Está en la página 1de 5

7.- EL REINO NUEVO (Dinastías XVIII-XX.

1552-1069)

El inicio de este período surge tras la expulsión de los hicsos. Carácter de cruzada
contra el enemigo invasor será la justificación de una expansión territorial como nunca
fue alcanzada. Se fraguó una leyenda xenófoba contra lo hicso y contra todo lo
extranjero en general. La justificación política tuvo una respuesta de carácter militarista
en pos de un imperio. La expulsión de los hicsos y el expansionismo tebano significó la
necesidad de gestionar un Estado de nuevo cuño, tarea que asumirá la dinastía XVIII y
que será renovada por la XIX. Tebas será la capital incluso cuando se unifique Egipto.
Era preciso que la capital estuviera más cerca de los territorios conquistados en Nubia o
quizás el territorio reconquistado norteño no tenía la infraestructura necesaria.

Aun así no rompió los lazos que le unían con el pasado. El ideal de justicia y
verdad, la maat, una percepción humanizada del entorno tanto como del
comportamiento, tendrá que ser restaurada cuando el estado de cosas así lo exija. El
conjunto de creencias se mantuvo imperturbable y los viejos cultos, así como la
estructura económica organizada a través de los templos y las fundaciones funerarias,
siguieron manteniendo su vigor o lo acrecentaron.

La restauración del Estado unificado por Ahmosis entronca a la monarquía de la


dinastía XVIII con las dinastías XI y XII. La figura del monarca se reviste de toda su
parafernalia absolutista y teocrática de antaño, pero con nuevos aspectos derivados del
efecto psicológico de las conquistas y posterior expansión imperialista. Los rituales de
la coronación, el mito de la teogamia y los aspectos relacionados con la monarquía
siguen en la línea de las tradiciones tanto del Reino Medio como del Reino Antiguo,
pero se aprecia en el documento un espíritu renovado, una cierta dosis de originalidad.

La dinastía XVIII planteó la duda sobre el carácter temporalmente electivo que


pudo tener la monarquía en algunos momentos. No sabemos el parentesco de Tutmosis I
con la familia real anterior. La cuestión se agrava para el caso de Hatshepsut, quien
usurpó las prerrogativas reales. Debió de haber un grupo de presión muy fuerte que
apoyó a la reina en todo momento sin olvidar la minoría de edad del rey.

El apoyo principal partía del propio dios Amón, es decir, del aparato de gobierno
del templo, vinculado a la oligarquía de la ciudad. La dinastía XVIII se había afianzado
en el poder con la fuerza del dios tebano y los cargos relacionados con el clero de Amón
están presentes en la mayor parte de la documentación disponible. Templo y palacio
eran dos instituciones que se hallaban unidas y se reforzaban mutuamente. El Sumo
sacerdote de Amón se encargaba de que el clero y el templo fuesen fieles al monarca.
Con Akhenatón el cisma no fue religioso, porque muchos de los sacerdotes de Amón
pasaron a serlo de Atón. El drama fue llevarse la capital de Tebas a El Amarna. A su
muerte, los intereses generales de la clase dirigente coincidían en volver a la religión de
Amón como elemento de estabilidad del sistema. El castigo de su memoria fue un hecho
posterior, emanado desde la propia monarquía, tal vez en relación con la idea del orden
universal, la justicia y la paz, el viejo concepto de maat, del cual los monarcas eran los
garantes de la vida terrenal y que se trastocó por la disputa religiosa. Disputa que
posiblemente enmascaraba un conjunto de intereses económicos y de explotación de
recursos de los templos que afectaba a un grupo muy nutrido de personajes importantes.

No parecen que se hicieran cambios profundos en el funcionamiento de las


instituciones heredadas del Reino Medio. El visirato era doble, uno para Menfis y otro
para Tebas, de los que dependían un elevado número de altos funcionarios que son
directores de todas las dependencias estatales. Por el contrario si se vieron afectadas las
demarcaciones territoriales por Tutmosis III. Cargó más el peso de la administración en
dos visires, uno para el Bajo y otro para el Alto Egipto, anuló la organización territorial
de los waret (establecidos en dinastía XII) que estaba constituida por tres
demarcaciones: una para el norte, otra para el sur del Egipto medio, ambas con sede en
Menfis, y otra la “Cabeza del Sur” con Tebas como capital. Esta simplificación
territorial redundará en beneficio de Tebas, sede del visir del Alto Egipto.

La estabilidad monárquica de la dinastía XVIII, con reyes fuertes y


emprendedores en su mayoría, permitió el desarrollo de instituciones estables. Esa
estabilidad fue perturbada por el episodio amarniense y el fin de la dinastía reinante
ayudó a instalar la corrupción que Horemheb intentó corregir. La implantación de una
monarquía de cuño militarista reforzó el poder del monarca, lo que posiblemente fue
una medida para sustraerse al excesivo peso de la oligarquía dominante en la antigua
“Cabeza del Sur”, que controlaba la producción en la región tebana. Los reinados de
Sethi I y Ramsés II significaron una reafirmación de las viejas tradiciones absolutistas
de la teocracia egipcia. Pero este reforzamiento el poder estatal solo duró lo que duraron
los reyes de carácter fuerte y emprendedor. El mantenimiento de esta circunstancia se
debilitó por la enorme frecuencia de reinados de corta duración. El absolutismo
monárquico se fue debilitando, siendo desplazado por el crecimiento en importancia de
la oligarquía dirigente. Las consecuencias fueron múltiples en relación con el
enriquecimiento personal, la corrupción y el abandono de aquellas tareas de gobierno
menos rentables a corto plazo, pero necesarias para el mantenimiento de la estructura
social y productiva. Se acrecentó la demanda de bienes de prestigio, de ahí los robos en
tumbas, y la inestabilidad de la clase campesina fue en aumento. La situación de los
grupos militares se hizo insostenible, dado que muchas veces no recibían sus
emolumentos en especie, lo que incrementó la insatisfacción y el peligro de revueltas de
mercenarios.

Naturalmente no fue una transformación rápida, sino un proceso lento.


Tradicionalmente el organigrama del poder no había distinguido en el cursus honorum
de los funcionarios la carrera civil o sacerdotal. Con la sucesión de reinados cortos y
reyes débiles, los cargos se acumularon en los mismos individuos y en las mismas
familias que tuvieron acceso a grandes recursos procedentes de instituciones diversas,
religiosas, civiles y militares. Esto se hizo más patente en la región de Tebas, en donde
se localizaba una mayor producción en la explotación de recursos agropecuarios. Allí se
creó una oligarquía hereditaria que arrebató el poder a las instituciones centrales. Tal era
su fama que familias de otras provincias se asientan en Tebas como clientes de familias
tradicionales para obtener beneficios y cargos. En teoría el poder supremo descansaba
en el faraón. Los visires del Alto y Bajo Egipto eran sus representantes en lo civil y
militar, lo que incluía la justicia, la administración de los recursos de las provincias,
ciudades y aldeas. Fueron las concesiones de inmunidad dadas a los templos las que
labraron, en parte, la propia ruina de la hacienda estatal. La organización eclesiástica
estaba organizada por los “Primeros Profetas” de cada dios y generalmente supeditados
a un “Director de todos los Profetas de todos los dioses”, cargo que a veces desempeñó
un visir y en otros casos el “Primer Profeta de Amón”, cuyo poder fue en aumento en
detrimento de la corona. Lo que se instauró en Tebas al final del período fue una
“monarquía de Amón”, ocupando el dios el lugar del faraón. La situación se hizo
posible por la acumulación de cargos de que fue objeto el “Primer Profeta” del templo
tebano. La debilidad de los últimos ramésidas propició una descentralización del
territorio de la Tebaida con respecto al norte, sin romper la legalidad monárquica.

El faraón era el comandante supremo del ejército y frecuentemente delegaba en el


heredero. En gran medida estaba constituido por mercenarios libios, que frecuentemente
no cobraban los salarios en especie y eran un factor de desestabilidad.

Expansionismo egipcio: La conquista y anexión de grandes franjas de territorio


extranjero requerían guarniciones permanentes. Solo un ejército permanente y
profesional podía cumplir con este objetivo. Es por ello que Ahmosis de la Dinastía
XVIII implementó un ejército profesional y permanente por primera vez en la historia
de Egipto. Además, Se dotó de tierras a los veteranos a condición de que sus hijos
siguieran el oficio de sus padres. Antes eran levas temporales para una campaña
acompañadas de mercenarios nubios. Durante el reinado de Ajenatón la influencia del
ejército se dejaba sentir en las altas esferas. Hombres próximos al rey combinaban
cargos civiles con militares. A finales de la Dinastía XVIII se reorganizaron las fuerzas
militares. Se dividieron en dos cuerpos diferenciados: infantería y carros. La tradición
naval era importante. Los oficiales y los soldados alternaban sus destinos entre el
ejército de tierra y la marina. [principal unidad era el pelotón de 50 hombres al mando
de un comandante, el rango inferior de entre los oficiales. Cada pelotón dividido en
cinco escuadras de 10 hombres, cada una con su jefe. Cuatro o cinco pelotones
formaban una compañía que tenía su intendente y su ordenanza, y estaba a las órdenes
de un abanderado. Varias compañías se unían para formar un batallón. En campañas
militares se unen varios batallones y forman una división con nombre de un dios
dirigida por un general. Los carros organizados en grupos de 50. La vida del soldado era
dura. Se les repartían pocas provisiones esperando que ellos consiguiesen el resto en el
terreno, de ahí la indisciplina. Los desertores sabían que sus familias podían ser
encarceladas. Luchaban descalzos y con pocas protecciones. Para saber las bajas que
causaban les cortaban la mano a los caídos o el pene a los incircuncisos. El ejército era
un pasaporte para el prestigio y el poder de hombres ambiciosos y decididos. El ejemplo
es Horemheb, quien pudo ser Paatonemheb en época de Ajenatón cuando comenzó su
carrera militar]. Esto permitió un control efectivo de las tierras de Asia y Nubia durante
la dinastía XVIII. La profesionalización del ejército exigió un aumento de especialistas
en el arte de la guerra: carristas, domadores de caballos, herreros, carpinteros, etc. el
control y organización de estos especialistas y sus hogares, aldeas o ciudades, su
aprovisionamiento y formación añadió más funcionarios a la ya burocrática sociedad
egipcia. El grado de diversificación social empezó a crecer de forma notoria. Se
sentaron las bases para una clase media más desarrollada que en períodos anteriores. La
población creció entre límites amplios de 3 a 4.5 millones de habitantes.

En Nubia hubo un establecimiento y dominio sin paliativos, lo que permitió la


explotación de recursos nativos: oro, madera, animales, pieles, incienso, etc. el control
de Nubia, cuyo dominio intermitente se remonta al Reino Antiguo, era condición
preferente para cualquier otra acción de tipo imperialista, debido a la necesidad de
materias primas. Tal vez esta fue la razón por la que Tutmosis se lanzó sobre Nubia
antes de iniciar las campañas asiáticas.

En Asia las campañas tuvieron un sesgo diferente del meramente estratégico.


Desde Ahmosis la persecución del enemigo hicso parecía ser la razón de la actividad
militar. Se puede interpretar que la política imperialista en Asia iniciada por la dinastía
XVIII fue el resultado de un afianzamiento de las fronteras y que las exageraciones
xenófobas de los egipcios sobre los extranjeros, documentadas posteriormente, era más
bien la consecuencia de esta actividad y no su razón de ser. En muchos casos las
expediciones estuvieron dirigidas por el propio faraón. En algunos casos emprendidas
en los primeros años como propaganda política. Algunos investigadores piensan que
eran expediciones militares periódicas, constantes aunque no fueran dirigidas por el
faraón. El imperialismo egipcio en Asia pasó por altibajos en algunas zonas del corredor
canaanita, mientras que fue estable en otras. Las campañas de los primeros faraones dan
la sensación de ser de castigo. Posiblemente hay que considerar que a partir de Tutmosis
III la dirección de las expediciones busca unos resultados más eficaces, más
persistentes. Algunos puntos fueron gestionados directamente por los egipcios mediante
gobernadores con guarnición y establecimientos fijos. En otras zonas se mantuvo a
reyezuelos locales vinculados al faraón por juramento de fidelidad que tenía una
intención tributaria, para cuya consecución se hacían expediciones periódicas. Otras
zonas menos habitadas o con población nómada hicieron necesaria la intervención de
tropas en momentos concretos y con fines específicos. Toda conquista beneficiaba al
faraón en primer momento, por prestigio de ser jefe militar y por el botín. El caso de
Tutmosis es un buen ejemplo: ciudades y territorios conquistados en Asia fueron suyas
hasta que en un momento las donó al templo de Amón en Tebas. El templo veía
incrementado su patrimonio dentro y fuera de Egipto, beneficiando a familias tebanas
con cargos, a veces hereditarios, en la administración del templo. La crítica reciente ha
puesto en duda la interpretación tradicional sobre el alcance de las expediciones
militares de la dinastía XIX, de tal forma que los nombres de localidades que aparecen
en los documentos egipcios se identifican con topónimos localizados más al sur de los
lugares que la bibliografía consagrada había asumido como dogma de fe. Por ejemplo,
la batalla de Kadesh contra los hititas quizás no fue la del Orontes, sino más al sur, en
territorio que los egipcios llamaban Retenu. El llamado “Imperio” egipcio de la dinastía
XIX no pasó de ser una zona de influencia y correrías militares. Nada permite demostrar
que los egipcios mantuvieran una infraestructura duradera de penetración y explotación
económica mediante establecimientos permanentes. A partir de Ramsés III Egipto pasa
a la defensiva y el territorio de guerra será el propio país, lo cual es un golpe frontal
para el imperialismo egipcio. La presencia de los Pueblos del Mar alteró la zona y
modificó la balanza de los equilibrios políticos. Es el declive de los grandes reinos
como el hitita o el egipcio y el surgimiento de pequeños estados como el de Israel.

La estructura de mando en los territorios conquistados era fundamentalmente


militar, aunque con algunas concesiones al templo de Amón. Había en Asia
generalmente tres “Gobernadores de los Territorios”, que controlaban tanto a los
reyezuelos locales como a los comandantes de tropa. No solían tener el mando efectivo
de las expediciones concretas en las cuales el rey era el supremo jefe militar, pero con la
debilidad de los monarcas y sus cortos reinados estas prácticas se fueron abandonando.
Para Nubia había un “Virrey del Sur” que recibía el título de “Hijo Real de Kush”, lo
que indicaba la supeditación directa al monarca, aunque no era de la familia real. El
virrey controlaba a los gobernadores de las dos subdivisiones territoriales, Wawat y
Kush, de los cuales dependían los destacamentos militares y los grupos indígenas.

Otra cuestión es el Éxodo hebreo, situado sin razones contundentes bajo Ramsés
II o Merenptah. Ninguna fuente egipcia se hace eco de lo que la Biblia llamó éxodo.
Relacionado con la expulsión de los hicsos bajo Ahmosis señalado por Manetón. Otro
epitomista de Manetón sitúa el éxodo a fines de la dinastía XVIII. Tal vez signifique
sucesivas salidas de hebreos de tierras egipcias. Los hebreos se confundirían con toda
suerte de beduinos llamados apiru y aamu, relacionados con períodos de mayor o menor
escasez de recursos. Ello está relacionado con la no xenofobia egipcia, pues dicho
sentimiento fue producto de una ideología posterior a los hechos. Los momentos de
esplendor de los reinados de la dinastía XVIII como Tutmosis III o Amenofis III, fueron
un buen escenario para la necesidad de mano de obra, y ello pudo ser motivo de acogida
de beduinos que pasaban por momentos de escasez. Las plagas bíblicas de las tinieblas
y fuego del cielo ha sido fechado por la explosión del volcán de Thera entre el siglo
XVI y XV.

También podría gustarte