246
Mart. Polyc., VI, 2

158
Las Servidoras

2. Todos somos testigos


Nosotros, los cristianos de comienzos del siglo XXI, teniendo la obli-
gación de preparar el tercer milenio de la Encarnación, debemos ser los
modernos testigos de la resurrección de Cristo, como continuadores de
la misión que Cristo confió a sus Apóstoles, porque así el Señor lo dis-
puso. Los Apóstoles debían morir y murieron como mártires, como tes-
tigos de sangre, pero el testimonio que ellos dieron de la resurrección no
había de fenecer. Al prometerles Jesús que estaría con ellos hasta la con-
sumación de los siglos (Mt 28,20), ciertamente pensaba no sólo en los
que presenciaron la Ascensión y recibieron su mandato de id por todo
el mundo y anunciad el Evangelio y en los que son sus sucesores direc-
tos en la dispensación de la gracia de Dios –los Obispos y los
Presbíteros–, sino en todos los miembros de la Iglesia, quienes también
son partícipes en la misión de evangelizar, y por ende, de dar testimonio
de la resurrección del Redentor. Para esta misión contamos con la ora-
ción sacerdotal de Cristo, quien pidió a su Padre: No ruego sólo por
éstos –los Apóstoles– sino también por aquellos que, por medio de su
palabra, creerán en Mí (Jn 17,20). Cristo oró por nosotros, los que
hemos creído en la predicación de los apóstoles, los que estamos edifi-
cados sobre el fundamento de los apóstoles, los que creemos que en vir-
tud de su resurrección hemos sido justificados; en una palabra, oró por
todos los que habían de creer no sólo en que Cristo ha resucitado, sino
en que Él mismo es la Resurrección y la Vida, y que por tanto habían de
convertirse en testigos de la resurrección.
Ahora bien, puede alguno objetar que es imposible que nosotros, las
generaciones pasadas y las futuras puedan considerarse testigos de la
resurrección de un muerto cuando para ser testigos fiables hace falta
la presencia real en el acontecimiento, hace falta presenciar el suceso. De
hecho, la palabra testigo, según el diccionario de la Real Academia
Española247, en primer lugar señala a «la persona que presencia y
adquiere verdadero conocimiento de una cosa», y, segundo, a «la perso-
na que da testimonio de una cosa». Sin embargo, en las dos acepciones
podemos considerarnos con toda certeza auténticos testigos de la resu-
rrección y contemporáneos a la misma, porque aunque no estuvimos

247
Cfr. Diccionario de la Real Academia Española (Madrid 21992).

159
Carlos Miguel Buela

presentes el primer Domingo de Gloria y aun sin haber tenido un cono-


cimiento inmediato de su resurgimiento de entre los muertos, por la fe
nosotros debemos decir al mundo «vimos y somos testigos» y «damos
testimonio sabiendo que nuestro testimonio es verdadero». ¿Cuáles son
las razones? Principalmente el hecho de que hemos sido resucitados con
Cristo en el Bautismo, lo cual significa que estuvimos presentes en la
mente divina el día de su resurrección, y hemos sido constituidos testi-
gos por el Sacramento de la Confirmación, cuando recibimos al Espíritu
que testifica que Dios ha levantado a Jesús de entre los muertos.

3. Cualidades del testimonio que de la resurrección deben


dar los religiosos
Para que seamos eficaces testigos, testigos dignos de crédito, ¿cómo
tiene que ser nuestro testimonio de la resurrección? ¿Cómo tiene que ser
el testimonio que tiene que dar toda religiosa y todo religioso, y más
cuando se trata de misioneros, de la resurrección de Cristo?
– Este testimonio debe ser permanente: constantemente debemos
vivir como resucitados y para ello es indispensable que siempre estemos
resucitados con Cristo por la gracia. Si pecamos anulamos los efectos de
la resurrección en nuestra alma, y nuestro testimonio no es permanente
porque Dios no permanece en nosotros.
– Este testimonio debe ser evidente: nuestras obras deben manifes-
tar nuestra fe en la resurrección de Cristo, fe que se identifica con la
esperanza segura de nuestra propia resurrección el último día. Tu her-
mano resucitará, dijo el Señor a la hermana de Lázaro. Sí, Señor, sé que
resucitará en el último día (Jn 11,24), le respondió con esperanza Santa
Marta a Jesús. Nuestro comportamiento es la mejor predicación de la
resurrección de Cristo: Brille vuestra luz ante los hombres, para que
viendo vuestras buenas obras glorifiquen al Padre que está en los cielos
(Mt 5,16). Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,14).
– Este testimonio debe ser racional, ya que debemos saber dar las
razones de nuestra fe en la resurrección, que es un milagro apologético:
Si Cristo no ha resucitado, luego vana es nuestra predicación, vana tam-
bién vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios, pues hemos
atestiguado contra Dios que resucitó a Jesús si los muertos no resucitan
(1Cor 15,14).
– Debe ser una imitación del testimonio de Jesucristo, el tes-
tigo fiel (Ap 3,14), como le llama el Apocalipsis y de quien San Pablo

160
Las Servidoras

afirma que dio testimonio ante Pilatos: Te mando en la presencia de Dios


que da la vida a todas las cosas, y de Jesucristo que dio solemne testi-
monio ante Poncio Pilatos... (1Tim 6,13).
– Debe ser hasta la sangre, si así Dios lo dispusiese. Vimos cómo
testigo y mártir son sinónimos en su origen etimológico. Los Apóstoles,
nuestros modelos, fueron mártires hasta dar la vida. En nosotros tam-
bién tiene que darse eso: el testimonio de Cristo debe llegar a ser para
nosotros un martirio cotidiano, con los sacrificios y cruces que implica la
fidelidad a dicho testimonio. Es un testimonio que implica muerte a
nosotros mismos, y que se puede transformar en cruento en este siglo
de persecuciones, pero por sobre todo, es una muerte que vivifica, por-
que este testimonio es vida, es santidad.
– Debe ser como el que dieron los Apóstoles, es decir, «con gran
fuerza», con «dynamis», como dice el texto griego: Y con gran fuerza
daban los apóstoles el testimonio de la resurrección del Señor, en la
frase ya citada (He 4,33).
– Debe ser un testimonio humilde, como el de los mártires, los más
perfectos atestiguadores de la verdad de la resurrección. De hecho, la
mayoría de los mártires, en un primer momento, cuando tomaban plena
conciencia de que iban a padecer el martirio por Cristo, rehusaban ser
considerados como tales, como testigos, rechazando ese título por
humildad. Así sucedió con los Mártires de Lyón, así con los Mártires de
Barbastro –que se consideraban indignos de gracia semejante–, así con
San Ignacio de Antioquía, quien camino al martirio, humildemente
decía: «Ahora comienzo a ser discípulo»248.

4. ¿Cómo se ve desvirtuado este testimonio?


– Cuando no se vive la alegría de la cruz, olvidándose de que «por
la cruz se va a la luz», que es lo mismo que nos enseñaron los Apóstoles
al decir que es preciso pasar por muchas tribulaciones antes de entrar en
el Reino de los cielos (He 14,22).

248
Carta a los efesios, III, 1, 2; Padres Apostólicos, BAC (Madrid 31974) 449.

161
Carlos Miguel Buela

– Cuando los consagrados no viven auténticamente los votos.


– Cuando los religiosos no viven el día Domingo como día de la resu-
rrección y por tanto, no saben enseñar a santificarlo a los demás.
– Cuando no se vive el espíritu de la ley nueva.
– Cuando no se vive la Santa Misa, en la cual el Resucitado se hace
nuestro contemporáneo y nos comunica la fuerza espiritual de su resu-
rrección corporal.
– Cuando no vivimos en la libertad de los hijos de Dios que Cristo
nos obtuvo a través de su victoria sobre la muerte.
– Cuando no cantamos con nuestra vida el Cántico Nuevo.
– Cuando no vivimos la alegría ni la virtud de la eutrapelia.
– Cuando no vivimos la caridad exquisita y heroica: El que no ama
permanece en la muerte (1Jn 3,14).
– Cuando no confiamos en Cristo que ha vencido a la muerte y al
mundo: Ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe (1Jn 5,4); en
el mundo tendréis tribulación, pero confiad, yo he vencido al mundo (Jn
16,36).

5. Consecuencias de nuestra fidelidad a este testimonio


Nos tratarán como a locos, como a los Apóstoles. Cuando el gober-
nador Festo, tiempo después de descubrir que el problema con su pri-
sionero Pablo era que allí había una serie de discusiones con los judíos
acerca de la propia superstición sobre un tal Jesús, ya muerto, de quien
Pablo afirmaba estar vivo (He 25,19), al intentar San Pablo convencer-
le de que le había visto, gritando le dijo: Tú estás loco, Pablo, las muchas
letras te han trastornado el juicio (He 26,24).
Cuando tengamos que predicar en los areópagos modernos de la
cátedra, de los medios de comunicación, no creerán en nuestra palabra
como le sucedió a San Pablo en el Areópago de Atenas: (los atenienses)
al oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaron de él, otros
dijeron: sobre esto ya te oiremos otra vez. Así Pablo salió en medio de
ellos. Pero algunos hombres se adhirieron a Él y creyeron, entre ellos
Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con
ellos (He 17,32–34).
Pero no importa. Entonces seremos felices al tener parte en la suerte
de nuestro Maestro, al participar de la octava bienaventuranza. Somos

162
Las Servidoras

misioneros, es decir, enviados con la buena noticia de que Cristo está


vivo y que sólo en Él hay salvación.
Nos tratarán de mentirosos, pero sabremos que nuestro testimonio es
verdadero, porque no es nuestro sino de Dios. En efecto, nosotros
somos «co–testigos», testigos secundarios, porque el principal testigo es
el Espíritu Santo: Mas cuando venga el Consolador que yo os enviaré,
el Espíritu de verdad que procede del Padre, Él dará testimonio acerca
de Mí, y vosotros atestiguaréis también, pues habéis estado a mi lado
desde un principio (Jn 15,26). El Espíritu es el que testifica. Nadie puede
decir «Jesús es Señor» si no es en el Espíritu Santo (1Cor 12,3). Y en el
caso de que Dios nos diera la gracia de testimoniarle hasta la muerte
–¡qué predicación perfecta es para el religioso y para el misionero el
sellar con la sangre el Evangelio predicado!–, tampoco debemos temer,
porque será el Espíritu Santo quien hable por nosotros: No seréis
vosotros los que hablaréis sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable
por vosotros (Mt 10,20).
Entonces seremos completamente felices, porque siempre habrá
nuevos «Dionisio Areopagitas» y nuevas «Damaris» que crean en la resu-
rrección; siempre habrá personas angustiadas y tristes por la muerte de
seres queridos o por la desesperación de este mundo, a los cuales poda-
mos consolar con el consuelo con que nosotros somos consolados, es
decir, con la esperanza de la futura resurrección; siempre habrá muertos
del alma a quienes podremos resucitar llevándolos a la gracia, a los
sacramentos, como meros siervos inútiles; en definitiva, seremos com-
pletamente felices, porque a nosotros los religiosos el Señor nos prome-
te que en la Resurrección tendremos el fruto de tantos sacrificios.
Las penas, los trabajos, los sacrificios... ¿Qué importan? Mientras
anunciemos al que dijo: Yo soy la resurrección y la vida, y confesemos
con el Credo: «espero la resurrección de los muertos», nada debe ape-
narnos. Nos consuela aquello que el poeta Prudencio, el Cicerón cristia-
no como se lo ha llamado, escribiera hermosamente en su
«Peristephanon» o Himnos a los Mártires: «Cristo bueno jamás negó
cosa alguna a sus testigos; testigos a quienes ni la dura cadena ni la
misma muerte arredró jamás para confesar al Dios único aun a costa de
su sangre. ¡De su sangre! Mas este daño bien pagado está con más larga
luz de gloria»249.

249
I, 19–24.

163
Carlos Miguel Buela

2. CRISTO RESUCITADO: HOMBRE PERFECTO

I
¡Cristo ha resucitado! Es decir, su alma gloriosa volvió a unirse a su
cuerpo, a ese cuerpo que fue clavado y que padeció los dolores de la
cruz, al cual transformó en glorioso e inmortal. Por tanto, la humanidad
santísima de nuestro Señor fue la primera en alcanzar el máximo de ple-
nitud a la que es llamado todo ser humano, sea varón o mujer, constitu-
yéndose Cristo de esta manera en el máximo modelo de la humanidad
redimida, que alcanzará la plenitud en tanto y en cuanto siga la doctri-
na de Jesucristo y los ejemplos de Él.
En el siglo que hace poco ha terminado hemos visto que el hombre
ha sido brutalmente manipulado. Baste pensar en los «lager», en los
«gulag», en los «laogais», en los «bunkers», en las guerras (dos guerras
mundiales), el lavado de cerebros, la manipulación genética humana, la
conculcación de los derechos: a nacer, a vivir, a tener responsablemen-
te hijos, al trabajo, a la paz, a la libertad, a la justicia social, a participar
de las decisiones que hacen al bien común; los genocidios, las discrimi-
naciones, sin contar con las plagas de las adicciones, con el cortejo de
las depresiones y demás alteraciones de la salud psíquica. Como dijo Su
Santidad Juan Pablo II en Puebla: «Quizás una de las más vistosas debi-
lidades de la civilización actual esté en una inadecuada visión del hom-
bre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y habla-
do sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentris-
mo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hon-
das angustias del hombre respecto a su identidad y destino, del rebaja-
miento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores
humanos conculcados como jamás lo fueron antes»250.
Por eso, me pareció que podía ser provechoso que reflexionásemos
a la luz de Cristo resucitado sobre la verdad del hombre, es decir, sobre
la verdad de cada uno de nosotros.

250
III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento de Puebla
(Buenos Aires 1979) 17.

164
Las Servidoras

II
¿Cuáles son las verdaderas características del ser humano?
En primer lugar, el ser humano, cada uno de nosotros, es uno, con
una unidad actual: en este momento somos conscientes que somos uno,
no somos dos ni tres, ni diez, somos uno. Pero también con una unidad
que se mantiene a través de toda nuestra historia: somos plenamente
conscientes que éramos aquel niño que jugaba detrás de los autitos y los
camioncitos, que jugaba con los soldados y le gustaban los días de llu-
via porque la mamá le contaba cuentos, viendo pasar la gente por la
vereda. Y después, de más grandes, tenemos clara conciencia que
somos el mismo. Somos uno.
Pero además, somos únicos. Cada uno de nosotros, aun en el caso
de los mellizos o el de los gemelos, y aun en el caso de que pueda darse
la clonación humana. La persona humana es única. Habrá un parecido,
una gran semejanza, pero hay todo un mundo que es nuestro mundo
interior que es único.
Pero también somos irrepetibles. Así como no hay dos impresiones
digitales iguales, así tampoco hay dos seres iguales. En una misma fami-
lia con un mismo padre y una misma madre, y con una misma educa-
ción, sin embargo, ¡qué distintos que son los hijos! Uno es más vivo, otro
es más lerdo. Uno es más divagante, el otro más tímido; uno vago, el
otro trabajador. Unos tienen unas habilidades, otros tienen otras.
Pero, además, no solamente somos uno, únicos, irrepetibles, sino
que cada uno de nosotros ha sido eternamente ideado, eternamente
pensado por Dios, desde antes que existiésemos sobre la tierra, desde
antes que existiesen nuestros padres, desde antes que existiese el
mundo. Desde toda la eternidad, desde que Dios es Dios, hemos sido
pensados por la mente divina. Así como un artista piensa primero en el
dibujo que después quiere plasmar en la tela. Se piensa primero y luego
se realiza lo pensado. Así ha hecho Dios. ¡Eternamente pensados!
Y eternamente elegidos: «Éste sí, que exista, en tal época, tales
características».
Y, por tanto, eternamente amados. Cada hombre, varón y mujer.
Todos los hombres, todo varón, toda mujer, ¡eternamente amados
por Dios!

165
Carlos Miguel Buela

III

Todo lo cual configura una serie de particularidades insoslayables del


ser humano. La columna vertebral, por así decirlo, del humanismo cris-
tiano es recogida perfectamente por la Constitución Pastoral «Gaudium
et spes», que excluye, justamente, las falsas visiones del hombre, que
pululan en estos tiempos, por no tener en cuenta a Cristo resucitado:

1. En primer lugar, la fe ilumina el plan de Dios sobre el hombre,


excluyendo todo racionalismo. Y así dice: «La fe todo lo ilumina con
nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hom-
bre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas»251.
2. La dignidad del hombre está dada por su naturaleza, contra el
subjetivismo, que niega la realidad de una naturaleza humana: «La
Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con
capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido
constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla
glorificando a Dios. ¿Qué es el hombre para que tú te acuerdes de él?
¿O el hijo del hombre para que te cuides de él? Apenas lo has hecho
inferior a los ángeles al coronarlo de gloria y esplendor. Tú lo pusiste
sobre la obra de tus manos (sobre todo el mundo visible). Todo fue pues-
to por Ti debajo de sus pies (Sl 8,5–7)»252.
3. «Ese hombre ha sido creado para vivir en comunidad, contra el
individualismo del liberalismo: Pero Dios no creó al hombre en solitario.
Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gn 1,27). Esta sociedad de
hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas
humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser
social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con
los demás»253. Son las verdades claves del humanismo cristiano.
4. El hombre, por su naturaleza, trasciende el universo, contra la ido-
latría y el magicismo: «No se equivoca el hombre al afirmar su superio-
ridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula

251
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 11.
252
Ibidem, 12.
253
Ibidem, 12.

166
Las Servidoras

de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por


su interioridad es, en efecto, superior al universo entero...»254. Eso soy yo
y somos cada uno de nosotros.
5. El hombre por naturaleza es intelectual, tiene una capacidad de
pensar, contra todo materialismo: «...la naturaleza intelectual de la per-
sona humana se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la
sabiduría, la cual atrae con suavidad la mente del hombre a la búsque-
da y al amor de la verdad y del bien. Imbuido por ella, el hombre se alza
por medio de lo visible hacia lo invisible»255. Ésa es la dignidad del hom-
bre. Es capaz de pensar.
6. La naturaleza intelectiva y la libertad se expresan en la conciencia,
contra los manipuladores de conciencias: «La fidelidad a esta concien-
cia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y
resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan
al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta
conciencia, tanta mayor seguridad tienen las personas y las sociedades
para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objeti-
vas de la moralidad»256.
7. La dignidad humana exige que el hombre obre en conciencia y,
además, libremente, contra el totalitarismo y la coacción: «La dignidad
humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y
libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna per-
sonal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera
coacción externa»257.
8. La grandeza del ser humano: la libertad. La libertad es una
característica propia del ser humano, que es libre por ser espiritual, por-
que tiene una inteligencia racional y porque tiene una voluntad libre.
Así lo creó Dios. Eso es ser creado «a imagen y semejanza de Dios».
Los animales no fueron creados a imagen y semejanza de Dios, porque
no tienen alma espiritual, no tienen inteligencia racional ni voluntad
libre; y todo esto contra el determinismo y el fatalismo: «El hombre logra

254
Ibidem, 14.
255
Ibidem, 15.
256
Ibidem, 16.
257
Ibidem, 17.

167
Carlos Miguel Buela

esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasio-


nes, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios
adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes»258.
9. Pero ciertamente, dado el estado de pecado, el hombre, que está
llamado por Dios a Dios, no puede llegar a la unión con Él si no tiene el
auxilio de la gracia; contra el pelagianismo: «La libertad humana, heri-
da por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios,
ha de apoyarse necesariamente en la gracia de Dios»259. Por eso la nece-
sidad de los sacramentos dignamente recibidos para vivir según la esta-
tura que Dios quiere para nosotros, según su plan creador y redentor.
10. Y, por ello, la vocación del hombre, de todo varón, de toda mujer
(y es la vocación suprema que puede tener) es la vida eterna: «El máxi-
mo enigma de la vida humana es la muerte... Mientras toda imaginación
fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la Revelación divina,
afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situa-
do más allá de las fronteras de la miseria terrestre. Dios ha llamado y
llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la per-
petua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucita-
do el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la
muerte con su propia muerte»260.
11. Por eso, ésta es la razón más elevada de la dignidad humana.
Aun del corrupto, aun del vicioso, aun de aquel degradado. Por la sim-
ple y sencilla razón de que ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Por la simple y sencilla razón de que Cristo murió en la cruz por
ese hombre. Por la sencilla razón de que ese hombre, que en estos
momentos tal vez está en lo peor de lo peor, también está llamado por
Dios a la vida eterna, al cielo. «La razón más alta de la dignidad huma-
na consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios»261. Contra el
humanismo ateo, porque «sobre todo, el hombre es llamado, como hijo,
a la unión con Dios y a la participación de su felicidad»262. Si nosotros
tuviésemos más en cuenta esto, aunque seguiríamos teniendo problemas,

258
Ibidem, 17.
259
Ibidem, 17.
260
Ibidem, 18.
261
Ibidem, 19.
262
Ibidem, 21.

168
Las Servidoras

porque estamos en un valle de lágrimas, siempre estaríamos iluminados


con una luz superior que nos dice que estamos llamados para una feli-
cidad sin fin y que todas las miserias de este mundo son nada en com-
paración con la gloria a la cual Dios nos tiene destinados.
12. Y, finalmente, la última verdad de esta síntesis de lo que es el
auténtico humanismo cristiano es que en Jesucristo se ilumina el miste-
rio del hombre, contra todas las visiones anticristianas del hombre: «En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado... Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma
revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el
hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación...
El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con
todo hombre»263.

IV
¿Cuál es la razón de la paradoja de que, aun cuando en este
tiempo tanto se habla del hombre, sin embargo, tanto se ha
atacado al hombre hoy día?
«¿Cómo se explica esta paradoja? –seguía diciendo el Papa en
Puebla– Podemos decir que es la paradoja del humanismo ateo. Es el
drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser –el
Absoluto– y puesto así frente a la peor reducción de su ser».
En efecto, baste recordar a los ideólogos de turno, cómo reducen la
dimensión del ser del hombre. Así, por ejemplo, se dijo: «el hombre es
un trabajador» (Karl Marx); «el hombre es una pasión inútil» (Jean Paul
Sartre); «es un ser movido por la libido» (Sigmund Freud); «es un for-
jador de símbolos» (Paul Ricoeur); «es un creador de utopías» (Ernst
Bloch); «es lo que come» (Feuerbach); «es un haz de cargas electro-
magnéticas» (Bertrand Russel); «es un ser para la muerte» (Heidegger);
«es lo que juega» (Huizinga); «es lo que ve», como pasa hoy día con la
televisión, el «homo videns», esclavo de la teletonta (Giovanni Sartori);
«es un ser cultural»... Todas son definiciones parciales que amputan
gran parte del ser del hombre y que terminan produciendo los grandes

263
Ibidem, 22.

169
Carlos Miguel Buela

desequilibrios que tenemos que soportar. Desequilibrios sociales, econó-


micos, políticos, culturales, jurídicos, psicológicos. Ninguno de ellos dice:
«El hombre es hijo de Dios». Estas falsas visiones del hombre y la mujer,
potenciados en grados nunca vistos en la historia de la humanidad por
los medios de comunicación social, constituyen un atentado permanen-
te, día a día y momento a momento, a la naturaleza, dignidad, vocación
y destino eterno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

V
Por eso, queridos hermanos y hermanas, en esta sublime noche de
Pascua recordemos que:
¡No somos sólo materia, que termina definitivamente en la tumba!
¡No somos sólo una máquina de trabajo, que sólo sirve para produ-
cir cosas y ganar dinero!
¡No somos sólo un ser para consumir bienes materiales!
¡No somos sólo seres que sólo hacen lo que les gusta, lo que les da
la gana!
¡No somos sólo seres que son juguetes de un destino inexorable!
¡No somos robots, somos libres, con la libertad que nos ganó Cristo!
¡Tenemos un alma espiritual e inmortal!
¡Somos capaces de entender y tenemos una voluntad libre capaz de
amar y de elegir!
¡Estamos llamados a la vida eterna!
¡Nuestra vida no termina aquí! ¡Hay horizontes más amplios!
Nos lo recuerda la Resurrección del Señor y la Doncella de Nazareth
que también resucitó. Cristo resucitado es el baluarte inexpugnable, a
través de los siglos, para la defensa del hombre, de todo hombre y de
todos los hombres.
Ésta es la visión colosal del hombre y la mujer que tiene la Iglesia, y
que ha mantenido a través de 2000 años de historia, luchando y defen-
diendo al varón y a la mujer por haber sido creados a imagen y seme-
janza de Dios.

170
Las Servidoras

Y al igual que pasa en nuestro poderoso ciprés, en cuya copa juegan


los últimos rayos del atardecer, en cada una de nuestras almas siempre
juegan los rayos de luz del Dios Todopoderoso, que nos ilumina con su
gracia y que nos ama mucho, porque ¡somos sus hijos!
¡Somos hijos de Dios!

3. ¿AGOBIADO O RESUCITADO?

1. El hombre agobiado
Vivimos en una época en que el hombre, más que nunca, se siente
profundamente agobiado.
Agobiado es un adjetivo que indica, según el diccionario de la Real
Academia264, al que está «cargado de espaldas o inclinado hacia delan-
te». «Agobiar», es voz derivada del latín «gibbus=giba», o sea, joroba
(del árabe «huduba»; de allí el fig. fastidiar, molestar) según su significa-
do etimológico, no es otra cosa que «inclinar o encorvar la parte supe-
rior del cuerpo hacia la tierra» o en su segunda acepción: «hacer un peso
o carga que doble o incline el cuerpo sobre el que descansa». De ahí
que, figuradamente, agobiado es el hombre que lleva un peso grande
que lo abate, lo deprime, le hace bajar los brazos, lo deja cansado, sin
ilusiones, sin ganas de luchar. Es un hombre sin «burbujas», apesadum-
brado.
¿Qué cosas agobian a nuestros contemporáneos?

a. El hombre moderno está agobiado por las preocupaciones de


este mundo: los problemas familiares, las crisis, las situaciones econó-
micas... vive agobiado por el exceso de trabajo: vivimos en una socie-
dad materialista en la que el trabajo nos impide descansar y dedicar un

264
Cfr. Diccionario de la Real Academia Española (Madrid 211992).

171
Carlos Miguel Buela

tiempo a nuestra alma, a Dios, a nuestras familias. Poco a poco nuestro


pueblo se va quizás asimilando a lo que es característico de la cultura
japonesa: no trabajar para vivir sino vivir para trabajar. Desde la
Revolución Francesa hasta nuestros días, ¡cuántos intentos por suprimir
el domingo, día instituido por Dios precisamente para el hombre agobia-
do, para todo el que está fatigado por el peso del trabajo semanal!
Además, ¡cuántas veces y con cuánta facilidad los mismos católicos
transgredimos para nuestro daño espiritual, no solamente el precepto de
la misa dominical sino también el precepto del descanso dominical,
ambos resumidos en el tercer mandamiento: santificarás las fiestas! Nos
dice Dios, en Ex 20,2–17: Recuerda el día del sábado para santificarlo
–ahora es el domingo, por haber resucitado Cristo en este día–. Seis días
a la semana trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es
día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú,
ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el foraste-
ro que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la
tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo día descansó; por
eso bendijo el Señor el día del sábado.
Pero en muchos países, muchas personas se sienten agobiadas más
que por este exceso de trabajo, por la falta de trabajo, la cual ha produ-
cido en muchas personas la tan actual depresión laboral, o tantas situa-
ciones de desesperación, que incluso han llevado a suicidios motivados
por la pérdida de un empleo...

b. En nuestros días, vemos que los hombres se sienten terriblemente


agobiados por muchos miedos: hoy, como nunca se ve a la gente con
tanto miedo. El miedo es una pasión que paraliza, que nos impide cre-
cer espiritualmente. La violencia que se experimenta en las calles, que
llega a nuestras casas a través del televisor, hace que el hombre tema
constantemente: desde la madre que está terriblemente preocupada por
la hija o el hijo que no regresa al horario en que avisó que volvería del
trabajo o de la escuela, hasta los ancianos que se encierran en sus casas,
con mil pasadores y candados en las puertas, por temor al ladrón, al ase-
sino...

c. Un fenómeno de nuestra época, aunque ha sido una angustia para


todos los tiempos desde que entró el pecado en el mundo, es el peso de

172
Las Servidoras

la enfermedad. A pesar de los avances de la ciencia, ¡cuántos hombres


viven agobiados por las enfermedades, muchas de ellas todavía incura-
bles! Los dolores físicos son una carga muy difícil de llevar, que muchas
veces vienen acompañados de otra enfermedad tan característica de
nuestros días: ¡la depresión! La misma es un peso, un agobio tremendo:
la depresión abate física y espiritualmente al hombre, lo encorva literal-
mente.

d. Pero en realidad no hay ninguna cosa que agobie tanto al hombre


como es el peso de sus pecados.

e. Ahora bien, por la fe sabemos que por el pecado entró la muerte


en el mundo, y esta muerte, originada en el pecado de nuestros prime-
ros padres, hace que vivamos agobiados y humillados por un peso inso-
portable, si no tenemos una respuesta satisfactoria a nuestros interro-
gantes existenciales: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Para qué fin estoy
sobre la tierra? ¡Cuántos hermanos nuestros no han logrado dar con una
respuesta acertada y viven angustiosamente agobiados por el peso de la
muerte de un ser querido, ya sea la madre, el padre, un hijo, un amigo...!
En definitiva, al hombre moderno le agobian todas las cosas que
causan molestia o fatiga, o más aun, las cosas que le causan tristeza o
dolor, y esclavitud anímica o espiritual.

2. Jesucristo resucitado libera al hombre de su agobio


Ante todos los hombres agobiados, encorvados espiritual o física-
mente por todas estas cargas que son consecuencia del pecado de
nuestros primeros padres y de nuestros propios pecados, se nos presen-
ta fulgurante la figura de nuestro Redentor: Jesucristo, agobiado como
nadie bajo el peso de la cruz, que cargó con nuestros pecados y nues-
tras enfermedades, al punto que por sus heridas hemos sido curados (Is
53,5). Mas en este momento, en esta noche sublime, Cristo se nos pre-
senta glorioso, triunfante de todas sus angustias, resucitado de entre los
muertos...
¡Sí! A todos los hombres agobiados Jesucristo resucitado les dice,
hoy más que nunca: Venid a mí, todos los que estáis afligidos y agobia-
dos, que yo os aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de

173
Carlos Miguel Buela

mí, porque soy paciente y humilde de corazón; y encontraréis alivio.


Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt 11,28–30).

a. Ante el agobio de las preocupaciones de este mundo, Cristo


resucitado tiene una solución: Él, como Único Maestro, le enseña a los
hombres de hoy, es decir, a cada uno de nosotros: Buscad el Reino de
Dios y su justicia y las demás cosas se os darán por añadidura (Mt 6,33);
a tantas personas fatigadas de tanto trabajar, agobiadas, quizá nos
recuerde lo mismo que a santa Marta: Marta, Marta, por muchas cosas
te afanas y sola una es la necesaria (Lc 10,41). O mejor aún, nos seña-
le con toda claridad, como lo hizo con la multitud de judíos que le bus-
caba ansiosa luego de la multiplicación de los panes: trabajad no por el
alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el
que os dará el Hijo del hombre (Jn 6,27).
«No trabajen por el alimento de cada día», sencillamente quiere
expresar la prioridad de valores que debemos dar a lo espiritual por
encima de lo material. ¡Tenemos que trabajar...! Para alimentar a nues-
tros hijos, para sustentar a nuestra familia... pero no debemos dejar
esclavizarnos por tantas inquietudes, problemas familiares, etc., que nos
impiden dar prioridad a lo espiritual, nos hacen olvidar del primer man-
damiento.
Ante el agobio por las muchas tribulaciones, conflictos, angustias,
aflicciones... Jesús resucitado nos repite individualmente en nuestra
alma: Os digo esto para que encontréis la paz en mí. En el mundo ten-
dréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). El
don de la paz interior en el sufrimiento es fruto de la victoria de Cristo;
por eso Él nos dejó su paz y constantemente está dispuesto a comuni-
cárnosla. Así vemos que lo primero que dijo luego de la resurrección a
los apóstoles, que se encontraban turbados por mil remordimientos,
angustias y temores, cuando se les apareció por primera vez estando las
puertas cerradas del Cenáculo, fue sencillamente: ¡La paz esté con
vosotros! (Jn 20,19).

b. Ante el agobio del miedo, los mismos ángeles que fueron los pri-
meros en anunciar la resurrección del Señor, hoy nos dicen a nosotros
lo que avisaron a las santas mujeres: No temáis. Yo sé que vosotras bus-
cáis a Jesús el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo

174
Las Servidoras

había dicho (Mt 28,5). Pero no son sólo los ángeles quienes nos animan,
sino que el mismo Señor, que en el camino se apareció a estas mujeres
llenas de temor, hoy, como en aquella madrugada de la resurrección,
nos da fuerza, nos robustece, con las alentadoras palabras que nos
deben marcar definitivamente en nuestras vidas: Soy yo, no temáis (Mt
28,9). Constantemente Cristo nos dice: No temáis. Lo dijo a través del
ángel a María, a José, a los apóstoles en la tempestad, luego de la resu-
rrección, a San Pablo prisionero, cuando se encontraba lleno de temo-
res por los peligros que le acechaban en Corinto: No temas. Sigue pre-
dicando y no te calles. Yo estoy contigo. Nadie pondrá la mano sobre ti
para dañarte, porque en esta ciudad hay un pueblo numeroso que me
está reservado (He 18,9–10). En definitiva, toda la fortaleza que nos da
el Señor se reduce a esta realidad: No temáis a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar al alma (Mt 10,28).

c. Ante el agobio del pecado, la fe nos dice: «Fue sepultado, y resuci-


tó por su propio poder al tercer día, elevándonos por su resurrección a
la participación de la vida divina, que es la gracia»265. Y esto que Pablo
VI señalaba en el Credo del Pueblo de Dios tiene su fundamento en
aquella expresión patética del apóstol a los corintios: Si Cristo no resu-
citó, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados. Por consiguien-
te, los que murieron en Cristo se perdieron (1Cor 15,17), lo que quiere
decir que si no hubiese resucitado, nuestros pecados no habrían sido
perdonados.

d. Ante el agobio de la enfermedad, el Señor resucitado nos habla


por boca del apóstol San Pablo para decirnos: Y nosotros sabemos que
aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará junto con él y nos reu-
nirá a su lado junto con ustedes ... Por eso, no nos desanimamos: aun-
que nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre inte-
rior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera,
nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tene-
mos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que
se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno (1Cor 4,14–18).

265
Cfr. PABLO VI, Credo del Pueblo de Dios, BAC (Madrid 1968) 11–34.

175
Carlos Miguel Buela

Ante el agobio de las tristezas de este valle de lágrimas, nuestra acti-


tud debe ser la de los Apóstoles apenas vieron al Señor: Los discípulos
se llenaron de alegría cuando vieron al Señor (Jn 20,19). La alegría es
un mandato de Cristo resucitado a todos sus discípulos. Fue lo primero
que ordenó a las santas mujeres cuando se les apareció en el camino:
Alegraos.

e. Finalmente, ante el agobio por el problema de la muerte, Cristo


nos da la esperanza de la futura resurrección: Si solamente para esta
vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de los
hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia
de los que durmieron. Puesto que por un hombre vino la muerte, por un
hombre también la resurrección de los muertos. Porque como en Adán
todos murieron, así también en Cristo todos serán vivificados (1Cor
15,19–22).

3. Los dos principales beneficios de la resurrección de


Cristo para el hombre agobiado
La resurrección de nuestro Señor nos trajo dos beneficios principa-
les, en los cuales se pueden resumir los puntos anteriores: nuestra futu-
ra resurrección corporal y nuestra presente resurrección espiritual.

a. La futura resurrección corporal


De la primera, tenemos que recordar que es un dogma de fe que pro-
fesamos en el Credo cuando decimos: «Creo en la resurrección de la
carne, creo en la resurrección de los muertos». Lamentablemente hay
que confesar que un número muy significativo de católicos da muy poca
importancia a esta verdad de fe, principalmente porque es muy poco
predicada. No sucedió así con los primeros cristianos, era una de las ver-
dades que más tenían asimiladas. Basta leer los testimonios de fe en la
resurrección de los muertos que escribían en sus sepulturas. Pero si bien
no se lo dice explícitamente, San Pablo nos podría recriminar como a los
corintios: ¿Cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay
resurrección de muertos? Si no hay resurrección de muertos, tampoco
Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana
es también vuestra fe... ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos
como primicias de los que durmieron (1Cor 15,12.14.20).

176
Las Servidoras

b. Nuestra presente resurrección espiritual


Cuando el antiguo Catecismo Romano se preguntaba por qué seña-
les se conoce que uno ha resucitado espiritualmente con Cristo, hermo-
samente respondía con la frase del apóstol: «Si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde está Cristo sentado a
la diestra de Dios Padre (Col 3,1)». Y continúa luego: «claramente indi-
ca que los que desean tener la vida, los honores, la paz y las riquezas,
allí sobre todo donde está Cristo, han resucitado verdaderamente con
Cristo; y cuando añade: saborearos en las cosas que están sobre la tie-
rra, agregó también como una segunda señal, para poder con ella
conocer si realmente hemos resucitado con Cristo. Pues así como el
gusto suele indicar el estado y la salud del cuerpo, de igual suerte, si
agradan a uno todas las cosas que son verdaderas, las que son hones-
tas y las que son justas y santas, y con el sentido interior del alma perci-
be en ellas el gozo de las cosas del Cielo, esto puede ser una prueba
excelente de que, quien así se halla dispuesto, ha resucitado en compa-
ñía de Jesucristo a la vida nueva y espiritual»266.
De cómo al alma muerta por los pecados se le propone como mode-
lo la resurrección de Cristo, lo explica el mismo Apóstol diciendo: Así
como Cristo resucitó de entre los muertos para gloria del Padre, así tam-
bién procedamos nosotros con nuevo tenor de vida. Pues si hemos sido
injertados con Él por medio de la semejanza de su muerte, igualmente
lo seremos también en la de su resurrección. Unas líneas más adelante,
añade: Sabiendo que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no
muere; la muerte ya no tiene dominio sobre Él. Porque la muerte que Él
murió, la murió al pecado una vez para siempre; mas la vida que Él vive,
la vive para Dios y es inmortal. Así también vosotros teneos muertos
para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (Ro 6,4–11).
Porque el amor de Cristo nos apremia, al considerar que, si uno
murió por todos, entonces todos han muerto. Y él murió por todos, a fin
de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que
murió y resucitó por ellos (1Cor 5,14–15).

266
CONCILIO DE TRENTO, Catecismo Romano, I, VI, 15.

177
Carlos Miguel Buela

Conclusión
Hemos visto cómo de la resurrección del Señor han llegado a la
humanidad los bienes más grandes. Por eso, todo hombre agobiado, en
definitiva, tiene que hacer suya la oración de los discípulos de Emaús,
cuando le rogaron sin aún reconocerle: Quédate con nosotros, porque
ya es tarde y el día se acaba.
Debemos resucitar con Cristo: ¡Ser hombres nuevos! No hombres
agobiados, sino hombres espirituales. No apesadumbrados, sino con
alegría de vivir. No abatidos, sino con ansias de hacer el bien al prójimo.
No con los brazos caídos, sino con gran capacidad de lucha frente al
mal. Sólo empeñados en el bien, en favor de la vida, de la libertad, de
la justicia, del amor y de la paz.
No olvidemos nunca que Cristo resucitado nos sigue diciendo: Venid
a mí, todos los que estáis afligidos y agobiados, que yo os aliviaré.
Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente
y humilde de corazón; y encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y
mi carga liviana (Mt 11,28–30).
María nos lo recuerde siempre.

178
Tercera Parte

Los santos
Capítulo 1
La Santísima Virgen María

1. MARÍA, ¡ES MADRE DE DIOS!

Hemos celebrado hace pocos días, con gran alegría y hermosamen-


te, la fiesta grande de la Anunciación del Señor, de la Encarnación del
Verbo en el gran Jubileo del 2000, y este hecho nos debe mover a
conocer cada vez más al Verbo Encarnado. Conocer su misterio, conocer
su Persona, conocer lo que nos dice la fe acerca de Él, cuál es la doctri-
na que Él enseñó, qué es lo que Él quiere de nosotros. Y en forma tal,
que sepamos defender en nosotros la fe en el Verbo Encarnado.
Les contaba días atrás que, estando fuera del país, un laico europeo,
profesor en un Seminario, me preguntó a boca de jarro –habiendo
hecho anteriormente críticas a la Iglesia– que cómo puede ser posible
que se diga de la Virgen María que es Madre de Dios, pero, «¿acaso Dios
puede tener madre?». Así como suena: negaba la maternidad divina de
la Santísima Virgen, por tanto no entendía nada del misterio de la
Encarnación del Verbo.
¿Cómo puede ser que personas con gran formación cultural y profe-
sional ignoren cosas tan elementales y tan fundamentales de la fe cató-
lica? Dios, en su naturaleza divina, no tiene Madre. En cuanto Dios, no
tuvo cuna, ni usó pañales, ni tomó la mamadera, ni se entretuvo con
sonajeros... porque Dios, en cuanto Dios, es espíritu purísimo, no tiene
cuerpo, ni huesos, ni músculos, ni sangre, ni presión arterial, ni diabe-
tes... y no tiene principio. Como tampoco tiene fin, ni pasa por terapia
intensiva, ni necesita ataúd, ni sepultura, ni mortaja... porque es eterno.
Pero si Dios se hace hombre, es decir que además de tener una
naturaleza divina asume una naturaleza humana verdadera, (tal la
Encarnación del Verbo), tiene que haber una mujer que le dé la natu-
raleza humana, y esa naturaleza humana por estar unida a la persona
Carlos Miguel Buela

del Verbo, segunda de la Trinidad, es una naturaleza humana que no


tiene persona humana, porque el lugar de la persona humana la ocupa
de una manera mucho más maravillosa la persona del Verbo. Entonces
esa Madre engendra una naturaleza humana que está unida sustancial-
mente a una persona divina, por eso se puede y se debe decir a tal
Madre, ¡Madre de Dios! ¡Porque Cristo, su Hijo, además de ser
hombre, es Dios! Y esto es elemental. Es una cosa tan elemental que
negar esto, primero es hacer gala de una ignorancia supina, basta que
lean el Catecismo de la Iglesia Católica267: es un dogma de fe definido,
definido por el concilio de Éfeso268. En aquella zona se hablaba griego,
se reunieron los Padres conciliares y para referirse a la Virgen María la
palabra que usaron, técnica, precisa, fue «Theotokos», es decir, Madre
de Dios. Como rezamos en el Ave María, en la segunda parte: «Santa
María, Madre de Dios...», es elemental, es el abecé del cristianismo.
Porque si no, ¡no hay Encarnación! Si la Virgen no fuese Madre de Dios,
sería Madre del hombre, y no habría Encarnación, ya que habría dos
sujetos: uno divino y otro humano. Para que haya Encarnación es nece-
sario que Dios asuma una naturaleza humana, y es necesario para que
esas dos naturalezas, divina y humana, estén unidas sustancialmente, no
en la naturaleza (porque sería una tercera cosa, que no sería ni Dios ni
hombre). Esa unión se tiene que dar en la persona, en la persona divi-
na, segunda de la Santísima Trinidad, la persona del Verbo. «De otro
modo no se creería en una Trinidad, sino en una cuaternidad de perso-
nas»269.
Ignorar esto es ignorar las cosas más elementales, y lo peor del caso,
es poner confusión, incluso en las almas consagradas, porque después
tuve el caso de un seminarista que me vino a hacer la misma pregunta,
exactamente la misma pregunta. Cuando en un alma consagrada entran
esas barbaridades, esa alma poco tiempo va a estar consagrada, porque
si no sabe que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y es
Uno solo porque ambas naturalezas están unidas en la Única persona del
Verbo, ¿qué sentido tiene la vida religiosa, qué sentido tiene la virginidad,

267
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 495.
268
Cfr. DH 251.
269
SAN AGUSTÍN, Sobre la predestinación de los elegidos, 15,31; cit. en Liturgia de las
Horas, III, 488.

182
Las Servidoras

qué sentido tiene la pobreza, qué sentido tiene la obediencia, qué senti-
do tienen los sacramentos? Si el que uno ve en la cruz no tiene una natu-
raleza humana unida hipostáticamente a una persona divina, nadie
pagó por nuestros pecados, porque sería un puro hombre, y así ni el
bautismo lavaría los pecados, ni tampoco la confesión; y la Eucaristía no
sería el Cuerpo y Sangre del Señor, junto con su alma y su divinidad.
Caerían todos los sacramentos, caería la Iglesia. Por eso así estamos;
por eso hay tantos sacerdotes que se dedicaron a las cuestiones tempo-
rales y algunos pareciera que han dejado de creer en las verdades eter-
nas. Es necesario profundizar siempre en esas verdades de fe, porque
son esas verdades de fe las que son capaces de mover nuestro corazón
a imitarlo al Señor. Y saber de manera tal de ser capaz de responder
cuando les sale alguien con alguna cosa así. Porque como decía Juan
Pablo I: «Hoy de la fe sólo se tiene lo que se defiende»270. Si hay algo de
la fe que no somos capaces de defender es porque no tenemos fe, por-
que no tenemos fe como la que tendríamos que tener. Por eso pidámos-
le en esta noche a la Santísima Virgen, a la que le vamos a cantar den-
tro de unos minutos, la gracia de defender con la mayor fuerza posible
la verdad del Verbo que se hizo carne.

2. ¡SELLA LAS COSAS QUE HABLARON LOS TRUENOS!

Celebramos hoy, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, los


2000 años de la Encarnación del Verbo. Como dijimos en nuestras
Constituciones: «Aspiramos a que nuestra familia religiosa se distinga y
sea llamada “del Verbo Encarnado” ya que nos acercamos al bimile-
nario de ese acontecimiento, que es más grande que la creación del
mundo y que no puede ser superado por ningún otro»271. Por eso este es
un día muy especial para nosotros y en este sermón quiero referirme a

270
ALBINO LUCIANI, Ilustrísimos Señores (Madrid 1978) 93.
271
Constituciones, 3.

183
Carlos Miguel Buela

los motivos de la Anunciación272, que son como nuestra razón de ser en


la Iglesia, que es prolongar con nuestras vidas el «Sí» de María, dar tes-
timonio de que el Verbo se encarnó y trabajar para prolongar la
Encarnación de Cristo en todo lo auténticamente humano.
La antigua liturgia en la fiesta de San Gabriel insinuaba la Anuncia-
ción del ángel vista desde la isla de Patmos por San Juan: Vi también a
otro ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube, con el
arco iris sobre su cabeza, su rostro como el sol y sus piernas como
columnas de fuego. En su mano tenía un librito abierto (Ap 10,1–2).
Este pasaje figuraba en la capítula de la fiesta. Puso el pie derecho
sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, y gritó con fuerte voz, como
león cuando ruge. Y cuando gritó, siete truenos hicieron oír su fragor.
Apenas hicieron oír su voz los siete truenos, me disponía a escribir, cuan-
do oí una voz del cielo que decía: «Sella las cosas que hablaron los true-
nos y no las escribas» (vv. 3–4). Sella, o sea, guarda, conserva, defien-
de, recuerda...
El ángel fuerte es Gabriel; sus palabras a la Virgen fueron rugidos de
león. Los siete truenos nos recuerdan los siete espíritus que descienden
sobre la flor que salió del retoño de la raíz de Jesé.
En la delicada profecía de la raíz de Jesé, la Virgen aparece como el
retoño del que brota una flor. Sobre esa flor, alusión clarísima al Mesías,
descenderá el Espíritu del Señor. Los siete truenos son los siete espíritus
que alientan a la flor. Espíritu de sabiduría, inteligencia, ciencia, conse-
jo, fortaleza, piedad y temor de Dios. Los siete truenos articularon sus
voces, dice el Apocalipsis: La hija de David, el retoño de Jesé, entendió
la totalidad del misterio de Dios; Juan quiso transmitir al mundo las
maravillas de la hija de Sión, pero Dios dispuso que quedaran en su
corazón: María conservaba todas estas palabras ponderándolas en su
corazón (Lc 2,19).
El rugido del león inicia el mundo nuevo. Entonces el ángel que
había visto yo de pie sobre el mar y la tierra, levantó al cielo su mano
derecha y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el
cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, el mar y cuanto

272
Sigo sustancialmente al P. ALBERTO GARCÍA VIEYRA, O.P., La devoción a la Santísima
Virgen María, Ediciones Santo Domingo (Argentina 1967) 107–128.

184
Las Servidoras

hay en él: «¡Ya no habrá dilación! Sino que en los días en que se oiga la
voz del séptimo ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta, se habrá
consumado el Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena
nueva a sus siervos los profetas» (vv. 5–7). Es decir, no habrá más dila-
ción de las promesas divinas sobre la salvación, que están cumpliéndo-
se. Este pasaje nos indica claramente que nos hallamos en el punto deci-
sivo de la acción de Dios en el mundo: La Encarnación del Verbo, en la
plenitud de los tiempos. Es la Encarnación la que da cumplimiento a las
promesas tantas veces repetidas por los profetas273.
Justo en ese momento: Estando ya Isabel en su sexto mes, el ángel
Gabriel fue enviado por Dios, a una ciudad de Galilea, llamada
Nazareth, a una virgen desposada con cierto varón de la casa de David
llamado José; y el nombre de la virgen era María (Lc 1,26–27).
«El motivo principal de esta embajada –dice Santo Tomás–, fue pe-
dir el consentimiento de la Virgen, en lugar de todo el género huma-
no»274, en lugar de todos y cada uno de nosotros. Pero, en rigor, los moti-
vos de la misión angélica fueron tres:
1. Llamar la atención de la Virgen sobre su dignidad, y el papel que
le correspondía en la redención futura.
2. Anunciar la concepción virginal.
3. Pedirle su consentimiento como representante del género hu-
mano275.
Tratamos de estos tres objetivos de la misión angélica; los dos pri-
meros se ordenan al tercero, que es el motivo por excelencia. Pasemos
a cada uno de estos tres puntos del sermón.

1. Llamar la atención de la Virgen sobre su dignidad y el


papel que le correspondía en la redención futura
¡Ave... Ave, gratia plena, Dominus tecum! ¡Dios te salve, llena de
gracia, el Señor está contigo!... Al oír tales palabras ella se turbó y púso-
se a considerar qué significaría tal salutación (Lc 1,28–29).

273
Cfr. NÁCAR–COLUNGA, Sagrada Biblia, BAC (Madrid 1965) nota Ap 10,7.
274
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 30, 1.
275
Ibidem, III, 30, 1–4.

185
Carlos Miguel Buela

¿Por qué llamaron la atención tales palabras a la Virgen?


Según el P. Lyonnet, el saludo angélico significaría el júbilo me-
siánico, expresado en las profecías (So 3,14–17; Jl 2,21–27; Za 9,9–10).
Según esto, la Virgen se habría visto aludida como la hija de Sión a la
cual vendría Yahvé como guerrero vencedor. Las palabras del saludo
angélico llaman la atención de la Virgen sobre su dignidad; despiertan
sus facultades de percepción a la revelación del misterio que va a seguir
después.
Santo Tomás afirma que lo primero que hizo el ángel fue volver la
mente de la Virgen atenta a la consideración de un asunto tan importan-
te; esto lo hizo, agrega, saludándola de una manera nueva e insólita.
El ángel despertó la atención de la Virgen María, por razón del
medio en el cual se manifiesta el saludo, y por razón del objeto, o sea,
lo dicho en el saludo. Por un motivo y otro, María adquiere plena con-
ciencia de su dignidad, y se dispone a la obra de Dios en Ella.
La Virgen debía prestarse ella misma para una obra divina, cuya rea-
lización inminente dependía de su consentimiento. Quiere decir que, en
aquel momento, debía entender de qué se trataba, y poder apreciar la
participación que se le solicitaba. La misión de Gabriel se reduce a dos
cosas: revelar a la Virgen el misterio, y proporcionarle la luz para vol-
vérselo adecuadamente inteligible.
El ángel Gabriel trae su mensaje de Dios. Es un embajador libre, res-
ponsable, con todos los poderes suficientes para cumplir su misión.
Debía crear en la mente de María el «clima» necesario para la revelación.
Este «clima», como se dice ahora, está dado por la luz sobrenatural que
eleva su mente a la percepción de lo revelado.
El saludo del ángel es insólito y delicado a la vez. Habla a la Virgen
de Ella misma; la luz sobrenatural de la inspiración divina, a que hemos
hecho referencia, vuélvela reflexiva sobre su propia dignidad. Esta su-
prema dignidad es vista no en la sola luz de la razón natural, ni en la luz
de la fe, sino en la luz de la revelación profética; vale decir, en una luz
especial, en la cual se le vuelve inteligible el misterio de Dios, incluso su
propio papel de madre de Dios. El ángel crea en la Virgen un mundo
nuevo; y la Virgen se ve en ese mundo nuevo. San Alberto Magno ya
había observado que la Virgen se había «turbado» de admiración; admi-
ración sapiencial, llena de luz, de amor, llena de reverencia y adoración.

186
Las Servidoras

En cuanto al contenido del saludo, o de las cosas que el ángel le dice


a la Virgen en él: «cai're, Mariavm, kecaritwmevnh...» Ave, Maria, gratia
plena... Alégrate, María, llena de gracia.... En el saludo, le revela el ángel
su propia dignidad: ¡llena de gracia! Llena de gracia, significa totalidad
en el orden de la unión con Dios y oposición contra el pecado. Donde
este epíteto reemplaza el nombre propio, significa directamente una ple-
nitud que sólo conviene a María. Debemos tener en cuenta que María
esperaba para Israel, y en el linaje de David, la Mujer, que en los orá-
culos proféticos sería la madre del Mesías, y que podría quebrar la cabe-
za de la Serpiente. Esa Mujer debía gozar de la plenitud de los favores
divinos, y ser fuerte contra el pecado.
Ahora bien, Ella recibe el saludo ¡gratia plena!, ¿no es el saludo
más a propósito para aquella Mujer? La gracia es el principio de la vida
eterna que se opone al pecado. Plenitud de gracia es plenitud de efica-
cia contra el pecado. A la única mujer a quien se le había prometido un
poder de tal naturaleza, un poder pleno contra el demonio, es a la Mujer
prometida en el Génesis (3,18); no otra cosa significa poder quebrar la
cabeza de la Serpiente. Luego María es la Mujer prometida en el
Génesis; y en el saludo del ángel Ella tuvo que adivinar que lo era.
Por eso, el anuncio mesiánico para la Virgen significaba el anuncio
de la reparación contra el pecado; reparación prometida en el Génesis,
y donde el papel capital de la Mujer es manifiesto. La tradición de
Israel había unido el nacimiento del hijo de la «Almah»276 con la tradi-
ción del Génesis. El Salvador y la Mujer llamada a traerlo al mundo
están estrechamente unidos; fácilmente toda la tradición profética de
Israel iba a desembocar en el Génesis: en la Mujer y en su Hijo. El
ángel, por el gratia plena, sugiere a María que aunque Dios haya arro-
jado fuera de sí a la humanidad pecadora, en Ella está cancelado el
castigo. María comprendió su dignidad de nueva Eva, la primera mujer
de una nueva creación.

2. Anunciar la Concepción
En segundo lugar, dice Santo Tomás, el ángel se proponía instruir a la
Virgen acerca del misterio de la encarnación, que en ella debía cumplirse.

276
Cuya traducción es: doncella núbil, virgen.

187
Carlos Miguel Buela

Por eso, primero, anuncia la misma concepción virginal: ...concebirás en


tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús (v. 31).
En segundo lugar, anuncia el ángel la dignidad de la prole concebida: Él
será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el
trono de David su Padre; reinará en la casa de Jacob, y su reino no ten-
drá fin (v. 32–33). En tercer lugar, agrega el modo sobrenatural de la
concepción: ...la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y el Hijo
que de ti nacerá será santo y será llamado Hijo de Dios (v. 35).
En general, los autores católicos están de acuerdo en que María sabía
que Ella iba a ser la madre del Mesías y que el Mesías es el Hijo de Dios.
En esto no tienen dudas; pregúntanse empero, si María el día de la
Anunciación tuvo conciencia de su divina maternidad, o simplemente
conciencia de ser la madre del Mesías, maternidad mesiánica. Según los
exégetas modernos, la primera parte del mensaje del ángel (vv. 30–33),
revelaría la venida del Mesías, sin mencionar la filiación divina. La
segunda parte en cambio (vv. 35–36), sugiere al Hijo de Dios por natu-
raleza. En una y otra parte, habría fundamento para la maternidad
mesiánica de la Virgen y la maternidad divina.
Ahora bien, entre el Mesías y el Hijo de Dios no existe más que una
distinción de razón; son la misma cosa. Es la misma Persona Divina del
Hijo de Dios encarnado, Dios y hombre, que es el enviado del Padre
para la salvación de los hombres.
El frecuente paralelo Mesías–Hijo de Dios, Maternidad mesiáni-
ca–maternidad divina, ha contribuido a hacer del Mesías una creación
artificial, como una hipótesis frente al Hijo de Dios. Teológicamente no
difieren, y aun para el pueblo hebreo, en su apreciación concreta de la
mesianidad, el salvador era Yahvé, el Dios vivo de Abrahám, Isaac y
Jacob; el Emmanuel prometido significaba la presencia de Dios con su
pueblo, o en medio de su pueblo. La Virgen, al oír las referencias me-
siánicas del ángel, al escuchar las profecías sobre «El que iba a venir»,
no podía menos que pensar que era Dios, cuya venida era inminente;
era nada menos que el motivo de la venida del ángel. Por eso son exac-
tas las palabras de Santo Tomás: «El ángel quiere instruirla sobre el mis-
terio de la encarnación que se había de realizar en ella».
Fue el ángel Gabriel a la Virgen. Enséñale su misión de nueva Eva,
de la mejor manera que podía hacerlo, aplicándole las profecías que se
refieren a su persona. Viene a notificarle el decreto divino, que en tiem-
pos ya remotos, había sido el objeto de esas profecías. Viene, por fin, a
promover su consentimiento.

188
Las Servidoras

Le dijo el ángel: ... concebirás en tu seno y darás a luz un hijo... (v.


31). María respondió: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco
varón? (v. 34). El ángel en respuesta le dijo: El Espíritu Santo descende-
rá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por cuya
causa lo santo que de ti nacerá, será llamado Hijo de Dios (vv. 35–36).
Es este el corazón del mensaje. El ángel ha sugerido a la hija de Sión
que el Señor ha hecho cosas grandes en ella, y que quiere aún más; ha
hecho notar a María su posición en el plan divino. El Evangelista agre-
ga que María se turbó ante aquel saludo; en su modestia, quería rumiar
el misterio; pero el ángel Gabriel, sin pérdida de tiempo, le adelanta las
profecías relativas a su concepción virginal.
Se ha notado con razón que las primeras palabras del ángel son casi
una transposición directa de la profecía de la «Almah» de Isaías (7,14):
He aquí que una virgen un hijo engendrará y se llamará Emmanuel. El
mismo texto de Isaías es aducido por el ángel para confirmar a San José
la gravidez virginal de su esposa: Lo que se ha engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz a un hijo a quien pondrá por nombre Jesús.
Todo lo cual lo hizo en cumplimiento de lo que pronunció el profeta...
(Mt 1,20–22). A continuación enuncia la profecía de Isaías, de la virgen
que concebirá un hijo.
El anuncio de la concepción divina, como algo que se iba a cumplir
en ella, es hecho por el ángel mediante las profecías que se referían a su
persona; la posición de la Virgen en el plan divino aparecía clara, y
podía urgir su consentimiento.
Las palabras subsiguientes a esta primera afirmación sobre el parto
virginal se refieren directamente a los atributos mesiánicos y a su reina-
do. El Mesías será grande; la grandeza es atributo mesiánico; Jesús dis-
cutirá después su mesianidad con los fariseos, mostrándoles que es ma-
yor que Abrahám277; mayor que Moisés; el verdadero Hijo del Altísimo;
Rey universal y eterno, sobre el trono de David, su Padre.
La restauración del reino fue anunciada a David por Natán el profe-
ta: …cuando se hubiesen terminado tus días y duermas con tus padres
(2Sam 7,12); no le da a David referencias cronológicas, tampoco las

277
Cfr. Jn 8,53.

189
Carlos Miguel Buela

sabe; sin embargo, agrega lo fundamental, que era un tesoro en las tra-
diciones de Israel: suscitará un descendiente tuyo, que saldrá de tu fami-
lia, y yo lo consolidaré en su reino, y daré estabilidad a su trono para
siempre: Yo estableceré su trono para siempre (v. 13).
María entendió perfectamente que su hijo era Dios. No oscuramen-
te y como algo implícito en la revelación del Mesías; sino como algo
claro y explícito. El ángel Gabriel le había aplicado las profecías de la
Virgen–madre. Aun para el judío menos capaz el parto de la
Virgen–madre significaba la presencia de Dios en medio del pueblo. Los
judíos esperaban a Dios como Mesías, como salvador del pueblo.
Emmanuel significa Dios con nosotros. Jesús es rechazado como Mesías,
porque no es reconocido como Dios. El título de Mesías es divino; el
reino mesiánico es reino de Dios. Así lo entendían los contemporáneos
de María, y así lo entendía ella misma. Por eso, al decirle el ángel ...con-
cebirás en tu seno y darás a luz un hijo..., y sobre todo al aplicarle las
profecías, María tuvo que entender que en alguna forma Dios se haría
hombre en su seno, para encabezar la raza humana redimida del peca-
do y conducirla hacia el Padre: Hizo en mí grandes cosas el que es
Todopoderoso..., dijo después en el Magnificat.
Por otra parte, Isabel entiende, el día de la Visitación, que la madre
de Dios llega hasta su casa: La madre de mi Señor, dice el texto (Lc
1,43). Señor, Kyrios, es apelativo divino. Los reyes magos por su parte
(Mt 2,3), vienen del Oriente a Jerusalén para adorar al rey de los judíos.
Si se trasladan para adorarle, es porque piensan que es Dios; no con un
conocimiento confuso o hipotético, sino que estaban firmemente per-
suadidos de ello.
Por último ya no queda más que aclarar sino el modo sobrenatural
de la concepción: Y ¿cómo se hará esto –pregunta– pues yo no conoz-
co varón? La respuesta del ángel llega enseguida: El Espíritu Santo des-
cenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por
cuya causa lo santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios.

3. Pedirle el consentimiento, como representante de todo el


género humano
Lo último que hace el ángel, dice Santo Tomás, fue inducirla al con-
sentimiento, vale decir consentir en la Encarnación del Verbo. Esto hace

190
Las Servidoras

el ángel con el ejemplo de Isabel, que siendo estéril ha concebido por el


poder de Dios278.
Una vez más, lo último en la ejecución es lo primero en la intención.
La Anunciación es necesaria porque debía obtenerse el consentimiento
de María: «Era esperado el consentimiento de la Virgen, en lugar de todo
el género humano»279. La Santísima Virgen entendió perfectamente que
no se trataba de consentir a ser madre de un príncipe político, sino a ser
madre de Dios y madre universal de los vivientes en la nueva humani-
dad regenerada.
Ella asume la representación de toda la humanidad caída: de los
varones y las mujeres, de los niños y los ancianos, de los discapacitados,
de los viciosos y de los virtuosos, de los incrédulos y de los paganos, de
los miserables, de los ignorantes y de los sabios, de los hebreos y de los
musulmanes, de los ateos... de todos sin excluir absolutamente a nadie;
y en nombre de esa humanidad caída, consiente en la Encarnación del
Verbo. Acto lúcido, perfecto, con todas las responsabilidades, méritos y
honores que implicaba.
En su carta encíclica «Octobri Mense», León XIII se expresa así: «El
eterno Hijo de Dios queriendo tomar la naturaleza humana, para redi-
mir y glorificar al hombre, y estando a punto de desposarse de alguna
manera místicamente con el universal linaje de los hombres, no lo reali-
zó sin el libre consentimiento de la Madre designada para ello, que de
cierto modo desempeñaba el papel del mismo linaje humano»280.
En el texto se alude perfectamente al místico desposorio del Verbo
con el linaje humano; para ello debía manifestarse en cierto modo el
consentimiento del mismo linaje humano; por eso todo el género huma-
no habla en la persona de María. El Papa Pío XII, en su encíclica
«Mystici Corporis», invoca a «Ella, que dio su consentimiento “en repre-
sentación de toda la naturaleza humana”»; añade después el motivo de

278
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 30, 4.
279
Ibidem, III, 30, 1.
280
LEÓN XIII, Carta encíclica «Octobri Mense» 5; Colección de Encíclicas Pontificias,
Editorial Guadalupe (Buenos Aires 1963) 448.

191
Carlos Miguel Buela

tal representación: «“el matrimonio espiritual entre el Hijo de Dios y la


naturaleza humana”281»282.
María entendió perfectamente, en el día de la Anunciación, que se le
pedía su consentimiento en representación de todo el género humano.
El consentimiento que se le pide es, efectivamente, para actuar en repre-
sentación del género humano; en lugar de la humanidad caída en el
pecado. Luego, tuvo que entender que en esos momentos actuaba en
representación de la humanidad. No es congruo ni exacto pensar que la
Virgen no entendiera perfectamente las palabras del ángel. El ángel,
como hemos visto, la lleva a pensar en su dignidad de nueva Eva, dig-
nidad unida a una cierta capitalidad, como la que correspondía a la
misma Eva. No podía extrañar a María que le pidiera el consentimiento
gravado de representación.
Decimos que el género humano debía acoger al Dios salvador. Quie-
re decir que debía haber como una potencia obediencial capaz de reci-
birle, y recibirle en nombre del todo y para el todo. Esa potencia obe-
diencial capaz era María. Potencia obediencial eran todos los hombres;
pero por el pecado de Adán no eran capaces. Estaban irremediablemen-
te separados de Dios por el pecado. Sólo María no estaba separada de
Dios, por especial privilegio del mismo Dios, como dice la «Ineffabilis
Deus». Sólo María podía recibir al mismo Dios, hasta que la encarnación
elevara y santificara lo corpóreo para poder ser vehículo de la divina
gracia. Por eso Dios desciende a Ella, y sólo por Ella llega hasta los hom-
bres. Ocurre también el movimiento inverso que los hombres vamos por
Ella hasta Dios. Por eso Ella los representa, y en aquellos momentos
decisivos, María habló por los hombres con el embajador de Dios y con-
sintió a la Encarnación del Verbo de Dios: He aquí la servidora del
Señor; hágase en mí según tu palabra (v. 38).
¡Y el Verbo se hizo carne! (Jn 1,14) ¡Incarnatus est!
Por eso, querido hermano y hermana en el Verbo Encarnado, pre-
sente o futuro: ¡Sella las cosas que hablaron los truenos! ¡Séllalas!

281
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 30, 1.
282
Pío XII, Carta encíclica «Mystici Corporis» 91; Colección de Encíclicas Pontificias,
Editorial Guadalupe (Buenos Aires 1963) 1622.

192
Las Servidoras

¡Guárdalas en tu mente y en tu corazón! Nunca olvides que los truenos


anunciaron al Verbo que se encarnaba. En la verdad primera y
fundamental del cristianismo hay siete truenos que resonarán por siem-
pre en el mundo para los que no se hagan sordos. Son truenos que
siempre conmoverán a los hombres y mujeres de buena voluntad. Allí
hay un grito con voz fuerte. Y un rugido de león. Porque, como decía
Bernanós, Cristo nos dijo que fuéramos la sal de la tierra, no la miel.
Por eso: ¡Sella las cosas que hablaron los truenos!
¡Debemos dar testimonio de que el Verbo se hizo carne!
¡Incarnatus est!
¡Incarnatus est!
¡Incarnatus est!

3. «... CONCEBIRÁS Y DARÁS A LUZ UN HIJO» (LC 1,31)


(El motivo principal de la Anunciación)283

1. La estrecha vinculación entre la Anunciación y la obra de


la redención
La Anunciación del arcángel San Gabriel a María Santísima entra de
lleno dentro de los actos redentores de Cristo; debemos considerarla es-
trechamente vinculada a la Redención, entre aquellas cosas previas, que
la preparan.
Todos los actos redentores de Cristo se ordenan contra el pecado,
según el motivo mismo de la Encarnación. Si el motivo de la
Encarnación es el pecado, como afirma Santo Tomás284, todos los actos

283
Sigo, casi textualmente, al P. ALBERTO GARCÍA VIEYRA, O.P., La devoción a la
Santísima Virgen María, Ediciones Santo Domingo (Argentina 1967) 128–135.
284
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 1, 3–4.

193
Carlos Miguel Buela

redentores del Salvador, que tienen su razón de ser en la misma


Encarnación, se explican en ser contra el pecado. La Anunciación del
ángel debe contemplarse así, en orden a la extirpación del pecado, eso
significa contemplarla según las exigencias de la Redención.
La Redención interesa desde el punto de vista del Redentor, y desde
el ángulo de las criaturas a redimir. El primero es el punto de vista de la
causa eficiente; el segundo, de las criaturas, es el de la causa material.
La Santísima Virgen es criatura redimida. Y, como criatura sujeta a la
redención, debe entrar por la fe del Nuevo Testamento en los caminos
de la justificación. El ángel tiene en cuenta que es la mujer privilegiada
de Dios, la hija de Sión, la nueva Eva, la primera beneficiaria de los
méritos del Salvador, y quien debe preceder al resto de los elegidos. Por
ese motivo debe preceder en el camino de la justificación neotestamen-
taria; como lo harán después los demás hombres, la Virgen María entra-
rá por la fe plena en Jesucristo, su hijo e Hijo de Dios en el camino de
la salvación del Nuevo Testamento.

2. La Virgen santísima y el acto de fe en la Encarnación


La misión del ángel Gabriel tiene su razón de ser. No sólo en obte-
ner el consentimiento de María, sino que el motivo más alto es el de
obtener la fe explícita de la Virgen en Jesucristo, su hijo, que es el prin-
cipio de la justificación en el Nuevo Testamento285. Tal es el motivo que
pone Santo Tomás.
En la cuestión consagrada a la Anunciación, primero se trata de la
necesidad. Santo Tomás da cuatro razones que prueban la convenien-
cia o congruidad de la Anunciación.
La primera es para que se guardase el orden correspondiente («con-
gruus ordo») de la unión del Hijo de Dios con la Virgen, es decir, de tal
manera que acerca de Él fuera instruida su mente antes de que su carne
lo concibiera286.
Tal es la primera razón, que conviene examinar detenidamente. La
Anunciación es necesaria para asegurar la conveniente unión del Hijo
de Dios a la Virgen. La razón formal de la Anunciación aparece con más

285
DH 1559ss.
286
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 30, 1.

194
Las Servidoras

claridad examinando en qué consiste la congruidad o conveniencia de


la unión. La Anunciación debe contemplarse en función de los fines de
la Redención.
El orden de unión entre el Hijo de Dios y la naturaleza humana
adquiere su congruencia por adaptarse al orden de la justificación, con
todo lo que aquella importa de acción contra el pecado y restauración
de la justicia en la presencia de Dios.

a. La fe en la Encarnación y la unión con Dios


El Hijo de Dios debía venir y unirse a los hombres. La misión visible
del Hijo comienza a manifestarse con hechos que preanuncian la
Epifanía del Señor. Estos hechos van a crear en el mundo la total econo-
mía de la salvación; van a recrear en el hombre un orden de justicia
opuesto al orden de injusticia, que es el pecado. Tal recreación –renovar
el orden de justicia destruido por Adán– comenzará por la fe en
Jesucristo. Es esto lo que explica la conducta del ángel en la
Anunciación.
La restauración del orden de justicia debe comenzar en el mundo
por la fe: Quien se acerca a Dios tiene que creer (Heb 11,6). Ésta es la
obra de Dios: que creáis en el que Él ha enviado (Jn 6,29). Siempre que
hablamos de «unión con Dios», hay que pensar en la necesidad de la fe
por parte de la criatura que se unirá con Dios. La fe es el principio de la
justificación, como enseña el Concilio de Trento; y la gracia lo que la
consuma.
El orden congruo de unión entre el Hijo y la Santísima Virgen obtie-
ne su congruencia a partir de bases comunes para todos los hombres, y
debe empezar por la fe; por motivo de la fe, fue necesaria la Anun-
ciación. María, antes de unirse como esposa del Espíritu Santo y conce-
bir al Hijo de Dios, debía tener fe explícita en el misterio de la
Encarnación, realizado en concreto en su propio seno. Como uno cree
en la presencia real de Jesús en la santa Eucaristía, María debía creer en
el Hijo de Dios viviente en sus entrañas.

b. La fe de la Virgen en el Mesías
La Virgen creía ya en el Mesías; creía firmemente en el libertador de
la Humanidad; pero debía creer que el Mesías, el Hijo de Dios Redentor,

195
Carlos Miguel Buela

iba a ser aquel hijo suyo del que le hablaba el ángel. Sobre esto la Virgen
debía ser instruida por el mensajero divino, hasta volver explícita en
María la fe en la Encarnación, y obtener su consentimiento a los planes
del Señor287.
El ángel no vino solamente, como se dice, para obtener el consenti-
miento de la Virgen, sino por el motivo más importante de la fe en el
Redentor; y no sólo en la persona del Hijo sino fe en la Encarnación. El
anuncio del ángel daba a la Virgen la «fórmula» de la Encarnación: He
aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo (Lc 1,31).
Si quedara alguna duda, podemos corroborarlo con las palabras de
San Agustín que el Angélico pone en el mismo contexto: «Más feliz es
María recibiendo la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo»288.
Además, en el Comentario a las Sentencias, propone la objeción que la
Anunciación era innecesaria porque la Virgen ya tenía la fe, y responde:
«No estaba determinado que cayera bajo la fe el tiempo de la
Encarnación ni a través de qué virgen debía cumplirse. Por eso tenía que
ser instruida sobre el particular por la anunciación. En efecto, que habría
de haber una Encarnación –cosa que caía bajo la fe de los antiguos–, lo
aceptaba firmísimamente con su fe (firmissimum fide tenebat)»289.
En ambos textos se pone de relieve la importancia de la fe explícita
en la Encarnación. María tenía, en grado excelente, la fe veterotesta-
mentaria, y no podía tener otra. ¿Cuáles son los límites extremos de esta
fe? Sabiendo esto podremos reconocer qué agrega la fe del Nuevo
Testamento, y apreciar el motivo de la embajada angélica.

c. Los límites de la fe veterotestamentaria y la «divina peda-


gogía» de la Anunciación
María tiene ciertamente como de fe la venida de Yahvé a su pueblo;
que el Salvador será el mismo Dios; que nacerá como un niño, y de una

287
Cfr. Ibidem, III, 30, 1 ad 2.
288
Ibidem, III, 30, 1c: «Beatior est Maria percipiendo fidem Christi, quam concipiendo
carnem Christi».
289
SANTO TOMÁS DE AQUINO, In III Sent., 3, 3, 1, 1 ad 1.

196
Las Servidoras

madre–virgen, según la profecía de Isaías290; sabía de la dignidad de la


madre, comparable a Eva, y superior a la primera mujer. Sabía también
que aquella mujer tendría todo el poder de Dios contra el demonio y el
pecado; quizás pudo deducir personalmente que aquella mujer estaría
preservada del pecado, para tener fuerzas contra el demonio. Podía
reconocer, por las profecías de Daniel, que el tiempo de la Salvación
había llegado o era inminente. Todo esto lo pudo saber la Santísima
Virgen antes de la aparición del ángel.
En lo que no podía creer la Virgen antes de la Anunciación, por care-
cer de motivos suficientes, es que Ella era la llamada para ser madre de
ese niño misterioso de quien habló Isaías, Dios y hombre, que sería el
Salvador. No podía tener idea de que Ella misma, siendo virgen, iba a
ser madre, y la madre del Salvador del mundo; su hijo Jesús, de quien
le hablaba el ángel sería el Redentor del mundo. Quiere decir que su fe
en el Mesías, salvador del mundo, debía concretarse y volverse explícita
en su hijo Jesús. Fe en Jesucristo, fe en el poder de Jesucristo, y en su
obra de salvación del mundo; a eso estaba vinculada su persona y su
acción. En todo conforme a esa fe, debía obrar en consecuencia.
Es por este motivo, entonces, que es instruida por el ángel, y no sola-
mente sobre el misterio de la Encarnación sino sobre su eminente digni-
dad de nueva Eva y Madre de Dios. Dice hermosamente Santo Tomás:
«La Virgen Santísima tenía una fe expresa en la Encarnación futura; sin
embargo, como era humilde, no pensaba cosas tan altas sobre sí misma.
Por eso tenía que ser instruida sobre este particular»291.
En resumen, el ángel la lleva desde la fe mesiánica del Antiguo
Testamento, que tenía un objeto aun no bien determinado, a la fe pro-
piamente neotestamentaria, la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarna-
do. En Ella se inaugura la presencia sacramental del Hijo de Dios en su
Iglesia, que pertenece también a la fe de la misma Iglesia. María cree en
el Hijo de Dios en su seno, como nosotros creemos en el Hijo de Dios
en el tabernáculo.

290
Cfr. 7,14.
291
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 30, 1, ad 2: «cum esset humilis, non tam alta
de se sapiebat».

197
Carlos Miguel Buela

Las demás razones del cuerpo del artículo que comentamos vienen
a corroborar aquel motivo principal. La segunda dice: «La fe para ser
testigo de este sacramento»292. La tercera: «La oblación de sí misma en
la fe»293. La última: «La unión íntima consumada por la fe perfecta, en
que la fe de la Virgen vale ante Dios por toda la naturaleza humana, y
sella el matrimonio espiritual»294.

d. El acto de fe de la Virgen y la fe neotestamentaria


En la Virgen contemplamos la fe de la Iglesia, arraigando profun-
damente en el diálogo con Gabriel. Como la infidelidad de Eva fue la del
género humano, así la fe de María posee igual plenitud y universalidad.
El ángel ha suscitado en María la fe de la nueva Jerusalén. Ahora es
posible en un orden descendente, la fe de San Pedro, la de los Após-
toles, la de todos los llamados a las bodas del Cordero. La misericordia
de Dios tiene una respuesta de entera generosidad. El consentimiento
de María es acto de fe de María y de la Iglesia. Es fe en la obra de salva-
ción, que lleva el sello de la voluntad salvífica del Padre; por eso creer
en la obra de Jesús es creer en el Padre que lo ha enviado.
La fe en Jesucristo será el principio de la salvación en el mundo. Ya
no valen la fe en las promesas, o la fe en un mediador indeterminado.
La fe de Israel, y la fe de los gentiles, pasan a segundo plano; la hu-
manidad se unifica, desde el punto de vista de la salvación, en el vérti-
ce supremo de la fe en el Redentor, Jesucristo.
María poseía, en grado eminente, la fe de Israel. En Ella hay una
conversión, que es la conversión de la humanidad al cristianismo. Ahora
lo que hay es la fe en Jesucristo salvador. Hablamos de conversión, de
una nueva fe. Pídesele salir como Abrahám de su tierra, de su parente-
la y de su casa, e ir a una tierra nueva y misteriosa que señalaba el dedo
de Dios (Gn 12,2). Salió Abrahám de su tierra a otra tierra, dentro del

292
Ibidem, «ut posset esse certior testis hujus sacramenti».
293
Ibidem, «ut voluntaria sui obsequii munera Deo offerret».
294
Ibidem, «ut ostenderetur esse quoddam spirituale matrimonium inter Filium Dei et
humanam naturam».

198
Las Servidoras

plan prefigurativo de la Antigua Ley. María parte de la antigua fe, para


salir de ella y entrar en un mundo nuevo, en el plan de realizaciones de
la nueva Ley. Enséñale el ángel la nueva y verdadera tierra de Canaán,
tierra ofrecida a los hombres por venir; tierra que será poseída y que
hará la felicidad de todos aquellos que no hayan sucumbido en el de-
sierto.

e. Fe y conversión
Dice Santo Tomás: «La primera conversión a Dios se hace por la
fe» . La fe es el inicio del movimiento de la justificación. La Virgen ya
295

creía en el Dios de Israel. Pero las palabras del ángel suscitan en Ella un
nuevo movimiento: la fe en el Verbo encarnado, su Hijo. Así la sor-
prendemos al iniciar un nuevo camino más perfecto de justicia que el de
su padre Abrahám. Tal es la fe de María, que será después la fe de la
Iglesia.
Quien se acerca a Dios tiene que creer (Heb 11,6). El apartarnos del
pecado y volvernos hacia Dios es por la fe. Santo Tomás explica que la
fe es luz para la inteligencia296. En esa luz vemos la voluntad de Dios,
misericordiosamente manifestada para salvarnos. La fe es un saber de
la voluntad de Dios, consentimiento y encuentro con la misma. La fe
lleva por eso la prenda de bendición. Por la fe de Abrahám serán ben-
ditas en él todas las naciones de la tierra (Gn 18,18). En la fe de María
son benditas todas las naciones de la tierra. Su fe no trae la promesa
sino lo Prometido, la Bendición, el Bendito que viene en el nombre del
Señor (Mt 21,10).
Ya no vale la fe en las promesas. Porque las promesas ya son reali-
dad en Cristo, que es el Amén de Dios Padre. Era la fe de los patriarcas
y de los Profetas; la fe de sus padres, Joaquín y Ana, y la fe que la llevó
al Templo para consagrarse al Señor.

295
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., I–II, 113, 4: «prima autem conversio in Deum fit
per fidem».
296
In Ep. ad Hebr., l. 2, n° 575 Mar.

199
Carlos Miguel Buela

f. La fe de la Virgen y su participación activa en la historia


de la salvación
El hacer que María diera por terminada la antigua economía salví-
fica, y abrazara la nueva, siendo protagonista de la misma, era tan
importante que constituía el principal objetivo de la embajada de
Gabriel. Gabriel viene para decir a María que las figuras han sido cum-
plidas, que el hombre, desde ese instante se salvará por Jesucristo. Ella,
la primera, debe profesar la fe en Jesucristo. El ángel deja en el mundo
la nueva y definitiva economía de salvación. Es la justicia de Dios por la
fe en Jesucristo297; la ley era como el ayo, que lleva a los niños de la
mano, hasta la edad adulta; venida la fe, ya no estamos sujetos al ayo 298.
María, y con Ella la Iglesia, entienden la salvación neotestamentaria
por la fe en Jesucristo.
María entrega su Hijo como objeto de fe a la Iglesia. Después de con-
cebirle ella misma, entrega al mundo el Salvador. Llévale a casa de
Isabel, promueve el incidente de la conversión del agua en vino en las
bodas de Caná, y sobre todo le acompaña hasta la Cruz. ¡María al pie
de la Cruz! Al caer las tinieblas sobre el mundo, llenos los senos de su
alma por la agonía del Hijo... Ella estaba de pie junto a la Cruz, como
dice el Evangelio. Allí pide al Padre, en nombre de la humanidad, por la
miseria y cobardía de los hombres; el Hijo ve en su madre la fe y la espe-
ranza de la Iglesia. Es la Iglesia que cree y espera en el momento supre-
mo de la crucifixión; allí se recupera la confianza de los Apóstoles; allí
nace la fortaleza de los mártires; allí la energía de los confesores; allí la
santidad y la gloria de la verdadera Jerusalén.
Concebirás y darás a luz un hijo, a quién pondrás por nombre Jesús
(Lc 1,31). Tal es el objeto de la nueva fe propuesta a María. Jesús quie-
re decir «salvador». Él salvará a su pueblo de sus pecados, dice el ángel
en sueños a José (Mt 1,21). «Este nombre de Jesús, dice San Alberto
Magno, significa la propiedad, el acto y el efecto de la salvación»299. El
mismo nombre tiene Josué o Jesús hijo de Nun, que introdujo al pue-
blo en la tierra prometida; los ángeles anuncian el nacimiento del
Salvador, en la ciudad de David (Lc 2,11). María no podría menos que
sentirse identificada con la virgen–madre de Isaías: Ella cree y adora la
voluntad de Dios.

297
Cfr. Ro 3,22.
298
Cfr. Ga 3,25.
299
In Evang. Lucae, b 22, 74.

200
Las Servidoras

3. La Fe en la Trinidad
La fe en la Encarnación debe ir precedida por la fe en la Trinidad.
En el Antiguo Testamento el misterio de la Trinidad permanecía un
poco en la penumbra, sin ser objeto, dentro de lo que podemos enten-
der, de una revelación explícita. A ese respecto dice el P. Ceuppens:
«Nosotros opinamos que el dogma de la Santísima Trinidad no fue reve-
lado abiertamente en el Antiguo Testamento»300.
La Trinidad de personas dentro de la más absoluta unidad de na-
turaleza apenas se dibuja en las páginas de la antigua Ley; alusiones e
insinuaciones son lo suficientemente oscuras y medidas como para no
romper el monoteísmo del pueblo hebreo, y lo suficientemente claras
como para exigir la fe de los mayores (profetas y doctores), y preparar
los caminos a la fe plena de la futura edad mesiánica.
La Santísima Virgen ocupaba entre aquellos mayores un lugar ex-
cepcional. Sin posibilidad de ignorancia, perfecta en sus dotes naturales,
ciencia infusa y adquirida de las Escrituras, iluminada por su pureza in-
maculada, la Virgen debía penetrar como ninguno y adorar profunda-
mente el misterio de Dios, trino y uno.
En su diálogo con el ángel, María expresa su fe en la Trinidad.
Gabriel es el mensajero de Dios. María cree en el Padre, en la mise-
ricordiosa paternidad de Dios; cree en el Hijo de Dios que iba a ser el
Hijo suyo; cree en el Espíritu Santo, nombrado expresamente por el
ángel: Descenderá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su som-
bra (v. 35). Sin duda, está lo suficientemente expresado el misterio trini-
tario como para terminar el acto de fe de la Inmaculada.
No puede tenerse fe explícita en la Encarnación, dice Santo Tomás,
sin fe en la Trinidad: «Sin la fe en la Trinidad el misterio de la
Encarnación no puede creerse explícitamente»301. Ambos misterios se
complementan y son necesarios de creer explícitamente y en concreto.
La Virgen ya sabía que la venida del Ungido sería la obra de la
Trinidad; ahora el ángel concreta para la Virgen el objeto de la fe en
Jesucristo su Hijo, el Ungido del Padre, por obra de la misma Trinidad.

300
Cfr. Theologia Biblica, vol. II, De Sma. Trinitate, 53: «Opinamur ergo quod dogma
SS Trinitatis in A. T. aperte revelatum non fuit».
301
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., II–II, 2, 8: «Mysterium incarnationis Christi explici-
te credi non potest sine fide Trinitatis».

201
Carlos Miguel Buela

Al referirnos al conocimiento o a la extensión de la fe en la Virgen,


debemos pensar que si bien era una creatura humana, era también pre-
servada del pecado original; su saber, su comprensión, eran infinita-
mente superiores a toda otra persona humana. Sin pecado original, y sin
defecto en la inteligencia, poseía la ciencia de las Escrituras. Veía perfec-
tamente la aplicación que el ángel iba haciendo de las palabras de los
profetas. Otra mujer, Eva, sin pecado original, había sido engañada por
un ángel. La parte más problemática para María sería creer en el ángel.
La Virgen debe convencerse prudentemente.
Queridos hermanos y hermanas:
Aprendamos de la Santísima Virgen a tener mucha fe en el Hijo de
Dios que se encarna en su seno y una fe intrépida que nos mueva a la
conversión.
Contemplemos cómo Ella nos está representando en su «Sí» a todos
y a cada uno de nosotros, e imitémosla diciéndole siempre «Sí» a Dios.

4. LA MUJER VESTIDA DE SOL

Un gran signo apareció en el cielo:


una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies,
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza... (Ap 12,1–6).

Queridos hermanos, nos encontramos hoy nuevamente reunidos


junto al altar del Señor, para celebrar en esta ocasión la fiesta del
Inmaculado Corazón de María. Y haré este sermón de la siguiente
manera: dos referencias, una, a la Virgen de Luján, otra, a la Virgen de
Fátima; un tema central, y una aplicación a las 7 Novicias que hoy reci-
ben su hábito religioso.

1. Referencias
Quiero referirme a ese aspecto de la Virgen de Luján que puede verse
en uno de los adornos que la acompañan, como es el caso de la rayera,
que la hizo colocar para que se distinguiese de otras advocaciones

202
Las Servidoras

argentinas el padre Jorge María Salvaire, a fin del siglo XIX. ¿Por qué?
Porque la Imagen de Luján es una Inmaculada, es la Limpia y Pura
Concepción de la Santísima Virgen.
Y la rayera recuerda a esa mujer del Apocalipsis a la cual, en forma
clarísima, en la primera lectura hemos escuchado, la Mujer revestida de
sol. María es la mujer revestida de sol. ¡María de Luján es la mujer reves-
tida de sol!
Y además este es el texto que ha querido elegir el Papa Juan Pablo
II para ser leído como primera lectura de la Misa solemne de beatifica-
ción de Francisco y Jacinta en Fátima, realizada poco tiempo atrás. En
el mismo sermón, el Papa dio algunas indicaciones sobre la Virgen de
Fátima como esa mujer revestida de luz.

2. El vestido de sol
El texto del Apocalipsis, riquísimo en contenido, señala el tiempo
maravilloso de la expectativa y de la esperanza, porque esa Mujer reves-
tida de luz es la que da a luz un Hijo. Y ocurre allí una suerte de encuen-
tro cósmico entre personajes que superan el simple nivel humano. Ellos
son: la Mujer, excepcional, revestida de sol; el Hijo que da a luz la Mujer
revestida de sol; y el dragón, que representa a la serpiente infernal.
Este pasaje del Apocalipsis hace referencia, según los mejores exége-
tas, a varios textos de la Sagrada Escritura:
– al Protoevangelio del Génesis. Allí ya se habla de la mujer: Pondré
enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo (3,15);
– a la «Virgen Madre», según la profecía del Mesías de Isaías (7,14).
– a la Nueva Jerusalén, madre del pueblo mesiánico de Isaías (66,7).
– a la visión del dragón del profeta Daniel (7,7).
Por eso es que para descifrar lo que significa esa Mujer revestida de
sol son de mucha ayuda los elementos descriptivos, que hacen ver que
esa Mujer también representa a la Hija de Sión, al pueblo Santo de los
tiempos mesiánicos, a la Iglesia perseguida.
«Vestida de sol», porque es una figura celestial. La Sión escatológica
no brilla con luz propia, sino con la gloria de Dios. Es la Mujer toda luz:
no hay en ella mancha, no hay en ella oscuridad. ¡Es la Inmaculada!

203
Carlos Miguel Buela

«Con la luna bajo sus pies», es decir, toda la historia humana, todos
los siglos lunares le están sometidos. También la historia del siglo XX, y
también la historia del siglo XXI y de los siglos que vayan a venir.
«Sobre su cabeza (de la mujer revestida de sol) una corona de doce
estrellas». Esa mujer es imagen del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por
tanto, sobre la cabeza coronada están representadas por las estrellas las
12 tribus de Israel y los 12 apóstoles; de manera que las estrellas hacen
referencia también a las comunidades cristianas porque el número 12
reclama tanto a las 12 tribus de Israel como al grupo de los Doce
Apóstoles, columnas de la Iglesia, y fundamento de la misma.
De la combinación de los datos que nos da el libro del Apocalipsis
obtenemos que la mujer representa a la Iglesia, la comunidad cristiana:
es Ella y sólo Ella la que puede engendrar al Hijo y a los otros hijos,
nosotros302.
Pero lo que se dice de la Iglesia se puede aplicar, y se debe aplicar a
la Santísima Virgen y viceversa: lo que se dice de la Virgen se puede y
se debe aplicar a la Iglesia, como sugería un santo abad del siglo XII:
«María y la Iglesia son una madre y más madres... En las Escrituras divi-
namente inspiradas, lo que se dice de modo universal de la virgen
Madre Iglesia, se lo entiende de modo singular de la Virgen Madre
María, y lo que se dice de modo especial, singular, de María se lo entien-
de en sentido general de la virgen Madre Iglesia...»303.
Y es llamativo, pero... ¡estamos viviendo tiempos curiosos! La Virgen
en Fátima a los tres pastorcitos, en las distintas visiones, de manera
especial el primer día, el 13 de mayo de 1917, se les aparece como
Mujer revestida de sol. Dice Sor Lucía (a la que tuve el gusto de saludar
personalmente, por gracia de Dios):
«Estando jugando con Jacinta y Francisco encima de la pendiente de
Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos, de
repente, como un relámpago.
– Es mejor irnos ahora para casa –dije a mis primos–, hay relámpa-
gos, puede venir tormenta.
– Pues sí.

302
Cfr. Ap 12,17.
303
Sermón 51: PL 194,1862–1863,1865; cit. en Liturgia de las Horas I, 119.

204
Las Servidoras

Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en direc-


ción del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera,
muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpa-
go; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre una encina
una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol,
irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal,
lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más
ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan
cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella
irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia más o menos.
Entonces Nuestra Señora nos dijo:
– No tengáis miedo. No os voy a hacer daño.
– ¿De dónde es Usted?
– Soy del Cielo.
– ¿Y qué es lo que Usted quiere? [...]
– ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que
Él quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es
ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?
– Sí, queremos.
– Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vues-
tra fortaleza»304.
Allí ocurre en niños de 10, 9 y 7 años, una experiencia ciertamente
mística, la experiencia de la unión con Dios, que Sor Lucía describe
años después con estas palabras:
«Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios será
vuestra fortaleza) cuando abrió por primera vez las manos comunicán-
donos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irra-
diaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del
alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa

304
Memorias de la Hermana Lucía, I, Compilación del P. LUIS KONDOR, S.V.D. e
Introducción y notas del P. DR. JOAQUÍN M. ALONSO C.M.F., Secretariado dos Pastorinhos,
P–2496 Fátima Codex, (Portugal 51999) 161ss.

205
Carlos Miguel Buela

luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos.


Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodi-
llas y repetíamos íntimamente: “Oh Santísima Trinidad, yo Os adoro.
Dios mío, Dios mío, yo Os amo en el Santísimo Sacramento”.
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:
– Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el mundo
y el fin de la guerra.
En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección
al naciente, hasta desaparecer en la inmensidad de la lejanía. La luz
que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los
astros, motivo por el cual alguna vez, dijimos que habíamos
visto abrirse el Cielo»305.
Es una altísima experiencia mística.
La Virgen de Fátima también es la Inmaculada, y es por eso que el
ángel en la tercera aparición, que fue entre el mes de julio y agosto del
año anterior, ya les había dicho que debían rezarle al Inmaculado
Corazón de María.
Acerca de la «Mujer vestida de sol», Su Santidad Juan Pablo II había
dado una interpretación, que es muy interesante306:
«La mujer vestida de sol del Apocalipsis de Juan es la mujer que des-
pués del pecado del hombre ha sido introducida en el centro de la lucha
contra el Espíritu de las tinieblas».
Por tanto, hay otro elemento esencial: no solamente es la Mujer toda
luz, sino ¡una Mujer que lucha! Es una mujer que está contra la fuer-
za y el poder del mal, como lo había anunciado Dios en el
Protoevangelio. Es una enemistad creada por Dios, y por más que los
hombres busquen mezclar las cosas, por más que los hombres traten de
llamar bien al mal y mal al bien, no va a ser así y no va a cambiar hasta
el fin de los siglos, y María siempre estará del lado del bien.

305
Ibidem.
306
JUAN PABLO II, «Homilía durante la Misa celebrada en la parroquia de
Castelgandolfo», L’Osservatore Romano 35 (1984) 522.

206
Las Servidoras

Sigue diciendo Juan Pablo II: «Habla el libro del Génesis.


Recordemos las palabras de Dios pronunciadas al Tentador: Yo pondré
enemistad entre ti y la mujer (Gn 3,15). Y esto viene confirmado en el
Apocalipsis: El dragón se puso delante de la mujer que está por dar a luz
para devorar al niño apenas nacido (12,4)».
Nos encontramos en el punto central de la lucha que se desarrolla
sobre la tierra, desde el inicio de la historia del hombre307.
La serpiente del libro del Génesis, el dragón del Apocalipsis, es el
mismo Espíritu de las tinieblas, el Príncipe de la mentira, que, rechazan-
do a Dios y a todo lo que es divino, ha llegado a ser la «negación
encarnada» –la caricatura que hace el diablo de la Encarnación–.
«La historia del hombre, la historia del mundo, se vuelve bajo la pre-
sión incesante de esta negación de Dios originaria llevada adelante por
Satanás, negación del Creador por parte de la criatura. Desde el inicio,
y desde el momento de la tentación de nuestros primeros padres, y des-
pués durante todas las generaciones de los hijos e hijas de la tierra, él
trata de introducir su “non serviam” en el alma del hombre».
¿Quién es esta «mujer»? Es aquella que con todo su ser humano dice:
He aquí, soy la sierva del Señor (Lc 1,38), ¡exactamente lo contrario!
«En el centro mismo de la lucha entre el espíritu de la negación de Dios
y el servicio salvífico, el Hijo de Dios ha llegado a ser Hijo de María. Así
se cumple la promesa de Dios en el libro del Génesis: en medio de la
historia del hombre está el Hijo de la mujer, que es el ministro de la sal-
vación del hombre y del mundo».
¿Y por qué es María la que lucha contra el demonio? Es así por
voluntad de Dios. Dios es el que puso esa enemistad. De tal manera que
a esa Mujer que revistió de su luz, es decir, la llenó de su gracia sin dejar
que su Corazón conociese el pecado, es el que le dio un poder enorme
contra el poder del mal, un poder más grande que el que tienen todos
los ángeles y todos los santos juntos. ¡De tal manera que un suspiro de
la Virgen tiene más poder que todo lo que pretendan hacer todos los
diablos juntos!

307
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual «Gaudium et Spes», 24.

207
Carlos Miguel Buela

¿Y cuáles fueron sus armas? Armas infalibles, y armas invencibles: la


humildad, la pureza, la obediencia. Es así como María vence y es así
como María enseña a vencer a sus hijos. Así contemplamos, en el signo
aparecido en el cielo, aquella que es, como gustaba llamarla San
Bernardo, «toda la razón de nuestra esperanza».

3. Las religiosas vestidas de sol, por participación


Y en este día en que nuestras Hermanas recibirán el santo hábito,
podemos hacer una aplicación de lo que venimos desarrollando.
Las almas consagradas, en este caso las religiosas que se consagran
a Dios, tienen por modelo a María, y también son una participación
análoga de la Mujer revestida de Sol. Por eso la religiosa tiene que ser
una mujer toda luz y tiene que ser también una mujer toda lucha, con
más razón en estos tiempos.
Y de manera muy particular, la religiosa es por participación una
mujer toda luz por la virginidad. Debemos advertir siempre que lo esen-
cial de la doctrina sobre la virginidad lo ha recibido la Iglesia de los mis-
mos labios de su Divino Esposo, Jesucristo308.
En una oportunidad, pareciéndole a los discípulos muy pesados los
vínculos y las obligaciones del matrimonio, que nuestro Señor les mani-
festara, no separe el hombre lo que Dios ha unido, le dijeron: si tal es la
condición del hombre con respecto a la mujer, no tiene cuenta el casar-
se (Mt 19,10), y entonces Jesús aprovecha la ocasión para enseñar de
una manera muy clara, aunque parabólica, la importancia de la virgini-
dad. Jesús les respondió que no todos eran capaces de comprender esta
palabra, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido; porque algu-
nos son inhábiles para el matrimonio por defecto físico de nacimiento,
otros por violencia y malicia de los hombres; otros en cambio se abstie-
nen de él, espontáneamente y por propia voluntad, y eso por amor al
Reino de los Cielos. Y concluyó nuestro Señor diciendo de manera mis-
teriosa, porque ciertamente que la virginidad siempre es misteriosa:
Quien sea capaz de tal doctrina que la siga (Mt 19,11–12).

308
Cfr. PÍO XII, Sacra Virginitas, passim.

208
Las Servidoras

Por otra parte, los santos y doctores de la Iglesia de todos los tiem-
pos enseñan que la virginidad no es virtud cristiana sino cuando se guar-
da por amor al Reino de los Cielos309, es decir, cuando abrazamos este
estado de vida para poder más fácilmente entregarnos a las cosas divi-
nas, alcanzar con mayor seguridad la eterna bienaventuranza y, final-
mente, dedicarnos con más libertad a la hora de conducir a otros al
Reino de los Cielos.
Es por eso que el Apóstol San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo,
advierte: El que no tiene mujer, anda solícito en las cosas del Señor, y
en qué ha de agradar a Dios... Y la mujer no casada y la virgen piensan
en las cosas del Señor para ser santas en cuerpo y alma (1Cor 7,32–34).
Este es por lo tanto el fin primordial y la razón principal de la virgini-
dad cristiana. El tender únicamente hacia las cosas divinas, empleando
en ellas alma y corazón, y querer agradar a Dios en todas las cosas, pen-
sar sólo en Él, consagrarle totalmente cuerpo y alma. Y eso lo entendió
siempre así la Iglesia. Basta citar como ejemplo a San Agustín, obispo de
Hipona: «no es que se honre a la virginidad por ella misma, sino por
estar consagrada a Dios, y no alabamos a las vírgenes porque lo son,
sino por ser vírgenes consagradas a Dios por medio de una piadosa con-
tinencia»310.
Por eso es que, en la actualidad, todo el ataque despiadado que se
hace a la virginidad se lo hace no solamente por la virginidad misma,
sino porque la virginidad es una consagración a Dios. Basta ver el ata-
que a la virginidad que vemos en estos tiempos en la televisión, donde
no hay programa ni hay telenovela donde no aparezca una que es
«monja» de día, pero que a la noche es vedette; o ponen una cárcel en
el subsuelo donde las castigan; o se presenta a una «monja» que anda
de novia con el que era su novio, o con el que salió con ella, y que no
salió, y que resulta que después es primo del hermano, de la tía, del
sobrino, de la abuela... sobre todo si es del teleteatro argentino. He teni-
do oportunidad de decir alguna vez que el teleteatro argentino todo lo
alarga: como el conocido caso de aquel embarazo que duró dos años,
el parto un mes, y el bebé resultó prematuro...

309
Cfr. Mt 19,12.
310
SAN AGUSTÍN, De sancta virginitate, 22; PL XL, 407.

209
Carlos Miguel Buela

Hay que saber que la lucha actual y desde siempre contra la virgini-
dad no deja de ser una cosa satánica, porque es la repetición del «non
serviam», del «no obedeceré». De algún modo es no considerar a Dios
como «El que es», el Todopoderoso, el Ser Supremo, porque Él es el
Señor de la vida y de la muerte.
Y por eso es importante comprender lo que es la virginidad: la virgi-
nidad no es negarse a todo esposo, sino negarse a todo esposo huma-
no, para tener un Esposo Divino. Como decía San Ambrosio, en una
concisa frase: «Virgen es la que se desposa con Cristo»311. Por este moti-
vo el objeto principal de estas mujeres vestidas de sol por participación
es agradar siempre al Divino Esposo.
Es lo que pedimos en esta Misa, por estas Hermanas que hoy reci-
ben su santo hábito, por todas las Hermanas del Instituto, y también por
todas aquellas mujeres, miles y miles, que han sabido envejecer en su
virginidad, que han sido gloria y corona de la Iglesia.
Se lo pedimos a la Virgen: ¡La Mujer vestida de sol!

311
SAN AMBROSIO, De virginibus, I, 8; n. 52; PL XVI, 202.

210
Capítulo 2
Los Apóstoles del Señor

1. LOS APÓSTOLES, MIEMBROS «DE EXCEPCIÓN» DEL


CUERPO MÍSTICO312

Además de la Santísima Virgen María y de San José, son miembros


«excelentes de la Iglesia» los apóstoles.
En sentido específico son los 12, porque:
Hay una elección particular: Cuando se hizo de día, llamó a sus dis-
cípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles.
A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y
Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y
Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que
llegó a ser un traidor (Lc 6,13–17).
Hay una institución particular: A estos doce envió Jesús, después
de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en
ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa
de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad
enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios.
Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calde-
rilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sanda-
lias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento» (Mt 10,5–8).
Hay una misión particular: Mirad que yo os envío como ovejas en
medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos
como las palomas (Mt 10,16).

312
Cfr. EMILIO SAURÁS, El Cuerpo místico de Cristo, BAC (Madrid 1952) 125ss.
Carlos Miguel Buela

Esta misión tiene características generales, pero las dirige particu-


larmente a los Doce: deben cumplir todo esto de una manera no
común.
Más tarde los envía a predicar, dando a esta misión dos característi-
cas exclusivas:
La Universalidad y la inapelabilidad: Por último, estando a la
mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su increduli-
dad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían
visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que
no crea, se condenará» (Mc 16,14–16).
Son apóstoles de la humanidad entera, en todo el mundo tienen
autoridad y jurisdicción. Las doctrinas son definitivas, quien no las acep-
te se condenará.
Ellos son los únicos cuyo apostolado es universal e infalible. No
transmiten ninguna de estas características a sus sucesores; solamente
las transmite Pedro.
Por la misión específica de apostolar o predicarle de una manera
fundamental, espera más fidelidad que los otros y más fe: ¿No he ele-
gido yo a los doce? (Jn 6,70).
Por ello les manifiesta especial predilección: Cuando llegó la hora, se
puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: «Con ansia he deseado
comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya
no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios».
Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «Tomad esto y repartidlo
entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no bebe-
ré del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Tomó luego
pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Éste es mi cuer-
po que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». De igual
modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva
Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22,14–20).
Ora especialmente por ellos: Por ellos ruego; no ruego por el mundo,
sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo
y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy
en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como

212
Las Servidoras

nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los


que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo
el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy
a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi ale-
gría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, por-
que no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los
retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del
mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra
es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he envia-
do al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos tam-
bién sean santificados en la verdad (Jn 17,9–19).
Permanecen reunidos en el Cenáculo y sobre ellos desciende el
Espíritu Santo.
Se cubre la vacante dejada por Judas. Habían algunos que estaban
con Jesús desde el principio, que le acompañaron todo el tiempo, que
fueron testigos de todos sus hechos: a partir del bautismo de Juan hasta
el día en que fue arrebatado a lo alto de entre nosotros, uno de ellos sea
testigo con nosotros de su resurrección (He 1,22). Uno debía ser elegi-
do para que recibiera la misión específica del apostolado de los
doce. Echaron suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado
al número de los doce apóstoles (He 1,26).
Este número se amplía más tarde –ya que es número de orden, no
cardinal–: ¡Vedme aquí hecho un loco! Vosotros me habéis obligado.
Pues vosotros debíais recomendarme, porque en nada he sido inferior a
esos «superapóstoles», aunque nada soy. Las características del apóstol
se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en los sufrimien-
tos y también señales, prodigios y milagros (2Cor 12,11–12).

¿En qué consistirá esta misión?


1. En ser padres de la fe. Sólo ellos recibieron la revelación con
carácter infalible. La fe no falla, es divina; y no es admisible que fallen
quienes ante nosotros gozan de paternidad sobre ella.
Las demás predicaciones serán ciertas en cuanto coincidan con sus
enseñanzas.
«La teología... reconoce en los Apóstoles el privilegio especial de
haber recibido por luz infusa un conocimiento explícito de la revelación

213
Carlos Miguel Buela

divina, mayor que el de todos los teólogos o la Iglesia entera tienen


o tendrán hasta la consumación de los siglos...»313.
2. En ser padres de la Iglesia Universal. No de una Iglesia parti-
cular, de una diócesis, de una región. Pedro era la Cabeza, pero todos
juntos con él constituyen la base y el fundamento de la Iglesia de Cristo.
Como base, su función es universal. No son una parte, son el funda-
mento de todo.
Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los
santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles
y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edifica-
ción bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor (Ef
2,19–21).
Su base y fundamento es doctrinal y santificador.
Su doctrina y su santidad no son comunes, sino básicas.
* En cuanto a la doctrina: ellos recibieron y en ellos se clausuró la
revelación. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias
del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el
rescate de nuestro cuerpo (Ro 8,23).
* En cuanto a la gracia han tenido las primicias, o sea, es gracia más
perfecta y principal. Enseña Santo Tomás que:
– Los apóstoles fueron confirmados en gracia.
– Vivieron la vida de los dones del Espíritu Santo.
«Todos los actos y movimientos de los Apóstoles fueron según el ins-
tinto del Espíritu Santo»314.
Edifiquemos siempre sobre el fundamento de los Apóstoles.
Que nuestra enseñanza sea conforme a la de ellos.
Que nuestra santidad nos haga imitar la suya.
Su intercesión de padres en la fe y de padres de la Iglesia Universal
sea nuestro consuelo y gozo.

313
MARÍN–SOLÁ, O.P., La evolución homogénea del dogma católico, BAC (Madrid
1952) 173.
314
Cfr. MARÍN–SOLÁ, O.P., La evolución homogénea del dogma católico, BAC (Madrid
1952).

214
Las Servidoras

2. LA GRACIA ESPECÍFICA DE LOS 12 APÓSTOLES

Los apóstoles son elegidos, instituidos, enviados y por ellos ora


Jesús, para que sean predicadores de su vida, doctrina y hechos. Pero
como piezas fundamentales del edificio doctrinal y santificante levan-
tado por Cristo. Son padres de la fe, padres de la Iglesia Universal, base
y fundamento de la misma. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros,
sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre
el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo
mismo (Ef 2,19–20).
Para desempeñar este oficio se requiere una gracia especial: la
gracia específica del «apostolado». Será el tema que desarrollare-
mos y lo haremos en tres puntos:
1. Existencia de la «gracia del apostolado».
2. Naturaleza de la «gracia del apostolado».
3. Algunas notas características de esta «gracia del apostolado».

1. Existencia
El apostolado como el sacerdocio es un poder. El sacerdote sacrifi-
ca; el apóstol testifica y predica.
La elección conlleva la colación de este poder específico, –como
fundamento y base del edificio de la Iglesia–.
Y con ese poder se confirió una gracia particular a fin de ejercer
debidamente las funciones que con él debían ejercerse. El apostola-
do no es sólo un poder; es también una gracia.
San Pablo enseña que por ser Apóstol posee las primicias del Espíritu
Santo (Ro 8,23). De modo que el apostolado no solamente es gracia; es
gracia primicial; gracia más perfecta.
Enseña Santo Tomás que Dios cuando elige a alguien para desem-
peñar una función, le da las gracias que necesita para hacerlo digna-
mente315.

315
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., III, 7, 1–9; III, 27, 5, ad 1; III, 7, 10, ad 10;
Suppl. 35,1.

215
Carlos Miguel Buela

2. Naturaleza
Esa gracia no es «gratis data», sino «gratum faciens» –hace grato al
que la posee–. Es la gracia santificante y los Apóstoles se santificaron
con ella.
Ello fue así porque el apostolado implica una unión especial con
Cristo y una misión especial en orden a la santificación de los
demás.
Por razón de la singular unión con Cristo, poseyeron más gracia
que los demás, y sobre todo más caridad, lo que quiere decir más san-
tidad. Es la unión del fundamento con la piedra angular. La unión con
Dios implica la gracia santificante.
Por razón de la misión especial, poseen un apostolado
fundamental, básico, sobre el que se levanta un edificio santo, que es
apostólico, santificado y santificante.
Por razón de ser primicias tienen la principalidad de la gracia san-
tificante.

3. Algunas características
Es gracia santificante.
Es cristiana. Cristo los eligió, los envió, los llamó amigos... lo que
sigue de las primicias somos nosotros.
Es extrasacramental. Porque, por el poder de excelencia que
Cristo tiene, puede comunicar la gracia sacramental sin sacramen-
tos316.
Es específicamente diversa de la nuestra.
Es plena. «No es de esperar un estado en que la gracia del Espíritu
Santo sea poseída con más perfección que hasta aquí, sobre todo por
los apóstoles, que recibieron las primicias del Espíritu (Ro 8,23), esto es,
primero que los otros y con más abundancia que ellos»317.

316
Ibidem, III, 64, 3; III, 72, 2, ad 1.
317
Ibidem, I-II, 106, 4.

216
Las Servidoras

Eran personalmente infalibles. Si la Iglesia es infalible no iban a ser


menos que la Iglesia, en cuya base y fundamento se encuentran.
Eran infalibles por ser maestros en la fe: conocieron explícitamente
todo lo que la Iglesia explicitaría hasta el fin de los tiempos.
Eran obispos especiales, porque eran pastores de toda la Iglesia.
Fueron confirmados en gracia318.
Vivieron la vida mística319.
Eran fundamentos de un edificio del que son partes esenciales la ver-
dad y la gracia divinas.

3. SAN PEDRO: LOS ESCRITOS EN LA BASÍLICA

Sobre un franja dorada de 2 metros de ancho, que como un cintu-


rón rodea el interior de la Basílica de San Pedro, en Roma, a la altura
del comienzo de la bóveda del techo, escrito con letras unciales de 1,41
metros de alto, aparecen las siguientes leyendas:

1. En la base de la cúpula:
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y a ti te daré las
llaves del reino de los cielos.
Lo cual habla de la preeminencia de Pedro sobre los demás
Apóstoles, como se ve en los Santos Evangelios, donde la figura de
Pedro tiene especial relieve, por ejemplo:
El nombre de Pedro aparece 114 veces en los Evangelios, mientras
que el que le sigue más cerca, Juan, sólo 38 veces;

318
SANTO TOMÁS DE AQUINO, De veritate, 24, 9, ad 2.
319
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario a los Gálatas, 2,1.

217
Carlos Miguel Buela

– aparece primero en Mt 10,2; Mc 3,16; Lc 6,14; He 1,13. O sea, en


las únicas 4 listas de los Apóstoles aparece siempre primero;
– siempre está entre los 3 discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a quien
Jesús distinguió en tres ocasiones solemnes, cuando la resurrección de
la hija de Jairo (Lc 8,51), la transfiguración (Lc 9,28) y en Getsemaní
(Mt 26,37);
– se le anuncia la resurrección peculiarmente (Mt 16,27);
– es el primero de los discípulos a quien se aparece Jesús (1Cor
15,5);
– es portavoz de los demás discípulos;
– Jesús está ligado de manera especial a Pedro: pagan juntos el
impuesto, toma su casa como propia, se apropia de la nave de Pedro y
desde ella predica;
– le cambia el nombre por Kéfas (Petra, Petrus = piedra, roca,
Pedro). El hecho de que todos empleen ese sobrenombre no sólo
demuestra que fue un hecho real sino que le dieron gran importancia a
ese nombre; a Juan y Santiago los llamó Boanerges, sin embargo, no
llegó a estar en uso ese sobrenombre.
En las palabras que expresan la confesión que Cristo hace de Pedro,
cuya primer frase está en la base de la cúpula, nuestro Señor usa tres
metáforas: Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo
de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi
Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no preva-
lecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que
ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en los cielos» (Mt 16,17–19). Aquí aparecen:
a. La metáfora de la roca. El cambio de nombre significa el cambio
de función. En el Antiguo Testamento Dios es Roca, alguien en quien se
puede confiar. Así Pedro es constituido como principio de estabilidad y
firmeza de la nueva comunidad. Las puertas: es una metonimia que
significa poder.
b. La metáfora de las llaves: es símbolo e investidura de autoridad
(todavía hoy se entregan las llaves simbólicas de la ciudad). El rey entre-
gaba al jefe de palacio el poder delegado. Las llaves se colgaban sobre

218
Las Servidoras

sus hombros, de allí lo que dice el profeta Isaías: sobre sus hombros un
imperio (9,6). Del Reino de los cielos, expresa que no era una mera
sociedad humana.
c. La metáfora de atar y desatar: es el poder transmitido de decla-
rar prohibido o permitido algo. Excomulgar o levantar la excomunión.
Expresa una totalidad de contrarios, o sea, todo poder en orden a la
enseñanza de la fe y de la moral. Por último, ratifica Jesús en el cielo lo
que Pedro haga en la tierra.

Sucesión del Primado


Es evidente que la misión encomendada a Pedro no termina al ter-
minar la vida de éste. La promesa de Cristo yo estaré con vosotros hasta
el fin del mundo... y las puertas del infierno... supone que la misión de
la Roca se perpetuará en los sucesores.
– Desde Pedro, Lino, Cleto, Clemente... hasta Pío XI, Pío XII, Juan
XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, hay una cadena ininte-
rrumpida de 264 Papas.
– De ellos, la inmensa mayoría han sido santos, unos pocos pecado-
res, pero absolutamente ninguno hereje.
– El Papa no es impecable, es infalible. Decía un autor contemporá-
neo: «Cualquier dolor, desgracia, tinieblas, persecución, no es nada, si
poseemos la certeza de que entre los hombres existe y existirá siempre
un hombre en el cual la luz de la verdad eterna no se extinguirá jamás.
Oscura es para nosotros la noche del mundo, pero no carece nunca de
una estrella: el Papa»320.
Por eso dice San Vicente Ferrer: «Si los ángeles de Dios hablaran
contra la determinación de la Iglesia Romana no habría que creerles,
según dice San Pablo si un ángel de Dios os anunciara un Evangelio dis-
tinto del que hemos predicado sea anatema (Ga 1,8)»321. Y San Ignacio

320
CARDENAL ALFREDO OTTAVIANI, El Baluarte, Ediciones Cruzado Español (Barcelona
1962) 109.
321
Tratado del Cisma Moderno, cap. 5, 2ª parte; Biografías y escritos, BAC (Madrid
1956) 447.

219
Carlos Miguel Buela

de Loyola: «Debemos tener siempre presente, para acertar en todo, que


lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia Jerárquica así lo
determina»322.

2. En el crucero derecho:
¡Oh Pedro que dijiste!: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y le dijo
Jesús: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo
ha revelado ni la carne ni la sangre.
¿Cuál es ese fundamento? Jesucristo, es la piedra viva (1Pe 2,4), es
la piedra angular, la roca... era Cristo (1Cor 10,4), que se hizo hombre
para fortalecernos hasta el fin (1Cor 1,8), para confirmar las promesas...
(Ro 15,8).
La Iglesia Católica: La Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento
de la verdad (1Tim 3,15), que por medio de los apóstoles a través de la
predicación consolida las Iglesias particulares (He 15,41), fortaleciendo
a todos los discípulos (He 18,23), recordándonos siempre las mismas
cosas porque a vosotros os da seguridad (Flp 3,1).
Y, ¿cómo los cristianos tienen certeza en las verdades de fe? Por la
Palabra de Dios: la palabra... obtuvo firmeza (Heb 2,2) y se nos ha dado
para que conozcamos la firmeza de las enseñanzas que hemos recibido
(Lc 1,4).
Por la fe: la firmeza de nuestra fe (Col 2,5), permaneced sólidamen-
te en la fe, firmes e inconmovibles (Col 1,23), estéis firmes en la verdad
que poseéis (2Pe 1,12).
Por la esperanza: es firme nuestra esperanza (2Cor 1,7).
Por la caridad: por la que se permanece firme en su corazón (1Cor
7,37), fortaleciendo el corazón con la gracia (Heb 13,9).
Pero, eso solo no basta.
Porque, como dice San Juan de Ávila, «quienes no reconocen que
un hombre sea vicario de Cristo en la tierra, si tienen una fe (incluso

322
Ejercicios Espirituales [365].

220
Las Servidoras

confiesan a Cristo) verán que cada uno tiene la suya y tienen tantas fes
cuantas cabezas».
Un dios hizo Arrio, –puso distinción en la esencia–; un dios contrario
hizo Sabelio –puso confusión en las personas–; el Cristo de Eutiques es
contrario al de Nestorio. Jim Jones les hace tomar un «cóctel»; el pastor
protestante Leary propicia el uso sacramental del LSD; los mormones
dicen que es el «Hermano Mayor»; los testigos de Jehová «dios, pero no
Dios». Los progresistas dicen que hay que cambiar todo, los integristas
que no hay que cambiar nada.
No basta para tener certeza y firmeza creer en Jesucristo... «sino que
ha de haber un hombre que sea cabeza y guía, a quien debemos seguir
si queremos pertenecer a la Iglesia de Jesucristo».

El misterio de la relación Cristo–Pedro y Pedro–Cristo


«Así como perdura para siempre lo que en Cristo Pedro creyó, de
la misma manera perdurará para siempre lo que en Pedro Cristo ins-
tituyó»323.
a. ¿Qué es lo que en Cristo Pedro creyó?
Su mesianidad, o sea, que era el Mesías anunciado y prometido en
el Antiguo Testamento.
Su divinidad. ¿Por qué? Hijo de Dios no es sinónimo de Mesías. El
Padre le revela a Pedro lo que no sabía (ya de antes sabía que era el
Mesías).
b. ¿Qué es lo que en Pedro Cristo instituyó?
«Como mi Padre te manifestó mi divinidad, así también yo te mani-
fiesto tu dignidad»324.
¿Qué instituyó Cristo en Pedro? ¿Cuál es su dignidad? El poder pon-
tificio. Tú eres Pedro… ¡Pevtro"!... Aparece un nombre nuevo en la
historia (no existía como nombre propio ni en griego ni en latín). En ara-
meo es: ¡«Kefas»!

323
SAN LEÓN MAGNO, Sermón 3,2.
324
SAN LEÓN MAGNO, Homilía en la fiesta de San Pedro (83) 1.

221
Carlos Miguel Buela

1. Cristo es el que edifica, es el fundador de la Iglesia: mi Iglesia (Mt


16,18).
2. A esas horas era sólo una promesa futura: edificaré (Mt 16,18).
3. Será una construcción estable: sobre esta «Kefas» (Mt 16,18) La
firmeza estable es la enseñanza del Señor. Pedro es la causa, el sostén
de la Iglesia y el que le da estabilidad a la misma.
4. La Iglesia se construirá sobre Pedro:
– no sobre una cualidad de él, como «su fe», sino sobre su persona;
– no en cuanto jefe de una colectividad o del Colegio apostólico sino
sobre Pedro en cuanto persona.
5. Promete construir sobre Pedro mi Iglesia («qahal», «ekklesía»), lo
que equivale a la fundación de su reino.
6. Las puertas del infierno (Mt 16,18) serán impotentes contra la
Iglesia. Las puertas es metonímica de palacio real o ciudad o reino.
El infierno (hádon, hades, en hebreo «Sheol») son las partes inferio-
res donde se localizaba la morada de los muertos.
Se anuncia, solemnemente, la perpetuidad, indefectibilidad e
infalibilidad de la Iglesia fundada sobre Pedro.
El reino del mal desarrollará una actividad hostil contra la Iglesia
de Cristo, pero ésta vencerá: no prevalecerán contra ella (Mt 16,18).
A ti te daré las llaves... (Mt 16,19), o sea, el dominio del reino.
Lo que ates... (Mt 16,19).
Pedro no puede enseñar a gobernar en contra de la enseñanza y de
las intenciones de Cristo: de ahí la infalibilidad en la doctrina y la inde-
fectibilidad (en la enseñanza, culto y constitución de la Iglesia) que per-
durarán hasta el fin del mundo.

3. En el crucero izquierdo:
Dícele Jesús por tercera vez: Pedro ¿me amas? A lo cual tú, el tres
veces elegido, respondes diciendo: ¡Oh Señor! Que todo lo conoces, tú
sabes que te amo.

222
Las Servidoras

A la triple confesión de amor de Juan 21, sucede una triple investi-


dura. «No te entristezcas apóstol –dice San Agustín–, responde una vez,
responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor,
ya que por tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías
ligado por el temor. A pesar de su debilidad, por primera, por segunda
y por tercera vez encomendó sus ovejas a Pedro»325.
– El rebaño es de Cristo, no de Pedro. Una sola Iglesia con unidad de
fe es el fin del gobierno, y es imagen de la Iglesia Celestial.
¡«Primero … Pedro»! (Mt 10,2).
¡«Prw'to" ... Pevtro"»! (Mt 10,2).
Luego de la partida del Señor, Pedro toma el timón de la nave de la
Iglesia. Así lo vemos desde Pentecostés: como Obispo que preside a los
obispos.
¡Es el Primero! Así lo nombra Mateo: primero Simón, llamado Pedro
(10,2). Le ponen primero y le llaman primero. Primero en dignidad y
autoridad. Primero no significa orden sino primacía. Si dicho numeral
fuera simple adjetivo ordinal se hubiese seguido con la lista de ellos:
segundo, tercero… Dice Plummer: «Esta expresión “primero” sería
absolutamente innecesaria al principio de una lista de nombres sin que
sigan otros ordinales para los siguientes componentes»; y Klostermann:
«por tanto, no se trata de una primacía de listas o de ancianidad, sino
una verdadera primacía de rango y jurisdicción».
¡Primus... Petrus!
Él va delante de todo.
El primer sermón apostólico predicado el mismo día de Pentecostés
es predicado por Pedro: Entonces Pedro, presentándose con los Once,
levantó su voz y les dijo… (He 2,14).
Va primero, siempre, en todas las listas de los apóstoles que apare-
cen en la Biblia:
* Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, lla-
mado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su herma-
no Juan... (Mt 10,2);

325
Sermón 295.

223
Carlos Miguel Buela

* Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro (Mc 3,16);


* Y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A
Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés (Lc 6,13);
* Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían,
Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo;
Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago (He 1,13).
Manda hacer la primera elección episcopal y propone, por primera
vez, la condición para seleccionarlo326.
El primer milagro de la Iglesia naciente es hecho por él. Pedro le
dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de
Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar» (He 3,6).
La primer defensa de la Iglesia la realiza él ante el Sanedrín: Sabed
todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de
Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios
resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se
presenta éste aquí sano delante de vosotros (He 4,10 ss).
El primer castigo es impuesto por él a los esposos mentirosos,
Ananías y Safira327.
El primer anatema a Simón el Mago. Pedro le contestó: Vaya tu
dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios
se compra con dinero (He 8,20).
Hace el primer viaje apostólico por Judea, Galilea y Samaría para
hacer la primera confirmación apostólica: Al enterarse los apóstoles
que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de
Dios, les enviaron a Pedro y a Juan (He 8,14).
El primer pagano es admitido por Pedro: «¿Acaso puede alguno
negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo
como nosotros?». Y mandó que fueran bautizados en el nombre de
Jesucristo (He 10,47).
En el primer concilio enseñó que no debía aplicarse la ley mosaica:
¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de

326
Cfr. He 1,21ss.
327
Cfr. He 5,7–10.

224
Las Servidoras

los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobre-


llevar? Nosotros creemos más bien que nos salvamos por la gracia del
Señor Jesús, del mismo modo que ellos (He 15,10–11).
Él es el guía, el que preside, decide y define…
En todos los acontecimientos importantes de la Iglesia primera Pedro
va adelante, firme como una roca, abriendo y cerrando, atando y
desatando...
¡Tan primero que hacía milagros con su sombra! ... hasta tal punto
que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos
y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a algu-
no de ellos (He 5,15).
¡Tan primero que es el primero, después de su Señor, en morir
muerte de Cruz!
Es el primer obispo de Antioquía de Siria, según San Jerónimo y
San Gelasio I328.
El primer obispo de Roma.
Pero, por sobre todas las cosas, ¡es el primero en el amor a Cristo!

4. En la nave central, las palabras que dan serenidad a


todos los hermanos, de todos los tiempos:
Yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe no desfallezca. Y tú cuan-
do hayas vuelto confirma a tus hermanos.
De modo tal, que Pedro es cabeza visible de la Iglesia329 de Jesucristo
y debemos saber que:
– a él deben subordinarse «los mismos Concilios»330;
– con autoridad para promulgar leyes para toda la Iglesia331;

328
DH 351.
329
DH 1207; 136.
330
CONCILIO DE LETRÁN, DH 1445.
331
CONCILIO DE CONSTANZA, DH 1265 y passim.

225
Carlos Miguel Buela

– es juez supremo en la tierra y no puede ser «juzgado por nadie» en


este mundo332.
– es supremo Doctor de la Iglesia333.
– por lo tanto, obedecerle en fe y moral «es de toda necesidad de sal-
vación para toda la humana creatura»334.
– Tiene potestad:
* de jurisdicción;
* Suprema, ningún otro posee igual o mayor poder;
* Plena, no sólo la parte principal;
* Inmediata, puede ejercerla sin instancia previa sobre los obispos
y fieles; y Universal, sobre todos los pastores y sobre todos los fieles;
* Ordinaria, derivada de Jesucristo; y
* Episcopal, obispo universal y de la diócesis de Roma. No es una
mera dignidad «Todo lo que un Obispo puede hacer en sus parroquias,
lo puede hacer el Papa en la Diócesis», según el Concilio Vaticano I335.
«Puede ejercerla siempre y libremente», añade el Concilio
Vaticano II336.
De tal manera, que siempre será verdad que «donde está Pedro, está
la Iglesia», como enseña San Ambrosio337.

5. En las caras internas de los cuatro pilares de la cúpula:


Desde aquí brota la unidad del sacerdocio338.

332
CONCILIO ROMANO (año 865), DH 638.
333
CONCILIO DE FLORENCIA, DH 1307.
334
BONIFACIO VIII, DH 875.
335
DH 3064.
336
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 22.
337
Enarr. in Ps. 40,30.
338
«Hinc sacerdoti unitas exoritur».

226
Las Servidoras

De Pedro «procede el episcopado mismo y toda la autoridad de este


nombre», como enseñó San Inocencio I339.
Desde aquí una sola fe brilla para el mundo340.
Es oficio de Pedro definir y defender las verdades de la fe: su sede
«está más obligada que las demás a defender la verdad de la fe, así tam-
bién, por su juicio deben ser definidas las cuestiones que acerca de la fe
surgieren»341; sólo él «al surgir dudas sobre la fe católica, puede ponerles
fin por determinación auténtica, a la que hay obligación de adherirse
inviolablemente, y que es verdadero y católico cuanto él, por autoridad
de las llaves que le fueron entregadas por Cristo, determina ser
verdadero...»342.
Porque «esta Sede de San Pedro permanece siempre intacta de todo
error», declaró el concilio Vaticano I343 presidido por el Beato Pío IX.

6. En el ábside se encuentra una oración a Pedro en latín y


griego:
¡Oh pastor de la Iglesia! Que apacientas a todas las ovejas y corderos
de Cristo.
¿Quién es ese hombre? ¡Pedro!, que pervive en el Papa344.
Le llama (a Simón) ¡Roca!, porque le da una firmeza inquebrantable
y ha de ofrecer refugio seguro en el peligro.
En los Salmos ya aparece la imagen de Yahvé como Roca...porque
concede una protección inexpugnable.
¡ROCA! que no podía se quebrantada por ningún poder infernal,
terrenal, ni celestial. Las puertas del infierno no prevalecerán contra

339
DH 217.
340
«Hinc una fides mundo refulgit».
341
DH 861.
342
DH 1064.
343
DH 3070.
344
DH 3056. «Él (Pedro) sigue viviendo y juzgando en sus sucesores» declaró el lega-
do del Romano Pontífice, Felipe, en el concilio de Éfeso.

227
Carlos Miguel Buela

ella... Ni Dios mismo puede destruir esta Roca...antes dejaría Dios de ser
Dios que quebrantase su palabra, que rompiese su promesa: El cielo y
la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lc 21,33).
¡ROCA!, porque garantiza la resistencia del edificio que se edifica
sobre ella. Lo mantiene en cohesión y lo preserva de sacudidas y
derrumbamientos.
¡ROCA!, porque es la piedra fundamental que garantiza la unidad de
la Iglesia y su perpetuidad a través de los tiempos. Seguridad que se
alcanza por la autoridad que detenta Pedro, a quien le fueron dadas
...las llaves del Reino..., para atar ...y desatar...
¿Quién debe decir que hay que cambiar y qué no hay que cambiar?
¿Un sacerdote? ¿Un teólogo muy renombrado? No. ¡El Papa!
¡ROCA!, porque a él se le ha dado el tremendo poder de confirmar
a los hermanos (Lc 22,32).
La leyenda en latín y en griego nos recuerda que la Iglesia respira
con dos pulmones, el oriental y el occidental.

¡Que siempre crezca nuestro amor a Pedro y nuestra rendida obe-


diencia a él!

4. EL MISTERIO DE PEDRO

En un primer momento pensé que cumpliría con la novena interné-


tica de San Pedro, aniversario de ordenación sacerdotal del curso de
1996, con la primera Circular sobre Ucrania enviada ayer. Luego me
dije que tenía que cumplir con los que celebraban su aniversario y con
San Pedro de otra manera, por eso mando estas sencillas reflexiones
mías, tenidas en Kiev, Lviv, Ivano–Frankivsk, Lviv (delante de la tumba
del Cardenal Slipyj), en el vuelo en avión a hélice hasta Varsovia, y
luego a Milán (donde las estoy pasando del borrador a la computado-
ra), esperando enviárselas dentro de un rato desde Roma.
Además, como el próximo viernes 6 de julio en la Capilla Clementina
de la Basílica de San Pedro tenemos primeras Misas, y que por razones

228
Las Servidoras

de tiempo no voy a poder predicar allí, que esto les valga como sermón
de primera Misa para los seis que se van a ordenar.
Es acerca del misterio de Pedro, en él mismo y prolongado en sus
Sucesores. Me ayudaré con una parte de un sermón de San León
Magno345. (La traducción de Lviv es «Los leones»).
1. He podido ver al Papa de cerca muchas veces en estos últimos
días. Tuvimos la gracia de concelebrar la Santa Misa con él cuatro veces,
en cuatro días seguidos. Por dos veces desde la misma plataforma
donde se alzaba el altar en el que estaba él.
Camina con mucha dificultad y muy lentamente, más que antes. Le
tiembla la mano izquierda. Las facciones parecen rígidas, aunque lo vi
sonreír con ganas varias veces. Da la impresión que tiene como parali-
zado el labio inferior, por eso cuando lee con la cabeza muy inclinada
hacia abajo, se le escapan algunas gotas de saliva, que a veces, cuando
no tiene el pañuelo a mano, se seca, simplemente, con la manga del
alba. Tiene 81 años.
Decía San León Magno: «…aunque tenemos conciencia, hermanos
queridos, de nuestra debilidad e indolencia en el cumplimiento de
nuestro ministerio, a tal extremo que, cuando queremos hacer algo con
empeño y diligencia nos vemos impedidos por la fragilidad de nuestra
condición...».
2. Pero, por otra parte se lo ve con reflejos geniales, como cuando en
el encuentro con los jóvenes llovía y se puso a cantar a la lluvia, y cuan-
do salió el sol volvió a cantar otro canto –por lo menos tres estrofas– al
sol. Daba la impresión que eran cantos que cantaba en su juventud. En
las dos oportunidades pareció que la multitud enloquecía en aplausos,
gritos y cantos.
San León Magno agregaba: «sin embargo, ya que contamos con la
benevolencia del omnipotente y eterno Sacerdote, el cual, semejante a
nosotros, igual al Padre, sometió la divinidad a la humanidad, elevó la
humanidad a la divinidad, alegrémonos digna y piadosamente de lo que
Él mismo instituyó», o sea, el ministerio petrino.

345
Sermón 3. En el aniversario de su entronización, 2–3: PL 54,145–146; cfr. Liturgia
de las Horas, III, 1719–1720.

229
Carlos Miguel Buela

3. Hemos visto oleadas y oleadas de hermanos, habitualmente con


rostros tristes, fruto de setenta años de comunismo en Kiev, con una son-
risa inconfundible y hasta un algo enigmática, como a quien se le cum-
ple un deseo largamente esperado, como a quien se le quita de encima
un peso mucho tiempo llevado, como quien de pronto descubre que se
puede vivir con ternura, sin miedos, en libertad y alegría.
La razón de esto es que el mismo Jesucristo, personalmente, es el
que sigue pastoreando las ovejas, a pesar de la debilidad de los pasto-
res.
Enseña el Santo Padre citado: «Pues, aunque ha delegado en
muchos pastores el cuidado de sus ovejas, no por eso ha abandonado
su solicitud personal por la grey que Él ama».
Y el pueblo vio en la blanca figura del Papa un padre que ama, que
cuida, que guía y que acompaña: «Es Cristo que vino a visitarnos», dijo
uno.
4. Con todas sus innegables y evidentes debilidades físicas, el Vicario
de Cristo, con la fuerza del mismo Cristo, «confirmó a sus hermanos en
la fe»346, como lo hicieran en otros tiempos San Basilio, San Gregorio
Nacianceno, San Juan Crisóstomo, los Santos hermanos Cirilo y
Metodio, San Josafat, los 27 mártires ucranianos que beatificó el Papa y
los grandes obispos ucranianos Andrés Sheptytsky y Josef Slipyj. Es una
fuerza distinta de la física, ya que es de otro orden superior, que perci-
bieron todos los presentes y los que, ausentes, siguieron al Papa por
radio y televisión. Es la fuerza apostólica.
De ahí que diga el vencedor de Atila: «De este principal y eterno
Protector (Jesucristo) hemos recibido también la fuerza de la ayuda
apostólica, que no deja ciertamente de actuar; y la firmeza del funda-
mento sobre el cual va creciendo en altura la Iglesia no cede, por mucha
que sea la mole del templo que sobre él se apoya».
5. Es la fuerza de la fe de Pedro vivo, quien, una vez más convocó
junto a sí, para actos estrictamente litúrgicos, contra todo pronóstico, a
millones de cristianos de toda denominación, a otros creyentes e incluso
a no creyentes. En una nación donde se quiso borrar la fe y la religión

346
Cfr. Lc 22,32.

230
Las Servidoras

católica, en un estado proclamado ateo y enemigo declarado de Dios,


que desterró a miles de creyentes católicos y a miles mató a golpes, por
disparo de armas de fuego, por radiación, hirviéndolos en ollas, con tor-
turas inimaginables, a través de miles de vejaciones, crucificados, enve-
nenados...
Por encima de todo eso pasó el Papa eslavo con ese algo de un
orden superior, propiamente dicho, de orden sobrenatural: «en efecto, la
solidez de aquella fe del Príncipe de los apóstoles, que mereció la ala-
banza de Cristo, permanece para siempre; y así como permanece lo que
Pedro creyó en Cristo, así también sigue en pie lo que Cristo instituyó en
la persona de Pedro. Continúa, pues, lo establecido por la verdad, y San
Pedro, manteniéndose en la firmeza de piedra que recibió, no suelta el
timón de la Iglesia», proclamaba San León Magno. Dijo un filósofo orto-
doxo, Kostantin Sigov: «Yo creo que la visita del obispo de Roma a Kiev
es un acontecimiento extraordinario que dejará una profunda marca en
esta parte del mundo. Es la irrupción de un elemento meta–histórico en
la historia»347.
6. Esto se debe a que San Pedro fue puesto por encima de los demás
y estuvo unido de una manera muy profunda a Jesucristo. Sigue dicien-
do el Santo: «en efecto, de tal manera fue constituido por encima de los
demás, que por sus apelativos simbólicos de piedra, fundamento, porte-
ro del reino de los Cielos, árbitro de lo que se ha de atar y desatar –con
la ratificación en el Cielo de sus decisiones– podemos colegir cuál fuese
su unión con Cristo».
7. ¿Cómo puede ser que un hombre de 81 años, con tantas limita-
ciones físicas, haga una obra tan excepcional? Hace diez años fue el
principal protagonista que llevó a la libertad y a la independencia a la
nación ucraniana. Ahora parece que hubiera querido rubricar esa liber-
tad e independencia con su visita apostólica. Los hizo sentir libres, los
exorcizó del enano interior del comunismo que todavía les quedaba a
muchos, mostró al mundo que Ucrania no es una nación atea, sino que
es una nación católica. Al Patriarcado de Moscú, petrificado en la oscu-
ridad de un pasado que fue, le hizo sentir el peso de la verdad, de la
caridad y de la altísima responsabilidad histórica de negarse a la unidad

347
ZS010627.

231
Carlos Miguel Buela

pedida por Cristo; y los pueblos se dieron cuenta de esto. Un locutor de


radio dijo: «El Patriarcado de Moscú perdió Ucrania».
Es que Pedro «...ahora, de un modo más pleno y eficaz, lleva a cabo
la misión que se le confió, ya que realiza todas las funciones de su cargo
y cura pastoral en Aquel y con Aquel por quien ha sido glorificado».
8. Y el sucesor de Pedro, Juan Pablo II, como San León Magno y
como todo fiel sucesor de Pedro, debe decir de sí: «Por tanto, si algo
hacemos o juzgamos rectamente, si algo alcanzamos de la misericordia
divina con nuestra cotidiana intercesión, lo debemos a las obras y méri-
tos de aquel (San Pedro) cuya potestad y autoridad pervive de forma
destacada en su Sede».
9. Hemos visto maravillas en Kiev y en Lviv, algunos incluso habla-
ban de milagros. Todo lo cual es fruto de aquella profesión de fe de San
Pedro: «todo esto, queridos hermanos, es resultado de aquella profesión
de fe inspirada por el Padre en el corazón del apóstol, superó las incer-
tidumbres de las opiniones humanas y obtuvo la firmeza de una piedra,
capaz de resistir incólume cualquier golpe», enseña San León.
10. Esto que hemos palpado en estos días excepcionales, sin embar-
go, es algo de todos los días y que afecta a toda la Iglesia, que recono-
ce que Jesús es el Señor, porque todo aquel que reconoce esa verdad se
compenetra con el magisterio de San Pedro: «así, pues, en toda la
Iglesia, Pedro afirma cada día: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo,
y toda lengua que reconoce al Señor está imbuida del magisterio de esta
voz». Todo hermano y hermana, en cualquier parte del mundo en que
se encuentre, que confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, está
inculcado, inspirado, influido y persuadido por la confesión de Pedro,
por el magisterio de su voz.
En fin, por el carisma de primado dado por Jesucristo y por el caris-
ma personal de este primado, también dado por Jesucristo, éste es un
Papa de pasos cortos, pero que llega donde quiere, es de mano temblo-
rosa, pero de verdades firmes, que no puede controlar su labio inferior,
pero que habla el ucraniano mejor que muchos ucranianos, incluso
gobernantes, como se ha escrito en dos diarios del país. Y habló en ruso,
húngaro, moldavo, rumano, bieloruso, polaco, latín, alemán, francés,
inglés...
Más allá de las multitudes ingentes, más allá de las consecuencias reli-
giosas y civiles que producirá esta visita, más allá de los irresponsables

232
Las Servidoras

que torpedean todo diálogo ecuménico verdadero, más allá de las reper-
cusiones internacionales imparables, hemos tenido la gracia de palpar,
por así decirlo, la gracia del misterio de Pedro, de su Eucaristía, de su
palabra, de su amor a la Madre Virgen y a todo ser humano.
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo (Mt 16, 16). ... ¡Cuántas
veces yo mismo he encontrado en estas palabras una fuerza interior
para proseguir la misión que la Providencia me ha confiado!», dijo Juan
Pablo II en este día348.

5. EL PRIMADO DE PEDRO

Hoy, fiesta de la Cátedra de San Pedro, es una fiesta que nuestra


familia religiosa celebra de modo muy particular, ya que el 22 de febre-
ro de 1988 inauguramos el primer Noviciado de nuestra familia religio-
sa, el Noviciado «Marcelo Javier Morsella». Fue el primer Maestro de
Novicios –con sólo 24 años– el p. Elvio Fontana. El primer noviciado
estuvo ubicado en una finca en la localidad de La Nora, que fue gentil-
mente prestada por la familia Baudry. Era un inicio materialmente muy
pobre, pero Dios en su infinita riqueza nos concedía vocaciones, el
mejor tesoro. Luego nos trasladamos a la actual casa en la Finca Nuestra
Señora del Valle, en Rama Caída. Un lugar muy hermoso. El segundo
Maestro de novicios fue el p. Eugenio Mazzeo, actualmente misionero en
Rusia. El actual Maestro de Novicios es el p. Roberto Folonier. Y hoy
finaliza la camada número 12 de nuestro noviciado.
Para esta fecha, he querido que nos afiancemos en el amor a nuestro
Romano Pontífice, Juan Pablo II, sucesor de Pedro. El 30 de octubre de
1998 se hicieron públicas las siguientes «Consideraciones de la
Congregación para la Doctrina de la Fe», en relación con las actas del
simposio sobre «el Primado del Sucesor de Pedro en el misterio de la
Iglesia» celebrado en el Vaticano del 2 al 4 de diciembre de 1996, en res-
puesta a la invitación de la encíclica «Ut unum sint», del 25 de mayo de
1995. Consideraremos brevemente este tema.

348
Cfr. L’Osservatore Romano (6 de julio de 2001) 5.

233
Carlos Miguel Buela

1. El Primado del Sucesor de Pedro en el Misterio de la


Iglesia
En el actual momento de la vida de la Iglesia, la cuestión del prima-
do de Pedro y de Sus Sucesores presenta una singular relevancia, inclu-
so ecuménica. En este sentido se ha expresado con frecuencia Juan
Pablo II, de modo particular en la Encíclica «Ut unum sint», en la cual ha
querido dirigir especialmente a los pastores y a los teólogos la invitación
a «encontrar una forma de ejercicio del Primado que, sin renunciar de
modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una situación
nueva»349.
La continuidad de Pedro en la historia de la Iglesia
El Santo Padre ha escrito: «La Iglesia Católica es consciente de haber
conservado, con fidelidad a la Tradición Apostólica y a la fe de los
Padres el ministerio del Sucesor de Pedro»350. Existe efectivamente una
continuidad a lo largo de la historia de la Iglesia del desarrollo doctrinal
sobre el Primado. Al redactar el presente texto, que aparece como apén-
dice al mencionado volumen de las Actas351, la Congregación para la
Doctrina de la Fe se ha valido de los aportes de los estudiosos que toma-
ron parte en el simposio, sin pretender ofrecer por otro lado, una sínte-
sis ni adentrarse en cuestiones abiertas a nuevos estudios.
Estas «Consideraciones» –al margen del Simposio– quieren sólo recor-
dar los puntos esenciales de la doctrina católica sobre el Primado, gran
don de Cristo a su Iglesia en cuanto servicio necesario para la unidad y

349
JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Ut unum sint», 95. La Congregación para la
Doctrina de la Fe, acogiendo la invitación del Santo Padre, ha decidido proseguir la pro-
fundización de la temática convocando un simposio de naturaleza puramente doctrinal
sobre El Primado del Sucesor de Pedro, que se ha desarrollado en el Vaticano del 2 al 4
de diciembre de 1996, y del cual han sido publicadas las Actas. Se puede confrontar en
«Il Primato del Sucessore di Pietro», Actas del Simposio Teológico, Roma, 2–4 de diciem-
bre de 1996, Librería Editora Vaticana (Ciudad del Vaticano 1998).
350
JUAN PABLO II, «Mensaje al Cardenal Joseph Ratzinger con ocasión del Simposio
sobre el primado del Romano Pontífice», L’Osservatore Romano 50 (1996) 640.
351
Consideraciones de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, El Primado del
Sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia, en «Il Primato del Sucessore di Pietro», Actas
del Simposio Teológico, Roma, 2–4 de diciembre de 1996, Librería Editora Vaticana
(Ciudad del Vaticano 1998) 493–503. El texto se ha publicado también en un fascículo,
editado por la Librería Editora Vaticana.

234
Las Servidoras

que ha sido además con frecuencia, como demuestra la historia, una


defensa de la libertad de los Obispos y de las Iglesias particulares de
frente a las injerencias del poder político.

2. Origen, finalidad y naturaleza del Primado


«Primero Simón, llamado Pedro» (Mt 10,2)
Con este significativo acento en la primacía de Simón Pedro, San
Mateo introduce en su Evangelio la lista de los Doce Apóstoles, que tam-
bién en los otros dos Evangelios sinópticos y en los Hechos se inicia con
el nombre de Simón352. Esta lista, dotada de gran fuerza testimonial, y
otros pasajes evangélicos353 muestran con claridad y simplicidad que el
canon neotestamentario ha recibido las palabras de Cristo relativas a
Pedro y a su rol en el grupo de los Doce354.
Por ello, ya en las primeras comunidades cristianas, como también
más tarde en toda la Iglesia, la imagen de Pedro ha permanecido fijada
como aquella del Apóstol que, a pesar de su debilidad humana, fue
constituido expresamente por Cristo en el primer lugar entre los Doce y
llamado a desarrollar en la Iglesia una propia y específica función. Él es
la roca sobre la cual Cristo edificará su Iglesia355; es aquel que, una vez
convertido, permanecerá firme en la fe y confirmará a los hermanos356;
es, en fin, el Pastor que guiará a la entera comunidad de los discípulos
del Señor357. En la figura, en la misión y en el ministerio de Pedro, en su
presencia y en su muerte en Roma –testimoniada por la más antigua

352
Cfr. Mc 3,16; Lc 6,14; He 1,13.
353
Cfr. Mt 14,28–31; 16,16–23 y par.; 19,27–29 y par.; 26,33–35 y par.; Lc 22,32; Jn
1,42; 6,67–70; 13,36–38; 21,15–19.
354
El testimonio a favor del ministerio petrino se encuentra en todas las expresio-
nes, aun diferentes, de la tradición neotestamentaria, tanto en los Sinópticos –con ras-
gos diversos en Mateo y Lucas, al igual que en Marcos– como en el cuerpo paulino y en
la tradición joánica, siempre con elementos originales, diferentes en lo que atañe a los
aspectos narrativos pero profundamente concordantes en su significado esencial. Se
trata de un signo de que la realidad petrina fue considerada un dato constitutivo de la
Iglesia.
355
Cfr. Mt 16,18.
356
Cfr. Lc 22,32.
357
Cfr. Jn 21,15–17. Sobre el testimonio neotestamentario acerca del Primado, véase
también la JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Ut unum sint», 90ss.

235
Carlos Miguel Buela

tradición literaria y arqueológica– la Iglesia contempla una profunda


realidad, que está en relación esencial con su mismo misterio de comu-
nión y salvación: «Ubi Petrus, ibi ergo Ecclesia»358.
La Iglesia, desde los inicios y con creciente claridad, ha entendido
que, como existe la sucesión de los Apóstoles en el ministerio de los
Obispos, del mismo modo también el ministerio de la unidad, confiado
a Pedro, pertenece a la perenne estructura de la Iglesia de Cristo y que
esta sucesión está fijada en la sede de su martirio.

Pedro, perpetuo y visible fundamento de la unidad


Basándose en el testimonio del Nuevo Testamento, la Iglesia Católica
enseña, como doctrina de fe, que el Obispo de Roma es el Sucesor de
Pedro en su servicio primacial en la Iglesia universal359; esta sucesión
explica la preeminencia de la Iglesia de Roma360, enriquecida también
por la predicación y por el martirio de San Pablo.
En el plan divino sobre el Primado como «oficio confiado personal-
mente por el Señor a Pedro, príncipe de los Apóstoles, para que fuera
transmitido a sus sucesores»361, se manifiesta ya la finalidad del carisma
petrino, o bien «unidad de fe y de comunión»362 de todos los creyentes.
El Romano Pontífice de hecho, como Sucesor de Pedro, es «perpetuo y
visible principio y fundamento de la unidad tanto de los Obispos como

358
SAN AMBROSIO DE MILÁN, Enarra. in Ps., 40,30: PL 14,1134.
359
Cfr., por ejemplo, SAN SIRICIO I, carta Directa ad decessorem, 10 de febrero del año
385: DH 181; II CONCILIO DE LYON, Professio fidei de Miguel Paleólogo, 6 de julio de 1274:
DH 81; CLEMENTE VI, carta Super quibusdam, 29 de septiembre de 1351: DH 1053;
CONCILIO DE FLORENCIA, bula Laetentur caeli, 6 de julio de 1439: DH 1307; PÍO IX, Carta
Encíclica «Qui pluribus», 9 de noviembre de 1846: DH 2781; CONCILIO VATICANO I,
Constitución dogmática «Pastor aeternus», cap. 2: DH 3056–3058; CONCILIO ECUMÉNICO
VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», nn. 21–23;
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 882; etc.
360
Cfr. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Epist. ad Romanos, Intr.: SChr 10, 106–107; SAN
IRENEO DE LYON, Adv. Haer., III, 3, 2: SChr 211, 32–33.
361
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 20.
362
CONCILIO VATICANO I, Constitución Dogmática «Pastor aeternus», proemio: DH
3051; Cfr. SAN LEÓN I MAGNO, Tract. in Natale eiusdem, IV, 2: CCL 138, 19.

236
Las Servidoras

de la multitud de los fieles»363, y por ello él tiene una gracia ministerial


específica para servir esa unidad de fe y de comunión que es necesaria
para el cumplimiento de la misión salvífica de la Iglesia364.

El Obispo de Roma responde a la voluntad de Cristo


La Constitución «Pastor aeternus» del Concilio Vaticano I indicó en
el prólogo la finalidad del Primado, dedicando luego el núcleo del texto
a exponer el contenido o ámbito de su potestad propia. El Concilio
Vaticano II, por su parte, reafirmando y completando las enseñanzas del
Vaticano I365 ha tratado principalmente el tema de la finalidad, dando
particular atención al misterio de la Iglesia como «Corpus
Ecclesiarum»366. Tal consideración permitió acentuar en modo relevante
y con mayor claridad que la función primacial del Obispo de Roma y la
función de los otros Obispos no se encuentran enfrentadas sino en una
originaria y esencial armonía367.
Por ello, «cuando la Iglesia Católica afirma que la función del Obispo
de Roma responde a la voluntad de Cristo, ella no separa esta función
de la misión confiada al conjunto de los Obispos, también ellos “vicarios

363
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 23; cfr. CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor Aeternus», proe-
mio: DH 3051; JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Ut unum sint», 88; PÍO IX, carta del Santo
Oficio a los Obispos de Inglaterra, 16 de septiembre de 1864: DH 2888; LEÓN XIII, Carta
Encíclica «Satis cognitium», 29 de junio de 196: DH 3305–3310.
364
Cfr. Jn 17,21–23; CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el Ecumenismo
«Unitatis redintegratio», 1; PABLO VI, Exhortación Apostólica «Evangelii nuntiandi», 8 de
diciembre de 1975, n. 77: AAS 68 (1976) 69; JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum
sint», 98.
365
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 18.
366
Ibidem, 23.
367
Cfr. CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor Aeternus», 3: DH 3061;
Declaración colectiva de los Obispos alemanes, enero–febrero de 1875: DH 3112–3113;
LEÓN XIII, Carta encíclica «Satis cognitum», 29 de junio de 1896: DH 3310; CONCILIO
ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 27.
Como explicó PÍO IX en la Alocución después de la promulgación de la Constitución dog-
mática «Pastor Aeternus»: “Summa ista Romani Pontificis auctoritas, venerabiles fratres, non
opprimit sed adiuvat, non destruit sed aedificat, et saepissime confirmat in dignitate, unit in
caritate, et fratrum, scilicet episcoporum, jura firmat atque tuetur” (Mansi, 52, 1336, A/B).

237
Carlos Miguel Buela

y legados de Cristo”368. El Obispo de Roma pertenece a su colegio y ellos


son sus hermanos en el ministerio»369. Se debe también afirmar, recípro-
camente, que la colegialidad episcopal no se contrapone al ejercicio per-
sonal del Primado ni lo debe relativizar.

Cada Iglesia particular lleva en sí la apertura hacia la unidad


Todos los Obispos son sujetos de la «solicitud por todas las Iglesias» 370

–«sollicitudo omnium Ecclesiarum»– en cuanto miembros del Colegio


episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles, del cual ha formado
parte también la extraordinaria figura de San Pablo. Esta dimensión uni-
versal de su «episkophv» (episkopé – vigilancia) es inseparable de la
dimensión particular relativa a los oficios que les han sido confiados371.
En el caso del Obispo de Roma –Vicario de Cristo según el modo
propio de Pedro como Cabeza del Colegio de los Obispos372– la «sollici-
tudo omnium Ecclesiarum» adquiere una fuerza particular porque es
acompañada de la plena y suprema potestad en la Iglesia373: una potes-
tad realmente episcopal, no sólo suprema, plena y universal, sino tam-
bién inmediata, sobre todos, tanto sobre los pastores como los otros fie-
les374. El ministerio del Sucesor de Pedro, por lo tanto, no es un servicio
que alcance solamente a toda Iglesia particular desde fuera, sino que
está inscrito en el corazón de cada Iglesia particular, en la cual «está real-
mente presente y actúa la Iglesia de Cristo»375, y por esto lleva en sí la

368
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 27.
369
JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum sint», 95.
370
2Cor 11,28.
371
La prioridad ontológica que la Iglesia universal, en su misterio esencial, tiene con
respeto a toda Iglesia particular (cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta
Communionis notio –28 de mayo de 1992– 9) subraya también la importancia de la
dimensión universal del ministerio de cada obispo.
372
Cfr. CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor aeternus», 3: DH 3059;
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 22; CONCILIO DE FLORENCIA, bula «Laetentur caeli», 6 de julio de 1439: DH 1307.
373
Cfr. CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor aeternus», 3: DH
3060.3064.
374
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 22.
375
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el deber pastoral de los obispos
«Christus Dominus», 11.

238
Las Servidoras

apertura al ministerio de la unidad. Esta interioridad del ministerio del


Obispo de Roma en relación con cada Iglesia particular es también
expresión de la mutua interioridad entre Iglesia universal e Iglesia parti-
cular376.
El Episcopado y el Primado, recíprocamente enlazados e insepara-
bles, son de institución divina. Históricamente han surgido, instituidas
por la Iglesia, formas de organización eclesiástica en las cuales se ejerci-
ta también un principio de primacía. En particular, la Iglesia Católica es
bien consciente de la función de las sedes apostólicas en la Iglesia anti-
gua, especialmente de aquellas consideradas –Antioquía y Alejandría–
como puntos de referencia de la Tradición Apostólica, alrededor de las
cuales se ha desarrollado el sistema patriarcal; este sistema pertenece a
la guía de la Providencia ordinaria de Dios sobre la Iglesia, y lleva en sí,
desde los inicios, el nexo con la tradición petrina377.

3. EL EJERCICIO DEL PRIMADO Y SUS MODALIDADES


Siervo de los Siervos de Dios
El ejercicio del ministerio petrino debe ser entendido –para que
«nada pierda de su autenticidad y transparencia»378– a partir del
Evangelio, o bien por su esencial inserción en el misterio salvífico de
Cristo y en la edificación de la Iglesia. El Primado difiere en su propia
esencia y en su ejercicio de los oficios de gobierno vigentes en las socie-
dades humanas379: no es un oficio de coordinación ni de presidencia, ni
se reduce a un Primado de honor, ni puede ser concebido como una
monarquía de tipo político.
El Romano Pontífice está –como todos los fieles– sometido a la Palabra
de Dios, a la fe católica y es garante de la obediencia de la Iglesia y, en este
sentido, «servus servorum». Él no decide según su propio arbitrio, sino que

376
Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Communionis notio, 13.
377
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 23; Decreto sobre las Iglesias orientales católicas «Orientalium Ecclesiarum», nn.
7.9.
378
JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum sint», 93.
379
Cfr. Ibidem, 94.

239
Carlos Miguel Buela

da voz a la voluntad del Señor, que habla al hombre en la Escritura vivida


e interpretada por la Tradición, en otros términos, la vigilancia («episkopé»)
del Primado tiene los límites que proceden de la ley divina y de la inviola-
ble constitución divina de la Iglesia, contenida en la Revelación380. El
Sucesor de Pedro es la roca que, contra la arbitrariedad y el conformis-
mo, garantiza una rigurosa fidelidad a la Palabra de Dios: continúa de
este modo el carácter martirológico de su Primado.

Las características del ejercicio del Primado


Deben ser comprendidas sobre todo a partir de dos premisas funda-
mentales: La unidad del Episcopado y el carácter episcopal del Primado
mismo.
Siendo el Episcopado una realidad «una e indivisa»381, el Primado del
Papa comporta la facultad de servir efectivamente a la unidad de todos
los Obispos y de todos los fieles y «se ejercita a varios niveles, que se
refieren a la vigilancia sobre la transmisión de la Palabra, sobre la cele-
bración sacramental y litúrgica, sobre la misión, sobre la disciplina y
sobre la vida cristiana»382; en estos niveles, por voluntad de Cristo, todos
en la Iglesia, los Obispos y los demás fieles, deben obediencia al Sucesor
de Pedro, el cual es también garante de la legítima diversidad de ritos,
disciplinas y estructuras eclesiásticas entre Oriente y Occidente.
El Primado del Obispo de Roma, considerado su carácter episcopal,
se explica, en primer lugar, en la transmisión de la Palabra de Dios; por
ello incluye una específica y particular responsabilidad en la misión
evangelizadora383, dado que la comunión eclesial es una realidad esen-
cialmente destinada a expandirse: «Evangelizar es la gracia y la vocación
propia de la Iglesia, su identidad más profunda»384.

380
Declaración colectiva de los Obispos alemanes, enero–febrero de 1875: DH 3114.
381
CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor aeternus», 3: DH 3051.
382
JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum sint», 94.
383
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
«Lumen Gentium», 23; LEÓN XIII, Carta encíclica «Grande munus», 30 de septiembre de
1880: ASS 13 (1880) 145; CIC c. 782 §1.
384
PABLO VI, Exhortación apostólica «Evangelii nuntiandi», 14. Cfr. CIC c. 781.

240
Las Servidoras

Enseñar
La tarea episcopal que el Romano Pontífice tiene en relación con la
transmisión de la Palabra de Dios se extiende también al interior de toda
la Iglesia. Como tal, es un oficio magisterial supremo y universal385; es
una función que implica un carisma: una especial asistencia del Espíritu
Santo al Sucesor de Pedro, que también incluye, en ciertos casos, la pre-
rrogativa de la infalibilidad386. Como «todas las Iglesias están en comu-
nión plena y visible, porque todos los pastores están en comunión con
Pedro, y así en la unidad de Cristo»387, del mismo modo los Obispos son
testigos de la verdad divina y católica cuando enseñan en comunión con
el Romano Pontífice388.

Regir
Junto con la función magisterial del Primado, la misión del Sucesor
de Pedro sobre toda la Iglesia comporta la facultad de realizar los actos
de gobierno eclesiástico necesarios o convenientes para promover y
defender la unidad de la fe y de la comunión; entre éstos se debe con-
siderar, como ejemplos: dar el mandato para la ordenación de nuevos
Obispos, exigir de ellos la profesión de fe católica; ayudar a todos a
mantenerse en la fe profesada.
Como es obvio, existen muchos otros posibles modos, más o menos
contingentes, de desarrollar este servicio para la unidad: emanar leyes
para toda la Iglesia, establecer estructuras pastorales al servicio de diver-
sas Iglesias particulares, dotar de fuerza vinculante las decisiones de los
Concilios particulares, aprobar institutos religiosos supra-diocesanos, etc.
Por el carácter supremo de la potestad del Primado, no hay instancia
alguna a la cual el Romano Pontífice deba responder jurídicamente
sobre el ejercicio del don recibido: «prima sedes a nemine iudicatur»389.

385
Cfr. CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor aeternus», 4: DH
3065–3068.
386
Cfr. ibidem: DH 3073–3074; CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dog-
mática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 25; CIC c. 749 §1.; Código de cánones de las
Iglesias orientales, c. 579, §1.
387
JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum sint», 94.
388
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 25.
389
CIC c. 1404; Código de cánones de las Iglesias orientales, c. 1058; cfr. CONCILIO
VATICANO I, Constitución dogmática «Pastor aeternus», 3: DH 3063.

241
Carlos Miguel Buela

No obstante, ello no significa que el Papa tenga un poder absoluto.


Escuchar la voz de las Iglesias es, de hecho, un signo del ministerio de
la unidad, una consecuencia también de la unidad del Cuerpo episco-
pal y del «sensus fidei» del entero Pueblo de Dios; y este vínculo apare-
ce sustancialmente dotado de mayor fuerza y seguridad que por las ins-
tancias jurídicas –hipótesis por otro lado improponible, porque es caren-
te de fundamento– a las cuales el Romano Pontífice debería responder.
La última e inderogable responsabilidad del Papa encuentra la mejor
garantía, por una parte, en su inserción en la Tradición y la comunión
fraterna y, por otra, en la confianza en la asistencia del Espíritu Santo
que gobierna la Iglesia.

y Santificar
La unidad de la Iglesia, al servicio de la cual se pone de modo sin-
gular el ministerio del Sucesor de Pedro, alcanza la más alta expresión
en el Sacrificio Eucarístico, el cual es centro y raíz de la comunión ecle-
sial; comunión que se funda incluso necesariamente sobre la unidad del
Episcopado. Por ello, «toda celebración de la Eucaristía es realizada no
sólo en unión con el propio Obispo, sino también con el Papa, con el
orden episcopal, con todo el clero y con el pueblo entero. Toda celebra-
ción válida de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro
y con la Iglesia entera, o la reclama objetivamente»390, como en el caso
de las Iglesias que no están en plena comunión con la Sede Apostólica.
«La Iglesia peregrinante, lleva en sus sacramentos y en sus institucio-
nes, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que
pasa»391. También por esto, la naturaleza inmutable del Primado del
Sucesor de Pedro se ha expresado históricamente a través de modali-
dades de ejercicio adecuadas a las circunstancias de una Iglesia peregri-
nante en este mundo cambiante. Los contenidos concretos de su ejer-
cicio caracterizan al ministerio petrino en la medida en que expresan
fielmente la aplicación a las circunstancias de lugar y de tiempo de las

390
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Communionis notio, 14; cfr.
Catecismo de la Iglesia católica, n. 1369.
391
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 48.

242
Las Servidoras

exigencias de la finalidad última que le es propia (la unidad de la


Iglesia). La mayor o menor extensión de tales contenidos concretos
dependerá en cada época histórica de la «necessitas Ecclesiae». El
Espíritu Santo ayuda a la Iglesia a conocer esta «necessitas» y el Romano
Pontífice, escuchando la voz del Espíritu en las Iglesias, busca la respues-
ta y la ofrece cuando y como lo considera oportuno.
Como consecuencia, no es buscando el mínimo de atribuciones ejer-
citadas en la historia como se puede determinar el núcleo de la doctrina
de la fe sobre las competencias del Primado. Por eso, el hecho de que
una determinada tarea haya sido cumplida por el Primado en una cier-
ta época no significa por sí sola que tal tarea deba necesariamente estar
siempre reservada al Romano Pontífice; y viceversa: el solo hecho de
que una determinada función no haya sido ejercitada previamente por
el Papa no autoriza a concluir que tal función no pueda en algún modo
ejercitarse en el futuro como competencia del primado.
En todo caso, es fundamental afirmar que el discernimiento sobre la
congruencia entre la naturaleza del ministerio petrino y las eventuales
modalidades de su ejercicio, es un discernimiento que debe realizarse «in
Ecclesia», o sea bajo la asistencia del Espíritu Santo y en diálogo frater-
no del Romano Pontífice con los otros Obispos, según las exigencias
concretas de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, es evidente que sólo el
Papa (o el Papa con el Concilio ecuménico) tiene, como Sucesor de
Pedro, la autoridad y la competencia para decir la última palabra sobre
las modalidades de ejercicio del propio ministerio pastoral en la Iglesia
universal.

Conclusiones
Al recordar los puntos esenciales de la doctrina católica sobre el
Primado del Sucesor de Pedro, la Congregación para la Doctrina de la
Fe está segura de que la reafirmación autorizada de tales adquisiciones
doctrinales ofrece mayor claridad sobre la vía a seguir. Tal reclamo es
útil, de hecho, también para evitar las recaídas siempre nuevamente
posibles en las parcialidades y en las unilateralidades ya rechazadas por
la Iglesia en el pasado (febronianismo, galicanismo, ultramontanismo,
conciliarismo, etc.). Y, sobre todo, viendo el ministerio del «Siervo de los
siervos de Dios» como un gran don de la misericordia divina a la Iglesia,
encontraremos todos –con la gracia del Espíritu Santo– el impulso para

243
Carlos Miguel Buela

vivir y custodiar fielmente la efectiva y plena unión con el Romano


Pontífice en el caminar cotidiano de la Iglesia según el modo querido por
Cristo392.
La plena comunión querida por el Señor entre los que se confiesan
sus discípulos exige el reconocimiento común de un ministerio eclesial
universal «en el cual todos los obispos se reconozcan unidos en Cristo y
todos los fieles encuentren la confirmación de la propia fe»393. La Iglesia
Católica profesa que este ministerio es el ministerio primacial del
Romano Pontífice, Sucesor de Pedro, y sostiene con humildad y firmeza
«que la comunión de las Iglesias particulares con la Iglesia de Roma, y
de sus Obispos con el Obispo de Roma, es un requisito esencial –en el
designio de Dios– de la comunión plena y visible»394. No han faltado en
la historia del Papado errores humanos y carencias también graves:
Pedro mismo, de hecho, reconocía él ser un pecador395. Pedro, hombre
débil, fue elegido como roca, precisamente para que fuese evidente que
la victoria es solamente de Cristo y no resultado de las fuerzas humanas.
El Señor quiso llevar en vasos frágiles396 el propio tesoro a través de los
tiempos: así la fragilidad humana se ha vuelto signo de la verdad de las
promesas divinas.
¿Cuándo y cómo se alcanzará la tan deseada meta de la unidad de
todos los cristianos? «¿Cómo obtenerlo? Con la esperanza en el Espíritu,
que sabe alejar de nosotros los espectros del pasado y las memorias
dolorosas de la separación; Él nos concede lucidez, fuerza y valor para
emprender los pasos necesarios de modo que nuestro compromiso sea
siempre más auténtico»397. Estamos todos invitados a confiarnos al
Espíritu Santo, a confiarnos a Cristo, confiándonos a Pedro.
Firman este decreto el Prefecto de la Congregación para la Doctrina
de la fe, Cardenal Joseph Ratzinger, y Mons. Tarcisio Bertone, Arzobispo
emérito de Vercelli, Secretario. Pidamos a la Santísima Virgen, crecer en
amor y fidelidad a la Iglesia de Jesucristo, hoy y siempre.

392
Cfr. Ibidem, 15.
393
JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum sint», 97.
394
Ibidem, 94.
395
Cfr. Lc 5,8.
396
Cfr. 2Cor 4,7.
397
JUAN PABLO II, Carta encíclica «Ut unum sint», 102.

244
Las Servidoras

6. EL MULTIFACÉTICO PEDRO

Hoy celebra la Iglesia el santo martirio de los dióscuros cristianos,


Pedro y Pablo, que en Roma dieron el supremo testimonio de Jesucristo
derramando su sangre por Él. Por razón de tiempo casi exclusivamente
me referiré al multifacético Pedro. Lo haré en forma de florilegio.

1. Pescador
Caminando (Jesús) por la ribera del mar de Galilea vio a dos herma-
nos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el
mar, pues eran pescadores… (Mt 4,18).

2. Esposo
Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con
fiebre (Mt 8,14).

3. Elegido
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían
oído a Juan y habían seguido a Jesús. Éste se encuentra primeramente
con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» –que
quiere decir Cristo. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en
él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» –que
quiere decir, «Piedra» (Jn 1,41–42).

4. Discípulo
Tomando Pedro la palabra, le dijo: «Explícanos la parábola…» (Mt
15,15).

5. Testigo
En el monte Tabor: Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se
transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus

245
Carlos Miguel Buela

vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron


Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo
a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tien-
das, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mt 17,1–4).
En el monte de los Olivos, en Getsemaní: Y tomando consigo a Pedro
y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos
aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra,
y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero
no sea como yo quiero, sino como quieras tú». Viene entonces donde los
discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «¿Conque no habéis
podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en
tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt
26,37–41).
En el monte Gareb: Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encami-
naron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió
por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se incli-
nó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón
Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el
sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un
lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había lle-
gado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían
comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los
muertos (Jn 20,3–9).

6. Apóstol
Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, lla-
mado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su her-
mano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago
el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo
que le entregó. A estos doce envió Jesús…(Mt 10,2–5).

7. Hagiógrafo
Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la
Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos
según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora

246
Las Servidoras

del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. A


vosotros gracia y paz abundantes (1Pe 1,2).
Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia
de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan
preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por el
conocimiento de nuestro Señor (2Pe 1,2).

8. Taumaturgo
Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y
ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa
para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Éste, al ver a
Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: «Míranos». Él
les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: «No
tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo,
el Nazareno, ponte a andar». Y tomándole de la mano derecha le levan-
tó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y de un salto se puso
en pie y andaba. Entró con ellos en el Templo andando, saltando y ala-
bando a Dios (He 3,2–8).
Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una
multitud de hombres y mujeres... hasta tal punto que incluso sacaban los
enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al
pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acu-
día la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y
atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados (He
5,14–16).
Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visi-
tar a los santos que habitaban en Lida. Encontró allí a un hombre llama-
do Eneas, tendido en una camilla desde hacía ocho años, pues estaba
paralítico. Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te cura; levántate y arregla tu
lecho» Y al instante se levantó (He 9,32–34).
Había en Joppe una discípula llamada Tabitá, que quiere decir
Dorcás. Era rica en buenas obras y en limosnas que hacía. Por aquellos
días enfermó y murió. La lavaron y la pusieron en la estancia superior.
Lida está cerca de Joppe, y los discípulos, al enterarse que Pedro estaba
allí, enviaron dos hombres con este ruego: «No tardes en venir a

247
Carlos Miguel Buela

nosotros». Pedro partió inmediatamente con ellos. Así que llegó le hicie-
ron subir a la estancia superior y se le presentaron todas las viudas llo-
rando y mostrando las túnicas y los mantos que Dorcás hacía mientras
estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; des-
pués se volvió al cadáver y dijo: «Tabitá, levántate». Ella abrió sus ojos y
al ver a Pedro se incorporó. Pedro le dio la mano y la levantó (He
9,36–41).

9. Predicador
Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les
dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien
claro y prestad atención a mis palabras…» «Israelitas, escuchad estas
palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre
vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio
entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado
según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros
le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues,
Dios le resucitó…» (He 2,14–15.22–24).

10. Papa
La promesa del Primado: Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy
yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás,
porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán con-
tra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la
tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos» (Mt 16,15–19).
La investidura del Primado: Después de haber comido, dice Jesús a
Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corde-
ros». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le
dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis
ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se
entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y

248
Las Servidoras

le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús:


«Apacienta mis ovejas» (Jn 20,15–17).
Ejerce el Primado: Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en
medio de los hermanos –el número de los reunidos era de unos ciento
veinte– y les dijo: «Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura
en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había hablado…» (He
1,15–16).

11. Mártir
«En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñí-
as, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus
manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Con esto indi-
caba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios (Jn 20,18–19).
Una nube de testigos398 habla del martirio de los Príncipes de los
Apóstoles, así:
El Papa San Clemente Romano, de quien decía San Ireneo de Lyón:
«...en tercer lugar, a partir de los Apóstoles, hereda el episcopado
Clemente, que también había visto a los bienaventurados Apóstoles y
tratado con ellos, y todavía tenía resonándole en sus oídos la predica-
ción de los Apóstoles y delante de los ojos su tradición»399, afirmaba: «Por
emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísi-
mas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte.
Pongamos ante nuestros ojos a los santos Apóstoles.
A Pedro, quien, por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni
dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio, mar-
chó al lugar de la gloria que le era debido.
Por la envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia.
Por seis veces fue cargado de cadenas; fue desterrado, apedreado;
hecho heraldo de Cristo en Oriente y Occidente, alcanzó la noble fama
de su fe; y después de haber enseñado en todo el mundo la justicia y
haber llegado hasta el límite de Occidente y dado su testimonio ante los

398
Todas las citas, salvo las de San Agustín, están tomadas de Actas de los Mártires,
BAC (Madrid 1974) 226ss.
399
SAN IRENEO, Adv. haer. III, 3, 3, y EUSEBIO, Hist. Eccles. V, 6, 1–3.

249
Carlos Miguel Buela

príncipes, salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos


el más alto dechado de paciencia»400.
San Dionisio de Corintio: «Y, en efecto, habiendo ambos plantado en
esta nuestra ciudad de Corinto, también a vosotros os enseñaron, y
ambos, igualmente, después de enseñar juntos en Italia, sufrieron por el
mismo tiempo el martirio»401.
Tertuliano: «¡Feliz Iglesia ésta, sobre la que derramaron los apóstoles,
juntamente con su sangre, toda su doctrina! Allí Pedro igualó la Pasión
del Señor; allí Pablo fue coronado con la muerte de Juan Bautista; allí
el apóstol Juan, después de ser sumergido en aceite hirviendo, sin sufrir
daño, fue relegado a la isla»402.
«Leemos en la Vida de los Césares: Nerón fue el primero en ensan-
grentar la fe cuando crecía en Roma. Entonces Pedro es ceñido por otro,
cuando es atado a la cruz. Entonces Pablo es, por nacimiento de ciuda-
danía romana, cuando renace por nobleza del martirio»403.
«Veamos... qué leen los filipenses, los tesalonicenses, los efesios; qué
suenan ahí cerca los romanos, a quienes Pedro y Pablo dejaron el
Evangelio hasta firmado con su sangre»404.
Orígenes: «Parece que Pedro predicó en el Ponto, en Bitinia,
Capadocia y Asia a los judíos de la dispersión. Venido, hacia el fin de su
vida, a Roma, allí fue crucificado cabeza abajo, por haber pedido él
mismo sufrir este modo de martirio. ¿Y qué hablar de Pablo? Llevó el
Evangelio de Cristo desde Jerusalén al Ilírico, y sufrió luego el martirio
en Roma bajo Nerón»405.
Cayo, presbítero romano (escribe entre 198–217): «Yo puedo señalar
los trofeos o sepulcros de los Apóstoles. En efecto, si quieres venir al
Vaticano o a la Vía Ostiense, hallarás los trofeos de los que asentaron
esta Iglesia»406.
Porfirio Neoplatónico (muere en Roma el 303), enemigo de
Jesucristo: «Veamos aquello que se dice a Pablo: Dijo en visión el Señor

400
SAN CLEMENTE ROMANO, Carta primera a los Corintios, V, 1–3; VI.
401
SAN DIONISIO DE CORINTO, EUS, HE II, 25, 8.
402
TERTULIANO, De praescriptione, 36, 1–3.
403
TERTULIANO, Scorpiace, 15, 2–5.
404
TERTULIANO, Adv. Marcionem, 4, 5, 2.
405
ORÍGENES, EUS., HE, III, 1, 1–3.
406
Cayo, presbítero romano, EUS., HE, II, 25, 5–7.

250
Las Servidoras

por la noche a Pablo: “No temas, sino habla, pues yo estoy contigo y
nadie te echará encima las manos para dañarte” (He 18,9). Y a este fan-
farrón, apenas llega a Roma, se le prende y corta la cabeza, a él, que
decía: A los mismos ángeles juzgaremos. Es más, el mismo Pedro, que
tuvo potestad de apacentar a los corderos, clavado en una cruz, muere
empalado»407.
Eusebio de Cesarea (muere el 340): «Cuando los santísimos apósto-
les Pedro y Pablo fueron coronados, en el combate por Cristo, con la
corona del martirio»408.
Lactancio: «Así, siendo el primero en perseguir a los siervos de Dios,
a Pedro le clavó en la cruz y a Pablo le pasó a espada»409.
Orosio: «Empeñado en extirpar el nombre mismo de los cristianos,
de los beatísimos apóstoles de Cristo Pedro y Pablo, a uno le mandó a
clavar en cruz, al otro lo pasó al filo de espada»410.
Sulpicio Severo: «Muchos eran crucificados o quemados vivos»411.
«Entonces fueron condenados a muerte Pedro y Pablo. A Pablo le cor-
taron a espada el cuello; a Pedro lo levantaron en una cruz»412.
San Agustín: «Hubo de sufrir cadenas, azotes, cárceles y naufragios.
El Señor mismo le procuró la pasión y lo condujo a la gloria de este día.
En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos
eran una unidad (“duo unum erant”); aunque padeciesen en distintas
fechas, eran una unidad. Pedro fue delante, Pablo detrás»413.
«Pedro, por tanto, fue el primero de los apóstoles, y Pablo el último;
Dios, en cambio, de quien ellos eran siervos, heraldos y predicadores, es
el primero y el último. Pedro es el primero de los apóstoles, y Pablo el
último: Dios es el primero y el último, antes de quien no hay nada, ni
tampoco después. Dios, pues, se presenta a sí mismo como el primero
y el último por su eternidad, unió en la pasión al primero y al último de

407
Texto conservado en la obra de MACARIO MAGNES, editada por A. Harnack, TU 37,
4 (1911) 74: cfr. Kirch, FE, p. 200, n. 328.
408
EUSEBIO DE CESAREA, Chron., 2, 2.084, ad a. Chr.70.
409
LACTANCIO, De Mort. Pers., 2, 4–6.
410
OROSIO, Historiarum ad. pag., VII, 7, 10.
411
SULPICIO SEVERO, Chronicorum, 3, 29.
412
Ibidem.
413
SAN AGUSTÍN, Sermón 295 VII; cit. en Obras Completas de San Agustín, XXV, BAC
(Madrid 1984) 264.

251
Carlos Miguel Buela

los apóstoles. Las pasiones de uno y otro se aúnan en la fecha de cele-


bración, del mismo modo que a sus vidas las aúna la caridad»414.
«El merecimiento hizo igual la pasión, y la caridad hizo que coinci-
dieran en el día. Así lo hizo en ellos quien en ellos estaba y en ellos y
con ellos padecía, quien ayuda a los combatientes y corona a los vence-
dores»415.

12. Santo
Del otro lado del Tévere (el río Tíber), sobre el cementerio
judeo–cristiano de la colina Vaticana, se alza majestuosa la Basílica de
Miguel Ángel y Maderno, que cobija en sus entrañas el sepulcro y los
huesos del primero de los Apóstoles. Es el centro de la Cristiandad que
recibe el mayor número de peregrinos por año. Cobija las reliquias de
alguien que fue muy santo.

13. Sucesores
El único de los Doce que transmite a sus Sucesores sus poderes es
Pedro. De él brota una cadena ininterrumpida de 264 Obispos de Roma,
hasta el actual, Juan Pablo II. Todos Cabezas visibles de la Iglesia Una,
Santa, Católica y Apostólica. Y así, Pedro y Pablo, sobre todo con su
martirio, dan brillo y lustre a la Iglesia de Roma y a sus Obispos, y a su
vez, los que han encabezado la Iglesia que guarda sus trofeos, han
hecho refulgir, de manera inigualable, el clarividente testimonio de
aquellos dos gigantes que eran uno: «duo unum erant». Y todos jun-
tos, los 264 Obispos de Roma, Sucesores de Pedro, forman un inmenso
coro de alabanza y testimonio de la preeminencia sin par de Jesucristo,
de Quien han sido Vicarios sobre la tierra.
Que la «Salus Populi Romani», desde el monte Esquilino, proteja
siempre al que vive en el monte Vaticano, custodiando la fe y los huesos
del primer Papa, del primer Padre de los Padres. Y nos consiga la gracia
de la fidelidad a Pedro.

414
SAN AGUSTÍN, Sermón 299; cit. en Obras Completas de San Agustín, XXV, BAC
(Madrid 1984) 302.
415
SAN AGUSTÍN, Sermón 299A; cit. en Obras Completas de San Agustín, XXV, BAC
(Madrid 1984) 320.

252
Las Servidoras

7. LOS TRES GRANDES TESTIGOS

Queridos hermanos:
Nos encontramos en este ambiente subyugante del más importante
Templo de la cristiandad, no tanto por sus dimensiones monumentales,
ni siquiera por los grandes tesoros artísticos que la ornamentan, sino por
dos razones fundamentales: primera razón, porque aquí está el sepulcro
y los huesos de San Pedro, y, segunda razón, porque aquí pervive Pedro
en la persona del Papa.
Quiero desarrollar este sermón en tres puntos.

1. San Pedro
No puedo evitar hablar aquí de aquello que hace que este lugar sea
grandioso, y es el hecho de que, a plomada de la cúpula de Miguel
Ángel hay una tumba.
Hagamos mentalmente un recorrido. Por encima de todo está la
cúpula de Miguel Ángel. Más abajo el baldaquino de Bernini, luego,
sobre el nivel donde nos encontramos, el altar del Papa Clemente VIII,
quien lo consagró hace 404 años (un bloque de mármol hermoso del
Foro de Nerva, cerca de la Torre dei Conti en el Foro Romano). Más
abajo está el altar del Papa Calixto II, del siglo XII, a nivel de la Basílica
Constantiniana –casi a nivel de la Cripta de los Papas–, que cubre otro
altar, más antiguo aún, el de San Gregorio Magno, del siglo VI, que se
puede ver en la Capilla Clementina. Todavía un poco más abajo está la
Memoria constantiniana y finalmente el «trofeo de Gaio». Gaio fue un
presbítero romano del siglo II, quien en una carta que le escribe al
montanista Proclo, según narra Eusebio de Cesarea416, le dice: «Yo
puedo indicarte el trofeo de los Apóstoles. Si vas al Vaticano o a la vía
Ostiense, encontrarás el trofeo de los que han fundado esta Iglesia». Se
llama a la sepultura «trofeo» porque la tumba recuerda que ese que
murió va a resucitar, y que, al ser mártir, ya triunfó porque se ganó el
cielo. Por eso «tropaio», «trofeo».

416
Historia Eclesiástica, II, 25.

253
Carlos Miguel Buela

«Si vas al Vaticano... ». Y estamos justo en la Colina Vaticana, que los


hombres del tiempo del emperador Constantino tuvieron en parte que
allanar y en parte que rellenar, a pesar de que había un cementerio, por-
que quisieron levantar la Basílica Constantiniana sobre el mismo sepul-
cro de San Pedro417.

2. San Pablo
En segundo lugar decía también el presbítero Gaio: «Si vas a la vía
Ostiense...», en clara alusión al sepulcro de Pablo. Y ambos, Pedro y
Pablo, son los que han fundado esta Iglesia de Roma.
Quiero recordar, por razones que después se verán, cómo Pablo llegó
a Roma. Después del viaje por mar, que terminó con el naufragio en las
costas de la isla de Malta luego de 14 días de temporal, y habiendo per-
manecido por tres meses en esa isla, se hace de nuevo a la mar en un
barco alejandrino que lo lleva primero a Siracusa, donde se queda tres
días. Después, costeando, llega a Reggio Calabria y un día más tarde, a
Pozzuoli, donde desembarca y permanece siete días. Sigue diciendo el
libro de los Hechos de los Apóstoles: Así llegamos a Roma. De allí, los
hermanos que supieron de nosotros nos vinieron al encuentro hasta el
Foro de Apio y Tres Tabernas418. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y
cobró ánimo. Cuando entramos en Roma permitieron a Pablo morar en
casa propia... (He 28,15–16).
Quiero hacer notar que la nave alejandrina en la cual se embarca
Pablo en Malta para llegar a Roma era una nave que había invernado
en la isla, y que llevaba por insignia los Dióscuros (He 28,11).
Dióscuros419 es una forma combinada griega de Dios kouroi, «los hijos
de Zeus». Es decir, los Dióscuros eran en la mitología griega Castor y
Polux, los Gemelos, los Mellizos. Castor era reverenciado por su destre-
za ecuestre y Polux (Polydeukes) era el patrono de los gladiadores, es
decir, de los hombres de lucha. Y en la mitología tienen ellos relaciones

417
Cfr. COLETTE BAVOILLOT–LAUSSADE, Una tomba sulla Collina Vaticana, Librería Ed.
Vaticana (Vaticano 1997) 125.
418
Ambos lugares quedan muy cerca de nuestra Parroquia de Sezze.
419
Seguimos el artículo «Dioscuri», The Anchor Bible Dictionary, Ed. David N.
Freedman, tomo II (New York 1997) 203.

254
Las Servidoras

astrales, como menciona Eurípides420, conectadas con el prestigio del


cual ambos gozaban, como «dioses salvadores». Epícteto (2.18.29) hace
notar que los viajeros los invocaban en las tormentas. Cátulo421 en
acción de gracias por su auxilio les dedicó un poema. Horacio, toman-
do nota de la constelación de ellos, que es Géminis (los Gemelos), reza
por un viaje seguro, como aparece en una de sus obras422. Y también en
relación con ellos, habla de los lucida sidera, las estrellas brillantes423.
Y así como el bloque de mármol del altar papal de esta Basílica fue
un travesaño de un templo pagano y, como ha ocurrido con tantas otras
cosas, la Iglesia lo tomó y lo hace servir para el Reino Nuevo instaura-
do por Jesucristo, también, de alguna manera, la antigua creencia paga-
na de los Dióscuros encontrará su expresión adecuada en el cristianis-
mo. En su «Evangelica Praeparatio»424, Eusebio documenta la fama de
los Mellizos, quienes tanto por su destreza médica como por su pericia
naval eran considerados deidades tutelares de los marineros. Por eso el
barco alejandrino en que llega Pablo a Roma los tenía por insignia, ya
que eran puestos en la proa de los navíos, probablemente en ambos
costados, escribe Luciano425. Y como es atestiguado por algunos sarcó-
fagos romanos, las funciones tutelares de los Mellizos, de los Dióscuros,
estimularon en el culto la creencia en la inmortalidad. También ellos
representaban la fidelidad de los amigos426 y el respeto por las antiguas
tradiciones de hospitalidad427.
Según un autor alemán, W. Krauss428, «la iglesia napolitana de San
Pablo Maggiore, consagrada a los apóstoles Pedro y Pablo, se levantó
sobre el templo de los Dióscuros. Ambos príncipes apostólicos cumplie-
ron en Roma su común destino; sus nombres poseían la misma inicial429.

420
Hel., 123–40; 990; Orestes, 1636–37.
421
Carmina, 4.27.
422
Odas, 3.29.64.
423
Odas, 1.3.
424
Evangelica Praeparatio, 1.10.14.
425
Nav., 5.
426
Theognis, 1087.
427
Píndaro, Nemean, 10.49–50 y Olimpia, 3.38–40.
428
Artículo «Dioskuren», en la Enciclopedia Reallexikon für Antike und Christentum
(Stuttgart 1957).
429
Tanto el primero: Simón, Saulo; como el segundo, el sobrenombre: Pedro, Pablo
(nota propia).

255
Carlos Miguel Buela

Todo los dispone a ser vistos como una pareja y como una pareja pro-
pia para sustituir a los Dióscuros en su calidad de protectores de los
navegantes». Navegante Pedro, en el lago de Tiberíades; navegante
Pablo, tantas veces cruzando el mar, incluso salvando a los compañeros
de viaje del naufragio, luego de 14 días de tempestad.
Aquí en Roma el Papa San Dámaso I llama a ambos apóstoles «nova
sidera», nuevos astros, nuevas estrellas, como Géminis, y con referencia
a los Dióscuros, como aparece en una inscripción encontrada en las
catacumbas de San Sebastián430. Y así se dan, a través de los tiempos,
una serie de parejas de santos, de «dióscuros cristianos». Por ejemplo los
santos médicos Cosme y Damián; los santos Cuthberto y Wilfrido, en
Inglaterra; al emperador Teodosio, en el lago Regilo, se le aparecen dos
hombres vestidos de blanco y montados en caballos blancos que mani-
festaron ser los Apóstoles Juan y Felipe431. Incluso los dióscuros pueden
ser triples, como en la batalla de Antioquía en 1098: San Jorge, San
Mercurio y San Demetrio432.

3. Santiago433
Tercer y último punto. Pero además hoy es la fiesta de Santiago el
Mayor, bajo cuyos estandartes se realizó la obra grandiosa de la
Evangelización de América. De tal manera que la cultura iberoamerica-
na está marcada a fuego por su impronta. No ha habido en España, en
Europa, ningún otro lugar de culto y peregrinación con las consecuen-
cias y los alcances del de Santiago de Compostela, fuera de Roma (por-
que en Roma están Pedro y Pablo). Pero después de Roma, Santiago de
Compostela. Y ninguna otra devoción como la del Patrón Santiago sos-
tuvo a todo un pueblo en la defensa de su fe durante siglos y unió rei-
nos diversos que se sintieron unidos por tener el mismo liderazgo del
Apóstol.

430
Cfr. E. CASPAR, Geschichte des Papstum, I (1930) 252; cit. por KRAUSS.
431
Según Teodoreto de Ciro, Historia Eclesiástica, V, 24.
432
«Gesta Francorum et aliorum Hierosolymitanorum seu Tudebodus Abbreviatus», en
«Recueil des Historiens des Croisades», Historiens Occidentaux, tomo III (París 1866) 157.
433
Usaremos abundantemente como fuente el libro de AMÉRICO CASTRO, Santiago de
España, Emecé Editores (Buenos Aires 1958) 153.

256
Las Servidoras

Por eso en el poema del Cid del siglo XI, se dice: «Los moros llaman:
¡Mafómat!, e los cristianos: ¡Santi Yagüe!»434, y si lo invocan es porque
están convencidos de que combate con ellos. Por eso se lo consideró
como el defensor frente a los moros.
En un poema Alfonso XI le hace decir al rey moro Don Jusaf, en
1340, luego de la batalla del Salado:
«Santiago el de España
los mis moros me mató,
desbarató mi compaña,
la mi seña quebrantó.
Yo lo vi bien aquel día
con muchos ommes armados,
el mar seco parecía
e cubierto de cruzados»435.

En el Poema del gran Conde de Castilla, él cuenta que oye una gran
voz en la batalla de Hacinas, contra Almanzor:
«Alçó susos sus ojos por ver quién lo llamaba,
vio el santo apóstol que de suso le estava,
de caveros con él grand compaña levava...»436.

Y en un sermón atribuido al Papa Calixto II, se dice de Santiago:


«Brillaba en la conversación como el lucero refulgente de la mañana
entre las estrellas, al igual que una gran luminaria»437.
Por todo eso es que la fe del pueblo ve durante muchos siglos en
Santiago al «Miles Christi», al «hijo del trueno», a un dióscuro cristiano.
El pueblo lo creía a Santiago ligado no solamente en espíritu, por haber
sido un fraternal y unidísimo compañero de Cristo, sino que incluso,
por esa relación especial con Cristo, creían que ambos tenían un gran
parecido físico, y por eso lo veían como si fuese el gemelo de Jesús. Y
así el pintor Santiago del Biondo, del siglo XIV, pone a Santiago con el

434
Verso 371.
435
Coplas 1881–2.
436
Copla 551.
437
PL 163, 1387.

257
Carlos Miguel Buela

báculo, pero su rostro es igual que el de Cristo (esta pretendida gemeli-


dad dio pie para que los Obispos de Compostela se consideraran
Pontífices de todo el orbe cristiano –como si fuesen el Papa de
Compostela–, y esa es la razón por la cual los Reyes de Aragón se titu-
laron Emperadores; porque si era Emperador el que estaba en Roma,
porque tenía las reliquias de Pedro y Pablo, ellos también eran
Emperadores porque tenían las reliquias del Apóstol Santiago). Ese
parecido físico, por cosas que no podemos desarrollar acá, a veces se lo
daban con Santiago el Menor, «el hermano del Señor», hermanos por-
que eran hijos de dos hermanas. Sin ir más lejos, hace unos días, en
Milán, en el Palacio de Brera, pude contemplar un cuadro donde apare-
cen con el mismo rostro: nuestro Señor Jesucristo, Santiago el Mayor y
Santiago el Menor, dióscuros cristianos. A veces también se lo pone en
yunta con San Millán438.
Y el pueblo vio a Santiago cabalgando por los aires, jinete en su cor-
cel de blancura deslumbrante. Y por eso su sepulcro fue y es meta de
peregrinaciones internacionales. Tal es así que el gran poeta italiano
Dante dice: «No se entiende peregrino sino quien va a la casa de
Santiago...; se llaman peregrinos en cuanto van a la casa de Galicia, cuya
sepultura es más lejana de su patria que la de cualquier otro Apóstol»439.
De tal manera que los peregrinos seguían por el suelo las huellas traza-
das en el cielo «por el camino (o por el caballo) de Santiago», como se
llamaba y como se llama aun hoy a la Vía Láctea, que está en dirección
de Santiago. De ahí que su figura fue una clave del esfuerzo reconquis-
tador y fue una clave del esfuerzo evangelizador en América, en África y
en Asia. Por eso a comienzos del siglo XIII, escribía Lucas de Tuy: «Dios
omnipotente enriqueció a España con tantos dones celestiales, que hasta
hizo venir a ella el cuerpo de Santiago, protomártir de los Apóstoles, para
que perpetuamente lo poseyera en su propia carne»440.

En el siglo XVI, Fray Luis de León decía de Santiago:


«Por quien son las Españas,
del yugo desatadas
del bárbaro furor, y libertadas».

438
BERCEO, Vida de San Millán, 437–39.
439
Vita Nova, XL.
440
Chronicon Mundi, en Hispania Illustrata, edit. por Andrés Schot (Frankfurt 1608)
III, 2.

258
Las Servidoras

Y Feijóo en el siglo XVIII dirá:


«¿Qué grandeza iguala a la de haber visto los españoles a los dos
celestes campeones Santiago y San Millán, mezclados entre sus escua-
dras?».
En América, ocho ciudades llevan su nombre y fue vista su figura
trece veces entre 1518 y 1892. A semejanza de lo que pasó en Simancas
cuando venció el Rey Don Ramiro II, y en la batalla de Mérida en tiem-
pos del rey Don Alfonso IX.
***
Hoy, en este día, en este lugar tan preciado para nosotros, debemos
pedir al Apóstol Santiago la gracia de saber combatir recio como com-
batió recio él. La gracia de saber continuar su estupenda y continuada
proeza. De que nos incite siempre a galopar por los espacios de nuestra
fe. Hasta los límites del mundo. Dispuestos a las nuevas empresas, a las
grandes obras. Adonde hay mucho de peligro, donde es necesario vivir
el heroísmo momento a momento. ¡Por eso Señor Santiago, en este día,
te pido que no dejes de galopar en tu caballo blanco por los cielos! Nos
consideramos de tus mesnadas y necesitamos de tu patrocinio, de tu
protección, de tu guía, de tu inspiración y ejemplo. ¡Divino rayo, hijo del
Zebedeo y de María Salomé, Boanerges, hijo del trueno, enardece nues-
tros corazones, ensánchalos, para que abracemos a toda la humanidad
dolida!
A San Pablo, le pedimos la gracia de amar con su mismo amor, hasta
poder decir: Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20),
porque, como todo cristiano, deberíamos ser dióscuros de Jesucristo.
A San Pedro, cuyas reliquias están tan cerca, que siempre mantenga-
mos nuestra intención primera de no querer construir otra cosa que lo
que quiere Jesucristo, y que lo manda por su Iglesia fundada sobre la
roca que es él, Pedro, y sus sucesores.
Y a la Virgen María, Reina de Santiago y de Pablo y de Pedro, Reina
de los Apóstoles, para que nos inspire siempre tener en nuestro corazón
las palabras de su Hijo.
Y a Jesús, que es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13,8), y que así
como supo inspirar grandes cosas en Santiago, en Pablo, en Pedro y en
María, es capaz también hoy y ha de suscitar grandes cosas en nosotros,
a pesar de nuestros pecados y limitaciones, porque Él es Dios.

259
Carlos Miguel Buela

8. LA SONRISA Y EL VIENTO: NATANAEL, BAR THOLMAI


A todos los devotos de San Bartolomé

No era la primera vez que le sucedía eso.


No. No era la primera vez.
Entrecerró los ojos para recordar mejor... y, sí..., aquella fue la
primera vez que sintió lo mismo. Fue cuando estaba debajo de la higue-
ra. Sí...el viento... ¡El Viento imparable...!
Y luego. Luego, ¡tantas veces! Cuando Felipe le habló. Cuando, sien-
do un pobre muchacho de Caná, se encontró con Jesús y Éste le dijo:
Cosas mayores verás (Jn 1,50). ¡El Viento imprevisible...!
Luego cuando los invitó a las bodas, en su pueblo. La falta de vino,
la Mujer que intercede, los servidores, las seis tinajas de piedra, el agua
hasta el borde, el maestresala, el vino mejor... Y el viento... ¡Sí, otra
vez... el Viento sorprendente...!
Y en el piso alto. Allí por dos veces. La primera cuando tomando el
pan y el cáliz dijo: ...es mi cuerpo... es mi sangre.... ¡Allí el Viento trans-
formante...! La segunda vez, también en el piso alto, estando todos jun-
tos, ¡El Viento impetuoso...! ¡El Viento huracanado...! ¡El Viento pente-
costal...! ¡Las primicias (Ro 8,23) del Viento!
Y desde el Calvario todos los días en la Misa, en la doble epíclesis
sobre las ofrendas y sobre el pueblo. ¡Epifanía del Viento! ¡Pentecostés
imperceptible! ¡Sacramento del Viento!
Una sonrisa se dibujó en su rostro. Nuevamente ahora, en este pre-
ciso momento y en este preciso lugar. El recuerdo inmarcesible de todos
los polvorientos caminos andados: Los «oasis» de Egipto, Adén, Etiopía,
Arabia, Karamania, la India, Partia, Media, Elam, Siria, Frigia, Licaonia,
Armenia... ¡Siempre el Viento impredecible...! La sonrisa se le marcó
aun más. Ahora, nuevamente ahora. Los verdugos continuaban con la
no fácil tarea de sacarle el cuero y le parecía que el Viento le hacía cos-
quillas en la sensibilizada carne viva. «Sí, –pensaba– desde el encuentro
con Jesús fui aprendiendo a amadrinarme con el Viento impronostica-
ble...».
***

260
Las Servidoras

Casi 2000 años terráqueos después, dialogaba en el Cielo con el


Padre Carlos Alberto L. sobre el hecho, certísimo, de que los caminos de
los hombres no son los caminos de Dios. Éstos son, siempre, insonda-
bles e inescrutables (Ro 11,33): «Mirá, por ejemplo, cómo me hizo famo-
so el morir desollado. En todas las imágenes me ponen un cuchillo de
carnicero, como lo hacen Rubens y Ribera en los cuadros del Museo del
Prado de Madrid. Miguel Ángel en el Juicio Final de la Sixtina me hace
sostener el pellejo con la mano izquierda y no tuvo mejor ocurrencia que
dibujar su rostro en lo que debería ser el mío. También Bernini en la
escultura de San Juan de Letrán me representó con la piel recogida
como un poncho sobre mis brazos. ...¿Y mis reliquias? Luego de sepul-
tarme en Albanópolis (o Urbanópolis) –en Armenia Mayor– llevaron mis
restos a Nephergerd (Mijafardin), luego a Daras en Mesopotamia, más
tarde una parte de ellas a la isla de Lipari, cerca de Sicilia, luego a
Benevento, a Roma, a la Isla del Tíber, en el 983; y el cráneo lo llevaron
a Frankfurt del Meno. ¿Y las gracias que Dios sigue derramando por mi
intermedio en tantos lugares? Como en Chiclana y Boedo. Vos me per-
tenecés al igual que todos aquellos jóvenes que acompañaste en su
vocación sacerdotal».

Se hizo más amplia la sonrisa del Apóstol que gozaba de la simbio-


sis de la Visión y el Viento, y con un gesto de asombro y admiración
exclamó: «El Viento... ¡ingobernable!».

9. LA SONRISA DE UN APÓSTOL

Una traviesa sonrisa se dibujaba en su rostro.


Él era provinciano, más aun era un pueblerino. Y de un pueblo tan
pequeño que casi no era pueblo. No era un hombre de ciudad. Por
tanto, tenía lo que no suelen tener los hombres de las ciudades: tenía...
¡raíces!

261
Carlos Miguel Buela

I
Estaba orgulloso de su nombre doble. Tenía por nombre Natanael y
por patronímico Bartolomé, o sea, Natanael, Bar–Tholmai, el hijo de
Tholmai o Talmay. Así se formaban nombres similares: Simón,
Bar–Jona441; Bar Timeo442; Bar–Jesús443, o Santiago y Juan,
Bar–Zebedeo. «Talmay» es «el que abre surcos». Así se llamaba el rey de
Guesur, hijo de Ammijud444, padre de Maaká la madre de Absalón, el
hijo del rey David445. Guesur quedaba cerca, al este del lago de
Tiberíades. Talmay es vocalizado por los Setenta como Tolmay. Y
Natanael equivale a Teodoro, Adeodato (del babilonio: «Natan (ni)–li»;
del hebreo «Netan’el»: don de Dios). Es decir, es el don de Dios que abre
surcos, que hace huella, que tiene quilla.

II
Estaba orgulloso de su pueblo. Era Caná de Galilea. A unos 12 km.
al norte de Nazareth. Caná «de Galilea» para distinguirla de otra Caná
existente en Aser, cerca de Tiro. El hebreo «qanah» significa «caña»,
«junco». Ni el Antiguo Testamento ni los sinópticos mencionan a Caná
de Galilea. Únicamente el Águila, por tres veces. En el primer milagro de
Jesús en las bodas (Jn 2,1–11), en el encuentro con el funcionario real
que tenía un hijo enfermo (Jn 4,46–54), y al hablar del Apóstol que era
de Caná (Jn 21,2).
(Que sea la actual Kafr Kenna o Jirbet Qana, en la parte septentrio-
nal de la llanura de Battof, nos tiene sin cuidado).
Allí, en su pueblo, Jesús había hecho su primer milagro, el agua con-
vertida en vino. Allí, su Madre se había manifestado como la
Omnipotencia Suplicante, ya que Jesús adelanta su hora de hacer los
milagros por pedido de Ella. Allí se muestra que Aquel que era capaz de
convertir el agua en vino era capaz de convertir el vino en su Sangre.

441
Cfr. Mt 16,17.
442
Cfr. Mc 10,43.
443
Cfr. He 13,6.
444
Cfr. 2Sam 13,37.
445
Cfr. 2Sam 3,3.

262
Las Servidoras

En Caná. En Caná de Galilea. Caná no es tanto un tema de arqueo-


logía, cuanto de teología. ¡Es su pueblo! (La falta de sentido común de
muchos exégetas bíblicos no hace en él ninguna mella).

III
Estaba orgulloso de su montaña. Como todo hombre de llanura,
siempre miraba la montaña. Era el Monte Tabor. Le habían hablado,
Pedro, Santiago y Juan, de la Transfiguración que había ocurrido, justa-
mente allí. Y él había escuchado, justamente allí, con sus oídos: Id por
todo el mundo y predicad el Evangelio... (Mc 16,15). Y se acordaba de
otras montañas: Donde el sermón de la montaña, allí cerquita, hacia el
este; donde el Monte Sión de los cristianos en el Cenáculo, cuando la
Eucaristía; en el Gareb donde la crucifixión. ¡Siempre un Monte!

IV
Pero, por sobre todo, estaba orgulloso de que Jesús lo hubiese llama-
do. Lo llamó haciendo de él un elogio excepcional. ...no hay en él dolo...
no hay engaño... no hay doblez... es un verdadero israelita (Jn 1,47). No
hay en él infidelidad religiosa, es capaz, por tanto, de ver y conocer a
Dios en Cristo. Tal vez nuestro Señor marcaría la distinción entre judío e
israelita, los primeros marcarían la descendencia carnal; los segundos la
descendencia espiritual. De ningún otro Apóstol hizo nuestro Señor tal
elogio.
Jesús muestra que conocía íntimamente el alma de Bartolomé
...debajo de la higuera... (estaría pensando Bartolomé) ...si él ajustaba o
no su conducta a la que debía ser la de un israelita sin dolo... (Enciso).
Se supo descubierto por el Señor.
Y supo ser fiel a sus nombres: ¡fue don de Dios que abrió surcos por
todas partes! Por la India, Arabia, Siria, Egipto (donde habrían recono-
cido en él a un compatriota descendiente de la familia real de los
Tolomeos, de ahí que Santa Teresa de Jesús diga que Bartolomé «era
hijo de rey»446), Adén, Etiopía, Armenia... Lípari, Benevento, la isla del
Tiber... Chiclana y Boedo... El Chañaral... ¡Fue un hombre con quilla!

446
Camino de perfección, 27, 66.

263
Carlos Miguel Buela

Siempre tenía presente lo que significaban sus dos nombres, su pue-


blo, su montaña, su llamado.
Por eso sonreía.
¡No podía no gozar!
¡Cuántos hijos lo seguirían!

V
Queridísimo Apóstol y Patrono:
Que siempre seamos fieles a nuestras raíces, ¡eso es ser original!
Que siempre seamos sin dolo, sin engaño, sin doblez. ¡Ésa es nues-
tra fuerza frente a los enemigos!
¡Ésa es, justamente, la señal de que sólo confiamos en Dios!
Aunque los que mal nos quieren digan que somos dobles, mentiro-
sos, engañadores cual seductores, siendo veraces447, ¡alcánzanos la
gracia de ser siempre sencillos como palomas, aunque astutos como ser-
pientes! (Mt 10,16).
Nos ayude la Reina de los Apóstoles.

10. ERA UN HOMBRE PLURAL

No con la pluralidad superficial del diletante, ni con la pluralidad


indiferenciada del ideólogo, ni con la pluralidad necia del relativista o la
pluralidad negociadora de los componedores. Era plural porque era un
hombre sin doblez, concreto y que contactaba con la realidad. Y la rea-
lidad es plural.
En su mundo de Caná de Galilea, en la Palestina del siglo I de nues-
tra era, Bartolomé constataba a diario la pluriformidad de la creación,
de su prolongación por el trabajo del hombre, y, sobre todo, en el
mundo de la gracia.

447
Cfr. 2Cor 6,8.

264
Las Servidoras

Lo sabía por los pájaros: Los «sippor», especie de gorriones, las «sus»
o golondrinas, los «deror», con sus distintos colores, formas, vuelos,
nidos, cantos...
Lo sabía por la variedad de peces del Lago de Genesaret, tan cerca-
no. El «musht», llamado en la actualidad «pez de Pedro»; «buri»; las sar-
dinas; el «barbudo» o «pez–gato»...
Lo sabía por la pluriforme belleza de las flores («sosannim» y «habas-
selet»): lirios, rosas, anémonas, jacintos, tulipanes, iris y narcisos, y las
flores de la vid («semadar»), de los granados y de los almendros, con sus
variadas formas, colores y perfumes.
Lo sabía por los condimentos: eneldo, coriandro, comino, neguilla,
mostaza, azafrán, cinamomo, que con sus distintos perfumes y gustos
aromatizaban y sazonaban las comidas dándoles buen sabor.
Lo sabía por la variedad de quesos que se podían encontrar en el
Valle del Tyropeon y en otras partes; de vinos (el «yayin», el «sekar», el
«tiros», el «mések»; y estaban los de Hesbon, Sibmag, Elaleh, del Líbano,
Helbón, Uzal, el «vino real», etc.); de aceites (más grasos, más afrutados,
para distintos usos: litúrgicos, alumbrado, alimentación, cuidado del
cuerpo, etc.) de panes (de trigo, de flor de harina, de cebada, ácimo, con
levadura, etc.).
Lo sabía por la variedad de estrellas distintas en tamaño, magnitud,
color, órbita, distancia, en su titilar...; por las nubes distintas en formas,
tamaños, velocidad, altura, colores...; por las olas de su Mar de Galilea.
Lo sabía por los hombres, en particular, por sus compañeros los
Apóstoles: Pedro, apasionado; Santiago, fuerte; Juan, contemplativo;
Tomás, escéptico; Santiago, justo; Simón, ardoroso,... y, más tarde, le
hablarían de Pablo, que era fuego. (Esto también lo podemos percibir
entre nosotros: distintas historias, procedencias, edades, talentos, carac-
teres, virtudes, defectos, ciencia, afectos, cultura...).
Lo sabía por su singular experiencia de Iglesia: la más sólida unidad
va junto a una diversificación que no la obstaculiza, sino que la hace ser
comunión448. En donde, dentro de la unidad de fe y la única constitución

448
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 280.

265
Carlos Miguel Buela

divina de la Iglesia, se promueve la pluralidad de ministerios, carismas,


formas de vida, de apostolado, de tradiciones. Como más tarde escribió
San Pablo: Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el espíritu. Hay
diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad
de operaciones, pero uno mismo es Dios, quien obra todas las cosas en
todos. Y a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para
común utilidad. A uno le es dada por el Espíritu la palabra de sabiduría;
a otro la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu; a otro, fe en el
mismo Espíritu; a otro, don de curaciones milagrosas; a otro, profecía; a
otro, discreción de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro inter-
pretación de lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo
Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere (1Cor 12,4–11). La uni-
dad no destruye la diversidad sino que la enriquece, y la diversidad no
destruye la unidad sino que la enriquece449. Ése es el sano pluralismo, o
mejor aun, pluriformidad, ya que así como los dedos de la mano con ser
distintos unos de otros, no destruyen la unidad de la mano, así pasa en
el Cuerpo místico de Cristo.
Lo sintió, también, cuando empujado por el Viento, respetó lo váli-
do de las distintas culturas en las que encarnó el único Evangelio de
Jesucristo. Por eso en tantos lugares se lo honra y reconoce como
Patrono.
Pidámosle a San Bartolomé la gracia de edificar, cada día, en
nosotros y en los demás, esta unidad en la diversidad; que la sepamos
respetar; que aprendamos a defenderla450, de manera particular,
mediante aquel amor que es el vínculo de perfección (Col 3,14), porque,
enseña Santo Tomás: «La Iglesia es una ... por la unidad de la caridad,
porque todos están unidos por el amor de Dios, y entre sí por el amor
mutuo»451.

449
Cfr. Ibidem, n. 281.
450
Cfr. Ibidem, n. 282.
451
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Credo comentado (Buenos Aires 1978) 112.

266
Las Servidoras

11. EL VIENTO Y LA MISIÓN

Fue el primero en llegar al lugar de la cita ...que se vayan a Galilea...


(Mt 28,7; Mc 16,7; Mt 28,10; etc.), al monte donde Jesús les había orde-
nado (ir) (Mt 28,16). El imponente Tabor dominando la llanura del
Esdrelón. Desde esa atalaya contemplaba las tierras de Manasés, Neftalí,
Zabulón, Isacar..., pero lo primero que había mirado era el pequeño
pueblito donde había nacido, apenas unas manchitas de blanco cal
en medio del verde oscuro del follaje y el ocre de las piedras.
Atisbaba perfectamente la casa de Tholmai, su padre. Por haberse
criado allí, como todo niño, conocía perfectamente todas las higueras de
los alrededores. Generalmente los niños son los encargados de cosechar
los higos (los célebres «te’enah», «sicon» o «ficus») y, por tanto, de reser-
varse algunos, casi inaccesibles, para gozar de su dulzura sin par en el
momento oportuno. Sabía cuál higuera daba las primeras brevas y cuál
las brevas mejores. Cuál era boñigar de higo blanco, más ancho que
alto; cuál doñigal, rojo encarnado por dentro; cuál melar, pequeño,
redondo, blanco y muy dulce; cuáles daban exteriormente verdosos,
cuáles negros, cuáles morados. En fin, en cuál quedaban los mejores de
esa exquisitez que son los higos pasos. Entendía de su savia láctea,
pegajosa, amarga y astringente; de sus hojas grandes insertadas en un
tallo bastante largo, verdes y brillantes por arriba, grises por debajo,
ásperas y urticantes, que hay que saber evitar. Lo sabía como todo niño
que tuvo la dicha de criarse cerca de higueras. Como ellos, se sabía
unido especialmente a ellas, porque conocía sus secretos, sus escondi-
tes, la mejor forma de subir. Como los perros que toman amor a las
cabras por alimentarse de ellas, así los niños se encariñan de las higue-
ras por alimentarse del néctar de sus frutos. Por eso se las cuida y no se
las maltrata.
Era su cercano pueblo. Por eso llegó primero. Abajo de una de esas
higueras lo conoció el Señor, con mirada profética.
Allí él, Natanael para algunos y para otros Bartolomé, el hijo de
Tholmai, había invitado al Señor y a su madre a una fiesta de bodas.
Allí Ella se mostró como la Omnipotencia Suplicante y Él hizo su primer
milagro de gran significación mesiánica y eucarística. Y por eso, su
pequeño villorrio, sería famoso en todo el mundo a través de los siglos:
¡Caná de Galilea ... donde el milagro de las bodas ... la patria de
Bartolomé...!

267
Carlos Miguel Buela

Se estremeció. Había sentido un fuerte Viento. Como despabilán-


dose se dio cuenta que habían llegado los otros diez y también el
Señor de todos ellos. Su voz rasgaba el diáfano aire matutino y sus
palabras quedaban como colgándoles del corazón:
Id por todo el mundo y predicad el Evangelio ...
Id por todo el mundo y predicad ...
... por todo el mundo ...
... Id ... (Mc 16,16).
Todos escuchaban conmovidos. Era el momento anticipado de la
despedida última. Era el momento de la partida. Era el momento del
adiós. Allí comenzaba la misión «ad gentes». Dentro de poco se irían
por los cuatro puntos cardinales del mundo.
No habría barrera de razas, ni de costumbres, ni de lenguas, ni de
culturas.
Allí, en la cumbre del Tabor, se separaban casi por última vez, des-
pués de algún otro encuentro, se separarían para no verse, tal vez,
nunca más en este mundo. Cada uno y todos juntos para enseñar la
Verdad de Cristo, para manifestar la Voluntad de Cristo, para llevar a los
hombres la Santidad de Cristo. Eran Maestros, Pastores y Sacerdotes.
Se abrazaron y partieron. Llevarían el testimonio del Fuego y del
Viento. Serían Testigos del Absoluto y del Amor más Grande. Y, de dis-
tintas maneras según parece, derramarían su sangre antes de traicionar
esas verdades: degollado Santiago el Mayor y decapitado Mateo, alan-
ceado Tomás, Santiago el Menor despeñado y rematado con una maza
de batanero o clava, Judas Tadeo a garrotazos, aserrado Simón el
Zelote, crucificados Felipe, Pedro cabeza abajo, Andrés en cruz aspada,
Bartolomé desollado... Si el grano de trigo ...muere, llevará mucho fruto
(Jn 12,24).
Gracias a ellos y a sus sucesores, aun hoy sigue resonando en el
mundo el mandato del Señor:
Id por todo el mundo y predicad el Evangelio ...
Id por todo el mundo y predicad ...
... por todo el mundo ...
... por todo el mundo ...
... por todo el mundo ...
... Id ... id ... id ... (Mc 16,16).

268
Las Servidoras

«Aún guarda de su voz un eco el Viento»... Nosotros, sacerdotes,


como enseña el Concilio de Trento, somos sucesores de los Apóstoles
«en el poder de consagrar, ofrecer y administrar el cuerpo y la sangre del
Señor, así como en el perdonar o retener los pecados...»452.
¡Dulce Apóstol Bartolomé! Alcánzanos la gracia de que nunca nos
olvidemos que somos tus sucesores en el poder de transustanciar y de
perdonar. Amén.
Las religiosas, como María, deben ayudar a los sacerdotes, sobre
todo, con su oración y su penitencia.

452
DH 1764.

269
Capítulo 3
Los discípulos del Señor

1. MARÍA MAGDALENA453

Aunque hay muchos y diversos caminos para ir al Cielo, todos ellos


finalmente se reducen a dos: la inocencia y la penitencia. El primero es
el de aquellos que nunca pecaron; el segundo, el de aquellos que, des-
pués de pecar, hicieron penitencia por sus pecados. Por el primero fue-
ron la Santísima Virgen María, San Juan Bautista, San Luis Gonzaga,
Santa Teresita, los Santos Inocentes... y los que nunca pecaron mortal-
mente; por el segundo van todos los demás.
Dios, en su Divina Sabiduría, proveyó dos guías que fuesen delante
de estos caminos. Estas son dos Marías: María, la Madre del Salvador,
para que fuese espejo de inocencia y María Magdalena, para que lo
fuese de penitencia.
De este modo, el ejemplo y guía para los que van por el segundo
camino es María Magdalena; y en ella deben poner los ojos para ver si
tienen algo de aquel espíritu vehemente, de aquel dolor tan grande, de
aquella fe tan viva, de aquel amor tan encendido, de aquel menospre-
cio del mundo, porque si no tienen nada de esto, no es su penitencia
verdadera.

1. La pecadora a los pies de Jesús


Narra San Lucas454 que un fariseo invitó a comer a nuestro Señor, y
que en esa ciudad había una mujer a la que llamaban la pecadora, por-
que era mujer de mal vivir. Pero... ¡Qué maravilla divina! una de las

453
Seguimos a FRAY LUIS DE GRANADA, Obra Selecta, BAC (Madrid 1947) 793–797.
454
Lc 7,36ss.
Carlos Miguel Buela

cosas más viles y bajas del mundo, que es una meretriz, fue destinada
por Dios para hacerla ejemplo de penitencia y una de las principales
estrellas de su Iglesia.
¿Por qué? La mejor respuesta es lo que dice el salmo 17: La salvó
porque la amaba (17,20). Así se muestra la bondad de Dios, su miseri-
cordia, y también que todo bien que recibimos lo recibimos de Él. Y, a
la vez, esto debe movernos a ser más humildes, solícitos, agradecidos
para con Dios, y temerosos por nuestra flaqueza y debilidad.
Se entera María Magdalena que Jesús estaba en casa del fariseo y,
sin aguardar lugar ni ocasión mejor –porque la fuerza del dolor y del
amor no le dan lugar para más– se cubre con su manto, toma un frasco
con perfume precioso –que antes usaba, no para redimir pecados, sino
para multiplicarlos, y no para servir a Cristo, sino para sacrificar al
demonio– y se dirige adonde estaba comiendo Jesús. No se atreve a
aparecer delante de los ojos de Jesús, porque la vergüenza de sus peca-
dos la inhibía. Yendo por detrás, se agachó a los pies de Jesús, y derra-
mó sobre ellos tantas lágrimas que bastaron para lavarlos. Y así como
fue extraña el agua, fue extraña la toalla con que los secó, que fueron
sus cabellos. Besa los pies de Jesús y los unge con ese ungüento precio-
so.
Todo aquello con lo que servía al mundo lo consagró a Cristo:
– de los ojos hizo fuentes para lavar las manchas del alma;
– de los cabellos hizo toalla para limpiarlas;
– con la boca hizo signos de paz para recibir la paz de Cristo;
– y del ungüento hizo remedio para curar las llagas del alma y cubrir
el mal olor de su mala vida.
Y lo que ella obraba por fuera, el Señor lo obraba interiormente en
su alma:
– ella venía y Él la atraía;
– ella le ungía los pies con ungüento y Él le ungía el alma con gracia;
– ella lavaba sus pies con lágrimas, Él lavaba sus pecados con sangre;
– ella enjugaba los pies con sus cabellos, Él adornaba su alma con
virtudes;

272
Las Servidoras

– ella besaba los pies con gran amor, y Él le daba aquel beso de paz
que se dio al hijo pródigo en su conversión...
No habló palabras, porque bastaban por palabras las lágrimas y
gemidos. ¡Qué palabras eficaces son éstas! «¡Oh, lágrima humilde –dice
San Jerónimo– tuyo es el poder, tuyo es el reino; no tienes miedo al tri-
bunal del juez, a los acusadores pones silencio, no hay quien te impida
la entrada, vences al Invencible, atas las manos del Omnipotente!».
De muchos afectos procedían estas lágrimas, porque eran lágrimas
de fe, lágrimas de esperanza, lágrimas de dolor, lágrimas de amor...

2. Con las alas del amor y del dolor


¿Qué haces, pública pecadora? Mira que no es tiempo ni lugar pre-
parado para lo que quieres. Nadie cuando quiere arrepentirse busca tes-
tigos ni lugares públicos, sino oscuridad y soledad.
Pero la vehemencia y el apuro del dolor, del temor y del espanto de
sí misma, de tal manera ocupaban su entendimiento, que únicamente
entendía la grandeza de su peligro.
Dentro de ella obraba este grande sobresalto y temor, pero no sólo
el temor, sino también el amor, y amor tan grande que mereció escu-
char: Muchos pecados le fueron perdonados, porque amó mucho.
Y no sólo amor, sino dolor, y tan grande que le hizo derramar muy
abundantes lágrimas. Y vergüenza y confusión... Y menosprecio del
mundo, pues hizo poco caso de lo que decía la gente y de los juicios del
fariseo para dejar de hacer lo necesario para su salvación. Y no sólo
esto, sino que hizo gran penitencia durante 30 años en una gruta455, aun-
que ya había alcanzado de viva voz la promesa de salvación e indulgen-
cia plenaria por sus pecados.
Por todo ello mereció hallarse al lado de la Santísima Virgen, para
que entendamos que el verdadero penitente, por la infinita misericordia
de Dios, puede hallarse a la par del inocente.

455
Esta gruta está en la Saint Baume, cerca de Marsella (Francia).

273
Carlos Miguel Buela

Queridos hermanos: entendamos que los verdaderos penitentes se


igualan con los inocentes y aun a veces los pasan adelante, como decía
el gran penitente David: Rocíame, Señor, quedaré limpio, lávame y que-
daré más blanco que la nieve (Sl 50,9). Decir que quedará más blanco
que la nieve es decir que el penitente llegará a quedar más blanco que
el inocente, como es el caso de María Magdalena, que tiene en el Cielo
más gloria que muchos que nunca mortalmente pecaron.
Imitémosla en la penitencia para que lleguemos a ser merecedores de
su gloria, por la misericordia de Dios.

2. LOS SANTOS VILIPENDIADOS

Una de las características del progresismo cristiano es el placer de


demoler y vilipendiar, en grado patológico. En este sentido el progresis-
mo es un «sadismo».
Lo hemos visto hasta el cansancio con su desprecio a los santos: a
sus imágenes, a sus reliquias, a la lectura de sus vidas, a desconfiar en
el poder de su intercesión. Hace unos años en Europa se levantó toda
una campaña... «Demasiados santos sobre los altares».
Este desprecio no es al acaso; sigue una línea «coherente» con las
grandes líneas del pensamiento progresista: secularista, desacralizante,
racionalista, contra la Tradición y el sentido del misterio, anti–magiste-
rial, anti–eclesial, deshumanizante, inmanente.
La falta de amor a los santos de la que hace gala el progresismo se
debe a varias pretensiones o sinrazones de estos sepultureros del autén-
tico progreso de la Iglesia.
1. Los santos son señal elocuentísima de la vitalidad de la Iglesia.
Quienes están por la «autodemolición» no los pueden tolerar.
2. Siempre han transformado al mundo. Esto no gusta a los genufle-
xos ante el mundo.

274
Las Servidoras

3. La comunión de los vivos con aquellos que ya no están entre los


vivos es un hecho real, solemne, emotivo, continuo. Esta solidaridad
vertical molesta a los que consideran que sólo cuenta lo horizontal.
4. Al honrarlos, honramos a Dios, de quien los santos son obra: «al
coronar sus méritos, coronas tus propios dones»456. Ellos dan gloria a
Dios, aquí, y en el Cielo. Y Dios triunfa en ellos. Esto no lo pueden tole-
rar los que se avergüenzan de la trascendencia divina.
5. Son un suplemento de la verdad revelada. Son los mejores
miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Son el fruto mayor y más com-
pleto de la Encarnación y de la Redención. Pasarlos en silencio es qui-
tar algo de la realidad al Cuerpo Místico y es presentar la Encarnación y
la Redención como si fuesen estériles. Cosa que quieren los estériles.
6. Su canonización es un acto magisterial «ex cátedra», en el que
el Papa proclama el ejemplo de sus virtudes, para que sirvan de mode-
los y muevan a los fieles a una vida cristiana más intensa y más vigo-
rosa. Pero Pedro por ser quien nos defiende contra la herejía, está de
más.
7. Todo santo es testigo y protector de la Tradición divina de la
Iglesia, o sea, recuerdan y transmiten con sus vidas el aliento mismo de
la Iglesia. Si la Iglesia recién comienza en el siglo XX, la Tradición sobra.
8. Los santos tienen un valor apologético, demostrativo de la ver-
dad de nuestra fe y de la verdad de la Santa Iglesia Católica, Apostólica
y Romana, ya que realizan concretamente la nota de la santidad. Son
un documento triunfal del origen divino de la misma Iglesia. Por su caris-
ma taumatúrgico –al menos después de su muerte– engendran certi-
dumbre. Saben que la Iglesia Católica es la verdadera porque los santos
obran milagros. Por eso, para el pueblo fiel, son una apología popular,
fácil e intuitiva. Para los «progresistas» los santos significan milagros y el
milagro es una inexcusable testificación divina. Pero si «a priori» se han
abolido los milagros, los santos son superfluos.
9. El pueblo sencillo se dice: «Hay santos; ¡adelante!» Ellos pudieron,
yo también. La gracia no es estéril. Hay ideales, hay modelos concre-
tos... ¡Es posible! ¡Dios es todopoderoso! Ellos nos preceden y nos

456
MISAL ROMANO, Prefacio de los santos.

275
Carlos Miguel Buela

acompañan, nos dan confianza, valor, serenidad. Nos recuerdan cons-


tantemente el cielo, la vida eterna, la gloria, el premio de los méritos,
¡Dios! Son nuestros hermanos mayores. Para aquellos que creen
que la religiosidad popular es una excrescencia, enferma la devoción a
los santos.
10. Los santos cumplen misiones póstumas, realizan presencias
totalmente especiales, cumplen ciclos de participación extraordinaria en
los acontecimientos de la historia. Por eso se los declara patrones. Son
intercesores ante Dios. Estimulan a generaciones enteras, incluso, al
heroísmo. Los que están en su contra, no lo están por simple olvido, sino
por oscurecimiento del sentido de la familia de Dios y del mismo senti-
do de humanidad, y porque tienen demasiado miedo a la historia.
¡Tengamos siempre mucha devoción a nuestros hermanos mayores,
los santos y santas de Dios!

276
Cuarta Parte

Esposas del Verbo


1. ESPOSAS DEL VERBO457

El don más grande que Dios hace a la criatura humana es la gracia


de la adopción sobrenatural en Jesucristo. Dios deja desbordar sobre la
criatura su inconmensurable Amor para elevarla hasta la participación
de su Vida y de su felicidad.
Este don excede las fuerzas de la naturaleza y hace verdaderamente
al hombre hijo del Padre, hermano del Hijo y templo del Espíritu Santo.
Hay una relación con Dios más íntima y más profunda aún... ¡cuan-
do es invitada a la condición de esposa!
Jesús compara el Reino de Dios a un banquete nupcial: El Reino de
los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su
hijo... (Mt 22,2ss). Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez
vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del
novio... (Mt 25,1ss).
¿Cuál es la condición de la esposa?
– para ella el esposo no tiene secretos;
– vive con Él en la más grande intimidad;
– vive con Él en el amor más tierno.
La unión de los esposos es más grande que la unión de los padres y
de los hijos: Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer... (Gn 2,24).
Ninguna unión sobrepasa a esta en intimidad, en ternura, en fecun-
didad.
Al contraer con Jesús tal unión, éste invita al alma consagrada a que
haga los votos religiosos.
De toda alma bautizada puede decirse –en cierto modo– que es
esposa del Verbo: Os tengo desposados con un solo esposo para presen-
taros cual casta virgen a Cristo (2Cor 11,2).

457
Seguimos a D. COLUMBA MARMION, Sponsa Verbi, Editorial Lumen (Bogotá 1941).
Carlos Miguel Buela

Sí, pero la calidad de esposa, une con unión más estrecha y resplan-
dece más en las almas que se consagran bajo voto. En ellas se realiza
plenamente la condición de esposa. La unión esponsalicia del alma con-
sagrada con Cristo constituye la cima de toda la vida religiosa.
Por eso la virgen consagrada faltaría a su vocación y a su ideal si no
tiende con todas sus fuerzas a esa unión íntima con Dios.
El Verbo Encarnado se da a sí mismo en persona como esposo:
Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes
mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebata-
do el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). El que tiene a la novia es el
novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho
con la voz del novio. Ésta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su ple-
nitud (Jn 3,29).
De sus labios sale una invitación prodigiosa capaz de estremecer el
corazón humano.
Envió todavía otros siervos, con este encargo: «Decid a los invitados:
Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y ani-
males cebados, y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,4).
Venid a las bodas, «ad nuptias».
San Pablo –refiriéndose a la Iglesia y aplicable a cada alma consagra-
da en particular– dice: Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, puri-
ficándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presen-
társela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada (Ef 5,25–27).
Esposa digna de las «bodas del Cordero»:
Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado
las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha conce-
dido vestirse de lino deslumbrante de blancura (Ap 19,7–8), el lino son
las buenas acciones de los santos.
Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de
junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo (Ap
21,2). Entonces vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas
llenas de las siete últimas plagas, y me habló diciendo: «Ven, que te voy
a enseñar a la Novia, a la Esposa del Cordero» (Ap 21,9).

280
Las Servidoras

Por eso decía San Bernardo:


«Cuando veáis un alma que lo deja todo (“relictis omnibus”) para
unirse al Verbo con todas sus fuerzas (“Verbo adhaerere”),
– que vive para Él (“Verbo vivere”),
– que se deja regir por Él (“Verbo se regere”),
– que concibe sus obras por el Verbo y por Él las da a luz (“de Verbo
concipere quod faciat Verbo”).
Un alma que pueda decir: Para mí vivir es Cristo y la muerte una
ganancia (Flp 1,21), crea que es cónyuge y esposa del Verbo»458.

2. ESPOSA DE JESUCRISTO

¿Qué es lo que pide Jesucristo a estas Hermanas? Dame tu corazón


(Pr 23,26), eso es lo que quiero de Ti, que me des tu corazón, es decir,
tu voluntad. Toda la gloria de una Religiosa está en la unión íntima, de
corazón a corazón, con Dios.
Dice San Bernardo que «Dios, como Rey, exige temor; como Padre,
exige respeto; pero como Esposo, lo que pide es amor»459.
Por eso en el Pontifical romano se les hace decir con la boca lo que
dijeron con el corazón: «He despreciado el reino del mundo y todo el
ornato de este siglo por amor a nuestro Señor Jesucristo, a quien vi, de
quien me enamoré, en quien puse mi confianza, a quien quise con ter-
nura».
Las esposas de Jesucristo aplican a toda su vida el célebre apoteg-
ma: «Una uni», o sea, nuestra única alma para el único Dios.

458
Obras Completas de San Bernardo, Sermones «Super Cantica Canticorum», ser-
món 85,12, Tomo II (Madrid 1955) 571.
459
Sermones «Super Cantica Canticorum», sermón 85,12.

281
Carlos Miguel Buela

Dice San Alfonso: «¿A quién mejor que a una religiosa le puede exi-
gir Jesucristo que lo ame con todo el corazón? ¡Qué trabajo de selección
ha tenido que hacer para tener una Esposa! Primero, ha tenido el Señor
que escogerla entre el número incontable de criaturas posibles; luego,
entre tantas como nacen en tierra de paganismo o de herejías, y hacer-
la hija de la Iglesia por medio del Bautismo. Después, ha tenido que pre-
ferirla a tantos seglares que viven en medio del mundo… y con ese fin
comenzó a favorecerla con tantas luces, tantas inspiraciones y gracias
especiales, que eran como llamadas divinas para que viniera al claus-
tro»460.
¡Qué trabajo ha tomado Jesucristo para enamorar sus almas y ena-
morarlas con un amor fuerte como la muerte!(Ct 8,6). Porque así como
no hay fuerza creada que pueda hacer retroceder a la muerte cuando
suena la hora de su llegada, así no hay obstáculo o dificultad que no
queden vencidos por el amor cuando reina de verdad en el corazón.
«Mirad que es hermoso trueque –decía Santa Teresa– dar nuestro
amor por el suyo…»461. La religiosa clama, con su mudo pero elocuente
testimonio, que hay que amar a Dios con todo el corazón, porque se
merece el amor, irrestricto e indiviso.
«La Esposa de Jesucristo no debe desear más que amor, no debe
vivir más que de amor y no debe buscar más que aumento de amor;
debe andar siempre como enferma de amor, en la Iglesia, en la celda,
en el comedor, en el jardín; debe ser tan desmesurada la llama de su
amor que se expansione más allá de los muros del monasterio. Su
Esposo le invita con el ejemplo a esa exuberancia de amor»462.
«Sólo esto reclama Jesús de nosotros. No tiene necesidad de nues-
tras obras, sino únicamente de nuestro amor»463.
«Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al
mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más prove-
cho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el
buen ejemplo que de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de ese tiem-
po en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan
alta como ésta. Cierto, entonces harían más y con menos trabajo … de

460
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, La monja Santa (París 1872) 44.
461
SANTA TERESA DE ÁVILA, Camino de Perfección, BAC (Madrid 1979) 244.
462
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, La monja Santa (París 1872) 47.
463
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Historia de un alma, IX.

282
Las Servidoras

otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces
nada, y aun a veces daño»464.
La Esposa dice al Esposo:
Vos solo sois el único Dueño de mi corazón.
Vos solo reinéis en él.
Vos solo debéis dominarlo y él no debe obedecer más que a Vos y
hacer todo lo que a Vos os agrade.
Vos solo sois todo para mí.
«Mi Dios y mi Todo»465.
«Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta»466.
«Sólo Dios basta»467.
«Señor: que muera por amor de tu amor,
ya que, por amor de mi amor te dignaste morir»468.
La religiosa por ser Esposa de Cristo, es, al mismo tiempo, Madre de
los discípulos de Cristo.

3. ÉL (I)

Recuerdo que en mis primeros años de sacerdote me tocaba presidir


muchos matrimonios, sobre todo, los viernes y los sábados. Eso me dio
una gran experiencia por la que podía conjeturar, con cierto fundamen-
to, quiénes se acercan al matrimonio con frescura en el alma y, por el

464
Vida y Obras de San Juan de la Cruz, Cántico espiritual XXVIII (Madrid 1978)
950ss.
465
SAN FRANCISCO DE ASÍS; cit. en SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, La monja Santa
(París 1872) 47.
466
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [234].
467
SANTA TERESA, Obras completas, BAC (Madrid 1967) 514.
468
SAN FRANCISCO DE ASÍS, Escritos líricos, BAC (Madrid 1971) 61.

283
Carlos Miguel Buela

contrario, quiénes van al matrimonio sin esperar nada del mismo, por-
que ya lo conocieron antes. En efecto, cuando uno ve avanzar a la novia
por el centro de la Iglesia y da la impresión de que va pisando las nubes,
se la ve saludar emocionada y está como transportada, señal inequívo-
ca de que no ha rasgado el misterio del matrimonio. En cambio, si entra
desprejuiciada, totalmente extrovertida, no refleja emociones profundas,
no es delicada cuando se encuentra con el novio en el altar, ésa es de
las que no esperan nada nuevo del matrimonio, posiblemente ya hubo
adelantos indebidos profanándolo anticipadamente, no tiene nada
nuevo que dar ni tiene nada nuevo que recibir. Si la recién casada es
maestra, luego de la luna de miel, en los recreos se reúne con sus cole-
gas y si fue al matrimonio como Dios quiere, hacen silencio para escu-
charla a ella y luego se ríen, y así muchas veces. Si ya había profanado
el matrimonio, no hay silencios ni risas, porque los temas de conversa-
ción son el tiempo, lo cara que están las cosas y demás trivialidades, y
esas cosas no son dignas de atenta escucha ni de risa.
La recién casada habla de él: «¿Él? Había olvidado este él... Y ahora
decía él a cada instante, ninguna otra palabra sino él, como hacen las
recién casadas»469.

I
Algo similar pasa con las religiosas. Un observador atento puede
conjeturar, con gran probabilidad de acierto, cuál está enamorada de
Cristo y cuál no.
¿Cuál es la que está enamorada de Jesucristo? Es la que a cada ins-
tante se refiere a Él. De manera especial, habla con Él a cada instante.
Hablar de Él es como hablar, dice la verdadera Esposa, de mi amante,
de mi marido, del señor de mi casa. En el fondo, es la que demuestra
que, de hecho, conoce el corazón de Jesús. En este sentido considero
que es capaz de hablar de Él la religiosa que ha penetrado en la quin-
taesencia del sermón de la Montaña, en el de la Última Cena y en el de
la Cruz.
Sólo tenemos tiempo hoy de considerar el conocimiento del corazón
de Jesús que nos proporciona el sermón de la Montaña470. Es el corazón
de las enseñanzas de Él. Y, más simplemente, son el Corazón de Jesús.

469
C.S. LEWIS, Mientras no tengamos rostro, Rialp (Madrid 31994) 127.
470
Cfr. Mt 5–7.

284
Las Servidoras

II
El fin del hombre
Allí Él nos manifiesta los secretos más recónditos de su corazón. Allí
Él nos presenta un programa perfecto de vida cristiana.
Allí enseña Él el fin de nuestra vida: La eterna bienaventuranza
del Cielo y los medios interiores para alcanzarlo, que son todos los
actos heroicos de los santos: pobreza, mansedumbre, penitencia,
justicia, misericordia, pureza y paz, y que tienen la disposición interior
de hacer esos actos a pesar de todas las dificultades o persecuciones.
Quien oye latir el corazón de Jesús sabe que Él quiere cosas «contrarias
al sentir de la tierra entera»471 y que tuvo que hacer milagros «para que
con tan extrañas leyes, no se le negara la fe»472, como dice San Juan
Crisóstomo.
La verdadera Esposa sabe que Él ensalza su dignidad de apóstol, de
aquellos por quienes proclama la Ley Nueva de las Bienaventuranzas:
Vosotros sois la sal de la tierra... (Mt 5,13), vosotros sois la luz del
mundo... (Mt 5,14).

III
Los actos interiores del hombre
Él nos enseñó a ordenar los actos interiores del hombre, de dos
modos: en sí mismos considerados (a. Respecto a la voluntad y b.
Respecto a la intención) y en relación con el prójimo; superando la
justicia de los fariseos: Si vuestra justicia no supera la de los escribas y
fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos (5,20).

a. Él nos enseña respecto a nuestra voluntad:


1. A evitar los actos exteriores malos: No penséis que he venido a
abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consu-
marla (5,17).

471
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre San Mateo, 15, 3, BAC (Madrid 1955) 274.
472
Ibidem.

285
Carlos Miguel Buela

2. Él nos enseña, incluso a evitar los actos interiores malos. Él nos


enseña a vivir la caridad, sin dejarnos llevar por la ira: Todo el que se
irrita contra su hermano será reo de juicio (5,22). También la caridad en
las palabras: el que llama a su hermano «imbécil», será reo ante el
Sanedrín y el que le llame «loco» será reo de la gehenna del fuego
(5,22).
Él nos enseña la pureza y sencillez de vida: Quien mira con mal
deseo... (5,28).
Él nos enseña el lenguaje de la verdad: Vuestro lenguaje sea sí, sí; no,
no... (5,37).
Él nos enseña a perdonar y a no actuar por deseos de venganza: Si
alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra (5,39);
insistiendo: Si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdona-
rá a vosotros vuestro Padre celestial (5,45). A vivir la pobreza sin tener
deseos de codicia: Al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica,
déjale también el manto (5,40). A ser misericordiosos venciendo a la
sola estricta justicia: Al que te obligue a andar una milla, vete con él dos
(5,41). A ser generosos contra la mezquindad y la usura: A quien te pida
da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda (5,42).
Esto está en el corazón de Él.
Él enseña, porque Él así lo vivió, que hay que amar incluso a los ene-
migos, no sólo no tenerles odio, sino amarlos: Amad a vuestros enemi-
gos y orad por los que os persiguen... (5,44). ¿Para qué? Para que seáis
hijos de vuestro Padre (5,45). Si amáis a los que os aman... si saludáis
solamente a los que os saludan, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen esto
también los paganos? (5,46).
3. Él nos enseña a huir de las ocasiones de pecado: Si tu ojo dere-
cho es ocasión de escándalo, sácatelo y arrójalo de ti... si tu mano dere-
cha te escandaliza, córtatela y arrójala de ti... (5,29–30).

b. Recta intención
Pero no basta con evitar los actos interiores malos, es absolutamen-
te necesario hacer los actos buenos con rectitud de intención interior.
Él nos enseñó a no buscar la gloria de los hombres, sino la de Dios:
Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser
vistos por ellos... (6,1), y eso en todos los actos buenos que dicen relación

286
Las Servidoras

a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. En todo lo que dice relación a


Dios y que se reduce a la oración: Tú, cuando vayas a orar, entra en tu
habitación y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí,
en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (6,6). En
todo lo que dice relación al prójimo y que se resume en la limosna: Tú,
cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha... (6,3). En todo lo que dice relación a nosotros mismos y per-
tenece al ayuno: Tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre...
(6,17). Él nos enseña la importancia de la vida interior. «La vida interior
importa más que los actos externos. La rosa quiere cogollo donde se
agarren los pétalos», dice un poeta.
También nos enseñó Él a no hacer las cosas buenas sólo por utilida-
des materiales, por afán de dinero, por las riquezas del mundo: Nadie
puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y al dinero (6,24).
Asimismo, Él y sólo Él, nos enseñó a hacer las obras buenas confian-
do, absolutamente, en la Providencia de Dios, aun en las cosas tempo-
rales. Desconfiamos de la Providencia de varias maneras:
1. Cuando no lo seguimos a Él y ponemos nuestro fin en las cosas
temporales: No acumulen tesoros en la tierra... (6,19).
2. Cuando no lo seguimos a Él y desesperamos de la ayuda de Dios:
...por todas esas cosas se preocupan los paganos; pero bien sabe vues-
tro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad (6,32).
3. Cuando no lo seguimos a Él y creemos que con nuestras solas
fuerzas podemos alcanzar los bienes temporales: ¿Quién de vosotros
puede, por más que se preocupe, añadir un solo instante al tiempo de
su vida? (6,27).
4. Cuando no lo seguimos a Él y creemos que nos faltará lo necesa-
rio, olvidándonos que Dios nos da grandes bienes: ¿No vale la vida más
que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? (6,25), olvidándonos
que nos protege sin nuestro concurso: Mirad las aves del cielo: no siem-
bran ni cosechan ...y vuestro Padre celestial las alimenta... Observad los
lirios del campo... (6,26). Si Dios así los viste, ¿no lo hará mucho más
con vosotros, hombres de poca fe? (6,28), olvidándonos que debemos:
Buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos
dará por añadidura (6,34).
5. Cuando no lo seguimos a Él y nos preocupamos desordenada-
mente por el futuro: No os inquietéis por el día de mañana... (6,34).

287
Carlos Miguel Buela

IV
¿Qué hacer para vivir esta difícil doctrina?
Esta es la doctrina que nos enseñó Él, enseñándonos también a vivir-
la de la siguiente manera:
1. Implorando la ayuda de Dios: Pedid y se os dará, buscad y encon-
traréis, llamad y se os abrirá... (7,7).
2. Practicando la caridad con el prójimo: Cuanto quisiereis que os
hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos... (7,12).
3. Entrando por la puerta estrecha de la virtud perfecta: Entrad por
la puerta estrecha... (7,13).
4. No dejando que nos perviertan los impostores: Tened cuidado con
los falsos profetas... (7,15).
5. Cumpliendo los mandamientos: Entrarán en el Reino de los cielos
los que cumplan la voluntad de mi Padre (7,21). No bastando con decir:
Señor, Señor (7,21), ni con profetizar, o expulsar demonios, ni con
hacer milagros.
Al terminar el sermón de la Montaña decía Él: Aquel que escucha mis
palabras y las pone por obra... edifica su casa sobre roca (7,24).

V
Queridas Hermanas:
Se revela como verdadera Esposa de Jesucristo aquella que hace de
su vida un reflejo del sermón de la Montaña, en especial, por vivir la
caridad exquisita tal como la enseñó nuestro Señor. Una religiosa mur-
muradora, parlanchina, iracunda, contestadora, incapaz de dominar sus
nervios, no mansa ni paciente, chismosa, superficial, no femenina... no
es verdadera Esposa de Jesucristo.
Pero hay una manera todavía más simple de saber quién ama de
verdad a Él, basta con observar cómo participa la religiosa de la Santa
Misa: si está atenta, si está recogida, si con toda delicadeza participa con
el canto, la oración y las actitudes de cada parte de la Misa, si prolonga
generosamente la acción de gracias, esa religiosa sabe quién es Él.
Más simple aún, se distingue la auténtica religiosa en el momento de
la comunión, allí se encuentra íntimamente con Él, y su actitud interior,

288
Las Servidoras

su porte exterior, la posición de las manos, los ojos recogidos, manifies-


tan si ansía ese encuentro inefable con Él.
«Decía Él a cada instante y ninguna otra palabra sino Él...».
La Virgen María les alcance la gracia de conocerlo cada vez más ínti-
mamente a Él.

4. ÉL (II)

La religiosa debe decir Él a cada instante, ninguna otra palabra,


como hacen las recién casadas. La religiosa es la persona que se zam-
bulle en el Corazón de Jesús, el Divino Esposo.
Hoy, en esta nueva profesión perpetua de Servidoras del Señor y de
la Virgen de Matará, quiero detenerme tan sólo en el conocimiento del
Corazón de Jesús que nos proporciona el sermón de la Última Cena (Jn
13,31–17,26).
Se trata de la última conversación del Señor con sus discípulos, es la
quintaesencia del Evangelio, es el Sancta Sanctorum de las Escrituras473.
Son efusiones del Corazón de Jesús. La sublimidad de las enseñanzas
es tal que aparecen «profundidades que hacen temblar»474. No es un dis-
curso, sino una conversación o coloquio. El ambiente sentimental en
que se desarrolla «motiva y explica el orden, o aparente desorden»475.

473
CARD. ISIDRO GOMA Y TOMÁS, El Evangelio explicado, IV (Barcelona 1949) 196.
474
BOSSUET, cit. en CARD. ISIDRO GOMA Y TOMÁS, El Evangelio explicado, IV (Barcelona
1949) 196.
475
JOSÉ BOVER, S.J., Comentario al Sermón de la Cena, BAC (Madrid 1951) 18.

289
Carlos Miguel Buela

1. Él enseña que en la cruz está la exaltación:


Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorifica-
do en él (Jn 13,31). Jesús «identifica su gloria con la elevación en la
cruz. La cruz es su gloria y su exaltación» dice San Andrés de Creta476.

2. Él enseña el mandamiento nuevo:


Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis
amor los unos a los otros (Jn 13,34–35). Es nuevo, mutuo, del que Él es
el modelo, signo distintivo.

3. Él se fue para prepararnos un lugar:


No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar (14,1–2).

4. Él volverá a buscarnos:
Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os toma-
ré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros (Jn 14,3).

5. Él se autodefine triplemente:
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Como si dijese: «Si
permanecieres en mi camino conocerás la verdad; y la verdad te hará
libre, y alcanzarás la vida eterna»477.

6. Él nos enseña por qué es camino para ir al Padre:


El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14,9). Con lo que indi-
ca la consustancialidad de naturaleza y la distinción de personas, que

476
Disertación 9, sobre el Domingo de Ramos; cit. en Liturgia de las Horas, IV, 65.
477
KEMPIS, Imitación de Cristo, 3, 56.

290
Las Servidoras

son correlativos porque tienen la misma naturaleza divina. ¿No crees


que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? (Jn 14,10). Con lo que
muestra su inmanencia mutua, bilateral o recíproca (no como en los
profetas sólo humanos), lo cual es indicio de perfecta igualdad fundada
en la identidad de naturaleza o consustancialidad. Las palabras que os
digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que
realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Al menos, creedlo por las obras (Jn 14,10–11). Con lo que enseña que
a identidad de naturaleza corresponde la unidad de acción: «... las pala-
bras... las obras...».

7. Él nos promete el cielo, pero, para entretanto, nos hace


tres promesas magníficas:
a. La promesa de un poder extraordinario: En verdad, en verdad os
digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará
mayores aún, porque yo voy al Padre (Jn 14,12). Con ese otro género
de poder espléndido, que es el poder de la oración: Y todo lo que pidáis
en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré (Jn 14,13–14).
b. La promesa del Espíritu Santo: Si me amáis, guardaréis mis man-
damientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté
con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no
puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis,
porque mora con vosotros (Jn 14,15–17). El Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará
todo lo que yo os he dicho (Jn 14,26).
c. La promesa de ayudarnos siempre, ¡siempre!: No os dejaré huér-
fanos: volveré a vosotros... Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi
Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamien-
tos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de
mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él... Si alguno me ama, guar-
dará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra
que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado (Jn
14,18–24). ¡Jesucristo siempre está con nosotros! ¡No hay lugar para los
miedos!

291
Carlos Miguel Buela

8. Él nos deja su paz:


Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No
se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14,27).

9. Él nos da testimonio de que ama al Padre:


Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre
me ha ordenado (v. 31).

10. Él es la vid, nosotros los sarmientos:


Yo soy la vid verdadera... Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El
que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados
de mí no podéis hacer nada (Jn 15,1.5). Él nos dijo que estaríamos
separados físicamente, pero espiritual y sacramentalmente estaríamos
íntimamente unidos a Él. Él no sería vid si no fuese hombre; pero no nos
daría la vida si no fuese Dios. Él nos enseña la imposibilidad absoluta de
hacer algo sobrenatural sin Él.

11. El fruto de esa unión es la oración eficaz y la gloria y el


gozo:
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid
lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis
mucho fruto, y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, yo también
os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis man-
damientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los man-
damientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto,
para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn
15,7–11).

12. Él nos llama amigos:


Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he
llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a
conocer (Jn 15,13–15).

292
Las Servidoras

13. Él indica la iniciativa de su predilección:


No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a
vosotros (Jn 15,16).

14. Él nos promete frutos en la misión encomendada:


Y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto
permanezca (Jn 15,16).

15. Él nos promete que siempre seremos escuchados:


De modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conce-
da (Jn 15,16).

16. Insiste en su mandato:


Lo que os mando es que os améis los unos a los otros (Jn 15,17).

17. Él profetiza que el mundo nos odiará y señala las razo-


nes de ese odio:
a. Porque aborreció a Jesús a quien estamos unidos: Si el mundo os
odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros (Jn 15,18).
b. Por la oposición irreductible que hay entre ellos y el mundo: Si
fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del
mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os aborre-
ce (Jn 15,19).
c. Porque debemos correr la misma suerte que Él: Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros (Jn 15,20).
d. Él vino a vencer al Diablo y al mundo, por tanto, todo el que repre-
senta la persona y acción de Jesús será objeto del odio del mundo y de
su príncipe: Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque
no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido y no les
hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su
pecado. El que me odia, odia también a mi Padre (Jn 15,21–23).

293
Carlos Miguel Buela

18. Todas estas dificultades no deben causarnos extrañeza,


ya que Él lo profetizó:
Os he dicho esto para que no os escandalicéis (Jn 16,1). Nos tratarán
como a apóstatas, sectarios y cismáticos, nos tendrán por seductores y
falsos profetas, de quienes era lícito derramar su sangre: Os expulsarán
de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate
piense que da culto a Dios (v. 2). Lo cual es obra de obcecación volun-
taria de los enemigos de Dios. Y esto lo harán porque no han conocido
ni al Padre ni a mí (v. 3). Cuando ocurra reconfortémonos con el recuer-
do de la predicción: Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora,
os acordéis de que ya os lo había dicho (v. 4) y para que en el cumpli-
miento de la profecía tengamos un motivo más de fe y de esperanza.

19. Él insiste en enseñarnos que el posible temor de las per-


secuciones es vencido por la obra del Espíritu Santo que nos
envía:
a. Nos anima y consuela: Por haberos dicho esto vuestros corazones
se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que
yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero
si me voy, os lo enviaré (Jn 16,6–7).
b. El Espíritu Santo convencerá al mundo de que es esclavo del
pecado, que Jesús es el Justo y que el Diablo está juzgado y vencido:
Cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo
referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado,
porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al
Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de
este mundo está juzgado (Jn 16,6–11).
c. El Espíritu Santo completará la enseñanza: Mucho tengo todavía
que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu
de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su
cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir
(Jn 16,12–13).

20. Él nos asegura que nuestras tristezas se convertirán en


gozo:
En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el
mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en

294
Las Servidoras

gozo... También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se


alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar (Jn
16,20–22).

21. Él nos recuerda que otro motivo de gozo es la eficacia


de nuestra oración:
En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi
nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y reci-
biréis, para que vuestro gozo sea colmado (Jn 16,23–24). Aquel día
pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros,
pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí
de Dios (Jn 16,26–27).

22. Él ruega por sí mismo:


Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glo-
rifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé
también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eter-
na: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has envia-
do, Jesucristo (17,1–3).

23. Él ruega por sus discípulos:


He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado
tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guarda-
do tu Palabra. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que
tú me has dado, porque son tuyos... todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo
es mío; y yo he sido glorificado en ellos... Padre santo, cuida en tu nom-
bre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros... (pas-
sim).

24. Él ruega por todos los creyentes:


No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio
de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre,
en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me

295
Carlos Miguel Buela

diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en
mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me
has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también
conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado...Yo les he
dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el
amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (passim).
Queridas Hermanas:
Que como las recién casadas nunca se caiga de su cabeza el pensa-
miento en Él, que nunca esté ausente de sus corazones la presencia de
Él, que con sus labios y con su vida manifiesten que son toda y total-
mente de Él.
Les ayude la Santísima Virgen.

5. ÉL (III)

No hace mucho en otra profesión perpetua de las Servidoras decía-


mos que, como Esposas de Cristo, siempre tenían que tener en su mente
y en su corazón al dulce Esposo, Jesucristo nuestro Señor.
Las religiosas siempre deben buscarlo a Él, como las recién casadas.
La recién casada habla de Él: «¿Él? Había olvidado este él... Y ahora
decía él a cada instante, ninguna otra palabra sino él, como hacen las
recién casadas»478. Así debe comportarse la religiosa, debe hablar siem-
pre de Él, el Amigo, el dueño de su corazón, el Señor de su casa, el
Esposo del alma. Y debe hablar de Él porque lo conoce y ama íntima-
mente. Decíamos que debe conocerlo, especialmente, a través del ser-
món de la montaña, el de la última cena y el de la cruz.
Hoy quiero desarrollar este último aspecto.

478
C.S. LEWIS, Mientras no tengamos rostro, Rialp (Madrid 31994) 127.

296
Las Servidoras

1. El lenguaje de la Cruz
La cruz, en su silencio elocuentísimo, habla con una fuerza especial.
Dice San Pablo que Jesús le enseñó: ...mi fuerza se muestra perfecta en
la flaqueza. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo
en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me
complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las
persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy
débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor 12,9–10).
En otra parte enseña San Pablo: Pero llevamos este tesoro en reci-
pientes de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es
de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; per-
plejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derri-
bados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por
todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo... (2Cor 4,7–10).
El lenguaje de la cruz nos enseña que, en rigor de verdad, la realidad
es distinta de lo que aparece. Porque la cruz cambia el significado de las
cosas. Auténticamente nos enseña a transignificarlas, ya que en realidad
la cruz les da otra finalidad, la cruz transfinaliza la realidad.

2. La realidad de la cruz
De las infinitas enseñanzas que nos da la cruz, tan sólo nos referire-
mos a algunas, agrupadas en cinco temas:
a. La cruz nos enseña que la muerte es vida y que hay que:
Morir para vivir479.
Sepultarse para resucitar.
Sufrir para gozar.
Perder la vida para encontrarla480.

479
Cfr. 2Cor 4,11.
480
Cfr. Lc 9,24.

297
Carlos Miguel Buela

b. La cruz nos enseña que el negarnos es la mejor afirma-


ción y que hay que:
Sacrificarse para realizarse.
Servir, esclavizarse, para reinar.
Someterse para liberarse.
Obedecer para ser libre.

c. La cruz nos enseña que la realidad es más de lo que


vemos y que hay que:
Conocer lo limitado para contemplar lo ilimitado.
Que lo esencial es invisible a los ojos481.
Que los necios (para el mundo) son sabios.
Despreciar el mundo para ganar al Creador del mundo.
Negarse a si para afirmarse en Dios482.

d. La cruz nos enseña que lo que pasa en nuestro interior


adquiere otra dimensión:
La tristeza se transforma en gozo483.
La desolación es camino para la consolación.

e. La cruz da sentido a todas las virtudes, ya que hay que:


Humillarse para ser ensalzado.
El débil es el fuerte: en la flaqueza llega al colmo el poder (2Cor
12,9.10).
Los pocos serán muchos.

481
Cfr. 2Cor 4,18.
482
Cfr. 1Cor 2,8.
483
Cfr. Jn 16,20.

298
Las Servidoras

Los pobres serán ricos.


Hay que combatir, luchar, para descansar.
Los violentos consigo mismos, son pacíficos484.
Hay que renunciar a todo para poseerlo todo.
Ser podado para dar fruto.
Ser depreciado para ser honrado.

3. Escuela
Solamente en la escuela de Jesucristo se aprende la ciencia de la
cruz. Sólo Él enseña la cruz: Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese
a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lc 9,23). Sólo Él –y sus
auténticos discípulos– han seguido el camino de la cruz: ... le llevaron a
crucificarle (Mt 27,31).
Tres son los lugares preferidos para aprender la ciencia de la cruz:
a. Como decía San Pedro Claver: «Un solo libro hay que leer: el de
la Pasión»485. Son los relatos de la Pasión que se encuentran en los cua-
tro Evangelios. Allí reina como la joya más extraordinaria, como la dia-
dema más preciosa: la cruz.
b. La Eucaristía. Allí Cristo se victimiza, bajo especie ajena, perpe-
tuando el sacrificio de la cruz. Allí lo ofrecemos como Víctima al Padre y
nos ofrecemos nosotros como víctima junto con Él. Allí al comulgarlo
participamos íntimamente de su sacrificio, victimizándonos, eucarística-
mente, con Él. Por eso no hay nada como la Misa diaria para conocer-
lo más a Jesús y para enardecernos en su amor.
c. Nunca conocemos mejor la cruz que cuando nos golpea algún
dolor, algún sufrimiento, alguna persecución. Es el momento de experi-
mentar, de alguna manera, lo que Jesus experimentó en su Pasión y en
su cruz.

484
Cfr. Mt 11,12.
485
ÁNGEL VALTIERRA – RAFAEL M. DE HORNEDO, San Pedro Claver, BAC (Madrid 1985)
86.89.

299
Carlos Miguel Buela

4. Consecuencias
De allí que la auténtica Esposa de Cristo siempre dice: Reboso de
gozo en todas las tribulaciones (2Cor 7,3–4); ya que es un motivo de
gran alegría verse rodeado de grandes pruebas (Sant 1,2; cfr. 1Pe 4,13).
Y ello ¿por qué?
Porque el lenguaje y la ciencia de la cruz alcanzan su punto supremo
en la octava bienaventuranza del sermón de la montaña:
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira
digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos,
porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguie-
ron a los profetas que hubo antes de vosotros (Mt 5,11–12). Alcanzan su
punto supremo en la cima del monte Calvario. Allí la ciencia de la cruz
se transforma en alegría de la cruz.
Alegría que el mundo no puede dar.
Para que esta Servidora, y todas las Servidoras, lleguen a experimen-
tar la ciencia y la alegría de la cruz, comprometemos hoy nuestras ora-
ciones. Que la Virgen Santa, que al pie de la cruz experimentó esta rea-
lidad, les alcance de su Hijo Único esta gracia, hoy y siempre. Y que no
quieran saber nada fuera de Jesucristo crucificado (1Cor 2,2).

6. NO DOS, SINO UNO

I
Como es sabido, la vida religiosa consagrada, es una vida de dos
para el amor. De dos: Jesucristo, Esposo, y el alma, la Esposa, que se le
consagra especialmente. Esta vida de dos ya comenzó en la mente y el
corazón de Dios, desde toda la eternidad, desde que decidió crear a su
Esposa y la eligió y la amó. En el tiempo se manifestó ese amor de Dios
cuando nos creó y nacimos a esta vida. Se intensificó esa vida de dos
para el amor el día de nuestro bautismo. Con la toma de hábitos, en este
día, continua todo un proceso de consagración al Señor que adquirirá
una dimensión de eternidad cuando estas Hermanas hagan sus votos
perpetuos.

300
Las Servidoras

Tal vez no haya texto más significativo de esta entrega al Señor que
el Cantar de los Cantares, atribuido a Salomón. En efecto, allí se expre-
san de maravillas lo que tienen que ser las relaciones esponsalicias de
Jesucristo y quien se consagra a Él.
Dice muchas veces el Esposo: ¡Qué hermosa eres, amada mía! ¡Qué
hermosa eres… (Ct 1,15; 4,1). ¡Qué hermosa eres, qué encantadora,
qué amada, hija deliciosa! (7,7).
Y la Esposa responde: ¡Qué hermoso eres, amado mío! ¡Qué dulzura
y qué hechizo! (1,16). Mi amado es para mí y yo para él (2,16). Yo soy
para mi amado y mi amado para mí (6,3). Yo soy para mi amado, y a mí
tienden sus anhelos (7,11).

II
Por lo significativo que es, quiero en particular referirme al diálogo
entre los esposos de parte del capítulo 8, que es como la cumbre del
Cantar. En menos de veinte palabras fundamentales486 nos encontramos
con la joya más grande de la literatura universal sobre el amor. Lo vere-
mos en tres puntos.
1. El Coro ve subir desde el desierto a los Esposos y canta:
¿Quién es ésta que sube del desierto,
apoyada en su amado? (8,5).
El Coro crea un ambiente de estupor, de asombro. Desde el silencio
inmarcesible del desierto, en la paz y en la soledad, como si se hubiese
detenido el transcurso del tiempo, ve venir, tanto con majestad cuanto
con gracia, una pareja de enamorados. Y lleno de admiración se pre-
gunta por ella: «Quae est ista...?» ¿Y cuál será la razón por la que se pre-
gunta por ella y no por él? Pienso que, tal vez, sea por la razón que da
Teodoro Haecker: «Una mujer que se deja consumir y abrazar por la
pasión hacia un hombre no es nunca pequeña; un hombre que por la
pasión hacia una mujer se deja apartar de su obra, de su misión, no es
nunca grande»487. Si esto es así en el plano humano, cuánto más en el
plano sobrenatural ¡nunca es pequeña una mujer que sigue de verdad
a Jesucristo!

486
Cfr. GIANFRANCO RAVASI, El Cantar de los Cantares, Ed Paulinas (Colombia 1993) 120.
487
VIRGILIO, Padre de Occidente, Ed. Ghersi (Buenos Aires 1979) 62.

301
Carlos Miguel Buela

(Me permito una breve digresión. Siempre fui un convencido de que


aquí, en San Rafael, debió haber gente santa que impetró mucho a Dios
pidiendo vocaciones consagradas, porque si no, ¿cuál es la razón de que
aquí, en San Rafael, se hayan formado tantas vocaciones? Así, por
ejemplo, Mons. Kruk, durante mucho tiempo, hacía noche heroica –se
quedaba en vela rezando la noche del jueves al viernes– pidiendo por
las vocaciones. Me comentó en una oportunidad que durante la primera
visita «ad Limina», muy preocupado le dijo a Pablo VI que no tenía
vocaciones, y éste le dijo que no se preocupara: «Va ha tener vocacio-
nes hasta para poder dar a los demás», cosa que él vio cumplida y
nosotros podemos constatar todavía. Estimo que, también, se debe a las
oraciones de los sacerdotes que fueron como «las columnas»488 del clero
diocesano sanrafaelino, y que con tanto cariño nos recibieron y ayuda-
ron, me refiero a los Padres Ernesto de Miguel, Basilio Wynnyczuk y
Victorino Ortego, quien nos honra con su presencia en esta concelebra-
ción; a la Hermana Carmen, fundadora del Colegio del Carmen, que
llegó aquí cuando no había ninguna calle asfaltada, que rezaba y se
sacrificaba por las vocaciones, era de baja estatura, ¡pero no era una
pequeña mujer!; recuerdo a los laicos que trabajaron por las vocaciones:
Don Florentino Carrizo Herrera y señora con más de 600 socios que
ayudaban a las vocaciones; Don Herminio Tonidandel y señora; Sofía
Bajovich y su esposo, Adela Poblet, y muchos más).
Suben del desierto que rodea Jerusalén lo cual da un maravilloso
colorido a la escena. Suben hacia la altura de Sión. Implica esto la espi-
ritualidad de los salmos de subida (Sl 120–134) que cantaban los pere-
grinos.
Ella aparece apoyada («innixa») sobre su Esposo, «en un grado de
caridad perfectísima» dice Bossuet, de donde ella jamás se separará. «Es
la plenitud de la felicidad en Dios… es la caridad, considerada como
estado de amistad con Dios… que el Espíritu Santo derrama en nues-
tros corazones (Ro 5,5); es la serenidad toda interior de la sabiduría, la
felicidad del abandono confiado que practicó Santa Teresita del Niño
Jesús. Todo está en comprender, como ella, que no es la esposa quien
abraza al Esposo, sino que es abrazada por Él. Es la bienaventuranza de
los pequeños, que creen en el amor con que son amados (1Jn 4,16);

488
Cfr. Ga 2,9.

302
Las Servidoras

que saben que el que va a Jesús Él no lo echa afuera (Jn 6,37), y que
nada ni nadie podrá separarnos del amor que Él nos tiene (Ro 8,35ss),
ni arrancarnos de las manos del Hijo (Jn 10,28), ni de las del Padre (Jn
10,29), que así nos abrazan porque nos aman con amor de misericor-
dia; es decir, aunque nosotros nunca podríamos merecerlo…»489.
«Parece verse como un dibujo o una instantánea en la que los dos
enamorados quedan retratados en la ternura de su abandono recípro-
co»490. En el capítulo 3 del Cantar se realiza la subida de los enamorados
envueltos en una mística nube de incienso, mirra y esencias aromáticas
preciosas. Por eso, en la versión de la Vulgata, no en el texto hebreo,
aparece la expresión «deliciis affluens», como que están plenos de una
santa felicidad. (En los LXX se usa la expresión «leleuxanfisméne», des-
lumbrante de blancura). Podría haber reminiscencias de las maravillosas
procesiones que para el año nuevo hacían en Babilonia, o también de
las dos procesiones egipcias que trasladaban al dios Amón de Karnak a
Luxor en la fiesta de Oper. (La liturgia aplica libremente este texto a la
Asunción de la Virgen a los cielos en cuerpo y alma).
Acaso nosotros, hoy, aquí, no podemos preguntarnos, también,
¿Quiénes son éstas que vienen del desierto del mundo apoyadas sólo
sobre su amado Jesucristo? El asombro es aún más grande: Son sus
hijas, sus nietas, sus hermanas, primas, sobrinas, amigas, conocidas…

2. A ellas dice el Esposo Jesucristo:


«Debajo del manzano te desperté,
allí donde te concibió tu madre,
donde concibió la que te dio a luz».
El manzano es el árbol del amor cantado en el capítulo 2 (v. 3). Es
fecundo, es perfumado, sus frutos son sabrosos y coloridos, tiene hojas
brillantes que dan buena sombra que también es fecunda; en cambio,
los árboles silvestres son estériles, crecen desordenadamente, ni siquiera
dan buena sombra. La escena sugiere paz, abandono amante, protec-
ción, intimidad. Para ella no sólo es Esposo y hermano, sino también,

489
JUAN STRAUBINGER, El Antiguo Testamento, Ed. Desclée, II (Buenos Aires 1951) 774.
490
GIANFRANCO RAVASI, El Cantar de los Cantares, Ed Paulinas (Colombia 1993) 121.

303
Carlos Miguel Buela

madre. El lugar del amor coincide con el del nacimiento. Es como si


Jesucristo les dijera: Con mi amor te despierto a un nuevo nacimiento.
(Hay que hacer notar que en el texto hebreo actual los pronombres son
todos masculinos refiriéndose al Esposo; pero preferimos la versión
siríaca, seguida por los Padres y los antiguos comentadores que la refie-
ren a la Esposa, como indica Fillion491). Una curiosidad: en el v. 5 con
manzanas, otros traducen con azahares que sería la costumbre de las
novias en Oriente y de aquí vendría el ramo de azahares que llevan en
la mano las desposadas de hoy492 o la corona de azahares que llevan
sobre sus cabezas las Servidoras cuando hacen sus votos perpetuos.
La razón por la que el Esposo recuerda que eligió a la Esposa donde
la concibió su madre, ¿no es la razón por la cual están, de manera espe-
cial, emocionadas las madres de estas jóvenes? ¿Acaso en este día la
memoria del corazón no les hace presente cuando las dieron a luz, y las
criaron, y educaron, y tuvieron consigo tantos años? Y la separación,
¿no es parecida a la que ocurrió con el primer nacimiento?
En estos duros tiempos de cultura de la muerte debemos recordar
que en el Cantar de los Cantares tanto donde te concibió tu
madre…(8,5), como la sombra del manzano, la sala del festín, el jardín
de las delicias, indican la dicha de la posesión mutua.
Asimismo, este árbol misterioso y simbólico, que fue testigo del naci-
miento de la Sulamita y de sus primeros lances amorosos, representa,
desde los Padres, la cruz redentora, a la sombra de la cual la Iglesia nació
y fue al mismo tiempo amada de su divino Liberador.

3. Y ellas, las Esposas, deben decirle al Esposo, en este día y siem-


pre:
Grábame cual sello sobre tu corazón,
como un sello en tu brazo.
Porque es fuerte el amor como la muerte,
implacable la pasión como el abismo.
Saetas de fuego, sus saetas,
una llama de Yahvé (Ct 8,6).

491
L. CL. FILLION, La Saint Bible, Letouzey et Ané Éditeurs, tomo IV (París 1903) 622.
492
JUAN STRAUBINGER, El Antiguo Testamento, Ed. Desclée, tomo II (Buenos Aires
1951) 765.

304
Las Servidoras

El canto de amor de la amada sube de tono e intensidad. Expresa la


Esposa el firme deseo de permanecer unida a Él en la entrega total. Y
eso lo manifiesta con el símbolo del sello, expresión de un deseo impe-
tuoso de cercanía y unidad. Ella no puede separarse de su Bienamado
ya que está adherida a Él con todas las fuerzas de su alma.
El sello de metal o de piedra para autenticar documentos493 y para
identificarse, era llevado siempre por el propietario en el dedo494 o atado
en el brazo o colgado de una cadena al cuello495 de manera que queda
sobre el corazón. Inseparable, pegado, adherido a la piel, guardado y
defendido celosamente, el sello autenticaba496, unía497, definía a la perso-
na498. (El sello en China es aún ahora muy importante). De tal modo,
que quiere estar siempre presente en los pensamientos y en las miradas
de su Esposo. La Esposa, por tanto, debe ser como el mismo yo del
Esposo, como dice San Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí
(Ga 2,20). Es su documento de identidad, la misma carne: …ya no son
dos, sino una sola carne (Mt 19,6). Hay una plena simbiosis entre
ellos499.
De tal manera es la mutua unión por el amor esponsalicio que no
pueden romperla ni los adversarios más poderosos, ni la muerte, ni el
abismo («sheol») o sea el infierno, la ardiente y exclusiva pasión del
amor (el hebreo dice «celo») logra sobrevivir a las mayores pruebas y
dificultades. El amor supera todas las barreras del espacio y del tiempo.
Dice San Agustín a propósito de estas palabras: «Es imposible expresar
con mayor magnificencia la fuerza del amor. Porque ¿quién es el que
resiste a la muerte? Podemos resistir al fuego, al furor de las olas, a la
espada, a los poderes, a los reyes; pero viene la muerte, y ¿quién puede
presentarle resistencia? Ella es más fuerte que todas las cosas»500. Sin
embargo, dice aquí el Espíritu Santo que el amor es más fuerte. Ésta es
una estupenda revelación que nos hace penetrar en el abismo del amor

493
Cfr. Ez 28,12.
494
Cfr. Gn 41,42; Jr 22,24.
495
Cfr. Gn 38,18; Pr 3,3.
496
Cfr. 1Re 21,8.
497
Cfr. Job 41,7.
498
Cfr. Jr 22,24.
499
GIANFRANCO RAVASI, El Cantar de los Cantares, Ed Paulinas (Colombia 1993) 122.
500
De laude caritatis.

305
Carlos Miguel Buela

de Dios, que se sintetiza en su suprema y esencial definición: Dios es


amor (1Jn 4,8.16). De ahí que dijera Pío XII: «El gran misterio del cris-
tianismo es el mismo corazón de Dios…dominado por el amor».
Afirmación gloriosa y solemne. «¡El amor es más fuerte! ¡El amor puede
más!», gritó Juan Pablo II501.
Las llamas del verdadero amor no son llamas débiles y que se apa-
gan fácilmente. Son saetas que encienden grandes fuegos. Las llamas
del verdadero amor son llamas divinas, «de Yahvé», son llamas pareci-
das a la de la zarza ardiente, que ardía sin consumirse (Ex 3,2), ya que
todo verdadero amor no es más que una chispa de la hoguera de amor
infinito que es Dios. De modo tal que todo auténtico amor es una fuer-
za llena de vida y una manifestación de Dios. El amor profundo es insa-
ciable y exigente como el abismo y la muerte. Expresa la fuerza inexo-
rable y el ardor del afecto que no puede dejar el objeto de su amor, ni
dividir su posesión. Casiodoro decía: «Nada se resiste a la muerte, nada
se resiste al infierno. La muerte, ¿quién puede detenerla? Al infierno,
¿quién puede arrancarle sus condenados? Así también es el amor.
¿Quién lo puede detener? ¿Quién puede impedirle que devore, que con-
tinúe devorando, y quién podrá atenuar su sed inextinguible? A él se le
sacrifica sin piedad aquello que uno tiene de más querido; por él se des-
afía toda vergüenza con tal de darse a aquello que se ama; por él se
enfrenta aun a la misma muerte»502.
Continúa diciendo la Esposa:
Las grandes aguas no podrán apagar el amor,
ni los ríos anegarlo.
Si alguien quisiera comprar el amor
con todas las riquezas de su casa,
se haría despreciable (8,7).
Es imposible apagar las llamas ardorosas del amor encendido por el
Señor mismo con las aguas torrenciales de los mares o con las inunda-
ciones. Es absolutamente imposible apagar el amor de Cristo: ¿Quién

501
Al final de la Misa en el Parque O’Higgins, en Santiago de Chile, el 3 de abril de
1987; cit. en L’Osservatore Romano 16 (1987) 266.
502
cit. en L. CL. FILLION, La Saint Bible, Letouzey et Ané Éditeurs, tomo IV (París
1903) 623.

306
Las Servidoras

nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?,
…en todo esto salimos vencedores gracias a Aquel que nos amó. Pues
estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los princi-
pados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la pro-
fundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro 8,35–39). El amor logra
vencer a todo adversario, por muy poderoso que sea. Las más grandes
pruebas y tribulaciones, personales o comunitarias, las desgracias excep-
cionales y las persecuciones más dolorosas, jamás lograrán separar a la
Esposa del Esposo. ¡No podrán jamás!
Son de tal valor las llamaradas del amor, que no tienen precio. Si
alguno intentara comprar con dinero el amor, sería despreciable. El
verdadero amor se amasa con libertad y gratuidad. No se puede com-
prar una persona, sólo se puede comprar un objeto. El amor es superior
a todo bien de este mundo. El amor se da, no se vende.

III
Queridas Hermanas y Novicias:
¿Cómo podrán saber si ustedes son verdaderas Esposas de
Jesucristo?
Si se puede decir: «Para mí vivir es Cristo y la muerte una ganancia
(Flp 1,21); créela cónyuge y desposada con el Verbo»503.
¡Esto es lo que queremos para todas y cada una de las Servidoras!
¡Esto es lo que esperamos de ellas!
¡Nunca se contenten con un amor menor!
¡Sean como María!
¡El amor no morirá jamás! (1Cor 13,8).

503
Obras de San Bernardo, BAC (Madrid 1957) 1280.

307
Carlos Miguel Buela

7. PEQUEÑO FLORILEGIO DE LA VIRGINIDAD

Siempre estas ceremonias tan hermosas de primeras profesiones, de


renovación de votos temporales y sobre todo de la profesión de los
votos perpetuos, hacen sentir como por los poros de la piel la magnífica
realidad de la Iglesia, porque son signos de la fecundidad inexhausta de
la Iglesia, y al ser signo de la fecundidad son signos también de la vita-
lidad de la Iglesia. Por eso normalmente los participantes sin llegar a
entender las cosas en toda su hondura teológica, sin embargo perciben
algo grande, algo celestial, porque de alguna manera estamos como
tocando las raíces de la misma Iglesia.
Estas jóvenes quieren ser vírgenes y madres ¿Por qué? Porque
quieren seguir al primer gran virgen que fue Jesucristo nuestro Señor y
a su Santísima Madre que fue virgen y madre. Y por eso son una imagen
del todo particular de la Iglesia que también es virgen y madre, y nos
traen a la memoria los cientos de miles y miles de vírgenes que pobla-
ron los desiertos, que poblaron los monasterios y que con su ejemplo de
vida consagrada, entregada a Dios, fueron fautoras de civilización y lle-
varon de manera prístina el mensaje del Evangelio a tantas generacio-
nes de hombres y mujeres.
Por eso dada esta situación del todo particular y para que captemos
más la profunda originalidad de la vida religiosa y cómo nos hace
remontar a los orígenes mismos de la Iglesia Católica, ya que nos remi-
te a Jesucristo y a su Santísima Madre, quiero hacer un pequeño florile-
gio de la virginidad, pero ceñido a un período de tiempo, a los 4 prime-
ros siglos. De tal manera que de entre algunos de los pensamientos de
los Santos Padres los más recientes se remontan a 17 siglos. Sólo voy a
traer pensamientos de los Padres Latinos.

1. Ni vanidad ni avaricia
«Tú, virgen, que has dominado la carne y el mundo, sobreponte tam-
bién a la ostentación del vestido y del oro. No se avienen entre sí el ven-
cer las grandes dificultades y ser vencida por las pequeñas»504.

504
FRANCISCO DE B. VIZMANOS, SI, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, 664.
SAN CIPRIANO, Sobre la conducta de las vírgenes, XXI.

308
Las Servidoras

2. Ir por el camino estrecho


«Estrecho y angosto es el camino que conduce a la vida, duro y
arduo el sendero que lleva a la gloria. Por esta senda marchan los már-
tires, caminan las vírgenes, avanzan los justos. Evitad los caminos
anchos y fáciles; en ellos se tropieza con atractivos traidores y halagos
mortales; en ellos el diablo lisonjea para engañar, sonríe para hacer
daño, acaricia para matar. El mayor fruto, el de cien, es propio de los
mártires; el segundo, el de sesenta, es vuestro. Del mismo modo que en
los mártires no se dan pensamientos de carne y de mundo ni
conversaciones delicadas, muelles y tiernas, así también vosotras, sien-
do las segundas en cuanto al fruto, debéis poseer una virtud para los tra-
bajos semejante a la de ellos. No es fácil la subida a las alturas. ¿Qué
sudores, qué molestias no padecemos cuando ascendemos a las cimas
y cumbres de los montes? ¿Y qué no debemos pasar tratando de subir
al cielo? Si consideras el premio prometido, se te hará pequeño el traba-
jo: se te anuncia una existencia inmortal, una vida perpetua, el reino de
Dios»505.

3. Premio de la virginidad
«Conservad, ¡oh vírgenes!, conservad lo que habéis empezado a ser,
lo que habéis de ser para siempre. Grande premio os espera, galardón
magnífico para la virtud, recompensa eximia para la castidad. ¿Queréis
saber de qué males carezca y qué premios posea la continencia?
Multiplicaré, dijo Dios a la mujer, tus congojas y tus gemidos; darás a luz
con dolor a tus hijos, vivirás sujeta a tu marido y él te dominará (Gn
3,16). Vosotras estáis libres de esta sentencia: no teméis las congojas y
gemidos propios de la mujer, ningún temor os aflige sobre el parto de
vuestros hijos, ni tenéis un marido por dueño, pues vuestro dueño y
cabeza es Cristo, que hace las veces de esposo, de cuya suerte y comu-
nidad de vida participaréis»506.
De tal modo que ese premio lo recibe la virgen consagrada no sola-
mente en el cielo, ahí lo recibirá en plenitud, sino que empieza a vivir el
cielo en la tierra.

505
Ibidem.
506
Ibidem, p. 665. SAN CIPRIANO, Sobre la conducta de las vírgenes, XXII.

309
Carlos Miguel Buela

4. La virgen empieza a vivir el cielo en la tierra


«Palabras del Señor son aquéllas: Los hijos de este siglo engendran y
son engendrados; mas los que tuvieren parte en aquel otro siglo y en la
resurrección de los muertos no tomarán esposas ni maridos; pues no
vendrán a morir, siendo iguales a los ángeles de Dios por ser hijos de
resurrección. Lo que hemos de ser en la otra vida, eso habéis empeza-
do ya a ser vosotras; gozáis en este siglo de la gloria de la resurrección;
pasáis por este mundo sin contaminaros con él; mientras os conservéis
castas y vírgenes sois iguales a los ángeles de Dios. Perseverad, pues,
con fortaleza, como empezasteis, en vuestra virginidad íntegra e incon-
taminada; manteneos constantes y no busquéis los ornatos del vestido o
de las joyas, sino los de las buenas costumbres. Mirad a Dios y hacia el
cielo y no bajéis de nuevo hacia las concupiscencias del mundo y las
solicitudes de la tierra los ojos que habéis levantado a las alturas»507.

5. Grandeza de la virginidad
«No ensalzamos la virginidad porque se da en los mártires, sino por-
que es ella quien hace mártires. ¿Qué humano ingenio podrá compren-
der dignamente a la que está fuera de las leyes de la naturaleza o con
qué palabras humanas se podrá explicar lo que se halla por encima de
todas las leyes naturales? Al cielo fue a buscar el modelo que había de
imitarse en la tierra. Y con razón buscó en el cielo sus normas de vida la
que en el cielo tenía a su Esposo. La virginidad, remontándose sobre las
nubes, los ángeles y los astros, halló al Verbo de Dios en el seno mismo
del Padre y bebió a raudales su amor. Pues ¿quién dejará tan gran bien
una vez hallado? Ungüento derramado es tu nombre. Por lo cual las
jovencitas te amaron y atrajeron (Ct 1,2)»508.

6. Grandeza de los padres de las vírgenes


«Pues la virgen es un don de Dios». San Ambrosio trae una expre-
sión muy interesante, que habría que estudiarla: «sacerdocio de la casti-
dad». Y después agrega: «La virgen es una hostia ofrecida por la madre,

507
Ibidem, 664. SAN CIPRIANO, Sobre la conducta de las vírgenes, XXII.
508
Ibidem, 672. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. III.

310
Las Servidoras

que se sacrifica diariamente y aplaca la ira divina. La virgen es una pren-


da inseparable de sus padres, que ni les exige dote, ni los abandona con
su partida, ni los ofende con su conducta.
[…] Esto no es conseguir un yerno, sino comprarlo. Aun las visitas de
los padres a su hija serán a costa de dinero. ¿Y para eso, madre, lleváis
a la hija tantos meses en vuestro seno, para que luego pase a poder de
un extraño? ¿En eso paran tantos cuidados acerca de vuestras hijas, en
que os sean más pronto arrebatadas?»509.
Y el mismo Santo Padre sigue diciendo respecto de los padres: «Se
oponen, es cierto, los padres; pero quieren verse vencidos. Al principio
no acceden a tus deseos por temor a que no sean verdaderos.
Frecuentemente muestran enfado para que aprendas a vencer los obs-
táculos. Te amenazan con desheredarte para probar si no tienes miedo
a las asechanzas del mundo. Te acarician proponiéndote mil comodida-
des y gustos para ver si te mantienes firme y no te dejas cautivar por el
halago de los placeres. Prueban tu amor a la pureza, mientras parecen
coaccionarte».
«Éstos han de ser, joven, tus primeros combates, las súplicas acongo-
jadas de tus padres. Vence primero tu amor filial (mezclado de amor car-
nal). Si a éste vences, vences al mundo»510.
«¿Por qué miras, madre, con malos ojos a tu hija? Ha sido alimenta-
da con tu leche, ha nacido de tus propias entrañas, descansó en tu seno,
tú misma con solícita piedad la guardaste, y ¿te indignas porque no ha
querido ser esposa de un soldado, sino del mismo Rey? Te ha hecho un
gran beneficio, pues has comenzado a ser suegra del mismo Dios»511.
No es que los Santos Padres desaprobasen el matrimonio, de ningu-
na manera. El matrimonio tiene una dignidad tal que ha sido elevado a
la categoría de sacramento. Y siempre consideró la Iglesia que algunos
que estaban en contra del matrimonio caían en herejía. Por eso sigue
diciendo San Ambrosio: «El que desaprueba el enlace matrimonial,
desaprueba también sus frutos: los hijos, y condena la sociedad del lina-
je humano, formada por una sucesión no interrumpida de generaciones.

509
Ibidem, 679ss. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. VII.
510
Ibidem, 689. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. XII.
511
Ibidem, 790. SAN JERÓNIMO, Epístola a Eustoquio, XX.

311
Carlos Miguel Buela

Una cosa, sin embargo, afirman estos hombres sacrílegos que debe
ser sin duda aprobada por el testimonio de los sabios, a saber: que
rechazando el matrimonio confiesan que ellos no debían haber naci-
do»512.

7. ¿Quién es el Esposo?
«¿Quién es este esposo? No ciertamente el que va vendiendo fútiles
agasajos y vanagloriándose de su caduca fortuna, sino aquel que se
sienta en el trono de los siglos. Hijas de reyes son sus damas de honor.
A su diestra se halla la reina cubierta con brocado de oro, revestida con
variedad de virtudes. Oye, hija, y considera y aplica tu oído y olvídate
de tu pueblo y de la casa de tu padre; porque el Rey se ha enamorado
de tu hermosura y Él es tu Dios (Sl 44,7).
Pondera qué reino, qué oro y qué hermosura te entrega el Espíritu
Santo, como nos lo atestigua en el citado pasaje de la Escritura. Reino,
o porque eres esposa del Rey eterno o porque, dotada de un ánimo
invencible, no eres esclava de la concupiscencia de la carne, sino que la
dominas como reina. Oro, porque así como este metal, sometido al cri-
sol, es más precioso, del mismo modo la belleza del cuerpo virginal, con-
sagrada al Espíritu divino, aumenta en hermosura. Belleza, porque ¿qué
mayor belleza puede darse que aquella de la que se enamora el Rey,
que es aprobada por el Juez, ofrecida al Señor y consagrada a Dios.
Siempre esposa, siempre virgen, para que ni el amor se mengüe ni el
pudor se aje.
Se nos declara la perfecta e irreprochable hermosura del alma virgi-
nal, consagrada como hostia en los altares divinos, que en medio de los
ataques manifiestos o de las asechanzas ocultas de las fieras del mundo
espiritual, sin doblegarse ante lo corruptible, sino ocupada en el servicio
de Dios, mereció atraerse las miradas del Amado, cuyos pechos están
llenos de alegría»513.

512
Ibidem, 680. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. VII.
513
Ibidem, 681. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. VII.

312
Las Servidoras

8. Las obras de la que se consagra en virginidad


«Tus obras produzcan miel514. Muy bien se puede comparar a la abeja
con la virgen: así es de trabajadora, pudorosa y casta. La abeja se ali-
menta de rocío, desconoce las uniones sexuales, fabrica miel. El rocío de
la virgen es la conversación con Dios, porque las palabras de Dios des-
cienden como el rocío. Su cuerpo inmaculado es el pudor virginal. Los
frutos de la virgen son sus palabras exentas de amargura, llenas de
fecunda suavidad. Trabajan en común y en común recogen también los
frutos.
Cuánto deseo, hermana mía, que imites a la pequeña abeja, que se
alimenta de flores, en su boca lleva el fruto y con su boca lo prepara515.
A ésta imita. Que tus palabras no vayan veladas por el dolo o el fraude.
Sean puras y graves.
Con tu boca debes formar tú también una descendencia que nunca
cese de pregonar tus méritos. No amontones bienes para ti sola, sino
también para otros muchos. ¿Qué sabes cuándo vendrán por tu alma?
No sea que, dejando repletos de trigo los graneros, sin provecho alguno
para ti ni para tus trabajos, seas arrebatada allí donde no puedes llevar
tu tesoro516. Sé rica, pero para los pobres, y ya que participan de tu natu-
raleza, participen también de tus bienes.
También te mostraré la flor que tienes que recoger, que no es otra
que Aquel que dijo: Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles. Como
azucena entre espinas. Con la cual nos da a entender que las virtudes se
encuentran aprisionadas entre las espinas de los espíritus malignos, y
que hay que acercarse con cautela para no pincharse» 517.

9. Escolta especial
«Vosotras, vírgenes, que con vuestra pureza sin mancilla guardáis el
lecho sacrosanto del Señor, tenéis una escolta especial. No es extraño

514
Ct 4,11.
515
Cfr. VIRGILIUM, «Quod nec concubitu indulgent... e follis natos... ore legunt»,
Georgicum, IV, vv 198–201: BCL, t. CXXVI, 529.
516
Cfr. Lc 12,18.
517
FRANCISCO DE B. VIZMANOS, SI, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, 682.
SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. VIII.

313
Carlos Miguel Buela

que los ángeles militen en vuestro favor, cuando vosotras en vuestro


tenor de vida militáis como ángeles. Las que se han hecho dignas de la
vida angélica, ¿no merecen ser custodiadas por los ángeles?»518.
Tienen las vírgenes que correr especialmente al altar, tienen que
ampararse en la Eucaristía.

10. Correr a refugiarse en el altar


«¿En qué sitio está mejor la virgen que en el que se ofrece el sacrifi-
cio de la virginidad?». Otra expresión hermosísima para profundizar. En
la Misa se ofrece el sacrificio de la virginidad porque el que se sacrifica
es virgen, es Cristo nuestro Señor.
«Mas no paró su audacia. Estaba junto al altar de Dios aquella hos-
tia de pureza (una joven que quería consagrarse a Dios), víctima de cas-
tidad, y ya suplicaba al sacerdote que pusiese la diestra sobre su cabe-
za, ya, impaciente de la necesaria tardanza, inclinaba su cabeza bajo el
altar. ¿Acaso, decía, me cubrirá mejor el velo que el altar que santifica
los velos? ¡Más precioso es el velo sobre el que todos los días se consa-
gra Cristo, cabeza de todos!»519.
«Sí, no dudo de que se os harán patentes los altares de Dios, a voso-
tras, cuyos corazones me atrevo a decir que son aras santas, en las que
se inmola diariamente Cristo por la redención de vuestros cuerpos. Pues
si el cuerpo de la virgen es templo de Dios, ¿qué será el alma que exha-
la llamaradas de fuego divino al ser removidas por manos del Sacerdote
eterno las cenizas humeantes de sus miembros?520. ¡Felices mil veces
vosotras, oh vírgenes, que aspiráis el aroma de gracia tan Inmortal,
como los jardines el de sus flores, los templos el de su devoción, los alta-
res el de sus sacerdotes!»521.
La que se consagra a Dios en virginidad también tiene que cuidar su
comportamiento exterior.

518
Ibidem, 685. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. IX.
519
Ibidem, 690. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. XII.
520
Alude al hecho de que los antiguos solían dejar sobre el ara las cenizas del sacrifi-
cio, de modo que más tarde con sólo removerlas se excitase de nuevo el fuego.
521
FRANCISCO DE B. VIZMANOS, SI, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, 695.
SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.2, c. II.

314
Las Servidoras

11. También virgen en el comportamiento exterior


«Que se manifieste tu virginidad a la primera palabra; que el pudor
cierre tus labios; que el fervor religioso excluya la debilidad, y que la
santa conducta forme en ti como una segunda naturaleza. Que lo prime-
ro que me anuncie a mí la llegada de una virgen sea su gravedad, su
pudor patente, su andar recatado, su rostro modesto, y que, como pre-
goneros de su pureza, vayan precediéndola las muestras de su santidad.
No es virgen suficientemente digna aquella por la que hay que pre-
guntar si es virgen cuando aparece en público»522.
«Así, pues, una de las dotes de la virginidad es el pudor, que se
defiende con el silencio. Por eso la gloria de la Iglesia está toda en su
interior; no en la muchedumbre»523.

12. Oración continua


«Sé como una cigarra en la noche. Todas las noches baña tu lecho
con lágrimas; inunda con ellas el lugar de tu descanso524. Pasa insomne
las noches y vive cual pájaro que está solitario en el tejado525. Canta con
tu espíritu y con toda tu mente: Bendice al Señor, alma mía, y guárdate
de olvidar ninguno de los beneficios de quien perdona todas tus malda-
des, de quien sana todas tus dolencias, y salva tu Vida de la corrupción
(Sl 102,2) [...] Para mí la virginidad es una consagración en
María y en Cristo»526.

13. Llevan la cruz


«¿Qué santo ha sido coronado sin lucha? El justo Abel fue asesinado;
Abrahám estuvo a punto de perder a su mujer, y, para no extenderme
demasiado, busca tú misma y encontrarás que cada justo ha tenido sus

522
Ibidem, 711. SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.2, c. III.
523
Ibidem, 723. SAN AMBROSIO, Sobre la formación de la virgen, I.
524
Cfr. Sl 6,7.
525
Cfr. Sl 101,8.
526
FRANCISCO DE B. VIZMANOS, SI, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, 787.
SAN JERÓNIMO, Epístola a Eustoquio, XVIII.

315
Carlos Miguel Buela

padecimientos. Tan sólo Salomón vivió entre delicias, y quizá por eso
cayó: Porque el Señor reprende al que ama y castiga al que recibe por
hijo suyo (Heb 12,6). ¿Acaso no es mejor luchar durante un poco de
tiempo, construir trincheras, tomar las armas, llevar el peso de las provi-
siones, fatigarse bajo la coraza y después gozar con la victoria, que, por
no poder soportar el trabajo durante una hora, caer en servidumbre per-
petua?»527.

14. Lo que hace el amor


«No hay nada duro para los amantes; ningún trabajo es difícil para
el que desea realizarlo. ... Amemos también a Cristo, busquemos siem-
pre sus abrazos, y entonces todo lo difícil nos parecerá fácil. Tendremos
por breves todas las cosas que de por sí son ya largas, y, heridos con la
flecha del amor, diremos a cada instante: ¡Ay de mi, que mi destierro se
ha prolongado! (Sl 119,5). Los sufrimientos de la vida presente no son
comparables con aquella gloria venidera que se ha de manifestar en
nosotros (Ro 8,18). Porque la tribulación ejercita la paciencia, la pacien-
cia sirve de prueba, la prueba produce la esperanza, y la esperanza no
deja jamás burlados (Ro 5,3)528».

15. Contra la vanagloria


«Cuantas veces te deleite la ambición del siglo y vieres en el mundo
la gloria vana, vuela al paraíso con el pensamiento; comienza a ser
ahora lo que serás más tarde, y oirás decir a tu Esposo: Ponme por sello
sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo (Ct 8,6) y, fortaleci-
da en tu cuerpo y en tu alma, cantarás: Las muchas aguas no han
podido extinguir el amor ni los ríos lograrán sofocarlo»529.

16. Sólo Dios es el custodio de la virginidad


«Cuanto mayor me parece este don, más temo no venga a desapare-
cer en lo futuro por causa de la soberbia. Sólo Dios es el verdadero cus-
todio de la gracia virginal, que el mismo concedió, y Dios es caridad530.

527
Ibidem, 813. SAN JERÓNIMO, Epístola a Eustoquio, XXXIX.
528
Ibidem, 813. SAN JERÓNIMO, Epístola a Eustoquio, XL.
529
Ibidem, 815. SAN JERÓNIMO, Epístola a Eustoquio, XLI.
530
1Jn 4,8.

316
Las Servidoras

El custodio, por tanto, de la virginidad es la caridad, y la morada de


este guardián es la humildad. En ella habita el que afirmó que su espíritu
reposa sobre el humilde, el amante de la paz y el temeroso de sus pala-
bras. ... Porque ¿cómo podrá uno seguir a aquel a quien no quiere acer-
carse? ¿O cómo se acercará nadie a aquel al que no quiere ir para
aprender que es manso y humilde de corazón?»531.

17. Contemplen amorosas al Esposo


«Ya que habéis despreciado las nupcias con los hijos de los hombres,
amad con todo vuestro corazón al más hermoso entre los hijos de los
hombres (Sl 44,3). Libre está para ello vuestro corazón; desligado se
halla de todo lazo conyugal. Contemplad la belleza de vuestro amante
Esposo; considerad cómo es igual al Padre y se sometió a una madre,
como domina en los cielos y sirve en la tierra, cómo creó todas las cosas
y fue creado entre ellas. Reparad cuán bello es en él aquello mismo de
lo que se ríen los soberbios. Contemplad con los ojos interiores del alma
las heridas del que pende en la cruz, las cicatrices del que resucita, la
sangre del que muere, el valor del que se entrega en fianza, la preciosa
mercancía del que se da en rescate»532.
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos aquí acompañando a estas Hermanas, ¡y siempre las debe-
mos acompañar!, con nuestra oración, con nuestros sacrificios, con
nuestra compañía, con nuestro afecto tanto paternal, maternal, de los
hermanos, de las amigas... para que realmente ellas sean con su consa-
gración prez y honra de la Iglesia.
Y que ellas, a su vez, por su vida de inmolación al Señor consigan de
Él muchas gracias para la humanidad doliente que nos toca ver, para
nuestros hermanos y hermanas contemporáneas que están sufriendo
tanto.
El testimonio de ellas de apresurarse, de adelantarse al cielo, nos
haga considerar que las cosas de este mundo finalmente son pasajeras,
que lo que importa es el otro, que no pasa y que no muere.
Nos lo conceda la Santísima Virgen.

531
FRANCISCO DE B. VIZMANOS, SI, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, 918.
SAN AGUSTÍN, Acerca de la Santa Virginidad, LI.
532
Ibidem, 921. SAN AGUSTÍN, Acerca de la Santa Virginidad, LIV.

317
Carlos Miguel Buela

8. MATERNIDAD ESPIRITUAL

No es ningún secreto que la familia está en crisis.


¡Uniones de hecho...! En el primer semestre de 1999, en la Ciudad
de Buenos Aires, casi igualaron el número de hijos nacidos en matrimo-
nio –civil, no hablamos del matrimonio por la Iglesia– con el de los hijos
extra matrimoniales: 50,4% los primeros y 49,6% los segundos. Es decir
que, de cada dos niños, uno es extra matrimonial. Y esto sin contar con
el hecho de que la mayoría de los casados por el civil no tienen el matri-
monio religioso, es decir, no han recibido el sacramento del matrimonio
cristiano y, por tanto, la unidad y sacralidad del matrimonio y de la fami-
lia están en crisis.
¡La fidelidad...! En la zona de Córdoba y distritos cercanos, según
estadísticas publicadas en «La Voz del Interior»533, en estos últimos años
ha aumentado en un 24,7% el número de las separaciones legales. Ha
habido un franco ascenso desde 1990, a razón de 5 divorcios por día
hábil, a 1998 con 7 trámites diarios. Esto sin hablar de las separaciones
de hecho. En 1996 en la Unión Europea hubo 899.800 divorcios534.
¡La natalidad...! Evidentemente que ha disminuido la taza de natali-
dad: 51 países en el mundo están con tasa de fertilidad negativa y 14
países en el mundo están con el problema de que los muertos superan
a los nacidos, es decir, pasan por el triste fenómeno del decrecimiento,
del suicidio colectivo535.
Por supuesto eso lleva como lógica consecuencia a una crisis profun-
da en lo que hace a la paternidad y a la maternidad, en especial a esta
última. Ha habido escritores y escritoras que hablan de que la mujer
debe rechazar o alejarse del «olor del nido», en sentido peyorativo. El
«olor del nido» es el olor a pañales, el olor a la comida, que a muchas
tampoco les gusta hacer, todo lo cual es motorizado por la ideología

533
Del 26 de abril de 1999.
534
Para datos de otros países ver el ilustrativo folleto «El divorcio a fin de siglo» de
NUEVA CRISTIANDAD (Cerrito 1070, 6to. piso, of. 104; tel. 4812–8611 y 4811–2206.
Aconsejamos solicitar y distribuir sus publicaciones).
535
Cfr. «El mito del crecimiento demográfico», Ediciones del Verbo Encarnado, Vox
Verbi nº 183.

318
Las Servidoras

feminista. Es la realidad, es lo que está pasando en el mundo lamenta-


blemente.
Y así como esto sucede a nivel del matrimonio y de la familia –diga-
mos a un nivel natural, aunque es también sobrenatural– también en la
vida religiosa ocurre algo similar debido a que los religiosos y religiosas
vivimos en el mundo... También pasan estas crisis en la vida reli-
giosa, por el rechazo de la Cruz de Cristo. Y por ello vemos que
hay crisis de fecundidad espiritual, de infidelidad espiritual, de abando-
no de las promesas que se hicieron para siempre, del adulterio espiritual
del que hablaban los santos profetas como podemos ver en tantas pági-
nas de la Biblia... Y esto pasa en muchos religiosos o religiosas porque
hay una crisis en la unidad con el Divino Esposo, en la fidelidad a Él y
no a otro; y como consecuencia, se sigue una crisis en la fecundidad
espiritual y sobrenatural. Por eso hay religiosas que son «solteronas»,
«viejas solteronas», en el sentido peyorativo, porque hay grandes muje-
res solteras que sin embargo tienen una fecundidad espiritual enorme.
Pero hay algunas solteronas que son egoístas, que no ayudan a nadie,
están mirándose a sí mismas, porque vacían la Cruz de Cristo, como son
las religiosas «solteronas». Entonces se da en la vida religiosa femenina
una crisis muy profunda de la maternidad espiritual. No es cosa de
ahora, pero ahora se ve con más fuerza y digamos que se destapa más
porque pareciera que los medios de comunicación social (televisión,
revistas, diarios...) presentando una imagen tan distorsionada del matri-
monio y de la familia natural, empujan a que esa misma desviación se
dé en el matrimonio espiritual, que es la vida religiosa.
Esto ya se conoce desde antes pero nunca en la dimensión de ahora.
De ahí la disminución enorme de las vocaciones religiosas femeninas a
nivel mundial. De 1.200.000 religiosas que habían en el mundo se ha
pasado ahora a menos de 900.000. Por eso hay congregaciones que
están entregando los colegios, tienen los conventos vacíos y los novicia-
dos inexistentes. Y eso se debe, a mi modo de ver, a que fundamental-
mente han dejado vaciar en su alma y en su corazón la Cruz de Cristo.
El grito aquel que se escuchó en el Calvario: Baja de la Cruz y creere-
mos en Ti (Mt 27,42) hoy día se sigue repitiendo, si no con palabras, sí
con hechos. El mundo no quiere creer que la salvación viene por la
Cruz. Y cuando eso llega a la vida religiosa femenina, eso produce estra-
gos. Como vemos en concreto, por ejemplo, en los Estados Unidos.
Refiriéndose a esto decía San Cipriano mártir de la religiosa que no que-
ría saber nada con la Cruz de Cristo: «Viudas más bien que esposas, no

319
Carlos Miguel Buela

desposadas sino más bien adúlteras de Cristo»536. Y aplicándolo al caso


al que me quiero referir, a la maternidad, podemos decir: estériles en vez
de fecundas, no madres, sino madrastras de los hijos de Cristo.
La maternidad espiritual afecta a la esencia misma de la vida religio-
sa, porque no podemos pretender una vida religiosa distinta de la que
quiere la Iglesia. Ese es el ideal de la vida religiosa femenina: Ser
Esposas de Cristo y Madres de los hijos de Cristo.

No huir del trabajo de tener hijos espirituales


Por eso no hay nada más grave y más duro que aquella crítica de
San Juan de Avila537: «no tuvieron en nada engendrar hijos espirituales,
huyeron del trabajo de los criar». Y yo no sé... pero entre las Servidoras
puede ser que alguna ni siquiera se plantee el tema de que para ser
auténtica Esposa de Cristo tiene que ser Madre espiritual de los hijos de
Cristo. A lo mejor ni siquiera se plantea el hecho de tener una esterilidad
espiritual enorme, por no tener celo apostólico, por no buscar que los
demás conozcan a Cristo. Decía San Juan de Ávila son: «comparables a
las prostitutas que cuando paren un hijo lo entregan a otra para criar y
ellas continuar con sus voluptuosidades», con sus estupideces, con su
superficialidad, con su vaciamiento de la Cruz, con ser «mascarita» y no
religiosa. Y eso es la negación de la vida religiosa, como la maternidad
es su plenitud. A esto especialmente me voy a referir.

Hay que sufrir para educarlos


Dice el Santo (y cuando escuchen padre, entiendan también madre):
«no basta para un buen padre engendrar él y dar la carga de la educa-
ción a otro; mas con perseverante amor sufrir todos los trabajos que en
criarlos se pasan, hasta verlos presentados en las manos de Dios sacán-
dolos de este lugar de peligro como el padre suele tener gran cuidado
del bien de la hija hasta que la ve casada. Y este cuidado tan perseve-
rante que es una particular dádiva de Dios y una expresa imagen del
paternal (y maternal) cuidado amoroso que Dios nos tiene». Y agrega

536
Obras de San Cipriano, BAC (Madrid 1954) 138.
537
SAN JUAN DE ÁVILA, Obras Completas, IV (Madrid 1970) 17–28.

320
Las Servidoras

esto que es muy importante para las familias humanas y para las fami-
lias espirituales: «De arte que yo no sé libro –el arte de la maternidad y
de la paternidad– ni palabra, ni pintura, ni semejanza que así lleve al
conocimiento del amor de Dios con los hombres como este cuidadoso y
fuerte amor que Él pone a un hijo suyo con otros hombres por extraños
que sean y ¡qué digo extraños!, ámalos aunque sea desamado...». Ese es
el padre, esa es la madre...

«Ámalos aunque sea desamado»


Los hijos nunca amamos a nuestros padres como nuestros padres
nos aman a nosotros. «Búscales la vida, aunque ellos busquen la muer-
te; y ámalos más fuertemente en el bien que ningún hombre, por obsti-
nado y endurecido que estuviese con otros, los desama en el mal. Más
fuerte es Dios que el pecado; y por eso mayor amor pone a los espiri-
tuales padres que el pecado puede poner desamor a los hijos malos. Y
de aquí es también que amamos más a los que por el Evangelio engen-
dramos que a los que naturaleza y carne engendra, porque es más fuer-
te que ella, la gracia que la carne». Así es. Por eso lamentablemente hoy
día hay muchas personas, incluso religiosas, que no aman como
madres.

Son hijos de lágrimas


Dice el Santo hablando del sufrimiento que significa ser madre: «el
engendrar nomás que no tiene mucho trabajo, aunque no carece de él,
porque si bien hecho ha de ir este negocio, los hijos que hemos de
engendrar no tanto han de ser hijos de voz cuanto hijos de lágrimas». No
es decir «hay hijito, hijita, hijita mía... papá, mamá, tío...», no es de
palabra, es más de lágrimas que de palabra. Como dice un proverbio
africano: «el hijo es como el hacha: aunque te cortes con ella la vuelves
a cargar sobre el hombro». Por eso, «a llorar aprenda quien toma oficio
de padre (y de madre), para que le responda la palabra y respuesta divi-
na, que fue dicha a la madre de San Agustín, por boca de San
Ambrosio: “Hijo de tantas lágrimas no se perderá”538. A peso de gemi-
dos y ofrecimiento de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos

538
Cfr. Confesiones, L III, c. 12.

321
Carlos Miguel Buela

padres, y no una, sino muchas veces ofrecen su vida porque Dios dé


vida a sus hijos, como suelen hacer los padres carnales».
«Y si esta agonía se pasa en engendrar... –dice San Juan de Avila en
una carta que le escribe a otro grande, Fray Luis de Granada, uno de
los grandes del siglo de oro español– ... si esta agonía se pasa en engen-
drar, ¿qué piensa, padre, que se pasa en los criar?». Y a continuación el
Santo va poniendo toda una serie de virtudes que debe tener la religio-
sa, la que es superiora para con sus hijas espirituales, sus súbditas, las
iguales entre sí, y las súbditas con las superioras, porque no existe en la
Iglesia Católica un régimen de gobierno de tipo militar; eso no existe, no
debe existir. Somos la «familia de Dios», como dice San Pablo.
El régimen de gobierno que tiene que haber es un régimen evangé-
lico, propio de una familia, donde el superior, la superiora no es
déspota, no es dictador, no es un sargento. Eso es una burla al Evangelio
y a Jesucristo. Sí, tenemos los votos religiosos, pero según el Evangelio.
No tenemos que imitar tipos de obediencia formales, externos y que se
realizan en otros ámbitos y que los conocemos perfectamente bien.
Marcelo Javier Morsella estuvo en un Liceo. En los Liceos el régimen de
obediencia suele ser formal. Si te ven, hacés lo que tenés que hacer; si
no te ven, no lo hacés. Por eso escribió una obra de teatro que se llama
«La Farsa». Entender como un régimen de tipo militar la vida religiosa
es querer convertir la vida religiosa en una farsa.

Las virtudes que hay que tener: por ejemplo, las virtudes que han
de tener como Madres las Hermanas que trabajan en el Colegio respec-
to a las alumnas; o las virtudes que han de tener las que están en el
Hogarcito respecto a los chicos del Hogarcito, y las que están en el
Hospital respecto a los enfermos del Hospital y los que están en la parro-
quia respecto a los chicos de catecismo y a la gente de la parroquia.

Callar: «¿Quién contará el callar que es menester para los niños, que
de cada cosita se quejan...».

No hacer acepción de personas: es decir, no caer en esa injus-


ticia de preferir de manera desordenada a unos en contra de otros, eso
engendra desobediencia, evidentemente. «...el mirar que no nazca

322
Las Servidoras

envidia por ver ser otro más amado, o que parece serlo, que ellos?». No
solamente no hay que hacer acepciones de personas, sino que ni siquie-
ra se debe parecer que uno hace acepción de personas. Por eso es que
las madres cuando sirven la comida, por ejemplo, tienen mucho cuida-
do de darle a cada uno la parte que le gusta. Y si no puede complacer-
le, busca de explicarle: «bueno, ahora no te toca a vos porque te tocó
antes de ayer», o lo que sea. Trata de repartir, de ser justa. Pero ¿por qué
hace eso? ¡Porque es madre! Y ella se sirve último, y si no alcanza para
ella no importa. Porque pone la vida en que los hijos estén bien. Es así.
¿Cuántas veces lo hemos visto?

Alimentar el alma: Cómo buscan no solamente alimentar al niño


con el alimento material (en eso se especializan las madres: – «Comé,
comé un poco más»), sino en el alimento del alma: «¿El cuidado de dar-
les de comer, aunque sea quitándose la madre el bocado de la boca?...».

El olvidarse de sí misma: «...y aun dejar de estar entre los coros


angélicos por descender a dar sopitas al niño?».

Dominio de sí misma: «Es menester estar siempre templada, por-


que no halle el niño alguna respuesta menos amorosa». El tragarse las
lágrimas, los dolores. Uno se da cuenta ahora de grande, –cuando falle-
ció mi abuelo, cuando falleció mi abuela–, el tragarse las lágrimas. «Y
está algunas veces el corazón de una madre atormentado con mil cuida-
dos, y tendría por gran descanso soltar las riendas de su tristeza y har-
tarse de llorar, y si viene el hijito, ha de jugar con él y reír, como si nin-
guna otra cosa tuviera que hacer». La madre verdadera está atenta a los
peligros que puede pasar el hijo, no como pasa ahora que con tal de
sacárselo de encima se le prende la televisión, así vean cualquier por-
quería y cualquier cosa. «Pues las tentaciones, sequedades, peligros,
engaños, escrúpulos, con otros mil cuentos de siniestros que toman,
¿Quién los contará?». Porque es obligación de los padres vigilar, como
es deber grave de la superiora vigilar, para que las hijas espirituales estén
bien, para que su comunidad funcione. Lo mismo en los colegios, en los
hogarcitos, en el hospital... «¡Qué vigilancia para estorbar no vengan a
ellos!».

323
Carlos Miguel Buela

Sabiduría: «¡Qué sabiduría para saberlos sacar después de entra-


dos!», en esos peligros.

Paciencia: «¡Paciencia para no cansarse de una y otra y mil veces


oírlos preguntar lo que ya se les ha respondido. Y tornarles a decir lo que
ya se les dijo!». Claro, porque no se produce en ellos el hecho educati-
vo, y por eso uno tiene que decir una vez, y otra vez y otra vez y otra
vez más.

La oración: «¡Qué oración tan continua y valerosa es menester para


con Dios, rogando por ellos para que no se mueran!». No solamente la
muerte física, sino la muerte espiritual. Para que no se les mueran sien-
do malos, para que no caigan en los vicios, para que sean hombres y
mujeres de bien. Y qué dolor si llega a pasarle algo así. «Porque si se
mueren, créame, padre, que no hay dolor que a éste se iguale; ni creo
que dejó Dios otro género de martirio tan lastimero en este mundo como
el tormento de la muerte del hijo en el corazón del que es verdadero
padre», –y agrega el santo– «¿Qué le diré? –está escribiendo a Fray Luis
de Granada– No se quita este dolor con consuelo temporal ninguno, ni
con ver que, si unos mueren, otros nacen; no con decir lo que suele ser
suficiente en todo los otros males: El Señor lo dio, el Señor lo quitó, su
nombre sea bendito (Job 1,21). Porque como sea el mal de la ánima –del
alma–, y pérdida en que pierde el alma a Dios y sea deshonra de Dios,
y acrecentamiento del Reino del pecado, nuestro contrario bando, no
hay quien a tantos dolores tan justos consuele. Y si algún remedio hay,
es olvido de la muerte del hijo; mas dura poco, que el amor hace que
cada cosita que veamos y oyamos luego nos acordemos del muerto, y
tenemos por traición no llorar al que los ángeles lloran a su manera, y el
Señor de los ángeles lloraría y moriría si posible fuese. Cierto, la muerte
del uno excede al gozo de su nacimiento y bien de todos los otros».
Por eso es que, el corazón de la madre, del padre, debe tener bon-
dad, pero asimismo ¡fortaleza!
En primer lugar bondad: «Por tanto, a quien quisiere ser padre
(madre), conviénele un corazón tierno, y muy de carne, para tener com-
pasión de los hijos, lo cual es muy gran martirio».
Y fortaleza: «Y otro de hierro para sufrir los golpes que la muerte de
ellos da, porque no derriben al padre o le hagan del todo dejar su oficio,

324
Las Servidoras

o desmayar, o pasar algunos días en que no entienda sino llorar. Lo cual


–dice el santo– es inconveniente para los negocios de Dios, en los cua-
les ha de estar siempre solícito y vigilante; y aunque esté el corazón tras-
pasado de estos dolores, no ha de aflojar ni descansar; sino, teniendo
ganas de llorar con unos, ha de reír con otros, y no hacer como hizo
Aarón, que, habiéndole Dios muerto dos hijos y siendo reprendido de
Moisés por que no había hecho su oficio sacerdotal dijo él: ¿Cómo
podía yo agradar a Dios en las ceremonias con un corazón lloroso? (Lv
10,19). Acá, padre, mándanos siempre busquemos el agradamiento de
Dios y pospongamos lo que nuestro corazón querría, porque, por llorar
la muerte de uno, no corran por nuestra negligencia peligro los otros.
De arte que, si son buenos los hijos, dan muy cuidadoso cuidado; y
si salen malos, dan una tristeza muy triste; y así no es el corazón del
padre (y de la madre) sino un recelo continuo, y un atalaya desde alto,
que de sí lo tiene sacado, y una continua oración, encomendando al
verdadero Padre la salud de sus hijos, teniendo colgada la vida de él de
la vida de ellos, como San Pablo decía: Yo vivo, si vosotros estáis en el
Señor (1Te 3,8)».
Por eso queridas hermanas, les deseo que sepan defenderse contra
estos peligros actuales de vaciamiento de la Cruz de Cristo, y sepan dis-
cernir no tomando todos los ejemplos que el mundo en estos momen-
tos ofrece respecto a lo que es la vida matrimonial, sino fijarse bien en
el Evangelio de Jesucristo, en el ejemplo de los santos, y en dos cosas
en especial para aprender a ser madres:
1. Saber contemplar el corazón de la Virgen: tratar de conocer
a ella con un conocimiento interno, es decir, sobrenatural y un conoci-
miento de lo profundo de su corazón para imitarla. Y también,
2. Saber mirar e imitar a nuestras madres carnales: ¡Cuánta
bondad hemos recibido de ellas!, ¡Cuánta bondad vemos en ellas!,
¡Cuántos ejemplos de sacrificio, de sufrimiento, de paciencia por
nosotros!, ¡Cuántos modos de buscar la manera de que nosotros llegue-
mos a entender las cosas que tenemos que hacer!, ¡Cómo saber insistir
pacientemente en el momento oportuno para que nosotros vivamos la
virtud! ¡Cómo saben mostrarnos con los hechos que nos aman, que bus-
can nuestro bien y, por tanto, todos tenemos confianza como para
hablar con ellas de todos nuestros problemas, de las cosas que a veces
ni siquiera confiamos a ninguna otra persona! Cuando a una religiosa
no se le tiene esa confianza, es porque esa religiosa no es madre; a una

325
Carlos Miguel Buela

madre se le confía todo, porque una madre tiene por nosotros el amor
más desinteresado del mundo. ¡Sólo busca nuestro bien!
En este día le pedimos al Señor que las Servidoras lleguen a conocer
en profundidad lo que es la Cruz de Cristo y sepan vivir su entrega al
Señor con generosidad sin vaciar la Cruz de Cristo para vivir siempre
unidas a Él, para serle fieles, para ser sobrenaturalmente muy fecundas,
para ser verdaderas Esposas y Madres.

9. PIDEN AL CIELO EL BIEN DE LA TIERRA

Dice hermosamente Don Miguel de Cervantes Saavedra: «los religio-


sos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra»539. Y no
sólo lo piden, sino que, además, lo obtienen y lo trasmiten.
Particularmente, con su vida religiosa trasmiten a los hombres el bien
integral de la naturaleza humana al dar ejemplo, por medio de los votos
evangélicos, de vencer la triple concupiscencia.
Todos los tiempos y las épocas del hombre sobre la tierra abarcan su
naturaleza caída en pecado.

1. En el principio de la humanidad
Tres elementos encontramos en la prueba a la que fue sometido y
derrotado el hombre:
a. El fruto del árbol era bueno para comer: Vio, pues, la mujer que
el árbol era bueno para comerse... (Gn 3,6), a lo que puede reducirse
todos los desórdenes de la carne o del placer.
b. El fruto era apetecible a los ojos: ... (era) hermoso a la vista...
(idem), a lo que puede reducirse todos los desórdenes en la búsqueda
de la propia gloria o del tener.

539
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha,
Editorial Sopena (Buenos Aires 1943) 47.

326
Las Servidoras

c. Era excelente para alcanzar sabiduría: ... (era) deseable para alcan-
zar sabiduría... (idem), a lo que puede reducirse todos los desórdenes
para alcanzar el poder.
De tal modo, que será siempre una constante dondequiera se
encuentre un ser humano que será asediado por desórdenes en el pla-
cer, en el tener y en el poder.

2. En el principio de la humanidad redimida


Llegada la plenitud de los tiempos con la Encarnación del Verbo,
vemos al mismo Jesucristo, al comienzo de su vida pública, padeciendo
las tres tentaciones:
a. Tentación con la comida: Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras
que se conviertan en pan (Mt 4,3), que Jesús rechaza diciendo: No sólo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios
(v. 4). En esta tentación se hallan representadas todas las materias de los
pecados en el uso desordenado del placer, sea de gula o genésico.
b. Tentación de gloria o del tener en el pináculo del templo: Si eres
Hijo de Dios, échate de aquí abajo... (v. 6), que también rechaza: No ten-
tarás al Señor tu Dios (v. 7). Es figura de las materias de los pecados del
desorden en la vanagloria (hacer las cosas por ostentación desordena-
da) y en el tener.
c. Tentación de poder: Todo esto (los reinos del mundo y la gloria de
ellos) te daré si de rodillas me adorares (v. 9), apartándolo Jesús le dijo:
Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él darás culto (v. 10). Tentación a la
que puede reducirse todo desorden en el uso del poder y en el vicio de
la soberbia.
Hay un marcado paralelismo entre el primer pecado del hombre y las
tentaciones que quiere sufrir Jesús para nuestra enseñanza.

3. En todo tiempo
Por razón del pecado de origen, todo hombre y mujer está sujeto a
la lucha contra la triple concupiscencia: No améis al mundo ni lo que
hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está
en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo,
(1º.) la concupiscencia de la carne,
(2º.) la concupiscencia de los ojos y
(3º.) el orgullo de la vida,

327
Carlos Miguel Buela

no viene del Padre, sino del mundo (1Jn 2,15-16). Todo el mundo de
los hombres de todos los tiempos está bajo el sometimiento de la triple
concupiscencia: 1º. La concupiscencia de la carne, el afán desordenado
de placeres; 2º. La concupiscencia de los ojos, o sea, el amor
desordenado a las riquezas; y, 3º. El orgullo de la vida, el deseo de
honores y poderío. Lo que San Ambrosio dice: «el deleite de la carne, la
esperanza de la gloria y la ambición del poder»540. Y San Ignacio de
Loyola: «primero hayan de tentar de codicia de riquezas... para que más
fácilmente vengan a vano honor del mundo... y después a crecida sober-
bia»541.
Por eso enseña nuestro Señor, en el sermón de la montaña, a morti-
ficar las cosas concupiscibles en las que los hombres suelen buscar la
gloria: 1º. Los desórdenes de la carne, se vencen con el ayuno: Cuando
ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su
rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya
reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y
lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por
tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará (Mt 6,16–18); 2º. Los del tener, se vencen con la limos-
na: cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como
hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser
honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre,
que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,2–4); y 3º Los de la sober-
bia, con la oración: Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que
gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plan-
tados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben
su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y,
después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto;
y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y al orar, no charléis
mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser
escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que
necesitáis antes de pedírselo (Mt 6,5–8).

540
Tratado del Cisma Moderno, cap. 5, 2ª parte; Biografías y escritos, BAC (Madrid
1956) 447.
541
Ejercicios Espirituales [142].

328
Las Servidoras

De modo tal, que todo hombre, varón o mujer, tiene la concupiscen-


cia y frente a ella sólo hay dos caminos: o la vence con energía o se deja
vencer miserablemente.

4. Y más aun ahora


¡Cómo es cierto que «los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al
cielo el bien de la tierra»!542. En especial, al dar testimonio de luchar con-
tra la concupiscencia por medio de los votos religiosos de castidad,
pobreza y obediencia.
Ese testimonio valiosísimo, por sobre toda ponderación, adquiere un
carácter, si cabe, más urgente, más comprometido y más eficiente...
¡ahora! ¿Por qué? Porque, si bien se mira, de alguna manera se ha
hecho ideología de la triple concupiscencia.
En una catequesis recordaba Juan Pablo II: «1. Desde hace ya
mucho tiempo, nuestras reflexiones de los miércoles se centran sobre el
siguiente enunciado de Jesucristo en el sermón de la montaña: Habéis
oído que fue dicho: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira
a una mujer deseándola, ya adulteró con ella (en relación a ella) en su
corazón (Mt 5,27–28). Últimamente hemos aclarado que dichas pala-
bras no pueden entenderse ni interpretarse en clave maniquea. No con-
tienen, en modo alguno, la condenación del cuerpo y de la sexualidad.
Encierran solamente una llamada a vencer la triple concupiscencia, y en
particular, la concupiscencia de la carne: lo que brota precisamente de
la afirmación de la dignidad personal del cuerpo y de la sexualidad, y
únicamente ratifica esta afirmación.
Es importante precisar esta formulación, o sea, determinar el signi-
ficado propio de las palabras del sermón de la montaña, en las que
Cristo apela al corazón humano543, no sólo a causa de «hábitos invete-
rados» que surgen del maniqueísmo, en el modo de pensar y valorar las
cosas, sino también a causa de algunas posiciones contemporáneas que

542
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha,
Editorial Sopena (Buenos Aires 1943) 47.
543
Cfr. Mt 5,27–28.

329
Carlos Miguel Buela

interpretan el sentido del hombre y de la moral. Ricoeur ha calificado a


Freud, Marx y Nietzsche como «maestros de la sospecha»544 («maitres du
soupçon»), teniendo presente el conjunto de sistemas que cada uno de
ellos representa y quizá, sobre todo, la base oculta y la orientación de
cada uno de ellos al entender e interpretar el humanum mismo. Parece
necesario aludir, al menos brevemente, a esta base y a esta orientación.
Es necesario hacerlo para descubrir, por una parte, una significativa con-
vergencia y, por otra, también una divergencia fundamental con la her-
menéutica que tiene su fuente en la Biblia, a la que intentamos dar
expresión en nuestros análisis. ¿En qué consiste la convergencia?
Consiste en el hecho de que los intelectuales antes mencionados, que
han ejercido y ejercen gran influjo en el modo de pensar y valorar de los
hombres de nuestro tiempo, parece que, en definitiva, también juzgan y
acusan al «corazón» del hombre. Aun más, parece que lo juzgan y acu-
san a causa de lo que en el lenguaje bíblico, sobre todo de San Juan, se
llama concupiscencia, la triple concupiscencia.
2. Se podría hacer aquí una cierta distribución de las partes. En la
hermenéutica nietzschiana el juicio y la acusación al corazón humano
corresponden, en cierto sentido, a lo que en el lenguaje bíblico se llama
«soberbia de la vida»; en la hermenéutica marxista, a lo que se llama
«concupiscencia de los ojos»; en la hermenéutica freudiana, en cambio,
a lo que se llama «concupiscencia de la carne». La convergencia de estas
concepciones con la hermenéutica del hombre fundada en la Biblia con-
siste en el hecho de que, al descubrir en el corazón humano la triple con-
cupiscencia, hubiéramos podido también nosotros limitarnos a poner
ese corazón en estado de continua sospecha. Sin embargo, la Biblia no

544
«El filósofo formado en la escuela de Descartes sabe que las cosas son dudosas,
que no son tales como aparecen; pero él no duda de que la conciencia no sea tal como
aparece a sí misma [a ella misma]…; desde Marx, Nietzsche y Freud, nosotros dudamos.
Después de la duda sobre la cosa, hemos entrado en la duda sobre la conciencia. Pero
estos tres maestros de sospecha no son tres maestros del escepticismo; son seguramente
tres grandes “destructores”. […] A partir de ellos, la comprehensión es una hermenéutica:
buscar el sentido, de ahora en más, no es más deletrear la conciencia del sentido, sino des-
cifrar las expresiones. Lo que se deberá, pues, confrontar, no es solamente una triple sos-
pecha sino una triple astucia. […]
De un mismo golpe se descubre un parentesco más profundo aun entre Marx, Freud
y Nietzsche. Los tres comienzan por la sospecha concerniente a las ilusiones de la concien-
cia y continúan por la astucia del descifrar». cfr. PAUL RICOEUR, Le conflit des interpréta-
tions (París 1969), Seuil, 149–150.

330
Las Servidoras

nos permite detenernos aquí. Las palabras de Cristo, según Mt 5,27–28,


son tales que, aun manifestando toda la realidad del deseo y de la con-
cupiscencia, no permiten que se haga de esta concupiscencia el criterio
absoluto de la antropología y de la ética, o sea, el núcleo mismo de la
hermenéutica del hombre. En la Biblia, la triple concupiscencia no cons-
tituye el criterio fundamental y tal vez único y absoluto de la antropolo-
gía y de la ética, aunque sea indudablemente un coeficiente importante
para comprender al hombre, sus acciones y su valor moral. También lo
demuestra el análisis que hemos hecho hasta ahora.
3. Aun queriendo llegar a una interpretación completa de las palabras
de Cristo sobre el hombre que mira con concupiscencia545, no podemos
quedar satisfechos con una concepción cualquiera de la «concupiscen-
cia», incluso en el caso de que se alcanzase la plenitud de la verdad «sico-
lógica» accesible a nosotros; en cambio, debemos sacarla de la primera
carta de Juan546 y de la «teología de la concupiscencia» que allí se encie-
rra. El hombre que «mira para desear» es, efectivamente, el hombre de
la triple concupiscencia, es el hombre de la concupiscencia de la carne.
Por esto él «puede» mirar de este modo e incluso debe ser consciente de
que, abandonando este acto interior al dominio de las fuerzas de la natu-
raleza, no puede quitar el influjo de la concupiscencia de la carne. En
Mateo547, Cristo también trata de esto y llama la atención sobre ello. Sus
palabras se refieren no sólo al acto concreto de «concupiscencia», sino,
indirectamente, también al «hombre de la concupiscencia».
4. ¿Por qué estas palabras del sermón de la montaña, a pesar de la
convergencia de lo que dicen respecto al corazón humano548 con lo que
se expresa en la hermenéutica de los «maestros de la sospecha», no
pueden considerarse como base de dicha hermenéutica o de otra aná-
loga? Y, ¿por qué constituyen ellas una expresión, una configuración de
un «ethos» totalmente diverso, no sólo del maniqueo, sino también del
freudiano? Pienso que el conjunto de los análisis y reflexiones hechos
hasta ahora da respuesta a este interrogante. Resumiendo, se puede

545
Cfr. Mt 5,27–28.
546
Cfr. 1Jn 2,15–16.
547
Cfr. Mt 5,27–28.
548
Cfr. Mt 5,19–20.

331
Carlos Miguel Buela

decir brevemente que las palabras de Cristo –según Mt 5,27–28– no nos


permiten detenernos en la acusación al corazón humano y ponerlo en
estado de continua sospecha, sino que deben ser entendidas e interpre-
tadas como una llamada dirigida al corazón. Esto deriva de la naturale-
za misma del «ethos» de la redención. Sobre el fundamento de este mis-
terio, al que San Pablo (Ro 8,23) define redención del cuerpo, sobre el
fundamento de la realidad llamada «redención» y, en consecuencia,
sobre el fundamento del «ethos» de la redención del cuerpo, no pode-
mos detenernos solamente en la acusación al corazón humano, basán-
donos en el deseo y en la concupiscencia de la carne. El hombre no
puede detenerse poniendo al «corazón» en estado de continua e irrever-
sible sospecha a causa de las manifestaciones de la concupiscencia de la
carne y de la libido que, entre otras cosas, un sicoanalista pone de relie-
ve mediante el análisis del subconsciente549. La redención es una verdad,
una realidad, en cuyo nombre debe sentirse llamado el hombre, y «lla-
mado con eficacia». Debe darse cuenta de esta llamada también
mediante las palabras de Cristo según Mateo 5,27–28, leídas de nuevo
en el contexto pleno de la revelación del cuerpo. El hombre debe sentir-
se llamado a descubrir, más aun, a realizar el significado esponsalicio del
cuerpo y a expresar de este modo la libertad interior del don, es decir,
de ese estado y de esa fuerza espirituales que se derivan del dominio de
la concupiscencia de la carne...» . 550

***

549
Cfr., por ejemplo, la característica afirmación de la última obra de Freud: «La
oscuridad constituye también el centro de nuestro ser. “Eso”, que no tiene trato directo con
el mundo exterior, e incluso a nuestro conocimiento solamente se hace accesible por
mediación de otra instancia. En este “eso” trabajan los instintos orgánicos, por sí mismos de
la mezcla de dos fuerzas primitivas (Eros y Destrucción) dispuestas en proporción variable, y
a través de su relación a órganos o sistemas orgánicos diferenciados entre sí.
La única tendencia de este instinto es buscar satisfacción, la cual se espera a partir de
determinadas alteraciones en los órganos con la ayuda de objetos del mundo exterior».
(FREUD, Abriss der Psychoanalyse. Das Unbehagen in der Kultur, (Frankfurt/M. Hamburgo
1955), Fischer, 74–75).
Entonces ese «núcleo» o «corazón» del hombre estaría dominado por la unión entre el
instinto erótico y el destructivo, y la vida consistiría en satisfacerlos.
550
«Catequesis en la audiencia general del miércoles 29 de octubre», L’Osservatore
Romano 44 (1980) 763.

332
Las Servidoras

Los votos evangélicos que profesan los religiosos y religiosas son un


claro reclamo contra amplios sectores culturales que exaltan al hombre
concupiscible, poniendo la sospecha en su misma naturaleza y que se
embanderan bajo la égida de Freud, Marx y Nietzsche, maestros de la
sospecha. Ellos no sólo «piden al cielo el bien de la tierra», sino que tras-
miten a sus contemporáneos, por vía del testimonio, el bien integral del
varón y la mujer, capaces de no dejarse dominar por las concupiscen-
cias desordenadas, no padecer el insomnio de vivir en estado de conti-
nua e irreversible sospecha sobre el propio corazón, sino, por el
contrario, puede vivir en la plenitud del amor esponsalicio que consiste
en que «la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma,
no puede encontrar su propia plenitud sino es en la entrega sincera
de sí mismo a los demás (cfr. Lc 17,33)»551.
Asimismo, en estos momentos del mundo, en que han caído en des-
gracia las grandes ciencias, mayores y primeras en su orden, la teología
y la metafísica, y, por lo mismo, se da un auge desmedido y despropor-
cionado de dos nuevas ciencias secundarias, la psicología y la sociolo-
gía, la una orbitada en Freud y la otra en Marx, donde al matar a Dios
muere el hombre del humanismo ateo de Nietzsche, el testimonio de los
votos evangélicos es extremadamente actual, oponiéndose, frontalmen-
te, a la caótica debacle del mundo moderno.
¡Que nunca falten en nuestros países, hombres y mujeres consagra-
dos, quienes nos recuerdan la posibilidad de ser auténticamente libres,
a pesar de vivir en sociedades hedonistas –donde se siguen los gustos–,
consumistas –donde es más el tener que el ser– y permisivistas –donde
creen que todo está permitido–!
María Santísima que nos da acabado ejemplo de amor a la pureza,
a la pobreza y a la obediencia, nos espere y acompañe en nuestra pere-
grinación por este mundo.

551
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 24.

333
Carlos Miguel Buela

10. LA VIDA RELIGIOSA: ¿ÚTIL O INÚTIL?

I
Nos toca vivir un mundo, un tiempo del mundo, muy especial; un
mundo con características muy definidas, un absurdo contradictorio; es
un mundo muy atormentado porque los hombres, los pueblos, al no
encontrar a Dios, no encuentran el sentido de su vida y entonces viven
atormentados, buscando siempre cosas materiales que se les escapan y
que cuando las alcanzan ya no les satisfacen y tienen que buscar otra
cosa. Pero ciertamente es un mundo apasionante, sobre todo para
nosotros que tenemos visión de fe.
Es apasionante porque es justamente, el mundo y el tiempo que Dios
desde toda la eternidad eligió para que viviésemos nosotros.
Simplemente por eso es apasionante. Algunos se imaginan que vivirían
felices en otros siglos, en otros tiempos. Eso es un tanto ocioso. Si Dios
lo ha dispuesto así, que vivamos aquí y ahora, ciertamente que es un
bien para nosotros.
Una de las cosas que los hombres y mujeres de este tiempo viven es
lo que se llama «utilitarismo», es decir, consideran que la utilidad es un
principio de la moral. Ya mucha gente ni se pregunta si está bien o está
mal, de acuerdo o no con la ley de Dios, sino si es útil, entonces si es útil
está bien, aunque moralmente hablando, en absoluto sea una cosa
mala; es útil sobre todo si lo es desde el punto de vista económico.
Útil es aquella cosa que produce provecho, comodidad, fruto o inte-
rés; es aquello que puede servir y aprovechar principalmente en sentido
económico; utilitarismo es lo que sólo se propone conseguir lo útil; es
cuando se antepone todo a la utilidad. Por eso estamos, lo queramos o
no, dentro de una civilización utilitaria, porque sólo se propone conse-
guir lo útil.
En este sentido, evidentemente, lo que van a hacer estas Hermanas
es algo inútil, por eso el mundo no entiende la vida religiosa, no entien-
de la consagración a Dios porque no es útil. ¿Quién les va a pagar a
estas Hermanas porque hacen voto de castidad?
En este mundo en el cual sólo cuenta aquello que se puede pesar o
se puede medir, aquello que signifique ganar dinero, ciertamente que la

334
Las Servidoras

vida religiosa y los mismos votos de la vida religiosa son algo inútiles y
¡qué decir del voto de pobreza! Si justamente se está buscando el dine-
ro y siempre el dinero y se lo busca, incluso con desesperación; si hay
familias que se destruyen por esa búsqueda desmedida del dinero, que
ni siquiera tienen satisfacción del bocado ganado con el sudor de la fren-
te, porque siempre hay apetencia de más, en una suerte de borrachera
por las cosas materiales. ¡Qué decir de la obediencia! Es por eso que
cuando esta mentalidad utilitaria entra en las filas de las personas con-
sagradas, ya sean religiosas o sacerdotes, causa estragos, porque des-
pués, para darle un sentido a la vida consagrada, tienen que empezar a
buscar dinero «para sentirse bien». Entonces el sacerdote se convierte en
un administrador y la religiosa en una empleada de hospital o en una
empresaria en un colegio donde ya no se busca educar niños, sino que
lo que se busca es dinero. Muchas veces es para hacer cosas buenas:
levantar paredes, levantar un salón más en una parroquia, levantar un
poco más la torre. Pero aun siendo para cosas buenas, si la religiosa se
preocupa sólo por lo material, pierde el fuego sagrado de la vida consa-
grada porque se ha mundanizado.

II
Sin embargo, esto que desde el punto de vista del mundo que nos
toca vivir –el punto de vista natural– es una cosa inútil, desde el punto
de vista de la fe –el punto de vista sobrenatural– será el único ámbito en
el cual encuentra sentido la consagración a Dios: es algo útil y de
gran utilidad.
En primer lugar, es de gran utilidad para la misma persona que se
consagra a Dios. Eso lo dice el apóstol San Pablo del voto de castidad a
quien no se casa por la entrega a Dios «propter regnum coelorum», por
el reino de los cielos (Mt 19,12): El que se casa hace bien; pero el que
no se casa, obra mejor todavía (1Cor 7,38). Por eso, porque es mejor,
nuestro Señor Jesucristo, que sabe más que todos los periodistas del
mundo juntos y de todos los dadores del sentido de esta sociedad infor-
mática, lo hizo objeto de un consejo evangélico.
Es de gran utilidad la pobreza para aquella persona que hace el voto
de pobreza, que profesa la pobreza, porque el voto de pobreza nos hace
abandonarnos totalmente en Dios, confiando absolutamente en su
Divina Providencia que nunca hace faltar nada a sus amadores, que

335
Carlos Miguel Buela

siempre dispone de una manera hermosísima y suavísima lo que es


necesario, no solamente para nuestro bien espiritual o eterno, sino aun
aquellas cosas que son para nuestro bien temporal y terreno. Por eso
nuestro Señor hizo objeto de consejo evangélico la pobreza voluntaria:
Ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro
en el cielo; y después ven y sígueme (Mt 19,21). Y el que a causa de mi
Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o cam-
pos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna (Mt
19,29).
Es de gran utilidad para el alma que se consagra a Dios el voto de
obediencia, por el cual uno libremente renuncia a la voluntad propia y
está dispuesto a sujetarse a la voluntad del superior, sabiendo que aun
más allá de las limitaciones y falacias que tenemos, la voluntad de Dios
se ha de manifestar en la vida religiosa a través de la voluntad del supe-
rior legítimo, lo cual no impide el justo diálogo ni el que uno solicite legí-
timamente lo que entiende que tiene que solicitar. Y también nuestro
Señor lo hizo objeto de un consejo evangélico, de todo lo cual Él nos dio
un ejemplo insigne, porque Cristo fue virgen, porque Cristo fue pobre
en Belén y pobre en la cruz, porque Cristo fue obediente hasta la muer-
te y muerte de cruz.
En segundo lugar, no solamente la vida religiosa, en concreto los
votos, son útiles para la persona que los emite, sino que también son úti-
les para sus familias –con utilidad no económica sino sobrenatural, que
es más importante que la económica–.
Decía San Luis Orione, el hombre de la caridad y fundador de los
Cotolengos en la República Argentina, que «de las familias de los con-
sagrados se salvan hasta la tercera y cuarta generación»552. Y verán uste-
des, Hermanas, si son fieles, que no estarán tal vez como pueden estar
sus hermanas y hermanos al lado del padre y de la madre, pero cierta-
mente los van a tener en su corazón todos los días, de manera especial
en la Santa Misa; y no estarán a lo mejor aconsejando, diciendo esto o
lo otro, pero rezarán por ellos para que Dios, que es el mejor consejero,
les ilumine para que sepan qué es lo que tienen que hacer y qué es lo
que no tienen que hacer. Y esa ayuda de la oración de las personas con-
sagradas es un bien inestimable para sus familias, porque la oración es

552
También lo decía SAN JUAN BOSCO; cfr. Biografía y Escritos (Madrid 21967) 320.

336
Las Servidoras

siempre la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. Cuando un alma


insiste y persevera pidiendo, Dios siempre concede lo que uno le pide;
y si no nos da aquella cosa determinada y puntual que uno pide, nos
está dando una cosa mayor y mejor, porque Dios no se deja ganar en
generosidad. Sólo nos da cosas que sean para nuestro bien, ya que a
veces pedimos para nosotros o para nuestros familiares cosas, que si las
tuviéramos, no serían para nuestro bien.
En tercer lugar, son útiles con utilidad sobrenatural para sí mismas,
para sus familias, (aunque la familia no entienda, algún día lo entende-
rán o lo entenderán en el cielo), y también útiles para el mundo. Son úti-
les con este tipo de utilidad sobrenatural no solamente las religiosas que
viven vida apostólica, es decir, las que pueden vivir la llamada vida acti-
va en la práctica de las obras de misericordia. De esto último uno fácil-
mente se da cuenta que son muy útiles: ¿quién no se da cuenta de lo
que hacen las Hermanas en los hospitales o en los hogarcitos? ¿Quién
hay que no se dé cuenta lo que hacía la Madre Teresa de Calcuta por el
bien de los pobres? Los santos de todos los tiempos han hecho cosas
realmente admirables por el prójimo. Pero situémonos en el caso de una
religiosa contemplativa, ermitaña, que vive sola, con su corazón sola-
mente entregado al Señor, sin contacto con los demás... ¡Está haciendo
un bien enorme al mundo, porque le está enseñando al mundo muchas
cosas!
1. Le está enseñando algo tan olvidado en este mundo utilitario
como es la adoración, que es una cosa que no tiene utilidad económi-
ca: se adora a Dios, y por eso mismo se ama al prójimo por amor a Dios.
Eso no tiene una utilidad económica y por tanto se va perdiendo el sen-
tido del amor y respeto a Dios –más aún, el sentido de la adoración,
empleando la palabra en sentido estricto, como culto de latría–. De ahí
que mucha gente cree que es pérdida de tiempo y sin embargo es lo más
importante porque es el cumplimiento del primer mandamiento de la ley
de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno
mismo por amor de Dios. Es dar testimonio de que Dios tiene que ser el
primer servido, de manera especial, en esta sociedad utilitaria, en esta
civilización del consumo, porque si Dios no es el primer servido no tiene
sentido la vida del hombre o de la mujer sobre la tierra, cayendo en los
absurdos y en los sin sentidos de la droga y de todo lo demás.
2. Esa religiosa, al rezar, expía y repara por los pecados propios y
por los nuestros. ¡Y qué necesidad tienen el mundo y los hombres de

337
Carlos Miguel Buela

personas que reparen por nuestros propios pecados, que expíen, que
impetren de Dios el perdón, que pidan a Dios todas las cosas que se
necesitan tanto del orden espiritual como del orden material! ¡Qué testi-
monio invalorable es el de aquella persona consagrada a Dios en la pro-
fesión de los tres votos de castidad, pobreza y obediencia! De manera
particular es un gran testimonio en contra del vil utilitarismo.
Y no por esa entrega a Dios se aleja el alma consagrada del mundo;
al contrario, cuanto más uno se entrega a Dios, más conoce el mundo y
más bien hace al mundo, como decía Santa Teresita del Niño Jesús: «En
el corazón de la Iglesia seré el amor»553. La verdadera alma de vida con-
templativa –y toda religiosa tiene que ser contemplativa porque aunque
sea apostólica o viva la vida de las obras de misericordia, lo esencial de
su vida es la contemplación– no se aleja del mundo ni de los problemas
del mundo. Al contrario, los conoce más y con mayor profundidad.
Cuando digo «mundo» me refiero, incluso, a las avanzadas del mundo
actual: la cibernética, la ingeniería genética (el gran drama de la clona-
ción, las quimeras...), la energía nuclear, los viajes espaciales, los
mass–media... ¡A qué límites está llegando la humanidad...! Pero a una
contemplativa, a una auténtica religiosa, «por contemplar a Dios, como
dice San Gregorio Magno, todo lo demás se le hace pequeño»554, es
decir, mira a todo lo demás según su medida y entonces sabe darle el
sentido que tienen todas las otras cosas.
Nosotros hemos de rezar hoy y siempre por estas Hermanas para
que nunca pierdan el sentido de la fe, el sobrenatural, pues de lo
contrario caerán en el sentido del mundo y entonces no van a encontrar
el sentido profundo que tienen sus vidas y su entrega, con un corazón
irrestricto e indiviso, al único Señor que merece ser servido.
Que la Santísima Virgen, que supo como nadie vivir el sentido de
Dios, les alcance la gracia a ustedes y a todos nosotros de no dejarnos
llevar por esta mentalidad del utilitarismo.

553
SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, Historia de un alma, IX.
554
SAN GREGORIO MAGNO, 35: ML 66,200.

338
Las Servidoras

11. CARACTERÍSTICAS DEL ANILLO NUPCIAL

Hoy estas Hermanas harán sus votos perpetuos que las convertirá en
Esposas de Jesucristo. Los nuevos lazos entre la pareja de enamorados
se representan a menudo con el intercambio de los anillos. Por eso, hoy
aquí, tendrá lugar la entrega del anillo nupcial. La mística católica cono-
ce varios casos de entrega de anillos entre la humanidad de Cristo y las
almas que están en la unión transformativa, como Santa Catalina de
Siena, Santa Teresa de Jesús, etc…555.
El anillo nupcial representa el nuevo lazo que une a la religiosa con
Jesucristo y tiene varias características que iremos señalando556:

1. Está en la mano
Está casi siempre visible a los ojos, como para que siempre se tenga
presente el lazo que representa. Y en aquella parte del cuerpo humano
que nos distingue de todos los animales, aún de los primates, de mane-
ra especial por el pulgar humano que tiene dos músculos flexores dife-
rentes a los otros dedos y que lo colocan en posición enfrentada a los
otros dedos y permiten asir objetos. Según Leibniz esa es una prueba de
la existencia de Dios. Además, los 27 huesos de cada una de las manos,
más los músculos flexores y extensores, junto a los tendones, le permi-
ten a la mano humana realizar más de 700.000 movimientos. Es un
miembro de gran complejidad y de gran delicadeza.
El anillo en la mano de la religiosa debe recordarle siempre que es
Esposa de Cristo, que eso debe inundarle toda su humanidad de mujer,
lo cual es algo complejo y sumamente delicado.

555
ANTONIO ROYO–MARÍN, Teología de la perfección cristiana, BAC (Madrid 1988) 743.
556
Seguimos libremente, y aplicándolo a las religiosas, un capítulo del libro de ÁNGEL
ESPINOSA DE LOS MONTEROS, El anillo es para siempre. Se puede encontrar en:
http://es.catholic.net/familiayvida

339
Carlos Miguel Buela

2. Fue hecho a medida


No fueron comprados al azar ni al por mayor. Fueron hechos a medi-
da: para esta persona en concreto. Esto es símbolo y señal que, desde el
momento que te comprometiste con tu Divino Esposo para siempre,
están hechos a la medida el uno para el otro. Y Dios mismo aprobó y
bendijo esa unión.

3. Resulta extraño al principio


Como todo lo que es nuevo, les puede resultar un poco extraño y
quizá hasta incómodo al inicio. Es normal. Ayer no lo tenías y hoy sí. Lo
sentirás raro. Ya no eres sólo tú y tu vida. Son dos, y cada uno con sus
peculiaridades.
No cabe duda de que en todos los matrimonios al inicio debe darse
toda una fase de adaptación. Y este período debe estar dominado por
la generosidad de ambos, que ciertamente, de parte de Jesucristo, no ha
de faltar. La clave será saber ceder. La madurez les hará entender que si
es verdad que hay cosas que pueden molestar, no es más que por ser
situaciones nuevas. También los zapatos nuevos nos sacan cayos, y no
por eso los tiramos, sino más bien nos acostumbramos. Nuestra piel
forma un cayo como un mecanismo de defensa.

4. Es real
En otras culturas y religiones, el rito matrimonial tiene también su
simbología. La pareja se acerca lentamente a un río al cual arroja una
flor y juntos contemplan como se va alejando. En algunos ritos tribales
el simbolismo lo da el fuego: ante una enorme hoguera se prometen a
veces en silencio el amor. Otros sueltan palomas al viento, esas aves que
siempre han personificado la paz.
Los aztecas celebraban el rito del matrimonio en su casa. Las muje-
res de la familia hacían un nudo entrelazando las vestimentas de los
novios. A partir de ese momento eran marido y mujer, y su primer acto
como tales, era compartir un plato de tamales, dándoselos el uno al otro
con su propia mano.
En el matrimonio por la Iglesia Católica el símbolo es real. Está ahí,
en sus manos, para siempre. Ni vuela ni se aleja ni se lo comen. Lo
llevan consigo como un símbolo y una señal de que su matrimonio es

340
Las Servidoras

tan real como el anillo que llevan puesto. No lo han arrojado al aire ni
lo han quemado ni lo vieron alejarse románticamente en un río. Ahí
está, recordándoles que están casados. No es una ilusión. «Mi realidad
es ésta: estoy casado(a)».
Desgraciadamente algunas personas viven como si no estuvieran
casadas. Como que no han aceptado su realidad.
Cuando veas tu anillo y sientas en tu mano lo real que es, piensa que
no es más que un reflejo de la realidad de tu matrimonio, la cual exige
mucha coherencia. Tu realidad es este hombre, Jesucristo, y estos hijos
de Él. No hay otra. Todo lo demás no sería más que sueños, o mejor
dicho, pesadillas.
Acepta tu realidad, que es tan contundente como tu anillo. Estás
casada y no con cualquiera. Y si pones de tu parte lo que debes, lo esta-
rás muy felizmente.

5. Brilla
Esta característica es importantísima. Tu anillo brilla. Y ese destello
tiene que ser para ti como un símbolo y una señal del orgullo que debes
sentir de amar de verdad y con todo el corazón a alguien, y a alguien
como Jesucristo. El amor se proyecta, se nos sale por los ojos, así como
la desdicha nos los ensombrece y a veces humedece. El que ama, no
posee nada, es un poseído. El que ama le pertenece a alguien. ¿No te
sientes orgullosa de vivir planeando y buscando la felicidad de los
demás? ¡Por supuesto que es para sentir un sano orgullo! De hecho te
debe llenar hasta rebosar el vivir para los demás.
A ti te debe realizar el vivir para tu Esposo, y para toda la Familia de
Dios. Orgullo de vivir queriendo hacerlos felices. Satisfacción por tanto
de vivir para alguien, buscando de serle agradable a sus ojos.

6. Es de metal precioso
Los anillos suelen ser de oro o de plata, ambos metales preciosos.
Esto no es más que el símbolo y la señal de lo precioso que es tu matri-
monio. Muchos hombres y mujeres no caen en la cuenta de que el matri-
monio es la empresa de su vida. Es importante hacer dinero, ser útil a la
sociedad, destacar en algún deporte, componer un grupo de amigos.
Pero el matrimonio, sin duda alguna, es la empresa de tu vida. Fracasar

341
Carlos Miguel Buela

en esto es como perderlo todo. Es la empresa de tu vida, y te lo recuer-


da tu Esposo y te lo gritan sus hijos cuando reclaman tu amor.
Tu matrimonio es tan precioso como el metal con que ha sido hecho
el anillo que llevarás en el dedo. Y por eso exige superiores cuidados y
atenciones.

7. Es de material resistente
El anillo es resistente. Está hecho con metal duro. Símbolo y señal del
material con que debe ser moldeado el matrimonio.
Es frecuente encontrarse con gente que dice: –«No pude más»– ase-
guran –«era humanamente imposible».
En el fondo quizá lo que ocurrió es que estamos acostumbrados a
muchas telenovelas o historias de amor en donde todo sale bien o por
lo menos como a nosotros nos gusta, y todo es bonito. En el matrimo-
nio no sucede esto. La vida es difícil. Los años pasan. Las personas cam-
bian. El tiempo va cobrando su tributo de desgaste. Si el matrimonio no
es tan duro, tan firme como el anillo que llevarás puesto, bastará el más
mínimo pretexto para que todo –una familia, años de amor, de entrega
y también de lucha, estabilidad de los hijos– se venga abajo.
Lo que externamente vemos en muchas parejas son sonrisas, besos
y caricias, detalles, palabras, compañía, alegrías compartidas. Pero esto
no es más que la decoración de un amor férreo, convencido, que va por
dentro.
De nada les servirá en el futuro escudarse en su psicología, su
debilidad, su edad y en los muchos sufrimientos. Cuando un matrimo-
nio fracasa, lo que faltó fue solidez, convicción, dureza, concreto y hor-
migón. La falta de amor, en el sentido estricto de la palabra, fue hacien-
do cada vez más débil el vínculo.

8. Tiene un formato completamente cerrado


Hay anillos en espiral. Un formato no cerrado, sino en espiral. Por
tanto tienen dos puntas. Dos terminaciones que no se encontraban
nunca.
Esto no sucede con los anillos que se entregaron marido y mujer el
día de la boda. Éstos sí están cerrados. Perfectas circunferencias. Como

342
Las Servidoras

el que será de ustedes. Como un símbolo y una señal de que no hay


«salidas alternativas» ni otras posibilidades. Una sola carne, un sólo
corazón, un sólo proyecto. Es un vínculo tan hermético que lo que le
afecta a uno, repercute en el otro. Lo que hace sufrir a Jesucristo, tam-
bién inquieta a ella y viceversa. Hombre y mujer son como un anillo.
Son una sola cosa, una circunferencia que no se sabe dónde comienza
ni dónde acaba. No se sabe ya dónde termina uno y dónde comienza el
otro. Así sucede con la religiosa verdadera.
Fundirse con la persona amada es «meterse en sus zapatos». Sufrir y
sobre todo gozar con él. Tomar sus cosas como propias e interesarse por
ellas. Desde lo más complicado, hasta las decisiones del hogar, pasando
por la más pequeña nimiedad.
Es conocer meticulosamente el corazón del amado, de modo que
siempre estés dispuesto a amar como la persona amada quiere ser
amada.

9. Son iguales
Dos anillos iguales. Son un par. ¡Qué mal se verían diversos! Uno
dorado y otro plateado. Uno con las iniciales y el otro sin ellas. ¿Te ima-
ginas uno liso y el otro amartillado? ¡No! Deben ser iguales.
Karol Wojtyla, hoy el Papa Juan Pablo II, escribió hacia el año 1960
un libro muy interesante sobre el matrimonio. En él cuenta cómo una
pareja de casados la estaba pasando muy mal, y en un determinado
momento a la chica se le ocurre ir a vender su anillo a un orfebre, pues
le parecía que todo estaba perdido. El texto dice, en boca de la chica:
«El orfebre examinó el anillo, lo sopesó sobre los dedos detenidamente
y me miró a los ojos. Por un instante leyó dentro del anillo la fecha de
nuestro matrimonio. Volvió a mirarme, colocó el anillo sobre su balanza
y me dijo: “Este anillo no tiene peso, la balanza indica siempre cero y no
puedo obtener un miligramo. Ciertamente su marido vive, un anillo
separado del otro no tiene peso alguno, pesan solamente los dos juntos.
Mi balanza de orfebre tiene la peculiaridad de no pesar el metal, pesa
toda la vida, y todo el destino del hombre”. Confusa y llena de vergüen-
za tomé el anillo y sin decir palabra salí del taller»557. Un anillo solo no

557
KAROL WOJTYLA, El taller del orfebre.

343
Carlos Miguel Buela

tiene peso. Una persona separada de su cónyuge, no pesa nada. Te lo


recuerdan los anillos, que son dos y son iguales.
«No tienen peso». Lo decía un muchacho de diecisiete años cuyo
padre recientemente los había dejado:
–«Quiero a mí papá, por eso, porque es mi padre. No puedo dejar
de quererlo pero ya no es mi modelo en la vida. Perdió peso. Me da
pena. Al dejar de ser coherente, cuando dejó de cumplir su compromi-
so más importante excusándose en el cansancio, en los años, en los
demás, culpando incluso a mi mamá... perdió peso. Ya no es para mí lo
que era. Separado de mamá y de nosotros, ya no es el mismo. Quiere
divertirse, quiere ser normal y dice que tiene derecho a una segunda
oportunidad. Pero él mismo sabe que tomó una decisión superficial.
Quizá él esté contento ahora, pero a costa de mi mamá y de nosotros
cuatro».
Esto es incluso una cuestión de lógica. Pasa más o menos lo mismo
con los zapatos: vienen por pares. Un sólo zapato no sirve para nada.
Hay cosas en esta vida que simplemente no pueden separarse: zapatos,
mancuernas (parejas de bueyes uncidos al mismo yugo, presidiarios uni-
dos por la misma cadena, parejas de aliados), guantes, aretes, anillos...
Hombre y mujer, en el matrimonio, son una de esas «cosas», que no
deben romperse ni separarse, pues son un par. Como son un par
Jesucristo y su Esposa, la religiosa.

10. Son diversos


Acabamos de decir que son iguales, un par. Pero, si te fijas bien, al
mismo, tiempo son un poco diversos. Al menos, uno es más grande que
el otro. Y con el paso del tiempo, surgen más diferencias debido a la lim-
pieza que reciban, al buen o mal trato que se les dé, en fin. Siendo igua-
les, uno está más rayado u opaco que el otro. Y esto es como un símbo-
lo y una señal de que debemos ser idénticos en la diversidad y siendo
diversos tender a la identidad.
Sos Esposa de Jesucristo, pero no sos exactamente igual a Jesucristo.
Él es más grande. No discutas con Jesucristo.
Un texto de H. Eduard Manning dice así: «No te preguntes si eres
feliz, pregúntate si son felices los que viven contigo». Si tan sólo supiéra-
mos pensar en los demás antes que en nosotros mismos, no pasaríamos

344
Las Servidoras

la vida discutiendo inútilmente. No discutas. No te preguntes si eres feliz,


mejor pregúntate continuamente, con seriedad, si estás haciendo felices
a los que viven contigo. Pregúntate si te estás haciendo al otro, si tien-
des a él o si «prefieres» que se haga a tu modo de ser.

11. Suelen tener una fecha


Efectivamente, el anillo tiene una fecha. Es una fecha que indica sim-
plemente el día en que todo terminó y a la vez, todo comenzó.
¿Qué es lo que termina? Tu vida pasada, podemos decir, de soltera.
Ahora bien, todo terminó, pero también algo comienza. Inicia tu
dedicación delicada a tu Esposo. Empieza la exclusividad. Eso es lo que
comienza en esta fecha. Creo que a la mayoría les encanta lo exclusivo:
ropa, perfumes, clubes deportivos... Si hay un ámbito en la vida, en el
que se debe dar esta exclusividad, esta prioridad, es el del matrimonio,
de manera particular, en el matrimonio espiritual.

12. Han sido hechos con detalle


Si te detienes unos instantes ante los escaparates de una joyería, te
asombrarás al ver la variedad de anillos que hay. Unos más llamativos
que otros. Estos más bonitos. Aquellos más resistentes. Más baratos y más
caros. Pero todos tienen una característica: han sido hechos con detalle:
unos tienen unas franjitas, otros llevan unas acanaladuras, en otros está
escrito tu nombre con gran cuidado y con la letra que escogiste.
Todo esto está hecho así, como un símbolo y una señal de que el
matrimonio debe estar hecho también lleno de detalles. Debe haber
cariño. Deben abundar cuidados. Deben excederse en palabras, gestos,
atenciones, delicadezas...

13. Se va haciendo parte de ti


El anillo poco a poco se va haciendo parte de ti. Llega un momento
en que ni lo sientes. Pero, ¿te acuerdas que al inicio era incómodo?
Símbolo y señal de que tu Esposo, debe llegar a ser parte de ti. Debe lle-
gar a ser tu vida. «Una sola carne».
Una canción decía: «Te quiero así, tu conmigo, yo para ti… amar por
amar, más que amar es ya navegar…». Interesante. «Más que amar es

345
Carlos Miguel Buela

ya navegar». Se puede llegar a amar tanto, que ya más que tener que
ejercer, por decirlo así, el amor, se convierta ya en un simple navegar.
Cuando ya no te cuestionas los actos de amor, de servicio, de atención.
Cuando no titubeas en perdonar.
Cuando el amor, en una palabra, «ya no cuesta». Cuando no calcu-
las tu entrega, Cuando no «lo piensas dos veces». Cuando quien amas
se va haciendo parte de ti.
El amor ya no es un sacrificio sino un placer. Ya son el uno para el
otro.

14. Es discreto
El anillo es discreto. No es un cinturón ni un collar. Es tan pequeño
que pasaría desapercibido si no lo mostráramos a la gente. Es también
un símbolo y una señal de lo discreto, callado y humilde que se debe ser
en el matrimonio. Es como un signo del respeto que deben tenerse entre
ambos, en este caso, a Jesucristo.

15. Ya no sale
Llega un momento en que el anillo ya no sale. Símbolo y señal de la
fidelidad que es para siempre. Algunos no se lo pueden sacar ni con
jabón. Ya está ahí puesto. No sale. Esta fidelidad, este compromiso debe
ser triple: con Dios, con el cónyuge y con los hijos.
Fidelidad con Dios: te comprometiste delante de Dios. No es una
simple unión ni un mero papelito.
En segundo lugar, fidelidad a tu Esposo, a quien debes amar con un
amor irrestricto e indiviso.
En tercer lugar, fidelidad con los hijos de Dios, tus hermanos, que
necesitan de tus manos, de tu corazón, de tu cabeza, de tu tiempo, de tu
amor...

16. El dedo se amolda al anillo


El dedo se amolda al anillo y no éste al dedo. El anillo es de metal,
por tanto al ponértelo tu dedo se amolda, «se hace» al anillo.
Lógicamente el metal, como es duro, no se puede hacer a la forma del
dedo, sino como dijimos, al revés.

346
Las Servidoras

¡Cuánta gente realmente no se ha hecho al matrimonio y más bien


quiere hacer el matrimonio según su muy particular forma de ver y pen-
sar! A veces quisieran un matrimonio según expectativas, conveniencias
y necesidades personalísimas. Un esquema que en realidad no existe.
Algunos ni siquiera entran en el esquema más básico de lo que es un
matrimonio. Ni siquiera en el formato convencional.
Siguen con su vida de antes y quieren, por una parte, disfrutar de los
bienes del matrimonio, y por otra vivir como si no hubiese un compro-
miso (como la ridícula propuesta del amor libre).
No se acuerdan de sus promesas, ni de la exclusividad, ni de la fide-
lidad, ni del cariño, ni del detalle, ni de nada.
El matrimonio es muchísimo más. El dedo se hace al anillo, tú te
haces al matrimonio, tal como ha sido comprendido según una extendi-
da visión humanística, fundada en la libertad, en el amor, en la igualdad
y otros valores humanos y cristianos.
El matrimonio como Dios lo pensó y como la más mínima lógica nos
exige, implica fidelidad, indisolubilidad, buscar diariamente y como pro-
yecto de vida el agradar al Esposo y pelear con esmero por su alegría, a
través de la propia presentación y del buen trato, del tener mil detalles
que son como una piecesita en el gran mosaico de la felicidad. Esto sólo
se logra cuando el matrimonio está enraizado en Dios y cuando se
ponen los medios más elementales para perseverar en él.
Hoy por hoy, por todas las asechanzas que tiene el amor esponsali-
cio, y más en la virginidad consagrada, amar es una locura, si no se ama
con locura a Jesucristo.

17. Se puede perder


Cuidado. El anillo es algo muy valioso como para jugar con él. Si te
lo quitas y te lo pones, si lo dejas aquí y allá, se puede perder. Si estás
vacilando con él, si lo descuidas, si te descuidas, se pierde.
¿Cómo te lo sacas? ¿Cómo se recupera algo que ha caído en un
lugar muy profundo? ¿Qué hay más hondo que la infidelidad buscada?
¿Qué hay más oscuro que la indiferencia cínica? ¿Qué más estancado
que el egoísmo que no te permite moverte hacia el otro? ¿Qué más sucio
que la continua mentira? ¿Qué más impresionante que la irresponsabi-
lidad cuando se trata de la vida y felicidad de toda una familia?

347
Carlos Miguel Buela

Si estás jugando con ese anillo, si lo haces con el matrimonio, en el


tipo de espectáculos que ves, en tu manera de relacionarte con la gente
que te rodea... un día se te va a perder. Y en la gran mayoría de los
casos, es irremediable. Hay cosas en la vida que por su importancia no
admiten titubeos.
No vale la pena correr riesgos. Porque lo que está en juego, si se pier-
de, es la mayoría de las veces, irrecuperable. El matrimonio es una de
ellas, y con «esas cosas», no se juega.

18. Se va desgastando con el tiempo


El anillo se va desgastando con el tiempo. Es lógico. Nada es para
siempre. Para eso está el cielo. Tu anillo puede y de hecho va perdien-
do su brillo. Pero, aun sin él, ¡cuánto representa! Incluso se podría decir
que es más hermoso golpeado, usado, maltratado involuntariamente
por los movimientos de una mano que por amor nunca ha querido qui-
társelo ni para protegerlo. Perdió su brillo metálico pero conserva el del
cariño y el de los mil recuerdos que te unen a él. Es el destello de la
madurez.
También el matrimonio se va desgastando y puede perder ese brillo
inicial, juvenil, de los primeros años: es decir, la ilusión, la pasión, la can-
tidad de emociones de dos vidas que se hacían una sola y todo era des-
cubrirse y enriquecerse.
Pero –¡qué interesante!– va adquiriendo otro matiz muchísimo más
hermoso: el de la madurez del amor. No es el amor jovial de cuando
eran recién casados, sino el consolidado, sacrificado, servicial. El que es
más donación que posesión.
¡Es el brillo que tenía en sus ojos la Hermana Carmen, del Colegio
del Carmen!

19. Puede necesitar ajustes


Con el paso del tiempo cambiamos físicamente, aunque no quisiéra-
mos. Crecemos. Puede ser que el anillo necesite que lo ajusten, sea para
recortarlo, sea para ensancharlo. Nuevamente símbolo y señal de que tu
matrimonio también necesita ajustes.

348
Las Servidoras

No cabe duda. Los anillos suelen necesitar ajustes. Se mandan a


ensanchar o a cortar. Requieren un baño de oro, una limpieza a fondo
o una buena pulida, porque ya se han perdido hasta las «letritas».
¡Algunas veces es para llevar también en el dedo el anillo del cónyu-
ge fallecido!
Con Jesucristo también se lo puede posponer, olvidar, no trabajar
para serle cada vez más fiel, apegarse a las cosas del mundo...
Renovarse es abrir los ojos a nuevos horizontes. Es descubrir un sin
fin de posibilidades nuevas que enriquecen la unión. Es proyectar el
amor a una calidad de vida insospechada.
Una manera simple, ordinaria, de renovarse diariamente es ser ama-
ble, hacerse amable, volverse continuamente amable.

20. Te lo entregaron en presencia de Dios


Es algo sagrado. No es un juego. Te lo entregaron en presencia de
Dios. El Señor te bendijo y te quiere seguir favoreciendo, pero sólo
podrá ser así si te mantienes en su presencia.

21. Fue fundido


Como todos los buenos metales –fuertes, duros, resistentes– ha sido
fundido, como «probado» en el crisol. Igualmente todo matrimonio debe
estar avalado por un buen y auténtico noviazgo. Hoy a cualquier rela-
ción superficial sin grandes metas y objetivos que avalen toda una vida
de amor y de entrega, se le llama noviazgo.

22. No tiene precio


Es la última característica del anillo, y tiene mucho que decirnos: te
lo dieron sin precio. Efectivamente, hasta este detalle es un símbolo y
una señal. Hay muchas cosas en esta vida que sí tienen precio: determi-
nados viajes, lugares residenciales, coches, objetos preciosos, diversio-
nes, deportes, la joyería, restaurantes...

349
Carlos Miguel Buela

El anillo no lo tiene, y esto es símbolo y señal en dos aspectos fun-


damentalmente:
1º. Si tuviera precio, y éste fuera elevado, no todos tendrían acceso
a esta posibilidad.
El anillo, como el matrimonio no tiene costo porque todos tienen la
posibilidad de amar y ser amados y de formar una familia. Amar es gra-
tuito. No cuesta. Es una enorme paradoja.
Quien ha experimentado en su vida el amor con intensidad, sabe
que se encuentra delante de la experiencia más rica que somos capaces
de hacer: amar. Debería ser carísimo el amor. Es la esencia misma de la
vida y su sentido. Tan indispensable como el aire que respiramos para
vivir y que también es gratuito.
No tiene precio, porque todos tienen acceso a él. Nadie está exclui-
do.
2º. Si tuviera precio, sería porque tendría un límite: «Cuesta tanto, y
basta».
El matrimonio no tiene precio porque el amor no tiene límites. No se
acaba. Por este motivo no hay con qué comprarlo. ¿Cómo se le podría
poner un precio al amor?

Queridos hermanos y hermanas:


Como dice hermosamente el Cantar de los Cantares: Porque es fuer-
te el amor como la muerte, implacable como el abismo la pasión. Saetas
de fuego sus saetas, una llama de Yahvé. Grandes aguas no pueden
apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los bienes
de su casa por el amor, se granjearía desprecio (8,6-7).
Recemos siempre por estas Hermanas para que sean fieles Esposas
de Jesucristo y bondadosas Madres de sus hijos.

350
Las Servidoras

12. ¡QUE ME BESE CON LOS BESOS DE SU BOCA! (Ct 1,2)

Hoy, día de San José, 11 Hermanas harán sus votos perpetuos, 20


Hermanas harán su primera profesión temporal, otras renovarán sus
votos temporales y una postulante recibirá el santo hábito. En distintos
grados y medidas todas ellas quieren seguir el camino de la perfección
evangélica de la entrega total al Señor en castidad, pobreza, obediencia
y en materna esclavitud de amor.
De una manera u otra todas expresan el deseo de ese versículo mis-
terioso con que comienza el libro del Cantar de los Cantares: ¡Que me
bese con los besos de su boca! (Ct 1,2).
¿Qué quiere expresar el Espíritu Santo en este versículo? Antes de
entrar de lleno en la cuestión debemos hacer una advertencia que per-
tenece a San Gregorio de Nisa: «Para leer el Cantar de los Cantares hay
que estar liberado del hombre viejo, como dice san Pablo, del traje sucio
de sus obras y deseos. Radiantes de luz por la pureza de vida como el
Señor en el monte de la transfiguración. Revestidos de amor a nuestro
Señor Jesucristo, configurados con Él, que nos hace más divinos y aje-
nos a toda pasión desordenada. Con plena pureza de pensamiento acer-
quémonos al lecho nupcial del Esposo, que es todo santidad.
¡Fuera de aquí! A las tinieblas exteriores y lloren allí los que están
llenos de pasión y pensamientos obscenos. Su conciencia carece de traje
propio para las nupcias divinas. Son esclavos de sus propios pensamien-
tos y aficiones, incompatibles con el Esposo y la esposa de estas
canciones. Están vestidos de fantasías obscenas. Échenlos lejos los que
gozan fervorosamente de la cámara nupcial»558.
Hecha esta advertencia debemos decir, siguiendo a Orígenes, «el
hombre de diamante», que el Cantar de los Cantares tiene como tres
niveles de lectura:
1º. La exposición histórica: Es un epitalamio, es decir, un canto de
bodas, escrito a modo de drama y cantado por una novia que va a
casarse inflamada de amor celeste por su esposo559.

558
SAN GREGORIO DE NISA, Comentario al Cantar de los Cantares (Salamanca 1993) 15.
559
Cfr. Comentario al Cantar de los Cantares (Madrid 1986) 33.

351
Carlos Miguel Buela

2º. La interpretación espiritual: Se refiere a la Encarnación del Verbo


con la naturaleza humana y a la relación de la Iglesia con Cristo, bajo la
denominación de Esposo y Esposa;
3º. A la unión de cada alma individual con el Verbo de Dios, que
también es un desposorio.
1º. En primer lugar, en la interpretación histórica vemos a una espo-
sa que, al demorarse largo tiempo el esposo, se ve atormentada por el
deseo del amor y se consume abatida en su casa, obrando de modo que
algún día pueda ver a su amor. Por eso suplica a Dios abrasada por el
deseo de su esposo y atormentada por una herida interna de su amor,
suplica y clama: ¡Que me bese con los besos de su boca! (el texto en
hebreo emplea el plural: «los besos»)560.
Dice un autor que la primera palabra del Cantar es un beso embria-
gador en el cual ardor y embriaguez se funden extasiando a los dos ena-
morados561. Es un beso ardoroso y eficaz, vivo y fecundante.
San Bernardo, el Melifluo Doctor, se asombra: «Decidme os ruego,
¿Quién es el que dice estas palabras: ¡Que me bese con los besos de su
boca!? ¿De quién las dice, a quién se dirigen? ¿Qué exordio es éste tan
ex abrupto, cuyo movimiento repentino parece más bien término que
principio de discurso? Pues al oírle hablar así, creeríase que alguno
había hablado antes que él, y que él introduce a otra persona que le res-
ponde y que le pide un beso. Además si esta persona pide o manda, a
quien quiera que sea, que la bese. ¿Por qué previene expresamente que
sea con el beso de la boca, y aún de la boca suya, como si aquellos que
se besan acostumbraran hacerlo de otro modo que con la boca o como
si se besasen con la boca de otro? Aún más: no se limita a decir: Béseme
con su boca, sino que, adoptando una manera de hablar menos usual,
dice: Béseme con el beso de su boca. A buen seguro, es sumamente
grato ese coloquio que comienza con un místico beso; de este modo, la
Sagrada Escritura, presentándosenos con rostro placentero, nos invita y
atrae suavemente a su lectura, por donde, si hay trabajo en descubrir sus
sentidos, este trabajo se trueca en delicias; pues la dulzura del lenguaje
y de la expresión suaviza el trabajo de entenderla. Mas, ¿a quién no

560
L. CL. FILLION, La Saint Bible, Letouzey et Ané Éditeurs, tomo IV (París 1903) 599.
561
GIANFRANCO RAVASI, El Cantar de los Cantares (Bogotá 1993) 44.

352
Las Servidoras

haría muy atento este principio sin principio y esta manera de hablar tan
nueva en libro tan antiguo? Es lo que nos hace conocer que esta obra
no es producto del espíritu humano, sino que ha sido compuesta por el
Espíritu Santo; pues con tal arte está ejecutada que, aún siendo difícil de
entender, hállase mucho gusto en buscar entenderla»562.
2º. En segundo lugar, ¡que me bese con los besos de su boca! se
refiere a la unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana en la
única Persona del Verbo. Señala el mismo santo Doctor: «La boca que
besa sea el Verbo que toma carne; el besado sea la carne que Él asume.
Y el beso que se forma de aquel que lo da y de aquel que lo recibe, sea
la persona compuesta del uno y del otro… es la prerrogativa de Aquel
sobre quien la boca adorable del Verbo ha sido una vez impresa, cuan-
do la plenitud de la Divinidad juntóse a Él corporalmente. Feliz beso,
que una bondad admirable hace tan lleno de maravillas, en el cual la
boca no se imprime a la boca, sino que Dios es unido al hombre…»563.
Agrega Santa Teresa de Jesús: «…da a entender que hay en Cristo dos
naturalezas, una divina y otra humana»564.
Jesucristo viene en carne para traer la paz y la unidad. San Bernardo
enseña: «Su palabra viva y eficaz es para mí un beso; no ya un beso que
consista sólo en la conjunción de los labios, y que a veces simula la paz
del corazón, sino un beso que me infunde gozos inefables, que me reve-
la los secretos del Altísimo y con el cual queda mi alma maravillosamen-
te iluminada y como envuelta es resplandores; pues quien a Dios adhie-
re se hace un espíritu con Él (cfr. 1Co 5,17)»565. En la unión de Dios con
el hombre: «la unión de labios es la señal de la unión de los espíritus»,
pero en: «este sagrado beso, o sea, el misterio de la Encarnación del
Verbo… la unión de las dos naturalezas en Jesucristo junta las cosas
divinas con las humanas, ligando con nudo de paz el cielo y la tierra.
Pues Él es nuestra paz, que de dos ha hecho uno (Ef 2, 14)»566. «¿De qué
cosas es signo Él? Del perdón, de la gracia y de la paz, de una paz que
no tendrá fin»567.

562
Obras Completas de San Bernardo, Tomo II (Madrid 1955) 8.
563
Ibid., 13.
564
Obras Completas, Meditaciones sobre los Cantares (Madrid 1976) 336.
565
Obras Completas de San Bernardo, Tomo II (Madrid 1955) 12.
566
Ibid., 13.
567
Ibid., 16.

353
Carlos Miguel Buela

¡Que me bese con los besos de su boca! Respecto a la Iglesia, que es


la congregación de todos los santos que está ansiosa de unirse a Cristo
al ver tantos bienes con que la adornado el mismo Cristo, con todo lo
cual se inflama de amor hasta lo insufrible. Dice Orígenes: «…como
quiera que el mundo está ya casi acabado y Él no me hace don de su
presencia… por eso te conjuro que tengas compasión de mi amor y al
fin me lo envíes… que Él mismo venga en persona y ¡Que me bese con
los besos de su boca!, es decir, infunda en mi boca las palabras de mi
boca y yo le oiga hablar personalmente y le vea enseñar. Estos son, real-
mente, los besos que Cristo ofreció a la Iglesia…»568.
3º. En tercer lugar, ¡Que me bese con los besos de su boca! se dice
respecto a las almas cuya única voluntad es la de unirse estrechamente
con el Verbo de Dios y penetrar en lo interior de los misterios de su
sabiduría y de su ciencia como en el tálamo del Esposo celestial. Enseña
el Niceno: «Así todos aquellos que llevan en sus entrañas el deseo de
Dios nunca están saciados, aún cuando les haya dado algo divino aquel
a quien deseaban; lo arrebatan y ansían con mayor deseo. De este
modo, el alma ahora unida a Dios declara que no está satisfecha, pues
cuanto mayor es el gozo, más fuerte es el deseo. Y como las palabras del
Esposo son espíritu y vida, el que se une al espíritu se hace espíritu. Y el
que se une a la vida pasa de la muerte a la vida obediente a la voz del
Señor. La esposa desea acercar el alma a la fuente de la vida espiritual.
Fuente es la boca del Esposo, de donde brotan palabras de vida eterna.
Su palabra sacia la boca sedienta como el profeta que con su boca atraía
al espíritu: Abro mi boca franca y hondo aspiro (Sl 119,131). Hay que
dar a la boca el agua que sacamos de la fuente a que se refiere el Señor
diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba (Jn 7,37). Por eso el
alma quiere atraer hasta sus labios aquella boca manantial de vida y
exclama: ¡Que me bese con los besos de su boca! El que hace manar
vida para todos y quiere que todo el mundo se salve no quiere privar de
ese beso a los que salva. Su beso es purificación de toda mancha»569.
Enseña Santa Teresa de Jesús: «¡Oh, Señor mío y Dios mío, y qué
palabra para que la diga un gusano a su Creador! ¡Bendito seáis vos,
Señor, que por tantas maneras nos habéis enseñado!... Es cosa que

568
Comentario al Cantar de los Cantares (Madrid 1986) 75.
569
SAN GREGORIO DE NISA, Comentario al Cantar de los Cantares (Salamanca 1993)
24–25.

354
Las Servidoras

espanta… más el alma que está abrasada de amor que la desatina, no


quiere sino decir estas palabras; sí, que no se lo quita el Señor. ¡Válgame
Dios!; ¿Qué nos espanta? ¿No es de admirar más la obra? ¿No nos lle-
gamos al Santísimo Sacramento?...»570. «¡Oh amor fuerte de Dios, y
cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama! ¡Oh
dichosa alma que ha llegado a alcanzar esta paz de su Dios, que esté
señoreada sobre todos los trabajos y peligros del mundo, que ninguno
teme a cuento de servir a tan buen Esposo y Señor, y con razón, que la
tiene este pariente y amigo que hemos dicho!...»571. «¡Oh Señor del cielo
y de la tierra, que es posible que aun estando en esta vida mortal se
pueda gozar de Vos con particular amistad!»572.
Además, debemos saber que la doctrina de la primera instrucción
tiene sus comienzos en catequistas y maestros. Pero en éstos no halla el
alma satisfacción plena y perfecta de su deseo y amor, por eso pide que
la luz y la presencia del Verbo mismo de Dios iluminen su mente. Dice
Orígenes: «Realmente, cuando por ningún servicio de hombre o de
ángel la mente se llena de sentimientos y pensamientos divinos, crea
que es entonces cuando recibe los besos del Verbo mismo de Dios…
mientras fue incapaz de captar la pura y sólida doctrina del Verbo mismo
de Dios… recibió la doctrina de maestros; pero, cuando por propio
impulso haya ya comenzado a distinguir lo oscuro, a desenredar lo
intrincado, a desvelar lo implícito y a explicar con apropiadas fórmulas
… crea que entonces es cuando recibe ya los besos de su propio espo-
so, esto es, el Verbo de Dios. Por otra parte, la razón de haber puesto
besos, en plural, es para que podamos comprender que la iluminación
de cada pensamiento oscuro representa un beso que el Verbo de Dios
da al alma perfecta… entendamos por boca del Esposo la fuerza por la
que Dios ilumina a la mente y, como dirigiéndole palabras de amor –con
tal que ella merezca comprender la presencia de poder tan grande–, va
revelándole todo lo desconocido y oscuro; y este es el beso más
verdadero, más suyo y más santo que el Esposo, el Verbo de Dios, a
dado a su esposa… cada vez que en nuestro corazón hallemos que
andamos buscando acerca de las doctrinas y pensamientos divinos, cre-
amos que otras tantas veces nos ha besado el Esposo, el Verbo de
Dios»573.

570
Obras Completas, Meditaciones sobre los Cantares (Madrid 1976) 336.
571
Ibid., 345.
572
Ibid., 347.
573
Comentario al Cantar de los Cantares (Madrid 1986) 76–77.

355
Carlos Miguel Buela

Queridas Hermanas:
La profundidad del Cantar de los Cantares sólo puede ser captada
por la unción de la gracia y la enseñanza de la experiencia. Es un cono-
cimiento que, según San Bernardo: «no es sonido que salga de la boca,
sino alegría del corazón; no ruido de los labios, sino movimiento de
gozo; no concierto de voces, sino de voluntades. No se oye por afuera,
pues no resuena en público. Lo oyen sólo aquella que lo canta y Aquel
en cuyo honor lo canta, o sea el Esposo y la Esposa. Pues este es un
cantar nupcial que traduce los castos y dulces abrazos de los espíritus; es
unión perfecta de voluntades y estrecho intercambio de afectos y de
mutuas inclinaciones»574.
Que con la mente y el corazón digan siempre al Esposo Jesucristo:
«¡Que me bese con los besos de su boca!
Porque son tus pechos mejores que el vino;
mejores al olfato tus perfumes;
ungüento derramado es tu nombre,
por eso te aman las doncellas.
Llévame en pos de ti: ¡Corramos!
El Rey me ha introducido en sus mansiones;
por ti exultaremos y nos alegraremos.
Evocaremos tus amores más que el vino;
¡con qué razón eres amado!» (Ct 1,2-4).
Así lo hacía, lo vivía y lo escribía Santa Teresa de Jesús: «Pues, Señor
mío, no os pido otra cosa en esta vida sino ¡Que me beses con los besos
de tu boca!, y sea de tal manera, que aunque yo me quiera apartar de
esa amistad y unión, esté siempre, Señor de mi vida, sujeta mi voluntad
a no salir de la vuestra, que no haya cosa que me impida pueda yo
decir: Dios mío y gloria mía, con verdad que “son mejores tus pechos”575
y más sabrosos que el vino»576.
¡Que María, Madre del Amor Hermoso, nos guíe y conduzca a todos
a esta experiencia del amor de Dios!

574
Obras Completas de San Bernardo, Tomo II (Madrid 1955) 11.
575
Es como decir «tus amores».
576
Obras Completas, Meditaciones sobre los Cantares (Madrid 1976) 348.

356
Quinta Parte

El cántico nuevo
1. ¿POR QUÉ TANTAS INCOMPRENSIONES?

Aun antes de haber comenzado –el 25 de marzo de 1984– con nues-


tra Congregación, ya teníamos quienes nos hacían contra, y no de cual-
quier manera, sino con bronca, (en la última de las tres acepciones que
trae el Diccionario de la Real Academia Española577).
Todos los años, y unas dos o tres veces por año, nos llegaban voces
–que deberían ser autorizadas– a veces de altas dignidades, asegurando
que nos cerraban. Por ejemplo, (N.N.) le dijo a un sacerdote: «La única
solución es tirarles una bomba», aunque aclaró que él no era partidario
de esos métodos. Un Secretario de nunciatura: «Dentro de 200 años los
van a aprobar». Otro dignatario: «Dentro de 400 años». Y así sucesiva-
mente. Estimo que la más disparatada, fue aquella que decía que en
mayo del año 1990 la Santa Sede cerraba todo y reducía al estado lai-
cal a los 25 diáconos, e incluso estuvo en danza un cierto avión que,
generosamente, vendría a llevar a todos los seminaristas que quisieran
salvarse de la liquidación.
Estando en España me enteré que, con fecha 1 de Junio de 1990, la
revista «Ecclesia», de gran difusión en ese país, publicó un servicio de su
corresponsal en Buenos Aires, Don Emeterio Gallego, quien refiriéndo-
se a todos nosotros dice: «Son más lefebvristas que Lefebvre» (que según
parece no murió en comunión con la Iglesia)578. Nosotros siempre acep-
tamos las reformas litúrgicas, nunca tuvimos dificultad en aceptar los 16
documentos del Concilio Vaticano II leídos a la luz del Magisterio
Eclesiástico de todos los tiempos, y siempre hemos tenido la más cordial,
filial y dócil sujeción al Papa. Siempre rezamos la llamada Misa de Pablo
VI, incluso las Plegarias Eucarísticas posteriores, y jamás contestamos la
autoridad del Magisterio, de ningún obispo unido al Papa, y muchísimo
menos al mismo Papa. ¿Por qué entonces la afirmación de Emeterio? No
quiero referirme en concreto a él: no lo conozco ni personalmente ni por
referencia, pero me parece evidente que alguien le ha llenado la cabeza,
que no ama la verdad pues no la busca, que falta gravemente a la
justicia y a la caridad por razón de su calumnia, que tiene obligación
grave de restituir la fama, que obra de esa manera porque pertenece a

577
Cfr. Diccionario de la Real Academia Española (Madrid 211992).
578
Cfr. L’Osservatore Romano 13 (1991) 160.
Carlos Miguel Buela

alguno de los tantos «lobbies» progresistas. No me interesa aquí su caso,


sino lo que su caso representa. ¿Cómo en la Iglesia de Dios se puede
considerar –sin pruebas– a otros hermanos como cismáticos? ¿Quién
puede dar un mandato en la Iglesia por encima de Jesucristo, que fusti-
gó a los fariseos por faltas a la justicia, la misericordia y la lealtad? 579.
Tanta contra –sin pruebas– para mi sólo se explica, en última instan-
cia, por odio y odio teológico. No creo que se dé en todos los casos:
puede haber en algunos casos celos; en otros, envidia; en los más, igno-
rancia; en algunos, tal vez, malentendido. Pero lo que digo es que no
pueden explicarse, con causa proporcionada, tantas calumnias y tanta
mala voluntad sin odio y odio teológico, porque no son críticas con fun-
damento y mucho menos orientadas a que nos corrijamos. Lo que se
pretende –por lo menos en algunos– es nuestra muerte eclesial (recuer-
do el caso de N.N., muy excitado y gritando: «¡No existen! ¡No exis-
ten!»). Esta actitud, tal vez, sea a consecuencia «de una cultura que lleva
a la muerte moral ... del hombre ... que justifica ... la supresión de quien
puede considerarse como un adversario o un obstáculo», como dijera
Juan Pablo II al mundo de la cultura en la Universidad de Potenza580.
¿Pero puede excusarse de ignorancia a aquellos que tienen obligación
por oficio de saber? Y si no saben, ¿por lo menos no deberían callarse?
Tampoco puede explicar todo el pensar que son malentendidos, porque
siempre estuvimos abiertos al diálogo y muchas veces hemos pedido
dialogar, pero nos fue negada la audiencia (por ejemplo, ante J.A. y
R.P.). De hecho, en estos 8 años581 jamás ningún obispo nos ha presen-
tado algún cargo, fundamentado o no fundamentado, ni en forma oral
ni por escrito.
No creo que tanta bronca contra nosotros sea, en definitiva, por el
uso de la sotana o del hábito, porque aprendamos latín, cantemos gre-
goriano, estudiemos a Santo Tomás, nos creamos los mejores, seamos
de extrema derecha o tengamos muchas vocaciones. Ninguna de estas
cosas, ni todas juntas, llevaría a algo tan ciego e irracional, a algo tan
difundido y tan sin examen aceptado, a algo tan falto de justicia y de
caridad, a juicios ni mostrados ni demostrados, o sea, a «pre–juicios».

579
Cfr. Mt 23,23.
580
Cfr. JUAN PABLO II, «Discurso al mundo de la cultura», L’Osservatore Romano 20
(1991) 283.
581
La homilía que se reproduce fue predicada en el año 1992.

360
Las Servidoras

1. No por el uso de la sotana o del hábito


En general, los que dicen atacarnos por esto, poco o más bien nada
les interesa el uso de la sotana o del hábito. Algunos –muy pocos– de
nuestros detractores de hecho usan sotana. Otros usan clergyman. La
mayoría viste como cualquier seglar. Más bien para ellos es motivo de
mofa y de befa el uso del hábito eclesiástico. Hace poco un alto digna-
tario que usa sotana, refiriéndose a nosotros y hablando a un grupo de
sacerdotes, dijo sarcásticamente: «Lo único que tienen de blanco son los
dientes». Es algo ridículo, pasado de moda y que aleja a la gente, según
ellos. Además, si tanto hablan de pluralismo, ¿por qué tanto disgusto de
que nosotros optemos por una de las normas queridas por la Iglesia?
De hecho, el Código de Derecho Canónico, en el canon 284 manda:
«Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno...», que según la
Conferencia Episcopal Argentina es el uso del hábito talar o del clergy-
man. Y el canon 669, inciso 1, establece: «Los religiosos (las religiosas)
deben llevar el hábito de su instituto, hecho de acuerdo con la norma
del derecho propio, como signo de su consagración y testimonio de
pobreza» (paréntesis nuestro).
Y no olvidemos que S.S. Juan Pablo II envió una Carta al Cardenal
Ugo Poletti, Vicario General para la Diócesis de Roma, con fecha del 8
de setiembre de 1982, sobre la disciplina del traje eclesiástico del sacer-
dote y el hábito del religioso. En su carta dice que varias veces en los
encuentros con los sacerdotes puso «de relieve el valor y el significado
de este signo distintivo». El valor del hábito eclesiástico está dado «no
sólo porque contribuye al decoro del sacerdote en su comportamiento
externo o en el ejercicio de su ministerio, sino sobre todo porque eviden-
cia en la comunidad eclesiástica el testimonio público que cada sacerdo-
te está llamado a dar de la propia identidad y especial pertenencia a
Dios». Y el Papa pedía al Señor –aludiendo al hábito– «Haz que no
entristezcamos tu Espíritu... con lo que se manifiesta como un deseo de
esconder el propio sacerdocio ante los hombres y evitar toda señal exter-
na». Asimismo: «Tenemos que transmitir un mensaje que se expresa
tanto con las palabras como con los signos externos, sobre todo en el
mundo de hoy, que se muestra tan sensible al lenguaje de las imágenes».
Es un signo que «distingue al sacerdote diocesano del ambiente secular
y para el religioso y para la religiosa expresa también el caracter de con-
sagración y pone en evidencia el fin escatológico de la vida religiosa».
Agrega el Papa: «debo constatar que razones o pretextos contrarios,

361
Carlos Miguel Buela

confrontados objetiva y serenamente con el sentido religioso, con las


expectativas de la mayor parte del Pueblo de Dios, con el fruto positivo
del valiente testimonio incluso del hábito, aparecen más bien como de
carácter puramente humano que eclesiológico». Y más adelante afirma
que en el mundo moderno «donde se ha debilitado tan terriblemente el
sentido de lo sacro, la gente necesita también estos reclamos a Dios, que
no se pueden descuidar sin un cierto empobrecimiento de nuestro ser-
vicio sacerdotal»582.
La Sagrada Congregación para la Educación Católica, en la Carta a
los Seminarios sobre la formación espiritual de los futuros sacerdotes,
establece: «La participación en la Eucaristía ciertamente determina el
clima espiritual de un Seminario. Y ¿por qué no decir que, tal vez, ahí se
redescubriría quizás la necesidad y el sentido del traje sacerdotal, aban-
donado un poco a la ligera en perjuicio de la pastoral a la que preten-
día servir? Varias veces ha llamado la atención el Papa Juan Pablo II
sobre la necesidad que tiene el sacerdote de presentarse ante los hom-
bres como lo que es: uno de ellos, es verdad, pero marcado por un signo
profundo que lo cualifica y por la misión que Dios le confió entre los
suyos y para el mundo. ¿Cómo negar, pues, la evidencia? A los ojos de
los fieles y en la conciencia misma del sacerdote se degrada cada vez
más el sentido de los “sacramentos de la fe” cuando un sacerdote, habi-
tualmente descuidado en su forma de vestir o plenamente secularizado,
actúa como ministro de la Penitencia, de la Unción de los enfermos y
sobre todo de la Eucaristía... Muchas veces la transmisión al nivel de lo
sagrado no se hace ni siquiera en lo que se refiere a los vestidos litúrgi-
cos prescritos. Esta es una pendiente fatal, en el sentido de inevitable y,
sobre todo, en el sentido de desastrosa. El Seminario no tiene derecho
a permanecer indiferente ante tales consecuencias. Debe tener el coraje
de hablar, de explicarse, de exigir»583.
Los enemigos de la santa sotana y del santo hábito, ¿serán capaces
de comprender y valorar el testimonio del Cardenal Alexandru Todea?
Éste, en el Sínodo de Obispos para Europa, declaró: «La obra de la
evangelización ha de hacerse con el espíritu de adhesión a lo que pide

582
«Carta del papa al Cardenal Vicario para la diócesis de Roma», L’Osservatore
Romano 43 (1982) 673.
583
Cfr. Editorial Claretiana (Buenos Aires 1980) 23.

362
Las Servidoras

el Santo Padre. Se pueden encontrar dificultades para realizarlo en el


apostolado, pero el esfuerzo redunda en beneficio del apóstol. Así, yo
salí del Seminario con el propósito de vestir todos los días la sotana y
celebrar todos los días la Santa Misa. Pero llegó la hora de la prisión.
Uno de mis sufrimientos mayores fue el hecho de que me quitaran la
sotana y me impidieran celebrar la Santa Misa. En catorce años de pri-
sión, sólo pude celebrar una vez la Misa, con cadenas en los pies y las
esposas en las manos»584.
Por eso, no podemos creer que nos tengan tanta bronca por usar la
sotana.

2. No por el estudio del latín


El nuevo Código de Derecho Canónico preceptúa que los seminaris-
tas «no sólo sean instruidos cuidadosamente en su lengua propia, sino...
que dominen la lengua latina...»585. Esta enseñanza no hace más que
recoger las enseñanzas del reciente Magisterio eclesiástico, por ejemplo,
Juan XXIII en la Carta Apostólica «Veterum Sapientia» del 22 de febre-
ro de 1962; Pablo VI en la Carta Apostólica «Summi Dei Verbum» del 4
de noviembre de 1963; y en el Motu Proprio «Studia Latinitatis» del 22
de febrero de 1964; el Concilio Vaticano II en el decreto «Optatam
Totius», preceptúa que los alumnos adquieran «el conocimiento de la
lengua latina que les permita entender y usar las fuentes de tantas cien-
cias, y los documentos de la Iglesia»586; en la Carta antes citada de la
Sagrada Congregación para la Educación Católica se enseña: «Nada
más lejos del Concilio que haber proscrito el latín; al contrario, su exclu-
sión sistemática es un abuso no menos condenable que la voluntad sis-
temática de algunos de mantenerlo exclusivamente. Su desaparición
inmediata y total no puede ocurrir sin consecuencias pastorales». La
mismísima Conferencia Episcopal Argentina, en «Normas para la forma-
ción sacerdotal en los Seminarios de la República Argentina»587, manda:

584
L’Osservatore Romano 51 (1991) 732.
585
CIC c. 249.
586
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre la formación sacerdotal «Optatam
Totius», 13.
587
Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, «Normas para la formación sacerdotal en
los Seminarios de la República Argentina» (Buenos Aires 1984) n. 130.

363
Carlos Miguel Buela

«Inclúyase siempre en el programa de estudio la enseñanza de la lengua


latina, según el permanente e insistente modo de pensar de la Iglesia».
De hecho, no sólo cultivamos el latín sino también el griego, el
hebreo y las lenguas modernas. En todas las solemnidades se canta el
Evangelio en griego, y en algunos días se celebra la Santa Misa en fran-
cés, inglés, alemán, italiano o portugués.
No nos tienen tanta bronca porque estudiemos el latín.

3. No porque cantemos gregoriano


El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la sagrada Liturgia
enseñó: «La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la
Liturgia Romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que
darle el primer lugar en las acciones litúrgicas»588, y también dice:
«Procúrese que los fieles sean capaces también de recitar o cantar jun-
tos en latín las partes del Ordinario de la Misa que les corresponde»589.
Por esta razón Pablo VI publicó la «Iubilate Deo», que dice: «Así pues,
el canto gregoriano mantendrá el vínculo que haga de todas las gentes
un solo pueblo, congregado en el nombre de Cristo en un solo corazón,
una sola alma y una sola voz».
Por estos motivos no podemos pensar que los que se creen los ada-
lides del Vaticano II nos ataquen por cantar gregoriano, junto con la poli-
fonía y los cantos populares.

4. No porque estudiemos a Santo Tomás


Algunos parecen ignorar que es justamente el Concilio Vaticano II el
primer concilio en toda la historia de la Iglesia que recomienda nominal-
mente a un teólogo. Ese teólogo es Santo Tomás. Por ejemplo, en el
decreto «Optatam Totius»590, se manda estudiar la teología dogmática

588
Cfr. 116.
589
Cfr. 54.
590
Ibidem, 16.

364
Las Servidoras

«bajo el magisterio de Santo Tomás», y en nota se remite a los discursos


de Pío XII del 24 de junio de 1939, y de Pablo VI del 12 de marzo de
1964, y del 10 de setiembre de 1965.
La misma formación filosófica debe efectuarse «apoyados en el patri-
monio filosófico de perenne validez»591. Y la nota remite a la encíclica de
Pío XII «Humani Generis», del 12 de agosto de 1950. Además la
Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades el 20 de diciem-
bre de 1965 contestó que por patrimonio filosófico perennemente váli-
do «S. Thomae principia significare intelexisse»592. La Sagrada
Congregación para la Enseñanza Católica el 20 de enero de 1972 decía:
«Continúan permaneciendo válidas las recomendaciones de la Iglesia
acerca de la filosofía de Santo Tomás, en la que los primeros principios
de la verdad natural son clara y orgánicamente enunciados y armoniza-
dos con la Revelación». Y el Código de Derecho Canónico en el canon
252 ordena que los alumnos tengan «principalmente como maestro a
Santo Tomás»593.
Tampoco creemos aquí que se nos pueda tener tanta bronca por
querer conocer en profundidad el pensamiento del Doctor Angélico, que
«es un instrumento eficacísimo no sólo para salvaguardar los fundamen-
tos de la fe, sino también para lograr útil y seguramente los frutos de un
sano progreso»594. Además, Santo Tomás «reconoce que la naturaleza,
objeto propio de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la
revelación divina. La fe, por tanto, no teme la razón, sino que la busca
y confía en ella»595.

5. No porque nos creamos los mejores


Si nos considerásemos los mejores, seríamos orgullosos y soberbios,
y Dios no nos bendeciría, tal como lo cantó la Virgen en el Magnificat.

591
Ibidem, 15.
592
La traducción es «Quiso dar a entender los principios de Santo Tomás».
593
Cfr. CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, «Normas para la formación sacerdotal en
los Seminarios de la República Argentina» (Buenos Aires 1984) nn. 135.145. 153.
594
PABLO VI, «Alocución del 13 de marzo de 1964 en la Universidad Gregoriana».
595
JUAN PABLO II, Carta Encíclica «Fides et Ratio» 43.

365
Carlos Miguel Buela

Todos los miembros del Instituto del Verbo Encarnado y las


Servidoras del Señor y la Virgen de Matará hemos nacido con el pecado
original y aun después del Bautismo tenemos que luchar contra la triple
concupiscencia de la que nos habla el Apóstol San Juan. Somos peca-
dores y grandes pecadores. Todos los días tenemos que rezar el acto
penitencial en la Santa Misa y todas las semanas nos acercamos al sacra-
mento de la Reconciliación. Lo curioso es que los que dicen que nos
consideramos «los mejores» no nos critican para que nos corrijamos, sino
lo que hacen es acusarnos para descalificarnos. De hecho, como dice el
P. Mascardi, S.J. mártir, «Dios elige los instrumentos más viles para que
más luzca el poder de la Divina Mano», que no es otra cosa que el eco
del Apóstol: No hay entre nosotros muchos sabios según la carne, ni
muchos poderosos, ni muchos nobles. Antes eligió Dios la necedad del
mundo para confundir a los sabios... la flaqueza para confundir a los
fuertes... lo que no es nada para anular lo que es (1Cor 4,13).
Estimo que no nos atacan tanto porque crean que nos consideramos
los mejores, ya que si alguna excelencia llegasen a ver en nosotros, en
vez de calumniarnos tendrían que glorificar a Dios: para que viendo
vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos
(Mt 5,16).

6. No porque seamos de extrema derecha


No pretendemos ser ni de derecha, ni de izquierda, ni de centro, por-
que no nos interesan esas categorías espaciales que son simples etique-
tas. Como no queremos ser ni de la nueva, ni de la vieja «ola», porque
no nos interesa encasillarnos en categorías temporales, totalmente rela-
tivistas. Queremos ser de la «ola» eterna de Cristo, que es el mismo ayer,
hoy y para siempre (Heb 13,8).
De hecho, somos cultores de la Doctrina Social de la Iglesia y con sus
sabios principios queremos iluminar toda realidad temporal, como nos
da ejemplo de manera clarividente Juan Pablo II en la «Centesimus
Annus».
Asimismo, también hemos hecho nuestra opción preferencial por los
pobres, no exclusiva, ni excluyente, tal como lo expresáramos en el
número anterior del boletín «Ave María»596.

596
Revista Ave María, Ediciones del Verbo Encarnado, año 5, n° 8 (Marzo 1992).

366
Las Servidoras

Por eso, considero que no nos tienen tanto odio por esta falacia, más
cuando la calumnia viene de los que se consideran los campeones del
pluralismo.

7. No porque tengamos muchas vocaciones


Hace poco un dignatario, refiriéndose a nosotros, dijo «no es normal
que tengan tantas vocaciones». Con todo respeto, me parece que esa
persona es la que «no es normal» porque las vocaciones a la vida con-
sagrada son un don total de Dios. Por eso es que el Verbo Encarnado
nos enseñó: Rogad al Dueño de la mies para que mande operarios a la
mies suya, no nos enseñó a decir «manda dos operarios, o 200, o 2000».
Más bien nos parece que lo anormal es que tantas diócesis tengan tan
pocas vocaciones y eso sí que puede ser por incuria de los pastores, ya
que como reiteradas veces dijo el Papa, el signo de la vitalidad de una
comunidad cristiana son las vocaciones, ya que la vida engendra la vida.
¿Por qué estos tales, en vez de tirarnos piedras, no se humillan y nos
preguntan a qué causas le atribuimos nosotros el tener tantas vocacio-
nes? ¿No podrá ser, tal vez, por todas las cosas por las que ellos nos ata-
can? Digo yo, ¿no podrá ser porque usemos sotana, aprendamos latín,
cantemos gregoriano, estudiemos a Santo Tomás? ¿Porque seamos
humildes, no nos metamos en política? ¿Tal vez no vean la realidad por-
que teman tener que «quemar lo que adoraron y adorar lo que quema-
ron»? ¿No se dan cuenta que Dios nos bendice por ir a la renovación en
fidelidad, entendiendo el Vaticano II a la luz del Magisterio de siempre?
Este es el ataque más reiterado y especioso, y, tal vez, el de mayor
peso. Estimo que estar en contra de una parroquia, Congregación o
Diócesis por tener muchas vocaciones implica, a semejanza de la men-
talidad contraconceptiva, que detrás hay una lógica y una raíz597.
No debe asombrarnos que, casi exclusivamente, estos ataques por
tener muchas vocaciones provengan de personas consagradas. No debe
asombrarnos que en ellos pueda darse esa lógica y esa raíz. Incluso, los
Obispos argentinos hablan de tener que purificarse «del secularismo y la
injusticia, que también a nosotros puede afectarnos»598.

597
Cfr. JUAN PABLO II, L’Osservatore Romano (14 de marzo de 1983).
598
CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Líneas Pastorales para una Nueva
Evangelización (Buenos Aires 1990) n. 41.

367
Carlos Miguel Buela

Pero tampoco nos odian tanto solamente por tener nosotros tantas
vocaciones, porque pareciera que este tema no les interesa ya que, apa-
rentemente, no ponen los medios para tener muchas vocaciones.
Nos gustaría pensar que, indignados, nos atacan por nuestros
muchos pecados. Pero tampoco parece esa la razón, porque no es la
indignación santa del que busca la conversión, sino la indignación nihi-
lista de quien busca la aniquilación.
No creo que ninguna de estas razones, ni todas ellas juntas, basten
para ser causa proporcionada del odio que se nos tiene.
¿Cuál estimo que será esa causa? Creo que la única causa propor-
cionada tiene que ser de nivel teológico, y en este sentido, para mí, salvo
mejor opinión, es el testimonio explícito positivo y negativo que damos
de Jesucristo, nuestro Señor. Nos odian, en última instancia, porque
damos testimonio de la luz que vino al mundo, y las tinieblas siguen
odiando a la luz por las mismas razones: y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz porque sus obras eran malas (Jn 3,19).
Y si me equivoco, que me lo demuestren.
Mientras tanto seguiremos adelante con renovado empeño ya que la
Emperatriz de América nos asegura: «¿No estoy yo aquí que soy tu
Madre? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester?
No te apene ni inquiete cosa alguna».

2. LA LIBERTAD EN CRISTO

1. La libertad según San Pablo


La libertad no es, en San Pablo, algo accidental o extrínseco.
La libertad le afecta personalmente, incluye su propia existencia.
Es una situación del cristiano que «en Cristo» es hombre en libertad.

368
Las Servidoras

Por eso Pablo, más que hablar sobre la libertad, habla desde la
libertad, desde la situación que Cristo le ha conseguido y que él tiene en
el Espíritu Santo599.
Por tanto, cuando habla de libertad expresa una condición cristiana
fundamental. O sea, expresa algo esencial en un cristiano.
En este sentido, «libertad» tiene tanta profundidad básica como «jus-
tificación», como «filiación», como «santidad».

2. La condición cristiana fundamental como libertad


Hace ver que la libertad y la verdad del Evangelio van unidas: Pero,
a causa de los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infil-
traron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de
reducirnos a esclavitud... (Ga 2,4). Cristo libera de situaciones anterio-
res. El cambio es fundamental.
Desaparecen aun las diferencias humanas más básicas. Estamos con
la «libertad» frente a la condición cristiana fundamental: ya no hay judío
ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros
sois uno en Cristo Jesús (Ga 3,28).
Pero ¿qué dice la Escritura? Despide a la esclava y a su hijo, pues no
ha de heredar el hijo de la esclava juntamente con el hijo de la libre (Ga
4,30).
Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre (Ga
4,30–31).
Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os
dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud (Ga 5,1). En
este texto une San Pablo filiación y libertad. Y ciertamente que filiación,
es un situación vital básica.
Une vocación a la libertad, según parece, con vocación a la salvación.
De nuevo, situación básica cristiana: Porque, hermanos, habéis sido lla-
mados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la
carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros (Ga 5,13).

599
Cfr. FEDERICO PASTOR RAMOS, Estudio exegético–teológico sobre La Libertad en la
Carta a los Gálatas (Valencia 1977).

369
Carlos Miguel Buela

Estar libre de la ley es tener la posibilidad de una nueva relación con


Dios en Cristo, no dependiente de las obras humanas incapaces de dar
la salvación. Por eso Cristo cambia el estado del hombre y la condición
fundamental del hombre, al abolir la ley antigua.
También une la libertad a los acontecimientos centrales de la Muerte
y Resurrección de Cristo: Así pues, hermanos míos, también vosotros
quedasteis muertos respecto de la ley por el cuerpo de Cristo, para per-
tenecer a otro: a aquel que fue resucitado de entre los muertos, a fin de
que fructificáramos para Dios... (Ro 7,4). Mas, al presente, hemos que-
dado emancipados de la ley, muertos a aquello que nos tenía aprisiona-
dos, de modo que sirvamos con un espíritu nuevo y no con la letra
vieja... (Ro 7,6). Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús
te liberó de la ley del pecado y de la muerte (Ro 8,2). Es de notar tam-
bién como une libertad a conceptos tan importantes como fe y Espíritu.

3. El estado de libertad
Por todo esto, vemos que la libertad no es un dato secundario. Son
los actos salvadores de Cristo los que obtienen la constitución de un
estado de libertad para el cristiano, ya que lo libera de la ley mosaica,
del pecado y de la muerte. Libertad en San Pablo no es una noción de
segundo orden en su pensamiento. Esto se aplica tanto «al estar libres
de» diversas constricciones (encogimientos, impedimentos...), cuanto al
«ser libres» o estado de libertad.
La libertad subraya la independencia de cualquier cosa que no sea
Cristo para conseguir la salvación. Y señala también una situación de
plenitud.
Hay que decir también que cuando se afirma la libertad y que el cris-
tiano es libre, se está insinuando un comportamiento en consonancia
con ese estado. Intensifica aun más el aspecto activo del comportamien-
to cristiano, evidentemente, en libertad. El cristiano libre, no se busca a
sí mismo, sino que sirve a los demás por amor.
El Señor Muerto y Resucitado es el único Liberador. A Cristo se refie-
ren todas las razones de libertad.

***

370
Las Servidoras

Una parte esencial de nuestro ministerio sacerdotal, religioso y apos-


tólico es llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo al goce pleno
de la libertad que Cristo por su Muerte y Resurrección nos trajo.
Para ello debemos seguir trabajando sobre nosotros mismos. Así
como, por gracia de Dios, los que nos visitan suelen quedar reconforta-
dos por el ejemplo de alegría que damos, que también siempre demos
ejemplo de vivir en la plena libertad de los hijos de Dios.
Haremos esto, en tanto y en cuanto, seamos cada vez más dóciles a
la acción del Espíritu Santo, porque: El Señor es Espíritu, y donde está
el Espíritu del Señor allí está la libertad (2Cor 3,17). Porque considera-
das todas las cosas: no está en palabras el Reino de Dios, sino en el
poder (1Cor 4,20), o sea, en cumplir la voluntad de Dios, dice Santo
Tomás, que es lo mismo que decir ser santos. Y la santidad se identifica
con la libertad, y la libertad con la santidad «Ya por aquí no hay cami-
no, que para el justo no hay ley»600. ¿Por qué? porque «Ama y haz lo que
quieras»601.

3. LOCURA DE SER CRISTIANOS

Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos, o sea, de todos aque-


llos que el mundo considera locos: Éste es el que algún tiempo tomamos
a risa y fue objeto de escarnio... tuvimos su vida por locura y su fin por
deshonra (Sb 5,3–4).
Si queremos que algún día, no muy lejano, los cristianos que estén
en la tierra al festejar este día nos festejen a nosotros por estar entre el
número de los santos, debemos prepararnos a que el mundo, ahora, nos
considere locos. Porque Jesucristo y su doctrina, son «locura» para el
mundo y los mundanos. Por tanto, los verdaderos seguidores de Cristo
son tenidos por locos.

600
Vida y Obras de San Juan de la Cruz (Madrid 1978) 441.
601
SAN AGUSTÍN, In Epistola Ioannis ad Parthos, VII,8.

371
Carlos Miguel Buela

Si esto vale para todo cristiano, de manera especial vale para


nosotros, religiosos, que por peculiar consagración entregamos nuestra
vida entera a Dios en el cumplimiento de los cuatro votos, consagración
«que radica íntimamente en su consagración del bautismo y lo expresa
con mayor plenitud»602.

1. Doctrina de Jesucristo
Las bienaventuranzas evangélicas, que valen para todo cristiano, tie-
nen particular importancia para los religiosos. En efecto, ellos «en virtud
de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que
el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de
las bienaventuranzas»603. Y no existe nada más opuesto al mundo que
las bienaventuranzas: «Lo que todo el mundo huye –dice San Juan
Crisóstomo–, eso nos presenta el Señor como apetecible».
El mundo reclama riqueza, Cristo reclama pobreza; el mundo premia
a los vengativos, Cristo premia a los mansos; el mundo exige placeres
carnales, Cristo exige mortificación; el mundo llama «vivos» a los
injustos, Cristo a los que tienen hambre y sed de justicia; el mundo con-
sidera fuertes a los duros, Cristo a los misericordiosos; el mundo exalta
a los lujuriosos, Cristo a los puros; el mundo admira a los violentos,
Cristo a los pacíficos; el mundo busca la comodidad y el «pasarla bien»,
Cristo busca a los que «la pasan mal» y a los que sufren persecución.
Por eso, por vivir exactamente al revés de lo que el mundo quiere,
por vivir de modo diametralmente opuesto a sus gustos, pareceres y
decires, es que el mundo y los mundanos consideran locos a los católi-
cos y a los religiosos verdaderos.

2. Ejemplo de Jesucristo
Hoy día, muchísimas veces, por vivir una religión ramplona, acomo-
daticia, por vivir amodorrados, por vivir un cristianismo sin preocupacio-
nes por la extensión del Reino... hemos perdido el fuego de los primeros

602
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre la adecuada renovación de la vida
religiosa «Perfectae Caritatis», 5.
603
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen
Gentium», 31.

372
Las Servidoras

cristianos, hemos convertido la vida religiosa en algo frío, sin vida, en


algo burgués y calculador, en religión de «señoras gordas». Algunas
comunidades de religiosos nos recuerdan aquello atribuido al impío
Voltaire: «se juntan sin conocerse, viven sin amarse, mueren sin llorarse».
Muy otra es la religión verdadera:
– es fuego: He venido a traer fuego sobre la tierra (Lc 12,49).
– es viento huracanado como en Pentecostés.
– es el despertar de la vida, es el aire fresco, es la salida del sol, es un
hierro candente que derrama chispas, es sal y es levadura.
Por vivir de esa manera la religión es que el mundo llamó locos a
Cristo y a sus seguidores, los santos.
Cuando Jesús habla de su resurrección, los judíos dicen: Está loco
(Jn 10,20). Para muchos lo que supera la capacidad de la razón huma-
na es locura.
Cuando Pablo predica la resurrección de Cristo, el pagano Festo le
dice Tú estás loco, Pablo (He 26,24). La fe para el pagano es locura.
Cuando la sirvienta Rode cree en la milagrosa liberación de Pedro de
la prisión, le dicen los cristianos incrédulos: Estás loca (He 12,16). Para
algunos «cristianos» los milagros son cosa de locura. Como enseña San
Pablo, los no iniciados o infieles al ver los carismas milagrosos: ¿no
dirían que estáis locos? (1Cor 14,23).
Si nosotros viviésemos el auténtico cristianismo y no el que se vive
de cabezas huecas, corazones vacíos y panza llena... nos dirían locos.
Los santos deben desear ser tenidos por locos: «deseo más ser esti-
mado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal que por
sabio ni prudente en este mundo»604.
¿Seguimos de verdad a Cristo, que nos amó hasta la locura? –como
le dice Santa Catalina de Siena: «¡Oh, loco de amor!... ¿por qué te has
vuelto así loco? Porque te has enamorado de tu criatura...»– ¿o segui-
mos al mundo?

604
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales, Tres maneras de humildad, nn.
165–167.

373
Carlos Miguel Buela

3. ¿En qué consiste la locura del cristiano?


Hay que decir en primer lugar que así como la persecución para que
sea evangélica debe tener dos condiciones: «ser injuriados por causa de
Cristo y debe ser falso lo que se dice contra nosotros»605, de manera
parecida, para que el ser tenidos y estimados por locos sea bueno, debe
ser por ser fieles a Jesucristo y que nosotros no demos ninguna ocasión
para ello.
La locura cristiana consiste en que debemos vivir en el más, en el
por encima, es decir, donde cesa todo equilibrismo, todo cálculo, todo
«te doy para que me des». Lo cristiano comienza sólo allí donde ya no
se cuenta, ni se calcula, ni se pesa, ni se mide. ¿Amas sólo al que te
ama? ¿Das sólo al que te lo puede devolver? ¿Haces favores sólo a los
que te dan las gracias? ¿Qué importancia tiene eso? ¿No hacen eso tam-
bién los paganos? (Mt 5,47)606.
La santa locura consiste en vivir las bienaventuranzas. Si no es locu-
ra vivir según las bienaventuranzas, es que la locura no existe.
¡Bienaventurados los locos por Cristo! Se los llevará de aquí para
allá, se los calumniará de toda forma, se reirán de ellos y los tendrán por
torpes, atrasados y débiles mentales. De ellos es el Reino de los Cielos.
¡Bienaventurados...!, porque viven la locura del amor sin límites ni
medidas, que pasa aun sobre los lazos de la sangre, si éstos se convier-
ten en obstáculo: Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su
madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun a
su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14, 26). Es el amor con-
vertido en espada que corta, que separa, que hiere, que estorba a la
falsa paz. Eso nos trajo Cristo: No penséis que he venido a poner paz en
la tierra; no vine a poner paz, sino espada (Mt 10,34).
Es la locura de bendecir a los que nos maldicen (Ro 12,14), de no
devolver mal por mal (Ro 12,17).
¡Bienaventurados los locos por Cristo!, porque se han despojado de
sí mismos hasta los últimos harapos y están ante Dios en toda su candi-
dez.

605
SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Matt. Hom., XV, 5.
606
Seguimos a CARL BLIEKAST, Ser cristiano, ¡Esa gran osadía!, Verbo Divino (1960)
passim.

374
Las Servidoras

¡Bienaventurados los locos por Cristo!, porque son más pobres que
una laucha, porque viven la pobreza triunfal, porque obedecen hasta la
muerte, porque viven por María, con María, en María y para María.
¡Bienaventurados los locos por Cristo!, porque ninguna sabiduría del
mundo jamás podrá engañarlos. No se dejan infatuar por la vacía char-
latanería de los hombres, aun de los constituidos en autoridad. Ellos son
la sal de la tierra y la luz del mundo.
Es locura decir después de trabajar todo el día por el Evangelio:
Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer eso lo hicimos (Lc
17,8); es locura saber que al que tiene se le dará más y abundará; y al
que no tiene le será quitado (Mt 13,12); es locura vivir totalmente colga-
dos de la Providencia Divina: No toméis nada para el camino, ni bácu-
lo, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni llevéis dos túnicas (Lc 9,3); buscar los
últimos lugares: Muchos primeros serán últimos, y los últimos primeros
(Mt 19,30); ser esclavo de todos: Quien quiera ser el primero sea servi-
dor de todos (Mc 10,43); humillarse: El que se ensalza será humillado y
el que se humilla será ensalzado (Lc 14,11); es la locura del perdón:
Perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34).
Hermanos y hermanas del Verbo Encarnado:
No tengamos miedo a ser tenidos por locos por seguir a Cristo. No
traicionemos el espíritu del Evangelio.
Cuando el mundo nos diga: ¡Mirad a los locos! Se les tiran piedras y
ellos besan la mano que las tira. Se ríen y burlan de ellos y ellos ríen
también como niños que no comprenden. Se les pretende excluir de la
comunión eclesial, decretando su muerte eclesial por medio de las
calumnias, las conspiraciones, el silencio, la desinformación y ellos se
saben en el corazón de la Iglesia como en la mañana de Pascua. Se les
golpea y martiriza: pero ellos dan gracias a Dios, que los encontró dig-
nos. Cuando el mundo diga eso, señal de que vamos bien.
Hoy miremos a nuestros hermanos, los santos del Cielo; el mundo
decía:
– ¡Mirad a los locos! Se los maldice y ellos bendicen.
– ¡Mirad a los locos! Se niegan a sí mismos, toman su cruz cada día,
hacen penitencia, son infinitamente alegres, no tienen miedo de llamar
las cosas por su nombre.

375
Carlos Miguel Buela

– ¡Mirad a los locos! De ellos se dice todo género de disparates y a


ellos les importa un rábano. Se les busca sepultar con pesadas losas y
ellos creen que pesan lo que una tela de araña. Se confabulan y traman
planes contra ellos y para ellos esos planes vanos tienen menos consis-
tencia que una burbuja.
– ¡Santa locura... locura del amor!, pero la locura de la Cruz es más
sabia que la sabiduría de todos los hombres.

4. ¡POSSUMUS!

¿Podréis beber el cáliz...? (Mt 20,22). Estas palabras fueron dichas


por nuestro Señor a dos jóvenes: a Santiago, hijo de Zebedeo y de María
Salomé, y a su hermano Juan. Aquél fue después el primer Apóstol már-
tir; éste, el primer Apóstol virgen. Y ambos fueron llamados por el
mismo Jesús con el nombre de «Boanerges», es decir «Hijos del trueno»,
por la fogosidad de su espíritu y por haber pedido el castigo sobre la
ingrata ciudad samaritana: Viéndolo los discípulos Santiago y Juan, dije-
ron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que los con-
suma?» (Lc 9,54).

1. ¿Qué significa cáliz?


La palabra «cáliz» es una metáfora, por la que se designaba la suer-
te buena o mala que aguardaba a alguno, o sea, expresaba aquello que
ocurre o puede ocurrir.
Frecuentemente aparece cáliz como imagen de alegría y felicidad,
por lo que tal vez deriva su metáfora de su uso en los festines: El Señor
es la parte de mi heredad y mi cáliz (Sl 16,5); Levantaré el cáliz de la sal-
vación e invocaré el nombre del Señor (Sl 116,13). El padre de familia
daba al huésped –como signo de honor– una copa de vino, y el hués-
ped «bebía el cáliz hasta las heces» (el sedimento, la borra).

376
Las Servidoras

2. ¿Qué dicen sobre el cáliz los profetas?


Los profetas hablan del cáliz, haciendo mención al abuso del vino
que conduce a la embriaguez, que es el castigo reservado por Dios a los
impíos (ya que conduce a la irrisión porque para el borracho la tierra se
tambalea, desaparecen los puntos de referencia, etc).
De este concepto de «cáliz» de la venganza divina, como dice el
Señor por el profeta: Toma de mi mano este cáliz de espumoso vino y
házselo beber a todos los pueblos a los que yo te he enviado (Jr 25,15)
se deriva la significación de «cáliz» preferentemente como el sufrimien-
to y la desgracia: Id y derramad las siete copas de la ira de Dios sobre
la tierra (Ap 16,1).

3. ¿Qué les propone Jesús?


Este es el «cáliz» que les propone Jesús: ¿Podréis...?
Este es el «cáliz» que nos propone Jesús a cada uno de nosotros:
¿Podréis...?
Este «cáliz» es su cáliz: ...que yo beberé. Este no es otro que el cáliz
de su Pasión y Muerte: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz (Mt
26,39); a esto añade el Señor: El cáliz que yo he de beber, lo beberéis,
y con el bautismo con que yo he de ser bautizado, seréis bautizados
vosotros (Mc 10,38): es la inmersión total en su muerte. ¡A eso nos llama!

4. ¿Quiénes están ordenados al cáliz?


Están ordenados al cáliz los sacerdotes. Al igual que Jesús, que
«tomó este cáliz glorioso»607, el sacerdote toma el cáliz y, tal como Jesús,
sobre él dice: ...éste es el cáliz de mi sangre, usando una doble figura:
a. La metonimia, es decir, denominar algo de otra manera, tomando
el continente por el contenido. Así, se designa la sangre por el recipien-
te destinado a contenerla.
b. La metáfora, o sea, llevar el sentido más allá, ya que por cáliz se
entiende Pasión.

607
MISAL ROMANO, Plegaria eucarística I.

377
Carlos Miguel Buela

Pero también lo está todo fiel, por su condición de cristiano, y de


manera especial las religiosas; de aquí que nuestro fin es el «cáliz». Y la
religiosa debe participar del «sacrificio de la virginidad»608, que es la
Misa, de manera más perfecta. Por eso el fin dichoso del Apóstol es ser
derramado como una libación609. La libación era una ceremonia religio-
sa de los antiguos paganos, que consistía en llenar un vaso de vino o de
otro licor y derramarlo después de haberlo probado. Por eso, a imitación
del Apóstol, ¡nada de tanto egoísmo, de tanta mezquindad, de tanto cál-
culo! ¡Hay que ir a la entrega total! ¡A la libación! ¡Al cáliz!
¿Estaban Santiago y Juan, los Hijos del Trueno, dispuestos a beber-
lo? ¡Sí! Rápidamente respondieron ¡Possumus...! ¡Dynámetha...!
¡Podemos...!

5. ¿Estamos dispuestos nosotros?


Cuando nos parezca que estamos abandonados de los amigos, de
los superiores, de los ángeles, de Dios... ¡Possumus!
Cuando nos veamos tan malolientes de pecados que nos miremos a
nosotros mismos como Lázaro en el sepulcro... ¡Possumus!
Cuando los enemigos parezcan tan fuertes que nuestra derrota se
presente inminente... ¡Possumus!
Cuando la lucha nos parezca tan desigual de modo que sea imposi-
ble la victoria... ¡Possumus!
Cuando el Anticristo con su sucia pezuña nos aplaste la cabeza, con
el último aliento debemos decir ¡Possumus! Todo lo puedo en Aquel
que me conforta (Flp 4,13).
El grito del combate nos llama y nos convoca. Pidamos siempre que
de la mano de Santiago y de San Juan retorne a nuestras tierras el
espíritu de los grandes. En honor de María, digamos siempre:
¡Possumus!
Digamos con ese gran seminarista que fue Marcelo Javier Morsella
que escribió: «¡Podemos!, con la gracia de Dios todo lo podemos».

608
FRANCISCO DE B. VIZMANOS, SI, Las vírgenes cristianas de la Iglesia primitiva, 787.
SAN AMBROSIO, Sobre las vírgenes, l.1, c. XII.
609
Cfr. 2Tim 4,6; Flp 2,17.

378
Las Servidoras

5. LAS «BANDERAS» PARA LAS JÓVENES CONSAGRADAS

Hoy en día, al comienzo del tercer milenio, nuevamente la Iglesia610


«como bandera elevada sobre las naciones»611 invita a las jóvenes de este
tiempo a militar debajo de su bandera, que no es otra que la de
Jesucristo612, «eternamente joven»613.
Debemos entrar en el próximo milenio a banderas desplegadas, es
decir, abiertamente, con toda libertad. La Iglesia propone, en la actuali-
dad, trabajar en gloriosas empresas, y me parece que las principales son:
de la Iglesia como comunión, de la participación, de la solidaridad, del
ecumenismo, de la misión.

1. La bandera de la Iglesia como comunión


La Iglesia una, santa, católica y apostólica es el misterio de la unión
personal de cada hombre con la Trinidad y con los otros hombres. En la
comunión eclesial hay elementos al mismo tiempo invisibles y visibles.
En su realidad invisible, es comunión de cada hombre con el Padre por
Cristo en el Espíritu Santo, y con los demás hombres copartícipes de la
naturaleza divina, de la pasión de Cristo, de la misma fe, del mismo
Espíritu. En su realidad visible, es comunión en la doctrina de los
Apóstoles, en los sacramentos y en el orden jerárquico614.
Es Cristo que nos sigue diciendo: ... edificaré yo mi Iglesia... (Mt
16,18) y Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo (Mt
28,20).

610
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia
«Lumen Gentium», 1.
611
Cfr. Is 5,26.
612
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios Espirituales [136].
613
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Mensaje a los jóvenes.
614
Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Communionis notio, 28 de
mayo de 1992.

379
Carlos Miguel Buela

2. La bandera de la participación615
a. Respecto al sacerdocio de Cristo en la Liturgia, que «es el ejercicio
del sacerdocio de Jesucristo»616. De manera especial la participación en
la Eucaristía, nuestra y la de nuestros hermanos. ¿No resuena, acaso, en
nuestros oídos: Haced esto en conmemoración mía? ¿No somos todos,
por manos del sacerdote, los que partimos (1Cor 11,17) el pan? ¿Acaso
no somos todos, por labios del sacerdote, los que bendecimos (1Cor
11,17) el cáliz?
b. Respecto a la Palabra de Dios. Debemos conocerla, amarla y ser-
virla. Nos edifica con su verdad, con su autoridad, con su utilidad. En ella
Dios nos dice lo que piensa, lo que ama, lo que espera de nosotros. Ella
nos ilumina, nos inflama, nos vigoriza. Todavía resuena en el mundo: El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lc 21,3).
c. Respecto de la moral cristiana. Ante «el eclipse de conciencia»617
que parece ha caído sobre la humanidad, como dijera Juan Pablo II, con
mayor razón debemos proponer a los hombres y mujeres de nuestro
tiempo la verdad sobre el hombre, su origen, su dignidad, sus derechos,
su vocación; sobre la comunidad humana; sobre la actividad humana en
el mundo; sobre la ayuda que la Iglesia quiere dar al mundo y la ayuda
que recibe de éste. Asimismo la dignidad del matrimonio y la familia, el
fomento del progreso cultural, la vida económica y social, la vida en la
comunidad política, la promoción de la paz y el fomento de la comuni-
dad de los pueblos618. Al ver tantas necesidades en nuestros hermanos,
¿no resuena en nuestros oídos lo que dijo Jesús: Tengo compasión de la
gente...?619. ¿No nos damos cuenta que más del 40% de los cristianos en
el mundo no gozan de libertad religiosa?620.

615
Tanto la idea de comunión, cuanto la de participación fueron el eje temático del
Documento de Puebla, IIIº CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO
(1979).
616
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación
«Dei Verbum», 7.
617
JUAN PABLO II, «Meditación dominical», L’Osservatore Romano 12 (1982) 198.
618
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual «Gaudium et Spes», títulos de todos los capítulos.
619
Cfr. Mt 15,32.
620
Según la Enciclopedia Cristiana Mundial de Oxford (1984), luego de 14 años de
investigación en más de 14 países, realizada con la participación de más de 600 sociólo-
gos y demógrafos.

380
Las Servidoras

3. La bandera de la solidaridad
También dijo Jesús: Todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8). Hemos
de ser solidarios con todos, de manera especial, con los pobres, los
enfermos, los trabajadores, los migrantes, los pecadores, los que se con-
sideran enemigos, los niños, los jóvenes, los adultos.

4. La bandera del ecumenismo


¿Cómo poder no sufrir a la vista de la cristiandad desgarrada?
¿Cómo podrá no desgarrársenos el corazón ante el hecho de que
muchos no creen por vernos desunidos? «Aunque soplen vientos glacia-
les, no podrán en absoluto detener su camino», aun teniendo en cuen-
ta el caso de algunos que en vez de entender el ecumenismo como un
«diálogo de la verdad», lo entienden como «un coqueteo con la
mentira»621; no perdió fuerza la promesa–profecía de nuestro Señor:
habrá un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16), ni perdió eficacia su
oración: que todos sean uno (Jn 17,21).

5. La bandera de la nueva Evangelización


a. En la misión «ad intra». Por gracia de Dios experimentamos desde
el primer año de nuestra experiencia de vida religiosa la eficacia insusti-
tuible de las «misiones populares». ¿Acaso no hemos vuelto siempre de
las mismas llenos de alegría (Lc 10,17) como los setenta y dos discípulos?
b. En la misión «ad gentes». Y sobretodo en esta misión, ¿acaso la
gente no nos arrebata de las manos las crónicas de nuestros misioneros
«ad gentes» como si fuesen pan caliente? ¡Cómo nos edifican sus aven-
turas y desventuras misioneras! Y todo porque un día dijo el Señor: Id
por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15).

Queridas jóvenes consagradas:


En el día en que renuevan sus votos les pregunto: ¿No les parece fas-
cinante la bandera de Jesucristo? ¿No vale la pena renunciar a todo por

621
P. JEAN–MARIE–R.TILLARD, O.P., «Del decreto conciliar sobre el ecumenismo a la
encíclica “Ut unum sint”», L’Osservatore Romano 12 (1996) 159–160.

381
Carlos Miguel Buela

llevar a nuestros contemporáneos las hermosas banderas de la Iglesia


como la comunión, la participación, la solidaridad, el ecumenismo, la
misión?
¿Puede ser una vida vacía o triste la de aquella que se compromete
por Cristo para vivir como Cristo? Acaso tratar de ser pura con Cristo
puro, pobre con Cristo pobre, obediente con Cristo obediente, ¿no
colmó sobreabundantemente todas las más grandes expectativas de
todos los santos y santas que en el mundo han sido?
Permítanme terminar con la frase de un gran pensador eclesiástico
antiguo, Tertuliano: Los Doce «fueron por el mundo para proclamar a las
naciones la misma doctrina y la misma fe. ...continuaron fundando
Iglesias...de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente,
para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas pri-
meras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto tam-
bién aquellas Iglesias (posteriores) son consideradas apostólicas, en
cuanto son descendientes de las Iglesias apostólicas. [...] toda la multi-
tud de Iglesias son una con aquella primera fundada por los Apóstoles,
de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras
y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola...»622.
¡Son todas primeras y todas apostólicas! ¡También ésta nues-
tra de San Rafael! ¡Y la de Moscú, Taiwán, El Cairo, Jerusalén,
Ivano–Frankivsk, Brooklyn, San José, Filadelfia, Arequipa, Cuzco,
Camaná, Guyana, Santo André, Santo Amaro, Santiago del Estero,
Añatuya, Santa María del Patrocinio, Latina, Porto Santa Rufina, Civita
Castellana... y a tantas otras donde Dios nos envíe! ¡Son todas prime-
ras y todas apostólicas!
Por gracia de Dios somos miembros plenos en muchas Iglesias loca-
les que: ¡Son todas primeras y todas apostólicas!
Levantemos bien alto nuestras banderas y que podamos siempre
decir: «Si veis caer mi caballo y mi bandera, ¡levantad primero mi ban-
dera!». Nos lo alcance nuestra Señora y Abanderada, la Santísima
Virgen.

622
Sobre las prescripciones de los herejes; cit. en Liturgia de las Horas, II, 1684–1685.

382
Las Servidoras

6. LA RENOVACIÓN EN SUS FUENTES. SOBRE LA APLICACIÓN


DEL CONCILIO VATICANO II623

Este libro, llegado recientemente a la Argentina, fue publicado por el


autor624 en 1972 en Polonia. Su lectura es imprescindible, no sólo para
conocer la visión que sobre el Concilio tiene el actual Pontífice, quien
fuera uno de sus activos miembros, sino además, para comprender
mejor el ministerio de Juan Pablo II, que desde su primer discurso y en
diversas oportunidades expresara lo que acaba de reiterar hace poco:
«He deseado siempre que mi pontificado tenga como objetivo
fundamental, realizar plena y legítimamente el Concilio»625.

1. ¿Qué fin se propone el Autor?


Intenta una «iniciación», o «introducción», o «participación en el mis-
terio» del Concilio. No se trata de un comentario pormenorizado a los
documentos conciliares, sino de una especie de «vademécum»; no un
trabajo científico, sino un amplio documento «de trabajo». Tampoco es
una mera ordenación de textos selectos, sino que en él es esencial el
método seguido para la ordenación y la finalidad a la que tiende.
Las casi 500 citas de textos del Concilio son claro indicio del profun-
do conocimiento que del mismo posee el A., mostrándose brillante la
suerte de síntesis del Vaticano II que resulta del estudio realizado.
Busca el A. la aplicación del Concilio, su puesta en práctica, su rea-
lización, su actuación y actualización. Los documentos del Concilio, que
están reunidos en un libro, no deben quedar solamente en la estantería
de las bibliotecas, sino que deben hacerse vida en los cristianos de hoy.
Por eso se ocupa el A., preferentemente, de poner en claro no tanto
el «cómo», cuanto más bien el «qué» hay que poner en acto. No se trata
pues de una serie de clarificaciones pormenorizadas acerca de la mane-
ra en que debería ser llevado a la práctica el Concilio –para ello habría
que tener en cuenta métodos, organizaciones técnicas de acción, etc.–,
sino de explicitar qué es lo que en esencia hay que poner en acto.

623
KAROL WOJTYLA, La renovación en sus fuentes, BAC (Madrid 1982) 346.
624
Autor, en adelante A.
625
JUAN PABLO II, «Discurso a los participantes de la Asamblea plenaria del Pontificio
Consejo para los Laicos», L’Osservatore Romano 50 (1984) 820.

383
Carlos Miguel Buela

2. ¿A qué ha querido dar respuesta el Concilio?


El Concilio ha querido dar respuesta a la pregunta: «Ecclesia, quid
dicis de te ipsa?»: «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?». Como la Iglesia es
una Iglesia de seres vivientes, esa pregunta se puede explicitar en estas
tres: ¿Qué quiere decir ser creyente?, ¿Qué quiere decir ser cristiano,
hoy? ¿Qué implica estar en la Iglesia y a la vez, en el mundo actual?
Tales preguntas son de claro carácter existencial.
Respondiendo el Concilio a la pregunta esencial sobre la auto–con-
ciencia de la Iglesia, ha respondido a las preguntas implícitas referentes
a la fe y a la existencia entera del cristiano. Esta misma implicación de
las preguntas ha determinado la orientación pastoral del Concilio
Vaticano II. De allí que el intento del Concilio ha sido esbozar la forma
de fe que corresponde a la existencia del cristiano de hoy. Por eso, con-
cluye el A., la puesta en práctica del Vaticano II consiste, sobre todo, en
el enriquecimiento y profundización de la fe626. Lo cual lleva anejo, la
formación de la conciencia del cristiano actual de cara al Concilio, de
donde se derivan las actitudes a través de las cuales deberá expresarse
el enriquecimiento de la fe.

3. ¿Cómo se estructura la obra?


Se estructura en tres puntos: primera parte, «Significado fundamental
de la iniciación conciliar»; segunda, «Formación de la conciencia»; y ter-
cera, «Creación de actitudes».
El A. es consciente de que el Espíritu Santo habló a la Iglesia627 tra-
duciendo los obispos al lenguaje humano contemporáneo la palabra de
Dios. Dicha traducción, es cierto, «en cuanto que es humana, puede ser
imperfecta y estar abierta a formulaciones siempre más exactas»628, sin
embargo es auténtica. Hay que dar una respuesta a la interpelación de
la palabra de Dios. Es la fe la que la exige y es una respuesta –no puede
ser de otra manera ya que es el Espíritu quien inspira a la Iglesia– de fe.

626
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el
mundo actual «Gaudium et Spes», 21; Decreto sobre el apostolado de los seglares
«Apostolicam Actuositatem», 4.
627
Cfr. Ap 2,7.
628
KAROL WOJTYLA, La renovación en sus fuentes, BAC (Madrid 1982) 4.

384
Las Servidoras

Poner en práctica el Concilio es «en último análisis, única y solamente»,


lograr esta respuesta de fe, es decir, lograr la respuesta integral de la fe,
implantar «su estructura vital en cada cristiano». Esta respuesta de fe
«debería constituir el fruto del Concilio y la base de su actuación»629. De
aquí, de la verdad de la fe, surge la exigencia de que la misma se arrai-
gue en la conciencia del hombre, de la que se derivan las actitudes, bien
definidas, que constituyen el hecho de ser creyente en la Iglesia, hoy.

4. ¿Cuál es el significado fundamental del Concilio?


Es el principio y el postulado del enriquecimiento de la fe. En el
hecho mismo del Concilio y en su finalidad esencial, se aclara más este
principio y postulado. La orientación fundamental según la cual la fe se
desarrolla y enriquece no es otra cosa que la cada vez más viva partici-
pación en la verdad divina. «La Iglesia camina a través de los siglos
hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamen-
te las palabras de Dios»630.
Desde el punto de vista del enriquecimiento de la fe hay que juzgar
la realidad del Concilio y buscar las vías de su realización. No hay otro
principio que defina mejor el proceso de autoconciencia y
autorrealización de la Iglesia que la realidad de la fe y su enriquecimien-
to gradual, base de toda auténtica renovación.
Pastoral fue la finalidad esencial y específica del Vaticano II, como lo
hizo notar Juan XXIII y su sucesor, por eso no se buscó decir en qué hay
que creer, cuál es el sentido de esta o aquella verdad, etc.., sino que
sobre la base de las verdades que proclaman, recuerdan o esclarecen, se
propuso ante todo brindar un estilo de vida a los cristianos, en su modo
de pensar y actuar. De allí la necesidad de formar las conciencias y crear
determinadas actitudes. Paralelamente al crecimiento de la fe en sentido
objetivo –profundización en su contenido–, que lleva a la Iglesia hacia
«la plenitud de la verdad objetiva», el Concilio auspicia el crecimiento de
la fe en sentido subjetivo –que brota de ese contenido– y que se expre-
sa en la existencia total del cristiano, miembro de la Iglesia. Aquí es

629
Ibidem, 5.
630
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación
«Dei Verbum», 8.

385
Carlos Miguel Buela

donde se espera la puesta en acto auspiciada. Tales son las ideas que el
A. desarrolla en el capítulo I.
En el capítulo II trata de la fe como don de Dios y actitud conscien-
te del hombre, analizando la fe como realidad sobrenatural y como res-
puesta que afecta la propia estructura del hombre, que consiste en el
abandono en Dios por parte del hombre. La fe no es sólo aceptar un
determinado contenido, sino, además, aceptar la vocación misma y el
sentido de la existencia.
En el capítulo III trata de la fe y del diálogo. Cuando se entiende la
fe con un sentido preferentemente existencial, en cuanto estado de con-
ciencia y actitud del creyente, concebida como acto y hábito, se capta
mejor su relación con la idea de «diálogo».
La fe, que es «asentimiento», es decir, estar convencido de la verdad
de la revelación, se enriquece cuando se abre al «diálogo de la salva-
ción». Este será auténtico en el grado en que respete la persona huma-
na y su conciencia, pero debe quedar bien en claro que ha de ir unido
con el sentido de responsabilidad para con la verdad y con el deber de
una búsqueda sincera de la misma por cada uno. Nada más alejado del
verdadero método del diálogo que el indiferentismo.
En el capítulo IV trata de la conciencia de la Iglesia como fundamen-
to de la «introducción» al Concilio. La comunidad surgida del diálogo
con Dios determina la dimensión vertical de la Iglesia –la fe unida al diá-
logo constituye la dimensión horizontal de la Iglesia–. Es imposible con-
cebir la realidad de la Iglesia sin presuponer la realidad de Dios, de la
Santísima Trinidad; la realidad de la creación, de la revelación y de la
redención. Es lo que podríamos llamar el «principio de integración recí-
proca», que nos advierte cómo las enseñanzas del Vaticano II «deben
inscribirse orgánicamente en el contexto del depósito de la fe y, por
ende, integrarse en la doctrina de todos los demás concilios anteriores y
del magisterio pontificio»631. El principio de integración de la fe «es indi-
rectamente el principio de identidad de la Iglesia, que torna a sus pro-
pios inicios: los apóstoles y Cristo»632.

631
KAROL WOJTYLA, La renovación en sus fuentes, BAC (Madrid 1982) 30.
632
Ibidem, 31.

386
Las Servidoras

5 ¿Qué implica la formación de la conciencia?


Según el A., la profundización y el enriquecimiento en la fe–principio
y postulado fundamental del Vaticano II– debe llevar a los cristianos a
tomar conciencia de la creación, de la Santísima Trinidad y de la salva-
ción, de Jesucristo y de la redención, de la Iglesia como pueblo de Dios,
de la «historia» y de la escatología en la Iglesia. Estas cinco vías de enri-
quecimiento de la fe y formación de las conciencias de los creyentes for-
man parte, en sus mismísimas raíces, de la conciencia refleja que la
Iglesia tiene de sí misma.
– Así vemos que «la conciencia de la Iglesia está unida orgánicamen-
te con la conciencia de la existencia de Dios Creador del mundo, y a la
que corresponde la conciencia de la creación»633, todo lo cual postula
«obviamente la revelación de sí mismo por parte de Dios»634. Tomar con-
ciencia de la creación es, además, tomar conciencia del mundo
–«creado... por el amor de Dios»635– y del hombre.
– El Concilio une la vida trinitaria de Dios, transmitida por la revela-
ción, y la conciencia de la salvación por parte del hombre. La respues-
ta a la revelación de Dios no es solamente la aceptación intelectual de
su contenido, sino una actitud con la que «el hombre se abandona ente-
ramente en Dios»636.
La conciencia de la salvación se vincula con la obra del Hijo de Dios
el Verbo hecho carne por la que los hombres tienen acceso en el Espíritu
Santo al Padre y se hacen partícipes de la misma naturaleza divina. La
verdad de un Dios que salva completa la verdad de un Dios que crea;
ambas verdades profesadas por la Iglesia.
«La Santísima Trinidad se le plantea a la conciencia de la Iglesia no
sólo como suprema y completa verdad que la Iglesia profesa acerca de

633
Ibidem, 35.
634
Ibidem, 36.
635
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 2.
636
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación
«Dei Verbum», 5.

387
Carlos Miguel Buela

Dios “en sí mismo”, sino también como verdad sobre la salvación a la


que Dios llama e invita al hombre»637.
– La conciencia de la redención corresponde a la persona de
Jesucristo y sintetiza su vida, muerte y resurrección. La redención per-
dura en la Iglesia y está referida continuamente al mundo y al hombre
en el mundo. Se completan las reflexiones anteriores con la doctrina
sobre la Madre de Cristo y de la Iglesia.
– Uno de los principales contenidos a los que está ligado el enrique-
cimiento de la fe es «la conciencia de la Iglesia como Pueblo de Dios que
presupone la conciencia de la creación, de la salvación, de la redención,
en la que se funda»638. Este capítulo se divide en cuatro partes: 1. «La
vocación de la persona en la comunidad»; 2. «Conciencia de la Iglesia
como Pueblo de Dios ad intra y ad extra»; 3. «Comunión, vínculo pro-
pio de la Iglesia como Pueblo de Dios»; 4. «Koinonía y diaconía en la
constitución jerárquica de la Iglesia».
Por último, tratando de la ciencia histórica y la escatología en la
Iglesia como Pueblo de Dios, desarrolla el A. los contenidos conciliares
de la historia de la salvación, la evolución del mundo y el crecimiento
del Reino, la escatología de la Iglesia, el significado de la santidad, y
María Santísima como figura de la Iglesia.

6. ¿Qué actitudes hay que crear?


Ya se ha visto, muy someramente por cierto, cuales son las perspec-
tivas del enriquecimiento en la fe, incluso desde el punto de vista del
desarrollo de la conciencia del creyente. Ahora debemos considerarlo
desde el punto de vista de la formación de las debidas actitudes.
La fe se expresa con una determinada «actitud». «El hombre [que] se
abandona enteramente a Dios»639, como respuesta a la revelación, testi-
monia la fe mediante su actitud. La actitud es un «tomar postura» a la
vez que una disponibilidad para obrar de acuerdo con la postura
tomada.

637
KAROL WOJTYLA, La renovación en sus fuentes, BAC (Madrid 1982) 47.
638
Ibidem, 89.
639
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación
«Dei Verbum», 5.

388
Las Servidoras

«El proceso de enriquecimiento de la fe se resume en el desarrollo y


radicación» de la actitud de «abandono de sí mismo en Dios». «El enri-
quecimiento de la conciencia de las personas y comunidades creyentes
tiene como finalidad precisamente esa actitud; lo que debe servir, por
otro lado, de verificación». Esta actitud fundamental debe estar siempre
presente, como algo esencial, en todas las demás actitudes que determi-
na la doctrina del Vaticano II. El Concilio, al indicar «la actitud de aban-
dono de si mismo en Dios toca el punto más vital y vivificante para
cuanto se refiere al proceso del enriquecimiento de la fe»640.
Desarrolla luego el Cardenal Wojtyla las actitudes que, según el
Vaticano II, deben configurar el carácter existencial del católico de hoy
que quiere ser hijo fiel de la Iglesia. Esas actitudes, que se compenetran
e implican recíprocamente, son:
– de misión; la actitud misionera es la del hombre que se confía a
Dios, asumiendo, con todo su ser, las misiones trinitarias en las que se
actúa la revelación;
– de testimonio, que consiste en creer y profesar la fe, es decir, aco-
ger el testimonio del mismo Dios y al mismo tiempo responder a Aquél
con el propio testimonio. «Es la dimensión fundamental y decisiva del
“diálogo de la salvación”»641;
– de participación en la triple potestad de Cristo como sacerdote,
profeta y rey. De manera particular trata de esta actitud el Concilio, al
promover la participación en el sacerdocio de Cristo y en la liturgia, al
exhortar a una respuesta coherente a la palabra de Dios, fundamento de
la moral cristiana;
– de identidad humana y solidaridad, que «consiste no sólo en acep-
tar la situación del hombre en el mundo actual, sino en participar viva-
mente en las aspiraciones que tienen como finalidad la auténtica digni-
dad del hombre»642. El A. enfoca el tema de la dignidad humana a la luz
de un texto del Concilio: «La razón más alta de la dignidad humana con-
siste en la vocación del hombre a la unión con Dios»643;

640
KAROL WOJTYLA, La renovación en sus fuentes, BAC (Madrid 1982) 165.
641
Ibidem, 167.
642
Ibidem, 225.
643
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual «Gaudium et Spes», 19.

389
Carlos Miguel Buela

– de responsabilidad que «se manifiesta en una profunda conciencia


del deber, que procede de la conciencia rectamente formada... [y] va a
la par con la dignidad de la persona»644. Los ámbitos de esa responsabi-
lidad son: el matrimonio y la familia, la cultura, la vida
económico–social, la vida de la comunidad política y la paz;
– actitud ecuménica, que radica en la paternidad de Dios y busca las
vías de real aproximación, sin falsos irenismos;
– actitud apostólica, que es vocación y misión de todos los cristianos,
según las características propias de cada una de las vocaciones en el
seno del Pueblo de Dios, lo que implica una determinada formación, o
sea, «un configurarse de la vida que corresponda a diversas vocaciones
es decir, a diversas misiones en la Iglesia»645;
– actitud comunitaria, que es el conjunto de actitudes que aparecen
como específicas para la «construcción» de la Iglesia, entre las que, de
manera especial, se destaca la actitud misionera.

Conclusión
Lamentablemente los que se creen únicos adalides del Concilio
Vaticano II ignoran –con ignorancia supina– la esencia, el espíritu y lo
que se requiere para llevar a la práctica el Concilio. Una vez más debe-
mos decir que el progresismo es el principal sepulturero del verdadero
progreso. Como dijera el Card. Ratzinger: «Se esperaba un salto hacia
adelante, y en cambio nos hemos encontrado frente a un proceso pro-
gresivo de decadencia, que en ancha medida se ha desarrollado bajo el
signo del reclamo del Concilio, lo que ha contribuido a desacreditarlo a
los ojos de muchos».
Bajo el pretexto del Concilio se ha empobrecido la fe, se ha deforma-
do la conciencia de los creyentes, empujándoselos a falsas actitudes de

644
KAROL WOJTYLA, La renovación en sus fuentes, BAC (Madrid 1982) 234.
645
Ibidem, 271.

390
Las Servidoras

ninguna manera queridas por el Concilio. Así hemos visto dudar de toda
verdad de fe, ir al «diálogo» apostatando, y sobre la base de una profun-
da crisis de identidad juzgar que todo lo de afuera de la Iglesia era bueno
e imitable, por lo que aparecía conveniente convertirse al mundo. Así,
también, hemos sido testigos de cómo se ha ido perdiendo la concien-
cia de la creación, de la Trinidad y de la salvación, de Jesucristo y la
redención, de la Iglesia como misterio, y, en particular, de las realidades
escatológicas. Hemos visto asimismo actitudes diametralmente opuestas
a las queridas por el Concilio; no se ha buscado el abandono en Dios,
sino que el nuevo pelagianismo se ha abandonado al mundo, renun-
ciando a la misión –el testimonio se convirtió en dimisión y velación del
propio Credo; la participación en la triple potestad de Cristo fue la excu-
sa para afirmarse en el propio yo, dejándose dominar por la carne, el
mundo y el demonio, para caer en actitudes anti-sacerdotales, anti-pro-
féticas y anti–«reales»– hemos sido testigos de un gravísimo intento por
reducir al hombre a la inmanencia, que se identifica con el drama del
humanismo ateo, y a una predicación reducida tan sólo a la proclama-
ción de los derechos; el auténtico ecumenismo se convirtió, para
muchos, en irenismo, sin apelación a la conversión interior, y con la
apariencia «de que casi nada se diferencia»646; el abandono de la sólida
formación condujo al enfriamiento del ardor apostólico, y la polariza-
ción de actitudes, al margen del Magisterio auténtico, a la anarquía ecle-
sial.
Quiera Dios que la lectura de este libro ilumine las inteligencias, y
que la aceptación sincera de la fe, conciencia y actitudes que quiso el
Concilio, sea una realidad para progresistas e integristas, de modo que
renunciando a interpretaciones subjetivas del Concilio, «se abandonen a
sí mismos en Dios», y así, en la verdad edifiquen la Iglesia para gloria de
Dios y santificación de los hombres.

646
Ibidem, 261.

391
Carlos Miguel Buela

7. UN CRISTIANISMO SIN «RÍMEL»647

Es una gran alegría para nosotros este domingo que coincide con la
solemnidad de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, de
Roma, la Basílica del Papa, recibir a muchos miembros de nuestra
Tercera Orden Secular. Me pareció que podía ser interesante e ilustrati-
vo para todos el considerar la realidad actual, lo que estamos viviendo
en el mundo y en la Iglesia, porque muchas veces nos olvidamos de que
estamos viviendo, en esta hora de la historia del mundo, un enfrenta-
miento que no es una cosa meramente local, sino que es un enfrenta-
miento planetario. En todas las épocas de la historia de la Iglesia se ha
dado ese enfrentamiento, el cual en algunos momentos alcanza ribetes
más dramáticos, más exigentes para el cristiano. Finalmente no es otra
cosa que el enfrentamiento de Cristo con el Anticristo. Y por eso debe-
mos recordar que así como Jesucristo fue signo de contradicción, así
cada bautizado, en las distintas etapas de la historia, también es signo de
contradicción. Más aun, debe ser signo de contradicción. Y no solamen-
te porque tengamos que luchar contra las incomprensiones, que tam-
bién las hay. Reducir sólo a este aspecto, en el fondo, no deja de ser una
visión ingenua: el enemigo nos conoce muy bien. No es que no nos
comprende. Nos comprende muy bien, y por eso es que busca, si no
puede destruirnos porque está el poder de Dios de por medio, por lo
menos anularnos o debilitarnos.
En el fondo pienso que el fenómeno actual, que de manera especial
estamos viendo desde hace tiempo en la Iglesia y en el mundo, es la pre-
tensión de hacer una religión distinta de la religión querida por
Jesucristo. Es una pretensión más que secular y que hunde sus raíces en
gran cantidad de los llamados «pensadores modernos». Estamos frente
a un intento de hacer otra religión, distinta de la enseñada por nuestro
Señor Jesucristo, distinta de aquella por la cual han dado su vida tantos
mártires en todos los siglos de la historia de la Iglesia, y de manera par-
ticular en este siglo.

647
Según el Diccionario de la Real Academia Española (Madrid 211992) 1275, «rímel»
(de la marca comercial rimmel) es un cosmético para ennegrecer o endurecer las pestañas.

392
Las Servidoras

Pensando en cómo poder expresar esto, me vino una idea: es una


religión con «rímel», es una religión maquillada donde se busca justa-
mente quitar lo que es central en nuestra religión, que es la cruz. Se busca
disfrazarla, se busca ocultarla, se busca quitar lo que son esas aristas que
necesariamente tiene el mensaje revelado y por la cual los hombres que
se buscan a sí mismos no quieren aceptar la divina revelación. Entonces
hemos de conocer dificultades, y muchas más de las que ya hemos cono-
cido, porque nosotros proponemos, y es nuestra intención, un cristianis-
mo sin rímel, sin maquillaje, tal como lo quiso nuestro Señor. Este inten-
to satánico en última instancia, y aun más, luciferino, de hacer una reli-
gión esencialmente distinta de la querida por Jesucristo es obra de lo que
se conoce técnicamente, teológicamente, con el nombre de «gnosis». Esa
gnosis es muy cambiante y tiene distintas manifestaciones, incluso distin-
tas expresiones, pero en el fondo siempre expresa de una u otra manera
la falta de fe en determinados misterios de nuestra santa religión.
El primer misterio que cualifica esencialmente la gnosis actual es el
no entender que Dios ha creado el mundo de la nada. Y esto no es por-
que lo haya sacado de la nada, porque la nada, nada es, y por lo tanto,
en la nada no estaba. Ni tampoco porque lo haya sacado de sí mismo.
Dios porque quiere crea y ese hecho, ese acto soberano, magníficamen-
te soberano de Dios de crear el cielo y la tierra y de crear lo que ellos
contienen, de manera especial de crearnos a nosotros a su imagen y
semejanza, es lo que marca justamente la diferencia esencial entre Dios
y nosotros, de tal manera que nosotros siempre seremos mendigos,
siempre seremos indigentes, siempre seremos necesitados de Dios para
poder alcanzar nuestra plenitud como seres humanos. En los sistemas
gnósticos, de una manera o de otra, el hombre y Dios son como la
misma cosa. De ahí entonces la falta de respeto por el ser supremo: si yo
soy Dios... «Dios» es un pobre tipo. Y por eso la falta de sentido de lo
sagrado, y por eso las misas convertidas en un «show» o en un «happe-
ning», porque no es rendirle culto al Ser supremo, aquel del cual sí
somos imagen y semejanza, pero a una distancia infinita, porque entre
el ser de Dios y el ser de las criaturas hay una fractura, hay un corte, y
un corte sustancial, porque sólo Él es el ser, nosotros participamos del
ser de Dios y participamos a una distancia infinita. Sólo Él es Dios.
Cuando uno entra de una u otra manera en esta gnosis no es nece-
saria la Encarnación del Verbo. Ésta es la segunda cosa que es caracte-
rística de la gnosis. Si en mí hay algo divino, una especie de carozo divi-
no, lo que tengo que hacer es descubrir ese carozo, no necesito un

393
Carlos Miguel Buela

redentor. No necesito que todo un Dios venga a salvarme. Por eso, aun
los protestantes, Melanchton por ejemplo, decía: «¡qué me interesa que
en Cristo haya dos naturalezas!». No le interesa la Encarnación. La
Encarnación es una cosa finalmente accidental, aun en el caso de los
protestantes de esa cepa (Melanchton era contemporáneo de Lutero).
No les interesa porque en el fondo están llevados por el pensamiento
gnóstico: en mí hay algo divino, por tanto no necesito nada fuera de mí.
Se ve aún con más claridad, si cabe, respecto de la Redención. No es
necesario un salvador. Por qué voy a necesitar un salvador si en mí está
la fuerza necesaria como para salir de mis pecados, como para continuar
el camino hacia Dios, que en el fondo es el camino hacia mí, porque me
identifico con Dios. Esto que digo así es lo que según algunos está des-
truyendo rápidamente, por ejemplo en Francia, a los religiosos, a las
vocaciones sacerdotales... Hay un autor francés648 que incluso habla de
que en la actualidad la gnosis se presenta en concreto en seis variables
que confluyen lamentablemente en algunos de los teólogos más promo-
cionados hoy en día. Y él lo dice de esta manera:
– «La fe en los límites de la sola razón». Y esto es el racionalismo y
es el fideísmo;
– «La fe en los límites de la subjetividad». Todo es lo que el hombre
piensa, de tal manera que el hombre está convencido de que él con su
cabeza es el creador de todas las cosas. Es el creador de la ley que lo
tiene que regir, y por eso la humanidad está como está;
– «La fe en los límites de lo existencial»;
– «La fe en los límites de la historia»;
– «La fe en los límites de la utilidad social»;
– «La fe en los límites de la antropología».
Se ve hoy en día de manera eminente en el mismo obrar del hom-
bre. Son formas de gnosticismo lo que estamos viendo. Los ataques con-
tra el matrimonio y contra la familia. Los ataques masivos, de alguna
manera, que se quieren hacer contra la vida que recién comienza, con-
tra la indisolubilidad del matrimonio, contra la santidad de la familia, y
contra los claros principios, no solamente de la moral cristiana, sino

648
ANDRÉ MANARANCHE, I Preti. Crisi e formazione, Società Editrice Internazionale
(Torino 1996).

394
Las Servidoras

incluso de la misma moral natural. Y por eso han sido necesarios los
documentos del Papa sobre la moral, como «Veritatis Splendor» y
«Evangelium Vitae». Y no hace falta tampoco demasiado para darse
cuenta de esto que estamos viviendo y de este enfrentamiento en el cual
no hay tregua ni se puede pedir cuartel; basta prender la televisión: ven
lo que es, por ejemplo, el programa de Mauro Viale. Eso es una bolsa
de gatos, es un fiel reflejo de lo que es la humanidad gnóstica, donde no
hay verdad, donde cualquiera puede decir lo que se le ocurre, con gri-
tos, con escupidas, con trompadas, con patadas, constituyendo un fiel
reflejo de lo que está pasando en la realidad. Es la humanidad que se
ha vuelto loca. Y se ha vuelto loca, en última instancia, porque no quie-
re aceptar en plenitud al único que puede salvar al hombre, que es
Jesucristo nuestro Señor. Por eso decía que no es un simple malenten-
dido lo que podemos ver; no es que algunos señores periodistas igno-
ren, sino que hay una clara intención en mucha gente de hacer daño.
Porque están en contra de Aquel que tiene el solo nombre por el cual el
hombre será salvado.
En este día en que celebramos la Solemnidad de la Dedicación de la
Catedral del Papa, de la Basílica de San Juan de Letrán, pidamos a Dios
nuestro Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de entender que
solamente a Pedro, y en la persona de Pedro a todos sus sucesores, pro-
metió nuestro Señor edificar la Iglesia y darle el carisma para confirmar
en la fe a nosotros, sus hermanos. Que, por tanto, esa fidelidad a Pedro
sea lo que nos permita avanzar por este mar proceloso de la vida, que
nos permita distinguir la verdad del error, y nos permita adherir con
todas nuestras fuerzas a la verdad, porque sólo la Verdad nos hará libres.

8. LAS TRIBULACIONES, CAMINO AL CIELO

El texto sobre el cual quería predicar hoy es un versículo de los


Hechos de los Apóstoles. Es un texto muy hermoso y muy denso en con-
tenido: Nos es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en
el reino de Dios (He 14,22). Difícilmente con tan pocas palabras se diga
tanto.

395
Carlos Miguel Buela

Nos es preciso, es decir, nos es necesario. Por más que le demos vuel-
tas a la cosa no hay otro camino. Y eso por altísimas razones.
En primer lugar, porque es Jesús el que nos dio ejemplo de seguir un
camino de cruz, de tribulación, de dificultades, de persecuciones; un
camino de sudar sangre en Getsemaní, de flagelación, de coronación de
espinas. Él siguió ese camino.
En segundo lugar, porque Él nos enseñó que ese es el camino: Si
alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame (Mt 16,24). Y no solamente en ese versículo, que es el único que
voy a citar, sino en muchas otras partes de la Sagrada Escritura aparece
con toda claridad que nuestro Señor Jesucristo nos invita a su segui-
miento por el camino de la Cruz.
¿Y por qué Jesús siguió ese camino? ¿Por qué Jesús nos enseña ese
camino? Porque es el camino que lleva al cielo. Nos es necesario pasar
por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Para ir al cielo,
necesaria y fatalmente hay que pasar por muchas tribulaciones. Es un
camino difícil, arduo, por eso son pocos los que siguen a Jesús. La
mayoría busca el camino ancho y cómodo, y son muchos los que lo
siguen dice Jesús en el Evangelio. En cambio el camino estrecho es el
camino verdadero, el camino difícil, y son pocos los que lo siguen (cf Mt
7,13-14).
Además las tribulaciones, las dificultades, las persecuciones nos
hacen ganar mucho mérito para la Vida Eterna. Por eso es que los san-
tos entendían perfectamente bien, que lo mejor era pasar por la cruz.
Cuando nuestro Señor se le aparece a San Juan de la Cruz y le pregun-
ta: «¿Qué quieres que haga por ti?», él le responde: «Padecer y ser des-
preciado por vos»649. Pedía lo mejor, pedía aquello que le haría ganar en
el cielo grados superiores de gloria.
Por otra parte, las tribulaciones las merecemos por nuestros pecados.
Somos grandes pecadores. Cometemos, como dice San Francisco
Javier, «infinitésimos pecados». Entonces evidentemente que si tenemos
que sufrir cruz, dificultad, esa cruz y esa dificultad nos ayudan para
hacer penitencia por nuestros pecados. Santa Gema Galgani, que nunca

649
Ms. 12738 fol.615: Decl. de Francisco de Yepes; cit. CRISÓGONO DE JESÚS, Vida y
Obras de San Juan de la Cruz (Madrid 1978) 290.

396
Las Servidoras

en su vida cometió un pecado mortal, sin embargo se sabía la más gran-


de pecadora; y no solamente la más grande pecadora, sino que de algu-
na manera ella, a semejanza de nuestro Señor, era como que se había
hecho pecado. Ella de alguna manera había pecado con todos los peca-
dos de los hombres y de alguna manera también los asumía650.
¿Qué otras razones hay para que amemos las tribulaciones, para que
se nos haya enseñado que son necesarias para entrar en el Reino de los
cielos? Muchas más. La tribulación nos enseña a hacer un cambio en el
significado y en el sentir de las cosas. La tribulación, la cruz, hace que
las más duras espinas se vuelvan suaves rosas. Eso lo dijeron de tantas
maneras los santos. Porque si en el momento presente es un dolor, es
una tribulación, es un sufrimiento (y muchas veces gran sufrimiento),
Dios lo tiene dispuesto justamente para concedernos luego un gran fruto
o una gran gloria. Por eso decía San Juan de la Cruz (se le atribuye a
él): «Tanto es el bien que espero que toda pena me da consuelo».
Otra razón es que los sufrimientos nos hacen conocer mejor la Pasión
de Cristo: «Nadie llega a conocer la Pasión como aquel que pasa algún
dolor, algún sufrimiento»651. Cuando nosotros nos sentimos incomprendi-
dos, cuando sufrimos injusticias, levantemos la mirada, miremos al
Crucificado y entonces entenderemos lo que pasó Jesús en su corazón en
el sagrado tiempo de Pasión. Y esas tribulaciones son las que nos dan una
fecundidad del todo particular. «La cruz fecunda cuanto toca»652. No hay
otra manera de ser fecundos sobrenaturalmente que abrazarse a la cruz y
llevarla con alegría, no con desgana ni con depresión ni con tristeza, sino
con alegría. Los apóstoles cuando sufrieron persecución del Sanedrín,
dice el libro de los Hechos, salieron contentos por haber sido encontra-
dos dignos de sufrir algo por nuestro Señor Jesucristo (cfr He 5,41).
Y una razón más, la última: el pasar dificultades, el tener tribulacio-
nes, nos hace tomar conciencia de nuestra indigencia. Nosotros somos
mendigos totales, absolutos. Todo lo esperamos de las manos de Dios y
cuando nos toca sufrir es cuando más el alma se une a Dios, se entrega

650
Cfr. CORNELIO FABRO, Santa Gema Galgani (Bilbao 1997).
651
TOMÁS DE KEMPIS, Imitación de Cristo, II, XII, 19.
652
SIERVA DE DIOS CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA, Cadena de amor, 14,15: cit. en
MONS. ESQUERDA BIFET, «Fecundidad misionera de la cruz», L’Osservatore Romano 16
(1995) 220.

397
Carlos Miguel Buela

a Él, se abandona y le pide la ayuda que sólo Él puede dar. Nos toca en
este sentido a nosotros la gracia de haber pasado una dura prueba.
Siempre pienso cuando hablo de esto de manera especial en los diáco-
nos. Llevan más de tres años esperando la ordenación sacerdotal, y
siempre con motivos distintos, posponiendo, posponiendo, posponien-
do y posponiendo, sin que hubiese de parte de ellos ninguna causa
grave. «No, ahora no». Porque somos muy gorditos algunos. «Porque no,
porque eres petiso». Y así, uno por gordo, otro por flaco, otro por alto,
otro por bajo. «Bueno, ahora si se hace tal cosa, sí. De los olivos tienen
que crecer melones. Cuando crezcan los melones, señal de que obede-
cen». Y bueno, llegó a su fin. A no haber estado Yahvé con nosotros, diga
Israel, a no haber estado Yahvé con nosotros cuando se alzaron contra
nosotros los hombres, vivos nos habrían tragado entonces cuando ardía
su ira contra nosotros. Ya entonces nos habrían sumergido las aguas,
hubiera pasado sobre nuestra alma un torrente, ya habrían pasado sobre
nosotros las impetuosas aguas. Bendito sea Yahvé que no nos dio por
presa de sus dientes. Escapó nuestra alma como pájaro del lazo del caza-
dor. Rompióse el lazo y fuimos librados. Nuestro auxilio está en el nom-
bre de Yahvé que hizo los cielos y la tierra (Sl 124).
Pidámosle a la Santísima Virgen la gracia de comprender siempre
que el camino está marcado por la cruz y que ese camino marcado por
la cruz es el camino que lleva al cielo.

9. EL CIELO. «¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!»

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó


aparte, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos, brilló su rostro como
el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se le aparecie-
ron Moisés y Elías hablando con ellos. Tomando Pedro la palabra, dijo a
Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí!...» (Mt 17,1–4).
«¡Qué bien estamos aquí!», exclama San Pedro, lleno de gozo, y
estaba bien porque la transfiguración del Señor, como dice San Alfonso,
es «un trasunto de la belleza del cielo».

398
Las Servidoras

1. ¿Qué cosa es el cielo?


¿Qué hay allá? ¿Qué desea tu corazón? ¿Eres amigo de la música?
Allá habrá... pero ¡celestial! ¿Eres amigo de comer y beber? Allá tendrás
sabores exquisitos, pero sin manjares. ¿Quieres olores? Allá los tendrás
suavísimos sobremanera, aunque no tengas los objetos presentes.
¿Deseas buena compañía? Los ángeles, los santos, la Santísima Virgen,
nuestros seres queridos... la flor y nata del mundo, la «crema» de la
humanidad... ¿Qué deseáis?, dice Dios: Abre tu boca que yo la llenaré
(Sl 81,11).
En el cielo Dios nos dará todo lo que deseamos: allí habrá buena
compañía, allí deleites inenarrables, allí satisfacción completa, allí honra,
allí hartura, allí verdadera riqueza.
Y yo dispongo del Reino en favor vuestro, como mi Padre ha dispues-
to de él en favor mío, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino
y os sentéis sobre tronos como jueces de las doce tribus de Israel (Lc
22,29–30). ¿Qué quiere decir esto? Que será tan grande nuestra felici-
dad, que hemos de comer y beber de lo que Dios come y bebe. En la
tierra dos esposos que se aman comen la misma comida. De modo
semejante, lo que hemos de comer en el cielo es lo mismo que come
Dios. No comerás tu un manjar y Dios otro; de lo mismo que Él come
comerás, de lo que Él bebe beberás, de lo que Él se alegra te alegrarás.
Todos comeremos una cosa. ¿No habéis leído en la Sagrada Escritura:
todos comieron el mismo pan espiritual y todos bebieron la misma bebi-
da espiritual (1Cor 10,3)?
¿Qué come Dios, qué es lo que bebe? Su manjar es conocerse, amar-
se y gozarse de todo el bien que tiene y que no puede perder. Estos son
sus placeres, estos sus pasatiempos. ¡Bendito sea Dios que no quiere que
nuestra gloria sea alguna cosa creada –ni aun la humanidad de Jesús–
sino que sea el mismo Sumo, Eterno e Infinito Bien Increado que es Él!

2. Pero, ¿quién sabrá decir lo que es?


Es mucho más que todo lo que podemos decir y pensar:
– mucho más que toda velocidad de un coche de carrera,
– mucho más que un avión surcando las nubes...
Mucho más...
– que el esquiar en la nieve,
– que el participar de una caza submarina,

399
Carlos Miguel Buela

– que una torta de chocolate,


– que el canto de los pájaros en el bosque,
– que las flores silvestres de la montaña,
– que un buen partido de fútbol,
– que una rosa mojada por la lluvia,
– que navegar en alta mar,
– que la sonrisa de los niños,
– que una fiesta de cumpleaños,
– que el nacimiento de un hijo,
– que el cielo estrellado,
– que la salida y la puesta del sol,
– que la fiesta de Navidad en familia,
– que la alegría de las bodas,
– que el gozo de un buen libro,
– que el amor de la madre,
– que el afecto de los amigos,
– que el alma del monje,
– que una mujer con alma de muchacha,
– que la recolección de los frutos,
– que un caballo al galope,
– que el aprobar un examen,
– que un regalo inesperado.
¿Cuál piensan que es la alegría de los santos en el cielo? Muy pocos
de los que están aquí lo saben. Algunos piensan que es descansar, no
tener malos vecinos, ni tentaciones, ni sufrimientos. Es eso, pero no sólo
eso, porque eso solo es muy poco. El que no sabe de amor no lo enten-
derá.
La alegría será que:
– viéndolo a Dios lo deseo para mí y deseo para Él tan grandes
bienes que no hay lengua que los pueda decir;
– amándolo más que a mí, le deseo más bienes que a mí; le deseo
vida, descanso, hermosura e infinitos bienes. Y como ven que Dios tiene
incluso más bienes de los que le pueden desear, se gozan en ellos muchí-
simo más que si ellos mismos los tuviesen; de esta manera se entiende
que estén sentados a la mesa de Dios, comiendo de lo mismo que come
Dios. ¡Éste es el deleite sobre todo deleite...! Donde hay un amor tan
encendido que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hom-
bre lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1Cor 2,9), lo cual

400
Las Servidoras

consiste, dice San Juan de Ávila, «en amar a Dios para ti y amar a ti para
Dios y a ti y a Dios para sí». ¿Qué gozo es este? El mismo gozo de Dios:
Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré
sobre lo mucho; entra en el gozo de tu señor (Mt 25,23) ... entra a gozar
de lo que goza Él, a vivir de lo que vive Él, a ser un espíritu con Él; en
una palabra, a ser Dios por participación.
Seremos semejantes a Dios...: Dios hermoso y tú hermoso, Dios
poderoso y tú poderoso, Dios bueno y tú bueno, Dios impasible y tú
impasible, Dios bienaventurado y tu bienaventurado. ¿Por qué? Porque
veremos a Dios tal cual es (1Jn 3,2).
¿Y qué bien es ese? No es comer ni beber, ni reír, ni deleites carna-
les, ni dineros, etc. ¿Qué es? Es un bien por el cual los santos de Dios
moraron en cuevas, vivieron vírgenes toda la vida, padecieron calor y
frío, hambre y desnudez, tormentos y persecuciones; un bien por el que
el mismo Cristo derramó su sangre e incruentamente continúa sacrificán-
dose en los altares. ¿Qué es esto? Ese es su nombre que no tiene otro
nombre: Al que venciere le daré el maná escondido y le daré una pie-
drecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino
el que lo recibe (Ap 2,17). Sólo lo conocen los que lo reciben y nunca
acaban de conocerlo. ¡Aunque os gocen millones de años nunca se can-
sarán de Ti! Maravillados están diciendo: Maná, ¿qué es esto? (Ex
16,15).
¿Qué es el cielo? Ver a Dios, gozar de Dios y poseer a Dios; y con
Dios a todas las cosas.
Por eso, nos enseña el Apóstol: Tengo por cierto que los padecimien-
tos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que
ha e manifestarse en nosotros (Ro 8,18).

3. El cielo es Jesucristo
Para que pudiésemos ir al cielo murió Cristo en la Cruz y nosotros,
ingratos, nos olvidamos del Cielo y de Cristo. ¡Cuánto sufre Cristo por
ello!
Y esto hermosamente lo expresaba un poeta, cantando:

«Un pastorcico (Jesús) solo está penando,


ajeno de placer y de contento,

401
Carlos Miguel Buela

y en su pastora (el alma) puesto el pensamiento,


y el pecho del amor muy lastimado.

No llora por haberle amor llagado,


que no le pena verse así afligido,
aunque en el corazón está herido;
más llora por pensar que está olvidado.

Que sólo de pensar que está olvidado


de su bella pastora, con gran pena
se deja maltratar en tierra ajena
el pecho de amor muy lastimado.
Y dice el Pastorcico: ¡Ay, desdichado
de aquel que de mi amor ha hecho ausencia,
y no quiere gozar la mi presencia.
y el pecho por su amor muy lastimado!

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado


sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado, asido de ellos,
el pecho del amor muy lastimado»653.

10. EL VERBO Y LA BIBLIA

En el Evangelio de hoy los discípulos de Emaús exclaman: ¿No ardía


acaso nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explica-
ba las Escrituras? (Lc 24,32). Nuestro Señor explica las Sagradas
Escrituras y, de tal manera, que hace arder nuestros corazones. Él es el
primer y sumo exégeta.
El celebrado exégeta P. Ignace de la Potterie, SJ, nos preguntaba el
año pasado por qué razón enviábamos tantos sacerdotes a especializar-
se en Roma en exégesis bíblica. Por dos razones fundamentales:

653
SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, Editorial Monte Carmelo (Burgos 41993) 62.

402
Las Servidoras

primera, porque es uno de los campos minados donde trabaja a desta-


jo Satanás, como lo decía el recordado von Hildebrands654; y segunda,
la razón de mayor peso, porque entendemos que forma parte de nuestro
carisma fundacional ya que hay una muy profunda analogía entre el
misterio de la Encarnación y el misterio de la Palabra.
Nos vamos a referir a este último aspecto y la importancia que tiene
para una auténtica interpretación de la Biblia. Usaremos libremente un
hermoso discurso de Juan Pablo II655.

I
La interpretación de los textos bíblicos «es de importancia capital
para la fe cristiana y la vida de la Iglesia. “En los Libros Sagrados –como
nos ha recordado muy bien el Concilio–, el Padre, que está en el cielo,
sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos.
Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constitu-
ye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento
del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual”656. El modo de
interpretar los textos bíblicos para los hombres y las mujeres de nuestro
tiempo tiene consecuencias directas para su relación personal y comuni-
taria con Dios, y también está ligado estrechamente a la misión de la
Iglesia. Se trata de un problema vital…»657.
Refiriéndose a las dos grandes encíclicas bíblicas dice el Papa:
«…ambas manifiestan la preocupación por responder a los ataques con-
tra la interpretación católica de la Biblia, pero estos ataques no iban en

654
Der Fels (Resensburg 1975) 175; cit. en AAVV, La quimera del progresismo, CCC
(Buenos Aires 1981) 37.
655
Este discurso fue pronunciado la mañana del viernes 23 de abril de 1993, duran-
te una audiencia conmemorativa de los cien años de la Carta encíclica «Providentissimus
Deus» de LEÓN XIII y de los cincuenta años de la Carta encíclica «Divino afflante Spiritu»
de PÍO XII, ambas dedicadas a los estudios bíblicos. El discurso puede verse en «La inter-
pretación de la Biblia en la Iglesia», Editorial San Pablo (Buenos Aires 1993) 127; o en
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore Romano
18 (1993) 221 §1. El discurso fue pronunciado en francés.
656
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación
«Dei Verbum», 21.
657
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §1.

403
Carlos Miguel Buela

la misma dirección. Por una parte, la “Providentissimus Deus” quiere


proteger la interpretación católica de la Biblia contra los ataques de la
ciencia racionalista; por otra, la “Divino afflante Spiritu” se preocupa
más por defender la interpretación católica contra los ataques de quie-
nes se oponen al empleo de la ciencia por parte de los exégetas y
quieren imponer una interpretación no científica, llamada espiritual, de
la Sagrada Escritura»658.
Es decir que, preferentemente, cada una de las dos encíclicas
quieren defender la interpretación católica en los dos frentes por donde
se la ataca: uno, el racionalismo bíblico, negador de lo milagroso y
sobrenatural; el otro, el docetismo bíblico, negador de lo histórico y
natural659.
«En los dos casos, la reacción del Magisterio fue significativa, pues,
en lugar de limitarse a una respuesta puramente defensiva, fue al fondo
del problema y manifestó así –observémoslo en seguida– la fe de la
Iglesia en el misterio de la encarnación»660.
«La Iglesia no tiene miedo de la crítica científica. Sólo desconfía de
las opiniones preconcebidas que pretenden fundarse en la ciencia, pero
que, en realidad, hacen salir subrepticiamente a la ciencia de su campo
propio»661, más aun es una gran arma tanto contra los racionalistas que
a priori niegan lo sobrenatural, como contra los docetistas que niegan lo
natural, como ser lo histórico, los géneros literarios, etc. «Comprobamos,
pues, que a pesar de la gran diversidad de dificultades que tenían que
afrontar, las dos encíclicas coinciden perfectamente en su nivel más pro-
fundo. Ambas rechazan la ruptura entre lo humano y lo divino, entre la
investigación científica y la mirada de la fe, y entre el sentido literal y el
sentido espiritual. Aparecen, por tanto, plenamente en armonía con el
misterio de la encarnación»662.

658
Ibidem, 221 §3.
659
Cfr. nuestro artículo «La exégesis y el vaciamiento de la Escritura», Revista Mikael,
n. XII (1976) 49–76.
660
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §4.
661
Ibidem.
662
Ibidem, 221 §5.

404
Las Servidoras

II
De modo que es muy clara la armonía entre la exégesis católica y el
misterio de la encarnación. Al respecto «La encíclica “Divino afflante
Spiritu” ha expresado el vínculo estrecho que une los textos bíblicos
inspirados al misterio de la Encarnación con las siguientes palabras: “Al
igual que la palabra sustancial de Dios se hizo semejante a los hombres
en todo, excepto en el pecado, así las palabras de Dios expresadas en
lenguas humanas, se han hecho en todo semejantes al lenguaje huma-
no, excepto en el error”663. Recogida casi al pie de la letra por la consti-
tución conciliar “Dei Verbum”664, esta afirmación pone de relieve un
paralelismo rico de significado»665.
La inspiración bíblica fue un primer paso hacia el misterio del Verbo
encarnado: «Es verdad que la puesta por escrito de las palabras de Dios,
gracias al carisma de la inspiración escriturística, fue un primer paso
hacia la encarnación del Verbo de Dios. En efecto, estas palabras escri-
tas representaban un medio estable de comunicación y comunión entre
el pueblo elegido y su único Señor. Por otro lado, gracias al aspecto pro-
fético de estas palabras, fue posible reconocer el cumplimiento del desig-
nio de Dios, cuando el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros (Jn 1,14). Después de la glorificación celestial de la humanidad
del Verbo hecho carne, también su paso entre nosotros queda testimo-
niado de manera estable gracias a las palabras escritas. Junto con los
escritos inspirados de la primera alianza, los escritos inspirados de la
nueva alianza constituyen un medio verificable de comunicación y
comunión entre el pueblo creyente y Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este medio no puede, ciertamente, separarse del manantial de vida espi-
ritual que brota del corazón de Jesús crucificado y se propaga gracias a
los sacramentos de la Iglesia. Sin embargo, tiene su consistencia: la con-
sistencia de un texto escrito, que merece crédito»666.
«En consecuencia, las dos encíclicas exigen que los exégetas católi-
cos estén en plena armonía con el misterio de la encarnación, misterio

663
Enchiridion biblicum, 559.
664
Cfr. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina reve-
lación «Dei Verbum», 13.
665
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §6.
666
Ibidem.

405
Carlos Miguel Buela

de unión de lo divino y lo humano en una existencia histórica comple-


tamente determinada… La Iglesia de Cristo toma en serio el realismo de
la encarnación, y por eso atribuye gran importancia al estudio históri-
co–crítico de la Biblia. Lejos de condenarlo, como querían los
partidarios de la exégesis mística, mis predecesores lo aprobaron decidi-
damente. “Cultiven los nuestros (es decir, los exégetas católicos), con
nuestra vehemente aprobación, la disciplina del arte crítico, sin duda
muy útil para percibir profundamente el pensamiento de los hagiógra-
fos”667. La misma vehemencia en la aprobación y el mismo adverbio
(vehementer) se encuentran en la “Divino afflante Spiritu”668 a propósi-
to de las investigaciones de crítica textual»669.
Es decir, que los Papas nos exhortan vehementemente a no descui-
dar en nada la exégesis científica: «La “Divino afflante Spiritu”, como es
sabido, recomendó especialmente a los exégetas el estudio de los géne-
ros literarios utilizados en los libros sagrados, llegando a decir que el exé-
geta católico debe “convencerse de que no puede descuidar esta parte
de su misión sin gran menoscabo de la exégesis católica”670 [...] Una idea
falsa de Dios y de la encarnación lleva a algunos cristianos a tomar una
orientación contraria. Tienden a creer que, siendo Dios el ser absoluto,
cada una de sus palabras tiene un valor absoluto, independiente de
todos los condicionamientos del lenguaje humano. No conviene, según
ellos, estudiar estos condicionamientos para hacer distinciones que rela-
tivizarían el alcance de las palabras. Pero eso equivale a engañarse y
rechazar, en realidad, los misterios de la inspiración escriturística y de la
encarnación, ateniéndose a una noción falsa del ser absoluto. El Dios de
la Biblia no es un ser absoluto que, aplastando todo lo que toca, anula
todas las diferencias y todos los matices. Es, más bien, el Dios creador,
que ha creado la maravillosa variedad de los seres de cada especie,
como dice y repite el relato del Génesis671. Lejos de anular las diferen-
cias, Dios las respeta y valora672. Cuando se expresa en lenguaje huma-
no, no da a cada expresión un valor uniforme, sino que emplea todos

667
Carta apostólica «Vigilantiae», para la fundación de la Comisión Bíblica, 30 de
octubre de 1902, Enchiridion biblicum, 142.
668
Cfr. Enchiridion biblicum, 548.
669
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §7.
670
Enchiridion biblicum, 560.
671
Cfr. Gn l.
672
Cfr. 1Cor 12,18.24.28.

406
Las Servidoras

los matices posibles con una gran flexibilidad, aceptando también sus
limitaciones. Esto hace que la tarea de los exégetas sea tan compleja,
necesaria y apasionante. No puede descuidarse ningún aspecto del len-
guaje. El progreso reciente de las investigaciones lingüísticas, literarias y
hermenéuticas ha llevado a la exégesis bíblica a añadir al estudio de los
géneros literarios otros puntos de vista (retórico, narrativo y estructuralis-
ta). Otras ciencias humanas, como la psicología y la sociología, también
han dado su contribución. A todo esto puede aplicarse la consigna que
León XIII dio a los miembros de la Comisión Bíblica: “No consideren
extraño a su campo de trabajo ninguno de los hallazgos de la investiga-
ción diligente de los modernos; por el contrario, estén atentos para poder
adoptar sin demora todo lo útil que cada momento aporta a la exégesis
bíblica”673. El estudio de los condicionamientos humanos de la palabra
de Dios debe proseguir con interés renovado incesantemente»674.

III
Pero advierten muy seriamente que nunca hay que olvidarse que no
estamos frente a una palabra meramente humana, sino ante la Palabra
de Dios que hace «synkatábasis», es decir, se amolda a la palabra de los
hombres y mujeres. Por eso «este estudio, sin embargo, no basta. Para
respetar la coherencia de la fe de la Iglesia y de la inspiración de la
Escritura, la exégesis católica debe estar atenta a no limitarse a los aspec-
tos humanos de los textos bíblicos. Es necesario, sobre todo, ayudar al
pueblo cristiano a captar más nítidamente la palabra de Dios en estos
textos, de forma que los reciba mejor, para vivir plenamente en comu-
nión con Dios. Para ello es preciso, desde luego, que el exégeta mismo
capte la palabra de Dios en los textos, lo cual sólo es posible si su traba-
jo intelectual está sostenido por un impulso de vida espiritual».
«Si carece de este apoyo, la investigación exegética queda incomple-
ta, pierde de vista su finalidad principal y se limita a tareas secundarias.
Puede, incluso, transformarse en una especie de evasión. El estudio
científico de los meros aspectos humanos de los textos puede hacer olvi-
dar que la palabra de Dios invita a cada uno a salir de sí mismo para
vivir en la fe y en la caridad».

673
Carta apostólica «Vigilantiae», Enchiridion biblicum, 140.
674
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §8.

407
Carlos Miguel Buela

«La encíclica “Providentissimus Deus” recuerda, a este respecto, el


carácter particular de los libros sagrados y la exigencia que de ello deri-
va para su interpretación: “Los libros sagrados –afirma– no pueden
equipararse a los escritos ordinarios, sino que, al haber sido dictados por
el mismo Espíritu Santo y tener un contenido de suma importancia, mis-
terioso y difícil en muchos aspectos, para comprenderlos y explicarlos,
tenemos siempre necesidad de la venida del mismo Espíritu Santo, es
decir, de su luz y su gracia, que es preciso pedir ciertamente con una
oración humilde y conservar con una vida santa”675. Con una fórmula
más breve, tomada de san Agustín, la “Divino afflante Spiritu” expresa
esa misma exigencia: “Oren para entender”676».
«Sí, para llegar a una interpretación plenamente válida de las pala-
bras inspiradas por el Espíritu Santo, es necesario que el Espíritu Santo
nos guíe; y para esto, es necesario orar, orar mucho, pedir en la oración
la luz interior del Espíritu y aceptar dócilmente esta luz, pedir el amor,
única realidad que nos hace capaces de comprender el lenguaje de Dios,
que es amor (1Jn 4,8.16). Incluso durante el trabajo de interpretación,
es imprescindible que nos mantengamos, lo más posible, en presencia
de Dios»677.

IV
Para ello es absolutamente necesaria la fidelidad a la Iglesia: «La
docilidad al Espíritu Santo produce y refuerza otra disposición, necesa-
ria para la orientación correcta de la exégesis: la fidelidad a la Iglesia. El
exégeta católico no alimenta el equívoco individualista de creer que,
fuera de la comunidad de los creyentes, se pueden comprender mejor
los textos bíblicos. Lo que es verdad es todo lo contrario, pues esos tex-
tos no han sido dados a investigadores individuales “para satisfacer su
curiosidad o proporcionarles temas de estudio y de investigación”678; han
sido confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo,
para alimentar su fe y guiar su vida de caridad. Respetar esta finalidad

675
Enchiridion biblicum, 89.
676
Enchiridion biblicum, 569.
677
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §9.
678
Carta encíclica «Divino afflante Spiritu»; Enchiridion biblicum, 566.

408
Las Servidoras

es condición para la validez de la interpretación. La «Providentissimus


Deus» recordó esta verdad fundamental y observó que, lejos de estorbar
la investigación bíblica, respetar este dato favorece su progreso auténti-
co679 [...] ser fiel a la Iglesia significa situarse resueltamente en la corrien-
te de la gran Tradición que, con la guía del Magisterio, cuenta con la
garantía de la asistencia especial del Espíritu Santo, ha reconocido los
escritos canónicos como palabra dirigida por Dios a su pueblo, y jamás
ha dejado de meditarlas y de descubrir su riqueza inagotable. También
el Concilio Vaticano II lo ha afirmado: “Todo lo dicho sobre la interpre-
tación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia que
recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la
palabra de Dios”680»681.

V
Para ello los exégetas deben ser asiduos predicadores: «Para realizar
mejor esta tarea eclesial tan importante, los exégetas se deben mantener
cerca de la predicación de la palabra de Dios, ya sea dedicando una
parte de su tiempo a este ministerio, ya sea relacionándose con quienes
lo ejercen y ayudándoles con publicaciones de exégesis pastoral682.
Evitarán, así, perderse en los caminos de una investigación científica
abstracta, que los alejaría del sentido verdadero de las Escrituras, pues
este sentido no puede separarse de su finalidad, que consiste en poner
a los creyentes en relación personal con Dios»683.

VI
Queridos hermanos y hermanas:
Tengamos en cuenta que las desviaciones de la cultura occidental
moderna deja a muchos hombres y mujeres de hoy día insensibles a la

679
Cfr. Enchiridion biblicum, 108–109.
680
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación
«Dei Verbum», 12.
681
Ibidem, 10.
682
Carta encíclica «Divino afflante Spiritu»; Enchiridion biblicum, 551.
683
«Discurso a la asamblea plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica», L’Osservatore
Romano 18 (1993) 221 §11.

409
Carlos Miguel Buela

palabra de Dios, a causa de la secularización y de los excesos de la des-


mitologización, a causa del racionalismo y del fideísmo que niega el
soporte negativo de la fe, del principio de inmanencia y de la sed por los
nuevos mitos.
La gran tarea de la exégesis bíblica que, según distintas esferas de
responsabilidad, afecta a todos y cada uno de los sacerdotes, más aun,
a todos y cada uno de los bautizados: «Es uno de los aspectos de la
inculturación de la fe, que forma parte de la misión de la Iglesia, en
unión con la aceptación del misterio de la encarnación»684.
Asumamos, una vez más, no sólo como individuos, sino como
Congregación, nuestros compromisos en orden a un conocimiento y a
una difusión más profunda del mensaje bíblico. Es un deber que no sólo
brota de nuestra realidad de bautizados, no sólo de nuestra realidad de
ministros de la Palabra, sino que es una exigencia insoslayable de lo que
entendemos es nuestro carisma, dado que hay una relación tan íntima
entre el Verbo encarnado y la Biblia. Por eso decía San Jerónimo:
«Ignorar las Escrituras es ignorar a Jesucristo»685.
Por eso el estudio de la filosofía, es muy importante, ya que la inte-
ligencia humana es el principal instrumento de la exégesis bíblica. Y
también el estudio de hebreo y griego, las lenguas originales, y el estu-
dio del latín, lengua de la principal versión. Por eso las materias prope-
déuticas bíblicas y todas las otras materias, que hay que estudiar apasio-
nadamente.
La gran joya que es la Misa se engarza, espléndidamente, en la
Biblia, ya que «Las dos partes de que consta la Misa, a saber: la liturgia
de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que consti-
tuyen un solo acto de culto»686.
«Que Cristo Jesús, Verbo de Dios encarnado, que abrió la inteligen-
cia de sus discípulos a la comprensión de la Escritura687, os guíe en vues-
tras investigaciones. Que la Virgen María os sirva de modelo no sólo por

684
Ibidem, 221 §15.
685
Com. in Is. pról.: PL 24,17.
686
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia
«Sacrosanctum Concilium», 56.
687
Cfr. Lc 24,45.

410
Las Servidoras

su docilidad generosa a la palabra de Dios, sino también, en primer


lugar, por su modo de recibir todo lo que se le dijo. San Lucas nos refie-
re que María meditaba en su corazón las palabras divinas y los aconte-
cimientos que se producían, «sumbavllousa e\n th/' kardiva/ au|th'"» (Lc
2,19). Por su aceptación de la palabra, es modelo y madre de los discí-
pulos688. Así pues, que ella os enseñe a aceptar plenamente la palabra de
Dios en la investigación intelectual y en toda vuestra vida»689.

11. NEW AGE

Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Éffeta», que


quiere decir: «¡Ábrete!». Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la
atadura de su lengua y hablaba correctamente (Mc 7,34–35).
El Evangelio de hoy nos habla de aquel hombre sordo y mudo. Ese
hombre es imagen del mundo moderno, el mundo actual, el mundo que
nos toca vivir. Un mundo también sordo y mudo, sordo a Dios, a lo que
Dios está pidiendo; y mudo porque es incapaz de dar, salvo excepcio-
nes, testimonio valiente de Jesucristo, de la fe recibida y, por tanto, de la
alabanza hacia Dios. En estos tiempos, como todos saben, se ha des-
arrollado de manera muy poderosa lo que podríamos llamar un movi-
miento –ya que tiene muchas variantes y muchas ramificaciones– cono-
cido comúnmente con el nombre de New Age. El drama de la New Age
no es solamente que actúa y cuenta con muchos medios, sino que inclu-
so tiene actuación dentro de las filas católicas, aun dentro de los semi-
narios; y, por qué no, puede ser que, sin darnos cuenta y con la mejor
buena voluntad, también llegue a actuar entre nosotros. Por eso es que
hay que estar muy atentos.
Sin mencionar directamente este tema puntual de la New Age, pero
sí el tema que de alguna manera lo engloba, el de la llamada teología

688
Cfr. Jn 19,27.
689
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia
«Sacrosanctum Concilium», 16.

411
Carlos Miguel Buela

global o teología pluralista, el último documento de la Sagrada


Congregación para la Doctrina de la Fe, «Dominus Iesus», nos recuerda
entre otras cosas, que no se puede decir (y que es un absurdo) que todas
las religiones son buenas, que todas las religiones son lo mismo y que
hay muchos mediadores para la salvación, uno de los cuales es
Jesucristo, otros Buda, Krishna, Moon, etc.

1. ¿Por qué atrae tanto la New Age?


La New Age prende, según una Instrucción Pastoral muy hermosa
del Arzobispo de México Mons. Norberto Rivera690, porque promete una
falsa esperanza. Dice él: «Si el fin del milenio trae consigo un acentuado
anhelo de rotura con los profundos males que afligen al mundo, puede
también propiciar la difusión de falsas esperanzas y promesas ilusorias.
En nuestros días se ha suscitado por enésima vez el espíritu del milena-
rismo, es decir, la anticipación de una nueva era inminente, de un cam-
bio radical e instantáneo que pondrá fin al presente estado de cosas...
La New Age pregona una edad de oro para toda la humanidad... es la
creencia en el inicio de un mundo cualitativamente diverso y mejor que
este», es una forma de joaquinismo691. «Este paso evolutivo traerá con-
sigo una iluminación de la conciencia de los hombres. Desvanecerá
nuestra percepción fragmentada de la realidad y, supuestamente, vere-
mos el universo entero como es: un todo vivo y único del cual nosotros
mismos no somos más que una parte. Todo el mensaje de la New Age
se reviste de un optimismo desbordante y resalta lo positivo, lo fácil y lo
inmediato de la transformación que propone. No es de maravillarnos,
por tanto, que precisamente en estos años, su difusión a nuestro alrede-
dor haya sido tan amplia... Sus ideas, sus campañas de concientización
y su espiritualidad aparecen en los salones escolares de nuestros niños e
inclusive en la predicación y enseñanza religiosa de instituciones católi-
cas con creciente frecuencia». Por eso el Papa hace poco, en el año 1993,
advertía a un grupo de obispos americanos en visita ad Limina: «Las
ideas de la New Age a veces se abren camino en la predicación, la cate-
quesis, los congresos y los retiros, y así llegan a influir incluso en los cató-
licos practicantes que tal vez no son conscientes de la incompatibilidad

690
MONS. NORBERTO RIVERA, arzobispo de México, «Instrucción pastoral sobre el “New
Age”», L’Osservatore Romano 7 (1996) 89–91.
691
Por Joaquín de Fiore, aquel abad que hablaba de las tres edades del mundo.

412
Las Servidoras

de esas ideas con la fe de la Iglesia. En su perspectiva sincretista e inma-


nente, esos movimientos parareligiosos prestan poca atención a la
Revelación, más bien, intentan llegar a Dios a través del conocimiento y
la experiencia, basados en elementos que toman prestados de la espiri-
tualidad oriental y de las técnicas psicológicas. Tienden a relativizar la
doctrina religiosa a favor de la vaga visión del mundo, que se expresa
mediante un sistema de mitos y símbolos revestidos de un lenguaje reli-
gioso. Además proponen a menudo una concepción panteísta de Dios,
incompatible con la Sagrada Escritura y la tradición cristiana.
Reemplazando la responsabilidad personal de nuestras acciones con un
sentido del deber frente al cosmos, tergiversando así el verdadero con-
cepto de pecado y la necesidad de la redención por medio de Cristo»692.
Y no se piense que esto es algo del hemisferio norte, de Estados Unidos,
no; también el Papa a los obispos argentinos el 7 de febrero de 1995 les
dijo que: «Hay que tener presente, sin embargo, que no faltan desviacio-
nes que han dado origen a sectas y movimientos gnósticos y pseudo reli-
giosos, configurando una moda cultural de vastos alcances que, a veces,
encuentra eco en amplios sectores de la sociedad y llega incluso a tener
influencia en ambientes católicos. Por eso, algunos de ellos, en una pers-
pectiva sincretista, amalgaman elementos bíblicos y cristianos con otros
extraídos de filosofías y religiones orientales, de la magia y de técnicas
psicológicas. Esta expansión de las sectas y de nuevos grupos religiosos
que atraen muchos fieles y que siembran confusión e incertidumbre
entre los católicos es motivo de inquietud pastoral. En este campo, es
necesario analizar profundamente el problema y encontrar líneas pasto-
rales para afrontarlo»693.694

2. ¿Por qué la rápida difusión?


Ya hemos visto una de las razones. Pero a su vez ayuda a la expan-
sión de la New Age el rápido proceso de globalización en todos los cam-
pos del actuar humano. También la mentalidad de marketing, donde se
comercializan todos los aspectos de la vida humana. Y en este sentido

692
JUAN PABLO II, «Discurso al tercer grupo de los obispos de Estados Unidos en su visi-
ta “ad limina”», L’Osservatore Romano 24 (1988) 307.
693
JUAN PABLO II, «Discurso al primer grupo de obispos argentinos con ocasión de la
visita “ad limina”», L’Osservatore Romano 6 (1995) 82–83.
694
«Y en el 2000, también...», por el LIC. JOSÉ MARÍA BAAMONDE, Revista Panorama
católico, I (abril del 2000) 10.

413
Carlos Miguel Buela

la New Age viene a ser un supermercado de las religiones695, como cuan-


do uno va al supermercado: «compro esto, esto lo dejo», cada uno toma
y elige lo que quiere creer, o lo que no quiere. Ayuda, también, el des-
tierro de la fe del horizonte del saber humano, asimismo, la necesidad
insaciable que tiene el ser humano de una trascendencia que dé sentido
a la vida, sobre todo luego de la caída en el mundo del socialismo mate-
rialista (comunismo), y también, junto con esto, las llamadas «naciones
libres», cautivas de un bienestar egoísta. El hombre necesita, con mayor
razón, lo trascendente; y lamentablemente cuando no lo busca donde lo
tiene que buscar, lo busca por otros lugares.

3.¿Qué movimientos se relacionan con la New Age?


Se relacionan con la New Age los siguientes movimientos:
a. Cultos contactistas como Fupec, Grupo Alfa, Lineamiento
Universal Superior, Fici, Hermandad Cósmica Hamir, Misioneros del
Cristo Cósmico, Asociación Adonai, Aurora Esencia Cósmica,
Movimiento Raeliano, Misión Rama, etc.;
b. Cultos afrobrasileños como Umbanda, Kimbanda, Candomblé,
Batuque, etc.;
c. Cultos orientalistas como Hare Krishna, Sai Baba, Brama Kumaris,
Ananda Marga, Rama Krishna, Misión de la Luz Divina, Rajneesh, etc.;
d. Cultos gnóstico–esotéricos como Movimiento Gnóstico Cris-tiano
Universal, Iglesia Gnóstica, Fraternidad Blanca Universal, Cuarto
Camino, Fraternidad Rosa–Cruz, Sociedad Teosófica, Iglesia de la
Cienciología, institutos de Parapsicología pseudocientífica, Control
Mental, Desarrollo del Potencial Humano, etc;
e. Cultos espiritistas como Escuela Científica Basilio, Sociedad
Espiritista Luz y Verdad, Evolución Espiritual, Instituto Espirita Madre
María, etc.
A los grupos consignados precedentemente es necesario agregar
cientos de personas, entre los que se cuentan los supuestos chamanes y

695
Mons. Franc Rodé define la New Age como «un supermercado de las religiones
donde cada uno toma lo que le gusta y deja el resto»; cfr. «Ideologías religiosas y visión
cristiana de Dios en Europa», en Ecclesia, n.6 (1992) 379–387.

414
Las Servidoras

parapsicólogos que se promocionan en los clasificados de los periódicos,


como así también los llamados grupos de permeabilización primaria, de
estructuración difusa y cambiante, que desarrollan cursos sobre algunas
de las tantas disciplinas promocionadas por la New Age o Nueva Era,
por ejemplo, Piramidología, Cristaloterapia, Reiki, I Ching, Channelling,
Terapias de Vidas Pasadas, mancias varias, Viajes Astrales, Curso en
Milagros, etc.696. Asimismo, hay que señalar el yoga y el reiki –que se
enseñan y practican en más de una parroquia– y toda una parafernalia
de prácticas que no debemos hacer, como enseña el Catecismo de la
Iglesia Católica, como ser los horóscopos, las cábalas, las cintas rojas, los
cursos de concentración mental, las terapias basadas en piedras y perfu-
mes, etc.697.

4. Creencias de la New Age


¿Cuáles son las «creencias» de la New Age? –ya que no podemos
hablar de fe en la New Age–.
En primer lugar el ecologismo, la insistencia en la necesidad de
cuidar el mundo, que en su medida es una cosa razonable, pero que en
el caso de ellos es llevado a un nivel casi religioso.
En segundo lugar el panteísmo. Del ecologismo exagerado nace
una especie de espiritualidad planetaria que quiere «animar» toda la rea-
lidad cósmica o dotar a la creación de una fuerza mágica. Se pierde la
noción de un Dios personal, realmente distinto y superior al mundo
creado, en favor de una fuerza divina impersonal que es todo y está en
todo.
En tercer lugar el gnosticismo, que acompaña a través de los siglos
al cristianismo. Es una de las enfermedades propias del hombre religio-
so de la cual hay que cuidarse, y que no solamente está en el cristianis-
mo, sino en todas las grandes religiones. «La desviación del gnosticismo,
presente en todas las grandes tradiciones religiosas, ha sobrevivido y se
ha diversificado encontrando en la New Age un campo de acción privi-
legiado. La Sociedad Teosófica fundada por Helena Blavatsky a finales

696
Cfr. JOSÉ MARÍA BAAMONDE, Semanario «Cristo hoy», 7 al 13 de septiembre de
2000, p. 23.
697
Ibidem, 23.

415
Carlos Miguel Buela

del siglo pasado y sus derivaciones u organizaciones afines (la


Antroposofía, la gran Fraternidad Universal, las Órdenes de los
Rosacruces, la Iglesia Universal y Triunfante, la corriente de la metafísi-
ca representada en México por autores como Connie Méndez, la
Actividad Religiosa “Yo soy”, la nueva Acrópolis, que tuvo también en
su momento una influencia muy grande en nuestro país, y muchas
otras) son los precursores ideológicos de la New Age y actualmente son
sus dedicados promotores. Los símbolos, las ceremonias y los grados ini-
ciáticos de la masonería y de las organizaciones para–masónicas tam-
bién revelan una estrecha asociación de fondo con la gnosis. Si el gnos-
ticismo quiere abrir la puerta a un intelecto superior, el esoterismo y el
ocultismo prometen el pasaje a un actuar sobrehumano». Uno apunta al
intelecto, sobrehumano, el otro a un actuar sobrehumano. «Estas dos
corrientes, hermanas del gnosticismo, pretenden por caminos diversos
potenciar la voluntad humana echando mano a supuestas fuerzas cós-
micas secretas. A través de mil técnicas antiguas y nuevas se abriría con-
tacto con los ángeles, con guías espirituales desencarnados, con supues-
tas “vidas anteriores” según el mito de la reencarnación, etc. No son
pocas las personas y las organizaciones que ofrecen servicios de adivi-
nación y de horóscopo, de hipnosis, de magia, de «channelling»
(«medium»), de proyección astral y otras actividades igualmente absur-
das, provocando un daño duradero a sus clientes que son, las más de
las veces, personas vulnerables y desorientadas. En resumidas cuentas,
la New Age comercializa lo irracional y lo nocivo para el alma humana
y lo vende garantizando la transformación del consumidor».
En cuarto lugar, la pseudo ciencia. Otro de los temas importantes
de señalar en la New Age, es la pseudo ciencia. Ellos se mueven en algo
que llaman ciencia, y que de ciencia, evidentemente, no tiene nada. Por
eso van a considerar ciencia la astrología, la ufología (investigación
sobre los ovnis), del mismo modo que son una ciencia la física y la
química. Pero sobre todo, el gran campo en el que ellos se mueven es el
de la psicología y de la biología. En la psicología, siguiendo la línea de
Sigmund Freud (1856–1939), de Karl Gustav Jung (1875–1961), «ha
habido una sucesión muy variada de corrientes, que se relacionan en
mayor o menor grado con las ideas y las terapias de la New Age, en par-
ticular, la así llamada psicología transpersonal, fundada por el psicólogo
italiano Roberto Assagioli (1888–1974), que pretende ir más allá de la
experiencia psíquica del individuo en búsqueda de una conciencia
colectiva superior que sería la puerta al descubrimiento de un “principio
divino” que yace en el fondo de todo ser humano. De ahí nacen una

416
Las Servidoras

multitud de técnicas típicas del New Age: el biofeedback, la hipnosis, el


rebirthing, la terapia Gestalt y la provocación de estados alterados de
conciencia, inclusive con el uso de drogas alucinógenas».
Así como la New Age influye en el campo de la psicología, también
lo hace en el de la medicina, el de la biología. «Frecuentes son las exa-
geraciones y los abusos del New Age en el campo de la medicina holís-
tica, que basa sus métodos de sanación en la interrelación entre cuerpo,
mente y espíritu. Así, por ejemplo, se da la cromoterapia o la sanación
a través de los colores; la curación a través de las “auras” o campos
energéticos que nos rodean; y el Reiki que promete recuperar el equili-
brio de la energía personal por la aplicación de la energía universal a
través de la imposición de manos a diversas partes del cuerpo.
Hay programas de potencial humano de dudoso fundamento cientí-
fico, como la Dianética, el Método de Control Mental Silva, la
Meditación Trascendental y otros, que producen una cantidad inverosí-
mil de gráficos y reportes que supuestamente certifican la solidez de sus
afirmaciones».

5. El New Age es incompatible con el Evangelio


Y esto, queridos hermanos, es algo absolutamente incompatible con
el Evangelio. El Papa dice: «No debemos engañarnos pensando que ese
movimiento –New Age– pueda llevar a una renovación de la religión. Es
solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura
del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios
acaba por tergiversar su palabra sustituyéndola por palabras que son
solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito
del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la
forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religio-
sas o para–religiosas, con una decidida aunque a veces no declarada
divergencia con lo que es esencialmente cristiano»698. Esto está muy
claro. Son palabras del Papa, y pareciera que no deberían quedar dudas
sobre este tema. Pero en muchos países, la realidad muestra lo contrario.

698
JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés (Barcelona 1994)
103–104.

417
Carlos Miguel Buela

6. Encuesta argentina sobre la adhesión a la New Age


Aquí en Argentina se ha hecho una encuesta699 sobre 1098 alumnos
de cuarto año de la secundaria en escuelas de la ciudad de Buenos
Aires, del Gran Buenos Aires, y en algunas ciudades del interior. Y esa
encuesta, realizada muy seriamente por el licenciado José María
Baamonde, que preside la fundación «Spes» (Servicio para el esclareci-
miento de sectas), dio resultados que realmente son para temblar. A esos
varones y mujeres de cuarto año les hicieron preguntas sobre determi-
nados temas propios de la New Age:
– Ovnis, extraterrestres;
– Magia, maleficios;
– Reencarnación;
– Astrología;
– Comunicación con los muertos;
– Adivinación del futuro.
Y a su vez también hicieron la encuesta, de manera inteligente, acer-
ca de los medios por los cuales ellos se informaban sobre estos temas. Y
los resultados fueron los siguientes:
En lo que se refiere a la creencia en las temáticas seleccionadas, se
comprobó que todas superan el 50% de adhesión por parte de los alum-
nos encuestados, tanto de sexo femenino, como masculino.
En el caso de las mujeres, el 83,73% de las consultadas, manifesta-
ron creer en la existencia de los Ovnis y los seres extraterrestres; en el
caso de los hombres, aun más: dijeron creer en la existencia de Ovnis y
extraterrestres el 88,15%. ¡En colegios católicos! Qué será en las escue-
las estatales, donde no se da religión... ¿Para qué tenemos los colegios
católicos? ¿Para hacerle el caldo gordo a la New Age? ¿Dónde están los
catequistas, los sacerdotes, las religiosas que tienen que enseñar la doc-
trina católica?
El 60% dijo adherir y creer en la magia, y en la posibilidad de efec-
tuar maleficios. Más del 51% en las mujeres, y el 55% de los varones,
dijeron creer en la reencarnación. Se adhirieron a la astrología un 74%
en las mujeres. El 52% manifestó creer en la posibilidad de establecer
comunicación con los muertos. Y un 63,90% cree en que es posible la

699
Cfr. Semanario «Cristo hoy», 7 al 13 de septiembre de 2000, p. 23.

418
Las Servidoras

adivinación del futuro... ¡Ese futuro contingente y libre, que solamente


conoce Dios! Esa es la situación. Ese es el porcentaje de creencia en este
tipo de tonterías que hay hoy día.
Y ¿cuáles han sido los medios a través de los cuales los jóvenes
tomaron contacto o conocimiento de las temáticas enunciadas?
Mayoritariamente han señalado: la televisión, los libros y revistas, cerca
de un 80 %700.
Es realmente para asustarse, para tomar conciencia de que es un
problema grave, un problema que afecta a las mismas escuelas que se
llaman «católicas», y que por tanto puede afectar a nuestros colegios, el
Bachillerato Humanista e Isabel la Católica, y, por qué no, puede afec-
tar también el mismo Seminario y Estudiantado. No sería raro que algún
religioso poco advertido, con la mejor buena fe, esté aceptando doctri-
nas que están en contra del Evangelio, que son de la Nueva Era y que
llegan porque están de moda, o porque uno las ha escuchado de algu-
na persona y suenan más o menos bien. Entonces uno, sin darse cuen-
ta, en vez de estar trabajando para Jesucristo, está trabajando finalmen-
te para el Anticristo.

7. Jesucristo, única novedad


Pidámosle a la Santísima Virgen la gracia de llegar a conocer la rea-
lidad que nos toca vivir. El hecho de vivir en el Seminario o en el
Estudiantado, donde normalmente no se dan este tipo de cosas, ya que
son lugares protegidos como una burbuja, puede a algunos llevarles a
olvidarse que en el mundo, mayoritariamente, se está pensando y
viviendo absolutamente de otra manera, totalmente distinta a la mane-
ra que nos enseña a pensar el Evangelio. Y no nos asustemos si por
equivocación hemos caído en alguno de estos errores, sino que tome-
mos experiencia y sepamos ayudar a tantos otros para que se liberen de
esta nueva adicción al esoterismo, al ocultismo, a la gnosis, que está con-
formada por estas corrientes de la New Age.
Le pedimos a María que nos lleve a lo verdaderamente nuevo, a lo
auténticamente nuevo, que es su Hijo Jesucristo, que, como dice San
Ireneo, «al venir al mundo ha traído consigo toda novedad».

700
Las estadísticas las sacamos del sitio Web: www.spes.8k.com

419
Carlos Miguel Buela

12. DIOS ES ALEGRÍA INFINITA. LA CARIDAD CON EL PRÓ-


JIMO

En este día en que nos encontramos celebrando el Sacrificio reden-


tor de nuestro Señor, recordando de manera especial a Santa Teresa de
los Andes, patrona de este monasterio, quisiera meditar sobre una frase
muy profunda que nos ha dejado esta santa y que nos debe llevar a una
comprensión más profunda de lo que debe ser la vida de una comuni-
dad consagrada.
«Dios es alegría infinita»701. Eso es así. Teresa captó lo que es Dios,
esa realidad de Dios, tan insondable, porque era una mujer limpia, y
alegre, con la alegría del Evangelio. Con la alegría que nos señala San
Pablo: estad siempre alegres en el Señor, os repito, estad alegres (Flp
4,4). Y ¿cuál es la raíz profunda de la alegría? La raíz profunda de la ale-
gría es la caridad, es el amor. Es lo que Jesús dice en el Evangelio: éste
es el mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo los
he amado (Jn 13,34), y más abajo, lo que os mando es que os améis los
unos a los otros (Jn 15,17).
En mi último viaje he tenido la oportunidad de visitar muchas comu-
nidades religiosas, en las cuales se puede fácilmente comprobar si las
cosas andan bien. Cuando hay alegría, todo marcha bien. En cambio,
vienen los problemas cuando no se vive la alegría. Es verdad que siem-
pre van a haber dificultades, porque somos criaturas, falibles, y por tanto
podemos fallar. Pero estos problemas se llevan adelante, se solucionan.
Cuanto no hay alegría (y se percibe sobre todo en el rostro y en los ojos),
hay algo que no está andando bien. Y la causa de esta falta de alegría
es fruto de la falta de caridad.
Sobre todo en la vida contemplativa, hay que tener un cuidado muy
especial en la caridad que se tiene en la vida comunitaria. Al ser la vida
contemplativa una vida de mayor unidad con Dios, exige mucho más la
unidad con nuestros hermanos, y por eso es que aquí tiene un gran peso
la vida comunitaria. Además, al no ser tan frecuentes las salidas, es
mucho más fácil que cualquier pequeñez hiera la caridad y, en conse-
cuencia, la alegría.

701
SANTA TERESA DE LOS ANDES, Carta 101; cit. MARINO PURROY, Así pensaba Teresa de
los Andes, Ediciones Paulinas (Santiago de Chile) 90.

420
Las Servidoras

En el Evangelio, nuestro Señor nos enseña con toda claridad cómo


tiene que ser la caridad fraterna. En primer lugar llena de misericordia:
¿quién de nosotros no tiene pecados? ¿Quién de nosotros no tiene limi-
taciones? Y si yo las tengo, las tienen que tener los demás. Por eso dice:
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36). De
ordinario en lugares donde más hace falta la caridad es en los monaste-
rios de vida contemplativa.
Un obispo me dijo que una vez, cuando estaba visitando la Trapa,
tuvo el siguiente diálogo con el hermano que lo acompañaba:
– Aquí sí que se vive la caridad –dijo el obispo.
– No, Monseñor, acá es lugar donde menos se vive la caridad.
–¿Cómo? –replicó el prelado.
– Claro, como no hablamos entre nosotros, cuando uno ve que el
otro tiene la nariz torcida, ya se está imaginando que está pensando mal
de uno, o que tendrá algo en contra, y así faltamos a la caridad más que
en otro lado.
Dijo Cristo: Dad y se os dará (Lc 6,38) contra aquellas personas que
exigen que se les dé todo lo que piden y, por el contrario, son avaras en
dar y duras con los que necesitan una ayuda, o con los que necesitan
una palabra, o con los que necesitan un poco de tiempo, o con los que
necesitan una sonrisa, o con los que necesitan alegría.
¿Cómo se practica la caridad con el prójimo? De varias maneras. En
los pensamientos, en las palabras y en las obras702.
El mandamiento que nos manda amaos los unos a los otros (Jn
13,34) nos demanda la misma fuerza con que nos manda amar a Dios.
Por eso dice el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo (Mt 22,29). De tal manera que así como estamos obligados
a amar a Dios, estamos obligados a amar al prójimo. Dice San Juan: Y
hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame tam-
bién a su hermano (1Jn 4,21) y también: Si alguno dice: «Amo a Dios»,
y aborrece a su hermano, es un mentiroso (1Jn 4,20). Por esta razón, la
mentira más grande que puede haber en la vida contemplativa, es una
religiosa que no ame al prójimo. ¿Por qué? Muy simple. Está allí para
amar a Dios. Y si no ama al prójimo, no ama a Dios, es mentirosa, pues

702
En líneas generales seguimos un sermón de San Alfonso sobre la Caridad con el
prójimo; cfr. SAN ALFONSO, Obras ascéticas, II (Madrid 1964) 884ss.

421
Carlos Miguel Buela

quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien


no ve (1Jn 4,20). Que el que ame a Dios, ame también a su prójimo. De
tal manera que la verificación del amor a Dios es el amor al prójimo, y
uno puede saber si de verdad ama realmente a Dios, si ama de verdad
al prójimo, a todo prójimo, sobre todo al que nos es más insufrible.
Debemos recordar siempre que la caridad hecha a cualquier hermano,
de toda forma, se la hacemos al mismo Dios.

1. En pensamientos
Es en los pensamientos en lo que generalmente se suele faltar más a
la caridad. Por ejemplo, cuando juzgamos mal al prójimo sin fundamen-
to cierto. De tal manera que si alguien juzga que una persona comete
pecado –y no es quién para juzgar eso– la persona que juzga está come-
tiendo el pecado que está pensando que cometió la otra persona. Si es
pecado mortal, mortal; si venial, venial. El juicio temerario en materia
grave es siempre pecado mortal. Y es por eso que dijo también
Jesucristo –y en el Sermón de la Montaña, no en cualquier lugar–, No
juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1), condenando nuestro Señor a
quienes juzgan a los demás de una manera injusta, temeraria, presun-
tuosa, sospechando, sin fundamento, metiéndose en donde nadie les
llama. Perdonad y seréis perdonados (Lc 6,37). No alcanzaremos el per-
dón de Dios si no somos capaces de perdonarnos entre nosotros. ¡Tantas
cosas pueden pasar en la vida contemplativa! ¿Que se agarren a cuchi-
lladas? No, evidentemente que no. ¿Que una no la miró a la otra? ¡Ah!
Eso puede ser. Pero hay que perdonar, y perdonar de corazón; no de
cualquier manera, sino de corazón. Y perdonar siempre.
Distinto es el caso de los superiores, quienes a veces tienen la obliga-
ción de sospechar de la conducta de sus súbditos, por deber de estado.
Si una persona es habitualmente mentirosa o exagerada, o busca que-
dar siempre bien, la Superiora tiene que pensar en la posibilidad de que
esté mintiendo, o que probablemente tenga doble intención, o que lo
haga para figurar. Como sucede con los padres, dice San Alfonso María
de Ligorio: «¿Habrá padres y madres necios que ven sus hijos con malas
compañías y los dejan seguir, total... no hay que pensar mal...? Tontería
insigne». Porque evidentemente es así: «dime con quién andas y te diré
quién eres». Si es una persona que habitualmente murmura, y la ve con
malas compañías, probablemente esté murmurando, haciéndose daño a
sí misma, y a la comunidad.

422
Las Servidoras

También se peca contra la caridad cuando uno se alegra de la des-


gracia ajena... «resbaló y se hizo un esguince... ja, ja, ja». Lo piensa, no
lo dice: «Se lo tiene merecido...»; o también entristecerse cuando al otro
le va bien.

2. En las palabras
La gran plaga de la vida religiosa es la falta de caridad en las pala-
bras, la murmuración. Es decir, cuando se habla en contra o en per-
juicio de un ausente. El libro del Eclesiástico, por ejemplo, dice: El mur-
murador mancha su propia alma, y es detestado por el vecindario (Sir
21,28). Generalmente, el murmurador tiene quien lo escuche, sobre
todo en las mujeres. Les gusta prestar atención: «a ver... está hablando
mal de tal...»; pero huyen de esa persona, ¿por qué? Porque «después
va a hablar mal de mí...».
Estos son odiados por todos, por Dios y por los hombres. Por eso
dice San Bernardo que «la lengua del murmurador es una espada de
tres filos»703, ya que hiere al prójimo, hiere a quien le escucha y se hiere
a sí mismo».
Puedo poner muchos casos que conozco de murmuración, a modo
de ejemplo: una hermana que dijo «no estoy de acuerdo en todo» des-
pués que habló la Superiora. Esa hermana murmuró. Porque en primer
lugar, ¿quién es ella o qué autoridad tiene para decir una cosa así? Le
mete la pulga en la oreja a la otra que está al lado: «será muy buena...
pero no confío». Está moviendo a desconfiar y eso destruye la vida reli-
giosa. Y se excusa: «yo lo dije en secreto a otra, y nadie más escuchó».
Es como la serpiente que muerde en secreto. Que sea en secreto no
quiere decir que no sea veneno, que no sea picadura, y que no cause,
como pasa a veces, la muerte. No menos que serpiente –dice el
Eclesiastés– que muerde en silencio es quien dice de otro el mal en
secreto (10,11).
Otra forma de faltar a la caridad en las palabras es la maledicen-
cia. No sólo se le quita la fama al prójimo, achacándole cualquier peca-
do como verdadero, o exagerando lo cierto, sino también cuando se
descubre a otros algún pecado oculto. ¿Quién manda decir los pecados
de los demás? ¿Acaso hay un mandato de Jesucristo o del Evangelio?

703
De divers., s. 17, in Ps 56.

423
Carlos Miguel Buela

Maledicencia. Y quien descubre un pecado grave ajeno, secreto, come-


te un pecado grave, pecado mortal si el pecado fue mortal, porque lo
divulga sin causa justa.
También se falta a la caridad en las palabras con los chismes. No
bien oyen hablar mal de otro, les falta tiempo para ir a contarlo a la per-
sona de quien se murmura. Sacan chispas con los zapatos... «¿Vos
sabés? Me enteré de tal...». Se les dice «correveidile» ¡Qué daño hacen!
Dice el libro de los Proverbios que Dios odia al quien siembra discordia
entre los hermanos (Pr 6,19). Dios odia.... Por eso hay que seguir el con-
sejo del Eclesiástico: El que se regodea en el mal será condenado, el que
odia la verborrea escapará al mal. No repitas nunca lo que se dice, y en
nada sufrirás menoscabo. Ni a amigo ni a enemigo cuentes nada, a
menos que sea pecado para ti, no le descubras. Porque te escucharía y
se guardaría de ti, y en la ocasión propicia te detestaría. ¿Has oído algo?
¡Quede muerto en ti! ¡Ánimo, no reventarás! Por una palabra oída ya
está el necio en dolores, como por el hijo la mujer que da a luz (Sir
19,5–11). Si se enteran de algún mal no lo revelen ni siquiera con indi-
rectas, porque ustedes son maestras en el arte de las indirectas: «si yo
hablase...»; y se siembra la sospecha, tal vez, mucho más grave de lo
que en realidad es. Ni con indirectas, ni con gestos. Movimientos de
cabezas o modos semejantes causan mayor mal porque dan a entender
mayor mal que el que en realidad es. Todas son maneras de falta de
caridad y pueden llegar a ser graves.
Aún hay más. Se falta a la caridad en las palabras cuando se ridi-
culiza o se mofa de la persona, tanto presente como ausente. Dice
nuestro Señor: Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres,
hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas
(Mt 7,12). Si no te gusta que se mofen de ti, si no te gusta que te ridicu-
licen, no lo hagas con los demás.
Por último, respecto a las palabras: las contestaciones. ¡Cuántas
veces se falta a la caridad por las contestaciones mal dadas, por la falta
de respeto a la persona que se le debe respeto, por el solo hecho de no
dar el brazo a torcer! Se le corrige de algo, pero tiene que tener la últi-
ma palabra; es incapaz por ejemplo, de decir, cuando recibe la correc-
ción, «muchas gracias». Muy edificante es el ejemplo que nos contaba el
P. Ortego: iban manejando unas monjitas, las peruanas, hicieron una
mala maniobra y por poco chocan con una camioneta. Cuando llega-
ron a un determinado lugar, la camioneta las había seguido y se les atra-
vesó. Bajó el chofer enfurecido, porque por poco tienen un accidente, y
les empezó a gritar:

424
Las Servidoras

– ¡Ustedes son unas bestias, no saben manejar!


– Muchas gracias señor –le respondió la que manejaba.
– Porque ¡Cómo puede ser que hagan esas cosas! –replicó él.
– Muchas gracias señor –volvió a decir ella.
Entonces el chofer, cambiando de actitud, dijo:
– Pero hermanitas, tengan un poquito más de cuidado...
Como vemos, cambió de actitud. ¿Por qué? Porque se le supo res-
ponder.
Por eso las discusiones en pavadas que no terminan en nada bueno,
llevan a cosas ociosas, y a discusiones más enojosas aún. Hay sobre todo
quienes tienen el instinto de contradicción: siempre están en la contraria.
– ¡Qué lindo día!
– Sí, pero está nevado.
– ¡Qué buena noche!
– Sí, pero hace frío.
– ¡Qué invierno agradable!
– Más lindo es el verano.
Por lo que no te incumbe no discutas, y en las contiendas de los peca-
dores no te mezcles (Sir 11,9). Alguna dirá: «yo hablo de cosas razona-
bles». Es increíble, pero aquí mismo me han dicho hace años: «...cosas
razonables... nosotras no tenemos que ser carmelitas, tenemos la espiri-
tualidad...» y qué se yo que más... Y se había armado toda una discu-
sión y división entre unas y otras, hablando de algo que no tenían ni la
más remota idea.
Ahora, en algunos de nuestros monasterios contemplativos, salió el
tema de vivir la clausura. Y ponen ese tema allá arriba: está la clausura,
y después viene la Santísima Trinidad. Entonces discutían si la reja tiene
que ser doble, si no, si con puntas hacia fuera o hacia adentro, de si la
distancia debe ser de medio metro, porque «hay que evitar el contacto
físico»... Parece mentira. De niño yo iba a las carmelitas y cuando entra-
ba decía «¡Madre!», y metía el dedito entre la reja para tocar su dedo,
porque uno está acostumbrado a dar la mano. Y hasta algunas aludie-
ron a que Santa Clara compara la clausura con la virginidad. Lo cual es
una comparación análoga. Pero cuando la cabeza no funciona, hay
quienes lo entienden de manera unívoca. ¡Cómo es posible! Entonces,
si una fue al casamiento de su hermana, o de algún pariente, perdió la
virginidad... O cuando visitó a algún familiar enfermo... ¿Qué? ¿Perdió
la virginidad? ¡¿Puede ser eso?! Evidentemente que no. Pero hay algu-
na que le echa leña al fuego, y entonces se arma el incendio. Y puede
ser que tengan razón, pero como dice San Roberto Belarmino: «más

425
Carlos Miguel Buela

vale un grano de caridad, que cien kilos de razón»704. ¿Qué es lo que hay
que hacer? Hablar bien de todos, no escuchar a quienes hablan mal.
Conozco el caso de un seminarista al que un sacerdote fue y comenzó a
hablarle mal del superior... «Padre, hable con el superior porque conmi-
go no tiene que hablar». Se salvó (al poco tiempo ese padre abandonó
los votos religiosos) porque si lo escucha, ya le entra el mal espíritu y
comienza a desconfiar del superior, empieza a meterse en una cosa que
no le corresponde y muchas veces hasta se termina mal.
Defender en cuanto sea posible a las víctimas, «si no es posible excu-
sar la acción, por lo menos salvar la intención»705, dice San Bernardo.
Practicar la mansedumbre con todos. El libro de los Proverbios dice: una
respuesta blanda calma la ira, una palabra áspera, enciende la cólera (Pr
15,1). Corregir al que yerra de manera correcta, como corresponde,
como una obra de caridad, tal como se nos manda en el Evangelio y
decir como ese seminarista: «Padre, lo que Usted está haciendo está mal,
está murmurando». Ahí termina la cosa y si uno no hace así, uno es
cómplice de la murmuración.

3. En las obras
Por último, la caridad en las obras, dice San Juan, también, No ame-
mos sólo de palabra y con la lengua, sino con obras y de verdad (1Jn
3,18). Y aquí tiene importancia fundamental la limosna. «¿Padre, cómo
podemos hacer nosotros limosna, si no tenemos dinero?». La limosna
no es solamente con el dinero. La limosna es el alivio que se da, la
ayuda que se presta, el servicio de uno, el tiempo que uno le da a otro,
el saber escuchar, el saber callar, saber corregir. Son todas las obras de
misericordia materiales y espirituales. También rezar por las almas del
Purgatorio es una manera de practicar la caridad en obras; con los enfer-
mos, con los que nos fueren más antipáticos, con los que nos persiguen.
La caridad cristiana consiste en querer y hacer bien a quienes nos odian
y hacen mal... amad a vuestros enemigos, rogad por los que os persi-
guen (Mt 5,44). Y si hacemos así podremos rezar de verdad el Padre
Nuestro: «perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los
que nos ofenden».
Pidámosle a la Santísima Virgen y a Santa Teresa de los Andes la
gracia de vivir en verdad y en profundidad la caridad entre nosotros,
reconociendo así que «Dios es alegría infinita».

704
cit. en SAN ALFONSO, Obras ascéticas, II (Madrid 1964) 890.
705
In Cant., s. 40.

426
EPÍLOGO
OS DOY UN MANDAMIENTO NUEVO

Queridos hermanos y hermanas, en el Evangelio que se acaba de


proclamar tenemos una enseñanza central de nuestro Señor Jesucristo.
Enseñanza central que comenta magníficamente bien un gran exégeta,
el P. Bover. No conozco mejor comentario que el que él hace.
Nos enseña nuestro Señor en forma reiterada eso, central de nuestra
religión, que es la caridad, el amor. Y lo hace con tres fórmulas. Es decir,
tres veces formula ese mandamiento y aunque las fórmulas varían un
poco, sobre todo cuando se ve el texto griego, son sinónimas, quieren
expresar exactamente lo mismo.
En la primera fórmula expresa la novedad de ese mandamiento; en
la segunda fórmula expresa el motivo por el cual sus discípulos tienen
que cumplir ese mandamiento; y en tercer lugar presenta ese manda-
miento como distintivo de sus discípulos.

1. Novedad
En primer lugar, presenta ese mandamiento como un mandamiento
nuevo: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros (Jn 13,34). Esta fórmula consta de dos partes: la primera se refie-
re a la prescripción, es decir, prescribe nuestro Señor: Os doy un man-
damiento nuevo. Y la segunda se refiere al contenido de esa prescrip-
ción. Y ¿de qué carácter es la prescripción? La prescripción no es un
mero consejo, un parecer sino que es un verdadero mandamiento Os
doy un mandamiento, es decir, algo que no es opinable, que no está
dejado a nuestra libertad el hacerlo o no hacerlo, aunque debemos usar
de nuestra libertad para hacerlo, pero la prescripción no esta dejada a
nuestra libertad, el que sea la cosa así o no.
¿Por qué ese mandamiento es nuevo? Porque es distinto. En el
Antiguo Testamento se hablaba del amor al prójimo como a nosotros
mismos, sin embargo, acá ese mandamiento adquiere otra calidad, otra
exigencia. Porque otra es la motivación, porque otra es la forma de
entenderlo. Y esto que hace nuestro Señor es algo personal. Os doy:
¿quién? «Yo, Jesucristo». ¿A quién? «A vosotros», a nosotros, a los discí-
pulos. Es algo personal, no es algo informe o anónimo. Es personal, mío,
de él, vuestro, de nosotros.
Carlos Miguel Buela

Y la segunda parte de esta primera fórmula trae el contenido, que es


el amor. Amor que a su vez deberá ser personal y recíproco Amaos los
unos a los otros. «Amaos», personal; «los unos a los otros», recíproco.

2. Modelo, motivo y medida


En la segunda fórmula lo más característico es la primera parte en la
que Él, el Maestro, propone su amor como modelo, como motivo y
como medida del amor que debemos tenernos unos a otros.
En primer lugar como modelo: Así como yo os he amado (Jn 13,34).
Él es el modelo. Y ¿cuáles son las características de ese amor de Cristo
por nosotros? Aparece en la primera carta de San Juan: Él nos amó pri-
mero (1Jn 4,19), es un amor que lleva la iniciativa, no es un amor que
ama cuando recibe el bien sino que hace el bien sin esperar la contra-
partida, sin merecimientos nuestros. Él nos amó, nos sigue amando a
pesar de nuestro pecados, de nuestras miserias, de nuestras debilidades;
de que no solamente no tenemos merecimientos sino más bien tenemos
muchos deméritos y ofensas.
Ese amor de Jesucristo por nosotros, por cada uno de nosotros, es un
amor inmenso, es un amor eterno, es un amor ardiente, es un amor apa-
sionado y es un amor desinteresado. Además tiene la característica del
verdadero amor que es eficaz en buenas obras. Él no quiere nuestro bien
de cualquier manera, sino que quiere nuestro bien de manera eficaz, es
decir, de manera que nosotros podamos alcanzar de hecho el bien.
Además es un amor abnegado, es un amor sacrificado. Tan sacrifica-
do que lo llevó al Calvario a morir en la cruz. Y es un amor que abarca
a todos los hombres, pero no a todos los hombres así como se entiende
muchas veces como si fuese una cosa “in genere”, en general: todos los
hombres implica cada uno de los hombres en forma personal, como si
fuésemos el único hombre que está sobre la tierra. Estoy crucificado con
Cristo –dice San Pablo– vivo yo pero ya no soy yo quien vive, es Cristo
quien vive en mí (Ga 2,19–20) porque padeció, me amó a mí.
En segundo lugar, su amor se presenta como el motivo por el cual
debemos amarnos entre nosotros, por eso dice San Pablo: el amor de
Cristo nos apremia (2Cor 5,14). La frase que Don Orione hizo poner en
la entrada del Cotolengo en Claypole: «Caritas Christi urget nos». «El
amor de Cristo nos urge...», nos apremia, nos espolea, nos fuerza a
pagarle amor por amor; y así hemos de amar al que tanto amó.

430
Las Servidoras

En Quito, en el Convento de San Diego, la religiosa fundadora de


esa Congregación hizo poner un letrero al pie de la cruz del Cristo del
coro: «Así es como se ama». Y esa cruz es el motivo por el cual debemos
amarnos unos a otros. A pesar de la incomprensiones, a pesar de las
limitaciones.
En tercer lugar tenemos la medida del amor. La medida del amor es
entregarse hasta no dar más, hasta el límite habiendo amado a los suyos
los amó hasta el extremo (Jn 13,1). Por eso todo amor es extremoso.
Recuerdo una vez que tenía que ir a predicar a un colegio de seño-
ritas muy indisciplinado, con graves dificultades de conducta, que no
querían saber nada de nada, ni del Evangelio. ¿Cómo iba a hacer para
engancharlas? Me puse una semana a escuchar la radio por la mañana
para conocer las canciones de amor y las anotaba. Y me encontré que
aun el amor humano expresa una realidad extremosa: «Voy a escribir tu
nombre en todas las paredes del mundo para que sepas que te amo de
verdad». Ese es el amor, es exagerado. Otros que recuerdo repetía: «Te
quiero tanto que sin ti no puedo más vivir»; «Te amo, te amo, te amo, te
amo, te amo...»; «Ay mi amor, por ti me juego el alma, sin ti ya no hay
mañana, sin ti, mi amor, mi vida no vale nada». Es extremoso, pero es
lo que expresa esa realidad del todo tan especial, que en el caso de
nuestro Señor es elevada a un nivel sobrenatural.
La novedad, el modelo y la medida en el amor con el que el hom-
bre se ama a sí mismo y a los demás, ahora es el amor con el que Cristo
nos ama. Amor incomparablemente más leal y sincero, más santo y deli-
cado, más ardiente y generoso. Amor infinito y divino.

3. Distintivo
La tercera fórmula, en esto todos reconocerán que sois mis discípu-
los, en el amor que os tengáis los unos por los otros (Jn 13,35). ¿Cómo
se distingue un católico? ¿Por qué lleva una cruz? No. ¿Por qué va a
Misa? No. Puede venir a Misa y faltar amor. ¿Cuál es la señal dada por
Jesucristo por la cual se distinguen sus discípulos? Es el amor, en esto
todos reconocerán que sois mis discípulos ¿Cómo una mujer tan débil,
pequeña como la Madre Teresa de Calcuta fue llorada por todo el
mundo? Todos los gobiernos mandaron representaciones. La velaron en
el mismo sarcófago donde velaron a Mahatma Gandi y a Nerú, próce-
res de la India. ¿Qué es lo que pasa ahí? Es el amor. Una mujer que se

431
Carlos Miguel Buela

decidió a amar como Cristo nos amó. ¿Qué pasa con este fenómeno
que es Juan Pablo II? Con 81 años sigue haciendo viajes maratónicos.
En Grecia había manifestaciones en contra de ultra ortodoxos. En
medio de la visita hicieron una encuesta y el 99% de los griegos estuvo
de acuerdo con la visita del Papa a Grecia. ¿Por qué? ¿Cómo puede ser
eso? Porque es un hombre que ama, y busca el bien y busca la paz entre
los hombres y los pueblos. El amor por tanto es la divisa de los verda-
deros discípulos de Cristo. Así lo dice Jesús. Y por eso Él se presenta
delicadamente como el Maestro del Amor. Los soldados de un rey se dis-
tinguen por las insignias del rey. Y la insignia de Cristo es la caridad. «La
caridad fraterna, dice San Juan Crisóstomo, es la floración de la santi-
dad, el inicio de la virtud verdadera».
Y lo que pasa en el mundo, y también en la Iglesia, no es que haya
fracasado el amor; los que han fracasado son los hombres que inventan
cosas distintas del Evangelio de Jesucristo. Sistemas filosóficos, sociales,
políticos o ideológicos que pretenden suplantar el cristianismo y se olvi-
dan de que no hay forma, no hay manera, no hay cómo suplantar la
gran divisa del amor, que es lo que Jesús quiere que vivamos cada uno
de sus discípulos.
Pidámosle a la Santísima Virgen la gracia de poder vivir siempre este
amor tal como lo enseñó nuestro Señor, con todos, no solamente con
los amigos, sino también con los enemigos, con los que nos hacen daño
o con los que nos hacen mal, porque Cristo clavado en la cruz dijo:
Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). El amor
perdona, no tiene en cuenta el mal recibido, como dice San Pablo, más
bien lo está excusando. Si no puede excusar la acción, porque hay
acciones que son objetivamente malas, excusa la intención «Vaya a
saber, pobre...». Por eso pidámosle también a la Santísima Virgen, ella
que como nadie entendió lo que era la gran divisa de su Hijo, que nos
alcance de Él la gracia de poder distinguirnos siempre por esa divisa
inmortal que es la divisa del amor. Porque pasará todo, pasará la fe,
pasará la esperanza, pero el amor nunca morirá (1Cor 13,8).

432
ABREVIATURAS BÍBLICAS
ANTIGUO TESTAMENTO
Gn Génesis Ct Cantar de los Cantares
Ex Éxodo Sb Sabiduría
Lv Levítico Sir Sirácida (Eclesiástico)
Nm Números Is Isaías
Dt Deuteronomio Jr Jeremías
Jos Josué Lm Lamentaciones
Jue Jueces Ba Baruc
Rut Rut Ez Ezequiel
1Sam 1º Samuel Dn Daniel
2Sam 2º Samuel Os Oseas
1Re 1º Reyes Jl Joel
2Re 2º Reyes Am Amós
1Cr 1º Crónicas Ab Abdías
2Cr 2º Crónicas Jon Jonás
Esd Esdras Mi Miqueas
Ne Nehemías Na Nahum
Tb Tobías Ha Habacuc
Jdt Judit So Sofonías
Est Ester Ag Ageo
Job Job Za Zacarías
Sl Salmos Ml Malaquías
Pr Proverbios 1Mac 1º Macabeos
Qo Qohelet (Eclesiastés) 2Mac 2º Macabeos
Carlos Miguel Buela

NUEVO TESTAMENTO
Mt Mateo 1Tim 1º Timoteo
Mc Marcos 2Tim 2º Timoteo
Lc Lucas Tit Tito
Jn Juan Flm Filemón
He Hechos de los Apóstoles. Heb Hebreos
(Actas)
Ro Romanos Sant Santiago
1Cor 1º Corintios 1Pe 1º Pedro
2Cor 2º Corintios 2Pe 2º Pedro
Ga Gálatas 1Jn 1º Juan
Ef Efesios 2Jn 2º Juan
Flp Filipenses 3Jn 3º Juan
Col Colosenses Jds Judas
1Te 1º Tesalonicenses Ap Apocalipsis
2Te 2º Tesalonicenses

434
INDICE TEMÁTICO

Aborto: 55, 67, 156. Cáliz: 390 y ss.


Acepción de personas: 335. Caridad: 50, 64, 91, 166, 224,
Alegría: 180, 305, 360, 436. 296.
- de la Cruz: 38 y ss., 98 y - como amistad con Dios:
ss., 131, 136, 310, 413. 313-314.
- de los santos en el cielo: - con el prójimo: 436 y ss.,
416. 450.
Amistad: - con los pecadores: 150-151.
- lo propio de la: 153. Carisma: 37, 426.
Anillo nupcial: 352 y ss. - del primado petrino: 241,
Amor: 246, 249.
- a Dios: 48 y ss., 416. - fundacional: 418.
- a Cristo y a la Eucaristía: Castidad: 92, 321.
310. Católico: 386, 404, 449.
- al prójimo: 149, 436 y ss., - exégesis católica: 421 y ss.
447 y ss. Cielo: 414 y ss.
- al hombre: 150 y ss. Ciencia de la Cruz: 99, 310-
- de esposa: 291 y ss. 311.
- es destruído por: 156. Comunidad:
- mandamientos: 447 y ss. - cristiana: 211, 244.
- esponsalicio: 311 y ss., 352 - vivir en: 171.
y ss., 364 y ss. - religiosa: 336, 387, 437.
- paternal: 31. Comunión: 56, 299.
- y Cruz: 130. Comunión eclesial: 26, 57-58,
Anticoncepción: 156. 245, 249, 275, 394.
Apostolado: 223 y ss. Concupiscencia: 324, 339,
- Apóstoles: 120 y ss., 159, 340 y ss., 380.
163 y ss., 179, 219 y ss. - de poder: 133.
Ayuno: 297, 341. Confianza: 106.
Bartolomé: 269 y ss. - en el Padre: 33, 50.
Biblia: - en Cristo: 40, 291.
- ataques: 343 - en el Espíritu Santo: 250.
- y el Verbo: 418 y ss. Conocimiento:
- autor: 21 y ss. - de Cristo: 48 y ss.
Bienaventuranzas: 51, 150, - de Dios: 433.
388 y ss. - de la Virgen: 338.
- eterna: 295. Consagración: 311 y ss., 386.
- evangélica: 386. - ataques contra: 216.
Carlos Miguel Buela

Contemplación: 40, 351. - Crisis de: 38.


Cultura: 46. - Errores filosóficos sobre la:
- atea: 92. 72 y ss.
Creación: 10, 16, 31, 68, 84, - Inculturación de la: 426.
402. Fideísmo: 67.
Crucufixión: 98 y ss. Fortaleza: 60, 128,180, 212,
Cruz: 130 y ss., 323 y ss. 337.
Deseo: Gloria:
- de Dios: 316, 367, 416. - humana: 341.
- de oprobios: 388. - de Dios: 303.
Desposorio del Verbo con la Gnosticismo: 16, 71, 432.
naturaleza humana: 198. Gozo: 53, 303, 305, 367, 416.
Doctrina: Gracia de Dios: 95 y ss., 172.
- De Cristo: 51 y ss. Hábito: 39, 375 y ss.
Dominio de sí: 336. Heroísmo: 259, 276, 368.
Ecumenismo: 395. Hijo: 37-38, 48, 77 y ss., 99,
- falso: 16. 148-149, 188, 194 y ss.,
Entrega: 311 y ss., 346. 200 y ss.
Esperanza: 50. Hombre:
Espíritu de Dios: 63- 64. - moderno: 176 y ss.
Esposa: 289 y ss., 352, 358, - características del: 169-170.
368. - falsas visiones: 170-171.
- Iglesia como: 365. Iglesia: 16, 57 y ss., 23-24, 25
Esposo: 95 y ss., 215, 307 y ss. y ss., 97-98, 124 y ss., 152,
331, 353, 358-359, 367. 157-158, 225, 246 y ss.,
Estudio: 65, 426. 230, 251 y ss., 242-243,
Eucaristia: 26, 84, 116, 310, 275-276, 285, 307, 394,
325. 399, 401.
Eutanasia: 67-68, 156. - padres de la: 222.
Familia: 169. - y la Santísima Virgen: 211.
- en crisis: 330. - evangelización: 65.
- ataques contra: 410. Incomprensiones: 373 y ss.
Fe: 29, 86 y ss., 164, 170, 403 Infalibilidad:
y ss. - De los apóstoles: 225.
- de María: 200 y ss. - Del Papa: 249.
- y conversión: 201-202. Inocencia: 281.
- en la Trinidad: 14, 207- Koinonía: 148.
208. Libertad: 87, 172, 175, 178,
- Padres de la: 221-222. 318, 346, 383, 447.
- Vivir de la: 37. Limosna: 297, 341, 443.

436
Las Servidoras

Liturgia: 380, 410. Oración: 65, 293, 302, 327,


- desacralizada: 27. 336-337, 349.
Magdalena: 281 y ss. - y Sagrada Escritura: 424.
Mandamientos: 54, 299-300, Pablo: 161, 166, 179, 258 y ss.
438. Paciencia: 258, 328, 336.
- nuevo: 447 y ss. Padre: 9 y ss., 31, 37, 148,
Mártires: 253, 309-310, 392. 205, 301 y ss., 336.
Martirio: 113, 163, 165. Palabra de Dios: 394, 419,
Maternidad: 423 y ss.
- divina: 187, 194. Pasión: 126, 132 y ss., 135 y
- espiritual: 99, 330 y ss. ss., 142 y ss., 391-392.
Misa: 17, 55-56, 60, 83, 162, - Patio de Sanedrín: 144.
288, 410. - Lanza: 101, 103, 106 y ss.
Misericordia: 106-107, 152. - Clavos: 100, 102 y ss.
Misión: - Llagas de Cristo: 104 y ss.
- de los apóstoles: 160, 163, - Gólgota:116, 146.
220. - Pretorio de Pilatos:144 y ss.
- actitud de: 404-405. - Torrente Cedrón: 142.
- ad gentes: 39, 278, 396. Pastoral:
- ad intra: 396. - Falsa aplicación de la: 16.
Misterio: 9 y ss., 40, 84, 244 y - fracaso pastoral: 87.
ss., 317, 367, 394, 406, - nominalista: 28-29.
408-409,418 y ss. - orientación pastoral del
Misterio pascual: 84. Concilio Vaticano II: 399.
Mortificación: 386. Papa: 17, 85, 227, 235.
Mujer: 95. - Juan Pablo II: 237-238,
- Dignidad de la: 5-6. 450.
- Virgen como:147, 209 y ss. Paternidad:
Mundo: - de Dios: 31 y ss., 148.
- Ideas del: 99, 332, 386- Paz: 179, 366.
387, 429. Pecado mortal: 152 y ss., 439-
Murmuración: 439, 443. 440.
Natanael: 269 y ss. Pecador: 99, 104, 150 y ss.
Naturalismo:15. - Magdalena como: 282.
New Age: 88, 427 y ss. - Pedro como: 252.
Naturaleza Divina: 403. Pedro: 30, 38, 86 y ss., 97,
Naturaleza humana: 156. 104, 120, 133, 160, 220,
- de Cristo: 201. 222, 225 y ss., 243, 253 y
Olvido de sí: 336. ss., 262, 410.

437
Carlos Miguel Buela

Penitencia: 92, 281. Sacrificio: 60, 76, 161, 314,


- Pedida por la Virgen: 60. 378.
Perdón: 422. - de la Misa: 17-18, 83, 103,
Persona: 242, 299.
- de Jesucristo: 42. Sagrada Escritura: 21.
- Divinas: 9 y ss., 115, 188, Salvación: 93, 105, 127-128,
194. 130, 132, 143, 174.
Pobreza: 92, 96. San Gabriel: 190, 200 y ss.
- voto de: 347. Santas mujeres: 101.
Pornografía: 68, 156-157. Santiago: 265 y ss.
Primado: 120, 227, 241 y ss., Santidad: 133, 161, 200, 371,
248 y ss., 257. 432.
Progresismo cristiano: 15, - de los apóstoles: 216.
284. Santísima Trinidad: 9 y ss,
Providencia: 32, 389. 379.
- confiar en la: 25, 297, 348. Santos: 59-60, 105, 118, 284
Pudor: 324-325. y ss.
Pureza: 201, 208, 311, 315. Sepulcro: 101, 162.
Racionalismo: 15, 67, 409. Servidoras: 40, 95 y ss., 98,
- bíblico: 22, 420. 300, 307, 320, 326.
Rectitud de intención: 297- Sincretismo religioso: 16.
298. Solidaridad: 148, 395, 405.
Redención: 10-11, 16, 285, Sucesión del primado: 227
344-345, 401 y ss., 409. y ss.
- El papel de la Virgen en la: Sufrimiento: 179, 413.
192 y ss., 200 y ss. Tentaciones de Cristo: 340.
Religión: 15-16, 387 y ss., 408. Testigos:
Religiosos: 164-165, 331, - de la Resurrección: 159
338, 386-387, 409. y ss.
Resurrección: 63, 82, 159 y Testimonio: 41, 74, 92, 190,
ss., 168 y ss., 176 y ss. 261, 329, 342, 350, 375-
Revelación:11-12, 121, 221, 376, 382, 386, 404.
379, 402, 408. - de amor: 292.
Rosario: 60, 213. - ausencia de: 29.
Sabiduría: 367. - de la Resurrección: 181.
- de la Cruz: 130. Tradición: 71, 193, 243, 285.
Sacerdocio de Cristo: 380, - petrina: 247 y ss.
389.
Tribulaciones: 411 y ss.
Sacramentos: 55, 172-173,
Tristeza: 305.
189.

438
Las Servidoras

Unidad: 64. Viernes Santo: 98 y ss.


- en la Iglesia: 246. Virgen María: 107, 187 y ss.,
Unión: 290. 206-207, 315.
- con Dios: 48 y ss., 173, - su fe en la Encarnación:
202, 224, 303. 202-203.
- de voluntades: 369. Vírgenes: 113, 217.
- hipostática: 41 y ss., 115, Virginidad: 95, 97, 112, 215,
188-189. 319 y ss., 325-326, 392.
Verbo Encarnado: 47 y ss., Virtudes:118, 309, 335.
112, 113, 153, 181 y ss., - de los santos: 119.
209, 280, 367, 387. Vocación: 17, 56, 60, 91, 166,
- Vaciamiento del V.E.: 68 168-169, 208, 369.
y ss. Vocaciones: 25-26, 85, 381.
Verdad: 11, 411. - crisis de las: 38.
- de fe: 189, 400. Voluntad: 151, 167, 170, 208,
Verdadera concepción del 285-286, 336.
hombre: 169-170. - de Cristo: 142, 268.
Victoria de Cristo: 173, 253. - del Padre: 198-199, 371.
- de los mártires: 121. Votos religiosos: 289, 334,
Vida: 6, 132. 339, 346, 348, 351, 376.
- errores respecto a la: 29.
- religiosa: 57, 93, 290, 311,
331-332, 347 y ss., 439 y ss.
- contemplativa: 98, 420,
437.

439
INDICE GENERAL

PRÓLOGO.................................................................................... 5

Primera parte: «SANTÍSIMA TRINIDAD»

1. La verdad más bella: Dios es Uno y Trino ............................. 9


2. Siempre el primero Dios ....................................................... 21
3. La bondad de nuestro Padre celestial .................................... 31

Segunda parte: «JESUCRISTO»

CAPÍTULO 1: EL VERBO ENCARNADO


1. Jesucristo, el Verbo Encarnado.............................................. 37
2. Disolución de la Encarnación ................................................ 40
3. «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).... 46
4. Negación de la Encarnación .................................................. 61
5. Hegel y el vaciamiento del Verbo.
El intento de reducir el cristianismo de acontecimiento a idea .. 68

CAPÍTULO 2: ¿QUIÉN ES JESUCRISTO?


1. ¿Quién eres, Señor? (He 9,5) ............................................... 75
2. «No tengáis miedo ¡Yo Soy!» (Mt 14,27)................................ 78
3. Jesucristo «eternamente joven».............................................. 80
4. Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,68)........................... 84
5. Cristo Rey del Universo......................................................... 88

CAPÍTULO 3: SU PASIÓN
1. Cristo Crucificado y la Servidora........................................... 93
2. El clavo penetrante es una llave .......................................... 100
3. ¡Gritó el Señor! ................................................................... 105
4. Tres exclamaciones y tres signos .......................................... 107
5. Colgado de la Cruz ............................................................. 112
6. Himno a la Cruz.................................................................. 126
Carlos Miguel Buela

7. Todo está en la Pasión ......................................................... 129


8. Un gran drama: ¡La Pasión!................................................. 131
9. Cuadros de la Pasión........................................................... 138
10. «Todos somos uno en Cristo Jesús» (Ga 3,28) ................... 144

CAPÍTULO 4: SU RESURRECCIÓN
1. Testigos de la resurrección ................................................... 155
2. Cristo resucitado: Hombre perfecto ..................................... 164
3. ¿Agobiado o resucitado? ..................................................... 171

Tercera parte: «LOS SANTOS»

CAPÍTULO 1: LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA


1. María, ¡es Madre de Dios! ................................................... 181
2. ¡Sella las cosas que hablaron los truenos!............................ 183
3. «... concebirás y darás a luz un hijo» (Lc 1,31) .................... 193
4. La Mujer vestida de sol ....................................................... 202

CAPÍTULO 2: LOS APÓSTOLES DEL SEÑOR


1. Los apóstoles, miembros «de excepción» del Cuerpo Místico .. 211
2. La gracia específica de los 12 apóstoles............................... 215
3. San Pedro: los escritos en la basílica.................................... 217
4. El misterio de Pedro ............................................................ 228
5. El Primado de Pedro ........................................................... 233
6. El multifacético Pedro .......................................................... 245
7. Los tres grandes testigos ...................................................... 253
8. La sonrisa y el Viento: Natanael, bar Tholmai ..................... 260
9. La sonrisa de un Apóstol ..................................................... 261
10. Era un hombre plural ........................................................ 264
11. El Viento y la misión ......................................................... 267

CAPÍTULO 3: LOS DISCÍPULOS DEL SEÑOR


1. María Magdalena ................................................................ 271
2. Los Santos vilipendiados ..................................................... 274

442
Las Servidoras

Cuarta parte: «ESPOSAS DEL VERBO»


1. Esposas del Verbo ............................................................... 279
2. Esposa de Jesucristo............................................................ 281
3. Él (I) .................................................................................... 283
4. Él (II) ................................................................................... 289
5. Él (III) .................................................................................. 296
6. No dos, sino uno ................................................................. 300
7. Pequeño florilegio de la virginidad....................................... 308
8. Maternidad Espiritual .......................................................... 318
9. Piden al cielo el bien de la tierra ......................................... 326
10. La vida religiosa: ¿útil o inútil? .......................................... 334
11. Características del anillo nupcial ........................................ 339
12. ¡Que me bese con los besos de su boca! (Ct 1,2) .............. 351

Quinta parte: «EL CÁNTICO NUEVO»


1. ¿Por qué tantas incomprensiones?....................................... 359
2. La libertad en Cristo............................................................ 368
3. Locura de ser cristianos ....................................................... 371
4. ¡Possumus! .......................................................................... 376
5. Las «banderas» para las jóvenes consagradas ...................... 379
6. La renovación en sus fuentes.
Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II ......................... 383
7. Un cristianismo sin «rímel» .................................................. 392
8. Las tribulaciones, camino al cielo ........................................ 395
9. El cielo. «¡Qué bien se está aquí!» ........................................ 398
10. El Verbo y la Biblia............................................................ 402
11. New Age ........................................................................... 411
12. Dios es alegría infinita. La caridad con el prójimo ............. 420

EPÍLOGO

Os doy un mandamiento nuevo .............................................. 429

ABREVIATURAS BÍBLICAS ............................................................. 433


INDICE TEMÁTICO ....................................................................... 435
INDICE GENERAL ......................................................................... 441

443
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Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará
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