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Suele decirse, cuando intentamos recordar algo, que estamos haciendo memoria.

La expresión define un
rasgo esencial de la naturaleza de los recuerdos: su permanente necesidad de cuidados. Porque la memoria
se construye. La memoria es un edificio común que hay que levantar y sostener contra el tiempo. 

La pandemia del coronavirus ha llenado el mapa regional de huecos que los recuerdos deben rellenar; ha
robado vidas y se ha ensañado hurgando en la herida de los familiares con la crueldad añadida del
aislamiento que dictan las medidas anticontagio, tan necesarias para evitar más decesos, pero que han
golpeado doblemente a quienes perdieron a un ser querido, negándoles la posibilidad de acompañarles en los
últimos momentos, de velarles entre los abrazos y el consuelo de familiares y amigos y de enterrarles como
hubieran deseado. Detrás de cada incremento numérico en las estadísticas oficiales hay un llanto, un hueco
sordo en las entrañas, la metralla de una pena que se instala en el cuerpo de los allegados y la tristeza que
deja el recuerdo de una vida en quienes la compartieron.

Todos ellos merecen la oportunidad de ser recordados y rendirles tributo por los suyos. Todos merecen
recuperar la dignidad de la despedida que les arrebató covid. 

Por eso cedemos la palabra en este homenaje a la música, con una de las obras del barroco que mejor pueden
retratar el vacío que queda tras la marcha de un ser querido, nos estamos refiriendo al Stabat Mater de
Pergolesi que narra el dolor y la soledad de la Virgen María tras la muerte de su hijo.

La pieza que interpretaremos esta noche es uno de los oratorios más bellos de todos los tiempos, como
muestra del respeto por lo acaecido en este annus horribilis, in memoriam de las víctimas del Coronavirus.
Esta obra maestra es una composición musical escrita por Giovanni Battista Pergolesi en 1736. Fue creada
en las últimas semanas de vida del autor, recluido en un monasterio franciscano de Pozzuoli, cuando estaba
enfermo de tuberculosis y sabía que podría morir. 
La partitura está diseñada para soprano y alto solistas, ensemble de cuerda y/o clave u órgano. En esta
ocasión especial se ha optado por el formato de solistas (la soprano Estrella Cuello y el barítono Carlos
Vinsac) acompañados por un organista (Cesar Vinagrero) y un violín concertino (Paula Bolado). 
La obra se caracteriza por el uso magistral de las disonancias, que expresan un emotivo patetismo. La obra
ha permanecido popular en el tiempo, convirtiéndose en la más editada e impresa del siglo XVIII; de hecho
es una de las obras sagradas más famosas y hasta Jean-Jacques Rousseau mostró su aprecio por este trabajo
elogiando el movimiento de apertura como "el dúo más perfecto y conmovedor que viene de la pluma de
cualquier compositor". 
Se compone de doce movimientos: Stabat Mater dolorosa (dúo), Cujus animam gementem (soprano), O
quam tristis (dúo), Quae moerebat et dolebat, (alto), Quis est homo (dúo), Vidit suum dulcem
natum (soprano), Eia Mater (alto), Fac ut ardeat cor meum (dúo), Sancta Mater (dúo), Fac ut portem
Christi nortem (alto), Inflammatus et accensus (dúo), Quando corpus morietur (dúo), que incluye el
virtuoso Amen  final.

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