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Universidad Pedagógica Nacional

Francisco Morazán

Clase de Filosofía

Catedrática: Lic. Melissa Soto

Emily Graciela Peñate Ruiz

Ciencias Naturales

801199903151

C.E.U.D Tegucigalpa

16 julio del 2021


El discurso filosófico contemporáneo, se tornaría incuestionablemente
revolucionario en cuanto a su manera de entender y explicar la realidad. Esta vez:
bajo los marcos o patrones de la angustia existencial, que sabemos, constituye el
punto de partida y ¿por qué no? el de llegada, con respecto a la obra de aquellos
pensadores que se insertan dentro de este contexto.
Es un proceso renovador, filosóficamente hablando, que aún cuando las ideas que
pertenecen a él no se enmarcan, para muchos, dentro de lo que conocemos hasta
hoy como Filosofía; forman parte de una corriente o tendencia capaz de generar
un pensamiento, a la luz de la actualidad, que si bien no se ha propuesto fundar
grandes sistemas filosóficos a la manera de los que clásicamente reconocemos,
ha alcanzado la internalidad emocional misma del sujeto, en busca de respuestas
aún no resueltas, con respecto a disímiles problemas existencialmente humanos.
Quizás por esto, no solo se agota su calificativo en “pensamiento”, sino que por
demás no hemos temido en llamarle: “filosófico”.

Tal es el caso de Friedrich Nietzsche , quien desde una nueva ética intenta
desmitificar toda la tradición histórica–cultural, a partir de su transmutación de
valores, que considera necesaria en tanto a la libertad y realización de los seres
humanos. Esto en última instancia no representa otra cosa, que la reacción a una
reproducción epocal, que él considera, si bien limpió con los fundamentos sacros,
habría que analizar si estos no fueron el resultado de lo que creía bueno una clase
social predominante. Es un problema entonces, donde su complejidad no se limita
a los efectos de una ideologización determinada; sino a reconocer bajo qué
circunstancias se encuentran y quienes han fundado, aquellos que entendemos
como axiomas universales.

Para ello Nietzsche hace un nuevo tratamiento de la voluntad shopenhaueriana,


que desde entonces también rondaba este tema. A diferencia de Kant; quien
entendía que el sujeto era capaz de construir, en un primer orden: intuitivamente,
los objetos de conocimiento; Schopenhauer dirá que es la propia existencia de los
objetos, que a través de una suerte de voluntad forman el conocimiento de los
individuos. Nietzsche, respecto a esto considerará: desculpabilizar la voluntad. Por
tanto, a partir de Nietzsche la voluntad no podrá ser solo entendida como la
expresión de nuestro lugar dentro de la universalidad, la misión que tenemos para
con nuestra realidad; sino cómo dicha realidad incide en el deseo de esa voluntad,
será éste el aporte nietzscheano al esquema de Schopenhauer.

En el intento de analizar qué ha pasado con la filosofía antes de llegar a este


período, en necesario agregar que, visto desde la misma filosofía shopenhaueriana,
compartían espacio dos especies de voluntades. Una que era la propia; la cual
inevitablemente solo apuntaba al descontrol, la desmesura, lo prohibido,
lo errado, lo egoísta; mientras existía otra, que sin ser nuestra quedaba perpetuada
como verdad absoluta, como corrección, como salvación.

Empero, la sociedad marchaba sobre las ruedas de cánones, inspirados en una


voluntad, que solo legitimaba a un sector preponderante, pero que a su vez no
constituía la gran mayoría. Corrimos el riesgo entonces, de que aquel modelo de
hombre que se intentaba legitimar, solo fuera un producto propio hecho de acorde
a la imposición colectiva. Dicha mayoría, muy en parte, se conformaría en decir,
desde luego: “hágase su voluntad y no la mía”.
Más tarde nos precede un proyecto ilustrado, que vendría a terminar de desmontar
toda aquella sociedad, que aún arrastraba con los tabúes eclesiásticos,
fundamentalmente.

Por tanto, debemos reconocer que la ética o la moralidad, se levantan sobre la base
del egoísmo, sobre aquello que le ha parecido más correcto o menos doloroso a
algunos. Fernando Savater nos diría en relación a esto:

“Si lo bueno es el desinterés, ¿por qué el prójimo se interesa tanto en que yo sea
realmente desinteresado? No estaré sirviendo al interés ajeno -es decir, al vicio- al
intentar cumplir con mi más alta y renunciativa virtud?”

Ello no niega el hecho de que este proceso sea necesario, pues de lo contrario no
tuviéramos idea de cómo conducirnos en la vida. Se trata solo de tener en cuenta,
creo yo, la manera en la que han surgido, y sentirse parte más bien, de la
construcción de nuevos valores, aún cuando quizás algunos pudieran contradecir
los antes expuestos. Es este el análisis que está tomando en consideración
Nietzsche para expresar su deseo de un hombre nuevo, de un superhombre.

El superhombre de Nietzsche:

o Tiene que ser capaz de sobreponerse a lo que está establecido, y dirigirse


en torno a aquellos valores que tengan que ver con él.
o Tiene, no que querer cambiar aquello que es bueno por malo, ni viceversa,
sino saber criticar el origen de los valores que se le imponen.
o Tiene que ser por tanto, un ser auténtico, que no valla por la vida
reproduciendo en su accionar y pensamiento, aquello que no entienda o no
comparta, aquello que no lo represente como ser genérico.

El nacimiento de la idea del superhombre nietzscheano, tiene que ver mucho


también, obviamente, con su teoría nihilista; aquel que intente serlo, debe
desapegarse de lo que dictan las distintas religiones, que no han hecho más que
reprimir su creatividad, sus verdaderas potencialidades como ser raciocinio. Se
trata de alguien que expulse a Dios de su interior y se ocupe en la formación de su
súper hombría; que ningún vínculo guarda con divinizar o atribuirles a las personas
aquellas dotes que antes pertenecían a Dios, sino mostrarse fuerte ante su coraje,
su creatividad, su dignidad.

Para ello el superhombre nietzscheano tendrá que hacer extremo uso de la voluntad
de poder, que ante todo representa poder de sí mismo, más que poder sobre otros.
Ello está entrelazado con la necesidad de hacer de este hombre uno
con autodeterminación, convencido de su valentía, poseedor de poder sobre sí y
sobre los demás.

Ahora bien, cierto es que la dureza y la frialdad de su obra a la hora de construir el


fundamento teórico de su modelo de hombre transformador, ha dado pie a que el
discurso nazista utilice como escudo dichas características, en la defensa de su
teoría racista. Tal es el caso de su postura anti igualitarista, al creer al
superhombre, mejor, por lograr liberarse de aquellas normativas mal fundadas.
Nietzsche no se encuentra a favor del igualitarismo, ni tal como lo planteaba o
plantea el discurso cristiano de que todos somos iguales al ser hijos todos de Dios,
ni hacia el que propone la sociedad emergente desde finales del siglo XIX. Por otro
lado se encuentra el hecho, que Nietzsche insiste, por decirlo así, en la violencia
para con la conformación y autenticación de este tipo de hombre, que para hacerse
real tiene que imponerse violento sobre aquellos que son más débiles. El gusto por
la combatividad, la fuerza, la crueldad; son características que insertadas deben
de estar en la personalidad de esta figura.

De esta manera, el campo se torna aún más fértil para un acercamiento teórico con
el nazismo, puesto que hicieron uso exactamente de dichas características, en el
tratamiento con aquellos que consideraban inferiores; a ello unido la fuerte crítica
nietzscheana al judaísmo y al cristianismo , así como su ensalce a la valentía de los
pueblos germánicos.

Sin embargo, existen de cualquier manera, argumentos, que si quisiesen se


pudiesen usar en la negación de este aparente vínculo, empezando por el odio que
le profesaría el mismo Nietzsche a los alemanes, al punto de renunciar a su
ciudadanía y hacerse suizo. Además, reconocer, que su idea de superhombre está
influenciada por el platonismo y su idea acerca de la muerte de Dios, por lo que
constituye una construcción filosófica, desvinculada de la historia del nazismo. Más
bien, el hombre que propone Nietzsche, debe alejarse de los valores impuestos, lo
cual considero constituye la piedra angular de su teoría; como es el caso de esta
organización, que sabemos fomentaba la muerte y el desprecio entre las personas,
cuando este abogaba por el culto a vivir libremente.

El superhombre de Nietzsche no deja guiarse por absolutos ni reglas universales,


mucho menos por postulados de un grupo dominante. No existen para Nietzsche
tales conceptos de humanidad, raza o nación. Finalmente, basta con aludir al
concepto que poseía este del Estado, para asumir que son pocas las probabilidades
de supuesta conexión. El estado será para Nietzsche, quizás la peor invención del
ser humano; pues le somete, le resta autoridad, dirección y decisión en su vida:

“Allí donde el Estado acaba, comienza el hombre que no es superfluo; allí comienza
la canción del necesario, la melodía única e insustituible. Allí donde el Estado acaba,
¡mirad allí, hermanos míos! ¿No veis el arcoiris y los puentes del superhombre?”

Podrá identificarse entonces, al superhombre, por su conducta moral, por su


actuación diferente, puesto que no se restringirá a los valores que su sociedad le
brinda, y por ende no seguirá a la mayoría. Este ideal de hombre reconoce los
valores como creación suya y no de origen trascendente, luego tiene poder sobre la
legitimación o la desmitificación de los mismos. Más allá de la creación propia de
valores; los encausa a su personalidad, individualidad o exigencias. Quien quiera
ser un superhombre tendrá que comenzar, por dejar de ser quien ha sido hasta
ahora y convertirse en un tipo excepcional de persona.

El mismo Nietzsche, en varias ocasiones negó la posibilidad de que hubiera existido,


alguien en calidad de superhombre. Sin embargo, consideró que “podrían servir
como modelos: Sócrates, Jesucristo, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel,
Shakespeare, Goethe, Julio César y Napoleón”.

El superhombre se reafirma, conclusivamente, sobre la vida y con ella, sobre el


sufrimiento y el dolor que le impone la misma. No cree en destino alguno, sino aquel
que él propiamente se ha forjado; no cree en sentido alguno de la vida, más que
aquel que él propiamente ha sabido darle.

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