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ANTOLOGIAS

LIC. JUDITH DE JESUS ALMAZAN

ALUMA: ROCIO MAYTE ESCOBEDO


RODRIGUEZ #06
404

16-ABRIL-2018
INDIC
DON JUAN O EL CAVIDADO DE PIEDRA…………………………………………………………3

E
AGAMENON……………………………………………………………………………………………..11
CLEOPATRA Y ANTONIO…………………………………………………………………………….16
TRAGEDIA DE RICARDO III…………………………………………………………………………25

OBRAS DRAMATICAS

[NOMBRE DEL AUTOR] 1


PERSONAJES

DON JUAN, hijo de Don Luis


SGANARELLE
ELVIRA, esposa de Don Juan
GUZMÁN, escudero de Elvira
DON CARLOS, hermano de Elvira
DON ALONSO, hermano de Elvira
DON LUIS, Padre de Don Juan
FRANCISCO, mendigo
CARLOTA, aldeana
MATURINA, aldeana
PERICO, aldeano
LA ESTATUA DEL COMEDIANTE
LA VIOLETA, criado de Don Juan
RAGOTÍN, criado de Don Juan
DON DOMINGO, mercader
LA REMÉE, espadachín
SÉQUITO DE DON JUAN
SÉQUITO DE DON CARLOS y DON ALFONSO, hermanos
ESPECTRO

OBRAS DRAMATICAS ACTO PRIMERO


ESCENA PRIMERA
(La escena representa un palacio)
SGANARELLE: (Teniendo en la mano una tabaquera) Digan lo que quieran de Aristóteles y toda la
filosofía, nada hay igual al tabaco; es la pasión de las gentes honradas, y quién vive sin tabaco no es digno
de vivir. No tan sólo regocija y purifica los cerebros humanos, sino que también acostumbra las almas a la
virtud, y con él aprende uno a ser un hombre honrado. ¿No ves realmente, en cuanto se toma, de qué
manera amable se comporta uno con todo el mundo my lo encantados que nos sentimos al ofrecerlo a
derecha y a izquierda, en todas partes donde estemos? No espera uno siquiera a que se lo pidan, y nos
adelantamos al deseo de las gentes; hasta tal punto es cierto que el tabaco inspira sentimientos de honor y
de virtud a todos cuantos lo toman. Mas dejemos este tema y reanudemos nuestro discurso. ¿De suerte,
querido Guzmán, que doña Elvira, tu señora, sorprendida por nuestra marcha, ha echado detrás de
nosotros, y su corazón, que mi amo ha sabido conmover fuertemente, no ha podido vivir, dices, sin venir
a buscarle aquí? ¿Quieres que te diga mi pensamiento, aquí entre nosotros? Temo que se vea mal
recompensada por su amor, que su viaje a esta ciudad tenga poco resultado y que hubierais adelantado lo
mismo quedándose allí
GUZMÁN: Te ruego, Sganarelle, que me digas cuál es la razón que puede inspirarle un temor de tal mal
augurio ¿Te ha abierto tu amo su corazón sobre eso y te ha dicho, acaso, que mostró hacia nosotros cierta
frialdad que le obligara a partir?

[NOMBRE DEL AUTOR] 2


SGANARELLE: Nada de eso; pero conozco a bulto el rumbo de las cosas, y, sin que haya dicho nada aún
apuesto casi a que el negocio marcha por esos derroteros. Podré, quizá, equivocarme; mas, en fin: en tales
cuestiones, la experiencia ha podido proporcionarme ciertas luces
GUZMÁN: ¡Cómo! ¿Esa partida imprevista sería una infidelidad de Don Juan? ¿Podría él hacer
semejante injuria a la casta pasión de doña Elvira?
SGANARELLE: No; que es joven todavía y no tiene valor
GUZMÁN: ¿Un hombre de su calidad iba a cometer una acción tan cobarde?
SGANARELLE: ¡Sí, sí! ¡Su calidad! ¡Bella razón que iba a impedirle hacer esas cosas!
GUZMÁN: Mas está comprometido por los sagrados lazos del matrimonio
SGANARELLE: ¡Ah, mi pobre Guzmán! No sabes aún, amigo mío, créeme, qué clase de hombre es Don
Juan
GUZMÁN: No sé, en verdad, qué hombre puede ser si ha de hacernos tal perfidia, y no comprendo cómo,
después de tanto amor y de tanta impaciencia probada, de tantos homenajes apremiantes, deseos, suspiros
y lágrimas; después de tantas cartas apasionadas, de tantas ardientes protestas y de tantos reiterados
juramentos, de tantos arrebatos, en fin, como ha mostrado hasta forzar con su pasión el sagrado obstáculo
de un convento para hacer que doña Elvira cayese en su poder; no comprendo, repito, cómo después de
todo eso tendría el corazón para poder faltar a su palabra
SGANARELLE: No me cuesta mucho trabajo comprenderle, y si conocieras a nuestro hombre, te
parecería la cosa bastante fácil para él. No Diego que hayan cambiado sus sentimientos por doña Elvira;
OBRAS DRAMATICAS
no tengo aún la certeza; ya sabes que por orden suya partí antes que él; y no me ha hablado desde su
llegada; mas te prevengo y te informo, inter nos, que tú ves en don Juan, mi amo, al mayor desalmado que
ha producido la tierra, a un rabioso, un perro, un diablo, un turno, un hereje, que no cree ni en el Cielo, ni
en los Santos, ni en Dios, ni en los duendes; que pasa su vida como una verdadera bestia, como un cerdo
de Epicuro, como un auténtico Sardanápalo; que cierra sus oídos a todas las reconvenciones cristianas que
puedan hacerle, y que considera unas pamplinas todo lo que nosotros creemos. Me dices que se ha casado
con tu ama; créeme, habría hecho más por su pasión si se hubiese casado también contigo, con su perro y
su gato. No le cuesta nada contraer matrimonio; no utiliza otros lazos para atrapar a las beldades, y es un
amante sin escrúpulos: damas, damiselas, burguesa, aldeana; no encuentra nada demasiado blando para él,
y si te nombrase yo a todas aquellas con las que se ha casado en diversos lugares, sería un capítulo que
duraría hasta la noche. Te quedas sorprendido y cambias de color ante este discurso, pues es sólo un
bosquejo del personaje, y para concluir el relato, serían precisas muchas más pinceladas. Basta con ello
para que el enojo del Cielo caiga sobre él algún día; más me valdría pertenecer al diablo que a este amo, y
ME hace presenciar tantos horrores, que yo desearía que estuviese ya no sé dónde. Mas un gran señor
malvado es algo terrible; tengo que serle fiel pese a todo mi despecho; el miedo hace de mí el oficio del
celo, enfrenta mis sentimientos y me obliga con mucha frecuencia a aplaudir lo que mi alma Don Juan o
el convidado de piedra detesta. Hele aquí; viene a pasearse por este palacio; separémonos. Escucha, al
menos: te he hecho esta confianza con franqueza, y se me ha escapado un poco de prisa de la boca; mas si
llegara esto a sus oídos, diría yo públicamente que mentías
ESCENA SEGUNDA
DON JUAN: ¿Qué hombre era el que te hablaba? Paréceme que tiene toda la traza de un buen Guzmán de
doña Elvira

[NOMBRE DEL AUTOR] 3


SGANARELLE: Algo de eso es
DON JUAN: ¿Cómo? ¿Es él?
SGANARELLE: El mismo
DON JUAN: ¿Y desde cuándo está en la ciudad?
SGANARELLE: Desde anoche
DON JUAN: ¿Y qué le trae aquí?
SGANARELLE: Creo que suponéis fácilmente lo que puede inquietarle
DON JUAN: ¿Nuestra partida, sin duda?
SGANARELLE: Le ha mortificado grandemente al buen hombre, y me preguntaba el motivo
DON JUAN: ¿Y qué respuesta le has dado?
SGANARELLE: Que no me habíais dicho nada de ello
DON JUAN: Mas, en fin, ¿qué es lo que piensas? ¿Qué te figuras de este asunto?
SGANARELLE: ¿Yo? Creo, sin perderos, que tenéis algún nuevo amorío
DON JUAN: ¿Crees eso?
SGANARELLE: Sí
OBRAS DRAMATICAS
DON JUAN: A fe mía, no te engañas, y debo confesarte que otra persona ha apartado a Elvira de mi
pensamiento
SGANARELLE: ¡Ah, Dios mío! Conozco a mi don Juan al dedillo y tengo a vuestro corazón por el
mayor corretón del mundo; le complace ir de lazo en lazo y no le gusta permanecer quieto
DON JUAN: Y dime: ¿no te parece que tengo razón en emplearlo así?
SGANARELLE: Yo, señor...
DON JUAN: ¿Qué? Habla.
SGANARELLE: Seguramente tenéis razón, si queréis; no se os puede contradecir. Mas si no lo queréis,
sería quizás otro asunto
DON JUAN: Pues bien: te concedo la libertad de hablar y de decirme tu opinión
SGANARELLE: En tal caso, señor, os diré francamente que no apruebo en absoluto vuestro método y
que encuentro muy mal amar a todos los lados como hacéis
DON JUAN: ¡Cómo! ¿Quieres que permanezca uno ligado a la primera mujer que nos cautiva; que se
renuncie al mundo por ella y que no tenga uno ya ojos para nadie? ¡Linda cosa la de querer jactarse del
falso honor de ser fiel, enterrándose para siempre en una pasión y permaneciendo muerto en la juventud a
todas las otras beldades que pueden conmover nuestros ojos! No, no; la constancia es sólo buena para los
ridículos; todas las beldades tienen derecho a seducirnos, y la ventaja de haber sido la primera no debe
quitar a las otras las justas pretensiones que tienen sobre nuestros corazones. Por mi parte, la belleza me

[NOMBRE DEL AUTOR] 4


extasía allí donde la encuentro, y cedo con facilidad a esa dulce violencia a que nos arrastra. Aunque esté
comprometido, el amor que siento por una beldad no obliga a mi alma a cometer una injusticia con las
otras, conservo mis ojos para ver el mérito de todas, y rindo a cada una los homenajes y tributos a que nos
obliga la Naturaleza. Sea lo que fuere, no puedo negar mi corazón a todo cuanto veo de amable, y no bien
un bello rostro me lo pide, si tuviera yo diez mil corazones, todos los entregaría. Las nacientes
inclinaciones tienen, después de todo, encantos inexplicables, y todo el placer del amor está en el cambio.
Se goza una dulzura suma venciendo con cien homenajes el corazón de una belleza juvenil, viendo día
tras día los pequeños progresos que uno hace, combatiendo por medio de arrebatos, lágrimas y suspiros el
inocente pudor de un alma a la que le cuesta trabajo rendir las armas, forzando poco a poco todas las
débiles resistencias que ella nos opone, venciendo los escrúpulos de que se enorgullece y llevándola
suavemente allí donde deseamos hacerla llegar. Mas una vez adueñado de ella, no hay nada que decir ni
que desear; acaba toda la hermosura de la pasión, y nos adormecemos en la tranquilidad de semejante
amor como no venga algún nuevo objeto a despertar nuestros deseos y a ofrecer a nuestro corazón los
encantos atrayentes de una conquista a realizar. En fin: nada hay tan dulce como vencer la resistencia de
una beldad, y yo tengo, en ese aspecto, la ambición de los conquistadores que vuelan perpetuamente de
victoria en victoria sin poder decidirse a limitar sus deseos. Nada hay que pueda detener la impetuosidad
de los míos; siento en mí un corazón capaz de amar a toda la tierra, y como Alejandro, desearía yo que
hubiese otros mundos para poder extender a ellos mis conquistas amorosas.
SGANARELLE: ¡Cómo os expresáis, por mi vida! Parece que habéis aprendido de memoria y habláis
enteramente como un libro
DON JUAN: ¿Qué tienes que decir a eso?
SGANARELLE: A fe mía, tengo que decir... No sé qué decir, pues dais la vuelta a las cosas de un modo
OBRAS DRAMATICAS
que parecéis tener razón, y, sin embargo, es indudable que no la tenéis. Guardaba yo los más hermosos
pensamientos del mundo, y vuestros discursos lo han embrollado todo. Dejadlo; otra vez pondré mis
razones por escrito para discutir con vos.
DON JUAN: Y harás bien
SGANARELLE: Pero, señor, ¿entrará en el permiso que me habéis concedido el deciros que estoy un
tanto escandalizado de la vida que lleváis?
DON JUAN: ¡Cómo! ¿La vida que llevo?
SGANARELLE: Muy buena. Mas, por ejemplo, eso de veros casados todos los meses como hacéis...
DON JUAN: ¿Hay nada más agradable?
SGANARELLE: Es cierto. Me figuro que eso es muy agradable y divertido, y consentiría en decirlo si no
existiera mal en ello; pero, señor, burlarse de un sagrado misterio y....
DON JUAN: ¡Bah, bah! eso es una cuestión entre el Cielo y yo, y ya la arreglaremos juntos sin necesidad
de que te preocupes
SGANARELLE: A fe mía, señor, he oído decir que es una burla malvada la que se hace con el Cielo, y
que los libertinos no tienen nunca un buen fin
DON JUAN: ¡Hola, maese necio! Ya sabéis que os he dicho que no me agradan las amonestaciones

[NOMBRE DEL AUTOR] 5


SGANARELLE: Por eso no me refiero a vos; Dios me libre. Vos sabéis lo que hacéis, y si no creéis nada,
vuestras razones tendréis; pero hay ciertos pequeños impertinentes por el mundo que son libertinos, sin
saber por qué, que presumen de espíritus fuertes, porque creen que esto les sienta bien, y si yo tuviera un
amo así, diría claramente, mirándole de frente: "¿Osáis burlaros así del Cielo, y no tembláis al mofaros
como lo hacéis de las cosas más santas? ¿Y es misión vuestra, gusanillo de la tierra, pigmeo (estoy
hablando al amo que ya he dicho); es misión vuestra querer tomar a burla lo que todos los hombres
reverencian? ¿Creéis que por ser de alcurnia, por tener una peluca ru……….
DON JUAN: Basta...
SGANARELLE: ¿De qué se trata?
DON JUAN: Se trata de decirte que una beldad me enamora, y que arrebatado por sus hechizos la he
seguido hasta esta ciudad
SGANARELLE: ¿Y no teméis nada, señor, por la muerte de aquel comendador a quién matasteis hace
seis meses?
DON JUAN: ¿Por qué temer? ¿No le maté del todo?
SGANARELLE: Perfectamente, del mejor modo del mundo, y haría mal en quejarse
DON JUAN: Y obtuve mi absolución en ese asunto
SGANARELLE: Sí; mas esa absolución no ha extinguido quizá el resentimiento de sus parientes y
amigos y...
DON
OBRASJUAN:DRAMATICAS
¡Ah! No pensemos en el mal que pueda sucedernos; pensemos solamente en lo que puede
proporcionarnos placer. La persona de que te hablo es una joven prometida, la más encantadora del
mundo, que ha sido traída aquí por el mismo con quien viene a casarse, y el azar me permitió ver a esa
pareja de amantes tres o cuatro días antes de su viaje. No he visto nunca dos personas tan contentas la una
de la otra, y haciéndolas ostensible su amor. La ternura visible de sus mutuos ardores me conmovió;
afectó mi corazón, y mi amor comenzó por los celos. Sí; no pude soportar, al principio, verlos tan
extasiados juntos; el despecho encendió mis deseos y concebí un placer en poder trastornar su acuerdo y
en romper ese apego que hería la delicadeza de mi corazón; mas hasta ahora todos mis esfuerzos han sido
inútiles, y tengo que recurrir al último remedio. El presunto esposo debe hoy de obsequiar a su prometida
con un paseo por el mar; sin haberme dicho ni una palabra, todo está preparado para satisfacer mi amor, y
tengo una barquita y unas gentes con las que pretendo raptar muy fácilmente a la beldad
SGANARELLE: ¡Ah, señor...!
DON JUAN: ¡Eh!
SGANARELLE: Está eso muy bien en vos, y obráis como es preciso; en este mundo no hay más que
darse satisfacción
DON JUAN: Prepárate, pues, a venir conmigo, cuida tú mismo de traer todas mis armas, a fin que...
(Viendo a DOÑA ELVIRA) ¡Ah, enojoso encuentro! Traidor, no me habías dicho que estuviera ella aquí
SGANARELLE: Señor, no me lo habéis preguntado...
DON JUAN: ¡Habrá loca! ¿Pues no ha venido a este lugar sin cambiar de vestido, con su

[NOMBRE DEL AUTOR] 6


atavío de campo?
Don Juan o el convidado de piedra 6
ESCENA TERCERA
DOÑA ELVIRA: ¿Me haréis la merced, don Juan, de querer reconocerme? ¿Y puedo esperar, al menos,
que os dignéis volver la cara hacia este lado?
DON JUAN: Señora, os confieso que estoy sorprendido y que no esperaba aquí
DOÑA ELVIRA: Si; ya veo que no me esperabais y que estáis sorprendido, en verdad, mas de muy
distinto modo del que yo esperaba, y la manera de estarlo me persuade plenamente de lo que me negaba a
creer. Me admira mi necedad y la flaqueza de mi corazón al dudar de una traición que tantas apariencias
me confirmaban. He sido harto benévola, lo confieso, o, mejor dicho, harto simple, para querer
engañarme a mí misma y procurar desmentir mis ojos y mi juicio. He buscado razones para disculpar ante
mi ternura la tibieza del amor que veía en vos, y me he forjado deliberadamente cien motivos legítimos de
una partida tan precipitada para buscar justificación al crimen del que mi corazón os acusaba. Por mucho
que me decían mis justas sospechas, a diario, y escuchaba complacida mil quimeras ridículas que os
mostraban inocente ante mi corazón; mas, en fin, este encuentro no me permite ya dudar, y la mirada que
me ha acogido me enseña muchas más cosas de las que quisiera saber. Me gustaría, sin embargo, oír de
vuestros labios las razones de vuestra partida. Hablad don Juan, os lo ruego, y veamos con qué cara
sabréis justificaros
DON JUAN: Señora, aquí está Sganarelle, que sabe por qué he partid
SGANARELLE: (Bajo, a DON JUAN) ¿Yo? Yo no sé nada, señor, si os place
OBRAS DRAMATICAS
DOÑA ELVIRA: Sea; hablad, Sganarelle. No importa de qué boca oiga yo esas razones
DON JUAN: (Haciendo señas a SGANARELLE para que se acerque) Vamos; hablad, pues a la señora
SGANARELLE: (Bajo, a DON JUAN) ¿Y qué queréis que diga yo?
DOÑA ELVIRA: Acercaos, ya que así lo desean, y decidme pronto las causas de tan rápida partida
DON JUAN: ¿No responderás?
SGANARELLE: (Bajo a DON JUAN) No tengo nada que responder. Os burláis de vuestro servidor
DON JUAN: ¿Quieres responder, te digo?
SGANARELLE: Señora
DOÑA ELVIRA: ¿Qué?
SGANARELLE: (Volviéndose hacia DON JUAN) Señor...
DON JUAN: Sí...
SGANARELLE: Señora, los conquistadores, Alejandro y los otros mundos, son la causa de nuestra
partida. He aquí, señor, todo lo que puedo decir
DOÑA ELVIRA: ¿Accedéis, don Juan, a aclararnos esos bellos misterios?
DON JUAN: Señora, a deciros verdad...
[NOMBRE DEL AUTOR] 7
DOÑA ELVIRA: ¡Ah, qué mal sabéis defenderos para ser un cortesano que debía estar acostumbrado a
esta clase de cosas! Me da lástima ver la confusión en que os halláis. ¿Por qué no os armáis de un noble
descaro? ¿Cómo no me juráis que experimentáis siempre los mismos sentimientos hacia mí; que me
amáis siempre con un ardor sin igual y que nada hay capaz de apartaros de mí, excepto la muerte? ¿Cómo
no me decís que unos negocios de suma importancia os han obligado a partir sin comunicármelo; que os
es preciso, bien a vuestro pesar, permanecer aquí algún tiempo, y que no tenga sino que regresar allí de
donde vengo, con la seguridad de que seguiréis mis pasos lo antes que os sea posible; que es muy cierto
que ardéis de deseos de reuniros conmigo, y que lejos de mí padecéis lo que padece un cuerpo separado
de su alma? Así debéis defenderos y no quedaros sobrecogido como estáis
DON JUAN: Os confieso, señora, que no poseo talento para disimular, y que mi corazón es sincero. No
os diré nunca que experimento los mismos sentimientos hacia vos ni que ardo de deseos de reunirme con
vos, ya que, en fin, está comprobado que no he partido más que por huir de vos, no por los motivos que
hayáis podido figuraros, sino por un puro motivo de conciencia y para no creer que con vos pueda yo
vivir sin pecado. He sentido escrúpulos, señora, y he abierto los ojos del alma ante lo que hacía. He
reflexionado en que, para casarme con vos, os he arrebatado a la clausura de un convento, haciéndoos
romper unos votos que os ligaban a otra parte, y que el Cielo está muy celoso de esta clase de cosas. Me
ha invadido el arrepentimiento y he temido al enojo celestial. He creído que nuestro matrimonio no era
más que un adulterio encubierto que nos atraería alguna desgracia de las alturas, y que, en fin, debería yo
intentar olvidaros y daros algún medio de volver a vuestras primeras cadenas. ¿Querríais, señora,
oponeros a tan santo pensamiento, atrayéndome, al reteneros así, la enemistad del Cielo, y qué...?
DOÑA ELVIRA: ¡Ah, malvado! Ahora es cuando te conozco por entero, y para desdicha mía te conozco
cuando ya no hay tiempo, cuando semejante conocimiento sólo puede servirme para desesperarme; mas
quiero
OBRAS queDRAMATICAS
sepas que tu crimen no quedará impune, y que ese mismo Cielo, del que te burlas, sabrá
vengarme de tu perfidia
DON JUAN: El Cielo, Sganarelle
SGANARELLE: ¡Sí, es verdad; nosotros nos burlamos lindamente de eso!
DON JUAN: Señora
DOÑA ELVIRA: Basta; no quiero escuchar más, e incluso me reprocho el haber oído ya demasiado. Es
una cobardía hacerse explicar su afrenta en demasía, y todo corazón noble debe formar su juicio a la
primera palabra sobre tales cuestiones. No esperéis que me desate ahora en reproches e injurias. No, no,;
mi enojo no va a exhalarse en vanas palabras, y reserva todo su ardor para su venganza. Te digo una vez
más: el Cielo te castigará, pérfido, por el ultraje que me haces, y si el cielo no encierra nada que puedas
temer, teme, al menos, la cólera de una mujer ofendida (Vase)
ESCENA CUARTA
SGANARELLE: (Aparte) Si pudiera sentir remordimiento...
DON JUAN: (Después de un momento de reflexión) Vamos a pensar en la ejecución de nuestra empresa
amorosa
SGANARELLE: (Solo) ¡Ah, a qué abominable amo me veo obligado a servir!

[NOMBRE DEL AUTOR] 8


ESQUILO 458 a.C.

“AGAMENON”
OBRAS DRAMATICAS
PERSONAJES:
Guardián
Coro de ancianos (de Argos)
Agamenón (rey de Argos, que regresa de la guerra de Troya)
Clitemnestra (esposa de Agamenón)
Casandra (prisionera que Agamenón trae como botín de guerra, profetiza el futuro)
Egisto (amante de Clitemnestra y primo de Agamenón)
Mensajero
La escena representa el palacio de los Atridas, en Argos. Delante hay varios
altares y estatuas de los dioses. Es de noche y en la azotea del palacio hay un
guardián.

GUARDIÁN. A los dioses solicito el fin de esta tarea, la vigilancia de un largo


año en que tumbado, a manera de perro, en lo alto del palacio de los Atridas,
he llegado a conocer la asamblea de los astros nocturnos y los que traen a los
hombres el invierno y el verano, poderosos luminares que brillan en el éter, con
sus ocasos y salidas. Y ahora espero la señal de la antorcha, el resplandor del

[NOMBRE DEL AUTOR] 9


fuego que nos traiga desde Troya la noticia de su conquista: así lo manda un
corazón esperanzado de mujer de varonil propósito. Pero, cuando tengo el
lecho húmedo de rocío que me inquieta durante la noche, sin visita de sueños -
pues el miedo, en vez de sueño, me acompaña y no me deja cerrar
sólidamente los párpados de sueño- cuando, digo, quiero cantar o silbar y
conseguir así con el canto un remedio contra el sueño, entonces lloro
lamentando la desgracia de esta casa, no dirigida sabiamente como en el
pasado. ¡Ojalá venga ahora una feliz liberación de estos trabajos, apareciendo
en la noche el alegre mensaje de fuego!
(Se ve de pronto lucir, a lo lejos, la llama de un fuego.)
¡Oh salve, luminaria de la noche, que anuncias una luz diurna y la celebración
de numerosas danzas en Argos, en gracia a este suceso!
¡Iú, iú! Estoy anunciando claramente a la esposa de Agamenón que se alce
rápidamente de su lecho y eleve en la casa, con motivo de esta antorcha, un
grito de alegría, si en verdad ha sido conquistada Ilión, como la hoguera
OBRAS DRAMATICAS
proclama con su brillo. Y yo mismo bailaré el preludio, pues voy a mover mis
fichas de acuerdo con la jugada de mis amos: tres veces seis me proporciona
en suerte esta hoguera.
¡Ojalá que pueda, al volver el señor de este palacio, aguantar con mi mano la
suya querida! Lo demás callo: un buey enorme pesa sobre mi lengua; pero el
palacio mismo, si voz tuviera, hablaría con claridad. Pero yo, de grado, me
explico para los que saben y me olvido del ignorante.
CORIFEO. Este es el décimo año desde que el gran aniversario de Príamo, el
rey Menelao, y Agamenón, coyunda poderosa de Atridas, honrada por Zeus en
un doble trono y cetro, sacaron de esta tierra una expedición argiva de mil
naves.
Con fuerza, de su pecho gritaban la guerra, a manera de buitres que en
extremo dolor por sus polluelos revolotean por encima del nido, bogando con
los remos de sus alas, tras perder el trabajo de empollar sus crías.
Pero alguien -quizá Apolo, o Pan, o Zeus-, oyendo en las alturas el graznido

[NOMBRE DEL AUTOR] 10


agudo de estas aves, vecinas de su reino, envía a los culpables una Erinis,
tardía vengadora.
Así también el poderoso Zeus hospitalario manda contra Alejandro a los hijos
de Atreo: y por culpa de una mujer de muchos hombres impone luchas
numerosas y extenuantes -la rodilla hundida en el polvo y rota la lanza en
combate preliminar- a dánaos y troyanos por igual.
Las cosas permanecen donde ahora están, pero se cumplirán en el tiempo
marcado por el destino; ni con sacrificios que arden ni con libaciones de no
quemadas ofrendas aplacarán la inflexible ira de los dioses.
Mas nosotros, incapaces por la carne vieja, excluidos de esta empresa, aquí
permanecemos, guiando con el bastón nuestra fuerza de mitos. Porque la
joven médula que reina en los pechos es igual que la de un viejo y Ares no
habita en ellos. ¿Y qué es un hombre en su extrema vejez, marchito ya su
follaje? Anda sobre tres pies, y no más fuerte que un niño camina errante cual
sueño aparecido en pleno día.
OBRAS DRAMATICAS
Pero tú, hija de Tindáreo, reina Clitemnestra, ¿qué sucede?, ¿qué noticias
hay? ¿Qué sabes? ¿En virtud de qué nuevas, enviando avisos por todas
partes, mandas hacer sacrificios?
De todos los dioses protectores de la ciudad -supremos, subterráneos,
domésticos, placeros- los altares arden de ofrendas. Aquí y allá, larga hasta el
cielo, sube la llama animada con los dulces estímulos, sin engaño, de un aceite
puro, sacado del fondo del palacio.
Relátame de esto lo que puedas y debas; hazte médico de esta inquietud, que
unas veces me llena de tristes pensamientos, y otras, a la vista de los
sacrificios que haces brillar, una esperanza aleja de mi corazón la congoja
insaciable, este sufrimiento que medestroza la vida.
CORO. Soy dueño de cantar el mando de feliz agüero de los caudillos de la
expedición, pues mi vieja existencia por voluntad de los dioses todavía me
inspira la persuasión, fuerza de los cantos. Diré cómo el poder de doble trono
de los aqueos, autoridad concorde a la juventud helena, envía con lanza y

[NOMBRE DEL AUTOR] 11


mano vengadora un presagio impetuoso a la tierra téucrida: dos reyes de las
aves contra dos reyes de las naves, una negra, otra blanca por la espaldas.
Aparecieron cerca del palacio, del lado de la mano que blande la lanza, en
lugares bien visibles, devorando una liebre madre, cargada con su preñez,
frustrada en su última carrera.
Canta un himno lúgubre, lúgubre, pero que triunfe, al fin, lo mejor.
Y el sabio adivino del ejército, al ver a los valerosos Atridas dispares en
carácter, en las aves devoradoras de la liebre, reconoció a los caudillos de la
guerra y dijo así, interpretando el prodigio: «Con el tiempo, esta expedición
conquistará la ciudad de Príamo, y una Moira aniquilará con violencia a todos,
junto a la muralla, como ovejas numerosas de un rebaño, sólo que alguna
envidia de los dioses, anticipando el golpe, no ensombrezca cl gran bocado
bélico forjado para Troya. Porque Artemis, la pura, por compasión está irritada
contra los perros alados de su padre, que antes del parto inmolan con sus crías
la liebre desgraciada, y aborrece el festín de las águilas.»
OBRAS DRAMATICAS
Canta un himno lúgubre, pero que triunfe, al fin, lo mejor.
«Ella la Hermosa, tan amiga de los tiernos cachorros de feroces leones y tan
grata para los retoños deseosos, aún de la teta, de las fieras silvestres, pide
que se cumplan los presagios de estos hechos y las visiones favorables y a la
vez acusadoras de las aves. Pero yo invoco a Peán, el sanador, para que la
diosa no proporcione a los dánaos una larga demora en el puerto, en las naves
retenidas por vientos contrarios, provocando un nuevo sacrificio sin flautas ni
festines, artífice familiar de discordias que no respeta ni al esposo.
Pues aguarda un terrible, traidor, infatigable intendente, el rencor memorioso
que toma venganza de los hijos.»
Estos fueron los destinos fatales que, junto a los venturosos, sacados de las
aves agoreras proclamó Calcante para la casa de los reyes. Y de acuerdo con
ellos canta el himno lúgubre, lúgubre, pero que triunfe, al fin, lo mejor.
Zeus, quienquiera que sea, si quiere ser designado así, así te invoco. Nada
puedo, pormás que todo lo pondero, comparar con Zeus, si es que en verdad

[NOMBRE DEL AUTOR] 12


hay que arrojar el peso vano de la cavilación.
El que antes era grande, rebosante de audacia, invencible, nadie habla de él,
ya existió; y el que vino después, halló un vencedor. Mas, el hombre que con
fervor hará resonar epinicios en honor de Zeus alcanzará la suprema sabiduría.
Él condujo a los hombres al saber, estableciendo como ley: «el aprender
sufriendo».
En vez del sueño destila el corazón un dolor por males pasados, y a los
rebeldes llega incluso la sensatez. Sin duda un favor violento de los dioses
sentados cabe el timón augusto.
De este modo cl caudillo superior de las naves aqueas, sin censurar al adivino,
cedió a los vientos del destino adverso cuando por la calma y el ayuno el
pueblo aqueo sufría detenido enfrente de Calcis, en medio de las agitadas
aguas de Áulide.
Pues los vientos venían del Estrimón, trayendo funestos descansos, hambres,
peligrosos anclajes, dispersión de hombres, ruina de naves y jarcias; y
OBRAS DRAMATICAS
prolongando más la demora consumían con la tardanza la flor de los argivos. Y
cuando el adivino, invocando a Artemis, anunció a los jefes otro remedio más
penoso que la amarga tempestad, los Atridas golpeando la tierra con sus
báculos no pudieron contener las lágrimas.
Y así el rey más anciano habló de esta forma: «Penoso es mi destino si
desobedezco, pero penoso también si doy muerte a mi hija, orgullo de la casa,
mancillando ante el altar mis manos paternas con arroyos de sangre virginal.
¿Cuál de las dos acciones está libre de males? ¿Cómo voy a dejar las naves,
faltando a mi alianza? Porque si el sacrificio y la sangre virginal calman los
vientos, es lícito desearlo apasionadamente. Sea para bien.»
Y después que su cuello fue uncido al yugo del destino, y sopló en su mente un
viento contrario, impío, impuro, sacrílego, desde entonces cambió de opinión
hasta resolver un acto de increíble audacia. Porque a los mortales enardece la
mísera demencia, torpe consejera, causante de desgracias. Él, pues, se atrevió
a hacerse verdugo de su hija, para ayudar a una guerra en venganza de una

[NOMBRE DEL AUTOR] 13


mujer, y como ofrenda propiciatoria por las naves. Las súplicas, los clamores a
su padre, la edad virginal, en nada lo tuvieron los jefes deseosos de guerra.
Después de la plegaria, al ver a la muchacha asida con toda su fuerza a los
WILLIAM
SHAKESPEARE

“CLEOPATRA
Personajes de la obra
ANTONIO, Triunviro
CÉSAR OCTAVIO, Triunviro
LÉPIDO, Triunviro
SEXTO POMPEYO
ENOBARBO, Amigo de Antonio
VENTIDIO, Amigo de Antonio
EROS, Amigo de Antonio
ESCARO, Amigo de Antonio
DERCETAS, Amigo de Antonio
DEMETRIO, Amigo de Antonio
FILO, Amigo de Antonio
MECENAS, Amigo de César
AGRIPA, Amigo de César
DOLABELA, Amigo de César
OBRAS DRAMATICAS
PROCULEYO, Amigo de César
TIDIAS, Amigo de César
GALO, Amigo de César
MENAS, Amigo de Pompeyo
MENÉCRATES, Amigo de Pompeyo
VARRIO, Amigo de Pompeyo
TAURO, Lugarteniente de César
CANIDIO, Lugarteniente de Antonio
SILIO, oficial del ejército de Antonio
PRECEPTOR, embajador de Antonio a César
ALEXAS, Sirviente de Cleopatra
MARDIAN, Eunuco, Sirviente de Cleopatra
DIOMEDES, Sirviente de Cleopatra
SELEUCO, Tesorero de Cleopatra
ADIVINO
GRACIOSO
CLEOPATRA, Reina de Egipto
OCTAVIA, Hermana de César
CARMIA, Sirvienta de Cleopatra
IRAS, Sirvienta de Cleopatra
OFICIALES
SOLDADOS
MENSAJEROS

[NOMBRE DEL AUTOR] 14


OTROS SIRVIENTES
Acto I
ESCENA I
Entran Demetrio y Filo
FILO: ¡Basta! ¡No! El desvarío de nuestro general sobrepasa ya toda mesura. Aquellos ojos altivos que al
desfilar sus legiones de guerreros brillaban tal Marte armado, ahora inclinan la devoción servil de su
mirada ante la frente de una morena. Aquel corazón de capitán que en combates estallaba las correas en
su pecho, reniega su temple y ahora su fuelle no es sino abanico que aventa los deseos de esa gitana.
Trompetas. Entran Antonio, Cleopatra, sus damas y su séquito, con eunucos
abanicándola
Mirad, aquí llegan. Observadle bien, y podréis contemplar al tercer pilar del mundo transformado en
juguete y bufón de una coima. Observadle.
CLEOPATRA: Si es amor como juráis, decidme cuánto.
ANTONIO: Pobre sería amor si contarse pudiera.
CLEOPATRA: Yo diré hasta dónde se ha de amarme.
ANTONIO: Otro cielo y otra tierra serían precisos.
Entra un mensajero
OBRAS DRAMATICAS
MENSAJERO: Noticias, mi señor, de Roma.
ANTONIO: Me aburren. Sed breve.
CLEOPATRA: No, Antonio, escuchadlas. Quizá Fulvia se ha enojado, o tal vez
ese César imberbe os emplaza con órdenes terminantes: “Haz esto, o aquello,
invade aquel reino, libera aquel otro. Obedece, o serás castigado”.
ANTONIO: ¿Qué decís, amor?
CLEOPATRA: ¿Tal vez? No, es seguro. No debéis permanecer aquí. Son las órdenes
de vuestra destitución, Antonio, debéis oírlas. Fulvia os reclamará, o César, o ambos. Llamad a los
mensajeros. Yo soy reina de Egipto, y tú enrojeces, Antonio, y tu sangre es vasalla de César. ¿O así
tributan rubor tus mejillas cuando Fulvia te acusa gruñendo? ¡Los mensajeros!
ANTONIO: ¡Que se hunda Roma en el Tíber, y se derrumbe el arco que soporta el imperio! Este es mi es
espacio;los reinos son barro, y la tierra inmunda nutre por igual bestias y hombres. La vida más alta se
vive así; cuando dos seres, así, como nosotros dos pueden hacerlo. Y al mundo reto, bajo pena de castigo,
a encontrarnos semejantes.
CLEOPATRA: ¡Hermosa impostura!¿Por qué se casó con Fulvia, si no la amaba? Yo seré tan necia como
no soy, y Antonio seguirá siendo Antonio.

[NOMBRE DEL AUTOR] 15


ANTONIO: Y será Cleopatra quien le incite. Pero ahora, por amor de amor, y por sus dulces horas no
confundamos al tiempo con agrias conferencias. Ni un minuto ha de fugar de nuestras vidas sin nuevos
placeres. ¿Qué haremos esta noche?
CLEOPATRA: Escuchar la embajada.
ANTONIO: ¡Calla, reina terca! En ti todo acomoda: llanto, risa, reproches… Toda pasión en ti lucha
siempre por hacerse bella y de ti admirada. ¿Qué mensajeros? Nadie sino los tuyos, y los dos sin nadie
esta noche por las calles descubriendo los usos de la gente. Venid, reina mía; anoche lo deseabais. ¡Nada
de mensajes!
Salen con su séquito
DEMETRIO: ¿Tan ligera estima tiene Antonio para César?
FILO:A veces, amigo mío, cuando no es Antonio no alcanza la gran virtud que debiera ser digna siempre
de Antonio.
DEMETRIO: Mucho lo siento. Así confirma las calumnias del común que le critican en Roma; habremos
de esperar mejores gestas mañana. ¡Que descanséis!
Salen
ESCENA II
Entran Enobarbo, Lamprio, un adivino, Ranio, Lucilo, Carmia, Iras, Mardian el eunuco y Alexas
CARMIA:Mi señor Alexas, dulce Alexas, mi más alexo Alexas, Alexas el más casi todo… ¿Dónde está
OBRAS DRAMATICAS
ese adivino que tanto recomendáis a la reina? ¿Quién será ese marido que, según decís, habrá de trocar
por cuernos la guirnalda nupcial?
ALEXAS: ¡Eh! ¡Adivino!
ADIVINO: ¿Vuestro deseo?
CARMIA:¿Es él? ¿Es éste? – ¿Sois vos, señor, quien sabe de las cosas?
ADIVINO: En el libro infinito del secreto de la vida algo sé leer.
ALEXAS: Muéstrale la mano.
Entra Enobarbo
ENOBARBO: Preparad en seguida el banquete. Que no falte vino para brindar a la salud de Cleopatra.
CARMIA: Buen señor, dadme buena suerte.
ADIVINO: Nada doy; sólo predigo.
CARMIA: Predecidme alguna, entonces.
ADIVINO: Mucho más bella seréis de lo que sois.
CARMIA: Se refiere al cuerpo.
IRAS: No, que habréis de usar afeites cuando envejezca.

[NOMBRE DEL AUTOR] 16


CARMIA: ¡Válganme las arrugas!
ALEXAS: ¡Atentas! ¡No interrumpáis la Noble Predicción!
CARMIA: ¡Silencio!
ADIVINO:Seréis más amante que amada.
CARMIA: Mejor entonces que llene mis entrañas con licores.
ALEXAS: ¡Esperad! ¡Escuchadle!
CARMIA: Predecidme ahora alguna suerte excelente. Que seré novia de tres reyes la misma mañana y
viuda de todos. O madre a los cincuenta para recibir homenaje de Herodes. O que seré como mi dueña,
esposa de Octavio César.
ADIVINO
Viviréis más que aquella a quien servís.
CARMIA
¡Excelente! Una vida larga me place más que los higos.
ADIVINO: La fortuna que habéis visto y gozado en el pasado no será más bella en el futuro.
CARMIA: Entonces mis hijos no tendrán nombre. Decidme, ¿cuántos varones y hembras habré de tener?
ADIVINO: Un millón, si vientres fueran todos tus deseos y cada deseo una profecía.
OBRAS DRAMATICAS
CARMIA: ¡Basta, necio! ¡Menudo hechicero…!
ALEXAS: ¿Pensabais que sólo las sábanas conocían vuestros deseos?
CARMIA: Oigamos ahora la fortuna de Iras.
ALEXAS: Todos queremos saber nuestra buenaventura.
ENOBARBO: La mía, y muchas de las nuestras esta noche, dormirán ebrias.
IRAS: Si alguna cosa presagia la palma de esta mano ha de ser castidad.
CARMIA: Como el hambre que presagia el Nilo cuando desborda.
IRAS: ¿Qué decís, ardiente querida mía? ¡No servís como adivina!
CARMIA: ¿Qué no? Si tener la palma húmeda no significa algo jugoso yo no sé ni rascarme la oreja. Os
lo ruego, predecidle fortuna de día laborable.
ADIVINO: Vuestra suerte es semejante.
IRAS: ¿Semejante? ¿Cómo? Explicaos con detalle.
ADIVINO: Ya he hablado.
IRAS: ¿No me habrá de tocar a mi un poco más de fortuna que a ella?
CARMIA: Si te hubiera de tocar un poco más de fortuna, ¿para dónde la querríais?

[NOMBRE DEL AUTOR] 17


IRAS: No en la nariz de mi marido.
CARMIA: ¡Cielos! ¡No cedamos a peores pensamientos! ¡Ahora vos, Alexas, la vuestra, la vuestra! ¡Su
buenaventura! ¡Oh, dulce Isis, concédele esposa que no pueda llegar, te lo suplico! ¡Que cuando muera
encuentre otra peor, y de peor vaya en peor hasta que la última y peor de todas se lo lleve riendo a la
tumba, cincuenta veces cornudo! ¡Oh, Isis bondadosa, te lo suplico, atiende mi plegaria, aunque a mi me
niegues favores de más peso!
IRAS: ¡Así sea! ¡Diosa mía, escucha los ruegos de tu pueblo! Pues si parte el corazón ver a un hombre
bello malcasado, mortal dolor se padece ante uno feo sin cuernos. Por lo tanto, buena Isis, guarda decoro
y concédele la fortuna que merece.
CARMIA: ¡Así sea!
ALEXAS: ¡Ya lo veis! Si estuviera en sus manos hacerme cornudo, pasarían por rameras por hacerlo.
Entra Cleopatra
ENOBARBO: ¡Silencio! ¡Llega Antonio!
CARMIA: ¡No! ¡Es la reina!
CLEOPATRA: ¿Habéis visto a mi señor?
ENOBARBO: No, señora.
CLEOPATRA: ¿No estaba aquí?
OBRAS DRAMATICAS
CARMIA: No, mi señora.
CLEOPATRA:Estaba de ánimo alegre, pero un repentino
recuerdo de Roma le ha azotado. ¡Enobarbo!
ENOBARBO: Señora…
CLEOPATRA: Buscadle, y traedle aquí. ¿Dónde está Alexas?
ALEXAS: Aquí, a vuestro servicio. Ya llega mi señor. Entra Antonio, con un mensajero
CLEOPATRA: No quiero verle. Venid conmigo.
Salen
MENSAJERO: Fulvia, tu esposa, salió en primer lugar al campo de batalla.
CLEOPATRA: ¿Contra mi hermano Lucio?
MENSAJERO: Sí. Pero la guerra no fue larga, y el tiempo y la circunstancia les hicieron aliados, y han
unido sus fuerzas contra César. Más diestro en batallas, éste, fuera de Italia los empujó tras el primer
encuentro.
ANTONIO: Bien. Ahora lo peor.
MENSAJERO: Las malas noticias alcanzan a quien las porta.

[NOMBRE DEL AUTOR] 18


ANTONIO: Si alcanzan a necios, o a cobardes. Continúa. Lo pasado ha terminado para mí. Escucho a
quien me dice la verdad, aunque en ella venga la muerte, como escucharía a quien adulara.
MENSAJERO: Labieno – y ésta es dura noticia – con sus tropas de Parcia
ha invadido el Asia; desde el Eufrates ondea su enseña victoriosa, y desde Siria hasta Lidia y Jonia,
mientras…
ANTONIO: Mientras Antonio, ¿qué ibas a decir?
MENSAJERO: Señor…
ANTONIO: Háblame sin ambages, no me ocultes lo que dicen. Dí el nombre con que en Roma insultan a
Cleopatra. Reprueba mis defectos con las mismas frases que Fulvia, con la licencia que el odio y la
franqueza te permitan. Así dejamos crecer la cizaña cuando nos creemos en paz, y saber nuestras faltas no
es sino arar nuestro campo. Déjame ahora.
MENSAJERO: Como dispongáis.
Sale
ANTONIO: ¿Qué noticias de Sición? ¿Quién habla?
PRIMER MENSAJERO: ¿Quién viene de Sición? ¿Hay aquí alguien?
SEGUNDO MENSAJERO: Espera vuestras órdenes.
ANTONIO: ¡Que se presente! He de hacer saltar estas cadenas egipcias o me perderé en el desvarío.
OBRAS DRAMATICAS
Entra otro mensajero con una carta
Y tú, ¿quién eres?
TERCER MENSAJERO: Fulvia, tu esposa, ha muerto.
ANTONIO: ¿Muerta? ¿Dónde?
TERCER MENSAJERO: En Sición. El curso de su enfermedad, y lo restante que a vos os importa, aquí
va escrito.
ANTONIO: ¡Retiraos! Fue grande la que nos deja…¿No era ese mi deseo? A menudo arrojamos de
nosotros con desprecio lo que después anhelamos. El placer presente con el tiempo cambia, se atenúa y se
convierte en su contrario. ¡Ahora no está y ahora la aprecio! La mano que la empujó quisiera recobrarla.
Debo librarme del hechizo de esta reina. Diez mil desgracias peores que los males que conozco nacerán
de mi indolencia.
Entra Enobarbo
¡Ah! ¡Enobarbo!
ENOBARBO: ¿Qué deseáis, mi señor?
ANTONIO: Partir de aquí a toda prisa.
ENOBARBO: Sería como matar a todas nuestras mujeres. Ya sabemos cómo sufren las descortesías. Si
han de soportar nuestra partida, será su muerte.

[NOMBRE DEL AUTOR] 19


ENOBARBO Sería como matar a todas nuestras mujeres. Ya sabemos cómo sufren las descortesías. Si
han de soportar nuestra partida, será su muerte.
ANTONIO: Debo irme.
ENOBARBO: Que mueran las mujeres si la ocasión lo urge. Abandonarlas por nada sí sería lastimoso,
aunque en poco han de ser estimadas si la causa es grande. El instante que oiga rumor de esto, Cleopatra
muere. La he visto morir veinte veces con motivos más pobres. Debe haber en la muerte algo que le hace
el amor, pues con tanta prestancia se muere.
ANTONIO: Su astucia escapa a la mente de un hombre.
ENOBARBO: ¡Ah no, señor! Sus pasiones no son sino fino amor puro. Sus vientos y sus aguas no son
meras lágrimas y suspiros: son tormentas y tempestades más violentas que las que recuerdan los
almanaques. No es astucia todo en ella; si así fuera, llora lluvias tan bien como Júpiter.
ANTONIO: ¡Ojalá no la hubiera visto nunca!
ENOBARBO: Entonces, señor, habríais dejado de ver una obra maravillosa; y sin haber conocido esa
dicha, ¿de qué habría servido vuestro viaje?
ANTONIO: Fulvia ha muerto.
ENOBARBO: ¿Señor?
ANTONIO: Fulvia ha muerto.
ENOBARBO: ¿Fulvia?
OBRAS DRAMATICAS
ANTONIO: Ha muerto.
ENOBARBO: Pues rendid homenaje a los dioses, mi señor, en agradecimiento; cuando les place, roban
una mujer a un hombre como si fueran sastres del mundo… Y conforta saber que cuando las ropas viejas
se gastan, sastres hay que hacen nuevas. Si Fulvia fuera la única mujer, la pérdida sería lamentable, pero
vuestra desgracia puede coronarse de consuelo: nuevas faldas donde había faldones viejos. En realidad,
todas las lágrimas que merece este dolor caben en una cebolla.
ANTONIO:Las intrigas que ha encendido en el estado requieren de mi presencia.
ENOBARBO: No menos que las que habéis encendido aquí. Especialmente las de Cleopatra, que
dependen en todo de vuestra estancia.
ANTONIO: Basta de ligerezas. Informad de vuestros planes a los oficiales. Yo he de explicar a la reina la
causa de tanta urgencia, y conseguir su permiso, pues no sólo la muerte de Fulvia nos requiere con
razones apremiantes; también las cartas de muchos amigos leales en Roma allí nos reclaman. Sexto
Pompeyo a César desafía desde el mando del imperio del mar; el pueblo, voluble, sólo fiel en sus afectos
cuando su dueño es gloria pasada, comienza a reconocer al gran Pompeyo y sus talentos en su hijo.
Grande en poder y renombre mayor que ambos en fuerza y valentía, es el primero de los soldados. Tales
dotes, de crecer, amenazar pueden al mundo. Han nacido como la crin de un caballo, apenas con vida, aún
sin veneno de serpiente. Haced saber a quienes esperan nuestras órdenes que partiremos en seguida.
ENOBARBO: Así lo haré.
Salen

[NOMBRE DEL AUTOR] 20


ESCENA III
Entran Cleopatra, Carmia, Iris y Alexas
CLEOPATRA: ¿Dónde está?
CARMIA:No le he visto desde entonces.
CLEOPATRA: Ved dónde está, quién está con él, qué cosas hace. No os envío yo. Si le encontráis triste,
decidle que bailo; si está alegre, decid que he caído enferma. ¡Id, pronto y volved!
Sale Alexas]
CARMIA: Señora, me parece que si tanto le amáis, no seguís la mejor manera de provocar en él lo
mismo.
CLEOPATRA: ¿Qué habría de hacer que no hago?
CARMIA: Cederle en todo, contrariarle en nada.
CLEOPATRA: Enseñas necedades; así se le pierde.
CARMIA: No le tentéis tan lejos. Tened calma, os lo ruego. Con el tiempo se odia lo que tememos
demasiado.
Entra Antonio: ¡Aquí está Antonio!
CLEOPATRA: Me siento enferma, y triste.
OBRAS DRAMATICAS
ANTONIO: Yo siento tener que pronunciar mi decisión…
CLEOPATRA: Ayudadme, dulce Carmia, voy a desmayarme. No ha de durar mucho, no hay vida que
pueda resistir tanto.
ANTONIO: Mi reina más querida…
CLEOPATRA: ¡Apartaos de mí, os lo ruego!
ANTONIO: ¿Qué sucede?
CLEOPATRA: Lo dicen vuestros ojos, son buenas noticias… ¿Qué dice la esposa? ¿Qué podéis regresar?
¡Ojalá nunca os hubiera dado permiso para venir! Que no diga que soy yo quien aquí os entretiene. Ya no
tengo poder sobre vos. Suyo sois.
ANTONIO: Saben bien los dioses…
CLEOPATRA: ¡Ah, jamás reina alguna fue engañada de este modo! ¡Desde el comienzo vi la traición
que plantabais.
ANTONIO: ¡Cleopatra…!
CLEOPATRA: Así juréis arrancar a los dioses de sus tronos, ¿por qué habría de pensar que seríais mío y
leal si le erais infiel a Fulvia? ¡Estúpida locura, enredarme entre promesas de labios que se rompen al
jurar!
ANTONIO

[NOMBRE DEL AUTOR] 21


Mi reina más dulce…

LA TRAGEDIA DE RICARDO III


Personajes dramáticos
El rey Eduardo IV.
Eduardo, príncipe de Gales, después Eduardo
V, hijo del rey.
Ricardo, duque de York, hijo del rey Jorge,
duque de Clarence, hermano del rey.
Ricardo, duque de Gloster, después Ricardo III,
hermano del rey.
Un joven, hijo de Clarence.
Enrique, conde de Richmond, más tarde
Enrique VII.
Cardenal Bouchier, arzobispo de Canterbury.
Tomás Rotheram, arzobispo de York.
Juan Morton, obispo de Ely.
Duque de Buckingham.
Duque de Norfolk.
Conde de Surrey, su hijo.
Conde
OBRAS de Rivers, hermano de la esposa del rey
DRAMATICAS
Eduardo.
Marqués de Durset.
Lord Grey, su hijo.
Conde de Oxford.
Lord Hastings.
Lord Stanley, llamado también conde de Derby.
Lord Lovel.
Sir Tomás Vaugham.
Sir Ricardo Ratcliff.
Sir Guillermo Catesby.
Sir Jaime Tyrrel.
Sir Jaime Blount.
Sir Gualterio Herbert.
Sir Roberto Brakenbury, alcalde de la torre.
Sir Guillermo Brandon.
Cristóbal Urswick, sacerdote.
Otro sacerdote.
Tresset y Berkeley, caballeros al servicio de
lady Ana.
Lord Corregidor de Londres.
Sherif de Wiltshire.
Isabel, esposa del rey Eduardo IV.
Margarita, viuda de Enrique VI.
[NOMBRE DEL AUTOR] 22
Duquesa de York, madre de Eduardo IV, de
Clarence y de Gloster.
Lady Ana, viuda de Eduardo, príncipe de Gales,
hijo de Enrique VI, casada luego con Ricardo
III.
Una joven, hija de Clarence (lady Margarita
Plantagenet).
Un perseverante.
Un escribano.
Lores y otras personas del séquito, las sombras
de los asesinados por Ricardo III, ciudadanos,
asesinos, mensajeros, soldados, etc.

Acto Primero
Escena primera
Londres – Una calle
Entra Gloster
GLOSTER.- Ya el invierno de nuestra desventura se ha transformado en un glorioso estío por este sol de
York (3), y todas las nubes que pesaban sobre nuestra casa yacen sepultas en las hondas entrañas del
Océano. Ahora están ceñidas nuestras frentes con las guirnaldas de la victoria; nuestras abolladas armas
penden
OBRAS de DRAMATICAS
los monumentos; nuestros rudos alertas se han trocado en alegres reuniones; nuestras temibles
marchas en regocijados bailes. El duro rostro del guerrero lleva pulidas las arrugas de su frente; y ahora,
en vez de montar los caparazonados corceles, para espantar el ánimo de los feroces enemigos, hace ágiles
cabriolas en las habitaciones de las damas entregándose al deleite de un lascivo laúd. Pero yo, que no he
sido formado para estos traviesos deportes ni para cortejar a un amoroso espejo…; yo, groseramente
construido y sin la majestuosa gentileza para pavonearme ante una ninfa de libertina desenvoltura; yo,
privado de esta bella proporción, desprovisto de todo encanto por la pérfida Naturaleza; deforme, sin
acabar, enviado antes de tiempo a este latente mundo; terminado a medias, y eso tan imperfectamente y
fuera de la moda, que los perros me ladran cuando ante ellos me paro…¡Vaya, yo, en estos tiempos
afeminados de paz muelle, no hallo delicia en que pasar el tiempo, a no ser espiar mi sombra al sol, y
hago glosas sobre mi propia deformidad! Y así ya que no pueda mostrarme como un amante, para
entretener estos bellos días de galantería, he determinado portarme como un villano y odiar los frívolos
placeres de estos tiempos. He urdido complots, inducciones peligrosas, válido de absurdas profecías,
libelos y sueños, para crear un odio mortal entre mi hermano Clarence y el monarca. Y si el rey Eduardo
es tan leal y justo como yo sutil, falso y traicionero, Clarence deberá ser hoy estrechamente aprisionado, a
causa de una profecía que dice que J. será el asesino de los hijos de Eduardo. ¡Descended, pensamientos,
al fondo de mi alma! ¡Aquí viene Clarence!
Entran CLARENCE, custodiado, y BRAKENBURY
¡Buenos días, hermano! ¿Qué significa esta
tropa armada que sigue a Vuestra Gracia?
CLARENCE.- Su Majestad, interesándose por la seguridad de mi persona, me ha designado esta escolta
para conducirme a la Torre.
[NOMBRE DEL AUTOR] 23
GLOSTER.- ¿Por qué causa?
CLARENCE.- Por llamarme Jorge
GLOSTER.- ¡Ay milord! Esa no es culpa vuestra. De eso debía hacer responsable a vuestros padrinos…
¡A no ser que Su Majestad tenga intención de bautizaros de nuevo en la Torre! Pero ¿cuál es el motivo,
Clarence? ¿Puedo saberlo?
CLARENCE.- Sí, Ricardo, cuando yo lo sepa, porque protesto que aún lo ignoro; pero, a lo que presumo,
el rey presta demasiada atención a profecías y sueños, pues suprime la J del abecedario y dice que un
mago le ha predicho que su descendencia será desheredada por J. Y, pues mi nombre de Jorge comienza
por J, se le ha puesto en la cabeza que yo soy él. Estas y otras puerilidades semejantes son, a lo que opino,
las que te han movido a Su Alteza a encarcelarme.
GLOSTER.- ¡Claro, esto es lo que ocurre cuando los hombres son gobernados por las mujeres! ¡No es el
rey quien os envía a la Torre! Es miladi Grey , su esposa, Clarence; ¡es ella la que le induce a estos
extremos! ¿No fueron ella y su hermano, ese honrado y digno Antonio Woodeville (2), quienes enviaron
a lord Hastings a la Torre, donde hasta el día de hoy ha permanecido encerrado? ¡No estamos seguros
Clarence; no estamos seguros!
CLARENCE.- ¡Por el Cielo, pienso que nadie hay aquí libre, sino los parientes de la reina y los
mensajeros nocturnos que se arrastran entre el rey y mistress Shore! ¿No habéis oído las humildes
súplicas que ha tenido que dirigirle lord Hastings para obtener su liberación?
GLOSTER.- ¿Nada que ver con mistress Shore? Te aseguro, camarada, que el que tenga algo que ver con
ella, exceptuando uno, hará mejor en realizarlo secretamente, a solas.
OBRAS DRAMATICAS
BRAKENBURY.- ¿Quién es ese uno, milord?
GLOSTER.- ¡Su marido, imbécil!... ¿Me descubrirás?
BRAKENBURY.- Suplico a Vuestra Gracia me perdone y acabe a la par su coloquio con el noble duque.
CLARENCE.- Sabemos cuál es tu deber Brakenbury, y te obedecemos.
GLOSTER.- ¡Somos los siervos de la reina y debemos obedecer! ¡Adiós hermano! Veré al rey, y
cualquiera comisión en que queráis emplearme…, así sea la de llamar hermana a la viuda del rey
Eduardo, la haré gustoso para mejorar vuestra situación. Entre tanto, esta profunda desgracia en la
fraternidad me afecta más profundamente de lo que podéis imaginaros.
CLARENCE.- Sé que no agrada a ninguno de vosotros.
GLOSTER.- ¡Bueno, vuestra prisión no será larga! ¡Yo os libertaré, o, de lo contrario, quedaré con vos!
Entre tanto, tened paciencia.
CLARENCE.- Forzoso me es. ¡Adiós! (Salen
CLARENCE, BRAKENBURY y la guardia.)
GLOSTER.- ¡Ve, sigue el camino que no volverás a recorrer, simple crédulo Clarence! ¡Te amo tanto,
que inmediatamente quisiera enviar tu alma al cielo, si el cielo consintiese en recibir el presente de
nuestras manos! ¿Pero quién se acerca? ¿El recién libertado Hastings?
Entra Hastings

[NOMBRE DEL AUTOR] 24


HASTINGS.- ¡Buenos días, mi gracioso lord!
GLOSTER.- ¡Otro tanto os deseo, mi digno lord chambelán! ¡Bien venido seáis a este aire libre! ¿Cómo
ha soportado su prisión vuestra señoría?
HASTINGS.- Con paciencia, noble lord, cual cumple a un preso; pero espero vivir, milord, para dar las
gracias a los causantes de mi prisión.
GLOSTER.- Sin duda, sin duda; y también espera igual Clarence, pues vuestros enemigos son los suyos,
y han triunfado contra él como triunfaron contra vos.
HASTINGS.- ¡Es muy lamentable que se enjaule a las águilas mientras buitres y milanos rapiñan en
libertad!
GLOSTER.- ¿Qué noticias de afuera?
HASTINGS.- No tan malas como las de casa. El rey está enfermo, débil y melancólico, y sus médicos
temen mucho por él.
GLOSTER.- ¡Pues, por San Pablo, que es mala, en verdad, esa noticia! ¡Oh! ¡El rey ha seguido durante
un largo tiempo un mal régimen y ha abusado demasiado de su real persona! ¡Triste es pensar en ello!
¿Dónde está? ¿En cama?
HASTINGS.- Sí.
GLOSTER.- Id vos delante, y yo os seguiré. (Sale HASTINGS.) ¡Espero que no pueda vivir, y no debe
vivir hasta que Jorge sea despachado al cielo por la posta! Lo veré, para excitarle más todavía su rencor
contra
OBRASClarence,
DRAMATICAS
con sutiles mentiras apoyadas en argumentos de peso; y si no fracaso en mi intento sagaz
a Clarence no le resta ni un día más de vida. ¡Hecho lo cual, Dios acoja en su gracia al rey Eduardo y me
deje a mí en el mundo para moverme! ¡Porque entonces me casaré con la más joven de las hijas de
Warwick . Que aunque asesiné a su esposo y a su padre (2), el camino más corto para satisfacer a la
muchacha es servirle de padre y marido. Lo que haré, no tanto por amor, como por otro secreto fin que
guardo, el cual debo alcanzar desposándome con ella. ¡Pero aún corro al mercado antes que mi caballo!.
Clarence respira todavía. Eduardo todavía vive y reina. ¡Cuando haya desaparecido, entonces debo contar
mis ganancias (Sale)

Escena II
Otra calle
Entran el cadáver del REY ENRIQUE VI, conducido en un ataúd descubierto. Caballeros con alabardas
le custodian, y LADY ANA figura como doliente
ANA.- ¡A tierra, a tierra vuestra honorable carga (si el honor puede ser amortajado en un féretro),
mientras prodigo un instante mis fúnebres lamentos por la caída prematura del virtuoso Lancaster! ¡Pobre
imagen helada de un santo rey! ¡Pálidas cenizas de la casa de
Lancaster! ¡Restos sin sangre de esta sangre real! ¡Séame permitido evocar tu espectro, para que escuche
los gemidos de la pobre Ana, esposa de Eduardo, de tu hijo asesinado, muerto a puñaladas por la misma
mano que te ha inferido estas heridas! ¡Mira! ¡En esas ventanas, por donde se escapó tu existencia, vierte
el bálsamo sin esperanzas de mis tristes ojos! ¡Oh! ¡Maldita sea la mano que te hizo estas aberturas!
¡Maldito el corazón que tuvo corazón para realizarlo! ¡Maldita la sangre que aquí dejó esta sangre!
¡Caigan sobre el odioso miserable que con tu muerte causa nuestra miseria más horrendas desgracias que
[NOMBRE DEL AUTOR] 25
pueda yo desear a las serpientes, arañas, sapos y todos los reptiles venenosos que se arrastran por el
mundo! ¡Que si tuviese un hijo, sea abortivo, monstruoso y dado a luz antes de tiempo, cuyo aspecto
contranatural y horrible espante las esperanzas de su madre, y sea ésa la herencia de su poder malhechor!
¡Que si tuviera esposa, sea más desgraciada por su muerte que lo soy yo por la de mi joven señor y la
tuya!... Venid ahora a Chertsey con vuestra sagrada carga, tomada en San Pablo, para ser inhumada allí,
y a medida que os fatiguéis del peso, descansad, en tanto sigo llorando sobre el cuerpo del rey Enrique.
(Los conductores levantan el cadáver y prosiguen su marcha)
Entra GLOSTER
GLOSTER.- ¡Deteneos los que lleváis el cadáver y dejadlo en tierra!...
ANA.- ¿Qué negro nigromante ha evocado a este demonio para impedir las obras piadosas de caridad?
GLOSTER.- ¡Villanos, a tierra el cadáver, o, por San Pablo, que haré otro tal del que desobedezca!
CABALLERO 10 - ¡Milord, apartaos y dejad pasar el féretro!
GLOSTER.- ¡Perro descortés, detente cuando yo lo mande! ¡Quita tu alabarda de encima de mi pecho, o,
por San Pablo, caerás a mis pies y te pisotearé por tu atrevimiento, mendigo! (Los conductores colocan el
féretro en la tierra.)
ANA.- ¡Cómo! ¡Tembláis! ¿Tenéis todos miedo? ¡Ay! ¡No os culpo, pues sois mortales y los ojos
mortales no pueden resistir la mirada del demonio! ¡Atrás, repugnante ministro del infierno! ¡Tú no tenías
poder sino sobre su cuerpo mortal, no sobre su alma! ¡Aléjate, por tanto!
GLOSTER.- ¡Dulce santa, por caridad, no estéis tan malhumorada! ANA.- ¡Horrible demonio, en nombre
OBRAS DRAMATICAS
de Dios, vete y no nos conturbes jamás! ¡Porque has hecho tu infierno de esta dichosa tierra, llenándola
de imprecaciones y gritos de maldición! ¡Si gozas al contemplar tus viles acciones, ve aquí el modelo de
tus carnicerías! ¡Las heridas de Enrique muerto abren sus bocas congeladas y sangran otra vez!
¡Avergüénzate, avergüénzate, montón de deformidades! ¡Porque es tu presencia la que hace exhalar la
sangre de esas venas vacías y heladas, donde ni sangre queda ya! ¡Tu acción inhumana y contra Natura
provoca este diluvio contranatural! ¡Oh Dios, que has formado esta sangre, venga su muerte! ¡Oh tierra,
que has bebido esta sangre, venga su muerte! ¡Cielos, destruid con centellas al criminal; o bien, tierra,
abre tu boca profunda y trágale vivo, como devoras la sangre de este buen rey, a quien asesinó su brazo,
guiado por el infierno!
GLOSTER.- Señora, ignoráis las reglas de caridad, que exigen devolver bien por mal y bendecir a los que
nos maldicen.
ANA.- ¡Villano, tú no conoces leyes divinas ni humanas, porque no existe bestia tan feroz que no sienta
alguna piedad!
GLOSTER.- Yo no siento ninguna; luego no soy tal bestia.
ANA.- ¡Oh asombro! ¡El diablo diciendo la verdad!
GLOSTER.- ¡Todavía es más asombroso ver ángeles tan coléricos! Permitid, divina perfección de mujer,
que me justifique en esta ocasión de tantos supuestos crímenes.
ANA.- ¡Permite, monstruo infecto de hombre, que te maldiga en esta ocasión por tantos crímenes
comprobados!

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GLOSTER.- ¡Mujer bellísima, cuya hermosura no es posible expresar, concédeme pacientemente algunos
instantes para expresarme!..................

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