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Ni responsabilidad social ni
caridad, bienestar se financia con
impuestos
05 de abril de 2020

La crisis del coronavirus genera una explosión de datos


estadísticos que exponen no solo la extrema
desigualdad en los ámbitos social, económico, político,
sino también el posicionamiento de personas,
corporaciones y gremios. Esta epidemia nos permite
develar a aquellos que abusaron de lo público, pero
también a quienes fueron reticentes a aportar a la
construcción de un Estado fuerte que hoy nos permita
sobrellevar mejor esta situación. El largo periodo de
crecimiento benefició de manera desigual. Cualquier
reforma del Estado que se realice debe impulsar una
retribución más equitativa de los resultados del
desempeño económico.

Muchos sectores se beneficiaron con más de 15 años de alto


crecimiento económico. Y a pesar de que en los últimos 5 años el
aumento del PIB se enlenteció, algunos de estos sectores y
ramas de la economía continuaron teniendo muy buenos
resultados en su rentabilidad.
Si bien, como todo en Paraguay, dadas las desigualdades, es
necesario tener cuidado con el tamaño y las características
particulares de las empresas, en términos generales se puede
saber con claridad quiénes salieron más gananciosos, a quiénes
les fue medianamente bien y quiénes, a pesar del buen
desempeño, no sintieron los beneficios.
Un país se construye entre todos. Pero no se le puede pedir el
mismo esfuerzo a quienes están en la base de la pirámide y a
quienes están en la cima. Hay muchas razones económicas que
justifican un tratamiento desigual. Estas razones no son
precisamente socialistas o “zurdas”. Vienen del liberalismo
económico y están en los manuales de economía.
En primer lugar, las externalidades positivas que tiene para la
economía de un país que a todos les vaya bien. La mayor parte
de las pequeñas y medianas empresas no pueden acumular un
mínimo colchón porque su mercado es relativamente pequeño en
cantidad y en capacidad adquisitiva.
El 70% de la población sobrevive con ingresos mínimos que
apenas le alcanzan para su alimentación básica y pagar gastos
de vivienda y transporte. Otro 20%, a pesar de que cuenta con un
poco más de recursos, gasta gran parte de los mismos en
servicios que debieran proveer los sistemas de salud, educación y
transporte público. Tampoco le queda espacio para darse ciertos
lujos como disfrutar de una comida en un restaurante. Con esta
estructura de consumo, no debe llamar la atención que el sector
gastronómico a las dos semanas de paro ya estaba con
problemas serios.
Por eso es importante contar con recursos tributarios para
financiar políticas de desarrollo productivo, laborales, de salud,
educación y protección social que favorezcan a todos, permitan
reducir las desigualdades y ayuden a crear una amplia, fuerte y
resiliente clase media.
En segundo lugar, a pesar de que todos ponen su máximo
esfuerzo en producir para garantizar su mantenimiento autónomo,
no todos cuentan con el acceso a los activos que requieren, como
tierra, capital, infraestructura. Por eso, en los países del mundo
desarrollado pagan más quienes más utilizan los recursos que
provee un país: tierra, apalancamiento financiero, trabajadores
formados con fondos públicos, infraestructura pública de agua,
rutas, energía eléctrica. En tercer lugar, las externalidades
negativas. Las actividades económicas que contaminan tienen los
llamados “impuestos disuasivos”, para reducir su consumo o
producción y recaudar para paliar sus resultados negativos.
Finalmente, y la más importante razón, es la consideración ética.
Vivir en comunidad, construir una Nación tiene como condición
básica el compromiso para con los demás. Y ese compromiso se
concreta en el pago de impuestos y no en la caridad ni la
responsabilidad social. Esperemos que esta crisis nos ayude a
comprender que si queremos un Paraguay diferente, el aporte
debe ser proporcional a los beneficios que nos proporciona vivir
en él.

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