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Humanismo Beligerante

Alejandro Serrano Caldera (La Prensa/Archivo)

Alejandro Serrano Caldera


El autor es filósofo y escritor nicaragüense

domingo@laprensa.com.ni

Mariano Fiallos Gil, cuyo centenario de su nacimiento se conmemora este año, publicó en 1958 la
obra Humanismo Beligerante, en la que, a través de diferentes temas y pensadores, presenta la
idea del compromiso del ser humano en la vida y en la historia y su relación con los más altos
valores de la justicia y de la libertad.

“El Humanismo —nos dice— tiene una historia generosa y arranca desde el preciso momento en
que el hombre se mira a sí mismo, pero no para ensimismarse, sino para exponerse, desarrollando
armoniosamente sus facultades naturales. De aquí que el Humanismo sea una actitud, una manera
de pensar y de vivir que abarca todo el género humano, fuera de todo aristocratismo y torre de
marfil, con erudición militante para uso genérico y no ad usum delphini.

Esta idea central recorre su obra y su vida buscando la síntesis entre la teoría y la práctica, la
praxis, pues la idea sólo alcanza su plenitud creadora cuando se completa en la acción, a la vez que
esta sólo adquiere su verdadera dimensión humana iluminada por la razón.

De ahí que Mariano Fiallos Gil admire la lección de Protágoras cuando enseña que “el hombre es la
medida de todas las cosas” y aprecie la idea que sostiene que la verdad surge de la acción del ser
humano y de su circunstancia y juzgue, frente a Aristóteles y sus seguidores, que las verdades
incontrovertibles que proclaman son antihumanas.

Admira en Sócrates la intención de transformar a cada quien en su propio juez y situar la razón en
el lugar supremo para desde ella y en un constante ejercicio crítico, examinarse a sí mismo y de
forma autónoma examinar las acciones del ser humano. “Es, nos dice, el primer filósofo auténtico,
porque lo que le interesa no es tan sólo el saber de la naturaleza sino el saber del hombre que es
lo único interesante y decisivo”.

El pensamiento y acción de Mariano Fiallos Gil quedan expuestos, a mi modo de ver, de la manera
más precisa y transparente en lo que él llama en su obra “la Generosidad de Terencio”, la que
contrapone a “la Desolación de Séneca”. Mientras Séneca funda su filosofía moral bajo el signo de
la misantropía cuando afirma Quotis inter homines fui, minor homo redii, cuantas veces estuve
entre los hombres, había de retornar menos hombre, Terencio —nos dice Fiallos— lanza el grito
más generoso de la antigüedad en su comedia El Verdugo de Sí Mismo “con aquel admirable verso
tantas veces citado, Homo sum nihil humani a me alienum puto, hombre soy y nada de lo que es
humano me es indiferente”.

Pero el Humanismo Beligerante es mucho más que un libro, es una práctica y una vida, la práctica
y la vida de Mariano Fiallos Gil quien fue en Nicaragua una de las figuras más relevantes de su
tiempo; la Universidad y él se encontraron en 1957, justo en el momento en que ambos más se
necesitaban. La Universidad, salvo un sector del estudiantado y de un grupo de profesores
universitarios, era expresión de la decadencia general del país; Mariano era un hombre cuya
inteligencia y creatividad no habían encontrado aún el terreno donde germinar a plenitud.

Pero él llegó a la Universidad y se encontró con la juventud universitaria de esa época, con sus
problemas y ambiciones, intereses y sueños, frustraciones y esperanzas. Rápidamente estimuló el
diálogo, la discusión, la crítica y el libre examen, en una sociedad atropellada por la dictadura y
escéptica por los golpes recibidos y en una Universidad disminuida por el acomodamiento y la
apatía.

A través de él, la rebeldía adquirió un cauce y un sentido, los universitarios sintieron que los
humores de la política dominante que enrarecían el aire se disipaban y que finalmente había en el
país un lugar donde respirar. Pero la Universidad fue también y, sobre todo, compromiso, el lugar
en el que se fue elaborando poco a poco con mayor o menor conciencia, una nueva visión que
enfrentar a las formas desgastadas y corruptas de la política de entonces, un laboratorio en el cual
día a día en medio de discusiones y contradicciones se buscaban alternativas de lucha, un centro
en el que a la vez que se recuperaba paulatinamente el rigor académico, se ponía a las ciencias y a
las humanidades al servicio de la libertad.

Con Mariano Fiallos Gil llegaba a la Universidad de Nicaragua la Reforma de Córdoba con cuarenta
años de retraso. Pero llegaba, téngase en cuenta, a una Universidad relegada y sobre todo, las
ideas de la Reforma de Córdoba llegaban a la Universidad en un país en donde la dinastía tenía
casi veinticinco años de tiranizarlo: veintitrés de Somoza García, el fundador, y uno de Luis Somoza
que empezaba. Nos encontrábamos a mitad del camino en la larga noche de casi medio siglo de
Somocismo en Nicaragua.

Mariano Fiallos Gil profundizó el diálogo con los estudiantes universitarios (el que no iba a
terminar sino hasta su muerte) con su Carta del Rector a los Estudiantes, en 1958, la que,
refiriéndose a la Universidad, terminaba diciendo: “Entrad, pues, y tomad posesión de ella”.

El 27 de marzo de 1958, por Decreto Ejecutivo No. 38 se obtenía la Autonomía Universitaria y se


abría un horizonte de esperanzas en la Universidad y un ancho espacio hacia dónde dirigir la
actividad y la creatividad juveniles. El 23 de julio de 1959 el Ejército disparaba contra una
manifestación estudiantil matando a cuatro jóvenes universitarios e hiriendo a un gran número de
ellos. Ambos hechos marcarían la historia de la Universidad y en alguna forma los posteriores
acontecimientos de la vida nicaragüense.

Junto al hermoso lema universitario SIC ITUR AD ASTRA, que señala el sendero hacia las estrellas,
Mariano Fiallos Gil había acuñado otro no menos hermoso (y peligroso) A LA LIBERTAD POR LA
UNIVERSIDAD.

El legado de Mariano Fiallos Gil es hoy tan vigente como ayer, pues siempre tendrá imperativa
actualidad la defensa de la razón, la justicia, el pluralismo, la actitud crítica, el derecho a disentir y,
sobre todo, la libertad, sin la cual ningún otro valor es posible, pues de su plenitud y esplendor
depende la realización de la dignidad de la persona y de la identidad de los pueblos.

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