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Capítulo 1

Vientos de Guerra

Dos años habían pasado desde aquella maravillosa reunión en el Hogar de


Pony. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero otras tantas
permanecían sin alteración. El pequeño orfanato en el valle verde, el
diligente trabajo de las dos mujeres quienes eran el alma del lugar, la
siempre creciente fortuna de los Andley y el bullicio perennal de la agitada
ciudad de Chicago no habían variado un ápice. Sin embargo, la vida de
nuestros amigos había atravesado por algunos cambios importantes.

William Albert había tomado total control de su fortuna y ahora se


encontraba dirigiendo los negocios de la familia Andley con la sabiduría y el
éxito que la tía abuela Elroy siempre había deseado. Archie había decidido
entrar a la Universidad donde se encontraba estudiando Leyes para el
beneplácito de los padres de Annie, quienes se encontraban muy
complacidos con su futuro yerno. Annie, por su parte, también había
experimentado cambios positivos. Ahora era, sin lugar a dudas, la dama que
su madre siempre había soñado. Dulce por naturaleza y de maneras
refinadas gracias a la cuidadosa educación que había recibido, se había
convertido en una graciosa criatura con hermosos ojos y una figura
impresionante. Más de algún joven de la alta sociedad de Chicago hubiese
querido probar su suerte cortejando a la joven, pero desafortunadamente
para ellos, Annie y Archie habían sido pareja por tanto tiempo que ya nadie
dudaba que se casarían tan pronto como el joven millonario terminara sus
estudios.

Patty continuaba viviendo en Florida con su abuela, pero cada verano


viajaba hasta Chicago para pasar unas semanas con los amigos que habían
llegado a ser los mejores que jamás había tenido. Ella nunca había sido
realmente hermosa, pero Dios le había concedido la gracia de un
temperamento dulce y una bondad especial que la hacían atractiva a todo
el mundo y los hombres no eran la excepción. No obstante, ningún de ellos
había tomado el lugar que Stear había dejado vacío y ella no se sentía
urgida por encontrar un substituto porque había aprendido que tales cosas
nunca deben de forzarse.

Eliza Leagan, por su parte, era ahora un miembro conocido y activo de la


alta sociedad de Chicago. Alta y esbelta con ojos matadores y una sonrisa
insolente pasaba su tiempo entre bailes de gala, meriendas y demás inútiles
eventos sociales de todo tipo. Los hombres la asediaban no solamente por
su belleza y fortuna sino porque había logrado una reputación de mujer fácil
que atraía a muchos. Ella se había decidido a gozarla sin restricciones en
una clase de revancha por los dos jóvenes que nunca pudo tener – Anthony
y Terri, por supuesto – y nadie iba a impedirle disfrutar la vida del modo que
ella había escogido. Solamente una cosa la molestaba muy en el fondo de
su alma oscura, y era su incapacidad de vengarse de aquella a quien su
corazón odiaba con todas sus fuerzas, porque esa persona tenía un
protector poderoso que aún la indomable Eliza Leagan no se atrevía a
desafiar.
Por el contrario, Neil se había convertido en un vergonzoso alcohólico quien
a pesar de todos los intentos hechos por Albert para ayudarlo, se mantenía
ahogado en el fondo de alguna botella de whisky. Nunca había superado el
rechazo que había sufrido y tal vez nunca lo lograría, especialmente cuando
el objeto de su afecto estaba totalmente fuera de su alcance.

Ahora más que nunca, mis amigos lectores, Candice White Andley era la
personificación dela libertad y la independencia. Había aceptado conservar
el apellido de su familia adoptiva como un gracioso acto de simpatía hacia
el hombre que amaba como al hermano mayor que nunca había tenido.
Ocasionalmente ella le acompañaba a eventos sociales o grandes galas en
las cuales era necesario ser visto para el bienestar de los negocios y la
reputación de la familia Andley. Pero además de esas raras ocasiones Candy
era todavía la joven sencilla y dulce que siempre había sido.

Había decidido conservar su antiguo departamento y vivir ahí sola a pesar


de toda la alharaca hecha por la señora Elroy, quien se escandalizaba solo
de pensar que una dama viviese sola. Pero aún no contenta con eso, Candy
había insistido en conservar su antiguo trabajo como enfermera. Ahora,
después de un largo tiempo de duro trabajo para ayudar a su jefe a
conquistar la guerra contra el alcoholismo, había finalmente logrado
rehabilitar al hombre y ambos estaban entonces trabajando en un gran
hospital en el cual habían sido aceptados sin la ayuda de Albert. A pesar de
los sinceros deseos del joven por ayudar a su protegida y al buen viejo
doctor, Candy insistió en encontrar una salida por su propia cuenta,; y así
había sido como, una vez más, se había salido con la suya por sus propios
medios.

Candy cumpliría pronto 19 años y la cándida belleza que una vez había
cautivado a los tres jóvenes Andley, años atrás en los días de la mansión de
Lakewood, había madurado en una mujer cuya hermosura dejaba sin aliento
a cualquiera. Poseedora de una figura con suaves pero voluptuosas curvas,
una sonrisa arrolladora y unos ojos por los cuales se podía matar, Candy
tenía aún la gracia de la sencillez. Las pecas de su nariz habían casi
totalmente desaparecido dejando solamente algunas manchitas rosas que
daban a su rostro un aire cándido. Sus maneras se habían suavizado pero
conservaba los firmes movimientos de una persona que ha practicado
deportes de manera regular, algo que no era muy común entre las mujeres
de su tiempo. Pero una vez más, muchas cosas no eran comunes en la más
famosa y excéntrica heredera de una de las familias más ricas de los
Estados Unidos.

La tía abuela Elroy estaba particularmente preocupada por el hecho de que


Candy estaba aún soltera y sin compromiso formal. La anciana temía que la
joven pudiese escoger a alguien indigno del prestigio y fortuna de la familia.
Para ella había sido una cosa terrible que William Albert le hubiese
permitido a la muchacha romper su supuesto compromiso con Neil.
Hubieses sido, después de todo, un arreglo muy conveniente para ambas
familias, pero Albert había sido tan tajante al respecto de ese asunto que la
anciana había perdido ya toda esperanza en ese enlace.

Albert, por su parte, estaba algo preocupado por la soledad en que Candy
vivía, pero ella se veía tan segura de lo que quería para sí misma que no
pudo negarse ante el deseo de la joven de vivir sola. Dentro de su corazón
Albert esperaba que su pequeña encontraría algún día el amor que había
perdido ya dos veces en su corta vida, porque para él, nadie más que ella
merecía esa bendición.

Hacia el inicio del año de 1917 las preocupaciones de Albert se


concentraron en otros asuntos. La situación entre los Estados Unidos y
Alemania había alcanzado un punto peligroso. Dos años habían pasado
desde el hundimiento del Lusitania por la marina alemana, hecho que había
resultado en la muerte de 128 pasajeros norteamericanos. Desde entonces,
las cosas había ido de mal en peor y tan sólo un par de meses antes, esto es
en Febrero de 1917, el presidente Wilson había roto las relaciones
diplomáticas con Alemania. Por lo tanto la escena estaba lista para un
evento ineludible y el miedo de la eminente guerra flotaba en el aire. Como
un acaudalado banquero él sabía que su fortuna podía jugar un papel
importante en el conflicto. Sin embargo, Albert nunca se aventuró a
imaginar cómo los eventos históricos iban a afectar la vida de su familia
hasta que fue ya demasiado tarde.

Era una soleada mañana de primavera cuando Katherine Johnson entró al


cuarto de enfermeras en una agitada carrera muy inusual en ella. Sus
mejillas estaban sonrosadas y ella estaba prácticamente sin aliento. Candy
esta sentada charlando alegremente con otra enfermera cuando Katherine
interrumpió la conversación de las dos mujeres con su llegada inesperada.

La joven rubia no tuvo que preguntar nada porque cada detalle estaba ya
escrito en la cara de su colega: los Estados Unidos le habían declarado la
guerra a Alemania finalmente. Candy conocía bien esa mirada solemne en
la cara de Katherine y se pudo imaginar también lo que aquel evento
significaba para el país y para ella misma...

¡Candy!....- Katherine dijo por tercera vez – ¿Estás escuchándome?


¿No dices nada acerca de esto?

Oh, . . . lo siento! – respondió Candy volviendo a la realidad de la que


por un momento había escapado en sus pensamientos – Yo
estaba...algo....- dudó por un segundo – Temo que tengo algo que
hacer chicas ¿Me disculpan?

E inmediatamente ella abandonó el cuarto dejando detrás suyo a dos


enfermeras intrigadas.

¿Qué le pasó? No hizo ningún comentario sobre las malas noticias –


dijo Katherine.

Bueno, de hecho creo que realmente le afectaron las nuevas. Estaba


muy bien antes de tu llegada – replicó la segunda enfermera.
¿Tú crees que ella tiene a "alguien" por quien temer con esta
guerra ... –dijo Katherine con una mirada curiosa en sus ojos.

¿Un enamorado, quieres decir? No, no lo creo. Candy es una chica


muy dulce pero muy reservada sobre todo lo relacionado con su vida
privada. No obstante, me temo que no está interesada en ningún
muchacho por el momento, esas cosas no se pueden ocultar.

La conversación continuó mientras una rubia muy nerviosa continuaba


corriendo a través de un parque cercano.

Candy corrió hasta un puesto de periódicos para comprar un testimonio real


del evento. Ella estaba segura de que el suceso iba a traer un nuevo giro a
su vida ... ¿Podría ser que inclusive...?

Estaba claramente impreso en la primera página ... Esa mañana del 6 de


Abril de 1917 el presidente Woodrow Wilson había declarado la guerra y
estaba ya pidiendo voluntarios para defender la Nación. Los dedos de Candy
estrujaron el periódico con una extraña mezcla de temor, valor, excitación y
una extraña sensación que ella no pudo alcanzar a nombrar en aquel
momento. Era como si su destino le estuviese llamando a gritos, era algo así
como una llamada a una cita concertada por adelantado desde mucho
tiempo atrás. Ella había recibido un entrenamiento especial para tal
momento y ahora podría ser el momento cuando su entrenamiento probaría
su valor. La memoria de Flammy, quien todavía continuaba trabajando
como voluntaria en el frente, junto con el inolvidable recuerdo de Stear,
vinieron a su mente. ¿Podría ella abandonar su pacífica vida en Chicago
donde contaba con el amor y compañía de su amigos más cercanos, donde
ella podía siempre regresar al Hogar de Pony para encontrar fuerza y
apoyo? ¿Sería tan valiente como para enfrentar los horrores de la guerra?

Una joven pareja con un niño pequeño pasaron frente a ella. La mujer
estaba radiante con una mano firmemente asida al brazo de su esposo,
mientras él cargaba con su otro brazo al pequeño que no debía de tener
más de dos años. Candy los vio caminar a lo largo del parque hasta que
desaparecieron de su vista. Parecían tan felices y tan ajenos al peligro
eminente que el país estaba por enfrentar. Candy entonces pensó que la
joven madre tenía razones poderosas para permanecer sana y salva en el
cobijo de la madre patria, mientras toda el ejército norteamericano se
preparaba ya para defender al país, después de todo, aquella mujer tenía
una familia por la cual velar ....¿Pero ella? . . . ¿Quién esta esperándote en
casa Candice White?

¿Qué estás diciendo? – gritó Albert sin poder creer lo que había oído –
¿Candy abandonó el departamento sin decir una palabra?... ¿ Ni
siquiera a mi ?

Me temo que eso es correcto, señor – contestó George Johnson muy


apenado – Esta mañana el guardia en turno se dio cuenta de que la
señorita no había abandonado el departamento en más de
veinticuatro horas y como es un día de trabajo se preguntó si algo
marchaba mal, así que fue a averiguar con el casero. Fue entonces
cuando ambos encontraron esta carta que ella había dejado, señor.

Largo tiempo atrás, desde que Candy había decidido continuar viviendo sola
en su departamento al centro de Chicago, Albert había apostado guardias
que cuidaban de la joven sin dejarse notar.

William Albert sabía bien que Candy se hubiese molestado de haber sabido
que era vigilada de esa forma, pero la ciudad se estaba convirtiendo en un
lugar violento y peligroso, y una rica heredera era siempre una tentación
para secuestradores y otros maleantes. Por lo tanto, como la cabeza de la
familia, Albert no podía tomar riesgo alguno con respecto a la seguridad de
su protegida.

Sin embargo, a pesar de todas esas medidas, su secretario estaba ahora


informándole que la chica había desaparecido de algún modo, justo en las
narices de sus guardias.

Dame la nota – dijo Albert con voz temblorosa y visiblemente enojado


Lo que sus ojos leyeron entonces estaba más allá de sus más horribles
sueños.

Queridos Albert, Annie y Archie:

Siento mucho dejarlos sin decir palabra pero se que me


perdonarán tarde o temprano. Tengo mis razones para hacer algo
así.

Hay una parte de mi que quiere quedarse con ustedes y todos


aquellos a quienes amo, pero la otra parte me empuja para cumplir
con un deber que no puedo soslayar. Quiero que sepan que he
meditado esta decisión un buen tiempo y que no es, de ninguna
manera, el resultado de un impulso vano.

Algunos años atrás, cuando estaba en la escuela de enfermería,


recibí un entrenamiento especial como enfermera militar. En
aquellos años la guerra había apenas empezado y parecía
solamente un fantasma lejano, en aquel entonces no estábamos
seguros si ese fantasma algún día nos alcanzaría. Pero a decir
verdad lo logró, y ya ha cobrado la vida de uno de nuestros más
queridos seres, a quien nuestra familia siempre recordará con el
más profundo cariño.
Es por su imborrable memoria que no debo desoír el llamado de
mi deber. Nuestro país necesita mis servicios y no voy a deshonrar
el ejemplo de Stear.

Sé que mi partida los dejará preocupados y en tristeza. Ustedes


han siempre sido tan buenos y cariñosos conmigo. No obstante,
tengo que irme, pero confío en que el Señor estará conmigo todo el
camino a Europa y me protegerá durante las pruebas que me
aguardan allá.

Por favor Albert, no te enojes conmigo. Se que desapruebas todo


este asunto de la guerra porque siempre has sido un pacifista, pero
piensa que no voy como un soldado para matar, sino como una
enfermera para salvar vidas. Archie, no temas porque voy a volver
sana y salva y si no cuidas bien de Annie sabrás de mi, catrín.

Annie, prométeme que serás una chica fuerte. La Señorita Pony


y la Hermana María te necesitarán más que nunca.

Recen por mi y expliquen todas estas cosas a esas dos queridas


mujeres.

Los ama

Candice W. Andley.

P. D.
Albert lamento decirte que solamente gastas tu dinero en esos
guardias. Por lo regular siempre se quedan dormidos después de la
media noche.

Dos lagrimones corrieron en las mejillas de Albert cuando hubo terminado


de leer la carta. A juzgar por la última vez que Candy había sido vista por los
guardias, ya era demasiado tarde para tratar de detenerla. Para entonces
ella ya estaría viajando hacia Francia con el primer pelotón mandado por los
Estados Unidos. Albert sintió que parte de su vida se rompía de nuevo en
pedazos. Parecía que había perdido a su querida hermana, aquella que el
destino le había dado en una clase de compensación por la otra hermana
que había perdido cuando aún era un niño. ¿Podría ahora recobrarla? Si tan
solo Candy no fuera tan testaruda y al menos por una sola vez en su vida
pensara en si misma en lugar de pensar en los demás ....

La señorita Hamilton es la jefa de enfermeras y ustedes tendrán que


seguir sus órdenes al pie de la letra – dijo el director del Hospital
Saint Jaques con un ligero acento francés a las recién llegadas y
luego, volviéndose hacia Flammy - Hamilton, estas son las chicas
nuevas que acaban de llegar de América, espero que pueda
ayudarlas a adaptarse y comenzar a trabajar lo antes posible.
El hombre abandonó entonces el cuarto dejando a las enfermeras con la
alta morena.

Los fríos ojos de Flammy inspeccionaron a las enfermeras y su corazón se


detuvo por un momento cuando logró ver a una cara familiar con grandes
ojos verdes que le sonreía con una amabilidad que ella no podía entender.

Encantada de verte otra vez – susurró Candy cuando Flammy pasó junto a
ella . Me temo que no puedo decir lo mismo – replicó la morena con voz
seca y sin más comentarios continuó su inspección del grupo – Espero que
todas ustedes estén seguras acerca de la decisión que tomaron cuando
resolvieron enrolarse. Pronto encontrarán que todas las cosas negativas que
han oído acerca de las experiencias de las enfermeras militares no son muy
exactas. De hecho, la realidad va más allá de cualquier cosa que se
pudieron haber imaginado allá, en sus cómodos y rutinarios trabajos en los
Estados Unidos la realidad es señoritas, mucho peor.
Después de esta melodramática introducción, Flammy continuó con una
larga lista de deberes reglas y recomendaciones. Todas las jóvenes nuevas
se miraron unas a las otras admiradas por la frialdad de tal recepción. Las
palabras de Flammy fueron claras, distantes y heladas, sin un dejo de
simpatía o amabilidad, solamente un muy elocuente discurso que no dejaba
dudas sobre quién estaba a cargo y cómo esperaba ella que se cumpliese
con el trabajo por hacer. La expresión en su cara no cambió ni tampoco el
tono de su voz. Si alguna de las enfermeras en el grupo había esperado que
todo ese asunto de la guerra no iba a ser tan malo después de todo
entonces el discurso de "bienvenida" de Flammy se encargó de matar la
última de esas débiles esperanzas. No obstante, un solo corazón entre el
grupo no se dejó impresionar o realmente afectar por la actitud de Flammy.
Candy sabía bien que todo aquello era pura actuación. Detrás de esa mujer
que aparentaba tener un corazón de hielo, había una niña solitaria y esta
vez Candy no iba a caer el la trampa de su pretendida dureza.

Esta ocasión mi querida colega – se dijo Candy – encontraré el modo de


derribar esos muros que tanto tiempo te has esmerado en construir
alrededor de tu corazón. No voy a desperdiciar esta nueva oportunidad que
la vida me da.
Una luz de determinación cruzó por sus ojos verdes al mismo tiempo que
Flammy terminaba su discurso.

Aquella noche Candy se sentó en la ventana del cuarto que iba a compartir
con una enfermera mayor llamada Julienne. No había nada que pudiese ser
considerado un lujo en la habitación. De hecho, el cuarto era más bien
austero y sus habitantes bien podrían haberse sentido deprimidas
fácilmente por su sola apariencia. Si Candy no hubiese pasado antes por
situaciones más difíciles tal vez la tristeza le habría embargado entonces
junto con unos grandes deseos de regresar a casa. Pero ella había decidido
mantener el espíritu muy en alto y estaba ahora llena de esperanzas en la
nueva empresa que había empezado. Ni la dureza de las palabras de
Flammy ni la pobreza del cuarto podrían quitarle la emoción que sentía en
el corazón y la belleza de la luna llena que apareció entonces en el cielo
nocturno. Mientras pudiese apreciar la belleza de la creación divina a pesar
del tamaño de sus problemas, le había dicho alguna vez la Hermana María,
habría esperanzas para continuar.

Un camión lleno de soldados con la bandera norteamericana pasó en la calle


justo debajo de la ventana de la joven. Dentro del camión un par de ojos
azul oscuro se perdían en la ligera bruma nocturna. El hombre de los ojos
azules sintió un dolor repentino en el corazón cuando el camión pasaba
frente al hospital. El dolor se desvaneció en un par de segundos pero le dejó
una sensación de pérdida cuya causa no pudo comprender, pero que en
última instancia, no le resultaba desconocida.

Candy entonces cerró la ventana preguntándose qué podría haber sido ese
dolor repentino en su propio corazón.

Los días pasaron rápidamente en Saint Jaques, pero tal como lo prometiera
Flammy, ninguno de ellos fue fácil o tranquilo. Los heridos inundaban los
pabellones, los quirófanos y aún los corredores. El dolor y la desesperación
estaban en el aire que cada ser humano respiraba mientras que muy poco
consuelo podía ser hallado en medio de la confusión.

En ocasiones Candy llegó a pensar que había usado ya la última gota de


fuerzas que tenía dando puntadas, limpiando las camas o trabajando
interminables horas en cirugía. No obstante, cuando se sentía casi
desfallecer la figura fuerte y determinada de Flammy aparecía por algún
lado como un recordatorio increíble del espíritu que ambas jóvenes mujeres
había aprendido en los viejos días de su entrenamiento con Mary Jane.
Entonces Candy recobraba su usual humor positivo y alegre y continuaba su
trabajo iluminando aquel lugar con una cálida sonrisa. Ahí donde la
eficiencia de Flammy solamente podía ayudar a los cuerpos a recobrarse de
la enfermedad, el encanto de Candy podía traer esperanza a aquellos
corazones aún más enfermos que los mismos cuerpos que los envolvían.

" Juntas podrían formar la enfermera perfecta", se había dicho alguna vez
Mary Jane y si hubiese podido ver a sus antiguas alumnas en acción se
habría congratulado a sí misma par los buenos resultados y los acertado de
sus predicciones. Porque en verdad el trabajo de las jóvenes se
complementaba tan bien que a pesar de las limitaciones que se sufrían en
el hospital todo trabajaba satisfactoriamente, aún en la confusión que
frecuentemente reinaba en derredor.

Candy se había dado cuenta de ello y por lo tanto trataba de trabajar con
Flammy tanto como le era posible y haciendo su mejor esfuerzo para
ignorar el exasperaste temperamento de su antigua condiscípula.
Desafortunadamente, Flammy no era de la misma opinión y hacía las cosas
mucho más difíciles para Candy, quien tenía que soportar sus despóticos
modales.

¿Acaso eres nueva en este trabajo? – dijo Flammy con tono irritado –
esta venda está demasiado apretada, más te vale que la aflojes
inmediatamente o le causarás a este pobre hombre más problemas
de los que ya tiene.

Sí Flammy, lo haré enseguida – replicó Candy suavemente

No hables mucho y trabaja más rápido, todavía tienes toneladas de


cosas que hacer antes de que tu turno termine – Flammy logró
agregar mientras abandonaba el lugar para continuar su diaria
revisión.

¿Cómo le haces para aguantarla? – preguntó el hombre a quien


Candy le estaba acomodando las vendas, cuando Flammy se había ya
retirado.

Candy encogió los hombros y le dio al hombre una de esas dulces sonrisas
que valen un millón de dólares.

Pues verá, el secreto es nunca tomar como algo personal lo que dice
y aceptarla así como es.

Sí, como un dolor en .... la cabeza – terminó el hombre conteniendo la


vulgaridad de su lenguaje, porque cómo podía un hombre razonable
decir palabras subidas de tono en la presencia del ángel rubio en
frente de él.

Oh sargento O’Connor, mi amiga no es una mala persona, apreciaría


lo que vale si llegara a conocerla mejor. En el fondo de su corazón
tiene un alma noble.

Tal vez pero está demasiado en el fondo como para poder verla, creo-
insistió el hombre con una risita – Te digo algo más, si esa ‘amiga’
tuya no logra suavizar el carácter va a terminar como una solitaria
solterona.

Usted es imposible Sr. O’Connor – contestó Candy riendo.

Yo estoy de acuerdo con él – dijo la voz de un hombre más joven.

Candy estaba ahora cerca de este segundo hombre limpiando una


impresionante herida que tenía él en el brazo.

Al contrario – continuó el joven – no creo que a una joven linda y


dulce como tu le falten pretendientes – agregó con una pícara sonrisa
en los labios.

Oh, eres un coqueto François – replicó Candy – pero no les voy a


permitir que sean tan duros al juzgar a Flammy. Los dos deberían
estarse preocupando por ustedes mismos. Si no endulzan el
temperamento ninguna chica querrá salir con ustedes... y eso incluye
a las enfermeras – concluyó ella riendo mientras dejaba el cuarto.

En ese momento un joven doctor entró en la habitación. Había presenciado


toda la escena. Sus ojos grises habían seguido cada movimiento de la rubia
mientras sus oídos registraban cada palabra producida por sus labios.

Mala suerte esta vez – bromeó O’Connor dirigiéndose a François


Girard

Sí, pero uno siempre intenta, tú sabes, especialmente con una chica
tan encantadora. ¿Oh no?

Sí, pero esta chica en especial, Sr. Girard, no es muy fácil de atrapar –
dijo el doctor uniéndose a la conversación – y un ejemplar femenino
verdaderamente difícil de encontrar, además.

Muy cierto Dr. Bonnot – aceptó François y la conversación murió en


este punto dejando a los tres hombre solos con sus propios
pensamientos.

Yves Bonnot había conocido a Candy desde el primer día que ella llegó al
hospital. Se encontraba tomando un breve descanso en el privado de los
médicos y estaba saliendo del baño cuando el director del hospital entraba
al lugar con el grupo de las nuevas enfermeras. Escondido detrás de la
puerta del baño Yves escuchó el discurso de Flammy – algo que ya había
hecho algunas veces antes – y con mirada cuidadosa examinó la reacción
de las recién llegadas mientras la seca morena hablaba. Un rostro entre
todo el grupo captó su atención inmediatamente. Al principio fue tal vez la
exquisita belleza de una cara con piel blanca como la crema fresca, con una
naricita respingada y unos ojos increíblemente grandes, lo que cautivó al
joven, pero después de unos cuantos minutos después de la primera
impresión, Yves pudo ver algo más allá de la bella apariencia. Mientras
Flammy continuaba hablando el joven se divertía con la consternación que
se podía ver en las caras de las nuevas enfermeras. Sin embargo, en el
rostro de la rubia no se pudo apreciar ni una sombra de miedo o
incertidumbre. En lugar de eso Yves pudo leer una determinación poco
usual en esas profundas ventanas verdes de sus ojos.

"Cela c’est courage" ( Eso es valor, en francés) – se dijo complacido al


encontrar en una misma mujer dos cosas que rara vez se encuentran juntas,
belleza y carácter.

Desde ese momento Yves había seguido los movimientos de la joven con
interés. Se hallaba más que dispuesto a conocerla mejor, pero pronto
encontraría que el camino al corazón de la joven, a pesar de la
acostumbrada bondad de su poseedora, era un senda muy difícil de cruzar.

Yves había tenido un par de experiencias no muy placenteras con las


mujeres durante su vida así que a pesar de su innegable primera atracción
hacia la joven se mantuvo anónimo sin saber cómo acercarse a la chica. En
ese tiempo Yves la observó cuidadosamente. Siempre escondiéndose desde
algún lado desde donde podía observar miles de pequeños detalles. Se
aprendió de memoria cada rasgo de su rostro, la fina línea de su naríz, el
suave rosa de sus mejillas todo salpicado con unas pecas casi invisibles,
cada pequeña espiral de su melena rizada y el millón de chispas que
parecían cubrir su cabello cuando el sol brillaba sobre él, todo su asombroso
repertorio de sonrisas arrolladoras y las diferentes inflexiones de su voz.
También aprendió que ella era, sin duda alguna, un ser humano agraciado
con el más tierno de los corazones y un espíritu indomable que rara vez se
rendía. Yves se encontró tan fascinado en esta casi enfermiza tendencia a
mirar en asombro detrás de cualquier cosa que lo pudiese esconder de la
vista de la joven, que pasó semanas enteras tratando de encontrar el modo
de darse a conocer a la muchacha. Pero la ocasión vendría casi por
accidente y mucho antes de lo que a Yves le hubiese gustado.

No era lo que puede llamarse un hermoso día. De hecho, había llovido toda
la mañana quedando un hilera interminable de charcos sobre las aceras. La
ciudad tenía una apariencia melancólica bajo el gris cielo de verano que
combinaba bien con el ánimo de sus habitantes. Más de tres años había
pasado desde que la guerra había comenzado y el país estaba ya cansado
de soportar el dolor y la constante pérdida. A pesar del triste escenario Yves
estaba disfrutando de su día libre y había salido con su perro para dar una
caminata. El animal, un gran pastor alemán que aun no cumplía su primer
año, caminaba inquietamente al lado de su amo.

Yves se sentó en una de las bancas del parque pensando en los cambios por
los que había atravesado la ciudad desde el inicio de la guerra. París era
todavía la reina de las grandes ciudades pero aunque sus edificios estaban
aun sanos y salvos la atmósfera había cambiado dramáticamente. Se
podían ver soldados por todas partes, la gente caminaba por las calles con
una expresión preocupada y silenciosa, y aun en la "Quartier Latin", el
vecindario de los estudiantes y artistas, el usual aire de efervescente
agitación parecía haber perdido su energía acostumbrada. En otras
palabras, la posibilidad de que el ejército alemán invadiera la bella y
atesorada ciudad, orgullo de toda la nación, era un fantasma que rondaba
las mentes de todos.

El enorme perro se puso de pie con un movimiento repentino lo cual sacó al


joven de sus cavilaciones. Antes de que él pudiese reaccionar el gran animal
estaba fuera de su alcance corriendo detrás de un gato amarillo que ya
corría con todas las fuerzas de sus cuatro patas para escapar de una pelea
que seguramente perdería el pobre felino.

Yves había soltado la correa así que no tuvo otra alternativa que correr
detrás de su perro, el cual no daba oídos a los llamados eufóricos de su
amo. En unos cuantos segundos los tres corredores estaban fuera del
parque y se dirigían hacía una calle cercana en frente de los peatones que
los miraban divertidos. Del otro lado de la misma calle una joven se había
detenido para comprar un helado a un vendedor ambulante. El gato, en su
desesperación, vio un buen refugio debajo del carrito de helados y antes de
que la joven pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el gato y el
perro estaban corriendo en círculos alrededor de ella. Los animales la
tiraron al suelo donde ella fue finalmente a parar toda enredada con el gran
perro y su correa. Mientras tanto el gato, viendo una buena oportunidad
para salvar la vida, escapó graciosamente.
Mon Dieu, oh mon Dieu !( Dios mío) – dijo Yves al acercarse a la chica
– Je suis desolé Medemoiselle, Je..( Lo siento mucho señorita ) .....
Pero entonces, al darse Yves cuenta de que los ojos más verdes que
jamás había visto le miraban con simpatía, ni una sombra de molestia
en su profundidad acuosa, se paralizó por un instante no sabiendo
qué decir en cualquiera de las lenguas que hablaba.

C’est bien Monsieur ( Está bien señor ) – contestó ella en un francés


poco fluido.

¿Está usted bien señorita? – logró decir finalmente mientras le ofrecía


una mano a la joven.

Oh, habla inglés – notó ella con agradable asombro.

Sí señorita, pero por favor... ¿Está usted bien? Jamás me lo perdonaré


, quiero decir, fue todo mi culpa, el perro ... usted ve....es mío, me
temo.

Bueno, ya lo había notado por la forma en que lo mira, pero no se


preocupe estoy bien señor, sin embargo no puedo decir lo mismo de
mi helado – se rió la joven.

Si me permite estaré encantado de comprarle otro, creo que es lo


menos que puedo hacer por todas las molestias causadas por este
estúpido perro – añadió él dando una severa mirada al pastor alemán.

Bueno, solamente si me promete que no se enojará con este pobre


muchacho. – dijo ella sonriendo y él correspondió a su sonrisa
tratando de mantener el control sobre sus emociones.

"Oh Dios mío" pensó Yves, " Es ella, no puede ser.. no puede ser...Yo había
imaginado que sería diferente .. algo más .... ¿Romántico?.... ¿Qué estoy
diciendo? .... Debo estar loco .....De todas formas, tengo que pensar
claramente cuál es mi siguiente movimiento...Vamos tonto, piensa rápido"

Yves pagó al vendedor por el helado y éste sonrió al joven cuando se dio
cuenta cuán nervioso se encontraba el muchacho por el ligero temblor de
sus manos.

Tenez Monsieur ( Aquí tiene, señor ) – dijo el vendedor y después


añadió musitando paran no ser oído por la joven – vous avez de la
chance aoujourd’hui (Tiene suerte este día)

Merci – dijo Ives sin saber qué responder al comentario del hombre –
Aquí tiene señorita -dijo finalmente volviéndose a la joven junto de él,
quien, como seguramente nuestros lectores ya han imaginado, no era
otra que Candy.
Gracias, Sr....

Bonnot, Yves Bonnot, Mademoiselle – añadió él

Yo soy Candice White Andley, pero todos me llaman Candy – dijo ella
ofreciendo al joven la mano que le quedaba libre. Candy pensó
entonces que el joven tenía una linda sonrisa.

Enchanté.

Pronto la pareja y el inoportuno perro caminaban juntos a lo largo de la


angosta calle. Yves mencionó que era doctor en el hospital Saint Jaques y se
fingió sorprendido cuando Candy le dijo que ella trabajaba como enfermera
en el mismo lugar. Una vez que llegaron a ese punto la conversación se
volvió más fluida e Yves pudo saber que ella venía de un lugar al Norte de
los Estados Unidos, que se había graduado de enfermera el mismo año en
que la guerra había iniciado, y que gracias a Dios, era soltera. Por su parte,
él le dijo que siempre había vivido en París, que había estudiado medicina
en la Sorbona terminando sus estudios justamente el año anterior. Candy
pudo también averiguar que Yves vivía con sus padres, y que era el menor
de una familia de cuatro hijos. Para entonces todos sus demás hermanos
estaban casados. A parte de él solamente había otro hijo varón, el cual era
teniente en la marina francesa.

Me gustaría compensarte por el incidente de hoy – dijo él después de


pensar por un rato en el modo de solicitarle una cita - ¿Por qué no me
dejas mostrarte la ciudad? Estoy seguro de que no has tenido tiempo
de verla aún, y es una lástima porque tenemos la ciudad más
hermosa del mundo.

Me encantaría,... pero – Candy miró a su reloj pulsera – ¡Cielo santo!


Estoy realmente retrasada, sabes.

Pero....

Bueno, la verdad es que una de mi compañeras enfermeras me invitó


a conocer a su familia hoy, precisamente me encontraba en camino a
su casa cuando tu perro....– ella rió –bueno creo que tú ya sabes.

Ya veo, ... entonces tal vez en alguna otra ocasión – dijo él


decepcionado

Seguro, gracias de todas formas por la conversación, supongo que te


veré en el hospital uno de estos días – ella dijo al mismo tiempo que
le extendía su mano en señal de despedida.

Por supuesto – replicó él, y luego se dijo a si mismo – Puedes estar


seguro de ello jovencita.

La muchacha se alejó apresuradamente dejando detrás de sí a un hombre


prácticamente flotando con un gran perro a su lado.

Capítulo 2

Cartas de Candy

En los días que siguieron a la partida de Candy, Albert tuvo que enfrentar la
dura tarea de comunicar a su familia las malas noticias. Después de mucho
pensarlo finalmente se resolvió a llamar a sus parientes más cercanos,
incluyendo a los Leagan y a Annie para hacerles saber lo que había pasado.

Cuando él entro a su oficina de la inmensa mansión de Chicago todos


estaban ya esperándolo. Latía abuela Elroy estaba sentada en un refinado
sillón de piel, el cual era su poltrona favorita en aquel cuarto. Cerca de ella,
sentados en un lujoso canapé azul índigo, se encontraban Archie y Annie.
Eliza y su madre estaban sentadas una al lado de la otra en un gran sofá
que hacía juego con el resto del mobiliario, colocado cerca de una gran
ventana cubierta con pesadas cortinas deseda. Mr. Leagan y Neil se
encontraban de pie cerca de las dos mujeres; la impaciencia se dibujaba en
el padre mientras que el hijo tenía la mirada perdida en la nada de los
vidrios del ventanal. Eliza estaba ocupada arreglándose el cabello y
mirándose en el espejo de su polvera; después de todo una chica no debe
perder la oportunidad de impresionar favorablemente al máspoderoso de
los Andley, quien era por cierto un hombre muy apuesto también.

Me complace verlos a todos – comenzó Albert mientras decía una


secreta oración para sí mismo.

Bueno, déjame decirte que cancelé una cita muy importante, así que
espero que esta junta valga la pena – concluyó el Sr. Leagan.

Trataré de ser breve, entonces – replicó Albert a su tío.

Pero primero me gustaría saber por qué Candy no fue invitada a la


junta – preguntó Archie con un ligero dejo de irritación en su voz, - tú
sabes bien que ella es parte de la familia.

Sólo en términos legales – subrayó Eliza despreocupadamente.

Bueno – dijo Albert ignorando los comentarios de la muchacha – Hay


una razón muy poderosa por la cual Candy no está hoy con nosotros.
De hecho, esta junta ee para informarles algo relacionado con ella.

En ese momento Neil volvió repentinamente de donde sea que estaba


vagando su mente y enfocó sus ojos claros en Albert con especial atención.
Albert se sentó en su propio sillón detrás de un gran escritorio de madera e
invitó a los hombres que estaban de pie a tomar asiento. Luego, hizo una
pausa por unos segundos pidiendo a Dios el coraje para comenzar.

El hecho es que – comenzó finalmente – Candy no estará viviendo en


Chicago por un tiempo

¿Qué? – preguntó Annie, abriendo su boca por primera vez en la tarde


– ella nunca me dijo nada acerca de mudarse de la ciudad.

Ay Dios, Dios, parece que nuestra Candy está llena de sorpresas –


añadió Eliza con una sonrisa socarrona.

Una vez más Albert ignoró la ironía en la voz de ella y continuó su discurso.

La verdad es que Candy no dijo nada a nadie sobre esto,


incluyéndome a mi.

¿Pero por qué haría ella algo así? – preguntó Archie con preocupación
reflejada en su cara.

Apreciaría mucho que todos ustedes mantuvieran la calma frente a


todas las cosas que estoy por comunicarles – dijo Albert
serenamente.

¿Por qué tenemos que guardar la calma William Albert? – demandó la


Sra. Leagan hablando por primera vez - ¿Es acaso tan serio que
Candy se halla mudado?

Verá usted tía, amigos, . . . Candy dejó Chicago porque decidió


ofrecerse como voluntaria en el ejército.

Un mudo jadeo salió de la boca de Annie y Albert se detuvo nuevamente


para recobrar fuerzas.

Para estas horas Candy debe ya de estar en camino a Francia.

Albert se detuvo para ver la reacción de todos, secretamente agradecido de


que ya había logrado decir la peor parte de la nuevas.

¿Qué quieres decir con eso? – dijo Neil con tono irritado y apretando
los puños con fuerza
– ¿nos estás diciendo que ella está en camino a su muerte justo como
Stear?

Cállate Neil – interrumpió el Sr. Leagan cuando se dio cuenta del


enojo de su hijo.

No padre, no voy a callarme – dijo el joven y luego, volviendo a


dirigirse a Albert añadió – ¿Cómo fue que no hiciste nada para
detener esta tontería? ¿No se supone que eres el tutor y protector de
Candy?

Y lo soy – contestó Albert con todo el dominio propio de que disponía


– pero ella no mencionó sus planes a nadie. Se puede mover muy
rápido cuando quiere.

¡Eres un fracaso William Albert! ¡No se cómo puedes estar a cargo de


la familia! – contestó Neil con gran frustración y casi listo para
golpear a Albert y seguramente lo habría hecho si su padre y el ligero
estado de embriaguez en el que se encontraba no se lo hubiesen
impedido.

El silencio reinó en la habitación por unos segundos que parecieron


interminables. Solamente se podían oír los callados sollozos de Annie. Ella
había escondido su cara entre sus manos mientras Archie, totalmente
abstraído a todo su alrededor, se encontraba inmóvil y atónito sin poder
consolar a su novia.

Esta muchacha es una maldición para nuestra familia – dijo la tía


abuela rompiendo el silencio.

Eso no es cierto tía abuela – replicó Albert con firmeza – No estoy


avergonzado de la decisión de Candy, sino absolutamente orgulloso
de su valor y nobleza. Ella ha actuado como la gran mujer que ya es y
aunque nos duela profundamente tenemos que aceptar su decisión.
Los llamé porque pensé que tenían derecho a saber acerca de esto y
porque quiero dejar las cosas en claro: Candy está en camino a
Francia por el bienestar de nuestros hombres en el frente y si la
prensa o cualquiera me pregunta sobre el asunto hablaré de ello con
orgullo. Si ustedes se sienten avergonzados eso solamente habla de
cuán ciegos están ante la virtud misma.

No seguiré escuchándote – dijo Neil – si tu no tratas de detenerla lo


haré yo.

El joven, moviéndose tan rápido como su embriaguez se lo permitía, dejó


entonces el cuarto
azotando la puerta con fuerza.

¡Neil! – llamó la señora Leagan visiblemente enojada - ¡Regresa acá


inmediatamente!

Es demasiado tarde tía, él no podrá hacer nada. Yo ya traté por mi


cuenta – dijo Albert –pronto él también se dará cuenta de que
estamos maniatados en este asunto, déjelo ir.

La Sra. Leagan suspiró resignada y buscó instintivamente los ojos de su


marido para encontrar
apoyo.

Ahora les agradecería si me dejaran solos con Archie y Annie – pidió


Albert dirigiéndose a la tía abuela Elroy y a los Leagan.

Por supuesto querido, no hay problema – replicó Eliza con una


extraña expresión en su cara.

" ¿Está . . . algo . . . feliz?" – se preguntó Albert para sus adentros. Porque
ciertamente, la cara de la joven se había iluminado desde el momento en
que se había enterado de que su antigua rival había partido a tierras
lejanas. En su obscuro corazón Eliza Leagan estaba feliz.

"¡ Qué afortunada soy!" – pensaba ella – "Con un poco más de suerte una
bala perdida me
librará de la maldición de su presencia para siempre"

Los Leagan y la Sra. Elroy salieron del cuarto silenciosamente. Entonces,


cuando los tres amigos que quedaban en la habitación se encontraron
completamente solos, y sólo entonces, Archie descargó finalmente lo que
había guardado en su corazón.

¿Qué vamos a hacer Albert? – dijo el joven con voz iracunda,


reflejándose la
desesperación en cada una de sus palabras – ¿Te das cuenta de lo
que esto podría
significar? ¿No sabes las terribles cosas que la gente sufre en la
guerra? Cosas que me hacen temblar de miedo de sólo pensar . . .

Lo sé muy bien. Ya estuve ahí. ¿Te olvidas de eso? – contestó Albert


con vehemencia, ya
sin poder mantener el control.

¡Pero ella es mujer! ¿Te das cuenta que ella podría ser. . .? – Archie se
detuvo en seco horrorizado ante la infame escena que se había
formado en sus pensamientos. Llevándose una mano a la cara se
restregó la frente con nerviosismo por unos momentos y después de
una pausa añadió – ¡Oh Dios mío, la sola idea me hiela la sangre! –
masculló.

¡Basta, Archie, por favor! – gritó Annie dejando salir los sollozos
libremente de su garganta con toda la pena que tenía en el corazón –
Oh Albert, todo esto es mi culpa, mi culpa – dijo entre lágrimas.

¿Qué quieres decir Annie? – preguntó Albert con el corazón lleno de


compasión frente al evidente dolor en la frágil alma de la joven.

Yo soy su mejor amiga . . . Yo le fallé al no conocer sus intenciones,


debí haberlo leído en sus ojos, en la forma en que me miró y abrazó
fuertemente la última vez que la vi . . . Pero estaba muy ciega. . . .
Yo. . . Yo pude haberla detenido entonces.
¡Tonterías, Annie! – gritó Archie dirigiéndose a la joven con inusual
irritación – Nunca nada ha podido detener a esa chica tonta. Nada ni
nadie. ¿Dime, pudiste acaso detenerla cuando abandonó el colegio
San Pablo? ¿Te dijo algo acerca de sus planes? ¡No, por supuesto que
no, no lo hizo, y aunque lo hubiese hecho no hubiera servido de nada
porque ninguno de nosotros jamás ha tenido poder para persuadirla!

¡Archie! – gritó Annie con sollozos aún más fuertes.

¡Ya es suficiente Archie! – dijo Albert con firmeza, internamente


admirado de la reacción del joven.

Es obvio que ninguno de nosotros podría jamás hacer algo así –


continuó Archie frenéticamente e ignorando las súplicas de Albert -
¿Sabes por qué Annie? Bueno, porque en todo este maldito planeta
solamente han existido dos personas capaces de detener a Candy de
hacer esa clase de estupideces, pero desgraciadamente querida
Annie, una de esas personas ha estado muerta por más de siete años
y la otra . . .¡Dios sabe!. . . El bastardo esta sano y salvo en Nueva
York sin importarle un bledo lo que le pase a Candy, mientras que a
otros. . . !

¡Basta he dicho!- gritó Albert.

Archie se detuvo asustado de sus propias palabras y dejó la habitación sin


decir más. Annie, quien había estado de pie por un momento, se arrojó en el
sofá llorando con los más amargos sollozos que Albert había escuchado
jamás.

El joven rubio se acercó a la frágil morena y puso su tibia mano en el


hombro de ella.

Por favor Annie, no llores más – susurró él – Archie no quiso decir


todas esas cosas, él solamente está muy aturdido por toda esta
situación. Estoy seguro de que está pensando en Stear. Archie debe
imaginarse que la misma cosa sucederá con Candy pero yo no estoy
de acuerdo con él. La situación de Candy es diferente, ella es
enfermera, no soldado.

Pero las enfermeras militares también mueren – logró decir Annie


llorando calladamente.

Ya he tomado mis precauciones para su seguridad – dijo Albert.

¿En serio? ¿Qué quieres decir? – preguntó ella intrigada.

Te diré en un minuto cuando Archie regrese. Ahora déjame ir a


buscarlo.

Y Albert salió de la habitación dejando a la joven llorando sola. Encontró a


Archie en el balcóndel cuarto contiguo. El joven tenía la mirada perdida en
el horizonte lejano.
¿Archie?

Albert – repuso el interpelado visiblemente avergonzado por su


comportamiento – Yo, . . . lo siento. No se lo que me pasó. Es sólo que
todo esto es tan difícil de afrontar. – balbuceó Archie amargamente.

¿No piensas que es también difícil para mí? – preguntó Albert dejando
salir un poco de su propia desesperación – Candy es mi protegida y la
amo profundamente. Ella se ha convertido en la persona más cercana
a mi a través de todos estos años. Desde que mi hermana murió no
recuerdo a nadie que fuese tan importante para mi.

Estoy seguro de eso. Se bien lo que Candy significa para ti. . .. Pero,
Albert, lo que yo siento es diferente . . . Yo....’

¡Shhh! – dijo Albert tocándose los labios con uno de sus dedos y
bajando la voz hasta que
se convirtió en un susurro que solamente Archie podía oír – Lo se. Hay
sentimientos que un hombre de honor tiene que guardar en lo
profundo de su corazón para nunca dejarlos salir, ni siquiera
confesárselos a sí mismo porque solamente harían las cosas más
difíciles. Esas cosas que le dijiste a Annie allá en mi oficina nunca
debían haber sido dichas.

¿Tú crees que Annie....? – preguntó Archie

No, no te preocupes. Ella está demasiado ocupada culpándose por la


partida de Candy como para darse cuenta de lo que te pasa. Ahora
entra a esa habitación y vuelve a ser el prometido cariñoso que
siempre has sido. Annie te necesita más que nunca antes. Esas es la
forma en que a Candy le gustaría que fueran las cosas.

Los dos jóvenes regresaron a la oficina en silencio, todos los temores de sus
corazones colgaban de sus hombros pesadamente. Una vez que estuvieron
los tres reunidos Albert explicó a sus amigos cuáles eras las nuevas
precauciones que el había tomado para proteger a Candy aún en la
distancia.

Durante su estancia en África, Albert había conocido a un joven oficial


francés de su misma edad. Habían llegado a ser buenos amigos al tener
muchas cosas en común. Años después, cuando Albert hubo recobrado su
memoria, trató de contactar a su antiguo amigo y sus intentos habían sido
recompensados con el éxito. De hecho, ambos hombres mantenían una
comunicaciónregular. El joven oficial resultó ser sobrino de una persona
muy importante en Francia, el mismísimo Mariscal Ferdinand Foch, un
hombre que jugaría un papel decisivo en la guerra. Asípues, Albert había ya
contactado a su amigo para pedirle usara la influencia de su tío con el fin de
evitar que Candy participase en cualquier equipo médico comisionado para
trabajar en lavanguardia. El amigo de Albert había respondido de inmediato
con la formal promesa de que la Srta. Candice White Andley sería siempre
mantenida como parte del personal médico de un hospital en París, pero
que nunca se le enviaría a ningún tipo de misión en el frente. Con esta
esperanza Annie y Archie sintieron un poco de alivio y reunieron el valor
necesario para leer lacarta de despedida que había dejado Candy.

Ellos no podían imaginarse entonces que ni las relaciones de Albert ni la


influencia del Mariscal Foch iban a impedirle a Candy encontrarse con su
destino.

Dos meses después de la escena que acabamos de presenciar Albert recibió


la primera carta de
Candy.

Junio 29 de 1917

Querido Albert:

Finalmente llegamos a París. Esta es la primera carta que puedo


enviar desde que dejé América. Estoy segura de que has pasado
muchos problemas por mi causa. No debió haber sido fácil decirle a
todos acerca de mi decisión. Siento mucho haber dejado esa
responsabilidad en tus hombros pero no pude encontrar otra
persona que fuese capaz de realizar esa tarea mejor que tú.

Espero que entiendas mis motivos aunque se bien que me


extrañarás tanto como yo a ti y a todos mis queridos amigos.
¿Recuerdas cuando fuiste a África? Era algo que habías soñado
desde siempre. Algo que tenías que hacer para poder continuar con
tu vida. La decisión de venir a Francia es un asunto de la misma
naturaleza. Yo tenía que estar aquí. Es como si hubiese nacido para
una ocasión como esta. No quiero decir que estoy haciendo cosas
extraordinarias aquí pero creo que este es lugar en que debo estar.
Ya he encontrado muchas razones para estar aquí ¿Sabes?

Por otra parte, no es tan horrible como la gente dice. Todos han
sido muy amables conmigo. Sí, el trabajo es duro pero todos están
tan conmovidos por el dolor en el hospital que la mayor parte de
los buenos sentimientos salen a flote fácilmente en el corazón de
todos. Trabajamos duro porque el personal no es suficiente para
cuidar de todos los heridos que llegan todos los días del Frente
Occidental, pero también somos recompensados cuando nos damos
cuanta de que hemos logrado salvar una vida.

Hay solamente algo que me molesta profundamente, la


frecuencia con la que se llevan acabo amputaciones. Algunas veces
creo que los doctores deciden cortar una pierna o un brazo
demasiado pronto. Es tan triste ver a esos hombres, algunos de
ellos muy jóvenes, sufrir horriblemente cuando se dan cuenta de
que han cortado uno de sus miembros. Recuerdo que el año pasado
fui a una convención médica en el hospital Johns Hopkins, y
algunos doctores estaban probando un nuevo proceso llamado
irrigación para salvar un miembro de una amputación inminente.
Ellos reportaron buenos resultados allá y yo solamente estoy
esperando la oportunidad para sugerir el uso del tratamiento por
irrigación aquí. Pero no va a ser fácil porque los doctores nunca
confían en las enfermeras para diagnosticar tratamientos.

En asuntos más agradables debo decirte que me he


reencontrado con una vieja compañera. ¿Recuerdas a Flammy, my
condiscípula en la Escuela de Enfermería? Ella está aquí, y adivina
qué. ¡Es la enfermera en jefe! ¿Puedes creerlo? Se que una vez te
dije que nunca nos llevamos muy bien pero estoy segura de que
nuestra relación mejorará ahora. Estoy consciente de que ella es un
alma solitaria y a mi me gustaría mucho ser su amiga. Mantén los
dedos cruzados por mi.

Por favor, dile a Annie que París es todo lo que ella me dijo una
vez. La ciudad es tan preciosa como para quitar el aliento. Por
supuesto, no tengo mucho tiempo para conocer la ciudad pero cada
dos semanas tengo un día libre, bueno, solamente diez horas.
Usaré ese tiempo para ver todo y como van las cosas por aquí,
parece que esta guerra tomará todavía un rato para terminar. Así
que tengo la oportunidad de conocer bien París.

Como estoy muy ocupada aquí no creo que tenga tiempo para
escribir muy seguido. Mi siguiente carta será para Annie, después
le escribiré a Archie y después a la Señorita Pony y a la Hermana
María, y finalmente de nuevo a ti, así que se paciente y todos
ustedes cuéntense lo que digo en mis cartas. Pero por favor no le
digas a Annie lo de las amputaciones que te conté. No quiero que
se sienta triste por eso.

Con amor

Candy

P.D.

Cumplí 19 años el mes pasado durante el viaje. Así que no te


olvides de comprarme algo como regalo de cumpleaños y guárdalo
bien envuelto para mi regreso.

Agosto 6 de 1917

Querida Annie:

Esta es una carta que no se cómo comenzar. Albert me dijo cómo


te sentiste cuando supiste de mi partida. ¡Annie! No hay motivos
para que tu te sientas culpable por eso!
Esta era una decisión que no podías haber cambiado por medio de
la razón o la fuerza. Es algo que tenía que hacer y no me arrepiento
ni un ápice, aunque no me gustaría que sufrieras por esto.

Hay muchas cosas buenas aquí, más de las que puedes


imaginarte, créeme. Estoy conociendo a gente muy linda por todos
lados. Hay una chica muy agradable llamada Julienne, estamos
compartiendo cuarto. Ella es más grande que tú y yo, tal vez unos
nueve o diez años y ya estácasada, imagínate. Su esposo está
peleando en el frente y ella decidió ofrecerse como voluntaria, y de
hecho es muy buena enfermera. Julienne ha sido muy dulce
conmigo todo el tiempo, tiene un gran sentido del humor y está
haciendo su mejor esfuerzo por aprender inglés solamente para
hablar conmigo. ¿No te parece dulce de su parte? Yo estoy
aprendiendo un poco de Francés también pero me temo que no soy
muy buena pronunciándolo.

Hay también un muchacho muy agradable que conocí hace unos


días, un joven doctor de estehospital. Su nombre es Yves, es un
chico muy dulce, ¿Sabes? Lo conocí por accidente en la calle, su
perro estaba corriendo detrás de un gato y me tumbó, fue una
situación muy cómicaahora que la recuerdo. Es extraño que no
había visto a Yves antes de entonces, aunque trabajamos en el
mismo hospital. Después de ese accidente lo he visto muy seguido,
ya hemostrabajado juntos haciéndonos cargo de un par de
pacientes. Es realmente un buen doctor . . .Ahhh, por cierto, sólo
en el caso de que tu cabecita esté imaginándose cosas románticas
tengo que decirte que Yves es muy agradable y todo eso pero NO
ESTOY INTERESADA EN ÉL, así que olvida cualquier cosa que
pudiese haber venido a tu mente.

Me tengo que ir ahora porque mi turno empieza pronto y Flammy


se enojará conmigo si no llego a tiempo. Mandaré esta carta
mañana. Por favor lee la siguiente carta que le escribiré a Archie.

Te quiere mucho

Candy

Septiembre 24 de 1917

Querido Archie,

Enfermera Candice White Andley, orgulloso miembro de la FEA –


es decir, Fuerza
Expedicionaria Americana – se complace en informarle, Señor, que
se encuentra viva y
coleando.
¿Soné muy formal? Espero que no porque nunca he sido formal y
no quedaría muy bien con mi personalidad.

La verdad es que las cosas parecen ir un poco mejor para los


aliados recientemente. Pero debes de saberlo ya por los periódicos.
Cuando acababa de llegar aquí se inició una gran ofensiva para
recobrar Flandes, o Flandres como le dicen aquí en Francés. Miles
de heridos han sido traídos a nuestro hospital desde entonces. Más
aún, parte del personal del hospital ha sido designado en una
expedición para cuidar de los heridos en los campos de batalla. A
pesar de los esfuerzos de los británicos y los franceses la región
aun se encuentra bajo el control de los alemanes, pero mucha
gente cree que los Aliados están juntando fuerzas para intentar un
gran ataque en el mismo punto. Todos esperamos que eso hará
retroceder al ejército alemán y finalmente liberará la región.

Nuestros muchachos, quiero decir nuestros soldados, no han


realmente entrado en acción
todavía, solamente han dado cierto apoyo en Belfort. Sin embargo,
conforme el tiempo pasa más y más de nuestros hombres están
llegando y entrenando aquí. Así que París, donde yo estoy, está
muy bien cuidado. Con la ayuda de Dios esto terminará más pronto
de lo creo y estaré de regreso en caso, ya verás. Por lo tanto, no
hay razones para preocuparse por mi.

Por el contrario, debes concentrar todos tus fuerzas en apoyar a


Annie. Ella tiene un espíritudelicado y te necesita a su lado más
que nunca. Cuando regrese todos bromearemos sobre estos días y
yo les contaré todos los sucesos graciosos que me están pasando
aquí.

Sólo una cosa, recuerda que la Navidad es en tres meses. Por


favor, pide a Albert algo de dinero para comprarle algo a Annie de
mi parte. Consigue algo bello y lujoso, pero siempre elegante. . .

Bueno, confío en tu buen gusto.

Con cariño,

Candy.

Octubre 1 de 1917

Queridas Señorita Pony y Hemana María:

Esta es la primera carta que les escribo desde que dejé América
hace seis meses. Se que no esjusto escribir tan poco pero mis
deberes aquí no me permiten hacerlo más seguido. Ustedes me
enseñaron que el servicio a los que están en necesidad debe
siempre ir primero, y aquí hay tanta gente que necesita de
consuelo y ayuda que simplemente no puedo detenerme.

No quiero que se preocupen por mí. Estoy realmente muy bien,


pero por favor recen por todaesta gente que muere cada día en mis
brazos. Algunas veces no puedo hacer nada por ellos sino rezar las
oraciones que ustedes me enseñaron y llorar en silenciosa
frustración. Ustedes, que siempre han estado cerca de Dios,
pídanle que detenga esta locura. Simplemente no puedo entender
cómo es que las personas pueden lastimarse las unos a las otros de
un modo tan horrible. ¡Es indignante!

Algunas veces siento deseos de correr y regresar a casa, a


América con ustedes. Pero entiendo que este es mi lugar ahora. La
gente me necesita del mismo modo en que los niños del hogar las
necesitan a ustedes. No le he contado a nadie como me siento por
todo ese dolor que crece y crece a mi alrededor con cada paciente
que conozco. Una vez más, no se preocupen por mi, y no le digan a
nadie sobre estas cosas tan tristes, pero recen, recen por ellos.

Muchos creen que un gran ataque está a punto de efectuarse en


el Norte, muchos camiones con jóvenes soldados han estado
pasando por la ciudad en dirección a la frontera norte con Bélgica.
Cuando piensen en mi, piensen también en todos esos jóvenes,
quienes tal vez no regresen a casa. Pero yo prometo que regresaré.
Algo en mi interior está muy seguro de ello.

Supe que Patty está de regreso en Chicago desde el verano. Por


favor díganle a Annie que le de un gran abrazo de mi parte. Esa
chica tan considerada está allá solamente para acompañar a Annie,
estoy segura.. Patty tiene un gran corazón. ¿Podrían invitar a todos
a la fiesta de Navidad en el Hogar para celebrar con Annie como en
los viejos tiempos? Eso seguramente les animará mucho a todos,
especialmente a Annie. Ya le envié instrucciones a Albert para que
les ayuda a proveer todo lo que sea necesario para la fiesta y
juguetes para los niños.

Con todo mi amor,

Candy.

Mi dulce niña – dijo la señorita Pony enjugándose las lágrimas


después de terminar de leer la carta – ella está allá lejos trabajando
día y noche, sufriendo no se qué carencias que no confiesa, pero no
puede evitar pensar en los demás. Sobre cenas de Navidad y regalos
para los demás.

Es la misma Candy de siempre, pero cada vez mejor, más fuerte y


cariñosa – replicó la monja cerca de la señorita Pony con una mezcla
de orgullo y tristeza.
Sí, debemos de estar muy orgullosas de ella.

Señorita Pony – preguntó la hermana María mientras una sombra


cruzaba sus ojos claros –¿No siente usted algo raro en el aire?

¿Qué quiere decir hermana?

La señorita Pony y la hermana María habían pasado tantos años trabajando


juntas como equipo y habían pasado tantas penurias juntas que ambas
conocían cada cambio en el humor de la otra. El tono en la voz de la monja
estaba cargado de un temor que no le gustó para nada a la señoritaPony.

Tal vez sea mi imaginación, pero cuando estaba usted leyendo la


parte de la carta donde Candy nos pide que recemos por sus
pacientes. Yo . . . .– comenzó la monja y entonces su voz se redujo a
casi un susurro – . . . . sentí algo en mi corazón diciéndome que en
realidad debemos de orar, pero orar por ella.

¡Hermana María!

Nuestra Candy está en gran peligro señorita Pony. Puedo sentirlo


como solamente una madre podría hacerlo – dijo la buena mujer
llorando en silencio.

El gélido viento otoñal entró al cuarto moviendo las hojas del calendario. Era
el primero de
noviembre. En el escritorio de la señorita Pony las páginas de una revista se
movieron también
con la repentina ráfaga. En una de las páginas se podía leer un
encabezado : "Una estrella
marcha para luchar por la patria en el Frente Francés."
Capítulo 3

Corriendo a la orilla del acantilado

Vano afán

Dije a mi mano: arranca las ortigas


que junto de la fuente
aprisionan al mirto entre sus ligas.
Y mi mano obediente,
de raíz fue arrancando las ortigas.
Dije a mis ojos: cuando venga el sueño
a llamar esta noche aquí a mi puerta,
rechaza su beleño,
que si hoy quiero soñar, lo haré despierta.
Y en esa hermosa noche, en vez del sueño,
la luna entró por mi ventana abierta.
Dije a mi labio: pajarillo inquieto
que aprendiste ese nombre tan amado,
no lo repitas ya ni aun en secreto.
Y el labio enmudeció y está callado.
Y así de aquesta suerte,
como tan claro mi razón advierte
que al punto voy haciendo
todo lo que me place y voy queriendo.
Dije a mi corazón: olvida, olvida,
que libre de este amor ya quiero verte.
Y entonces ¡ay!, mi corazón me dijo:
vano será tu afán, vano y prolijo;
no pretendas luchar, serás vencida,
yo te domino a ti, yo soy el fuerte
mientras vayas errante por la vida,
al yugo de ese amor irás uncida;
si quieres olvidar, dame la muerte

María Enriqueta.

Tal y como la señorita Pony y la hermana María sospechaban, Candy no


contaba en sus cartas ni la mitad de todos los horrores que estaba
presenciando.

La guerra en Francia había sido desde el principio una lucha de trincheras.


Desde el Sur hasta el Norte del país se habían construido trincheras a lo
largo de las fronteras con Luxemburgo, Bélgica y Austria. Tanto Alemania
como Francia había luchado ferozmente durante años, la primera
intentando ocupar el territorio enemigo, y la última defendiendo sus tierras.
A pesar de las sangrientas batallas en las cuales miles y miles de hombres
habían perdido la vida, para 1917 no se habían logrado muchos avances.
Ambas partes, los Aliados y la Triple Entente habían mantenido más o
menos las mismas posiciones por largo tiempo y las hostilidades no habían
cesado desde 1914. Toda esa gran área era conocida como el Frente
Occidental, uno de los escenarios más horrendos de la Primera Guerra
Mundial.

Los alemanes habían ocupado Bélgica sin ninguna dificultad durante el


primer año de la guerra. Desde esa plaza habían tratado de invadir Francia
y tomar así control del Mar del Norte. Un punto muy estratégico para una
futura invasión al Reino Unido, el más poderoso enemigo que los alemanes
tuvieron antes de que los Estados Unidos entraran en la guerra. La región
deFlandes, una amplia área entre Francia y Bélgica, había sido
prácticamente devastada en ese intento invasor. Cuando Candy llegó a
París hacia fines del mes de mayo de 1917 una gran campaña estaba a
punto de comenzar en Flandes, una vez más.
La plaza en disputa era una ciudad belga de cierta importancia llamada
Ypres. De hecho, el lugar había sido ya peleado en dos otras ocasiones pero
los resultados habían sido desastrosos para la causa Aliada. En junio, los
primeros ataques de las fuerzas británicas tuvieron éxito al ganar Messines,
una población clave cerca de Ypres. Entonces los Aliados empezaron un
ataque masivo en la zona. A pesar del optimismo generalizado la batalla
resultó extremadamente larga y se convirtió en una verdadera tragedia que
duró meses.

Se enviaba personal médico desde París y otras grandes ciudades francesas


a los hospitales ambulantes en los campos de batalla del Norte, con el fin de
cuidar de miles y miles de heridos en el frente. El dramático procedimiento
era más o menos como sigue: las ambulancias y los equipos de primeros
auxilios levantaban a los heridos de entre los muertos cuando cesaba el
fuego; después se les enviaba a la retaguardia en trenes especialmente
acondicionados, hacia verdaderos hospitales en donde los heridos podían
recibir completa atención médica. Muchas veces el transporte tomaba días
enteros, mientras tanto la gente de los hospitales ambulantes, el cual podía
ser una simple tienda o un lugar improvisado en las ruinas de un edificio
devastado, tenía que hacerse cargo de los heridos e inclusive realizar
cirugía con escasos recursos. Mucha gente moría antes de poder recibir
cualquier tipo de atención médica efectiva.

Como Flammy Hamilton había estado en Francia desde el primer año de la


guerra, era ya una enfermera militar experimentada. Flammy había
trabajado en algunas de las grandes batallas del Frente Occidental,
incluyendo Verdun y la primera batalla del Marne. Recientemente había sido
promovida al puesto de jefa de enfermeras del hospital Saint Jacques, pero
en aquellos días de angustia nadie estaba totalmente a salvo de ser enviado
a los hospitales ambulantes cuando la situación lo requería. Había escasez
de ayuda médica y cualquier mano lista para coopera era siempre
bienvenida.

Desde su llegada al hospital, los superiores de Candy se habían dado cuenta


de que la muchacha contaba con la fortaleza y coraje necesarios para ser
una excelente enfermera en el campo de batalla. Pero dos cosas la
mantuvieron alejada de esa responsabilidad. La primera fue una fuerte
oposición por parte de Flammy, quien no creía que Candy fuera apropiada
para ese tipo de trabajo, y la segunda era una carta que había recibido el
director del Hospital,
Mayor André Legarde. En dicha misiva era especialmente recomendado por
alguien de suma importancia que la Srita. Andley fuese excluída de
cualquier expedición en el frente.

Por lo tanto Candy permaneció en París al lado de Flammy durante los


primeros meses de la tercera batalla de Ypres. A pesar de ello su vida no
era realmente fácil en el hospital. Los heridos llegaban todos los días en los
trenes provenientes de la región de Flandes. Muchos de ellos contaban a
sus enfermeras acerca de los horrores que habían vivido en el campo de
batalla donde Ypres estaba siendo sitiada y aunque esos relatos
horrorizaban el sensible
corazón de Candy ella escuchaba atentamente a sus pacientes. Tal vez ella
no había leído ninguno de los libros que el Dr. Freud había ya publicado en
esos tiempos, pero su intuición femenina le decía lo que el reconocido
médico había descubierto en sus investigaciones. Esto es, que la mejor
manera de sanar el alma era mostrar interés en todo aquello que una
persona tiene que decir.

¿Te he contado de la vez que vi a mi espejo directo en los ojos? –


preguntó un joven inglés mientras Candy le cubría los ojos con un
vendaje.

¿Tu espejo? – inquirió Candy con interés.

Sí, cada hombre en la trinchera tiene que vigilar a un soldado en


específico del lado enemigo. Ese es tu espejo – explicó el joven.

Ah, ya entiendo, se supone que debes vigilar cada uno de sus


movimientos. ¿No es así?

Sí. . . pero – la voz del muchacho cobró un triste tono. – Me temo que
ya no voy a poder ver nada desde ahora – dijo el amargamente.

El corazón de Candy se rompió una vez más como siempre lo hacía con ese
tipo de situaciones. El joven había sido alcanzado por una bomba de iperita,
una arma química inventada por los alemanes, la cual en el más afortunado
de los casos causaba la ceguera. De hecho el muchacho había sido
ciertamente afortunado porque de haber estado expuesto al gas por más
tiempo éste habría dañado sus pulmones hasta causarle la muerte.

Vamos Clark – dijo Candy poniendo su mano en el hombro del


muchacho – No te abandones a la desesperación. Me has hablado
mucho acerca de tu madre, imagina lo feliz que ella estará tan pronto
como te envíen de vuelta a casa.

Pero no puedo ver. Soy un inútil lisiado- lloró el hombre.

Eso no es cierto. ¿No estabas estudiando para ser abogado? –


preguntó Candy suavemente – Los abogados no necesitan de la vista
para defender a sus clientes. Solamente se requiere sabiduría y
sentido de la justicia.

Tal vez tengas razón – musitó él.

Por supuesto que tengo razón. Soy tu enfermera, no lo olvides.

Nunca lo haré señorita Andley. Nunca – dijo él sonriendo por primera


vez.

Candy tomó la charola que había estado usando y dejó al joven para
continuar con sus interminables tareas. Escenas como estas se veían todos
los días, pero en muchas ocasiones los resultados no eran tan optimistas.
Una vez que la vida de un hombre estaba a salvo de la amenaza de la
fiebre, las infecciones o la gangrena, la depresión era el enemigo mayor a
vencer y ese era ciertamente un trabajo excepcionalmente difícil en un
lugar donde el desalientoparecía ser el compañero cotidiano.

¡Bien hecho, "petite lapine"! ( conejita) – dijo un doctor de mediada


edad que había presenciado la escena – hace falta cuidar de sus
corazones también. Después de todo, esa puede ser la única cosa con
la que puedan contar cuando la guerra termine.

Estoy de acuerdo doctor Duvall- replicó Candy sonriendo tristemente.

Marius Duvall era ya médico cuando el siglo había comenzado. Tenía unos
cincuenta años y había visto mucho mundo. En lo que respecta a la guerra
era muy experimentado porque había hecho toda clase de trabajos en el
servicio médico militar desde los comienzos del conflicto. Junto con Flammy
había estado en las batallas más terribles y durante ese tiempo había
aprendido a admirar el coraje de la muchacha, pero estaba completamente
convencido de que su trabajo no era todo lo que un doctor puede desear
porque carecía de compasión.

Por el contrario, la joven rubia que él había bautizado como "petite lapine"
un nombre cariñoso muy común entre los franceses, era una continua
bendición para todos los que la rodeaban. Él estaba muy complacido de
trabajar con la joven porque ella tenía el don de iluminar el día más lúgubre,
y en tiempos de guerra tales días son muy comunes.

Duvall era alto y se mantenía aun en forma. Su gran figura podía llenar toda
una puerta sin problemas. De hecho el hombre era conocido como "Le
Grand Marius" por esa razón. A pesar de su impresionante tamaño, sus
oscuros ojos negros revelaban una bondad especial y muy inusual en un
hombre de su apariencia. Tenía siempre una sonrisa o una palabra de
aliento para sus pacientes sin importar cuán ocupado o cansado se
encontraba. Duvall tenía también el don del buen humor y aunque siempre
realizaba su trabajo con profesionalismo podía muy bien bromear acerca de
sí mismo, su tamaño o su calvicie.

Por lo tanto era una consecuencia lógica que el buen hombre hubiese
encontrado en Candy a la compañera perfecta para cirugía.

Si tienes que hacer un trabajo tan pesado – solía decir – entonces


necesitas una enfermera que no se tome a sí misma tan en serio
como toma su trabajo-

Duvall era también un excelente narrador de historias, podía pasarse horas


contando toda clase de chistes e historias chuscas sin detenerse. De hecho,
el poco francés que Candy pudo pescar en esos días fue mayormente
aprendido al escuchar al Dr. Duvall durante las terribles horas en el
quirófano.
A pesar de la diferencia de edades Marius Duvall e Yves Bonnot se habían
convertido en amigos cercanos y frecuentemente pasaban el tiempo juntos,
siempre y cuando sus frenéticos itinerarios les permitían hacerlo. Hacían en
efecto una pareja curiosa, el hombre maduro siempre alegre y el joven
mayormente serio en inclusive tímido.

Duvall había ya notado el obvio interés que Yves tenía en Candy y aprobaba
el romance con entusiasmo. Así pues, Marius aprovechaba cualquier
oportunidad que encontraba par aconsejar a Yves en el delicado asunto de
acercarse a una chica quien era tan amable pero a la vez tan distante.

Yo simplemente no puedo entenderla – había dicho Yves a Marius en


una ocasión – ella es siempre tan dulce con todos, inclusive conmigo,
pero al mismo tiempo tan . . . . impersonal . . . No se si puedes
comprender lo que quiero decir . . .

Más o menos . . . – replicó Duvall con una risita ahogada – el


problema no es que ella sea o no amable contigo sino que ella es así
con todo mundo. A ti te gustaría que ella, de algún modo, te diera un
tratamiento especial, esos pequeños detalles que hacen a un hombre
sentir que es especial para la chica que le gusta. ¿Estoy en lo
correcto?

¡Sí! ¡Lo entendiste muy bien! – contestó Yves – Pero ella usa la misma
deslumbrante sonrisa con todos a su alrededor. Aún la apretada de
Flammy tiene su parte en las atenciones de Candy. ¡Eso no es justo!

Ummm, yo diría que Candy tiene la virtud de ser . . . . democrática,


creo – bromeó Duvall pero como vio que su comentario no era
gracioso par su amigo añadió inmediatamente–

Estoy seguro de que ella tiene un corazón que dar en un modo muy
especial. Pero tal vez ella, . . . no lo sé, tal vez tiene miedo de abrir su
corazón a alguien. Debes ser paciente. Haz algo especial,
sorpréndela, haz que las cosas ocurran.

¿Tú crees? – dijo Yves como si solamente estuviera hablándose a sí


mismo.

Yves estaba tan ocupado pensando en la forma de captar la atención de la


joven rubia que se encontraba absolutamente ajeno a la admiración de
otras mujeres. Él era, después de todo, un apuesto joven no mayor de
veinticinco años, y más de una chica hubiese dado cualquier cosa para
atraerlo. Una corta melena de cabello lustroso como ala de cuervo coronaba
su cabeza y debajo la sombra de sus tupidas cejas negras un par de ojos
gris claro miraban al mundo discretamente. Alto y esbelto pero también
musculoso, de maneras elegantes y movimientos
firmes, Yves era una verdadero regalo para los ojos femeninos. No obstante,
él no estaba muy consciente de su apariencia y no confiaba en ella para
ganar las atenciones de las damas.

Mientras él invertía la mayor parte de las energías que le quedaban después


de un pesado día de trabajo en encontrar modos de agradar a Candy, otro
par de ojos oscuros seguían sus movimientos, deseando secretamente estar
en el lugar de Candy. De esta forma la más antigua de las historias de la
humanidad se representaba de nuevo entre las paredes de aquel hospital.
¡Ah! Necios corazones humanos que rara vez ponen sus esperanzas en
lugares demasiado fáciles de alcanzar, como si todos necesitásemos de un
poco de desesperación y desengaño en nuestras vidas para encontrar algo
de sentido en nuestras existencias, frecuentemente sin sentido.

Yves intentó con todos los recursos usuales sin mucha suerte. Invitó a
Candy a conocer la ciudad y ella había insistido en llevar con ellos a
Julienne, su compañera de cuarto. Una vez más él intentó mandarle flores
con cierto éxito al principio porque el recibir flores de un hombre apuesto y
joven es siempre halagador para cualquier mujer. Candy se sorprendió
cuando recibió un exquisito ramo de rosas color durazno atadas en una
cinta de seda blanca,
pero cuando sus compañeras enfermeras comenzaron a bromear al
respecto de su relación con Yves ella simplemente decidió detener el desfile
de rosas. Así pues le pidió a Yves, de la manera más atenta que pudo, no
seguir mandándole más flores. Ella argumentó que en esos días la gente no
debía gastar su dinero en semejantes lujos. Especialmente cuando ese
dinero podía emplearse en comprar medicamentos o comida para aquellos
damnificados a causa de los ataques en el norte. Después del incidente
Yves había reunido el coraje de pedirle a Candy una cita nuevamente y ella
tal vez hubiese aceptado en esa ocasión debido a la tímida insistencia del
joven, pero entonces una nuevo tren con más heridos llegó proveniente del
frente y los planes de Yves tuvieron que verse pospuestos. En pocas
palabras, parecía que las cosas no iban muy bien para el pobre joven.

Por otra parte, a pesar de los temores de Yves y su mala suerte, él había
logrado entablar una cordial amistad con la chica y tal vez esa era la débil
esperanza que lo mantenía luchando para ganar el corazón de Candy.
Julienne, Yves y Candy tomaban el almuerzo juntos normalmente y algunas
veces Duvall se unía la grupo. En esas ocasiones Bonnot hacía lo mejor
posible para indagar tanto como era posible acerca de la vida de Candy,
ávido como cualquier enamorado, de saber cada detalle sobre el objeto de
su afecto. Los fuertes canales de energía que corrían de las intensas
miradas de Yves hacia Candy eran tan evidentes que a veces Julienne se
sentía como una intrusa y seguramente ella los habría dejado solos si Candy
no le hubiese pedido explícitamente quedarse a su lado.

Candy obviamente se había dado cuenta de las intenciones de Yves pero


pretendía ignorarlas porque creía que se trataba de un enamoramiento
pasajero que seguramente se desvanecería con el tiempo. Del mismo modo,
ella quería mantener a Julienne a su lado porque estaba conscientede los
tiempos difíciles por los que atravesaba la joven mujer al saber que su
esposo estaba luchando en el frente. De ese modo las dos enfermeras y el
joven médico se convirtieron en un trío célebre en el hospital.
Dices que ese Albert es tu tutor ¿No es así? – preguntó Yves por
tercera vez y secretamente deseando que el hombre cuyo nombre
estaba siempre en labios de Candy no significase nada más que una
clase de hermano mayor.

Correcto, pero . . . - se interrumpió Candy - ¿ Cómo es que siempre


terminamos hablando de mi pero nunca hablamos de tu vida, ¿Eh? –
dijo ella con una risita traviesa.

Bueno, mi vida no ha sido tan emocionante como la tuya, creo –


contestó Yves tratando de cambiar de tema pero pensando para sus
adentros : "Tal vez no hablamos de mi porque tu no estás tan
interesada en mi como yo en ti, mi dulce niña"

Conforme el tiempo pasaba tales conversaciones, llenas de las miradas


intensas y soñadoras de Yves y las sonrisas imperturbables de Candy,
llegaron a convertirse en una escena común en elhospital. Curiosamente,
estas pláticas divertían a Duvall y a Julienne, escandalizaban a Flammy y
dejaban al mismo Yves totalmente exhausto. Para el fin de Octubre y
después de cinco mesesde persistente adoración Yves se encontraba
totalmente despistado y por si eso no fuese suficiente, nuevos eventos lo
harían caer en una confusión aún mayor.

Entre los nuevos pacientes que llegaban del Frente Occidental en aquellos
días, había un joven, tal vez aún en la adolescencia, quien había sido herido
en una pierna por disparos masivos de metralleta, otra nueva invención
bélica que los enemigos estaban utilizando. Aunque la herida era seria
Candy pensaba que el tratamiento por irrigación podría ser de gran ayuda
para intentar salvar la pierna del muchacho. No obstante, los planes de
Candy encontraron grandes obstáculos en el camino.

El tratamiento era totalmente desconocido por los médicos franceses,


quienes preferían cortar un miembro que correr el riesgo de que el paciente
desarrollara gangrena, un mal muy temido por aquellos días. Candy sabía
del riesgo pero su intuición estaba llamándola con tanta fuerza que esa vez
no pudo permanecer callada cuando se dio cuenta de que la amputación era
inminente.

Por favor Dr. Duvall – había ella rogado- Yo asumiré la


responsabilidad. Sé que la pierna del muchacho está aun en buenas
condiciones como para ser tratada con irrigación como le he ya
contado.

Petite lapine, - comenzó Duvall con una inusual seriedad – No creo


que sea una buena idea arriesgar la vida del muchacho para
averiguar si puede conservar la pierna. ¿Qué pasaría si el tratamiento
no funciona en las condiciones que tenemos aquí y la gangrena
aparece? . . . Entonces tal vez perderíamos al muchacho.

Estoy segura que él estará bien, - continuó Candy con firme


convicción – Si no corremos el riesgo el paciente será un lisiado por el
resto de su vida . . . Piense un poco, él es hijo de un granjero. ¿Cómo
ganará él su sustento si no puede trabajar en el campo?

El chico estará bien – contestó Duvall ligeramente irritado por las


insistencia de la joven.

¡Ya basta! – dijo Flammy quien había estado escuchando la


conversación – Tu nunca aprendes ¿No es así? ¿No entiendes cuál es
tu lugar como enfermera, Andley? No se te permite diagnosticar
ningún tipo de tratamiento. ¿Cómo te atreves? – terminó la morena
irritadamente.

Me atrevo porque conozco cuán difícil sería para este paciente el


tener que soportar el hecho de perder una de sus piernas – replicó
Candy perdiendo el dominio propio frente a Flammy por primera vez
en meses – Después de la amputación, tu simplemente continuarás
con tu vida Flammy; tal vez le darás solamente un poco de tu
atención durantes u estancia aquí, pero cuando él salga del hospital
tendrá que enfrentar la cruda realidad y tú no estarás ahí para
ayudarle, Flammy!- apuntó Candy con vehemencia.

Ese tipo de sentimentalismo barato es un lujo que no podemos


darnos, - sentenció Flammy con una mirada fría – Es por eso que yo
siempre estaré en contra de tu presencia aquí. No eres adecuada
para este trabajo, Candy. ¡Aún eres una malcriada chica rica que está
jugando a la enfermera!

La discusión se acabó, - dijo Duvall interrumpiendo a Flammy antes


de que ella pudiese ir más lejos y después, en tono calmado pero
firme, agregó - Candy, vamos a practicar esta amputación y no quiero
oír más comentarios sobre el asunto. Ahora, entra ahí y prepara todo
para la cirugía.

Candy reconoció la mirada de determinación en los ojos y voz de Duvall. Era


una clara señal de que una vez más había perdido la oportunidad de salvar
a un hombre de una tragedia personal. La cara de Flammy se iluminó en
victoria cuando vio a su antigua condiscípula bajar su cabeza dorada en
señal de derrota. Candy, dándose cuenta de que no había más opción,
comenzó a preparar los instrumentos.

Después de tres horas de horrible carnicería la cirugía había terminado con


éxito, pero durante el tiempo que había durado, el corazón de Candy se
desgarraba en incontables jirones. La impotencia y la desesperación
invadían su alma. Candy pensó en su antiguo amigo Tom, quien era también
granjero. Ella estaba consciente de la tragedia que la pérdida de un
miembro podíasignificar cuando uno trabaja con sus propias manos.
Cuando el paciente estaba ya fuera del quirófano y solamente Candy
quedaba en el lugar , porque había sido asignada para limpiar la sangrienta
escena, la joven estalló en amargas lágrimas. Bonnot, quien había
escuchado sobre el incidente, gracias a Julienne, llegó en ese preciso
momento para descubrir que la chica de quien estaba enamorado lloraba en
silencio.

¡Candy! - dijo él asombrado y abriendo sus brazos para consolar a la


joven.

Candy, sin energías y sin palabras que decir, se arrojó a los brazos
invitantes del joven donde lloró su frustración libremente.

Unos segundos pasaron antes de que la realidad del momento se hundiese


en la mente de Yves. Cuando el entendimiento de lo que pasaba finalmente
lo asaltó, pudo entonces percibir un dulce y suave calor dentro de su
corazón mientras sus brazos se cerraban alrededor de la mujer que amaba.

‘C’est bien, c’est bien ma chérie,’ ( Está bien querida mía) dijo él
incapaz de utilizar un idioma diferente a su lengua materna en un
momento tan íntimo.
"¡Ella está en mis brazos!" – pensó incrédulo – " He estado esperando
un momento como este por meses pero a penas puedo creer que
ahora es una realidad. Si este es un sueño no quiero despertar".

Candy continuó sollozando silenciosamente sobre la camisa de Yves por un


rato más, su tierno cuidado borraba sus penas. Por un momento ella pensó
en Albert, incluso llegó a sentir la misma clase de cálida protección que
Albert siempre le había brindado. Sin embargo, conforme recobraba su
auto-control, una perturbadora sensación de impropiedad la invadió. Candy
se dio cuenta de que se sentía incómoda en semejante postura y
comprendiendo cuan comprometedora era trató de separarse de los brazos
de Yves lentamente. Pero entonces, tornándose admirablemente osado para
su habitual manera de ser, el hombre se atrevió a resistir a las intenciones
de la joven tomando el rostro de Candy entre sus manos y jalándola
suavemente tan cerca de sí mismo que la joven pudo sentir el aliento de él
sobre su piel.

Tienes unos ojos en cuya profundidad me hundiría contento, Candy.


Las lágrimas nunca deberían nublar su luz – murmuró él mientras
bajaba su cabeza para obtener lo que podría haber sido un
apasionado beso justo en los labios de la joven, si ella no hubiese
reaccionado rápidamente.

¿Qué estás haciendo Yves? – gritó ella retirándose violentamente con


todas sus fuerzas y llevándose un mano a los labios en un
movimiento instintivo – ¡Por favor, nunca, nunca trates de hacer eso
otra vez! – terminó ella con energía.
El joven se puso rojo de vergüenza sin saber qué decir para disculparse.

Ca . . . Candy – tartamudeó él – Lo siento, yo no. . . no. . .se. . . que


fue lo que me pasó. . . por favor.

Candy estaba demasiado perturbada con la situación como para darse plena
cuenta de cuán doloroso era para Yves el rechazo de su voz. Un tumulto de
sentimientos que ella se había esforzado en mantener callados por largo
tiempo, estaban despertando y haciendo demasiado ruido en su confusa
cabeza.

No quiero hablar de esto – dijo ella escapando del lugar mientras


Yves, totalmente perplejo y lastimado, permaneció en el quirófano
culpándose acremente.

Cuando Candy estaba saliendo del lugar tropezó con Julienne. La rubia
agradeció a su buena suerte por enviarle a la persona que necesitaba más
en ese momento.

Oh Julienne – suplicó ella con voz sofocada – ¿Podrías terminar de


arreglar el quirófano por mi? Yo simplemente. . . simplemente no
puedo hacerlo ahora.
Sí Candy – replicó la mujer alarmada al ver a su compañera en un
estado tan agitado y poco usual en ella – pero. . .

Julienne no pudo terminar su frase porque Candy estaba ya corriendo por el


pasillo hasta que desapareció de la vista de la morena. Cuando Julienne
entró al quirófano y vio a Yves sentado en el suelo sosteniéndose la cabeza
entre las manos, súbitamente comprendió lo que había pasado. Julienne
bajó la cabeza y sin decir palabra al joven médico empezó su tarea
silenciosamente. Finalmente, cuando el hombre reunió el coraje para
pararse, miró a la mujer
directamente y dijo:

Je suis foutu, Julie, tellement foutu! ( Estoy acabado)- y dejó el cuarto.

Chagrins d’amour – musitó Julienne para sí misma. A sus treinta años y


después de nueve de matrimonio ella conocía muy bien los profundos
dolores y gozos que el amor puede traer al corazón humano. Todo los días
experimentaba en si misma la misma lenta agonía. Sabiendo que su esposo
estaba lejos en batalla, no tenía otra opción que la de esperar, siempre
esperar mientras una oración silenciosa por la seguridad de su hombre
salmodiaba continuamente en el fondo de su alma. Era demasiado difícil
amar en tiempos de guerra.
Candy corrió hacia el único lugar del hospital donde podía disfrutar de un
poco de privacía, el pequeño cuarto que ella compartía con Julienne. Había
contenido las lágrimas esperando no toparse con Flammy. El estrépito de
sus pensamientos la abrumaba de pies a cabeza como si sus más
inconfesables sentimientos estuvieran protestando en contra del constante
control que ella mantenía sobre ellos. Sus manos temblaban cuando
finalmente alcanzó la manilla de la puerta y entró al cuarto, suspirando
aliviada. Las lágrimas comenzaron a rodar libremente sobre sus mejillas
mientras se reclinaba sobre la puerta cerrada. Candy podía escuchar un
suavesonido, era el sonido de sus propios sollozos que escapaban de su
garganta ya sin inhibiciones.

"Ha pasado tanto tiempo" – pensó ella – "Tanto tiempo y todavía me


dueles profundamente. ¿Alguna vez dejaré de ser perseguida por tu
memoria? ¿Por qué es tan difícil?

Candy se dirigió hacia la ventana del cuarto. Estaba enfriando mucho


aquella noche, eran los últimos días de Octubre por entonces y ella sabía
que los helados días de invierno estaban ya acercándose.

"Era una noche fría como esta"- se dijo ella – "Ese glacial sentimiento
en mi corazón nunca ha desaparecido desde entonces. Aun puedo
sentir la sangre helándoseme en las venas."

La mente de Candy representó de nuevo la misma escena, las mismas


palabras, los mismos sentimientos estallando en su herido pecho. Todo
estaba aún fresco en su memoria:

Ella descendió apresuradamente las escaleras, su mente estaba


confusa y nublada. Por un momento había pensado que estaba
viviendo una de sus pesadillas, pero el fuerte golpeteo de su pulso,
tan claro y doloroso, le había dicho que no estaba dormida. Unos
frenéticos pasos masculinos la seguían . . . Era él, sabía ella.

"Tengo que apresurarme" – había pensado – "Si le hago frente


no tendré la fuerza para hacer lo que debo"

Las escaleras parecían interminables, ella había deseado nunca


llegar a la planta baja y
siempre sentirlo persiguiéndola. . . siempre cerca de él.
Las piernas de él, al ser más fuertes y largas que las de ella, habían
acortado la distancia fácilmente hasta que ella no tuvo forma de
escapar de su firme abrazo. Ella pensó que su cuerpo iba a
desfallecer cuando él la atrapó por la cintura jalándola hacia su
cuerpo hasta que los brazos de él estaban alrededor de ella. Candy
pudo sentir cómo cada uno de los músculos de él se tensaba como
una roca contra la espalda de ella mientras la esencia de lavanda
que él siempre usaba invadía su olfato.

¡ Candy! – susurró él en el oído de ella con voz ronca – Candy,


no quiero perderte, quiero que el tiempo se detenga para
siempre. – agregó casi suplicando.

El se había reclinado sobre ella enterrando la cara en los


ingobernables rizos de ella de un modo en que la joven podía sentir
las febriles mejillas de él sobre la piel de su nuca. Una gruesa gota
de un cálido líquido calló sobre su cuello desnudo, ella supo
entonces que aquello había sido una lágrima que él había
derramado. ¡Él lloraba calladamente! Su orgullo característico
había desaparecido en un segundo para dejarlo con el alma
expuesta y desnuda, llorando lastimeramente.

"Está llorando, Terry está llorando – pensó ella mientras su


corazón se quebraba en mil pedazos – Terry, mi amor, el
muchacho que ama . . . separarnos . . . separarnos así. Si me
vuelvo ahora - se dijo así misma – enjugaría sus lágrimas con
mis besos y una vez que nuestros labios se encontraran,
solamente Dios sabe qué tan lejos podríamos llegar . . . Si lo
encaro ahora nunca podré renunciar a él. No tengo el valor
para mirarle a los ojos y abandonarlo así. ¡Oh Señor! Tendré
que irme sin mirarlo una vez más.

Entonces el agarre de sus brazos en la cintura de ella perdió fuerza


y ella supo que él finalmente había renunciado. El soltó su talle
para poner levemente las manos en los hombros de ella.

Candy, vas a ser feliz ¿Verdad? – dijo él finalmente con acento


angustiado – tienes que prometérmelo. ¡Candy, prométemelo!

–"Ya nos hemos perdido el uno al otro" – pensó ella entonces


e inmediatamente reunió el coraje para decir audiblemente :
Terry, tu también.

Ella volvió su cabeza suavemente para dirigirse a él por última vez,


pero mantuvo su mirada fija en la alfombra de las escaleras sin
poder mirarle a los ojos una vez más. Finalmente, con un tímido
suspiro ella partió de sus brazos para siempre hacia la gélida y
oscura noche,afuera de aquel lugar. . .
Candy se restregó los ojos tratando de disipar la memoria, pero ella sabía
demasiado bien que eso era imposible. Cada uno de los detalles estaba
grabado en su corazón y todos sus pasados esfuerzos para olvidar habían
sido siempre en vano. Con el tiempo había aprendido a ocultar sus
sentimientos, a mantenerlos secretamente en lo profundo de su espíritu,
como un apreciado y escondido recuerdo.

Había encubierto su íntimo dolor de todos los que estaban cerca de ella.
Después de todo, pensaba ella, no valía la pena entristecer a aquellos que
la amaban con la lamentable escena de un corazón roto. Siguiendo las
lecciones que la vida le había dado desde su infancia, ella había encontrado
en su cruzada personal para servir a otros, un camino para escapar de la
soledad.

Había compensado sus sueños desgarrados con una vida totalmente


dedicada a todos aquellos que ella conocía. Candy pasaba sus días
trabajando interminables horas en el hospital y en su tiempo libre solía
hacer toda clase de pequeñas tareas para complacer a los que amaba. Iba a
esos aburridos eventos sociales con Albert para ayudarlo a enfrentar las
responsabilidades que él tanto odiaba, o bien escuchaba pacientemente la
charla de Annie, sin importar cuán vanos eran para su gusto la moda y los
chismes. Candy pasaba sus vacaciones en el hogar de Pony ayudando con
los niños y a veces inclusive daba algo de su tiempo a Archie, quien
recientemente se había estado interesando en la política y solamente
hablaba de ello. El joven sabía que a Candy no le importaban mucho esos
temas, pero por una razón que Candy no entendía, el insistía en contarle
todo aquello que a él le interesaba. La memoria de Stear y Anthony estaba
profundamente arraigada en Candy, y como ella sabía que Archie se sentía
igual al respecto, no podía dejar de reconocer que un cierto tipo de lazo le
unía a su viejo amigo, y por lo tanto se sentía dispuesta a mostrar interés en
todo lo que a él le importaba.

Ahora en Francia, ella estaba tratando de hacer lo mejor posible para


ofrecer un poco de consuelo a aquellos que sufrían más que ella. Estas
actividades daban gozo y paz, un verdadero significado a una vida que de
otra forma hubiese estado vacía. No obstante, ella sabía bien que una parte
de sí misma faltaba y siempre faltaría.

Candy no había confiado el secreto de su dolor interior a nadie, ni siquiera a


Albert o a la Señorita Pony. Estaba resuelta a esconder sus sentimientos
para siempre, porque ¿qué más puede una mujer de honor hacer cuando
está enamorada del hombre de otra?

Algunas veces casi creía haber dominado sus demonios, pero entonces algo
pasaba que le recordaba "aquella" vieja herida. Y ahora, el apasionado
impulso de Yves había removido en su interior todas esas ansias negadas,
todos los anhelos secretos que no se confesaba a sí misma. De repente,
Candy había visto cuán reprimidos estaban sus más profundos ímpetus
femeninos. El tener a un hombre tan cerca de ella había despertado los
deseos naturales de la
mujer joven que había en ella. Sin embargo, sus ocultos fuegos no podían
responder sino a un nombre, una voz, un par de ojos profundamente azules.
..

Desafortunadamente, los ojos que la habían mirado con amor ferviente en


el quirófano eran grises.

"¿Por qué no puedo olvidar?" – se preguntó - ¿Por qué no puedo sentir


lo mismo con nadie más? Cuando Yves se me acercó tanto solamente
pude pensar en ti, el calor de tus brazos, la luz de tus ojos, tu
ardiente beso, ese único beso, en mis labios . . ."

¡Esto está mal! – dijo ella en un grito – Todo esto está mal. Ya no eres
mío. No puedo continuar pensando en ti de esta manera. ¡Dios mío,
esto es un pecado! – sollozó.

Candy calló en su cama, sin poder pensar o hacer nada más que llorar. Fue
entonces cuando Julienne entró y se sentó calladamente al lado de Candy.
La mujer puso su mano en la espalda de la rubia frotándola con ternura.

Candy, Candy,- murmuró ella, comprendiendo el dolor de su


compañera de cuarto como solamente una mujer puede entender a
otra. - ¿Qué hombre desalmado pudo haberte lastimado de esta
forma, querida? – preguntó Julienne en su dulce acento francés –
Estoy segura de que él no merece ni una de todas esas lágrimas que
lloras por él.
No lo sé Julie – dijo Candy finalmente entre sollozos – Solamente se
que no puedo olvidarlo. No se cómo hacerlo.

Al fin, después de casi tres años de silencio Candy había admitido frente a
alguien lo que sentía.

Candy echó sus brazos al cuello de Julienne y lloró en su hombro. Esta


última recibió a su amiga con toda la compasión que tenía en el pecho pero
sin saber realmente qué decir para ayudar a la pobre chica. Así que, ambas
se abrazaron en silencio por largo tiempo hasta que el golpeteo en el
corazón de Candy comenzó a disminuir su alocada carrera.

En 1917 el General Ferdinand Foch había sido ascendido al puesto de


comandante general del Ejército Francés. Como todos los grandes hombres
de la historia humana, Foch reconoció que aquel era el momento que traería
un verdadero significado a toda su vida. Él supo que había nacido para un
momento difícil como aquel y no tenía intenciones de fallar en su vital tarea.
Así pues, desde su ascenso, empezó a mover las piezas en el enorme
tablero de ajedrez del Frente Occidental, preparándose para una ofensiva
que libraría a su país de la amenaza alemana.

Un día movía a un pelotón completo: otro más, promovía o degradaba a un


hombre clave como el ajedrecista mueve sus peones y caballos. Una de
estas piezas era el Mayor André Legarde, quien había estado encargado del
Hospital Saint Jacques por más de un año. Foch había sido profesor de
Legarde en la Academia militar, y sabía que los talentos militares de éste
último estaban siendo desperdiciados dirigiendo un hospital. Por lo tanto,
para fines de Octubre, Foch decidió ascender a su antiguo alumno a un
prominente puesto en el Frente Occidental. Posteriormente, designó a
alguien más para encargarse del hospital con las órdenes precisas
demandar un nuevo equipo médico a auxiliar en Flandes, donde las
armadas francesas, británicas y canadienses habían estado sitiando a Ypres
por meses.

La mañana del 31 de octubre, André Legarde recibió órdenes de dejar París


inmediatamente. Para esa misma noche, su sustituto estaba ya en Saint
Jacques dando instrucciones de mandar un grupo de 20 enfermeras y 5
médicos al Norte. Sus órdenes eran claras, él tenía que asegurarse de que el
grupo estuviese en camino esa misma noche. No había tiempo que perder.

Deme la lista con los nombres de las enfermeras – ordenó el Mayor


Louis de Salle, el nuevo director, cuando entró a su oficina por
primera vez aquella noche.

Aquí tiene, Señor – contestó un sargento de mediana edad que era


aparentemente su secretario.

Está bien – dijo de Salle dando una rápida ojeada a la lista – Manda a
todas las enfermeras de la A a la H, sin restricción.

Pero, señor – objetó el secretario – ¿No quiere usted leer sus


expedientes antes de designar a cualquiera de ellas?

No hay tiempo para eso – dijo él fríamente – Manda también a cinco


de los médicos con más experiencia que queden aquí. ¿Está todavía
Marius Duvall por aquí?

Sí señor, desde el pasado abril no se le ha mandado a ninguna


expedición en el campo de batalla.

Entonces asegúrate que él sea incluido, lo conozco bien y estoy


seguro de que nos será más útil allá. Ahora ve a avisar a toda esta
gente de su nombramiento. Quiero verlos a todos en mi oficina tan
pronto como sea posible. En descanso

Sí señor- contestó el secretario y después del saludo de rutina salió


del cuarto.
Si de Salle se hubiese dado el tiempo de leer los archivos se hubiera
enterado de que, en uno de ellos, había una carta que pudo haberle
impedido mandar en la misión a una de las enfermeras que justamente
acababa de designar por azar. Pero los tiempos de guerra son como una
carrera en un peligroso acantilado, nadie está a salvo al correr por su orilla.

Después de la embarazosa escena que Candy había experimentado con


Yves en el quirófano unos días antes, el pobre hombre no había encontrado
el coraje para disculparse. En lugar de ello se había limitado a enviarle un
lirio blanco todos los días, siempre con una tarjetita que decía "perdón". Él
no tenía el valor para hablarle o aún mirarle a los ojos directamente así que
esperó silenciosamente, aguardando en secreto a que ella algún día le
perdonara. Era claro que el joven estaba viviendo en la miseria moral, y al
comprender su triste condición el corazón de Candy se sentía avergonzado
por su violenta reacción aquella noche.

Después de muchas vacilaciones ella finalmente decidió tomar la iniciativa y


hablar con él para aclarar las cosas.

¿Podría hablar contigo Yves? – preguntó ella una tarde cuando ambos
terminaban su turno

Oh s. .sí, Candy – dijo él tímidamente.

Salieron del hospital a un parque cercano, caminando en silencio por un rato


que pareció eterno para ambos. El uno temiendo las palabras que iban a ser
dichas, la otra no muy segura de cómocomenzar a hablar.

Yves – dijo Candy finalmente – Me gustaría disculparme por mi rudeza


del otro día.

¿Tú? Oh no, por nada del mundo, fue mi culpa – masculló él


nerviosamente – Y.. Yo.. olvidé cómo comportarme como un
caballero. Eso estuvo mal – terminó él en un susurro bajando los ojos.

De todos formas – continuó ella- yo fui muy dura contigo, debí haber
entendido cómo te sentías entonces.

¿Comprendes ahora? – preguntó él con un poco de esperanza en la


voz – Candy, yo . .

No lo digas, por favor – dijo ella suavemente – ya lo sé.


Candy se detuvo por un segundo para encontrar el modo de lastimar al
muchacho lo menos posible. Una ráfaga fría movió las hojas de los árboles
mientras ella trataba de hallar las palabras apropiadas.

-Yves- dijo ella después de un rato – me temo que no puedo


corresponder a tus sentimientos... No es por ti, por favor no sientas
que es algo en ti. De hecho, en el corto tiempo que tengo de
conocerte he podido ver al gran hombre que hay en ti. Es más bien . .
. .yo, . . . algo en mi.- explicó ella.

La cara del hombre reflejaba toda clase de diferentes emociones mientras


ella hablaba. Primero esperanza, luego desesperación y finalmente profundo
dolor.

¿Hay? . . . ¿Hay alguien más, allá en América? - preguntó él por


último, entrecerrando sus ojos grises.

Candy no enfrentó la mirada intensa de él, en lugar de ello trató de enfocar


las incontables hojas del césped del parque, pero finalmente respondió:

No, no realmente. No tengo a nadie que me espere si eso es lo que


quieres decir, pero . . . - ella se detuvo otra vez buscando por las
palabras exactas – he tenido algunas malas experiencias en el
pasado, y me temo que no estoy lista para una relación, creo – musitó
ella.

Yo también he tenido mis malos momentos, no obstante tal vez sólo


necesitemos tiempo- sugirió él tímidamente y como ella sonrió
ligeramente a su comentario él ganó fuerzas para continuar – quizá si
solamente intentamos, quiero decir, ser amigos . . es posible que con
el tiempo . . .

Candy volvió sus ojos para no mirar la mirada suplicante de Yves. Era claro
que sus sentimientos y su sentido común estaban librando una batalla
dentro de ella.

"¿Podría ser esta una nueva oportunidad que la vida me da?" – pensaba –
"¿Podría aprender a amar a este hombre? ¿Qué si solamente termino
lastimándolo? ¿Debo hacerle sentir esperanzas en un amor que tal vez
nunca crezca en mi corazón?"

No lo sé, Yves – dijo ella al final – No quiero lastimarte.

No te preocupes por eso – replicó él con un nuevo vigor en la voz –


comprendo cómo te sientes Candy y prometo que seré paciente.
Solamente déjame ser tu amigo . . . otra vez – dijo él ofreciendo su
mano a la muchacha en un gesto amistoso.

No puedo prometerte nada más que mi sincera amistad – dijo ella aún
dudosa - ¿Eso está bien para ti?

Más que suficiente – concluyó él sonriendo mientras se daban un


apretón de manos.

Yves se prometió ser paciente y cuidadoso con cada uno de sus


movimientos, pero también persistente. Él sabía que la chica valía la pena
de dar su mejor esfuerzo y siendo que no parecía haber nadie alrededor
para poner obstáculos en su camino, alentó nuevas esperanzas en su
corazón. Desafortunadamente el destino estaba a punto de jugar una de sus
inesperadas malaspasadas.

Aquella misma noche Candy fue designada junto con Flammy, Julienne,
Duvall y otras 21 personas más para trabajar en una misión al Norte. La
decisión fue tomada sin previo aviso y el personal tuvo que movilizarse
inmediatamente. Candy no tuvo ni siquiera tiempo de decir adiós a Yves,
quien no había sido asignado a la misión. La mañana del primero de
noviembre, la misma en que la señorita Pony y la Hermana María, recibieron
la carta de Candy, la joven estaba ya en camino a Flandes.

Capítulo 4

En el Frente Occidental

El camino a Ypres era largo y frío, frío y siniestro, siniestro y lúgubre, todo
eso al mismo tiempo. Al tiempo que el tren iba dejando París detrás suyo,
Candy pudo ver finalmente con sus propios ojos lo que solamente había
escuchado a través de las narraciones de sus pacientes. Entre más se
acercaban al Norte más desolado lucía el paisaje. Cultivos enteros
abandonados o devastados, grandes áreas todavía ardiendo después de un
ataque aéreo, silencio donde antes solía haber el laborioso ruido de los
campesinos trabajando bajo el sol de Pas-de-Calais.

Mucha gente había sido evacuada hacia el Sur y centro del país, huyendo de
la destrucción, corriendo desesperadamente para encontrar refugio; pero
siempre a sabiendas de que la vida nunca podría ser la misma estando lejos
del único hogar que algunos de ellos habían conocido en toda su vida.
Mientras el tren marchaba Candy pudo reparar en las muchas casas
abandonadas a lo largo de las vías. Su corazón se encogió frente al triste
espectáculo de las cabañas abandonadas y las solitarias haciendas. Pero
eso era solo el principio.

Cuando el tren llegó a Arras, la capital de Pas-de-Calais, el grupo tuvo que


continuar el viaje en camión. Las trincheras aliadas se erguían a lo largo del
campo no muy lejos de ahí. Al otro lado de "la tierra de nadie", los alemanes
se esforzaban por mantener sus posiciones en la invadida región. Algunas
vías habían sido parcialmente destruidas y las pocas líneas que
permanecían intactas se reservaban para el transporte de los heridos desde
el frente hasta París y otras grandes ciudades. El tren dejó al grupo y al
equipo que habían traído consigo en las ruinas de algo que debió haber sido
una estación. Se les había dicho que tendrían que esperar por tres horas
antes de que los camiones llegasen para recogerlos. Luego entonces el
grupo tuvo tiempo para digerir poco a poco la amarga vista de aquello que
los estragos de la guerra habían hecho a aquella ciudad, alguna vez bella y
llena de vida.

Candy decidió estirar las piernas un poco y le pidió a Julienne acompañarla.


Por una razón que la rubia no comprendió Flammy se ofreció
voluntariamente a ir con ellas. Una vez aventurados unos cuantos pasos
fuera de la estación las jóvenes llegaron hasta una calle adoquinada que
conducía a una plaza. Las ruinas de una iglesia podían verse a unos cuantos
metros desde donde ellas estaban paradas. Una bala de cañón había
destruido una de las paredes revelando los frescos de la cúpula interior. El
techo del edificio se había caído sobre las bancas y algunas vigas de
madera todavía colgaban al aire. Fuera de la iglesia un grupo de soldados
escoceses, sentados en la acera, estaban charlando en voz baja, totalmente
ajenos a la patética escena. Habían visto ya tantos de esos cuadros que
habían llegado a acostumbrarse a ellos. Era la única manera de lidiar con los
horrores de aquella pesadilla de la vida real.

Uno de los soldados dejó escapar un sofocado grito de asombro cuando se


percató de la presencia de las tres jóvenes en uniformes blancos y largas
capas negras. Las muchachas solamente hicieron una reverencia a manera
de saludo con sus cabezas coronadas con sombreros de paja y continuaron
su caminata mientras Candy se persignaba instintivamente al pasar frente
al ruinoso santuario.

Arras había sido atacado furiosamente en tres ocasiones desde el inicio de


la guerra. Lo que quedaba entonces del lugar no eran sino espantosas
ruinas, negros y quemados edificios de madera, calles mudas donde
solamente el lamento del viento otoñal podía oírse con el eco de los pasos
de las tres mujeres.

Una figura solitaria y parcialmente borrada en la bruma de la noche se


acercó al grupo y Candy aguzó sus ojos verdes para enfocarla. Con algo de
esfuerzo pudo finalmente ver que se trataba de una figura femenina
caminando hacia ellas. La mujer se aproximaba con paso lento. En sus
brazos llevaba cargando un bulto informe.

Mesdemoiselles – dijo la mujer - Ayez la bonté de me donner un peu


d’argent pour nourrir mon enfant, Je vous prie (Tenga la bondad de
darme algo de dinero para alimentar a mi hijo. Se los ruego)

Candy dio un paso al frente para acortar la distancia entre ella y la mujer.
Entonces se dio cuenta de que la mujer estaba vestida con andrajos,
temblando en la frialdad de la noche. En sus brazos había un bebé inmóvil,
y por el característico tono grisáceo de las mejillas del niño Candy supo que
ya estaba muerto. La mujer la miraba con ojos suplicantes mientras Candy
trataba de cubrirla con su capa.

S’il vous plaît, Mademoiselle – dijo otra vez con la mirada perdida en
la niebla.

Candy abrazó a la mujer suavemente mientras una lágrima solitaria escurría


por su rosada mejilla. Julienne y Flammy se aproximaron silenciosamente
sin notar a un hombre que había estado mirando la escena a cierta
distancia.

Mesdemoiselles – dijo finalmente el hombre saliendo de la bruma.

Julienne se volvió para ver al hombre y habló con él en francés por un rato.
Parecía que ambos hablaban sobre la mujer que aún se encontraba en los
brazos de Candy. Cuando hubieron terminado de hablar la enfermera se
dirigió a sus colegas americanas con los ojos llenos de lágrimas.

Él dice que el niño murió hace dos días – comenzó Julienne – pero ella
aún no quiere dejarlo ir. Perdió el contacto de la realidad desde la
muerte del pequeño. Él es su esposo y ambos están esperando a un
amigo quien los llevará en su camión hacia el Sur, donde tienen
algunos parientes.

Dile que su esposa puede quedarse con mi capa – dijo Candy


ayudando a la mujer a caminar hasta que estuvieron cerca del
hombre que recibió a su esposa en sus brazos.

El hombre inclinó la cabeza agradeciendo a la hermosa extranjera en frente


de él y se alejó con la pobre mujer, quien no podía entender claramente lo
que sucedía alrededor suyo. Su mente permanecía difusa en su dolor como
aquella noche de noviembre. Las tres jóvenes regresaron a la estación en
absoluto silencio. En todo aquel rato Flammy no había emitido ni una sola
palabra pero el nerviosismo de sus ojos parpadeantes dejaba ver lo que
estaba sintiendo, al menos eso era claro para Candy.

Pretende ser demasiado dura como para impresionarse con esta


tragedia – pensó Candy- pero yo la conozco lo suficientemente bien
como para notar que está profundamente turbada tanto como
Julienne y yo. Esa mirada en sus ojos . . . . La recuerdo claramente, el
modo en que está moviendo los iris de sus ojos y parpadeando
rápidamente es la misma señal de nerviosismo que ella siempre
luchaba por esconder durante la temporada de exámenes cuando
éramos estudiantes. Después de todo tu corazón no puede
permanecer frío frente a esta devastación sin sentido, vieja Flammy.
Las tres enfermeras se unieron a su grupo. Una hora más tarde llegaron los
camiones y el equipo médico continuó su viaje hacia el frente. Julienne
permaneció muda el resto del viaje con los ojos perdidos en la oscuridad de
la frígida noche. Candy quería decir algo para animarla pero comprendió
que su amiga necesitaba algo de privacía en ese momento, así que la dejo a
solas con sus propios pensamientos, mientras ella misma trataba de dormir
un poco. En unas cuantas horas estarían llegando a su destino.

En los primeros días de noviembre, la segunda división del Ejército


Norteamericano se encontraba ya entrenando no muy lejos de Cambrai en
el Norte de Francia. Aún ignoraban el lugar al cual serían asignados para
entrar en acción. Sus órdenes eran simples, tenían que entrenar, ajustarse a
las condiciones climáticas y reconocer el terreno tanto como fuese posible.
A pesar de que los americanos se habían movilizado con asombrosa rapidez,
tomando en cuenta que se trataba de un ejército entero que venía del otro
lado del Atlántico, pasarían algunos meses más antes de que las topas
norteamericanas estuviesen colocadas en posiciones estratégicas y listas
para apoyar a los Aliados. El General John J. Pershing, comandante en jefe
de la FEA, tenía órdenes muy claras de parte del Presidente Wilson: esperar
y prepararse para el momento justo.

Entretanto, la espera era difícil de soportar para los jóvenes soldados,


algunos de ellos ansiosos de enfrentar verdadera acción; mientras que
otros, los menos ingenuos y más realistas, guardaban con secreto temor
aquello que iban a enfrentar tarde o temprano. El esperar por un futuro
incierto, quizás la propia muerte, es siempre una carga agobiante para el
alma humana.

La división había tomado posesión de una extensión boscosa, cada


regimiento y batallón había sido asignado a un área donde los hombres
podían trabajar y esperar, coordinando acciones con los demás batallones y
manteniendo constante comunicación.

En las mañanas, lloviese o tronase, los soldados entrenaban por horas. Por
las tardes daban mantenimiento al campamento. Así pues, las tropas
llevaban una ocupada y bien organizada rutina, pero las noches . . . ¡Ahhh!
Las noches eran el espacio destinado a descansar y olvidar la cruda realidad
que cada hombre vivía lejos de sus familia. Los soldados se entretenían lo
mejor que podían. Algunos se reunían alrededor del fuego a contarse
historias, jugar baraja en todas las formas posibles, compartir las nuevas
que recibían de América, hablar de cómo la FEA iba a reventar el trasero de
los alemanes, o bien, a concentrarse en el tema favorito de los hombres, es
decir, las mujeres.

Conocí a la chica más hermosa que jamás he visto a penas unos días
antes de venir a Francia – dijo uno de los soldados rasos sentados
junto al fuego – Desafortunadamente no tuve la oportunidad de
probar mi suerte con ella. Pero lo haré tan pronto como regresemos a
casa.

Para entonces ya estará casada y con tres hijos – se mofó un segundo


soldado con una sonrisa burlona- más te vale encontrar una chica
francesa cuando tengas tu primera licencia – concluyó.

Por supuesto que lo haré – se rió sofocadamente el primer soldado –


eso es en lo único que pienso desde que llegamos, pero no parece ser
muy probable que podamos hacerlo pronto.

Creo que me voy a olvidar de lo que se siente tener una mujer en mis
brazos para cuando esta guerra termine – agregó una tercera voz.

Pienso igual – dijo una cuarta voz más joven haciendo que los otros
tres hombres intercambiasen una mirada divertida ante el comentario
del jovencito.

¡Vamos niño!- dijo el primer soldado – tú no puedes recordarlo porque


nunca has tenido una mujer – terminó el hombre mientras todo el
grupo estallaba en risotadas.

Desde una distancia razonable otro hombre observaba a sus compañeros en


reservado silencio. Su cara y la parte superior de su cuerpo se encontraban
parcialmente cubiertos de oscuridad La luz y las sombras bailando en el
fuego reflejaban formas misteriosas sobre sus lustradas botas así como en
sus grandes y profundos ojos, únicos puntos brillantes en su obscura figura.
El hombre estaba sentado despreocupadamente sobre un tronco de árbol
seco con la cabeza y ancha espalda reclinadas en una pila de cajas de
madera, las cuales estaban repletas de municiones. Aunque estaba
obviamente mirando a los hombres que charlaban y bromeaban, parecía
que su mente no se centraba realmente en la conversación , sino que
divagaba en alguna ensoñación lejana, sin que nadie pudiese haber dicho a
ciencia cierta si sus pensamientos eran placenteros o tristes, porque la cara
del hombre no revelaba ningún tipo de emociones.

Otro hombre más salió de una de las tiendas cercanas. Su sola presencia
fue suficiente para que todos los demás, incluyendo al pensador solitario en
la oscuridad, se pusiesen de pie y saludaran al oficial quien habían
emergido inesperadamente a entremezclarse con el vulgo. El Capitán
Duncan Jackson tenía poco más de 40 años, una quijada cuadrada y una
gran nariz que era el sello de su personalidad. Desde sus penetrantes ojos
oscuros Jackson miraba al mundo y mantenían el control sobre cada hombre
en su batallón sin perder detalle. Sus amplios hombros llenaban el espacio
por dondequiera que se plantase y nadie se atrevía a cuestionar quién
estaba a cargo.

Caballeros – comenzó Jackson – el teniente Harris ha probado ser


realmente patético al jugar ajedrez, y para ser franco su estilo de
juego es absolutamente aburrido para mi. Estoy chocado de vencer
sus movimientos débiles – concluyó mirando a los ojos de cada uno
de los hombres a los cuales se estaba dirigiendo- Así que, me
pregunto – continuó Jackson- si alguno de ustedes piensa que puede
ser un mejor oponente para mi, apreciaría mucho si me lo dijese –
terminó con sequedad.

Por unos breves instantes los soldados rasos se observaron los unos a los
otros totalmente confundidos ante la inusual propuesta. En el mundo militar
donde las jerarquías son un asunto de tanta importancia, a veces cuestión
de vida o muerte, no es común que un oficial de alto rango se rebaje a
hablar con los hombres de la menor categoría en el ejército, menos aún que
llegue a pedirles compartir un rato de esparcimiento.

Yo puedo vencerlo, señor – dijo una voz profunda que los demás
soldados rasos sentados alrededor del fuego tuvieron dificultad en
reconocer, pero que, después de un segundo, pudieron finalmente
adjudicar al hombre que estaba sentado en las sombras.

Jackson observó al hombre con expresión divertida y con un cierto gesto


burlón dibujado en su mirada.

¿No cree usted, sargento, que eso que acaba de decir es una
afirmación demasiado pretensiosa? – preguntó el capitán sin poder
contener una sonrisa llena de desdén.

Pruébeme señor – dijo el joven sargento sin siquiera un dejo de temor


o vacilación en su voz.

Jovencito, más le vale tener un buen juego para mostrarme o no


podrá salir de licencia hasta que cumpla 70 años – advirtió el capitán.

Jackson no dijo más ni esperó respuesta alguna del joven sargento. Se limitó
simplemente a hacerle una seña con la mano indicándole la entrada de su
tienda para comenzar a jugar.

Pensé que el ratón le había comido la lengua para siempre – comentó


uno de los soldados una vez que el sargento y el capitán hubieron
entrado en la tienda – esta es, de hecho, la primera vez que le oigo
hablar, creo yo.

Bueno, ahora sabemos que no es mudo y que juega ajedrez. ¿Y qué?


– preguntó el segundo soldado – Vamos a jugar póker – sugirió él con
gran éxito y así los cuatro hombres se enfrascaron en el juego
guardando silencio por un rato.

Cuando el joven sargento entró a la tienda lo primero que sus ojos


turbulentos pudieron ver fue un gran tablero de ajedrez con piezas de marfil
bellamente talladas a mano. Pudo reconocer el delicado trabajo de los
artesanos hindúes y así se dio cuenta de que el Capitán Duncan Jackson era
un hombre que había viajado y conocido gran parte del mundo. El sargento
pensó que aquello era bueno porque los hombres de mundo usualmente
tienen una conversación interesante, la cual es esencial cuando se juega
ajedrez. A pesar de que no estaba dispuesto a hablar mucho él mismo, se
sentía algo complacido de encontrar a alguien que fuese digno de ser
escuchado.

"Cualquier cosa puede ser mejor que escuchar toda esa porquería allá
afuera" se dijo el joven, "Pensándolo bien, casi cualquier cosa podría ser
mejor que la irremediable miseria dentro de mi"

¿Un cigarro? – ofreció Jackson acercando un paquete de cigarros al


joven sargento.
No gracias, no fumo, señor – replicó el joven fríamente.

Lástima – dijo el capitán encogiendo sus anchos hombros – Espero


que no le moleste si fumo porque siempre lo hago mientras juego.

Debo confesarle que el olor no me es muy placentero ahora, debido a


que fui un fumador empedernido, pero puedo soportarlo, señor –
replicó el sargento despreocupadamente.

¿Cómo lo hizo? – inquirió Jackson frunciendo el ceño con curiosidad.

¿Hacer qué, señor? – preguntó el sargento con frialdad.

Dejar el cigarro, por supuesto.

Por un segundo una extraña luz pasó por los ojos del joven para luego
desaparecer con una rapidez tal que Jackson no pudo notarla. Acto seguido
el sargento levantó e inclinó la cabeza como si estuviese luchando contra
sus pensamientos, luego de este breve movimiento enfocó su mirada
ausente en el oficial para responder simplemente:

Encontré otras cosas que hacer, creo – terminó dando a su respuesta


el tono característico que la gente usa cuando quiere dar a entender
su desinterés en continuar hablando de un determinado tema.

Ambos hombres se sentaron a la mesa sobre la cual descansaba el tablero


blanqui-negro y empezaron a jugar solemnemente. Como el joven sargento
anticipó, el capitán Jackson no era un hombre común y tenía una
conversación vivaz, la cual no necesitaba de estimulación. El hombre habló
extensamente acerca de la presente situación del ejército, de las posibles
medidas estratégicas que podían ser tomadas y las reacciones más
probables que podrían esperarse del enemigo. Sin embargo, al avanzar el
juego Jackson se tornó menos conversador al ver que su oponente era
verdaderamente hábil y nada fácil de vencer. El capitán había perdido ya
más piezas de las que estaba acostumbrado y eso lo hacía sentir
peligrosamente incómodo frente al silencioso joven que no decía mucho
pero que jugaba como el mismo diablo.

Dígame sargento- comenzó otra vez el Capitán Jackson tratando de


encontrar un tema para distraer la concentración que su oponente
tenía fjada en el juego - ¿Cómo se siente viviendo como soldado?
Estoy seguro que es una experiencia impresionante para un hombre
que usualmente hace algo diferente para ganarse la vida.

Me las ingenio, señor – fue la única respuesta del joven al tiempo que
hacía otro movimiento que asustó profundamente a Jackson.

Su acento . . . es verdaderamente raro - pensó Jackson, quien era un


lingüista aficionado. De hecho, en su juventud se había sentido tan atraído
por las lenguas que había planeado seguir estudios de Lingüística en la
universidad de Harvard, pero su padre, siendo un oficial de alto rango del
ejército norteamericano, no le había dejado más opción que ir a la academia
militar de West Point. No obstante, Jackson había continuado estudiando
inglés por su cuenta y estaba especialmente fascinado ante el increíble y
complicado tema de la fonética. Tenía una clase de obsesión por la
asombrosa variedad de acentos entre los anglo-parlantes y estaba orgulloso
de su habilidad para reconocer el origen de una persona al solamente
escuchar su modo de hablar.

– Casi podría decir que es . . .. ¿Británico? - continuó pensando Jackson -


pero a veces suena con ligeras inflexiones norteamericanas. Americanas, sí,
eso es, pero de qué región de los Estados Unidos. No puedo saberlo.
Definitivamente necesito hacerlo hablar más para verdaderamente poder
encontrar una respuesta más segura.

¿No extraña su hogar, sargento? – intentó de nuevo Jackson una vez


que había hecho su propio movimiento en el tablero.

El joven sargento, frotándose ligeramente el mentón con la mano izquierda,


miró a los ojos cafés del Capitán Jackson. Había una rígida expresión de
tahúr en el rostro del joven, o más bien no había expresión alguna que
Jackson pudiese leer. La lámpara de kerosene sobre la mesa detrás de
ambos hombres alumbraba las delicadas facciones de la cara del sargento.
Sus labios estaban dibujados exquisitamente, en combinación perfecta con
una nariz recta y fina con aire arrogante. Un par de tupidas cejas castaño
oscuro sombreaban sus ojos misteriosos.

Cada hombre está siempre en busca de un lugar al que llamar hogar,


señor – replicó el joven con una frialdad que congeló la sangre de
Jackson – pero algunos de ellos nunca lo encuentran – terminó
haciendo otro movimiento inesperado en el tablero. El rey de Jackson
estaba ahora peligrosamente indefenso.
Jackson miró al tablero intentando esconder sus temores. Si no hacía algo
pronto el jovencito
terminaría ganando el juego.

Estoy de acuerdo – continuó Jackson reclinando la espalda en la silla


de lona plegable – pero supongo que un hombre con tan buena facha
como la suya, sargento, no debe tener problemas para encontrar un
lugar en el corazón de las mujeres – agregó el hombre en un
desesperado último intento para distraer al joven.

– El tema de las mujeres nunca falla – pensó Jackson.

Tal vez se asombre, pero la apariencia no tiene ningún poder para


lograr la felicidad de un hombre, si tal cosa realmente existe, señor –
aseveró el joven sargento seriamente y entonces, con un dejo de
satisfacción en sus profundos ojos azules, el primer asomo de
emoción que se permitió revelar en toda la noche, dijo finalmente:

Jaque mate, señor.

Cerca del frente el terreno era accidentado y lodoso. La lluvia otoñal no


había cesado de caer desde que ellos habían abordado el camión. Las
muchas heridas que la lucha constante habían propinado al suelo, junto con
la lluvia despiadada habían convertido a toda la región en un verdadero
pantano. El viaje que debía haber durado solamente unas horas había
tomado siglos debido a este problema.

Hacia la media noche el camión había cruzado la frontera; el equipo médico


estaba ya en territorio belga. No les tomó mucho tiempo el llegar a escuchar
el estruendoso ruido de los cañones y las bombas . Estaban realmente cerca
de la línea de fuego donde los ejércitos británico y alemán luchaban por
Passendale, una pequeña villa cerca de Ypres.

Candy se despertó abruptamente con el sonido de metralletas lejanas. Así


fue como supo que habían llegado a su destino. No pudo evitar que el miedo
se le agolpara en el pecho, pero un
instante después, una poderosa fuerza en su interior había ya desvanecido
su aprensión. " Estoy aquí para hacer mi trabajo, y no fallaré", se dijo
mientras se ajustaba el sobretodo, única prenda abrigadora que le quedaba
después de haber regalado su capa a la mujer en Arras.

El camión se detuvo en frente a una larga hilera de tiendas blancas que el


polvo y el lodo habían hecho tornarse grises. Toda clase de voces y gritos
llenaban el frío aire de medianoche mientras las gotas de lluvia seguían
cayendo sin cesar. El grupo todavía se encontraba bajando del camión
cuando un hombre vestido como cirujano con la bata toda cubierta de
manchas de sangre se aproximó a ellos respirando pesadamente.
¡Gracias a Dios que llegaron! – dijo el viejo doctor con un acento
británico – necesitamos su ayuda inmediatamente. Dos cirujanos y
cuatro enfermeras, por favor, apresúrense, síganme- suplicó el
hombre que ya corría de vuelta hacia las tiendas.

Duvall, quien estaba a cargo del grupo, dio sus órdenes mientras corría
detrás de su nervioso
colega.

¡Girard, Hamilton, Audrey, Bousseniers and Smith, vengan conmigo! –


gritó – los otros apúrense a descargar el equipo – dijo por último.

El pequeño grupo corrió desaforadamente hacia la tienda quitándose los


abrigos y capas en el camino y poniéndose los batas de cirugía que tomaron
de una pila, la cual estaba acumulada en una gran caja casualmente
colocada a la entrada de la tienda. El espectáculo que Candy estaba a punto
de ver nunca la olvidaría por el resto de su vida:

Habían tres largas líneas de mal improvisados quirófanos en los cuales


doctores y enfermeras visiblemente exhaustos trataban de hacer una
operación tras de otra en las peores condiciones que Candy había visto
jamás. Sucios vendajes revueltos con ropas de algodón y lana se
encontraban esparcidos por todo el piso y a un lado se podía ver una
palangana metálica rebosante de un agua enrojecida de sangre. El lugar
estaba lastimosamente iluminado por pálidas linternas que las enfermeras
sostenían al mismo tiempo que pasaban los instrumentos a los galenos.

Toda clase de gritos lastimeros se podían escuchar por todos lados. A veces
se podía percibir en toda la confusión los gritos histéricos de algún doctor
que intentaba desesperadamente salvar una vida.

¡Éter, dónde está el éter, por el amor de Dios! ¡No puedo operar a
este hombre sin anestesia! – una voz decía por aquí en desesperación
mientras que más allá un hombre sin las dos piernas lloraba con
gritos horrendos:

¡Mátenme, por favor, no puedo soportar el dolor! – rogaba en tono


espeluznante.

Candy se congeló por un segundo. Todo aquello en lo que creía pareció


colapsarse por esa fracción. " Oh Dios mío", pensó, " ¿Dónde estás, Señor?",
pero una voz interna le contestó de modo reconfortante: " Estoy aquí, y fui
Yo quien te trajo a este lugar a hacer algo para mi".

Candy no necesitó más. En una extraordinaria demostración de fuerza de


voluntad Candy se desembarazó de sus temores y empezó a trabajar con un
impresionante autocontrol y eficiencia. Un caso de cinco heridas de bala
cerca del páncreas, dos amputaciones, dos casos de envenenamiento con
iperita, uno de bomba de fósforo, tres piernas rotas y cuatro casos de
quemaduras serias causadas por explosiones de bala de cañón.

De vez en cuando Flammy observaba a Candy esperando ver aparecer la


más mínima señal de error o de cansancio, pero la joven permaneció
trabajando sin parar, con toda sus concentración enfocada en la tarea que
estaba realizando. No fue hasta el día 3 de noviembre cuando el siniestro
desfile de heridos redujo su paso, de manera que finalmente Candy y sus
compañeros, todos agotados y aturdidos, terminaron su turno y fueron
relevados para descansar por 12 horas. Habían sido más de 24 horas de
trabajo incesante y fatigoso.

Candy se sentó en una silla abandonada afuera de la tienda, sin fijarse en la


perenne llovizna que le caía en el rostro. Sus cabellos rizados se
encontraban en caótico desorden debajo de la red que usaba para
sostenerse el cabello durante la cirugía, los rebeldes mechones se salían por
aquí y por allá debajo de su cofia de enfermera. El delantal quirúrgico
estaba manchado de rojo por todos lados y un agudo dolor de cabeza
comenzaba a clavar sus garras en las sienes de la joven. No había comido
más que unos pedazos de pan y bebido un poco de té en todo ese tiempo.
Flammy se acercó silenciosamente y se paró cerca de ella por un momento.
Una vez más, los iris de sus ojos se movían rápidamente como si una batalla
interna se estuviese librando en la mente de la morena.

Me equivoqué Candy – dijo ella con calma después de forcejear


consigo misma por un rato- Estás a la altura del trabajo – admitió
dándose la vuelta para alejarse lentamente debajo de la lluvia
matinal.

Candy estaba muda, le parecía haber oído una especie de cumplido de los
labios de Flammy. Nopodía creer lo que sus oídos habían escuchado, pero la
figura de Flammy, quien se encaminaba ya a la tienda de las enfermeras, le
hizo darse cuenta de que realmente había recibido un cumplido por parte de
Flammy. Era una pena que estuviese demasiado cansada como para
disfrutar plenamente esa pequeña victoria en su persistente lucha personal
por ganar la confianza de Flammy.

No fue sino hasta tres días después que Candy realmente tuvo tiempo de
hablar a gusto con Julienne. Desde su llegada las cosas habían marchado
tan frenéticamente que no habían tenido ninguna oportunidad de hacer otra
cosa que no fuese trabajar. Candy estaba preocupada por el cambio de
estado de ánimo de Julienne desde que habían encontrado a la pobre mujer
desquiciada en la ciudad de Arras. El incidente había impresionado a
Julienne con una especial intensidad afectando su comportamiento en los
días posteriores.
Ya era muy tarde en la noche cuando Candy entró en la tienda que
compartía con otras doce enfermeras. No había nadie más que Julienne
sentada distraídamente en su catre. Sus ojos
miraban fijamente un relicario que encerraba en las manos. Su largo cabello
castaño caía en mechones ondulados sobre sus hombros. Sus ojos color
ámbar se encontraban clavados fijamente en el objeto que sostenía entre la
manos. En el interior del relicario había una foto de un hombre de unos
treinta años con tristes ojos oscuros y una sonrisa franca en los labios. Era
el esposo de Julienne.

Candy se acercó a Julienne silenciosamente como si no quisiese interrumpir


la intimidad del momento. Entonces notó que los hombros de Julienne se
agitaban ligeramente, convulsionados por sollozos sofocados. Candy se
colocó frente de Julienne y la abrazó tiernamente, justo como la joven mujer
lo había hecho con ella en París, la noche en que Yves había tratado de
besarla. Julienne levantó sus ojos color de miel para ver el rostro de su
compañera.

¡Oh Candy! – dijo finalmente- desde esa noche en Arras, no puedo


dejar de pensar en mi esposo, verás, él anhelaba con todas sus
fuerzas que tuviésemos un bebé.

Tendrás todos los bebés que sueñas cuando esta estúpida guerra se
acaba, Julienne- replicó Candy tranquilizando a su compañera.

No entiendes Candy – dijo Julienne sollozando – Yo . . . yo . . . no


puedo tener hijos . . . mi útero es demasiado estrecho . . . no hay
nada que la medicina pueda hacer por mi. – concluyó y su voz se
diluyó en un llanto amargo.

Entonces fue el turno de Candy para sentirse sin palabras que decir,
simplemente no sabía qué decir en frente a una pena tan honda. Aunque
estaba consciente de la existencia de problemas similares, solamente había
visto uno solo de esos casos en su carrera de enfermera. Era siempre triste
ver la angustia y la frustración de aquellas parejas que querían cumplir sus
sueños de formar una familia pero acababan por descubrir su incapacidad
para lograrlo. En algunos casos las cosas terminaban en divorcio, una
terrible palabra en aquella época, y aún en nuestros tiempos, debido al
dolor atroz que deben de enfrentar los corazones humanos que luchan
frente a un fracaso sentimental.

Candy pensó también en sí misma por un breve instante. ¿Gozaría ella


alguna vez del gozo infinito de cargar en sus brazos un pedazo de su propia
vida? Le gustaban muchos los niños y sabía que se sentiría sobrecogida de
placer al tener un pequeño que ella pudiera llamar suyo. Pero los niños no
nacen de la nada . . . .

– Vamos Candy – se dijo ella , – Este no es el momento para estar


pensando en ti misma. Julienne te necesita ahora – reaccionó la
joven.
Está bien Julie, está bien – musitó Candy maternalmente – Yo fui una
huérfana que jamás tuvo la oportunidad de tener una madre. Estoy
segura de que me hubiese encantado tener una madre como tú y un
padre como tu esposo. ¿Alguna vez pesaron ustedes en adoptar un
pequeño?

Gerald me lo sugirió – susurró Julienne tímidamente – pero yo me


rehusé entonces...
Ahora, ya no sé realmente.

Tendrán tiempo para pensarlo – dijo Candy sonriendo dulcemente –


Solamente reza para que esta guerra termine pronto. Cuando tengas
a tu esposo de regreso, ambos podrán reconsiderar la idea, pero si te
dejas dominar por la depresión ahora, cuando él te vuelva a ver no
podrá reconocerte, tan delgada y pálida vas a estar. Luego entonces,
anímate amiga, alguien me dijo una vez que luzco más hermosa
cuando río que cuando lloro, y creo que también se aplica a ti.

Gracias Candy – dijo Julienne abrazando a la joven en gratitud.

Estando aún abrazada a Julienne otro pensamiento perturbador se agitó en


el alma de Candy: "
¿Tiene ella ya un hijo con él? . . . ¡Un hijo de él! . . . Un hijo de ellos dos, no
mío" El aguijón de los celos eran aún tan fuerte en su interior que Candy
sintió odiarse por no poder controlar sus impulsos íntimos.

Él tomó su sombrero de fieltro, el abrigo de lana café oscuro y los finos


guantes de piel para dejarlos a la entrada del gran edificio. Todo estaba
quieto a pesar de que el lugar estaba completamente repleto de gente.
Retiró uno de sus mechones sedosos de un suave rubio cenizo para
despejarse la frente, en un gesto de fastidio. Iba a ser difícil encontrar un
lugar ahora que todos estaban preparándose para los exámenes finales. En
temporada de exámenes el visitar la biblioteca era una verdadero
contratiempo.

Con el rabo del ojo percibió alguien moviéndose en el extremo izquierdo del
pasillo. Una joven con mejillas regordetas estaba a punto de abandonar el
lugar que estaba usando. "Qué suerte la mía", pensó él al propio tiempo que
se abría paso hacia la silla ya vacía. Con un movimiento automático de su
brazo tomó un libro y luego otro de uno de los estantes en su camino hacia
el asiento vacante. Asió el respaldo de la silla con ademán posesivo y se
sentó rápidamente sin perder sus características compostura y elegancia.

Desabotonó su chaqueta revelando una impecable camisa blanca debajo de


un chaleco de seda con elegantes y masculinos diseños en sepia, castaño y
un delicado amarillo crema. Pantalones cafés de pliegues haciendo juego
con el saco y una corbata de moño terminaban el cuidadoso atuendo que
debía haber costado una fortuna por sí solo. Tomó una pluma de oro de uno
de los bolsillos interiores de su saco y empezó con su tarea. Sus
tormentosos ojos café claro se enfocaron en las páginas del libro mientras
garrapateaba nerviosamente algunas notas en unas hojas de papel que
tenía consigo. Más de dos horas debieron de haber pasado y él todavía se
encontraba concentrado en el mismo título: Principios Filosóficos de la
Constitución de los Estados Unidos de América.

Sin embargo, se estaba cansando de los mismos tipos pequeños y el


intrincado discurso del autor. De pronto, las citas de Aristóteles parecían
saltar de las páginas y bailar alrededor de su mente fatigada. Las letras se
mezclaron en frente de sus ojos y en su imaginación se juntaron para
formar un hombre, un nombre de mujer repetido una y otra vez a lo largo
de las páginas.

Él se restregó los ojos y se reclinó hacia atrás en la silla llevándose una


mano al bolsillo de su camisa. Sacó un sobre color de rosa y lo llevó a su
nariz y labios. El suave perfume de rosas del papel invadió su olfato y lo
agobió de pensamientos prohibidos. "Ella huele igual", pensó con ojos
soñadores sin poder controlar su mete rebelde. Había tratado antes, cientos
de veces, pero siempre había resultado vencido en la batalla en contra de
aquellos sentimientos tan bien arraigados en el alma, demasiado viejos y
verdaderos como para ser borrados por el efecto del tiempo y el rechazo.

La extraño tanto- continuó él en su cabeza - Aun si no puedo tenerla,


solamente saber que se encuentra cerca desborda mi corazón de
alegría.
Abrió el sobre y entonces el buqué de rosas, aun más fuerte, lo embriagó
con su fragancia.

Me pregunto cómo se siente – se aventuró a inquirir en sus


adentros- ...cómo se siente abrazarla estrechamente y hundir la cara
en esos rizos dorados . . .¡Dios mío! – se recriminó – De este modo
nunca voy a olvidarla.

Dirigió sus ojos color de miel a la escritura femenina para gratificarse con la
salutación de la carta:

"Querido Archie:"

Era cierto que se trataba de una mera formalidad, de algo que toda la gente
escribe en todo tipo de cartas (En inglés la entrada "Dear" ,es decir querido,
se utiliza inclusive en cartas de negocios), pero él no podía evitar el sentirse
feliz al saborear las palabras. Después de todo, esa era la primera carta que
ella le había dirigido solamente a él. En el pasado, durante los primeros días
en el Colegio San Pablo, las cartas de ella siempre habían dicho: "Mis muy
queridos Stear y Archie:" Un año más tarde, cuando ella había abandonado
Londres para regresar a América, ellos solamente sabían de ella a través de
las cartas que enviaba a las chicas, siempre con una pequeña nota
mencionándolos: "Saludos para los chicos" o " Digan a Stear y a Archie que
siempre pienso en ellos también"

Yo siempre pienso en ti, Candy – dijo Archie para sí mismo – Y ahora


que estás lejos no puedo detener estos sentimientos que ansían tu
compañía. . . Estoy tan preocupado por ti.

Archie estaba ahora garrapateando "c" en toda la hoja de papel que le


quedaba limpia. Había tratado intensamente a largo de todos esos años.
Había inclusive, logrado desarrollar sentimientos de cariño hacia Annie,
quien era una deslumbrante belleza de la cual él se sentía orgulloso. Podía
hasta decir que había aprendido a amarla en una forma suave y tierna, pero
lo que sentía por Candy era diferente. Albert le había insinuado que debía
mantener escondido esos sentimientos no correspondidos aún en su propia
mente. Pero Archie ya se había rendido,
aceptando que estaba irremediablemente vencido cuando se trataba de
pensar en Candy. Era algo más fuerte que su voluntad.

Sí, era diferente lo que sentía por Candy. Era una pasión incontenible dentro
de él, algo que no podía controlar sin importar cuántos intentos hacía. En su
loco soñar despierto él había hecho suya a la joven en incontables
ocasiones. ¿Cuándo había iniciado esa enfermiza e inombrable costumbre?
Tal vez durante los días en el colegio londinense.

¡Aquellos días idos! – recordó él – Stear nunca hablaba de ello, pero


yo sabía que él sentía lo mismo por Candy. Tal vez aceptó su derrota
mucho tiempo antes de que yo reconociera la mía, tal vez no quería
verme como su rival; él siempre fue algo sobreprotector conmigo.

No lo sé . . . esto siempre ha sido tan difícil, la única cosa que Stear y


yo no pudimos nunca discutir. Entonces él tuvo que aparecer.
¡Maldito seas Terrence Granchester! Mi corazón nunca cesará de
despreciarte acremente. Si tan sólo hubieses sabido hacerla feliz
podría haberte perdonado por robarme su corazón. Pero lo arruinaste
todo estúpidamente. Cuando le rompiste el corazón pensé
enloquecer. Hubiese sido tan fácil terminar entonces mi relación con
Annie e intentar de nuevo ganar el amor de Candy . . . pero no
hubiese servido de nada. Candy me hubiese rechazado
inmediatamente, no sólo porque ella nunca ha sentido nada por mi
más allá de la amistad, sino también porque nunca haría nada que
lastimase a Annie. Estoy condenado a estar apasionadamente
enamorado de una leal y bondadosa mujer cuya mejor amiga me ama
de la misma manera. Realmente espero que tú estés viviendo una
miseria peor que la mía, Terrence – susurró Archie como lanzando
una maldición – Sí, debes de ser así, porque yo al menos tengo el don
de su amistad cercana y tú . . . ¡Tú no tienes nada, deleznable
bastardo!

Archie no tenía idea de cuán exactas eran sus especulaciones.


En noviembre 10 el ejército canadiense, el cual había llegado para apoyar a
los británicos en Passendale, finalmente logró debilitar las defensas
alemanas y cruzar la línea enemiga. La infantería canadiense reclamó la
villa, o lo que quedaba de ella, mayormente ruinas. La ofensiva de los
aliados fue parcialmente exitosa y los alemanes fueron obligados a
retroceder unos diez kilómetros. Una ganancia pequeña si se consideran las
250 000 pérdidas humanas que había costado toda la batalla. Como las
hostilidades cesaron hacia fines de noviembre en ese punto del frente
occidental, el personal del hospital ambulante fue reducido y el excedente
de médicos y enfermeras fue enviado a otra área donde tenía lugar otra
batalla: Cambrai.

Candy y su equipo fueron enviados a la nueva plaza. Algunos docenas de


kilómetros al sur, la segunda división de los Estados Unidos entrenaba en un
área más segura, lejos de las trincheras donde los británicos luchaban en
contra de los alemanes. La segunda división de infantería esperaba, sin
saberlo, el momento de su heroico destino, el cual no vendría hasta la
primavera siguiente.

El hospital ambulante donde Candy estaba trabajando estaba situado a


menos de dos kilómetros de la trinchera de reserva. Con el fin de proteger a
las tropas del mortal y constante ataque de las metralletas enemigas y el
fuego de la artillería, ambos contrincantes habían construido una serie de
trincheras en las cuales los soldados luchaban y vigilaban día y noche.
Ambos lados tenían al menos cuatro trincheras principales, oscilando cada
una entre 1.8 a 2.5 metros de profundidad. En la trinchera de fuego, las
tropas en guardia resistían al enemigo o encabezaban la ofensiva según el
caso.

Detrás de la línea de fuego había otras tres trincheras. La trinchera de


refuerzo, la cual estaba pensada para ayudar a la trinchera de fuego y
defender la posición en caso de que la primera
fuese tomada por el enemigo. La trinchera de apoyo era la tercera, donde
los soldados en licencia vivían en hoyos o pequeñas cuevas cavadas dentro
de la trinchera, y finalmente la trinchera de reserva, donde llegaban las
provisiones, tropas frescas y municiones para después ser enviadas a las
otras trincheras a través de una red de comunicaciones, en otras palabras,
túneles entre las trincheras que eran conocidos como trincheras de
comunicación.

Más allá de la trinchera de fuego se extendía una barrera de alambre de


púas. Si algún hombre traspasaba esa barrera llegaba hasta "la tierra de
nadie", el territorio entre los dos ejércitos enemigos, la muerte era fácil de
encontrar en esa área donde se estaba expuesto al fuego abierto y lejos de
cualquier clase de atención médica.

Cuando el enemigo se aventuraba a salir de las trincheras y atacar de lleno,


parecía una mera cuestión de probabilidad para cada hombre. Algunas
veces las fuerzas de la triple Entente tenían éxito en el ataque y tomaban
las trincheras del oponente, en ocasiones la victoria era de los Aliados y los
alemanes tenían que replegarse algunos kilómetros. De ese modo ambos
lados enemigos ganaban y perdían terreno en una lucha que por más de
tres años no había dado ningún buen resultado pero había causado
incontables tragedias.

Si alguien era herido en las trincheras sus compañeros lo llevaban a la


trinchera de reserva a través de los túneles de comunicación, los equipos de
primeros auxilios, mayormente compuestos por paramédicos y proveedores
militares – es decir jóvenes encargados de traer provisiones y municiones -
ayudaban en la tarea. Más tarde, los heridos eran llevados al hospital
ambulante en la retaguardia. Sin embargo, cuando la lucha arreciaba
peligrosamente, era necesario tener un equipo médico completo en la
trinchera de reserva, tantos eran los heridos y tan vertiginosamente
aumentaba su número. Esta era una tarea muy temida porque el peligro en
las trincheras era eminente. En cualquier momento el enemigo podía estar
ahí, asaltando sorpresivamente con bombas, gases o metralletas.

La batalla de Cambrai fue extraordinariamente sangrienta y trágica. Para


noviembre 25 la lucha se hizo más difícil. El hospital ambulante designó a
un equipo quirúrgico para trabajar en las trincheras. Tres nombres que
conocemos estaban incluidos: Marius Duvall, Flammy Hamilton y Candice
White Andley.

Cuando Duvall se enteró que personal femenino, incluyendo su "petite


lapine" habían sido asignado al equipo protestó firmemente arguyendo que
las mujeres no eran normalmente enviadas a semejantes misiones.
Desafortunadamente, sus quejas no fueron escuchadas porque la situación
era de real emergencia y todos el personal masculino ya había sido enviado
a las trincheras. Más asistentes quirúrgicos experimentados se necesitaban
en las trincheras y tanto Hamilton como Andley habían sido señaladas como
las mejores que se tenían.

A pesar del gran riesgo, cuando Candy vio su nombre en las listas se admiró
de no sentir nada frente al deber que estaba por enfrentar, el más peligroso
que había encarado en toda su carrera de enfermera hasta el momento.
Con una serenidad que ella misma ignoraba tener Candy puso una mano en
su pecho, debajo de su uniforme de cambray pudo sentir el crucifijo que la
señorita Pony le regalara cuando había dejado el hogar de Pony por primera
vez en su vida.

Estoy en tus manos, Señor – oró – Iré donde sea que me lleves. Puede
no ser casual que Flammy también vaya conmigo.

La mañana del 28 de Noviembre, a las 5:00 am, Candy fue enviada a la


trinchera de reserva donde los soldados Británicos estaban esperando
desesperadamente la llegada de una nueva arma y tratando de resistir
tanto como fuese posible. En la neblina de la helada mañana los cansados
soldados en la trinchera pensaron por un momento que un ángel en
uniforme azulado, con delantal blanco y un casco metálico había descendido
del cielo al infierno que ellos
habitaban. Pero ella sabía que no era más que una joven proveniente de un
pequeño rincón de América.

Señorita Pony, señorita Pony – musitó la Hermana María al oído de la


señorita Pony – Levántese, señorita Pony, es una emergencia.

¿Qué pasa, hermana María?- preguntó la bondadosa anciana


despertando abruptamente -¿Pasa algo malo con los niños?

No, señorita Pony – dijo la mujer – es acerca de Candy, debemos orar


AHORA, ella está en peligro – concluyó la monja con voz temblorosa.

La señorita Pony estaba acostumbrada a ese tipo de premoniciones que la


hermana María tenía de vez en cuando. La experiencia había comprobado
que todas ellas eran exactas. Así que, cuando la hermana María decía que
era el momento de orar por alguien porque esa persona se encontraba en
grandes problemas, la señorita Pony no discutía. Todo lo contrario, se unía a
su antigua compañera en fiel oración, sin importar si lo tenía que hacer
durante la hora de su siesta, como entonces.

La señorita Pony se incorporó de su mecedora y siguió a la monja hasta el


pequeño altar que tenían en el cuarto. Ambas mujeres se arrodillaron en
frente al crucifijo y empezaron sus plegarias en silencio. Años más tarde
comprenderían por qué estaban haciendo eso.

Los sorprendidos hombres no daban crédito a sus perplejos ojos. El mundo


debía de haber enloquecido para arriesgar la vida de una criatura tan
exquisita en un trabajo como ese. Pero aúncuando nadie estaba de acuerdo
con el hecho de enviar a una joven como Candy a la trinchera, sus ojos se
hinchaban en gratitud por la vista celestial que estaban disfrutando.
Algunos de ellos no habían visto a una mujer en meses. Duvall estaba
consciente de eso y mantenía ojo avizor sobre la joven, tanto como Albert lo
hubiese hecho si hubiese estado ahí. El buen doctor no sabía cuánto habría
de arriesgar para proteger a la joven que le recordaba tanto a su propia hija.

Las horas en la trinchera eran largas y pesadas, más y más heridos eran
traídos todo el tiempo. Si Candy había pensado que las condiciones de
trabajo eran difíciles en la hospital ambulante, ahí en a trinchera eran
inenarrables. El lugar era estrecho y oscuro: "¿Cómo esperan que uno de
puntadas cuando todo está casi en la más completa oscuridad?" se
preguntaba ella, pero ya que no tenía otra opción continuaba su trabajo en
silencio bajo las miradas codiciosas de los soldados británicos y los gritos
desesperados de los heridos.

Entonces, la noche del 30 de noviembre, sucedió el terrible incidente:


Candy, Duvall y Flammy estaban trabajando en un sector de la trinchera de
reserva cuando un soldado llegó jadeando atropelladamente desde uno de
los túneles de comunicación.

Por favor doctor – dijo el hombre con voz ronca – ha habido una
explosión en uno de los túneles de comunicación, hay cinco hombres
atrapados ahí, necesitamos su ayuda, mi hermano menor está ahí.

Duvall se quedó pensativo por un segundo, era ya suficientemente riesgoso


estar en la trinchera de reserva como para aventurarse en la trinchera de
comunicación, aún más cerca de la trinchera de fuego. El buen doctor
también temía por Candy y Flammy, si algo le pasaba a él . . . Pero entonces
una mano pequeña tocó su espalda.

Tenemos que ir, doctor Duvall – dijo Candy suavemente.

Estoy de acuerdo con Candy, estamos aquí para salvar vidas – agregó
Flammy, apoyando algo que Candy había dicho, por primera vez en
su vida- iremos con usted doctor.

Animado por el valor de las jóvenes damas Duvall tomó su instrumental y


corrió detrás del soldado seguido de las dos mujeres.

La trinchera de comunicación era particularmente oscura y silenciosa.


Candy podía oír su corazón golpeteando mientras corría detrás de Flammy.
Por un rato pensó que no había nada más, solamente el silencio y el
persistente latido de su corazón a través del túnel negro. Solamente la
linterna de Duvall en su mano. Solamente los lazos blancos del delantal de
Flammy flotando en el aire. Caminaron y caminaron por interminables
corredores, a cada paso los sonidos de la línea de fuego podían escucharse
más y más cerca. Duvall sintió horrendas ondas de miedo empezaban a
asaltar su mente. Estaban llegando demasiado cerca de la trinchera
frontal.

A medida que se aproximaban al lugar de la explosión se podían oír terribles


gritos de hombres pidiendo ayuda. Algunos hombres que habían sobrevivido
estaban tratando de retirar las vigas que habían caído sobre algunos de los
heridos. Había un hombre tirado a un lado. La explosión lo había alcanzado
quemando su espalda y rompiéndole la espina dorsal. Pedía ayuda con
lastimosos gritos mientras su boca borboteaba sangre. Candy observó que
el hombre usaba un kilt. Era un soldado escocés. La joven se arrodilló cerca
del hombre y le dijo quedamente al oído.

Todo va a estar bien, señor. Estamos con usted. Usted va a estar bien
– dijo haciendo después una pausa por un segundo. De repente una
idea vino a su mente – ¿Conoce esa pequeña plaza en el centro de
Edimburgo? – preguntó tratando de traer una memoria placentera en
los últimos instantes de vida de aquel hombre.
¿Conoce Edimburgo, señorita? – preguntó él olvidando por un instante
su terrible agonía.

Sí, señor – musitó ella – Pasé ahí el más hermoso verano de toda mi
vida.

Le creo, mi esposa es de ahí . . . hay una vista magnífica de las


montañas desde esa plazuela – replicó el hombre luchando en contra
de los terribles estertores que asaltaban su cuerpo.

Ahora cierre sus ojos y piense en el cielo azul y los prados


intensamente verdes – dijo ella mientras un lágrima rodaba por su
mejilla, sus manos alcanzaron las manos del hombre.

Puedo verlo claramente – susurró él – Rose, mi Rose – dijo él por


último mientras su cabeza se inclinaba ya sin vida. Había muerto.

En otras circunstancias Candy se hubiese quedado a decir una oración antes


de dejar a un lado lo que acababa de convertirse en otro cuerpo sin vida
más, pero la situación la forzó a decir sus oraciones mientras ayudaba a
otro herido. Siempre podría llorar por los horrores que estaba presenciando
en otro momento, por entonces era prioritario mantenerse concentrada.

No sabía que habías estado en Escocia – dijo Duvall mientras trabajaba


frenéticamente con uno hombre cuya pierna sangraba como una fuente
vertiendo agua roja. Solamente una vez – masculló ella.

El ruido de las detonaciones se hacia más y más fuerte. A veces Candy


pensaba que sus oídos explotarían. "Aún si vivo cien años, jamás olvidaré
esta noche" pensó ella mientras sus manos se movían rápidamente. A diez
metros de distancia Flammy trabajaba con un hombre que había perdido el
brazo izquierdo en una detonación. La morena levantó sus cabeza y fue
entonces cuando vio con aterrados ojos una luz repentina en el cielo
nocturno. Otra detonación . . . la trinchera viniéndose abajo
parcialmente . . . una montaña de tierra y lodo sobre ella . . . el dolor en la
pierna . . . oscuridad absoluta.

Duvall había visto también la luz y la única cosa que su confusa mente pudo
pensar en ese momento fue en la seguridad de la joven que estaba
trabajando a su lado. Todo pasó en un segundo, antes de que Candy
pudiese hacer cualquier cosa Duvall estaba ya cayendo sobre ella, gritando
palabras en francés que ella no pudo entender.

¡¡¡ Al suelo!!! ¡¡¡ Candy, al suelo!!! – alcanzó él a decir en inglés antes


de que ella oyese la detonación a pocos metros de donde ella se
encontraba.

Candy sintió cómo el gran cuerpo del hombre cubría el suyo cayendo
pesadamente al suelo. Un segundo más tarde solamente había silencio. Un
silencio mortal en el Frente Occidental.
Tomó un buen rato ¿Cuánto tiempo? Ella nunca lo sabría, pero después de
una imprecisa fracción de tiempo, un minuto, una hora o tal vez un
segundo, ella abrió los ojos pero no pudo ver nada más que oscuridad, no
pudo escuchar nada más que el silencio. Entonces percibió un opresivo peso
sobre su cuerpo.

Trató de liberarse de esa cosa que la aplastaba contra el suelo lodoso de la


trinchera. Era
virtualmente imposible, lo que se que estaba sobre de ella, era demasiado
grande como para que ella pudiese empujarlo.

¡Oh Dios! – pensó – ¡Estoy atrapada!

Sorprendentemente, unos minutos más tarde, ella sintió cómo el peso sobre
su cuerpo era removido al mismo tiempo que un terrible quejido escapaba
de una garganta masculina. No fue sino hasta entonces que ella se dio
cuenta de que había estado cubierta por el propio cuerpo de Duvall.

¡Doctor Duvall! – gritó desesperadamente la muchacha cuando


finalmente comprendió lo que había pasado.

¡DOCTOR DUVALL! – vociferó al silencio.

Petite Lapine – chistó una débil voz cerca de ella.

Candy se movió nerviosamente en la oscuridad, palpando a ciegas el


lodo hasta que sus manos encontraron a Duvall yaciendo cerca de
ella.

¿Doctor Duvall?

Sí, querida. Estoy aquí pero no por mucho tiempo – dijo el con una
débil carcajada.

Candy alcanzó una linterna con una mano y logró encenderla. Con la ayuda
de la luz ella pudo finalmente ver al hombre a su lado. La sangre estaba
reventando salvajemente de su espalda. Candy había visto muchos
hombres mortalmente heridos durante los seis meses que había estado en
Francia, pero la vista de Marius Duvall sangrando sin remedio en la oscura
trinchera estaba más allá de su resistencia profesional.

¡Dios mío! – pensó - ¡ Está muriendo! ¡Éstá muriendo porque me


protegió con su cuerpo!

Afortunadamente la luz era demasiado pobre en ese momento. De otra


suerte Duvall hubiese visto cuán pálida se había puesto Candy. No obstante,
la joven logró controlar las lágrimas haciendo un esfuerzo sobrenatural,
utilizando para ello todas las energías que le quedaban. Se había percatado
que esos eran los últimos momentos sobre la Tierra de aquel hombre
maravilloso. No era con lágrimas como ella le diría adiós a Marius Duvall, el
médico más entusiasta y bondadoso que ella jamás había conocido.

Candy – dijo el hombre con débil voz – toma la cadena alrededor de


mi cuello, tiene los anillos de compromiso y bodas de mi esposa.
Quiero que tú te quedes con ellos. Doctor Duvall – masculló ella – Ese
debe ser su tesoro, si me lo da ahora, después se arrepentirá cuando
hayamos salido de aquí – dijo ella negando lo evidente.

El hombre rió con dificultad.

¿Alguna vez alguien te ha dicho . . . que no . . que no eres buena


mentirosa , petite lapine? – preguntó él.

Candy bajó los ojos y sonrió tristemente.

Me temo que alguien ya me lo dijo anteriormente – murmuró ella.

Los ojos del buen hombre sonrieron divertidos. Ni aun ante su propia muerte
había perdido el
sentido del humor. Pero después de un breve momento volvió a ponerse
serio.

Petit lapine – comenzó diciendo – escucha bien lo que voy a decirte.


Tienes que salir de aquí lo antes posible. Pero por favor, toma los
anillos contigo, consérvalos como un recuerdo, si tú quieres, y cuando
te cases, me honraría mucho que tu futuro esposo, quien quiera que
sea ese afortunado, los acepte como un presente de este viejo.
Prometo guardar con aprecio sus tesoros, Dr. Duvall, igual como su
hija lo hubiese hecho – dijo ella finalmente tomando la alianza de oro
y el anillo con un diamante solitario de la cadena en el cuello de
Duvall – No se si alguna vez me case, pero conservaré estos anillos
con amor – concluyó.

Póntelos niña, puedes perderlos en tu camino hacia la retaguardia.

Candy se probó los anillos en el dedo anular de su mano izquierda y se


asombró al descubrir quele quedaban perfectamente. Miró de nuevo al
doctor. La sombra de la muerte estaba ya bailando en sus ojos. Ella la
conocía bien porque la había visto muy seguido en los días anteriores.

Te casarás, petite lapine, y tendrás hermosos niños con pecas en la


nariz, como tu. – dijo él y expiró.
Una tímida lágrima corrió por la mejilla de Candy mientras cerraba los ojos
del hombre que ellahabía aprendido a admirar y respetar en los meses que
habían precedido.

¿Por qué toda la buena gente que conozco tiene que morir así? – se
preguntó la joven pero tuvo que desechar esos pensamientos porque
no tenía tiempo para abandonarse en amargas consideraciones. El
sonido de detonaciones lejanas la hicieron percatarse de que de ahí
en adelante estaría sola y tenía que correr para salvar la vida. Parecía
que todos los demás en la trinchera habían muerto.

Se dio a sí misma una breve inspección. Estaba perfectamente bien.


Solamente un par de raspones en la rodilla, pero nada que no hubiese
sacado antes en sus aventuras trepando árboles. Se puso de pie, dio una
última mirada al cadáver de Duvall y con la linterna en mano trató de
ajustar sus ojos para encontrar el camino de salida. Fue entonces cuando
escuchó un gemido. Una voz femenina quejándose de dolor.

¡Flammy! – dijo Candy - ¡Oh Dios, está viva!

Candy trató de moverse en dirección de la voz, pisando de vez en cuando


en un cadáver o tropezando con un pedazo de madera en su camino
¡ Estaba tan oscuro!

¡FLAMMY! – gritó ella – Soy yo, Candy, resiste, te voy a encontrar


enseguida.

Finalmente, después de interminables minutos de búsqueda Candy pudo ver


el punto donde Flammy estaba. Se encontraba sentada en el lodo, había
perdido sus lentes y su cofia. Su pierna estaba sangrando gravemente.
Aparentemente la explosión no la había alcanzado pero varios pedazos de
madera y metal habían caído sobre su pierna. Candy pudo ver que era una
fractura con exposición de hueso.

¡Flammy! – chilló Candy corriendo hacia la muchacha – Oh Flammy no


te preocupes, voy a sacarnos de aquí, déjame ayudarte – y diciendo
esto último Candy trató de localizar el equipo de primeros auxilios
que Flammy tenía consigo al momento de la explosión.

¿Estás loca Candy! – dijo Flammy en un susurro – Nunca lo lograrás si


me llevas contigo. Vete, corre por tu vida. Déjame aquí. De todas
formas, no le importo a nadie.

Candy no pudo evitar sentirse conmovida por el dolor que pudo percibir en
las últimas palabras de Flammy pero nada que la joven morena pudiese
haber dicho iba a hacerla cambiar de opinión. Ella iba a sacar a Flammy de
aquella maldita trinchera, aun si ella no quería ser salvada.

No tomaré en cuenta la tontería que acabas de decir Flammy – dijo


Candy con firmeza mientras buscaba desesperadamente por el
perdido botiquín. Justo detrás de una gran ametralladora pudo
finalmente encontrar la caja blanca y corrió hacia ella como un
hombre perdido en el desierto correría para alcanzar un oasis en su
camino.

Tengo que detener el sangrado – pensó – Ella obviamente no ha


mirado bien su herida, pero debe saber bien cuán mal está. Tengo
que distraerla.

Flammy – dijo ella tratando de iniciar una conversación – ¿Recuerdas


cuando Mary Jane nos estaba enseñando a poner torniquetes?
¿Recuerdas que teníamos que practicar en nosotras mismas y que yo
lo tenía que hacer en ti?

Sí creo que recuerdo – contestó Flammy débilmente – Recuerdo que


eras muy mala haciéndolo – dijo y por la primera vez en meses Candy
vio algo que se parecía un poco a una sonrisa en el rostro de Flammy.

Bueno, entonces – continuó Candy sonriendo – Realmente espero


haber mejorado en todo este tiempo porque ahora voy a hacer
exactamente lo mismo, y después te pondré un entablillado en esa
pierna.

Candy movía sus manos frenéticamente al mismo tiempo que hablaba. A


veces el cielo nocturno se iluminaba con una detonación proveniente de la
"tierra de nadie". Candy estaba consciente de que otra explosión podría
tener lugar en cualquier momento.

Bien Flammy, creo que acabo de romper el récord de Mary Jane – dijo
cuando hubo terminado su trabajo. Tal vez – murmuró Flammy.

No era común ver a Flammy tan callada, pensó Candy, pero dadas las
circunstancias y toda la sangre que había perdido Candy agradeció a Dios
que la chica estuviese aún viva.

Esa fue la parte difícil – se dijo Candy interiormente – Ahora tendré


que encontrar las fuerzas para cargarla fuera de aquí. ¡ Oh Dios,
préstame tu mano!

Flammy estaba casi inconsciente para entonces pero aun así pudo sentir
cuando Candy colocó su brazo alrededor de su propio cuello.
¿Qué estás haciendo? – preguntó Flammy – Nunca lo lograremos. ¿No
ves que soy más pesada que tú? ¡¡¡Déjame aquí!!! – gritó.
¡¡¡NO, NO LO HARÉ!!! – replicó Candy en el mismo tono – Si tu te
mueres, yo me muero, si tu vives, yo vivo. ¡Somos equipo y no te
dejaré morir aquí, tonta Flammy! ¡Ahora cállate, trata de cooperar y
por una vez en tu vida, haz lo que yo te digo, muchacha necia!

Flammy estaba asombrada de ver la reacción de Candy. En los años que


tenía de conocer a la rubia nunca se había imaginado que la joven pudiese
montar en cólera de esa forma. Ni en sus más locos sueños se le había
ocurrido a Flammy pensar que Candy arriesgaría su vida para salvar la suya,
de una manera semejante, así de obstinadamente, así de valerosa. Sin
palabras que decir tal vez por primera vez en su vida, Flammy Hamilton se
limitó a seguir las órdenes de Candy.

Candy ayudó a Flammy a pararse en la única pierna que podía utilizar por el
momento. La morena puso su brazo alrededor de los hombros y cuello de la
rubia y juntas empezaron una larga jornada hacia la retaguardia, a lo largo
de los corredores oscuros de la trinchera de comunicaciones, guiadas
solamente por el sentido de orientación natural de Candy y una débil
linterna. Candy empezó a buscar en las profundidades de su alma por la
fortaleza necesaria para ese momento de angustia.

Está tan oscuro – pensó – no se a ciencia cierta hacia dónde nos


dirigimos. Señor, guía mis pasos.

Candy recordó que cuando era niña la señorita Pony le había enseñado
diferentes porciones de las Sagradas Escrituras. La buena mujer le había
dicho que esas porciones irían con ella a donde quiera que fuese, sin
importar qué tan lejos del Hogar de Pony, ella pudiese llegar.

Aún si no estamos contigo, Candy – había dicho la buena mujer – Aun


si sientes un miedo espantoso, si estás sola o perdida, las Escrituras
estarán en tu corazón, y también el Señor estará contigo.

Diré yo al Señor: esperanza mía y castillo mío – comenzó Candy su


oración interna – Mi Dios, en él confiaré. Y él me librará del lazo del
cazador, de la peste destructora.

Otra detonación no muy lejos.

Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro,


escudo y adarga es su verdad.
Las luces de explosiones en el cielo, un ruido sordo desde una de los
rincones del túnel . .

No tendrás temor de espanto nocturno, ni de saeta que vuele de día.


Ni de pestilencia que ande en oscuridad, ni de mortandad que en
medio del día destruya.

Unos cadáveres abandonados en una esquina de la trinchera . . .

Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra, mas a ti no llegará.

Estaba muy oscuro y frío. Flammy era realmente muy pesada. . .

Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en todos tus
caminos.

¿Era eso una luz al final del túnel?

Por cuanto en mi ha puesto su voluntad, yo también lo libraré. Lo


pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.

¡¡AUXILIO!! – gritó Candy - ¡ Necesito que alguien me ayude con mi


amiga!!

Capítulo 5

Una mujer para tiempos como estos

El destino, con su paciencia misteriosa y fatal, aproximaba


lentamente uno a otro estos dos seres, ambos desfallecidos y
cargados de la tempestuosa electricidad de la pasión; estas dos
almas llevaban el amor como dos nubes llevan el rayo, y debían
encontrarse y mezclarse en una mirada como las nubes en un
relámpago.

Víctor Hugo en “Los Miserables”


Los primeros rayos de la aurora entraron de puntillas en la lujosa recámara.
Trepando por la mullida alfombra, habían alcanzado el enorme lecho en el
cual él estaba recostado despreocupadamente. Afuera, la noche helada
parecía haber rendido sus oscuras huestes ante la rubia luz reflejada en la
blanca sábana nevada, sobre el inmenso prado de la mansión Andley. La
habitación estaba entre penumbras y en silencio, pero él ya se había
despertado, sus ojos azul claro estaban perdidos en la profundidad de sus
propios pensamientos.

De repente, se incorporó poniéndose un batín de seda verde oscuro con


caprichosos brocados. Su cabello dorado caía sobre sus anchos hombros en
descuidado desorden y sus ojos se veían ligeramente hinchados por la falta
de sueño. No había cerrado los ojos en toda la noche.

Se aproximó a la ventana y la abrió de par en par para recibir sobre su


rostro bronceado el gélido frío de los copos de nieve, pequeñas motas que
se derretían sobre su piel. Era como si el frío de la mañana pudiese borrar
sus eternas turbulencias internas. Pero él sabía bien que ellas se quedarían
a su lado hasta que finalmente se decidiese a tomar la determinación contra
la cual estaba luchando.

La noche anterior había asistido a uno de esos bailes interminables que


odiaba inmensamente, pero sin Candy para escudarlo de las docenas de
mujeres frívolas que estaban siempre acechándolo, la situación se había
vuelto casi intolerable. Afortunadamente, Archie y Annie había ido con él y
le habían ayudado a enfrentar el continuo coqueteo de todas esas jóvenes
que soñaban con ser la afortunada mujer en casarse con uno de los solteros
más codiciados de los Estados Unidos. No obstante, durante esos momentos
en que Annie y Archie bailaban juntos dejándolo solo, el persistente asedio
de mujeres solteras, e incluso casadas, no cesaba de importunarle
haciéndole sentir cada vez más incómodo, inquieto y molesto con aquella
sociedad que él no aprobaba.

Pero la peor parte había sido cuando Eliza Leagan había logrado encontrarlo
en el solitario salón en donde él había hallado refugio de sus agresivas
admiradoras.

¿Por qué tan solo? – le había preguntado ella con la más seductora de sus
sonrisas – Tío, no debes privarnos de tu presencia.

Déjame solo – fue su única respuesta, visiblemente molesto por la joven


quien, él sabía bien, había causado el sufrimiento de la persona que él más
quería, en incontables ocasiones. Él se había lamentado siempre el no
haber podido salvar a Candy de todas las humillaciones que ella había
sufrido en su infancia y adolescencia por causa del inexplicable odio que los
Leagan le profesaban.

No deberías de ser tan tímido – murmuró ella ignorando sus palabras y


acercándose al hombre con movimientos estudiados.

Es tan apuesto – pensó ella – me pregunto los prohibidos placeres que una
mujer puede experimentar en la cama de un hombre como él, tan fuerte y
misterioso. Si solamente pudiese hacerle caer con mis encantos . . . .
Entonces, yo sería la dichosa Sra. De William Albert Andley, esposa de uno
de los hombres más ricos del país, y podría también lograr mi dulce
venganza en Candy, por todas las cosas que la maldita nos ha hecho pasar
a mi y a mi hermano. Eso sería maravilloso.

Yo podría hacerte compañía del modo en que Candy solía hacerlo –


murmuró ella seductoramente y después de una breve pausa añadió con
tono insinuante – Yo podría hacerte compañía de una forma en que ella
nunca sería capaz, como solamente una mujer de verdad puede hacerlo.

Albert volvió el rostro para mirar a la joven en frente de él. En sus ojos
celestes se podía leer una mezcla de incredulidad y desdén.

Pretenderé que no escuché tus insinuaciones – dijo él con disgusto – no


tienes idea, Eliza, cuánto desprecia mi corazón a la gente de tu clase.

El rostro de Eliza se oscureció cuando las palabras de Albert penetraron en


sus oídos. No esperaba un rechazo tan franco ya que estaba demasiado
acostumbrada a tener éxito en el arte de la seducción.

Gente como tú – añadió Albert mientras se movía hacia la puerta – son la


vergüenza de la raza humana, tal vez el único error hecho por la naturaleza.
Realmente me das lástima.

Ahora, si me disculpas, tengo que partir – terminó él al tiempo que pasaba


en frente de Eliza regalándole una sonrisa llena de desprecio.

Después del desagradable incidente, Albert había regresado a su mansión


para encerrarse en su recámara. Sin embargo, sus pensamientos no había
cesado de recriminarlo durante el resto de la noche, siempre atrapado en
un dilema entre sus obligaciones familiares y su espíritu rebelde.

Albert sacudió su cabeza para aclarar la mente. Estaba tan contrariado,


pero la verdad era que su intranquilidad no había sido causada ni por Eliza,
ni por la larga lista de citas que siempre tenía en su agenda.

Solamente me estoy engañando a mi mismo. Se perfectamente bien que


esta clase de vida nunca va a satisfacerme. Siento que estoy traicionando a
todo en lo que creía cuando era más joven. ¿A dónde se han ido mis sueños,
mis convicciones? ¿Acaso los olvidé en ese tren en Italia, o fue antes,
cuando decidí dejar África? ¡Oh Candy! Aun cuando todos estamos
terriblemente preocupados por ti, me siento feliz de que al menos tú puedes
seguir tus sueños en Francia, haciendo lo que sientes es lo correcto, algo
significativo, realmente valioso y noble. Mientras que yo ....¿Qué estoy
haciendo? Solamente estoy incrementando la fortuna de mi familia para
ayudarles a mantener sus privilegios, al tiempo que otras personas mueren
de hambre por causa de nuestro injusto sistema social.

¿Qué es esta vida sin sentido en la cual he hecho sucumbir mis ideales ante
mis responsabilidades como el jefe de la familia Andley?

Albert cerró la ventana y caminó lentamente hacia un sillón de ratán que


había en su cuarto. Se sentó en él suspirando profundamente. En la soledad
de su habitación podía siempre cerrar los ojos y ver las doradas sabanas
africanas bajo el inmisericorde calor veraniego. Allá, donde la naturaleza
estaba tan cerca del hombre, donde la vida era simple y los humanos podía
sentir el toque de Dios, él había entendido que solamente en esas planicies
doradas su corazón podía hallar descanso. Era el lugar al cual realmente
pertenecía. En aquellas pequeñas comunidades, lejos de la locura de la
sociedad occidental, las jerarquías no eran tan importantes, y cada hombre
era señor de su propio destino. ¡Cuánto anhelaba él esa libertad!

Admiro a aquellos que viven libremente, solamente para seguir el latido de


sus corazones, yendo hacia donde sea que les lleve. Por eso te admiro
Candice White. Por eso te respeto Terrence Grandchester. ¿Por qué no
puedo yo entonces, bailar a mi propio ritmo?

Un sigiloso golpe en la puerta lo hizo despertar de sus ensoñaciones.

Sr. Andley – le llamó una voz profunda que Albert reconoció como la de
George Johnson – Hay un telegrama para usted que pienso querrá leer
inmediatamente, señor.

Entra- replicó el joven con cierto nerviosismo.

George, siempre en un impecable traje sastre negro, entró en la habitación


y aguzó la mirada para poder distinguir a su patrón en las penumbras de la
recámara.

¿Viene de Francia? – preguntó Albert ansioso.

Sí, señor – replicó el hombre en su característico tono flemático entregando


al joven un sobre blanco.

Albert lo abrió tan rápido como pudo. Candy nunca había mandado un
telegrama en todo el tiempo que había estado lejos. Siempre enviaba una
carta cada mes tal y como lo había prometido, pero un telegrama podía
significar muchas cosas, ninguna de ellas buena. Albert ajustó sus ojos para
leer lo que decía el lacónico mensaje:
Queridos amigos:

Parto en una misión. Frente Occidental. No podré escribir por un


tiempo. Cuídense.

Candy.

Los ojos de Albert se abrieron tan desmesuradamente que Johnson pensó


que se saldrían de sus órbitas. La bronceada cara del joven se había puesto
pálida al momento de leer las palabras Frente Occidental, perfectamente
escritas con todas sus letras. Sus manos temblaban cuando se sentó
pesadamente sobre el sillón. Le tomó unos segundos recobrar su usual
dominio propio, pero Johnson, quien conocía bien a su jefe, estaba
consciente del gran esfuerzo que Albert estaba haciendo por conservar la
calma y pensar claramente.

George, te voy a dictar un telegrama que enviarás a Francia enseguida –


dijo él después de algunos minutos de silencio.

Como el asistente eficiente que era, Johnson sacó una pluma de su bolsillo y
tomando una hoja blanca que estaba en un escritorio cercano empezó a
escribir lo que Albert le dictaba.

‘Al coronel Louis Martín Foch:

Querido amigo:

Es con gran preocupación que me enteré....’

Como ya lo había hecho en el pasado, Albert estaba a punto de alterar la


dirección de la vida de Candy como el titiritero mueve los alambres de sus
queridas marionetas, sin estar consciente de las dramáticas consecuencias
que tendría ese nuevo movimiento suyo.

En medio de la más absoluta de las oscuridades Candy se dio cuenta de que


Flammy estaba quedándose dormida en contra de su voluntad. Allá en la
trinchera donde Duvall había muerto, Candy había dado a Flammy un
tranquilizante para ayudarle a soportar el dolor de la fractura, ahora
empezaba a hacer efecto.

¡Oh Señor! – decía Candy – ¿Qué voy a hacer si ella no puede moverse? Es
demasiado pesada para que yo pueda cargarla.
Fue entonces cuando vio una débil luz moviéndose en el entorno oscuro.

¡Por favor, ayúdenme! – gritó urgentemente – ¡ Ayúdenme a salvar a mi


amiga!

Nada, nadie, solamente el silencio respondía.

¡Por favor, auxilio! – gritó de nuevo, sus esperanzas parecían encogerse


dentro de ella.

La pálida luz empezó a moverse lentamente hacia ella brincando de vez en


cuando como si alguien la estuviese sosteniendo y corriendo al mismo
tiempo. Segundos después Candy percibió el ruido de pasos masculinos
sobre el suelo lodoso de la trinchera. Al fin, una voz respondió:

‘¡Resista, ya llego con usted!’ dijo un hombre con la voz gutural de alguien
que sobrepasa los cuarenta años de edad.

Poco a poco la oscuridad circundante permitió que una suave luz de linterna
rompiese su negra capa. Con ojos aguzados Candy vio a un hombre enorme
con la cara regordeta que jadeaba al correr hacia ella.

Cuando el soldado vio a la dueña de la fina voz que había escuchado, sus
ojos se abrieron de par en par de la sorpresa. Por un breve segundo el
hombre pensó que finalmente estaba teniendo alucinaciones después de su
largo y horrible turno en la Trinchera de Fuego. Pero inmediatamente
comprendió que aun cuando nadie esperaría ver a una joven en medio de
tan aberrante rincón del mundo, estaba viéndola de verdad.

¿Qué está usted haciendo aquí jovencita? – preguntó el hombre aún atónito
al propio tiempo que ayudaba a Candy con Flammy que se había quedado
completamente dormida.

Somos enfermeras, señor – replicó Candy jadeando - Estábamos atendiendo


algunos heridos en el túnel, pero me temo que hubo una explosión que
mató a todo mundo menos a mi amiga y a mi, pero ella está herida, como
puede usted ver.

Sí – dijo el hombre tratando de levantar a Flammy.

Tenga cuidado – suplicó Candy alarmada – tiene una fractura grave.

No se preocupe señorita – dijo el hombre con una sonrisa que Candy pudo
apenas percibir en la penumbra – Un soldado viejo como yo sabe bien como
manejar a un herido, sea hombre o mujer. Usted solamente sostenga la
linterna.

Candy ayudó al hombre con la luz, aún algo preocupada por la pierna de
Flammy. Estaba consciente de las condiciones infecciosas del lugar, así
como de las desastrosas consecuencias que éstas podían tener para
Flammy si continuaba expuesta a ellas. Era necesario sacarla del lugar y
procurarle atención médica completa, tan pronto como fuese posible.

El hombre le pidió a Candy seguirlo mientras blandía la linterna para


iluminar el camino de regreso a la trinchera de reserva. Así pues empezaron
su caminata a lo largo de siniestros corredores, mientras la artillería tronaba
de nuevo en la distancia.

¿Cuánto tiempo caminaron y caminaron casi sin sentido? En los años que
siguieron Candy se hizo la misma pregunta, pero siempre acabó por concluir
que su estado de nerviosismo en ese momento no le había permitido a su
memoria el conservar registros de esos instantes. Continuaron del mismo
modo por casi un siglo, el hombre corriendo con Flammy inconsciente en
sus brazos y Candy persiguiéndolos de cerca con tan sólo una débil lámpara
en su mano derecha.

Conforme avanzaban más y más en la trinchera de comunicaciones fueron


alcanzando un área mejor iluminada, de modo que la oscuridad absoluta se
rindió a la luz creada por manos humanas. Otro soldado les vio y corrió a
ayudar al grupo, también admirado del bizarro e irónico contraste entre la
belleza de Candy y la espantosa visión de la trinchera. Finalmente habían
alcanzado la trinchera de reserva.

El terreno se había prácticamente convertido en un pantano. Los Aliados y


la Triple Entente habían luchado, abierto fuego, explotado, volado, cavado
trincheras y cubierto los campos con minas, todo bajo la persistente lluvia
otoñal, hasta que el suelo no era otra cosa que una increíble masa de lodo.
Ambos enemigos estaban exhaustos pero la lucha por Cambrai continuaba.
Hombres matando a otros hombres que nunca habían visto. Asesinando a
gente que no odiaban, sin ninguna razón, por nadie, por ninguna otra cosa
que no fuese la ambición de unos cuántos líderes, quienes permanecerían
intactos y a salvo en su confortables dominios, porque los políticos saben
bien cómo permanecer lejos de los infiernos que ellos mismos crean;
mientras que miles de otros hombres mantienen el loco juego de la guerra
matándose unos a otros.

Durante la última semana de Noviembre el arma secreta que los británicos


estaban esperando llegó finalmente. Era una flotilla completa de
amenazadores vehículos que Candy jamás había visto antes en toda su
vida. Eran enormes monstruos blindados, armados con cañones y
ametralladoras que se movían en rodadas tipo oruga. En la batalla de
Cambrai el hombre orquestaría el primer asalto masivo con tanques de
guerra en toda la historia de la humanidad. Cerca de cuatrocientas de esas
máquinas horrendas fueron usadas por los británicos para atacar al
enemigo y hacerlo retroceder por unos diez kilómetros sobre la línea de
fuego alemana. El 3 de diciembre, la batalla de Cambrai concluyó con
resultados positivos para la causa Aliada.

Durante los días que siguieron, Candy pudo ver el trágico espectáculo de
aquellos hombres del bando enemigo que habían sido capturados como
prisioneros. Una larga fila de jóvenes alemanes, muchos de ellos menores
de 20 años, marcharon a lo largo del campamento británico hacia la
estación del tren desde donde serían enviados a la retaguardia. El miedo y
el odio podían adivinarse en sus rostros, sabiendo que habrían de enfrentar
un destino que podría ser peor que la muerte misma, es decir, el destino
incierto de un prisionero de guerra.

La mente de Candy se esforzaba infructuosamente en entender las cosas


que estaba presenciando, tal despliegue de maldad estaba más allá de su
entendimiento. ¿Qué clase de orgía bélica era eso que llamamos guerra?
¿Qué clase de autoridad demente ganaban los hombres en tales negros días
que les permitía destruirse, lastimarse y matarse los unos a los otros?
¿Cómo podía la naturaleza humana descender tan bajo, hasta los
profundidades de un infierno terrenal?

La memoria de Stear estaba siempre en la mente de Candy durante esos


días. En cada joven que atendía, ella trataba desesperadamente de salvar la
vida de su viejo amigo. En cada joven que moría en sus brazos, ella lloraba
una vez más la muerte de su compañero de la infancia, lamentándose de
las limitaciones que la ciencia tenía para reparar lo que la furia incontrolable
de la guerra había destruido en su torbellino sin sentido. Pero aún entonces,
tenía la sabiduría suficiente como para no culpar a Dios por los errores de la
humanidad, sabiendo que no somos sino las víctimas de nuestras propias
debilidades y ambiciones.

No obstante, había un ligero sentimiento, tal vez algo egoísta, que mantenía
su alma luminosa y fuerte en frente de todo aquel dolor y destrucción.

Al menos – se decía ella secretamente, – aquellos jóvenes que quiero


entrañablemente están lejos y a salvo . . . Albert, Archie, Tom, ellos
permanecen en casa y continuarán con sus vidas sin tener que enfrentar
estos horrores . . . Al menos, gracias a Dios, él está bien, él está lejos y a
salvo.

Pronto, su pequeña esperanza se estrellaría en mil pedazos contra el


vórtice de la guerra. El
invierno estaba ya muy cerca. Durante las primeras semanas de diciembre
continuó nevando por
varios días.
Candy y Flammy habían salido de la trinchera sin otra novedad y habían
regresado al hospital ambulante. El ejército británico había recibido órdenes
de detener la ofensiva y mantener las posiciones recientemente ganadas
hasta la llegada de los refuerzos americanos, la cual estaba planeada hasta
la siguiente primavera. Por lo tanto el personal médico fue reasignado ya
sea a permanecer en la plaza o a ayudar en otra área a lo largo del Frente
Occidental en donde hubiese más necesidad de enfermeras y doctores
capacitados.

Como Flammy estaba herida, había recibido órdenes de regresar a París


junto con Julienne, quien estaba sufriendo una tos persistente que podía
degenerar en neumonía si no recibía debida atención y descanso en un
lugar más cálido. Candy estaba preocupada por sus dos amigas,
especialmente por Flammy porque recientemente había percibido un olor
característico en su herida. El fantasma de la gangrena apareció en su
mente inmediatamente, pero no dijo nada a nadie al respecto, temerosa de
una muy posible amputación. En lugar de eso, empezó a irrigar la herida
con ácido dakrin sin la autorización del doctor y en frente de los espantados
ojos de Flammy.

¿Qué estás haciendo? – preguntó Flammy la mañana que Candy practicó la


irrigación en su pierna por primera vez. Su cara estaba consternada por el
pánico, pues sabía perfectamente bien las posibles razones que Candy
podía tener para hacer algo así.

Candy miró a Flammy con ternura maternal. Después de los terribles


momentos que habían vivido en la trinchera, Flammy había cambiado
dramáticamente. Al despertarse y encontrar que estaba de nuevo en el
hospital ambulante, recostada en una cama plegable, había gritado el
nombre de Candy, llamando a su compañera con ansiedad. Un par de
brazos cariñosos habían descansado suavemente sobre sus hombros.

Estoy aquí Flammy – había dicho Candy – ya pasó todo, estamos a salvo
ahora.

Flammy le había echado los brazos al cuello llorando fuertemente. La rubia,


admirada de la reacción de su compañera, pero siempre sensible al dolor
humano, recibió a la morena con una cálida aceptación.

¡Oh Candy! Por qué no me dejaste allá abajo? – preguntó Flammy llorando
convulsivamente – nadie me hubiese echado de menos en este mundo.

Candy, quien ya había notado la baja auto-estima de Flammy, empujó


suavemente a su amiga para encararla, y mirando en sus oscuros ojos café,
llenos de lágrimas, le había dicho con suave pero firme tono:

Escucha bien Flammy – había ella empezado – Se que tuviste una infancia
difícil, que aquellos quienes debían haber sido tu apoyo y refugio no
supieron cómo hacerlo. Nadie puede juzgarles, pero debes entender esto
claramente, muchacha, quien sea que te haya hecho sentir insignificante o
sin importancia, estaba equivocado porque no lo eres.

Flammy abrió ampliamente sus grandes ojos oscuros, aun sin creer en las
palabras de Candy.

Flammy, a lo largo de los años siempre me había lamentado porque no


conseguimos llevarnos bien en la escuela de enfermería – continuó Candy
tomando las manos de Flammy en las suyas, – No te entendí entonces, tal
vez no estaba preparada para tratar con alguien como tú. Sin embargo, en
todo el tiempo que compartimos el cuarto y estudiamos juntas llegué a
sentir una gran admiración hacia ti, Flammy. Deberías estar orgullosa de la
mujer fuerte y valerosa que eres.

¡Candy! – dijo Flammy con asombro y sin poder pronunciar más palabras.

Yo....yo...– tartamudeó Candy, sin saber cómo confesar su propia


admiración por el coraje y eficiencia de Flammy – yo quería ser como
tú . . . .– dijo finalmente.

¿Cómo yo?- inquirió Flammy confundida –¡ Era yo quien sentía envidia de ti


por tu popularidad y carisma!

Esa ocasión fue el turno de Candy para abrir los ojos con estupor. Ella
nunca había imaginado que Flammy pudiese sentir algún tipo de admiración
hacia ella. Siempre había pensado que Flammy la consideraba una
enfermera débil e incompetente.

Las dos jóvenes se miraron fijamente y con gran aturdimiento durante unos
segundos. Candy miró en los ojos cafés de Flammy, Flammy retornó la
mirada en las pupilas esmeralda de la rubia, ninguna de las dos mujeres sin
saber realmente qué hacer. Entonces, después de un largo silencio, ambas
irrumpieron en carcajadas abrazándose la una a la otra como dos niñas que
comparten su juguete favorito.

Yo quería tanto que tú me aceptaras como tu amiga – dijo Candy aún


abrazando a la morena – cuando partiste, me sentí frustrada porque nunca
llegué a tocar tu corazón, Flammy.

Yo me traté de convencer a mi misma de que no necesitaba de la amistad


de una chica tan popular y entusiasta – confesó Flammy por su parte –
Estaba tratando de negar que tu dulzura me estaba afectando tanto como
afecta a todos alrededor de ti, Candy.

Ambas fuimos muy tontas, entonces – replicó Candy encarando a su antigua


compañera de clases – pero esta vez Flammy,- continuó con una brillante
sonrisa – podemos empezar de nuevo otra vez, y ser amigas ¿Te gustaría
eso?

Flammy había asentido y abrazado a la rubia una vez más, diciendo las
únicas palabras que sabía estaban faltando entre ellas.

Gracias Candy . . . por salvar mi vida.

Esta bien Flammy, está bien – fue la única respuesta de Candy.

Desde entonces Candy y Flammy habían progresado en una relación


amistosa, que era mucho más abierta y sincera, aunque Candy no podía
compararla con ninguna otra relación de amistad con personas de su mismo
género que hubiese tenido antes. Flammy era aún Flammy, y siempre
estaría luchando por mantener sus sentimientos ocultos dentro de sí. Pero
ahora, se permitía ser agradable y hasta dulce con Candy, y de vez en
cuando se atrevía a confiarle a Candy sus ideas y temores, justo como hizo
el día en que Candy empezó el tratamiento de irrigación.

La rubia estaba ahora mirando a Flammy con la misma expresión


preocupada y cariñosa que dirigía a sus pacientes en problemas, lo cual hizo
a la morena ponerse aún más nerviosa.

Candy, por favor – demandó ella – no soy uno de esos pacientes a quienes
les puedes decir una mentira piadosa.

No te mentiré Flammy – contestó Candy en tono serio – hay una ligera


posibilidad de gangrena, Flammy, pero no le he dicho al doctor porque
tengo mis razones.

¿Cuáles razones? – inquirió Flammy nerviosa.

Sabes bien que el hospital está empacando ahora – explicó Candy – Así que
sería imposible ahora practicar cirugía, con excepción de los casos
extremamente urgentes. Si le digo al doctor acerca de tu problema ahora,
no podría hacer nada por ti, pero tal vez no me permitiría hacerte la
irrigación. Yo quiero tratar . . . porque pienso que hay un modo – la joven se
detuvo un momento encontrando difícil el terminar su explicación – hay un
modo de evitar la amputación.

El rostro de Flammy palideció. Con sus ojos internos pudo ver otra vez todas
las sobrecogedoras escenas de amputación que había visto. La idea de
convertirse en una minusválida la asustaba terriblemente.
Voy a irrigar tu herida – susurró Candy en el tono más reconfortante que
podía usar, viendo que su amiga estaba petrificada del miedo – lo haré cada
hora hasta que te vayas para París mañana, entonces le pediré a Julienne
que continúe haciéndolo durante el viaje hasta que lleguen allá. Una vez
que veas a Yves, el decidirá lo que sea mejor para ti. Estoy segura de que tu
herida estará bien y limpia para cuando llegues a París, ya verás – terminó
sonriendo dulcemente.

Flammy no estaba muy segura acerca de los efectos de un tratamiento por


irrigación en un posible caso de gangrena, pero ahora que estaba
empezando a creer que la vida podía ser algo más que árido trabajo, no
estaba dispuesta a rechazar la única posibilidad que tenía de conservar su
pierna. En consecuencia, dio su aprobación para el experimento y prometió
no mencionar nada al doctor al respecto.

O.K. Candy – dijo, - seré tu conejillo de indias.

En ese momento alguien entró a la tienda y Candy pensó por un segundo


que el doctor había llegado justo en el momento para descubrir lo que
estaba haciendo sin su permiso. Afortunadamente, no era el médico quien
entró, sino Julienne con un sobre en las manos.

Candy – dijo Julienne – hay una carta del hospital para ti. Parece que son
órdenes del director del hospital – concluyó entregando la carta en un sobre
oficial del ejército.

Candy tomó el mensaje y abriendo el sobre rápidamente, leyó las pocas


líneas con ojos alarmados.

¿Malas noticias? – preguntó Julienne curiosa y preocupada.

Candy levantó la mirada del papel y observó a sus amigas aún confundida y
conturbada.

¡Vamos Candy! – dijo Flammy también intrigada.

¡Me están mandado de regreso a París! – contestó Candy abriendo los


brazos en un gesto de incomprensión – No hay razones para que yo sea
enviada de regreso – añadió – Esta mañana se me dijo que se estaba
planeando enviarme a Verdun para ayudar en el hospital ambulante de allá,
y ahora me ordenan regresar a París. ¡Simplemente no entiendo esto!
¿ A quién le importa, Candy? – dijo Julienne sonriendo – ¿No ves que eso
significa que regresarás con nosotras, lejos de esta vida frenética? –
preguntó con inflexiones felices en su voz.

Sí, chicas, no es que me queje – admitió la rubia en frente de sus dos


amigas – pero aún así es extraño. ¿ Me pregunto qué podrá significar esto?

Candy encogió los hombros tratando de olvidar acerca de la rareza de la


situación, mientras trabajaba irrigando la herida de Flammy. Julienne se
quedó con ellas para mirar cómo se debía aplicar el tratamiento y conversar
locuazmente por un rato, a fin de aliviar un poco el dolor de Flammy
durante el proceso, así como las sospechas de Candy acerca de las nuevas
órdenes. Mismas órdenes que llegarían en poco tiempo a voltear su vida de
cabeza.

El capitán Jackson estaba de nuevo en problemas. El enemigo no estaba


solamente venciéndolo en el campo de batalla blanco y negro, sino también
en la guerra lingüística que sostenían. Desde la noche en que Jackson había
invitado al joven sargento oji-azul a jugar con él, había repetido el encuentro
“amistoso” una buen número de veces. Pero el juego entre los dos hombres
iba más allá de un simple pasatiempo para matar las largas noches de
otoño. Se había convertido en una clase de reto para el hombre mayor,
quien insistía en conquistar dos objetivos muy difíciles, uno de ellos era
vencer al mejor jugador de ajedrez que había enfrentado en toda su vida, y
el otro era descubrir el origen de un personaje tan enigmático.

La primera vez que Jackson había escuchado la manera de hablar del joven
sargento casi había podido asegurar que el hombre era británico, pero en la
siguiente ocasión que había hablado con el hombre su acento había
cambiado en un modo tan asombrosamente convincente que Jackson llegó
a dudar de su memoria y conocimientos fonéticos. La segundo ocasión que
jugaron, las pocas palabras que había dicho el joven habían sido dichas con
un acento sureño tan claro y distintivo que Jackson pensó que había sido
transportado a la tierra de Dixie ( Así se le llama a la zona sur este de los
Estados Unidos). La siguiente ocasión las inflexiones en las palabras del
sargento cambiaron a un rítmico canturreo que Jackson identificó como el
acento típico de los campesino galeses. Para entonces Jackson se había
dado cuenta de que el joven le estaba jugando una buena broma y en un
tácito acuerdo ambos hombres se enfrascaron en una adivinanza en la cual
Jackson iba perdiendo hasta el momento.

El objetivo del juego parecía ser encontrar el origen del joven sin
preguntarle directamente, descubrir todos esos detalles sobre su vida que él
no estaba dispuesto a compartir. A la mente de Jackson venían diferentes
preguntas , pero eran tres las que principalmente lo estaban molestando.
Una era sobre el origen del hombre, la otra era sobre el tipo de ocupación
que el tipo tenía normalmente en América – ya que Jackson sabía que el
hombre se había enrolado como voluntario en el ejército – y la tercera de las
preguntas, tal vez la más inquietante de todas, era si Jackson había visto la
cara del hombre en algún otro lado o no. Tenían la extraña sensación de
que había conocido al joven en algún lado con anterioridad, pero no podía
recordar dónde. Jackson había tratado ya con diferentes trucos para hacer
que el joven perdiese su férreo auto-control y terminara por delatarse, pero
ninguno de esos trucos había surtido efecto a pesar de los esfuerzos del
capitán.

¿ Algo de beber? – le había ofrecido Jackson una vez.


No gracias señor, no bebo – fue la lacónica respuesta del joven.

¿Cómo es eso? La reputación de un hombre se mide por sus habilidades


para beber – había sugerido Jackson con una sonrisa socarrona.

Entonces mi reputación está totalmente arruinada, señor. Pero debo


insistir, no bebo – y con esa seca afirmación el joven cerró el tema del
alcohol con un determinado silencio.

Para un soldado común y corriente la compañía de un hombre que no


fumaba, no bebía o hablaba de mujeres podía ser un verdadero fastidio. Por
el contrario, para el bien educado Duncan Jackson todos esos raros atributos
eran razones para incrementar su curiosidad y renovar su interés en
descubrir el misterio que se ocultaba detrás de las pupilas azules que
miraban el tablero de ajedrez con una inhumana e insensible fijación.

Debe haber algo que le haga bajar la guardia que mantiene sobre sí mismo
– pensaba Jackson – Debe haber algo ...¿Pero qué?

Una de esas noches, mientras los ojos de Jackson vagaban a través de los
detalles de su tienda a la media luz de las linternas, su vista se tropezó con
un objeto brillante en la mano izquierda del sargento. Era un anillo de oro
con una esmeralda solitaria que desafiaba la belleza de la primavera con
sus destellos verdes. La joya tenía un diseño simple y masculino que
enfatizaba aún más la brillante piedra bajo la tímida luz de la lámpara de
queroseno.

Jackson se preguntó por qué no había reparado antes en la presencia de un


objeto tan hermoso en el dedo de su oponente, pero después de la primera
impresión empezó a inferir cosas del mismo hecho. Era claro para Jackson
que el hombre en frente de él no era un individuo común y corriente, el
lenguaje que usaba, las maneras y aún los gestos eran una clara prueba de
una educación cuidadosa. Y ahora el detalle del anillo, el cual era
obviamente una joya valiosa, le
decía que aquel joven no se moría de hambre precisamente.

Lindo anillo ese que tiene usted’ dijo Jackson despreocupadamente, –


supongo que es una esmeralda.
El joven dio una breve mirada a su dedo anular y una repentina chispa cruzó
por sus ojos demasiado rápidamente para la vista inquisitiva de Jackson.
Después, el joven se limitó a responder;

Así es.

¿Me permite verla, sargento?- preguntó Jackson sin querer dejar morir el
tema y esperando que pudiera traerle nuevas pistas para entender al
rompecabezas humano que tenía frente suyo.

El joven se sacó el anillo del dedo y se lo dio a su superior dejando entrever


cierto fastidio con la insistencia del capitán. Jackson tomó el anillo y expuso
la piedra contra la lámpara de modo que la luz irrumpió en miles de rayos
entre las deslumbrantes facetas verdes.

¡Es una belleza! – comentó Jackson genuinamente impresionado por la


perfección de la gema.

Mientras que el Duncan estaba aún concentrado en admirar la joya, el joven


sargento se permitió evadirse momentáneamente, en tiempo y espacio,
muy lejos de aquel rincón del mundo en donde estaban varados.

La luz estallando en miles de rayos verdes sobre los prados– pensó – verdes
eran los bosques, verdes las hojas frescas del pasto veraniego. Verde
profundo de la hiedra sobre los muros húmedos, verde oscuro de las
montañas, verde tierno del valle. En aquellos tiempos las esperanzas eran
jóvenes y frescas, el amor llenaba mi corazón con chispas verdes a mi
alrededor. . . . ¿Alguna vez podré volver a experimentar esos goces? Aún la
más rica de las esmeraldas palidece en frente de ellos . . . ¡No tiene caso el
engañarme . . . . La verde luz de esos ojos está perdida para mi.

Aquí tiene, sargento – dijo la voz del capitán Jackson interrumpiendo la línea
de pensamientos del joven.

Jackson extendió su mano para regresar la joya a su dueño. Un segundo


antes el hombre habría podido leer revelaciones interesantes en la
expresión del sargento, pero para cuando hubo despegado los ojos de la
hipnotizante gema , el sargento había recobrado su usual compostura
escondiendo sus emociones, tan bien entrenado estaba en el arte de fingir.

El joven se colocó el anillo en el dedo al tiempo que ambos hombres se


enfrascaban de nuevo en el juego., Uno de ellos tratando de encontrar un
modo de ganar en su charada discursiva, el otro
experimentando una mezcla bizarra de sentimientos. Se divertía con
Jackson y se entristecía consigo mismo.
Jackson no es un mal jugador – pensó el joven – pero está tan interesado en
encontrar el lugar de donde vengo que pierde concentración, comete
errores elementales y termina por perder . . . . Su obsesión con el lenguaje
es muy curiosa, al menos eso es algo que ambos compartimos. Desde que
comencé a jugar esta clase de juego doble, he logrado sobreponerme a mi
hastío. No obstante, mi corazón nunca descansa, como si la carga de mis
remordimientos fuese cada vez más pesada conforme pasa el tiempo.

El sargento sintió un dolor repentino en el pecho que lo forzó a llevarse la


mano derecha al tórax. Jackson notó el gesto, el cual estuvo acompañado
de un ligero fruncimiento de ceño que apareció en la cara del joven.

¿ Está usted bien sargento? – preguntó Jackson intrigado.

Estoy bien señor – replicó el joven mientras hacía un nuevo movimiento en


el tablero que captó la atención de Jackson inmediatamente haciéndolo
olvidarse del resto del mundo.

¿Qué es este dolor de nuevo? – pensó el hombre oji-azul – Se ha ido y


venido de vez en vez desde que llegué a Francia.¿Por qué estará
empeorando esta noche?

Ambos hombres continuaron jugando silenciosamente mientras la primera


nevada del año cubría los bosques circundantes con una gruesa sábana
blanca.

El hospital ambulante se mudaba en un caótico orden. Los trenes llegaban


casi cada hora llevándose a los heridos hacia grandes hospitales en el Sur,
transportando personal médico hacia Verdun, o cargando y descargando
equipo. Solamente la mitad de la gente que estaba trabajando en el hospital
durante el mes de noviembre permaneció de guardia en Cambrai para
hacerse cargo de cualquier emergencia, en caso de que los alemanes
decidiesen contraatacar, pero esa eventualidad era considerado como poco
probable.

En pocos días los Aliados se darían cuenta de que habían hecho el


movimiento equivocado. En diciembre, los alemanes orquestaron un
contraataque en un furioso despliegue de coraje y el ejército británico
perdió casi todo el terreno que había ganado con su redada de tanques de
guerra. Entonces, los trenes empezaron a traer de regreso a más y más
personal, no solamente médico, sino más que nada militar. Algunas tropas
francesas llegaron para apoyar a los británicos. Las vías estaban
congestionadas y algunos heridos que se suponían debían ser enviados a
París tenían que ser transportados por camiones, los cuales eran mucho
más lentos, pero dadas las circunstancias, era la única opción que quedaba
en ese caso de emergencia.

Candy, Julienne y Flammy fueron enviadas de regreso en uno de esos


camiones la fría mañana del quince de diciembre. Candy había querido
quedarse en Cambrai pero aun cuando protestó en contra de las órdenes
que había recibido, sus superiores insistieron tan enérgicamente que la
joven no había tenido más opción que la de seguir sus órdenes. No podía
entender por qué había sido enviada de regreso cuando estaba
perfectamente saludable y había demostrado en más de una ocasión que
era lo suficientemente capaz para hacer el trabajo más difícil en el hospital
ambulante. Sabía que con el contraataque inesperado de los alemanes el
hospital estaba sufriendo una escasez de manos, por lo tanto era absurdo
enviarla a París. Sin embargo, parte de ella se sentía feliz de saber que
viajaría con Flammy, y este hecho le permitiría continuar con el tratamiento
de irrigación durante todo el viaje y hasta que llegasen a la capital francesa.

Las tres enfermeras junto con cinco hombres heridos dejaron Cambrai muy
temprano en la mañana. Un viejo soldado había sido asignado para
conducir el camión hasta París tan pronto como fuese posible. El viaje
estaba considerado como algo riesgoso porque había estado nevando
copiosamente durante los días anteriores, así que se suponía que viajarían
sin parar para evitar mayores complicaciones con el clima.

Julienne viajaba en el asiento del pasajero con el viejo chofer mientras que
Candy y todos los heridos estaban en la parte trasera del camión, el cual
desafortunadamente no había sido diseñado para transportar a tantas
personas. Candy trató de atender a todos lo mejor posible y distraerlos con
su conversación animosa; después de todo, la travesía iba a ser larga e
incómoda, dadas las condiciones del transporte.

Algunas horas habían pasado desde que habían dejado el hospital


ambulante y Cambrai, cuando una pequeña capa de copos de nieve empezó
a caer. Candy miró cómo las delicadas motitas bailaban en el aire con
graciosos movimientos y sintió un miedo inexplicable. Había visto heladas
pesadas y peligrosas en la colina de Pony desde su infancia y por alguna
razón que no alcanzaba a comprender, sintió que una helada similar estaba
a punto de ocurrir. Tenían que apresurarse a llegar a París lo antes posible.

Es una vista encantadora ¿No lo crees Flammy? – preguntó Candy para


alejar sus negros presentimientos.

¡Podrías encontrar belleza aún en un cazuela rota y vieja, Candy! – dijo


Flammy con una risita.

¡Vamos, Flammy! - replicó Candy mirando al paisaje a través de la estrecha


ventanilla en la puerta trasera del camión. – este lugar, la nieve en los
grandes pinos, los bosques y el silencio, todo esto me recuerda a casa –
Candy cerró sus ojos para ver el amado hogar de su infancia y una suave
calidez invadió su corazón por un segundo – Estoy tan lejos de casa – pensó
para sus adentros. Un tímido dolor en el corazón apareció entonces y Candy
se preguntó qué podría ser.
El viaje continuó debajo de la nieve que empezó a caer con más violencia.
Para la tarde, lo que había comenzado como una ligera escarcha se había
convertido en una poderosa helada. Candy estaba tratando de conciliar el
sueño antes de la siguiente ocasión en que había de irrigar la herida de
Flammy cuando un jalón áspero la despertó abruptamente. Estaba aún
abriendo los ojos cuando un grito femenino que venía de la cabina del
conductor la hizo ponerse de pie y abrir la puerta de un solo salto. El camión
se había detenido y aquella voz era la de Julienne pidiendo ayuda.

Candy saltó del camión y sus botas se hundieron en la gruesa capa de


nieve. Corrió con todas sus fuerzas hacia la cabina del conductor dando
zancadas tan rápido como podía. En la cabina, Julienne trataba
desesperadamente de ayudar al conductor quien se encontraba doblado
sobre el volante.

Candy abrió la puerta del conductor con un rápido movimiento de su brazo


derecho.

¿Qué pasa Julienne? – alcanzó a preguntar, pero la condición del hombre


resultó suficientemente clara para ella. El cabo estaba teniendo un ataque
cardíaco.

Sin decir más las dos mujeres comenzaron a hacer todo aquello que podían
para ayudar al hombre inconsciente. Candy trató una y otra vez de reanimar
al hombre en un frenético esfuerzo por salvarle la vida. Era como si todo el
mundo se hubiese detenido en aquel frío rincón del mundo. De pronto, los
sonidos desaparecieron como si Candy estuviese atrapada en una burbuja,
no escuchaba la voz de Julienne, o aun el sonido de su propia respiración.
No había nada salvo el silencio y la básica necesidad de salvar una vida.

¡Candy! – llamó una voz lejana - ¡Candy!

Ella no contestó pero continuó presionando el pecho del hombre.

¡Candy! - dijo una vez más Julienne alcanzando el hombro de Candy con su
mano – Se acabó Candy

Entonces los sonidos regresaron a los oídos de Candy. El viento, la voz de


Julienne, Flammy gritando desde el camión.

Se ha ido, Candy – murmuró Julienne suavemente.


Candy miró a su compañera sin saber qué sentir, si frustración porque no
habían sido capaces de salvar al hombre, o desesperación porque habían
sido abandonados a la deriva en medio de los gélidos bosques, aun a
muchas millas de distancia de París. Julienne leyó los pensamientos de
Candy en sus preocupados ojos.

¿ Qué vamos a hacer, Candy? – preguntó con el miedo reflejado en su voz.

Yo... yo creo que puedo manejar – contestó Candy tratando de mantener la


calma a pesar de que estaba muy asustada – tú sabes, yo tenía un primo,
él, él, él me dejó manejar su carro un par de ocasiones . . . . Yo creo que
podría intentar manejar el camión . . . . Pero primero tenemos que decidir
qué vamos a hacer con el cuerpo, Julie.

¿¿ Qué está pasando?? Gritó Flammy una vez más desde el camión.

Candy dejó a Julienne por un segundo y fue a hablar con Flammy para
calmarla. Flammy estaba tratando de incorporarse cuando Candy saltó al
camión, los otros pacientes también se habían despertado y le dirigían
miradas inquietas.

¿ Candy, por qué nos detuvimos? – preguntó Flammy muy preocupada.

Es sólo que el cabo Martin no se sentía bien, Flammy – mintió Candy ya que
no quería alarmar a los pacientes y a Flammy – tu quédate aquí y Julienne
estará contigo en unos minutos. ¿Está bien eso para todos?

No muy convencida, Flammy aceptó la explicación de Candy, en parte


porque siempre deseamos creer lo mejor y también porque no quería
alarmar a los pacientes con sus sospechas.

Después de una breve discusión sobre el asunto Candy y Julienne decidieron


dejar el cuerpo a un lado del camino ya que no tenían pala y tiempo que
perder en entierros. La helada estaba arreciando cada vez más y no era
muy conveniente para la salud de Julienne el permanecer más tiempo bajo
el frío congelante. Cuando terminaron de decir una plegaria antes de dejar
al cuerpo solo, Julienne abordó la parte trasera del camión y Candy tomó el
asiento del conductor en la cabina.

Miró el mapa y trató de adivinar en dónde estaban situados, la carretera era


prácticamente invisible bajo la sábana blanca. En esos días los trenes eran
aún un medio de transporte más popular que los autos y las carreteras no
estaban en tan buenas condiciones como en nuestros días. Pero aún, la
guerra había barrido con tantas cosas en su loca devastación que no
habían señalamientos a la vista que Candy pudiese seguir. Una vez más
tendría que obedecer a sus
instintos.

La joven respiró profundamente mientras daba de vueltas a la llave del


camión para encender la máquina.

Stear, – pensó – por favor, ayúdame en esto.


La verdad era que nunca había manejado antes pero confiaba en que las
muchas veces que había visto a Stear hacerlo le ayudarían en ese
momento. Candy pisó el acelerador y el camión empezó a moverse.

Muy bien Dios – pensó Candy mientras manejaba temerosamente – si nos


sacaste a Flammy ya a mi de esa trinchera, no vas a dejarnos morir aquí
debajo de la nieve.

Candy empezó su oración sin saber que a kilómetros y kilómetros de


distancia, del otro lado del océano, dos plegarias más se levantaban
rogando por su protección. El camión progresó por un par de horas,
mientras el viento y la nevada aumentaban sin misericordia. El ritmo del
suave movimiento, como una silente canción de cuna, hizo que los
pasajeros en el camión se quedaran dormidos. Solamente Julienne
permaneció despierta, molesta por su continua tos y sus múltiples
preocupaciones, sabiendo que Candy estaba en la cabina del conductor
tratando de encontrar el camino para salir de los gélidos bosques. Más que
nunca antes el lugar estaba lleno de belleza debajo de la blanca capa de
nieve, pero también entrañaba peligros mortales. La tarde se diluyó al ritmo
que las sombras nocturnas comenzaron a caer sobre el vasto horizonte.

Eran las siete de la noche en punto, del mismo día, 15 de diciembre,


Julienne nunca lo olvidaría en toda su vida, cuando el camión se detuvo para
siempre. En la oscuridad del camión Julienne escuchó cómo Candy trataba
de encender de nuevo la máquina, una. . . dos. . . . tres veces . . . muchas
veces. Julienne pensó por un instante que estaba teniendo una pesadilla,
pero el ruido de la puerta trasera del camión abriéndose suavemente le hizo
darse cuenta de la cruel realidad.

Julie – dijo un murmullo femenino- Julie.

Julienne se aproximó a la puerta para ver a Candy parada afuera. La helada


había terminado pero la capa de nieve estaba increíblemente gruesa. Ahí,
parada en el medio de la nada, con la nieve casi hasta las rodillas, Candice
White miró a Julienne con una expresión que la última jamás había visto en
ningún ser humano en esta tierra. Por un momento Julienne pensó que
estaba mirando a la imagen de un ángel pintado en las paredes de la iglesia
de su pueblo natal. Recordaba que durante su infancia había admirado la
pintura miles de veces, atraída por la belleza de la imagen pero también
terriblemente asustada por la fuerte determinación del arcángel vengador
que el artista había pintado. La joven e ingenua muchacha americana que
ella había conocido seis meses antes tenía entonces esa misma expresión
en el rostro.

¿Qué pasa Candy? – preguntó Julienne aunque ya sabía la respuesta.

El camión no nos llevará a París, Julie – dijo Candy con tono llano, inusual en
ella.
¡Candy! – musitó Julienne, sin atreverse a preguntar más.

Candy puso sus manos en los hombros de Julienne cerrando la distancia


entre sus rostros hasta
que casi se tocaban

Julie, escucha bien lo que voy a decirte – murmuró Candy lentamente,


articulando cada una de sus palabras – este camión está muerto y atorado
en la nieve, no vamos a ir a ningún lado en él, y si nos quedamos toda la
noche moriremos congelados. Es claro que necesitamos ayuda y la única
persona que pude intentar ir a buscarla soy yo, así que no objetes o digas
nada. Solamente entra al camión, cuida de los demás y reza, tu solamente
reza.

¡Candy! – jadeó Julienne sin saber qué decir o hacer.

Haz lo que te dije Julie – replicó la rubia soltando los hombros de Julienne – ¡
Vamos! – ordenó ella con voz resuelta – ¡Cierra esa puerta ahora!

Sintiéndose como una niña pequeña asustada ante el enojo de su madre,


Julienne obedeció la voz de Candy, boquiabierta frente al coraje de la rubia.
A través de la estrecha ventanilla Julienne vio la figura de Candy en su
abrigo negro perderse en el bosque. La morena hizo la señal de la cruz y
murmuró.

‘Pére! que ton nom soit sanctifié; que ton régne vienne! . . .’ (Padre nuestro
que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, vénganos tu reino...)

Está frío – pensó Candy mientras sus piernas daban grandes zancadas en la
nieve – ya he estado bajo un frío como este antes, muchas veces . . . . el
invierno en la colina de Pony puede ser aún peor. Recuerdo que Annie solía
tenerle miedo a la nieve cuando era pequeña, la chiquilla simple . . . Me
pregunto cómo está ella ahora. ¿Estarán preparándose para la navidad
como les recomendé? . . . . El próximo año, cuando esta guerra acabe voy a
pedirle a la señorita Pony que prepare mi tarta de frutas favorita y me la
voy a comer sola, justo como siempre soñé hacerlo cuando era niña y la
veía preparar su tarta la noche antes de Navidad. ¡Oh Dios, está frío! . . .
Tom siempre peleaba conmigo por la tarta, ese muchacho testarudo.
¿Estarán Albert y Archie preparándose también para la ocasión? . . . . Más
les vale . . . No quiero oírles hablar de negocios y la universidad por un
buen rato cuando regrese . . . . quiero hablar de lo mucho que les quiero a
todos, decirles cuán afortunada me siento por tener su amistad . . . . cuando
regrese . . . Por favor, Señor, si me trajiste hasta aquí, y estoy segura de
que lo hiciste, déjame vivir para encontrar ayuda . . . Está oscuro de nuevo,
está helado, pero tengo que vivir. . . para ellos . . . Señor, hay siete
personas allá atrás en el camión, por favor . . . No es para mi que tengo que
mantenerme viva.

Candy se movía tan rápidamente como sus piernas se lo permitían.


Luchando mentalmente para mantener el espíritu en alto, hablando con
Dios de tiempo en tiempo y tratando desesperadamente de evocar sus
mejores memorias para obtener fuerzas. Sabía que tenía que seguir
manteniéndose en movimiento, despierta, concentrada y viva. Los buenos
recuerdos eran el único calor del que podía disponer en medio de la
soledad de ese bosque sobre el helado suelo europeo.

Estos bosques, se parecen tanto a los bosques de América – continuó ella en


su monólogo, levantando los ojos para mirar a los enormes pinos y abetos,
callados testigos de su caminata suicida – nada como la libertad del viento
soplando en mi cara, mientras me siento en la copa de un árbol, la cálida
brisa de mayo . . . las rosas de la mansión de Lakewood .. . . la casita en la
copa del árbol . . .Stear solía ser tan original, sí , tan original. . . Anthony
tenía una sonrisa tan deslumbrante . . . Conocí a alguien como él . . .
¿Dónde está él ahora? . . . – Candy se detuvo, avergonzada de sus propios
pensamientos – ¿Cómo es que aún ahora no puedo dejar de pensar en ti? .
. . Este dolor en el pecho . . . Cuando llegue a París voy a ver a un médico.

Duncan Jackson le había dicho a sus hombres que no quería ser


interrumpido mientras jugaba, a menos que hubiese una verdadera
emergencia. Pero varados como estaban, esperando pacientemente a que
el invierno pasase antes de entrar en acción, no se esperaba ningún tipo de
emergencia aquella noche. El enorme hombre miró el calendario en su
escritorio.

Diciembre 15 – comentó con un gruñido – no es invierno aún pero está


increíblemente frío allá afuera. Creo que hemos tenido toda la nieve que el
mundo puede producir esta noche.

El hombre sentado en frente de Jackson no contestó a sus comentarios.


Jackson se inclinó ligeramente sobre el tablero, mirando con muda
concentración a las piezas de marfil. Después de considerar todas las
opciones movió un peón y miró al rostro de su oponente en un débil intento
por leer su reacción. Sabía de sobra que nada podía ser leído en la cara del
joven. Fue entonces cuando Jackson alzó los ojos para ver al soldado
Stewart quien había entrado en la tienda en ese momento.

Lo siento, señor – dijo el hombre tímidamente – me temo que hay una


emergencia.
Jackson devoró al pobre hombre con una mirada furibunda hasta que el
soldado Stewart se sonrojó al igual que un betabel fresco.

Una emergencia, soldado – replicó Jackson – ¡Más le vale que sea una
emergencia, por su propio bien idiota, o le haré trabajar hasta que caiga
muerto mañana en la mañana!

Señor – tartamudeó el hombre – es una emergencia de verdad.

Entonces escúpelo que estoy perdiendo mi paciencia – gritó Jackson


enfurecido.

El soldado Stewart miró a su alrededor, su sargento estaba sentado frente al


tablero de ajedrez tan concentrado en el juego como si Jackson y él mismo
no estuviesen ahí. Desde su posición a
la entrada, Stewart solamente podía ver la espalda del sargento, sus
cabellos oscuros y anchos hombros entre las sombras del lugar. Por un
segundo Stewart pensó que el joven estaba hecho de piedra para ignorar la
escena a su alrededor. El soldado estaba luchando para encontrar las
palabras adecuadas para explicar al Capitán Jackson de qué se trataba la
emergencia y el indiferente sargento ni siquiera lo notaba.

Señor – empezó Stewart – hay. . . hay una . . . una, una mujer en el


campamento – dijo finalmente.

Los ojos de Jackson se contrajeron sobre Stewart, era claro que el Capitán
estaba a punto de
explotar.

Ese fue un buen intento soldado - dijo Jackson irónico – ahora dígame qué
es lo que está pasando en realidad.

Eso es lo que pasa en realidad, señor – dijo Stewart contundentemente- hay


una mujer afuera, una joven . . . está pidiendo ayuda.

¡Estamos en medio de la nada, soldado, a muchos kilómetros de cualquier


pueblo habitado! – gritó Jackson - ¡ Y usted viene a decirme que hay alguien
afuera pidiendo ayuda, y una mujer precisamente entre todo el género
humano!

Yo. . . yo . . . yo se que no es muy fácil de creer, señor – replicó Stewart


bajando los ojos sin poder sostener la mirada de los ojos de Jackson - la
dama está allá afuera.

Déjela entrar – dijo Jackson aún sin creerle al soldado.


Indiferente a todo lo que estaba pasando a su alrededor, el joven sargento
no se movió de su silla cuando el soldado Stewart dijo que había una mujer
en el campamento. Tampoco pronunció palabra o hizo movimiento alguno
cuando la mujer entró finalmente en la tienda. Parecía que el particular e
inusual evento no le causaba impresión en él. Sus ojos azules permanecían
en el tablero blanco y negro mientras su mente luchaba por concentrarse en
el juego. El extraño dolor en su pecho era más fuerte que nunca, poder
controlar ambas cosas, es decir el dolor y el juego, eran ya suficientes como
para concentrar su atención fuera de la realidad. Por su parte Jackson
estaba atónito ante la absorta expresión en la cara del joven y su tremenda
distracción. En ese
momento entró la mujer.

¡ Dios mío, jovencita! - dijo Jackson olvidándose del sargento por primera
vez en un par de meses, cuando vio a una joven con un largo sobretodo, el
cual estaba empapado hasta sus caderas - ¡¿ Qué hace una joven como tú
aquí, por todos los cielos?!

Soy Candice White Andley, asistente quirúrgico de la Fuerza Expedicionaria


Norteamericana, señor – dijo la joven – estoy en una misión llevando
personal médico y militar herido hacia París pero nuestro conductor murió
en el camino y la máquina del camión en que viajábamos se murió también,
tal vez a causa del frío. Dejé a mis compañeros , todos ellos están enfermos,
señor, en el camión, para buscar ayuda.

Si el Capitán Jackson hubiese estado mirando al joven sargento en ese


momento hubiese notado cómo su cara había sido transfigurada justo
después de que la mujer había pronunciado la primera palabra. Sus ojos
azules se abrieron de par en par, su corazón se detuvo, su mano soltó la
pieza de marfil que estaba sosteniendo y ésta cayó sin vida sobre el tablero,
su rostro experimentó un tumulto de incontables emociones corriendo
salvajemente, estallando, y explotando como un volcán hirviendo.

¡Esa voz! ¡ Su voz! ¡Esa voz que resuena en mi corazón! ¿Es esto otra
ilusión? ¿La he escuchado decir ese nombre querido? Mi corazón duele tan
profundamente . . .¡Candy!

Jackson miró a la joven no muy seguro si debía creer en su fantástica


historia de una frágil
muchacha corriendo en la nieve para buscar ayuda.

¿Cómo puedo saber que dice la verdad , jovencita? Preguntó él.

Puede estar seguro acerca de eso, señor – dijo el joven sargento poniéndose
de pie y dándose la vuelta para ver a la mujer de frente. – Conozco a esta
joven y le puedo garantizar que está diciendo la verdad – concluyó.

En frente de los ojos asombrados de Candy, había un hombre de unos


veinte años, alto con
esbelta cintura y anchos hombros, cabello café castaño cortado al estilo
militar. Su rostro estaba
compuesto por una delicada nariz, labios delgados pero sensuales, quijada
fuerte y el par de ojos más profundos e intensamente azules que ella había
visto, sombreados por espesas cejas oscuras. A las primeras inflexiones de
su voz profunda y aterciopelada ella había reconocido al poseedor de esa
voz aún antes de que él se hubiese puesto de pie para encararla. En frente
de ella, en un impecable uniforme verde del Ejército de los Estados Unidos y
botas negras, se encontraba parado Terrence G. Grandchester.

Es él – pensó ella anonadada.

Es ella – se dijo él, aún incrédulo.

Si pudiésemos medir la velocidad de los pensamientos que las mentes


humanas pueden producir en un segundo, o índice de intensidad de los
sentimientos que podemos experimentar en el tiempo que dura un suspiro,
entonces Candy y Terri habrían alcanzado los puntajes más altos en ese
breve instante mientras que el Capitán Jackson estaba aún asombrado de
los eventos que estaba presenciando.

¡Eres tú! – pensó él mareado y embriagado en su presencia – ¡No es una


ilusión esta vez! Eres realmente tú, la misma . . . pero no, no eres la
misma . . . estás aún más hermosa que la última vez, más seductora.
¡Apenas si puedo contenerme para no tomarte en mis brazos aquí y ahora!
Tu cabello. ¡Oh Dios! Nunca pensé que pudiese ser tan largo. ¡Es como una
cascada de rizos soleados, imposibles, en locas espirales de tu cabeza a la
cintura! Tus ojos son más verdes, como un par de diminutos acuarios; tus
labios, esos pétalos de rosa. ¡Hechicera!¡Estás aun más encantadora . . .
querida mía!

¡Eres tú! – pensó ella sobrecogida, intoxicada de sólo verlo – ¡Estás más
alto! Has ganado algo de peso también, desde la última vez . . . en esa
ocasión estabas tan pálido y delgado que mi corazón se retorció de
dolor . . . pero ahora . . . tus hombros parecen más anchos, tus brazos más
fuertes, cada centímetro de ti es más varonil de lo que yo recordaba . . .
Luces tan apuesto en ese uniforme, amor ¡He tenido tanto miedo allá
afuera, Terri! ¡ Cómo desearía poder correr hacia ti ahora para que me
encerraras en esos brazos tuyos! ¡Pero . . . . no puedo ni moverme!

Capítulo 6

El Fin de un Mito

Cada vuelta que se logra

Cada vuelta que se logra,


Cada vez que se termina,
Una lágrima germina
Presagiando un breve adiós.

Siete vueltas al reloj,


Doblas tres veces la esquina,
Y una suerte que camina, para bien o para mal,
Contigo se va a encontrar.

No desdeñes lo que venga,


Ábrete al sol de la vida
Despierta tu piel dormida,
Dale todo lo que tengas.
Que cada paso te enseña, para bien o para mal,
Que el amor se va a buscar,
Y está en todo lo que sientas
Contigo se va a encontrar.

Sola, joven, aguerrida,


Mujer que quiere imponer
Su hermosa forma de ser
Al son de una nueva vida,
No se ha de mover tranquila
En este mundo de hombres.
Si hace lo que corresponde, para bien o para mal,
El amor lo va a encontrar.

No desdeñes lo que venga,


Ábrete al sol de la vida,
Despierta tu piel dormida,
Dale todo lo que tengas,
Que cada paso te enseña, par bien o para mal,
Que el amor se va a buscar
Y que está en todo lo que sientas,
Contigo se va a encontrar.

Pablo Milanés

Como cualquier mujer, a Candy le hubiese gustado estar vestida


elegantemente para tal encuentro. . . No obstante, nada pudo haber estado
más lejos de la realidad. La red que usaba para sostener su largo cabello
rizado en un acicalado rodete se había perdido en algún lugar durante su
caminata por el bosque, tal vez atrapada y rasgada por alguna rama. Así
que su cabello había caído con desorden sobre su espalda y pecho y, como
estaba mojado, había adquirido un tono dorado oscuro como el del bronce
bruñido. En lugar de uno de los finos vestidos que tenía almacenados por
pilas en la mansión de los Andley, traía puesto su sencillo uniforme de
cambray azulado con una falda recta que le llegaba a los tobillos y un
sobretodo de lana negra encima del modesto vestido. “Debo de ser un
espectáculo realmente patético”, pensó ella de sí misma, pero se hubiese
estremecido de haber podido leer la mente de Terri en ese momento. Ante
los ojos del joven, Candy resultaba ser la más fascinante visión de belleza
que él había tenido frente de sí en toda su vida.

De modo que, sargento – dijo el Capitán Jackson rompiendo el silencio –


siendo que usted es un hombre de pocas palabras concederé que está
diciendo la verdad al respecto de esta señorita. Por lo tanto debemos
encontrar la manera de ayudarla junto con los heridos que dejó tras de sí.

Terri asintió en silencio pero no pudo dar una respuesta audible porque su
atención había sido repentinamente atraída por el estado de las ropas de
Candy. Estaba totalmente empapada y temblando.

Está titiritando de frío ¡Dios mío! – pensó.

Creo que primero debemos dar a la dama algo de ropa seca, señor – sugirió
Terri con preocupación reflejada en su voz al tiempo que tomaba su propio
abrigo, el cual descansaba en el respaldo de una silla cercana, para
inmediatamente después dirigirse con paso decidido hacia Candy.

Consígale entonces algo de ropa seca y cuando esté lista hablaremos


acerca de lo que podemos hacer por los heridos – comentó Jackson,
mientras sus ojos se abrían desmesuradamente al observar con asombro la
delicada atención desplegada por el hombre que él creía insensible,
entretanto que Terri se aproximaba a la joven para poner su abrigo sobre
los hombros de ella.

Te mostraré un lugar donde puedes cambiarte ese uniforme húmedo, Candy


– dijo él suavemente, inclinando su cabeza hacia ella.

Demasiado ofuscada ante la proximidad de Terri, Candy solamente pudo


despedirse del Capitán Jackson con un asentimiento de cabeza mientras
Terri colocaba posesivamente un brazo alrededor de los hombros de la
joven para conducirla a otra tienda. Afuera y lejos del calentador portátil del
Capitán Jackson, Candy sintió la temperatura aun más fría que antes. La
nieve caía aún persistentemente y Terri incrementó instintivamente la
presión de su abrazo alrededor de los hombros de Candy para protegerla
del viento helado, pero no había necesidad de ese recurso. Ambos sentían
por dentro un vapor tan cálido que las gélidas ráfagas de la noche no eran
rivales para sus joviales latidos; el dolor interno había desaparecido
misteriosamente.

Terri condujo a Candy a una gran tienda de campaña. Dentro de ella, diez
soldados rasos, quienes habitaban la tienda, se pusieron de pie
inmediatamente al entrar la pareja, en parte porque un suboficial había
aparecido, pero también a causa de la inesperada presencia de una mujer
en el campamento. Los hombres se miraron los unos a los otros con
incredulidad sin poder producir una sola palabra.

Terri simplemente saludó con un asentimiento dirigiendo sus pasos hacia


una esquina de la tienda para tomar una camisa, un par de calcetines y
pantalones de una gran mochila. Dudó por un instante pero una segunda
ojeada a los pies de Candy le permitió decidirse adicionando un par de
botas negras que estaban reposando en el piso, debajo de una de las camas
plegadizas.

Se que están un poco grandes para ti – dijo él un poco abochornado – pero


es mejor que nada.

Esta bien – replicó ella dirigiéndose a él por la primera vez en la noche.

Te dejaremos sola – dijo el joven tratando desesperadamente de mantener


el control. Acto seguido se volvió para ver a los asombrados soldados detrás
de él.

¡Todos afuera! – ordenó simplemente dejando el lugar antes que el resto de


los hombres, pero esperando a la entrada para cerciorarse de que cada uno
de ellos dejasen sola a la dama.

Candy miró con fijación a las ropas que Terri le había dejado sobre la cama
plegable mientras empezaba a desnudarse con un incomprensible
nerviosismo. No era el efecto de la noche fría, o el gran peligro que había
enfrentado durante su caminata casi sin rumbo en el bosque nevado, ni
siquiera era la situación precaria en la cual los heridos y sus amigas se
encontraban . . . Este era un nerviosismo de otro tipo y Candy conocía bien
aquello que lo estaba causando. Era esa única sensación en el corazón, esa
placentera intranquilidad, ese derretirse de cada uno de sus músculos, ese
ritmo loco del pulso, todo lo cual solamente un hombre sobre la Tierra podía
provocar en ella ¡Y ahora tenía que desvestirse para ponerse las ropas de
él!

Se quedó de pie por un rato, así inmóvil, sosteniendo la camisa de Terri


contra sus senos desnudos dejando que el perfume de lavanda que él usaba
invadiera su olfato . . .pero el segundo siguiente la imagen de Flammy y
Juliene plagó su mente y tuvo que interrumpir el galope de su corazón al
tiempo que comenzaba a ponerse el uniforme. Entonces, como si olas de
lavanda juguetearan con sus sentidos inflamando su piel, Candy sintió que
él estaba sosteniendo su cuerpo entre sus brazos tal y como lo había hecho
en el pasado.

¡Dios mío, Candy! - se reconvino a sí misma al ponerse el par de botas que


eran demasiado grandes para sus pequeños pies - ¡ Tienes que dominarte,
mujer! . . . Recuerda, recuerda tu posición . . . su posición.

Este último pensamiento bañó su alma como un balde de agua helada sobre
el corazón.

Afuera de la tienda otra flama ardía en chispas desesperadas. Cuidando el


lugar que súbitamente se había convertido en un santuario, Terri esperaba a
la entrada. Los latidos de su corazón tentaban a las leyes médicas,
acelerándose en una alocada carrera. Aun cuando la sola idea era
imposible él estaba casi seguro de que podía escuchar cómo cada prenda
caía al suelo mientras ella se desvestía dentro de la tienda. ¿Era acaso
solamente su imaginación jugándole alguna
broma cruel? El suave ruido era una tortura lenta, dulce y enervante al
mismo tiempo. La mente de Terri había dejado de lado cualquier
consideración acerca de Candy que no fuese el hecho de que estaba cerca
de él después de tan largo tiempo. Nada más en el planeta parecía
importarle, como si los inmensos obstáculos que los mantenían separados
se hubiesen borrado en el instante, tan mareado estaba, aun embriagado
por el efecto de haberla visto de nuevo. ¡Qué tentador era
el pensar que un simple movimiento de su cabeza podía regalar a sus ojos
con una vista celestial! Aun así, él no se movió un centímetro hasta que
Candy apareció afuera usando su uniforme y abrigo.

Estoy lista – dijo ella sin mirarle directamente a los ojos.

Algo había cambiado en ella, notó él, como si ella hubiese cavado una
trinchera entre los dos mientras se cambiaba de ropa. Caminaron
lentamente hacia la tienda de Jackson luchando contra sus demonios
personales cada uno en soledad, sin saber que compartían la misma tortura.
Jackson había decidido que la mejor cosa que se podía hacer, dadas las
condiciones climatológicas, era traer a los heridos al campamento donde
pudieran resguardarse del frío y esperar hasta que la helada les permitiese
continuar su viaje a París. Así que inmediatamente le
ordenó a Terri preparar un par de camiones para encontrar al grupo
abandonado. Candy, obviamente, tuvo que unirse al grupo de rescate para
mostrarles el camino.

Todo el tiempo que duró el corto viaje Terri adhirió su mirada a las facciones
de Candy bajo la luz de la luna, se sentía tremendamente afortunado de no
ser quien estaba conduciendo el camión de modo que podía disfrutar de un
paseo mental sobre cada línea del rostro de la joven. Pensó que casi había
olvidado el inmenso placer que tomaba al mirar con fijación a esa naricilla
respingada, esos ojos verdes rodeados de largas y oscuras pestañas, esos
labios que se burlaban de su corazón cada vez que batían sus alas para
hablar. Estaba en el éxtasis total, un sentimiento extraño para su alma que
había estado cubierta de sombras por casi tres años. De repente, los
furtivos rayos de luna reflejados sobre una superficie pulida llamaron su
atención haciéndole despertar de su sueño inconsciente. Era una chispa en
la mano izquierda de Candy que apuntaba el camino a seguir por el
conductor. Era un anillo con un diamante solitario esparciendo su luz blanca
bajo la noche negra. Entonces, la amarga verdad – o aquello que Terri creía
era la verdad – abofeteó la cara del joven con violencia, forzándolo a ver su
desatino.

¡Un anillo, un anillo con un diamante en su dedo anular, acompañado de


una argolla . . .una argolla de matrimonio! – se dijo a sí mismo -¿Te habías
olvidado de esto, idiota? ¡Está casada! ¡Prohibida! ¡ Cuán fácilmente ignoras
ese pequeño detalle! ¿No es así? ¡Estúpido corazón latiendo salvajemente,
soñando con esos labios que pertenecen a otro!

¿Estás bien? – preguntó Candy interrumpiendo la tortura mental del joven –


palideciste de repente – añadió la joven con gran preocupación.

Estoy bien – balbuceó él volviendo el rostro para ocultar sus turbulencias


interiores.

Desde ese momento Candy sintió que Terri había construido su propio muro
en contra de aquel que ella misma había levantado al salir de la tienda
usando la ropa del joven. Sin embargo, tenía que admitirlo, esos límites que
ella había erguido, apenas si habían sobrevivido precariamente, y casi se
habían derrumbado, bajo el intenso escrutinio de la mirada de Terri durante
el viaje.

Es mejor así – pensó ella tristemente – No puedo soportar sus ojos sobre mi
sin que tarde o temprano delate mis sentimientos.

Sólo les tomó unos cuantos minutos más hasta que finalmente avistaron el
camión sobre la
superficie nevada. Tan pronto como los camiones en que ellos viajaban se
detuvieron, Candy
saltó antes que nadie para correr ferozmente hacia sus amigos.

La portezuela trasera del camión abandonado se abrió para revelar a una


joven con capa negra corriendo hacia Candy mientras gritaba el nombre de
la rubia. Las dos mujeres se interceptaron a mitad del camino para
abrazarse gozosas.

J’ai pensé que je ne te reverrais plus, mon amie! – dijo Julienne demasiado
emocionada como para hablar en inglés. (Pensé que ya no te volvería a ver)

Tus plegarias debieron de haber tenido más fe que tus pensamientos,


entonces – replicó Candy riendo.

Terri observó a las dos mujeres con deleite a pesar de la pesadez que había
invadido a su
corazón después de haberse percatado de la argolla matrimonial en la mano
de Candy.

¡Todo mundo ama a mi dulce niña pecosa! – se dijo, pero una voz interior le
arguyó: Ella no es “tu” niña, no lo olvides.

Sí, lo sé – se respondió a si mismo – pero . . .ese hombre. . . !

Un acerbo veneno llenó el corazón de Terri con inesperada y oscura pasión.


Por la primera vez en la noche sus ojos se abrieron para ver la realidad
brutal que estaba presenciando y sus dramáticas implicaciones. Su mente
se había percatado con un repentino entendimiento que la mujer que
amaba estaba justo ahí, en medio del mortal vórtice de la guerra, cuando él
la había creído a kilómetros y kilómetros de distancia, protegida, sana y
salva. ¡Había estado caminando sola en medio del congelado frío de la
medianoche, arriesgando su vida, y aún peor, estaba a la
mitad de una viaje regresando del Frente! ¡Había estado trabajando cerca
del fuego del enemigo!
¿Qué clase de hombre era su marido que permitía una cosa tan aberrante?
¿Deben los ángeles vagar en el infierno? ¿Qué clase de indigno, miserable
maldito idiota *, era ese hombre? (* En realidad aquí Terri usa un insulto
muy fuerte, característico del inglés británico vulgar que es intraducible al
español.)

Una desenfrenada mezcla de celos e indignación poseyó a Terri poniéndolo


de tan mal humor que si el supuesto esposo de Candy hubiese estado ahí, el
joven lo hubiese estrangulado hasta que su rival imaginario exhalase. No
obstante, sabiendo bien que era imposible matar al “despreciable retrasado
mental”, se limitó a satisfacer su coraje ordenando a sus hombres con
increíble rudeza ante los sorprendidos ojos de Candy y Julienne.

Gracias al abrupto despliegue de “energías” por parte de Terri no les tomó


mucho tiempo transportar a los heridos al campamento, donde fueron
revisados por el doctor de la tropa, quien dio su total aprobación al
tratamiento que Candy estaba aplicando a Flammy. La rubia sintió un gran
alivio cuando escuchó el diagnóstico del médico, asegurándole que Flammy
se iba a curar seguramente sin necesitar amputación alguna.

Cuando estuvieron instalados en una tienda con la apropiada calefacción y


todos habían ya sucumbido al sueño, exhaustos a causa de todas las
emociones que habían experimentado durante
la jornada, Candy salió de la tienda, esperando que la fría aurora la ayudase
a acallar el estrépito en su cabeza. ¿Cómo podría dormir aun con las ropas
de Terri sobre ella? No obstante, no se había atrevido a cambiarse de
uniforme ahora que ya tenía consigo su ligero equipaje, guardando con
reticencia la dulce sensación de su cercanía, a pesar de los principios que le
prevenían en contra de sentir cosas semejantes hacia un hombre que ella
suponía casado.

Los tímidos rayos del amanecer acariciaron con su calidez las mejillas de
Candy, coloreándolas con un rubor color de rosa. La luz púrpura teñía de
tonos rosas y dorados la blanca cubierta entre el follaje de los árboles. El
viento entre las ramas parecía repetir el nombre que ella quería olvidar,
embromándola con sus silbidos. Candy tomó una gran bocanada del
congelado aire de la mañana. Dentro de ella, su garganta empezaba a sufrir
una desagradable irritación, prueba innegable del resfriado que había
pescado en su caminata por el bosque. Entonces, como si la joven hubiese
sido sacudida por un temblor interno, su corazón sintió una bien conocida
presencia detrás de ella.

¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó Terri con un inexplicable enfado en su


voz.

A pesar de su enorme miedo, Candy volvió la cabeza para encarar al par de


ojos más fríos, los cuales, bajo la juguetona luz de la aurora, cambiaban del
azul al verde y de nuevo al azul en un tornasol helado. Ella recordó esa
misma expresión en su mirada, antes, hacía mucho tiempo antes. . . Terri
estaba súbitamente enojado con ella y la joven no podía entender la razón
que él podía tener para estar tan molesto.

No podía dormir y vine aquí para mirar el amanecer – replicó ella bajando
los ojos sin poder sostener la intensa mirada del joven.

Esa no es la respuesta que quiero – barbotó él cáusticamente – Esta vez su


tono la lastimó especialmente. Allí estaba ella, luchando en contra de sus
irresistibles deseos de lanzarle los brazos alrededor del cuello y gritar su
amor por él y él la trataba como si hubiese cometido un crimen. Su corazón
le dolía más que nunca. Pero Candy había pasado por tantos tiempos
difíciles antes que de algún modo su carácter había desarrollado una
especie de reacciones defensivas que se activaban casi automáticamente.
Fue uno de esos mecanismos auto-defensivos que se puso en marcha
dándole el coraje para responder con igual fuerza a la provocación de Terri.

¿Pues qué clase de respuesta esperabas? – replicó ella abruptamente.


Esta vez fue el turno de Terri de sentir otra vez ese viejo dolor dentro del
pecho. A pesar de ello, estaba resuelto a encontrar la respuesta que
necesitaba.

¿Qué estás haciendo aquí, Candy, en medio de esta guerra, tan lejos de
casa? ¿ No ves que este no es lugar para una mujer? ¿Qué no podías
simplemente quedarte en casa donde perteneces? – estalló él con
inflexiones amargas.

Los ojos de Candy se abrieron despavoridos. ¡Así que eso era todo, pensó
ella, solamente un ataque sexista! Su orgullo de mujer se hinchó dentro de
ella. Ella era, después de todo, una mujer de la era de las sufragistas y la
más ligera insinuación de que ciertos lugares o tareas no podían ser
alcanzadas por las mujeres la enfurecía con indignación. Si alguien se
atrevía a expresar una opinión negativa acerca de las mujeres Candy solía
siempre blandir una larga lista de argumentos en defensa del género
femenino y a pesar de su amor por Terri, esta no iba a ser la excepción.

¡No sabía que fueras tan anticuado, Terrence! - Replicó ella visiblemente
enojada, sin saber que en toda la frase que había pronunciado una sola
palabra había sido suficiente como para desgarrar el corazón de Terri en
pedazos. Desde su inesperado reencuentro la noche anterior Candy nunca
se había dirigido al joven utilizando el nombre de él, y ahora había estallado
con irritación llamándole por su nombre de pila en lugar de usar el
diminutivo que solamente sus íntimos usaban para nombrarle.

¡Terrence!- pensó él – ¡Ahora me llamas Terrence! ¿Acaso la vida nos ha


llevado tan lejos y apartados el uno del otro que ya ni te acuerdas cómo
solías llamarme, amor?

Candy estaba tan enojada que no notó el destello de tristeza que cruzó los
ojos del joven. En lugar de ello, Candy continuó con su discurso rebelde.

Tal vez no te has dado cuenta, pero estamos en el siglo XX.¡Las mujeres
han probado que son suficientemente capaces como para realizar cualquier
clase de trabajo una vez recibido el entrenamiento adecuado, y déjame
decirte que yo soy una enfermera eficiente y bien preparada! – dijo ella en
una lluvia de argumentos.

Cada palabra se hundió en Terri como un baño frío. Ese no era el punto que
deseaba discutir. Lo que él quería y necesitaba saber con urgencia era el
por qué el inmerecedor bastardo con el que Candy se había casado le había
permitido a la joven arriesgar su preciosa vida al venir a Francia como
enfermera de guerra.
¡Eso no es lo que quise decir! – gritó él desesperado y después lamentó su
respuesta iracunda.

¿Ah sí?- preguntó ella irónica – ¿Qué otra razón podrías tener para pedirme
explicaciones que justifiquen mi presencia aquí, Terrence?

Otra vez me llamó Terrence – pensó él frustrado mientras volvía el rostro


hacia un lado con fastidio, gesto que Candy malinterpretó nuevamente.

Tal vez deba hacerte la misma pregunta – continuó ella, esta vez dejando
entrever sus propios miedos por la seguridad de él – ¿Qué estás haciendo
aquí Terrence? ¡Por el amor de Dios! Tu no eres un soldado, tú . . .tú . .tú
eres un actor, ¡Un artista! ¿Por qué arriesgarías tu vida en esta lucha sin
sentido? Este no es tu lugar tampoco.

¡Eso es algo muy diferente! – contestó él también herido en su orgullo


masculino – yo vine aquí a defender a nuestro país. Es un asunto de honor
que una chica no podría entender.

¡Asunto de honor! ¡Nuestro país! – se rió ella burlona - ¡Pamplinas! Este no


es un asunto de patriotismo, este es solamente una endemoniada, loca y
estúpida pesadilla creada solamente para satisfacer las ambiciones de
políticos y hombres de negocios sin escrúpulos! – dijo Candy con
vehemencia incrementando la tonalidad de su voz y con la cara enrojecida
por la indignación - ¡Jovencitos ingenuos como tú se enrolan en esta locura
sacrificando su más importante tesoro, que es la vida, por la causa de esos
estúpidos ricachuelos!

Veo que te puedes poner muy visceral en este asunto – replicó Terri con una
aire de franca mofa en la voz. Para esas alturas de la discusión el yo
combativo de Terri estaba ya atrapado en la lucha verbal y no estaba
dispuesto a renunciar a la emoción del mismo.

A pesar de ello, tu también estás apoyando esta “locura” como llamas a


esta guerra, mediante tu presencia aquí. ¿Te has dado cuenta de ello mi
querida líder feminista?

Terri había olvidado qué tan placentera podía ser una buena pelea con
Candy. Ella siempre había sido la única persona con quien él podía discutir y
disfrutar la sensación de la pelea en una clase de juego de coquetería que él
encontraba casi erótico.

¡Hasta un ciego podría ver la diferencia! – reconvino ella con igual fervor –
Me preguntas qué estoy haciendo aquí, pues bien, te lo voy a explicar como
si fueses un niño de cinco años, ya que parece que no entiendes muy bien
el asunto. Estoy aquí porque YO SOY ENFERMERA, recibí entrenamiento para
prestar servicio como asistente quirúrgico. Estoy aquí en un intento por
reparar lo que esas armas del infierno hacen a los hombres. ¡Estoy aquí
para salvar vidas, mientras que tú estás aquí para matar y no veo ningún
honor en eso! - concluyó ella, sus mejillas se habían ruborizado con un rojo
brillante, sus ojos brillaban como espadas verdes bajo la luz del nuevo día y
Terri la amaba aun más en aquel segundo, abrumado por el despliegue
natural del espíritu indomable de la joven. ¡Esa era la mujer que lo había
cautivado desde sus años escolares!

Los ojos del joven cambiaron repentinamente de una expresión socarrona a


una íntima ternura que ella también había conocido en él anteriormente.
Aunque había sido duro para ella el verlo enojado unos minutos antes, tenía
que reconocer que eran muchísimo más fácil lidiar con su ira; su dulzura,
por el contrario, era terriblemente difícil de aguantar. Ella bajó la mirada,
dio un paso atrás y se paralizó por un momento, pero el encantamiento se
rompió en miles de luces multicolores y no tuvo más opción que salir
corriendo hacia la tienda, huyendo de la fuerza intensa que, como un imán,
la empujaba hacia los brazos del joven. ¡Un lugar que ella creía prohibido!

Terri la miró mientras ella huía de su presencia, aun petrificado por las
avasalladoras ondas de su voz. La agitadora pecosa del Real Colegio San
Pablo había evolucionado en una mujer espléndida y contestataria con ideas
en su cabeza que bien podían costarle la excomunión pero que ante los ojos
del joven la hacían irresistiblemente seductora.

¡Dios!- Pensó él arrepentido - ¡Esa es la mujer que yo perdí estúpidamente!


¡Una en un millón!

Su mente voló hacia el pasado, hacia otro tiempo, otra vida, otro destino.
Un par de años antes. Él se hallaba manejando su auto a través de las calles
de Nueva York, su largo cabello castaño flotaba en el viento de verano. Su
ojos estaban distraídamente perdidos en el tráfico mientras una quieta
figura sentada en el asiento de enfrente le miraba con devoción. Era una
mujer de hermosas facciones y largos cabellos rubio que caía en lacias y
sedosas hebras sobre su espalda. Estaba vestida con buen gusto llevando
un vestido de noche en chifón azul que iba bien con sus
ojos color turquesa. Era su prometida, Susana Marlow.

En el asiento trasero la Sra. Marlow miraba a su futuro yerno de vez en vez,


con cierto aire de desconfianza, eso cuando no estaba distraída con las
luces de la ciudad o el lujoso vecindario por el cual atravesaban. La
conversación había decaído dejándolos en un incómodo silencio que a Terri
no parecía importarle.

¡Mira a esa hermosa casa, Suzie! – comentó la señora Marlow apuntando


casualmente a una gran residencia con un enorme jardín en el frente.

Ese es el lugar preciso hacia donde nos dirigimos – dijo Terri secamente
mientras torcía la muñeca para mover el volante hacia la mansión.

Se estacionaron detrás de una larga fila de automóviles en frente de la


residencia. Los sonidos de una orquesta, voces y risas salían de la casa
alegremente. La fiesta a la cual habían sido invitados estaba en su apogeo.
Terri salió del auto para abrir la cajuela y sacar la silla de ruedas de Susana.
Cada uno de sus movimientos parecía estar fijado en un modo automático,
su mente estaba en blanco, su corazón paralizado. La vida del joven se
había vuelto una interminable lista de citas, compromisos sociales, ensayos,
presentaciones, largas noches en la sala de espera de un hospital, y un
irremediable vacío. Aquella era solamente una más de esas largas veladas
en las cuales su cabeza tendría que bloquear el fastidio que el parloteo sin
sentido de Susana le provocaba, encerrándose en su mundo interior.

El sonido de la silla de ruedas les precedió anunciando la llegada de una de


las parejas más famosas de Broadway. El show había comenzado y Terri
tenía que desempeñar, una vez más, el papel que él mismo había escogido.
Sabía que la gente estaba ansiosa por verlos juntos ya que Susana había
estado recluida en el hospital por más de un mes en una más de sus
estancias regulares a causa de su precaria salud. Ahora que ella se estaba
sintiendo mejor todos esperaban su aparición al lado del altivo actor.

Aquella fiesta en la casa del Sr. Spencer, famoso banquero y admirador de


Shakespeare, no era diferente de las demás a las cuales Terri regularmente
asistía. Tan aburridas, frívolas y llenas de intrigas que lo hacía sentir
náuseas. Susana solía entremezclarse con los invitados charlando con las
demás mujeres pero siempre pegada al lado de Terri, o mirándolo desde
lejos con insistencia cuando él la dejaba para tener una conversación más
propiamente masculina con el Sr. Hathaway y otros actores de la compañía
Stratford.

Esa ocasión estaban todos juntos en un grupo y la conversación había


girado hacia un tema inesperado: ¿Debían votar las mujeres?

Realmente pienso que eso está fuera de nuestro alcance – dijo una mujer
flacucha con anteojos – Nosotras no tenemos ningún interés en la política.
¿Por qué habríamos de votar, entonces?

Bueno, madame, la historia ha probado que las mujeres pueden


involucrarse en la política con éxito – comentó el Sr. Hathaway sorbiendo
lentamente su coñac – Tomemos a las reinas Isabel I y Victoria como
ejemplo.

Esos fueron casos fortuitos y excepcionales – comentó otra mujer en el


grupo – la mayor parte de las mujeres se encuentran en la total ignorancia
en lo que respecta a nuestra situación política, no podríamos tomar parte
en una decisión tan importante como la de escoger al presidente de la
Estados Unidos. Por ejemplo yo, ni siquiera se la diferencia entre los
Republicanos y los Demócratas.

No todas las mujeres son así – sugirió con una sonrisa burlona una joven de
mirada inteligente y gran nariz – Hay muchas de nosotras que estamos
realmente preocupadas por los asuntos de nuestro país y queremos el
derecho de expresar nuestra opinión al escoger a nuestros líderes, justo
como lo hacen los hombres.
Esa es una de las más grandes tonterías que he oído jamás, si las damas
aquí presentes me permiten hacer gala de sinceridad – dijo el Sr. Spencer,
anfitrión de la fiesta – Si permitimos que esta estupidez del voto femenino
continúe el mundo se colapsará tarde o temprano. ¿Qué vendría después?
Mujeres tomando toda clase de empleos, sin querer casarse, o tener hijos,
abogadas, mecánicas, ingenieras, y quién sabe, podríamos hasta acabar
teniendo una mujer en la Casa Blanca.

¿Sería eso tan malo? – preguntó Terri tomando parte en la conversación por
primera vez, algo seducido por la posibilidad de escandalizar a la audiencia
– Nunca antes lo hemos intentado, pero podríamos llegar a gustar del toque
femenino en la Oficina Oval.

Susana le dirigió una relampagueante mirada a Terri, reprochándole con los


ojos su atrevido comentario que de algún modo retaba las ideas del
anfitrión.

Bueno, déjeme decirle señor Grandchester, que yo estaría terminantemente


en contra de un hecho tan aberrante – replicó el anciano con cierto aire de
irritación – las mujeres están destinadas a ser graciosas criaturas que
iluminan la vida de los hombres. Todas aquellas ocupaciones gentiles y
femeninas tales como el arte, la caridad, los quehaceres domésticos y el
cuidado de los hijos deben ser todo su mundo.

Estoy de acuerdo Sr. Spencer – dijo la Sra. Marlow con una fingida sonrisa –
por ese motivo yo alenté a mi Suzie a convertirse en actriz, ya que, a pesar
de lo que algunos piensan, yo creo que es una profesión honorable de
acuerdo a la naturaleza femenina. Algo relacionado con el arte, sabe usted.

Así es Sra. Marlow – dijo el Sr. Spencer, sabiendo que tendría que mentir por
educación y pretender que aprobaba la farándula como carrera, cuando la
verdad era que él, como la mayor parte de los miembros de la alta
sociedad, estaba aun renuente a aceptar tal profesión como una ocupación
honorable. – Yo no estoy en contra del trabajo femenino, pero hay ciertos
extremos que son intolerables. Durante mi último viaje de negocios conocí a
una familia muy fina y extremadamente rica que sufre una verdadera
tragedia. Una de las mujeres de la familia, una verdadera oveja negra, es lo
suficientemente indecente como para vivir sola en un departamento propio
y no contenta con esto, insiste en trabajar para pagar sus cuentas siendo
que su familia es una de las más acaudaladas del país.

No veo la razón para escandalizarse con eso – remarcó Terri otra vez, a
pesar de los apretones que Susana le daba en la mano.

Puedo ver que usted tiende a ser más bien liberal, Sr. Grandchester –
respondió el viejo banquero y después, dirigiéndose a Susana, quien había
permanecido en silencio desde que la conversación se había tornado tan
difícil – ¿Pero, qué es lo que su prometida piensa de todo esto? ¿Le gustaría
votar Srita. Marlow?

Realmente no me interesan esos asuntos, Sr. Spencer – respondió Susanna


con ojos bajos y tono tímido – pienso que podemos dejar esos problemas en
las manos de los hombres. En lugar de exponernos al escarnio público
encadenándonos a los postes de luz o marchando en frente de la Casa
Blanca, deberíamos dedicar nuestras vidas a nuestras familias y esposos.
Podemos dejar que ellos piensen por nosotras.

¡Ese es el modo en que debe hablar una mujer, Srita. Marlow! – dijo el Sr.
Spencer con una sonrisa de aprobación – ¡Ha escogido la mujer apropiada,
Grandchester, realmente lo ha hecho!

Terri asintió en silencio para indicar que aceptaba el cumplido.

Sí, seguro – pensó – la mujer más cabeza hueca que me pude haber
encontrado.

Terri volvió al presente, sobre el nevado paisaje francés, bajo el frío


congelante de aquella mañana de diciembre. Entendió entonces, con la más
absoluta claridad, que amaba cada centímetro del alma de Candy tanto
como su corazón rechazaba el tedioso y convencional modo de ser de
Susana. ¿Por qué había dejado ir a Candy cuando sabía perfectamente bien
que ella era la mujer de su vida? Él nunca se había perdonado por aquel
error.

Era un hermoso día de invierno. Había nevado sobre la Colina de Pony y el


lago estaba cubierto de una gruesa capa de hielo que invitaba a patinar y a
divertirse de esa forma que tanto le gusta a los niños. Albert y Archie habían
ido a probar la resistencia del hielo para comprobar si era lo
suficientemente seguro para los niños mientras Annie y Patty se quedaban
en la casa. La hermana María y la Srta. Pony estaban ocupadas con el
desayuno de los pequeños y las dos jóvenes se encontraban en la estancia
arreglando el árbol de Navidad.

Annie miraba con admiración mezclada con temor al gran árbol que Albert
había comprado para los niños. Era realmente un árbol hermoso pero la idea
de decorar aquel enorme pino hasta la punta la asustaba mortalmente.
Habían traído una escalerilla portátil para ayudarse en la tarea y mil
adornos se encontraban esparcidos por todo el piso, esperando su turno
para ser colocados en el follaje verde.

Patty miraba a Annie con ojos dubitativos ¿Quién de las dos iba a trepar en
la escalera y cómo iban a colocar las guirnaldas doradas alrededor del
árbol? Esas eran las preguntas escritas en su cara, la cual había ganado un
dulce aire de distinción con la llegada de su aniversario número diecinueve.

No me mires así Patty – chilló Annie con ojos asustados – yo no voy a trepar
en eso.
Ni yo tampoco entonces – replicó Patty riéndose de la simpleza de ambas -
¿No me dijiste que solías ayudar a la Srita. Pony y a la Hermana María a
decorar el árbol de Navidad cuando vivías aquí?

Annie abrió los brazos en un gesto de disculpa.

Bueno, primero que nada, el árbol nunca había sido tan grande, y . . . – la
joven se detuvo y una sombra cruzó por su cara.

¿Y? – insistió Patty quien no había notado el repentino cambio en la


expresión de Annie porque estaba embobada mirando al gran pino.

Era siempre Candy quien se trepaba en lo que sea que estuviese cerca del
árbol para colocar la estrella en la punta – dijo Annie con rostro lloroso y
débil voz.

Patty miró a su amiga y sin poder evitar su propias lágrimas abrazó a Annie
tiernamente.

¡Oh, Annie! Yo también la extraño tanto – murmuró Patty mientras


acariciaba el sedoso cabello de Annie – pero debemos mantener el ánimo
muy en alto. ¿No crees que así es como a ella le gustaría que nos
comportásemos?

Sí Patty, lo se – replicó Annie aun aferrada al abrazo de su amiga – pero ha


pasado más de un mes desde su última carta. Estoy terriblemente
preocupada – dijo y continuó llorando con sollozos aun más fuertes.

Patty sintió como si un puñal envenenado la hubiese acuchillado el corazón


cuando las últimas palabras que Annie había dicho se clavaron en sus oídos.
Cuando repentinamente las cartas de Stear dejaron de llegar a su ritmo
habitual había sido como el primer anuncio de su trágica muerte. Patty no
podía evitar el sentir una miedo agudo expandirse por su espina dorsal
mientras su mente asociaba pesimistamente el caso de Stear con la
presente situación de Candy. Había sido solamente un breve pensamiento
que relampagueó para después desaparecer en su cabeza. A pesar de ello,
la dura lección que la vida le había enseñado, la había vuelto, a la postre,
suficientemente fuerte como para controlar sus miedos internos y sabiendo
que su amiga necesitaba consuelo Patty dejó de lado sus propia
consternación.

¡Oh, Annie! – dijo ella sin reducir la fuerza con que sostenía los hombros de
la morena – Candy debe de estar muy ocupada como para escribir durante
estos días. Además, sabes bien que el correo no siempre llega a su destino.
Sus cartas pudieron haberse perdido.
¿Tú crees? - preguntó Annie tratando de asirse a la tímida llama de
esperanza en las palabras de Patty.

Por supuesto querida – contestó Patty dándole confianza – Ahora límpiate


esas lágrimas y deja de estar tan deprimida. Candy estaría muy triste si te
viera así – agregó ofreciendo un pañuelo a su amiga.

Annie tomó el blanco lienzo bordado y se sentó en la mecedora de la Srta.


Pony mientras Patty se sentaba a su pies en el suelo, tomando la mano libre
de Annie entre la suyas. Annie miró distraídamente a los vidrios de la
ventana con sus llorosos ojos cafés. Por un momento parecía que el
constante ruido de los niños había desaparecido para ser remplazado por un
silencio solemne muy inusual en aquella casa. Era como si la singularidad
del momento hubiese
reclamado el corazón de las dos amigas llenándolos con una inesperada
inquietud.

Sabes, Patty – susurró Annie con voz inexpresiva.

¿Si?

A veces . . . a veces me odio – dijo Annie abruptamente, para luego


esconder el rostro entre sus manos y dejar que sus sollozos corrieran libres
desde su garganta.

Patty miró a su amiga sin creer lo que había escuchado. En los casi cinco
años que tenía de conocer a Annie, Patty nunca había escuchado a la joven
de cabellos oscuros decir palabras tan amargas

¿Qué estás diciendo Annie? – preguntó Patty aún pasmada.

Annie alzó los ojos para mirar a los de Patty. En sus profundidades, olas de
arrepentimiento y dolor se podía leer.

Me odio, Patty –. Repitió tristemente – No soy quien todos creen.

Pero Annie . . .¿ Qué quieres decir con eso? –– se preguntó Patty alarmada y
sosteniendo las manos d Annie con fuerza.

Soy sólo una mocosa malcriada, Patty – gritó Annie – ¡Una mocosa que
traicionó a la persona que más me ha amado!

¡Annie! – jadeó Patty conmocionada por la inesperada confesión - ¿De


dónde sacas esas ideas? Tú eres una de las mejores personas que jamás he
conocido.
Piensas eso porque no me conoces realmente bien, Patty – replicó Annie
poniéndose de pie y moviéndose hacia la ventana - ¿Ves este hermoso
vestido?- preguntó ella tomando la fina falda de tratan escocés que Archie
le había dado como regalo de cumpleaños – Bueno, pues no debería de
estar usándola. La casa en que vivo, la educación que recibí, mis padres, mi
novio y aun mi futuro, todo eso que tengo no me pertenece ¡He robado
cada cosa que tengo!- terminó con voz temblorosa.

¿Robado? – preguntó Patty - ¡Annie! No entiendo por qué te estás


atormentando diciendo todas esas cosas.

¡Yo robé esta vida, Patty! ¡Se la robé a Candy! – Annie exclamó entre
sollozos.

Patty, aun sin pista alguna, abrazó a Annie ofreciéndole su aceptación


incondicional a pesar de la culpabilidad incomprensible que Annie estaba
revelándole.

Está bien, Annie – murmuró Patty.

¡Oh Patty! Todas las penas que Candy ha sufrido debieron de haber sido
mías. Yo . . . yo . . . fui adoptada porque ella se negó a aceptar la oferta de
mi padre – Annie confesó – mi padre quería adoptar a Candy, pero yo le
rogué a ella que se quedase conmigo, aquí en el Hogar de Pony. Ella quería
tener unos padres tanto como yo; sin embargo, no dudó en renunciar a la
oportunidad de su vida por mi. Al contrario, cuando ellos me pidieron que si
yo quería ser su hija . . .Yo . . .Yo . . . no me negué. ¡Oh Patty! ¡Usurpé el
lugar de Candy en la vida!

Patty que estaba mirando a Annie de frente en ese momento al tiempo que
la sostenía de los hombros no dio crédito a sus oídos en un principio, pero
después del primer impacto causado por la culpable revelación de Annie,
Patty logró articular algunas palabras de consuelo.

¡Annie! Eras sólo una niña en ese entonces ¿Qué edad tenías entonces,
cinco o seis años?

Eso no cuenta, Patty, Candy era de la misma edad y por si eso fuera poco,
después de mi adopción obedecí a mi madre cuando me ordenó que dejara
de escribir cartas para Candy, y más tarde, cuando me la encontré en la
mansión de Neil y Eliza en Lakewood, pretendí no conocerla y aun cuando
Candy estaba en problemas en ese momento, yo no hice nada para
ayudarla. Finalmente en el Colegio . . . tú ya sabes esa historia ¿No es así?

¡Annie! Todo lo que tú dices está en el pasado y estoy segura de que Candy
ni se acuerda de eso – le reconvino Patty – no debes estar culpándote por
tus errores pasados. Eso se acabó ¿Por qué no solamente enfrentas el
presente y gozas de todas las cosas que los sacrificios de Candy te han
permitido tener?
¡No puedo, Patty! - dijo Annie volviendo el rostro sin poder sostener la
mirada oscura de Patty – mientras Candy no haya encontrado la felicidad yo
siempre me sentiré culpable.

Annie se movió otra vez hacia la ventana hasta que sus manos estaban
desempañando los vidrios de modo que ambas pudiesen ver bien la colina y
el viejo árbol en la cumbre.

¿Quién te dice que Candy no es feliz con su vida, Annie? – preguntó Patty –
ella no vive en una gran y hermosa casa porque así lo ha decidido, ama su
independencia más que al dinero y los lujos. Candy hace lo que se le antoja,
tiene la profesión que ella misma escogió y disfruta la vida más que tú y yo
juntas.

¿Y una familia? – preguntó Annie, como si solamente estuviese hablando


consigo misma - ¿Dónde están el padre y la madre que ella siempre soñó?
¿Y qué del amor? ¿Qué de los jóvenes que ella ha amado? Uno está muerto
y el otro . . . Si ella hubiese aceptado a Archie en lugar de empujarlo a mis
brazos. . .

¡Ya detente, Annie! – gritó Patty profundamente escandalizada por la


dirección que habían tomado los pensamientos de Annie - ¿No ves que esas
cosas no fueron tu culpa? Culpa a Dios o al destino si quieres encontrar
responsables, pero no coloques sobre tus hombros una culpa que no te
corresponde. Candy nunca estuvo interesada en Archie, y tú lo sabes bien.
Es verdad que ella jugó a la casamentera entre ustedes dos y que ignoró
los flirteos de Archie, pero eso no fue sacrificio alguno de su parte porque
ella ya se había enamorado de Terri para entonces . . .Lo que sea que haya
pasado entre Terry y Candy después no fue algo que estuviese bajo tu
control. La separación de ellos dos fue decisión de ambos y no te puedes
culpar por cada evento desafortunado que le sucede a Candy.

¿Pero por qué ella? – se cuestionó Annie alzando sus ojos como buscando
una respuesta ene el cielo azul - ¿Por qué todas las cosas más tristes le
pasan a ella? Ella solamente merece lo mejor por ser la gran mujer que es.

En eso estás en lo correcto – dijo Patty asintiendo ligeramente con lágrimas


en los ojos – Pero una vez escuché que Dios solamente nos permite padecer
aquellas pruebas que podemos soportar, ni más, ni menos. Es por eso que
ella está en Europa ayudando a los heridos , al mismo tiempo que tú y yo
estamos aquí, en este pacífico lugar. Ni tú ni yo seríamos de ayuda en
Francia, pero podemos tratar de ser útiles aquí mismo.

¡Candy! – suspiró Annie – Ella siempre está haciendo las cosas más
atrevidas mientras que yo solamente me quedo a un lado mirando
pasivamente cómo ella ilumina todos los lugares a donde va. Ha crecido
fuerte, protectora, impávida y noble como nuestro padre árbol – añadió con
los ojos adheridos a la colina cercana – No sabes cuánto rezo cada día
porque Candy encuentre el verdadero amor y logre tener su propia familia,
justo como ella siempre soñó. No me sentiré tranquila hasta que eso pase.
¡Annie!- balbuceó Patty sin saber qué decir porque ella también anhelaba lo
mejor para su amiga.

Las dos muchachas permanecieron de pie mirando por la estrecha ventana


hacia la colina blanca, sin decir palabra. El árbol de Navidad había quedado
olvidado detrás de las dos . . . Después de todo, Candy no estaba ahí para
poner la estrella en la punta.

Candy entró en la tienda en indignada carrera. Como de rayo se dirigió a su


maleta, la cual descansaba inocentemente sobre la cama vacía. Con
movimientos iracundos abrió el equipaje sacando de él un uniforme blanco y
su segundo y último par de botas. Con la misma violencia de gestos se quitó
el uniforme verde que estaba usando sin siquiera importarle que sus
pacientes
masculinos estaban dormidos en la misma tienda y podían despertarse en
cualquier momento. Sin embargo, fue sólo Julienne quien se despertó con
los ruiditos embravecidos de Candy mientras se vestía y el enojado
monólogo que musitaba.

¡¿Qué estoy haciendo aquí?! ¡¿ Qué estás tú haciendo aquí, muchacho


tonto!? - se preguntaba Candy en voz alta - ¡Cuestión de honor! ¡JA! ¡Qué
estupidez!
Julienne miró con sus estupefactos ojos color ámbar cómo los dedos de
Candy temblaban nerviosamente mientras trataba de abotonarse el
uniforme y atarse las agujetas de las botas. Con cada movimiento sus labios
producían una queja incomprensible dirigida hacia un interlocutor
imaginario, pero cuando finalmente ella hubo terminado con su atuendo,
sus ojos se congelaron sobre la ropa masculina que yacía sobre la cama. Se
sentó abruptamente en el catre y tomando la camisa entre sus manos
enterró el rostro en la tela permaneciendo en la misma posición, casi
inmóvil, por un rato. Cuando finalmente descubrió sus delicadas facciones
sus ojos estaban llenos de lágrimas.

El grupo se quedó en el campamento americano por más de 48 horas.


Durante todo ese tiempo Candy se ocultó en la tienda que les había sido
asignada, dedicándose a atender la pierna de Flammy y luchando
desesperadamente en contra de sus deseos de ver otra vez a Terri. Pero
como ella estaba convencida de que era mucho más seguro, tanto para su
honor como para su lastimado corazón, permanecer lejos de él, resistió la
tentación.
Por su parte, Terri trató de verla de nuevo por diferentes medios, pero
después de que Julienne le regresó su ropa y botas, creyó que Candy estaba
aun enojada con él y por lo tanto nunca se atrevió a visitarla en la tienda
que ella compartía con sus pacientes. Uno de sus abiertos despliegues de
rechazo había sido ya suficientemente doloroso para él. El tercer día
después de la inesperada llegada de Candy al campamento el Capitán
Jackson ordenó alistar un camión para transportar al equipo médico a París.
El clima era entonces mucho más favorable y no era
conveniente perder más tiempo. Jackson decidió que, siendo que el camión
médico estaba totalmente arruinado, era entonces necesario proveer uno
nuevo así como un chofer quien pudiese, al mismo tiempo, conducir y servir
de escolta para las damas.

Para gran pesar de Candy el hombre que había sido asignado para llevarlos
a París no era otro que Terri. Semejante elección no había sido casual. El
mismo Terri había solicitado ser asignado y Jackson no le negó la petición
porque estaba particularmente divertido por el cambio abrupto en las
actitudes del joven. “Es increíble lo que una mujer puede hacerle a un
hombre” se decía el capitán. Era obviamente demasiado viejo como para no
darse cuenta de lo evidente.

La mañana del 18 de diciembre, los heridos estaban ya instalados en la


parte trasera del camión pero todavía estaba por decidirse el asunto
referente a quién de las dos enfermeras viajaría en el asiento delantero. No
obstante, el estado de Julienne no le dejó a Candy oportunidad de elegir. La
rubia no se estaba sintiendo muy bien tampoco; de hecho, su resfriado se
había convertido en influenza y empezaba a experimentar los efectos de
una temperatura ligeramente por arriba de lo normal, pero la tos de Julienne
tampoco mejoraba, y como en la parte trasera del autobús había un
pequeño calentador el doctor le había recomendado viajar con los demás
enfermos.

Todo eso resultó en que Candy y Terri viajarían juntos y solos en la cabina
del conductor por el resto de la jornada. La sola idea les hizo temblar a
ambos, pero por razones diferentes.

Al principio fue terriblemente incómodo soportar el tenso silencio entre los


dos. Pero Candy sabía que el empezar una conversación podía llevarles a
situaciones aun más peligrosas. Lo último que quería era a Terri hablando
de su vida. Ella no deseaba escuchar cómo él se había casado con Susana,
o pero aún, cuando habían tenido su primer hijo. Así que, a pesar de que
sentía mucha curiosidad por saber las razones que Terri había tenido para
enrolarse en el ejército, prefirió cerrar la boca y simplemente mantener los
ojos fijos en el horizonte.

Por el contrario, Terri ansiaba preguntar por cada detalle, aun esos que él
sabía le dolerían más, y especialmente por ese asunto que le estaba
picando en el alma y que aun no había resuelto. Desafortunadamente,
después de que hubo reunido el coraje para romper el silencio se volvió
para ver a Candy y descubrió que ella se había quedado dormida como un
ángel.

Fue entonces cuando Terri pudo darse el lujo de detener el camión por un
instante y regalar a sus ojos con la visión de la mujer que había obsesionado
sus noches y días desde los años de su adolescencia. El cabello de ella se
empezaba a soltar del lazo que lo sujetaba en una cola de caballo y sus
gruesas pestañas proyectaban suaves sombras sobre sus mejillas. Terri
pensó en los profundos iris verdes que esos párpados ocultaban y concluyó
que la esmeralda de su anillo era solamente una pobre imitación de los
iridiscentes ojos de Candy. Había soñado por largo tiempo con verse de
nuevo en esos acuosos estanques para saciar la sed de su corazón, pero
ahora que ella estaba tan cerca de él, no podía compartir con ella los
sentimientos que inundaban su alma.

La cabeza de Candy descansaba en su abrigo negro, extendido como


almohada sobre la ventanilla del camión, y sus brazos estaban cruzados
como si estuviese abrazándose a sí misma. Terri reclinó el torso
suavemente sin poner atención a las miles de campanas que empezaron a
repicar en su cabeza, como una clara advertencia en contra de lo peligroso
de sus movimientos. Se acerco lo suficiente como para ver una delicada
vena que cruzaba por el cuello de ella, suficientemente cerca como para
inhalar la fragancia de rosas que él sabía bien ella siempre usaba, tan cerca
como para rozar uno de los hombros de ella con su propio abrigo de lana.
Llegó, inclusive, a levantar una mano para buscar un toque, solamente un
suave y ligero toque de una de sus mejillas, pero unos centímetros antes de
que sus dedos pudiesen alcanzar la suave piel, sus voces internas gritaron
más alto que su deseo y abortó la caricia antes de que pudiese haber
recibido ese nombre.

No es honorable – sentenció, y reiniciando el motor una vez más continuó el


largo camino hacia París. Si Terri se hubiese atrevido a tocar la mejilla de
Candy se hubiera dado cuenta de la fiebre que estaba empezando a
encenderse en el cuerpo de la joven.

No fue sino hasta un par de horas después que Candy se despertó sintiendo
una sed insaciable junto con una ligera irritación en los ojos. El bosque
había desaparecido para dar lugar a una vasta planicie. Sobre sus cabezas
el sol comenzaba a ocultarse sobre el horizonte blanco. La atmósfera era
tan plácida y abrumadoramente bella que Candy olvidó su enojo y recobró
las fuerzas para hablarle al hombre que estaba a su lado.

¿Cuándo crees que llegaremos a Paris, Terri? – preguntó ella suavemente e


ignorando el efecto de sus palabras.

El joven volvió la cabeza lentamente para verla. En su estómago un ejército


de mariposas parecían revolotear por todos lados. “¡Me llamó Terri!”
canturreó una voz interna con gozo inesperado, un gozo que apenas pudo
controlar.

Estaremos ahí esta noche – logró contestar él con voz enronquecida - ¿Estás
ansiosa por regresar? – preguntó casualmente.

De hecho, sí – replicó ella mirando a través de la ventana cómo el paisaje


nevado empezaba a reflejar la luz del sol poniente – Estoy preocupada por
Julienne, necesita descanso y medicina para su tos, entre más pronto mejor.
Siempre preocupándote por los demás ¿No? – dijo él sonriendo por la
primera ocasión en largo tiempo.

Candy bajó los ojos tímidamente, en parte por las palabras de Terri pero
también porque sabía que las sonrisas del joven eran gemas raras que él
ofrecía solamente a sus seres más queridos.

Todavía recuerdo cómo siempre estabas cuidando de esas amigas tuyas –


agregó Terri atreviéndose a hablar del pasado que les unía – la chica tímida
con ojos grandes y la gordita de anteojos.

Patty no está “gordita” – defendió Candy, sabiendo bien que Terri estaba
jugando con ella. Esta vez, también para Candy el juego resultó placentero
– Ella se ha vuelto una dama muy distinguida y encantadora.

Y supongo que Annie es muy refinada también – dijo él entre risas burlonas
– Eso si alguna vez se atreve a salir de su casa sin morirse de miedo por
todo.

Te sorprenderías de ver cómo ha crecido y madurado, Sr. Seguridad –


contestó ella levantando una ceja.

¡Fiiiuuu! – Silbó el joven fingiendo sorpresa – y supongo que no ha soltado a


su catrincito tampoco ¿Cómo está él, a propósito? – preguntó Terri con un
ligero cambio en el tono de su voz. Muy en el fondo, a un nivel
inconsciente, Terri todavía mantenía ciertos sentimientos de desconfianza
hacia Archie, los cuales no se habían desvanecido ni con los años ni con la
distancia.

Está estudiando leyes ahora – replicó ella con orgullo – se graduará el año
que viene.

Leí acerca de la muerte de su hermano hace unos años – mencionó Terri en


un tono más serio – realmente lo lamenté, él era un gran tipo.

Sí, en verdad – contestó Candy con voz entristecida que no le gustó a Terri,
razón por la cual se apresuró a sacar un tema más alegre.

También leí en los periódicos acerca de Albert – añadió suavemente – Fue


una noticia impactante el saber que el hombre que una vez conocí era nada
más y nada menos que el Sr. William A. Andley.

Fue impactante para mi también – replicó Candy con una risita – pero ya me
he habituado con el tiempo. ¡Oye! – dijo ella con asombro – parece que te
has enterado de muchas cosas sobre nuestra familia a través de los
periódicos.

Bueno, no exactamente - masculló Terri repentinamente entristecido – lo


que te he dicho es todo lo que se . . . De hecho, eso fue hace unos dos o
tres años, ahora ya no leo los periódicos.
¡Es curioso! Tampoco yo los leo – mencionó Candy con acento distraído, un
poco perturbada por la certeza de que ella tenía una buena razón para
evitar cualquier clase de periódico o revista, siempre temerosa de encontrar
noticias sobre su famoso interlocutor y la mujer que ella pensaba sería su
esposa para entonces.

¿Cómo estás? – preguntó Terri en un susurro que acarició los oídos de ella
con una brisa cálida – Quiero decir, ¿Cómo has estado en todo este tiempo,
Candy? – preguntó Terri una vez más casi como una súplica.

He estado bien, Terri, muy bien – mintió ella y la conversación decayó por
un instante porque ella no se atrevió a hacerle la misma pregunta.

El camión dobló una curva y justo después de ella los jóvenes pudieron ver
en la distancia una
gran masa de agua moviéndose lentamente en un enorme torrente. Era el
río Sena, una clara señal de que estaban acercándose a París.

El atardecer estaba entonces en su momento más hermoso. Las luces rosas,


amarillas, púrpuras, naranjas y color durazno de la tarde coloreaban la tierra
emblanquecida y el bello rostro de Candy con matices multicolores. En el
horizonte, el cielo azul, casi encendido en llamas por el adiós del sol, se
confundía con las cerúleas profundidades del Sena.

Increíblemente hermoso – pensó Terri y por un extraño efecto mágico sus


pensamientos volaron hacia los oídos de Candy a través del viento invernal.

Sí, es realmente hermoso – replicó Candy con voz audible y sonrió.

El corazón de Terri dio un vuelco cuando se dio cuenta que en una


experiencia psíquica ella había alcanzado sus pensamientos por un
segundo, sin darse cuenta. Eso les había pasado antes, o al menos él creía
que había sucedido en una ocasión, en una callada tarde en Escocia. Casi
había olvidado el suceso, pero ahora era más claro que nunca antes.

La mirada constante, la sonrisa perfecta, la palabra precisa – pensó Terri –


¿Por qué todo tiene que ser tan perfecto cuando estoy con ella? ¿Siente ella
lo mismo? ¿Siente lo mismo. . . cuando está con él? – una vez más su mente
le jugaba rudo llevándolo de nuevo al la negra brecha que él quería evitar.

El sol desapareció finalmente en el horizonte pero las luces distantes de


París lo remplazaron pronto. Terri y Candy suspiraron internamente cuando
miraron el destello titilante de la ciudad. Sabían que su adiós se estaba
acercando ¿Sería esta vez adiós para siempre?

El corazón de Terri estaba latiendo con tanta fuerza que el joven tenía
miedo que ella lo notara, pero mirando de reojo a la muchacha pudo
entender que ella estaba demasiado absorta en sus propios pensamientos
como para percatarse del bullicio interno del joven. “¡Pregúntale ahora!” le
gritó una voz interior, “Hazlo ahora o nunca lo sabrás . . . y tú necesitas
saber”.

Candy – dijo él finalmente con voz temblorosa – Yo . . .yo quiero disculparme


por mi rudeza el otro día. Creo que no logré dar a entender lo que realmente
quería decir – comenzó mientras Candy abría los ojos con perplejidad,
totalmente asombrada ante las palabras de Terri. Lo último que ella
esperaba era que él se disculpara por su comportamiento, eso no era muy
típico en el arrogante Terri y ella lo sabía.

Está bien, Terri – replicó la joven – yo tampoco fui muy amable.

Candy, yo no quería dar a entender que las mujeres no son suficientemente


capaces como para ser útiles en esta guerra - continuó él con el corazón
temblándole – yo sólo . . . me preguntaba . . . por favor no me
malinterpretes . . . me preguntaba cómo fue que tu esposo te dejó venir a
Francia, quiero decir, si yo fuese él . . .

¡¡¡¿¿ESPOSO??!!! – Candy exclamó en shock sin dejar a Terri terminar su


frase - ¿De dónde sacaste esa idea Terri? ¡¡Yo no estoy casada!!

Terri detuvo el camión pisando a fondo el freno con todas sus fuerzas.

¡¡¡No estás casada!!! – dijo él con renovada furia en los ojos – Por favor
Candy, no juegues conmigo sobre eso. ¿Crees que soy tan estúpido como
para no darme cuenta de esos anillos en tus dedo? – y diciendo esto Terri
tomó con fuerza la muñeca izquierda de Candy jalando a la muchacha hacia
él hasta quedar peligrosamente cerca – ¿Podrías decirme por favor, Sra. De
No Se Quién, qué significan este anillo de diamantes y esa argolla
matrimonial? – explotó él dejando salir toda su frustración.
Candy se dio cuenta súbitamente que Terri había visto los anillos que el Dr.
Duvall le había dado antes de morir, de algún modo el joven había supuesto
equivocadamente que se trataba de los anillos de compromiso y bodas de la
joven. Pero lo que ella aun no entendía era la razón que él tenía para estar
tan molesto. Ella había visto esa expresión en su rostro antes . . . ¿Cuándo
había sido?

Terri, estás equivocado – se apresuró ella a aclarar – Estos anillos no son


míos, más bien me los dio una respetable caballero que murió en mis brazos
en el frente – dijo sacándose los anillos del dedo – ¡Mira la inscripción
adentro!

Terri, aún receloso, tomó la argolla que Candy le estaba dando y miró a
unas letras y números grabados al interior del anillo:

‘Marius et Lucille. Avril 14, 1893’

La cabeza del joven empezó a sentirse terriblemente mareada cuando


finalmente despegó los ojos del anillo.

¿Cómo puede ser esto? – preguntó atontado – Yo estaba seguro de que te


habías casado hace más de un año ¡Lo leí! – dijo devolviendo el anillo a su
dueña.

¿Lo leíste? – preguntó Candy perpleja - ¿Cómo puede ser eso?

Yo. . . yo . . – tartamudeó Terri – leí en el periódico que te ibas a casar. Era


solamente una breve nota diciendo que la Srita. Candice White Andley se
había comprometido con un joven millonario y que seguramente contraería
matrimonio muy pronto; sin embargo, no se mencionaba el nombre de él.
Después, cuando te vi usando esos anillos supuse que efectivamente te
habías casado.

Bueno, pues obviamente fue un error, porque yo nunca he estado


comprometida . . . – ella se interrumpió abruptamente – Espera un
momento, creo que entiendo de dónde sacaste esa idea - dijo Candy
chasqueando los dedos. Entonces empezó a reírse a carcajadas dejando a
Terri en una confusión mayor.

¿Qué te parece tan gracioso? – preguntó Terri algo molesto.

Verás, Terri, ¿Te acuerdas de Neil? – preguntó ella.

Desafortunadamente – replicó el joven contrariado por la mera mención del


hombre que según él, era el más aborrecible de todos los seres humanos
que había conocido.
Entonces tú también encontrarás muy gracioso este asunto – dijo ella aún
riéndose – ¿Puedes creer que el retrasado mental ese tuvo la idea de
enamorarse de mi.. de entre todas las mujeres? – estalló ella en más
carcajadas.

Muchas emociones cruzaron por la cara de Terri pero ninguna de ellas


podría haber sido calificada como diversión. El imaginar a Neil persiguiendo
a Candy no representaba un asunto gracioso para él.

Eso nos dice que Neil no es tan estúpido como alguna vez creí – comentó
Terri sin darse cuenta del cumplido implícito en sus palabras – pero no me
parece tan gracioso como tú pareces tomarlo.

Es verdad que no lo encontré gracioso tampoco cuando sucedió,


especialmente cuando él y su hermana trataron de forzarme a un
matrimonio arreglado. ¿Puedes imaginarte eso? – dijo ella poniéndose seria.

¿Quieres decir que ese maldito bastardo trató de ponerte sus sucias manos
encima? – preguntó él visiblemente enojado.

Candy vio de nuevo ese brillo colérico en los ojos de Terri y finalmente pudo
identificar el momento que ella había visto la misma expresión en sus ojos
por primera vez. Había sido en el Blue River, el mismo día en que él le había
preguntado sobre Anthony.

Bueno, ellos nunca pudieron salirse con la suya – replicó ella


inmediatamente para calmarlo – Albert nunca les hubiera permitido
forzarme a hacer algo que no quiero. Pero lograron publicar un artículo en
los periódicos locales sobre el supuesto compromiso, esa es la nota que tu
debes haber visto – concluyó ella – Nunca he estado comprometida en
matrimonio con nadie, te lo puedo jurar, y no había necesidad de que
usaras un lenguaje tan vulgar frente a una dama, Sr. Grandchester –
terminó ella regañándolo.

Terri la miró, todavía demasiado pasmado como para disculparse por haber
llamado a Neil maldito bastardo haciendo gala de su inglés británico vulgar.
De hecho, a Terri no le hubieran podido importar menos mil Neils o un
millón de bastardos que este mundo pudiese tener. La verdad es que la
Tierra completa pudo haberse colapsado justo en aquel momento y él no lo
hubiese notado ni un tanto ¡Ella no estaba atada a ningún hombre! ¡Era
libre! ¡Después de todos
esos años, y ella era aún libre! Terri no sabía si debía reír o llorar en ese
momento.

Terri – le llamó Candy por tercera vez.

¿Si? – replicó él finalmente.


Dije que debemos continuar el viaje – sugirió ella realmente confundida ante
los volubles cambios de comportamiento en Terri.

¿Qué es lo que le pasa? – se preguntó ella internamente – Siempre ha sido


impredecible, pero esto ya es demasiado, se pone parlanchín y juguetón un
rato, luego se enoja, y más tarde ni siquiera nota que estoy aquí. No se
cuánto más mi pobre corazón pueda soportar estas condiciones.

Terri encendió el motor de nuevo y así continuaron su camino bajo el cielo


nocturno de París.
Una vez más el más profundo silencio les invadió junto con una honda
tristeza. Los dos sabían bien que el fin de aquel viaje juntos estaba a punto
de terminar. Una vez que llegaron a la ciudad Candy empezó a indicar a
Terri el camino hacia el hospital y de alguna forma el hecho de enfrascarse
en esa tarea aligeró la atmósfera entre los dos. Candy empezaba a sentirse
mareada al tiempo que la fiebre la invadía, pero la responsabilidad que aun
le pesaba sobre los hombros la mantenía despierta y alerta. Estaba resuelta
a llevar a sus pacientes y amigas a un lugar seguro, tan pronto como ellos
estuviesen descansando en camas cálidas y limpias con doctores y
enfermeras para cuidarlos, entonces ella podría tomar el descanso que
necesitaba.

Toma esta calle ahora – dijo ella – estaremos ahí enseguida.

Tomaron una ancha calle y pasaron un callado parque, el mismo en que


Candy e Yves habían tenido su última conversación antes de que Candy
partiese para el frente. Finalmente, un par de cuadras más adelante,
pudieron avistar el gran edificio hacia el cual se dirigían. Candy no sabía si
sentirse feliz porque su odisea había terminado al fin, o terriblemente herida
por la separación cruel que estaba a punto de enfrentar.

Estacionaron el camión y mientras Terri se apeó para comunicarles a los


pasajeros que habían llegado a su destino finalmente, Candy corrió hacia el
hospital para pedir la ayuda que necesitaban para transportar a los heridos.
Un segundo después todo pasó demasiado rápido y confusamente. Terri se
sintió casi como un inútil entre el ejército de enfermeros que aparecieron de
la nada para llevarse a los pacientes. Entre la confusión Terri pudo ver que
Candy se reclinaba sobre el camión como si estuviera a punto de
desmayarse.

¿Estás bien Candy? – preguntó él preocupado.

Sí, estoy bien – dijo ella en un murmullo, sin saber realmente si tendría o no
las fuerzas necesarias para decir las palabras que sabía debía decir –
Yo . . .yo realmente aprecio tu ayuda en todo este asunto, Terri . . .

No tienes que hacerlo – dijo él sintiendo que las lágrimas empezaban a


avanzar en su camino hacia sus ojos.
Sinceramente espero que esta guerra . . . – continuó ella con débil voz –
termine pronto . . . y que tú . . . tú . . . puedas volver a casa . . con . . . con
tu esposa, Susana – terminó ella sin poder ocultar su tristeza.

¿Mi esposa Susana? – preguntó él frunciendo el ceño – Candy, nunca me


casé con Susana, ella murió hace un año – dijo él llanamente.

¡Ella murió! – logró decir Candy antes de que su cabeza empezara a darle
vueltas violentamente hasta que caer desmayada en brazos de Terri.

¡CANDY! ¡CANDY! – la llamó él desesperadamente mientras levantaba el


cuerpo de la muchacha en sus brazos.

Terri corrió con la joven desmayada en dirección del hospital pero no


necesitó gritar por ayuda largo tiempo porque fue inesperadamente
interceptada por un joven doctor que corrió a encontrarles en el vestíbulo
del hospital.

¡Candy! – gritó el médico con una mezcla de felicidad y preocupación en la


voz - ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado? – se preguntó sin siquiera mirar a Terri.
Solamente le tomó un segundo arrancar a la joven de los brazos de Terri,
quien a pesar de su renuencia a separarse de la joven tuvo que dejarla ir
sabiendo que aquel extraño frente de él podía ayudarla en una forma en
que él no eran capaz. El hombre de la bata blanca despareció en el laberinto
del hospital tomando a Candy en sus brazos, mientras Terri permanecía en
el vestíbulo sin saber qué hacer con su corazón inquieto.

Terri aguardó en la sala de espera por cerca de una hora, después de ese
tiempo un rostro familiar apareció enfrente de él. Terri reconoció a una de
las enfermeras que viajaban con Candy, la misma que le había devuelto su
ropa. Era Julienne.

Ella estará bien, sargento – comenzó la mujer tímidamente – todavía tiene


fiebre, pero es muy fuerte y recibirá toda la atención que necesita. El
tiempo que pasó bajo la nieve fue muy dañino.

Entiendo – dijo Terri roncamente – ¿Usted . . . cree . . . que pueda verla, . .


quiero decir. . . verla antes de partir?

Julienne no pudo evitar el sentirse conmovida por la mirada preocupada del


joven y le correspondió con una sonrisa de simpatía.

Por supuesto, sargento – replicó - supongo que tiene que unirse a su


batallón lo antes posible.

Así es señora – aseveró él – partiré tan pronto como pueda ver a la Srta.
Andley.

Entonces sígame – dijo ella empezando a moverse entre los corredores.


Caminaron a lo largo de los inmensos pasajes blancos por un momento, el
más completo silencio parecía reinar en derredor, pero de vez en cuando un
gemido masculino desde algún lado parecía romper la quietud de la noche.
Finalmente llegaron a un pasillo estrecho que llevaba a los dormitorios de
las enfermeras. Julienne se detuvo para señalar una de las puertas,
indicando que Candy se encontraba en aquel cuarto.

Ella debe estar aun dormida por el medicamento que le dio el médico, pero
puede permanecer con ella tanto como quiera – dijo Julienne amablemente –
Ahora, si me disculpa, tengo que entregar un reporte acerca de los heridos
que trajimos – la mujer asintió y desapareció entre los corredores.

Terri se acercó a la puerta y se dio cuenta de que estaba entreabierta. Pudo


percibir una suave voz masculina que salía del cuarto hablando en Francés.
Terri empujó la puerta suavemente para ver claramente la escena que lo
apuñaló por la espalda. El mismo joven médico que se había encargado de
Candy estaba cerca de la cama de ella sosteniendo la mano de la rubia
dormida.

Mon amour, – decía el hombre en un tierno susurro – Tu iras bien, je vais te


soigner avec mon cœur, et puis tu vas sourire comme toujours – (Mi amor,
te vas a mejorar, voy a cuidarte con todo mi corazón y después vas a volver
a sonreír como siempre)

Terri deseó ni haber entendido las palabras ni haber visto el amor puro en
los ojos del joven, quien no era otro que Yves. Pero su padre le había
obligado a tomar clases de Francés por largos años y su corazón reconocía
muy bien esa sensación de escozor que tenía cuando un rival potencial
aparecía, como para no entender lo que estaba pasando ante sus ojos.

Terri tocó la puerta para hacerle saber a Yves sobre su presencia. Los ojos
de ambos hombres se encontraron y en un segundo cada uno pudo leer el
mensaje escrito en la mirada del otro.

Disculpe, señor – dijo Terri con su mirada más fría – me gustaría saber cómo
está la señorita Andley.

Yves sintió un escalofrío en la piel cuando la voz profunda de Terri se hundió


en sus oídos. Repentinamente el arrogante hombre en frente de él parecía
ser la criatura más desagradable del planeta, alguien que él debía mantener
lejos de Candy, pasara lo que pasara.

Ella estará bien – dijo Yves dejando la silla en la que se hallaba sentado –
Está bajo el cuidado de manos profesionales, señor – terminó al tiempo que
bloqueaba la entrada para Terri.
Ya veo – murmuró Terri mirando a Yves con franco desdén – Realmente
espero que ustedes hagan bien su trabajo por aquí, porque la dama que
está ahí merece sólo lo mejor, especialmente después de todas las cosas
que ha tenido que pasar últimamente.

Puede estar seguro de eso – replicó Yves cerrando la puerta.

Terri sintió un irresistible deseo de empujar al hombre que le estaba


negando el derecho de estar al lado de Candy al menos por unos minutos
antes de su partida, pero entonces sus voces internas le hicieron darse
cuenta que aun cuando alguna vez él había tenido derechos sobre Candy
era muy probable que ese hombre frente a él pudiera ser el presente dueño
de tales privilegios.

“ No me he comprometido con nadie” había dicho Candy durante el viaje,


pero ella no había mencionado las palabras “salir con alguien”, “tener
novio” o “inclusive amar al alguien” . . . . ¿Por qué un hombre se dirigiría a
una joven del modo en que este doctor lo había hecho cuando pensaba que
estaba a solas con la bella durmiente en aquel pequeño cuarto?

¿Podría este hombre significar algo para Candy? Esa pregunta amartillaba
en la cabeza de Terri con golpes tan inmisericordes que no logró articular
más palabras y solamente se dio la vuelta tomando su oscuro camino hacia
la salida del edificio.

Cuando estaba aún caminando entre los interminables corredores Julienne


corrió a alcanzarlo.

Señor – le llamó ella – ¿Cómo la encontró? – preguntó inocentemente.

Muy bien cuidada, creo yo, señora – dijo él tristemente.

Ya veo – musitó ella entendiendo que Yves había estado con Candy cuando
el sargento había entrado al cuarto.

¿Podría hacerme un favor, señora? – preguntó él melancólicamente.

Sí por supuesto.

Cuando ella despierte dígale . . . – empezó él pero luego se detuvo dudoso –


pensándolo bien . . . no le diga nada – terminó el haciendo un saludo con la
cabeza para luego desparecer en la noche helada.

Capítulo 7

Más fiel de lo que me proponía ser


“¿ Qué es más alto para el espíritu: sufrir los golpes y dardos de la
insultante fortuna,
o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente,
acabar
con ellas? ¿Morir . . . , dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño damos
fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la
herencia de la carne! ¡He aquí un término para ser devotamente deseado!
¡Morir . . . , dormir! ¡Dormir!. . . ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo!
Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden
sobrevenir en
aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la
vida.
¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al infortunio! . . . .”

William Shakespeare en Hamlet

Una oscura figura salió del hospital cubierta por las sombras de la noche.
Aún en la lóbrega bruma y desde cierta distancia, era claro para el
observador casual que se trataba de un hombre caminando decididamente
con trote apurado y nervioso. Si el observador hubiese sido un poco más
preciso se hubiera podido dar cuenta de que el hombre era alto y se movía
con paso arrogante, cargado de un claro aire de disgusto en cada zancada.
Un observador perceptivo incluso hubiera podido notar que el rostro del
hombre era presa de una pena profunda y el testigo excepcionalmente
sagaz hubiese visto un centelleo de furia en las profundidades de sus ojos.

El hombre, que no era otro que el mismo Terri, se movía con energía hacia
el camión estacionado a unos cuantos metros y en un solo impulso de su
cuerpo abrió la puerta de la cabina, saltó al asiento del conductor y
encendió el motor, conduciendo el camión lejos de aquel lugar tan rápido
como era posible, como si el viento helado que soplaba sobre su rostro
pudiera borrar la agitación de su alma.

El camión devoró las calles a gran velocidad mientras el conductor en la


cabina, musitaba una lista increíblemente rica de insultos e improperios
dirigidos a toda la raza francesa, la cual le parecía en aquellos momentos la
más despreciable de todas. La cara del hombre que acababa de conocer
apareció en su mente arañando su orgullo británico hasta los tuétanos. En
ese momento se sintió absolutamente seguro de que la rivalidad histórica
entre Francia y la Gran Bretaña era la cosa más lógica del mundo, ya que
nadie podría tener una buena amistad con esos aborrecibles vecinos,
quienes tenían la audacia de mirar a las mujeres anglosajonas con una
adoración tan profunda.

¡Un francés! – repitió él - ¡De entre todos los hombres del mundo! ¿Qué no
podía ella haberse encontrado otro hombre en los Estados Unidos?
A pesar de sus embravecidos movimientos los rastros de dolor y furia
ganaban terreno en su corazón mientras el camión recorría la ciudad y al
final esos mismos sentimientos incontrolables le hicieron detenerse en Quai
de Célestins, justo en frente del puente Marie (Quai de Célestins es una
sección del boulevard sobre el río Sena, la famosa iglesia de Notre Dame
puede avistarse fácilmente desde ese punto)

El joven inclinó su cuerpo sobre el volante mostrando claras señales de gran


cansancio. Enterró su rostro en sus brazos y así permaneció en absoluto
silencio por un rato. Cuando de nuevo levantó la frente, las huellas de un
par de lágrimas gruesas podían distinguirse sobre sus mejillas bronceadas.

Se reclinó sobre el asiento y suspirando en frustración terminó abriendo la


puerta para encarar la brisa gélida que barría al ancestral río. Se apeó y
dirigió hacia el puente, sentándose con aire triste en el barandal de piedra,
mirando al negro horizonte sobre Notre Dame. Mil pensamientos
revoloteaban en su mente, hundiendo sus garras sobre viejas heridas que
nunca habían sanado.

¿Cómo continúo con esta existencia lamentable? ¿ Por qué mi corazón no


puede detener sus latidos cuando tiene que soportar semejante amargura?
Ha sido una inmensa y oscura noche . . . desde aquella noche. ¡Cuán
miserable puede hacer a un hombre una sola de sus decisiones! Dos vidas
que viviese no me bastarían para expiar mi culpa.

Después de aquel momento todo ha sido un infierno. Me quedé con Susana


por un breve instante, no sé realmente cuánto, tan nublada estaba mi
mente entonces. Recuerdo que cuando finalmente llegué a casa era pasada
la media noche. No encendí las luces porque no importaba ya cuántas
flamas pudiesen encenderse a mi alrededor, yo estaba seguro de que
permanecería en tinieblas. Me senté en la silla en que ella había estado,
imaginando que estaba aun conmigo. . . Si todo hubiese salido como yo lo
había planeado meses antes, ella hubiese estado ahí, a mi lado . . .

Pero parece que esas cosas no pueden sucederle a un hombre como yo.
Estoy condenado desde el día de mi concepción a ser un alma solitaria.

Recuerdo la calidez de mis propias lágrimas reclamando mis mejillas,


invadiéndome con su sabor salado. Grité, sollocé, di de golpes y patadas a
los muebles, inclusive traté de quemar las cartas que ella me había escrito,
pero una vez que hube arrojado al fuego la primera de ellas corrí enseguida
a rescatarla de las hambrientas llamas. Había renunciado a su amor pero no
iba abnegar de su memoria. Al menos eso era mío todavía.

Esa resolución de mi corazón, totalmente opuesta a las más razonables


medidas que mi mente dictaba, seguramente hizo las cosas más difíciles
con Susana los días que siguieron. Cada vez que estaba con ella solamente
podía pensar en aquella que mi corazón amaba . . .aquella que amo y
siempre amaré.
Todo en Susana parecía deslucido y escueto frente a las deslumbrantes
memorias que yo atesoraba. Las sonrisas de Susana eran tímidas, las de
ella eran siempre brillantes y francas; la conversación de Susana era suave
y calmada, la de ella era vivaz y chispeante; la belleza de Susana era dulce
como una mañana quieta pero no me hacía temblar ni de amor . . .ni de
pasión, la de ella . . . .su belleza es embriagante. Todavía continuo teniendo
esos sueños atrevidos en los cuales la hago mía, solamente para
despertarme sumido en una mayor frustración.

Fue durante una noche, después de uno de esos sueños que siempre
terminan en pesadillas, que empecé a beber. Al principio el alcohol
disminuía el dolor por efímeros instantes; más tarde, solamente incrementó
mi miseria. Desafortunadamente, para entonces yo ya no pude detenerme.

Fue entonces cuando dejé Nueva York. Cuando fui a ver a Susana antes de
mi partida, quería decirle que no podía cumplir con mi promesa de
matrimonio, pero cuando me encontré frente a ella no fui capaz de
confesarle lo que mi corazón calló de nuevo. Le mentí y me mentí a mí
mismo una vez más. Solamente le dije que saldría en un largo viaje y ella ni
siquiera me preguntó cuánto tiempo estaría lejos. Me dio una de sus
miradas afligidas y llenas de adoración pero sonrió estoicamente a pesar del
dolor que era obvio en sus ojos. Sus palabras fueron suficientes como para
incrementar mi culpabilidad de un modo que no pude borrar: “ Te
esperaré”, había dicho ella sin darse cuenta cómo esa simple afirmación me
lastimaría la conciencia a lo largo de los día de mi hundimiento.

¡Cuánto vagué!¡Qué bajo caí! Siempre que hago memoria de esos días que
pasé dejándome ir en mis más oscuras sombras, me siento terriblemente
avergonzado. Veo mi infierno personal en el cual yo era víctima y victimario
y me doy asco. Me hundí y me hundí muy profundamente hasta que toqué
el fondo de mi propio abismo.

¿Qué había pasado con mis sueños? ¿Mi arte? ¿La pujante energía que me
había hecho dejar Inglaterra lleno de esperanzas y planes? ¿Qué había
pasado con la cálida dulzura que mi mente y alma experimentaban al
recitar las maravillosas líneas de Shakespeare? ¿Eran sus versos menos
sublimes que antes? ¿Habían perdido su brillo? Todo parecía sin sentido,
infructuoso, sombrío . . . ¿Descollar en las tablas? ¿Para qué? ¿Mantenerme
virtuoso? No había caso. . .

Alcancé el extremo en el cual no me reconocía a mi mismo, trabajando en


un indecente teatro ambulante, alternando con actores de quinta, recitando
mis parlamentos sin sentirlos realmente.¿Cómo podía fingir los sentimientos
de otros cuando los propios gritaban tan alto dentro de mi en dolor puro? La
pena de verme separado para siempre de aquella persona que mi alma
anhelaba era demasiado fuerte como para dejar espacio a cualquier otra
clase de sentimientos, fingidos o reales.

Fue entonces cuando tuve la visión. Habíamos llegado a Chicago unos días
antes. Dentro, mis entrañas se estremecían de pensar que estaba en la
misma ciudad en que ella vivía. Cuando por primera vez pisé la estación no
pude evitar el recordar el día en que tratamos desesperadamente de vernos
sin éxito. Si hubiese logrado verla aquella noche podría ahora tener algo
más que el recuerdo de un par de besos. . . . pero está bien así porque no
creo merecer ni siquiera las memorias que ya tengo. ¿Cómo podría vivir si
hubiese sido honrado con más? Si las almas de los condenados en el
infierno pudiesen ver la gloria del cielo, su tomento sería aun peor al
descender de nuevo al fuego eterno.

Sentirme tan cerca y tan lejos de ella me hacía más miserable. Tuve la
tentación de verla, hablarle . . .¿Pero cómo podía yo hacer tal cosa? No
hubiese podido soportar la pena de que ella me viese así . . .tan vil y
vergonzante. Si ella guardaba alguna memoria de mi yo quería que ese
recuerdo se mantuviese limpio y digno.

Estas consideraciones mantuvieron mi espíritu tan decaído que bebí aun


más durante esos días. Quería dormir, dormir eternamente . . .y nunca más
despertar . . . Pero cuando se duerme siempre hay la posibilidad de tener
sueños, y yo tuve el mío.

Estaba en el escenario, nunca olvidaré cómo fue, mis líneas se habían


perdido en el olvido, mi voz flaqueaba, la actriz a mi lado balbuceaba sin
sentido y yo no podía entender sus palabras debido a mi borrachera, al
tiempo que la multitud abucheaba mi lamentable actuación. Entonces, entre
el gentío burlón a mi alrededor . . . ¡Vi su rostro!

Por un segundo no pude ni moverme, pensar o respirar. Ella estaba ahí ¡Mi
ángel dorado con pecas! ¡Mi corazón se detuvo ante la luminosidad de su
belleza entre el lugar ensombrecido! ¿De qué estas hecha que tu sola
presencia ilumina mi corazón pesadamente cargado en tan sólo un
segundo? ¿ Qué cuerda de mi alma tocas tan hábilmente que me haces
llegar a mis alturas de este modo?

Como por arte de magia el alcohol se rindió ante mi voluntad y fui


nuevamente yo mismo diciendo mis líneas del modo que merecían ser
dichas ¡Volví a ser yo y ese sentimiento era absolutamente placentero! La
muchedumbre debió haberlo sentido porque detuvo su rechifla y escuchó
mis palabras sin poner atención a la pobreza del escenario, la mujer gorda y
vieja que se suponía era mi compañera en escena o lo inapropiado de los
trajes que vestíamos.

Cuando terminé mi parlamente el rudo público aplaudió y yo me incliné para


agradecerle su reconocimiento. Cuando levanté mis ojos la busqué en la
multitud, pero la visión había desaparecido. No así el efecto de su
presencia. El entendimiento penetró en mi y pude ver la bajeza de mi caída
bajo la luz que ella me había traído.

¿Qué era lo que estaba haciendo yo conmigo mismo? ¿Por qué ella me
había lanzado una mirada tan intensa? ¿Era acaso desaprobación o tristeza?
Cualquiera de las dos cosas, viniendo de ella, no las podía soportar. Sentí
que la estaba haciendo sufrir con mi conducta, porque ella alguna vez me
había amado, eso lo sabía, y seguramente se hubiese entristecido de verme
en aquella condición, o tal vez se sentiría avergonzada de mi. ¡Eso era aún
peor!

Me miré en un espejo interior y me horroricé de mi propia imagen, porque


había terminado siendo aun peor que mi padre, a quien despreciaba
profundamente. “El amor no es amor cuando se mezcla con consideraciones
enteramente extrañas a su objeto” Yo conocía aquellas líneas muy bien,
desde los inicios de mi carrera, pero el conocimiento de las palabras de
Shakespeare no me había servido de nada al tomar mis decisiones. Mi padre
había traicionado ese principio cuando se había casado con una mujer que
no amaba, y al hacerlo había labrado la miseria de mi infancia y condenado
a mi madre a una soledad eterna, porque ella nunca se había casado o
amado después de aquello. Yo había juzgado a mi padre en el pasado por
todo esto, pero al final solamente había repetido sus mismos errores.

¿Había yo obrado mejor dejando ir a la mujer de mi vida y causándole pena?


¿O era acaso más noble hacer sufrir a Susana por causa de mi ausencia y mi
silencio? No era más que un pusilánime miserable que no podía decidirse,
atrapado en mi dilema entre la mujer que amaba y la mujer a la cual debía
la vida. Lo que el honor me dictaba, mi corazón resistía y en esa batalla se
consumía mi alma, sin que ninguna de las partes ganara o perdiese. No
obstante, allá en Nueva York, aquella noche, yo me había decidido ¡Había
escogido al deber sobre el amor! Por lo tanto no había probado ser mejor
que el hombre al que odiaba profundamente. Yo había seguido sus mismas
elecciones.

Había soñado con hacer feliz a Candy y solamente le había traído dolor,
como si ella no hubiese tenido suficientes penas antes de conocerme. Tal
vez Archibald estaba en lo correcto después de todo y debió haberme
matado con sus puños en nuestros tiempos de colegio. Yo había sido tan
idiota y lo peor es que no podía dar marcha atrás. Seis meses habían
pasado desde nuestro rompimiento, pero me parecían como seis siglos. Era
demasiado tiempo. Me dije que era ya demasiado tarde. Durante esos
meses yo había trabajado dura y exitosamente para convertirme en un
verdadero mentecato. . . No era el hombre que ella se merecía, ya no lo
era.

Allá en el vacío teatro ambulante me senté sintiéndome terriblemente


indigno. En ese momento la pesada carga de mis remordimientos me hizo
decidirme por el deber y no por el amor. Si no podía merecer el amor de
Candy, entonces al menos iba a dedicar mi vida a hacer feliz a Susana . . .
De ese modo haría algo honorable con mi existencia sin sentido. Sin sentido
porque tenía un corazón lleno de amor y pasión por alguien a quien nunca
podría alcanzar.

Decidí comenzar desde el principio de nuevo, dejar mi pasado de lado, el


cigarrillo y el alcohol jamás tocarían mis labios nuevamente. Al menos
podría darme un poco de dignidad. Luego entonces, regresé a Nueva York,
rogué al señor Hathaway que me diese una nueva oportunidad en su
compañía y le pedí perdón a Susana. Conseguí ambas cosas fácilmente.

Sin importar mis esfuerzos, el amor grabado en mi corazón no desapareció


con el inicio de mi nueva vida. Irónicamente, lo que sentía y aun siento por
Candy solamente maduró en un amor más profundo, casi una obsesión
contra la cual no podía luchar. Decidí que tenía que aprender a vivir con ese
sentimiento del mismo modo que había hecho con mi alcoholismo,
aceptándolo e inhibiendo mis impulsos naturales. Por lo tanto., solamente
disfracé mi amor por Candy y comencé a representar el más grande de los
papeles que he encarnado jamás.
Como si mi ausencia de los escenarios hubiese sido una bien planeada
estratagema comercial para promover mi popularidad, las cosas
comenzaron a ir sorprendentemente bien. El teatro siempre estaba repleto
cada noche que yo actuaba, llovían nuevos contratos para trabajar en todo
el país y el Sr. Hathaway estaba más que complacido con los excelentes
beneficios que estábamos obteniendo. Nos atrevimos a experimentar con
diferentes tipos de obras y probamos con algunas piezas de Oscar Wilde y
George Bernard Shaw. Aquello fue un éxito arrollador.

La emoción de cada nuevo papel consumía la mayor parte de mi tiempo y


energías y dividía las que me quedaban entre Susana y el nuevo proyecto
que inicié por aquellos días: la construcción de la casa donde Susana y yo
viviríamos cuando nos casáramos el siguiente año como habíamos decidido.

Llevando el juego de una doble vida, una vez más; una fachada social por
un lado, la imagen del Grandchester público, y por el otro lado el verdadero
yo que escondía de todos; invertí mi dinero y esfuerzos en crear un lugar
que sería el refugio secreto de mis sentimientos ocultos. Un lugar que llené
con rastros del breve paso de ella por mi vida, sabiendo bien que esos
constantes recordatorios de mi amor frustrado no me serían de ninguna
ayuda para sanar mi corazón roto, pero algo en mi se rehusaba a olvidarla y
necesitaba alimentarse de su memoria para aliviar el dolor de la inmensa
pérdida. Fue durante esos días que empecé a escribir.

Al principio fue solamente una clase de liberación pero con el tiempo se


convirtió en un hábito que disfrutaba y la idea de escribir una obra inspirada
en la mujer que amaba asaltó mi mente inesperadamente. Comencé el
proyecto trabajando durante mis largas noches de insomnio, las cuales
plagaban mi vida, pero pronto el asunto ocupó todas mis fuerzas. Durante
esas noches solitarias usualmente dividía mi tiempo entre mis diálogos y
cartas interminables llenas de añoranza y amor vehemente dirigidas a la
mujer, quien, yo sabía, nunca leería mis misivas.

En esta charada mi vida continuó por casi un año. No había alcanzado la


felicidad, eso sabía yo estaba fuera de mi alcance. Mi relación con Susana
era estable y los planes para nuestra boda estaban ya en marcha. Por
supuesto, di mi mejor esfuerzo para pasar mi tiempo con ella porque
estaba seguro de que era mi deber compensarla después de todo lo que
había hecho por mi, pero cada vez que estaba a solas con ella mi mente no
cesaba de recriminarme por las incontrolables reacciones de rechazo que
sentía mi corazón.

El asunto físico era la peor parte. Aun un simple toque de nuestras manos
parecía quemarme la piel en repugnancia. Por lo tanto evitaba incrementar
la intimidad más allá de los que era socialmente aceptado y resultaba muy
conveniente para mi que nuestra sociedad fuese lo suficientemente
eufemista como para condenar casi cualquier clase de cercanía física entre
una pareja comprometida en matrimonio. Las veces que un casto beso en la
frente era prácticamente un obligado protocolo yo podía sentir cómo Susana
se estremecía bajo mi toque y me sentía aun más culpable por mi
incapacidad de corresponder su amor. Para mis adentros, le tenía pavor al
día en que tendría que enfrentar mis deberes de esposo.
Sin embargo, tal día nunca llegaría. Para fines de 1915 durante los fríos días
de diciembre la salud de Susana empezó a decaer. Un repentino e
inexplicable desmayo empezó la historia de su adiós a la vida. Se tornó
débil y perdió interés en casi todo, siempre rodeada de doctores quienes no
podían explicarse la causa de su asombroso y rápido deterioro físico. A los
médicos les tomó casi tres meses comprender la naturaleza de su mal,
pero tal descubrimiento no resultó ser una noticia alentadora. Susana tenía
leucemia, así que estaba condenada a morir tarde o temprano y la ciencia
médica no podía hacer nada por evitarlo. Solamente teníamos que esperar
la llegada del día fatal.

La madre de Susana decidió que solamente ella y yo compartiríamos el


secreto de la inminente muerte de su hija, así pues ambos nos enfrascamos
en cuidar de Susana durante sus largas estancias en el hospital siempre que
ella necesitaba otra transfusión para sobrellevar su creciente pérdida de
células sanguíneas. Conforme pasaba el tiempo la pobre muchacha sufrió el
continuo asalto de una larga lista de infecciones debido al deterioro de su
sangre. La pobre Sra. Marlow se veía tan miserable que no tuve otra opción
que entender su pena. Creo que la perdoné durante esos días, solamente de
ver su inmenso dolor.

Mi vida estaba dividida entre el escenario y el hospital, largos días y largas


noches de una existencia patética. Fue durante ese tiempo, cuando los
problemas de salud de Susana empezaban a ocupar espacio en la prensa,
que recibí las noticias que me apuñalaron con crueldad inmisericorde.

Había sido un día frío y arriba, en el cielo, unas nubes grises eran clara señal
de la inminente tormenta. Llegué a casa muy tarde en la noche, después
de una larga jornada en el hospital, seguida de un ensayo general fatigante,
justo la noche antes de una premier. Al día siguiente yo interpretaría Hamlet
por primera vez y la expectativa era grande, tanto entre los críticos como
entre el público. La gente decía que ese papel lograría mi consagración
como el actor teatral joven más importante del país.

Para entonces ya estaba viviendo en la casa que había planeado y había


contratado a algunos personas para ocuparse de su cuidado. De modo que
cuando llegué esa noche, Edward, el mayordomo, estaba esperándome con
una cena ligera y el correo del día. Casualmente miré a una pequeña pila
de cartas y cuentas sobre el escritorio de mi estudio y un gran sobre
amarillo sin remitente ni sello postal llamó mi atención. Lo abrí para
encontrar una nota escrita a máquina que decía con lacónicas palabras:

Querido Sr. Grandchester:

Creo mi deber el informarle acerca del evento que pronto tendrá


lugar en Chicago. Como usted mismo podrá ver con sus propios
ojos, no tiene caso vivir en el pasado.

Atentamente
Unos viejos amigos.
Totalmente desorientado pero inmediatamente preocupado por la mención
de Chicago, hundí mi mano en el sobre para encontrar otro pedazo de
papel. Era algo que hizo que mis ojos se hinchasen de gozo y pena al mismo
tiempo. Era una nota de periódico con una foto que llamó mi atención
enseguida. Era ella, elegantemente vestida y apeándose de un carruaje. Un
hombre cuya cara no era visible en la foto le ofrecía una mano para
ayudarla a bajar.

Solamente fijé la mirada a la foto por un rato sin mirar al encabezado. Mis
ojos devoraron con ansiedad cada línea del rostro en la foto. Ella estaba
simple e increíblemente hermosa y me pregunté cómo podía realizar la
fabulosa maravilla de reunir la belleza con la nobleza de espíritu que tanto
amo en ella .. . “¿Podría tener la hermosura mejor comercio que con la
honestidad?” . . . Entonces mis ojos se tropezaron con el mensaje en el
encabezado estrellando contra mi alma aquellas palabras crueles y
matando lo que quedaba de mi pobre corazón.

“La Señorita Candice White Andley, una de las herederas más


importantes en el país anunciará pronto su compromiso con
distinguido millonario de Chicago”

Los latidos de mi corazón se paralizaron por un momento que me pareció


interminable. Las palabras que había leído laceraron mi alma con una
estocada dolorosa antes de que realmente pudiera comprender lo que
implicaba su significado. Cuando la embestida finalmente alcanzó el fondo
de mi corazón perdí el control y ataqué cada objeto que mis manos
encontraban en su camino.

Como un loco empujé y di de patadas a cualquier cosa que encontré al paso


en mi camino hacia la recámara. El ruido de los muebles cayéndose y los
cristales rompiéndose junto con mis gritos debió haber asustado a mis
sirvientes horriblemente, porque los cuatro aparecieron en la sala
encontrando a su desquiciado patrón vociferando palabras incomprensibles
de traición y abandono. Edward y el jardinero trataron de detenerme
mientras la mujer de la limpieza y la cocinera me miraban con ojos
horrorizados.

Cuando finalmente lograron hacerme desistir de mi arrebatamiento


destructivo me quedé ahí, paralizado por los dos hombres, sin poder
entender ni una sola de sus palabras. Recuerdo que después de un rato
empecé a sentir la necesidad urgente de llenar mi cuerpo con alcohol y
hubiese seguido a mis demonios si la visión que había tenido en Chicago no
se hubiese aparecido en mi cabeza. Dándome cuenta del gran peligro que
corría, le pedí a mi mayordomo que me encerrara en la recámara y que no
abriese el cuarto hasta el día siguiente, a la hora en que tendría que dejar la
casa para ir al teatro.

El jardinero y el mayordomo, pasmados por mi petición y también


temerosos de que en mi estado de perturbación me lastimase, dudaron por
un momento, pero como insistí finalmente obedecieron a mi petición y me
dejaron a solas en la habitación.
Una vez ahí continué, con mi ataque embravecido hasta que mis brazos
estaban cansados de tirar los objetos a mi alrededor y mis lágrimas
encontraron su camino fuera de mis ojos. Caí en el piso al tiempo que en mi
cabeza giraban mil argumentos y contra-argumentos. Por un lado me sentía
traicionado y ofendido al tiempo que una larga lista de reproches me venían
a la mente: ¿ Cómo había podido ella olvidarse tan pronto de mi? ¿ Acaso yo
había significado tan poco que había encontrado un reemplazo tan
fácilmente? ¿Amaba ella a ese hombre? ¿ Lo amaba tanto como me había
amado a mi . . . o tal vez aun más? ¿Podría ser posible que yo me hubiese
convertido en solamente un mal recuerdo de su pasado?¿Pensaría ella en mi
cuando se encontrase en los brazos de aquel hombre? ¿¿¡¡Cómo se había
ella atrevido a hacerme esto a mi!!??

Por otra parte los mismos reproches, con un efecto de boomerang, me


golpeaban con igual fuerza mientras me daba cuenta que al único que se
podía culpar era a mi. ¿Esperaba que ella se convirtiese en una solterona
solamente porque había roto conmigo? ¿No era ella hermosa? ¿No era ella
digna? ¿ Qué derecho tenía yo para condenarla por encontrar un nuevo
amor cuando yo mismo estaba planeando mi boda con otra mujer? ¿ Qué no
había sido yo quien había perdido el coraje para luchar por el amor que
alguna vez habíamos compartido? ¿Cómo podía culparla por ser feliz? ¿Qué
no había sido ese mi deseo?

Nunca antes los celos habían sido tan ponzoñosos y atormentadores . Desde
entonces mis pesadillas estarían plagadas por la pavorosa imagen de la
mujer que amaba en los brazos de alguien más. Si yo merecía algún tipo de
castigo por mis errores ése era uno muy apropiado, porque nada pudo
haber sido más doloroso. Una parte de mi murió esa noche.

La noche siguiente un golpeteo desesperado en mi puerta me hizo abrirla


después de casi 20 horas de completo aislamiento. Cuando vi la cara de
quien estaba tocando a mi cuarto con tanta insistencia reconocí las
preocupadas facciones de mi madre. Los sirvientes, aún confundidos por mi
comportamiento incomprensible la noche anterior, la habían llamado. Ella
debió haber esperado algo diferente porque cuando vio que yo ya estaba
listo y vestido con un frac, su rostro reflejó sorpresa. Su alarma se
incrementó cuando vio el terrible desorden que yo tenían en el cuarto y aun
cuando sabía que no me gusta ser cuestionado, se atrevió a preguntarme
qué era lo que había pasado. Yo la miré fríamente y solamente le dije que
no quería hablar de ello, lo que realmente contaba era que el show debía
continuar.

Y efectivamente continuó, y continuó con éxito. Las palabras de Hamlet no


pudieron haber sido más apropiadas como lo fueron aquella noche, porque
más que nunca antes, yo deseaba cortar mi vida por mi propia mano pero
sabía bien que tenía que escoger la vida para cumplir mi misión, justo como
el Príncipe de Dinamarca resolvió su problema entre la vida y la muerte.
“Jamás el dolor había sido representado mejor” dijeron los críticos al día
siguiente refiriéndose a mi actuación, ignoraban que mi trabajo no había
tenido mérito siendo que solamente había dejado a mis propios
sentimientos revelar su amargura mientras decía mis líneas.

Había prometido que cuidaría de Susana hasta el fin y eso hice a pesar de
las congojas internas que guardaba. Conforme el tiempo pasaba las
estancias de Susana en el hospital se hacían más largas y más difíciles. Caía
en profundos periodos de depresión y solamente mi presencia podía
disminuir su sufrimiento. Su agonía fue lenta y dolorosa, perdió peso y su
belleza se desvaneció como esas pinturas de Da Vinci que el tiempo no ha
perdonado. Presenciar el fin de una vida que pudo haber sido feliz y
productiva era un penoso proceso que me hizo aun más miserable y
oscuro.

La memoria de la noche en que ella murió me perseguirá siempre con su


penetrante tristeza. Había estado con ella toda la tarde porque era el Día de
Acción de Gracias y no tuve que trabajar. Ella había estado enferma por casi
un año para entonces y los doctores nos habían dicho a su madre y a mi
que el fin estaba cerca. A diferencia de los días anteriores Susana había
estado excepcionalmente animada e inclusive se había aventurado a hacer
algunos nuevos planes para nuestra boda, una ceremonia que había sido
pospuesta tantas veces a causa de su salud y que, yo ya sabía entonces,
nunca tendría lugar.

Susana me sostuvo la mano en silencio durante horas. Su rostro pálido


marcado por círculos oscuros debajo de sus ojos, alguna vez bellos y
luminosos, tenía una expresión tranquila, la cual yo podía notar aun en
medio de las sombras de la noche. Entonces, de repente, abrió los ojos
llenos de miedo. Me miró y con voz débil trató de decirme algo que me fue
difícil entender. Aproximé mi oído a sus labios y en un suave murmullo
escuché sus últimas palabras

Antes de que me vaya – me dijo – quiero recibir tu perdón.

La miré con ojos confundidos porque en aquel momento no entendía por


qué tendría ella que pedirme tal cosa. Seguramente leyó mi confusión y se
apresuró a explicar.

Te causé penas – dijo con lágrimas en los ojos – Necesito tu perdón antes de
enfrentar a Aquel que juzgará mis actos.

Volvió la cabeza y apuntó a la mesa de noche cerca de su cama.

Hay una carta para ti adentro – añadió y pude ver una sombra mortal
cruzando sus iris azules – léela cuando me haya ido, pero ahora dime que
me perdonas. Lo necesito.

No hay nada que perdonar – dije bajando los ojos.

Lo hay – insistió ella – y tú lo sabes bien.

Sus ojos me veían tan resueltos y francos que entendí que tenía razón.
Te perdono – le dije finalmente y justo después de que había pronunciado
esas palabras ella cerró sus ojos y expiró, dejando tras de sí solamente un
cuerpo frágil, mutilado y sin vida que su madre y yo enterramos en la más
profunda de las tristezas.

Dos días después de sus funerales leí la carta y descubrí el infierno personal
en que ella había vivido durante meses. Leí la carta una sola vez, pero sus
palabras se adhirieron a mi mente y todavía permanecen ahí.

Mi amado Terri:

¿Cómo expresar en palabras mi profunda gratitud por tu infinita


bondad? ¿ Cómo pongo en el papel la gran vergüenza y culpabilidad
en que mora mi alma por el dolor que te he causado? Porque sé
bien que solamente te ha traído tristezas. Y ese conocimiento me
condena con mayor fuerza.

Ahora que mi muerte está cercana y veo que el día de mi juicio


viene pronto, necesito confesar mis pecados delante de aquel a
quien ofendí. Mis faltas son graves porque las cometí sabiendo que
estaba haciendo mal, pero no tuve el coraje para detenerme y
corregir mi destino.

Sé que no me amabas cuando decidiste casarte conmigo la vez


primera y también sé bien que yo estaba lastimando a una tercera
persona al tiempo que te lastimaba. Pero me mantuve
reteniéndote, mi amor dejó de ser amor y se convirtió en una
obsesión egoísta que no me deja liberarte de las promesas que
nunca debiste de haber hecho.

Cuando volviste a mi después de tu larga ausencia me mentí a mi


misma tratando de convencerme de que habías finalmente
aprendido a amarme. En esa mentira viví por algún tiempo hasta
que un movimiento en falso me reveló la verdad que me rehusaba a
ver.

Una noche mientras trabajabas decidí pasar por la casa que


habías comprado recientemente para nosotros, para echarle un
vistazo por primera vez. Ayudada por el mayordomo revisé cada
cuarto en la casa hasta alcanzar uno que estaba cerrado con llave.
Entonces, Edward me dijo que era tu estudio y que habías dado
órdenes estrictas de mantenerlo bajo llave en tu ausencia. A pesar
de tu indicación yo insistí en ver el lugar hasta que finalmente me
salí con la mía convenciendo a tu amable sirviente, quien me dejó a
solas en el cuarto para que yo pudiese revisarlo a mis anchas. Si no
hubiese hecho eso, no estuviera ahora escribiéndote esta carta.

Sintiendo un inmenso placer al estar en tu lugar más íntimo miré


hacia tu escritorio y descubrí una pila de papeles que nunca debí
haber leído. Ellos me devolvieron a la realidad de la más cruel de
las formas. Aquellas páginas estaban escritas en un estilo
apasionado que nunca me imaginé tuvieras, cada palabra estaba
llena con ferviente cariño hacia alguien que no era yo. A través de
esas páginas comprendí muchas cosas, interpreté los mil detalles
que llenaban tu casa con la memoria de ella y comprendí que tu
amor por ella nunca moriría. En la historia de rivalidad que ella y yo
compartimos, terminé siendo la real perdedora; porque, puede que
yo te tenga a mi lado, pero ella se llevó consigo tu corazón a un
lugar que no puedo alcanzar sin importar cuánto lo intente. Esa
certeza ha sido mi más grande castigo porque los celos me han
atormentado con lento y acrimonioso dolor desde entonces.

Aquella noche debí haber decidido liberarte de las promesas que


habías hecho. Pero mi corazón cobarde se rehusó y el
conocimiento que había adquirido en mi indiscreta intromisión en
tu casa sirvió solamente para aumentar mi culpabilidad. Yo sabía,
yo sabía lo que debía hacer, pero me negué a hacerlo. Ese es mi
pecado, lo confieso. Ese es el pecado que no deja que mi alma
encuentre paz.

Este pesar cargo, que pude haber hecho algo noble por ti, pero
no moví un dedo para hacerlo. Aun ahora que escribo estas líneas
no me atrevo a dejarte ir, sabiendo que mi egoísmo no es amor,
pero simplemente no puedo, no podría, de forma alguna, encontrar
las fuerzas que ella demostró cuando me volvió la espalda en
aquella noche fría. Ella ha probado ser mejor mujer que yo. No me
asombra que aun la sigas amando.

Por favor, te suplico, perdóname por mi falta de amor y exceso de


egoísmo, perdóname y olvida el dolor que te causé.

Si estás leyendo estas líneas es porque ya he muerto. Por favor,


Terri, haz mis errores menos perjudiciales y busca a la mujer que
realmente amas ahora que el Señor te ha liberado de esa maldición
que he sido yo para ti. Por favor, sé feliz con ella y perdona a esta
mujer que no supo cómo amarte desinteresadamente.

Tuya,
Susana.

Cuando terminé leyendo aquellas líneas mi corazón estaba lleno de la más


triste sensación de inutilidad. Después de todo, yo había fracasado en mi
intento de hacerla feliz y ella había muerto en medio del dolor.
Repentinamente parecía que mi sacrificio había sido en vano y ahora que
ella se había ido, mi vida había perdido la dirección y el propósito. Me reí
sardónicamente ante las súplicas de Susana para que yo encontrara la
felicidad al lado de Candy. Quimérico, imposible sueño de una vida con la
mujer que amaba, una mujer que entonces yo creí casada y prohibida para
siempre.

Dos sueños había yo tenido en mis veinte años de vida y los dos había
terminado siendo imposibles. Después de probar que era indigno e incapaz
de hacer feliz a Candy, no había podido amar a la mujer que me había
salvado la vida. Esta nueva revelación de mi fracaso seguramente me
hubiese hecho hundirme en una nueva depresión si no fuese porque ese
mismo día recibí una visita que me forzó a enfrentar una nueva prueba.

Todavía estaba en el estudio cuando Edward abrió la puerta con gesto


temeroso. Él había trabajado para mi por más de un año y en ese tiempo
había aprendido de la forma más dura a soportar mis repentinas
explosiones de furia. El pobre hombre estaba todavía terriblemente
asustado desde mi último arrebato un par de meses antes, y ya que yo le
había dicho que no quería ser molestado por nadie, sin importar quién,

Disculpe, señor – susurró – Sé que usted me advirtió que no debía


molestarlo pero, me temo que hay alguien esperándolo afuera que a usted
realmente le gustaría ver.

Creo que debes tomar clases de inglés, ya que no pareces entender la


lengua muy bien, Edward – dije burlonamente al tiempo que comenzaba a
enojarme por su interrupción.

Hay un caballero afuera, señor – insistió – dice que está aquí de parte del
padre de usted, quien se encuentra enfermo.

Mi primer impulso fue el de gritar “no tengo padre” mandando al mensajero


de mi padre y a mi mayordomo al diablo, pero luego, una voz interior me
detuvo a fuerza de dos argumentos. Me quedé inmóvil por un segundo
luchando conmigo mismo.

Si mi padre, a pesar de todo su orgullo, estaba entonces mandándome un


mensajero, después de cuatro años de silencio entre nosotros, ¿No debía,
por lo menos, escuchar lo que tenía que decirme? ¿No era acaso mi padre,
después de todo? Esas fueron las primeras preguntas que me evitaron otro
desplante de arrogancia.

El segundo argumento estaba basado en mi propia culpabilidad. ¿ Estaba yo


en posición para juzgar a este hombre, que era mi padre, cuando sabía que
yo mismo no había probado ser mejor que él? Por lo tanto, después de
rendirme ante mis propias consideraciones le dije a Edward que dejase
entrar al visitante en mi estudio. Unos segundos después, un hombre alto,
de mediana edad y elegantemente vestido entró al salón. Reconocí la corta
melena rubia y los anteojos de oro que siempre habían sido parte de su
atuendo. Era Marvin Stewart, el abogado de mi padre.

Es un placer volver a verle, mi Lord – dijo él ceremoniosamente.

No soy el “Lord” de nadie, hasta donde yo sé, Sr, Stewart – repliqué con una
sonrisa burlona – pero de todos modos es bueno verle de nuevo. Mi nombre
es Terrence y me gusta que me llamen así.

Siento mucho no poder complacerlo, pero no podría dirigirme a usted de


otra forma, mi Lord – insistió.
Bueno, vayamos al grano – sugería encogiéndome de hombros – supongo
que no está aquí por casualidad, por favor siéntese.

El hombre se sentó en una silla cercana y con mirada solemne empezó su


explicación. Me dijo expresamente que mi padre estaba seriamente
enfermo, de hecho los doctores no le daban más que un par de meses más
de vida, tal vez menos. Aparentemente sus riñones no estaban trabajando
bien. Cuando él se había enterado de su inminente muerte había querido
verme por una última vez y, a pesar de las quejas de su esposa, había
ordenado a Stewart venir a los Estados Unidos con el propósito de hacerme
saber lo que pasaba. Mi padre esperaba que yo pudiese viajar a Inglaterra
con Stewart.

Siento muchísimo traerle esta desafortunada noticia, especialmente ahora


que usted está de luto por su prometida – terminó con el mismo acento
formal.

Si Marvin Stewart me hubiese visitado un par de años antes cuando yo creía


ser mejor hombre de lo que soy, probablemente lo hubiese mandado de
regreso al Reino Unido sin una palabra de simpatía para Richard
Grandchester, pero mis propios errores me habían hecho un poco menos
altanero. Luego entonces, acepté la invitación de mi padre sin importar el
peligroso viaje a Europa en esos días de guerra, cuando la marina alemana
amenazaba el libre tránsito en el área.

El viaje a Londres, precisamente en esos días de invierno, era lo último que


yo quería hacer. Sabía que la estación no iba a ser de ninguna ayuda al
enfrentar las memorias que seguramente me asaltarían desde el principio
de la jornada. El lujoso barco, las despedidas de los pasajeros en el muelle,
la llegada a Southhampton, las calles en las que había caminado con ella,
los viejos edificios con su apariencia severa, todo ese sentimiento de déjà
vu, hizo el reencuentro con mi pasado aun más difícil y torturante.

Afortunadamente, mi madrastra y su hijos habían decidido dejar Londres


por el tiempo que su suponía yo estaría ahí. Agradecí a Dios que le había
concedido un poco de sentido común a la duquesa para evitarnos un
encuentro bochornoso. Steward dijo que ella estaba tan molesta con la
decisión de mi padre de enviarlo a buscarme que, una vez que la mujer se
hubo dado cuenta de que no podía persuadir a su esposo, se había dicho
finalmente que no se rebajaría a estar bajo el mismo techo que yo.

Cuando llegamos al palacete de mi padre yo me encontraba más inquieto


de lo que nunca me hubiese imaginado. Me había empeñado tanto en
convencerme de que Richard Grandchester me importaba un bledo, que
era difícil aceptar que aun albergaba algún sentimiento diferente al odio
hacia él. Cuando finalmente lo vi yaciendo en su lecho, pasmosamente
delgado y pálido, su altanería y vigor ya perdidos, el brillo de sus ojos
desvanecido, no pude evitar sentir una repentina tristeza. El hombre que mi
madre había amado alguna vez estaba muriendo.
Lord Grandchester – dijo Stewart cuando entramos al aposento que aun
conservaba el estilo renacentista con el mismo impecable orden – su hijo
Terrence esta aquí.

Mi padre abrió sus ojos y trató de sentarse, pero como le faltaban las
fuerzas un sirviente a su lado tuvo que ayudarle. Aguzó la mirada para
distinguirme en la penumbra de la recámara y como se diera cuenta de que
la luz no era suficiente ordenó a un segundo sirviente correr las cortinas.
Cuando la luz de la tarde penetró la alcoba descubrí que mi padre había
envejecido a un paso asombroso en los años anteriores. A pesar de ser un
hombre en sus cuarentas parecía como si tuviese más de sesenta años.

Me miró al fin y pude ver cómo su rostro se transfiguraba tomando una


expresión que yo no sabía que él pudiese adquirir.

Déjenme a solas con mi hijo – demandó y descubrí entonces que su voz aún
tenía rastros de su característico desdén señorial.

Cuando todos, incluyendo a Stewart, no hubieron dejado solos, él me miró


de nuevo. No me moví, sin saber realmente qué hacer o qué decir.

Ha pasado mucho tiempo, Terrence – comenzó él.

Ciertamente, señor – dije secamente.

Has crecido – continuó él con voz baja – debes tener veinte años ahora.

Pensé que usted no recordaría, señor – repliqué.

Recuerdo más cosas de las que puedes imaginar, hijo – añadió con una
repentina luz en sus ojos – también oigo cosas. Sé que has tenido éxito en
tu farándula. – dijo con un dejo de mofa en sus últimas palabras que
comenzaron a encender mis viejos resentimientos.

No soy tan rico como usted, señor, pero vivo bien e independientemente. Lo
que tengo es el fruto del trabajo de mis manos – repliqué orgullosamente
dejando un aire de reproche en mi voz que él entendió claramente y que yo
lamenté cuando vi sus ojos invadirse de tristeza.

Sé que no he sido un buen padre para ti, Terrence – dijo asestándome con
su repentina sinceridad.

Bueno, no creo que yo pueda juzgar eso – murmuré bajando los ojos.

Has cambiado en algo – dijo mirándome, sorprendido de mi reacción – pero


aun te pareces tanto a tu madre – hizo una pausa por un momento, como
dudando - ¿Cómo . .. cómo está ella? – se atrevió finalmente a preguntar.
Entonces fue mi turno para sorprenderme. Yo pensaba que la última
persona por la que mi padre preguntaría sería mi madre. Estaba seguro de
que él la odiaba.

Ella está bien, gracias – contesté tan pronto como recobré mi aplomo – ella
se encuentra de gira. Ahora debe estar en San Francisco.

Luego un grueso y pesado silencio reinó por unos instantes. Ninguno de los
dos sabía qué debería seguir. Fue mi padre nuevamente quien rompió el
silencio.

Me enteré de que estabas comprometido – dijo él casualmente, su voz era


más débil.

Sí, es correcto, señor – respondí – pero ella murió haces unas semanas.

Mi padre arqueó su ceja izquierda en señal de sorpresa.

Siento mucho oír eso – dijo inclinando la cabeza.

Estoy bien, señor. Lo superaré – repliqué fríamente.

Mi fría respuesta sorprendió a mi padre un tanto, pero como él solía ser un


hombre que sabía mantener sus emociones bajo control, de alguna manera
entendió, o creyó haber entendido, mi aparente insensibilidad.

Siéntate Terrence – me invitó señalando una gran silla de madera con el


escudo de armas de la familia grabado en el respaldo. – Mis energías se
desvanecen y hay algunas cosas que debe decirte -. Concluyó él suspirando.

Aproximé la silla a la cama y encaré al hombre enterrado entre sábanas de


seda azul oscuro.

Hijo – comenzó él – Te hice venir a Inglaterra . .. porque – hizo una pausa y


pude darme cuenta de que le estaba costando trabajo expresar sus
pensamientos en palabras – porque me doy cuenta de que nuestra relación
nunca fue lo que debió haber sido, y . . .y me siento responsable por ello,-
admitió bajando los ojos. Yo estaba asombrado ante sus palabras porque
nunca me había imaginado que llegaría a vivir para escuchar a mi padre
hablar de esa manera.

Cometí un error, Terrence – continuó con un suspiro – un error que he


lamentado toda mi vida. Traicioné mis verdaderos sentimientos hacia tu
madre al obedecer a los deseos de mi padre y mantener el honor de la
familia. Lastimé a la única mujer que amé en toda mi vida y después añadí
un error aun peor que el primero al arrebatarte de los brazos de tu madre.
Nunca debí haber hecho eso.

A estas alturas una gruesa lágrima solitaria rodó por la mejilla de mi padre
como clara prueba de sus verdaderos sentimientos, finalmente liberados
después de años de inútil negación.

Yo . . .yo hice de ti un desdichado al traerte aquí – tartamudeó mi padre – tú


eras un recordatorio diario de Eleanor, y en mis esfuerzos obsesionados por
olvidarla traté de alejarte de mi. Yo . . . yo . . simplemente yo no sabía cómo
tratar contigo . . . cuando cada uno de tus gestos me acusaba de mis
acciones ilegítimas. Cada vez que te miraba alos ojos vía los ojos de ella y
sencillamente no podía resistirlo. Por eso te mantuve lejos de mi, en el
Colegio, por eso siempre me rehusé a demostrarte mi amor por ti . . . pero,
pero yo te amaba, hijo . . . siempre te amé.

¡Padre! – fue lo único que logré decir.

Y lo peor de todo- continuó él con voz ronca – lo más estúpidamente trágico


de todo es que . . . sin importar con cuánta fuerza lo intenté, cuánto me
hundí en el trabajo, cuántas mujeres tuve, a cuántos lugares viajé, o
cuántos placeres me procuré, yo nunca. . . nunca olvidé a tu madre . . .
Solamente me engañé y ahora, cuando finalmente me doy cuenta de ello,
ahora que podría tener el valor de reparar mis errores, ahora ya es
demasiado tarde – terminó llorando en silencio. – Mi peor castigo es que
nunca más veré a tu madre ni recibiré su perdón – continuó amargamente –
Pero tú hijo, tu, . . ¿Podrías perdonarme? – me preguntó o más bien, me
suplicó, algo que yo nunca soñé que Richard Grandchester pudiese hacer.
¿Qué iba yo a decirle a este hombre, al final de su vida, cuando yo, por mi
parte, había caído en sus mismos errores?

Le perdono . . . padre – le contesté roncamente – no le juzgo, padre.

Gracias, Terri – me dijo con un tono aliviado, usando el diminutivo con el


que solía llamarme cuando yo era un niño. Levanté mi brazo y nos
sostuvimos las manos por un rato. Luego permanecimos en silencio por un
momento interminable, por la primera vez en mi vida mi padre y yo
estábamos en paz el uno con el otro y no había necesidad de palabras para
sentirse cómodos.

El sol se puso en el horizonte mientras nosotros estábamos ahí y las


sombras cubrieron la gran alcoba. El fuego bailando en la chimenea
iluminaba el cuarto con tímidos reflejos. La respiración de mi padre se
tornaba pesada y en el silencio de la tarde solamente la marcha de sus
dañados pulmones podía ser escuchada. En ese momento una pregunta
repentina irrumpió en mi mente.

Padre . . – dije rompiendo yo el silencio esa vez.

¿Sí? – dijo él cansadamente.


¿Por qué nunca trató de forzarme a regresar a Inglaterra . . . .quiero decir,
usted podía haberlo hecho, yo solamente tenía dieciséis años entonces y
estaba aún bajo su tutela.

Supongo que ella nunca te lo dijo – respondió mi padre con una enigmática
sonrisa.

¿Ella?

Sí, tu colegiala, esa de la cual estabas tan enamorado.

Aquello era el colmo. Volví el rostro hacia el fuego sin poder ocultar mi
consternación. Al final, todo en mi vida estaba reducido a un solo nombre.

Candy – dije en un susurro.

Sí, ese era el nombre- comentó mi padre – Sabes hijo, nunca he conocido a
nadie más convincente que esa jovencita.

¿Cómo . . . la conociste? – le pregunté dudoso.

Bueno – dijo el viejo con voz aun más débil – cuando partiste fui al Colegio
para hablar con la Rectora. . . .ella . . ella llamó a la chica . . .esta Candy. . .
para preguntarle acerca de ti, porque la monja pensaba que Candy sabía
dónde te habías ido.

Ella no sabía mucho –dije inmediatamente con la misma ansiedad que


hubiese usado si hubiera sabido entonces que mi padre, de alguna forma,
estaba implicando a Candy en nuestra disputa familiar.

Sí, ella no pudo decirme mucho sobre dónde estabas. . . pero . . . me habló
tan insistentemente sobre dejarte libre . . .que yo . . . yo no sé. .
.simplemente no pude resistir sus argumentos . . . Es increíble cuán
persuasiva puede ser esa mujercita.

Después de los años, pienso que seguir el consejo de esa joven fue lo mejor
que hice jamás – concluyó con una voz aún más débil.

¡Candy! – repetí distraído, perdido en mis propios recuerdos. A cada nuevo


giro de mi destino siempre termino dándome cuenta de que las mejores
cosas de mi vida siempre están relacionados contigo, Candice White.

¿Alguna vez . . .la volviste a ver? - mi padre se aventuró a preguntar. Tal


vez mi expresión dejó entrever más de lo que yo deseaba.

Sí – dije sin poder esconder la melancolía.

Una vez más un largo silencio entre los dos reinó en la habitación. Las
sombras de la noche se mezclaron con los destellos juguetones del hogar
proyectando siluetas como fantasmas sobre las ancestrales paredes. Mi
padre se quedó dormido y yo permanecí a su lado por horas hasta que ya
no pude contarlas. Había visto en los ojos de mi padre la misma sombra
mortal que Susana había tenido en el día de su muerte. De ese modo supe
que el fin de mi padre estaba acercándose, y ya que nunca había estado
cerca de él en vida, sentí la necesidad de permanecer con él en su muerte.

Después de un tiempo que me pareció increíblemente largo mi padre se


despertó con una expresión de dolor en el rostro. A sus órdenes una
verdadero escuadrón de doctores y enfermeras entraron a la alcoba en un
intento inútil por retener la vida de un hombre quien ya había sido llamado
por Dios. Estas personas solamente pudieron darle a mi padre
medicamentos que le mantendrían dormido, calmantes para hacer sus
últimas horas menos difíciles. Cuando ellos hubieron abandonado el cuarto
dejándonos a mi padre y a mi solos, él dirigió sus ojos hacia mi con la más
sincera de las miradas que jamás me dio.

Gracias, Terri . . . . por estar aquí – musitó – Me gustaría que tu vida fuese
mejor de lo que fue la mía, hijo.

Yo estoy bien, papá – mentí.

Yo sé . . – tosió – sé que me estás mintiendo . . .porque nunca me llamas


padre - sonrió tristemente y yo le correspondí sonriéndole. Después, su
cara se puso seria y con gran dificultad añadió. – Hijo, no traiciones a tus
propios sentimientos. Sigue a tu corazón, por favor . . . por el amor de Dios .
. . no cometas el peor de mis pecados . . .no haber sido feliz nunca –
entonces se detuvo por un breve instante, como si no estuviese seguro si
debía continuar o no. Finalmente se decidió a decir las palabras que estaba
reteniendo. Palabras que nunca olvidaré – Tú no me juzgas y por San Jorge,
yo soy el último hombre sobre la tierra que puede juzgarte, hijo. . .pero es
claro para mi que hay una pasión en tu corazón contra la cual tú . . .tú . .no
puedes luchar . . . No lo hagas . . . sigue tu corazón . . .encuentra a tu
colegiala – terminó rindiéndose al efecto de las drogas que lo forzaron a
caer en un sueño que no tendría fin. Durante su sueño llamó a mi madre
tres o cuatro veces y finalmente, cuando la aurora estaba rasgando el velo
de la noche mi padre murió sosteniendo mi mano en un pacífico sueño.
Nunca pude decirle que no podría encontrar a “mi colegiala” porque ella
era ya de otro hombre. Al menos, eso era lo que estúpidamente creí
entonces.

Después de la muerte de mi padre tuve que enfrentar el difícil proceso legal


requerido por la división de su riqueza, responsabilidades políticas y
privilegios aristocráticos. Si Stewart no hubiese sido el honorable y eficiente
abogado que es yo no hubiese podido enfrentar los conflictos
extremadamente complicados que siguieron. Me sorprendió descubrir que,
aun cuando el principal título nobiliario de mi padre había sido heredado al
mayor de mis medios-hermanos y la mayor parte de su fortuna había sido
destinada a la duquesa y sus hijos, mi madre y yo habíamos sido
considerados en el testamento. Es innecesario mencionar que la duquesa
estaba más que molesta, pero mi padre había arreglado sus negocios de un
modo que era imposible para ella comenzar un proceso legal para reclamar
lo que mi padre había dejado para mi madre y para mi.
Fue entonces cuando de la noche a la mañana me encontré como el dueño
de una modesta fortuna, el titulo de Conde, y el villa de Edimburgo, una
propiedad que mi padre había insistido que yo heredara porque, cómo él
había establecido terminantemente en su testamento, ése había sido el
lugar en que yo había sido concebido y él había pensado que ese hecho me
daba derechos naturales sobre la propiedad y la casa señorial. Mi primer
impulso fue el de declinar esos privilegios y posesiones, pero Stewart me
convenció de que debía conservarlos porque eso hubiese complacido a mi
pare. El abogado me garantizó que no tendría que tomar parte en el
Parlamento si no lo quería, el dinero podía ser transferido fácilmente a un
banco en los Estados Unidos y yo podía conservar la residencia y las tierras
bajo el cuidado del propio Stewart y usarla como casa de veraneo para
vacaciones ocasionales. Todo parecía sonar muy atinado pero yo todavía
luchaba un tanto contra la idea de conservar el villa. No estaba seguro de si
podría enfrentar los recuerdos que esas paredes encerraban. Por esa razón,
y antes de decidirme, viajé a Escocia con el propósito de probarme y ver si
podía resistir un reencuentro con el pasado, pero también con la secreta
intención de darme un poco de tiempo para pensar y reordenar mi vida tras
la muerte de Susana. Esperaba que el antiguo edificio tuviese aun,
encerrada entre sus grandes puertas de madera, un poco de la magia que
Candy esparce dondequiera que va.

En aquellos días decidí que, ya que Susana había muerto y era imposible
para mi estar con la mujer que realmente amo, yo jamás de casaría con
nadie. En lugar de ello, tendría que buscar una nueva cruzada para darle
sentido a mi vida, algo de lo que me pudiera sentir orgulloso de hacer.
Después de esos días en Edimburgo decidí aceptar el regalo póstumo de mi
padre y dejar la villa en manos de Stewart. La causa que estaba buscando
estaba esperándome a mi retorno a América. Un par de meses después de
la muerte de mi padre los Estados Unidos entraron a la guerra y sentí la
necesidad de unirme al ejército en un romántico impulso que no sospeché
entonces me llevaría a este reencuentro con Candy.

Entonces . . .tenía que verla de nuevo, tenía que confirmar que


efectivamente ella ha abandonado la crisálida de su cuerpo infantil y se ha
convertido en una mujer deslumbrante. Tenía que vivir con ella esta
intimidad espiritual en esos breves segundos dentro del camión. Tenía que
verla desmayada en mis brazos otra vez y probar el suave calor de su
cuerpo inconsciente, tenía que descubrir que hubo una oportunidad de
recobrar su amor pero que no me di cuenta hasta que ya fue muy tarde,
que alguien había conseguido la forma de separarnos otra vez. Y
finalmente, tenía que vivir para conocer al hombre quien puede tal vez
tener el lugar que yo no supe apreciar. Ahora mis pesadillas tendrán un
rostro y ni siquiera puedo permitirme odiarlo porque yo no he probado ser
más digno.

¡Oh Candy, Candy . . . ! Pensé que el tiempo podría extinguir este fuego
dentro de mi, pero conforme pasa los días solamente siento, cómo
incrementan sus flamas sin encontrar el modo de controlar mi inquiero
corazón. Pasan los años y no consigo verte como un dulce recuerdo de mi
adolescencia, no puedo pensar en ti como en una amiga que no he visto en
mucho tiempo. Aun ardo por ti como el primer día y aún más, pero esta
flama consume mi corazón sin esperanzas. ¿Por qué, Candy, puedes tú
decirme. . . por qué soy más fiel de lo que me proponía ser?
El reloj dio la medianoche y como si el joven se hubiese despertado de un
largo sueño, o como si hubiese sido liberado de un encantamiento, se puso
de pie repentinamente y se dirigió hacia el camión. Tenía ante sí un largo
viaje para poder regresar al lugar en medio del bosque donde su pelotón lo
esperaba. Dio una última mirada a las líneas góticas de Notre Dame, algo
desdibujadas en la noche brumosa, y dijo adiós a su muy amada.

“Ninfa, en tus plegarias, acuérdate de mis pecados” - recitó y encendió el


motor.

Después de un rato el camión desapareció en la niebla, el hombre dentro de


él ignoraba que estaba a punto de conocer a un nuevo actor que jugaría un
papel importante en su vida a su retorno al campamento.

Capítulo VIII

El Aniversario

¡Miren esa carreta! ¡Ya viene! – gritaron los niños con voces jubilosas - ¡Está
aquí! ¡Él está aquí!

La pequeña multitud compuesta por niños de todas las edades saltaba y


gritaba agitadamente sobre el patio nevado. Un hombre en una gran carreta
jalada por dos fuertes caballos se aproximaba al Hogar de Pony, y los
pequeños habitantes de la casa lo habían reconocido desde que había
doblado la curva. El hombre tendría alrededor de unos veintidós años y
poseía una constitución física grande y fuerte, lo cual revelaba que el
trabajo físico rudo no le era ajeno. A pesar de sus amplios hombros y altura
impresionante, su cara era aún infantil, amable, con un placentero aire de
sinceridad en sus ojos café claro.

Cuando el hombre se apeó de la carreta fue atacado por una avalancha de


abrazos frenéticos, besos y amigables palmaditas en el hombro, o en
cualquier cosa que los más pequeños pudieron palmear, mientras los gritos
aumentaban hasta que llegaron a ser un increíble coro de preguntas
confusas y frases de bienvenida.

¡Tom, Tom! ¿Trajiste los caramelos que nos prometiste? – preguntó una
pequeña pelirroja.

¡Caramba, Tom! ¡Qué bonitos caballos traes! ¿Puedo montarlos, por favor? –
pidió un niño con cara traviesa.

¡Leche! ¡Leche! ¡Leche! – repetía otra vocecilla entre la multitud.

Tom tomó en sus brazos a la pequeña con grandes ojos azules que pedía
leche con chillidos insistentes. La niña se veía increíblemente diminuta en
los brazos del joven, pero irónicamente también parecía segura y confiada
en ellos, sabiendo que no había otro lugar sobre la Tierra donde pudiese
estar más segura.

¿No es suficiente con la leche que da la vaca que traje la primavera pasada,
Lizzy? – preguntó juguetonamente el joven.

La pequeña bajó los ojos y sonrió.

¡No sabe tan rica como la que traes, Tom! – dijo con timidez y el hombre se
rió de la coquetería de su respuesta.

Compadezco al hombre que se enamorará de ti algún día, Lizzy – se rió


entre dientes al tiempo que ponía a la niña en el suelo mientras los niños a
su alrededor lo estrujaban con mayor fuerza.

¡Vamos, vamos! – gritó Tom sintiendo que pronto perdería el equilibrio y


caería como Gulliver entre los lilliputienses – Esperen un minuto, solamente
déjenme saludar a la Señorita Pony y la Hermana María y después les
muestro lo que les traje – rogó él.

Ellas no están en casa – dijo uno de los niños mayores.

¿Cómo está eso? – preguntó Tom intrigado.

Fueron al pueblo con los dos hombres elegantes – respondió un segundo


niño con brillantes ojos verdes.

Sus nombres son Albert y Archie – comentó un tercer niño orgulloso de la


información que poseía – pero las chicas están en la casa.

¿Las chicas? – preguntó Tom incrédulo - ¿Están Annie . . . . y . . . Candy


aquí?

La sola mención de la más legendaria y prestigiada habitante que el Hogar


de Pony había tenido en toda su historia, la mismísima gran y ausente
“jefe”, fue suficiente como para acallar a la pequeña muchedumbre con una
repentina tristeza.

No Tom – dijo uno de los niños más pequeños con orgulloso acento – ¡Ella
todavía está en la guerra matando alemanes! – añadió usando sus brazos
como si estuviesen sosteniendo un rifle.

¡Candy no está matando a nadie! – corrigió una niña - ¡Está atendiendo los
soldados heridos! ¡Tonto!

Pero Annie está aquí – añadió otra niña – la acompaña una amiga suya.
Ya veo – replicó Tom aprovechando la quietud de los niños para moverse
hacia la puerta principal, pero antes de que pudiese tocar, ésta se abrió de
un jalón inesperado.

¿Qué es lo que está pa . . .? – dijo una voz femenina con acento preocupado
pero la frase se cortó a la mitad al tiempo que una figura alta tendía su
sombra sobre la entrada, bloqueando al pálido sol invernal. Tom bajó la
mirada para descubrir a la delicada joven que había abierto la puerta. Un
par de dulces ojos oscuros se encontraron con los del joven por un breve
segundo, y Tom se dio cuenta de que la joven en frente de él era la primer
mujer que él miraba realmente. La joven se apresuró a bajar los ojos
saludando al recién llegado con una tímida sonrisa.

Disculpe usted, – dijo ella siendo la primera en hablar – escuché a los niños
gritar y pensé que algo andaba mal.

No pasada nada malo, señorita, – replicó Tom complacido con la natural


modestia desplegada inconscientemente por la joven - los chicos y yo
somos viejos amigos y el ruido que usted escuchó es su manera habitual de
decirme hola.

Entiendo.

Pero déjame presentarme – dijo Tom ofreciendo su mano a la joven frente a


él – Mi nombre es Thomas Stevens, pero todos me llaman Tom. Crecí aquí
en el Hogar de Pony.

He oído mucho de ti, Tom – dijo la joven sonriendo nuevamente y Tom


pensó que ella lucía más hermosa cada vez que lo hacía – Yo soy amiga de
Candy y Annie, mi nombre es Patricia O’Brien, pero puedes llamarme Patty –
dijo aceptando la mano enorme que el hombre le ofrecía.

La joven se movía nerviosamente debajo de las cubrecamas. Los rizos


dorados se extendían por la almohada y caían libremente sobre su pecho
mientras sus manos apretaban el grueso edredón que la protegía del frío
matinal. La mujer a su lado comprendió que la joven dormida estaba
teniendo una pesadilla. Estaba justo a la mitad de una de esas experiencias
horrendas en las cuales necesitamos gritar pero la voz no obedece nuestras
órdenes.

¡Terri! – gritó finalmente la rubia incorporando el torso violentamente hasta


encontrarse sentada en la cama.

¡Candy, Candy! ¡Toda está bien! – dijo Flammy tratando de calmar a su


amiga.

Candy abrió sus grandes ojos verdes para mirar la pequeña habitación con
muros gris claro, la estrecha ventana a penas cubierta con unas cortinas de
algodón blanco, y a Flammy Hamilton en una silla de ruedas sentada a su
lado. Entonces se dio cuenta repentinamente de lo que había pasado la
noche que el grupo llegó al hospital. De esa manera, dos gruesas lágrimas
rodaron por sus mejillas cuyo color usual había palidecido a causa de la
fiebre.

Él ya se fue, ¿verdad? – fue su primera frase coherente.

¿Quieres decir el hombre que nos trajo de vuelta? – preguntó Flammy.

Sí – replicó Candy diciendo más con sus ojos entristecidos que con su
respuesta monosilábica.

Se fue la misma noche que llegamos aquí, Candy – comenzó Flammy


simpatizando con el evidente dolor de su amiga – Me temo que tenía
órdenes estrictas de regresar inmediatamente.

Ya veo – dijo Candy desilusionada mientras se desplomaba en la cama


pesadamente. Se dio la vuelta y permaneció en silencio por unos minutos,
enterrando la cara en las almohadas.

“Una vez más él se va sin que pueda decirle adiós”, pensó Candy sintiendo
cómo las lágrimas llenaban sus ojos otra vez. “¡Tengo que controlar esto!
¡Tengo que controlarlo!” se decía a sí misma.

¿Por cuánto tiempo he estado en cama, Flammy? – preguntó Candy


después de un rato en un intento por alejar sus pensamientos melancólicos.

Casi 36 horas – replicó Flammy con su precisión de costumbre – Has estado


más enferma de lo que imaginamos pero sobrevivirás . . . . nos guste o no -
terminó ella tratando de bromear para alejar el dolor de Candy.

¡Muy graciosa! – repuso la rubia con una sonrisilla sarcástica – Necesitarás


más que una simple fiebre para deshacerte de mi, Srita. Hamilton.

En eso tienes razón – aceptó Flammy y luego añadió en un tono más serio –
una trinchera y un bosque nevado no han sido suficientes tampoco . . . –
Flammy bajó la mirada mientras su mano buscaba la de Candy – Debo
decirte otra vez, gracias, amiga.- terminó mientras estrujaba fuertemente la
mano de la rubia.

Candy regaló a Flammy con una de sus sonrisas radiantes y, en lugar de


contestar con palabras, arrojó sus brazos alrededor del cuello de la morena
y la abrazó con ternura. Candy había decidido mandar sus pensamientos
tristes al fondo del corazón, como ya estaba acostumbrada a hacer, y en la
hora que siguió la joven ocupó su tiempo platicando con su amiga al mismo
tiempo que devoraba un abundante desayuno frente a los ojos estupefactos
de Flammy. Ésta última jamás había visto a un paciente convaleciente que
pudiese comer tanto de una solo sentada. No obstante, Flammy no se dejó
engañar del todo por la aparente jovialidad de Candy. La morena sabía que
algo andaba mal con su antigua condiscípula y creía tener una pista sobre la
verdadera causa de la tristeza que Candy reprimía.
Flammy le contó a Candy que, siendo que ambas estaban indispuestas, los
doctores habían decidido ponerlas juntas en el mismo cuarto. No era propio
que dos damas fuesen acomodadas en los pabellones del hospital, los
cuales estaban ocupados por hombres. Julienne se había mudado al cuarto
de junto y se estaba recuperando tan rápidamente que se había
reincorporado al trabajo aquella misma mañana. Flammy, por el contrario,
tendría que estar fuera del servicio médico por tres o cuatro meses debido a
su hueso fracturado. Afortunadamente, la herida ya no era un problema. De
ahí en adelante, solamente un adecuado reposo podría ayudar en la
recuperación de la joven.

La conversación entre las dos jóvenes siguió animadamente. Candy


preguntó por cada uno de los

pacientes que ellas habían traído del frente, por Julienne, Yves y toda su
gente favorita en el hospital. Al mismo tiempo se sintió muy sorprendida
cuando Flammy le mencionó que el mismísimo director del hospital había
estado muy interesado en su recuperación. Candy pensó que no era muy
natural que un hombre tan ocupado e importante se ocupase de la pequeña
enfermerita que ella era. Por supuesto, la joven ignoraba que la influencia
de los Andley tuviese un brazo tan largo.

Después del desayuno Candy trató de incorporarse por primera vez,


ayudada de una silla y a pesar de las objeciones de Flammy. La morena
temía que Candy pudiese sentirse mareada porque aún estaba muy
demasiado débil. En su opinión profesional no era prudente intentar ese
movimiento tan simple sin contar con la ayuda de alguien que pudiese
sostener a Candy en caso de que ésta se desmayase; pero la rubia, como de
costumbre, no prestó oídos a las súplicas de su amiga. Después de un par
de intentos fallidos, Candy logró levantarse y con paso lento marchó hacia
la ventana donde se quedó parada un rato, mirando el lugar donde Terri
había estacionado el camión aquella noche. Un suspiro silencioso escapó de
su pecho.

“¿Acaso Terri había dicho que Susana había muerto, o había sido su
imaginación?” trató Candy de recordar. Cerró los ojos y la escena se
desplegó de nuevo en su mente.

“¿Mi esposa Susana? Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un
año” había dicho él, y su voz profunda aún resonaba en los oídos de la
joven. ¡Sí! Candy estaba segura que esas habían sido las últimas palabras
que él le había dicho.

¿Qué vas a hacer ahora? – preguntó Flammy desde su silla de ruedas,


interrumpiendo los pensamientos de Candy y visiblemente molesta por la
terquedad de su amiga. –¡ Por favor Candy, regresa a la cama!

Candy se despertó de sus reflexiones para regresar a la cama con paso


dudoso.
¿Ya ves Flammy? – preguntó ella triunfalmente cuando llegó a la cama – La
próxima vez treparé a un árbol.

¡Eres una tonta! – la regañó Flammy con irritación fingida pero delatando su
alegría con una gran sonrisa. No había persona en el mundo que pudiera
hacerla reír como Candy. La joven se dijo a sí misma que había sido muy
estúpida en el pasado al tratar de mantenerse distante de Candy. Pero para
entonces, ella sabía que su nueva amistad iba a durar para siempre. A pesar
de eso, había algo que la estaba molestando . . . algo que podría lograr
separar a la morena de su recién ganada amiga.

¿Candy? – dijo Flammy dudosa cuando Candy se encontraba ya bajo las


frazadas - ¿Puedo hacerte una pregunta personal?

¡Por supuesto! – replicó Candy despreocupadamente.

Bueno, no estoy segura. . . Por favor no me lo tomes a mal . . .- masculló


Flammy aún indecisa.

¡Vamos Flammy, ve al grano! – repuso Candy impaciente.

Ummmm . .. Me estaba preguntando si el hombre. . . . el hombre que nos


trajo de vuelta a París – comenzó ella incierta – era el mismo quien fue a
nuestro hospital en Chicago para buscarte cierta noche.

Candy miró a Flammy asombrada por la pregunta y por la sorprendente


memoria de su amiga. Aunque a decir verdad, ella sabía que el rostro de
Terri no era uno que una mujer pudiese olvidar fácilmente, así se tratase de
la insensible Flammy. Candy suspiró sonriendo tristemente, señal visible de
que su amiga estaba en lo correcto.

Bueno, aparentemente no olvidas una cara – dijo Candy melancólicamente.

Entiendo. – continuó Flammy sin mirar a los ojos de Candy – Supongo que te
causó sorpresa verlo de nuevo bajo tales circunstancias.

Candy se llevó la mano derecha a su mentón frotándose suavemente, como


si estuviese pensando qué tan lejos podía llegar hablando de sus
sentimientos.

Bien, ciertamente no estaba esperando verlo después de todo este tiempo –


susurró.

Tú y este hombre. . . quiero decir . . . – murmuró Flammy sin saber si debía


continuar con sus preguntas.

Tuvimos algo más que amistad. – terminó Candy llanamente - Sí, tienes
razón Flammy, estuvimos algo . . . emocionalmente involucrados, alguna
vez.
No quería entrometerme en tu vida privada, Candy. – se disculpó Flammy
sintiéndose un poco culpable – Es sólo que estaba casi segura de haberlo
visto antes. Recuerdo aquella noche en Chicago . . . yo estaba enojada
contigo porque habías abandonado tu guardia y traté al pobre hombre muy
groseramente esa vez. Quizá me sentí un poco celosa porque tú tenías a un
hombre tan bien parecido que se interesaba por ti. . . . Él estaba tan
nervioso y angustiado por verte entonces . . .¿Puedo preguntas qué fue lo
que pasó entre ustedes?

¡Ay Flammy! – suspiró Candy con tristeza – Por ciertas razones


simplemente no funcionó. Él se comprometió con otra chica.

¿De verdad? – preguntó Flammy sorprendida – Tenía la impresión de que él


estaba loco por ti. Pero si hizo eso entonces no te merecía.

Candy miró a su amiga totalmente perpleja por su comentario. Aún cuando


Candy había sufrido profundamente a causa de los tristes eventos que la
habían separado de Terri, nunca se le había ocurrido culparlo, porque
siempre había pensado que ambos habían sido meras víctimas de las
circunstancias.

Verás Flammy, no puedo condenarlo por eso. Además, al final no se casó


con la otra muchacha. Me temo que ella murió – concluyó Candy.

Y tú todavía sientes algo por él, ¿no es así? – preguntó Flammy enojándose
con Candy por amar a alguien quien, desde el punto de vista de la morena,
no se merecía tal gracia.

Candy bajó los ojos y estrujó el edredón con sus manos.

Eso me parece, Flammy. Pero pienso que se trata de un amor mal


correspondido. Las cosas cambian con el tiempo, sabes. No creo significar
mucho para él ahora. – concluyó la joven. Flammy entonces abrazó a su
amiga silenciosamente censurándose a sí misma por haber removido viejas
heridas en el corazón de su compañera.

El fuego chispeó con callados ruidos en la chimenea de piedra. Sus suaves


llamas alumbraban la habitación parcialmente, dejando el resto del lugar
entre sombras; las cuales rodeaban a los dos jóvenes sentados en el
modesto sofá, frente al hogar. Aquella mañana Archie y Albert habían
escoltado a la Srta. Pony y a la Hermana María hasta el pueblo, con el
propósito de comprar juguetes, ropa, zapatos y comida para los pequeños
huérfanos. Los dos hombres se asombraron ante la interminable energía de
las damas que las impulsaba de tienda en tienda con una fuerza misteriosa.
Después de las primeras dos horas los jóvenes Andley estaban ya
exhaustos, pero la Srta. Pony y la Hermana María aún continuaban en
movimiento y prácticamente los arrastraron por otras tres horas hasta que
toda la lista de compras estuvo surtida.
No hay que preguntarse dónde aprendió Candy a ser como es – comentó
Albert a Archie cuando tuvieron la breve oportunidad de sentarse en la
zapatería, mientras las damas compraban zapatos para cada niño del
hogar.

¡Ni lo digas! – había sido la única respuesta de Archie. El joven estaba ya


demasiado cansado como para ir más lejos en sus comentarios.

La verdad era que, desde que Albert se había convertido en la cabeza de los
Andley, los problemas de dinero que el Hogar de Pony siempre había tenido
en el pasado desaparecieron como por arte de magia. Candy y Albert
habían acordado mandar al orfanato una generosa suma de manera
regular, la cual resolvía la mayor parte de las necesidades de los niños. Aún
más, como si la ayuda de los Andley no hubiese sido suficiente, la Srta. Pony
y la Hermana María contaban también con una provisión regular de leche y
carne por parte de Tom y más recientemente, con las donaciones de Annie.
La joven había vencido sus propios miedos y finalmente se había atrevido a
pedirle ayuda a su padre. El buen hombre, por supuesto, estuvo más que
complacido de apoyar a su hija en sus nobles deseos.

No obstante, los gastos del orfanato no se habían incrementado


dramáticamente porque las damas estaban conscientes de que tener todo
aquello que se nos antoja no hace la felicidad. Así que eran cuidadosas con
el dinero que recibían de sus generosos benefactores, antiguos asilados de
la casa, quienes habían crecido para convertirse en sus patrocinadores más
importantes.

Es bueno que muestren interés en nuestra causa, pero debemos enseñar a


nuestros niños a vivir con sobriedad y moderación. Los lujos excesivos no
alimentan el alma con los mejores sentimientos y fuerza.- solía decir la
Srita. Pony.

A pesar de este sabio principio, durante aquel bendito día cuando Albert y
Archie habían decidido ayudar a las damas en sus compras, la Srita. Pony y
la Hermana María habían disfrutado más allá de sus más locos sueños
consiguiendo todo lo que necesitaban para la celebración de las fiestas
decembrinas. Después de todo, el día siguiente era Navidad y de vez en
cuando – como la Hermana María diría en su lenguaje poético – es bueno
romper un frasco de alabastro y esparcir un aroma fragante en toda la casa
para celebrar una gran ocasión.

Esa había sido la aventurilla de Albert y Archie siguiendo a dos mujeres


haciendo compras navideñas de último minuto, y aún cuando todos en la
casa ya estaban durmiendo – es cosa obligada irse a la cama temprano en
la Noche Buena si quieres encontrar la media repleta hasta el tope con mil
maravillas- los dos hombres habían permanecido en la estancia mirando
silenciosamente al fuego, mientras daban lentos sorbos a una taza de
chocolate caliente. Estaban aún demasiado pasmados por su experiencia
con las compras como para quedarse dormidos.
Creo que deberías cerrar el trato tan pronto como sea posible, Albert -
sugirió Archie en tono serio.

¿Tú crees? – preguntó Albert dudoso.

Por supuesto, la situación política de México ha sido muy irregular en los


últimos ocho años - continuó Archie con el aire de alguien quien está bien
informado y seguro de sus conclusiones – No creo que debamos conservar
las propiedades y la compañía petrolera. Si tienes la oportunidad de
venderlas, hazlo. Nunca sabes qué nuevo líder loco y comunista puede
llegar a la presidencia en México.

A pesar de eso no los culpo – sugirió Albert con su mirada azul perdida en
las formas del fuego – el viejo presidente Díaz era un tirano que solamente
incrementó la riqueza de unas cuantas personas, que eran sus amigos, y
dejó al resto del país en la peor de las miserias.

Es verdad, pero no creo que esos campesinos sin educación que están
luchando por el poder ahora puedan resolver los problemas del país –
sentenció Archie dejando su taza vacía en el suelo.

No lo sé, Archie – continuó Albert como si estuviese hablando solo – tal vez
están haciendo lo correcto, quiero decir, tratando de cambiar las cosas que
ellos creen son injustas, aunque no apruebo el uso de la violencia, ni
siquiera en la causa más noble.

¿Podrían cambiar las cosas de otra manera? – argumentó Archie con mirada
suspicaz.

Bueno, había un hindú en Sudáfrica, hace unos cinco años – comentó Albert
recordando una noticia que había leído en los periódicos – este hombre
obtuvo algunas cosas rehusándose a obedecer una ley injusta. Convenció a
un grupo de personas y ellos le siguieron aún cuando fueron puestos en la
cárcel por algún tiempo. Al final, la ley contra la cual ellos protestaban fue
cambiada. Logró todo esto pacíficamente.

Creo haber oído al respecto – dijo Archie forzándose a recordar los detalles-
su nombre era Handy, Gendy . .. no . . .¡Ghandi! – sonrió finalmente cuando
su mente recuperó la información que buscaba.

Sí, ese era el nombre, – sonrió al responder el mayor de los dos hombres. –
Ese es el tipo de método que yo apruebo, una resistencia pacífica pero
organizada en contra de cualquier autoridad injusta.

Te noto muy utópico esta noche, – se rió Archie mientras daba una palmada
en el hombro de Albert – no suenas como la cabeza de nuestra poderosa
familia – bromeó.

Tal vez no, – murmuró Albert mirando a su taza medio vacía y entonces
añadió con una extraña chispa en la mirada – me gustaría que te
involucraras más en nuestros negocios una vez que te gradúes el próximo
año, Archie. De hecho, me encantaría que pudieses hacerte cargo de todo
en caso de que yo tenga que ausentarme por alguna razón.
¿De verdad? – preguntó Archie sin poder ocultar su alegría - ¡Me sentiría
muy honrado!

Me alegra oír eso. – replicó Albert con una mirada de alivio en sus ojos – A
decir verdad, una vez que te cases con Annie serás un hombres de negocios
más respetable que yo. Los hombres casados tienen mayor prestigio moral
que los solteros empedernidos como yo – se rió brevemente, pero
interrumpió su gozo personal muy pronto, al darse cuenta de que una
sombra de tristeza cruzaba el rostro de Archie.

“Y vamos de nuevo a lo mismo” se dijo Albert, “La vieja herida”.

¡Ay Albert, Albert! – suspiró Archie melancólicamente – Has mencionado


otra vez el asunto que me hace dudar de mi mismo.

Es mejor no discutir eso, amigo mío – sugirió Albert en tono serio.

Archie se puso de pie para descansar sus manos en la repisa de la


chimenea, sus ojos vagaban en la profundidad del fuego. Dentro del joven,
una vieja lucha volvía a librarse una vez más.

¡Estoy harto de guardarme esto! – dijo finalmente con amargura, encarando


a Albert con el ceño fruncido – Puedo jurarte que he luchado contra esto
durante años, he querido mantener mi palabra, pero simplemente no puedo
negar lo que me está quemando por dentro, Albert.

Albert dejó su taza junto a la de Archie y reclinó la espalda en el respaldo


del sofá. Estaba realmente preocupado por el problema de su sobrino y
sinceramente quería ayudarlo, pero sabía bien que la solución que Archie
deseaba era imposible.

Archie, - dijo al fin mirando directamente a los ojos ámbar del joven – voy a
decirte de una vez por todas lo que pienso de tu situación, aunque creo que
no te va a gustar mucho mi opinión.

¡Adelante, Albert. Estoy desesperado! – admitió el joven.

Creo que comentes un gran error – comenzó Albert articulando cada una de
sus palabras – Estás obsesionado con una ilusión que no te deja ver las
bendiciones que tienes en Annie. Lo que sientes, o crees sentir por Candy,
es solamente un inútil desgaste de energías emocionales porque es obvio
que ella jamás se ha interesado por ti, como hombre.

¡Pero yo la he amado tan profundamente durante todos estos años! –


confesó Archie. Me da mucha pena escuchar eso, – continuó Albert
simpatizando con la pena de su sobrino – nada me complacería más que ver
a Candy enamorada de ti. Entonces podrías casarte con ella, estar en paz
contigo mismo y yo podría sentir que he cumplido con la más grande
responsabilidad que he tenido jamás. Ella tendría a alguien que cuidase de
ella, alguien a quien yo podría confiar la hermana pequeña que ella
representa para mi.

¡Ay Albert! Yo la haría tan feliz si solamente ella me quisiese un poco . . .


aunque fuese sólo la mitad del amor que ella desperdició en Grandchester.

No debes hablar sobre cosas que no comprendes, Archie,- contestó Albert


cuando escuchó el nombre de su antiguo amigo – el punto aquí no es a
quién ella ha amado en el pasado, sino más bien, que nunca has sido tú
quien ella ha agraciado con su amor, mientras que Annie no ha tenido ojos
para otra hombre que no seas tú.

¿Qué puedo hacer si después de todos estos años no he logrado sacarme a


Candy de la cabeza? – preguntó el joven.

Entonces mi querido amigo, si verdaderamente piensas que no amas a


Annie como ella se lo merece, termina con aquello en lo que no crees, pero
no te engañes pensando que esa decisión cambiará tu situación presente
con Candy – terminó Albert poniéndose de pie.

Esa es una decisión terrible – suspiró Archie con gesto temeroso.

Lo es, ciertamente – confirmó el joven – y es seguro que rompería el


corazón de Annie.

Solamente espero que no lo lamentes después – sentenció Albert con


seriedad

Neil Leagan se sirvió el sexto escocés de la noche. Era muy tarde y estaba
molesto por haber tenido que esperar por tan largo tiempo. Junto al fino
vaso de cristal habían unos cuantos papeles en un sobre amarillo con el
sello de la familia Leagan. El reloj de pie dio la medianoche y el joven alzó
su vaso brindando en la soledad.

¡Feliz Navidad! – dijo con sonrisa burlona.

En ese momento un hombre estirado entró en la habitación anunciando a


unas visitas.

Disculpe señor – dijo el mayordomo con gesto afectado – los caballeros que
usted espera han llegado.

Déjalos pasar – replicó Neil secamente y un segundo después, tres hombres


con abrigos negros y sombreros de fieltro entraron a la habitación
caminando decididamente hacia el bar que Neil tenía en su oficina. Por sus
zancadas seguras podría haberse pensado que no era la primera vez que
visitaban el lugar.
Llegan tarde. – fue la fría bienvenida de Neil – Les he dicho que no me gusta
esperar. Disculpe usted, Sr. Leagan, – se disculpó uno de los hombres –
tuvimos unos problemillas que tomaron cierto tiempo para resolverse , los
polizontes, usted sabe – agregó el hombre bajando el tono de la voz.

Los perdono esta vez – replicó Neil desde el gran sillón de cuero donde
estaba sentado – siempre y cuando traigan el paquete con ustedes.

Si tiene usted el nuestro consigo, señor – remarcó el segundo de los


hombres mordazmente y con un extraño brillo en sus ojos grises.

Bien, caballeros, – dijo Neil a sus tres visitantes mirándolos con audacia –
soy un hombre de palabra, los documentos están en el sobre, sobre la
barra.

El hombre de los ojos grises hizo una breve seña al tercer hombre y este
último se apresuró a verificar el contenido del sobre.

Todo está aquí, Buzzy – dijo el tercer hombre cuando hubo revisado los
papeles dentro del sobre.

Bueno, Sr. Leagan, – repuso Buzzy – siempre es un placer hacer negocios


con un hombre como usted. Aquí está su paquete – añadió entregando una
caja.

El placer es mío – respondió Neil desde su sillón mientras sorbía su escocés


una vez más - ¿Le gustaría tomar algo?

No gracias, señor. No bebemos cuando trabajamos – se rehusó gentilmente


el primero de los tres hombres – pero cuando usted quiera más jugo de
amapolas o esté de humor para pasarla bien en nuestra casa de juego, sabe
bien que siempre estaremos a su servicio, señor.

Neil asintió graciosamente con una sonrisa sarcástica. Fue entonces cuando
la puerta se abrió de repente, sobresaltando a los cuatro hombres en la
habitación. Los amigos de Neil se llevaron las manos a sus abrigos en un
movimiento instintivo.

¡ Neil! ¿Qué diablos . . .? – dijo una voz femenina irrumpiendo en la


habitación con un ligero acento aguardentoso. Pero cuando la mujer se dio
cuenta de la presencia de los tres extraños recuperó la compostura
asombrosamente y con ojo rápido inspeccionó a los hombres frente de ella.

No sabía que tenías invitados, hermano – repuso Eliza Leagan mientras


retorcía coquetamente uno de los rizos de color castaño rojizo que caían
sobre su hombro.

Estamos por partir, madame – dijo el hombre de los ojos grises cuando
sintió que la mirada de la joven se fijaba en él con destello seductor.
Disculpen ustedes la mala educación de mi hermano – replicó la mujer sin
poner atención a las palabras del hombre – Déjenme presentarme
caballeros, mi nombre es Eliza Leagan – dijo la joven extendiendo su mano
enguantada al hombre frente de ella, aquel de los ojos grises e impecable
bigote castaño, al cual habían escogido los ojos de la joven desde que había
finalizado su inspección profesional sobre los tres hombres.

Enchanté madame. – dijo Buzzy besando la mano de Eliza mientras miraba


a la joven con lisonja – El señor Leagan nunca nos dijo que tuviese una
hermana tan hermosa.

Eso se debe a que mi hermano tiene un terrible gusto para las mujeres, –
remarcó Eliza recuperando su mano y lanzando una mirada recriminadora a
su hermano – pero por qué no se quedan con nosotros, hay una fiesta allá
abajo y estaríamos muy complacidos si se nos unieran.

Apreciamos su bondad señorita – dijo el primero de los hombres – pero


tenemos otros compromisos.

Ya veo,– replicó Eliza sin quitarle los ojos de encima al hombre del bigote –
pero les veremos por aquí pronto, supongo.

Eso espero señorita – dijo el hombre de los ojos grises mientras él y sus
compañeros dejaban la habitación.

Una vez que los hombres desaparecieron y los dos Leagan se encontraron
solos, Eliza se volvió para ver a su hermano con una expresión divertida en
el rostro.

El tipo es guapo, de verdad – comentó juguetona, y un segundo después su


atención se concentró en el paquete que Neil tenía en sus manos - ¿Qué
tienes ahí, hermanito?- preguntó curiosa.

Neil se incorporó moviéndose lentamente hacia el bar para volver a llenar


su vaso con más whisky. Luego le dio a su hermana una mirada de
complicidad mientras el líquido dorado resbalaba por su garganta
haciéndolo sentirse más y más relajado.

Esto, mi querida hermana – dijo él blandiendo el paquete – es algo que


puede darte un placer mayor que todos tus amantes juntos. Se llama opio.

¡Ay Neil, estás usando drogas! – dijo Eliza traviesa – Eso es algo muy malo,
pero mientras no digas nada sobre esos amigos míos que visitan mi alcoba,
no mencionaré palabra acerca de tu nueva distracción.

Como en los viejos tiempos ¿No? – preguntó él con un guiño – Vamos a


hacer un brindis de Navidad – sugirió Neil mientras servía una copa de
oporto para su hermana, sabiendo bien que ese tipo de vino era la bebida
favorita de ella.
Bueno, ya que estás tan feliz, este puede ser un buen momento para decirte
algunas buenas noticias que tengo para ti, querido. – comentó Eliza
felizmente – Pero espera un momento, te traeré mi regalo en un segundo –
dijo ella y salió del cuarto para regresar un instante después con un par de
revistas en sus manos.

Neil observó que la cara de su hermana estaba radiante. Las noticias que
tenía seguramente eran tan importantes como favorables. Eliza se movía
alegremente hacia el bar, casi danzando un baile triunfal, hasta que se
sentó en el banquillo en frente de la barra. Entonces miró a su hermano
directamente a los ojos.

Querido hermano, después de esto vas a agradecerme eternamente. – dijo


canturreando sus palabras al tiempo que entregaba una de las revistas a un
Neil muy intrigado – Como puedes ver en el artículo principal de esta
revista, tu viejo rival perdió a su prometida coja hace un año.

Los ojos de Neil se abrieron perplejos cuando se enteró de la viejas noticias


y Eliza se divirtió con las reacciones del joven.

¡Ay Neil, Neil, eres un tonto! – se burló ella – Sé lo que estás pensando.
Temes que ahora nuestro amado actor corra a los brazos de Candy tarde o
temprano ¿No es así? – ella hizo una pausa deleitándose en el sufrimiento
de Neil – Pero no lo hará. Puedo jurarlo.

¿Por qué estás tan segura? ¿Acaso vas a amarrarlo, hermanita? – preguntó
Neil visiblemente molesto.

Hice algo mejor que eso – afirmó ella - ¿Recuerdas ese viaje que hice a
Denver, a pesar de las quejas de la tía abuela Elroy?

Sí.

Bueno, pues no fui a Denver, sino a Nueva York, antes de que muriese
Susana y con mis blancas manecitas dejé en el buzón de Terri un regalo
para él – comenzó ella a reírse con malicia.

Un regalo que era . . . – preguntó Neil a quien comenzaba a gustarle aquella


adivinanza.

Un sobre con una nota de periódico, la que anunciaba el compromiso de


Candy contigo, querido. Por supuesto que tu nombre no se mencionaba ahí,
pero se dejaba en claro que ella se iba a casar pronto – explicó Eliza
mientras le brillaban los ojos.

¡Debió de hacer un coraje de los mil diablos! – se rió Neil golpeando la barra
con gran gozo.
Renté un carruaje para esperar afuera hasta que él llegara, – continuó Eliza
- era ya muy tarde, pero la larga espera valió la pena verdaderamente,
porque después de que él llegó no le tomó mucho para encontrar su
‘regalo’. Puedo afirmarlo gracias al alboroto que hizo ¡El muy estúpido!
¡Todavía no entiendo que le ven ustedes a esa asquerosa hospiciana!

¡Vamos Eliza, dime lo que oíste! – preguntó Neil tan complacido con la
historia que ignoró los comentarios de su hermana acerca de sus propios
sentimientos por Candy.

¡Debiste haber estado ahí hermanito! ¡El tipo sí que se enojó! A juzgar por
los ruidos, debió haber roto cada mueble que tenía – dijo Eliza con frases
entrecortadas debido a que se doblaba de la risa – Te puedo asegurar
querido, que después de eso ni siquiera pensará en una reconciliación con
Candy ¡Jamás!

¡Eso fue brillante, Eliza! ¡Te amo! – dijo Neil besando a su hermana en la
frente.

¡Me hechas a perder el maquillaje, Neil! – chilló ella empujándolo – Pero eso
no es todo – continuó Eliza entregándole una segunda revista con la foto de
Terri en la portada. – Mira esta otra. Como puedes ver, esta revista es
reciente.

Neil leyó el encabezado pero esta vez su sonrisa se fue desvaneciendo


hasta ser remplazada por un ceño fruncido.

¡Se enroló! – musitó el joven bebiendo otro sorbo de escocés.

Sí ¿Verdad que es un estúpido? – preguntó Eliza con una risita.

Esto podría no ser tan bueno como piensas, Eliza – dijo Neil con expresión
preocupada – Ahora él está en Francia, justo donde Candy se encuentra ¡No
me gusta eso!

¡Vamos Neil, no seas un aguafiestas! – protestó la joven tomando su copa


de oporto en la mano derecha – Aún en el remoto caso de que pudiesen
verse de nuevo, Terrence creería aún que ella está casada. No pasará nada,
ya lo verás, y si tienes suerte los alemanes te harán el favor de enviarlo al
otro mundo. Eso, debo admitirlo, yo lo lamentaría un tanto porque aún creo
que el hombre es endemoniadamente guapo, pero si eso te hace feliz estaré
contenta por ti. Además, si no puedo tenerlo para mi entonces nadie
debería tenerlo,- terminó ella con una sonrisa de júbilo y levantando la copa
triunfalmente brindó – Por nosotros hermanito.

Por nosotros, querida hermana.

Albert no había crecido en el Hogar de Pony pero aquella mañana de


Navidad parecía ser uno más de los pequeños huérfanos. El hombre jugó, se
arrastró en el piso, corrió alrededor de la casa, trepó al árbol, hizo el
muñeco de nieve más alto, peleó en la guerra de nieve con todas sus
fuerzas, y se emocionó como un niño de cinco años cuando los chiquillos
abrieron sus regalos, frente a sus muy asombrados amigos y las dos damas
que manejaban el orfanato. Sin embargo, para la hora del almuerzo el joven
estaba ya muy agotado y esperaba que los chicos estarían tan exhaustos
como él, pero sus esperanzas probaron ser inútiles muy pronto. Después de
la comida los niños recomenzaron sus interminables juegos con renovadas
energías. Esta vez Albert comprendió que la única persona capaz de
enfrentar semejante paso frenético era Candy y por lo tanto desistió en el
intento, dejando a Tom y a Archie como las nuevas víctimas de la
incansable tropa.

Sentado en la estancia, mientras las cuatro damas trabajaban


laboriosamente en la cocina preparando la cena de Navidad y los otros dos
pobres jóvenes estaban a punto de ser desollados por hordas de pequeños
indios feroces, Albert pensaba en la conversación que había tenido con
Archie la noche anterior. Durante los últimos meses Albert había estado
sopesando cuidadosamente una serie de acciones que podrían llevarlo a la
libertad que soñaba, con las menores inconveniencias posibles para su
familia. Aún así, el plan tomaría algún tiempo y tal vez lo que le preocupaba
más era la situación de Candy.

Lo que más le inquietaba no era el hecho de que ella estuviese en Francia,


sino especialmente la certeza de que la joven era una mujer sola y
vulnerable en un mundo de hombres. Albert se decía que no se sentiría libre
para seguir los llamados de su corazón mientras su protegida no tuviese a
alguien que pudiese cuidar de ella en ausencia de él. “Candy es
independiente y auto-suficiente” pensaba él, “ pero estaría más tranquilo si
supiese que alguien la cuida”. Las reflexiones de Albert fueron súbitamente
interrumpidas por el ruido de un auto estacionándose en el patio. Dejó el
libro que había estado leyendo y se puso en pie para ver quién había
llegado.

El dulce aroma de la famosa tarta de navidad de la Señorita Pony invadió la


cocina, el pasillo, y la estancia. Con las manos protegidas por unas guantes,
Patty salió de la cocina cargando dos enormes tartas para ponerlas en la
gran mesa, la cual Annie estaba arreglando. La vista fue demasiado
tentadora para uno de los ‘indefensos’ vaqueros capturados por los indios
inmisericordes. De repente, el vaquero se liberó de las cuerdas, las cuales
no lo tenían muy bien atado que digamos, y haciendo una seña a los niños
les dio a entender que estaría fuera del juego por un segundo. El joven
siguió entonces a la chica de las tartas.

¿Puedo ayudarte? – preguntó Tom con tono galante, inusual en él.

¡No dejes que se acerque a esas tartas! – advirtió Annie desde la mesa -
¡Las desaparecería en un segundo!
Patty se rió con timidez y asintió amablemente para rechazar la ayuda que
se le ofrecía. A pesar de la resistencia de la joven Tom la siguió, atraído por
ambas tentaciones, tartas y chica.

Patty finalmente puso las tartas en la mesa mientras Annie le lanzaba a Tom
una mirada recriminadora que le advertía no intentar ningún truco sucio.

¿Ves a ese hombre, Patty? – preguntó Annie con una risita nerviosa- Es el
devorador de tartas de Navidad más rápido que he visto en mi vida. No te
confíes ni por un instante.

Patty solamente sonrió mientras se quitaba los guantes de cocina que tenía
en las manos y los dejaba en la mesa. Una vez liberada de los mitones, trató
de arreglar su cabello castaño oscuro, el cual caía sobre sus hombros en
una abundante melena que ella sostenía en una cola de caballo. A espaldas
de la joven, dos ojos café claro la observaban con especial atención, ajenos
a las miradas suspicaces de Annie. De algún modo, las tartas habían
quedado relegadas a segundo término.

¿Puedes sostenerme esto? – preguntó Patty a Annie dándole una horquilla


de pelo mientras trataba de arreglar las hebras que estaban fuera de su
lugar.

No me digas, estoy ocupada, – respondió Annie traviesa – pero el caballero


detrás de ti seguramente te dará una mano, no está haciendo nada más
que mirar – sugirió ella.

Por supuesto, - dijo Tom despertando de sus fantasías.

Patty se volvió para mirar el rostro de Tom, pero no pudo sostener la mirada
directamente y

enseguida bajó los ojos, al tiempo que le entregaba la horquilla. Luego, la


joven se ocupó en arreglarse el pelo silenciosamente mientras el rubor
comenzaba a cubrir sus mejillas. Entretanto, Tom simplemente observaba a
la chica, reclinando su espalda en un lado de la chimenea de piedra. Fue
entonces cuando la Señorita Pony y la Hermana María entraron a la
habitación cargando dos pavos superdesarrollados con toda la tribu india
siguiéndolas.

Ay queridos, están bajo el muérdago – señaló la Señorita Pony


despreocupadamente - ¡Vamos Tom, sigue la tradición, besa a la chica! –
concluyó con una sonrisa.

Si las mejillas de Patty ya estaban sonrojadas antes del comentario bromista


de la Srita. Pony, cuando la anciana hubo pronunciado la terrible frase de
“besa a la chica”, Patty se puso más roja que un betabel fresco en verano.
Repentinamente parecía que todos en la casa estaban mirándolos
intencionadamente. Un incómodo silencio los rodeó y Patty sintió que iba a
desmayarse cuando se dio cuenta de que Tom inclinaba la cabeza hacia
ella.

En un segundo que a la tímida joven le pareció interminable, Tom tomó la


mano derecha de la chica y plantó un beso en los dedos de Patty. Toda la
tropa irrumpió en risas y aplaudió ferozmente mientras Annie se preguntaba
en qué momento del camino de la vida Tom había dejado de ser el chiquillo
fastidiosos de su infancia, para convertirse en el amable joven que era.

¡Noticias de Francia! – gritó Albert quien entró a la estancia en ese


momento acompañado de George Johnson.

La Señorita Pony y la Hermana María se santiguaron, Annie se puso pálida,


Patty se olvidó del

incidente debajo del muérdago, Tom arqueó la ceja derecha, los ojos de
Archie brillaron de ansiedad y los niños detuvieron el barullo que siempre
hacían.

¡Vamos, hijo, dinos! – dijo la Señorita Pony.

Hay dos telegramas, – comenzó Albert en su voz de barítono – uno es de


Candy y el otro del director del hospital donde ella trabaja.

¿Le pasó algo a Candy? – preguntó Annie temerosa, buscando apoyo en la


mirada de Patty.

No Annie, éstas son buenas noticias. Escuchen todos – dijo Albert antes de
empezar a leer:

Queridos amigos:

Estoy de regreso en París, sana y salva. Espero que el próximo año pueda
estar con ustedes para Navidad. Mientras tanto, felices pascuas y que Dios
les bendiga a todos.

Candy.
¡Gracias, Dios mío, por escuchar nuestras plegarias! – murmuró la Hermana
María y todo el cuarto se vio invadido de un coro de voces que se repetían
una a la otra: “ ella está bien”, “ está a salvo”

¿Qué dice el otro telegrama, Albert? – preguntó Archie intrigado.

Bueno, Señorita Pony, Hermana María, queridos amigos, - respondió Albert


mirando a todos con ojos juguetones - me enorgullece hacerles saber lo
que me escribió el mayor Erick Vouillard.

Estimado Sr. William A. Andley:

Con gran orgullo le informo que la Srita. Candice White Andley recibirá una
medalla por su heroísmo, el cual salvó la vida de cinco de nuestros
hombres y dos de sus colegas. La señorita Andley ha honrado a su país y a
su familia con su valiente conducta.

Felicitaciones

Mayor Erick Vouillard

¡Esa es mi jefe! – gritó Jimmy Cartwrigh, quien había entrado a la habitación


en el preciso momento que Albert estaba comenzando a leer el segundo
telegrama. Jimmy había ido junto con su padre a hacer una visita navideña
a sus vecinos y, como cualquier miembro de la familia de Pony, el mozuelo
había entrado sin tocar. Eso era posible en el Hogar de Pony porque la casa
nunca tenía los cerrojos puestos. Jimmy, quien para entonces tenía catorce
años, había querido enrolarse en el ejército cuando la guerra había
comenzado, pero su edad no se lo había permitido. De modo que tenía que
conformarse con las aventuras de su “jefe” en Francia, razón por la cual, las
noticias lo llenaban de orgullo.

¡Bueno, Candy está bien y ganó una medalla! – dijo la Señorita Pony
esgrimiendo una botella de vino, - ahora que casi todos nuestros seres más
queridos están aquí, y eso los incluye a ustedes, Jimmy y Sr. Cartwright, ¿no
creen que sea ésta una buena razón para brindar?

El grupo dio buena acogida a la sugerencia y unos minutos más tarde todos
tenían un vaso con algo para beber; vino para los adultos y limonada rosa
para los niños.

¡Por Candy, . . . y por el fin de la guerra! – brindó la Señorita Pony y todos


se le unieron levantando sus vasos.
Aquella noche, el mejor regalo de Navidad que todos habían recibido había
llegado envuelto en un sobre con un sello postal francés. Entre las
diferentes voces que estallaron en expresiones de júbilo, se podía escuchar
un vocecilla diciendo:

¿Ya ves? Candy debe haber matado algunos alemanes por allá.

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Hay fechas en nuestras vidas que nos marcan con memorias inolvidables.
Fechas que tal vez intentemos ignorar todo el año, pero conforme nos
acercamos a ellas, son esas mismas fechas las que nos fuerzan a volver
vivir en nuestra mente los eventos que las hicieron memorables. Algunas
veces nos gustaría no ser capaces de recordar, en ocasiones quisiéramos
cerrar los ojos y olvidar. Pero luego, una página del calendario nos salta a la
vista y simplemente no podemos evitar la reminiscencia que embate
nuestra alma con la llegada de cada aniversario.

Una vez más, El Hospital Saint Jacques tenía un nuevo director. El mayor
Vouillard había sido designado para el puesto después de que Louis De Salle
fuera enviado al Frente Occidental. En un principio, todos se preguntaron
cuál había sido la razón para un cambio tan repentino. Después de todo, De
Salle había dirigido el hospital por menos de dos meses y era poco usual
que un director durase tan poco tiempo en el cargo. No obstante, nadie
pudo comprender los motivos que habían inspirado el nombramiento de
Vouillard, y el asunto fue pronto olvidado y parcialmente interpretado como
uno de esas incomprensibles rarezas de los tiempos de guerra.

En un intento por apaciguar las tensiones sufridas esos días, Vouillard


decidió organizar una fiesta que serviría a diversos propósitos, matando
más de dos pájaro de un tiro. La ocasión le permitiría a Vouillard conocer al
personal en una atmósfera más cálida, relajaría el estrés causado por los
cambios recientes y serviría como marco para entregar la medalla a la
heroína americana. La excusa que Vouillard había usado para organizar la
fiesta había sido muy simple: el Año Nuevo.

Pasar las fiestas decembrinas en medio de la nada, lejos de casa y tal vez
esperando la propia muerte no es una perspectiva muy atractiva. A pesar
de esto, la Segunda División del ejército de los Estados Unidos tenía que
enfrentar esa triste realidad. Todo lo que se tenía para celebrar la ocasión
era un botella de vino barato y la compañía de unos cuantos sacerdotes que
habían sido enviados por el gobierno francés para animar a las tropas. Para
Terrence Grandchester, quien no bebía y tampoco era muy ferviente en sus
creencias religiosas, el regalo de Navidad de las autoridades no había
significado mucho. Aún peor, la llegada de las celebraciones de invierno era
lo que él menos deseaba, especialmente por los recuerdos tristes que lo
atormentaban durante esas fechas.
[pic]

¡Te ves hermosa esta noche! – dijo Yves a la joven rubia a su lado – El rosa
es definitivamente tu color ¿Sabías eso?

Mi amiga Annie dice lo mismo – replicó Candy sonriendo suavemente. La


joven había escogido un vestido de gasa en color rosa pálido para la
ocasión. De hecho, aquel era el único vestido formal que Candy habían
empacado la noche en que prácticamente había huido de su departamento.
Para la ocasión Julienne había insistido en ayudar a Candy con su peinado.
Como resultado, Candy llevaba su cabello en un rodete trenzado con una
graciosa cascada de rizos que caían sobre su cuello.

Bueno, entonces esa amiga tuya, Annie, debe tener muy buen gusto –
comentó Yves con una sonrisa. El joven doctor había estado flotando en las
nubes desde que Candy lo había aceptado como su acompañante en la
fiesta y se había propuesto disfrutar la velada tanto como fuese posible.

Yves había cumplido su promesa de cuidar de la salud de la rubia y estaba


orgulloso del rápido restablecimiento de su paciente favorita. Sin embargo,
había algo que lo tenía un tanto inquieto e

intrigado. Era esa mirada ausente en los ojos de Candy, como si por breves
instantes su mente volase muy lejos, a tierras distantes que él no podía
alcanzar.¿En qué pensaba Candy cada vez que sus ojos se perdían en la
nada?

¿Bebe usted con nosotros, sargento? – preguntó un hombre de mediana


edad con barba color castaño – Entiendo que no es el mejor de nuestros
vinos, pero es Año Nuevo . . .

Disculpe usted, Padre – respondió Terri con una sonrisa amable – no tomo
ningún tipo de bebida alcohólica.

¿De verdad? – dijo el sacerdote con ojos admirados – Esa es una cosa
notable en un soldado. Pero, debo admitirlo, también es un hábito
saludable.

Solía beber mucho. – confesó Terri, un poco conmovido por la natural


simpatía que el sacerdote le inspiraba. Por alguna razón aquel hombre
barbado con ojos oscuros le hacía sentir cómodo – No pude controlarlo, ve
usted, así que lo dejé.

Buena decisión sargento, – respondió el cura con tono amigable – pero tal
vez podría unírsenos con una taza de té caliente.

El joven sonrió tristemente pero aceptó la invitación.

El espacioso salón, los doctores y las enfermeras vestidos formalmente para


la ocasión, los discursos, la ceremonia, el baile, el brindis, a los ojos de
Candy todo parecía ensombrecido por una niebla espesa. A pesar de sus
esfuerzos por disfrutar la noche su mente parecía no obedecer a su
voluntad. Solamente podía pensar en una cosa: la fecha.

Diciembre 31, diciembre 31, diciembre 31.

Era la fecha que martilleaba sus sienes con un golpeteo insistente.

Los hombres alrededor de él, el frío invernal, el sacerdote a su lado, las


bromas de los soldados, las risas . . .ante los ojos de Terri todo aparecía
borroso, irreal. A pesar de que había tratado de no pensar en ello, sabía que
estaba perdiendo la batalla otra vez mientras que sus recuerdos tomaban
control de su mente.

Diciembre 31, diciembre 31, diciembre 31.

La fecha hacía eco dentro de su corazón y él no podía evitarlo.

**************************************

Diciembre 31, – pensó Candy – Fue hace seis años. Estaba muy frío afuera y
yo había bebido demasiada champaña.

Diciembre 31 – pensó Terri – Había niebla. Era 1911 y yo me sentía


terriblemente triste, traicionado, abandonado . . .
[pic]

Él estaba llorando cuando lo vi – Candy se dijo - ¡ Se veía tan apuesto!

Ella llevaba el cabello sujeto con un lazo carmín. – recordó Terri – ¡Se veía
tan hermosa esa noche!

Todo el personal médico levantó sus copas para brindar

Por el Mariscal Foch y la victoria sobre Alemania – dijo el mayor Vouillard


con voz solemne y después añadió en un tono más alegre – Bonne année
pour tous! ( Feliz Año Nuevo a todos)

En una esquina del salón una joven rubia hacía su brindis personal.

¡Feliz Año Nuevo, Terri! – dijo Candy en un susurro mientras levantaba su


copa.

Por el Presidente Wilson y las batallas por venir! – brindó el Capitán Jackson
con vehemencia – ¡Feliz Año Nuevo para todos nosotros!

Feliz Año Nuevo, pecas – pensó Terri levantando su taza – y feliz sexto
aniversario también.

El reloj anunció la llegada del nuevo año. El histórico 1918 había nacido. En
distantes rincones del globo, nuestros amigos recibieron el año que
cambiaría sus vidas dramáticamente.

Capítulo IX

La Canción de Medianoche

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El siguiente capítulo contiene algunos breves pasajes en donde se utliza
lenguaje vulgar con el propósito de dar mayor realismo al relato. Si ese tipo
de lenguaje ofende su sensiblidad, le ruego se abstenga de leer.

1918 sería un año de grandes glorias ensombrecidas por infiernos


sobrecogedores. Los Aliados habían estado luchando por más de tres años
en Europa, el Norte de África, Palestina, Mesopotamia y el Mar del Norte.
Durante todo ese tiempo, ambos contendientes habían perdido miles y
miles de vidas valiosas, pero no parecía que se hubiesen hecho muchos
avances a través de tal sacrificio. Sin embargo, al principio del año, la
escena se observaba un poco más favorable para la Triple Entente debido a
ciertas razones.

En primer lugar, desde 1917 diferentes conflictos internos, tanto


económicos como sociales, habían provocado una guerra civil en Rusia,
país que se encontraba del lado de los Aliados. Los eventos habían forzado
la abdicación del Zar Nicolás II y el establecimiento de un gobierno
provisional, el cual continuó con el seguimiento de la guerra por unos meses
hasta que el partido Bolchevique tomó control. Uno de los factores que
habían dado tanta popularidad a los bolcheviques era su fuerte oposición a
la participación de Rusia en la guerra. Por lo tanto, después de su victoria en
octubre de 1917, los nuevos líderes rusos ofrecieron un armisticio al
gobierno alemán. El día 15 de diciembre, Rusia, Alemania y Austria firmaron
dicho armisticio el cual marcó el fin de las hostilidades en el Frente Oriental.
Con este evento Francia, El Reino Unido, Italia y los Estados Unidos
perdieron un importante aliado.

Con la retirada de Rusia y de Rumania en 1917 los alemanes tenían una


ventaja. Las tropas que habían sido asignadas al frente ruso estaban frescas
y listas para entrar en acción. Tal circunstancia permitía a la Triple Entente
contar con un diez por ciento de superioridad numérica sobre los ejércitos
ingleses, franceses y americanos en Francia.

En segundo término, las fuerzas francesas estaban exhaustas después de


tres años de luchar a la ofensiva, la moral de las tropas era muy baja y la
mayoría de los hombres eran o muy jóvenes o demasiado viejos para resistir
a los alemanes si éstos decidían organizar un ataque masivo. Los británicos,
por su parte, padecían una escasez de refuerzos y el Primer Ministro
Británico, David Lloyd George había ordenado la reducción del número de
batallones por división. Al igual que en el ejército francés, los hombres que
estaban disponibles en el lado británico eran principalmente soldados
bisoños.

Finalmente, los norteamericanos no habían logrado reunir todas sus fuerzas


desde que el país había entrado a la guerra el año anterior. Para principios
de 1918 solamente habían llegado a Francia 6 divisiones norteamericanas,
pero dos de ellas aún no habían entrado en acción y las cuatro restantes
solamente habían prestado apoyo en ciertos sectores lejos de la línea de
fuego. Sin embargo, Alemania sabía que la llegada de nuevas tropas desde
Estados Unidos era inminente y, si la Triple Entente no comenzaba una
ofensiva agresiva e inteligente durante los primeros meses del año, podían
terminar perdiendo el Frente Occidental con la llegada de los refuerzos
norteamericanos.
Así pues, la ofensiva alemana comenzó el 21 de marzo sobre la ciudad de
Arras. El objetivo principal era abrir una brecha entre los británicos y los
franceses que pudiese separar a esos ejércitos aliados y forzar a los
británicos a replegarse hacia el Mar del Norte. Para esta ofensiva masiva los
alemanes decidieron usar una nueva táctica basada en un corto pero
poderoso bombardeo, seguido de un ataque frontal de la artillería y cerrado
con la infantería usando ametralladoras como su arma principal. Los
alemanes lograron ganar territorio, hicieron 70 000 prisioneros y mataron
cerca de 200 000 hombres del lado de los Aliados. No obstante, la batalla
fue considerada como un desastre estratégico porque la meta principal, la
cual era separar a los ejércitos británico y francés, no pudo ser alcanzada.

El año anterior, Ferdinand Foch había sido designado como jefe del Comité
General del Ejército Francés, pero el General Pétain todavía tomaba parte
en las decisiones junto con el Mariscal Haig, del ejército británico. La
vigorosa ofensiva alemana desplegada en Arras forzó a los Aliados a
designar un solo jefe que pudiese comandar los movimientos de ambos
ejércitos de manera más coordinada. Haig y Pétain estuvieron de acuerdo
en que el hombre más adecuado para tal trabajo era el mismo Foch. Por lo
tanto, Foch fue nombrado el 3 de abril y desde entonces dirigiría todas las
fuerzas Aliadas en el Frente Occidental con determinación y agresividad.

A pesar de estas medidas, los alemanes no cesaron en su ofensiva y desde


el día 9 de abril hasta el día 29 del mismo, atacaron Armentières, una
ciudad en el Departamente de Nord, justo en la frontera con Bélgica. Los
resultados obtenidos por el Comandante alemán Eric von Ludendorff fueron
los mismos que en Arras: un éxito táctico que disminuyó las fuerzas aliadas,
pero un fracaso estratégico porque los británicos lograron detener los
movimientos alemanes.

¿Qué sucedía con la Fuerza Expedicionaria Americana durante todo el


tiempo en que los franceses y británicos estaban tratando de resistir el
ataque alemán? Los norteamericanos permanecían en la retaguardia, ya sea
entrenando o ayudando en tareas menores, esperando a su destino. Poco a
poco su hora se acercaba.

[pic]

Para inicios de abril, Armand Graubner hbía estado sirviendo entre las
tropas norteamericanas por cuatro meses. Había sido asignado por las
autoridades eclesiásticas para permanecer con los norteamericanos a fin de
ayudar en la retaguardia, ofrecer apoyo espiritual, dar confesión y
administrar los santos óleos si era necesario. Ser un sacerdote católico y
trabajar en un ejército donde la mayoría de los elementos son protestantes
no era una tarea fácil, pero el Padre Graubner era un tipo tan carismático
que pronto se ganó la simpatía de cada hombre en su batallón y aún el
pastor protestante que trabajaba con él se había convertido en su íntimo
amigo.

Graubner tenía unos cincuenta y cinco años, era flaco y alto como un pino,
con una tupida barba castaña iluminada por unos profundos ojos oscuros, y
aún cuando se supone que los sacerdotes deben ser gente seria, él era el
hombre menos formal en el planeta entero. Pero esa era solamente una de
muchas contradicciones en su personalidad; de hecho, Armand Graubner
era un hombre de paradojas. Su abuelo materno había sido un ingeniero
francés que se había mudado a Alemania para trabajar en la construcción
de carreteras en ese país. El Sr. Bernard era casado y tenía una hija única
cuando inmigró en Alemania y finalmente se estableció en un pequeño
poblado llamado Eschewege, localizado en el corazón de la nación, unos
cuantos kilómetros al norte de Frankfurt. La madre de Armand creció en
Eschewege y finalmente se casó con un rico granjero llamado Erhart
Graubner.

Aun cuando Armand había crecido en un país protestante su madre había


procurado educarlo en la fe católica, siguiendo la tradición francesa. Sin
embargo, su padre había aprovechado cada oportunidad que se le
presentaba para llenar la cabeza de su hijo de cada material marxista y
contestatario que se encontraba en su camino. Como consecuencia de esa
educación tan heterodoxa al llegar a los quince años Armand no tenía fe
alguna y era un franco escéptico.

Cuando el joven Graubner terminó su educación básica viajó a París para


estudiar en la Sorbona. No obstante, una vez que se encontró solo y lejos de
la vigilancia paterna, el joven invirtió su tiempo en interminables fiestas,
tertulias y toda clase de pasatiempos. Tres años después de su llegada a
Francia se había convertido en un jugador empedernido y un “playboy” que
se liaba en cualquier pleito demasiado pronto y demasiado fácilmente.

Sin embargo, de buenas a primeras, Armand cambió su forma de ser de un


modo tan dramático que pasmó a sus amigos más allá de sus límites. Antes
de que ellos pudiesen tener tiempo para

comprender al nuevo Armand, el joven abandonó París y marchó a Roma


para entrar al seminario. Seis años más tarde tomaría los hábitos para
convertirse en sacerdote en 1889.

A pesar de la nueva dirección que había tomado su vida, Armand eran aún
un amotinador en el corazón de una de las religiones más ortodoxas del
mundo. Su fe era sincera y apasionada pero sus ideas eran vistas con recelo
por las autoridades de la iglesia. La literatura de vanguardia que el padre de
Armand había compartido con su hijo durante su niñez y juventud tenía aún
una influencia muy fuerte en el sacerdote. Así pues, sus predicaciones
estaban plagadas peligrosamente de afirmaciones explosivas sobre la
opresión, la propiedad privada, la explotación de los obreros y toda clase
de “ideas extrañas”.

Por estas razones el Padre Graubner era siempre enviado en las misiones
más raras y lejos de las grandes ciudades, pero a él no le importaba mucho
este asunto porque le preocupaba más tener contacto directo con la gente y
no ambicionaba alcanzar una carrera exitosa en el Vaticano. De este modo,
se sentía satisfecho con sus órdenes para trabajar en el campamento
norteamericano y trataba de hacer su trabajo con su muy particular estilo
heterodoxo.

El capitán Duncan Jackson habían encontrado en el Padre Graubner a un


nuevo oponente para su ajedrez nocturno pero continuaba invitando a Terri,
jugando ya sea con el joven y charlando con el sacerdote o viceversa. Sin
embargo, cuando Terri no tomaba parte en el juego, Jackson y Graubner
tenían que llevar la charla porque el joven había regresado de su corto viaje
a París aun más sombrío y callado que antes.

Sur de Manhattan, después Inglaterra, quizá Londres – habían sido las


primeras palabras que Jackson había dicho a Grandchester cuando el este
último llegó al campamento.

¿Perdón, señor? – preguntó Terri con un aire ausente.

Quiero decir, sargento, que finalmente sé de dónde es usted – respondió el


hombre con tono orgulloso – Usted debe haber nacido en el Sur de
Manhattan, tiene ese acento de los neoyorquinos de clase alta, pero
mezclado con ello hay unas inflexiones británicas en su modo de pronunciar
las consonantes, lo cual me dice que usted debe haber pasado un buen
tiempo en Inglaterra ¿Me equivoco?

No, señor, está usted totalmente en lo correcto – respondió Terri quien


había perdido interés en el juego desde que cierta rubia había reaparecido
en su vida.

Pero aún no tengo idea sobre el tipo de actividad que usted hace para
ganarse la vida- admitió el hombre.

Soy actor, señor. – dijo el joven directamente sin notar el pasmo en las
facciones de Jackson – Vivo en Nueva York y trabajo como actor en
Broadway. No hay gran misterio en el asunto. Ahora, si me disculpa, me
gustaría cambiarme de ropa.

Sí . . .sí. . . puede retirarse Grandchester – respondió Jackson muy


desilusionado y molesto. Él quería encontrar por sí mismo la información,
pero el joven había arruinado su pasatiempo con su repentina honestidad.
Ahora tendría que encontrar un nuevo juego para invertir su tiempo.

Justamente entonces el Padre Graubner había llegado para ofrecer al


Capitán Jackson lo que éste necesitaba: un buen perdedor en el ajedrez y un
excelente compañero de charla.

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¿Qué tiene en esa caja, Padre? – preguntó uno de los cabos al sacerdote,
una noche cuando los hombres se habían reunido alrededor del fuego.

Es un recuerdo que tengo de los años que trabajé en España – respondió


Graubner con sus ojos oscuros brillando a la luz de las llamas, - es una
guitarra.
¿De verdad?- inquirió el hombre con gran interés – ¿Y sabe usted cómo
tocarla?

Por supuesto, cabo- se rió sofocadamente el sacerdote mientras sus manos


abrían los seguros del estuche.

Entonces, toque algo para nosotros, Padre – solicitó un soldado raso sentado
junto al fuego.

Sí, es una buena idea – replicó otro soldado – toque algo con buen ritmo.

El hombre barbado tomó el instrumento en sus manos y con soltura tocó


una alegre melodía que toda la brigada disfrutó plenamente. Cuando hubo
terminado los hombre aplaudieron con fuerza, complacidos tanto por la
música como por la simpatía del sacerdote.

Eso estuvo muy bien, Padre – dijo un joven soldado raso que parecía menor
de veinte años – debería de tocar con el sargento Grandchester alguno de
estos días.

¡Seguro! – dijo burlonamente el primer cabo levantando los ojos al cielo en


señal de incredulidad.

¿Quieren decir que el sargento Grandchester toca un instrumento también?

Bueno, sí – contestó el mismo cabo – pero nunca toca para nosotros como
usted acaba de hacerlo. Ese hombre es un verdadero búho. Frecuentemente
no duerme en toda la noche, lo he visto mientras estoy de guardia, se
levanta a media noche y toca la armónica por horas.

Ya veo – replicó el cura.

Un tipo raro ese Grandchester – concluyó uno de los soldados rasos.

Sí, muy raro – respondieron otros dos hombres.

Candy estaba trabajando en el turno de la noche. Un gran número de


hombres sufriendo de terribles quemaduras habían estado llegando desde
el norte donde los alemanes atacaban Armentières. Era imposible encontrar
un momento de descanso cuando todo lo que podía escucharse alrededor
eran quejidos y gritos de dolor. Candy no tenía tiempo de escuchar el dolor
de su propio corazón.

Con su característica energía la joven se dedicaba a sus pacientes, siempre


dispuesta a iluminar sus horas, ya sea con una sonrisa, una palabra de
aliento o simplemente con un oído atento que atendía a quien necesitaba
ser escuchado.
Desde cierta distancia un par de ojos grises cuidaban a Candy con cariño,
esperando silenciosamente por alguna señal que abriese las puertas al
corazón de la joven. Pero la puerta estaba cerrada y la llave perdida en
algún lugar de la retaguardia del Frente Occidental.

¡Candy! – susurró Yves haciendo una seña con su mano derecha - ¿Podrías
venir?

Claro ¿Qué pasa? – preguntó la chica aproximándose al lugar donde Yves


estaba de pie frente a una cama.

El joven descubrió una herida que estaba inspeccionando y mostró los


detalles a la enfermera rubia cerca de él. No obstante, el doctor en él fue
brevemente eclipsado por el hombre de carne y hueso y por un momento
Yves se olvidó del pobre herido en la cama, mientras sus ojos deambulaban
sobre los ricitos que se escapaban de la redecilla con la cual Candy sostenía
sus cabellos en un rodete, luego los ojos del joven recorrieron el cuello de la
muchacha preguntándose por el sabor de aquella piel cremosa y finalmente
terminó su osado recorrido al borde del cuello redondo del uniforme blanco
de la joven.

¿Yves? – Candy preguntó por segunda vez

¿Oui? – masculló él abruptamente, despertando de sus fantasías - ¡Ah sí!


¿Ves esta parte?- preguntó él apuntando a una sección de la herida.

Los ojos de Candy comprendieron el sentido de las palabras de Yves tan


pronto como ella inspeccionó la herida del paciente y pudo percibir ese
especial olor. Inmediatamente una sombra oscura cruzó por la mirada de la
joven.

¿Qué vas a hacer? – se aventuró finalmente a preguntar, temiendo la


respuesta que podía seguir.

Quiero que la irrigues por 24 horas – dijo él sonriendo suavemente mientras


aspiraba la dulce fragancia de rosas que ella usaba – Si funcionó tan bien
con Flammy, creo que debemos dar una oportunidad a esta herida ¿No
crees?

¡Oh Yves! – la muchacha dejó escapar un gritito de alegría y siguiendo un


impulso inocentemente abrazó a su amigo olvidándose de que el hombre
junto a ella no estaba hecho de piedra. Fue sólo un gesto que no duró más
que un par de segundos. Inmediatamente después, ella se apartó sin
siquiera notar la confusión en el rostro del médico. Aquellas habían sido las
mejores noticias que la muchacha había recibido en meses, de modo que
estaba demasiado contenta como para darse cuenta de lo que uno solo de
sus movimientos podía provocar en el joven.
¡Gracias por confiar en mí! – dijo ella con el rostro brillando de alegría -
¿Qué puedo hacer por ti?

Haz de nuevo lo que acabas de hacer – dijo él en un murmullo.

¿Perdón?- preguntó ella mientras se distraía en vendar la herida del


paciente dormido.

Dije que no hay nada que agradecerme – mintió él – Ahora, si me disculpas,


debo ver a mis otros pacientes en el pabellón contiguo – agregó él con un
asentimiento de cabeza.

La joven agitó su mano en señal de despedida y un momento después se


encontraba otra vez ocupada en su trabajo. Un dulce sonido de capanillas
tintineó en su bolsillo y ella movió inconscientemente su mano para tomar
el reloj que siempre llevaba consigo.

Son las 12 en punto – pensó cuando abrió la tapa del reloj. Inesperadamente
un repentina tristeza inundó su corazón - ¿Qué es esto?- se preguntó
poniendo una mano sobre su pecho- ¿Estás bien?

¡Por favor, Señor, protégelo! – dijo mientras se santiguaba.

Las penas que escondemos en el fondo del alma algunas veces salen a la
superficie de nuestra realidad. Durante el día, la mente usualmente ocupa
sus fuerzas en múltiples preocupaciones, pero cuando la noche llega y nos
vemos liberados de los triviales detalles de la vida cotidiana, los
sentimientos toman el control. Si somos parte de ese afortunado y pequeño
grupo de seres en paz consigo mismos, no pasa mucho tiempo antes de que
un sueño tranquilo se haga cargo de la situación. No obstante, para un gran
número de personas la relajación que llega cada noche es solamente la
infeliz oportunidad que arrastra a nuestras mentes inquietas hacia el reino
del insomnio.

Ese había sido el caso de Terri desde su infancia. Él conocía bien el sabor de
esas noches interminables durante las cuales los pensamientos más tristes
le perseguían robándole el necesario reposo. Pensamientos sobre el padre
distante, los días solitarios en el Colegio, la madre ausente, los
insoportables hermanos menores o la temida duquesa angustiaban su
mente en aquellos días lejanos. Después, su insomnio había sufrido un
cambio inesperado y, en lugar de los resentimientos usuales, su mente
comenzó a vagar por nuevas inquietudes acerca de los diferentes tonos de
verde que se desplegaban en los ojos de una joven. Pero aún esas
preocupaciones más placenteras se habían tornado angustiantes a través
de los años . . .

El joven miró la luna de abril sobre su cabeza y dejó escapar un suspiro


profundo de su pecho. Era la media noche y en el campamento solamente
se escuchaba el callado rumor de dos soldados charlando en la distancia. El
muchacho se sentó sobre un tronco mientras su mano derecha buscaba
dentro de su bolsillo. Era una noche cálida y llena de estrellas.
¿Algún vez conseguiré dormir por una noche completa? – pensó él al tiempo
que empezaba a tocar su armónica.

El ruido de unos pasos firmes acercándose a sus espaldas se perdió con los
melancólicos sonidos de la melodía que el joven tocaba. Aquellos momentos
de soledad, mientras sus labios acariciaban la plateada superficie
arrancando notas del instrumento que era su más preciada posesión, eran
los únicos instantes de paz en su intranquila existencia. Solamente cuando
hubo terminado la última not se pudo dar cuenta de la presencia de un
hombre junto a él.

¿Le es difícil dormir esta noche, sargento? – preguntó el Padre Graubner


buscando un lugar para sí mismo en el tronco seco.

Aparentemente – replicó Terri sin mucho interés en comenzar una


conversación.

Lo mismo me solía pasar, pero eso fue en otra vida que tuve – se rió el
hombre sofocadamente.

¿Otra vida? – preguntó el joven confundido.

Sí sargento, - dijo el sacerdote – la historia de mi vida está dividida en dos


partes diferentes, antes y después del viejo Armand ¿Le gustaría escuchar
mi cuento?

Adelante Padre, estas noches son demasiado largas y una historia es


siempre un buen remedio – respondió el joven ligeramente interesado.
Aquel francés con apellido alemán siempre había intrigado a Terri.

Cuando tenía más o menos su edad, sargento – comenzó el cura – dejé


Alemania donde crecí y vine a Francia a estudiar a París, pero en lugar de
hacer eso, ocupé mi tiempo en todos los pasatiempos menos
recomendables que pude encontrar. Usted debe imaginarse: mujeres, juego,
malas compañías que solía llamar amigos y así por el estilo. Había perdido
mi fe de la infancia y la vida me tenía desilusionado. Nada que encontraba
parecía satisfacerme, ni siquiera el amor de una joven a quien no supe
apreciar.

¿La amaba usted? - se atrevió Terri a preguntar, sus ojos brillaban con
destellos azules en la quietud de la noche.

No creo que realmente la amara, sargento, - replicó el hombre con mirada


entristecida – ella me rogó muchas veces que dejase mi loco estilo de vida,
pero yo era demasiado orgulloso para reconocer mis errores. No quería
rendir mi voluntad ante nadie, y por eso la dejé. Me temo que le rompí el
corazón y ella no se lo merecía.

He escuchado esa historia antes – comentó Terri con aire distraído.


Sí, desafortunadamente ese es un drama que demasiados hombres hemos
reproducido una y otra vez a lo largo de la historia, sargento – dijo el
hombre suspirando – Yo continué con mi vida y ni siquiera me importó
cuando ella se casó con otro. Estaba demasiado ocupado complaciéndome a
mi mismo y no me lamenté de nada.

¿Y cómo fue que usted terminó siendo sacerdote? – preguntó Terri quien ya
estaba atrapado en el relato de Graubner.

Una de esas noches mientras jugaba cartas en un bar, me metí en una


pelea con alguien que era un mal perdedor. Al final, el tipo aquel me retó y
yo tuve que aceptar el duelo.

¿Un duelo real?

Sí, sargento, un duelo real y estúpido. En aquellos días estaba muy de moda
batirse, pero yo casi muero a causa de esa moda – dijo el cura con seriedad
– Afortunadamente el Señor me dio una segunda oportunidad y sobreviví. Le
puedo decir que el hecho de estar tan cerca del otro mundo me hizo darme
cuenta de mi estupidez mucho mejor todos los sermones de mi padre.

Eso fue lo que lo motivó a tomar los hábitos, entonces – inquirió Terri.

Así es. Fue la experiencia más dura que jamás he vivido. Me miré a mi
mismo como realmente era en aquellos momentos cuando creí que iba a
morir, y no me gustó lo que vi. Por lo tanto, cuando comprendí que mi
existencia no había terminado, prometí a Aquel que me había permitido
conservar la vida, dedicarme a su servicio, y no he lamentado esa decisión
un solo segundo de ésta, a la que yo llamo, mi segunda vida – terminó el
hombre con una sonrisa detrás de su rostro barbado.

¿Está usted verdaderamente feliz con su vida, Padre? – preguntó Terri no


muy seguro de las afirmaciones del sacerdote.

¿Por qué lo duda sargento? – preguntó Graubner.

Usted no parece encajar mucho con la imagen que yo tengo de un


sacerdote. Espero que no le moleste, Padre, pero esa es la manera en que
pienso – recalcó Terri sin rodeos.

El sacerdote irrumpió en carcajadas ante el comentario del joven.

Bueno, jovencito – comenzó Graubner a decir mientras aun temblaba por las
carcajadas - ¿Podría explicarme primero cuál es la imagen de un sacerdote
que usted tiene?

Entonces fue el turno de Terri para reírse ligeramente.


Verá, Padre – dijo Terri – pasé toda mi infancia y parte de mi adolescencia
en un internado católico.

¿De verdad? – interrumpió el cura sorprendido – Esa debió haber sido una
experiencia espantosa, entonces – repuso el hombre sonriendo y Terri le
regresó la sonrisa, divertido ante la paradoja de un sacerdote que tenía tan
mala opinión sobre la educación religiosa.

Eso es justamente lo que quiero decir, Padre – continuó Terri – no se supone


que usted diga que estudiar en una escuela religiosa es “espantoso”

¿Y no fue así? – preguntó el hombre levantando las cejas.

Bueno, de hecho sí – admitió Terri – fue espantoso . . . excepto por una


cosa. Pero no quiero hablar de ello ahora – balbuceó, pero luego con
renovadas fuerzas continuó – Aún así, usted no es precisamente como los
sacerdotes y monjas en aquella escuela. Recuerdo que el otro día usted
incluso se rehusó a confesar al Teniente Harris cuando él se lo pidió ¿ No se
supone que ustedes los sacerdotes deben de hacerlo cada vez que un
creyente lo solicite?

Déjeme explicarle este asunto, sargento – contestó el hombre – yo no creo


que este acto de la confesión deba efectuarse entre dos completos
extraños. Yo prefiero construir una relación con las personas y después uno
pude avanzar hacía cosas más difíciles.

No creo que sus superiores miren su postura con mucha alegría – sugirió
Terri.

Nunca lo han hecho, pero usualmente no les pongo mucha atención –


admitió el sacerdote con una sonrisita burlona – por eso es que yo estoy
aquí platicando con usted en la media noche y ellos están en el Vaticano
durmiendo en sábanas de seda.

¡Usted es un rebelde, Padre! – sonrió Terri.

Algunos dicen eso, sargento – aceptó el hombre mirando al cielo estrellado.

Los días transcurrían lentamente, una mañana precediendo a la siguiente


sobre el impasible río Sena. La nieve se había derretido rindiéndose ante el
sol primaveral, y en el Jardín de las Tullerías las flores empezaban a brotar
como si en el Norte del país no hubiese ni guerra, ni tribulación alguna. En
las largas avenidas de París los vendedores ambulantes ofrecían esas
florecillas blancas que los parisinos llaman “muguets”, con la forma de
diminutas campanitas y un suave aroma dulzón. Siguiendo una vieja
tradición de primavera la gente se regalaba ramilletes de “mugets”
envueltos en brillantes hojas de papel celofán como muestra de amistad.
Sin embargo, el aparente optimismo era frágil, siempre ensombrecido por el
fantasma de la guerra y la amenaza de la poderosa ofensiva alemana.
¿Podrían los Aliados resistir la arremetida del enemigo y mantenerlo lejos de
la ciudad más hermosa del mundo?
Cada semana, los periódicos publicaban una lista que muchas personas
solían leer con ansiedad mezclada con miedo. Miles de ojos femeninos
devoraban la lista con preocupación y a veces, después de esa inspección,
sus bocas dejaban escapar un suspiro de alivio. Algunas otras ocasiones la
escena no era tan afortunada. Julienne era una más de esas mujeres que
corrían al puesto de periódicos cada viernes por la mañana para revisar
desesperadamente dicha la lista. Siempre diciendo una plegaria silenciosa,
esperaba no encontrar incluido el nombre de su esposo en el reporte
semanal de las bajas militares.

Aquella mañana de abril Julienne tomó el periódico con manos temblorosas


y una vez más agradeció al Cielo cuando no pudo hallar el nombre de
Gerard en la lista. Inmediatamente después pasó las páginas con rapidez,
tratando de encontrar noticias sobre los movimientos de los Aliados. No
había mucho que decir. Los británicos aún resistían en Armentières. La
joven de cabellos oscuros dobló entonces el diario y caminó de regreso al
hospital.

Se escabulló a través de los corredores con paso distraído hasta que llegó al
cuarto que compartían Candy y Flammy. La puerta estaba semiabierta y se
sintió tentada a saludar a sus amigas.

Bonjour – sonrió – Ça va?

Oui, ça va – invitó la voz cantarina de Candy.

Flammy, quien ya se encontraba totalmente recobrada de su fractura,


estaba de servicio en ese momento, así que la rubia estaba sola en la
habitación. Dos novedades en el modesto cuarto captaron al acto la
atención de Julienne. Una era el bouquet de “muguets” más grande que sus
ojos habían visto jamás, y otra era un gran paquete que descansaba sobre
la cama de Candy.

Candy reconoció la chispa de curiosidad femenina en su amiga y se sonrió


divertida por la situación.

Esas me las mandó Yves – dijo la rubia con un suspiro de resignación


apuntando a las florecillas que invadían el lugar con su fragancia.

¿Y la caja es . . .? – especuló Julienne con ojos titilantes.

¡¡De AMÉRICA!! – replicó Candy con una sonrisa que podía haber iluminado
la noche más oscura – viene de Chicago ¿Quieres ver lo que tiene?

Bien sure, ma chère amie! – respondió Julienne sentándose sobre la cama


cerca de Candy.

La más joven de las dos mujeres abrió el paquete con dedos trémulos,
rasgando el papel que cubría la blanca caja rectangular. Pegada sobre la
caja había una nota escrita con elegantes caracteres que Candy reconoció
como la letra de la Srita. Pony. La joven leyó el contenido de la carta en voz
alta para que Julienne pudiese enterarse de las nuevas.

Nuestra querida niña:

Tu cumpleaños llegará pronto y la Hermana María y yo queríamos regalarte


algo especial para tu vigésimo aniversario. Nos has dado tantas alegrías
desde la primera vez que entraste a nuestra humilde casa, que no
podíamos dejar pasar esta ocasión sin hacerte saber que a pesar de la
distancia nuestros corazones están contigo.

Tal vez encontrarás este regalo un tanto inusual, pero la Hermana María
insistió y he aprendido a seguir sus instintos, los cuales rara vez yerran. No
te preocupes por nuestros bolsillos porque fue nuestra noble Annie quien
pagó por todo, nosotras fuimos solamente las cómplices que trazaron la
idea original de este plan.

Esperamos que disfrutes tu regalo y que tengas un maravilloso cumpleaños.

Con amor

Tus dos madres.

Inmediatamente las dos mujeres se apresuraron a abrir la caja y ambas


jadearon de asombro al unísono, sorprendidas por la vista de dos vestidos
deslumbrantes. Uno era un rico traje de noche, hecho de seda verde
esmeralda con oscuro encaje suizo y un escote muy atrevido. El otro era un
vestido para el día, en un blanco impecable, de organdí y lino con mangas
de globo y un cuello en forma de corazón.

¡Ay querida, son hermosos! – exclamó Julienne en el más grande pasmo


porque ella no estaba tan acostumbrada como Candy a ver ropas tan
elegantes. Por el contrario, la rubia estaba intrigada por la idea de la
Hermana María.

¿Por qué me enviarían algo así? – dijo ella aún confundida.

Para darte una alegría, por supuesto – respondió Julienne deleitándose en el


traje verde - ¿No ves cómo este vestido va con el color de tus ojos?

¿Pero cuándo voy a tener la oportunidad de ponerme estos vestidos aquí?


¿Acaso los voy a usar en el hospital ambulante? – se burló la joven y las dos
mujeres se rieron mucho con la idea.

El elemento sorpresa ha sido siempre la mejor arma ofensiva y el General


Ludendorff lo sabía bien. El mariscal alemán decidió atacar un punto que los
Aliados habían descuidado, “El Camino de las Damas”, una carretera que
bordeaba el río Aisne entre las ciudades de Soissons y Reims. Aún cuando el
Servicio de Inteligencia Americano había advertido a Foch acerca de esta
posibilidad, éste no había prestado atención a tal información. Cuando los
ejércitos francés y británico se dieron cuenta finalmente de que los
alemanes verdaderamente atacarían “El Camino de las Damas” trataron de
movilizar sus fuerzas desde el Norte, pero era obvio que no podrían llegar a
tiempo.

El 27 de mayo los alemanes atacaron de lleno usando una poderosa


ofensiva en la cual participaron 17 divisiones en el frente y 13 en la
retaguardia. El objetivo era distraer a los Aliados y forzarlos a moverse hacia
el río Aisne. Luego, cuando los Aliados se movilizaran hacia el Sur, la Triple
Entente comenzaría otra ofensiva en Flandes. Con esta estratagema,
Ludendorff pensó que sería muy sencillo vencer a las debilitadas fuerzas
británicas. A pesar de lo anterior, la ofensiva sobre “El Camino de las
Damas” fue tan exitosa que Ludendorff se engolosinó con la sensación de
victoria y cambió sus planes. Decidió continuar la ofensiva en la misma
dirección en lugar de replegarse hacia el Norte, y de ese modo los alemanes
marcharon hacia París. En tres días la Triple Entente había llegado hasta el
río Marnes, a escasos 60 kilómetros de la capital francesa.

A estas alturas de los acontecimientos, el ejército francés solicitó ayuda al


Comandante General de la Fuerza Expedicionaria Americana, John J.
Pershing, quien accedió a enviar tropas frescas a la región. Por lo tanto, en
una misión casi suicida, dos de las divisiones norteamericanas, la Segunda y
la Tercera, fueron enviadas hacia el sur, recorriendo unos 175 kilómetros,
movilizándose en trenes y camiones para resistir el ataque del ejército
alemán en la heroica Segunda Batalla del río Marnes.

El Capitán Duncan Jackson estaba comiendo el almuerzo cuando recibió la


noticia. Después de una larga espera de un año para entrar en acción,
finalmente recibían órdenes para movilizarse. No obstante, los instintos de
Jackson le decían que ese inesperado desplazamiento era extremadamente
peligroso. Se había imaginado que la Segunda División sería enviada a
Verdún para apoyar al ejército francés, pero desplazarse hacia el Sur no le
parecía muy lógico, a menos que él y sus hombre estuvieran siendo usados
en un intento desesperado por detener a los alemanes. Si esto último era
cierto, entonces significaba que estarían solos. La F. E. A. en contra del
águila alemana y nada más. Jackson era un soldado y había aprendido a
seguir órdenes, no a discutirlas. Así que obedeció como le habían enseñado
a hacer en West Point, sabiendo bien que ésa podría ser una misión a la cual
muchos de sus hombres, tal vez él mismo, no sobrevivirían.

Por su parte, cuando el padre Graubner supo sobre el destino que seguiría
la Segunda División, sintió un dolor pernicioso en el pecho. El hombre temía
por su corazón pero algo dentro de él le decía que tenía una misión por
cumplir en el Río Marnes y no mencionó una palabra sobre su problema. A
pesar de ello, el suspicaz Doctor Norton siguió los movimientos del
sacerdote con mucho cuidado.

Para Terrence Granchester las nuevas no eran ni sorprendentes, ni


preocupantes, él había ido a Francia para encontrar significado para una
existencia que él creía sin sentido, y si en esta empresa tenía que morir, no
podía importarle menos. Aquellos que creen no tener nada que perder
frecuentemente menosprecian el don de la vida. Hubiera pensado de
diferente manera si hubiese visto cómo una joven en París se estremeció
cuando escuchó que el ejército norteamericano había sido enviado para
detener al enemigo.

¿Alguna vez ha estado usted en una batalla, Padre? – preguntó el soldado


Peterson durante el viaje a Château Thierry, el joven tenía solamente 18
años y estaba ansioso de ver un combate real.

Sí, jovencito, así es – contestó Graubner con un suspiro.

¿Dónde exactamente? – preguntó Peterson con ojos brillantes y


visiblemente interesado.

En Italia, hace siete años, en la guerra contra los Turcos, y también en


África. Después de eso he estado trabajando en diferentes sectores del
Frente Occidental desde que se inició esta guerra – replicó el hombre sin
mucho entusiasmo.

¿Cómo es, Padre? – inquirió el joven Peterson.

¿Por qué indagas sobre algo que estás a punto de enfrentar, Peterson? –
preguntó una tercera voz con tono profundo – Deja que tu destino te
alcance. Llegará a la cita que tiene contigo de cualquier forma – terminó
Terri poniéndose de pie para estirar las piernas caminando a lo largo del
reducido espacio que quedaba libre en el vagón.

El joven levantó sus ojos de un azul verdoso hacia el cielo que podía
contemplarse a través de la ventanilla del tren. Realmente no importaba la
estación del año. Ya fuese una noche nevada o una brillante mañana de
primavera como aquella, cualquier día, o sonido o sonrisa era suficiente
para inspirar a su memoria para jugarle trucos sucios en los que él siempre
perdía. Pero hay memorias muy dolorosos de recordar y por lo tanto los
combatimos con fuerza. Cuando estaba a punto de admitir su derrota en
aquella lucha mental un gran mano tocó su hombro.

Gracias por salvarme de narrar una historia que yo no estaba muy


dispuesto a relatar - dijo el Padre Graubner con una sonrisa.

De nada, Padre – contestó Terri agradecido de que el sacerdote lo hubiese


rescatado de los pensamientos que lo traicionaban – Me di cuenta que lo
que usted puede decirnos no es un cuento muy apropiado para aquellos que
van a enfrentar la acción. No queremos asustar al joven Peterson ¿No es
así?
Usted habla como si fuese considerablemente más viejo que Peterson –
señaló Graubner.

Bueno, ciertamente no son tan viejo – replicó Terri encogiendo los hombros.
Tengo veintiún años.

Luego entonces, sargento – inquirió el cura - ¿Puedo preguntarle qué es eso


que nubla su vida cuando su sola juventud debería ser razón suficiente para
iluminarla?

La pregunta tomó a Terri por sorpresa. Sin embargo, el joven


inmediatamente sintió que su preciada privacidad había sido invadida, así
que reaccionó a la defensiva como estaba acostumbrado.

Cada hombre tiene sus propios tumultos internos sin importar la edad, pero
los míos no son de su incumbencia, Padre – replicó él con ojos endurecidos.

Graubner había sido sacerdote por casi treinta años, por lo tanto la
respuesta grosera de Terri no era suficiente como para hacerle desistir tan
fácilmente.

Lamento mucho haberme inmiscuido en esos asuntos personales que usted


obviamente prefiere guardar para sí mismo, sargento – se disculpó el
hombre – No obstante, si alguna vez se siente en necesidad de hablar de
ello, puede confiar en mi – concluyó el hombre dejando a Terri solo con sus
pensamientos

El célebre fabulista Jean de la Fontaine nació en Château-Thierry, una


pequeña población cerca de las riveras de los ríos Marnes y Sena, no muy
lejos de París. En aquella zona, en el corazón de la región de Champaña,
rodeada de un famoso castillo del siglo XII y un antiguo bosque, el ejército
norteamericano encontró su destino.

La Segunda División llegó a Château- Thierry para la media noche del día 31
de mayo. Tan pronto como los hombres dejaron el tren no tuvieron otro
minuto más de descanso. Fue entonces cuando Terri agradeció el haber
recibido un entrenamiento tal largo. De no haber tenido esa oportunidad
antes, no hubiese podido enfrentar la frenética construcción de barricadas
y la excavación de las trincheras a lo largo de la carretera que va de
Château-Thierry hasta París. Con una eficiencia asombrosa la escena estuvo
preparada y lista para el día 2 de junio.

Los alemanes habían atacado otro sector con el propósito de cruzar el río
Marnes pero la Tercera División los detuvo repetidas veces durantes los
días 1, 2 y 3 de junio. Como no pudieron tener éxito en ese intento,
Ludendorff decidió moverse hacia el Oeste de Château-Thierry. Los
alemanes no sabían que la Segunda División estaba esperándolos en esa
dirección.

La noche del 3 de junio fue larga y angustiosa. Como si fuese una mala
señal, el joven soldado Peterson se enfermó inesperadamente. Un repentino
dolor agudo en el abdomen seguido de vómito y fiebre lo atacó fieramente.
El doctor Norton diagnosticó peritonitis y aún cuando el galeno trató de
hacer lo mejor que podía para salvar al joven, Peterson murió en los brazos
del Padre Graubner antes del ocaso.

Eso es algo que aún no entiendo – masculló Graubner sentándose cerca de


Terri en la trinchera de reserva después del rápido entierro de Peterson.

Tampoco yo, Padre – respondió Terri con voz enronquecida – Este chico
estaba tan lleno de entusiasmo. ¿Recuerda cuán ansiosos estaba de ver una
batalla? También estaba esperando impacientemente por la primera
oportunidad que se nos presentara de visitar París. Ninguno de esos deseos
se le cumplió.

Sí, sargento. Muy seguido la vida no parece muy justa ante nuestros ojos.-
señaló el hombre – Jóvenes enamorados de la vida mueren mientras que . . .

Aquellos que merecerían morir quedan con vida – dijo Terri terminando la
frase con acento amargo.

Graubner miró al joven con asombro. Dudó por un segundo, sin saber si
debía preguntar otra vez o dejar pasar aquella nueva ocasión. Por fin, se
decidió a hablar.

¿Qué le hace pensar que usted no merece vivir, sargento? Preguntó él.

Si Terri no hubiese estado tan conmocionado por la muerte de Peterson,


agotado por dos días de cavar sin descanso y naturalmente temeroso por el
eminente peligro que estaba a punto de enfrentar, seguramente hubiese
contestado hoscamente una vez más. Pero no parecía tener mucho sentido
guardar los secretos íntimos cuando probablemente moriría a la mañana
siguiente. El joven alzó sus brazos para colocar las manos detrás de la nuca
y con voz baja dijo simplemente.

¡Ay Padre, se trata de una mujer!

Sigue, hijo, no tengo nada que hacer más que escucharte – dijo el cura y
con oído atento escuchó la historia de Terri en detalle. Con la descriptiva
narración del joven Graubner conoció a los diversos personajes y eventos
en la vida del muchacho. Identificó a la madre abandonada, al padre
manipulado por su propia ambición, al niño solitario que creció para
convertirse en el adolescente rebelde, al amor inolvidable, los giros del
destino, la culpabilidad, la intriga, la fatalidad y el último encuentro.
Durante el par de horas que duró el relato, Graubner comprendió las
razones que hacían a aquel joven el hombre tan sombrío que el cura tenía
frente de sí, pero el sacerdote fue también capaz de ver un panorama más
claro que Terri no podía percibir.

Cuando Terri hubo terminado de contar su historia, bajó la cabeza en la


oscuridad de la trinchera descansando sus codos sobre sus rodillas.

Ahora bien, Padre – preguntó el joven – ¿No cree usted que yo mismo
arruiné mi existencia con mis propias manos?

Graubner se rascó la nuca y levantó la ceja izquierda buscando la respuesta


apropiada para semejante pregunta.

Bien sargento, - comenzó – creo que usted cometió unos cuantos errores,
sí, pero de ahí a haber arruinado todo, existe una gran diferencia.- afirmó el
hombre frente a un Terrence muy sorprendido.

¡Sea franco, Padre! ¡Se que soy una verdadera desgracia! – exclamó el
joven con vehemencia.

¿Está usted interesado en mi opinión o solamente quiere que repita lo que


usted piensa? - preguntó el sacerdote con firmeza.

Me. . .me gustaría saber lo que usted piensa – admitió el joven.

Entonces tendrá que oírme por un rato y espero que no me interrumpa


mientras hablo, hijo – replicó el hombre con un tono serio inusual en él. Terri
solamente asintió con la cabeza aceptando la condición.

Primero que nada – comenzó el hombre – debo decirle que la decisión que
hizo al ofrecer matrimonio a una mujer que no amaba fue ciertamente un
gran error. El matrimonio es un estado sagrado y solamente el amor debe
llevar a la gente a hacer esa clase de juramentos. Ningún sacrificio que esa
joven pudiese haber hecho por usted justificaba la resolución que casi los
hizo entrar en el matrimonio de un modo tan irrespetuoso, esto es,
contradiciendo sus principios básicos. Se que puedo sonar duro y tal vez no
muy cercano a lo que otros colegas míos le hubiesen dicho, pero yo
francamente pienso que esas ideas del supuesto “deber” y “honor” que
usted siguió son parte de la basura ideológica que heredamos del siglo
pasado. Espero que algún día nos deshagamos de ella y desarrollemos un
tipo de moral, basada en la comprensión, el amor y el mutuo entendimiento.

Nunca he estado casado, pero he trabajado para un amo aún más exigente
que el matrimonio por casi 30 años. Durante ese tiempo mi orgullo ha
luchado inmensamente. Sin embargo, he tomado todo ese dolor con alegría
porque amo a mi Señor y él me corresponde con un amor aún mayor. El
matrimonio es algo similar ¿Hubiera podido usted honrar a su esposa, rendir
su egoísmo y conquistar los propios demonios por una mujer que no
amaba? ¡Un verdadero matrimonio no es una máscara teatral que puede
usar por un rato para después dejarla botada después de la función!

El matrimonio es un estado de vida. No hay forma en que usted hubiese


podido tener éxito en semejante empresa, especialmente cuando su mente
intentaba olvidar aquello a lo que su corazón se negaba a renunciar. Sin
embargo, no puedo dejar recaer toda la falta en usted. Es claro que su
prometida y su madre tuvieron parte de la culpa. El sufrimiento que vivió su
prometida fue solamente el resultado de los propios errores de ella. Me
consuela, al menos, que ella reconoció su error al final, por el bien de su
alma. Por otra parta, en esta historia, me temo que su antigua novia,
sargento, terminó siendo la víctima directa de la situación.

Ahora bien, hijo, espero que usted entienda que cometer errores es una
seña de que somos seres humanos, todos nos equivocamos y es muy
arrogante el pensar que podemos ser excluidos de tal pena. Hacemos
decisiones, algunas de ellas funcionan, otras no. Disfrutamos de los
beneficios de nuestras decisiones exitosas y sufrimos las consecuencias de
nuestras resoluciones erradas. Pero aún cuando esas consecuencias duelan
debemos seguir hacia delante, tenemos que progresar y perdonarnos a
nosotros mismos por esos errores que dejamos atrás. ¡Sí! Se supone que
debemos recordar la lección y madurar a través de ella, pero Dios no creó al
hombre para desperdiciar toda su vida en arrepentimientos amargos.

¿No cree usted que ha sido ya suficientemente altanero al juzgarse tan


duramente? El Dios en quien yo creo perdonó cada uno de sus pecados
antes de que usted naciera, hijo. ¿Cómo se atreve usted a no perdonarse a
sí mismo? ¡Esa es la peor de todas las herejías! Muévase, muévase y
conquiste el resto de su vida con valor ¡Como un hombre! Es más, como yo
veo las cosas, la vida le está dando una oportunidad preciosa ¡y usted es
tan estúpido – perdóneme mi sinceridad – que no se da cuenta de ello!

Quisiera poder verlo como usted, Padre – ¡Para mí todo ya está perdido!
Insistió Terri, aún abrumado por el discurso del sacerdote.

¡Eso es porque usted no abre lo ojos! – dijo el hombre con vehemencia –


Esta mujer que usted ama no está ni casada ni comprometida ¿Qué más
está usted esperando, muchacho? ¡Por el amor de Dios!

Pero . . .- balbuceó Terri.

Nada de ‘peros’, sargento – replicó Graubner – ¡No me va decir que no se


atrevería a luchar en contra de mil doctores para ganar a su dama cuando
está dispuesto a enfrentar a los alemanes mañana por la mañana!

Sinceramente, ¿usted cree . .?

¡Hijo mío! En la guerra y en el amor . . .- las palabras de Graubner fueron


súbitamente interrumpidas por un grito en la oscuridad.
¡¡¡ESTÁN AQUÍ!!! ¡¡¡EL ENEMIGO ESTÁ AQUÍ!!! ¡¡¡TODOS A SUS PUESTOS!!!-
gritaba un soldado raso que corría por la trinchera de reserva comunicando
la orden.

Ambos hombres se pusieron de pie y se miraron el uno al otro sabiendo


que el momento había llegado. Terri extendió su mano y Graubner la
estrechó fuertemente.

Padre, gracias por su comprensión – dijo el joven roncamente – Es una pena


que no lo haya conocido antes – afirmó él con triste acento y después de
una breve pausa añadió – Ahora debo asistir a una cita previamente
concertada en la trinchera de fuego – concluyó y soltando la mano de
Graubner, se alejó.

¡Terrence! – gritó el sacerdote usando el nombre de pila del joven por


primera vez, antes de que su figura desapareciera en la obscura trinchera
de comunicaciones.

Grandchester se detuvo y volvió su rostro lentamente para mirar a


Graubner desde lejos.

¡Luche para detener esta locura y muera si es necesario porque estar


convencido de esta causa, pero no busque la muerte para escapar de la
batalla de la vida. ¡Recuerde esto: siempre hay esperanza mientras estamos
vivos!

Terri asintió y saludó al sacerdote llevándose la mano derecha a las sienes.


Enseguida, sin decir más palabras, el joven giro sobre sus talones y
desapareció en las tinieblas, corriendo al lado de muchos otros hombres.

[pic]

La mañana del 2 de junio un nuevo equipo médico fue designado para


trabajar en el hospital ambulante y Flammy Hamilton fue nombrada para
tomar parte en la misión. Candy buscó una y otra vez en la lista, tratando
de encontrar su propio nombre pero no había sido incluida. El grupo había
sido asignado a Château-Thierry y Candy sabía que el ejército americano
estaba ya luchando allá desde el día anterior. Sin poder pensar con lucidez
la joven corrió por los pasillos del hospital en dirección de la oficina del
director.

Quiero ver al Mayor Vouillard - dijo ella con brusquedad al secretario de la


recepción.
Excusez-moi mademoiselle, Ms Le Directeur ne peux pas la voir maintenant
– dijo el hombre vestido con un uniforme de sargento. (Disculpe señorita,
pero el Sr. Director no puede recibirla ahora)

¡Dije que vería al director y justamente eso voy a hacer! – respondió ella
moviéndose rápido en dirección de la puerta y entrando en la oficina antes
de que el sargento pudiese detenerla

Vouillard estaba leyendo algunos papeles cuando fue abruptamente


interrumpido por la intempestiva entrada de la rubia. El hombre reconoció a
Candy a través de sus gafas inmediatamente.

Siento interrumpirlo, señor – se disculpó Candy con un asentimiento de


cabeza – pero necesitaba hablarle sobre un asunto importante.

Vuoillard hizo una seña a su preocupado asistente quien había seguido a


Candy hasta la oficina y estaba tratando de empezar a explicar el incidente,
pero fue detenido en seco por el movimiento de Vouillard. El hombre
comprendió y simplemente dejó a Vouillard solo con la muchacha.

Adelante Srta. Andley – dijo el hombre dejando a un lado los papeles que
tenía en su mano – y tome asiento – ofreció él.

Estoy bien de pie, señor – replicó la joven – estoy aquí porque vi que un
nuevo equipo médico será enviado a Château- Thierry esta tarde y aún
cuando no fui incluída quiero ofrecerme como voluntaria, señor . . .

El grupo está completo. – interrumpió Vouillard con tono directo – Usted es


una enfermera quirúrgica valiosa y con el campo de batalla tan cerca
necesitaremos de manos calificadas tanto aquí como en el hospital
ambulante.

Pero señor – insistió ella llevada por una fuerte necesidad enraizada en las
profundidades de su corazón – pienso que sería de más ayuda allá.

Señorita Andley, – dijo Vouillard secamente – creo que ya le expliqué las


razones que tenemos para retenerla aquí. Ahora, si no tiene nada más que
decir, apreciaría mucho que saliera para continuar con sus deberes y me
dejara a mi terminar los mío.

Candy bajó la cabeza pero aun una fuerza interior le dio el coraje para un
último intento.

Señor, debo insistir, yo debería ser nombrada para. . .

¡SEÑORITA Andley! – gritó el hombre visiblemente molesto esta vez – Este


es el ejército y aquí seguimos las órdenes de nuestros superiores, jamás las
discutimos. Yo tengo mis órdenes y usted las suyas. ¡Puede retirarse!-
concluyó.

Candy jadeó de asombro, pero viendo que no había ya más caso para
intentar una tercera vez, salió de la oficina silenciosamente. Cuando ella
hubo salido Vouillard levantó los ojos al cielo y dio un suspiro de alivio.

No voy a ser degradado sólo porque no supe cómo cuidar de esta


americanita que parece tan importante para el General Foch – pensó – ¡ Ay
señor Andley! ¡Si yo tuviese una hija como la suya no sabría si sentirme
orgulloso o temblar de miedo!

Era 4 de junio. El bombardeo alemán no duró mucho, el enemigo estaba


desesperado por continuar su camino hacia París, así que un combate
cuerpo a cuerpo era inevitable. La marina, la fuerza aérea, la artillería son
siempre las armas militares que abren el camino hacia un conquista, pero
es solamente a través de la infantería que el terreno puede reclamarse.

No hay experiencia que pueda compararse en sus horrores e indignidad a


aquella de los hombres matándose unos a otros, sin ninguna razón más que
nuestra incapacidad de arreglar nuestros problemas de un modo más
racional. No hay nada que pueda competir con el rugido de los cañones
rasgando en dos la quietud de la mañana, el calor del fuego abierto por
miles de ametralladoras invadiendo el aire primaveral, las llamas
devoradoras de cada explosión que consumen sin misericordia la frágil piel
de los padres, esposos, amantes e hijos. Ninguna mente humana podría
soportar esa vista apocalíptica sin ser conmovida hasta los tuétanos.

Pero para Terrence Grandchester lo peor de toda aquella pesadilla de la


vida real era la súbita comprensión del poder asesino de sus propias manos.
Las mismas manos que podían crear, trabajar honestamente, ayudar . . . y
acariciar la tersa mejilla de una joven dormida . . .podían ser también el
sostén criminal de una ametralladora que destruía a hombres como él, en
frente de sus ojos, mientras su rostro podía sentir la calidez de la sangre del
enemigo salpicando su cara y uniforme. No hay forma en que un hombre
puede estar realmente preparado para tal tragedia.

En medio del combate, mientras él seguía automáticamente sus instintos,


su mente luchaba otra batalla tratando de encontrar sentido en aquella
“locura” como la había llamado el Padre Graubner. Terri se había enrolado
para hacer algo útil con su vida, pero en aquel momento, por breves
segundos, se preguntó dónde estaba la razón de aquella aberración. Se
debatió en sus pensamientos por algún tiempo, pero luego, como si una
súbita comprensión hubiese irrumpido en su cabeza, encontró una razón
para mantenerse en pie y combatir: la mujer que amaba estaba a sólo 60
kilómetros de aquel lugar del mundo, y él no iba a permitir que su preciosa
vida fuese puesta en riesgo bajo ninguna circunstancia. Así fue como el
joven tocó el fondo de la primigenia esencia de la guerra. Tal vez era una
justificación muy cuestionable, pero eso fue suficiente para forzarlo a
mantenerse vivo y atacar.
La batalla duró horas que Terri no pudo contar. Los alemanes estaban
luchando con fiereza pero a veces se les notaba ya cansados. No obstante,
la artillería estaba causando problemas en ciertos sectores. Desde la
posición de Jackson, atrincherado detrás de un gran árbol, a la orilla de la
carretera, el hombre pudo ver cómo un grupo de alemanes habían
conseguido colocar dos cañones en una casa abandonada. El fuego de los
cañones estaba causando problemas y no les permitía avanzar.

Necesito un pequeño grupo de voluntarios que alcancen ese punto y maten


a esos hijos de perra con ese maldito cañón, antes de que ellos nos maten
a nosotros – ordenó.

Cuente conmigo – dijo Newman, un soldado raso de unos treinta años.

Y conmigo – replicó Terri.

Pronto otros tres hombres más también se ofrecieron voluntariamente .


Jackson explicó sus órdenes a los cinco hombres.

Dos de nosotros vamos a abrir fuego desde el bosque, pero siempre


moviéndonos entre los árboles para que ellos no sepan con seguridad dónde
estamos. Mientras tanto los otros cuatro darán un rodeo por el flanco
izquierdo y tratarán de aproximarse a las ruinas de la casa, lo
suficientemente cerca como para que los frían con granadas de mano ¿Está
claro? – preguntó el capitán.

Muy claro, señor - dijo Newman. El resto solamente asintió con la cabeza.

Jackson y un cabo permanecieron en el bosque y comenzaron a abrir fuego


mientras Grandchester, Newman, el soldado Carson y el cabo Lewis
trataban de correr, casi jugando a las escondidas detrás de cada objeto que
se encontraban y que les podía servir de parapeto contra el fuego. La idea
era muy arriesgada, todos sabían que podía ser la última cosa que hicieran
en la vida, pero también podían morir instantes más tarde si no detenían
esos cañones.

¿Crees que saldremos de esta, Newman? – preguntó Carson jadeante.

No sé tú, amigo – contestó el hombre con una sonrisa burlona- pero yo


tengo tres hijos y una esposa allá en casa. Tengo que vivir por ellos.

Los cuatro hombres se movían lentamente pero sin parar. Brincando del
refugio de una roca hacia un árbol y luego hacia otra roca. Parecía que el
ruido que Jackson y el otro hombre estaban haciendo estaba distrayendo a
los alemanes efectivamente. Aún así, tenían que apresurarse porque tarde o
temprano los cañones podían alcanzar a los hombres escondidos en el
bosque. Continuaron moviéndose cuando uno de los alemanes advirtió los
movimientos torpes de Lewis y terminó por acribillarlo. Los otros tres
hombres lograron esconderse a tiempo. Desafortunadamente, al soldado
alemán no bajó la guardia y mantuvo un ojo avizor en el horizonte. Terri
hizo una seña a sus hombres. No podían acercarse más, así que era hora de
aventar las granadas. El primero en intentarlo fue Carson porque estaba
más cerca. El joven estaba prácticamente temblando como una gelatina y
cuando llegó su turno de preparar la granada sus movimientos fueron
demasiado lentos, mientras que el soldado alemán fue más rápido y terminó
por matarlo antes de que Carson pudiera darse cuenta de lo que estaba
pasando.

Solamente Grandchester y Newman quedaban vivos. Un solo soldado había


matado a dos de ellos mientras que los otros alemanes estaban ocupados
operando los cañones. Había mucho ruido alrededor. Antes de hacer otro
movimiento tenían que librarse de aquel soldado. Entonces Terri hizo una
seña con los ojos nuevamente y Newman lo entendió fácilmente, el hombre
se acercó a recibir órdenes.

Uno de nosotros tiene que distraerlo – susurró Terri – el otro debe ser lo
suficientemente rápido como para volar a ese maldito hijo de perra antes de
que pueda moverse. Con todo el ruido que hay tal vez ni siquiera lo noten
sus compañeros.

Yo seré quien los distraiga, señor – sugirió Newman.

No, eres mejor tirador que yo – objetó Terri – además, yo no tengo una
esposa y tres hijos.

Newman sólo sonrió y saludó a su superior mientras empezaba a moverse.

Con una rápida carrera Terri se hizo visible ante el soldado alemán y esté
empezó a atacarle. Uno, dos, tres, cuatro, cinco disparos, pero antes de que
aparentemente pudiese hacer daño, el rápido gatillo de Newman dio en el
blanco justo en la frente del joven alemán.

¡Esa fue por ti Carson! – susurró el hombre.

Esta ocasión los hombres no perdieron tiempo usando las granadas que
tenían y arrojándolas con fuerza hacia la improvisada barricada alemana. La
explosión fue efectiva y pronto una gran columna de fuego consumía las
ruinas y a los hombres dentro de ellas.

Newman y Grandchester se sentaron por un rato mirando las llamas y


escuchando los gritos

desvanecidos de los hombres que morían dentro de la casa.


No me gustaría que ninguno de mis hijos viera u oyera jamás una escena
como esta – dijo Newman restregándose su ennegrecida frente con la mano
izquierda.

Terry solamente asintió en silencio. Los gritos que venían de la casa le


taladraban los oídos y le cercenaban el alma. ¿Habían sido felices aquellos
hombres? ¿Qué pasaría con sus familias ahora que ellos habían muerto? Por
un segundo el pensó que, bajo tales condiciones de peligro, era mejor no
tener una familia por la cual preocuparse. Si él tenía que morir, podía
hacerlo libremente, y aún llegó a pensar que al final de todo, su vida no
había sido un fracaso total, en última instancia. Repentinamente él se
sorprendió a sí mismo mientras su mente divagaba en los rincones dorados
de su memoria.

Los dos hombres se unieron a su pelotón y continuaron la avanzada bajo las


ametralladoras alemanas. A pesar del clamor general, la espantosa vista de
los hombres mutilados, o la constante necesidad de seguir asesinando, el
desesperado latir del corazón de Terri parecía haber reducido su golpeteo,
sumiendo al joven en un paradójico estado de quietud, un inusual estado
de tranquilidad.

No todo fue tan malo, - pensó – atesoro maravillosos recuerdos.

Una vez más la sangre de su oponente manchó sus labios pero él no lo


sintió porque voces lejanas llenaban el aire con las sombras del pasado en
una secuencia desordenada.

[pic]

¡Cuántas pecas! ¡Estás toda cubierta de ellas!

¡Lo siento mucho! ¡Pero la verdad es que me gustan mucho mis pecas,
tanto que estoy pensando en la manera de cómo conseguir más!

¡Vaya, vaya! Y seguramente te sientes también muy orgullosa de tu


naricita.

¡Por supuesto!
Por eso no podré asistir al Festival de Mayo.

¿Cómo? ¡¿No irás?!

Creo que hubiese sido muy divertido, habrá muchas flores, baile y dulces...

¡Sin mencionar esos grandes pasteles!

¿Por qué me miras así? ¿Te gusto, pecosa? Vamos, hay un lugar por allí
donde podrás confesarme tu amor.

¡¿Quién quiere ir contigo?!

Ummm . . . . me tienes que pagar por ese favor, Candy . . .pon tus labios
aquí

Bueno, pero tienes que cerrar los ojos.

¡Hey! ¡Me engañaste pecosa! ¡Eres una gran tramposa! . . . ¡Pero ahora es
el momento de la revancha!

¡Terri!

¡Terri! ¡Estás herido, y lleno de sangre!

Les enseñé una lección a todos esos . . ¡ Bola de perdedores!

¡Has estado bebiendo, Terri!

¿Huelo? Lo siento, sólo quiero descansar por un rato . . .ese hombres


confundió este como el dormitorio de los muchachos . . .Siento causarte
problemas.

No hables más, o tus heridas . . .

¿Cómo has estado? Quiero decir, ¿Cómo has estado en todo este tiempo,
Candy?
Bien, Terri, he estado muy bien.

Increíblemente hermoso

Sí, verdaderamente hermoso.

Bien, pues ese fue obviamente un error, porque nunca he estado


comprometida . . .

Sinceramente espero que esta guerra . . . pueda terminar pronto y que tú . .


. tú . . .puedas regresar a casa . . . con . . . con tu esposa Susana.

¿Mi esposa Susana? ¡Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un
año!

¡Ella murió!

¡Hasta un ciego podría ver la diferencia! Me preguntas qué estoy haciendo


aquí, pues bien, te lo voy a explicar como si fueses un niño de cinco años,
ya que parece que no entiendes muy bien el asunto. Estoy aquí porque YO
SOY ENFERMERA, recibí entrenamiento para prestar servicio como asistente
quirúrgico. Estoy aquí en un intento por reparar lo que esas armas del
infierno hacen a los hombres. ¡Estoy aquí para salvar vidas, mientras que tú
estás aquí para matar y no veo ningún honor en eso!

¡Terri! ¡Estás herido, y lleno de sangre!

¡Sangre!

Lo siento, sólo quiero descansar por un rato . . .ese hombres confundió este
como el dormitorio de los muchachos . . .Siento causarte problemas.

No hables más, o tus heridas . . .

Tus heridas . . .

¡Tu sangre!

Terri empezó a sentir cómo su cuerpo perdía el control mientras el teniente


Harris, que estaba junto de él, lo miraba con ojos asustados.
¡Grandchester! ¡Estás sangrando mucho!

Entonces todo se volvió confuso: el sonido de las ametralladoras cada vez


menos frecuente al tiempo que los alemanes comenzaban a retirarse, el
grito de los soldados norteamericanos que se felicitaban unos a otros por al
inminente victoria después de dos días de lucha, la voz del Capitán Jackson
a su lado, y el cielo que se movía rápidamente mientras él era llevado en
una camilla hacia la trinchera de reserva.

Sí, ha sido una buena vida, después de todo – continuó él en sus


pensamientos – Fui tocado por un ángel, con esencia de rosas y fresas
silvestres, con ojos que desafían a las esmeraldas, con labios que saben a
gloria y aún llegué a robar de ellos el primer beso de amor. Una vez hubo
una canción en mi corazón, y era una tonada dulce, tan suave y cálida. Una
canción para ella, siempre para ella. Una vez fui a la guerra y ayudé a
mantener a mi ángel sana y salva. Sí, fue una buena vida, después de todo.

Graubner se acercó a la camilla y tomó la mano de Terri en las suyas,


diciendo una callada plegaria.

Um Himmels Willen! (¡Válgame el cielo!, en alemán) – masculló el sacerdote


– ¡Miren nada más lo que esta estúpida guerra hizo a este muchacho! – dijo
el hombre indignado.

¡Ay Padre! – exclamó Newman que estaba junto a Graubner – yo estaba con
él cuando le dispararon, pero no me di plena cuenta de ello ¡Debió haber
cubierto sus heridas con la ametralladora, el muy estúpido! ¡Continuó
combatiendo por horas después de eso! Debí haber notado que el alemán
realmente consiguió dispararle mientras él trataba de distraer su atención –
se lamentó el hombre.

No se culpe, hijo – respondió Graubner – Esas cosas pasan en combate. Tal


vez ni él mismo se dio cuenta de que había sido herido.

¿Cuándo viene el doctor?- preguntó Newman desesperado.

Toma tiempo, amigo, hay demasiados heridos y solamente unos cuantos


doctores y enfermeras – comentó Graubner con resignación – ¡Pero mire!
¡Parece que está volviendo en sí!

¿Padre Graubner?- preguntó Terri con débil voz.

Sí, Terrence – dijo el sacerdote cálidamente – No hables mucho, estarás bien


hijo, pero necesitas mantenerte quieto – lo tranquilizó él.

Padre – musitó Terri - usted tenía razón. Las cosas . . . las cosas no son tan
malas. . . yo . . .
No te esfuerces Terrence – dijo el sacerdote.

Es una lástima . . .- continuó el joven – que no me haya dado cuenta de ello


antes. Pero, la vida fue buena . . .hubo una canción en mi corazón – fueron
las últimas palabras que él dijo antes de cerrar los ojos.

Había una pesada presión en su pecho. Casi no podía respirar. Había música
en el fondo, como una melodía triste que la hacía sentir una extraña mezcla
de ansiedad y miedo. Necesitaba llorar, pero no podía. Necesitaba gritar,
pero era imposible . Pensó que el dolor repentino en su corazón ya no podía
ser más desgarrador de lo que ya era. Le dolía muy profundamente y no
podía gritar.

Entonces, sintió una sombra que la rodeaba. Tenía miedo y corrió


desesperadamente por su vida, pero antes de que pudiera escapar una
mano fría alcanzó su muñeca y finalmente dio un alarido.

¡ AAAAAA! – gritó Candy despertando de su pesadilla – sus mejillas estaban


cubiertas de lágrimas y su pecho le dolía como nunca antes. Estaba sola en
la habitación porque Flammy había sido enviada al frente. Fue entonces que
los sollozos reventaron desde su garganta.

¡Terri, Terri, Terri! – lloró amargamente - ¡Oh Dios mío, Dios mío! ¿Qué le ha
pasado a Terri?

La joven se sentó en la cama enterrando su rostro en sus rodillas mientras


sus brazos abrazaban sus propias piernas con nerviosa fuerza . Lloró y lloró
sin saber siquiera el por qué se sentía de aquella forma, mientras la música
de su pesadilla continuaba sonando en sus oídos en la soledad de la
medianoche.

Capítulo X

Este fortuito giro del destino

[pic]

¡Estás aquí, como en un sueño!

Los ángeles, a veces,

Se encuentran sobre la Tierra.

Alain Boublil y

Jean-Marc Natel

Había sido un día frenético para Flammy Hamilton, pero ella ya estaba
habituada al trabajo duro del hospital ambulante. Miles de heridos habían
recibido atención médica durante los dos días que la batalla había durado;
sin embargo, aún más hombres estaban esperando su turno para recibir los
primeros auxilios, luchando entre tanto por sus vidas. Flammy estaba
exhausta pero tenía aún una última tarea que cumplir antes de que su turno
terminase: debía colocar etiquetas en 150 pacientes que estaban en la lista
de casos delicados. Tan pronto como llegase el tren, aquellos hombres
serían enviados a diferentes hospitales en Château-Thierry y París.

La joven morena tomó la caja con etiquetas y un cuaderno con la lista de


cada paciente que sería enviado aquella misma tarde. Era un trabajo de
rutina, pero Flammy estaba consciente de la importancia de aquella simple
tarea. Cualquier error podría tener consecuencias mortales si el paciente
era enviado al hospital equivocado.

La joven empezó el trabajo con su eficiencia característica, no veía


directamente a los rostros de los hombres. En lugar de ello solamente
echaba una ojeada a los nombres en las etiquetas y a los detalles del
reporte médico. En tales situaciones una enfermera no podía darse el lujo
de tratar a los pacientes de manera muy personal, o no sería capaz de
resistir la experiencia. . . Bueno, tal vez solamente una enfermera que
Flammy conocía bien era capaz de enfrentar el desgaste emocional de
involucrarse con sus pacientes, especialmente cuando éstos morían a cada
segundo, pero Flammy no era esa clase de heroína de la medicina y
preferiría simplemente mantenerse en la seguridad de su trato frío e
impersonal.

A pesar de sus estrictos principios, ella no podía evitar que el corazón se le


contrajera de vez en cuando al acercarse a un paciente y darse cuenta de
que el caso no tenía remedio. En muy raras ocasiones la joven levantaba la
vista para mirar a los ojos del paciente.

Flammy se encontraba justo en frente de un soldado con tres heridas de


bala. La joven enfermera no requirió mucho tiempo para darse cuenta de
que el hombre probablemente no sobreviviría. Una de las balas había
penetrado a través de las costillas y era probable que estuviese moviéndose
hacia el corazón. Ella había visto cómo en ese tipo de casos frecuentemente
el paciente no llegaban a tiempo al hospital, sino que solía morir en el
camino.

Fue entonces cuando, como si hubiese sido movida por una fuerza extraña,
la joven levantó la mirada y vio al hombre. Flammy Hamilton nunca olvidaba
una cara y aún cuando el hombre estaba transfigurado por el polvo, lodo y
sangre que tenía sobre todo el cuerpo, ella inmediatamente lo reconoció.

¡Cielo Santo! – pensó - ¡Mi pobre Candy! ¡Qué cruel es la vida contigo!

Flammy observó los nombres del soldado y del hospital a donde el paciente
había sido asignado: “Terrence G. Granchester, Hôpital Saint Honoré”,
rezaba la etiqueta.

La joven era sin duda la enfermera más eficiente del mundo. Sabía bien
cómo hacer su trabajo y nunca cuestionaba el juicio de sus superiores, pero
ese día, en contra de sus más caros principios éticos y profesionales,
Flammy Hamilton hizo algo que nunca pensó llegar a hacer: cambió la
etiqueta y escribió en una nueva: “Hôpital Saint Jacques”
Puede que él no se merezca esta oportunidad – pensó Flammy – Sin
embargo, Candy sí se la merece.

Y acto seguido la joven continuó su trabajo con paso calculado.

Aún tengo que colocar las etiquetas de 76 pacientes más – se dijo a sí


misma.

[pic]

Si bien Flammy estaba trabajando dura y sostenidamente en el hospital


ambulante, Candy no estaba menos ocupada en París. Se estaban
recibiendo nuevos pacientes cada hora y los quirófanos no eran suficientes
para afrontar el número de operaciones que tenían que realizarse una tras
otra. Candy había estado asistiendo en cirugía por unas cinco horas hasta
entonces y era sólo el comienzo de un largo turno de 12 horas, quizá más.

Candy, hay un nuevo paciente en el quirófano contiguo – ordenó Yves cuyos


ojos grises estaban irritados por el gran cansancio, producto de un trabajo
largo y forzado – Tres balas, una cerca del pulmón derecho, la segunda
cerca del corazón y la tercera en la pierna derecha. Necesito que laves las
heridas y lo prepares para cirugía inmediatamente, podríamos perderlo si no
sacamos esas balas de inmediato.

Correcto - contestó la joven con voz inexpresiva y enseguida se dio la


vuelta dirigiéndose hacia el lugar donde yacía el paciente.

Desde la mañana, Candy había estado actuando como si estuviese en otro


mundo, sus movimientos eran automáticos, su sonrisa parecía
desvanecerse y sus ojos estaban ensombrecidos, pero todo mundo estaba
tan ocupado que el inusual estado de ánimo de la joven pasó desapercibido
en medio del agitado frenesí de aquel día.

La joven no podía deshacerse de la espantosa sensación que le había


dejado la pesadilla de la noche anterior. Era una clase de inconfesable
vacío, un callado horror dentro del alma y a pesar de toda esa negrura,
Candy sabía que su deber no podía esperar hasta que ella se sintiese mejor,
así que continuó trabajando como siempre mientras internamente luchaba
por controlar sus inexplicables temores.

Candy entró al cuarto donde un cuerpo inconsciente la esperaba. Tomó una


bandeja con agua y jabón en una mano y unas tijeras en la otra,
poniéndolas luego en una mesa cerca de la camilla.

Acto seguido, la joven volvió el rostro y comprendió en una sola fracción de


segundo las razones de su pesadilla.
Lo que pasó en el corazón de Candy en aquel breve instante estaba más
allá de sus miedos más aterradores. Había estado trabajando como
enfermera militar por un año y en ese tiempo había

soportado con estoicismo los más sangrientos espectáculo de cuerpos


mutilados y quemados, pero a pesar de todo el horror que había
presenciado, sus piernas nunca habían temblado, su mano nunca había
flaqueado, ni siquiera una vez. Sin embargo, cuando Candy reconoció que el
hombre que yacía inconsciente frente de ella, mientras su torso sangraba
copiosamente a pesar de los vendajes, era Terrence Grandchester, ella
sintió que el mundo entero había llegado a su fin.

Candy creyó desmayarse al tiempo que una voz interna le decía: “¡Esto no
puede ser cierto!” La

joven se llevó una mano a la boca mientras sentía cómo las lágrimas
comenzaban a rodar por sus mejillas. Dentro de ella, un pungente dolor
cercenaba su corazón con la fuerza más pujante que ella jamás había tenido
que soportar.

¡No puedo hacer esto! – se dijo dando un paso hacia atrás y dejando las
tijeras sobre la mesa, pero antes de que pudiese hacer otro movimiento un
ronca voz femenina sonó en su memoria.

¡Olvida que eres mujer! ¡Ahora eres una enfermera! ¡Recuérdalo bien,
“torpe”! – le dijo la voz de Mary Jane resonando en su mente - ¡Hay un
trabajo que hacer! ¡No me hagas pensar que solamente malgasté mi
tiempo enseñándote! Ahora toma esas tijeras y prepara a ese hombre para
la cirugía.

Como si la anciana hubiese estado realmente detrás de ella, Candy asintió


con la cabeza en silencio y con manos sorprendentemente firmes, tomó las
tijeras y comenzó a cortar el uniforme del joven. La muchacha vertía
lágrimas silenciosas mientras sus dedos retiraban los pedazos de tela
descubriendo las heridas sobre el firme pecho del joven. Candy desvistió al
hombre con movimientos rápidos y cuando estuvo completamente desnudo
continuó con su callada tarea lavando con cuidado el polvo y la sangre seca
sobre toda la piel del joven, que estaba ya hirviendo en fiebre.

Si Terri no hubiese estado inconsciente y mal herido la situación hubiese


sido extremadamente bochornosa para la joven, pero Candy había visto
morir en cirugía a demasiados hombres por heridas menos impresionantes
que las de Terri, así que su corazón no dejaba lugar en aquel momento para
otro sentimiento que no fuese un inmenso miedo. Tal y como le había
ordenado la

voz de Mary Jane, Candy había dejado de ser mujer por unos instantes para
quedar reducida a una enfermera con un solo y desesperado propósito:
salvar una vida.
¡Por favor, Señor, por favor! - suplicaba ella mientras continuaba
preparando a su precioso paciente - ¡No le arranques la vida! ¡No a él! No
me importa si me muero de soledad, no me interesa si tengo que pasar toda
la vida lejos de él. No me quejaré si él está enamorado de alguien más. Te
prometo que no pensaré en mi misma. Solamente lo quiero vivo, sano y
salvo. Si él está vivo es suficiente para mi – pensaba ella y sus ojos color
esmeralda temblaban detrás de las lágrimas.

Candy cubrió el cuerpo de Terri dejando solamente descubiertas las áreas


en donde Yves operaría. Acto seguido se enjugó las lágrimas y dio un
profundo suspiro.

Tengo un trabajo pendiente – se repitió a sí misma al tiempo que preparaba


los instrumentos.

La operación fue larga y dramática. De vez en cuando Yves sentía que el


paciente no sobreviviría debido a la gran cantidad de sangre que el hombre
había perdido, pero a pesar de su propio pesimismo el joven médico
continuó luchando por la vida del aquel hombre, sin saber que le salvaba la
vida a su propio rival. La primera bala había penetrado a través del hombro
del joven, alcanzando el área justo arriba del pulmón derecho.
Afortunadamente el órgano estaba intacto y, aunque el músculo estaba
dañado y tomó un buen rato poder extraer la bala, Yves pensó que había
buenas probabilidades de que el paciente se recobrase de esa herida
después de una larga convalecencia.

No obstante, la segunda bala había perforado entre las costillas del lado
izquierdo y se encontraba demasiado cerca del corazón. Cuando Yves se
percató de que tendría que buscar la bala en una zona tan delicada sintió
que las piernas le flaqueaban, pero una mano suave sobre su hombro le
infundió seguridad con inesperada fuerza.

Tú puedes hacerlo – susurró Candy – Tenemos que sacar esa bala o se nos
habrá ido para cuando llega la mañana.

Yves asintió, hundiendo la mano en el pecho del paciente una vez más. Esta
vez su instrumento quirúrgico encontró el objeto de hierro y lo sacó al
tiempo que las dos enfermeras que lo acompañaban daban un respiro de
alivio.

La tercera herida fue la menos problemática de todas, la bala apenas había


penetrado el músculo de la pierna derecha y después de unas cuantas
puntadas el problema estaba resuelto.

Una vez que las balas estaban ya reposando inocentemente en la charola


de metal, el joven médico se apresuró a limpiar el área alrededor de las
heridas y a cerrarlas con rápidas puntadas. A pesar del gran éxito de la
cirugía, eso no garantizaba la vida del paciente. Sólo si sobrevivía a la fiebre
que seguramente le atacaría durante la noche , el doctor podría aventurar
un diagnóstico alentador. Había además el problema de infecciones
posteriores, y el pulso cardíaco era un tanto irregular. En otras palabras, el
caso era aún delicado.

Candy – llamó Yves a la joven enfermera cuando él se encontraba ya


saliendo del quirófano – me gustaría que te encargaras de él esta noche y
hasta que se despierte de la anestesia ¿Crees que podrás hacerlo? Quiero
decir, sé que están muy cansada y todo eso, pero creo que el paciente
puede entrar en crisis durante la noche y preferiría que hubiese alguien a su
lado para cuidarlo.

No te preocupes Yves – dijo ella suavemente – lo voy a cuidar bien –


concluyó ella con la primera de sus sonrisas sinceras del día. Si Yves hubiera
sabido el verdadero significado de las palabras de la joven, tal vez hubiese
lamentado la petición que acababa de hacer.

Candy anotó la prescripción de Yves y secretamente agradeció a Dios por


darle la oportunidad de estar al lado de Terri en semejante momento.
Mientras la joven estaba aún escribiendo en su carpeta, Yves se detuvo para
ver al rostro del paciente y por un momento algo dentro de él le dijo que ya
había visto a ese hombre con anterioridad. Sin embargo, no recordaba
dónde. Incapaz de decir precisamente dónde había conocido al paciente, se
limitó a salir del cuarto sin decir más, dejando a Candy sola con un Terri que
dormía profundamente bajo el efecto de la anestesia.

Candy se sentó en una silla cerca de la cama de Terri. Las sombras


nocturnas cubrían el pabellón silencioso y solamente los tímidos rayos de la
luna filtrándose por los vidrios del ventanal rompían la completa oscuridad
del lugar. El joven dormía entonces serenamente y su respiración parecía
regular. Candy observó cómo la luna plateada dibujaba el delicado perfil del
joven y por primera vez en la noche, el corazón de la muchacha dio un
vuelco, mientras la enfermera de sangre fría que había estado en la sala de
operaciones unos instantes antes desaparecía por completo para dar lugar
a la mujer enamorada.

Sin embargo, Candy comprendía que la apostura de Terri, por más


deslumbrante que fuese, no era la causa verdadera de sus perenne amor
por él. La muchacha siempre había estado rodeada de jóvenes atractivos,
pero entre todos ellos solamente aquel muchacho arrogante que en esos
momentos se debatía entre la vida y la muerte, había sido capaz de robar
su corazón con esa extraña mezcla de nobleza, rebeldía y secreta dulzura.
Porque Candy sabía bien que a pesar de la fachada insolente, Terri podía ser
sorprendentemente tierno y cariñoso cuando se sentía lo suficientemente
seguro como para exponer sus verdaderos sentimientos.

Siempre tiene tanto miedo a ser lastimado – pensó ella al tiempo que su
mano alcanzaba la de él que yacía inerte sobre las sábanas blancas.- Por
favor, Terri, lucha por tu vida. Tienes aún tanto que dar. Siempre imaginé un
futuro brillante para ti ¡Por favor Terri! ¡Vive para conquistarlo!- susurró
Candy cerrando sus ojos mientras una lágrima solitaria rodaba por su
mejilla.

La joven había renunciado a sus sueños de compartir ese futuro con él


desde mucho tiempo atrás, y aún cuando sabía que las razones que los
habían separado en el pasado ya no existían, Candy creía que aquellos
sueños ya no tendrían la oportunidad de renacer. Ahí, en el pabellón
adormecido, mientras sus dedos acariciaban suavemente la larga mano del
joven, la chica pensaba que realmente no sabía mucho acerca de ese Terri
en el albor de su edad adulta, quien dormía serenamente cerca de ella.
¿Qué planes tenía? ¿Había alguna mujer en sus pensamientos? ¿Estaba
acaso enamorado de alguna joven afortunada cuyo nombre ella ignoraba?

Candy pensó luego que esas cosas realmente no eran relevantes , porque
sabía que en el fondo de su corazón él siempre sería su Terri, y lo único
verdaderamente importante en aquel momento era que él sobreviviese
aquella noche para poder seguir adelante con su vida. Si ella no estaba
destinada a compartir esa vida, eso era totalmente irrelevante para su
prioridad más importante, la cual no era otra que verlo feliz.

El reloj en el bolsillo de Candy sonó sus campanillas y la joven supo


entonces que era hora de tomar la temperatura e inyectar de nuevo al
paciente. Era solamente el comienzo de una larga noche.

La fiebre reinició después de la media noche. Candy apartó sus ojos del libro
que tenía en las manos cuando su atento oído escuchó cómo el más querido
de sus pacientes comenzaba a moverse lentamente en su sueño. De
inmediato trajo un balde con agua y un paño para poner sobre la frente del
joven. En aquellos tiempos cuando la penicilina aún no era descubierta, las
infecciones que provocan la fiebre no podían controlarse fácilmente. Lo que
la ciencia médica podía hacer en esos casos era intentar reducirla con
analgésicos, tales como la aspirina, o tal vez usar quinina para ciertas
infecciones y enfermedades, como la malaria. Más allá de eso, no había
nada que se pudiera hacer.

Candy comenzó a sentirse desesperada al darse cuenta de que la fiebre no


parecía disminuir después de dos horas, al contrario, era más alta y Terri
sudaba profusamente. La joven remplazó el agua por hielo y se sentó al
lado de él, orando para sus adentros. Fue entonces cuando escuchó la voz
del joven tratando débilmente de llamar un nombre.

La fiebre lo está haciendo delirar, - pensó ella, - ¿Qué es lo que está


tratando de decir?

La joven aproximó su oído a los labios de Terri y su corazón estalló en un


millón de luces cuando comprendió que él estaba llamándola. Las lágrimas
llenaron los ojos de ella al instante. La joven no sabía si debía sentirse triste
o feliz. Solamente alcanzó a tomar fuertemente la mano de él entre las
suyas y a susurrar al oído del joven las más tiernas palabras que sus labios
podían proferir.

Terri, Terri – murmuró – Soy yo, Candy. No tengas miedo, amor, estoy
contigo. Por favor, por favor, ¡Lucha contra esta fiebre! ¡Lucha por tu vida!
No sé lo que haría si algo malo te pasara. He perdido ya tanta gente
querida ¡Por favor, no me hagas pasar por ese horror una vez más! –
continuó ella mientras asía la mano de él y acariciaba la frente del joven con
un cubo de hielo.

De ese modo permaneció por largo rato, siempre hablándole suavemente,


sumidos en la oscuridad de la habitación, hasta que el sueño del joven se
tornó sereno y tranquilo. Poco a poco la fiebre bajó su fuerza y Candy retiró
la bolsa de hielo. Con el más tierno cuidado removió la ropa y las sábanas
mojadas y secó el cuerpo del joven con ternura. Los primeros rayos de la
aurora empezaban a rasgar el oscuro velo de la noche cuando Candy se
sentó de nuevo en su silla, y antes de clavar la mirada en el libro que había
dejado en la mesa de noche, volvió a mirar al joven que dormía
profundamente.

Vas a estar bien . . . . mi amor – pensó mientras continuaba su lectura.

Él podía percibir claramente la esencia de rosas que llenaba el aire que


respiraba. Era una dulce fragancia invadiendo sus sentidos con
embriagadores acentos. Conocía bien ese perfume, ya había bebido de él
tiempo atrás, en aquellos días cuando la vida era más luminosa y
despreocupada.

Este sueño es en verdad el mejor que he tenido en años. – pensó – Es como


si ella realmente estuviese a mi lado ¡Por favor, no quiero despertar ahora!

Por lo tanto se resistió a abrir los ojos hasta que un suave sonido de metal
resonando sobre metal lo forzó a hacerlo. El joven no sabía que el sueño
estaba a punto de empezar al momento que abriera los ojos para ver de
nuevo la luz del día. Una delgada figura en vestido blanco estaba de pie
cerca de él, dándole la espalda. Una pequeña mano de porcelana sostenía
una diminuta botella de cristal mientras llenaba una aguja hipodérmica. Era
una mujer.

Él estaba aún bajo el efecto de fuertes analgésicos y sus sentidos se


hallaban un tanto aturdidos. Sin embargo, hubiese reconocido la línea de
aquella espalda y las suaves curvas de aquellas caderas aún en la más
densa niebla. Además, el perfume que originalmente lo había despertado no
había desaparecido con el sueño. Era ella realmente.

La joven se dio la vuelta mientras sostenía la aguja con ambas manos. Sus
profundos ojos de malaquita se enfocaron un momento en el instrumento y
luego ella descendió sus iris verdes hasta encontrarse con unos ojos azules
que la estaban mirando con inmensa sorpresa.

¡Terri! – dijo ella abrumada por una intensa emoción - ¡Despertaste!

Candy se arrodilló junto a la cama al tiempo que regalaba a Terri con


aquella brillante y particular sonrisa que ella guardaba solamente para él.
La mano de ella buscó instintivamente la mano de él y tuvo que hacer un
gran esfuerzo para contenerse y no abrazarlo llevada por la emoción del
momento.

¡Terri! – alcanzó ella a repetir conteniendo las lágrimas.

¿Realmente eres tú? – preguntó él con voz enronquecida, aún no muy


convencido de que no estaba en un sueño.

Por supuesto que soy yo,- se rió ella nerviosamente - ¿No ves mis pecas?-
bromeó.

¡Tantas pecas!- dijo él devolviendo la broma y sonriendo con todas sus


fuerzas. El joven intentó sentarse pero un dolor agudo en el pecho lo hizo
desistir inmediatamente.

¡No hagas eso!- se apresuró ella tomándolo suavemente por los hombros –
Acabas de pasar por una operación triple. No deberás dejar la cama en un
tiempo.

El joven sintió que la piel de sus hombros ardía bajo el toque de Candy, pero
la sensación era tan increíblemente placentera que instantáneamente llevó
una de sus manos sobre la de ella, enviándole, sin saberlo, olas de calor que
igualmente quemaron la piel de la muchacha. Ella dio un paso hacia atrás,
alarmada por el profundo sentimiento que la había invadido.

Por favor, Terri, - dijo ella tratando de aplacar el estruendo que él había
despertado en su corazón - Prométeme que vas a cooperar con nosotros
para recuperarte.

¿Tan mal estoy?- preguntó el joven intrigado.

Tenías tres balas. – replicó ella en el tono más profesional, a pesar de los
violentos martilleos de su corazón – Fuiste muy afortunado ya que ninguna
de ellas alcanzó órganos vitales, pero las heridas son profundas y tomará un
buen tiempo antes de que puedas moverte independientemente. Ahora,
déjame ponerte esta inyección ¿Estás de acuerdo? – concluyó ella mientras
tomaba la aguja que había dejado en la mesa, sobre una charola metálica.
Candy necesitó de toda su concentración para tomar el brazo del joven e
inyectarlo con pulso firme, a pesar de que sus piernas se estremecían, sin
saber si debía correr o quedarse. Él, por su parte, estaba totalmente
mareado por la abrumadora verdad de estar al lado de ella y sentir las
manos de la joven sobre su cuerpo. No era capaz de creer en su suerte aún
cuando miraba a su ángel justo enfrente de él. Terri estaba acostumbrado a
enfrentar los cambios desfavorables de la fortuna, pero aquella feliz
coincidencia que lo había llevado cerca de Candy era un dichoso giro del
destino, al cual no podía dar crédito, aún dudoso de que todo aquello
estuviese pasando en realidad.

Debo haber muerto y esto es el cielo – pensó por un segundo, pero luego,
una rápida aguja le hizo darse cuenta de que aún se contaba entre el
número de los mortales – Creo que estoy vivo después de todo – se dijo – y
entonces . . . esta es la oportunidad de mi vida – fue su último pensamiento
antes de quedarse dormido una vez más.

Candy aguardó hasta la llegada de Yves para informarle personalmente


acerca de las reacciones del paciente y hubiese continuado al lado de Terri
si el doctor no hubiera insistido vehementemente para que ella tomara un
descanso. La joven dejó el pabellón con pasos reticentes, pero con cada
nueva zancada que daba hacia su cuarto empezó a sentir que sus pies no
tocaban el suelo. Cuando llegó a su habitación se arrojó en la estrecha cama
y después de un profundo suspiro, las lágrimas empezaron a correr
libremente por sus mejillas bañando su rostro, dejándole una refrescante
sensación en la piel. Aquellas no eran lágrimas de angustia, esta vez el
corazón de la joven no tenía espacio para otro sentimiento que no fuera una
inmensa gratitud hacia el cielo por haber preservado la vida de Terrence y
una deliciosa sensación de inquietud que había colmado su corazón desde
el momento en que su paciente había puesto su

cálida mano sobre la de ella.

La joven se llevó la mano que Terri había tocado hacia su mejilla


humedecida y cerrando los ojos esbozó una sonrisa soñadora, como no lo
había hecho por más de tres años. Candy había casi olvidado cómo se
sentía aquel dulce calor que nacía en su corazón, el mismo calor que
entonces trepaba suavemente por cada uno de sus poros hasta invadirla de
pies a cabeza. Con esa placentera sensación la joven cayó en un profundo y
tranquilo sueño.

No fue hasta que un lento golpeteo sobre la puerta despertó a Candy unas
horas más tarde, que la joven regresó de la tierra de ensueño a la que había
escapado.

Entra- dijo bostezando, sabiendo bien que el visitante que tocaba a su


puerta no era otro que Julienne. Cuando la mujer entró al cuarto, encontró a
una sonriente Candy estirándose como una gatita con las mejillas y los
labios coloreados de un suave rubor y el rostro iluminado por un brillo
jubiloso. Julienne nunca había visto un expresión como esa en la muchacha
y no pudo evitar sentir una gran curiosidad.

Parece que has tenido sueños maravillosos – insinuó con una sonrisa
sugerente.

No, no soñé nada – dijo Candy sonriente, levantándose con energía – pero
anoche me pasó la cosa más admirable.

¿Qué fue? – cuestionó Julienne mientras se preguntaba internamente si Yves


tenía algo que ver con aquella sonrisa deslumbrante en el rostro de Candy.

Candy miró hacia la ventana dándole la espalda a Julienne.

Primero pensé que me iba morir al momento. Pasé las horas más
espantosas de toda mi vida – empezó ella con un tono más serio – pero
esta mañana el sol me cubrió con su calor y me he dado cuenta de que soy
la mujer más feliz de la tierra – concluyó dándole la cara a su amiga.

¿Candy, podrías explicarme esto en palabras más simples? – preguntó


Julienne terriblemente confundida por las poéticas pero nada claras
palabras de Candy.

¡Ay Julie! – dijo Candy felizmente mientras se sentaba cerca de su amiga y


le sostenía ambas manos entre las suyas - ¡Él está aquí! Anoche pensé que
él moriría y tuve mucho miedo, pero hoy en la mañana, ya había superado
la fiebre y estaba consciente. Estoy segura de que se recuperará pronto y ...

Espera un momento, Candy – interrumpió la morena frunciendo el ceño -


¿Quién es ÉL?

No fue hasta entonces que Candy comprendió que estaba hablando de Terri
con alguien que lo había visto solamente unas cuantas veces.
Probablemente su amiga no recordaría ni siquiera el nombre del joven. Sin
mencionar que Julienne no tenía ni la menor idea de lo que el joven
significaba para ella, o al menos, eso era lo que Candy pensaba.

Bueno, yo estaba hablando de . . . – balbuceó – del hombre que nos


acompañó de regreso a París.

Una serie de observaciones aisladas repentinamente encajaron unas con


otras en la cabeza de Julienne y abruptamente pudo comprender el
significado del cambio en el rostro de Candy.

Ya veo- dijo la morena finalmente- ese hombre sin corazón apareció


nuevamente – concluyó abriendo los brazos y desconcertando a Candy con
su comentario.
¿Qué quieres decir con eso de “hombre sin corazón”, Julie? – demandó la
joven.

La mujer miró a Candy fijamente, luego tomó a la joven por los hombros,
con una sonrisa de complicidad en el rostro.

Mi querida amiga – comenzó ella a explicarle – Se necesita a una mujer para


comprender a otra. No fue difícil para mi darme cuenta de que tú no
conociste a ese hombre el invierno pasado. Ambos se conocían muy bien
desde antes, y no sólo eso, estoy segura de que él es el hombre cuya
memoria te hizo llorar aquella noche cuando Yves trató de besarte. Él es ese
hombre desalmado que te rompió el corazón hace tiempo ¿O me equivoco?

Candy se quedó sin habla por unos instantes, atónita ante la intuición de
Julienne, sin saber cómo responder a una pregunta tan directa.

No . . . no es verdad – tartamudeó la rubia – quiero decir. . . sí es él . . . pero


no es . .

Julienne cruzó los brazos dándole a Candy una sonrisa de incredulidad.

¡Candy! – dijo ella como regañando suavemente a la joven.

Bueno, quiero decir – trató de aclarar Candy – Sí, yo. . . yo lo conocía . . .y –


dudó un instante – yo lo amé . . . teníamos planes . . . luego nosotros . . .
rompimos y todo eso . . .

¿Ya ves que es un hombre desalmado? – insistió Julienne – el hombre que


deja ir a una mujer como tú debe ser un verdadero tonto.

¡Ay, Julie! – replicó Candy – eres la segunda persona que me dice eso, pero
la verdad esque tuvimos que romper por las circunstancias. No creo que
hubiese sido culpa de él.

Y como todas las niñas bobas y buenas de este mundo – respondió Julienne
– tú todavía estás locamente enamorada de él ¿No es así?

Candy bajó lo ojos torciendo la boca en un gracioso puchero. Permaneció


callada por un rato.

¡Ay Julie! – exclamó finalmente - ¡Estás muy en lo cierto! – confesó,


admitiendo su derrota.

La joven contó a su amiga la historia resumida del pasado común que


compartía con Terri y las causas que los habían separado. Julienne se sintió
profundamente conmovida por el triste relato y cuando la rubia hubo
terminado su narración, la mujer no pudo evitar derramar una lágrima.
No sé cómo le hiciste para sobrevivir a algo así – dijo Julienne sollozando – Si
eso nos hubiese pasado a Gerard y a mi, esta mujer que ves aquí se hubiese
muerto de dolor.

Yo pensé que lo haría – dijo Candy con ojos entristecidos – pero luego el
tiempo pasa y tú sigues viva. Los días se convierten en meses y de repente
una mañana te sorprendes contando los años desde la última ves que
estuviste en sus brazos – continúo ella con aire melancólico.

Pero ahora parece que la vida les está dando una oportunidad nueva a
ustedes dos ¿No lo crees? – preguntó Julienne tratando de animar a su
amiga.

No sé realmente lo que él sienta por mi . . .pero – titubeó la rubia.

¿Pero qué?

Bueno, estoy muy feliz de saber que él va a estar bien y que yo podré
ayudar en su recuperación – concluyó Candy pensativa.

¡Ay Candy! – dijo Julienne frunciendo el ceño – ¡Creo que deberías pensar en
ti misma más seguido, muchacha! Aprovecha la situación – comentó la
mujer con un dejo de picardía en su voz.

¿Qué quieres decir?- preguntó la rubia inocentemente.

¡Mon Dieu, niña! – exclamó la mujer empezando a perder la paciencia ante


la ingenuidad de Candy - Él es tu paciente. Tendrás muchas oportunidades
de estar con él, hablar, compartir cosas juntos – y luego añadió con una
sonrisa maliciosa – podrás llegar a intimar con él. Sabes bien que entre
paciente y enfermera hay una especie de relación física.

Los ojos de Candy se abrieron desmesuradamente al tiempo que empezaba


a comprender las palabras de Julienne. Entonces el recuerdo de la noche
anterior vino a su memoria y se imaginó cómo se hubiese sentido si Terri
hubiera estado consciente al momento en que ella lo preparaba para la
cirugía.

¡El baño de esponja! – dijo Candy palideciendo.

Sí, ese es un buen ejemplo – comentó la otra mujer con naturalidad – él no


podrá dejar esa cama en unos días, y ...

¡NO PUEDO HACERLO! – gritó Candy mientras su rostro dejaba de estar


blanco como un papel para sonrojarse con un rosa carmín.

¡Vamos, Candy! – sonrió Julienne- lo has hecho cientos de veces con


muchos pacientes.
¡NO, TÚ NO ENTIENDES! – chilló la rubia – YO NO PUEDO HACER ESO..CON
ÉL...ES DIFERENTE...SERÍA TAN ...TAN ... ¡EMBARAZOSO!

Pero Candy, sé razonable – la regañó Julienne – eres su enfermera, eso será


parte de tus deberes durante los primeros días de su recuperación ¡No seas
tontita!- terminó divertida ante la cara horrorizada de Candy.

¡Entonces no seré su enfermera! – concluyó la joven abruptamente mientras


se mordía las uñas con nerviosismo- Encontraré una sustituta.

¡Pero Candy..!

Sí, es exactamente lo que haré! Terminó la joven tratando de pensar claro a


pesar de su repentina ansiedad. Estaba convencida de que esa sería la
mejor solución. Pero no contaba con los planes del propio Terri.

Más tarde, ese mismo día, Terri se despertó una vez más para encontrar
que en lugar de su ángel blanco había un hombre alto con un batín de ese
mismo color, de pie junto a su cama. El hombre estaba escribiendo
distraídamente en una carpeta, pero pronto sintió la fuerza de una mirada
que lo observaba. Entonces, los ojos de ambos hombres se encontraron, gris
acerado chocando en un tornasolado azul verdoso, e Yves recordó
repentinamente quién era el hombre a quien había operado la noche
anterior. Ambos permanecieron en silencio por un incómodo instante, cada
uno de ellos francamente enfadado por la presencia del otro.

Parece que nuestros caminos se cruzan de nuevo- dijo Terri quien fuera el
primero en animarse a hablar.

¿Así es – contestó Yves fríamente.

¿Fue usted quien salvó mi vida?- preguntó Terri con dificultad.

Bueno, soy su doctor, sí – contestó Yves tratando con todas sus fuerzas de
recuperar la compostura y actuar profesionalmente. El joven médico estaba
algo enojado consigo mismo por su reacción, sin encontrar ningún
argumento razonable que pudiese apoyar aquel claro repudio que sentía
hacia un hombre que solamente había visto una vez en su vida, y por sólo
breves momentos. – Mi nombre es Bonnot, Yves Bonnot – dijo
presentándose y ofreciendo su mano al paciente.

Terri aceptó el gesto pero requirió de un gran esfuerzo para estrechar la


mano del hombre que tenía en frente.

Terrence Greum Grandchester – dijo el joven mirando fijamente a Yves –


estoy endeudado con usted, Bonnot – admitió Terri a pesar de la
desconfianza que Yves le inspiraba.
No es así sargento – dijo Bonnot secamente – solamente hacía mi trabajo.
Usted fue afortunado de sobrevivir a la cirugía y la fiebre. Ahora todo
dependerá de su cooperación con el tratamiento. Tendrá que permanecer
en cama, moverse lo menos posible y seguir una dieta rigurosa- recitó Yves
luchando por controlar su inexplicable rechazo hacia su paciente.

Estoy seguro de que estoy en buenas manos – murmuró Terri

Gracias – replicó Yves sorprendido ante lo que consideró un cumplido.

Estaba hablando de mi enfermera – dijo Terri con intención ponzoñosa.

Ya veo. - dijo Yves profundamente disgustado pero preparado para


contraatacar – Si se está refiriendo a la señorita Andley, debe saber que no
es su enfermera particular, ella tiene muchas responsabilidades en este
hospital y usted tendrá que ser atendido por otras enfermeras también.

Terri sintió la estocada de la respuesta cáustica de Yves. “¡Sucio y maldito


francesillo!” pensó él, “si quieres guerra, guerra tendrás”

Bueno, de todas formas, yo sé muy bien en manos de quién estoy –


contestó Terri acentuando las palabras “muy bien” con un aire de
superioridad mientras sonreía con malicia.

Patty había recibido una carta más de sus padres en la que le pedían
regresase a Florida. La joven dejó la misiva sobre una pilita de cartas que
tenía en un cajón olvidado. Se puso de pie dejando la silla en la que había
estado sentada mientras contestaba a su familia. Había garrapateado unas
líneas para sus padres diciéndoles que permanecería con sus amigos por
unas semanas más, y una larga carta para su abuela, llena de detalles.
Patty pensó que aún cuando su relación con sus padres nunca había sido lo
que debía, ella no podía considerarse tan desafortunada como otros hijos de
la alta sociedad, porque siempre había contado con su abuela Martha, quien
había sido su ángel y cómplice de sus años infantiles y de su adolescencia.
A los veinte años, Patty todavía consideraba a la anciana como su mejor
amiga y confidente.

La joven caminó lentamente hacia la ventana y su vista se perdió en la


belleza del rosal de la mansión Andley, en las afueras de Lakewood. La vista
era todo lo que Candy le había dicho y aún más bella. Bajo el espléndido sol
veraniego, las rosas estaban abriendo en toda su gloria, y el aire esparcía la
esencia floral por toda la propiedad. Patty sintió cómo la dulce y cálida brisa
acariciaba su cara cuando abrió la ventana para aspirar el suave perfume
que siempre le recordaba a Candy.

Dentro de la joven de cabellos oscuros, un torrente de nuevas y viejas


emociones había comenzado a bañar su alma durante los anteriores seis
meses, y en aquella callada mañana soleada, cada una de sus cuerdas
internas parecía cantar una canción con sonidos nuevos e inesperados. La
joven sonrió mientras soltaba su cabello que le llegaba a los hombros como
un oscuro velo, bailando con el viento estival.

Patty, Archie y Annie estaban pasando unos días en la mansión de


Lakewood, cuidadosamente vigilados por la tía abuela Elroy. Este último
detalle no había sido un obstáculo para las frecuentes visitas de Tom
porque, a pesar de la natural resistencia de la anciana a humillarse al punto
de alternar con la plebe, ella no podía olvidar cuán especial había sido la
amistad de aquel joven para su querido y perdido sobrino, cuya memoria
ella no había podido olvidar. Así que, gracias a Anthony, Tom tuvo completa
aceptación en la mansión y sus visitas fueron siempre bienvenidas,
especialmente por un par de ojos femeninos de un oscuro profundo, que se
iluminaban cada vez que la carreta del joven granjero aparecía en la
distancia.

La amistad entre Patty y Tom había hecho importantes progresos desde que
se habían conocido la Navidad anterior. Las maneras simples y amables del
joven se complementaban bien con el modo de ser tímido y dulce que era
parte de la personalidad de Patty. De pronto los jóvenes se sorprendieron
confiándose sus esperanzas y sueños sobre el futuro, así como sus tristes
recuerdos. Tom había compartido con Patty la terrible soledad en la cual
había vivido desde la muerte de su padre a causa de un ataque al corazón,
un par de años antes. Durante todo ese tiempo, el muchacho se había
volcado en el complejo trabajo de administrar su próspera granja; pero
repentinamente, trabajar desde el alba hasta el ocaso y aún más, se había
vuelto insuficiente al tiempo que su alma le rogaba por otro tipo de
consuelo. Patty, por su parte, vertió en Tom todo el desconsuelo que la
muerte de Stear había sembrado en su corazón, dejándolo seco y devastado
a la tierna edad de 16 años. Poco a poco, la joven pareja empezó a construir
lazos sólidos que maduraron en sentimientos más intensos, aunque ellos
parecían no darse cuenta de ellos por completo.

Tom había sido el primero en aceptar aquella nueva inquietud de su


corazón, pero no encontraba la solución a semejante problema, tan
diferente de los retos cotidianos que estaba acostumbrado a enfrentar en su
vida de granjero y hombre de negocios. No era solamente el usual
nerviosismo de un joven que no encuentra la forma de confesar los
sentimientos que lo desconciertan, sino más bien una larga lista de
consideraciones acerca de las diferencias de clases entre él y la joven dama
de la cual ya se sentía enamorado.

Sin contar ya con su padre para confiar sus dudas, Tom decidió pedir
consejo a un hombre que siempre había vivido entre la sofisticación de una
familia aristócrata y un profundo amor por la naturaleza y la vida sencilla.
¿Quién más que Albert para ayudarlo a encontrar alguna luz para su
confundida mente? Por lo tanto, durante un viaje forzado que Tom tuvo que
hacer a Chicago, con el propósito de negociar la venta de su ganado, el
muchacho aprovechó la oportunidad e hizo una cita con el joven magnate
para hablar con él en privado.

Es gracioso que hayas pensado en mi para discutir este asunto – se rió


Albert cuando Tom le había ya contado su dilema – Yo nunca he estado
verdaderamente enamorado y no tengo la menor idea de cómo proponerle
matrimonio a una joven – confesó el hombre mientras servía una copa de
coñac a su amigo. Los jóvenes estaban solos en el gran estudio que Albert
usaba como su oficina principal en la mansión de Chicago.

Bien, honestamente – masculló Tom aún abochornado de estar hablando


sobre sus sentimientos – Lo que realmente me preocupa es la reacción de
ella. Quiero decir, ella es una dama distinguida y su familia tiene una
posición, prestigio . . .Yo creo que es posible que ellos no me acepten.

Eres un hombre acaudalado, Tom – comentó Albert sentándose en su silla


de cuero favorita, - no creo que Patty sufriría ninguna clase de carencia
siendo tu esposa. Además, el dinero es lo que menos cuenta cuando se
trata del matrimonio. El amor es lo que realmente importa.

Yo sé que nunca me voy a morir de hambre, Albert, - replicó Tom sorbiendo


el cálido líquido – pero a pesar de mi estabilidad económica, no soy un
hombre de alcurnia. Mi padre me heredó un hombre honesto, es verdad,
pero sin el prestigio del que goza el tuyo, por ejemplo. Adicionalmente,
estoy consciente de que fui un huérfano, un hospiciano, y esas cosas tienen
peso para la gente de tu clase.

Siempre me has parecido un hombre seguro, Tom – respondió Albert – no


veo por qué tengas que estar considerando todas esas tonterías como un
obstáculo. Si ella te ama, y tengo mis razones para pensar de que así es,
nada debe interponerse en el camino entre tú y ella.

¿De verdad crees eso? – preguntó Tom con los ojos iluminados -¿Crees que
ella me ama?

Bueno – se rió Albert divertido con la impaciencia de su amigo – esa es una


pregunta que debes hacerle a ella directamente, pero sí, tengo la impresión
de que ella siente algo por ti.

¿Y qué con su familia? – preguntó de nuevo Tom, aún temeroso - ¿Crees que
ellos aprobarían nuestra relación a pesar de mis orígenes.

Ehh. . . eso es diferente – admitió Albert acariciándose lentamente el


mentón - Sé que la abuela de Patty seguramente será tu más ferviente
partidaria, pero no puedo decir mucho al respecto de los padres de ella. Sin
embargo, no creo que eso sea algo que te deba preocupar demasiado. Si
Patty te ama de verdad, ella encontrará la forma de enfrentar las objeciones
de su familia y aún llegar al punto de luchar contra ellos si se oponen
rotundamente. Es más, cuando la guerra termine, como espero suceda muy
pronto, el Sr. y la Sra. O’Brien regresarán a Inglaterra seguramente y eso
les dará a ustedes la oportunidad de construir un matrimonio sólido, lejos de
la influencia familiar.

Una suave luz chispeó en los ojos de Tom cuando escuchó las
reconfortantes palabras de Albert. Aquella noche el joven tomó el tren de
regreso a Lakewook con el corazón lleno de esperanzas renovadas. Una
firme resolución había sustituido a sus dudas. La siguiente mañana iría a
visitar la mansión de las rosas una vez más.

Era una espléndida mañana de Junio y la luz del más brillante de los soles
entraba a través de la ventana cerca de la cama de Terri. En la mesa de
noche un florerillo con un lirio solitario saludó al joven cuando éste abrió sus
ojos para reconocer su entorno. Estaba instalado en un gran pabellón que
compartía con otros 15 pacientes, el aire estaba cargado de un fuerte olor a
antiséptico y una mujer vestida de blanco le tomaba la temperatura a su
vecino.

La enfermera era increíblemente delgada y tenía una nariz enorme, cabello


castaño claro atado a la nuca en un rodete y un par de gélidos ojos azul
claro. Terri la observó por un rato con ojos atentos. Después de su
inspección el joven pensó que aquella mujer podría tener un poco más de
35 años y era decidida y absolutamente fea. Le recordaba a los dibujos del
“Mago de Oz”, en un volumen bellamente ilustrado que el joven había leído
cuando muy pequeño.

Esa mujer – pensó – se parece a la Bruja Mala del Este – y sin poder
contener su diversión ante la ocurrencia, el joven dejó escapar unas risitas
sofocadas.

¡Qué bueno que se la esté pasando tan bien por sí solo! Dijo La Bruja Mala,
con una sonrisa burlona – Ahora, siendo que parece que usted está
sintiéndose tan bien, es tiempo de cambiar esos vendajes y darle un baño,
jovencito – continuó la mujer con un acento monótono.

Terri miró a la mujer con los ojos abiertos como platos mientras la voz nasal
de la enfermera le penetraba los oídos.

Un momento – dijo sin poder disimular su fastidio - ¿Dónde está Candy?

La mujer no se sorprendió con la pregunta de Terri porque el joven no era el


primer paciente que insistía en ser atendido por la enfermera más popular
del hospital. Así que tomó a la ligera la pregunta del joven y empezó a
preparar a Terri para el baño, sin inmutarse.

¡Hice una pregunta y me gustaría recibir una respuesta! – dijo el joven con
exigencia. - ¿Y qué demonios cree usted que está haciendo, señorita? –
preguntó visiblemente alarmado cuando la mujer empezó a desvestirlo, y
como no parecía poner atención a sus quejas, el muchacho asió a la
enfermera por las muñecas para detener sus movimientos.

Así que vas a ser uno de esos chiquillos difíciles ¿Eh? – comentó la mujer
burlonamente mientras se liberaba de las manos de Terri con un rápido
jalón – Ya me sé todos esos trucos.

¿Dónde está Candy? – preguntó Terri otra vez, sintiendo que subía por su
sangre el peor de los humores.

Déjame que te explique cómo son las cosas aquí , hijo – dijo la mujer
cruzando los brazos sobre su pecho plano – Estás en este hospital para
recuperarte de lo balazos que te metieron en el cuerpo en el campo de
batalla, pero eso no quiere decir que serás atendido por lindas niñas rubias
para que tu ego masculino se sienta halagado. La señorita Andley ha sido
asignada a otro pabellón. Desde hoy yo voy a estar a cargo de ti en el turno
de la mañana y ahora mi responsabilidad es darte un baño de esponja.
Luego entonces, ¿Vas a cooperar conmigo?

¿UN QUÉ? - Gritó Terri escandalizado con la idea - ¡ En lo absoluto, señora!


Yo puedo tomar el baño por mí mismo, sólo dígame dónde . . . – dijo él
tratando de incorporarse pero otra vez un agudo dolor le atravesó el cuerpo
forzándolo a volver a acostarse.

¡Muy bonito, muy bonito! – reconvino la mujer – Sigue moviéndote así y tus
heridas van a abrirse tan lindamente que tendré que darte más puntadas, y
sin anestesia. Ahora ya para de hacer y decir estupideces y déjame hacer
mi trabajo.

La mujer se aprovechó del dolor que Terri sufría para iniciar el baño
mientras un joven muy frustrado maldecía en silencio a la Bruja Mala del
Este, al condenado francesillo, a quien él creía responsable por la ausencia
de Candy, y al mundo entero.

Cinco días pasaron desde que Terri se había despertado por primera vez en
el hospital Saint Jacques. En todo ese tiempo no había podido volver a ver a
Candy. La Bruja Mala, cuyo verdadero nombre era Nancy, continuó cuidando
del joven en el turno matutino, Yves lo visitaba regularmente cada tarde,
siempre evadiendo las preguntas directas de Terri al respecto de Candy,
una mujer diminuta llamada Françoise cuidaba del muchacho en el turno de
la tarde y, en las noches, una mujer casi anciana continuaba con el trabajo.
Ni una señal de Candice White.

Sin embargo, en la mañana del sexto día, Terri se dio cuenta por primera
vez de que el lirio reposando en el florerillo de su mesa de noche no había
muerto en todo ese tiempo. La madre del joven tenía especial predilección
por esas flores y él recordaba bien cuán efímeras solían ser. Terri se
preguntó cómo era posible que la misma flor hubiese conservado su lozanía
por tanto tiempo. Fue entonces cuando llegó a observar que los demás
pacientes no tenían flores en sus mesas de noche ¿Quién podría estar
trayéndole aquel sencillo presente asegurándose de que él siempre tuviese
una flor fresca para iluminar su día?

Terri dedujo que alguien estaba cambiando la flor por una nueva cada
noche mientras él, a pesar de su insomnio habitual, dormía bajo el efecto de
los analgésicos. Así pues resolvió que la siguiente noche no tomaría las
pastillas que la anciana enfermera del turno de la noche siempre le daba ,
con el fin de quedarse despierto y averiguar de quién era la mano caritativa
que le concedía tan delicado presente. La sola idea de que tal persona fuera
Candy le hacía vibrar de gozo.

La noche llegó finalmente, poco a poco los murmullos de los pacientes que
charlaban de cama a cama empezó a desvanecerse al tiempo que los
heridos iban quedándose dormidos. Cerca de las 12 de la noche el pabellón
estaba ya sumido en el más total de los silencios. Fue entonces cuando Terri
escuchó pasos femeninos acercándose desde la entrada del pabellón hasta
su cama. Los pasos su detuvieron súbitamente frente de él y pudo escuchar
el susurro del agua vertiéndose en cristal.

Una mano delicada sostenía un lirio fresco y estaba a punto de colocarlo en


el florerillo cuando fue interceptada por otra mano mucho más grande y
fuerte.

¡Te atrapé con las manos en la masa, visitante nocturno! – musitó Terri
sonriendo ante una sorprendida Candy.

¡Terri!- chilló la joven- deberías estar durmiendo.

¿Cómo puedo dormir si tú me abandonas todo el día?- le reprochó él sin


soltarle la mano.

Yo . . . yo . . . no te abandoné Terri- tartamudeó ella – te estás recuperando


muy bien y yo . . .yo . . . tengo otras obligaciones.

Pero al menos podrías haberte dado una vuelta para decir hola, ¿O no? – se
quejó el joven mientras su dedo pulgar comenzaba a acariciar suavemente
el dorso de la pequeña mano que tenía aprisionada. Era verdad que él se
había sentido un tanto herido por la ausencia de Candy durante los días
anteriores, pero el hecho de que ella lo había estado visitando cada noche
para colocar una flor fresca en el vaso significaba tanto para él que ya había
olvidado sus resentimientos. Además, la piel de la joven se sentía tan
perfectamente tersa y cálida bajo su toque que él simplemente no podía
estar enojado con ella por más tiempo.

He estado algo ocupada – se excusó ella- Ahora, Terri, ¿Podrías regresarme


mi mano?- rogó ella nerviosa, ansiosa de cortar el contacto físico con el
joven antes de que él pudiera darse cuenta que le estaba provocando
escalofríos que le recorrían todo el cuerpo.
No hasta que me prometas que te quedarás a conversar conmigo un rato –
dijo él mirándola con ojos fervientes.

¡Son más de las doce de la noche, Terri!- respondió Candy escandalizada –


¡Ya deberías estar durmiendo!

Simplemente no puedo hacerlo. Además, todo ha sido tan aburrido durante


estos días – insistió él sin dejar de sujetarla.

¡Está bien, tú ganas! – se rindió ella alzando la mirada- pero déjame poner
la flor en el vaso.

El joven soltó la mano de Candy con reticencia y a pesar del alivio que ella
sintió, la muchacha también pudo percibir una terrible frialdad que la
invadía una vez que su piel ya no sintió más el toque de la piel de Terri. Ella
colocó la flor en el vaso mientras pensaba desesperadamente en la excusa
que iba a darle a Terri. Tal y como ella había decidido desde el primer día,
Candy había solicitado ser asignada a un pabellón distinto después de que
Julienne le había hecho notar lo que tendría que enfrentar al estar cuidando
del joven. Desde entonces, ella había deseado volver a ver a Terri, pero
como tenía miedo de enfrentar las preguntas del joven y no se le ocurría
cosa alguna para explicar el cambio, había preferido mantenerse lejos.

A pesar de sus miedos, la joven había decidido regalar a Terri con una flor
cada día, de modo que él tuviese algo hermoso a su alrededor para iluminar
los días grises en el hospital. Pero ahora que había sido descubierta in
fraganti, no tenía la menor idea de cómo manejar la situación.

¿Qué has estado haciendo todo el tiempo que podía ser más importante que
cuidar de un viejo amigo en desgracia? – preguntó él juguetón mientras ella
se sentaba en silla cercana.

Bueno, cientos de cosas – tartamudeó ella – He estado trabajando muchas


horas en cirugía.

Yo, por el contrario, no he tenido nada que hacer más que extrañarte y
aburrirme – le increpó él dulcemente con una mirada intensa – Has sido muy
cruel con este amigo tuyo.

Pero has estado en buenas manos – se defendió ella.

¡Ah sí, por supuesto! – se sonrió Terri burlón – La Bruja Mala del Este, La
Señorita de las Manitas Frías y Mamá Ganso, eso sin mencionar al patético
francesillo.

¿De qué estás hablando Terri?- preguntó Candy confundida – ¿La Bruja Mala
del Este?

Estoy hablando de esa dulce Nancy quien insiste en restregarme la piel


hasta que está roja e hinchada – se quejó él - ¡Santo Dios! Ella es la cosa
más horrible que he visto jamás. Debería de haber una ley que prohibiese a
los hospitales el contratar mujeres tan horrorosas como enfermeras.

¡Terri! – gritó ella visiblemente molesta – Nancy es una enfermera


competente y tú no deberías llamarla con un apodo tan espantoso ¿Alguna
vez aprenderás a llamar a la gente por sus verdaderos nombres?

Los nombres verdaderos son aburridos- respondió él con frescura – Toma


por ejemplo “Tarzán Pecosa” ¿No es más interesante y significativo que
Candice?

¡Ay Terri, tú eres imposible – le reconvino ella.

No, estás equivocada, querida, - dijo él enviándole una mirada


relampagueante – quien realmente es increíblemente insoportable es tu
patético francesillo.

¿Y quién es ese, se puede saber?- demandó Candy.

¿Quién más que esa desgracia de doctor que tengo que soportar? – explicó
él con tono amargo.

¡Terrence! – dijo Candy como en un reproche – ¡Yves es un gran médico y


en caso de que no te hayas dado cuenta, él salvó tu vida!

Ah sí, sí, ya sé esa parte del cuento, y estoy agradecido – aclaró él – pero no
puedo soportarlo porque sé bien que él debió haber sido quien arregló las
cosas para mantenerte lejos de mí.

¿De qué estás hablando? – preguntó Candy con incredulidad - ¿De dónde
sacaste esa idea tan descabellada?

¡Vamos, Candy! ¿Crees que soy tan estúpido como para no darme cuenta
de que el francesillo ridículo babea por ti? – replicó él comenzando a
molestarse.

¡No te voy a permitir que hables de Yves de esa manera. Él no tiene nada
que ver con el hecho de que yo ya no esté trabajando en esta área ¡Fui yo
quien pidió el cambio! – barbotó Candy y cuando se dio cuenta de lo que
acababa de hacer ya era demasiado tarde como para retractarse. Las
palabras ya habían sido pronunciadas.

¿Ah sí? – dijo Terri con resentimiento – Así que tú decidiste que yo era una
clase de leproso y su alteza real prefirió hacerse a un lado.

¡No entiendes, Terri! – Candy replicó atrapada otra vez en el viejo hábito de
las peleas verbales.

¡Por supuesto que entiendo! – continuó él – pero te digo una cosa señorita
Andley, ¡No te vas a deshacer de mi tan fácilmente!

¿Es una amenaza? – preguntó ella en tono desafiante.


¡Tómalo como gustes, pero pronto vas a oír de mí! – concluyó él cruzando
los brazos.

¡Muy bien, pues anda y comienza! – dijo ella levantándose de la silla y


dejando el pabellón encolerizada.

Candy se detuvo justo después de que había salido de la habitación. Sus


mejillas estaban sonrojadas por las contradictorias emociones y su corazón
latía furiosamente. Las palabras de Terri resonaban en sus oídos como un
eco insistente.

¡“La Bruja Mala del Este”! - susurró ella sin poder controlar una sonrisa - ¿De
dónde saca todos esos nombres? Y qué fue eso de que Yves babea por mi . .
.¿Podría ser posible que Terri .... estuviese..... que él estuviese..... celoso? -
Candy negó con la cabeza desechando la idea mientras se dirigía hacia su
cuarto.

En su cama, Terri miraba la flor que la joven había dejado en su mesa y con
una sonrisa en sus labios se quedó dormido mientras planeaba sus
movimientos para el día siguiente.

¿Qué sucede Doctor Collins? – preguntó el Mayor Vouillard cuando el doctor


norteamericano entró en su oficina una plácida tarde. Vouillard había sido
informado de que había un emergencia en uno de los pabellones.

Bueno, señor – comenzó el hombre confundido – Me temo que hay una clase
de. . . de . . .

¿De qué Dr. Collins? – demandó Vouillard impacientemente.

Un motín – masculló Collins.

Repita eso – solicitó Vouillard incrédulo mientras fruncía sus tupidas cejas
oscuras.

Un motín, señor – repitió Collins palideciendo – los pacientes en todo el


pabellón se han alzado como en una huelga, se niegan a seguir las
prescripciones médicas y hasta han dejado de comer.

En toda su vida sirviendo en el ejército Vouillard nunca había oído una cosa
tan inverosímil como la escandalosa idea de personal militar lanzándose a
huelga. El hombre se sentó en su silla rascándose la nuca.

¿Podría usted decirme por qué están protestando los pacientes? – preguntó
Vouillard después de haber conseguido controlar su asombro.
Verá usted, señor – comenzó Collins con voz casi imperceptible, sin saber
claramente cómo explicar lo que estaba pasando – ellos, de hecho, están
pidiendo a una enfermera en particular.

¿QUÉ?- gritó Vouillard.

Esta enfermera – continuó Collins – estaba trabajando en ese pabellón hace


algún tiempo, luego se le cambió, y los pacientes la quieren de regreso.

¿Y se puede saber quién es esa enfermera tan popular? – preguntó Vouillard


irritado.

La señorita Andley, señor – dijo el médico.

Vouillard se llevó la mano derecha a la frente en signo de frustración


mientras negaba con la cabeza con incredulidad.

¡Esa niña me va a volver loco uno de estos días! – exclamó.

¿Qué debemos hacer con los pacientes, señor? – preguntó Collins temeroso.

¡Por el amor de Dios, Collins! – dijo Vouillard abriendo los brazos en un gesto
nervioso - no tenemos tiempo para estas tonterías, la Srita. Andley puede
trabajar aquí o allá siempre y cuando sea en un lugar seguro. Mándela de
regreso a su primer pabellón y deje que los pacientes gocen con su hermosa
presencia una vez más, pero si hay otro más de estos . . . motines, me veré
forzado a enviarla a otro hospital.

Después de una larga espera que había parecido eterna para Terrence
Grandchester, una esbelta y blanca figura apareció a la entrada del pabellón
que él compartía con otros hombres. La cama de Terri estaba colocada en
una esquina, al fondo del amplio galerón, iluminada por una gran ventana.
Desde su puesto podía ver cómo la silueta femenina se movía lentamente
de cama a cama saludando a sus pacientes con una sonrisa y regalándoles
unas cuantas palabras animosas. Esta vez el joven se dejó gratificar
libremente con la placentera vista.

Sus ojos devoraron cada centímetro de la figura curvilínea de la joven, que


se hallaba deliciosamente envuelta en un uniforme blanco cuya falda le
llegaba hasta los tobillos. La mente de Terri jugó con el recuerdo de una
Candy quinceañera que se cambiaba la ropa una cierta tarde de mayo, pero
la joven que tenía frente a sus ojos al presente era aún más hermosa y
tentadora que los recuerdos que él atesoraba. Internamente bendijo a la
naturaleza que había agraciado a la mujer que él amaba con una figura tan
inquietante.

Desde la noche en que había descubierto a Candy en su furtiva visita, ella


había regresado a cambiar el lirio diariamente por las mañanas. Pero no
habían tenido mucho tiempo para hablar porque ella siempre estaba de
prisa. Solía sonreírle al joven y dejarlo inmediatamente. Él había pensado
tanto en las cosas que podría decirle la siguiente vez que tuviera la
oportunidad de hablar con la joven rubia, pero mientras ella se acercaba a
su cama, el joven se perdió en su admirada contemplación y la cabeza no
respondió más a sus órdenes.

Las cosas no mejoraron cuando él observó cómo más de un paciente miraba


a la joven con la natural fogosidad de un ojo masculino que ve pasar a una
mujer hermosa. Pero no podía culpar a sus compañeros, especialmente
cuando él estaba en deuda con ellos por el apoyo que le habían prestado
cuando al joven se le ocurrió la idea de forzar el regreso de Candy al
pabellón. No había sido difícil para el elocuente joven el convencer a los
hombres para que protestaran firmemente hasta que consiguieron que la
muchacha fuese asignada como la enfermera del turno matutino, en lugar
de la Bruja Mala del Este.

Así que la presencia de Candy en el pabellón era solamente el resultado la


astuta manera en que Terri había manipulado las voluntades de los demás.
Se podía sentir orgulloso de su logro, pero aquello había sido nada más que
la primera parte de su plan. Ahora la segunda parte debía de dar comienzo:
vencer al “sucio francesillo”, era el siguiente objetivo en su orden de ideas.
Entonces, Terri recordó su último encuentro con Yves y la sangre le empezó
a hervir en las venas poniéndolo en el peor de los humores.

Así que finalmente consiguió lo que quería, sargento – fue la primera cosa
que Yves le había dicho la tarde anterior durante su visita diaria.

Pues ya ve que podemos confiar en nuestros procesos democráticos y en el


poder del pueblo. Usted es francés, debería saberlo, Sr. Bonnot. – replicó
Terri con desenfado.

¿Puedo preguntarle algo sargento? – inquirió Yves con ojos flameantes


mientras revisaba las heridas de Terri -¿Cree usted honestamente que la
señorita Andley tendrá el tiempo y el humor de soportar los ridículos
coqueteos de usted?

Muy gracioso, Sr. Bonnot – se sonrió Terri burlonamente - pero no podía


esperar menos de un hombre que no se da cuenta que tiene sus esperanzas
puestas en un sueño imposible – continuó el sajón cáusticamente - ¡Ay! ¡Eso
dolió! – chilló el joven cuando sintió cómo Yves lo pinchaba accidentalmente
justo donde la herida dolía más.

¿Qué quiere usted decir? – preguntó Yves mirando a los ojos endurecidos de
Terri y pagando a su rival con la misma luz amenazante.

Lo que oyó, doctor – respondió Terri – estoy consciente de sus intenciones


con Candy. Las cuales siempre han sido honestas. Algo que no puedo decir
de las suyas – replicó Yves sorprendido ante el abierto reto de su rival –
Como yo veo las cosas , usted está solamente buscando algo de diversión
mientras permanece en este hospital. Así pues, le advierto, Grandchester,
no trate de pasarse de listo con la señorita Andley . . . ¿Y desde cuando
usted la llama Candy?
La última pregunta fue la clave que pintó una sonrisa de superioridad en el
rostro de Terri . “Esa es la señal que yo estaba buscando”, pensó.

Es una historia muy larga, doctor – dijo Terri con aire de mofa – pero usted
se equivoca si piensa que quiero jugar con Candy. Al contrario, ella es una
vieja amiga mía.

Las palabras de Terri se hundieron en los oídos de Yves con un sabor


ponzoñoso: “¿Conocía Candy a ese hombre tan bien como él sugería?” se
preguntaba internamente, pero a pesar de su sorpresa Yves consiguió
responder a la insolente mirada de Terri.

Entonces, espero que se comporte como un buen amigo y no la moleste –


dijo el galo fríamente – Por cierto, de mañana en adelante podrá empezar a
parase y desplazarse en la silla de ruedas. Podrá tomar un baño por sí solo –
fueron las últimas palabras de Yves antes de que dejara solo a Terri.

Sí, sólo el recuerdo de la conversación hacía que Terri sintiera ganas de


estrangular a su doctor, pero la gloriosa visión que estaba aproximándose a
su cama le hizo olvidar su enojo cuando Candy finalmente lo saludó con una
sonrisa.

¡Buenos días, Terri! – dijo ella dulcemente – Como puedes ver, ganaste tu
pequeña revolución.

El joven miró a Candy buscando algún signo de enfado o resentimiento en


su rostro, pero solamente pudo ver aquella brillante e ingenua expresión
que lo había embrujado desde siempre. Había pensado que ella estaría
enojada con él por haber armado todo un escándalo para tenerla como su
enfermera y estaba, hasta cierto punto, preparado para otra pelea verbal
con la muchacha. No obstante, lo que encontró en lugar de un ceño fruncido
fue un par de ojos verdes seductores y afectuosos que miraban directo a
los suyos.

Te dije que oirías acerca de mí –dijo él ganando confianza con la amigable


actitud de la joven – pero pensé que estarías enojada conmigo.

No hay motivos para eso – contestó ella mientras revisaba el reporte médico
– Yo había pedido ser trasladada a otro pabellón porque habían unos casos
interesantes allá – mintió ella con los ojos fijos en el papel para que él no
pudiese observar su nerviosismo – pero esos paciente ya fueron dados de
alta, así que no tengo ninguna objeción de trabajar aquí. De hecho, debo
admitir que fue algo . . . halagador que todos ustedes me quisieran de
regreso con tanto fervor – concluyó ella dejando el papel a un lado y
preparándose para darle a Terri sus medicamentos.
La verdad era que Candy se sentía mucho más segura de trabajar con Terri
para entonces, ya que el doctor le había autorizado comenzar a moverse. Él
podía ser un tanto más independiente y ella no tendría que enfrentar
situaciones demasiado embarazosas con el joven. Cuando se le había
ordenado volver a su antiguo puesto, Candy había recibido con alegría
aquellas disposiciones por la obvia razón de que le permitirían estar más
cerca de Terri por mucho más tiempo. “Después de todo” había pensado
ella sorprendiéndose a si misma, “Julie podría estar en lo cierto . . . y tal vez
esta pudiera ser . . . . una nueva oportunidad” . Sin embargo, ella no podía
evitar pensar en Yves al mismo tiempo.

Supongo que a tu doctor no le gustó mucho la idea – insinuó Terri


ladinamente mientras observaba intensamente cada movimiento de Candy.

¡Ya deja de jugar Terri! – le reconvino Candy al tiempo que trataba de reunir
las agallas para descubrir los vendajes de Terri bajo la mirada penetrante
del joven – Yves no es mi doctor y no tiene ningún motivo para molestarse
por el asunto – respondió ella.

Pues él está locamente enamorado de ti ¿Te habías dado cuenta? – insistió


él, en parte porque quería ver la reacción de la joven ante el comentario,
pero también porque necesitaba seguir hablando para disfrazar las
perturbadoras emociones que despertaban en él las delicadas manos de
Candy volando sobre su piel y rozando ligeramente su pecho desnudo,
como si se tratara de mariposas juguetonas.

No creo que la vida privada de Yves sea de tu incumbencia, Terri – dijo ella
con aire serio y mirándolo directamente a los ojos por segunda vez en la
mañana, pero inmediatamente esquivando su mirada. Candy tenía miedo de
las acuosas profundidades en los ojos de Terri.

Me importa siendo que se involucra contigo, de cierta forma, mi querida


amiga – susurró él atrapando la mano de Candy en las suyas, una vez más.

Pues mi vida privada tampoco debería de ser de tu incumbencia – replicó


ella cortante y logrando liberar su mano del apretón en que Terri la tenía
prisionera – pero de todas formas, debes saber que Yves es solamente mi
amigo y desde ahora en adelante me gustaría que dejáramos de hablar de
él ¿Está bien? – preguntó Candy en un tono imperioso.

Terri se sintió más que satisfecho con las últimas palabras de Candy. Había
conseguido justamente la información que estaba buscando. Así que no
había nada formal entre ellos, como él se había imaginado aquella noche de
invierno. El padre Graubner estaba en lo correcto, después de todo: “había
esperanza”. El joven sintió como si un jarabe dulce se resbalara por su boca
hasta alcanzar su corazón. Si no hubiese estado herido seguramente se
habría puesto de pie para bailar de alegría. Entonces, pensando que ya
había presionado lo suficiente para ser el primer día se rindió mansamente
ante las autoritativas palabras de Candy.
Está bien, es un trato, no más plática sobre el “francesillo”- dijo levantando
su mano derecha.

Su nombre es Yves – replicó ella severamente.

Está bien, no hablaré de . . .él – respondió Terri luciendo su sonrisa más


inocente pero aún así resistiéndose a llamar al joven médico por su
verdadero nombre.

Candy le correspondió la sonrisa, consciente de que el mal hábito de Terri


de apodar a cada ser humano que se cruzaba por su vida, era una
costumbre demasiado arraigada como para desaparecer solamente porque
ella lo ordenaba. Pero a ella no le importaba realmente porque aquél era
solamente uno de los muchos detalles que ella admitía en él con la misma
aceptación cariñosa que tomaba sus virtudes.

Era ya muy tarde en la noche cuando Candy se fue a la cama. Había sido un
día pesado cubriendo largas horas en el pabellón y haciendo trabajo
extraordinario en cirugía. La joven había escuchado que Flammy regresaría
a París al día siguiente y tales noticias la habían puesto de muy buen
humor. La rubia estaba realmente ansiosa de ver de nuevo a su vieja amiga.
Además, la habitación que ambas compartían se veía muy solitaria sin ella.

Candy abrió la ventana para sentir la brisa nocturna. Era una espléndida y
estrellada noche estival. Desde arriba, las titilantes luces del firmamento
parecían saludarla y jugar traviesas en la verde y suavemente brillante
superficie de sus ojos.

La joven había soltado su cabello y éste caía hasta su cintura en una


catarata dorada de rizos caprichosos. Candy se llevó las dos manos hacia la
nuca enterrando los dedos en la larga melena. Era realmente una noche
cálida. Tal vez demasiado cálida como para dejar que se apaciguasen en su
corazón las ansiedades provocadas por las emociones del día. No podía
olvidar ni ese par de ojos claros que la observaban con una mirada tan
atrayente, ni el recuerdo de sus propias manos sintiendo los firmes
músculos del pecho y brazos del joven. Era imposible ignorar cuan
persistentemente él buscaba rozar la piel de ella y como cada una de sus
frases estaban siempre impregnadas de afecto ¿Sería posible que después
de los años, después de todo el tiempo que él había estado con Susana,
conservase aún sentimientos hacia ella? ¿O estaba solamente
embromándola con uno de sus juegos?

Él es famoso, tiene una carrera próspera, y es terriblemente apuesto – se


dijo ella – Muchísimas mujeres deben de acosarlo todo el tiempo ahora que
saben que es libre. Estoy segura de que la mayoría de esas mujeres son
mucho más hermosas y sofisticadas de lo que jamás podré ser yo ¿Podría él
conservar aún algún cariño para esta simple enfermera que una vez fue su
novia del colegio? . . . . Sin embargo, él llamó mi nombre en su delirio. . .

Candy bajó la mirada y sus ojos se toparon con una tarjeta que alguien
había dejado en su mesa de noche. Inmediatamente reconoció la letra de
Yves en el sobre.

La joven abrió la carta y leyó su contenido:

Mi querida Candy:

¿Me harías el honor de aceptar mi humilde invitación?

Me gustaría llevarte a las festividades de la Toma de la Bastilla.

Habrán juegos artificiales y un baile.

Te aviso con anticipación para que puedas considerarlo con calma.

Siempre tuyo

Yves

Candy suspiró recostándose en la cama mientras se frotaba el mentón con


la tarjeta, preguntándose qué era lo que estaba pasando en su corazón.

Capítulo XI

Las palabras más difíciles de decir

Patty se sentó en frente de su tocador mirando en el espejo italiano cómo


sus mejillas se sonrojaban, mientras que su pecho se movía aún con
agitación por debajo del escote de su vestido de seda amarilla. Se llevó su
mano enguantada hacia la cara, sintiendo a través de la tela el pulso de su
corazón aún alterado y palpitante. Era como si un clamor incontrolable
hubiese invadido su interior.

Se quitó los guantes para mirarse las manos con ojos soñadores. En su
mano izquierda la chispa blanca de una gema le guiñaba los ojos con brillos
deslumbrantes. Dejó escapar un profundo suspiro y una sonrisa se dibujó
en su rostro. Entonces, un tímido golpe en la puerta le hizo regresar de sus
ensoñaciones. La joven se sintió un tanto molesta con la intromisión.

¿Quién es? – preguntó no muy dispuesta a abrir la puerta.

Soy yo, Annie, - contestó una dulce voz - ¡Por favor, Patty, ábreme,
tenemos que hablar!
Patty sonrió sintiéndose aliviada de que su visitante fuese Annie. De hecho,
la joven dama era la única persona que Patty realmente quería ver en aquel
momento. A penas si podía esperar para compartir con su amiga las
maravillosas nuevas que tenía.

Por lo tanto, Patty se levantó animadamente y corrió a abrir la puerta para


su amiga.

¡Ay, Patty! – jadeó Annie una vez que hubo entrado a la alcoba y Patty hubo
cerrado la puerta asegurándose de que disfrutaban de absoluta privacidad –
¡Tienes que contarme todo, niña! ¿De qué hablaron? ¿Qué dijo él?

Ambas amigas se sentaron sobre la gran cama y se tomaron de las manos


sin poder hablar por unos instantes.

Vamos, Patty, cuéntame – insistió Annie.

¡Ay Annie, no sé cómo esperar! – chilló Patty con un destello de gozo


iluminándole el rostro.

¡Empieza por enseñarme ese anillo! – señaló la joven mientras tomaba la


mano de Patty entre las suyas.

¿No es hermoso? – preguntó Patty mientras el brillo del diamante danzaba


en las niñas de sus ojos.

¡Oh sí, toda una belleza y en forma de corazón! – comentó Annie con una
risilla nerviosa – ¡Nunca pensé que Tom pudiese tener un gusto tan
delicado! Pero ahora, chica, suelta todo ¿Cómo fue que se te declaró? ¡Me
tienes que decir todo!

Patty se sonrojó furiosamente y bajó los ojos en un tímido gesto. Su corazón


comenzaba de nuevo a latir con rapidez ante el solo recuerdo del momento
en que Tom finalmente había reunido el valor de confesarle sus
sentimientos y pedirle su mano en matrimonio. Albert estaba visitando la
mansión de Lakewood, así que la Tía Abuela Elroy había organizado una
tertulia en su honor. Tom había sido invitado y durante la velada, el joven y
Patty habían dejado al grupo para dar una caminata por el rosal.

Annie – comenzó Patty a explicar – Nunca creí que yo pudiese sentir algo
como esto una vez más. Pensé que jamás volvería a amar de nuevo, pero
esta noche . . . él me tomó las manos en las suyas y me dijo cuánto me ama
. . . y yo . . .

¿Sí. . . . Patty. . .? – instigó Annie, deleitada ante la felicidad de su amiga.


Me di cuenta de que siento lo mismo por él – continuó la joven – ¡Comprendí
que me he enamorado de él y ahora no puedo negarlo más!

¿Qué dijo él? – preguntó Annie ansiosa de escuchar el más nimio detalle.

¡Ay, él estaba tan nervioso! – respondió Patty riendo – Casi tartamudeó al


empezar, pero finalmente me dijo que se enamoró de mi desde la primera
vez que nos vimos en el Hogar de Pony.

¡Lo sabía, lo sabía! – dijo Annie con aire triunfal mientras estrujaba una
almohada llevada por la emoción del momento – Pero dime, ¿qué pasó
después?

Me preguntó si yo alguna vez sería capaz de pensar en un pobre huérfano


como él, a un nivel más allá de la simple amistad . . .

¿Dijo eso el muy tontito?

Empezó a decir no sé qué tonterías acerca de mi linaje y sus orígenes.

¿Y qué le contestaste?- preguntó Annie intrigada

¡Le dije que a mí no me importaban esas cosas y luego él enmudeció!

¡AAAAYY! – chilló Annie mordisqueándose las uñas.

Entonces yo . . . le dije . . .- Patty se detuvo dudando.

¿QUÉ? – preguntó Annie ansiosa.

Que lo amo – dijo Patty finalmente escondiendo el rostro entre sus manos.

¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – exclamó Annie con voz de júbilo - ¡Soy tan feliz por ti!
Dime . . .¿Cómo te lo pidió?

Patty levantó su rostro y Annie pudo ver que estaba aún más encendido.

Tomó mis manos así – comenzó Patty tomando las manos de su amiga – y
me preguntó si yo me casaría con él, y luengo sacó una cajita de su
chaqueta y me enseñó el anillo . .. y entonces . . .

¿Sí? – dijo Annie preguntándose por qué su amiga se había detenido y


estaba de nuevo desviando su mirada.

¡Ay Annie! Yo . . . – contestó Patty pero no pudo continuar sin llevarse


ambas manos a la cara – ¡Dejé que me besara! – dijo finalmente arrojándose
a los brazos de su vieja amiga.

Annie recibió a su amiga con toda su ternura pero también totalmente


conmovida ante la confesión de Patty. Annie recordaba bien cómo las
monjas les habían enseñado una interminable lista de cosas que una dama
debía y no debía de hacer, durante el tiempo que las jóvenes habían
estudiado en el Colegio San Pablo. Tal vez la regla más impactante de todas
había sido aquella que decía claramente: una dama jamás admite el beso
de un caballero salvo que sea en la mano o bien que dicho caballero sea su
legítimo esposo. Annie tenía también en su memoria la conversación que
había sostenido con Patty y Candy aquella tarde de otoño, después de la
clase.

Las jóvenes estaban discutiendo la lista de reglas, una por una, y Candy se
divertía burlándose de cada aseveración, hasta que llegaron a la regla del
beso. Annie sugirió que esa regla le parecía muy apropiada y Patty había
estado de acuerdo. Sin embargo, Candy solamente había sonreído con una
mirada soñadora en sus ojos verdes y después de un rato había dicho con
tono insolente mientras se tiraba en la cama: “¡La Hermana Gray puede
decir eso porque nunca ha estado enamorada!”

Annie recordó que esa había sido la última conversación que las tres habían
compartido antes del incidente con Terri en los establos.

¿Crees que hice mal? – preguntó Patty aún en los brazos de Annie.

Bueno, supongo que debes estar pensando en la lista de reglas de la


Hermana Gray, ¿No? – insinuó Annie tomando las manos de Patty mientras
encaraba a su amiga.

Umm . . . pues . . . sí, un poco . . – admitió Patty mirando a su amiga


directamente a los ojos.

¿Sabes, Patty? – dijo Annie dudosa – A través de los años me he dado


cuenta de que todas esas reglas son muy poco prácticas ¿Recuerdas cómo
Candy se burlaba de ellas?

¡Oh sí! ¡Como si la estuviera mirando ahora mismo! - Respondió Patty


sonriendo –Una semana después de esa lección ella huyó del Colegio.

¡Exacto! – dijo Annie con una risita sofocada ante el recuerdo – ¡La Hermana
Gray casi sufre una embolia después de aquel susto!

Las dos jóvenes empezaron a reírse furiosamente hasta doblar sus cuerpos
con las carcajadas. La conversación murió por un rato mientras las chicas
dejaban fluir sus recuerdos. Poco a poco se extinguió la risa y la charla
continuó.

Después de todas las cosas atrevidas que Candy ha hecho en su vida –


comenzó Annie – no creo que un inocente beso sea tan malo – dijo por
último y Patty se puso seria nuevamente.

Y debo admitir que fue . . . – se atrevió a decir


¿Cómo? – preguntó Annie curiosa

¡Placentero! – contestó Patty tímidamente

Aquella noche en la soledad de su habitación, Annie Britter miró hacia las


estrellas y se preguntó por qué en todos los años de su relación con Archie,
él nunca había tratado de besarla. De repente un frío estremecimiento
invadió su alma dejándola inexplicablemente deprimida.

Entre todas las bellas mañanas estivales que han nacido sobre el planeta
Tierra, aquella que saludó a Terrence Grandchester cierto día de Julio,
parecía la más arrobadora y bendita de toda la historia humana. El joven se
había sentado en la ventana y observaba cómo la aurora pintaba sus más
encantadores colores sobre el cielo mientras él escuchaba las voces
internas en su corazón.

Revisó en su mente las diferentes emociones que había experimentado en


toda su vida, y después de su análisis, concluyó que aquellas cosas que
estaba sintiendo entonces formaban una mezcla de sentimientos que jamás
había vivido antes, a pesar de que había esa sensación de déjà vu
invadiendo la atmósfera.

Casi cuatro años viviendo en las profundidades de la desesperanza – pensó


– y de repente, me encuentro contemplando la posibilidad de la felicidad
¿Acaso solamente me estoy engañando, o es verdaderamente real?

Recordó su ensombrecida infancia y los largos quintos domingos, en los


cuales todos los niños del colegio recibían la visita de sus padres y salían
con ellos. Todos excepto él, por supuesto. El niño naturalmente vivaz y
entusiasta que había sido a la edad de tres años, cuando aún vivía en Nueva
York, agonizó lentamente en el severo colegio, durante esos domingos,
esperando que algún día el tan añorado padre apareciera para llevarlo de
paseo por Londres, pero ese sueño tan anhelado jamás se hizo realidad, y el
aquel niño finalmente murió dejándolo con el corazón endurecido de un
chico mayor que no confiaba en nadie.

El último amigo que podía recordar era un chico de su edad que había
conocido cuando muy pequeño durante el tiempo que había vivido en
Nueva York. Más tarde, en el Colegio, su padre le había advertido no intimar
con sus compañeros de clases, temeroso de que el niño pudiese confiar en
alguno de sus amigos el secreto de su origen, algo que debía ocultarse por
el honor de la familia. Ansioso de complacer a su padre, el joven Terrence
había obedecido al Duque ganándose una reputación de tipo raro y lúgubre.
No obstante, conforme el tiempo pasaba, él se dio cuenta de que nada que
hiciera o dijera podría llegar a ganarle la atención de su padre, así que el
joven decidió que estaba bien tan solo como se encontraba y cerró las
puertas de su corazón por años, en una especie de protesta por el
inexplicable abandono del cual era objeto.

Pero el año que había conocido a Candy las cosas cambiaron


dramáticamente. Ella había aparecido en el preciso momento en que él se
sentía como el más miserable de los seres humanos sobre la tierra, para
enseñarle que alguien podía aún quererle. Requirió algún tiempo, pero poco
a poco la vivaz jovencita abrió los cerrojos de su corazón hasta que cada
puerta se abrió de par en par y él se encontró expuesto a la luz del amor.
Pero el amor que ella hizo nacer en su interior era algo nuevo. Algo
diferente a todo lo que jamás había sentido. Entonces, no era suficiente
estar al lado de ella y hablar, sino que había esa urgente necesidad de
llenarse los brazos de ella, sentir la piel satinada de sus manos cada vez
que las podía atrapar en las suyas, y beber de su boca los más dulces
sabores.

En aquellos tiempos él siempre buscaba el más ínfimo roce, pero ella era
tan difícil y huidiza que algunas veces a él se le agotaba la paciencia. A
pesar de ello, tenía que admitir que todo aquel flirteo había sido
extremadamente delicioso y cada vez que recordaba aquella época sabía
que no podría haber sido mejor.

Más tarde, la larga separación vino y con ella los años de añoranza
comenzaron. Pero aquellos habían sido tiempos de expectativas alentadoras
y cada mañana él se levantaba para pensar que algún día volvería a verla.
Años después, el propio Terri se había admirado de lo seguro que se había
sentido entonces de que ella aún le recordaría con cariño. Lo más lógico
hubiese sido pensar que ella podría olvidar al antiguo compañero de escuela
y remplazarlo con un nuevo amor, pero en su corazón él estaba cierto de
que ella sentía lo mismo que él.

Cuando ellos finalmente se volvieron a ver y a través de cartas


intercambiaron promesas de amor, él atravesó por una época que nunca
hubiese podido imaginar. Era una clase de angustia y excitación al mismo
tiempo. Tal vez eso había sido lo más cercano a la felicidad que él había
estado . Pero tal bienaventuranza no duró mucho. El dolor que había
experimentado en su infancia se había tornado insignificante y fútil frente a
la pena que tuvo que enfrentar después del accidente de Susana.

Casi cuatro años de la más oscura de las noches, subiendo y bajando en la


montaña rusa de la depresión. Los cerrojos de su corazón se cerraron todos
juntos de una buena vez y él encontró cierta estabilidad en aquella tristeza.
En aquel estado de la mente el corazón no se arriesgaba a ser lastimado
porque se encontraba ya muerto. Si algunos rastros de vida le quedaban,
éstos habían sido asesinados el día en que había recibido las noticias del
supuesto compromiso de Candy. Así que, no había forma de ser lastimado
nuevamente.

Al menos, eso era que lo que había pensado hasta el día en que Candy
había reaparecido en su vida. Entonces la depresión y las noches sin sueño
habían vuelto y lo habían condenado a semejante estado anímico por
meses. Por último, un día él se despertó en un gran cuarto blanco y una vez
más su vida había cambiado inesperadamente. Tantas cosas parecían estar
sucediéndose por segunda vez, pero al mismo tiempo todo era diferente y
nuevo.

Era una extraña mezcla. Había ese gozo de tenerla cerca cada día, justo
como en el Colegio, y también esa continua interrogante de: “Me quiere, no
me quiere” Podía sentir nuevamente esa terrible urgencia de tenerla cerca
de su cuerpo, un nuevo y dulce coqueteo flotaba en el aire y las esperanzas
se habían renovado. Igual que en el pasado . . . . pero, era también
diferente, y esas diferencias lo lastimaban.

En contraste con la primera experiencia, esta vez no había un rival muerto


que pudiese, a la postre, ser fácilmente vencido. Todo lo contrario, el rival
estaba sano y salvo, y lo peor de todo era que el hombre tenía muchas
ventajas sobre él: no estaba atado a una cama, tenía libertad de
movimientos para acercarse a ella a cualquier hora, y lo más importante,
Yves no tenía que ser perdonado, entre el joven médico y Candy jamás
habían pasado cosas tristes, no se le podía culpar de nada. Mientras que
Terri creía que, si llegaba a tener una nueva oportunidad con Candy, tendría
primero que obtener su perdón. Pero reunir el coraje para externar
semejante confesión, era para él, la cosa más difícil de decir.

Encima de todo ello, tenía que admitir que sus ansias naturales lo podían
traicionar en cualquier momento. Había deseado a Candy por tanto tiempo y
tenerla siempre tan cerca era una tentación difícil de resistir. Las cosas
siempre habían marchado mal para él cuando se trataba del amor. Los días
del colegio habían sido tiempos de descubrimiento, pero no los más
adecuados para encontrar alivio para sus ansiedades, ambos eran muy
jóvenes entonces y ella había sido siempre tímida y evasiva. Después de
entonces, cuando se habían vuelto a ver en Nueva York, su culpabilidad
había pesado más que su deseo y no se había atrevido a acercarse a ella,
sabiendo que continuar alimentando memorias nuevas haría la inminente
separación aún más difícil. Y había tenido razón, aquel último abrazo en las
escaleras del hospital todavía le dolía por dentro.

Pero ahí estaba otra vez, esa fuerza instigadora, y para su mayor
desasosiego, ahora todas esas necesidades eran aun más fuertes que antes.
Todo era culpa de la muchacha por ser tan . . . tan . . ¡Tan diabólicamente
bella! ¿Cómo podría esperarse que un hombre se comportara como un
caballero cada vez una mujer así lo ayudaba a llegar a la silla de ruedas y él
podía abrazarla muy de cerca?

“¡Oh Dios! ¿Cómo puede la Gloria estar tan cerca del Infierno?- se dijo
mientras fruncía el ceño ante la sola idea.

Pero la mañana era casi tan hermosa como la mujer en su corazón y la


certeza de que ella estaría con él en unos minutos más era una expectativa
tan dulce, que él estaba seguro de que ninguna otra mañana había sido tan
abrumadoramente bella como aquella. No pudo evitar una sonrisa que
apreció lentamente en sus labios.
Siempre es reconfortante ver cómo el sol reaparece otra vez en el horizonte
¿No es así? – dijo una voz femenina detrás de él - ¡Buenos días!- susurró ella
y fue como si el mundo hubiese detenido su inexorable giro para ellos dos.

Buenos días – correspondió el la sonrisa ahogándose en el verde lago de sus


ojos.

¿Cómo llegaste ahí? – preguntó ella divertida con la travesura de él.

Bueno . . .yo . . . – tartamudeó el joven sin estar listo para dar explicaciones
de cómo había dejado la cama alcanzado la ventana.

Vamos, Terri, - se rió ella – no es que hayas cometido un crimen, pero aún
debes de ser cuidadoso con tus movimientos. Ahora, ven acá, te ayudo a
llegar a la cama – concluyó extendiendo la mano hacia él.

Entonces ella se acercó a él y el muchacho le pasó el brazo por los hombros


mientras trataba de levantarse en un solo pie. Aquella era la rutina que
silenciosamente habían disfrutado durante los días previos desde que ella
había regresado a trabajar al pabellón en que Terri se encontraba asignado.
Ella siempre se sonrojaba ligeramente y su corazón empezaba a latir con
mayor rapidez por esos breves instantes, mientras que él aspiraba con
todas sus fuerzas el perfume de la muchacha. De ese modo ambos jóvenes
redescubrían como su mutuo calor no había cambiado sus reconfortante
radiación. El embrujo duraba hasta que él se sentaba y entonces tenía que
soltarla, sin tener más excusas para retenerla en su abrazo. Pero aquella
bendita mañana fue diferente. Tal vez era el efecto de la aurora, o tal vez
porque la luz estallaba en rayos dorados sobre los cabellos de ella, o quizá
fue porque algunas veces el corazón no puede acallar sus gritos. Aquella
vez él la retuvo por un rato sosteniéndola por los brazos. Ella trató de
retirarse; no obstante él no la soltó y ella tuvo miedo de que él pudiera
escuchar el salvaje golpeteo de su corazón.

Él la miró a los ojos deseando encontrar en aquellas profundidades de color


esmeralda un signo que le diera las fuerzas para revelar lo que tenía en su
corazón. Pero el tumulto de sus propios temores lo cegó, evitándole a su
razón el comprender los evidentes sentimientos en la mirada de la joven.

¿Algún problema? – preguntó ella sin poder dejar los brazos de él.

Es sólo que. . .- musitó él

¿Qué? -. Preguntó ella en un susurro.

Estaba pensando que . . . – comenzó a explicar mientras decía para sus


adentros: “pensaba que estoy más enamorado de ti que nunca antes”

Pensabas que . . . – lo animó ella a hablar tratando de comprender lo que él


quería decirle
Que me siento tan bien este mañana que hasta podría bailar, - replicó él
confesando solamente parte de sus pensamientos.

Ante el comentario del joven ella sonrió suavemente

Creo que tendrás que esperar para eso, Terri – replicó

Entonces . . . – continuó él mientras disfrutaba de la embriagante brisa del


su aliento, tan cerca estaban el uno del otro – cuando ya esté bien . . .
¿Bailarás conmigo? Quiero decir, para recordar los viejos tiempos- rogó él
afanoso.

Ella bajó los ojos temerosa de que éstos pudiesen delatar el torbellino de su
alma.

Sí, claro Terri. – murmuró tratando de liberarse de las manos del muchacho,
pero aún así él no desistió.

Prométeme que lo harás - exigió él, hundiendo su penetrante mirada azul


en la de ella.

Lo prometo, Terri – replicó la joven – pero ahora, déjame traerte el desayuno


¿Te parece bien?

Sí, muy bien – dijo él soltándola finalmente.

En la distancia, un par de ojos grises observaron la escena sin saber si sentir


enojo o dolor.

¡Maldito americano! – pensó él – ¡Tiene tantos trucos bajo la manga! Y para


él es tan fácil llamar la atención de ella al ser su paciente. Pero yo todavía
tengo unas cuantas cartas que jugar – se dijo el médico así mismo mientras
se ajustaba la corbata, alistándose para la jornada de trabajo.

La anciana encargada de la limpieza que estaba a la mitad de su tarea


cotidiana y que había observado silenciosamente ambos lados de la historia,
sonrió para sus adentros:

Le bel Américain, un; le gentil médecin, zéro.

(El americano apuesto, uno; el médico gentil, cero)


El hospital Saint Jacques se encontraba en un viejo edificio del siglo XVI, con
severos y espesos muros, largos corredores y un jardín interior rodeado de
columnas dóricas. En el centro del jardín había un plácido cerezo que
florecía fielmente cada año por la época estival, iluminando así aquel rincón
encantador con su presencia florida y proyectando sombras refrescantes
sobre las pocas bancas que estaban colocadas alrededor del jardín.

Aquella tarde después de su turno, Candy se sentó en una de esas bancas,


completamente exhausta por su cansada rutina pero también demasiado
excitada como para irse a su cuarto. La vista del albo follaje del árbol tenía
un efecto apaciguador en la joven y ella había pensado que le serviría para
encontrar cierto alivio para sus continuas ansiedades.

Candy se sentó al tiempo que estudiaba cuidadosamente el árbol frente de


ella. Pensó por un momento que sería una buena idea el treparlo, pero la
corta talla del árbol la hizo desistir de sus planes.

En mi próxima licencia iré a un lugar abierto donde pueda trepar un gran


árbol. – se dijo a si misma.

¿Interrumpo tus ensueños? – preguntó una suave voz masculina detrás de la


joven, la cual ella pudo reconocer inmediatamente.

En lo absoluto – dijo ella sonriéndole a Yves, quien estaba de pie a unos


pasos de ella, con su bata blanca descansando con descuido sobre su
hombro. El joven médico había terminado su turno y estaba a punto de salir.
La suave luz del ocaso reflejaba sus tonos dorados en sus cabellos negros
como el ala de un cuervo, al tiempo que jugaba trucos iridiscentes en sus
ojos gris claro.

¿Puedo acompañarte entonces, aunque sea por un rato? – preguntó él


acercándose a la joven.

Candy asintió con la cabeza, temiendo secretamente ese nuevo encuentro


con el joven, quien se había vuelto más audaz en sus avances desde que
Terri se encontraba cerca. Candy no podía culparlo porque sabía bien que
Yves estaba percibiendo naturalmente la fuerte influencia que el joven
actor tenía sobre ella y eso, obviamente, había despertado los celos del
médico.

Yves se sentó al lado de Candy y observó al árbol por un rato sin saber
cómo empezar.

Candy – dijo él finalmente - ¿Has pensado en mi invitación?

Candy evadió la mirada insistente de Yves instantáneamente, bajando sus


ojos. La verdad era que no había tenido tiempo de pensar acerca de la
invitación del joven doctor, tan ocupada había estado su mente con el
constante peligro de la proximidad de Terri.
Yo . . . yo – comenzó ella – No se todavía si tendré ese día libre – dijo usando
la primera excusa que se le vino a la cabeza.

Podrías verificar eso, ¿No?- sugirió Yves con una sonrisa comprensiva – Yo
trabajaré doble turno por tres días para poder tener todo el día libre –
añadió.

¡Oh! No deberías esforzarte tanto de esa forma – comentó la rubia sabiendo


por experiencia propia cuán difíciles y cansados podían ser esos dobles
turnos – No me gustaría que te enfermaras por eso – dijo la joven
sinceramente preocupada por la salud de su amigo mientras alcanzaba el
brazo del joven en un gesto amistoso.

El joven sintió cómo el toque de la muchacha le quemaba el brazo y tuvo


que luchar con todas sus fuerzas para resistir el impulso de abrazarla.

Tal vez sea una buena idea enfermarme- dijo con tristeza- tal vez así pueda
conseguir tanta atención de tu parte como lo logra Grandchester – terminó
en lo que fue casi un reproche

Candy se sorprendió con el comentario de Yves, pero no encontró las


palabras para responder a su insinuación.

¿Puedo preguntarte algo? – continuó él hablando.

¿Sí? – replicó Candy temiendo lo que podría venir.

¿Es cierto que tú y Grandchester son viejos amigos? – interrogó él sin poder
contener sus dudas por más tiempo.

Candy miró a Yves directamente a los ojos, aún sorprendida de la


información que el joven tenía y adivinando claramente de quién la había
conseguido.

Fue Terri quien te lo dijo ¿No es así? – preguntó ella con voz inquisitiva

Así que ahora es Terri ¿Eh? – dijo él cáusticamente – Entonces en claro que
él estaba diciendo la verdad.

Bueno, sí – contestó Candy un tanto molesta por el tono que Yves había
usado – Nos conocimos en al escuela cuando éramos adolescentes. No es
una novedad que le llame Terri, de esa forma le llamaban todos los chicos
en aquel tiempo, eso es todo – admitió ella.
Yves se arrepintió de su comentario mordaz cuando se dio cuenta de cómo
había reaccionado Candy e inmediatamente trató de adoptar una actitud
que lo disculpase.

Candy – comenzó- no tenía intención de entrometerme en tu vida.


Perdóname si dije algo que pudiera molestarte. Es sólo que no puedo
ignorar el modo en que él te mira. Créeme, esas miradas de él hacia ti no
son las de un viejo amigo.

La joven se pasmó ante la afirmación de su amigo. Era para ella una total
sorpresa que alguien más que ella misma se hubiese dado cuenta del
constante galanteo de Terri para con ella.

No deberías de tomar a Terri tan en serio – dijo Candy después de un rato y


con un dejo de tristeza en su voz- Él siempre es así, pero solamente está
buscando una oportunidad para embromar a todo el mundo a su alrededor.
Le encanta jugar con todos y debe estar jugando contigo también.

¡No me interesan sus hábitos perniciosos – dijo Yves frunciendo el ceño –


pero no me gustaría que él te lastimase de ninguna forma.

La rubia miró a Yves sintiendo simpatía por los sinceros sentimientos del
joven hacia ella. Sin embargo, Candy estaba consciente de cuán tarde era
ya para que alguien intentase evitar que ella saliera lastimada. La
muchacha no había conocido otro estado del alma desde que había roto con
Terrence.

Gracias, Yves – dijo ella mientras se ponía de pie – Estaré bien, no te


preocupes por mi. Sé bien que Terri está solamente jugueteando y
pasándosela bien mientras está en el hospital. No hay nada serio al
respecto, pero ahora debo irme para descansar un rato, tu deberías hacer lo
mismo. Ve a casa y disfruta a tu familia.

El joven saltó de la banca en la que se encontraba para alcanzar a la


muchacha y asirle el brazo. En cosa de segundos estaba tan cerca de ella
que la joven podía sentir el agitado ritmo de la respiración del muchacho.

Candy, por favor – rogó él con voz trémula – Dime que pensarás acerca de
mi invitación a las celebraciones del Día de la Bastilla.

Lo haré Yves, - replicó ella al mismo tiempo que trataba de liberarse de la


mano de Yves – Á demain – dijo ella sonriendo ( Hasta mañana, en Francés)

À demain- respondió Yves viendo cómo la joven desaparecía en los


corredores – À demain, mon amour – dijo para sus adentros.
Era ya muy tarde. Ella no sabía cómo había sucedido pero se de repente se
encontraba de nuevo en el jardín del hospital, sentada en la banca justo
frente del cerezo. Sus cabellos rubios estaban sueltos y esparcidos por toda
su espalda, la luna llena centelleaba sobre sus rizos dorados. Ella se miró
dándose cuenta para su gran zozobra que solamente vestía su camisón, el
cual era demasiado delgado y se sostenía a su cuerpo simplemente por dos
breves tirantes, revelando sus redondeados y blancos hombros.

Es una hermosa noche ¿No lo crees? – dijo una voz masculina en un susurro.

La joven saltó ante el sonido de la voz de Yves a su lado.

Pero no es tan hermosa como tú, querida mía – se atrevió él a decir


cerrando la distancia entre ellos con un solo impulso de su cuerpo.

Yves . . . – masculló ella, sin reconocer aquellas maneras tan audaces en el


joven que era usualmente reservado y amable.

Debes de entender que la paciencia de un hombre tiene sus límites –


murmuró él mientras sus manos alcanzaban las mejillas de Candy,
forzándola a mirarlo directamente en los ojos – ¡Te necesito tanto! – dijo él y
esa vez las reacciones de la joven no fueron tan rápidas como los propios
movimientos de Yves. Antes de que pudiera decir algo los labios del joven
estaban ya sobre los de ella, lloviendo delicados y suaves besos.

Candy trató de escapar del abrazo de Yves, pero él respondió sosteniéndola


con más fuerza. Ella incluso trató de empujarlo violentamente; sin embargo,
el cuerpo de la muchacha no respondía a sus órdenes. Estaba paralizada en
los brazos de Yves. En el interior de la rubia, una salvaje explosión de
diversos tipos de emociones estalló en todas direcciones. Candy se sentía
confundida con sus propias reacciones, quería escapar de los brazos del
joven, sintiendo que algo estaba muy mal. Pero de repente, su olfato se vio
invadido por un suave perfume de lavanda, un calor familiar envolvió su
cuerpo y un dulce sabor a canela, que ella no podía olvidar, reclamó su boca
mientras el beso profundizaba su fuerza convirtiéndose en un intercambio
más íntimo, cuando el hombre separó los labios de ella para explorar dentro
de su boca. La joven comenzó a sentir un cambio en su propio humor y se
sorprendió disfrutando el encuentro. De un rechazo franco había pasado a
una total entrega. El beso que había sido solamente una caricia ligera sobre
su boca, un inocente encuentro de labios, había madurado en una
apasionada posesión en la cual el hombre que la tomaba estaba bebiendo
de su misma alma. De pronto, todo lo que estaba mal había desaparecido, y
todo parecía estar maravillosamente bien.

Ella se abandonó a sí misma en aquel abrazo y sus brazos se entrelazaron


alrededor el cuello del joven, mientras sus dedos se enredaban en su
cabello castaño, presionándolo aún más cerca de su cuerpo con una
ansiedad que ella nunca antes había conocido. Candy había esperado
mucho tiempo por aquel beso que se consumía lentamente por instantes
que parecían ser eternos, hasta que los labios del hombre se separaron de
los suyos y ella pudo verse en sus ojos azules. Para entonces, ella estaba
plenamente consciente de que los brazos que la estrechaban tan
fuertemente no eran los de Yves. El apasionado beso, al cual ella se había
rendido instintivamente, había tenido un sabor diferente, un sabor que ella
conocía bien.

¿Ya ves Candy? – dijo Terri con voz aterciopelada – después de todo este
tiempo aún eres mía, sólo mía . . .mía aún en tus sueños, mi dulce niña
pecosa.

Candy se despertó abruptamente de su sueño. Ella apenas si podía respirar


mientras su alterado corazón marchaba a una velocidad peligrosa, latiendo
con fiereza como un motor fuera de borda. Su cuerpo entero se encontraba
cubierto de un profuso sudor y su cabellos estaba húmedo y enredado, en
total desorden.

La joven dejó la cama mientras observaba a su callada compañera de


cuarto, temerosa de haber despertado a la joven de su tranquilo sueño.
Pero Flammy, quien estaba durmiendo pacíficamente como un ángel, estaba
totalmente ajena a los juegos artificiales que explotaban en la mente de
Candy aquella noche. La rubia abrió la ventana esperando que la brisa
nocturna pudiera sofocar las alarmante flamas que su sueño había
encendido dentro de ella. Pero no fue suficiente.

¡Dios mío! – se dijo ella mientras sentía el aire veraniego en la piel - ¡Fue
como si realmente Terri me hubiese . . . – pero no pudo continuar con sus
ideas - ¡Vamos Candy, contrólate o no podrás mirarle a la cara mañana por
la mañana! – se reconvino a sí misma.

Y con este último pensamiento decidió tomar una ducha para apagar sus
inquietudes.

Mientras el agua fresca corría por el cuerpo de Candy, trazando las


delicadas líneas de su silueta, otra alma luchaba con sus propios demonios
ocultos y sus emociones más apremiantes. No obstante, las formas en que
nuestras mentes revelan sus secretos durante las misteriosas horas del
sueño, cambian sus matices y acentos dependiendo de múltiples factores.
Lo que había encendido los fuegos inconfesables de Candy durante sus
sueños, era una pálida sombra comparado con las imágenes que asaltaban
la mente de Terri durante su tan escaso sueño. Desafortunadamente, el
joven ya estaba habituado a esos sueños torturantes que mórbidamente lo
engañaban con aparentes placeres iniciales pero que siempre terminaban
en venenosas pesadillas.
Él se sintió sumergido en una profunda e increíblemente dulce suavidad. Era
como si cálidas olas lo bañaran, sanando mágicamente las heridas de su
corazón, y de pronto, no había ni pasado ni futuro, tampoco verdad o
mentira, o dolor, o derrota; solamente un paradisíaco presente, en el cual su
alma vibraba en una cadencia hipnotizante, junto con los movimientos
rítmicos de su cuerpo. Sensaciones eléctricas de la piel desnuda que llegaba
a la volátil superficie de una alberca llena de nácar y pétalos de rosas, con
la rosa misma entre sus brazos, temblando en un abrazo interminable.
Chispas doradas por todos lados, voces calladas murmurando hechizos
amorosos, el sonido de un gemido lejano haciendo durar sus notas en sus
oídos, y entonces él supo que había una cosa semejante al cielo sobre la
Tierra. Sólo para oír, un segundo más tarde, a una voz amada gritando un
nombre que no era el de él.

El nombre monosilábico lo arremetió como una daga en el corazón y


entonces regresó al infierno, una vez más, despertando de un sueño tan
perfecto que maliciosamente había esperado hasta el último instante para
liberar su ponzoña de pesadilla. Terri se despertó de su sueño maldiciendo a
sus subconsciente que no le permitía alcanzar un goce completo ni siquiera
mientras dormía. Se sentó en la cama y con la mano izquierda trató de
servirse un vaso de agua de la jarra que descansaba sobre la mesa de
noche.

El frío líquido corrió por su garganta aplacando sus latidos irregulares pero
sin disminuir el amargo sabor de la pesadilla en la cual ella llamaba el
nombre de otro hombre.

¡Odioso francesillo! – pensó él arrojándose pesadamente sobre la almohada


– ¡Tenía que arruinar el mejor sueño que he tenido en años! Ahora no podré
dormir por el resto de la maldita noche.

Levantó sus ojos y miró a la pálida luna detrás de las nubes nocturnas.

¡Oh Candy! – suspiró -¿Qué tengo que hacer para lograr que te enamores de
mi nuevamente?

[pic]

A veces los fantasmas que atormentan nuestras almas durante la noche


desaparecen a los primeros rayos de la aurora, y ante la gloria matinal
nuestros miedos emprenden la retirada para dejar lugar a nuevas
esperanzas. A pesar de la inquieta noche que había pasado, Terri vio la luz
del nuevo día con optimismo cuando una figura blanca apareció en la puerta
del pabellón.

Sabiendo que él sería el último en recibir la atención de la joven esperó


silenciosamente mientras observaba su rutina diaria. Ella solía saludar
cálidamente a cada uno de sus pacientes, revisaba el reporte médico,
administraba los medicamentos, cambiaba la ropa de cama con extremo
cuidado, tomaba la temperatura, y mil y una pequeñas tareas más, siempre
sazonando su trabajo con una sonrisa y algunas palabras de aliento y
ánimo. Candy sabía sobre la vida personal de cada uno de sus pacientes,
les preguntaba si habían recibido noticias de sus parientes, les ayudaba a
escribir cartas si los enfermos no eran capaces de hacerlo por sí mismos, o
bien, escuchaba atentamente las historias que los soldados le contaban con
entusiasmo.

Terri podría haber estado mirando a Candy por una eternidad, siempre
fascinado por la espontaneidad natural de la joven y la usual chispa que
brillaba en sus ojos y perenne sonrisa.

Entre más te miro, Candy – pensaba – más me enamoro de ti

Justo en frente de la cama de Terri había un nuevo paciente. Un joven de su


misma edad, que había sido terriblemente herido por la explosión de un
granada, las llamas habían quemado cada centímetro de piel desde el
pecho hasta los muslos. Había sido un verdadero milagro que hubiese
sobrevivido a la explosión, pero tal vez encontrar la muerte sea un destino
mejor en esos casos, tan miserablemente doloroso parecía ser su
sufrimiento.

Candy trataba a ese paciente con una dulzura muy especial y era claro que
el sólo momento de alegría que tenía aquel pobre joven durante sus tristes
días, era cuando el ángel rubio lo visitaba, retiraba los vendajes con el más
tierno de los cuidados, lavaba cada herida y la cubría con ungüento. Frente
a la horrible vista de aquella piel consumida por las quemaduras Terri no
podía controlar un sobrecogimiento, pero Candy permanecía impávida
mientras sus manos trabajaban diligentemente y su voz no cesaba de
conversar para distraer la atención del paciente.

Terri sentía un poquito de celos al ver la dulzura con que la joven trataba a
su vecino, pero aquel sentimiento era suave e inocente, ya que él sabía que
la bondad de Candy era algo que había nacido para ser compartido. El joven
reconocía que no podía monopolizar una joya como esa, pero en lo que se
refería a Yves. . . .eso era algo totalmente diferente.

Buenos días, niña pecosa – dijo él cuando ella finalmente se acercó a su


cama

Candy se tragó su nerviosismo cuando le escuchó llamarla de la misma


forma que en su sueño de la noche anterior. Pero después de tomar un
segundo respiro logró reunir las fuerzas que necesitaba para continuar con
su rutina. Aquella mañana ella tenía buenas noticias para el joven actor.
Con manos lentas Candy retiró los vendajes del hombro derecho de Terri y
tocó la piel que rodeaba la cicatriz.
¿Te duele? – preguntó mientras presionaba ligeramente en el área.

¿Cómo puede doler una caricia? – sugirió él con ojos traviesos.

¡Compórtate serio, Terri! – lo regañó ella –Trata de levantar el brazo ahora –


ordenó la joven en tono imperioso.

El joven obedeció y siguió el resto de las instrucciones mansamente, pero


sin que su rostro perdiera esa endiablada sonrisa.

Entonces doctora, ¿Cuál es su diagnóstico? – preguntó después de que ella


había terminado su inspección, mientras deseaba secretamente que el
contacto físico no se hubiese terminado nunca.

No es mi diagnóstico, sino el de Yves – dijo ella mirando el reporte médico.

Bueno, en ese caso, ¿Qué dice ese respetado médico? – preguntó Terri
burlón.

Que puedes empezar a usar muletas por breves instantes. No te lastimarás


el hombro a menos que abuses de ellas – dijo ella sonriendo.

¿Quieres decir que me puedo deshacer de la silla de ruedas? – preguntó él


visiblemente contento con la idea.

Sí, así es. De hecho, si quieres, esta tarde cuando termine mi turno, podría
llevarte al jardín para que pruebes las muletas. Has estado encerrado entre
estas cuatro paredes por más de un mes, ya es tiempo que tomes algo de
aire fresco ¿Tú que crees?

Que es la mejor oferta que he recibido en mucho tiempo – respondió él


sonriendo.

Sí, ya has estado aquí por un buen rato – dijo ella mientras una idea le
venía a la cabeza- Por cierto, Terri, en todo este tiempo no has escrito ni
una línea para nadie ¿No escribes cartas para nadie en América? ¿No le
escribes a tu madre?

Era la primera vez que Terri se había quedado sin palabras que decir, pero
entonces, un anciano doctor que estaba inspeccionando a uno de los
pacientes, llamó a Candy salvando al muchacho de dar explicaciones sobre
el asunto.

Tengo que irme ahora – dijo ella – pero regresaré esta tarde. ¿Está bien?

Es una cita entonces – contestó él guiñando un ojo


Este lugar es inesperadamente hermoso – dijo Terri mirando al pequeño
jardín lleno de jazmines, pensamientos, petunias y tímidas caléndulas,
iluminadas por los rayos dorados del ocaso – Nunca me hubiese imaginado
que pudiera existir un rincón como este en un edificio tan severo.

La joven que lo acompañaba se sentó en una de las bancas de piedra


mientras contemplaba las suaves sombras que proyectaba el cerezo sobre
el suelo adoquinado. La tarde era plácida y refrescante. La mezcla de las
fragancias florales penetraba los sentidos haciendo que la mente vagase en
placenteras ensoñaciones. Terri miró las coloreadas mejillas de la joven a
su lado y no pudo evitar recordar las secretas sensaciones que había
disfrutado en su sueño la noche anterior . . . antes de que se convirtiese en
pesadilla, por supuesto.

Candy volvió el rostro y en una fracción de segundo los ojos de ambos se


encontraron. Las miradas permanecieron fijas la una en la otra, cautivos en
sus brillos acuosos. La chica y el joven se sorprendieron a sí mismo ante su
incapacidad de detener la corriente eléctrica entre los dos. Sin embargo,
con gran esfuerzo ella finalmente logró romper el encantamiento con sus
palabras.

Bueno, creo que deberías empezar a practicar – dijo ella poniéndose de pie
mientras tomaba las muletas que descansaban sobre la banca – Hora de
dejar esa silla de ruedas, ven aquí , te doy una mano.

Terri tomó la mano de Candy en las suyas para levantarse en un pie. Un


minuto después el joven probaba las muletas mientras la muchacha le
seguía a un solo paso de distancia.

Esto se siente mucho mejor – comentó él disfrutando aquella nueva


sensación de independencia.

¡No exageres, Terri! – le advirtió ella cuando se dio cuenta de que él


aumentaba la velocidad peligrosamente – Tómalo con calma.

Pero el joven no escuchó las advertencias de la chica y continuó


moviéndose hasta que una de las muletas se atoró en la vereda
adoquinado haciéndole perder balance. Ella lo notó y corrió a sostenerlo
antes de que él se cayera.
¡Qué deliciosa excusa para disfrutar de otro abrazo robado! – pensó Terri
cuando sintió que los brazos de Candy rodeaban su cintura, y las manos del
joven inmediatamente se cerraban alrededor del cuerpo de la muchacha.

Él reclinó su peso sobre el cerezo atrayendo a Candy hacia su pecho hasta


que ambos estaban prácticamente sellados uno contra el otro en una
posición muy comprometedora. Él pudo inhalar el suave perfume del cabello
de ella, unas cuantos rizos dorados rozaban su mentón con la brisa
vespertina al tiempo que él inclinaba su cabeza.

Hemos estado así antes ¿No es así? – murmuró él al oído de ella provocando
escalofríos en todo el cuerpo de la muchacha.

Candy se congeló en el abrazo, saboreando la calidez de Terri y la


abrumadora dicha de sus brazos rodeando su cintura. Ella no había estado
tan cerca de él en mucho, mucho tiempo, y hubiese querido que el embrujo
de aquel poder hipnotizante que él tenía sobre ella se prolongase para
siempre. La joven sentía unas ganas casi irrefrenables de reposar su cabeza
sobre el pecho del joven, pero . . . ¿Podía ella confiar en él para confesarle
sus sentimientos? ¿Podía ser que él aún sintiese lo mismo? ¿O acaso se
trataba de uno más de sus juegos? Sin embargo, ella no tuvo que tomar
ninguna decisión al respecto de cuánto podía confiar en Terri en aquel
preciso instante, porque unos pasos viniendo del corredor la forzaron a
abandonar los brazos del joven, para no ser sorprendida en semejante
postura con uno de sus pacientes.

Por favor, Terri – logró ella decir cuando se hubo separado del abrazo del
joven – trata una vez más, pero esta ocasión sé más cuidadoso – rogó ella
dando un paso hacia atrás. El asintió en silencio mientras se maldecía a sí
mismo por no ser capaz de hablar.

¿Por qué es todo esto tan difícil? – pensó él mientras continuaba


desplazándose – Es como si mis quijadas estuvieran atoradas y no puedo
reunir el valor para decirle lo que siento.¡Ay, Dios! Me estoy comportando
peor que un adolescente.

La joven continuó caminando detrás del hombre por un rato, pero pronto él
se acostumbró a caminar con las muletas y ella le aconsejó parar la
práctica. No era buena idea agotar al paciente la primera vez.

Ambos se sentaron sobre la banca de piedra a observar las últimas luces del
atardecer que coloreaba el cielo veraniego al tiempo que una desvanecida
luna creciente comenzaba a aparecer en el firmamento, tomada de la mano
con la estrella de la tarde. Permanecieron en silencio por minutos
incontables, sin saber por qué la hora del crepúsculo siempre los subyugaba
de aquel modo cada vez que estaban juntos, como si el lazo mágico que los
unía pudiese revelarse mejor durante aquella misteriosa hora del día.
Candy no pudo evitar el pensar en otros atardeceres que habían compartido
en el pasado y su mente voló inmediatamente al verano inolvidable que
habían pasado juntos, en condiciones más alegres y despreocupadas, tan
diferentes a aquellas que estaban viviendo entonces, cuando tenían que
cargar el peso de la recién ganada adultez y la triste historia de encuentros
y separaciones que habían vivido a través de los años.

Por una de esas raras conexiones que tejen la red de nuestros recuerdos,
Candy se acordó entonces de la pregunta que Terri no había contestado en
la mañana y decidió entonces que era un momento propicio para volverla a
plantear.

Terri – comenzó ella rompiendo el silencio.

¿Ahh?- masculló él aún bajo el influjo de aquella clase de trance.

¿Por qué no le has escrito a tu madre? – preguntó ella a sin ambages,


mirándolo con ojos inquisitivos.

Terri volvió el rostro para mirarla. Sintió que había sido violentamente
arrebatado de sus meditaciones placenteras con semejante pregunta. De
entre todos los asuntos que el podía haber tratado, aquel era el que Terri
menos deseaba enfrentar, y Candy era ciertamente la última persona sobre
la Tierra que él hubiese escogido para discutir semejante cuestión, sabiendo
de antemano que él acabaría, tarde o temprano, perdiendo la discusión ante
la persuasiva muchacha.

Eso es algo que no te importa- dijo él evadiendo los ojos insistentes de la


joven, temiendo que ella terminase por traspasar las fronteras de sus
secretos más íntimos si él continuaba sosteniendo su mirada por más
tiempo.

A pesar de su reticencia, su corazón lo forzó a recordar aquel asunto sin


resolver que él había dejado tras de sí en Nueva York, desde el año anterior.

Cuando Terri había regresado a América después de los funerales de su


padre y los días que había pasado en Escocia, su madre le había invitado a
cenar con ella cierta noche. Madre e hijo no se habían visto durante meses.
Terri había estado muy ocupado con su Hamlet, con la enfermedad y
muerte de Susana y finalmente con su viaje a Inglaterra, mientras que su
madre también había estado viajando en una gira por el Oeste del país.

La velada había transcurrido en una atmósfera relajada, no se habían dicho


muchas palabras, pero una vez más, aquella era la forma en que madre e
hijo se comunicaban usualmente, diciendo más con sus silencios que con las
palabras. Era como si los largos años de separación que ellos habían tenido
que soportar durante la infancia de Terri, les hubiesen ayudado a desarrollar
un lenguaje silenciosos. No obstante, Eleanor sintió que en ese tácito
diálogo, a pesar de la aparente calma del joven, su hijo aún sufría, como lo
venía haciendo desde tiempo atrás.

Eleanor sabía bien la causa del dolor de su hijo pero no podía entender por
qué él no hacía nada para liberarse de aquella pesada carga. Por mucho
tiempo ella se había guardado su opinión para sí, consciente de la tendencia
de su hijo a esconder sus sentimientos de todo el mundo, inclusive de ella.
Pero aquella noche ella percibió una tristeza tan grande en Terri que no
pudo contenerse.

Terri – se había ella aventurado a decir - ¿Puedo preguntarte algo, hijo?

Sí - había contestado él mientras bebía el agua de su copa.

¿Cuánto tiempo más piensas llevar luto? – preguntó mirando el traje negro
que llevaba el joven.

No estoy de luto, madre – replicó él dejando la mesa, temiendo un poco que


su madre se atreviese a mencionar el tema que no estaba dispuesto a
discutir.- Visto de negro porque me gusta.

Terri se había sentado sobre el gran sofá en la sala de su madre, esperando


que la actriz no insistiese en la conversación, pero sus esperanzas pronto
probaron ser vanas.

Entonces, Terri – continuó ella - ¿Cuánto tiempo vas a esperar antes de


empezar a hacer una vida propia. Es hora de que dejes atrás esos malos
recuerdos sobre Susana ¿No crees? – preguntó posando su mano en el
hombro del joven mientras se sentaba a su lado sobre el elegante canapé.

Bueno, tengo nuevos proyectos, si eso es a lo que te refieres – respondió él


sin mirar directamente a los ojos azul verdoso de su madre.

¿Acaso tus proyectos incluyen el amor? – se atrevió ella a inquirir.

Como si hubiese sido pinchado en una herida aún abierta, Terri se había
puesto de pie para moverse hacia la ventana, sin ser capaz de encontrar la
calma, perseguido por la preocupación de su madre.

No madre, no incluyo el amor en mis planes – había dicho él


melancólicamente mientras miraba distraídamente a través de los vidrios
de la ventana.

Terri . . . – la mujer había dudado pero finalmente logró reunir el valor para
expresar sus pensamientos - ¿Alguna vez has reconsiderado buscarla . . .?
No se de quién estás hablando – había contestado él violentamente
volviendo el rostro para lanzar a su madre una de sus furiosas miradas de
advertencia.

Eleanor Baker era usualmente una mujer amable y de suaves maneras, pero
ya se había esforzado terriblemente para conseguir el valor de hablar con su
hijo y siendo que ya había comenzado, planeaba continuar la discusión
hasta sus últimas consecuencias.

Sí Terri, sabes muy bien de quién estoy hablando – dijo ella en un tono
enérgico que rara vez usaba fuera del escenario – Lo sabes bien porque no
hay otra mujer en la que tú pienses que no sea ella.

No quiero continuar esta conversación, madre – le advirtió él, controlando


aún su temperamento. Él no estaba dispuesto a pasar por la penosa
explicación del compromiso de Candy, creyendo, en el fondo de su corazón,
que las penas que no confesamos duelen menos porque pretendemos que
no están presentes.

Pero yo creo que debemos hablar ahora – insistió Eleanor.

¡Por favor, madre, te ruego que comprendas! – replicó él con su último


resquicio de paciencia.

¿Comprender? – preguntó ella asombrada - Me esforcé en comprender y


respetar tus decisiones en el pasado, aunque sufrí terriblemente al verte
devastado. Intenté respetar tu enfermizo sentido del deber, incluso hice mi
mejor esfuerzo para aceptar tu compromiso.

Nunca te gustó Susana ¿No es así? – había dicho él tratando


desesperadamente de desviar la dirección de la conversación.

No, nunca me gustó, esa es la verdad – había ella respondido con aire serio
– Nunca me hubiese podido gustar alguien que te estaba haciendo sufrir de
esa forma, hijo. No soy del tipo de madres posesivas ¡Dios sabe que te dejé
ir cuando tu padre me prometió que tendrías un mejor futuro a su lado! No
es ahora, cuando ya eres un adulto, que voy a empezar a ponerme celosa.
Si hubieses amado a Susana yo hubiera sido la primera en apoyar y aprobar
tu compromiso con ella, así como aprobé tu relación con . . .

¡Cállate! – gritó él sin dejar que ella mencionara el nombre que lo


atormentaba como un puñal calvado en el corazón - ¡Nunca menciones ese
nombre! ¡Nunca!

Pero, Terri – insistió la mujer mientras sus delicadas facciones mostraban su


confusión y dolor – No entiendo por qué te castigas de ese modo cuando
podrías tomar un tren a Chicago e ir en busca de tu felicidad. Yo sé que tú
todavía . . .

¡YA ES SUFICIENTE, MADRE! – estalló él, la ira se dibujaba en su rostro como


su madre no lo había visto en años – Dije que no quería hablar acerca de
esto porque no tiene sentido hacerlo. El pasado se acabó y ahora tengo que
mirar hacia adelante, y en mi futuro solamente puedo ver esto – concluyó él
mientras sacaba de su chaqueta un papel que entregó en manos de su
madre.

Eleanor leyó el documento sin dar crédito a sus ojos. Cuando levantó
aquellas estrellas azules, aún hermosas, estaban llenas de lágrimas y su
mano temblorosa dejó caer al suelo el trozo de papel.

¿Qué has hecho hijo mío? – dijo ella sintiendo que en un popurrí de enojo y
dolor la embargaba- ¿Por qué te diriges a tu muerte cuando podrías buscar
la vida, Terri?

Me he enrolado para defender este país que he adoptado como mío, porque
es también el tuyo, porque yo nací aquí y es aquí donde he encontrado mi
propio camino – dijo él con vehemencia – ¡Pero puedo ver que no apruebas
mi patriotismo, de la misma forma en que pareces desaprobar todas las
decisiones que tomo!- estalló él enojado.

¡¿Cómo podría aprobar esta locura?! – lloró ella desesperada - ¿Cómo te


atreves a pedirle a una madre que acepte que su único hijo vaya a la
guerra? ¡Eres cruel, Terri, muy cruel! – concluyó rompiendo en amargo
llanto.

Entonces, tal vez el mundo esté mejor si yo desaparezco de él – había él


replicado acremente mientras caminaba hacia la puerta principal, buscando
en su bolsillo las llaves de su auto.

¿A dónde vas, Terri? – preguntó la mujer casi en un grito cuando se dio


cuenta de que el joven se marchaba.

Ya cenamos y siendo que debo partir la próxima semana, tengo muchos


asuntos que arreglar antes de ese día.

¡Espera un minuto, Terri! -. Había gritado la mujer corriendo detrás del joven
hasta alcanzar a asir su brazo - ¿Por qué solamente te dedicas a correr
hacia tu destrucción, Terri, hijo mío?

Porque aquí dentro – había dicho él apuntando a su pecho – yo ya estoy


muerto, madre ¿Quién sabe? Tal vez esta guerra le de un nuevo sentido a
mi vida.

No puedo aceptar esto, estás equivocado, Terri, tan equivocado – había


dicho ella entre sollozos – Estás corriendo hacia la dirección opuesta ¡Es
hacia Candy a donde deberías haberte dirigido!

Finalmente el nombre había sido mencionado. Aquellas dos breves sílabas


penetraron los oídos de Terri y su furia reprimida durante la discusión llegó
al fin a desbordarse.
¡TE DIJE QUE TE CALLARAS! – vociferó él soltándose de las manos de su
madre que aún le sostenían el brazo - ¿Cuándo aprenderás a respetar mis
decisiones? No tienes ni la menor idea de las cosas que han pasado ¡No
tienes derecho a intentar sermonearme!

¡Tengo el derecho y la obligación de advertirte sobre tus propios errores,


hijo! – había dicho ella en un último intento por apelar al buen juicio de
Terri.

¡Llegas tarde, por unos cuantos años, madre! – replicó él cáusticamente -


¡Adiós!

Y con aquellas últimas palabras él había dejado la casa, saltando a su auto,


sordo a los ruegos de su madre, ciego a su propio dolor.

Terri había dejado América sin volver a ver a la actriz y malinterpretando los
motivos que la movían, sintiendo que aún su propia madre era incapaz de
comprenderlo, añorando a la única alma que había conocido, capaz de
alcanzar su corazón como nadie lo había hecho. Sin embargo, en aquellos
días, el creía que inclusive Candy le había dado la espalda al casarse con
otro hombre. Lo peor de todo era que él no podía culpar por semejante
infortunio a ninguna otra persona que no fuese él mismo. Él había sido
quien la había dejado ir.

Terri no había dirigido ni una simple nota a su madre en todo el tiempo en


que había estado en Francia, y durante los primeros meses se había
rehusado deliberadamente a pensar en el asunto. A pesar de esto, desde
que había vuelto a ver a Candy el invierno anterior, Terri no había sido
capaz de ignorar el recuerdo de aquella última discusión con su madre. No
podía olvidarse con cuánta insistencia ella le había rogado buscar a Candy,
y él obviamente se sentía terriblemente estúpido cuando se dio cuenta de
que su madre había tenido razón.

No obstante, el joven nunca había sido bueno en el difícil arte de pedir


perdón. Luego entonces no había logrado reunir el valor de escribir una
carta expresando su arrepentimiento por su comportamiento, reconociendo
sus errores. Y ahora, la única persona sobre el planeta quien tenía el poder
de forzarlo a hacer lo que había evitado hasta entonces, estaba a punto de
descubrir su pecado.

Terri – insistió Candy - ¿No me oyes?

Ahh....sí ... – tartamudeó él mientras la voz de Candy lo devolvía al presente.

Entonces contesta a mi pregunta – dijo la joven con decisión, clavando en


Terri el verde fuego de sus pupilas - ¿Por qué no le escribes a tu madre?

Bueno, no he tenido tiempo – respondió él sin pensar en lo que estaba


diciendo y notando un segundo después cuán tonta había sido su excusa.
¡Seguramente crees que soy estúpida, Terri! – reconvino Candy
visiblemente molesta – Has estado en cama por más de un mes y me dices
que no has tenido tiempo ¿Podrías explicarme desde cuándo te volviste tan
ingrato y poco afectuoso con tu madre?

Las voces internas de Terri le gritaron fuertemente: “¡Vamos! ¡Ríndete!


Sabes bien que ella tiene razón”. Pero su orgullo se levantó con mayor
fuerza gritándole : “Si claudicas ahora, estarás escribiendo esa carta esta
misma noche, y eso es algo que tú no quieres hacer ¿O sí?”

Veo que no has cambiado Candy – replicó él finalmente con una sonrisa
burlona- sigues siendo la misma entrometida que una vez conocí ¿Podrías
preocuparte de tus propios asuntos en lugar de andar jugando a la doctora
corazón todo el tiempo?

¿Conque esas tenemos? – respondió ella mientras la sangre comenzaba a


hervirle en las venas - ¡Tú tampoco has cambiado mucho! Sigues siendo el
mismo egocéntrico y engreído mocoso que trata a su madre como si la
pobre estuviese hecha de piedra ¿Se te ha ocurrido que ella podría estar
sufriendo lo indecible, temiendo que te ha pasado lo peor?

¡No sabes nada sobre las cosas que han pasado entre mi madre y yo! ¡No
tienes ningún derecho a hablarme así! – explotó él enojado – Y si soy
solamente un mocoso engreído, ¿Podrías decirme qué fue lo que alguna vez
viste en un tipo como yo que me hizo creer que te importaba?

¡Eso es exactamente lo que me estoy preguntando ahora, Terrence! –


contestó ella acremente mientras se ponía de pie, sin darse cuenta cómo
sus últimas palabras habían lastimado a Terri – Pensé que habrías
madurado un poco en todo este tiempo, pero ya veo que estaba equivocada
¡Muy bien, si quieres pasar el resto de tu vida alejándote de esa mujer
maravillosa que es tu madre, que sea como gustes, tonto!- y diciendo esta
última frase conclusiva Candy se dio la media vuelta y empezó a caminar.

¡Hey tú, enfermera pecas” – gritó él enojado - ¿Me vas a dejar aquí? ¿Cómo
regreso a la cama?

¡Ya sabes el camino! – dijo ella por último mientras desaparecía en los
corredores del hospital dejando tras de sí a un joven pasando el peor
berrinche de toda su vida.

¡Cómo puede ser tan estúpido! – pensaba Candy la mañana siguiente


mientras jugueteaba con su desayuno, sin estar realmente dispuesta a
comérselo - Después de todos estos años y él todavía no alcanza a
entender que tiene por madre a una mujer maravillosa. Si solamente él
supiese . . . .pero no puedo decírselo ¡ No puedo!

La mente de Candy voló tres años atrás, cuando había visto a Terri
trabajando con una compañía teatral ambulante. Él estaba totalmente
borracho y muy lejos de ser el brillante actor que ella sabía él podía ser. El
sólo recuerdo de esa ocasión la hacía sentir la más profunda tristeza y
hubiese querido detener a su mente antes de enfrentarse con esas
memorias, pero la máquina de su corazón ya estaba andando y no obedecía
a sus mandatos.

Sintió de nuevo la oscura desesperación, la impotencia, la frustración, y sí,


aún cierta clase de un incomprensible sentido de culpa. Ella había visto con
sus propios ojos lo que su corazón se rehusaba a creer, el irónico
espectáculo de un joven que lucía lamentablemente devastado y
vergonzosamente perdido en el alcoholismo, ni siquiera una sombra del
actor excepcional que él había sido desde la temprana edad de 17 años.

La incredulidad, la negación fueron seguidas de un sentimiento de


decepción y por breves momentos se había sentido traicionada por el
hombre que amaba. A pesar de que él le había prometido que sería feliz,
estaba destruyendo su carrera y su vida en el fondo de una botella de
whisky barato ¿Cómo se atrevía? . . . Pero el resentimiento no podía durar
mucho tiempo en un corazón lleno de amor y al poco rato ella culpó a su
destino por forzarlos a ambos a enfrentar un dilema semejante. Candy llegó
inclusive a preguntarse en esos momentos si había tomado la decisión
correcta allá en Nueva York.

Sin embargo, la compleja mezcla de sentimientos no terminó ahí, como en


un carrusel, ella cambió su dolor en ira hacia la multitud irrespetuosa que
abucheaba a Terri. Segundos después sucedió el milagro y repentinamente
él había vuelto en sí, actuando como solamente él sabía hacerlo. Aquel
increíble gesto de él le había dado a la joven el valor de dar un paso atrás y
salir del teatro antes de que sus fuerzas se viniesen abajo y ella no pudiera
ya resistir la tentación de hablar con él después de la función. No tenía caso
tener otro encentro dulce y amargo al mismo tiempo, que seguramente
terminaría en una nueva separación. Candy estaba totalmente segura de
que su relación con Terrence había sido solamente un sueño del que ambos
ya habían despertado. Los sueños se desvanecen y la cruda realidad nos
golpea la cara. Esa había sido la dura lección que la vida le había enseñado,
una y otra vez, con cada nuevo e infortunado giro de su destino.

Fue entonces cuando había visto a Eleanor Baker. La pobre mujer había
dejado Nueva York para seguir a su hijo en su loco vagar, esperando
encontrar el modo de ayudarlo a salir de aquella pesadilla en la cual él
mismo se había hundido. Sin embargo, Eleanor no había encontrado las
fuerzas para enfrentarse al joven, temiendo su inmediato rechazo y su total
negativa a ser ayudado por alguien. La actriz pensaba que si Terri se
enteraba de que su madre estaba al tanto de su caída, eso le causaría un
dolor y una vergüenza mucho mayores, y por lo tanto, ella se había limitado
a seguir a su hijo y asistir a sus presentaciones cada noche, sin encontrar la
forma de ayudar al joven.

Pero aquella ocasión, las cosas habían sido diferentes y en medio de la


oscuridad la mujer había encontrado la razón para el cambio repentino en
su hijo, mientras estaba en el escenario. Ahí, de pie entre la multitud, se
encontraba una figura con ingobernables rizos dorados que Eleanor jamás
olvidaría. La actriz comprendió inmediatamente, mejor aún que la joven
pareja, lo que había pasado en el teatro.
Candy recordaba claramente su entrevista con la actriz minutos después de
la actuación de Terri. No podía borrar de su memoria cuán fervientemente
Eleanor había insistido en que Terri seguramente había visto a la joven rubia
en la penumbra del teatro. La madre de Terri creía que había sido la
presencia de Candy lo que había inspirado el súbito cambio en el joven,
pero Candy no daba crédito a esa especulación.

Aún si él no la vio claramente – había dicho la actriz – Él debió haber


entendido en aquel momento que la mujer que realmente él ama es usted.

La joven no pudo evitar derramar un par de ocultas lágrimas sobre su


desayuno mientras recordaba aquellas palabras en los labios de la madre de
Terri ¡Ah, cómo deseaba ella que esas palabras pudiesen ser ciertas
entonces, cuando la vida los había vuelto a reunir una vez más! Pero la
reacción de Terri a sus preguntas la noche anterior le habían hecho creer
que ella ya no significaba para lo él lo mismo que en el pasado.

¡Ay, señora Baker! – pensó Candy tristemente – Me temo que a pesar de los
años, no conozco mejor a Terri. A veces es muy dulce y un minuto después
se convierte en una fortaleza inexpugnable que no puedo traspasar. Y
además, esos rastros de amargura y melancolía en el fondo de sus ojos
cuando cree que no lo estoy mirando ¿Qué significan? ¿Por qué siempre
tiene que ser tan enigmático? – se quejó ella internamente - Si solamente
pudiera decirle cuán preocupada estaba su madre en aquella ocasión –
continuó ella en sus pensamientos- tal ver así pudiera él entender cuan
profundamente ella debe estar sufriendo por él ahora . . . Pero no puedo
decirle a Terri que lo vi en aquel teatro, en aquellas condiciones. Se sentiría
avergonzado, incómodo . . ¡No puedo usar ese argumento!

La joven dejó a un lado su tenedor en un gesto de visible frustración pero un


segundo después, una firme resolución tomó forma en su mente.

¡Si él no le escribe, lo haré yo! – dijo la joven recordando que la madre de


Terri le había dejado su dirección, la cual ella había guardado en un
directorio de bolsillo que siempre cargaba consigo. – ¿Y cómo le explico a
una madre que su hijo no le quiere escribir? -se preguntó – Tendré que
mentir entonces . . .¡Ay, Terri, si solamente no fueras tan difícil!- pensó
mientras descansaba su mejilla sonrosada sobre la palma de su mano
izquierda con una expresión de tristeza en sus hermosas facciones.

¿Por qué tan triste esta mañana? – preguntó una familiar voz masculina
detrás de ella.

Candy alzó sus ojos para encontrar unas pupilas gris claro que lo miraban
con profundo afecto.
Bueno, supongo que nuestro trabajo es un tanto decepcionante, a veces –
mintió ella al sonriente Yves que tenía en frente.

El joven se sentó en el lugar vacío cercano a Candy y colocó la charola con


su propio desayuno sobre la mesa.

¡Dímelo a mí! – dijo él con una risa sofocada -. Es por eso que debemos de
encontrar formas de divertirnos y olvidar, aunque sea por un rato, todas las
pesadas responsabilidades que la medicina nos fuerza a llevar en los
hombros ¿No crees? – añadió él con una sonrisa.

¡Tienes razón! – admitió ella con una triste inflexión en la voz

Entonces . . . ¿Qué me dices al respecto de mi invitación? – preguntó él


casualmente- El 14 de Julio es en dos días más y no me has dicho nada al
respecto todavía.

Candy había pensado acerca de la invitación de Yves en varias ocasiones, y


de alguna forma se sentía reticente a aceptarla. En el fondo de su corazón
la joven sabía que entre más tiempo le dedicase a su incierta relación con el
joven médico, más lastimados terminarían ambos al fin de cuentas. Antes
de que Terri reapareciera en su vida aquella noche del invierno, cuando el
destino la había llevado al campamento Americano, Candy había imaginado
que a pesar de su corazón roto, había una remota posibilidad de una
relación con Yves. Pero desde aquella noche, Candy no podía pensar en
nadie que no fuese Terrence. Su presencia en el hospital era un recordatorio
diario de los persistentes sentimientos que él le inspiraba, una constante
prueba de su incapacidad para amar a otro hombre. No obstante, ella se
sentía sola y las confusas emociones que explotaban en ella cuando estaba
cerca de Terri, aunque realmente seductoras, no la ayudaban mucho a
disminuir su angustia. Al contrario, la compañía de Yves siempre le había
traído paz. Tal vez si ella podía al menos alejarse por un día, podría
después reordenar sus pensamientos para enfrentar el difícil asunto de Terri
y su madre. . .

Bueno, Yves – comenzó ella con voz dudosa - he pensado que podría ser
una buena idea aceptar tu invitación.

¿De verdad? – dijo el joven sin poder reprimir su alegría.

Sí... eh... de hecho, pero... - continuó ella.

¿Pero?

Estaba pensando que podría ser una buena idea si llevamos a Flammy con
nosotros, porque, verás . . .

¿Qué? – preguntó el joven pasmado, mientras una expresión de incredulidad


se reflejaba en su rostro.
Bueno, Yves . .- se esforzó Candy al explicar sus motivos – Flammy ha
estado trabajando muy duro últimamente, doblando turnos una y otra vez, y
finalmente tendrá un día libre este 14 de julio, igual que yo, y me dijo el otro
día que le gustaría salir. Yo no le he mencionado que tú ya me habías
invitado . .. y bien . . .de cierta forma yo . . .- continuó la joven con tono
indeciso mientras miraba la expresión en el rostro del médico – yo estaba
pensado que nosotros . . . quiero decir, Flammy y yo, podríamos ir
contigo . . . ¿Estarías de acuerdo con eso?

Salir con Flammy Hamilton como chaperona no era exactamente la idea que
Yves tenía de una cita, y por supuesto, se sintió decepcionado con la
sugerencia de Candy. Por otra parte, si re rehusaba a llevar a Flammy con
ellos, la tan esperada cita podría no darse jamás, porque si Candy seguía su
naturaleza altruista como siempre lo hacía, terminaría pasando el día con
“la pobre de Flammy” en lugar de salir con él . . .y estaba también el
constante peligro del coqueteo de Grandchester . . .¡No! ¡Aquella era una
excelente oportunidad de acaparar la atención de Candy y hacerla olvidarse
del odioso “ricain” ( nombre peyorativo con que los franceses se refieren a
los americanos)

Creo que es buena idea – dijo Yves finalmente, una vez que su cabeza hubo
ponderado todas las anteriores consideraciones – Invítala también, y si ella
acepta nos iremos alrededor de las 11 o 12 para comer juntos en algún
lugar del Barrio Latino y después iremos a la feria para comenzar con la
diversión . . .¿Te parece?

¡Eso sueno muy bien! – dijo Candy recuperando la sonrisa mientras se


olvidaba por un momento de sus preocupaciones por Terri y su madre -
¡Gracias Yves, eres un encanto, amigo! – dijo ella lanzándole un cumplido al
tiempo que se levantaba de la mesa.

El doctor y la enfermera dejaron la cafetería del hospital para continuar con


su trabajo. El resto de la mañana tendría que enfrentar otra vez la cotidiana
tragedia de heridos y muerte, pero en el fondo de sus corazones, otras
turbulencias más allá de la insensatez de la guerra ocupaban su atención. Si
bien, las preocupaciones de Candy e Yves eran de algún modo distintas una
de la otra.

La mañana del 14 de Julio fue soleada y espléndida, pero Terri no podía


apreciar su belleza de la misma forma que no podía encontrar la calma
desde su última pelea con Candy. Durante cuatro largos días sus encuentros
con la rubia habían sido fríos y distantes. En contra de su usual jovialidad,
Candy le había a penas dirigido unas cuantas palabras, y ya que él no usaba
más la silla de ruedas, el contacto físico entre ellos había sido
prácticamente nulo. Su cuerpo pedía a gritos el más ligero roce tanto como
su alma necesitaba de nuevo ver su sonrisa. Desafortunadamente, él
conocía perfectamente bien el remedio que podía dar fin a sus angustias,
pero no estaba dispuesto a admitir su derrota escribiendo una carta y
expresando su arrepentimiento por su desagradable despliegue de rudeza
la noche que ellos habían conversado en el jardín.
El arrogante joven no tenía idea de cuán caro sería el precio que debería
pagar por su orgullo hasta que vio a Julienne trabajando en el lugar de
Candy aquella mañana.

Buenos días, señor Grandchester ¿Cómo se encuentra? – preguntó la mujer


en su musical acento francés.

¿Dónde está Candy? – fue la primera cosa que pudo decir él como respuesta
al saludo de Julienne, y la mujer no pudo refrenar una tímida sonrisa de
asombro ante la vehemencia del joven.

¡Relájese, Sr. Grandchester – replicó ella con una risita – La enfermera


favorita de todos está solamente tomándose un día libre. Sé que puede
sonar raro, pero aún enfermeras dedicadas como Candy necesitan un
respiro de vez en cuando – sugirió Julienne mientras revisaba el reporte
médico.

Ya veo – dijo Terri con un tono de decepción tan profundo que conmovió el
corazón de la mujer hasta la médula.

Si él supiese lo que Candy está haciendo ahora, creo que este pobre hombre
o estallaría en llanto o montaría en cólera – pensó ella mientras servía el
desayuno- Pero pensándolo bien, se lo merece por ser tan testarudo –
concluyó ella recordando lo que Candy le había contado sobre su última
pelea con Terri.

Julienne terminó su trabajo con el joven aristócrata y continuó con su rutina


diaria dejando a Terri en sus oscuras deliberaciones.

Terri trató de tomar una siesta matinal pero fue inútil; luego intentó leer el
periódico para seguir los movimientos de los Aliados en el Frente
Occidental, pero no logró concentrar su atención en la lectura; finalmente,
decidió levantarse y dar una ojeada a través de la ventana para ver si
encontraba algo con que distraerse. Pronto se daría cuenta de que esa no
había sido tampoco una muy buena idea.

Justo unos minutos después de que el joven se había sentado en la ventana,


sus ojos presenciaron cómo dos jóvenes vestidas con trajes blancos y lindos
sobreros de paja se subían a un carro convertible. Él pudo distinguir los
cabellos castaños sobre la espalda de una de las chicas, pero la sombra de
una rama no le permitía ver a la otra joven claramente. Entonces, vio a un
hombre de cabellos oscuros en el asiento del conductor e inmediatamente
reconoció a Yves en un impecable traje beige. Un mal presentimiento le
asaltó al corazón y miró de nuevo a la segunda joven, esta vez la luz brilló
sobre su cabeza al tiempo que ella se quitaba el sombrero para usarlo como
abanico, descubriendo una cabellera dorada arreglada en una cola de
caballo que le llegaba hasta la cintura. ¡Era Candy!

De repente la desagradable realidad le saltó a los ojos: ¡Candy, su Candy,


estaba saliendo el día 14 de julio, el día festivo más importante de Francia,
con el deleznable francesillo!
Arrebatado por un ataque de ira presionó con dedos nerviosos el botón que
llamaba a la enfermera de turno. Un minuto más tarde, Julienne estaba a su
lado preguntándole si había algún problema.

¿Sí, señor Grandchester? ¿En qué puedo ayudarle? – dijo ella en su habitual
tono dulzón.

Podría usted explicarme, como si yo fuese un niño de seis años – comenzó


el joven, con el disgusto reflejado en cada una de sus palabras – ¿Qué
diablos hace Candy allá abajo en el auto de Yves Bonnot? – preguntó
mientras señalaba la ventana

Julienne abrió sus claros ojos color miel de par en par mientras se reía para
sus adentros ante la reacción de Terri.

Mon Dieu ! – se dijo a sí misma - Il est tellement jaloux! ( ¡Dios mío! ¡De
verdad está celoso!)

Bien, eh...ummm....- tartamudeó, sin saber qué respuesta podía dar a


semejante pregunta – Escuché que Flammy y Candy irían con Yves a las
celebraciones del 14 de julio. Deben de estar dirigiéndose ahora a “La rive
gauche”. Es un día festivo, ¿sabe usted?- concluyó ella con su tono más
inocente.

¡Demonios!¡Sé muy bien que es un día festivo! – explotó encolerizado – ¡¡Lo


que quiero saber es por qué ella sale con ese maldito comedor de ranas!!!

¡¡¡Señor Grandchester!!! – gritó Julienne escandalizada con el lenguaje del


joven – ¡Debo recordarle que entiendo su lengua lo suficiente como para
resentir su uso de palabras vulgares y si usted se está refiriendo a Yves con
ese apodo peyorativo porque es francés, entonces yo también me siento
igualmente ofendida!- concluyó ella indignada.

Terri reconoció entonces que una vez más había dejado a su temperamento
ir más allá de los límites de la prudencia y se sintió terriblemente
avergonzado de su comportamiento.

Le ofrezco mis disculpas, Madame Boussenières – dijo él bajando la cabeza –


No era mi intención ofender su sensibilidad. Me temo que mi carácter me
traiciona con demasiada frecuencia ¿Podría usted disculpar mi rudeza? –
rogó él con una voz tan sincera que Julienne no pudo evitar el perdonarlo.

Está bien, Sr. Grandchester, mientras no vuelva a ocurrir, acepto sus


disculpas – replicó – y en lo que se refiere a Candy, no creo que usted deba
de armar todo este alboroto. Ella solamente salió con unos amigos en su día
libre. Tal vez usted deba aprovechar este tiempo para reflexionar un poco –
se aventuró a sugerir sorprendiendo a Terri con sus comentarios y
finalmente concluyó – Ahora, si no me necesita más, debo continuar con mis
obligaciones – dijo al tiempo que dejaba solo al joven. –

Mientras se alejaba Julienne se decía: “ Moi, je te comprends maintenant,


Candy. Il est presque impossible se résister à ce jeune homme!” (¡Ahora te
entiendo Candy ! Es prácticamente imposible resistirse a este jovencito)

La joven mujer dejaba a sus espaldas a un frustrado y apesadumbrado


aristócrata, refunfuñando amargamente en contra de su propio orgullo,
consumiéndose lentamente en las llamas de los celos más feroces.

La anciana de la limpieza, quien una vez más había presenciado toda la


escena, sonrió ligeramente mientras pensaba:

Gentil médicine, un; bel Américain, un: match nul- se rió suavemente.

(Doctor gentil, uno; americano apuesto: uno. Empate)

La anciana levantó los ojos de su trapeador para mirar como el joven


tomaba pluma y papel del cajón de su mesa de noche y comenzaba a
escribir. Permaneció en la misma posición un largo rato hasta haber
terminado la carta. Como si el tarea hubiese requerido todo su esfuerzo,
una vez concluida la misiva, se acostó y cayó dormido.

[pic]

La misma historia de los días anteriores comenzó a representarse la


siguiente mañana cuando Candy entró de nuevo al pabellón de Terri. La
joven lo saludó con frialdad, fijando sus ojos en el reporte médico y
dirigiéndose al hombre usando monosílabos. Dios sabía cuán difícil era para
Candy el pretender indiferencia hacia el hombre que amaba, pero ella
estaba determinada a forzarlo hasta que finalmente admitiese su derrota y
accediese a escribirle a su madre. Pero, la joven no tenía idea de cuán
efectivos y rápidos ya habían sido sus esfuerzos.

Aprovechando la fingida preocupación de Candy por el reporte médico, Terri


estudió las líneas del rostro de la joven con cuidado. Se sentía aún
tremendamente celoso de Yves, quien había disfrutado de la vista de su
hermosa presencia por todo un día. Pero si Terri era franco consigo mismo,
tenía que admitir que había sido todo culpa de su mal carácter. Él mismo se
sorprendía de haber podido resistir la frialdad de Candy por casi una
semana, pero no estaba dispuesto a continuar en la misma situación por el
resto de su vida. De hecho, estaba ya listo a hacer las paces con la joven
justo entonces. Por lo tanto, respiro profundamente y finalmente habló.
Candy – comenzó.

¿Sí? – fue la sola respuesta de la joven mientras miraba al termómetro


como si fuese la cosa más importante del mundo.

Creo que necesito que me hagas un favor – dijo él en su tono más dulce,
derribando así, sin saberlo, las primeras defensas en las barricadas de
Candy.

¿Qué clase de favor? – preguntó la rubia tratando de ocultar sus emociones

Necesito que alguien deposite una carta en el correo, por mi – replicó él con
el mismo tono meloso.

Los ojos de Candy desviaron su atención del instrumento que sus manos
sostenían para enfocarse directamente, por la primera vez en días, en el
rostro del joven. Dirigió con la mirada una pregunta muda que Terri
entendió inmediatamente.

Sí – dijo él audiblemente – Le he escrito a mi madre, como tú sugeriste –


concluyó esperando ver la reacción de la joven ante sus palabras, y ésta no
se hizo esperar por mucho. En unos cuantos segundos las últimas barreras
habían derretido muros helados y ahí estaba de nuevo, la misma dulce
Candy que él siempre había conocido, mirándolo con su usual bondad.

¡Oh Terri, estoy tan feliz de que hallas recapacitado! – replicó ella con voz
cantarina - ¿Dónde está la carta? – preguntó

En el cajón – contestó él señalando la mesa de noche con su pulgar derecho.

La joven movió su mano para alcanzar la manija del cajón, pero cuando ya
estaba sobre el mueble y antes de que pudiese jalar el cajón, la mano de
Terri interceptó la de ella con apretón cálido y fuerte.

Candy – murmuró él – Yo . . .yo también quiero disculparme – dijo con


dificultad

La joven enfermera comprendió inmediatamente el terrible esfuerzo del


joven y aceptó sus palabras con una mirada tan cariñosa que Terri no pudo
ignorar.

Estabas en lo correcto, Candy – continuó él hablando, alentado por la


actitud de ella – soy un mocoso engreído, demasiado orgulloso como para
escribirle a su madre diciéndole cuan arrepentido estoy de haber sido cruel
con ella cuando decidí enrolarme en el ejército. Ella estaba preocupada por
mi y yo tomé su inquietud como desaprobación.
Está bien, Terri – dijo Candy secretamente gozando del toque de Terri en su
mano, el cual ella había extrañado terriblemente durante los días
anteriores- no tienes que darme explicaciones acerca de las cosas que
pasaron entre tu madre y tú.

Yo creo que sí- continuó él – y también creo que debo pedir tu perdón, por
ser tan grosero contigo la otra noche. Tú solamente tratabas de ayudar,
como siempre lo haces, y yo te traté irrespetuosamente ¿Podrías
perdonarme? – preguntó él con ojos suplicantes mientras tomaba con ardor
las dos manos de Candy entre las suyas

Si la joven estaba aún renuente antes de aquel último ruego, después de


que Terri le mirara de esa forma, ella acabó por derretirse completamente.

Yo también me porté grosera contigo y dije algunas cosas . . .que no sentía


realmente – replicó ella con una triste sonrisa – Te perdono si tú me
perdonas también ¿Es un trato? – dijo tratando de bromear para
sobreponerse a la atmósfera de profunda intimidad que súbitamente les
había rodeado.

Es un trato. Aquí está la carta – respondió él tomando el sobre del cajón y


entregándoselo a la joven, quien simplemente lo puso en su bolsillo y
continuó con su trabajo.

Dime algo – preguntó Terri unos minutos después mientras Candy que
estaba sentada en una silla cercana, anotaba algo en el reporte médico.

¿Qué?

¿Qué hubieses hecho si yo nunca hubiera escrito esa carta? – preguntó él


travieso.

La joven se puso de pie sosteniendo en sus brazos la carpeta al tiempo que


sonreía ampliamente al joven.

No debes preguntar por lo que yo hubiese hecho – respondió ella mientras


comenzaba a alejarse lentamente – sino qué fue lo que hice.

¿Qué hiciste, Candice White? – preguntó Terri adivinando cierta picardía en


la mirada de Candy.

Escribí a tu madre hace tres días, Terri – dijo ella sin más preámbulos.

Terri estaba totalmente perplejo con la respuesta, por unos segundos trató
de encontrar la mejor manera de responder al atrevimiento de ella, pero
solamente una pregunta pudo salir de sus labios.

¿Cómo le hiciste para enviar esa carta? ¿Cómo averiguaste la dirección de


mi madre? – preguntó confundido
Eso, querido amigo, - replicó Candy con la más deslumbrante de sus
sonrisas mientras salía del pabellón – es secreto femenino.

Terri dejó escapar un profundo suspiro mientras miraba desaparecer a la


joven a través de la entrada del gran galerón. El joven desplomó la cabeza
sobre las almohadas sintiendo una dulce sensación de alivio que invadía su
alma y mente. Realmente no importaba cómo Candy había conseguido la
dirección de su madre. En realidad no le preocupaba que ella se hubiese
otra vez entrometido en su vida enviando una carta sin su autorización. De
hecho, él estaba complacido al darse cuenta de la preocupación de Candy
con respecto a su persona. Lo verdaderamente importante era que en aquel
momento las barreras entre ellos se habían derribado finalmente... No había
sido tan difícil después de todo... si solamente fuese así de fácil confesar
que el pleito que habían tenido el otro día no era la única cosa de la que se
arrepentía... Pero... ¿Cómo le dices a tu ex-novia que te sientes
horriblemente arrepentido por haberla dejado ir? ¿Cómo confiesas que
nunca has podido superar la pérdida?

Capítulo XII

Oportunidades Perdidas

Elisa Leagan se estiró sobre el enorme y suave lecho. Su cabello castaño


rojizo bañaba las sedas de su almohada. Al tiempo que exhalaba
profundamente, la joven pudo percibir la fragancia de maderas que Buzzy
había dejado sobre sus sábanas y en su piel. Los ojos marrones de la joven
brillaron de placer al recordar la noche anterior, transcurrida en brazos del
joven. Buzzy era, sin lugar a dudas, el mejor amante que ella había tenido
jamás.

Un tímido golpe en la puerta anunció la llegada de su desayuno y la joven se


sentó para recibir a la sirvienta. Era casi medio día y Eliza estaba
tremendamente hambrienta. Una joven con uniforme negro y delantal
blanco entró a la habitación con una gran charola. Fruta, algo de avena, un
paz tostado con mermelada de moras y jugo de naranja componían el
desayuno de la dama. A un lado de la charola, el periódico y un tabloide
dedicado a las celebridades esperaban su turno para complacer a la joven
con un chisme jugoso.

Eliza tomó el tabloide en una mano y el jugo de naranja en la otra, sin poner
atención a la joven que le servía. La señorita Leagan nunca dirigía su voz a
los sirvientes para agradecerles por sus servicios. Ella solamente les
hablaba para darles órdenes. De repente, los ojos cafés de la joven fueron
atraídos por la foto de un atractivo joven en la primera plana.

“Terrence Grandchester . . . ¿Muerto en batalla?” era el sugestivo título


debajo de la fotografía.

Eliza dejó el vaso a un lado y leyó las nuevas con ávidos ojos. El artículo
explicaba que después de un año de estar en Francia, nadie sabía nada
acerca del joven actor, ni siquiera su amigo y socio Robert Hathaway, o su
propia madre. El periodista especulaba que Grandchester podría haber sido
tomado prisionero o muerto en batalla.
Esta es una buena noticia para Neil – pensó Eliza con una sonrisa burlona en
los labios – ¡Lo lamento querido Terri, pero eso te mereces por ser tan
estúpido! ¡Ay Candy, eres una maldición para los hombres que amas . . .!
¡Todos ellos se mueren! ¡Eres una verdadera desgracia!

[pic]

Aquella misma mañana, pero unas cuantas horas más temprano, William
Albert Andley estaba ya trabajando en su oficina y esperando a su sobrino
Archibald, quien estaba empezando a involucrarse en los negocios de la
familia. El joven magnate, vestido en un impecable traje gris con corbata de
moño, miraba a los periódicos, concentrándose en la sección de finanzas
con todo su interés. El día afuera estaba hermosamente soleado y él se
había sentido tentado a dejar sus deberes de lado para dar una cabalgata
en su vasta propiedad de Chicago. Pero si quería alcanzar su meta pronto
debía de trabajar continuamente y sin reposo. Albert podía ver con claridad
que el fin de la Gran Guerra se avecinaba, y junto con él, la puerta que lo
llevaría a la libertad estaba empezando a abrirse.

Antes de concentrarse en su trabajo, Albert había leído con gran diversión


un artículo en cierto tabloide que George le había traído, pensando que
cierta noticia podría resultar interesante para su jefe. Los brillantes ojos
azules del joven se rieron con la nota sensacionalista. Él tenía muy buenas
razones para no prestar atención a las especulaciones que se presentaban
en la publicación.

En uno de los cajones de su escritorio, guardada con una pila de otras


cartas escritas con un trazo femenino, había una nueva misiva que había
llegado de Francia tan sólo unos días antes. En ella, su querida protegida le
contaba la historia de su sorpresivo reencuentro con Terrence. Por lo tanto,
él sabía bien que su viejo amigo no solamente estaba vivo, sino que en las
mejores manos que podía encontrarse. Sin embargo, como Candy le había
pedido que guardara el secreto de la presencia de Terri en el hospital, Albert
no había dicho ni una palabra a nadie acerca del curioso incidente.

Solamente espero que ellos puedan aprovechar esta maravillosa


oportunidad – pensó el joven con una sonrisa optimista.

Una mujer de mediana edad vestida en uniforme de empleada doméstica


entró a la enorme alcoba con paso agitado. En la habitación, sobre una
elegante cama con dosel y cubierta con delicado encaje y sábanas de seda,
una mujer rubia de unos cuarenta años descansaba con un libro entre sus
manos.

¡Señora, señora! – llamó la mujer - ¡No va a creer esto! ¡Santo Cielo


¿Qué pasa Felicity? – demandó la dama sobre el lecho, alarmada por la
vehemencia de la doméstica.

¡Dos cartas, señora! ¡De Francia! – contestó la sirvienta jadeante.

El rostro de Eleanor Baker se iluminó al escuchar el sonido de la palabra


Francia. La mujer se puso de pie abruptamente y con un movimiento
nervioso arrebató los papeles de las manos de la sirvienta. ¡Sí! ¡Era verdad!
Solamente necesitó ver al primero de los dos sobres por una fracción de
segundo para entender que se trataba de una carta de su hijo.¡Después de
un largo año de silencio! ¡Después de todas las lágrimas que había
derramado cada noche pensando que él podía estar muerto! ¡Después de
todas las veces que se había visto forzada a ignorar las insistentes
preguntas de los reporteros sobre su hijo! ¡Después de todos esos rumores
que había tenido que soportar, los cuales especulaban acerca de la posible
muerte del joven actor! . . . . ¡Finalmente, una carta de Francia estaba en
sus manos!

¿No va usted a leer la carta, señora? – preguntó Felicity conmovida y


sinceramente preocupada por el hijo de su patrona.

Sin responder audiblemente, la mujer tomó la carta de su hijo y


nerviosamente abrió el sobre. Sus ojos iridiscentes devoraron con ansiedad
cada palabra mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

¿Cómo está el joven señor Grandchester? – preguntó la sirvienta


urgentemente -¿Se encuentra él bien, señora?

¡Ha sido herido! – dijo la mujer con un grito sofocado.

¡Santo Cielo! ¡Santo Cielo! – exclamó la doméstica con gran alarma.

Pero se está recuperando, Felicity ¡Él dice que está bien! – informó la actriz
y luego permaneció callada por un buen rato. Más lágrimas bañaban su
rostro.

¿Qué más dice, señora? – demandó la sirvienta con la confianza que le


daban los más de 20 de servicio al lado de la señora Baker. Felicity, más
que una sirvienta, había sido la amiga y paño de lágrimas de la famosa
actriz. Había estado a su lado durante los difíciles días del embarazo de
Eleanor, la había acompañado cuando Elenor sufrió la pérdida de su hijo, y
había seguido con ella durante los largos años de soledad que la actriz
había tenido que vivir a consecuencia de la fama que disfrutaba – Por favor,
señora ¿Acaso quiere matar a mi pobre corazón?¿Qué más dice él?

¡Ay Felicity! – dijo la mujer sollozando abiertamente - ¡ Me está pidiendo


perdón! ¡Dice que lamenta mucho haber partido del modo en que lo hizo y
que se siente avergonzado por ello! ¡No puedo creer lo que estoy leyendo,
Felicity!
¡Ay señora! – jadeó de nuevo la sirvienta – Yo sabía que su hijo es un
hombre bueno que tarde o temprano reconocería que había sido injusto con
usted.

Sé que Terri es un buen muchacho ¡Pero a veces es tan testarudo e


imposiblemente orgulloso como lo era su padre! Nunca pensé que aceptaría
su error, pero gracias a Dios que lo hizo y alabado sea su nombre porque mi
hijo está sano y salvo – concluyó la mujer mientras doblaba la carta y la
ponía de nuevo en el sobre después de haberla leído varias veces.

Pero señora – objetó la sirvienta - ¿Qué hay de la otra carta? ¿De quién es?

La rubia tomó la misiva en sus largas y blancas manos y cuando sus ojos
vieron el nombre del remitente sus hermosos ojos azules se salieron
prácticamente de sus órbitas. Sin responder a las insistentes preguntas de
Felicity, Eleanor abrió la segunda carta con el mismo nerviosismo y leyó el
contenido a una asombrosa velocidad, una, dos y tres veces antes de que
pudiese emitir palabra para informar a su curiosa amiga.

Eleanor se llevó la mano derecha a la frente, aún sin creer lo que había leído
varias veces. Su pasmo solamente podía compararse con su gran alegría.

Por favor, señora, tenga compasión de mi y dígame – rogó Felicity al límite


de su resistencia.

Querida Felicity, ahora más que nunca antes, creo en el destino – dijo la
actriz- esta carta es suficiente explicación para entender el arrepentimiento
de Terri. Solamente hay una persona en este planeta que puede tener ese
efecto en él. Dios bendiga a la criatura que me escribió ¿Tienes idea de
quién es?

¡No! – dijo Felicity sin encontrar solución al misterio.

La mujer que ocupa el corazón de Terri.

Después de la batalla del río Marne en el mes de junio, todo empezó a


marchar mal para los alemanes. Una epidemia de gripa atacó sus tropas y el
hambre y la desesperación hicieron lo propio. Pero el General Ludendorff
era un hombre que no se rendía fácilmente, razón por la cual preparó una
nueva ofensiva en dos direcciones, una sobre el Reims y otra sobre Flandes.
No obstante, el General Foch fue informado de los planes del enemigo con
anticipación, y atacó a los alemanes antes de que éstos pudiesen
movilizarse. Aquella fue la última ocasión que Ludendorff tuvo la
oportunidad de atacar a la ofensiva. El resto del año tendría que sufrir el
poderoso contra ataque de las fuerzas británicas, francesas y americanas
combinadas, todas ellas comandadas agresivamente por Ferdinand Foch.
El objetivo de los Aliados para el verano de 1918 era reducir las líneas
alemanas en tres puntos. Uno sobre la región del río Marne, la otra sobre el
río Amiens, algunas millas al sur de Arras, y una tercera sobre Saint Miel,
cerca de Verdún. Para el inicio del otoño, los nombres de Arras y Saint Miel
tendría un significado especial para los oídos de Candy que ella no
sospechaba.

Durante el mes de julio y hasta el inicio de agosto, las armadas americana y


francesa pelearon valientemente para arrojar al enemigo de la región del
Marne obteniendo un gran éxito. Los alemanes se replegaron hacia el norte
y para la primera semana de Agosto, la amenaza sobre la capital francesa
era ya solamente parte de la historia. París no cabía en sí del entusiasmo y
los países aliados sintieron, por la primera vez en cuatro años, que la
victoria estaba cerca. En agosto 6 Ferdinad Foch fue nombrado Mariscal de
Francia.

Un hombre alto vestido de negro caminaba a lo largo de los corredores del


hospital cargando una bolsa y mirando alrededor, como buscando un lugar
en especial. Sus brillantes ojos oscuros denotaban una clara vivacidad
mientras que sus pasos seguros hablaban de su aplomo. El hombre tenía un
papel en la mano izquierda al cual ojeaba de vez en cuando mientras
miraba a los números de cada pabellón por el cual pasaba. Cuando llegó al
pabellón A-12 se detuvo inmediatamente y con una ligera sonrisa en los
labios entró en él.

El hombre alto y barbado vagó a través del pasillo y entre las camas, hasta
que llegó al final del pabellón. Sentado cerca de un gran ventanal, con los
pies descansando despreocupadamente sobre una mesa de noche, otro
hombre leía el periódico con aparente interés.

Parece que las cosas van muy bien para los Aliados en el Frente Occidental
¿No es así, sargento? – Preguntó el hombre del traje negro y al sonido de su
voz de bajo el hombre en la silla levantó los ojos del periódico para ver a
aquél que le había dirigido la palabra.

¡Padre Graubner! – dijo Terrence con una brillante sonrisa - ¡Qué agradable
sorpresa! – saludó el joven mientras quitaba sus pies de la mesa
moviéndose lentamente para tratar de incorporarse.

¡No, no, Terrence! – se apresuró a decir el hombre mayor – quédate ahí,


debes cuidar tus movimientos, hijo.

Sin prestar atención a la preocupación del sacerdote, Terri tomó un bastón


el cual descansaba sobre el muro cerca de él y con movimientos orgullosos
se puso de pie para saludar a su amigo.
Como puede usted ver padre,- explicó estrechando la mano de Graubner –
estoy bastante bien para ser alguien que casi abandona este mundo.
Solamente cojeo un poco pero también eso pasará. Disculpe mi falta de
cortesía y tome asiento – ofreció el joven señalando a la silla mientras él
mismo se sentaba en la cama.

¡Muy impresionante! – se río el sacerdote sentándose y dejando en el suelo


la bolsa que llevaba cargando – De todas las cosas que he visto en esta
guerra, tu recuperación es una de las más felices – dijo él alegremente –
Estoy realmente muy contento de verte sano y salvo.

A mí también me alegra, padre – se rió Terrence – pero dígame, ¿cómo es


que usted está en Paris? Pensaba que estaría todavía en el Frente.

De repente el rostro del cura se tornó serio y dejó escapar un suspiro.

Bueno, hijo – explicó – Debo estar haciéndome viejo, eso es todo. Nuestro
perspicaz doctor Norton encontró un problemilla con este corazón mío y
envió una carta a mis superiores soltándoles todo ese cuento ¡Ese doctor
entrometido! – se quejó el hombre – Me enviaron de regreso
inmediatamente y en este momento se está tratando de decidir lo que
finalmente harán conmigo ahora que la medicina dice que ya no puedo
andar viajando por todo el Mediterráneo.

Siento mucho oír eso – dijo Terri preocupado.

No lo sientas Terrence – replicó el cura negando con la cabeza – A lo mejor


sería bueno para mi establecerme . . . ¡Quién sabe! Puede que hasta me
den una parroquia finalmente, después de todos estos años de vagabundear
de aquí para allá – añadió sonriendo – pero no es para hablar de mi que he
venido. Tus superiores estaban a punto de enviarte tus cosas y yo me ofrecí
a hacerlo personalmente, así que aquí están.- dijo el hombre señalando a la
bolsa

El joven actor dirigió sus grandes ojos claros hacia el objeto sobre el piso y
un rayo de luz brilló en la superficie azul denotando cuan agradable la
sorpresa había sido para él.

Puedo ver que te alegra ver tus pertenencias – comentó Graubner


complacido de haber sido útil – Ahora, después de todo el trabajo que sufrí
por tu causa, Terrence – bromeó el sacerdote - ¿Puedo saber qué es lo que
hay en esa bolsa? ¿Acaso hay piedras?

El joven se río alegremente con el comentario del sacerdote y luego le pidió


ayuda para abrir la bolsa.
Déjeme que le muestre, padre – dijo Terri con la luminosa sonrisa de un niño
que abre un regalo de Navidad.

El joven metió la mano en la bolsa buscando ansiosamente un objeto hasta


que sintió con placer una superficie pulida. Sus dedos acariciaron un objeto
metálico calmando así su temor de haber perdido su pequeño tesoro. Una
vez que estuvo seguro que su talismán musical estaba en su lugar, el joven
sacó un libro, un segundo, y un tercero . . . Pronto, sobre la cama había una
pequeña colección de guiones teatrales y una carpeta de piel con un
montón de papeles, algunos de ellos en blanco, otros emborronados con
una elegante escritura masculina.

El sacerdote miró los guiones con ojos asombrados.

¿Estás estudiando todas estas obras, Terrence? – preguntó Graubner


maravillado con la selección.

Bueno, solamente uno o dos personajes de cada una- respondió el joven


casualmente.

¡Uno o dos! – dijo Graubner estupefacto – Debes de tener una memoria


prodigiosa.

Eso es algo que se da por hecho cuando se habla de un actor, padre –


replicó Terri con simplicidad – uno no puede darse el lujo de olvidar una
línea, especialmente cuando se trabaja con teatro clásico. Además, se
supone que un actor debe tener un amplio repertorio, entre más papeles
sabemos de memoria, mejor.

Ya veo – dijo el cura mirando cada título - ¡Ah, Rostand!- exclamó el hombre
complacido de encontrar a un autor francés en la selección del joven – No
me irás a decir que quieres hacer el papel de Cyrano. No creo que ese papel
te vaya muy bien...

¿Por qué no? – preguntó Terri divertido con el interés del sacerdote en su
segundo tema favorito.

Ummm ... Me temo que tu apariencia es demasiado gallarda para el papel . .


.y tal vez tu nariz carece de... la talla adecuada, debo decir – se rió el
hombre.

¡Usted sí que es gracioso, padre! – sonrió el joven mostrando una perfecta


dentadura blanca – pero se sorprendería al ver las maravillas que un buen
maquillaje puede hacer para ayudar a un actor de escasa nariz como yo.

Ambos hombres continuaron riendo y bromeando mientras el sacerdote


revisaba las obras.
La dama del Mar y Brandde Ibsen; Julio César de Shakespeare, Una mujer
sin importancia de Wilde – leyó el hombre mayor – Puedo ver que tienes
gusto por la crítica social y la tragedia – comentó.

Terri encogió los hombros con un gesto despreocupado.

¡Ah, Salomé! – exclamó Graubner con rostro soñador – Recuerdo cuando


Oscar Wilde presentó esta obra en París hace mucho tiempo, la gran Sarah
Bernhardt hizo el papel principal. Fue la apoteosis, especialmente porque
Wilde se tomó el trabajo de escribir el manuscrito original en francés.

¿Estuvo usted en el estreno, padre? – preguntó Terri interesado . . . y la


conversación siguió por un buen rato ocupándose de aquel evento histórico.

Sabe usted, padre – dijo Terri casualmente más tarde – yo no estaba


planeando traer todo esto conmigo a Francia, pero mi director y socio
prácticamente me forzó a hacerlo. Creo que fue su forma muy personal de
decirme que esperaba que yo regresara.

Entonces debe apreciar tu trabajo – sugirió el hombre de mayor edad.

Sí, y también es un buen amigo – añadió Terri recordando la bondad de


Robert Hathaway – Fue la única persona que creyó en mi cuando yo era
menos que un don nadie.

Entiendo . . . ¡Hey! ¿Qué es esto? ¿La fierecilla domada?- preguntó el


sacerdote confundido – esta obra rompe con el tenor de todas las demás.

Esa fue elegida por Robert – admitió Terri sonriendo – Dijo que el papel de
Petruchio sería perfecto para mi, pero en ese entonces no me gustó mucho
la idea . . .pero ahora . . . es diferente – añadió él con un brillo centelleante
en los ojos – Ahora, creo yo, me simpatiza la idea de hacer algo de comedia
también. . .

¡Vaya, vaya! – se carcajeó sofocadamente Graubner - ¿Qué es lo que sucede


Terrence? Ciertamente has cambiado en estos dos meses.

Bueno padre – dijo Terri volviendo el rostro hacia la entrada del pabellón –
usted está a punto de conocer las razones de mi cambio repentino . . .
¿Padre? ¿Alguna vez ha visto a un ángel? – preguntó con un susurro
travieso.

¡Ciertamente no! – se sonrió el sacerdote intrigado – Me temo que no he


sido lo suficientemente santo para ganar esa gracia

Muy bien – dijo Terri divertido – prepárese entonces porque esta clase de
oportunidades sólo se dan muy rara vez a los ojos humanos – añadió
señalando a la entrada.
Desde el umbral, moviéndose espontáneamente en su uniforme azulado con
un delantal blando y su característico cabello rubio peinado en un rodete,
apareció Candice White empujando el carrito del almuerzo.

Aún desde la distancia Graubner comprendió en una sola mirada quién era
la joven. La descripción dado por Terrance en la oscura trinchera, la noche
previa a la Batalla del Río Marne, había sido tan precisa que no fue difícil
para el astuto sacerdote reconocer a la joven, sin importar que nunca la
hubiese visto antes en toda su vida.

Ella es . . . – balbuceó el hombre sin poder recobrarse de su pasmo.

Sí, padre – musitó Terri con orgullo - ¡Mi ángel!

¡Qué asombrosa coincidencia!- fue la primera cosa que Graubner pudo


decir, pero un segundo después estaba corrigiéndose – o tal vez, no ha sido
una coincidencia...

La joven finalmente llegó hasta la cama de Terri encontrando con sorpresa


que su paciente tenía una visita . . .y un sacerdote . . .¡Entre toda la gente
del mundo!

Buenas tardes – saludó ella con una sonrisa preguntándose interiormente


qué era lo que esa sacerdote podría estar haciendo con Terri.

¡Buenas tardes, señorita! – respondió Graubner con su habitual tono


amable.

Terri adivinó la confusión de Candy y encontró que el rostro desconcertado


de la joven era maravillosamente encantador, pero a pesar del placer que le
daba mirar esa expresión en la cara de la muchacha, el joven se apresuró a
explicar la situación.

Candy, este es mi amigo, el padre Graubner. Tuve el honor de conocerlo en


el Frente, él estaba luchando en la guerra . . .con su estilo muy personal,
por supuesto – lo presentó Terri.

Ya veo – replicó Candy con una miranda de entendimiento. Durante su


experiencia en el hospital ambulante la joven se había familiarizado con los
sacerdotes y reverendos que ayudaban en el Frente, por lo tanto comenzó a
comprender la situación con aquella explicación. Aún así, era todavía difícil
para ella el entender cómo Terri se había hecho amigo de un sacerdote
cuando él nunca había sido un creyente ferviente – Mi nombre es Candice
White Andley – se presentó ella misma.

Erhart Graubner, señorita, realmente estoy encantado de conocerla,


señorita Andley.
La joven y el sacerdote se estrecharon las manos e instantáneamente una
corriente de simpatía corrió entre los dos. A pesar de ello, Candy no pasó
mucho rato con los dos hombres, porque tenía otras mil cosas que hacer
antes de que su turno terminase. Así que los dejó solos de nuevo, y ellos
continuaron con la conversación que habían interrumpido con la llegada de
la joven.

¿Qué piensa usted padre? – fue la primera frase que dijo Terri cuando Candy
había ya desaparecido.

¡Um Himmels Willen! – dijo el hombre asombrado- ¡Querido amigo, si yo


fuese 30 años más joven y tuviese una profesión diferente, te puedo
confesar que no estaría aquí aconsejándote cómo conseguir a la chica,
porque yo mismo estaría pensando en cómo conseguirla para mi! – concluyó
con una sonrisa pícara en los labios.

Y que lo diga – sonrió Terri con un dejo de burla – Eso es precisamente lo


que alguien más está haciendo: trabajando y pensando mucho en cómo
alejarla de mí.

Ah, ya veo – replicó el sacerdote – el joven doctor está también por aquí.

¡Peor que eso!- dijo Terri frustrado- ¡Él es mi doctor! ¡El colmo de mi
desgracia! Pero estas cosas solamente me pasan a mi.

¡Vamos, vamos, Terrence!- comentó Graubner tratando de animar al joven –


esa actitud no te ayudará en nada. No todo es tan malo. De hecho, ya es
más que milagroso que estés vivo y cerca de ella. Además, tengo otra
sorpresa para ti – añadió el hombre.

¿Qué es?

Bueno, me preguntaba si extrañas aquel hermoso anillo de esmeralda que


solías tener.

Como puede ver – explicó Terri mostrando al sacerdote su mano desnuda –


alguien debió haberlo robado mientras estaba inconsciente.

El sacerdote miró al joven con una expresión de satisfacción en su rostro


barbado.

No es así, hijo – señaló Graubner – fui yo quien te lo quitó previendo que


alguien más débil que yo, pudiera caer en la tentación. Planeaba encontrar
un modo seguro de enviártelo, pero ya que estoy aquí, me alegra regresarlo
a tus manos – y diciendo esas últimas palabras el hombre se llevó la mano
derecha al bolsillo interior de su saco y extrajo la joya, la cual
inmediatamente entregó a su dueño.
¡Muchas gracias padre! – respondió Terri agradecido – Estaba extrañando
este pequeño objeto. Es, de alguna forma, significativo para mí.

Acabo de ver el par de ojos que seguramente inspiraron el capricho de


conseguir semejante joya.

Me ha pillado nuevamente, padre – respondió Terri con una sonrisa


enigmática.

[pic]

Era uno de esos días soleados de agosto en París. A lo largo del parque
situado a un par de cuadras del Hospital Saint Jacques, una joven vestida de
blanco caminaba lentamente con ambas manos enterradas en los bolsillos
de su falda. Aun cuando su sombrero de paja cubría su rostro de los rayos
solares, era posible ver que estaba profundamente triste. Un complicado
torrente de emociones se movía en su alma, nuevos sentimientos que no
había experimentado antes la atormentaban con acuciosa fuerza.

¿Por qué trato de engañarme? – Candy pensaba mientras vagaba


perezosamente alrededor del parque rodeado de robles - ¡No importa
cuánto me esfuerzo por ignorarlo, él me tiene en el puño de su mano! Al
menor de sus movimientos lo seguiría hasta el fin del mundo . . .¡Ay, Terri,
te amo tanto!

La joven suspiró melancólicamente, sentándose en una de las bancas de


hierro sombreada por el verde follaje de un antiguo roble.

Aún recuerdo con cuánto ahínco traté de olvidarte, Terri – pensaba ella –
Llené mi vida de tantas cosas por hacer que siempre terminaba el día
totalmente exhausta. De ese modo podía finalmente evitar esas largas
noches en las cuales esos pensamientos sobre ti no dejaban de martillar en
mi cabeza una y otra vez. Todo ese trabajo y mis amigos ayudaron mucho a
hacerle frente a la vida después de nuestro rompimiento, pero muy en el
fondo yo sabía que estaba incompleta, que algo por dentro estaba vacío . . .
seco . . . muerto . . . en medio de una terrible soledad. Mi pobre Annie trató
tantas veces de encontrarme pareja con todos los muchachos que conocía,
pero . . . simplemente no puedo estar con otro hombre . . Me siento un tanto
. . . incómoda. Como el otro día en que salí con Yves. Fue una idea acertada
que Flammy fuera con nosotros. No se qué hubiese hecho si ella no hubiera
estado ahí ¡Pero contigo, Terri, todo es tan diferente! Cada palabra que
compartimos, cada sonrisa, todas nuestras miradas me hacen sentir como si
hubiera terminado un largo viaje y hubiese finalmente llegado a casa . . .
¡Sin embargo, Ay Terri, eres todo un enigma!

Me muero aquí por tu causa . . . y tu sólo pareces jugar interminablemente.


Hace un par de meses yo me sentía optimista y pensaba que tal vez
podríamos tener una segunda oportunidad. . .y ciertamente has sido muy
dulce conmigo . . .¡Pero no sé qué es lo que estás esperando, Terri!¡Si
solamente esas dos pequeñas palabras fueran pronunciadas por tus labios
me tendrías directo en tus brazos sin vacilación! Mi corazón se muere por
oír de tu voz que todavía me amas, que a pesar de la distancia, has pensado
en mi tanto como yo he pensado constantemente en ti. Aún cuando te creía
prohibido. . . . Pero siempre te vas por las ramas y yo ya no sé lo que
realmente sucede contigo . . .¡Terri, esto es tan difícil de soportar!

Y estos extraños sentimientos en mí. Ciertamente no ayudan en nada


¡Simplemente no se qué es lo que me sucede cuando estás cerca de mi!
Años antes, en el Colegio, siempre negué con todas mis fuerzas que me
atraías y no lo acepté hasta que abandonaste Inglaterra. No obstante, todo
aquello que sentí en el Colegio, y aún después, cuando te vi de nuevo en
Nueva York, todo palidece y luce débil ante estos nuevos y confusos
sentimientos que traspasan mi corazón hasta la médula. ¡Terri, Terri! ¡Si mi
alma se quema en el fuego del infierno, tuya y solamente tuya será toda la
culpa! ¡¿Oh Dios mío, por qué tiene Terri que ser tan deslumbrante?!

Su mente no podía olvidar lo que había pasado unas cuantas horas antes.
Candy estaba ayudando a uno de sus pacientes, el cual había quedado
ciego a causa de una bomba de iperita, a escribir una carta para su familia
en Canadá. La cama de dicho paciente estaba situada muy cerca de la de
Terri, y desde su posición, la joven podía ver al actor mientras él estudiaba
sus diálogos calladamente. Era una de esas mañanas calurosas de verano y
Terri se había quitado la camisa.

Escribe también – dictaba el paciente – que recibí todas las cosas que me
enviaron ...

¡Oh sí! – susurró Candy mientras sus ojos vagaban sobre aquellos músculos
bien definidos que bañaba la luz matinal. Largos y fuertes brazos en los
cuales ella se desfallecería gustosa, anchos hombros, esbelta cintura, piel
bronceada que ella había llegado a acariciar cada vez que le cambiaba los
vendajes, la breve cicatriz en su hombro derecho que era un recordatorio de
una de las tres balas . . . y aquellos labios que se movían suavemente
mientras él memorizaba sus diálogos, labios que, sin saberlo, jugueteaban
con el agitado corazón de la joven. Fue entonces cuando ella sintió un
pinchazo en el pecho.

¡Va a mirarme en un segundo más! – pensó ella advertida por la conexión


interna que ella tenía con él, pero la cual la misma joven no alcanzaba a
reconocer.

Candy bajó los ojos justamente una fracción de segundo antes de que el
joven aristócrata dirigiera sus ojos azules hacia ella. La muchacha pretendió
estar totalmente concentrada en la carta que escribía.

La joven sintió que sus manos flaqueaban mientras trataba


desesperadamente de sostener la pluma. La fuerza de la mirada del hombre
sobre ella no le permitía controlar su ansiedad.
Leonard – dijo ella nerviosamente - ¿Podrías disculparme? No me siento muy
bien hoy ¿Podríamos terminar esta carta mañana?- rogó ella y antes de que
el joven pudiera decir palabra Candy había dejado el pabellón y estaba ya
corriendo a través de los pasillos del hospital. - ¿Qué me está pasando? –
pensaba ella sintiendo como sus mejillas se sonrojaban furiosamente –
¡Quiero huir y al mismo tiempo . . no puedo dejar de verme en sus brazos!

Sentada en la solitaria banca, la mente de Candy jugueteaba una vez más


con el recuerdo de todas las veces durante aquellos tres meses, en que él la
había abrazado con la excusa de su pierna lastimada. La joven vivió de
nuevo las emociones, el aroma, el calor, la certeza de su pulso acelerado, y
como ya se encontraba vencida por sus propios sentimientos no opuso
resistencia cuando sus memorias la llevaron una vez más al oculto recuerdo
de aquel beso.

Fue hace seis años – continuó ella en sus pensamientos – ¡Seis años y
todavía lo siento en mi piel, como si hubiese pasado solamente hace un
instante! – suspiró ella mientras rozaba ligeramente sus labios con las
yemas de sus dedos – Éramos sólo unos niños entonces – pensó ella
cerrando los ojos al tiempo que su curiosidad femenina ardía dentro de ella
con una pregunta alarmante – Me pregunto . . . me pregunto cómo besarás
ahora - se atrevió ella a pensar asombrándose a sí misma con su osadía – Y
aún más . . . Me pregunto cómo sería vivir a tu lado, como imaginé antes
tantas veces ¿Cómo sería compartir contigo cada pequeña alegría, cada
prueba angustiante, tu éxito y tu derrota, todas esas manías insignificantes
que yo sé que tienes? . . . Tu obsesión por mantener todo en orden, tu
pasión por la equitación, tu amor por la poesía, tu insistencia en comprar mil
camisas blancas, en todos los estilos y materiales, y ese incomprensible y
terco hábito de embromarme. . . Ciertamente me embromarías hasta la
muerte, pero estoy segura que lo disfrutaría enormemente . . .¿Cómo sería
esperarte cada noche, compartir tu mesa . . .y tu cama? ¿Qué se siente al
despertar en tus brazos, Terri? – suspiró la joven extasiada, pero pronto una
oscura sombra cruzó sus ojos de malaquita – Pero en unos cuantos días
dejarás el hospital y tal vez no te vuelva a ver jamás ¿Qué es eso que tienes
Terri, que solamente tú puedes hacer estallar en mi este calor que me
invade el cuerpo y me confunde? ¿Cómo puedo sentirme tan feliz y tan
deprimida al mismo tiempo

¡Santo cielo, Candy, ciertamente te estás volviendo loca! – se censuró ella


misma sintiendo la suave brisa bajo el roble.

[pic]

El correo había llegado trayendo cartas de América aquella mañana, pero


Candy decidió guardarlas en su bolsillo para leerlas a su gusto cuando su
turno hubiese terminado. Durante toda la mañana miró repetidas veces a su
bolsillo, y en más de una ocasión estuvo tentada a abrir aquellos sobres
antes de tiempo; sin embargo, no cedió ante su impaciencia.

Después de un duro día de trabajo la joven corrió a su banca favorita en el


jardín interior del hospital para devorar las nuevas que encerraban aquellas
misivas. Sus grandes ojos verdes brillaron de gozo mientras paladeaba el
sabor de los fuertes lazos que unían su corazón con sus amados amigos y
familia adoptiva en la distante América. Con cada línea, la joven verificaba
que no importaba cuán lejos pudiese estar de casa, un pedacito de las
riberas del lago Michigan viviría siempre en su corazón.

¿Buenas noticias? – preguntó una voz profunda detrás de ella y Candy no


tuvo que voltear para saber quién le estaba hablando.

Sí, noticias de casa – contestó con una suave sonrisa - ¿Quieres oírlas? –
inquirió ella, mirando finalmente a los ojos verdi-azules que estaban frente
de ella.

Terri, en una camisa azul pastel y pantalones beige, estaba parado cerca de
ella, descansando ligeramente su peso sobre un bastón. Candy pensó que el
joven lucía casi totalmente recuperado de aquella forma, y su corazón no
pudo evitar sentir un torzón doloroso dentro de su pecho, cuando recordó
de nuevo que la eminente separación estaba cada día más cercana.

El joven se sentó al lado de ella y miró con curiosidad a un sobre largo con
un elegante sello en el frente.

Ésa, supongo, debe ser de Albert – dijo sonriendo al recordar al viejo amigo
que no había visto en años.

Y estás en lo correcto – respondió Candy alzando su ceja izquierda y


asintiendo ante la sospecha de Terry.

¿Qué es lo que dice? – preguntó el joven actor.

De repente, Terri miró a los ojos de Candy y un sentimiento de déjà vu le


invadió el corazón ¿Qué no había él hecho esa pregunta acerca de una carta
de Albert, hacía mucho tiempo atrás?

Muchas cosas – empezó ella a explicar, tratando de calmar los furiosos


golpeteos en su pecho - ¿Sabes, Terri? He estado preocupada por Albert
durante los últimos dos años – dijo la joven confiando en Terri un secreto
que ella había mantenido sólo para sí misma durante largo tiempo. De
alguna forma, el dirigir la conversación hacia su querido tutor, la ayudaba a
olvidarse de otros sentimientos más alarmantes que gritaban dentro de ella.

¿Por qué? – preguntó Terri también interesado en encontrar un modo de


relajar la tensión - ¿Pasa algo malo con él?

Una cosa, Terri – suspiró Candy tristemente - ¡Albert no es feliz con su vida!

Ser un poderoso millonario no le está muy bien ¿No es así? – adivinó Terri
asintiendo con la cabeza en señal de entendimiento.
Exactamente. Albert ha estado enfrentando sus responsabilidades como jefe
de la familia por casi tres años, hasta el día de hoy, pero ha sido casi un
infierno para él. Aunque nunca se ha quejado de ello, yo sé que muy dentro
de él, Albert siente que ha traicionado todo aquello en lo cual él creía –
señaló la joven.

Conozco ese sentimiento – murmuró Terry tan quedamente que Candy


apenas pudo entender sus palabras – ¡Es muy triste ver cómo la vida
destruye nuestros sueños de juventud . . .todas esas esperanzas que alguna
vez creímos invencibles! – sugirió Terri con pena.

No hables así, Terri – se apresuró ella a responder – ¡Todavía creo que


podemos siempre luchar por nuestros sueños, aún en medio de la tormenta!
No importa cuánto insistan los demás en que ya no tiene caso seguir
luchando, debemos siempre batirnos para alcanzar nuestros más anhelados
sueños, Terri.

Terri miró a Candy mientras una sonrisa se dibujaba en el rostro masculino.


Ella siempre tenía ese poder de iluminarlo todo.

Tal vez debas decirle eso a Albert – sugirió Terri.

Ahora él ya no necesita de mis consejos – continuó Candy radiante – En esta


carta me confía que, tan pronto como la guerra termine, dejará los negocios
de la familia en manos de Archie y de George. Entonces, Albert seguirá sus
sueños en África, tal vez también vaya a la India.

Me alegra oír eso – dijo Terri sinceramente – al menos nuestro mutuo amigo
vivirá para hacer realidad el sueño que compartió conmigo en el pasado.
Siendo franco contigo, Candy , me siento un tanto apenado por haber
perdido contacto con Albert durante estos años ¡He sido muy ingrato con él!

Nunca es tarde para acercarse a un amigo – dijo ella sonriendo - ¿Por qué no
le escribes?

Esa idea suena bien – respondió él riendo - ¿Dónde vive ahora?

En la mansión de los Andley, en Chicago – contestó la joven.

¿Tú vives con los Andley?- preguntó él curioso.

No, Terri, yo vivo por mi cuenta, en el mismo departamento que solía


compartir con Albert- replicó la joven con orgulloso acento.

¿Cómo es que tu estirada y aristocrática familia te permite vivir sola? –


preguntó él en parte riéndose burlonamente y en parte admirando el
sentido de independencia de la joven. Candy era una interminable fuente de
sorpresas para él.
Albert me da la total libertad de hacer con mi vida lo que me parezca mejor
– dijo ella casualmente pero mostrando una gran sonrisa ante el recuerdo
de su más querido amigo y tutor.

Ustedes han llegado a ser muy íntimos amigos ¿Verdad? – sugirió él con un
ligero dejo de celos en el fondo de su corazón. Interiormente, Terri se
censuró a sí mismo por dejar que tales sentimientos en contra de un
querido amigo, como lo era Albert, anidasen en su alma, aunque fuese sólo
un instante.

Sí, ciertamente – respondió ella pensando en todo el pasado común que


unía su vida con la de Albert – Hemos pasado muchas cosas juntos. Él ha
sido mi consejero y mi paño de lágrimas durante las pruebas más difíciles
de mi vida ¡Es mucho más que mi tutor! Creo que es el hermano mayor que
nunca tuve y me parece que él siente lo mismo por mi – explicó ella
mientras miraba hacia el cielo, el cual le recordaba los ojos azul claro de
Albert.

Supongo que lo extrañarás cuando finalmente deje América – sugirió Terri


con voz nostálgica.

Sí. Sin embargo, lo prefiero lejos de casa pero feliz y satisfecho que
viviendo una vida miserable y haciendo algo que realmente odia – dijo ella
con vehemencia.

Eso suena muy sensato de tu parte, aunque venga de una metiche


incorregible como tú – trató él de bromear para aligerar el tono serio de la
conversación.

¡Ya vas a empezar! - chilló ella haciendo un puchero, siguiendo el juego.

Vamos, dime ¿Quién te envía esta carta en este cursi sobrecito azul y con
perfume de violetas? – preguntó el hombre tomando con dos dedos una de
las cartas mientras cubría su nariz con la otra mano, haciendo como si el
perfume del sobre le provocase náuseas.

¡Trae acá eso! – chilló ella juguetona y con un rápido movimiento recuperó
la carta de las manos de Terri – Ésta carta es de Patty.

¡Ah, ya veo, la “gordita” con lentes tiene predilección por las violetas, le
queda muy bien, siendo tan tímida . . .! - bromeó él muy divertido.

¡Ya estuvo bueno, bobo! – se rió ella alegremente - ¡Cuántas veces tengo
que decirte que Patty no esta “gordita”!

Está, bien, está bien . . . . ¿Ahora podría esta reportera aquí conmigo
decirme lo que aquella distinguida y joven dama, sol de belleza, le cuenta
en su carta? – dijo él inclinando el torso en una reverencia burlona.

Bueno, te sorprenderá saber que - dijo Candy ignorando la mofa en los ojos
de Terri – ¡Patty va a casarse pronto! Conoció a mi amigo Tom, y ambos se
enamoraron ¿No es romántico?
Tom es el chico que creció contigo y que tiene una granja ¿No es así? –
preguntó Terri asombrando a Candy con su prodigiosa memoria.

Eso es correcto ¡Es increíble que te acuerdes de él. Debo haberte platicado
sobre Tom una sola vez!- mencionó ella, sin poder contener su sorpresa.

En el Derby, querida. Aquella vez que te gané la apuesta – dijo él


traviesamente mientras una idea cruzaba por su mente - ¡Por cierto! Nunca
me pagaste aquella apuesta. Hasta donde yo recuerdo me prometiste
lustrar mis botas. Tengo un buen par allá arriba si todavía quieres cumplir tu
promesa – dijo el carcajeándose.

¡Cómo si fuera hacerlo! – respondió Candy con dignidad levantando su


naricita hacia el cielo.

De cualquier modo, me alegra escuchar que Patty finalmente dejó atrás el


pasado – dijo él después de un rato, notando que Candy, quien estaba a su
vez jugando a hacerse la ofendida, no iba a hablarle si él no lo hacía
primero.

A mí también – replicó Candy suavizando el tono – ¡Si la guerra termina


pronto asistiré a dos bodas cuando regrese a casa! – señaló ella con
entusiasmo.

¿Dos bodas? – preguntó Terri intrigado - ¿Qué se va a casar “el elegante”?

Eso espero – dijo Candy mientras blandía un tercer sobre de color lila -
Aquí, Annie me cuenta de la graduación de Archie, ¿Ves? Creo que él le
propondrá matrimonio uno de estos días ¡Annie va a ser la chica más feliz
sobre la tierra! ¡Ya veo a Annie en su vestido de novia justo como ella
siempre lo ha soñado!- suspiró Candy.

¡Oh Dios! ¡Archie es verdaderamente un hombre con suerte! ¡Obtiene un


título universitario, recibe el liderazgo de una gran fortuna, lo cual creo que
le complacerá muchísimo porque él siempre ha sido del tipo burgués, y
encima de todo eso, se casará con la mujer que ama! – dijo Terri con un
dejo de tristeza en la voz.

Él verdaderamente se lo merece – señaló Candy con real simpatía hacia su


querido primo- En nuestra adolescencia ambos sufrimos terriblemente con
la pérdida de nuestros más amados parientes. Verás, perder a Stear fue
especialmente difícil para Archie, Ahora que las cosas parecen ir finalmente
tan bien para él y que sentará cabeza al lado de Annie, no puedo más que
sentirme muy feliz por ambos.

Supongo que así es – murmuró Terri melancólicamente – ¿Sabes Candy? La


gente piensa que soy un hombre exitoso, allá en América, porque cada vez
que subo al escenario el teatro se llena y al final de cada obra el pública se
complace con mi trabajo. Los reporteros andan siempre tras de mi, mis
fotos aparecen en las revistas, periódicos y tabloides, tengo una confortable
casa en un lindo vecindario de moda. . . Y además de todo eso, mi padre
murió el año pasado y a pesar de todas nuestras diferencias, al final nos
reconciliamos de algún modo y él me dejó parte de su fortuna. Así que
ahora soy lo que la gente llama un hombre acaudalado. Si quisiera podría
dejar de trabajar por el resto de mi vida y vivir decorosamente. No obstante,
también tengo una próspera carrera. Algunos me dirían que soy un hombre
afortunado; sin embargo, envidio a tus amigos Archie y Tom porque pronto
ellos tendrán la única cosa que realmente hace la felicidad de un
hombre . . . una esposa a quien amar y quien te ame, y una familia propia –
concluyó él con tristeza.

Candy estaba sorprendida frente aquel repentino arranque de sinceridad


por parte de Terri. La joven sintió mucho escuchar acerca de la muerte del
Duque, por supuesto, pero el triste tono en la voz de Terri, denotando su
desilusión ante la vida, la lastimaba aún más. Su mente buscó una razón
para la infelicidad el joven y extrañamente, encontró una sola explicación.

Extrañas a Susana ¿No es verdad? – preguntó mirando hacia el cerezo.


Secretamente, la joven se sintió avergonzada por el inesperado brote de
celos que había sentido al interpretar la tristeza de Terri. Era difícil para ella
reconocer que estaba celosa de una muerta. Finalmente, Candy entendía lo
que había sentido Terri con respecto a Anthony.

Por su parte, Terri estaba más que asombrado con la reacción de Candy
¿Qué no podía ella ver que no era Susana la mujer en sus pensamientos?

Quisiera poder decirte que la extraño . . . como un hombre debe extrañar a


la mujer que se suponía amaba . . . – replicó él después de un rato de
silencio – y ciertamente siento mucho su muerte, Candy, pero . . .

Pero . . . – lo animó ella a seguir.

No soy el herido y nostálgico novio, que mucha gente cree – confesó él con
voz enronquecida – Yo . . . yo jamás me enamoré de Susana. Si me hubiese
casado con ella, no sería más feliz de lo que soy ahora. Sin embargo, puedo
decir que extraño su amistad.

Candy desvió la mirada que tenía clavada en el cerezo para ver


directamente a los grandes ojos azules de Terri, como buscando una
respuesta para las dudas que le asaltaban al corazón. La revelación que él
le acababa de hacer le había cambiado los esquemas que ella había
construido en su cabeza durante los años anteriores, desde el rompimiento.
De pronto, lo que ella había creído ser blanco se había tornado negro.

¡No me mires como si fuera un monstruo Candy! – dijo Terri creyendo que
ella estaba escandalizada con su confesión – Antes, solía sentirme
avergonzado por mi incapacidad para amar a Susana. Ahora comprendo que
no somos señores de nuestros propio corazón, así de sencillo. No estoy feliz
porque ella murió, pero la verdad es que nuestro matrimonio hubiera sido
un fracaso. Sé que puedo sonar muy crudo, pero esa es la verdad de las
cosas. Debo confesarte que necesité de la ayuda de alguien más sabio que
yo para finalmente ver mi relación con Susana desde un punto de vista más
objetivo.

Candy, aún enmudecida por la sorpresa, recordaba entonces la única


conversación que ella había sostenido con Susana. Repasó en su memoria
las cosas que habían sido dichas y las promesas que se habían hecho
mutuamente.

Yo sostuve mi promesa – pensó la joven – ¡Derramé lágrimas de sangre,


pero cumplí con mi promesa! ¡Me hice a un lado! Y tú Susana, tú prometiste
hacerlo feliz . . .¿Qué pasó entonces? . . . ¿Acaso solamente contribuimos
juntas a hacer su vida miserable? ¿Fue acaso, después de todo, un error?

¡Candy! – dijo Terri una vez más devolviendo a la rubia a la realidad - ¿Me
estás escuchando?

¿Eh? Ummm, Sí...- masculló ella aún confundida.

Antes de que Candy pudiese reaccionar Terri le había tomado la mano


izquierda en sus manos.

No te sientas mal por Susana, Candy – susurró él – Ella murió en paz consigo
misma y con el resto del mundo. Yo hice todo lo que estaba en mis manos
para hacerla feliz. Tal vez no tuve éxito en todos los aspectos, pero te puedo
asegurar que hice mi mejor esfuerzo. Mi conciencia está ahora libre de la
culpabilidad que sentía en el pasado a causa del accidente. Y, hasta dónde
me concierne, yo estoy . . . estoy bien ahora. Las cosas han sido algo
difíciles, pero hoy acaricio ciertas esperanzas . . . – Terri se detuvo por un
segundo, sintiendo que el momento de abrir su corazón ante Candy había
llegado finalmente.

¡Señorita Andley! – la llamó una voz proveniente del corredor, que hizo que
Candy saltara en su asiento, rompiendo a su vez el encanto del momento –
¡La necesitamos en la sala de emergencias ahora mismo!

Candy se puso de pie abruptamente. Se excusó e inmediatamente salió


corriendo hacia el hospital mientras Terri permanecía en el jardín
maldiciendo su suerte por quitarle de las manos la perfecta oportunidad
para sincerarse con la joven.

Era uno de esas quietas tardes estivales en las cuales el calor hace que los
sentidos entren en letargo y consecuentemente la gente reduce sus
actividades, buscando el reposo en cualquier rincón refrescante disponible.
Annie Britter se sentó en una de las bancas de hierro en el invernadero de
su madre. Llevaba puesto un ligero vestido de tira bordad española en color
azul claro con un cinturón de raso blanco alrededor de su diminuta cintura.
Tenía su bordado y un libro para pasar el tiempo mientras esperaba la visita
regular de su novio. Sin embargo, había algo en la atmósfera que no le
permitía sentirse a gusto.

Desde el día en que Patty le había dicho sobre su primer beso con Tom, la
joven morena había estado ponderando su relación con Archibald. Con los
ojos de la mente la muchacha había visto de nuevo su primer encuentro con
el joven millonario en los días de su pubertad. La primera vez que lo había
visto había sido en una fiesta en la casa de los Leagan. Esa ocasión el
centro de atención de Archie no había sido otro que Candy. Un par de años
después en el Colegio, una vez más Archie solamente estaba interesado en
Candy e ignoraba por completo a la chica de cabellos oscuros. A pesar de su
reticencia, Annie tenía que admitir que si no hubiese sido por la intervención
de Candy, Archie nunca hubiese sido su novio y esa certeza, aún cuando
no la había molestado antes, estaba empezando a incomodarla.

¿Qué hubiese pasado si Candy no se hubiera hecho a un lado? ¿Qué hubiese


pasado si ella no se hubiera enamorado de Terri en aquel entonces? – se
preguntó Annie inquisitivamente – Y Archie . . . ¿Me hubiese él cortejado si
Candy no hubiera hecho de cupido entre nosotros?

La joven dejó escapar un profundo suspiro mientras se servía un vaso de té


helado. El frío líquido refrescó su garganta pero su mente continuó
torturándola con negros pensamientos.

Durante todos estos años que hemos estado juntos Archie siempre ha sido
muy gentil conmigo – pensó – pero a veces lo siento distante, como si
hubiesen cosas dentro de él que yo no puedo alcanzar. Muy
frecuentemente, cuando estamos solos, sus ojos se pierden en la nada
como si estuviera buscando algo . . .o a alguien . . . Antes, esos momentos
eran raros y él siempre regresaba de sus devaneos con una sonrisa y
conversando con vivacidad. No obstante, últimamente Archie está más y
más distraído, y a veces triste. ¿Ay, Archie, qué está pasando contigo?

Con puntualidad británica Archie llegó a la mansión de los Britter. Primero


saludó a la Sra. Britter quien tomaba el té con unas amigas y después de
cumplidas las formalidades el joven fue escoltado hasta el invernadero por
una de las domésticas, quien regularmente servía de chaperona durante los
encuentros de la joven pareja. Cuando hubieron llegado al edificio de
cristal, la sirvienta tomó su lugar habitual, sentándose en una banca desde
una prudente distancia, mientras el joven se unía a la muchacha que lo
esperaba impacientemente.

Los ojos café claro de Annie se llenaron de la luz del amor cuando
percibieron al elegante joven que caminaba hacia ella con pasos refinados.
Como siempre, Archie estaba impecablemente vestido de pies a cabeza. Un
traje de hilo beige claro con una camisa blanca perfectamente almidonada y
una corbata color ocre completando su atuendo. No obstante, bajo aquella
flemática y caballerosa apariencia un confuso corazón latía salvajemente,
terriblemente asustado del paso que estaba por dar.

El joven besó la mano de la joven dama, y como de costumbre, ella se


ruborizó ligeramente. Entonces, ambos se sentaron en la banca de hierro y
Annie sirvió el té mientras comentaba las trivialidades del día. A pesar de
ello, el aire parecía cargado de un ánimo extraño, una sensación de
incomodidad que Annie no podía describir pero que ciertamente sentía.

Annie- dijo el joven después de un rato de silencio – Me gustaría hablar


contigo acerca de un asunto muy serio. De hecho, es la razón principal de
mi visita hoy.

El rostro de la joven fue oscurecido por una negra sombra cuando escuchó
el tono de voz que Archie había usado, pero no dijo una sola palabra y
solamente asintió con la cabeza indicando a su novio que podía continuar.

Antes que nada – comenzó el joven caballero, sintiéndose como el asesino


de un pajarito indefenso – Debo decirte que pienso que eres una mujer
maravillosa, te admiro y te quiero profundamente . . .

Pero . . . – preguntó Annie, quien ya estaba presintiendo la tormenta que se


cernía sobre su vida.

Yo . . . yo he estado buscando en mi corazón últimamente . . . – dudó él – y


por una razón que no tengo muy clara – mintió – la idea de nuestra boda no
me parece ser la más correcta . . . Mi mente está confundida, difusa . . . y . .
. y no creo que deba ofrecerte mis votos de amor eterno si todavía conservo
dudas en mi alma.

Annie se quedó callada con una increíble serenidad reflejada en sus


facciones exquisitas. Sin embargo, sus ojos denotaban el cúmulo de
emociones que estaban explotando dentro de ella.

¿Estás diciéndome que quieres cancelar la boda? – murmuró con el corazón


en un hilo. A pesar de que Annie había adivinado las dudas de Archie con
respecto a su relación, no podía creer que él le estaba insinuando la idea de
un rompimiento.

No exactamente Annie – respondió Archie avergonzado – Yo sólo . . . estoy


pidiéndote que nos demos un tiempo para estar separados y pensarlo
bien . . .antes de tomar una decisión tan importante como la del
matrimonio.

La joven sintió que su corazón se rompía en mil pedazos dentro de su


pecho. El dolor era tan agudo y profundo que por una extraña razón las
lágrimas no acudían a sus ojos. Repentinamente, parecía que las piezas de
un rompecabezas encontraban su lugar preciso y ella podía ver la imagen
completa, imagen que ella se había rehusado a mirar durante seis años.
Annie sintió que la embargaba la desesperación.

¿Qué es lo que te hace dudar, Archie? – preguntó ella con una voz tan débil
que era sólo un susurro – Quiero decir...¿Es algo en mi que no te gusta? . . .
Por favor, dime si es eso . . . y te prometo que voy a trabajar para cambiarlo
. . .- rogó ella lastimeramente.

No, Annie- respondió Archie sintiéndose miserable- No es así, querida . . . es


algo en mi que tengo que enfrentar solo . . . No sería justo para ti si me
casara contigo ahora, sintiendo esta confusión en mi corazón . . . Por favor,
entiende que necesito tiempo para pensar.

¿Pensar en qué?- preguntó Annie mientras su voz se convulsionaba en


sollozos, pero las lágrimas no aparecieron en sus ojos - ¿No se supone que
esta clase de cosas solamente se sienten, no se piensan? – preguntó
levantándose de la banca, sin poder ver al rostro del joven por más tiempo.

Tal vez ese es el problema, Annie – se atrevió a decir Archie – Que no siento
del modo en que debería.

Esa fue la estocada que dolió más en el corazón de Annie, aquella que
finalmente mató sus esperanzas y al mismo tiempo la misma que encendió
el fuego de su enojo ¿Cómo tenía Archie el valor de decirle eso después de
tanto tiempo? ¿Por qué había esperado tanto para decirle la verdad? Si todo
entre ellos había sido una mentira....¿Por qué sostenerla hasta el último
momento?

¿Me quieres decir que después de haber sido pareja por seis años, –
preguntó a modo de reproche sin mirar a los ojos del joven- cuando todos
están esperando recibir la notificación formal de nuestra boda, cuando
todos nuestros conocidos y amigos en Chicago saben que soy tu prometida,
cuando mi madre y yo ya hemos empezado a bordar mi ajuar . .. es ahora
exactamente que te das cuenta de que tus sentimientos hacia mi no son lo
suficientemente fuertes como para casarte conmigo, Archie? ¿Crees que eso
es justo para mi? – preguntó con su acostumbrado amable acento pero con
un dejo de resentimiento y dureza en su voz.

El joven se quedó mudo, sin poder contestar a los reproches de la


muchacha. Él sabía que ella tenía todo el derecho de exigirle una mejor
explicación, pero no encontraba la forma de confesarle a la joven que su
amor por otra mujer era más grande y abrumador que aquel que él sentía
por su prometida.
¿Por qué no simplemente me dices que no me amas más? – dijo ella sin
ambages, dejando escapar un sollozo sofocado - ¿Por qué no me dices que
nunca me has amado?

¡Annie, no es así, querida mía! – trató él de explicar, pero siendo que sus
sentimientos no eran claros ni para él mismo, no pudo seguir adelante.

No digas nada, Archie – le pidió ella – Supongo que le debes una explicación
a mis padres, pero en lo que a mi concierne no quiero verte más ¡Por favor,
vete!

El joven bajó su cabeza coronada de cabellos claros, lleno de vergüenza y


sin poder decir más, salió del lugar. Cuando Annie no pudo escuchar ya los
pasos de Archie en la distancia, cayó de rodillas mientras sus manos
temblorosas asían con nerviosa fuerza el cojín de terciopelo sobre la banca
de hierro. La sirvienta se acercó inmediatamente para ayudar a la joven
dama, pero ella se rehusó a ser consolada. Finalmente, sus ojos dejaron
escapar las lágrimas contenidas.

El llanto de la joven morena invadió el invernadero mientras ella llamaba un


nombre con desesperación.

¡Ay Candy, Candy! – gritó con pungente dolor – ¡Quiero verte Candy! ¡Te
necesito aquí!- pero solamente el silencio respondió al llamado de Annie.
Por primera vez en su vida, Annie tendría que enfrentar una prueba por sí
sola.

[pic]

La joven puso unas tijeras, una charola, una jarra con agua, un peine y una
navaja sobre el carrito. El supervisor la había regañado porque uno de sus
pacientes no tenía el corte de cabello militar reglamentario. Por lo tanto,
estaba determinada a forzar a ese hombre terco que se había rehusado a
dejarse cortar el cabello. Aquella era una tarea que todas las enfermeras
hacían regularmente con sus pacientes en el hospital.

Caminó lentamente por el pasillo empujando el carrito mientras trataba de


ajustarse su cofia de enfermera y arreglar algunos ricitos rubios que
escapaban de su pulcro peinado. Sabía que lo que estaba a punto de hacer
no iba a ser nada fácil, pero no estaba dispuesta a arriesgar su reputación
profesional por causa de un joven irracionalmente obstinado.

La muchacha se acercó a la cama del hombre tratando de reunir todo su


valor para mantenerse seria. Ahí estaba él, sentado sosegadamente en al
cama mientras escribía con rápidos y firmes movimientos de su muñeca
derecha. Estaba completamente vestido y lucía tan saludable que ella no
pudo evitar recordar que Yves Bonnot le había dicho que el paciente pronto
abandonaría el hospital. De hecho, estaba casi totalmente recuperado, y así
lo había asentado el doctor en su reporte médico. En cosa de unas cuantas
semanas, tal vez antes, el joven recibiría la orden de regresar al Frente.
La muchacha corrió las cortinas que separaban la cama de las demás
haciendo un ruido característico que logró que el hombre desprendiera sus
ojos del papel. Él miró a la mujer frente de sí y movido por un impulso
natural sus ojos brillaron con alegría.

¡Hola! – saludó el joven con una sonrisa.

Hola – replicó ella en su tono más serio- Vengo a hablar contigo de cierto
asunto, algo que deberías haber hecho hace ya tiempo.

¿De verdad? – preguntó él divertido con la expresión seria en el rostro de la


muchacha, expresión que se veía tan extraña en una cara que él siempre
veía alegre y despreocupada.

Esto es serio, Terri – dijo la rubia dándose cuenta de que una vez más él
estaba empezando a jugar – Tienes que dejarme cortarte el pelo. ¡Mira nada
más! ¡Si te llega hasta el cuello! No parece que estuvieras en el ejército.

Y no lo estoy, Candy – respondió él juguetón – Estoy en el hospital y no veo


la necesidad de cortarme el cabello tan seguido. Déjalo así, ya me las
arreglaré después – concluyó dirigiendo la mirada hacia la carpeta que tenía
sobre las piernas.

La rubia cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto de fastidio, pero no iba
a darse por vencida tan fácilmente.

¡Terrence! – le llamó ella sabiendo que él comprendería por el nombre que


había usado para dirigirse a él, que no estaba dispuesta a juguetear – No
estoy bromeando ¡Dije que te cortaría el pelo y lo voy a hacer! – le advirtió
tomando las tijeras y el peine que tenía en el carrito.

Terri observó los ojos de la joven y como pudo leer en ellos una total
determinación, respondió con una mirada retadora.

No, no lo harás – contestó poniéndose de pie rápidamente.

Entonces el hombre se incorporó frente a ella cuán alto era. Mirando a aquel
hombre de gran talla y buena condición física Candy comprendió que no iba
a ser nada fácil forzarlo a hacer algo que no quería, especialmente si
resultaba ser dos veces o tal vez tres veces más fuerte de lo que ella era. La
joven pensó luego que podría ser buena idea cambiar de estrategia.

Terri, por favor – rogó en un tono más dulce – en verdad tengo que hacer
esto.
¡Ah! Ahora percibo un pequeño cambio en esa mal portada actitud tuya,
jovencita – replicó él burlón.

El mal portado aquí no soy yo – contestó ella comenzando a perder la


paciencia.

¡Oh sí! ¡Eres tú! – continuó él que se estaba dando la divertida de su vida –
Ahora, ¿Qué te parece si nos deshacemos de esa arma tan peligrosa? – dijo
e inmediatamente arrebató las tijeras de las manos de la muchacha con un
movimiento rápido.

Cuando ella se dio cuenta de que él le había quitado las tijeras con tanta
facilidad, internamente se reprochó por haber sido tan descuidada con las
reacciones siempre impredecibles de Terri.

¡Trae acá esas tijeras! – ordenó la rubia.

Ven y consíguelas por ti misma – la retó él alzando el brazo para asegurarse


de que la joven no pudiese alcanzar las tijeras.

¡Eres un bribón! – gritó ella sin poder contener una risilla que de cierto
modo animó al joven a continuar el juego.

El muchacho se balanceó para atrás y para adelante evitando los intentos


desesperados de Candy para recuperar las tijeras. De buenas a primeras,
ambos eran otra vez una pareja de adolescentes jugando en el bosque,
persiguiéndose el uno al otro en medio de sonrisas y alegres carcajadas.
Fue entonces cuando Candy hizo un inesperado movimiento. Saltó para
alcanzar las tijeras dando un traspié atolondradamente y antes de que
ninguno de los dos pudiera hacer algo para evitar el accidente ella cayó
sobre él empujándolo con todo su peso.

El joven se bamboleó hacia atrás, pero tratando de evitar un desastre mayor


cayó sobre la cama que estaba a sus espaldas. Él logro amortiguar la caída
sosteniendo su torso con el codo izquierdo. Y repentinamente ahí estaba él,
con los brazos llenos de Candy, con la muchacha virtualmente echada sobre
de él ¿Podríamos culparlo por las cosas que siguieron?

El joven miró en los ojos de la muchacha y pudo notar su confusión. Se veía


tan adorablemente seductora de esa forma, aturdida y nerviosa en sus
brazos. La tentación de abrazarla con más fuerza y besar aquellos labios
que inconscientemente le estaban ofreciendo su voluptuosa suavidad, era
casi insoportable. Tenía que hacer algo para controlar sus impulsos o de lo
contrario ya no sería responsable de sus actos. Por supuesto, él no tenía ni
la más mínima idea de lo que pasaba por el corazón de la joven.

Allí estaba ella. Perdida en el perfume de su piel, rodeada por los brazos que
la hacían sentir completa. En medio de su bochorno, ella comprendió que no
había lugar donde pudiese sentir aflorar su femineidad tan plenamente,
como solamente pasaba en aquellos brazos que en ese momento la
rodeaban ¿Pero qué hace una muchacha en una situación así cuando está
tan terriblemente asustada y confundida?

¡Por San Jorge! – logró él decir finalmente, buscando desesperadamente una


salida para aquella situación desconcertante – El servicio del hospital ha
mejorado mucho en unos pocos meses ¡ Primero me mandan a la Bruja Mala
para asustarme de muerte, y ahora tengo a Ricitos de Oro en mis brazos!

¡Eres un ordinario! – chilló ella empujándolo e incorporándose


inmediatamente – No entiendo cómo pudiste pasar tanto tiempo en el Real
Colegio San Pablo y nunca haber aprendido modales.

Él también se levantó de la cama con una mirada furiosa en los ojos. Para
Terrence Grandchester, el rechazo había sido siempre una cosa muy dura
de soportar.

¡Vamos Candy! ¿Por qué siempre tienes que ser tan quisquillosa? ¡Miles de
chicas hubieran matado por estar en tu lugar! Si quisiera aprovecharme de
una chica solamente tendría que chasquear mis dedos y podría tener a
cualquier mujer que yo desease – fanfarroneó él descaradamente.

Aquello fue el fin de todo. Si Candy tenía un defecto, ese era su excesivo
sentido de la dignidad. La sardónica expresión en el rostro del hombre
solamente empeoró las cosas y pronto el mal carácter de la joven estaba ya
fuera de control.

¡Muy bien Sr. Modestia, siga usted adelante y empiece a chasquear sus diez
dedos porque los va a necesitar! – gritó ella airadamente quitándole las
tijeras de las manos.

Candy empujó su carrito por el pasillo sintiendo cómo cada ojo en el


pabellón la miraba con curiosidad. Los otros pacientes no había podido
mirar lo que había pasado porque ella había corrido las cortinas
previamente, pero con seguridad habían escuchado la pelea y estaban
preguntándose qué era lo que Grandchester podría haberle hecho a la
joven como para que ella reaccionara tan violentamente. Como si Candy no
hubiese tenido suficiente con el humor negro de Terri, ahora tenía que
soportar el ardiente sonrojo en su cara mientras éste cubría sus mejillas
hasta hacerla lucir como una linda amapola en verano.

[pic]
Yves Bonnot estaba deprimido. Las cosas no le habían salido muy bien.
Candy había estado más evasiva que nunca antes, pero la había visto varias
veces hablando con el “maudit ricain” (maldito americano) con gran
familiaridad. Aún más, lo peor de todo había pasado sólo unos días antes. El
joven médico había cobrado el valor para invitar a la joven a un baile de
gala que iba a tener lugar muy pronto. El Mayor Vouillard había sido
promovido al grado de Coronel y por esa razón estaba ofreciendo una cena-
baile a todos los oficiales y sus amigos. La ocasión sería muy importante
porque Vouillard pertenecía a una familia de cierto prestigio social y toda la
Alta Sociedad parisina con seguridad estaría presente en la velada.

Desafortunadamente, Candy había declinado la invitación con el mayor


tacto posible, pero con firme determinación. Yves pensaba que aquello era
el fin de todos sus esfuerzos. Deseaba que Marius Duvall estuviese aún vivo
para escuchar sus consejos sobre el asunto, pero el buen doctor se había
ido para siempre y el joven tenía que enfrentar aquella situación por sí solo.

Cómo si su deprimido humor hubiese sido poco, el joven había recibido


aquella mañana una notificación que le preocupaba inmensamente. Su
tiempo para ganar a su dama se estaba reduciendo a pasos acelerados.

Yves suspiró melancólicamente mientras caminaba por el corredor. Estaba


en uno de esos momentos de las más tristes ensoñaciones. Mitad
caminando en este mundo, mitad flotando en su propio y triste universo.
Fue entonces cuando tropezó con una joven rubia con la cara bellamente
encendida y un centelleo de furia en la mirada.

Buenos días Yves – dijo con un tono extraño que él no pudo interpretar.

Bonjour, Candy – replicó él esperando que ella continuase su camino sin


ningún otro comentario como estaba haciendo desde días recientes.

Y ella ciertamente estaba a punto de hacerlo así hasta que una mala idea le
vino a la mente y volvió sobre sus pasos.

Por cierto, Yves – dijo la joven con una inflexión de enojo en la voz- he
pensado acerca de tu invitación y acepto. Pasa por mi a las 9 pm. Estaré
lista – concluyó ella a secas dejando al joven detrás de si antes de que él
pudiese decir algo.

¡Bien! – fue lo único que el alcanzó a contestar antes de que Candy se


alejara por el corredor.

El joven se quedó parado por un rato, sin entender lo que acababa de


suceder. La muchacha estaba extrañamente molesta o enojada, eso era
obvio, pero entonces . . .¿Por qué había aceptado la invitación cuando
primero se había negado tan enfáticamente?
¡Mujeres! – pensó – Nunca las entenderé. Pero no me importa. Ella dijo que
iría conmigo y esta vez voy a jugar mi última carta.

[pic]

Era una de esas raras ocasiones en que los turnos de Candy, Julienne y
Flammy coincidían y las tres se encontraban descansando al mismo tiempo.
Las tres mujeres estaban disfrutando de una charla femenina en la
intimidad de la habitación de Flammy y Candy, hablando de mil y un cosas,
fútiles y profundas, a la vez ¿Acaso Nancy estaba saliendo con un hombre? ¿
Era posible que el paciente de la cama 234 saliera de su depresión? ¿No
sería buena idea conseguir uno de esos nuevos sombreros con una pluma
azul que se estaban poniendo de moda aquel año?¿ Acaso Gerard le había
escrito a Julienne? ¿ Debía Flammy cambiar su estilo de peinado?

Las mujeres hablaban con vivacidad, o al menos dos de ellas lo hacían,


porque la joven rubia estaba participando en la conversación sin mucho
entusiasmo. En su mente, recordaba el pleito que había tenido con Terrence
aquella mañana.

¡Es un patán y un tonto! ¡Se merecía una bofetada después de ese


comentario tan vulgar! –se decía ella a sí misma – Pero . . . tal vez . . . fui
demasiado dura con él . . .¿O no? – continuó ella pensando tristemente - ¡Fui
yo quien se cayó sobre de él! ¡Qué bochornoso! – recordó sonrojándose
ligeramente – Y debo admitir que él no intentó nada cuando estábamos ahí
en la cama . . . Si tan sólo no hubiese abierto su gran boca yo me hubiese
excusado y puesto de pie inmediatamente. Para estas horas ya habríamos
olvidado el incidente . . . ¿Estás segura? – le preguntó una voz interior -
¿Habrías olvidado que estuviste tan cerca de él? ¿No era su fragancia muy
dulce a tus sentidos? – se detuvo por un segundo odiándose a sí misma por
estar tan perdida en su amor por Terrence – Como si realmente me
importase – contestó Candy a su voz interior, con intención defensiva – No
me importan todas esas chicas que él dijo poder tener . . . que él
seguramente tiene allá en América. . .

¡Candy! ¿Me estás escuchando? – preguntó Julienne una vez más.

¿Sí? – contestó Candy distraída.

Estábamos comentando sobre el baile de gala que ofrece el Coronel


Vouillard – replicó Flammy con aparente desinterés – Julienne decía que le
gustaría ir . . – continuó la joven de cabellos oscuros.

¡¡LA GALA!! – gritó Candy cubriéndose las mejillas con ambas manos como
si hubiese visto un fantasma - ¡Santo cielo! ¿¿Qué he hecho??

No fue hasta aquel momento que Candy finalmente digirió las


consecuencias de sus actos. Había estado tan molesta a causa de su
discusión con Terri que aún no se había dado cuenta de que había aceptado
la invitación de Yves en el calor de su ira ¿Qué estaba pensando ella en
aquel instante cuando se encontró a Yves en el corredor? ¿Qué tenía en la
mente cuando le dijo que iría con él al baile? Años después, cuando Candy
llegó a ser mayor y tener más experiencia en la vida, llegó a reconocer que
sus demonios internos había finalmente aflorado a la superficie de su
corazón en aquella hora haciéndola reaccionar en una especie de venganza
que ella no meditó. Pero su mente le jugó una mala pasada, borrando de su
cabeza la memoria de lo que había hecho durante el resto del día, hasta que
la conversación con sus amigas la había forzado a enfrentar la realidad.

¿Sucede algo malo Candy? – preguntó Julienne preocupada – palideciste de


repente ¿Y qué fue eso que dijiste sobre el baile?

¡Ay, todo está mal! – replicó Candy alarmada- Acabo de hacer la cosa más
estúpida ¿Qué voy a hacer ahora? – preguntó a sus amigas.

Si nos explicas lo que has hecho, tal vez podríamos ayudarte ¿No crees
Candy? – señaló Flammy con su usual tono reposado.

¡Me avergüenzo de mí misma! – fue lo único que Candy alcanzó a decir


mientras movía su cabeza de izquierda a derecha.

¡Tranquilízate, muchacha! – aconsejó Julienne dando de palmaditas en el


hombro de Candy – Ahora contrólate y dinos lo que pasó.

Candy levantó su cabeza para dirigir sus ojos verdes a Julienne primero, y
luego a Flammy.

Chicas, ustedes va a pensar que soy un monstruo – dijo Candy empezando a


hablar.

Vamos Candy, nadie aquí va a verte como un monstruo – respondió Flammy


que empezaba a perder su paciencia – Solamente habla y dinos lo que ha
sucedido.

Bueno, yo . . . tuve un pleito con Terri el día de hoy – dijo la rubia con
mirada triste.

Eso no es algo nuevo – se rió sofocadamente Julienne pero como notó que
Candy estaba realmente alterada, la mujer hizo un gran esfuerzo por
contener sus carcajadas - ¿Y cuál fue el problema esta vez, puedo
preguntar?

No quisiera hablar de ello ahora, pero fue precisamente por esa pelea que
después hice algo que no debía haber hecho – explicó Candy bajando los
ojos.

¡Ay Candy no dramatices y dinos expresamente lo que hiciste! – comentó


Flammy
Yo . . . yo estaba tan enojada con Terri . . . que . . .cuando – la rubia dudó
mientras se estrujaba las manos una contra la otra - cuando vi a Yves en el
corredor justo después de la discusión . . . No sé qué fue lo que me pasó . . .
yo . . . le dije a Yves que iría con él al baile de gala del Coronel Vouillard –
finalizó la joven su confesión.

Las dos mujeres miraron a Candy con caras estupefactas. Simplemente no


podían creer lo que habían escuchado. Julienne levantó una ceja mientras
un extraño destello brilló en el rostro de Flammy, el cual intrigó a Candy por
un segundo.

Pero tú ya le habías dicho a Yves que no irías a la fiesta con él ¿No fue así? –
preguntó Julienne con un tono dulce pero firme - ¿Por qué hiciste eso mi
niña? – inquirió mientras extendía su brazo alrededor de los hombros de
Candy.

¡Ay, Julie! – lloró la rubia – No sé por qué . . .Yo estaba . . . tan enojada con
Terri . . y sentí . . .tantas y tan diferentes cosas aquí adentro – dijo tocando
su pecho –¡No tengo idea de lo que me pasó!

La mujer mayor abrazó a Candy susurrándole palabras dulces para


calmarla, como si se tratase de un bebé.

Tal vez, inconscientemente, tú todavía piensas que podría ser buena idea
darte una oportunidad con Yves – sugirió Flammy con un tono inexpresivo al
tiempo que se volvía para ver distraídamente por la ventana – y es posible
que eso sea lo mejor que puedas hacer. Ese Grandchester es un busca
pleitos – murmuró en una voz casi inaudible mientras la expresión más
triste aparecía en su rostro bronceado.

No, no es eso – replicó Candy apartándose del abrazo de Julienne – Más que
nunca antes estoy convencida de que mi relación con Yves jamás
funcionaría.

Entonces estás usando a Yves para darle celos a Terrence – sugirió Flammy
con tono acusador, mirando a su amiga directamente a los ojos.

¡Ay,no! Nunca fue esa mi intención . . .- la rubia se apresuró a explicar – No


sé por qué le dije eso a Yves, tal vez yo . . .yo . . .- Candy se quedó sin
palabras, sin poder realmente encontrar una explicación para su
comportamiento.

¡Vamos, Candy!- dijo Julienne tratando de animar a su amiga – No busques


explicaciones para los misterios del corazón. Lo hiciste pero ahora lo
lamentas ¿No es así?

¡Oh sí! – asintió Candy – creo que voy a cancelar esa cita.
No, no vas a hacer eso, jovencita – replicó Julienne autoritativamente – Si
conozco bien a Yves, para estas horas ya debe haber confirmado tu
asistencia al baile. Si cancelas ahora la cita sería muy bochornoso para él.
No es bien visto hacer ese tipo de cosas en una ocasión tan formal.

Tienes razón, Julie – aceptó Candy decepcionada.

Pero, tú vas a tomar ventaja de la situación , Candy – añadió Julienne con


una ligera sonrisa.

¿Yo voy a tomar ventaja?

¡Claro que sí! Vas a usar esta oportunidad para hablar con Yves con el
corazón en la mano y aclarar las cosas entre ustedes. Estás segura de que
no estás interesada en otro hombre que no sea ese obstinado americano
¿No es así? – continuó la mujer.

Desearía decirte que no es así . . . pero . . . no puedo negarlo. Estás en lo


correcto Julie.

Y piensas que sentirías de la misma forma aún si el Sr. Grandchester no está


realmente interesado en ti ¿No es así?

Estás en lo correcto – contestó Candy sintiendo que todo el peso del mundo
caía sobre sus hombros.

Entonces, es hora de que le digas a Yves de una vez por todas, que no tiene
ya esperanzas. Le va a doler pero me temo que no tienes otra opción. Así
que, entre más pronto puedas resolver esta ambigüedad entre ustedes,
mejor ¿No lo crees Flammy? – preguntó la mujer dirigiéndose a la otra
morena que había permanecido en silencio por un rato.

Creo que es lo más recto que se puede hacer en este caso – masculló
Flammy.

Tienes razón Julie – aceptó Candy bajando la cabeza – no sé de dónde voy a


sacar el coraje para romper el corazón de Yves, pero no hay otra alternativa.
Por otra parte, ustedes dos me tienen que prometer algo.

¿Qué? – preguntaron las dos jóvenes morenas al unísono.

Que Terri no se enterará de que voy a salir con Yves.

¿Por qué no? – preguntó Julienne confundida.

No quiero usar a Yves de ninguna manera. No era mi intención. Por favor


prométanme que él no se enterará – rogó la joven con su expresión más
convincente.

Mis labios están sellados- replicó Flammy cruzando sus labios con sus
dedos.

¿Julie?- instigó Candy a la mujer que permanecía reticente.


¡Está bien, está bien! No le diré nada al hombre desalmado ¡Por esta cruz!

¡Ay chicas, no sé lo que haría sin ustedes! – dijo Candy conmovida mientras
daba a sus amigas un fuerte abrazo.

La belleza es un arma, una moneda internacional, una trampa peligrosa, un


poderoso veneno que frecuentemente ciega la razón de hombres y mujeres.
Sin embargo, la consideramos un don y la buscamos porque es también la
más refinada de las creaciones de la mente humana. La belleza está,
después de todo, dondequiera que la queramos recrear. A veces podemos
encontrar belleza en una noche callada, en las nerviosas alas de una
mariposa o en la suave respiración de un bebe durmiendo. A pesar de ello,
hay también una idea colectiva de belleza que cambia con el tiempo y la
cultura. Aquella noche, Candy era sin lugar a dudas, un ejemplo perfecto de
la idea occidental de belleza . . .aunque ella lo ignoraba, siempre
preocupada por las pecas en su nariz, las cuales eran apenas unas cuantas
manchitas color palo de rosa que le daban a su rostro especial carácter y
encanto. Pero Candy no tenía la más ligera idea de que tenía en sus manos
un poder semejante, y por lo tanto no sabía como utilizarlo.

El maquillaje era casi una novedad en aquellos tiempos, reservado a las


actrices y mujeres fáciles. De hecho, no se pondría de moda hasta después
de la guerra. Así que Candy no usó más que su acostumbrado polvo y
perfume de rosas aquella noche. No obstante, la joven era una de esas
raras bellezas nacidas para ser exhibidas “au naturel”. La más blanca piel
de sus mejillas de porcelana, agraciada por un rubor natural y el delicado
rosa de sus labios provocativos no necesitaban ningún artificio para seducir.
Tampoco la luz de sus profundos ojos verdes que unían el brillo de las
esmeraldas y las sombras de la malaquita.

Candy se había preguntado qué vestido podría ser más apropiado para el
baile, pero para sus dos amigas había sólo un candidato.

El vestido verde que recibiste como regalo de cumpleaños, por supuesto –


había sido la inmediata sugerencia de Julienne y Flammy había estado de
acuerdo a pesar de su usual indiferencia hacia la moda y otros temas de
interés femenino.

Así que aquella noche Candy se probó el vestido que había estado confinado
en un rincón de su closet desde que lo había recibido la primavera anterior.
Con gran horror la joven descubrió que el escote era realmente profundo y
que además dejaba los hombros al descubierto. Candy se miró en el espejo
y la simple visión la hizo sonrojarse. A los veinte años su cuerpo había
madurado completamente y aquel vestido, más allá de sus sedas verdes y
encajes negros, no dejaba dudas al respecto de los atributos de la joven.
¡No puedo usar esto! – se dijo ella en voz alta.

¡Claro que puedes! – replicó Julienne mientras le arreglaba el cabello a


Candy.

Pero...

Deja de ser tan ridículamente tímida, el vestido es simplemente magnífico,


luces como un sueño ... y no te muevas – la regañó la morena – Sabes, creo
que debemos dejar tu cabello suelto. Es tan increíblemente hermoso que
merece que lo luzcas en toda su gloria... Solamente usaré un moño y unas
horquillas aquí ¿Tú qué crees Flammy?

¡Ay Julie! De todas formas luciría bonita – comentó la otra morena quien
estaba ocupada planchando sus uniformes.

Ustedes dicen eso porque son mis amigas, pero deberían ver a mi amiga
Annie, ella sí que es una gran belleza – dijo Candy sonriendo.

No discutiré con una ciega – respondió Flammy sacando la lengua.

A las nueve de la noche Candy estaba lista. Julienne le había prestado una
gargantilla de perlas cultivadas con un dije de obsidiana y unos pendientes
que le hacían juego, únicas joyas valiosas que tenía la mujer. Un abanico de
encaje de Bruselas el cual había sido regalo de Flammy para la ocasión,
zapatillas de raso y guantes largos blancos completaban el atuendo. El largo
cabello ensortijado caía en caprichosos rizos sobre sus hombros y espalda,
brillando en chispitas doradas bajo las luces artificiales del cuarto.

Un golpe en la puerta les dijo a las mujeres que la hora había llegado. Candy
miró a sus amigas aún indecisa, pero las dos la animaron con la mirada.
Luego entonces, la rubia respiró hondo y levantando su falda de seda para
dar el paso se acercó a la puerta.

Buenas noches Yves – saludó Candy cuando abrió la puerta.

El joven se quedó estupefacto por un rato, asombrado al ver cómo el ángel


se había convertido en una diosa. Sus ojos y mente tuvieron que esforzarse
para enfocarse en la nada, en donde los encantos de Candy no turbaran su
razón.

Buenas noches, Candy – logró decir después de unos segundos de lucha


interna para controlarse - ¡Mon Dieu, estás deslumbrantemente hermosa
esta noche! – comentó sin poder ocultar su admiración.

Gracias, Yves, tú también luces muy bien esta noche- le dijo ella pagando el
cumplido y no estaba mintiendo - ¿Nos vamos ya? – sugirió tratando de
liberar su tensión.
Por supuesto, buenas noches, chicas- dijo Yves al tiempo que ofrecía su
brazo a Candy quien tímidamente lo aceptó bajando la mirada.

¡En verdad es una belleza fuera de este mundo!- comentó Flammy cuando
la pareja hubo partido cerrando la puerta y dejando a las dos morenas solas
en el cuarto – Y siempre tan cariñosa y encantadora. Todo mundo la ama
por dondequiera que ella va . . . No hay forma de que yo pudiese competir
con eso – concluyó tristemente.

Ma chère Flammy – exclamó Julienne abrazando a su amiga, completamente


consciente del terrible dolor en el corazón de la joven.

Mientras tanto, un joven muy orgulloso caminaba junto a una elegante


dama a lo largo de los corredores del hospital dirigiéndose a la entrada
principal. Los pasajes estaban virtualmente vacías y Candy rogaba a Dios
para no encontrarse con ninguno de sus conocidos en el camino. Pero sus
plegarias no fueron escuchadas en aquella ocasión. Cuando hubieron dado
la vuelta en la última de las esquinas una figura bien conocida por ambos se
tropezó con la pareja.

Buenas noches, Sra. Kenwood – asintió Yves saludando a una anciana en


uniforme de enfermera

Buenas noches Dr. Bonnot, Candy ¡Qué maravillosamente lucen esta noche!
. . .¿A dónde se dirigen? – preguntó la Sra. Kenwood con una sonrisa de
curiosidad.

Al baile de gala del Coronel Vouillard, señora, y la señorita Andley me está


haciendo el honor de acompañarme – contestó Yves orgullosamente
mientras Candy sentía que el piso debajo de sus pies desaparecía para
tragársela.

Ya veo . . . ¡Diviértanse mucho, mis jóvenes amigos, y bailen toda la noche!


– les deseó la anciana sinceramente mientras continuaba su camino,
agitando la mano en un gesto amigable.

Candy continuó caminando al lado de Yves pero su mente empezó a dar


vueltas vertiginosamente. Laura Kenwood era la enfermera más vieja del
hospital. Se trataba de una dulce y amable viuda irlandesa con un gran
corazón pero con un solo defecto, usualmente hablaba demasiado y no
tenía la menor idea de lo que era el tacto . . . pero lo peor de todo era que la
Sra. Kenwood era también la enfermera de Terri en el turno de la noche. Sí,
la Sra. Kenwood era “Mamá Ganso”. Así que Candy empezó a temblar como
una adolescente que teme ser descubierta por su padre en una cita
prohibida.

¿Te encuentras bien, Candy? – preguntó Yves mientras abría la portezuela


para que la joven subiera al auto - ¡Palideciste!
Yo. . . yo estoy bien . . .Debe ser el calor . . .Está muy calurosa la noche ¿No
lo crees? – tartamudeó ella.

¡Así es! Agosto en Paris siempre es así – asintió el joven con una dulce
sonrisa.

[pic]

Era una noche quieta, cálida y estrellada. La canción de un ruiseñor podía


oírse en la lejanía mientras la luna llena iluminaba el pabellón con rayos
plateados. Por alguna razón que no podía comprender, Terrence
Grandchester estaba inquieto. Sin importar hacia dónde se diese vueltas en
la cama no podía conciliar el sueño. Se quitó la camisa de noche y hasta el
vendaje que cubría su herida en las costillas. Leyó por un rato, caminó en
círculos alrededor de la cama, miró por la ventana e incluso, por primera
vez en años, tuvo el deseo de tener un cigarrillo en la boca. Entonces sacó
de la valija a su vieja compañera metálica y empezó a tocar una tonada.
Pero nada parecía funcionar aquella noche.

¿Pero qué ha hecho Sr. Grandchester? – preguntó una grave voz femenina
detrás de él – Se ha quitado los vendajes . . . ¡Debe estar loco! – le
reconvino la anciana en uniforme blanco.

El joven volvió la cabeza para ver a la mujer y le regaló con una sonrisa para
disculparse.

Sra. Kenwood – replicó – La herida ya está cicatrizada, no tiene caso que use
el vendaje por más tiempo. Además, hace demasiado calor esta noche.

Nada de eso, jovencito – insistió la anciana amonestándolo – Aunque pueda


parecer cicatrizada por fuera, por dentro los tejidos pueden estar aún
débiles. Debe de dejarse puesto el vendaje hasta que el doctor le autorice
dejar de usarlo. Ahora, sea un buen niño y déjeme ponerle las vendas otra
vez – dijo Laura Kenwood en su habitual tono amable, la tiempo que sonreía.

Terri miró a la mujer un tanto fastidiado por su insistencia, pero no se quejó


y obedeció sumiso.

Es una linda noche ¿No es así? – comentó la mujer tratando de comenzar


una conversación mientras vendaba al joven de nuevo – Veo que no puede
dormir esta noche.

Bueno, sí – admitió Terri aceptando la conversación como una buena


alternativa para olvidar su desasosiego irracional de aquella noche.

¡Ay, esta guerra es totalmente estúpida! – continuó Laura - Hombres


jóvenes y apuestos como usted deberían de estar divirtiéndose, cortejando
a las muchachas, disfrutando de la vida, y no en el Frente matándose los
unos a los otros, o aquí, caminando en círculos como leones enjaulados –
sentenció con una risita sofocada.

Tiene razón señora Kenwood – aceptó Terri mirando a la anciana dama con
simpatía.

Se es joven una sola vez, mi niño – comentó la mujer suspirando


profundamente – Me preocupa mucho ver como su generación es abusada
en esta lucha. Pero esta noche, al menos, sentí un alivio, ¿Sabe usted,
hijito?

¿Y puedo saber por qué? – preguntó Terri tratando de mantener la


conversación.

Bueno, vi al menos que un joven iba a pasar un buen rato esta noche, como
debe de ser. Verá, cuando venía hacia acá me encontré al doctor Bonnot en
los corredores. Estaba vestido formalmente, realmente deslumbrante con su
uniforme de gala y todo, de camino al baile de gala del Coronel Vouillard.
Por supuesto iba radiante con la joven que llevaba al brazo – sonrió la mujer
soñadoramente – Y déjeme decirle que Candy era una verdadera visión de
belleza esta noche . . . Ummm, creo que el vendaje está listo – comentó la
mujer atropelladamente – Ahí tiene, no se lo vuelva a quitar, por favor, y
trate de dormir, hijo – terminó diciendo en una confusa lluvia de palabras
que Terri apenas si pudo comprender.

El joven aristócrata, quien había permanecido en shock por unos segundos,


finalmente logró organizar sus pensamientos y tratando de usar todo el
autocontrol que era capaz de fingir cuando estaba en el escenario, interrogó
a la anciana antes de que ella lo dejase para continuar con su trabajo.

Sra. Kenwood- preguntó– usted dijo que Candy se veía hermosa esta noche
cuando iba con Yves Bonnot a la fiesta ¿Eso fue lo que dijo?

¡Claro que sí! Debería de haberla visto, hijo. Se veía despampanante –


contestó la mujer inocentemente.

Luces, risas y música inundaban el lujoso salón abarrotado con hombres en


uniforme de gala y mujeres en elegantes trajes de noche. Guirnaldas verdes
y grandes moños con los colores de la bandera francesa decoraban el lugar
cuidadosamente iluminado por múltiples candelabros. Había una larga mesa
de buffet cubierta con un mantel impecablemente bordado, y coronado con
toda clase de bocadillos y bebidas. A lo largo del salón, meseros vestidos en
librea servían champaña a los galantes caballeros que orgullosamente
mostraban las medallas en sus pechos y a las damas que blandían sus
abanicos con coquetería. La gente parecía disfrutar mucho a pesar de las
tensiones vividas durante esos días en el Frente, olvidando en aquel mágico
instante de la celebración que cientos de kilómetros al norte, los Aliados
estaban luchando desesperadamente en la Quinta Batalla de Arras, para
arrojar a los alemanes del territorio francés.
Un grupo de damas de mediana edad interrumpieron su conversación por
un momento cuando una joven pareja entró en el salón causando la general
admiración entre los invitados. Cada ojo masculino en aquel lugar se deleitó
ante la vista de la joven dama en el gallardo vestido verde que caminaba
graciosamente junto a un joven oficial.

Esa es la heroína americana – dijo una de las damas en el grupo.

¿La joven que salvó al grupo que se quedó varado en la nieve? – inquirió
una mujer rubia y alta – Ciertamente es muy hermosa, debo admitirlo.

¿Pero de dónde consigue un vestido así una simple enfermera como ella?
Me pregunto – comentó una tercera dama de cabellos blancos arreglados en
un rodete, mientras usaba sus impertinentes para examinar mejor al
atuendo de la joven.

Bueno, mi esposo cree que ella viene de una rica familia americana – señaló
la primera dama que era la esposa de Vouillard.

¿Y cómo sabe él eso? – preguntó la dama rubia.

Dice que su familia tiene conexiones con el Mariscal Foch – dijo la Sra.
Vouillar contenta de ser la posesora de un chisme tan jugoso.

Muy impresionante ¿Y quién es el joven teniente que viene acompañándola?


– preguntó la anciana de los cabellos blancos.

Uno de los médicos del hospital militar – apuntó la Sra. Vouillard - ¿Está
mono, no?

¡Y no tiene mal gusto! – se rió la dama rubia y su comentario despertó las


carcajadas generales en el grupo.

[pic]

El corazón de Yves a penas si podía caber en su pecho. Observaba cómo la


mayoría de los hombres en el baile le miraban con un dejo de envidia en sus
ojos y él sabía que la deslumbrante dama cuya mano descansaba en su
brazo era la causa de las codiciosas miradas masculinas. El joven notó
también que Candy se desenvolvía con soltura y confianza en aquella
atmósfera de la alta sociedad. Yves ignoraba que, aunque a ella le
desagradaba el protocolo de la rígida élite, la joven estaba familiarizada con
él. La maravilla del asunto era que la muchacha había logrado preservar su
frescura y espontaneidad a pesar del acartonado mundo en el cual había
vivido desde la edad de doce años.

La joven pareja se mezcló con los otros invitados, bebió, comió y charló con
el resto del personal médico que había sido invitado, mayormente médicos
y sus esposas o prometidas. Candy hizo su mejor esfuerzo por aparentar
calma y entusiasmo logrando cierto éxito en su intento. Sin embargo,
internamente se encontraba incómoda y no podía sacarse de la cabeza a un
par de ojos azules. Adicionalmente a sus constantes pensamientos sobre el
hombre en su corazón, la joven estaba también preocupada por la
conversación que sabía debía de enfrentar y las palabras que debía decirle
a Yves aquella noche.

¿Te gustaría bailar? – preguntó Yves sonriendo cuando la orquesta empezó


a tocar el primer vals de la noche.

La joven asintió con la cabeza aceptando la invitación al tiempo que dejaba


su copa sobre la mesa y ponía su mano en el brazo que el joven le ofrecía.
Yves estaba desbordante de alegría al tener a la joven de sus sueños en sus
brazos durante el baile, pero también él buscaba desesperadamente una
oportunidad para hablar con ella en privado. A pesar de ello, se dijo a sí
mismo que esa conversación podía esperar para más tarde, así que
simplemente se concentró en disfrutar del momento mientras sus ojos
devoraban cada línea en la primorosa figura de Candy y su cuerpo se
ensimismaba en el dulce placer de saborear la cercanía con el cuerpo de la
muchacha. Después del vals la pareja bailó las cuadrillas, danza que la
joven usualmente disfrutaba mucho y posteriormente se unieron de nuevo a
su grupo de colegas.

A la media noche Vouillard hizo uno de aquellos discursos que él siempre


disfrutaba mucho pero que la audiencia sufría indeciblemente. No obstante,
como él era el director del hospital y el anfitrión en esa ocasión, nadie se
quejó. Aunque el hombre habló interminablemente, al final de su perorata
todos lograron despertarse para recibir las últimas palabras de Vouillard con
un aplauso.

- Gracias, damas y caballeros – dijo Vouillar sonriente – Ahora, quisiera


agradecer a la persona que ha sido mi más grande apoyo durante casi toda
mi vida, me refiero a mi esposa Christine. Querida Chris, me gustaría
invitarte a bailar algo que yo sé que te gusta mucho.- dijo dirigiéndose a su
esposa que tuvo la gracia de sonrojarse ligeramente ante los cumplidos de
su marido.

Vouillar le hizo una señal a la orquesta y ayudando a su esposa a levantarse


le tomó la mano y la llevó hasta el centro del salón. Poco a poco otras
parejas comenzaron a unirse a los anfitriones.

Yves se volvió para mirar a la joven a su lado y la invitó de nuevo a bailar.

Creo que estoy algo cansada – dijo Candy tratando de excusarse para evitar
otro vals en el cual Yves tendría que tomarla en brazos.

Pero si apenas si hemos bailado un poco, Candy – insistió él sonriendo


afablemente – ¿Cómo puedes haberte cansado tan pronto al bailar, cuando
puedes soportar horas de trabajo en cirugía?
Está bien – replicó ella admitiendo su derrota – Pero no te quejes si te piso –
advirtió.

La joven pareja se puso de pie y caminó lentamente hasta el centro del


salón. La música tenía carácter pero era dulce al mismo tiempo. Era un
gracioso y elegante vals con una majestuosa línea melódica. Candy notó
que Yves era verdaderamente un bailarín consumado. Ella estaba, de hecho,
empezando a disfrutar el baile mientras la orquesta tocaba con aire vivaz,
cuando de repente sus ojos vedes fueron interceptados por un par de
pupilas grises, y ella pudo leer en ellas el profundo amor que el dueño de
aquellos ojos sentía por ella. La joven comprendió entonces que tenía que
hablar pronto. La situación que estaban viviendo no era justa para Yves.
Siempre es mejor enfrentar la verdad, sin importar cuán dolorosa pueda ser,
que vivir una mentira.

Candy siguió el paso de Yves e internamente decidió que esa era la última
vez que bailaba con él en su vida. Su noble corazón se entristeció con la
perspectiva, sabiendo que estaba a punto de perder a un amigo. Sus pies
continuaron siguiendo la música hasta que la última nota murió en los
violines. Candy no vería otra vez en varios años aquella abierta sonrisa en el
rostro de Yves.

¿Sabes? Me gustaría salir a tomar un poco de aire fresco – pidió Candy


cuando la orquesta comenzaba a tocar otra pieza. La muchacha estaba
realmente buscando la ocasión para hablar en privado con el joven,
ignorando que él también intentaba buscar la ocasión para decirle lo que
había en su corazón.

Los jóvenes salieron del salón hacia el balcón. Afuera, la luz de las estrellas
se confundía con los faroles de la ciudad dormida, y una vez que Yves hubo
cerrado la puerta tras de sí, los ruidos de la fiesta se redujeron, dejándolos
solos con el silencio nocturno.

Ambos permanecieron callados por un momento. Ninguno de los dos se


sentía capaz de iniciar la conversación que de alguna forma temían, aunque
cada uno por diferentes razones.

Yves, quiero agradecerte por invitarme – logró ella decir, siendo la primera
en hablar – Realmente me la estoy pasando muy bien – añadió
sinceramente.

Quien te debe agradecer por hacerme el honor de acompañarme, soy yo –


replicó él mirándola con devoción.

Ella respondió con una tímida sonrisa y luego un bochornoso silencio reinó
entre ellos, pero Candy recordó el consejo de Julienne y una vez más ganó
el valor necesario para hablar.
Me gustaría decirte algo – ambos dijeron al unísono, sorprendiéndose el uno
al otro con la coincidencia.

El hombre y la mujer se rieron del incidente por un breve instante antes de


que pudieran continuar con la conversación que quería comenzar.

Las damas primero ¿No es así? – dijo ella tratando de tomar la iniciativa.

Eso es verdad – aceptó Yves – pero esta vez me gustaría cambiar los roles y
ser el primero en hablar ¿Te molestaría?

Candy se quedó muda por un segundo interminable. En el fondo de su alma


tenía miedo de las intenciones de Yves y quería evitar una inútil confesión
amorosa que solamente terminaría por lastimarlos más. Sin embargo, los
ojos del joven rogaron con tan fuertes súplicas que ella no pudo negarse a
su petición.

Adelante – concedió ella.

El rostro del joven se iluminó bajo el destello de las estrellas mientras


trataba de reunir el arrojo necesario para abrir su corazón.

Candy – comenzó – Ha pasado casi un año desde nuestra última


conversación en el parque. Entonces te prometí que sería tu amigo y
esperaría pacientemente sin importar cuán fuertes fueran mis sentimientos
hacia ti. He cumplido mi promesa todo este tiempo, pero ahora, ciertas
circunstancias me están forzando a volver a tocar el tema. Creo que es el
momento adecuado para definir nuestra relación.

Candy se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de que sus


presentimientos no habían estado equivocados. Por lo tanto, la muchacha
tenía que detener aquella confesión.

Precisamente – interrumpió ella con el tono más dulce que tenía mientras
sus ojos se clavaban en el piso – Creo que es un buen momento para aclarar
las cosas entre nosotros.

Entonces parece que estamos empezando a coincidir – replicó él con una


tímida sonrisa, buscando en la oscuridad la mano de la joven que
descansaba sobre el barandal y tomándola entre sus manos con ternura.

Me temo que no es así – contestó Candy pausadamente , mientras retiraba


su mano de las de Yves en un gesto instintivo – Yves, creo que ya se lo que
vas a decirme y no hay necesidad de una confesión como esa.
Pero hay algo que ignoras, Candy – dijo él nerviosamente – He recibido
órdenes de unirme al hospital ambulante en Arras, debo partir en un par de
días más y antes de que me vaya me gustaría saber que a mi regreso una
amorosa prometida me estará esperando. Por supuesto, espero que esa
mujer no sea otra que tú. Eso me haría el más feliz de los hombres en este
mundo.

Candy desvió sus ojos sin poder mirar directamente al rostro del joven. En
toda su vida, nunca había experimentado una situación similar. Recordó la
vez que Archie estuvo a punto de confesarle sus sentimientos en el Colegio
San Pablo, pero en aquella ocasión, ellos eran solamente una pareja de
adolescentes y las circunstancias jamás le permitieron al muchacho
completar su confesión. Algunos años después había sido Neil quien le
declarara su amor por ella, pero la profunda aversión que ella sentía hacia
su enemigo de la infancia no le permitió sentir nada más que
conmiseración. La situación con Yves era distinta, pensó ella, ahora era una
mujer adulta escuchando la propuesta de matrimonio de un querido y
admirado amigo, y ella sabía que tendría que rechazarlo y
consecuentemente romper el corazón del joven y perder también su
amistad.

Yves, eres un hombre muy bueno – dijo ella con voz a penas audible –Te
admiro y te aprecio pero me temo que mi corazón no puede corresponder a
tus sentimientos – concluyó deseando que el piso se abriese bajo sus pies y
la tragase por completo.

Pero mi amor por ti es tan fuerte que podría suplir tu falta de pasión
mientras aprendes a corresponderme – rogó él sintiendo cómo sus últimas
esperanzas morían.

Candy levantó sus encantadores ojos que estaban ya llenos de lágrimas


haciendo que sus pupilas verdes brillasen bajo la luz de la luna.

No tiene caso, mi querido amigo – murmuró roncamente – Mi corazón ha


estado cerrado con llave por cuatro años y esa llave está en las manos de
alguien más. He tratado de abrirlo muchas veces pero no parece obedecer a
mis órdenes.

Yves alzó la cara hacia el cielo, haciendo un gran esfuerzo por ocultar las
lágrimas que invadían sus ojos y la frustración que impregnaba cada una de
sus facciones. Candy pudo notar cómo un músculo en sus sienes se tensaba
con la ansiedad reprimida.

Es por Grandchester ¿No es así? – dijo él amargamente.

Yves, por favor, no te lastimes más – suplicó Candy que no estaba dispuesta
a dar mayores explicaciones.
Es él quien tiene la llave de tu corazón ¿Me equivoco, Candy? – preguntó
otra vez casi gimiendo de dolor - ¡Por favor Candy, necesito saber la
verdad!

La rubia bajó la cabeza de nuevo, volviendo la espalda para ocultar su


rostro afligido. Caminó unos cuantos pasos por el balcón. Luego, se detuvo
y con los brazos cruzados sobre el pecho confesó:

Sí, estoy enamorada de él – admitió – Lo he amado por largo tiempo. A


veces creo que vine a Francia tratando de huir de su recuerdo, pero el
destino insiste en ponérmelo en el camino – explicó – Desearía que las cosas
fueran diferentes entre tú y yo, Yves. Desafortunadamente, no puedo
controlar mis sentimientos por él- concluyó Candy melancólica.

Él debe ser un hombre muy afortunado – murmuró Yves con voz temblorosa
– Espero que pueda hacerte feliz como lo mereces, Candy.

Las lágrimas de la joven finalmente corrieron por sus lindas mejillas,


iluminadas por los rayos lunares. La situación se había vuelto
extremadamente dolorosa para ella.

No me malinterpretes, Yves – trató ella de aclarar – Amo a Terri, esa es la


verdad, pero eso no significa que él corresponda mis sentimientos. Una vez
él estuvo enamorado de mi, pero eso fue en el pasado. Ahora somos
solamente amigos, y puede que así permanezcamos por el resto de
nuestras vidas. Sin embargo, lo que él sienta o no por mi no cambiará mis
sentimientos por él. Ahora sé que siempre le amaré hasta el último día de
mi existencia – suspiró ella tristemente.

No creo que le seas indiferente, Candy – dijo Yves con sinceridad – Como
hombre de algún modo entiendo los sentimientos de Grandchester por ti, y
aunque me encantaría decirte lo contrario, si quiero ser franco contigo y
conmigo mismo, debo admitir que él ciertamente parece estar muy
enamorado de ti. De alguna forma, lo sentí desde que lo vi por primera vez,
la noche en que regresaste del Frente . . . De todas formas, el resultado
siempre es el mismo para mi, parece que el amor me niega su gracia –
concluyó él con oscuro tono.

El alma de Candy se encogió ante el comentario de Yves y su característico


espíritu noble luchó desesperadamente por encontrar alguna palabra de
aliento para el hombre cuyo corazón acaba de romper involuntariamente.

Yves, yo sé que todo lo que pueda decirte ahora podría sonar vacío y sin
sentido – comenzó ella – Comprendo tu dolor porque he estado en
situaciones similares antes, y sé lo que se siente tener el corazón roto. No
obstante, el amor no siempre esconderá su rostro de ti . . . . Eres un hombre
increíble y estoy segura de que muchas mujeres querrían ser amadas por ti
y te corresponderían con ardor. Sólo es cuestión de tiempo.

El joven miró a Candy con una triste sonrisa. “No me importan todas esas
mujeres que dices tú Candy” - pensó – “Es solamente tú quien yo desearía
me correspondiera.”

Gracias amiga – dijo él luchando por contener las lágrimas – Ahora, supongo
que te gustaría volver al hospital – sugirió sin mirar a los ojos de la joven.

Creo que sería lo mejor – replicó ella.

[pic]

La Sra. Kenwood hacía su ronda cuando se dio cuenta de que una de las
camas estaba vacía. No obstante, como era la cama de Terri la anciana no
se preocupó en lo más mínimo. El paciente estaba, después de todo,
prácticamente recuperado y una pequeña caminata nocturna no le iba a
hacer ningún daño. Además, no era la primera vez que él hacía algo así y la
mujer lo sabía.

¡Tan joven y sufriendo de insomnio! – pensó ella- ¡Ay, pobre niño!

Después de esta consideración la anciana continuó revisando el estado de


los otros pacientes.

¡Ya pasan de la media noche!- pensó él - ¿Qué diablos está ella tratando de
probar?

El joven caminaba a lo largo de los oscuros corredores con pasos largos y


firmes, los cuales eran clara señal de su recuperación física, pero también
daban cuenta de su nerviosismo. Dejó atrás los pabellones y los quirófanos
y continuó caminando hasta llegar a los dormitorios del personal. Conocía
bien el lugar hacia donde se dirigía porque en los meses anteriores había
recorrido el mismo camino varias veces durante las horas de la madrugada.
Solía vagar hacia el cuarto de ella, reposar luego su frente en la puerta de
madera de su dormitorio e imaginar que podía seguir el ritmo de los latidos
del corazón de la muchacha mientras dormía. Se quedaba ahí en silencio
por instantes sin tiempo, percibiendo el perfume de la joven, su calor, su
sabor y el sonido de su respiración con los sentidos del alma.

Pero esa noche su expedición no era tan placentera como lo había sido
otras veces. Con cada nueva zancada su cuerpo alcanzaba más alta
temperatura y su mente lo envenenaba con oscuras ideas. Terrence
Grandchester se odiaba a si mismo en ocasiones. Su mal carácter, su
inseguridad disfrazada de arrogancia, las heridas internas aún sin sanar, su
hostilidad y su apasionado corazón le habían traído siempre una buena
cantidad de complicaciones, y aunque su oficio era controlar y fingir
emociones, siempre que se trataba de Candice White, su auto-control se iba
al traste y sus sentimientos tomaban posesión de sus actos en forma
caótica.

Y ahí estaba él, caminando en círculos a lo largo del corredor que llevaba al
cuarto de Candy, mirando insistentemente al reloj en la pared y viendo
repetidamente a través de la vidriera de la ventana para cerciorarse si un
auto aparecía en la lejanía.

¿Qué estoy haciendo aquí?- se decía así mismo cuando el lado razonable de
su yo salía a la superficie de su mente - ¿Tengo acaso el derecho de
entrometerme en su vida personal? ¿Qué soy yo para ella? Solamente un
amigo. Alguien que ella alguna vez amó pero que después la dejó para
prometerle matrimonio a otra ¿Qué significo para ella ahora? Tal vez
solamente un recuerdo de un tiempo ya en su pasado que no desea
recordar. Entonces . . .¿Cómo me atrevo a estar aquí, esperándola como un
marido engañado? – pero un segundo después su yo combativo protestaba -
¿Y qué hay con todas esas miradas? ¿Qué de todas las veces que tomé su
mano durante estos meses y ella no la retiró? ¿Y la flor diaria en el vaso?
¿Los atardeceres que compartimos en el jardín?¿Su preocupación por mi
relación con mi madre y mil otros detalles que han hecho nacer en mi la
esperanza? ¡No! Ella no se va a salir con la suya con todos estos mensajes
confusos que me ha mandado ¡Me debe una explicación!

Y así continuó caminando en círculos, debatiendo si debía quedarse o


marcharse y torturándose a sí mismo con especulaciones morbosas acerca
de lo que Candy e Yves podrían estar haciendo esa noche.

Una repentina ráfaga cruzó la noche presagiando la inminente lluvia. El auto


se detuvo en frente de los dormitorios del personal. Una vez que el ruido del
motor se hubo extinguido, un nuevo y desagradable silencio se cernió sobre
el joven médico y la rubia. Ambos estaban conscientes de que la hora de su
despedida había llegado y ninguno de ellos sabía cómo enfrentar la penosa
situación. Sin decir palabra Yves abrió la portezuela y salió del auto,
caminando alrededor del vehículo para abrirle la puerta a Candy. La joven
aceptó la mano que el hombre le ofreció, pero una vez que se hubo apeado
e intentó recuperar su mano se dio cuenta de que el joven no la quería
soltar.

¿Podrías reconsiderar tu decisión? – rogó en un último intento, mirando


ardientemente a las lagunas verdes en los ojos de la joven.

Por favor, Yves . Ya discutimos eso – replicó ella abrumada.

Entiendo. Discúlpame- murmuró él acremente - ¿Te veré de nuevo antes de


mi partida?

No lo creo – respondió ella con los ojos fijos en el pavimento – Estaré


trabajando en cirugía por dos días y supongo que tú vas a estar de licencia
¿No es así?

Así es. Puede que pase por el hospital para despedirme de mis pacientes y
entregar un reporte, pero me imagino que tú vas a estar ocupada – insinuó
tristemente, aún sin soltar la mano de la muchacha – Así que . . .creo que
este es el adiós.

Sí.

Candy . . .quieres . . .- dudó él mientras su corazón luchaba entre su amor


altruista por la joven y su pasión posesiva - ¿Quieres que hable con
Grandchester, de hombre a hombre? Tal vez yo le pueda hacer ver que . . .

¡No, por favor! – interrumpió ella alarmada – Si hay algo que decir, es sólo
entre Terri y yo . . . Tal vez, al final de todo, él se irá al igual que tú, y yo
continuaré con mi vida como siempre lo hecho – dijo liberando finalmente su
mano del fuerte apretón del joven.

La joven tomó la cola de su vestido y dando la espalda empezó a caminar,


pero un segundo más tarde detuvo sus pasos y regresó hacia donde estaba
el joven.

Amigo mío – dijo ella conmovida – Siento muchísimo haberte lastimado de


esta manera. Desearía que las cosas entre nosotros hubiesen sido
diferentes. Yves . . .¿Podrías alguna vez perdonarme por el daño que te he
causado?

No hay nada que perdonar, Candy – replicó él sinceramente – Culpa al


destino, a la suerte o a esta guerra sin sentido . . .Sé bien que nunca
quisiste lastimarme.

Candy se quedó sin palabras por un instante.


Adiós amigo mío , y por favor, cuídate mucho cuando estés en el Frente –
dijo ella ofreciéndole su mano.

El joven tomó la delicada mano femenina e inclinando su torso hacia la


muchacha depositó un beso en su mano enguantada, el cual hizo durar por
unos segundos, como el último contacto robado con la mujer que nunca
sería suya. Un instante después de que los labios del joven se hubieron
separado de la mano de Candy, ligeras gotas de una fina llovizna
empezaron a caer.

Adiós, Candy. Rezaré por tu felicidad – dijo él dejando ir a la joven y


siguiéndola con la mirada hasta que ella hubo desaparecido cerrando la
puerta trasera del hospital. No la volvería a ver en años.

Las gotas de lluvia empezaron a caer más insistentemente e Yves


permaneció bajo el cálido chubasco veraniego dejando que el agua lavara
sus penas. Después de un rato, finalmente reaccionó y se metió al auto, el
cual desapareció en la distancia bajo la lluvia que incrementaba su fuerza a
cada minuto.

Una vez que la joven hubo entrado en el edificio, comprendió que de nuevo
alguien querido para ella salía de su vida. No estaba enamorada de Yves,
pero era terriblemente doloroso perder a un amigo. No pudo evitar
derramar una lágrima que se apresuró a enjugar con el pañuelo bordado
que guardaba dentro de su guante. Afuera, el aguacero se hacía cada vez
más tupido.

Un par de iridiscentes ojos azules observaron con desesperación la escena


de los adioses de Yves y Candy. Pero desde la distancia, sin saber las
palabras que se estaban diciendo y con la mente nublada por los celos, el
joven en el corredor percibió una versión muy diferente de la historia. El
corazón de Terri se consumió en llamas contando los minutos que Yves
sostuvo la mano de Candy, imaginando las ternezas que podría estarle
diciendo y pensando que cada vez que la joven bajaba la cabeza era porque
se sentía abrumada por los cumplidos del joven médico. Entonces, ella
pareció despedirse y alejarse unos metros, solamente para regresar
después hacia donde el hombre estaba aún de pie, junto al auto. Cuando el
hombre inclinó su torso hacia la joven, la sangre azul de Terri alcanzó el
punto de ebullición y sin tener el valor de presenciar cómo alguien que no
era él mismo besaba a la mujer de su vida, volvió el rostro alejándose de la
ventana mientras una lágrima solitaria le rodaba por la mejilla. El joven no
vio cómo Yves simplemente besaba la mano de Candy y ella corría hacia el
hospital después de eso.

Candy subió las escaleras lentamente, sus pies se sentían tan pesados
como su corazón. Solamente podía pensar en llegar a su cuarto para
liberarse del corsé, tomar una ducha fría y meterse a la cama con el fin de
buscar en el sueño algún tipo de alivio para su desconsuelo. Sin embargo,
pronto se dio cuenta de que el deseado descanso no sería posible al
descubrir con ojos asombrados la figura de Terri de pie en el corredor,
esperándola.

El joven, que había experimentado todas las pasiones de un corazón afligido


en una sola noche, perdió los últimos vestigios de cordura que le quedaban
cuando finalmente vio a la hermosa carcelera de su alma caminando hacia
él. Recorrió con la mirada la curvilínea figura envuelta en la seda verde de
una falda recta con una breve cola. Sus oídos pudieron percibir los suaves
ruidos de sus enaguas almidonadas con cada paso que ella daba hacia él, y
conforme se acercaba, el joven pudo distinguir el atrevido escote
enfatizado por una banda drapeada de seda verde oscuro que regalaba la
vista de dos delicados y blancos hombros y un seductor pecho que hizo que
el pulso del hombre se acelerara. Interiormente Terri maldijo a la costurera
por jugar con sus ansiedades masculinas justo en el momento que la última
cosa que él quería, era derretirse ante la mujer que lo había hecho sufrir en
toda aquella noche. Luego, el joven pensó que el mismo efecto que el
revelador vestido tenía sobre él, debía haber sido sentido por Yves y los
demás hombres en la gala, y esta sólo reflexión fue suficiente para ponerlo
en el peor de sus humores.

¿Se divirtió la Srta. Andley? – preguntó sardónicamente - ¡Pero qué pregunta


más estúpida de mi parte, seguramente sí lo hizo. Después de todo ya son
las 2 de la mañana!

Candy miró al hombre con ojos pasmados ¿Qué estaba diciendo?¿Le estaba
reprochando la hora en que llegaba? ¿Estaba él ahí esperándola para
regañarla como si fuera su padre? ¡Eso era el colmo! Una pelea con Terri
después de los bochornosos momentos que había vivido al lado de Yves
serían la gota necesaria para derramar el vaso de una noche terrible.

Por favor, Terri – rogó ella tratando de evitar una nueva pelea con el joven –
He tenido un día muy difícil y no quiero pelear contigo ahora – concluyó
pasando de largo frente al joven.

¿Y quién se está peleando, querida? – replicó él caminando tras de ella, sin


estar dispuesto a dispensarla de su venganza – Yo solamente me
preguntaba si te habías divertido bailando con ese maldito comedor de
ranas ¿No piso tus piecesitos?

Ignoraré ese estúpido y grosero comentario – respondió ella altiva sin


detener su paso.

Tal vez la dama debería de preocuparse por su reputación – continuó él


mofándose– Salir sin chaperona no es el estilo americano, supongo. Me
pregunto lo que tu conservadora familia diría si se enterara qué tan liberal
te estás volviendo aquí en Francia.

¡Ja! – se rió Candy burlonamente - ¿No es irónico cómo un caballero puede


presumir de sus habilidades para conquistar los afectos de muchas mujeres
con vergonzosa promiscuidad, mientras que una dama debe permanecer
pura e intocable, siempre resguardada por una vieja chaperona? ¡Por favor,
Terri! ¡Déjame en paz! ¡Estamos en el siglo XX!

¡Ay, se me olvidaba que la dama es una feminista! – insistió él, sin estar
dispuesto a renunciar – Pero no es tan radical como para rechazar la
adulación cuando viene de una hombre ¿No es así? ¿No te dijo él mil veces
cuán abrumadoramente bella luces esta noche? Seguramente eso
complació tu ego en buena medida ¿Dime Candy, disfrutas haciendo que los
hombre enloquezcan? ¿Te complace jugar con los sentimientos de ese
ridículo médico francés?

La joven, que ya había llegado hasta la puerta de su cuarto, se detuvo en


silencio, visiblemente molesta con los comentarios agrios de Terri.

¿Cómo puedes, tú precisamente, atreverte a decir cosas tan horribles? – le


reprochó con el fuego de la ira ardiendo en el fondo de sus ojos verdes – Me
conoces muy bien y deberías ser capaz de comprender que yo jamás jugaría
con los sentimientos de Yves- se defendió ella encarando al joven.

¡Entonces estás jugando con los míos, mocosa malcriada! – respondió él


mientras el demonio de los celos poseía su mente y cuerpo.

A este punto el joven ya no era dueño de sus reacciones. Controlado por la


cólera asió violentamente a la joven por los hombros, luchando
furiosamente contra los estremecimientos que le recorrían el cuerpo a
causa del contacto con la suave piel de aquella mujer, y empujándola hasta
acorralarla contra el muro. Terri colocó sus manos en la pared, una de cada
lado de modo que la muchacha quedó atrapada en una celda cuyos barrotes
eran los brazos del joven.

Candy se quedó inmóvil, los movimientos rápidos del hombre la habían


tomado por sorpresa. Su proximidad le estaba haciendo bajar la guardia en
contra de su voluntad. Ahí estaba él, sus atrayentes ojos encendidos en
flamas verdes y azules, su agitada respiración invadiéndole el olfato con
esencia de canela, y para acabar de empeorar las cosas, tal vez forzado por
el calor de la noche, el hombre se había quitado la camisa y ella podía
admirar sus marcados hombros y pecho.

Estoy perdida – fue lo último pensamiento coherente que ella pudo


coordinar enojándose consigo misma por su debilidad y deseando tener
control de la situación justo como él parecía dominarla.

No obstante, nada podía estar más lejos de la realidad. Terri estaba tan
perdido como Candy, subyugado por los encantos de la joven que parecían
más tentadores vistos de tan cerca.
¿Es así, Candy? – preguntó él suavemente - ¿Estás jugando con mis
sentimientos?

Terri , yo . . . - masculló ella y el corazón le dio un vuelco cuando él uso su


mano derecha para levantar la barbilla de la joven y así verle directo a los
ojos.

El hombre inclinó su rostro y Candy reaccionó entrecerrando los ojos. Se


sentía bajo el influjo de una clase de encantamiento que no le permitía
pensar. El rumor de la lluvia afuera del edificio y la agitada respiración de
ambos era lo único que ellos podían escuchar.

Él, por su parte, miró a los labios rosas de la joven evocando el sabor a
fresas silvestres que una sola vez había probado. Pero entonces, el recuerdo
de la escena que había visto desde la ventana un minuto antes le apuñaló
de nuevo.

¡Ay, Candy! – dijo él con vehemencia – Quiero borrar de tus labios cada beso
francés que recibiste esta noche, para siempre.

¡Acto seguido la visión del joven se oscureció! Un agudo dolor en su mejilla


lo despertó del trance al tiempo que la joven le abofeteaba la cara. La
muchacha, con los ojos llenos de lágrimas y el alma llena de indignación
aprovechó la confusión del muchacho para liberarse de su prisión y entrar a
su cuarto en un solo movimiento. Pronto, el joven estaba de nuevo solo en
el corredor, frustrado con el abortado deseo de un beso que nunca nació y
el corazón roto por un nuevo rechazo. Pero lo peor de todo era que él
comprendía claramente que su enorme boca había arruinado su
oportunidad.

Dentro del cuarto Candy corrió a arrojarse en la cama donde derramó las
más amargas lágrimas.

¿Cómo pudiste decir eso? – dijo ella entre sollozos -¡ Cuando tú has sido el
único que he besado en toda mi vida. Hombre estúpido y arrogante!

El llanto de Candy se perdió en el barullo de la tormenta. El cielo vertió sus


torrentes sobre París por el resto de la noche.

[pic]

El día siguiente era agosto 30. Terri no había conciliado el sueño ni por un
instante en toda la noche y se sentía como el hombre más miserable en
toda la Tierra. Sabía que no vería a Candy por dos días porque ella le había
hecho saber con anticipación –antes de su pelea, por supuesto – que estaría
trabajando en cirugía de tiempo completo. Por lo tanto, su desesperación
era aún peor. Pensó en ir al cuarto de Candy durante la noche siguiente
para disculparse, pero después cambió de opinión. Para él, era más que
obvio que había perdido la batalla. Mientras Candy había tenido tiernos
adioses con Yves la noche anterior, él solamente había conseguido una
humillante bofetada ¿Podía acaso estar más claro que el doctor francés lo
había derrotado finalmente?

Por otra parte, Yves Bonnot no se apareció en todo el día. El médico que lo
substituyó no explicó qué había pasado con su colega y Terri no preguntó.
Así que el día pasó lenta y penosamente. Nada podía ser peor que aquel
silencio e incertidumbre, pensó el joven, pero la siguiente mañana se daría
cuenta de que ciertamente había algo peor.

El día siguiente Terri recibió una carta con el sello del ejército de los Estados
Unidos. El mensaje decía simplemente que se esperaba que se uniera a su
pelotón en Verdún. La carta también incluía un boleto de tren para la
mañana del 2 de septiembre, muy temprano. Al joven se le habían
concedido dos días de licencia empezando el día 31 de agosto, en otras
palabras, ese mismo día. Se suponía que abandonase el hospital de
inmediato.

Así que, después de tres meses, su tiempo se había terminado y parecía


que había malgastado la oportunidad de su vida lastimeramente. Con el
peso de sus remordimientos sobre los hombros Terri recogió sus
pertenencias y una vez que hubo retirado los vendajes de su torso, empezó
a ponerse el uniforme lentamente. La enfermera de turno le trajo unos
papeles que debía firmar antes de salir del hospital y él se atrevió a
preguntarle acerca de Candy. La mujer solamente pudo decirle que la rubia
estaba participando en una cirugía y como era un caso difícil seguramente
estaría ocupada por largo rato.

El joven se despidió brevemente de los otros pacientes y al fin, mirando a


aquel lugar que había sido su morada por tres meses y sintiendo los
mismos dolores en el corazón que había experimentado cuando abandonó
el Colegio San Pablo, seis años antes, dejó el pabellón. No obstante, cuando
ya estaba en marcha, caminando por los corredores, alcanzó a mirar en la
distancia al jardín interior y el cerezo. Se detuvo un instante y en su mente
vio de nuevo los momentos que había disfrutado en compañía de la mujer
que amaba. Terri se dio cuenta de que en todo el tiempo que había pasado
en París, no había reunido el valor para decirle a ella lo que sentía.

¡Eres un cobarde y un estúpido! – se dijo a sí mismo - ¿Te vas a ir así nada


más? ¿La vas a dejar ir de nuevo, sin intentarlo, por lo menos una sola vez?
– le reclamó su voz interior - ¿Tendría caso hacerlo, si es claro que ella lo
prefirió a él? – se contestó a sí mismo – Dices eso por lo que viste . . . o
creíste ver . . . pero nunca se lo preguntaste a ella directamente ¿O sí? –
respondió la voz en un reproche - ¿No sería bueno que trataras de
sincerarte con ella abriéndole tu corazón? ¿Qué puedes perder? – continuó
la voz – Podría recibir una nueva humillación, y ya estoy cansado de sus
rechazos – dijo él – Entonces huye y deja que tu orgullo sea tu eterna
compañía – concluyó la voz.
Ese último pensamiento se hundió en la mente del joven haciendo un eco
que resonó una y otra vez ¿No era Candy la mujer que él amaba? . . .¿La
única que él había amado jamás? Terri tomó su bolsa y caminó firmemente
hacia el jardín.

Se sentó en la banca que había compartido con Candy varias veces y


sacando su carpeta de piel comenzó a escribir una carta. La mano del
hombre trabajó sostenidamente por un buen rato hasta que la página
estuvo llena. Finalmente firmó la misiva y la puso en un sobre.

No fue difícil para Terri encontrar a Julienne Boussenières. La mujer se


sorprendió cuando vio al joven vistiendo su uniforme y con una mochila al
hombro.

Madame – dijo él – como usted puede ver, hoy dejo el hospital. He recibido
mis órdenes.

¿De ese modo? Quiero decir, tan inesperadamente – preguntó la mujer


pasmada.

Bueno, todos sabíamos que esto podía pasar de un momento a otro, pero no
me quiero ir sin hablar con Candy por última vez – dijo él – Imagino que
usted comprende lo que quiero decir, Madame.

Sí, Sr. Grandchester, lo comprendo – asintió la mujer.

Entonces ¿Me haría el favor de entregarle esta carta? Es importante. De


hecho, Madame, ahora toda mi vida depende de esta carta – rogó él
entregando el sobre en manos de la mujer.

En ese caso, Sr. Grandchester- replicó ella- puede estar seguro que la dama
recibirá sus líneas.

Gracias Madame – dijo él amablemente – Espero que su esposo vuelva


pronto y le deseo lo mejor – añadió ofreciendo su mano a Julienne.

Lo mismo le deseo Sr. Grandchester – respondió ella con una sonrisa.

El hombre soltó la mano de la mujer y se alejó.

Yves Bonnot había pensado mucho en hablar con Terrence. Sabía que
Candy no lo aprobaría pero él sentía que necesitaba ver a su rival por última
vez antes de su partida para Arras y decirle que aceptaba su derrota. Era
casi una cuestión de honor. Yves no quería partir cobardemente.
Desafortunadamente, cuando él llegó al hospital aquella tarde se enteró de
que Grandchester había abandonado el lugar. Yves se preguntó si el actor y
Candy habían llegado a un entendimiento, pero como no pudo ver a la joven
rubia, tuvo que dejar la ciudad sin saber lo que había pasado con ellos. Su
tren dejó París a las 8 pm aquella misma noche.

Cuando Candy regresó a su habitación aquella noche el cuerpo le dolía


horriblemente. Había estado trabajando sostenidamente por dos días sin
mucha recompensa. Más de la mitad de los pacientes que habían sido
intervenidos habían muerto en el quirófano ¡Su frustración era absoluta!
Pero esa era una sola de las muchas cosas que ella tenía para lamentarse.
Su última pelea con Terri, la noche del baile de gala, la había devastado
moralmente. La muchacha no sabía si debía sentirse enojada o culpable.

Los celos de Terri habían sido tan obvios en esa ocasión que ahora la joven
estaba segura de que él sentía algo por ella más allá de la amistad . . . pero
sus comentarios habían sido tan ofensivos para la muchacha que aún
guardaba resentimientos y, al mismo tiempo, se lamentaba por su violenta
reacción. Sus sentimientos hacia Terrence jamás habían carecido de
complejidad. Cuando ella llegó a su cuarto lo único que quería era dormir
profundamente para olvidar sus problemas, al menos por una cuantas
horas.

Candy no sabía que los eventos la iban a forzar a enfrentar su destino en


vez de evadirlo con el sueño. Encima de su cama la joven encontró una
carta con una letra que ella conocía muy bien. Cuando reconoció las firmes
líneas el corazón le dio un vuelco dentro del pecho. Con dedos convulsos
por los nervios rasgó el sobre y empezó a leer:

Agosto 31 de 1918

Mi muy querida Candy:

Una carta no es el medio correcto para expresarte mi arrepentimiento por


mi conducta. Te debo unas disculpas formales y espero seas tan amable de
concederme la oportunidad de expresarlas personalmente, aunque sé bien
que no lo merezco. Solamente me atrevo a pedirte esto porque estoy
seguro de que tienes un corazón noble.

Como debes ya saber cuando leas esta carta, he sido dado de alta en el
hospital. Esta mañana recibí órdenes de reunirme con mi pelotón en el
Norte y partiré en un par de días, pero antes de irme me gustaría
muchísimo volverte a ver, para decirte lo avergonzado que me siento por
haberte tratado en forma tan grosera. Debo insistir que este tipo de cosas
tienen que decirse en persona.

Sé que mañana tendrás un día libre como siempre sucede cuando trabajas
doble turno en cirugía. Comprendo que es muy pretencioso de mi parte
esperar que me dediques algo de tu tiempo durante tu día libre, pero siendo
que parto pasado mañana no hay otro momento que pueda verte para
hablar. Tengo tantas cosas que decirte, Candy , no solamente mis humildes
disculpas, sino muchos otros asuntos que no pude confiarte en todos estos
meses. Tal vez lo que pueda yo decirte sea obsoleto o fútil, pero tengo que
hacerlo. Por favor, te ruego, dame la oportunidad de hablar contigo.

No obstante, si decides que ya has tenido suficiente de mí, entenderé y


aceptaré que he perdido para siempre tu amistad. En ese caso, yo soy el
único culpable en esta historia. De cualquier manera, siempre bendeciré a
mi suerte por darme la gracia de haberte conocido y atesoraré tu memoria
hasta el último de mis días.

Por el contrario, si aún crees que este viejo amigo tuyo merece una
última oportunidad, por favor querida Candy, encuéntrame al medio día de
mañana, en el Jardín de Luxemburgo. Te estaré esperando cerca de la
fuente principal frente al palacio.

Si nunca acudes a la cita, respetaré tu decisión y jamás volveré a


molestarte por el resto de mi vida. Tienes mi palabra.

Siempre tuyo.

Terrence G. Grandchester

Capítulo XIII

La Alondra y el Ruiseñor

Candy se sentó en la cama rozando sus labios con la carta que había leído
por la centésima vez aquella noche. Cerró sus ojos mientras sus
sentimientos sitiaban su alma fatigada. Extrañamente, todos los temores,
preocupaciones y resentimientos que la habían atormentado durante los
días anteriores habían sido relegados a segundo término. Repentinamente,
la única cosa que importaba para ella era la certeza de que Terrence estaba
a punto de dejar París para enfrentar la muerte en el Frente Occidental . . .

Pasado mañana . . . .- pensaba ella mientras las manos le temblaban –


¡Estarás lejos pasado mañana! En sólo dos días te encontrarás enterrado en
una de esas trincheras terriblemente oscuras esperando tu turno para ser
enviado de nuevo a la línea de fuego.

Candy no podía evitar las siniestras imágenes y aterradores estruendos que


invadían su mente mientras las lágrimas comenzaban a bañar su rostro.
Recordó su propia experiencia la noche en que muriera el Dr. Duvall, el
sonido de las detonaciones, los gritos de los heridos y la angustiosa visión
del cuerpo sangrante de Terri la noche en que había llegado al hospital.
¡Dios todopoderoso! Ya sabía que esto pasaría . . .pero en el fondo de mi
alma esperaba que . . . te rogué Señor. . . . tantas veces para que el final
de esta guerra llegara antes . . . . para que él no fuese enviado de nuevo a
ese infierno . . . Y ahora . . .- continuó ella entre sollozos – y ahora él va a
regresar al Frente . . ¿ Cómo voy a vivir ahora sabiendo que él, que es mi
misma alma, está arriesgando su preciosa vida otra vez?

La joven desdobló el papel una vez más y releyó las últimas líneas . . .

“. . . por favor querida Candy, encuéntrame mañana al medio día, en el


Jardín de Luxemburgo, estaré esperando por ti alrededor de la fuente
central, frente al Palacio”

¡Él me quiere ver!- se repetía ella con aire emocionado – Terri quiere verme
antes de partir . . . Pero, ¿Qué debo decir cuando lo tenga enfrente? ¿Qué
puedo decir después de las cosas que pasaron entre nosotros la otra noche?

París está dividido por un río, el Sena, el cual ha sido la frontera natural
entre dos diferentes áreas, los dos rostros de París. El mundo de los
negocios y la vida nocturna está en la ribera derecha o “rive droite”,
mientras que la ribera izquierda es tradicionalmente conocida como el
Barrio Latino o “Quartier Latin”, el hogar de la Sorbona, los artistas y los
intelectuales. Estudiantes, soñadores, Chopin y Liszt, Baudelaire y Picasso
son algunos de los personajes que han poblado la “rive gauche”, cada uno
en su momento histórico correspondiente. Una perla en el corazón de esta
versión parisina de la Academia Platónica, es el Palacio de Luxemburgo,
bello y lujoso edificio rodeado de un enorme jardín que ha sido testigo de
cuatro siglos de historia francesa.

El Jardín de Luxemburgo fue construido por María de Médicis al principio del


siglo XVII. Es una enorme extensión de 224.500 metros cuadrados alrededor
del palacio. Originalmente cubría un área todavía mayor, pero a través de
los años ha sufrido un cierto número de amputaciones. A pesar de estos
cambios, el jardín no ha disminuido su belleza. Luxemburgo fue abierto al
público por primera vez por el Príncipe Gaston d’Orleans, durante el siglo
XVIII. Aunque después de esa fecha han habido ciertos periodos en los
cuales las puertas del jardín han sido cerradas a los visitantes regulares,
éste es hoy en día y desde el siglo XIX, uno de los atractivos turísticos más
importantes de la capital francesa, elegante parque de juegos para muchos
niños, sitio de encuentro de los enamorados, usual paseo para los
estudiantes universitarios y escenario de la más grande novela de Víctor
Hugo.

A la derecha, el Boulevard Saint Michelle, al la izquierda la calle Guynemer,


por detrás la calle Vaugirard y justo al frente la calle Auguste Compte. La
Sorbona se encuentra a tan sólo una cuadra. Esa es la ubicación de ese sitio
histórico ornamentado por la más grande fuente poligonal en la cual los
pequeños visitantes tradicionalmente se divierten jugando con veleros de
juguete. Hermosas veredas rodeadas de árboles y delicadas estatuas,
callados y refrescantes rincones donde la gente puede sentarse sobre un
barandal renacentista, o en una banca solitaria, o en el brocal de una
fuente; eso y más es el Jardín de Luxemburgo.

Con cada paso que daba, los pliegues de su falda de piezas flotaban en una
blanca ilusión de lino y organdí. Sostenido en parte por un moño de seda, su
cabellos le cubría la espalda en espirales doradas que reflejaban la luz solar
y, a veces, la escasa brisa veraniega hacia que un fugitivo rizo le rozara las
mejillas. El nerviosismo de su cara podía ser visto fácilmente mientras sus
irises verdes trataban de enfocar un punto aún borroso al final de la vereda
que ella iba cruzando.

Candy estrujó su bolsa blanca con dedos aprehensivos al tiempo que su


mente recordaba la conversación que había sostenido con Julienne la noche
anterior, tratando de darse ánimos y sabiendo bien que con cada zancada
estaba más cerca de la fuente central.

¿Qué voy a hacer ahora, Julie? - había preguntado la joven


melancólicamente.

¿Acaso no lo amas? – le había respondido la morena usando otra pregunta.

¡Con todo mi corazón! – había sido la respuesta inmediata de Candy.

¿No es obvio que él también te ama?- preguntó de nuevo Julie.

Nunca lo ha dicho . . . pero . . .la otra noche estaba tan celoso – murmuró la
rubio pensativa.

Entonces, no veo por qué debas estarte preguntando lo que tienes que
hacer – dijo la otra mujer sonriendo.

Tengo miedo, Julie – confesó la joven – no sé qué le podría yo decir, cómo


reaccionar.

Julienne sonrió dulcemente tomando la mano de Candy para infundirle valor.

No pienses en eso – explicó ella en un susurro con una expresión traviesa en


la mirada – Sigue los dictados de tu corazón, Candy, sólo sigue a tu corazón.
Cada latido te dirá qué hacer cuando llegue el momento.

Estoy tan nerviosa que no puedo coordinar mis ideas – dijo la joven
apuntando a su cabeza con una risita tensa.

Entonces confía en mi y te diré lo que debes de hacer ahora – explicó la


mujer.

¿Qué?
Tómate esto – ordenó Julienne suavemente dándole a Candy una taza que
previamente había dejado descansando sobre el pequeño escritorio, cerca
de la cama – esto te ayudará a conciliar el sueño. Mañana te pondrás un
hermoso vestido y asistirás a esa cita. Deja que el amor haga el resto

Candy había seguido el consejo de su amiga y cuando el té hubo hecho su


efecto, la joven calló en un pacífico sopor sin sueños ni pesadillas.

Deja que el amor haga el resto . . . deja que el amor haga el resto – Candy
se repetía en su cabeza mientras continuaba caminando a lo largo del
parque.

Como era un sábado en la mañana, el lugar estaba lleno de gente,


especialmente madres y nanas con niños pequeños. Al tiempo que
caminaba entre los niños que corrían por el jardín su corazón latía más
fuertemente con un estruendo tal que ella pensó que podía ser escuchado
en cada rincón del enorme jardín y hasta en las cámaras del Palacio. De
repente, la joven se dio cuenta de que había llegado al lugar. Vio la gran
fuente y se preguntó dónde exactamente podía estar él. Observó el
increíble tamaño del monumento poligonal y la gran cantidad de gente que
estaba sentada alrededor de ella. La muchacha probablemente tendría que
caminar por varios cientos de metros antes de poder distinguir a Terrence
entre el resto de los visitantes.

Sin embargo, una corazonada le hizo sentir que no debía moverse por un
rato y solamente dejar que las voces en su alma le dijeran dónde estaba él.
Se detuvo en silencio por unos cuantos segundos y luego empezó a caminar
como si una fuerza interior la estuviera conduciendo hacia su destino. La
joven no batalló mucho para encontrarlo. Ahí estaba él, de pie con su
característica gallardía, anchos hombros que la hacían sentirse pequeña y el
pie derecho dando ligeros golpecitos en el piso.

Está inquieto – adivinó ella sonriendo suavemente. Permaneció inmóvil por


un rato admirando la figura del joven y en ese momento olvidó el último
remanente de resentimientos que guardaba por las palabras dichas un par
de noches antes.

Los ojos masculinos se perdían en la superficie del agua, siguiendo el rastro


de uno de aquellos veleritos de juguete que dejaba una estela rizada sobre
el líquido cristalino. Cualquiera que hubiese visto a aquel joven vestido en el
uniforme verde oscuro del ejército americano, parado impávidamente cerca
de la fuente, hubiese pensado tal vez que se trataba de una estatua más en
el parque. Así de calmado e impasible se veía. Nadie se habría imaginado
entonces el terrible tumulto que se agitaba dentro de él.

Estaba nervioso en verdad ¡Por todos los cielos, vaya que estaba nervioso!
Más inquieto que en una noche de estreno ¿Acudiría ella a la cita? ¿Qué si
no iba? ¿Cómo iba él a continuar viviendo? Su pecho era un caldero
hirviente e inconscientemente su cuerpo buscó un escape golpeando el
pavimento con discretos movimientos de su pie. Si ella planeaba acudir a la
cita ya se estaba retrasada . . . pero tal vez ella había decidido no ir . . . La
expectación era dolorosa.

Fue entonces que un dolor rápido y agudo le asestó el pecho por un


segundo e inmediatamente después una fragancia de rosas invadió sus
sentidos. Terri supo entonces que su corazón había presentido la presencia
de Candy a sus espaldas. Aún temeroso de estarse mintiendo a sí mismo, se
rehusó a darse la vuelta para ver si ella estaba realmente ahí.

¡Hola! – dijo una dulce voz y entonces él supo que su corazón no le había
engañado.

El joven se volvió lentamente y cuando vio a la pequeña dama frente a él,


sus ojos se perdieron en la albura de su silueta pero no pudo decir palabra.
La joven se percató de la gran tensión que él llevaba a cuestas y lo animó
con una sonrisa que obró milagros en el hombre.

Hola Candy – respondió él devolviendo la sonrisa y recobrando su usual


autocontrol, o al menos parte de él – Estoy . . . muy contento de que hayas
venido.

Bueno, no tenía otros planes para hoy . . . así que . .. me dije que podría ser
buena idea aceptar la invitación de cierto soldado- respondió ella
casualmente tratando de aligerar la tensa atmósfera.

Gracias – fue la única respuesta del joven pero Candy entendió que lo decía
de corazón.

Ahora ¿Podrías decirme qué planes tienes para el paseo? – preguntó ella con
una expresión vivaz en el rostro, sintiéndose más y más a gusto en la
presencia del hombre. Una calidez familiar había empezado a envolverle el
alma ante la proximidad del joven.

Ehhh...yo...yo me preguntaba- masculló él – si te gustaría caminar alrededor


del jardín. Es un lugar hermoso y hay muchos rincones que valen la pena de
ser vistos ¿Has estado aquí antes?

Sí, vine con Julie y . . . otros amigos- explicó Candy tratando de evitar
mencionar el nombre de Yves – pero estábamos algo limitados de tiempo
entonces así que no logré ver mucho del lugar.

Entonces, déjame enseñártelo todo – sugirió él - ¿Alguna vez te he contado


que cuando yo tenía 12 años mi padre me mandó aquí para tomar unos
cursos de verano?

No, nunca – respondió ella sorprendida – Fue un lindo detalle de su parte.


Debo admitir que al principio yo no quería venir – explicó él – en ese tiempo
yo estaba demasiado resentido con mi padre por su abandono, pero ahora
le agradezco la experiencia. Vine a este lugar varias veces durante aquel
verano.

¡Debió haber sido emocionante! – comentó la joven – Tus maestros fueron


muy amables trayéndolos a ti y a tus compañeros del colegio de verano a
este parque.

¡No, no, ellos no me trajeron aquí nunca! – confesó Terri usando por primera
vez en tres días aquella endiablada sonrisa que era parte de su
personalidad – Yo solía venir aquí por mi cuenta – añadió mientras se
rascaba la sien derecha con un gesto ladino.

¡Te escabullías, querrás decir! – dijo Candy acusadoramente.

Si lo quieres decir de ese modo . . .yo diría, más bien, que solía explorar por
iniciativa propia.

Candy se rió alegremente y el sol salió para Terri. La pareja comenzó a


caminar alrededor de la fuente con un paso aletargado.

¿Cuántos años han pasado desde la última vez que caminamos juntos de
esta manera, Candy? – pensó Terri mientras ambos paseaban alrededor de
las jardineras del palacio llenas de flores multicolores – Aquellos momentos
que pasamos en el Zoológico Blue River . . . Aquellos días despreocupados
están ya muy lejos . . . y aún así, tu sonrisa es todavía tan brillante como
entonces, tan plena de luz y dulce frescura ¿Qué tienes Candice White, que
siempre que estás a mi lado un poderoso torrente de energía me llena de
pies a cabeza? Tú añades luz a mi pintura ensombrecida haciendo un
hermoso claroscuro.

Continuaron caminando, charlando acerca de mil cosas sin importancia, y


riéndose de el más simple de los detalles mientras sus pies los llevaban a lo
largo de un sendero rodeado por una larga valla de árboles.

Solamente tú sabes cómo hacerme sentir de este modo, Terri – se dijo


Candy a sí misma pretendiendo estar totalmente absorta en la
contemplación de la Estatua de Pan – como si nunca hubiese sentido miedo
o soledad, como si una parte que falta dentro de mi encontrase al fin su
lugar y un calor íntimo envolviese mi corazón protegiéndome del más frío de
los inviernos. Eres la hoguera que mantiene el calor de mi alma.

Continuaron su caminata hasta alcanzar la estatua de María de Médicis y


decidieron tomar un descanso en una banca cercana.
Este lugar es maravilloso – dijo la joven emocionadamente – ¡Cada
centímetro está lleno de belleza y armonía! Y mira esos robles por allá ¿No
son regios?

Dime, Candy – inquirió el joven divertido ante el entusiasmo de la muchacha


- ¿Cómo haces para mantener esa capacidad de asombro ante cada cosa?

Nada . . . ¡Es sólo que este mundo es admirable! – respondió ella sonriente –
Dondequiera que vuelvo la mirada encuentro millones de razones para
admirar y agradecer a Dios por la vida ¿No sientes lo mismo, Terri?

Bueno, mi habilidad para apreciar las cosas está siendo eclipsada por los
ruidos en mi estómago – señaló él con un guiño - ¿No tienes hambre?

Ahora que lo dices – replicó ella – creo que sería buena idea tomar el
almuerzo.

Entonces te invito. Conozco un “bistro” cerca de aquí donde sirven muy


buena comida – sugirió él

¿Te arriesgarás a invitarme? – bromeó ella – Sabes que mi apetito y yo


podríamos dejarte en la calle.

Tomaré el riesgo – dijo él sonriendo y poniéndose de pie al mismo tiempo


que ofrecía su brazo a la joven dama.

Candy dudó por un segundo pero finalmente aceptó la galantería colocando


su mano en el brazo del joven a pesar de los choques eléctricos que
corrieron por sus músculos al primer contacto. Pronto, la pareja se
encontraba caminando hacia el Portal Oriente con el propósito de tomar el
Boulevard Saint Michelle.

El sol vespertino bañaba la “rive gauche” reflejando sus luces sobre los
toldos rojiblancos de los restaurancillos y bares a lo largo del boulevard. En
otros tiempos, verdaderas hordas de jóvenes, principalmente estudiantes,
hubiesen estado plagando aquellos lugares para tomar un ligero bocadillo
durante el día. Pero aquel verano mucho de esos estudiantes habían
abandonado París para engrosar las filas en el Frente Occidental. Así que,
los restaurantes que alguna vez fueron prósperos estaban prácticamente
vacíos y los empleados languidecían de aburrimiento.

Terri llevó a Candy a uno de esos pequeños “bistros” a lo largo del


boulevard Saint Michelle, con sillas pintadas en vivos colores y manteles
impecablemente blancos. Las mesas estaban dispuestas afuera y adentro
del establecimiento, en cada una había un vaso de cristal azul con una rosa
roja para adornar la atmósfera y en el interior del lugar un joven tocaba un
viejo piano de vez en cuando, para amenizar la comida. La joven pareja
escogió una mesa dentro del restaurante y a pesar de las bromas de Candy
sobre su apetito, la muchacha solamente ordenó un platillo muy ligero.

Terri reclinaba su cara sobre su mano izquierda, apoyándose en el codo y


con la otra jugueteaba perezosamente con el tenedor, demasiado ocupado
en contemplar a la joven en frente de él como para poner atención a la
comida en su plato. La chica, totalmente consciente del escrutinio del joven
sobre ella, trataba de concentrarse en su plato comiendo a un paso regular
con los ojos totalmente absortos en la ensalada como si se tratara de la
cosa más fascinante en el mundo entero. Más tarde, cuando finalmente ella
se atrevió a levantar los ojos, se encontró con un par de linternas azules que
la enfocaban con una luz insistente.

Candy – dijo él rompiendo el silencio y la joven sintió que su corazón se


detenía al sonido de su voz – Lo siento – dijo él solamente.

¿Qué dijiste? – preguntó ella dejando el plato a un lado, aún sin creer lo que
acababa de escuchar claramente.

Dije que lo siento mucho- repitió el joven con seria expresión en sus finas
facciones- Te pedí que nos viéramos hoy porque quería disculparme por mi
comportamiento la otra noche.

Y . . . – alcanzó ella a decir

Y por lo tanto me disculpo, Candy – dijo él y obedeciendo un hábito que aún


no perdía, atrapó la mano de la muchacha en la suya – Me siento
terriblemente avergonzado por las cosas que dije . . . Ni siquiera tengo el
derecho de estar compartiendo este momento contigo. Tal vez no deberías
de haber venido para que así yo recibiese lo que realmente merezco ...- dijo
él con voz temblorosa y ella sintió cómo él estrujaba su mano
nerviosamente – pero soy tan afortunado que viniste . . . ¡Gracias, Candy!

Acepto tus disculpas, Terri – replicó ella sin poder mirarle a los ojos – Yo
tampoco fui muy dulce que digamos . . . No hablemos más de ello. Sólo
imagina que nunca pasó y otra vez seremos los buenos amigos que siempre
hemos sido.

Está bien . . . Buenos amigos, entonces.. . como siempre – masculló él


desviando la mirada hacia el hombre que tocaba el piano en una esquina
del restaurante, mientras los dedos del joven actor empezaron a acariciar
ligeramente el dorso de la mano de Candy. El contacto con la piel de la
joven y sus palabras conciliadoras eran tan alentadores que él empezó a
recuperar su habitual temeridad.
El silencio reinó por un breve instante, ni el hombre ni la mujer abrieron sus
labios para hablar, mientras el músico en la esquina terminaba su canción.
El joven artista tomó el vaso de vino que el dueño del “bistro” le había
hecho llegar como de costumbre, y se dispuso a descansar por un rato. Otro
joven sentado a la mesa próxima a la de Candy y Terri, se puso de pie
repentinamente y se aproximó al pianista. Ambos hombres parecían
conocerse muy bien y conversaban animadamente y con gran familiaridad.
En otra esquina del “bistro”, una pareja de mediana edad tomaba el
almuerzo y unos cuantos metros más a la izquierda, un hombre en uniforme
bebía una cerveza con lentos sorbos. Los meseros charlaban entre sí
tratando de matar el aburrimiento a fuerza de compartir anécdotas y
cuentos graciosos. Fue entonces cuando el pianista se puso de pie y se
dirigió a los parroquianos.

Queridos amigos – dijo en tono informal – Mi amigo Jacques Prévert, aquí


conmigo, a quien algunos de ustedes ya conocen, ha escrito otro de sus
bellos poemas y yo me atreví a ponerle música para hacerlo canción. Espero
que les guste y que lo recuerden cuando Jacques se vuelva un poeta
famoso, porque, créanme, estoy seguro de que algún día será famoso.

El joven pianista se sentó en frente del instrumento y con hábiles dedos


empezó a acariciar las teclas de marfil. De las cuerdas del viejo piano se
escapó entonces una cascada de notas melancólicas que invadieron el
cuarto alcanzando el oído de Candy. La dulce y triste línea melódica de la
canción la hizo concentrar su atención en la letra, pero a pesar del año que
había vivido en Francia, su oído aún no estaba lo suficientemente bien
entrenado como para entender las palabras en la canción.

La música es hermosa – murmuró ella suavemente – es una pena que no


entienda muy bien la letra – admitió – pero estoy segura que el poema que
inspiró esa música debe también ser hermoso.

Y lo es – replicó Terri, aún sosteniendo la mano de la rubia – aunque muy


triste.

¿Qué dice?

Bueno, parece que el poeta está hablando de un amor pasado que aún no
puede olvidar ¿Quieres que lo traduzca para ti?- preguntó él hundiendo su
mirada azul en la de ella.

Por favor.

Déjame ver . . . dice:

Quisiera tanto que tú recordaras

Los días felices de nuestra amistad


En aquel tiempo la vida era más hermosa

Y el sol más ardiente que en esta realidad.

A las hojas muertas se las lleva el tiempo

Junto con mis memorias y mis lamentos

Y el viento del norte las lleva

Hasta la fría noche del hastío

Ya ves, cómo yo no me olvido

De las coplas que me solías cantar.

Candy escuchaba las palabras de Terri mientras su corazón se detenía por


un segundo. Parecía que cada línea del poema había sido escrita para
describir sus propios sentimientos, con las palabras precisas que ella no
podía articular.

Es tan melancólica – musitó ella al tiempo que sentía que su mano ardía
bajo el toque del joven.

Y dice más. Escucha, ahora canta el coro:

Es una canción que nos identifica.

Tú me amabas y yo te amaba,

Y así vivíamos tan unidos

Tú que me amabas, yo que te amaba.

Pero la vida separa a aquellos que se aman

Tan calladamente, sin hacer ruido.

Y el mar borra sobre la arena

Los pasos de los amantes desunidos.

Las últimas notas murieron en el piano y Terri también se quedó callado.


Tantas veces en el pasado su mente había llorado con el mismo sentimiento
de arrepentimiento que le poema describía que no pudo evitar asombrarse
ante la coincidencia. Miró al joven poeta quien, sentado con aire
despreocupado, fumaba un cigarrillo en una esquina del “bistro”. El hombre
era aún un adolescente, probablemente tan joven como Terri había sido
aquella noche de invierno cuando el actor había perdido a la mujer de su
vida . . . Pero ahora él estaba ahí, tomando la mano de esa misma mujer y
el simple hecho de que ella había acudido a la cita le daba la fuerza
necesaria para continuar.

Candy- le llamó él mientras una idea le venía a la mente – Hay una


promesa que me hiciste la cual no has cumplido aún.

¿De verdad? – preguntó ella regresando de su mundo interior.

Sí, dijiste que bailarías conmigo cuando me hubiese recuperado de mis


heridas, por los viejos tiempo. ¿Recuerdas?

Creo que sí – replicó ella con una tímida sonrisa

Entonces . . .¿Bailarías conmigo ahora?

¿Aquí? – preguntó ella mirando alrededor, incrédula.

¿Por qué no? Hay espacio para bailar, música, tú y yo ¿Qué más necesitas? –
preguntó él con una sonrisilla traviesa y un segundo después con tono más
serio añadió – Mañana estaré lejos y quién sabe cuando podrás cumplir tu
promesa si no lo haces hoy.

Candy sintió un aguijonazo en el pecho cuando él mencionó su próxima


partida y entonces ya no le importó el sentirse algo abochornada al bailar
con Terri enfrente de los clientes del restaurante. No obstante, ella no
respondió.

Supongo que no quieres mancillar el honor de los Andley. Eso no le gustaría


a Albert – la hostigó él con un guiño juguetón, al ver que ella se quedaba
callada.

No, por supuesto que no – replicó ella finalmente – Acepto.

Terri se puso de pie y caminó hacia el pianista quien estaba tomando un


descanso.

“Excusez moi, monsieur,” se dirigió Terri al joven, “Voudriez vous jouer une
autre fois la chanson de votre ami?” (Disculpe, señor ¿Quisiera usted volver
a tocar la canción de su amigo ?)
“Pour la belle dame qui est avec vous monsieur,” respondió el pianista con
una sonrisa,

“Moi, je jouerais jusqu’à la fin du monde”concluyó el artista y sin más


comentarios empezó a tocar mirando cómo la pareja se ponía de pie y
empezaba a bailar. (Para la bella dama que le acompaña, yo tocaría hasta el
fin del mundo)

Mientras la voz ligeramente enronquecida pero melódica del pianista


empezaba una vez más a llenar el ambiente, Candy olvidaba por un mágico
momento todo el terrible nerviosismo que reclamaba su corazón cada
ocasión que se encontraba cerca de Terrence. Él la sostenía suavemente al
tiempo que sus cuerpos se movían con lentitud al ritmo de la triste canción
y ella podía sentir el aliento de él sobre sus sienes. Un dulce calor trepó por
la piel de ambos, penetrando por cada poro y llegando al fondo de sus
corazones. Cosas de esa naturaleza no suceden si el alma no está
totalmente expuesta como lo estaban las almas de ellos en ese momento.

Ahora entiendo otra parte de la canción – murmuró Terri al oído de Candy.

¿Qué dice? – preguntó ella en un suspiro, mientras la abrumadora certeza


de estar siendo abrazada por el joven le hacía temblar la columna vertebral.

Dice:

A las hojas muertas se las lleva el tiempo

Junto con mis memorias y mis lamentos

Pero mi amor silencioso y fiel

Siempre sonríe y agradece a la vida

¡Te amaba tanto! ¡Eras tan bonita!

¿Cómo quieres que yo te olvide?

En aquel tiempo la vida era más hermosa

Y el sol más ardiente que en esta realidad.

Tú eras mi amiga más dulce,

Pero ahora sólo tengo mis remordimientos


Y las coplas que solías cantarme

Que siempre, siempre escucharé.

Creo que entiendo bien lo que él quiere decir en esa última parte – se
aventuró ella a decir, conmovida por las palabras que le recordaban otra
canción cuya memoria ella atesoraba en un rincón dorado de su mente.

Dime – susurró él.

Supongo que quiere decir que siempre recordará esa canción, en su corazón
– respondió ella mientras se separaba del abrazo de Terri y la voz del
pianista moría junto con las notas del piano.

La joven pareja regresó a su mesa y el pianista los siguió con sus ojos
oscuros, envidiando al joven soldado quien era el afortunado poseedor del
amor de aquella mujer. Porque, ustedes verán, para el joven músico era
obvio que la muchacha amaba a aquel hombre con cada latido de su
corazón. La rubia y el soldado se sentaron de nuevo a la mesa y en silencio
terminaron su almuerzo mientras sus pulsos lentamente se recuperaban de
la dulce exaltación que la cercanía física había provocado en ambos,
reforzada por la música y las palabras del poema.

Candy dejó su plato y sus írises de malaquita vagaron por la calle que se
podía atisbar a través de las ventanas del “bistro”. Un camión lleno de
soldados con la bandera británica pasó por ahí en aquel momento y de
nuevo la joven recordó la dolorosa verdad del momento histórico que vivían.

¿A qué horas partirás mañana? – preguntó ella tratando de contener las


lágrimas que ya sentía dentro del alma al momento que sorbía su vino.

A las nueve – replicó él con voz inexpresiva

Me gustaría ir a despedirte – musitó ella, aún mirando a través de la


ventana

Pero estarás trabajando a esa hora – objetó tratando de encontrar la mirada


verde de la joven.

Me las arreglaré, no te preocupes – respondió la rubia casualmente,


haciendo un gran esfuerzo por permanecer impávida.

Tengo una mejor idea – se atrevió Terri a sugerir mientras estrujaba


nerviosamente la servilleta en su mano derecha - ¿Pasarías el resto de la
tarde conmigo?
La joven se volvió y finalmente miró directamente en aquellas enormes
lagunas azules que la miraban con luz vehemente. Él estaba rogando con
los ojos y ella entendió que un hombre como él no solía hacer tal cosa muy
seguido.

Me encantaría – dijo ella y él le obsequió una de sus raras sonrisas.

París en verano siempre está concurrido por turistas, pero desde que la
guerra había comenzado las antiguas calles no estaban tan pobladas por
visitantes como de costumbre. Normalmente esos botes que llevan a los
turistas de paseo por el Sena y alrededor de las islas siempre van llenos por
las tardes sabatinas, pero aquel día solamente unos cuantos pasajeros
disfrutaban del aquel encantador placer.

Una joven con largo cabello rizado se sostenía del barandal con ambas
manos mientras la mitad de su cuerpo esbelto guindaba fuera del bote y
sus ojos contemplaba la estela blanca sobre la superficie del río. Un joven
soldado cerca de ella parecía divertirse mucho con la chispeante
conversación de la muchacha. A su derecha, la majestuosa vista de las
líneas góticas de Notre Dame podía ser divisada más y más claramente al
tiempo que el bote se aproximaba a “Ile de la cité” ( La Isla de la Ciudad),
una de las dos islas en medio del río, sobre la cual se erige la famosa
catedral.

La joven rubia no paraba de hablar, como si un torrente de palabras,


nacidas en algún lugar de su pequeño ser, estuviese estallando fuera de
control. Sus ojos reflejaban la candidez de un infante junto con las sombras
azules del Sena, pero algo en su expresión centelleante le decía al
observador astuto que la muchacha no miraba al joven de la manera en que
lo hubiese hecho un niño. Por otra parte, el soldado escuchaba a su
elocuente compañera de viaje con oído atento, y de vez en cuando
respondía con algunas palabras o un comentario bromista que siempre
resultaba en una cara graciosa que hacía la rubia. Ambos componían un
cuadro tan armónico que cualquier alma sensitiva se hubiese deleitado al
sólo mirarlos.

Albert contestó mi carta ¿Te lo había dicho ya? – preguntó Terri


casualmente.

No, no lo habías hecho ¿Qué dice él? – inquirió Candy emocionada

Parecía muy complacido de que yo le hubiese escrito. Me dijo que estaba


contento de saber que me estaba recuperando después de la operación e
inclusive compartió conmigo algunos de sus planes. Es claro que él sigue
siendo el hombre sensato y bondadoso que conocí en Inglaterra. – explicó el
joven.

¿No se siente bien estar en contacto con los amigos? – demandó la joven
dejando el barandal y sentándose en una banca cercana.
Sí, debo admitirlo – replicó él siguiéndola y sentándose a su lado – No lo
hubiese hecho de no haber sido por ti. Gracias

De nada – respondió ella – Sé bien cuánto ayuda recibir buenas noticias de


casa cuando estás lejos.

Los extrañas a todos ¿Verdad? – preguntó él en un murmullo.

Candy, con ambas manos detrás de su cuello y mirando a las olas del río,
suspiró con fuerza.

Sí, así es – aceptó la muchacha – He estado aquí por más de un año. Nunca
había estado lejos de casa por tanto tiempo en toda mi vida.

Y ciertamente no ha sido un viaje de placer, sino trabajo duro. Lo sé porque


lo he visto con mis propios ojos – dijo él y su voz denotó la profunda
admiración que él sentía hacia la mujer a su lado.

Pero no me quejo – se apresuró ella a explicar – He conocido a mucha gente


maravillosa aquí y tuve la oportunidad de hacer las paces con Flammy.

Ella ha cambiado mucho desde la primera vez que la vi en Chicago.


Recuerdo que era capaz de matar a un hombre con una de sus miradas y no
exactamente por la belleza de sus ojos – comentó Terri con una sonrisa
burlona.

Eres cruel – le reconvino Candy – Ella es una gran enfermera y deberías


admirarla. Yo estoy muy orgullosa de ser su amiga.

Estoy seguro de que siempre ha sido una buena enfermera, pero antes era
aún peor que Nancy y ahora es....¿Cómo decirlo? .....¿Menos temible?

Nunca te cansas ¿No es así? – se rió Candy – De todas formas, me alegra


haberme reencontrado con Flammy aquí en Francia . . . y también está Julie,
y por supuesto el Dr. Duvall. Si no hubiese sido por él yo no estaría aquí
hablando contigo . . .- añadió ella con tono melancólico.

El doctor que salvó tu vida ¿Correcto? – preguntó Terri sintiéndose por


dentro que estaba en deuda con aquel hombre que nunca había llegado a
conocer – También yo le debo mi vida, porque salvó la de ella- pensó él.

Sí. ¡Ojalá lo hubiese conocido, Terri! Era uno de los mejores hombres que
jamás he conocido – dijo ella vehemente.

Estoy seguro. ¿Sabes? Creo que tienes razón, a pesar de todo el dolor y
muerte, esta guerra ha traído algunas cosas buenas – continuó él – Si no
fuera por ella no te habría vuelto a ver – dijo él en un susurro.
La joven bajó los ojos sintiendo de nuevo el mismo nerviosismo que le había
llenado el pecho cuando estaba bailando con Terri en el “bistro”. La
muchacha desvió entonces la conversación.

Bueno, el río Sena no es el lago Michigan – dijo ella con una risita nerviosa –
pero es también muy hermoso.

Tienes muchos recuerdos ligados a ese lago – inquirió el curioso.

¡Tantos, Terri! Significa mi niñez, mi adolescencia, la aurora de mi vida.


Gente que alguna vez fue muy importante para mi y que ahora está muy
lejos, en un lugar que yo no puedo alcanzar porque está más allá de este
mundo. Su memoria siempre estará conectada a ese lago. Por ejemplo,
cuando conocí a Stear él me dio un aventón hasta la casa de los Leagan y
su auto se descompuso justo en un puente sobre el lago. Ambos caímos al
agua, nos mojamos hasta los huesos, sacamos uno que otro moretón y nos
divertimos muchísimo – contó la joven con una sonrisa triste.

Nunca antes me contaste eso – dijo él interesado en la narración.

Ahora lo sabes. Conocí a Albert cerca del lago también, y a Archie y ...- ella
se detuvo en seco.

Y a Anthony – adivinó el joven, no sin un cierto dejo de celos. No importaba


cuántas cosas hubiesen sucedido entre él y la rubia, Anthony era un
recuerdo que él no podía borrar de la mente de la muchacha. Él lo sabía, y
la parte más razonable de su corazón aceptaba ese hecho con estoicismo,
pero su lado visceral, aún se sentía resentido con la vida porque él hubiese
querido ser el único hombre en el corazón de Candy. Sin embargo, Anthony
no era su preocupación principal en el presente. Había otro nombre que no
había sido mencionado en todo el día, que representaba para él un peligro
aún mayor.

Sí, Anthony – aceptó la joven, pero no continuó la conversación sabiendo


bien lo que Terri sentía hacia el desafortunado joven que ella alguna vez
había amado.

¿Sabes Candy? – comentó Terri mirando al río – Quisiera alguna vez


contemplar contigo el lago Michigan.

Ella volvió los ojos y miró al joven mientras él hundía las azules niñas de sus
ojos en las profundidades del Sena. La chica se complació en la vista del
perfil perfecto del joven actor y dejó escapar un suspiro sofocado.

A mí también me gustaría – dijo ella simplemente y no añadió más


comentarios. Sin embargo, para Terri había sido suficiente para sentirse
animado.
"Mira. Ese es el color más antiguo del Mundo

El matiz del Cielo y del Agua..."

El suave murmullo de Terry vino hasta mí,

traído por la delicada brisa

Luego se dispersó.

Hemos estado mirando hacia la misma dirección por largo rato

En lugar de mirarnos fijamente, el uno al otro

Quizás él no dijo ni una sola palabra

Pero mis oídos escucharon el sueño,

como el tono de una serena nota.

"Mira, Candy. Ese es el matiz del Cielo y del Agua,

El color más antiguo del Mundo...

Kyoko Misuki

Las avenidas junto al Río Sena son llamadas “quais”, y la suma de todas
ellas forma un largo boulevard dividido por los puentes que conectan a las
dos riberas. Cuando el bote hubo terminado su tour, dejó a los pasajeros
sobre “Quai des Agustins” y la joven pareja caminó a lo largo de esta
avenida hasta llegar al puente Saint Michelle, el cual conecta al Barrio
Latino con la Isla de la Ciudad. Eran las cinco y media y poco a poco los
colores del ocaso estaban empezando a pintar el horizonte. Terri y Candy
estaban mirando al río mientras se reclinaban sobre el barandal de piedra
del puente. A unos metros de ellos un organillero tocaba su instrumento
mientras su pequeña hija jugaba cerca de él con una pelota.

Candy observaba fijamente el cielo cuando sintió que la gran pelota roja de
la niñita le golpeaba las piernas. La joven se dio la vuelta para mirar lo que
había pasado y se encontró con un par de ojos negros imposiblemente
grandes que la veían con cándida curiosidad. Candy se puso en cuclillas
tomando entre sus manos la pelota que rebotaba a sus pies.

C’est á toi – preguntó la rubia con una de sus sonrisas deslumbrantes (Es
tuya)
Oui – respondió la niñita que debía de tener apenas tres o cuatro años.

La joven extendió su brazo hacia la criatura para darle la pelota y no pudo


refrenar el impulso natural de tocar las suaves mejillas de la pequeña. Los
grandes ojos de la niña la observaban con asombrada admiración, como si
ella fuese una visión de otro mundo.

Comment tu t’appelles? – demandó Candy movida por un impulso maternal

(¿Cómo te llamas?)

Giannina . . . . dijo la niña con sílabas sorprendentemente bien articuladas.

Con la ingenua confianza que solamente los niños pequeños tienen, la


chiquita jaló uno de los rizos rubios de Candy y sonrió brillantemente
cuando se dio cuenta de que los bucles se enroscaban de nuevo cuando los
soltaba. De esa forma Candy comprendió que la niña estaba maravillada
con su cabello, el cual le parecía especialmente gracioso. Ambas, niña y
joven, rieron ante su mutuo descubrimiento.

Estoy seguro de que ella será una madre amorosa y tierna – pensó Terri
quien estaba contemplando la escena en silencio - . . . Cómo quisiera que
esos hijos suyos pudiesen ser los mío.

¡Giannina, Giannina! – llamó el hombre del organillo y la niña


inmediatamente corrió hacia su padre.

Candy se puso de pie mientras miraba cómo la niñita se alejaba tomada de


la mano de su padre. Antes de que desapareciera por completo tras la curva
del puente, la pequeña se volvió y agitó su mano en señal de despedida. La
rubia respondió el gesto agitando su mano y sonriendo.

Es un amor – comentó Candy cuando ya no pudo ver a la niña.

Terri solamente respondió con una ligera sonrisa y continuó mirando al


horizonte. Ambos permanecieron en silencio por largo rato al tiempo que la
puesta de sol continuaba pintando su cotidiana obra maestras. No obstante,
la aparente clama en la cara del joven era solamente una máscara para
ocultar sus agitados pensamientos. Había una pregunta que le dolía en el
corazón y él sabía que el tiempo se le estaba agotando . . . si iba a formular
aquella pregunta, debía hacerlo ya.
¿Sabes, Candy? – comenzó con el corazón latiéndole estrepitosamente.

¿Si, Terri? – respondió ella.

Me siento un poco avergonzado porque dejé el hospital sin ver a Bonnot por
última vez. Me temo que no pude agradecerle como se debe – comentó él
con naturalidad . . . - ¡Bueno! Finalmente había mencionado el nombre de
su rival . . .de ahí en adelante solamente la suerte podría decidir.

Yves no está ya en París – replicó Candy con tristeza – Fue enviado al Norte
y el mismo día que tú dejaste el hospital él se fue de la ciudad.

¿En serio?- preguntó Terri abrumado con la noticia – Y . . . supongo que no


estás muy contenta con eso . . .

Las últimas palabras se hundieron en los oídos de Candy con lentas ondas.
Comprendió que la pregunta de Terri estaba inquiriendo por más de lo que
estaba él quería dejar ver . . . Pero . . .¿Cómo se suponía que ella debía
contestar a semejante cuestión?

Pues no es que me haga muy feliz saber que un amigo está arriesgando su
vida en el Frente – dijo ella finalmente sin saber si había escogido las
palabras correctas.

Supongo que . . .lo extrañarás – se atrevió él a preguntar.

Bueno . . .- dudó ella un poco – si . . .- y luego se quedó muda. La joven se


regañó a si misma por no ser capaz de terminar la frase como lo había
pensado: “No tanto como te extrañaré a ti, Terri”. Pero de algún modo las
palabras no acudieron a su garganta.

Una vez más ambos se quedaron en silencio. La mujer, lamentándose por su


falta de coraje; el hombre, empezando a sentir que finalmente había sido
derrotado por el médico francés.

Fue entonces que los últimos rayos del sol se mezclaron con las primeras
luces centelleantes de la estrella de la tarde. Las almas de Candy y Terri
fueron cautivadas por aquel mágico momento. Sus miradas se perdieron en
la superficie azul del río, el cual parecía encontrarse con el fondo azul del
cielo en un punto lejano en el horizonte. Era el color más antiguo de la
creación, pintado por el artista supremo en tonalidades iridiscentes sobre el
paisaje parisino.

Hermoso . . el color más antiguo del mundo . . .simplemente hermoso –


pensó ella y en aquel momento sus palabras mentales corrieron a través del
fino e invisible hilo que unía el corazón de ella con el de Terri.
Sí, es increíblemente hermoso – respondió él en voz alta y un segundo
después ambos estaban mirándose el uno al otro con ojos perplejos. No
dijeron nada, pero comprendieron en aquel instante que acababan de
experimentar otra vez, por la tercera ocasión en sus vidas, el misterioso
lazo que los unían con una fuerza inmortal.

En un sólo suspiro, una vasta colección de imágenes entrañables se


desplegaron en la mente de Terri. Vio de nuevo el Queen Mary en la noche
brumosa y la luz de dos verdes esmeraldas mirándolo con una bondad que
nunca antes él había visto en un extraño. Recordó cada encuentro furtivo
que él conscientemente solía buscar durante su época colegial. Vivió de
nuevo los momentos de aquel vibrante verano y sintió de nuevo el dulce
calor del abrazo de Candy. Experimentó la añoranza, las repetidas
separaciones, el sentimiento de pérdida total y el inmenso dolor de los
remordimientos. Probó una vez más el sabor agridulce del reencuentro en
una noche nevada, el despertar en aquel cuarto de hospital, el éxtasis de
cada día compartido al lado de la mujer con cuya alma él se encontraba
conectado por un lazo mágico. Y luego, se dio cuenta de que estaba a punto
de perderla, esta vez para siempre . . . a menos que probara utilizar el
último recurso: la verdad . . . pero una vez más un terrible nudo en la
garganta no le dejaba hablar.

Ambos se miraron el uno al otro sin ser capaces de articular palabra. Los
ruidos de los transeúntes se perdían con el golpeteo de sus corazones.
Candy sintió que una pesada presión en su cuerpo invadía sus sienes y la
hacía sentirse mareada. Terri, por su parte, estaba paralizado como si
estuviera en uno de sus sueños. Antes que él pudiera evitarlo, una lágrima
solitaria rodó por su mejilla y milagrosamente, como si la sensación fresca
de su humedad lo hubiese despertado, finalmente acopió fuerzas y abrió sus
labios.

He sido un tonto – masculló

Al primer sonido de su voz las lágrimas de Candy se liberaron de la prisión


de sus ojos y la joven volvió la cara, buscando un punto imaginario en la
nada del agua. Su rostro estaba convulsionado por las profundas emociones
que se revolvían en sus entrañas.

Un verdadero tonto, Candy – continuó él con voz enronquecida – Todos


estos años, desde aquella Noche de Año Nuevo cuando nos vimos por
primera vez, cada minuto, cada día, cada estación del año, en cada sueño y
con cada uno de los latidos de mi corazón, Candy, siempre has sido tú la
única mujer que yo he amado – dijo él dejando escapar un sollozo.

Ella se volvió de nuevo para mirarlo y esta vez sus ojos color de esmeralda
no pudieron escapar a la mirada azul del joven. Sin embargo, la joven no
pudo emitir palabra.
Ahora se que cometí el error de mi vida cuando te dejé ir aquella noche en
Nueva York – confesó él y sus palabras sorprendieron a la muchacha.

Hiciste lo correcto – habló ella finalmente

¡No! – negó él categóricamente con la cabeza – El tiempo me enseñó que


estaba equivocado. He aprendido de la manera más dura que no era moral
traicionar mis sentimientos por ti.

¡Pero ella te necesitaba! ¡Ella te necesitaba! – repetía la rubia entre


sollozos.

Sí, pero yo no podía darle lo que ella necesitaba de mi, porque ya te lo había
dado a ti desde la primera vez que posé mis ojos en ti ¿No ves que yo
solamente sé ser tuyo? No tiene caso negarlo por más tiempo. Nunca,
nunca pude sobreponerme a nuestro rompimiento, Candy. Estás grabada en
mi corazón, tu recuerdo corre por mis venas y pulsa en mi corazón. Eres
sólo tú la única que he amado siempre . . .aún si nunca supe cómo
demostrártelo verdaderamente.

¡Terri! – jadeó ella creyendo que su alma se salía por la boca.

Candy, no tienes idea de cómo traté de amar a Susana, pero cada vez que
yo miraba a mi corazón solamente podía sentir mi amor por ti aquí adentro.
No hay espacio para otro amor que no sea este amor tuyo. No era correcto
pretender que yo podría ser un buen esposo para ella cuando mi alma ya se
había desposado con la tuya desde la aurora de los tiempos. Yo debí haber
entendido esto y cuando aún era tiempo, romper esa mentira y luchar por el
amor que tú y yo compartíamos entonces. He sido un verdadero idiota y
durante los últimos días tampoco me he comportado muy inteligentemente.
En lugar de decirte lo que tengo justo aquí – dijo él tocándose el pecho –
actué como un retrasado mental, lleno de celos y orgullo – terminó
inclinando la cabeza avergonzado.

Terri, por favor, no sigas – rogó ella – si fue un error separarnos, entonces
tomo parte de esa responsabilidad también, porque yo fui quien decidió
dejar Nueva York aquella misma noche. Si esa decisión mía solamente te
trajo dolor, entonces yo soy quien merece cargar con la culpa – admitió - si
esta separación te hizo sufrir en lugar de ayudarte a sentirte mejor . . .
¡Entonces yo te lastimé y lo lamento amargamente!- concluyó ella con la
más triste expresión en su rostro.

No es así, no es así, Candy – se apresuró él a decir levantando sus ojos – Yo


fui quien primero te ocultó lo que estaba pasando . . .Te iba a contar todo,
pero simplemente no reuní el coraje para explicártelo ante de que te
enteraras de todo por ti misma . . . y después, yo fui quien empeoró las
cosas dándole mi palabra de matrimonio a una mujer que no podía amar.
Fui yo quien traicionó nuestro amor, fui yo quien te abandonó . . . ¡Ay,
Candy! Sé bien que las palabras nunca son suficientes para compensar por
el dolor causado, pero necesito pedir tu perdón . . . ¿Podrías . . podrías
alguna vez perdonarme, Candy? – preguntó él con una mirada vehemente.
Ella se quedó inmóvil por segundos interminables y él sintió que la muerte
trepaba por su corazón.

¿Alguna vez he podido guardar resentimientos contra ti? – murmuró ella y la


gloria de la esperanza abrió sus puertas para el joven.

¡Candy!- dijo exclamó él asombrado , y luego con renovado valor, se acercó


a la joven unos cuantos pasos – Candy, la otra noche en el hospital, vi tu
despedida con Yves y estaba seguro de que te había perdido para siempre.
De hecho, aún en este momento, acepto que no soy rival para un hombre
quien nunca te ha lastimado como yo lo hice . . . yo . . . tiemblo de miedo al
pensar que él pueda ya tener ese lugar especial en tu corazón . . . lugar que
una vez fue mío y que no supe cómo conservar . . .Ayer, estaba convencido
de que ya había sido exiliado de tu corazón para siempre, aún así algo
dentro de mi me dijo que tenía que tratar una vez más diciéndote toda la
verdad acerca de mis sentimientos por ti . . . Sé que no soy merecedor, sé
que no debería estar diciéndote estas palabras, pero . . . si . . tú me
perdonas . . .¿Podrías soportar esta confesión mía? Sé que lo nuestro está
acabado . . .pero, a pesar de mis muchas fallas yo también te amo . . .ahora
y siempre . . .

Terri . . .yo . . . – fue todo lo que ella pudo decir mientras las palabras del
hombre continuaban llenando sus oídos, llevándola a una tierra de sueños
mágicos.

No, no digas nada todavía . . .- rogó él – estoy abriéndote mi corazón pero


no espero que mi amor sea correspondido. Si me dices ahora que Yves ha
ganado tu cariño lo entenderé absolutamente . . .Sin embargo, si aún tienes
dudas sobre tus sentimientos, entonces, Candy, por favor dime qué quieres
que yo haga para ganar tu amor . . .Haré cualquier cosa que tú quieras . . .
¿Podría . . . si lo intento . . ..si llego a ser un mejor hombre . . . podría alguna
vez aspirar a tenerte de nuevo? ¿Podría creer que todavía puedo
recuperarte a pesar del amor de Yves por ti?

Candy bajó la cabeza y Terri sintió que el mismo infierno se abría bajo sus
pies, pero esa sensación sólo duró por un instante hasta que él vio cómo la
joven, con la cabeza aún colgando sobre su pecho extendía su brazo
derecho hacia él abriendo la palma de su mano. Entonces, ella levantó el
rostro lleno de lágrimas y sin poder pronunciar sonido alguno sus labios se
abrieron para pronunciar dos simples palabras que ella había repetido una y
otra vez durante los meses que él había pasado en el hospital, cada vez que
ella lo ayudaba a levantarse, pero ahora esas palabras cobraban nuevo
significado.

Ven aquí – dijo ella en un murmullo.


El joven caminó lentamente hacia ella, aún sin creer el significado del gesto
de Candy. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, ella lo recibió
cálidamente descansando su cabeza sobre el pecho del joven, mientras las
manos de él encontraban su lugar en la cintura de la chica en un tierno
abrazo. No hablaron por algunos minutos, saboreando silenciosamente su
cercanía mientras sus cuerpos se ajustaban lentamente al dulce calor de
aquel abrazo.

Al primer contacto, la joven pudo sentir claramente cómo un furioso rubor


cubría sus mejillas al tiempo que el hombre la encerraba en su abrazo. No
obstante, poco a poco el bochorno inicial se rindió ante otros sentimientos,
más íntimos y profundos. Al fin, después de años de añoranza su corazón
encontraba el camino de regreso a casa. Para Candice White, su hogar
estaba justo ahí, en los brazos del hombre que amaba y solamente le tomó
unos cuantos minutos el entenderlo.

La muchacha creyó en ese momento que podía pasar siglos de aquella


forma, unida al cuerpo de Terri mientras las manos de él corrían lentamente
por su espalda y sus cabellos, y su aliento de canela aromaba el aire,
calentando sus mejillas y cuello. Dejó escapar un suspiro y en aquel
instante se dio cuenta de que ella no le había dicho al joven lo que tenía en
su corazón.

Terri – le llamó ella en un susurro aún fuertemente sujeta al pecho del


joven.

¿Ummm? – masculló él desde el placentero trance de su ensueño.

Creo que me hiciste una pregunta que aún no he contestado- continuó ella
murmurando.

Ya se la respuesta . . . aunque a penas si puedo creerlo – replicó el


musitando al oído de ella.

Pero este tipo de cosas deben de ser dichas – insistió ella.

Entonces, hazlo de este modo – dijo él tomando el rostro de la chica en una


de sus manos con el gesto más tierno, ayudándola para que ella pudiera
verle a los ojos. Él miro al interior de las dos esmeraldas que habían plagado
sus sueños desde su adolescencia, pero antes de ahogarse en ellas inclinó
la cabeza hasta que los labios de la joven estuvieron cerca de su oído –
Simplemente susúrrame las palabras al oído para que sólo yo las escuche –
le pidió él.

La joven sonrió suavemente, muy conmovida ante su petición. Ella nunca


había dicho las palabras “te amo” a ningún hombre, aunque había estado
enamorada más de una vez. Candy cerró los ojos para darse valor, pero una
vez más el siempre presente rubor apareció haciendo las cosas aún más
difíciles.
Te amo, siempre te he amado – repitió al oído del joven y sintió que el
pavimento ya no existía.

Para ambos el mundo entero parecía haber desaparecido para dejar


solamente la sensación de los brazos de él sosteniéndola, estrujando su
cuerpo contra el de él, sus manos suavemente aferradas al cuello del joven,
el rostro de él sepultado entre los rizos rubios, la calidez de sus cuerpos, los
latidos de sus corazones, las lágrimas rodando en silencio, lavanda y rosas
confundiéndose en el aire, dos voces repitiendo en un murmullo: te amo.

No ha habido un solo día o noche – continuó ella murmurando a su oído sin


romper el abrazo – ni aurora ni ocaso que no haya pensado en ti en todos
estos años. Terri, traté de olvidarte, traté de superar este amor dentro de
mi. Este amor que creí un pecado, porque pensaba que te habías casado
con ella. Luché contra este amor, pero ha probado ser más fuerte que mi
voluntad. Yves es solamente un buen amigo quien desafortunadamente se
enamoró de mi, pero sus sentimientos no son correspondidos y esa noche
que fui con él al baile le dije la verdad. Ahora él sabe que tú eres el hombre
en mi corazón. Ningún hombre en este planeta podría despertar en mi los
sentimientos que tú animas en tu Candy, quien es tuya y solamente tuya,
quien jamás ha dejado de ser tuya a pesar del tiempo, contra viento y
marea ¡Ay, Terri, mi Terri! – dijo y se detuvo, ocultando el rostro en el pecho
de él, si n poder decir más porque las emociones la abrumaban, y aquello
fue lo mejor porque el hombre que la sostenía en sus brazos ya era
malvavisco derretido y no podía soportar más confesiones amorosas.

Permanecieron abrazados por largo rato. Demasiado sobrecogidos por el


sonido de mil cerrojos que repentinamente se abrían en el corazón de
ambos cuando finalmente encontraron en los brazos del otro la llave
perdida de sus almas. Al contacto de su mutuo calor, una serie de pequeñas
explosiones empezaron a desatarse en sus cuerpos, y antes de que
pudieran comprender la naturaleza de aquel misterio, un torrente de viejas
y nuevas ansias comenzó a reclamar satisfacción y Terri fue el primero en
dejarse llevar por el encantamiento de la cercanía física.

El joven apretó el abrazo mientras su cabeza se retiraba lentamente y su


mejilla acariciaba la de Candy, aspirando hondamente la fragancia de la
chica. Él tomó el rostro de ella en su mano derecha y levantó su mentón de
modo que pudieran verse a los ojos. Candy sintió que todo su cuerpo se
estremecían bajo la profunda mirada de Terri, pero por una razón
desconocida ella sostuvo el encuentro de sus ojos, ahogándose en las
pupilas azules del joven. Él no dijo palabra pero ella comprendió que iba a
besarla ahí mismo, y también supo que esa ocasión no se resistiría. Ella
había deseado un beso de los labios de él por tan largo tiempo que no podía
ya negarlo. Cuando el alma ha confesado sus secretos, la piel tiene que
seguir esa confesión.

Lentamente él inclinó el rostro acortando la distancia hasta que su piel pudo


sentir la cálida brisa del aliento de ella. Entonces, cerró los ojos y
permaneció inmóvil durante un rato. Terri estaba tan embriagado con ella
que tenía miedo de que se esfumase si se atrevía a tocar sus labios. Sin
embargo, la naturaleza fue más fuerte que sus miedos y pronto venció el
último vestigio de duda. Finalmente el joven concluyó la larga jornada que
había empezado una mañana de otoño, cuando dejó Londres, al momento
en que sus labios se encontraron con los de ella después de años de
añoranza y dolorosa separación.

Candy recibió la caricia asombrada por la ternura desplegada por el primer


contacto del joven. Breves besos llovían sobre sus labios con un ligero
acento húmedo. El joven apenas rozaba la suave piel de su boca como si
ella estuviese hecha de espuma y porcelana delicada. Una serie de
pequeños choques eléctricos comenzó a invadir ambos cuerpos mientras la
sensitiva piel de sus labios se acariciaba mutuamente. Por una razón que él
no pudo entender, Terri se sentía como un niño tímido perdido en los
encantos de Candy pero no lo suficientemente atrevido como para verter en
ella toda la pasión reprimida en el fondo de su corazón.

De repente, ella se sorprendió a su misma respondiendo a las caricias del


joven y a la suave calidez del abrazo el cual comenzaba a aumentar su
intensidad. Antes de que ella se pudiera dar plena cuenta de ello, el beso de
él se volvió más urgente y ella le respondió, movida por un instinto
femenino que ignoraba poseer. Sin saberlo, ella abrió su boca y él
inmediatamente reaccionó besándola ya no como el adolescente que alguna
vez le robara un beso, sino como el hombre que la había deseado por años.
Él reclamó la boca de ella para explorarla libremente en un arrebato
íntimamente profundo. Ella no opuso resistencia aún cuando la última gota
de aire con la que contaba se había desvanecido mucho tiempo antes.
Candy comprendió que él la estaba tomando con un solo beso y con ese
gesto apasionado le hacía saber que había regresado para reclamar su alma
y cuerpo. La joven supo entonces que ella había nacido para ese momento
dorado. Ella había sido creada como mujer sólo para amar al hombre que
entonces la besaba.

Un beso, cuando es dado con amor verdadero, es la chispa que enciende los
incontrolables torrentes de la pasión. Corrientes de energía eléctrica
corriendo a través del cuerpo, conectando la piel con la mente y el alma,
parecen despertar en nuestras venas la instigante fuerza de la naturaleza.
Eso fue lo que pasó con los cuerpos de Candy y Terri en ese momento en
que se entregaron el uno al otro en aquel prolongado beso. De repente
Candy dejó de ser una niña para convertirse en mujer, y como mujer
comprendió que las ruedas de la pasión estaban ya girando en su interior y
no se detendrían hasta que pudieran calmar su mutua sed en un íntimo
abrazo.

Terri, por su parte, no podía pensar mucho, totalmente perdido en la


lisonjera sensación de su exploración en el cuerpo de Candy ¡Qué increíble
dicha de sus labios sobre los de ella, saboreando la aromada esencia de su
boca humedecida, probando su perfume de fresas, aún el mismo desde
aquella tarde en que la había besado por primera vez! ¡Qué inmenso placer
de cada uno de sus montes y valles estrujados contra sus músculos! ¡Que
dulce sensación de la piel trémula de la joven bajo sus besos que siguieron
un rastro húmedo sobre la sedosa mejilla de la muchacha hasta la cremosa
hendidura de su cuello! Él percibió complacido cómo la respiración de la
joven empezaba a hacerse irregular, clara señal de cómo él la estaba
afectando con sus caricias. Nunca en toda la vida del joven actor había él
disfrutado de una sensación tan poderosamente placentera. Era una clase
de embriaguez aún más profunda e increíblemente más fuerte que aquella
que el licor puede ofrecer.

Candy jadeó brevemente con voz enronquecida cuando sintió las caricias de
Terri sobre su cuello mientras nuevas sensaciones invadían su cuerpo. Pero
su gemido espontáneo hizo reaccionar a Terri. Pronto el joven volvió en sí y
se dio cuenta de que aún se encontraban en medio de la vía pública y que
él estaba arrastrando a ambos hacia la orilla de un precipicio del cual ya no
habría retorno si no se detenía inmediatamente.

Él retiró sus labios del cuello de la joven muy lentamente, dejando


reticentemente aquella laguna de nácar que lo seducía con su sabor. Luego
hundió el rostro en los rizos de la chica y le murmuró al oído.

Perdóname, amor – susurró – Te amo tanto que olvidé que estamos en un


lugar público y que tú eres una dama . . . Mi única excusa es el ansia loca
que he tenido que soportar durante todos estos años. Candy, tú has sido mi
más grande obsesión y ahora apenas puedo creer que aún me amas . . .yo
simplemente . . . me dejé llevar.

La rubia se movió hasta que pudo ver de frente al joven. Cuando sus ojos
pudieron encontrarse había una dulce sonrisa de comprensión en el rostro
de ella que admiró a Terri con su madurez.

Está bien, Terri, no hay nada que perdonar – murmuró bajando los ojos en
un tímido gesto – Yo...yo también necesitaba estar . . . cerca de ti – confesó.

Terri miró a la joven agradecido al tiempo que deshacía el abrazo. Tomando


la mano de Candy en la suya, comenzó a caminar lentamente. La joven lo
siguió encantada con el gozo increíble de caminar de la mano con el hombre
que amaba. Ninguno de los dos sentía el pavimento bajo sus pies.

Habían salido del puente y caminaban ya por la avenida en completo


silencio. De repente, las palabras parecían innecesarias entre ellos. El
callado rumor del Sena corriendo en su impasible curso y el ruido de la
ciudad se perdían en la abrumadora música de sus sentimientos. Él soltó la
mano de ella para colocar su brazo alrededor de los hombros de la joven.
Ella instintivamente rodeó la cintura de él y de ese modo continuaron
caminando por largo rato.

Pero finalmente, el reloj de la catedral sonó las seis de la tarde y de algún


modo las campanadas los hicieron regresar de la tierra de sueños que
habían compartido por un tiempo que no pudieron contar. Era ese
misterioso momento del día en el cual no se pude decir si el sol se acaba de
poner o está a punto de levantarse.
Candy - Dijo Terri rompiendo el silencio – Mañana tendré que . . – se detuvo
él con un dejo de duda en su tono.

Las palabras de Terri se hundieron en los oídos de Candy trayendo un nuevo


sabor amargo a aquel momento que hasta entonces había sido perfecto.

Mañana partes al frente ¿No es así? – preguntó ella con voz temblorosa.

Sí – replicó él -. Pero te escribiré todos los días y cuando esta guerra acabe .
.

¡Shh! – dijo ella posando su dedo índice sobre los labios del joven – Terri,
esta guerra me ha enseñado que no podemos contar con nada que no sea el
hoy . . .- y luego ella se detuvo mientras una sombra oscura cruzaba sus
bellas facciones – no me prometas nada ahora, sólo Dios sabe lo que
tendremos que enfrentar cuando te hayas marchado.

Terri observó como los ojos de ella se nublaban ante la perspectiva de los
nuevos peligros que él tendría que enfrentar tan pronto como hubiese
regresado a la línea de fuego. El joven sintió que el corazón se le encogía
ante el rostro preocupado de la joven y en su mente él empezó a buscar
desesperadamente por una respuesta para afrontar aquel nuevo dilema que
tenían enfrente. Terri estrujó la mano de Candy en la suya y luego la
condujo a una banca cercana donde ambos se sentaron.

Candy – comenzó él con tono temeroso – Entiendo claramente que en la


presente situación podría parecer fútil hacerte promesas . . . pero , yo creo
que necesito . . . debo . . . preguntarte esto ahora.

¡Terri! – abrió ella la boca con estupefacción, sin poder emitir más palabras.

Candice White – continuó él mirándola a los ojos con adoración mientras


sostenía sus manos con gesto nervioso – me has confesado que aún me
amas ¿Podría acaso inferir de tus palabras que aceptarías mi palabra de
matrimonio? ¿Me considerarías para ese honor?

¡Ay Terri! – dijo ella suspirando mientras dos gruesas lágrimas rodaban por
sus mejillas - ¡ Si, sí, mil veces , sí! Dios sabe que ser tu esposa ha sido
siempre mi sueño más preciado ... Pero no estoy segura si deberíamos estar
hablando de esto ahora, cuando nuestro futuro es tan incierto. Tengo miedo
Terri, tengo miedo del destino, el cual siempre ha sido adverso a nuestro
amor. Si algo te pasara en el frente yo . . . yo

No sigas, por favor – dijo él sin poder resistir más mientras silenciaba las
palabras de ella con nuevos y ardientes besos, enardecido por el significado
implícito en las palabras de la joven – no digas más – masculló entre un
beso y otro – Yo voy a estar bien . . . pero ahora . . . esta confesión amorosa
tuya . . es demasiado . . .para mi . . . no puedo soportar . . . tanta . . .
felicidad.

Luego él ya no pudo decir más, bebiendo una vez más la esencia de la boca
femenina en un profundo beso. Candy lo recibió gustosa. Nada podía ser
mejor en este mundo que su cercanía. Ambos permanecieron sellados a los
labios del otro por algún rato mientras Venus iluminaba el horizonte sobre el
río Sena. Cuando se separaron para tomar aire Terri levantó el mentón de la
chica y reposó su frente sobre la frente de ella.

Escucha – explicó él – Juguémosle una mala pasada al destino esta vez. Seré
el hombre más feliz de la tierra si puedo tenerte en mis brazos esta noche,
pero quiero hacer las cosas bien. Acabas de decir que te casarás conmigo.
Entonces cumple tu promesa ahora . . . ¡Cásate hoy conmigo!

Candy abrió sus ojos de par en par, sin estar completamente segura de
haber entendido bien lo que él le había dicho.

Pero Terri, tú sabes que eso es imposible – replicó ella con ojos entristecidos
– eres un recluta y es en contra de las leyes militares que los reclutas
solteros contraigan matrimonio en tiempos de guerra. Además, aún si fuese
posible, no podríamos arreglar las cosas para esta noche.

Una gran sonrisa apareció en el rostro de Terri.

Hay un modo – dijo él – Conozco a alguien que nos puede ayudar con eso.
Solamente necesito saber si tú estarías dispuesta.

Tú ya sabes eso – replicó la joven.

Pero quiero oírlo de tus labios – pidió él con su deslumbrante sonrisa.

Entonces, la respuesta es sí, acepto casarme contigo hoy, si ese milagro es


posible.

Lo es – insistió él – Ahora, dame otro beso, que he languidecido de hambre


por tus labios durante mucho tiempo y ahora no me sacio de ellos.

El carruaje se detuvo en el número 35 de la calle de Fontaine. El Molino Rojo


estaba justo a un par de cuadras de aquella casa elegante y antigua de
estilo neoclásico donde el taxi los había dejado. Estaban en el corazón de
Montmartre, centro de la vida nocturna en la ribera derecha. El joven se
apeó del carruaje y en lugar de ayudar a la muchacha tomándola de la
mano, la asió de la cintura, levantándola hasta que ella estuvo de pie en la
calle mientras que él la abrazaba con fuerza.

¡Terri, ya deja! – le regañó ella al tiempo que él insistía en besarle la mejilla


y las sienes, pero como la joven se reía alegremente el hombre no puso
atención a sus débiles quejas.

¿Por qué debería hacerlo? – le retó él con una sonrisa endiablada mientras
le besaba el lóbulo de la oreja.

Porque ya hemos llegado a la casa ¿No vas a tocar a la puerta para ver si
hay alguien? – preguntó ella tratando de soportar las cosquillas que él le
causaba en la oreja.

Está bien – se rindió él ante el sentido común de la joven – pero ni siquiera


pienses que me voy a detener después – insinuó él y ella se puso roja como
un betabel.

El joven tocó a la puerta con pulso firme. No pasó mucho tiempo antes de
que alguien desde el interior de la casa respondiera con una suave voz
masculina y los cerrojos de la puerta empezaran a abrirse. Un hombre de
mediana edad les abrió, y una vez que la joven pareja hubo explicado la
razón de su visita el sirviente la invitó a pasar.

Ambos se sentaron en la sala decorada con gusto sobrio, mientras el joven


tomaba las mano de la chica. Un minuto después un hombre alto aparecía
en la habitación.

Padre Graubner. Gracias por recibirnos en su casa – dijo Terri poniéndose de


pie cuando el sacerdote entró al cuarto.

Es un placer verles a ambos – dijo el hombre con una pregunta en el rostro –


pero esta no es mi casa. Soy sólo un huésped. Esta es la casa del Obispo
Benoit, quien está a cargo de la Basílica del Sagrado Corazón, no muy lejos
de aquí.

Ya veo, la hermosa iglesia blanca sobre una colina, donde hay que subir mil
escalones antes de llegar al atrio – comentó Candy cuando el sacerdote la
saludaba.

Bueno, mi joven dama, – se rió sofocadamente el sacerdote ante la


acotación de la chica – hay solamente 237 escalones, pero ha dicho usted
lo justo, porque para un hombre con un corazón débil como el mío, esos
escalones parecen realmente ser 1000. Pero tomen asiento mis amigos ¿Les
gustaría tomar algo?
Una anciana trajo algo de vino para el cura y té para la pareja, y una vez
que Graubner fue dejado a solas con los jóvenes, Terri explicó el verdadero
motivo de su visita. Conforme el muchacho hablaba, el sacerdote giraba sus
ojos oscuros viendo a ratos la radiante expresión del joven y luego el
sonrojado rostro de la chica para después volver a mirar al actor. La verdad
es que un hombre como Graubner, quien tenía tanta experiencia y conocía
tan bien la naturaleza humana, no necesitaba ninguna explicación, bastaba
con mirar a la pareja y estar consciente de los tiempos que se vivían
entonces para comprender lo que estaba pasando. Pero Graubner dejó a
Terri terminar su historia. Luego, con una expresión muy grave respondió:

Querido amigo – dijo dirigiéndose al joven aristócrata - ¿Te das cuenta de lo


que ustedes dos me están pidiendo hacer? Sabes bien que hacer algo así
sería ir en contra de las leyes militares y, nosotros los sacerdotes tenemos
órdenes estrictas de respetar esas disposiciones.

Lo entendemos, padre – replicó Terri – pero usted también sabe que el amor
es una autoridad superior.

¿Me estás pidiendo que desobedezca a mis superiores?- preguntó Graubner


con el ceño fruncido.

No exactamente, padre – se aventuró Candy a decir – Le estamos pidiendo


que se olvide de sus órdenes por unos cuantos minutos. . . . Estoy segura de
que nadie lo notaría- concluyó ella con una sonrisa que hubiese derretido al
hierro.

El hombre, sin poder ya ocultar cuán divertido se hallaba con la situación, se


rió estruendosamente por un buen rato ante el comentario de la joven.,
mientras la pareja se miraba entre sí, confundida por el súbito cambio de
humor en el sacerdote.

Um Himmels Willen! – exclamó Graubner doblando el cuerpo por la risa – Yo


. .yo...comprendo ahora por qué los dos están tan enamorados el uno del
otro. Son ustedes una pareja de rebeldes ¿Alguna vez observan las reglas,
hijos míos? – preguntó el cura entre risotadas – Pero ...bueno.. Jesucristo fue
también un rebelde . . .así que Dios los bendice a todos ellos.

¿Quiere usted decir que acepta?- preguntó Candy sorprendida.

¡Por supuesto que acepto, hija!- replicó el sacerdote con una sonrisa – De
hecho, les pude haber ahorrado toda esa explicación, sabía ya la razón de
su visita desde el momento en que miré sus caras.

Entonces usted se estaba divirtiendo con nosotros – comentó el joven con


una sonrisa maliciosa – Y nunca pensó en negarnos el favor ....Usted
hubiese sido un buen actor, padre.
No pude evitarlo – respondió el hombre – Pero, querido Terrence, sabes bien
que a mi no me importan mucho las órdenes de mis superiores cuando
están en contra de mis principios ¿Tienen ustedes idea de cuántas de estas
bodas he realizado desde que empezó la guerra? . . . ¡Yo ya he perdido la
cuenta! – concluyó el sacerdote y la pareja se rió ante las diabluras del cura.

El Obispo Benoit estaba en Roma visitando al Papa, así que Erhart Graubner
tenía la casa para a su completa disposición por todo el tiempo que la
necesitara. Se trataba de una casona confortable con una capilla privada. En
aquel lugar íntimo y callado, adornado con elegantes columnas jónicas,
parquet estilo Versalles en el piso, dos discretos floreros de cristal con
narcisos blancos sobre el altar y un crucifijo de plata como el único icono
religioso sobre las paredes azul cielo, Candice y Terrence contrajeron
matrimonio la noche del primero de septiembre de 1918.

Estaban a miles y miles de kilómetros de su país natal, ninguno de sus


amigos o parientes estuvo presente, no hubo tiempo para comprar un lujoso
vestido de novia, el novio no portaba un frac, no hubo padrinos ni damas, o
música o pastel y los anillos habían sido usados por otra pareja 25 años
antes. Sin embargo, el joven aristócrata y su novia parecían no notar todas
aquellas irregularidades en absoluto. Había una única verdad que les
importaba, que el mismo destino que los había forzado a separarse había
reparado su error permitiéndoles reencontrarse en medio del vórtice de la
guerra y el amor había hecho el resto. Cualquier otra consideración más allá
de este hecho era innecesaria.

A pesar de las inconveniencias, Graubner nunca vio, en todos sus años


como sacerdote, otra novia más hermosa ni otro novio más deslumbrante
que aquellos enfrente de él en esa noche. La joven rubia estaba bañada por
la suave luz de los candelabros, la cual hacía centellear sus cabellos
dorados y sus profundos ojos verdes en incontables chispas y el joven a su
lado, aún demasiado abrumado por la inesperada bendición, no hallaba otro
lugar para concentrar su atención que en aquella ninfa blanca que estaba
desposando.

La ceremonia fue breve y más bien informal, pero quedaría grabada en el


corazón de los amantes por el resto de sus vidas. Cada gesto, cada palabra,
cada silencio y mirada que compartieron en ese instante mientras
pronunciaban sus votos jamás se olvidaría aunque vivieran cien años . . . y
aún cuando la muerte los separase.

Yo Candice White Andley, prometo amarte, Terrence Greum Grandchester,


seas pobre o rico, en enfermedad o salud, por el resto de mi vida y hasta
que la muerte nos separe – dijo ella mientras las lágrimas cubrían sus
mejillas sonrosadas y él tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abrazarla
en ese momento. Sin embargo, tuvo las fuerzas para esperar un momento
más mientras él pronunciaba sus votos.

Yo, Terrence Greum Grandchester, prometo amarte, Candice White Andley,


seas rica o pobre, en enfermedad o salud, por el resto de mi vida y hasta
que la muerte nos separe – respondió él sabiendo que aquellas eran las
líneas más importantes que diría en toda su vida.
La joven miró a Terri comprendiendo que desde ese momento todos sus
proyectos, esperanzas, morada, nombre y su vida completa estarían ligados
e invadidos por aquél noble arrogante que alguna vez ella había conocido
en Inglaterra. Él, quien se había convertido en su ocaso y aurora, estaba
finalmente unido a ella de un modo que ningún otro ser humano podría
estarlo. Candy sintió entonces que la gran aventura de su vida había
realmente comenzado.

Entonces, en nombre de la Santa Madre Iglesia yo los declaro marido y


mujer – dijo el sacerdote y la pareja no le dio tiempo para decir más porque
el novio no esperó por su autorización para besar a la novia. Pero el padre
Graubner no se quejó.

Besando a su esposa por primera vez, Terrence se sintió liberado de la


pesada carga que se cernía sobre sus hombros, la cual había llevado sobre
de sí por largos años. Al fin, con la mujer que amaba en sus brazos, había
encontrado su verdadero hogar y su alma podía descansar.

Durante tiempos de guerra es común que la gente pobre se vuelva


indigente y aquellos que alguna vez fueron ricos desciendan algunos pasos
en la escala social, y algunas veces enfrenten diversos problemas
económicos que los llevan a la bancarrota. Ese había sido el caso de la Sra.
Guibert. Su esposo, un rico hombre de negocios, había muerto 15 años
antes de que la guerra estallara y sin él para administrar su riqueza, la
fortuna del los Guibert había disminuido dramáticamente después de 1914.
Así que la Sra. Guibert, quien era una matrona optimista, había decidido
usar su casona como hotel para ganarse los francos que la herencia de su
esposo no podía ya proveer.

La casa de los Guibert había sido construida en el siglo XVII y tenía un estilo
prerrevolucionario con vigas de roble en el techo y gruesos muros de
piedra. La residencia se encontraba en el corazón del Barrio Latino, justo en
la calle Monsieur Le Prince, no muy lejos del Jardín de Luxemburgo. El lugar
era escrupulosamente limpio, confortable y encantador. Terri lo había
escogido por azar el día en que había dejado el hospital. Nunca imaginó que
aquel sería el lugar en que él y su esposa pasarían su noche de bodas.

Cuando uno de los huéspedes entró en la casa seguido de una joven rubia,
la señora Guibert, quien estaba como de costumbre en la recepción, no hizo
ningún comentario. Después de ser hostelera por cerca de cuatro años
durante época de guerra, la dama estaba acostumbrada a esas escenas y
las tomaba como lo que eran, la cosa más natural del mundo. No obstante,
cuando la mujer sintió la peculiar aura que rodeaba a aquella pareja en
especial, no pudo evitar un suspiro al tiempo que recordaba los días de su
primera juventud en que ella misma había estado locamente enamorada
como la joven que entonces subía las escaleras luciendo un primoroso rubor
coloreando sus blancas mejillas.
Santa Madre, haz que esta noche sea hermosa para ella – se dijo la mujer al
tiempo que se persignaba.

Como el verano

Entre mi boca revienta un beso maduro ya para

Tus labios,

Como una roja fruta amorosa,

Plena de mieles y anhelos sabios.

Entre mis dedos una caricia se enreda ansiosa,

Presta a brotar,

Como capullo núbil de seda maravillosa.

Que mis deseos habrán de hilar.

¡Oh amado! Prueba la ardiente fruta desconocida,

coge en mi mano

la seda ansiosa de mi emoción,

siega en mi cuerpo –campo de vida-

la rubia espiga de la pasión.

Bebe en mi sangre sol de verano . . .

¡Hoy tengo el alma de la estación!

Esperanza Zambrano

El cuarto estaba casi oscuro, solamente la tímida luz de una vela sobre la
mesa de noche iluminaba la habitación que súbitamente pareció tan cálida
cuando ella entró. Cerré la puerta lentamente y esperé por un segundo
antes de volver el rostro.

A la tenue luz de la vela, pude ver cómo ella se soltaba el cabello de la cinta
blanca que estaba usando, dejando que una cascada dorada de imposibles
rizos cayese sobre su espalda. Yo había soñado tantas veces con este
momento pero la visión de la mujer que tenía entonces frente de mi estaba
más allá de mi más loco sueño.

…………………

Miré alrededor de la alcoba y todo lo que pude ver parecía simplemente


perfecto. El lugar era cálido y acogedor. Había una ventana con paneles
corredizos con una linda vista de la calle bulliciosa. En la mañana esa misma
ventana permitiría la entrada de los rayos solares a la recámara. A la
izquierda había un escritorio de cedro con un ramo de rosas rojas. La cama
estaba cubierta de un edredón tejido que era una verdadera obra de arte.
Aún así, no pude apreciar mucho estos detalles a la primera vista, tan
nerviosa e inquieta estaba. Nunca antes me había sentido con tanto miedo y
tan feliz al mismo tiempo como me sentí en aquel momento.

Caminé hacia la ventana dando la espalda hacia él. Yo no ignoraba lo que


esencialmente estaba por suceder entre nosotros aquella noche . . . pero
más allá de mis conocimientos básicos proporcionados por mis clases en la
escuela de enfermería yo era totalmente ingenua en cuanto al amor se
refiere ¿Cómo se suponían que una mujer reaccionase en semejante
situación? ¿Cómo podría yo enfrentar una intimidad semejante si sus meros
besos derretían todo mi cuerpo?

Tratando de encontrar un alivio para mi mente confundida solté el moño


que sostenía mi cabello. Un segundo después sentí las manos de él sobre
mis hombros haciéndome volver el rostro para mirarle y ya no pude pensar
más.

…………………

Cerré las distancia entre nosotros y alcancé sus hombros con mis manos.
Cuando pude mirarla, noté que ella bajaba los ojos con timidez.
Repentinamente se me ocurrió que aquella sería su primera vez y aún
cuando esta simple idea me sobrecogía el corazón con un inmenso gozo,
también me preocupaba enormemente. No quería asustar a esta joven
sirena, a la cual yo había adorado y deseado desde mis años de escuela y
que era, por un increíble y afortunado giro del destino, mi recién desposada
compañera.

Levanté su mentón con una de mis manos usando la otra para abrazar su
diminuta cintura. Le di un beso ligero como una mariposa y resistí con todas
mis fuerzas para no continuar y finalmente liberar todas mis urgencias
íntimas.

Pequeña pecosa – le dije suavemente – esta puede ser una experiencia


única y maravillosa para ambos. No tengas miedo, yo voy a cuidar de ti.
Descubramos juntos el secreto éxtasis que el amor tiene reservado para
unos cuantos seres afortunados como tú y yo – susurré a su oído.

Ella levantó esos ojos acuosos ojos verdes suyos, pequeñas lagunas llenas
de luz y temblorosas sombras, para mirar a los mío.
…………………

Cuando escuché sus palabras en mi oído sentí cómo mis miedos se


desvanecían lentamente con el sonido de su voz que nunca había sido tan
tierna como en aquel momento. De pronto supe que podía estar segura en
su abrazo. Con nueva confianza miré en sus ojos azules y comprendí que él
también estaba nervioso.

Estaré bien, Terri – logré decir con mi tono más suave, tratando de hacerlo
sentirse mejor y después me sorprendí a mi misma añadiendo – Yo deseo
estar contigo tanto como tú deseas estar conmigo.

…………………

Sus dulces palabras casi hicieron explotar mi sangre, pero tenía que
mantener el control sobre mis inclinaciones naturales que me exigían
tomarla justo ahí y en ese mismo momento. Sabía que tenía que ser
paciente y tierno. Sólo la abracé muy ligeramente mientras ella descansaba
su cabeza en mi pecho. Podía escuchar su delicada respiración invadiendo
mis sentidos con una mezcla de rosas y fresas silvestres.

Mi mejilla sintió el sedoso toque de su cabello dorado y desee más que


nunca antes acariciar aquel caprichoso cabello ondulado. Poder desear y
cumplir ese deseo al mismo tiempo era algo nuevo para mi, así que me
embebí en aquel brillante laberinto dorado tan asombrado como la niñita
sobre el puente ante la maravillosa melena de Candy.

Te digo un secreto – le murmuré al oído mientras acariciaba sus largos


bucles – cuando era un adolescente, a veces pensaba que tú no eras real.

¿Qué era yo entonces? ¿Un duende? – se rió ella en mi pecho.

No . . . un hada con cabellera rubia increíblemente rizada – expliqué y mis


palabras la hicieron alzar la cabeza y mirarme directamente a los ojos. No
dijo nada pero supe que sus ojos sonreían.

Pero después – continué – comprendí que estaba equivocado.

Y te diste cuenta de que yo era sólo una chica - concluyó ella.

Te equivocas – repliqué posando mi dedo índice sobre su naricita – me di


cuenta de que eras un ángel . . mi ángel - dije ahogando mis últimas
palabras en sus labios y pude notar que ella se estaba acostumbrando a mis
besos porque respondió casi inmediatamente.

…………………

Y una vez más me volvió a besar . . . ¿Qué número de beso era aquél? No
podía ya saberlo. Desde nuestro segundo beso sobre el puente él había
buscado mis labios tantas veces que era imposible llevar la cuenta. . .Sin
embargo, entendí que con cada nuevo encuentro con su inquietante boca
mi cuerpo aprendía más y más de aquel hombre quien inesperadamente yo
había tomado como esposo . . Pronto, sus caricias se volvieron más
ardientes y pude sentir cómo mi cuerpo reaccionaba naturalmente a sus
exigencias. Estaba tan perdida en sus besos en mi cuello que ni siquiera me
percaté del momento en que él empezó a desabotonar mi vestido.

…………………

Desde nuestro abrazo sobre el puente Saint Michelle, yo no había tocado su


cuello de nuevo, consciente del encantamiento abrumador de aquella
caricia y siempre temeroso de perder el control sobre mis impulsos. Pero
ahí, en medio de la penumbra de la habitación, estábamos saboreando por
primera vez los placeres de la intimidad total ¿Qué podía impedirme
compartir con mi esposa toda la pasión que había guardado sólo para ella?

Entonces mis manos alcanzaron los botones en su espalda y finalmente


concluí que la profesión de costurera era ciertamente la más infame de
todas ¿Cómo puede alguien urdir la idea de diseñar un vestido con más de
veinte pequeños botoncitos? A pesar de mi fastidio, debo admitir que
disfruté profundamente sabiendo que estaba a punto de develar una belleza
con la cual yo siempre había soñado.

Una vez que hube terminado con el último de aquellos aborrecibles botones
mis manos corrieron sobre su espalda sintiendo el delicado material de su
corpiño y la suave piel que estaba expuesta hasta que alcancé su cuello el
cual aún mis labios se encontraban disfrutando. Pude sentir el temblor de su
cuerpo cuando mis manos retiraron suavemente los hombros del vestido y
ella al fin se dio cuenta de que estaba a punto de quitarle la ropa.

…………………

Sentí cómo sus labios dejaron mi garganta y sus ojos se levantaban para
mirar en los mío. Me creí hipnotizada por sus profundidades azul- verdoso a
un punto en que mis defensas regulares se hallaban a su nivel más bajo.
Estaba consciente de que él siempre había tenido ese poder sobre mi, pero
esa noche él estaba usando sus armas de seducción con todas sus fuerzas.
Pasó sus manos por mis hombros y noté que estaba ya desvistiéndome. Era
como si estuviera acariciándome al mismo tiempo que hacía que el vestido
cayera a mis pies.

Aunque no estaba realmente desnuda frente a él, me sentí tan preocupada


por mi apariencia en ese instante que cada parte de mi cuerpo me pareció
incómodamente imperfecta a mis ojos. No obstante, las primeras
sensaciones de bochorno desparecieron tan pronto como él dulcemente me
forzó a mirarlo directamente. Fue entonces cuando pude leer en sus ojos
que él no estaba decepcionado. Pero el largo viaje más allá de los límites del
pudor apenas comenzaba. Él me guiaba y yo supe que lo seguiría a
dondequiera que él me llevase.

Con gran incredulidad vi como él tomaba mis manos y se las llevaba hacia
su pecho.
Por favor, hazlo por mí – Me suplicó. Supe entonces que él quería que yo
desabrochara su camisa y cuando vio mi expresión de perplejidad me animó
con una de sus sonrisas traviesas que suelen volverme loca – No será la
primera vez que lo hagas, mi dulce enfermera.- bromeó

Pero esta vez es diferente – argumenté débilmente

Ciertamente . . . pero imagínate que no es así.

…………………

La observé mientras ella desabotonaba seriamente mi camisa, disfrutando


con todas mis fuerzas una de las experiencias más eróticas que he tenido.
Pronto me encontraba desnudo de la cintura para arriba guiando sus manos
para que acariciara mi cuerpo. Percibiendo sus tímidos avances sobre mi
pecho pude comprender cuán profesional ella había sido durante el tiempo
que había cuidado de mi en el hospital. Sentí que ella también me deseaba,
pero era tan deliciosamente tímida que no podía evitar su siempre presente
rubor. Curiosamente, su timidez solamente contribuía a seducirme más.

No te imaginas lo que provocas en mí, Candy – gemí roncamente – me has


embrujado, mujer ¿Qué clase de encantamiento me has lanzado?

Solamente te he amado, Terri – respondió ella dulcemente, mientras sus


dedos se movían a lo largo de mi torso y hombros haciéndome estremecer
bajo su toque. – con todo mi corazón. Cada día de todos estos años nunca
he dejado de pensar en ti . . .soñar contigo.

A este punto no pude ya contenerme más y la tomé en mis brazos


estrujando cada una de sus tentadoras curvas contra mi cuerpo y clamando
la humedad de su boca con mis recién ganados derechos de esposo.

Caímos al lecho y rodamos libremente hasta que yo me encontraba sobre


ella, mi peso oprimiendo su cuerpo. Mis manos se sintieron libres de las
ataduras que las habían mantenido quietas antes, empezando a explorar las
finas líneas de su hermosa geografía, memorizando y registrando en mis
sentidos lo que mis ojos ya habían aprendido de memoria desde la primera
vez que se habían posado en ella. Yo había deseado a Candy desde la
primera noche en la que la vi en la niebla. Aquella primera noche después
de nuestro breve encuentro me fui a la cama pensando en aquella delicada
flor silvestre con quien me había tropezado. Nunca antes una chica me
había parecido tan segura y osada como aquella pequeña rubia con ojos
que mataban con sus destellos verdes. Recordé cómo el suave material de
su vestido flotaba sobre las delicadas curvas de su cuerpo adolescente. Mi
mente atrevida no pudo evitar pensar intensamente en las delicias que el
vestido cubría. Aquella noche me quedé dormido imaginando que develaba
la gloria de su desnudez, reclamando para mi el derecho de poseer sus
favores.

Pero ahora, la misma belleza, con un cuerpo más maduro y glorificado como
correspondía a una mujer adulta, estaba atrapada en mis brazos, su
respiración se hacían cada vez más agitada, sus brazos acariciaban
apasionadamente mis flancos y espalda mientras que su boca se abría y se
entregaba a mi exploración más audaz. Giré con ella suavemente para
poder descansar sobre mi flanco izquierdo. Mis labios dejaron los de ella con
cierta reticencia, sólo para asaltar con igual pasión su quijada y garganta.
Quería devorara aquel cremoso y largo cuello.

…………………

¿Qué pasa cuando Terri me tiene en sus brazos? Todavía no lo sé, a pesar
de los años . . . Solamente atino a saber que él se convierte en el amo del
juego sensual con su toque seductor e inconscientemente yo le sigo de
buen grado.

Cuando llegamos a la cama sentí que nos movíamos hacia un mundo que yo
nunca había imaginado. Desde ese momento todo fue descubrimiento. Nada
que yo hubiese leído o visto pudo haber preparado mi mente para ese
encuentro de piel y almas. Él navegó sobre mi cuello y garganta hasta que
alcanzó mis hombros y sentí como deslizaba los tirantes de encaje de mi
corpiño. No pasó mucho tiempo antes de que él estuviera dejando un rastro
húmedo sobre mis hombros y brazos desnudos haciendo temblar todo mi
cuerpo. Al mismo tiempo, pude sentir cómo sus manos recorrían mi cuerpo
tocando con ávidos dedos y palmas, lugares que yo había creído intocables,
moldeando bajo la crinolina mis piernas y muslos como el alfarero moldea el
barro.

Repentinamente él detuvo su abrazo apasionado al tiempo que sus manos


subían. Levantó su torso y otra vez sus espadas azules penetraron mi
espíritu con su mirada intensa. Lentamente, desató los listones que
sostenían el corpiño y entonces recordé que aquella era la última pieza de
ropa que yo tenía para cubrir la desnudez de mi pecho.

…………………

Entonces mi boca llegó a la frontera de aquellas colinas blancas que el


escote de su corpiño dejaba parcialmente al descubierto. En ese momento
me di cuenta de que ella no estaba usando un corsé como la mayoría de las
mujeres en ese tiempo. Sonreí interiormente ante este descubrimiento. Mi
niña pecosa era una amotinadora aún en esos pequeños detalles, siempre
yendo en contra de los códigos sociales con audacia temeraria. Y para mí,
ese pequeño despliegue de insurrección femenina significaba que la belleza
de sus turgentes senos que yo había admirado en secreto durante los
meses en el hospital, siempre velada por su uniforme de enfermera, no era
el resultado de un corsé ajustado sino su atributo natural.

Mi mano no pudo resistirse a satisfacer el febril deseo guardado por mucho


tiempo, de tomar el tentador pecho de la mujer que amaba. El momento en
que lo hice fue como si la gloria hubiese abierto sus puertas y me dejara ver
los rayos dorados de la tierra celestial. Sus senos eran suaves y firmes a la
vez; se ajustaban a mis manos perfectamente como si hubiesen sido hechos
el uno para el otro.

No tomó mucho tiempo para que mis manos deshicieran los lazos de su
corpiño. Por un momento detuve mi asalto sobre su cuerpo para contemplar
solemnemente la gloriosa vista de mis manos desvistiéndola, mientras la
excepcional vista de su torso desnudo se revelaba ante mi por la vez
primera. Pude notar un ligero rasgo de nerviosismo en su rostro y una vez
más me sentí temeroso frente a esa virgen que me había sido otorgada sin
merecerla. La miré a los ojos y sostuve su delicado rostro en mis manos.

Eres la más hermosa criatura que jamás he visto, amor – le dijo con voz
temblorosa – no te avergüences de tu belleza. Por favor, déjame compartir
contigo los ocultos encantos del amor físico. Prometo que será placentero
para ambos.

…………………

Algunas personas dicen que soy bonita, pero yo siempre he dudado de su


juicio. No obstante, en aquel momento Terri me hizo sentir tan hermosa y
deseada como una Diosa Griega y repentinamente ya no me sentí apenada.
Ni siquiera cuando empezó a cubrir mis rincones más sensitivos con sus
besos, bebiendo mi alma desde mi pecho, o cuando sus manos terminaron
el ritual liberándonos a los dos del resto de nuestras ropas.

No era la primera vez que yo lo veía desnudo, pero las circunstancias habían
sido muy diferentes antes. Aquella ocasión en el quirófano yo solamente
podía pensar en salvar su vida, pero en el cuarto de hotel, en medio de la
penumbra, a penas iluminado por la luz de la vela, él era una visión para
dejar sin aliento. Y yo estaba ahí, contemplando su masculina belleza,
admirando por primera vez la gloriosa vista de nuestras diferencias,
mientras él me miraba como si yo fuese la última mujer sobre la tierra.

Alcancé su rostro con mis manos y despejé su querida frente de un mechón


rebelde de cabellos castaños. No sé lo que hice en ese momento, pero debí
haber transmitido mis pensamientos a su corazón en un suspiro porque él
me sonrió y su cara se iluminó con una llamarada que nunca había visto en
él. Lancé mis brazos alrededor de su cuello y formalmente comenzamos
nuestra mutua exploración el uno en el cuerpo del otro, en una aventura
común que nunca nos habíamos atrevido a imaginar en toda su extensión.

Nos confesamos una y otra vez nuestro amor mutuo, a través de nuestras
más conmovidas palabras, con nuestros labios, con cada nueva caricia que
aprendíamos, en cada latido que violentamente se aceleraba, con nuestros
incomprensibles murmullos, a través de nuestras miradas y en cada
pensamiento que adivinábamos en el otro. Era una especie de embeleso
mágico, donde no había fronteras entre su cuerpo y mi cuerpo. El modo en
que sus manos moldeaban mis curvas, y las mías sus músculos era
solamente la lógica consecuencia de nuestra unión espiritual previa.
…………………

Miré a mi esposa con deleite y me pregunté en qué momento mi ángel se


había convertido en la seductora Afrodita que estaba entonces
compartiendo mi lecho por primera vez. Era más hermosa que en mis
sueños más ambiciosos y yo me sentía al mismo tiempo furiosamente
atraído hacia ella y atemorizado ante su imposible belleza ¿Desaparecería si
la tocaba de nuevo? Dudé, pero su dulce caricia en mi frente me dijo que,
sin importar lo increíble de mi suerte, yo estaba ciertamente viviendo algo
real. Mi corazón explotaba de gozo, así que no tuve otra alternativa que
liberar el fuego que se incrementaba en mi a través de las caricias, las
cuales son el único medio que Dios ha creado para expresar aquellas cosas
que van más allá de las palabras humanas.

Recorrí cada accidente de su bella geografía que se me ofrecía como un


regalo generoso. Mis manos y labios midieron y probaron cada fragmento
de aquel universo lácteo mientras mi pulso alcanzaba un ritmo que nunca
pensé que podría sufrir y sobrevivir para contarlo. Lo que sea que yo había
conocido como placer antes de esa noche se había vuelto pobre y ridículo
en frente de aquella bendición hecha de deliciosas curvas y pulsantes
valles. No pasó mucho tiempo antes de que todo alrededor mío se volviese
dulces gemidos femeninos en mi oído, pétalos de rosa bajo las yemas de
mis dedos, vasto horizonte de piel sedosa, una fuente de aromas
perfumados que despertaban mis urgencias más íntimas mientras mis
manos acariciaban la joya entre sus piernas.

…………………

Lo que yo había deseado de su cuerpo no era nada comparado con lo que


se me regalaba aquella primera noche. Aun cuando yo había pensado que
me derretiría en su abrazo, terminé por darme cuenta de que estaba
sobreponiéndome al primer choque y mi corazón comenzaba a pedirme
acariciarlo más y más atrevidamente cada vez. Con dedos temblorosos,
muy novatos todavía pero llenos de amor, hice honor a cada parcela de su
cuerpo firme mientras me maravillaba ante el suave contacto de su piel.

Nadie jamás me había dicho cómo una esposa debía complacer a su marido
y, por otro lado, yo ignoraba la larga lista de prohibiciones que nuestra
sociedad había creado para limitar la experiencia sensual en la mujer.
Entonces, simplemente obedecí al único consejo sensato que una amiga me
había dado: seguir mi corazón. Y de ese modo hice indiscriminadamente lo
que el corazón me dictaba, descubriendo en cada nueva caricia aquellos
rincones que encendía el fuego dentro de él.

Y sus avances, por su parte, más audaces a cada segundo, me estaban


conduciendo a un precipicio de placer y pude sentir como un calor
desconocido subía por el interior de mi vientre invadiendo todo mi cuerpo y
haciéndome rebosar con la urgente necesidad de tenerlo aún más cerca.
Más allá de un abrazo, lo más cerca que un hombre puede estar de una
mujer.

No tuve que decirle lo que quería. Una vez más él leyó mi mente.
…………………

Esta mujer que yo había conocido cuando éramos aún adolescentes. Esta
mujer que yo había amado locamente desde siempre. Esta mujer que yo
había perdido por mi estupidez en el pasado y que acababa de recobrar por
gracia divina, la cual yo estaba seguro no merecer, estaba a punto de ser
mía y sólo mía, porque yo estaba determinado no solamente a ser su primer
amante, sino el único.

Miré con tierno fuego a sus ojos esmeralda y ella retornó la mirada con igual
amor. Sabía bien que yo estaba a punto de tomarla y en medio de la pasión
que su hermoso rostro revelaba había una extraña mezcla de solemnidad y
gozo.

Sé mía – le susurré al oído bebiendo otra vez del embriagante perfume de


sus cabellos – sé mi mujer, mi esposa. Sé uno conmigo.

No temas, tómame ahora – replicó ella y suavemente me introduje en ella


descubriendo gozosamente que su cuerpo no luchaba demasiado para
recibirme

Ella jadeó al primer toque, creo que fue por el dolor de su primera vez, lo
cual me asustó de muerte. Nunca había estado con una virgen y me sentí
horriblemente culpable por haber lastimado a mi Candy, quien era mi afecto
más preciado.

Perdóname, amor – le supliqué abrazándola tiernamente mientras besaba


sus labios una vez más.

No lo sientas. Solamente ámame, Terri – balbuceó ella entre mis besos.

Me quedé inmóvil por un momento eterno, dejándola acostumbrarse al


supremo contacto de nuestros cuerpos, pero más tarde sentí que su tensión
había desaparecido dejando espacio a una nueva necesidad de mi cuerpo
dentro de ella. Sus caderas que se movían suavemente contra mí, me
hicieron entender que el primer dolor había sido insignificante para ella y
que estaba ansiosa de avanzar en nuestro abrazo íntimo.

…………………

Algo que había faltado por una eternidad simplemente encontró su lugar
cuando él me tomó en su entrañable abrazo. Entonces pude entender el
significado de ser mujer, la razón última del amor que había sentido por él
por tanto tiempo. Lo que había sido un misterio durante mi adolescencia,
todos esos miedos y dudas e inseguridades, lo que había sido solamente
añoranzas por los años que siguieron a la separación, todo el dolor y el
sufrimiento, todo se había desvanecido en un suspiro y yo estaba completa.
Él era mío, estaba conmigo, en mi y un torrente de placeres exultantes
comenzaban a alcanzar su clímax.

…………………

Entonces fue como si una luz cegadora cubriera mis ojos. Los siguientes
momentos fueron cautivadores. Nunca antes había sentido un gozo y una
angustia tan intensos al mismo tiempo, como si mi alma estuviera muriendo
y volviendo a nacer con cada movimiento de mi cuerpo en ella. Olas de
deleite abrumador cubrieron nuestros cuerpos con fuerza creciente
mientras un fuego abrasador alcanzaba su calor más álgido en nosotros.

Así que esto era lo que hacer el amor significaba. Era algo más que sexo y
yo nunca había experimentado un milagro como ese. Ella estaba ahí
entregada a mis íntimas caricias sobre ella, alrededor de ella, dentro de ella.
Su rostro transfigurado de pasión llamaba mi nombre en gritos profundos
mientras sus brazos y piernas me abrazaban. Sorprendentemente, el hecho
de saber que ella estaba disfrutando de nuestro intercambio amoroso era
más placentero que mi propio placer.

Ella tensó su cuerpo y en un extraordinario despliegue de energía eléctrica


llamó mi nombre y yo sentí que una desconocida corriente corría por mi
espina dorsal al mismo tiempo. Era como si en un instante mágico nuestros
cuerpos hubiesen sido llevados por el torrente de un sueño líquido
arrastrándonos hasta que alcanzamos los placenteros prados de una tierra
lejana, atrapados en una burbuja de apacible cansancio.

Me derrumbé sobre ella gimiendo roncamente y enterrando mi rostro en el


hueco de su cuello. Ella liberó mi cuerpo del firme abrazo de sus piernas y
ambos languidecimos aún unidos. Fue entonces cuando sentí una angustia
inexplicable que corría por mi pecho, como un nudo dentro de mi corazón
que se movía hacia mi garganta buscando una salida. El nudo alcanzó mis
pulmones y cuerdas vocales con una fuerza propulsora y no se liberó hasta
que rompí en llanto con sonoros sollozos.

Abracé a mi pequeño tesoro con renovadas fuerzas, temeroso de que ella se


desvaneciese como un sueño. Me recuerdo a mi mismo llorando
fuertemente y sin pena.

¡Candy, Candy, Candy!- repetí una y otra vez entre el llanto, sintiendo que
mis sollozos no tendrían fin y apretando su cuerpo, al tiempo que ella
respondía a mi explosión con una voz tranquilizadora y caricias tiernas.-
Pensé que te había perdido para siempre – le confesé entre lágrimas –
Vagué por la vida tan solitario y perturbado sin ti . . . Todo está tan oscuro
sin ti.
Ella sonrió dulcemente como ella nada más sabe hacerlo, con esa sonrisa
especial que sólo usa conmigo y con nadie más en la Tierra.

Yo también he estado muy sola sin ti, Terri. Está todo tan frío sin ti –
murmuró ella – pero ahora nada nos separará otra vez. Soy tu esposa.

Sus palabras y cuidados cariñosos calmaron mi súbita angustia y en su


lugar una dulce paz invadió mi corazón. Caí en el más profundo y callado
de los sueños como yo jamás había disfrutado, un sentimiento de plenitud
llenó mi corazón. Después de una eternidad de añoranza, mi alma había
alcanzado su mitad perdida.

…………………

Un segundo después que él había alcanzado el cielo yo me le uní y después


de eso todo fue una suave caída, como plumas flotando en el aire hasta
posarse sobre las calladas aguas de una laguna cantarina. Él lloró en mis
brazos y yo también lloré con él. Tantas veces me había dicho a mí misma
que nuestro amor estaba muerto, que no había esperanzas de verlo otra vez
a pesar de que ambos estábamos vivos . . . Y ahí nos encontrábamos,
haciendo chocar nuestros dos universos en un sólo milagro. Después de
eso, todo fue paz y realización.

Yo había abandonado la condición de doncella para alcanzar un estado


superior. Era una mujer . . . su mujer.

[pic]

El dulce sonido de una antigua melodía invadió los sueños de Candy. Ella
reconoció las notas y su corazón se fue llenando de un delicioso jarabe. En
el pasado el simple recuerdo de esa canción la hubiese hecho llorar, pero
después de haber probado la más deliciosa ambrosía del amor los recuerdos
tristes parecían haberse enterrado en una tumba lejana donde ya no podían
lastimarla.

Abrió sus ojos de malaquita y pudo distinguir una silueta masculina sentada
a su lado. Su alma saltó de gozo cuando ella finalmente percibió que él
estaba tocando la vieja armónica que una vez ella le diera. La había
guardado todo ese tiempo, con el mismo cuidado con el cual él había
preservado su amor por ella.

Hola – dijo él en medio de la oscuridad cuando se dio cuenta de que ella se


había despertado.

Hola – contestó ella con una sonrisa que no había usado nunca antes en
toda su vida.
Es como si estuviésemos en una burbuja mágica y no hubiesen más
preocupaciones más allá de este amor ¿No lo crees? – preguntó él jugando
con uno de los rizos de ella, los cuales cubrían la almohada en seductor
desorden.

¿Acaso he estado alguna vez en otro lugar que no sean tus brazos? No me
acuerdo de ello – dijo ella ladeando el cuerpo y extendiendo los brazos para
abrazarlo. Él recibió a su esposa rodeándola con sus caricias en su cabello
caprichosamente rizado y sobre la piel desnuda de su espalda, caderas y
muslos, mientras ella enterraba la cara en el pecho del joven.

Sin embargo, debemos siempre recordar que afuera de esta habitación, hay
un mundo que parece estar en contra de nosotros – murmuró él al oído de la
joven – Energías extrañas, más allá de cualquier voluntad humana que nos
separaron una y otra vez. Pero también hubo fuerzas que nos arrastraron
hasta acercarnos, el poder de este amor nuestro, que ha probado ser más
fuerte que el tiempo y el destino.

El tipo de amor que dura para siempre, querido mío – dijo ella levantando el
rostro al tiempo que sus labios buscaron de nuevo el camino hacia la boca
del joven. Los labios de él alcanzaron los suyos a la mitad el camino
mientras el beso se hacía más profundo el silencio reinó en el cuarto a
media luz.

Cuando te perdí – trató él de comenzar una explicación entre la lluvia de


besos – yo...

¡Sshh! – dijo ella besándolo de nuevo – no hables de eso . . . no hay


necesidad de ello – y ella silenció las palabras del joven con el voluptuoso
encanto de sus caricias – Hazme el amor de nuevo – fue la última cosa que
ella dijo en un tono que era una mezcla de ruego y mandato. Terri no
necesitaba más instigación que esa.

[pic]

En el filo del gozo

Tu sabor se anticipa entre las uvas

Que lentamente ceden a la lengua

Comunicando azúcares íntimos y selectos.

Tu presencia es el júbilo

Cuando partes, arrasas jardines y transformas

La feliz somnolencia de la tórtola


En una fiera expectación de galgos

Y, amor, cuando regresas

El ánimo turbado te presiente

Como los ciervos jóvenes la vecindad del agua

Rosario Castellanos

Ella se desplomó sobre él totalmente exhausta, descansando su cabeza


dorada sobre el pecho del joven. Las mejillas de la muchacha disfrutaron el
suave contacto con la piel de él sobre los bien definidos músculos de su
pecho, mientras la mano derecha de la muchacha trazaba la línea de la
cicatriz a lo largo de una de sus costillas, en su lado izquierdo. La
respiración de él empezó a normalizarse poco a poco, pero todavía estaba
demasiado abrumado por el reciente éxtasis. El joven simplemente se
quedó inmóvil disfrutando la sensación del peso de Candy sobre de él, la
gloriosa presión del pecho de ella sobre su pecho, el largo de las piernas de
ella enredadas con las suyas, sus manos haciendo maravillas sobre su torso
y el íntimo contacto de sus cuerpos.

Antes de todo esto – dijo él finalmente con voz enronquecida – quería


decirte algo, pero no me dejaste.

No hay una buena razón para hablar del pasado, amor – murmuró ella.

Yo creo que la hay – insistió él

No la veo – dijo ella con un suspiro, comenzando a sentirse adormilada.

Hay algunas cosas que me pasaron y que quiero compartir contigo ¿No
estás interesada en saberlas? – preguntó él.

Estoy interesada en todo lo relacionado contigo, pero no si hablar de ello va


a lastimarte – apuntó ella dulcemente.

Me sentiré mejor diciéndolo . . .además, no quiero que te enteres de esas


cosas por chismes. Prefiero decírtelas yo. También hay cosas buenas en mi
historia que me encantaría compartir contigo – añadió.

Siendo que es tan importante, adelante. Te escucho – dijo ella dándose por
vencida mientras descansaba su cabeza sobre el pecho de él con un suspiro
de resignación.

Él levantó sus brazos para abrazar el cuerpo de la joven bajo las sábanas y
acariciando su espalda suavemente empezó su historia:
Candy, hay una parte de mi vida de la cual no me siento orgulloso. Cuando
rompimos, primero pensé que yo podría superar la pérdida. Solamente me
engañé, pero pronto me di cuenta de que yo no era tan fuerte como creía.
Cada vez que estaba con Susana, solamente podía pensar en ti y el
recuerdo de nuestro amor eran tan torturante que empecé a beber mucho.

Antes de que me diera cuenta me había vuelto alcohólico y abandoné mi


trabajo, dejando Nueva York y a Susana detrás de mi. Candy, me dije
entonces que la vida no valía la pena sin ti y en mi vergonzoso extravío
traté de huir de mis problemas en lugar de enfrentarlos .Como había
perdido mi trabajo, comencé a trabajar para un show ambulante de la peor
clase. Te hubieses avergonzado de mi si me hubieras visto entonces . . .

Candy levantó la cabeza del pecho de su esposo donde descansaba para


mirarlo directamente a los ojos. Se preguntó internamente si debía dejarlo
continuar en su penosa confesión o revelarle que ya conocía la historia. . .
Pero ella misma se detuvo pensando que podría ser aún más difícil para él
descubrir que ella lo había visto en esa triste época de su vida.

La joven le lanzó una mirada tan enternecedora que de algún modo él se


sintió confortado y decidió continuar con su historia.

Un día ese grupo teatral viajó a Chicago, querida mía, y tal vez el hecho de
que yo sabía que tú vivías ahí, junto con las toneladas de whisky que yo
solía consumir en esos días, me hicieron tener una visión de ti cierta noche.

¿Qué? – preguntó Candy sin poder creer lo que acababa de escuchar.

Una noche durante mi presentación – explicó Terri mirando a los ojos


confundidos de su esposa – vi tu rostro en medio del público. Era sólo mi
imaginación pero . . .

¡Me viste! – exclamó ella pasmada mientras levantaba su torso usando los
brazos para sostener su peso - ¡No puedo creer que realmente me viste,
como dijo tu madre! – dijo la joven sin poder reprimir su asombro.

Entonces llegó el turno de Terri para sorprenderse. Las palabras de Candy le


revelaban repentinamente la abrumadora verdad que él estaba renuente a
creer.

¿Qué quieres decir con eso?¿Y qué tiene que ver mi madre en todo esto? –
preguntó él sumamente confundido – No me vas a decir ahora que tú
estabas realmente ahí . . .¿O si?

¡Ay, Terri, realmente me viste! – dijo ella conmovida, lanzando sus brazos
alrededor del cuello del joven -¡Sí, Terri, yo estaba ahí, pero nunca pensé
que me pudieras haber distinguido en la oscuridad del lugar, amado mío, y
debes saber que nunca he estado avergonzada de ti. Ciertamente me sentí
triste de verte en esas condiciones, y un poco enojada de que estuvieras
desperdiciando tus preciosos talentos, pero muy dentro de mi yo supe que
terminarías por conquistar tus demonios, como realmente lo hiciste.

Candy le contó a Terri su versión de la historia y también le explicó su


encuentro con Eleanor Baker. Por su parte, el joven habló del efecto que la
aparición de Candy había tenido en él y las decisiones que tomó después de
aquel momento. La pareja apenas podía creer cómo las piezas del
rompecabezas encajaban tan perfectamente formando todas juntas el
conmovedor cuadro del poema de amor que ambos compartían.

Continuaron hablando acerca del incidente y pronto la conversación cubrió


otros momentos en el pasado cuando habían estado tan cerca de un
reencuentro y las cosas habían acabado por impedirles verse. Revisaron los
eventos y los sentimientos que habían experimentado en esos momentos y
por la vez primera comenzaron a comprender el misterio del lazo invisible
que los unía.

Aquella ocasión cuando ella había corrido para verlo en Southampton, pero
no había conseguido llegar antes de que el barco zarpase, mientras él había
escuchado la voz de ella en la distancia, sin creer en el llamado de su
corazón. El invierno siguiente cuando ella había llegado al la Colina de Pony
sólo unos minutos después de que él había estado ahí. Los insistentes
dolores en sus corazones desde que habían llegado a Francia, la creciente
inquietud durante aquella noche nevada en la cual se habían reencontrado,
y la angustia de Candy la noche que él había sido herido . . .todo
comenzaba a cobrar sentido.

Siempre has estado aquí adentro – dijo ella apuntando a su corazón – puedo
sentirte como siento mis propios latidos ¿Ves? Y ahora sé que aún cuando el
destino te alejó de mi tantas veces, tu nunca te fuiste, en realidad .Ahora
que estás aquí conmigo entiendo que este amor estaba destinado a
sobrevivir.

¡Candy! – suspiró él acariciando la mejilla de la joven con el ligero toque de


la yema de sus dedos – Este amor siempre ha estado destinado a sobrevivir.
Siempre habías estado en mi, en mis sueños, tal vez hasta antes de
conocerte y desde entonces siempre has sido tú – y luego él añadió
sonriendo con gran alegría – La voz en el barco, la presencia en la Colina de
Pony, el rostro en el teatro ambulante, el dolor en mi corazón . . . y ahora, la
mujer en mis brazos.

El joven actor abrazó a su querida esposa fuertemente, besando


ligeramente el lóbulo de su oreja y susurrándole repetidamente en el oído
que ella era su ángel de la guarda. La joven respondió con un ronroneo
apagado que encendió de nuevo el fuego dentro de él.
Candy, por favor – rogó él en un murmullo – dime de nuevo que me has
amado a pesar del paso de los años y que has soñado conmigo tanto como
yo contigo . . . dime que estabas esperando este momento.

La joven respondió con un rastro de besos sobre el pecho y cuello de él,


mientras avanzaba en su camino hasta los labios del joven.

He pensado en ti, soñado contigo, y solamente he sido tuya – dijo ella entre
los besos – De hecho, debes saber algo – añadió alzando su bello rostro para
mirarle a los ojos – Me enojé contigo aquella noche que había salido con
Yves por una simple razón. Dijiste que querías borrar de mis labios cada
beso francés que había recibido, y yo me sentí muy ofendida porque hasta
entonces yo solamente había sido besada una vez . . . por ti – confesó ella –
Terri, yo solamente conozco el sabor de tus besos – logró decir antes de que
su esposo la condujera de nuevo hacia el inextinguible fuego de la pasión
que compartían.

[pic]

¿Ya quieres separarte de mí? Aun falta mucho para amanecer:

el canto que ha llegado a tus inquietos oídos es el del ruiseñor,

no el de la alondra; toda la noche está cantando en aquel granado.

Créeme, amor mío, era el ruiseñor.

Es la alondra, que anuncia la mañana, y no el ruiseñor.

Mira, amada mía, esos rayos de luz envidiosa

que atraviesan las nubes se han apagado; y en la cumbre de las montañas

cubiertas de brumas, se alza de puntillas la alegre mañana.

He de marcharme y vivir o quedarme y morir.

William Shakespeare

Ella abrió de nuevo sus ojos sintiendo cómo la tímida luz solar comenzaba a
acariciar su rostro. La aurora estaba levantándose en el horizonte y Candy
se despertó del sueño que había vivido en brazos de Terri. Lentamente se
desenredó de su abrazo y sintiendo una furtiva ráfaga que presagiaba la
llegada del otoño, se levantó para cerrar la ventana. Calladamente se pudo
la combinación y con los pies desnudos se acercó a la ventana. Afuera, una
pequeña alondra estaba cantando en la cornisa.

Candy llenó sus sentidos de la fragancia de aquel nuevo día y claramente


sintió la muda explosión en su corazón. Aquella mañana dichosa ella se
había despertado siendo la Sra. de Terrence Grandchester y la absoluta
verdad de la noche apasionada que habían pasado juntos iluminaba su alma
desde el altar de su nuevo cuerpo. Sin embargo, la canción matinal de la
alondra era también señal de la separación que ella había temido por
mucho tiempo, mismo evento dramático que estaba solamente a unas
cuantas horas de hacerse realidad.

¡Candy! – la llamó una adormilada voz masculina desde el lecho y ella


inmediatamente respondió al llamado de Terri.

Sigue durmiendo, aún no es hora – dijo aproximándose a la cama y tomando


una vez más su lugar en los brazos de él.

¿Dirás que es el ruiseñor lo que estoy escuchando, mi dulce Julieta? – musitó


él con una carcajada sofocada.

Ojalá pudiera decir eso – respondió ella comenzando a experimentar la


terrible lucha entre su deseo de ser fuerte y su inminente tristeza.

Venga la Muerte y será bienvenida, pues así lo quiere Julieta . . .¿Qué dices
mi alma? Hablemos que aún no es de día. – recitó él mientras retorcía en su
dedo índice uno de los rizos dorados de la joven.

¡No digas esas cosas, Terri! – le regañó ella con una risita melancólica – Esta
no es una obra de teatro.

Lo sé, porque nunca me he sentido tan feliz después de una de mis


actuaciones. Este es un gozo de una naturaleza superior – explicó él.

Sé a lo que te refieres – asintió ella – pero ahora trata de dormir por lo


menos otra hora.

Tengo una idea mejor – replicó con una de sus miradas traviesas en sus ojos
azules -¡Tomemos un baño juntos!

¿Qué?

El joven no contestó y sin mayor protocolo se puso de pie estirándose a todo


su largo.

¡Terri! – gritó ella arrojándole una almohada mientras un furioso rubor le


cubría las mejillas.

El joven interceptó el proyectil y después de un segundo de deliberación


interna para encontrar la razón de aquel ataque, comprendió que la joven
se había escandalizado ante su propuesta tan liberal y ante la vista de su
desnudez a la luz de la mañana. El encontró esa reacción sumamente
graciosa y el lado de él que siempre estaba listo para gastar una buena
broma se despertó de nuevo, poniéndolo de muy buen humor.
¿Por qué se sentiría intimidada mi esposa? – preguntó aproximándose a la
cama con movimientos felinos. El joven tomó el rostro de Candy en sus
manos, sonriendo maliciosamente – Dime, Candy ¿No fuiste tú la mujer con
la cual compartí mis más íntimos secretos anoche? ¿Vas a ponerte tímida
conmigo de nuevo?

¡No me estoy poniendo tímida! – replicó ella levantando su nariz


orgullosamente.

Entonces toma un baño conmigo – la retó él – Demuéstrame que eres la


misma chica atrevida que siempre he conocido.

Bueno . . . yo – dudó ella – no creo estar de humor para un baño ahora . . .

¡Excusas! – respondió él – pero no las aceptaré.

Y con esta última afirmación categórica el joven tomó a su esposa en los


brazos mientras ella gritaba pidiéndole que la bajara, pero como ella
mezclaba sus exigencias con abiertas carcajadas el joven no puso mucha
atención a las demandas de la muchacha.

Dentro del cuarto de baño Candy trató de resistir por un rato, pero él ganó
fácilmente la contienda porque su oponente no quería realmente rechazar la
invitación. Sólo le tomó unos cuantos cosquilleos y besos para hacerla
recuperar la confianza y asumir que la desnudez no está solamente
reservada para los juegos en el lecho. Pronto la combinación de seda estaba
en el piso y ellos estaban en la bañera jugando y salpicándose como dos
niños pequeños.

¿Eras siempre tan malcriada cuando la Señorita Pony te bañaba? – preguntó


él riendo.

Haré como que no escuché eso – replicó ella haciendo un puchero.

Supongo que eras una de esas niñitas tercas que odian el agua y el jabón.
Por eso es que tienes tantas pecas. Es un castigo por tu mala conducta.

¡Ahh! ¡Puedes ser verdaderamente insoportable cuando quieres! ¿Sabías


eso? – dijo la rubia soplándole espuma a la cara.

¡Oye! ¡Eso fue muy grosero de tu parte! Creo que tendré que hacer lo que
esas dos buenas mujeres que te educaron debieron haber hecho- dijo él
fingiendo seriedad.

¿Qué?

Darte una buena tunda – dijo él y ella se retiró defensivamente, tratando de


dejar la tina antes de que él pudiera hacer algún movimiento. No obstante,
el joven se movió más rápidamente y la asió por el brazo, jalándola hasta
que ella estaba de nuevo en sus brazos.

Comienza a contar mientras te golpeo – dijo él comenzando a besar los


hombros y espalda de la joven, pero ella no pudo llevar la cuenta.

Continuaron jugando y acariciándose tanto como pudieron, pero como el


tiempo no se detiene para nadie, sea hombre o mujer, y a pesar de su
reticencia, la joven pareja finalmente dejó el baño. Usando el lenguaje
silencioso que habían desarrollado, los dos se alistaron para dejar el hotel.
Ella ofreció al joven su ayuda para cortarle el cabello usando una navaja que
él tenía consigo, a fin de que volviera a lucir el corte militar cuando llegara a
Verdun.

Él se sentó frente al espejo mientras ella realizaba la tarea con manos


rápidas. Al tiempo que las sedosas hebras castañas caían al suelo, el joven
no quitaba los ojos de las estrellas color esmeralda que se reflejaban en el
espejo. Por la primera vez en la mañana él comenzó a pensar seriamente en
la inminente separación, sintiéndose terriblemente frustrado por no poder
disponer de más tiempo para compartir con la persona que amaba más. Aún
así, se prometió a sí mismo ser fuerte de modo que las cosas fueran más
fáciles para ella.

Después de que ella hubo terminado, Terri se miró con cierto fastidio y la
muchacha se rió suavemente de la resistencia del joven a usar el cabello
tan corto. Mentras él se afeitaba en el baño, ella recogió los cabellos
castaños del piso y tomando un mechón lo ató con uno de los listones que
retiró de su crinolina.

Candy suspiró profundamente, sintiéndose un poco extraña y excitada con


la nueva sensación que le causaba jugar el papel de esposa que ella
siempre había soñado, aunque fuese sólo por un breve instante. Luego se
aproximó al escritorio y tomando una de las rosas rojas del florero de cristal,
aspiró el perfume de la flor pensando en el futuro que le esperaba tan
pronto como la guerra terminase y ella y su esposo pudieran regresar a
casa.

Unos minutos después partieron hacia la estación del tren.

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Terrence miró a su esposa, aún sin poder creer del todo lo que había vivido
durante las horas precedentes. Siempre que su mente volvía a representar
los hechos se sentía triunfante y completo. Tal como lo había decidido
previamente, estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantener una actitud
optimista. Sin embargo, no pudo evitar la estocada en el pecho cuando
escucharon al empleado de la estación llamar a los pasajeros que partían
para Verdun en el tren de las nueve de la mañana.

Te escribiré todos los días, aún si las cartas no pueden ser enviadas con
tanta frecuencia – murmuró él abrazándola con fuerza – Prométeme que te
vas a cuidar, ángel.

Lo haré . . . Tú por favor cuídate mejor esta vez – suplicó ella con el rostro
escondido en el pecho de él.

No te preocupes, mi amor, estaré bien – replicó él y diciendo estas últimas


palabras buscó los ojos de ella – Escucha Candy , y escúchame bien . . .
Cuando la guerra termine habrá mucha confusión y desorden. No me
esperes. Toma el primer barco hacia América con las demás personas de tu
equipo médico y espérame en Nueva York. Tienes mi dirección y la de mi
madre. Cuando yo llegue te buscaré y te prometo que pasaré el resto de mi
vida haciéndote feliz.

Ya me estás haciendo feliz – corrigió ella.

El empleado de la estación volvió a urgir a los pasajeros a subir al tren.

Terri, - musitó Candy mientras se llevaba las manos al cuello – Conserva


esto . . . – dijo ella poniendo al cuello del joven su crucifijo dorado – Esto ha
estado conmigo desde que dejé el Hogar de Pony por primera vez cuando
tenía 12 años. Te protegerá y como siempre ha vuelto a mi . . .
seguramente te traerá de vuelta a mis brazos muy pronto – murmuró con
voz enronquecida, luchando desesperadamente por contener las lágrimas.

Entonces, por favor tú cuida esto por mi – dijo él dándole su anillo de


esmeralda- esa noche amarga en Nueva York cuando te fuiste sin dejarme
verte a los ojos una vez más, me sentí tan perdido que por meses tuve
pesadillas al respecto – explicó el hombre con una voz suave que conmovió
a Candy hasta la médula.

Mi amor – susurró ella y lo hubiese abrazado más fuertemente si él no la


hubiera forzado a continuar mirándolo mientras terminaba su explicación.

Después de aquella vez que me viste en el teatro ambulante, yo estaba ya


de regreso en Nueva York, buscando un regalo para el cumpleaños de mi
madre cuando vi este anillo – continuó él – Al momento en que lo descubrí
me di cuenta de que tenía exactamente el mismo color de tus ojos. No dudé
un instante e impulsivamente lo compré para tener un recuerdo de los ojos
de la mujer que había sido mi luz . . . esos ojos que no pude ver por última
vez. Pero ahora, después de las cosas que han pasado, no creo necesitarlo
más porque tengo la preciosa memoria de tus ojos confiándome tu amor por
este hombre que aún no se siente merecedor de esta alegría. Quiero que
conserves el anillo mientras yo estoy lejos y cuando nos veamos de nuevo,
te regresaré tu crucifijo y tú me darás mi anillo . Además, puedo perderlo en
el Frente uno de estos días. Estará más seguro en tus manos.

La joven tomó el anillo y lo guardó en su bolso junto con el mechón castaño.


Un segundo después ella levantó sus ojos y lo contempló, aún
profundamente conmovida por la historia que él le acababa de contar.

¡Te amo tanto que creo que voy a explotar – le dijo ella y después de eso
ambos se besaban como si no lo hubieran hecho en siglos.

¡Terri! – exclamó ella abrazándolo tan apretadamente que él pensó que ya


no podría volver a respirar. La joven rodeó el cuello de él con sus brazos y
con los ojos cerrados elevó una oración secreta.

El tren empezó a moverse y el joven, apartándose del abrazo de la chica,


saltó en él.

Recuerda – dijo él – Ahora somos uno. Soy tuyo . . . tú eres mi esposa.


Nunca lo olvides. Siempre seremos uno.

La joven agitó su mano asintiendo a cada una de las palabras del joven
mientras el tren se alejaba acelerando más y más. En unos cuantos
segundos, era sólo un punto en el horizonte y la muchacha sobre el andén
finalmente lloró con sus sollozos más tristes.

Has sido muy valiente, ahora puedes llorar todo lo que necesites, hija mía –
dijo una profunda voz al tiempo que una mano cálida reposaba sobre el
hombre de Candy protectoramente.

¡Padre Graubner!-. exclamó la joven arrojándose en brazos del sacerdote -


¡Siento que el ejército me está desgarrando el alma! - dijo ella entre
sollozos.

Y ciertamente es así – contestó el hombre dando palmaditas en la espalda


de la muchacha en un gesto reconfortante – Pero esta guerra va a terminar
antes de lo que crees y él regresará a ti muy pronto . . . ya lo verás.

El cura y la joven permanecieron en el andén por un largo rato. Graubner


había ido a la estación con la intención de despedirse de Terri, pero cuando
había visto desde la distancia los tristes adioses de la pareja, pensó que
sería una blasfemia interrumpir y había preferido esperar hasta que el joven
hubiese partido para ofrecer el apoyo moral que la joven esposa necesitaría.
¡Duele tanto!- repuso ella tristemente.

Entonces, llora un poco más, hasta que te quedes sin lágrimas . . . Luego
será tiempo de empezar a rezar. Entonces rezaré contigo – prometió él

Arriba, gruesas nubes cubrieron el firmamento y una ligera neblina empezó


a caer sobre París.

[pic]

Nuevo Milenio

El primer día

La mujer repitió en voz baja las palabras;

“Hágase la luz”

al abrir las persianas,

descolgó una botella de suero semivacía

la puso en el cesto con los algodones, gasas

y cinta adhesiva

y la luz se hizo en la recámara.

Encendió la radio, las notas de una

Flauta dulce

Nombraron al día por su nombre

Entonces ella se atrevió a nombrarlo también

Segura de que la noche había terminado

El segundo día

Recogió agua de lluvia y la calentó con sus

Manos

Hasta hacerla mansa como el cuerpo del

Hombre que yacía en la cama


Sus dedos lo humedecieron despacio

Después de secarlo

Lo envolvió en sábanas lavadas con manzanilla

Y luna.

El tercer día

Ungió sus yemas con sábila para alisar

El surco

Amasar con savia blanca la flacidez de brazos

Y piernas

Para dar fuerza a los músculos

En esa tierra aún fértil

El cuarto día

Mientras pasaba el rastrillo por las

Barbas jabonosas

Le habló del sol y de las estaciones

Hasta que él retomó el tiempo que parecía

Haberse detenido

El quinto día

Cerró los periódicos con fotografías de

Guerras y temblores,

Al romper una receta que había quedado

Sobre el buró

Rogó que los años por venir se multiplicaran

Como las aves y los peces

Y poblaran la casa que había estado un tanto

Abandonada.
El sexto día

Pulió con paciencia de alfarero el torso

Varonil, el cuello, la cabeza

Repasó una y otra vez el bordo de la oreja

Presionó con firmeza las planta de los pies

Acercó su boca hasta infundirle su aliento

Ayudó a incorporarse a ese hombre

Cuya imagen no era semejante a ella

Y vio que lo hecho era bueno.

El séptimo día

El olor a café y pan recién horneado la fue

Trenzando a él

Se tendió a su lado

Antes de descansar decidió contar de nuevo

Los dedos uno a uno

Pasó su lengua entre ellos

Encontró gozo en moldear con sus manos un

Poco del barro que había quedando blando

Hasta darle forma

El séptimo día no hubo reposo

Teresa Riggen

Capítulo XIV

Intrigas, Celos y Valor

El alboroto en la casa era perennal ¿Podía ser de otro modo cuando veinte
niños entre tres y diez años de edad vivían en la casa? Pero la anciana
estaba acostumbrada al constante barullo y a veces llegaba a pensar que
sin él no se sentiría cómoda. Veinticinco años de constante ruido,
interminables aventuras domésticas, dulces e inocentes risas, y más de mil
y una lágrimas que enjugar, todo eso había sido la mejor parte de su vida, y
ella no se arrepentía ni por un segundo de todos esos años transcurridos en
el Hogar de Pony, su casa.

Puso a un lado la cuchara y dejó que el estofado hirviese a voluntad por un


rato. En ese momento una manecita jaló su larga falda y ella miró hacia
abajo para ver a una carita haciendo pucheros con unos grandes ojos
negros.

¿Tendré que comerme eso?- preguntó una niñita no muy emocionada con la
perspectiva.

Así es, Andrea – replicó la anciana con una sonrisa maternal, - pero te daré
un pedazo más grande de tarta como postre, – prometió la mujer y el rostro
de la niñita se iluminó.

¡La quiero mucho, Señorita Pony! – dijo la niña extendiendo sus brazos hacia
la anciana que la tomó en los suyos. Un segundo después Andrea plantaba
un sonoro beso en la mejilla de la anciana y la dama no pudo evitar que el
recuerdo de otra niñita que ella había criado en el pasado viniese a su
mente. La Señorita Pony estrujó a la niña en sus brazos como si quisiese
protegerla de un peligro desconocido ¡Cuánto deseaba ella poder mantener
bajo su cuidado a cada niño que había educado, pero sabía que todos ellos
tenían que dejar el nido y enfrentar al mundo tarde o temprano!

Ahora ve afuera a jugar un rato más mientras la cena está lista ¿Esta bien? –
ordenó dulcemente la mujer poniendo a la niña otra vez en el suelo y la
pequeña obedeció inmediatamente.

La Señorita Pony apagó el fuego y puso el estofado sobre la mesa de la


cocina mientras más recuerdos inundaban su cabeza. Memorias de una
niñita de cabello rubio rizado y ojos verdes y brillantes que centelleaban con
múltiples luces cuando ella reía. Recuerdos de aquella niña dejando el
Hogar de Pony por primera vez, conteniendo las lágrimas y luchando
desesperadamente por ser valiente al tiempo que se esforzaba por sonreír.
Imágenes de la niña que se había convertido en mujer y estaba lejos, muy
lejos, en un país extranjero, en medio del caos, haciendo exactamente lo
mismo que había hecho toda su vida, darse a sí misma a otros con amor y
comprensión. La anciana no pudo evitar derramar unas lágrimas mientras
miraba la foto de Candy usando su uniforme militar, la cual descansaba en
la chimenea, con todas las otras fotos de los más queridos hijos de Pony
¡Cuánto deseaba la buena mujer poder proteger a su valerosa Candy como
lo podía hacer cuando aún era un bebé, sosteniendo su cuerpecito en sus
brazos mientras le cantaba un arrullo para hacerla dormir!

La anciana recordaba que sus temores por la seguridad de Candy habían


comenzado desde muy temprano, cuando ya a los seis años de edad la niña
trepaba osadamente a la copa de los árboles y ella se moría de miedo cien
veces, temiendo que la pequeña pudiese lastimarse si se caía de las ramas.
Conforme el tiempo pasó, la niña creció y dejó el hogar para enfrentar al
mundo que más de una vez la había dejado con el corazón roto ¡Cuánto
deseaba ella tener el poder de mantener a Candy sana y salva de modo que
nada ni nadie la pudiese lastimar nunca más!. . . . . Pero la Señorita Pony
sabía que eso era imposible.

Ya ha pasado más de un año desde la última vez que vimos a Candy,


Hermana María – dijo la anciana en voz alta pero ninguna respuesta vino del
cuarto contiguo -¿Hermana María? ¿Hermana María? – llamó la dama de
nuevo, pero entonces se dio cuenta que la Hermana María no estaba en el
comedor como había pensado.

La anciana salió de la cocina y en su camino se encontró a un pequeño


corriendo en el corredor.

¿Has visto a la Hermana María, Brandon?- preguntó la Señorita Pony.

Si señorita, está en la capilla – contestó el niño y la Señorita Pony lo dejó ir


mientras ella se dirigía a la habitación que usaban como capilla.

Cuando llegó al cuarto, pudo ver a su fiel compañera arrodillada frente al


altar y la anciana se sintió desconcertada porque esa no era la hora en que
La Hermana María acostumbraba a hacer sus oraciones y ella ciertamente
era una mujer de hábitos disciplinados.

Cuando se acercó lo suficiente, la dama alcanzó a distinguir que la monja


estaba encendiendo unas velas al tiempo que sus labios decían una oración.

¿Pasa algo malo, Hermana María? – se atrevió a preguntar la Señorita Pony.

No ahora – comenzó a explicar la religiosa mientras se volteaba para mirar a


su vieja amiga. – Esta mañana, cuando decía mis primeras plegarias, sentí
que días negros están por venir, Señorita Pony. No se cuándo vendrán o
cuánto tiempo duraran esos días, pero estoy segura que tenemos que orar
por nuestros hijos mayores y sus amigos – continuó diciendo la mujer. – Por
eso estoy encendiendo estas velas. Las dos más grandes son para Candy y
el Señor Grandchester.

¿Estarán en peligro? – preguntó la Señorita Pony persignándose.

No lo sé, Señorita Pony, pero debemos orar por ellos – contestó la Hermana
María con tono serio. – Esta otra es para Annie, esta para el Señor Cornwell,
estas dos para Tom y su prometida, y esta otra es para el Señor Andley. Un
tiempo de prueba viene para todos ellos – concluyó la mujer persignándose
también.

No podemos protegerlos, Hermana María, pero confiamos en Dios – susurró


la Señorita Pony y su amiga asintió con aprobación.
Habían sido demasiadas emociones nuevas que enfrentar en tan sólo
veinticuatro horas. Candy había pasado de la angustia a la más perfecta
dicha y luego había sido enviada de nuevo al miedo y la añoranza. Aún así,
cuando el Padre Graubner la dejó en la entrada del hospital la joven
comprendió que tenía que dejar sus sentimientos de lado con el fin de
cumplir con su deber. Todo parecía estar de cabeza en los pasillos del
hospital, enfermeras y doctores corrían de arriba abajo, cajas de medicinas
y equipo médico estaban abandonadas a medio camino, y una gran
cantidad de camillas con heridos estaban ahí, como olvidadas en el suelo,
mientras cada paciente esperaba su turno para ser enviado ya fuese a un
pabellón o a la sala de operaciones. Candy supo inmediatamente lo que
estaba pasando: un nuevo tren con heridos acababa de llegar.

¿Dónde diablos estabas, Candy? – gritó una voz femenina que la rubia
reconoció al instante – ¡Se suponía que estabas de turno desde las siete de
la mañana! ¿Puede saberse qué estaba haciendo la “princesa”? – demandó
Flammy vehementemente.

Flammy, lo siento . . .yo . . . – comenzó Candy preguntándose cómo le


explicaría a su amiga lo que había vivido en las horas anteriores.

Yo pensé que habías madurado, pero . . .

¡Detente, Flammy! – interrumpió una tercera voz de mujer con un tono


firme y a la vez conciliatorio.

Candy se volvió para ver los ojos color ámbar de Julienne que la miraban
comprensivos

Estoy segura de que Candy tiene una buena razón para su tan inusual
ausencia – continuó Julienne,- pero no podemos perder tiempo en
explicaciones ahora. Sería mejor que ella se pusiese su uniforme de
inmediato y empezara a ayudarnos ¿No lo crees, Flammy? – y acercándose
a la joven morena, Julienne susurró en su oído de modo que solamente
Flammy pudiese escucharla. – Recuerda que tú no solamente eres la jefa
aquí, sino también la amiga de Candy. Sabes bien que ella no hubiese
descuidado su trabajo sin tener una buena razón para ello.

La expresión en el rostro de la morena cambió inmediatamente al escuchar


las últimas palabras de Julienne.

Está bien, Candy ponte ese uniforme. Hablaremos de esto más tarde – dijo
Flammy finalmente dirigiéndose a la rubia.
Las tres mujeres se separaron corriendo en diferentes direcciones mientras
dos ojos azul claro las miraban con un destello de contrariedad, detrás de la
puerta del cuarto de enfermeras. Cuando las tres enfermeras habían
desaparecido en los corredores la dueña de esos ojos salió a la luz. Era
Nancy.

Si hubiese sido yo, – pensó la mujer con amargura – Flammy hubiese sido
muchísimo más dura . . . . pero siendo que se trata de su amiga . . . ¡Esa
chica tonta! ¡Tan hermosa y adorable que me enferma!

Nancy Thorndike, quien había sido la pesadilla de Terri durante sus primeros
días en el hospital, no había olvidado la humillación que había tenido que
soportar cuando todos los pacientes del pabellón A-12 habían solicitado que
Candy la remplazase. La mujer no había hecho ni un solo comentario sobre
el asunto, pero había guardado el resentimiento en su corazón, esperando
por una oportunidad para vengarse. Pero sus problemas no habían
terminado al ser transferida al pabellón C-10. Cuando los pacientes en ese
pabellón se dieron cuenta de que Nancy había sido asignada de nuevo para
cuidarlos en lugar de Candy, todos ellos adoptaron una actitud muy dura
con la seca mujer y se empeñaron en hacerle la vida miserable, con gran
éxito.

Nancy había tenido tantos problemas que Flammy había terminado por
arreglar que la mujer fuese retirada del trato directo a pacientes. Por lo
tanto, Nancy había estado haciendo trabajo administrativo por cerca de un
mes. Durante ese tiempo había sido asignada a los archivos del hospital
donde su estricto sentido del orden había finalmente encontrado el lugar
perfecto para florecer. Sin embargo, aquello no complació a Nancy porque
ella aún resentía el rechazo de sus pacientes, el cual ella consideraba como
un fracaso profesional. Nancy culpó a Candy por todos esos problemas.

Ella está muy segura de sí misma porque la enfermera en jefe es su mejor


amiga y el doctor Bonnot babea por ella . . .¡Quién sabe! Tal vez el doctor
francés ya se salió con la suya con la chica y por eso la protege tanto . . .
Pero uno de estos días, Candice White, uno de estos días tu suerte se va a
acabar – pensó por último antes de que comenzara a caminar hacia la
oficina del Coronel Vouillard.

El sol comenzaba a ponerse sobre el vasto bosque francés. El estruendoso


rugido sobre los rieles irrumpió en el plácido silencio mientras el tren
cruzaba a lo largo de la arboleda en su siempre apresurada carrera. Los
pocos pasajeros que quedaban dentro de los vagones habían viajado todo el
día desde París, soportando los constantes retrasos en cada una de las
estaciones por las que habían pasado durante la jornada. Sin embargo, con
cada nueva vuelta de las ruedas de hierro se acercaban más a su destino.
En cuestión de minutos el tren llegaría a Verdún.

Terrence dejó escapar un suspiro recordando que exactamente en esa


misma hora, el día anterior, él estaba perdido en los brazos de Candy sobre
el puente San Michelle. Una sonrisa agridulce apareció discretamente en sus
labios al tiempo que una rica colección de sentimientos y sensaciones le
venía a la mente. Aún así, esta vez la añoranza no era amarga, porque él
sabía que con cada minuto que el reloj avanzaba, el fin de la guerra estaba
más cerca y así también la felicidad que alguna vez había creído imposible.
Este solo pensamiento le era suficiente para sentirse fuerte, a pesar del
inminente peligro que estaba a punto de enfrentar nuevamente.

A los ojos de Terrence, todos los posibles horrores que una nueva batalla
podía acarrear palidecían ante la luz que en ese momento resplandecía en
su alma. La maravilla de amar y ser amado inundaba su mente con una
mezcla de dulces recuerdos y brillantes expectativas. Una fragancia
particular rodeaba su corazón y podía sentir cómo invadía todo su ser. Sin
darse cuenta, había comenzado a sonreír abiertamente mientras sus dedos
acariciaban el crucifijo que tenía en la mano.

Sentía una alegría tal que deseaba gritar su felicidad a los cuatro vientos,
pero sabía que era mejor guardar el gozo sólo para sí mismo, al menos por
el momento.

¡Ay, Albert! – pensó entonces - ¡Cómo quisiera que estuvieras aquí para
compartir contigo todo esto! Sé que aprobarás las decisiones que hemos
tomado.

En ese momento Terri decidió que Albert era la primera persona que
merecía saber las nuevas y se propuso escribirle una carta tan pronto
llegase a Verdún.

[pic]

Septiembre 4 de 1918.

Querido amigo:

Mientras te escribo esta carta trato de imaginarme la expresión de tu rostro


cuando leas las nuevas que te mando en estas líneas. Si tú fueses otra
persona probablemente te enojarías conmigo por lo que acabo de hacer,
pero el Albert que alguna vez conocí aprecia y respeta las decisiones de sus
amigos cuando éstas son legítimas.

Estoy consciente de que no ignoras las razones que me separaron de Candy


en el pasado. Sin embargo, tal y como te dije en mi anterior carta, esos
motivos ya no existen, mientras que mi amor por Candy aún vive en mi, aún
más profundo y poderoso que nunca antes.

Hubo un período oscuro en mi pasado cuando llegué a pensar que este


amor mío era inútil, porque creí entonces que ya no era correspondido. Pero
aunque parezca asombroso, recién he encontrado una gracia inesperada y
por la primera vez en mi vida decidí asirme a la felicidad con ambas manos
y no dejarla ir otra vez ¡Ella me ama! ¡Eso lo dice todo! ¡Ella me ama y
entonces todo el universos cambia de rostro!

Por favor, Albert, perdóname por la locura que me invadió el corazón


cuando descubrí que lo que yo había creído irremediablemente perdido aún
era mío. En ese momento me sentí tan abrumado que solamente puedo
pensar en esta gozo que Candy y yo compartimos y me atreví, sin
considerar otra cosa, a pedirle matrimonio. Ella aceptó y nos casamos hace
tres días. Fue una decisión tomada en el calor del momento porque yo
estaba a punto de partir de nuevo para el Frente, y ahora que lo pienso
puedo decirte con orgullo que no me arrepiento ni siquiera un poco.
Casarme con Candy es la mejor idea que jamás se me ha ocurrido.

No obstante, entiendo que a tu familia le hubiese gustado tener la


oportunidad de asistir a una ocasión semejante y ofrecer una gran y lujosa
ceremonia. Aún así, mi querido amigo, en aquel momento cualquier
consideración más allá de este amor nos pareció insulsa. Queríamos estar
juntos de un modo que nadie pueda ya forzarnos a una nueva separación.
Ahora estoy de regreso en el Frente, en Verdún, pero el lazo que me une a
Candy está más allá de las distancias geográficas. Ahora solamente
esperamos a que esta guerra termine para poder regresar a casa y
comenzar una nueva vida juntos.

Sé bien que tú has cuidado del bienestar de Candy desde que ella era una
niña. Siempre has sido tú quien ha estado a su lado en las buenas y en las
malas y ahora que ella es mi esposa, te prometo que dedicaré mi vida a
cuidar de ella con esa misma devoción tuya. Tú siempre tendrás un lugar
muy especial en nuestros corazones y en nuestra casa, querido amigo.
Jamás olvido que Candy y yo nos conocimos porque tú decidiste mandarla a
Inglaterra. Te debo mi vida y mi esperanza.

Solamente espero que tú también puedas encontrar la misma felicidad y


realización que ella y yo experimentamos ahora.

Por favor, Albert, puedes decirle a nuestros amigos más cercanos acerca de
esto, pero asegúrate que la prensa no se entere aún. Cuando regresemos a
los Estados Unidos, encontraré la forma de enfrentarlos a todos y contarle al
mundo mi alegría, pero por ahora es mejor mantenerlo en secreto porque
no se suponía que yo contrajese matrimonio siendo recluta. Sé que tú
comprenderás mis sentimientos.

Cuídate amigo y continua luchando para perseguir tus propios sueños.


Ahora puedo decirte que a veces los sueños se hacen realidad en esta
tierra.

Sinceramente

Terrence

Albert suspiró profundamente al terminar de leer. Una vieja y querida


imagen de su primera juventud brilló en su memoria en ese momento. Por
un breve segundo se vio otra vez a sí mismo como un adolescente y a
Candy como una niñita mirándolo con rostro sorprendido y ojos aún llorosos.
Ahí estaba ella, arrodillada en el césped con su cabellera imposiblemente
rizada peinada en dos coletas y esas grandes lagunas verdes aún
enrojecidas por su reciente llanto, tan linda y encantadora como un
querubín de seis años de edad.

¿Quién eres . . . un fantasma o un extraterrestre? – había ella preguntado


sobresaltada.

Y entonces Albert había intentado explicarle a esa pequeñita adorable que


él era un ser humano al igual que ella, y que su atuendo tan particular era
solamente un traje tradicional escocés. Había notado que la niña estaba
triste y trató de ponerla de mejor humor tocando la gaita para ella.

¡Suena como caracoles arrastrándose! – había sido el comentario de la niña


después de escuchar la tonada escocesa que él le había tocado, y el joven
no pudo evitar una franca carcajada ante una ocurrencia tan graciosa.

“Pequeña, luces más linda cuando ríes que cuando lloras”, dijo el Albert ya
adulto mientras doblaba la carta y la colocaba de nuevo en el sobre. –
Supongo que nuestra Candy ya no es más una niñita – pensó él mientras se
reclinaba en su sillón – ahora es una mujer casada . . . ¡Ay Candy! ¡Hemos
andado juntos un largo trecho desde aquel día en la Colina de Pony!

Los ojos azules de Albert destellaron con alegría recordando cuán nervioso
se había sentido el día en que firmó los papeles de adopción, ocho años
atrás. En aquel entonces, él se preguntaba si sería capaz de enfrentar la
responsabilidad de cuidar de una jovencita. Desde aquel día, Albert siempre
se preocupó preguntándose si estaba haciendo lo correcto, si las decisiones
que estaba tomando por el bien de Candy eran realmente lo mejor para su
protegida. Cuidar de alguien es especialmente difícil cuando uno quiere
tanto a esa persona . . . Pero ahora que ella había encontrado su propio
camino en los brazos del hombre que amaba, Albert sentía que había
cumplido con su tarea satisfactoriamente.

¡Estoy tan feliz por ustedes dos, Candy y Terri! – se dijo a sí mismo con
alegría, pero luego una sombra oscura cruzó por sus finas facciones – Pero
ahora . . .hay alguien más que me debe preocupar. . . ¿Cómo voy a decirlo
estas noticias a Archie?

[pic]

El personal en el Hospital Saint Jacques había trabajado doble turno por


causa de la llegada de nuevos heridos desde Arras. Posteriormente la quinta
parte de las enfermeras y los médicos trabajó por un tercer turno más para
mantener el hospital funcionando mientras el resto de los empleados
descansaba por seis horas. Después de treinta y seis horas de trabajo
continuo, Candy, Flammy y Julienne regresaron a sus dormitorios para
tomarse el descanso que necesitaban tan urgentemente. La joven rubia
tomó un bañó y se puso el camisón mientras Flammy tomaba su turno en la
ducha. Cuando la morena salió del baño recordó que Candy aún le debía
una explicación por su ausencia de la otra noche.

¿Puedo saber ahora dónde estuviste? – preguntó Flammy inquisitivamente


mientras se secaba su largo cabello castaño con una toalla, pero pronto se
dio cuenta de que su compañera de cuarto estaba ya en la tierra de los
sueños. – Tal vez tienes razón, Candy – dijo Flammy a su durmiente
compañera al tiempo que ella misma se ponía sus pijamas de algodón-
Debemos dormir un poco. Más tarde habrá tiempo para hablar.

Flammy se metió bajo las sábanas y antes de quedarse dormida pudo


escuchar a la rubia susurrando un nombre.

¡Ay no! – suspiró Flammy con resignación – ¡Otra noche de Terri esto y Terri
el otro, aún en sus sueños! ¡Dios mío ten piedad de mí! ¿Podría al menos
cerrar su parlanchina boca al menos mientras duerme? – se rió Flammy
antes de apagar las luces.

Un suave golpe en la puerta anunció la visita que Candy ya estaba


esperando. La chica se había levantado y vestido, pero Flammy aún dormía
profundamente.

Entra, – dijo Candy en casi un murmullo y la puerta se abrió


silenciosamente. Era Julienne.

¿Cómo están esta mañana, chicas? – preguntó la mujer de mayor edad


cerrando la puerta detrás de sí y acercándose a Candy. – Puedo ver que
nuestra líder temeraria aún está soñando con los angelitos – comentó.

Se levantará pronto, ya verás – replicó Candy sonriendo y Julienne pudo


advertir una nueva luz en la expresión de la rubia.

Está bien chica. Le puedes contar a Flammy toda la historia cuando ella se
levante, pero tienes que soltar la sopa justo ahora para que yo me entere
¡No puedo esperar! – se rió la mujer con una chispa juguetona en sus ojos
de ámbar.

¡Ay Julie! – fue todo lo que Candy pudo decir antes de que sus mejillas se
sonrojasen hermosamente – No sé dónde debo empezar – dijo
sosteniéndose la cara con ambas manos.

Tú cara ya ha dicho la mayor parte, – sonrió Julienne mientras invitaba a su


amiga a sentarse en la cama para continuar la conversación. – Cuando no
regresaste en toda la noche nuestra pobre Flammy aquí presente estaba
horriblemente preocupada por ti, pero yo sabía que no había nada de qué
preocuparse porque estabas con él – explicó la mujer emocionada.

No sé qué fue lo que me pasó . . .simplemente no pensé que ustedes chicas


estarían consternadas por mi culpa . . . .- dijo la rubia sin poder encontrar
una justificación.

Ni siquiera trates de disculparte, Candy – se carcajeó ahogadamente


Julienne muy divertida con la situación. – Una pareja enamorada que está a
punto de separarse no necesita disculparse por haberse olvidada del resto
del mundo. Pero dime ¿Fue todo lo que tú esperabas? – preguntó la mujer
intencionalmente.

Más de lo que jamás soñé, él . . .- dudó la joven un instante - ¡Él me pidió


matrimonio!

¡Es lo menos que podía haber hecho ese hombre obstinado!- comentó
Julienne con una risilla nerviosa.

¡Pero eso no fue todo! – continuó la rubia sonrojándose furiosamente - ¡De


hecho nos casamos!

¡¡¡¿Qué hicieron qué?!!! – chilló una tercera voz femenina que vino de la
otra cama sorprendiendo a Candy y a Julienne - ¿Se volvieron locos, o qué?
Eso es ilegal . . . él, él está en el Ejército – dijo Flammy aturdida, sentándose
en la cama.

¡Y tú estabas escuchando fingiendo estar dormida! – bromeó Julienne muy


entretenida con el gracioso cuadro de la joven morena con el cabello
desordenado y el pasmo dibujado en el rostro - ¡Vamos, Flammy, no
empieces con tus remilgos ahora! Ellos están enamorados y no hay reglas
en contra de eso ¿O acaso preferirías que nuestra Candy hubiese pasado la
noche con un hombre sin estar casados?

¡Por supuesto que no, pero . . .! – trató de argüir la morena pero luego
recordó la cara angelical de Candy mientras dormía la noche anterior, tan
deslumbrante y apacible como no la había visto jamás y en ese momento
Flammy comprendió la razón de aquella nueva felicidad en su amiga. –
Bueno . . . no me mires así Julienne.- protestó Flammy – supongo que tendré
que felicitarte, Candy – admitió la joven poniéndose de pie para abrazar a la
rubia.

¡Ambas tenemos que hacerlo! – añadió Julienne uniéndose a las otras dos
mujeres y una vez que la euforia se hubo calmado las dos morenas se
sentaron junto a la rubia mientras Julienne le hacía a Candy algunas
preguntas que hacían sonrojar a la recién casada y escandalizaban a
Flammy, pero no lo suficiente como para que esta última perdiese interés
en la conversación.

¿Te das cuenta lo que esto puede significar? – preguntó Julienne


sosteniendo las manos de Candy en las suyas con gesto maternal - ¡Podrías
estar embarazada ahora mismo!¿Habías pensado en eso? –dijo la mujer con
una radiante sonrisa.

¿Tú crees? – preguntó Candy abriendo de par en par sus enormes ojos
verdes mientras instintivamente se llevaba las manos al abdomen.

Bueno, eso es técnicamente posible, ustedes lo saben chicas. Pero


tendremos que esperar un par de meses antes de aventurar cualquier
diagnóstico – fue el comentario autorizado de Flammy, pero Candy no la
escuchó porque su mente estaba ya demasiado abrumada por la dulce
posibilidad de llevar en sus entrañas un hijo de Terrence.

Por años que habían parecido como siglos, ella había renunciado al íntimo
sueño de criar una familia al lado de Terri. Sin embargo, repentinamente
ese sueño podía convertirse en una maravillosa realidad. Se sentía tan feliz
con la idea que no se detuvo a considerar que en medio de una guerra y tan
lejos de casa, el estar embarazada podía ser más un problema que un gozo.
A pesar de ello, nada pudo haber hecho palidecer la felicidad de Candy en
aquel instante.

Mi amada Candy,

Septiembre 3 de 1918

Ya son más de veinticuatro horas desde que dejé París y ya me parecen


siglos sin tenerte en mis brazos. Llegué a Verdún en la noche sin ningún
problema y ahora estoy de nuevo con mi pelotón. Pareciera que no veremos
acción pronto y siendo que los alemanes están retirándose en diferentes
puntos de la frontera es posible que la guerra termine antes de que
enfrentamos una batalla real. Por favor, mi dulce ángel, no te preocupes por
mí, te prometo que estaré bien y pretendo cumplir mi promesa . . .

*******

Septiembre 4

. . . Esta nostalgia de ti es aún muy profunda pero diferente, mi amor.


Mientras en el pasado tu memoria era una entrañable herida en mi corazón
que sangraba cada vez que respiraba, ahora, sabiendo que tu amor es mío,
sabiendo que somos libres para entregarnos a este amor, pensar en ti es
una alegría que sana mi alma y me da fuerzas para continuar . . .
*******

Septiembre 5

. . . .Durante la noche, mientras estoy de guardia y en la distancia puedo


escuchar el explosivo rugir de detonaciones lejanas, cierro mis ojos de
tiempo en tiempo para ver tu dulce sonrisa y en ese momento sé que, a
pesar de la oscuridad que me rodea, soy el más afortunado de los hombres
en el mundo. Si alguna vez sufrí dolor, o me sentí solo, o enfrenté
momentos difíciles, ahora lo he olvidado todo. Pero hoy prefiero pensar en
el futuro, ¿ves?. . . . y acostumbrarme a hacer planes para nosotros. Ha
pasado tanto tiempo desde que tuve que renunciar a un futuro juntos que
ahora me siento como si fuese otra persona. Había intentado aceptar la
idea de que en el escenario de mi vida solamente habría un monólogo, lo
cual no era una perspectiva muy alentadora que digamos. Sin embargo,
ahora me despierto y pienso en “nosotros” y me admiro con este
maravilloso sentimiento que algunos llaman esperanza.

*******

Septiembre 6

. . . . Tú ya conociste antes a este tipo, el Capitán Jackson. Es el hombre


más gracioso que he conocido jamás . . . Por una razón que no entiendo
muy bien él tiene una clase de obsesión por la forma de hablar de la gente.
Pretende descubrir el pasado de las personas solamente por escuchar su
manera de hablar. Le he hecho pasar un mal rato jugando con él,
confundiéndole. Bueno, eso fue hasta que te vi de nuevo y por tu culpa
perdí concentración y me olvidé de Jackson ¿Pero quién podría culparme por
eso? ¿Cómo podría yo pensar en otra cosa cuando apareciste de forma tan
repentina dejándome aturdido con esta mezcla de alegría y dolor?

Ahora que estoy de regreso Jackson siente curiosidad porque nota algo
diferente en mi, pero no se puede imaginar qué es . . .¡Y eres tú! Tú, que me
has hecho un hombre diferente. Tú que me has recreado para hacerme ver
el mundo de una manera distinta. Tú, que traes un nuevo significado a mi
vida.

*******

Septiembre 7

. . . . Cuando pensé que te había perdido para siempre, solía jugar con una
fantasía que entonces creía imposible. Soñaba que eras mía por lo menos
una noche y cada vez que despertaba de ese sueño usualmente pensaba
que alcanzar una gracia semejante por lo menos una sola ocasión sería
suficiente para mi corazón . . . Sin embargo, ahora sé que estaba
equivocado. Acabo de descubrir que mi corazón es irremediablemente
codicioso cuando se trata de tus caricias. Añoro el sabor de tus labios y el
calor de tu cuerpo inquietante. No es suficiente para mí con una noche de
pasión contigo. Ten deseo tanto que te necesito a mi lado por el resto de mi
vida y más allá. Te extraño, Candy.

*******

Septiembre 8

. . . ¡Ay, Candy! ¡Hoy me levanté con el peor de los humores! Tenía deseos
de golpear a cada ser humano que se cruzaba en mi camino, pero no
entendía la razón de mi estado de ánimo. De modo que busqué un lugar
apartado durante mis horas de descanso para tocar la armónica por un rato.
Eso me ayudó mucho a poner mis pensamientos en orden y después de
unos instantes terminé por entender qué me estaba pasando. Estaba
celoso, eso era lo que me estaba molestando. Sé que es ridículo, pero no
puedo evitar estar incómodamente celoso de cada persona que tiene ahora
la fortuna de estar cerca de ti. Estoy celoso de aquellos que pueden ver los
prados verdes de tus ojos, mientras yo estoy lejos de ti. Estoy locamente
celoso de cada paciente que estás cuidando en este momento y en mi
demencia estoy celoso hasta del tiempo que pasas lejos de mi, de las ropas
que te acarician el cuerpo y los pensamientos que cruzan por tu mente en
los cuales no estoy incluido.

¿Me amarás a pesar de mi locura? Por favor, no me reproches por ser tan
posesivo. Más de una vez renuncié a ti a causa de las circunstancias y ahora
que eres mía, simplemente no puedo dejarte ir. Te quiero para mi y nada
más para mí. Pero no te preocupes, no voy a ser tu carcelero. Prometo que
tendrás toda la libertad que quieras. Eres más bien tú quien me tiene preso
en este amor de modo que no tengo otra alegría que el pensar en ti.
Perdona mi demencia. Es sólo que estoy locamente enamorado de ti.

*******

Septiembre 9

Amarte sin esperanzas fue un verdadero infierno. Imaginar que eras la


esposa de alguien más fue el tormento más espantoso que jamás
experimenté. Pensar que tú podrías guardarme rencor fue aún peor. Pero tal
vez la pena más dolorosa fue la sola idea de que jamás te volvería a ver,
que nunca podría escuchar tu voz llamando mi nombre, ni tomar tus manos
en las mías, ni tomarte en mis brazos con toda esta pasión que guardo
solamente para ti ¿Sentiste el mismo dolor cuando pensaste, al igual que
yo, que nuestro amor estaba muerto?

Por lo tanto, nada que pueda ahora enfrentar se puede comparar a ese
sufrimiento. Me siento tan feliz ahora en medio de esta estrecha trinchera
donde te escribo estas líneas, que si alguien pudiera ver dentro de mi
corazón en estos momentos, esa persona podría llegar a pensar que estoy
totalmente loco ¿Cómo puedo tener tanta luz en mi interior cuando todo
alrededor es oscuridad? No soy yo, mi amor, es más bien la hoguera de tu
amor dentro de mi que ilumina mi corazón. Aún así, mi gozo no puede ser
completo hasta que te tenga de nuevo a mi lado. Te necesito y a veces me
gana la desesperación con esta guerra demente que quisiera pudiese
desaparecer en el acto para que ambos regresáramos a casa . . . nuestra
casa.

Hemos recibido órdenes de movilización. Es posible que enfrentemos al


enemigo en un lugar cercano hacia el Sur. Sin embargo, eso es sólo un
rumor porque aquí en el Ejército cada cosa pareciera ser un secreto y la
mayor parte de las veces recibimos las instrucciones definitivas en el último
momento. Por esta razón te estoy enviando ahora todas estas cartas
aprovechando la oportunidad de que un camión de correo ha llegado al
campamento, por primera vez desde que llegué hace una semana. Espero
que puedas tener mis líneas pronto. Acabo de recibir dos cartas tuyas y las
tengo cerca de mi corazón junto con tu crucifijo. Leo una y otra vez tus
palabras de amor e imagino tus queridos ojos, mi ángel ¡Cuánto añoro ver
mi imagen reflejada en esos espejos verdes! Por favor, mi amada esposa -
¡Por San Jorge, llamarte así es tan dulce! – cuídate y no te preocupes por mi.
Estoy en las manos de Dios y tengo confianza en que Él protegerá mi vida
para hacerte feliz.

Apasionadamente tuyo,

Terri

Septiembre 5

Mi amor:

Hay algo que no tuve tiempo de decirte. Este verano que está muriendo
mientras te escribo, fue el primero con días soleados que he disfrutado en
años. Siempre, desde que dejé Nueva York, el frío de aquella noche cubrió
mi corazón manteniéndolo congelado aún durante el verano. Nada podía
hacerme entrar en calor . . . nada sino tú, tu sonrisa, tu mirada, tus
brazos . . . Muy en el fondo de mi yo lo sabía bien, pero trataba de negarlo.
Ahora ya no necesito esconder mis sentimientos de mi misma.

Aunque estás lejos, aún me siento cálida y segura, porque sé que tu corazón
está conmigo y el recuerdo de las caricias que compartimos mantiene una
cálida llama en mi. Sin embargo, es innecesario decir cuánto te extraño.
Añoro tus palabras en mi oído, tus bromas, tu risa y aún tus enojos, y debo
confesarte que también añoro ese nuestro mundo íntimo que creamos
durante esa primera noche juntos. Mi cuerpo y mi alma te necesitan, mi
amor.

¡El día que partiste fue tan difícil! Tuvimos muchísimo trabajo pero aún con
tantas cosas por hacer no pude dejar de pensar en ti ¿Sentiste mis
pensamientos besando tus sienes?¿Escuchaste mi alma llamando a la tuya
esa noche cuando me quedé dormida? ¡Ay, Terri! Cuento los días, las horas
y los segundos hasta el momento en que te vea de nuevo.
Conforme pasan los días, sueño acerca de nuestros futuro juntos y la
perspectiva parece tan maravillosa que a penas si puedo creerlo, y a pesar
de ello, tengo que convencerme a mí misma que soy tu esposa. Cuando leo
las noticias sobre las victorias de los Aliados comprendo que pronto estaré
de nuevo a tu lado. Entonces me pierdo imaginando mil formas de hacerte
sonreír. Guardaré todas esas ideas para la próxima vez que nos veamos.
Mientras tanto, piensa en mi tanto como yo pienso en ti.

Con todo mi corazón

Candy

P.D. ¿Olvidé decirte que te amo?

La primera ráfaga fría de septiembre arrastró consigo las hojas secas sobre
el jardín de los Andley, haciéndolas volar en graciosos círculos y llevándolas
muy lejos de los árboles en donde habían nacido. Un ruido de cascos de
caballos se oía en la lejanía, corriendo a través de la inmensa propiedad. El
golpeteo rítmico se hizo más fuerte y finalmente el caballo pudo ser
divisado bajando una colina. Vestido con un traje de montar negro y botas
de piel, un hombre rubio cabalgaba sobre un semental árabe, corriendo por
el prado. Sus cabellos claros volaban con el viento, entrelazándose con la
holgada bufanda de seda que llevaba al cuello. Los ojos azules del hombre
centelleaban con expresión apasionada, llena de indignación y reprimido
enojo.

El caballo se aproximó a los establos y el joven rubio jaló las riendas para
alentar el paso del animal hasta hacerlo detenerse. Uno de los
caballerangos corrió para ayudar a su patrón y un minuto más tarde el joven
vestido de negro caminaba lentamente hacia la mansión mientras un
tumulto de exaltados pensamientos preocupaba su mente.

¡Un linchamiento! – se repetía Albert - ¡Cómo puede ser posible! ¡Aquí en


Illinois! ¡En América, la supuesta tierra de la libertad y la esperanza! ¡Qué
bajo nos pueden hacer caer la violencia y la intolerancia!

El joven entró en su habitación y con rápidos movimientos se quitó la ropa.


Sacudió sus dorados cabellos con energía y se metió al baño donde una tina
llena de agua tibia le estaba esperando. Un baño caliente después de una
larga cabalgata siempre había tenido un efecto tranquilizador para su
ánimo. No obstante, aquel día su indignación era tan profunda que no pudo
encontrar el alivio usual, aún cuando sus bien marcados músculos se
sumergieron en el cálido líquido.

Aquella mañana Albert había leído en los periódicos que un grupo de


extrema derecha había linchado a un inmigrante alemán en el sur de Illinois
porque supuestamente estaba en contra de la participación de los Estados
Unidos en la guerra. Las noticias habían sido la gota que derramara el vaso
para el joven millonario quien había seguido con indignación la creciente
represión por parte del gobierno en aquella época de guerra.
A causa del momento histórico la administración del Presidente Wilson
había creado diferentes instituciones que controlaban la producción y
dirigían la economía a fin de solventar los gastos ocasionados por la guerra.
Por otra parte, el gobierno también trataba de unificar la opinión pública
por dos medios. Mediante una campaña publicitaria masiva que exhortaba a
los ciudadanos a apoyar al ejército, así como a través de leyes y
restricciones que censuraban y castigaban cualquier señal de desacuerdo
con las disposiciones gubernamentales.

Mientras que Wilson tuvo éxito administrando la economía de la nación con


resultados más bien positivos, la libertad de expresión se vio seriamente
amenazada por su Ley del Sabotaje y su Ley de Sedición. Pero la franca
oposición a la guerra no era la única idea censurada. Desde que la
Revolución Rusa había comenzado, el centro y la derecha norteamericanos
temieron el crecimiento del comunismo en América. Por lo tanto el partido
socialista y sus simpatizantes fueron reprimidos. En general, cualquier tipo
de desacuerdo público con las políticas del gobierno era severamente
castigado con encarcelamiento y se instaba a la gente para que
denunciaran a sus vecinos y conocidos si éstos mostraban cualquier señal
de sedición. La prensa fue forzada a publicar solamente las noticias que
confirmaban el éxito de los Aliados y los hechos heroicos de la Fuerza
Expedicionaria Norteamericana.

Tales medidas habían despertado viejos resentimientos raciales y


tendencias ultra nacionalistas. Los inmigrantes alemanes, irlandeses y
judíos eran perseguidos, despedidos y rechazados abiertamente. La
discriminación se convirtió en una práctica legal por el bien de la guerra y la
nación. La libre expresión fue condenada en los círculos intelectuales y los
estudiantes universitarios tenían que ser cuidadosos con las ideas que
admitían si no querían ser expulsados. El líder humanista Eugene V. Debs,
un hombre a quien Albert admiraba, había sido puesto en prisión por esas
fechas a causa de sus ideas y purgaría una pena por 10 años. Finalmente,
para empeorar aún más el asunto, aquella mañana los diarios contaban la
historia de un linchamiento.

Albert, quien era un hombre que creía en la libertad ideológica y los


métodos no violentos, estaba muy molesto con los eventos recientes. El
joven estaba convencido de que un gobierno que no estaba dispuesto a
escuchar la opinión de la gente cuando ésta no es favorable a las
disposiciones oficiales, estaba destinado al fracaso. Aún más, él temía que
incluso las medidas económicas tomadas por Wilson no serían suficientes
para evitar el colapso económico que tarde o temprano la guerra acarrearía.
Albert estaba seguro que lo peor estaba aún por llegar, en los años que
seguirían cuando la guerra hubiese terminado.

Este conflicto traerá una terrible voracidad económica, – pensaba mientras


jugaba con el jabón escurridizo en sus manos. – Cuando la lucha termine los
países Aliados tratarán de hacer que los Países de la Triple Entente paguen
las pérdidas ocasionadas por la guerra, éstos no tendrán suficiente dinero
para pagar sus deudas y entonces se pedirán préstamos internacionales . . .
¿De dónde saldrá todo ese dinero? – se preguntaba y en su mente
solamente podía encontrar una única respuesta – ¡De nosotros, los
banqueros norteamericanos, por supuesto! Eso podría parecer un negocio
jugoso . . . Sin embargo, a largo plazo, puede llegar a ser una aventura
peligrosa . . . Tengo que advertir a Archie acerca de esto antes de dejar el
negocio de la familia en sus manos.

Este último pensamiento hizo que Albert olvidara por un momento sus
preocupaciones sociales y políticas y al mismo tiempo le recordó de un
asunto familiar que tenía que resolver muy pronto. De hecho, había decidido
enfrentar el problema ese mismo día.

¡Archie, Archie! – Albert se dijo – ¡No quiero ver tu cara cuando te diga las
nuevas!- y con este último pensamiento Albert se sumergió completamente
en el agua tratando de lavar sus preocupaciones. Sin embargo, un segundo
después un tímido golpe en la puerta le hizo volver a la realidad.

Señor Andley – dijo la voz de George- El Sr. Cornwell está ya esperándolo


en el estudio.

Dile que estaré con él en un minuto – respondió el joven saliendo de la


bañera.

Como el hombre práctico que era, solamente le tomó a Albert unos cuantos
minutos estar

listo en su usualmente impecable traje y sus zapatos estilo Oxford. Con las
hebras rubias aún ligeramente húmedas el hombre se dirigió a su estudio,
caminando con firmes zancadas a lo largo del elegante corredor. Un día
aburrido de interminables negocios y decisiones por tomar estaba
esperando a los dos jóvenes magnates, pero esa mañana, las transacciones
financieras no eran la primera preocupación en la cabeza de William Albert
Andley.

Cuando Albert llegó al estudio su sobrino ya estaba leyendo algunos de los


reportes de los movimientos del mercado accionario que George les había
traído. En el momento que el mayor de los dos jóvenes entró en el cuarto
ambos se saludaron con la usual palmada en el hombro. Pronto, los dos se
encontraban profundamente concentrados en su trabajo, mientras Albert
instruía seriamente a Archie en los negocios familiares, asegurándose de
transmitir a su sobrino los sobrios principios que caracterizaban su estilo
personal de administración. Archie ignoraba en esos instantes que, diez
años después, aquellas lecciones salvarían a la fortuna de los Andley de la
bancarrota total, durante la década de la Gran Depresión.

Quiero que le des una ojeada a esto – dijo el mayor de los dos hombres a su
sobrino mientras le pasaba unos documentos.

El joven revisó los papeles y después de un rato, sin dar crédito a sus ojos,
despejó su frente de unas hebras color arena que lo molestaban a fin de
leer de nuevo con más atención. Una vez que se hubo cerciorado de que
había entendido bien el contenido de los documentos, levantó sus ojos con
una mirada inquisitiva en sus iris avellanados.

Me equivoco o estos documentos terminarán nuestra sociedad con la


compañía Leagan y Leagan – preguntó Archie incrédulo.

Estás en lo correcto – asintió Albert con una ligera sonrisa. – Tan pronto
como estos papeles lleguen a firmarse serán el afortunado final de nuestros
negocios con los Leagan.

Debo admitir que me agrada la idea de que no veré más a nuestros


“queridos primos” en cada una de nuestras juntas, pero... ¿No era nuestra
sociedad con su compañía algo conveniente para los Andley? – preguntó
Archie escéptico.

Sólo aparentemente – respondió Albert tranquilamente – Ellos eran quienes


recibían más beneficios de esa sociedad y yo pensé que podría llegar el día
en que lamentaríamos semejante asociación.

¿Qué quieres decir? – demandó Archie levantando una ceja suspicazmente.

Siempre me sentí incómodo con la idea de que en un futuro Neil heredaría


la fortuna de los Leagan. Sinceramente dudo que él pueda llegar a ser tan
buen hombre de negocios como su padre, y también temo que en los años
por venir él pueda ser una carga para nuestros propios negocios. Así pues,
desde que tomé el control de nuestras compañías, decidí seguir una bien
planeada estrategia para terminar con nuestra sociedad con los Leagan,
poco a poco. Unas cuantas acciones hoy, otras más la siguiente semana, y
así hasta este día. Espero que mañana ellos puedan firmar estos papeles y
así estaremos finalmente liberados y a salvo, lo cual es especialmente
importante, ya que Neil cumplirá los veintiún años muy pronto.

¿Nos costó mucho dinero todo este movimiento? – preguntó Archie aún
dudoso.

No realmente si tomas en cuenta lo que acabo de descubrir, – explicó Albert


dándole a Archie un gran sobre amarillo.

¿Qué es esto?

Ciertas cosas en el comportamiento de Neil me hicieron sentir algunas


sospechas, así que le pedí a George que ordenara a su gente seguir los
movimientos de tu “querido primo”. Lo que tienes en tus manos es un
detallado informe sobre las actividades de Neil y Eliza. A través de esas
páginas encontrarás que ambos están muy cercanamente relacionados con
un grupo de personas de no muy recomendable reputación en esta ciudad.-
Albert continuó su explicación con extraordinaria calma mientras acariciaba
al callado galgo que descansaba a su lado.

¡Estos individuos son delincuentes! – exclamó Archie cuando terminó de


leer el reporte.
Bueno, en cierto modo sí, pero son tan inteligentes que las autoridades no
han encontrado nada para probar todos los posibles cargos en contra de
ellos – replicó el hombre oji-azul.

¿Le dirás todo esto a mi tío? – preguntó Archie alarmado.

Sí, pero dudo que él crea lo que este reporte tiene que decir. Siempre se ha
negado a ver el tipo de hijos que tiene. De todas formas, si Neil o Eliza
llegan a involucrarse demasiado con sus nuevos amigos, nuestra familia no
tendrá que temer que eso pueda afectar a nuestros negocios. Si los Leagan
alguna vez se atreven a ir más allá de la ley lo sentiré mucho por Sarah,
pero me temo que ni tú ni yo podremos ayudarlos a evitar las
consecuencias de sus actos irreflexivos.

Puedes estar seguro que yo no moveré un dedo, Albert. Hay ciertas cosas
que nunca les perdonaré. Me alegra que hicieras todo esto a tiempo –
comentó Archie con satisfacción.

Yo también, pero ahora déjame mostrarte la nueva compañía de bienes


raíces que acabo de adquirir . . . – el tío continuó su explicación y ambos
hombres se enfrascaron en revisar una larga lista de ingresos y egresos al
tiempo que Albert comentaba sobre su descontento con las políticas
gubernamentales.

Tío y sobrino continuaron su trabajo diligentemente hasta que un par de


horas más tarde una de las domésticas entró al salón con el té que Albert
había ordenado. Entonces los jóvenes dejaron su tarea de lado para darse
un descanso mientras el mayor de los dos se divertía alimentando al esbelto
galgo con pedacitos de biscocho. Internamente Albert estaba tratando de
encontrar el momento adecuado para decirle a Archie las noticias que
habían llegado de Francia. Sin embargo, al no encontrar el modo de
empezar Albert se fue por las ramas por unos instantes hablando de los
avances de los Aliados en Francia e Italia, pero Archie, quien estaba algo
distraído, apenas si respondía con monosílabos.

¿Me estás escuchando? – preguntó el hombre oji-azul intentando de captar


la atención de su sobrino.

¿Eh? ....Ah, sí, los demócratas . . . Yo voy a votar por los republicanos, de
todas formas – fue la abrupta respuesta de Archie mientras sorbía el té.

¡Archie! Terminamos ese tema hace siglos. Te estaba hablando de la


guerra ¿Qué te pasa?

Lo siento, Albert . . . Es sólo que estaba pensando en Annie y en . . . – el


joven dudó cambiando su postura en el sillón de cuero en donde estaba
sentado.

Ya veo . . .No tienes que darme explicaciones – replicó Albert tratando de


disminuir el bochorno de Archie.
Gracias . . .De hecho, creo que no te he agradecido lo suficiente por todo tu
apoyo en todo este asunto, especialmente con el Sr. y la Sra. Britter –
agradeció el joven con una tímida sonrisa.

De nada, Archie. Era lo mínimo que yo podía hacer como el jefe de la familia
– dijo Albert casualmente.

Sí, pero entiendo que no fue muy sencillo enfrentar al Sr. Britter. Él siempre
había sido un hombre amable y educado, pero este rompimiento lo molestó
muchísimo y tú manejaste el problema muy prudentemente. Estoy
realmente apenado de que hayas tenido que pasar por una situación tan
embarazosa por mi culpa,. – se disculpó Archie sinceramente avergonzando
de haber involucrado a Albert en sus problemas personales.

Ni lo digas. Sabes bien que apoyo tus decisiones solamente porque son
tuyas y respeto eso. Pero no me has dicho aún cuáles son tus planes ahora
que eres un hombre libre – dijo Albert viendo finalmente un modo de
comenzar la conversación que estaba renuente a iniciar.

Bueno . . .tengo ciertas esperanzas . . . pero tendré que posponer todos mis
planes hasta que la guerra termine . . . aunque casi no puedo esperar, –
admitió el joven y sus ojos color almendra brillaron con un destello especial
mientras se ponía de pie con un súbito impulso lleno de energía.

¿Esperanzas? . . . Archie, no me querrás decir que estas planeando . . –


indagó Albert visiblemente alarmado con la actitud y las palabras de su
sobrino.

¡Sí, Albert! Sé que tú no crees que yo pueda tener una oportunidad, pero he
decidido tratar una vez más y cuando Candy regrese a casa comenzaré a
cortejarla formalmente. Si ella se niega al principio por causa de Annie, no
me rendiré. Lucharé por su amor sin importar cuanto tiempo me tome – dijo
Archie eufórico.

¡No, tú no vas a hacer eso! –dijo Albert con vehemencia.

¿Qué quieres decir? ¿Vas a prohibirme que busque mi felicidad? Acabas de


decir que respetas mis decisiones . . .¿Por qué habría ésta de ser diferente?
– inquirió Archie confundido con la respuesta de su tío y amigo.

No, Archie, no es que yo te prohíba buscar tu felicidad . . . es sólo que . .

Tal vez tú mismo estás pensando en cortejar a Candy, olvidando los lazos
legales que te unen a ella –barbotó el joven visiblemente molesto con la
desaprobación de Albert.

¿Qué tonterías estás diciendo, Archie? - increpó Albert ofendido por la


insinuación del joven, pero su naturaleza bondadosa y tranquila tomó el
control de sus impulsos muy pronto e inmediatamente excusó a su sobrino,
– pero te perdono porque sé que no eres dueño de ti mismo . . . Me
encantaría que tú pudieses encontrar a la mujer que realmente necesitas,
pero me temo que no puedes ni siquiera pensar en Candy de una manera
romántica porque ahora ella está . . .
¿Qué? – preguntó Archie con una mirada flameante en sus pupilas claras.

Archie, siéntate. Hay una noticia que acabo de recibir ayer. Se la iba a
comunicar a todos nuestros amigos y a ti esta semana . . .- dijo el mayor de
los jóvenes tratando de tranquilizar la situación.

¿Qué le pasó a Candy? ¿Está ella bien? Por favor, no me digas que ella está .
. . – indagó Archie asiendo desesperadamente a Albert por los hombros.

¡No, Archie!¡Cálmate! Ella está bien . De hecho está mejor de lo que tú y yo


hemos estado jamás, los dos juntos, – se apresuró Albert a explicar mientras
invitaba al joven a sentarse.

¿Entonces, qué es eso que no me permitiría confesarle a ella mis


sentimientos?

Archie, por favor . . .Recibí noticias de Francia . . – Albert dijo con


tranquilidad al tiempo que sacaba un sobre de su escritorio.– En esta carta
se me comunica de una importante decisión que Candy ha tomado. De
hecho, cuando la guerra termine, como estoy seguro que sucederá pronto,
Candy no regresará a vivir en Chicago.

¿Pero, por qué? – preguntó Archie terriblemente confundido.

Archie, espero que comprendas esto y lo tomes como el caballero que eres .
. cuando Candy regrese estará viviendo en Nueva York.

¿Pero por qué viviría ella en Nueva York? Candy no conoce a nadie allá . . .-
los ojos de Archie vagaron por un instante tratando de encontrar una
explicación para recuperar el equilibrio que su mente había perdido de
repente, pero un segundo después un centelleo ansioso dominó sus ojos con
una mezcla de enojo e incredulidad - . . .excepto . . .¡No! ¡No me querrás
decir que ella ha decidido buscar a ese hijo de perra a quien no le importa
un bledo lo que le pase a Candy!- explotó el joven.

Primero que nada, apreciaría mucho que no insultaras así a un amigo mío –
reconvino Albert firmemente – y en segundo lugar, escúchame bien Archie,
estás en lo correcto cuando piensas que todo esto tiene que ver con
Terrence, pero no en el modo que tu estás pensando. Tal vez lo ignores,
pero cuando los Estados Unidos le declararon la guerra a Alemania,
Terrence se enroló en el Ejército. Después de esto, lo demás fue cuestión
del destino. Candy y Terri se reencontraron en Francia . . – dijo Albert
finalmente, realmente apenado por lastimar al joven tan profundamente.

¿Pero cómo fue eso? – indagó Archie con voz temblorosa.

Me temo que Terrence fue herido y enviado al mismo hospital en que Candy
está trabajando. Parece que ella cuidó de él durante su convalecencia –
aclaró Albert.

¡POR SUPUESTO! – gritó Archie en un arrebato mientras se ponía de pie


nuevamente y caminaba sin rumbo fijo a lo largo del salón –¡ Y el bastardo
se aprovechó de la situación! ¡Qué manera tan sucia de jugar!
¡Archie! – exclamó Albert sin saber que más decir

Puedo ver que tú ya te has puesto de parte de Grandchester – reprochó


Archie – ¡Pero si tú crees que esta vez me voy a quedar callado y renunciar
como hice antes, tú y Grandchester se equivocan! ¿Me pides que me
comporte como un caballero? ¡Bueno, pues déjame decirte que estoy harto
de ser un caballero! ¡Voy a luchar por el amor de Candy sin importarme si
ella es su novia ahora, porque él no se la merece!- concluyó él agitando su
brazo derecho con un gesto amenazante.

¡Ese es el problema Archie! ¡Ella no es su novia! – respondió Albert,


seriamente preocupado por el tono que la conversación había tomado.

¿¿Qué quieres decir?? – inquirió Archie con tono iracundo y Albert


comprendió que tenía que decir la peor parte de las noticias justo en ese
momento.

Archie . . . Terri y Candy se casaron. Candy es ahora la señora


Grandchester y cuando regrese vivirá con su marido en Nueva York ¡Te
guste o no, tendrás que aceptarlo! – sentenció el joven mayor con energía.

Archie se quedó parado sin decir palabra mientras las decisivas palabras de
Albert se hundían en sus oídos en un doloroso eco, resonando
repetidamente, traspasando su pecho como una espada, hasta que su
corazón se quebró en mil pedazos. Instintivamente, el joven crispó sus
puños y sintió claramente cómo sus quijadas se atoraban impidiéndole
proferir palabra. Antes de que Albert pudiese decir o hacer algo, el joven
huyó presa de la furia, azotando la puerta tras de sí. Albert sabía que en
semejantes momentos un hombre necesita algo de privacidad para
derramar esas lágrimas que el orgullo no le permite mostrar en público. Así
que simplemente dejó ir a su sobrino, esperando que una buenas dosis de
soledad pudiera ayudarle a sobreponerse a ese primer golpe.

El joven corrió a través de los lujosos pasillos y salones, hasta llegar a su


recámara. Una vez que se hubo asegurado de que estaba realmente solo,
cayó sobre sus rodillas llorando en silencio.

¡¿Qué has hecho, Candy, mi amor?! – reprochó en medio de su llanto – Tú,


dulce niña, tan sensible y compasiva cuando se trata de otros . . .¡Pero
siempre tan despiadada hacia mi amor por ti! ¿Por qué eres tan ciega ante
mi pasión? ¿Por qué insistes en lastimarme de esta forma una y otra vez? –
dijo él entre amargos sollozos mientras su mente buscaba en sus recuerdos
- ¡Te he amado por tanto tiempo!¡Desde nuestra infancia! ¡ Y siempre hubo
alguien más! ¡Siempre alguien más! Acepté tu decisión cuando primero
escogiste a Anthony porque yo los amabas a ustedes dos tanto. Actué
caballerosamente a pesar de mi juventud y escondí la confesión amorosa
que me quemaba en los labios . . .y luego . . .nuestro querido Anthony murió
dejándonos a todos en una profunda pena . . .y pensé que sería mejor dejar
que tu dolor sanara en el regazo de tus madres. Ingenuamente creí que más
tarde, cuando nuestros corazones se hubiesen recuperado de aquella
dolorosa pérdida, tú finalmente me honrarías con tu amor. Pero ese hombre
del demonio tenía que aparecer, sólo para traerte más sufrimiento, una y
otra vez, y yo no tuve el corazón para negarme cuando tú me pediste que
cuidara de Annie . . .¿Qué estaba yo pensando entonces?

El joven se puso de pie y caminó hacia un escritorio que estaba colocado


cerca de la ventana. Había sobre él un cofrecillo de madera que Archie abrió
con gesto macilento, sacando una de las muchas cartas que él había
acumulado durante un año. Inhaló de nuevo el perfume del sobre y los
engranes de su arrepentimiento continuaron girando en su mente.

La rosa tiene una dulce fragancia – pensó y las lágrimas rodaron por sus
mejillas – pero también tiene espinas para apuñalar el corazón de un
hombre. ¡Y ahora, mi deliciosa rosa, has dado la estocada fatal a mi pobre
alma, entregándote en los brazos de ese despreciable bastardo quien nunca
supo cómo apreciar tu valor! En el pasado, cuando me di cuenta que él te
había perdido, pude soportar la carga de no ser amado por ti, porque sabía
que nadie tenía tu amor, pero sólo me engañaba a mi mismo egoístamente
– pensó tristemente mientras sus manos soltaban la carta y un par de ojos
almendrados se encontraban con su propio reflejo en un gran espejo - ¡Tú
nunca me miraste! – se lamentó en voz alta, mirando sus gallardas
facciones - ¡Nunca, ni un sola mirada para este hombre que otras mujeres
estarían dispuestas a amar! ¡Pero, por el contrario, todo este tiempo tú has
seguido amando . . . a ese maldito inglés! Él tuvo su oportunidad una vez, y
la perdió ¡No debería gozar del derecho de tenerte nuevamente! Él, a quien
yo creí aún más miserable que yo, porque no tenía la alegría de tu amistad .
. . él, que ha terminado por ser el afortunado dueño de tu más tierno
afecto... ¡Y tus más íntimas caricias! ¡Si tan sólo hubieses escogido a
alguien más, este dolor sería menos agudo! ¿Por qué él, de todos los
hombres del mundo, Candy? ¡Él, a quien desprecio por haberte lastimado en
el pasado! Él, que será el blanco de mi odio desde este día. Él, quien llenará
mis pesadillas al tiempo que lo imagino disfrutando del sabor de tus besos,
el cuál yo nunca conoceré, - gritó al mismo tiempo que su puño rompía el
espejo enfrente de él - ¡ Ay, Candy, mi Candy! ¡Qué maldición me has
lanzado! – lloró Archie sin sentir el dolor de su mano que sangraba.

Los alemanes estaban retrocediendo, pero no todo estaba perdido para el


General Ludendorff. Él sabía que tenía que resistir en el territorio francés
tanto como fuese posible. Si podía mantener sus posiciones a lo largo de la
frontera hasta la llegada del invierno eso daría a los diplomáticos alemanes
suficiente tiempo y fuerza de presión para negociar un armisticio más
conveniente. Si los poderes de la Triple Entente no podían ganar la guerra,
al menos tenían que hacer su mejor esfuerzo para conseguir condiciones de
paz menos desventajosas. Así pues, el plan de Ludendorff era retirarse
lentamente, no todos al mismo tiempo, tratando de preservar las
posiciones con menos elementos. Foch entendió las intenciones de su
enemigo y decidió que había que detener la movilización alemana
forzándolos a rendirse antes de que escaparan, de modo que les hicieran
pagar con una humillación aún más grande y con resultados más
provechosos para la causa aliada. La guerra, puede ser, después de todo, un
gran negocio para aquellos que alcanzan la victoria. En 1919 llegaría el
tiempo de negociar y cada lado quería estar en las mejor posición posible
para obtener mejores ganancias.
Durante los meses de septiembre, octubre y noviembre, los Aliados
organizaron su última ofensiva, aquella que los llevaría a la victoria final.
Estaría dividida en tres principales frentes. Uno en Flandes, en la frontera
norte con Bélgica, el otro sobre Cambrai y Saint Quentin y el último sobre
Mecieres y Sedán. La idea era tomar control de las líneas ferroviarias que
los alemanes usaban para transportar sus tropas, pertrechos y provisiones.
El primer punto que Foch decidió atacar fue Saint Mihiel, una ciudad a unas
cuantos kilómetros al sur de Verdún. El Ejército Norteamericano fue
designado para esa misión.

Hacia septiembre de 1918, los norteamericanos habían ya organizado su


cuartel central en Vesle y el Primer Ejército Norteamericano fue entonces
asignado a atacar el saliente de Saint Mihiel y reducirlo de modo que los
Aliados pudieran tener libre acceso a través de las líneas ferroviarias, desde
París hasta la región de Lorena. El objetivo de los norteamericanos era
tomar Saint Mihiel y continuar hacia el Bosque de Argona, unos cuantos
kilómetros al norte. La segunda división estuvo incluida en esta misión.

Por lo tanto, la noche del 11 de septiembre Terrence Grandchester estaba


otra vez sentado dentro de la trinchera frontal esperando su turno para
entrar en acción. A la 1 am del día 12 se septiembre, la batalla empezó con
un intenso ataque de la artillería que duró varias horas Sólo el viento otoñal
y el estallido de los cañones podía escucharse, mezclado con un fuerte olor
a pólvora que invadía la atmósfera. Cerca de Terrence, estaba sentado un
joven que sostenía su ametralladora Browning con nerviosos dedos mientras
temblaba de miedo con cada detonación. Aquella era la primera vez que
vería la acción de una batalla y Terrence no podía culparlo por sentir miedo.
El joven actor colocó su mano sobre el hombro de su joven compañero
tratando de aliviar su terror.

Todo esto es malditamente espantoso, – comentó Grandchester – pero aún


así tienes que controlarte si quieres sobrevivir.

¿Cómo puede estar tan calmado?- preguntó el joven mirando al flemático


sargento.

Estoy tan asustado como tú, Matthew,- repuso Grandchester con una
sonrisa irónica, - pero hago lo mejor que puedo para enfocarme en mi
objetivo. Si quiero lograr mi meta, entonces debo concentrarme.

¿Y qué meta es esa? – inquirió el joven.

Tengo que vivir, Matthew – replicó el sargento con una extraña llamarada
que cruzó entonces por sus ojos – Hay alguien que cuenta con eso. Por lo
tanto, cuando enfrente al enemigo me centraré con todas mis fuerzas en
preservar mi vida y cumplir con mi deber. No hay lugar para otros
sentimientos en ese momento. Simplemente concéntrate en la sola y única
razón que te mantiene vivo. Enfoca tu mente en ese pensamiento y mantén
tus cinco sentidos en la lucha.

¿Y qué pasa si no puedo hacerlo? – preguntó el joven


Entonces confía en las plegarias de tu madre, Matthew, porque no creo que
Dios escuche oración alguna viniendo de un pecador como tú,- bromeó el
sargento dándole al joven un empujoncito para aliviar su tensión.

A las cinco de la mañana la infantería salió de las trincheras. Una vez más,
Terrence tuvo que vivir el siempre espantoso cuadro de hombres
matándose unos a otros y de nuevo tuvo que mancharse las manos de
sangre. Él sabía que no podría borrar esas manchas, que ellas permanecería
impresas en su piel aún si se lavaban una y otra vez y siempre inquietarían
su conciencia siendo parte de sus pesadillas. Sin embargo, tenía un
argumento que lo sostuvo durante aquellas horas: debía vivir, y si tenía que
matar para preservar su vida, lo iba a hacer. Por primera vez en su vida,
sabía que su existencia tenía un claro sentido.

La batalla duró casi veinticuatro horas, pero afortunadamente los alemanes


no resistieron tan decisivamente como se esperaba. En septiembre 13 el
saliente había sido tomado y unas horas después los norteamericanos
fueron substituidos por elementos franceses. El Primer Ejército
Norteamericano continuó su camino hacia el Bosque de Argona, donde un
mes completo de dolorosos esfuerzos los estaba esperando.

En su camino hacia el Norte, Terrence miró a través de la ventanilla del tren


al mismo tiempo que acariciaba el crucifijo en sus manos. Veía el siempre
verde follaje de los pinos que contrastaba con el dorado paisaje, evidencia
del otoño que se acercaba, y su mente inmediatamente le trajo el dulce
recuerdo de los ojos de su esposa. Suspiró calladamente, agradeciendo a
Dios que ella estaba lejos y a salvo. En la correspondencia que había
mantenido con Albert en los meses anteriores el joven millonario le había
confiado que había hecho arreglos para mantener a Candy lejos del Frente.
Sin embargo, Terrence no se hubiese sentido tan tranquilo de haber sabido
lo que estaba a punto de ocurrir en París.

Los rumores pueden ser una trampa peligrosa que tarde o temprano
termina por capturar la presa deseada. Mientras Candy trabajaba
diligentemente durante sus largos turnos y soñaba con el hombre que
amaba en su tiempo libre, orando constantemente como nunca lo había
hecho antes, alguien más estaba ocupada esparciendo una venenosa
mezcla de mentiras y hechos reales, la cual fácilmente hizo eco en aquellas
bocas que gozaban de las habladurías. Después de todo, no es difícil llegar
hasta la faceta oscura en los corazones humanos. Uno sólo tiene que
escarbar un tanto para revelar las debilidades humanas. A largo plazo, esas
debilidades pueden ser muy útiles para alcanzar ciertos propósitos.

Candice White Andley había sido enviada al Frente en Ypres y luego a


Cambrai el año anterior, regresando a París en diciembre, sólo unos días
después que el Coronel Vouillard – entonces Mayor Vouillard – había sido
designado como director del hospital. Desde entonces, cinco diferentes
grupos de personal médico habían sido enviados a diferentes áreas a lo
largo del Frente, pero la señorita Andley no había sido comisionada otra vez,
a pesar de que tenía la experiencia y el entrenamiento necesarios.
Cuando la enfermera Andley llegó al hospital después de sus días en el
Frente, estuvo enferma de influenza por un par de semanas y aún cuando
Vouillard supuestamente no la conocía, el militar había estado interesado en
la recuperación de la joven y la había visitado un par de veces. El interés del
Vouillard podía tomarse como un simple gesto de amabilidad y cortesía
hacia una heroína de guerra proveniente de uno de los países aliados. Sin
embargo . .. ¿Era sólo eso?

Flammy Hamilton, quien se habían mantenido siempre distante y fría con


todo el personal bajo su mando, había cambiado su actitud hacia Candice
Andley de repente, tan pronto como ambas regresaron a París. Algunos
podrían pensar que los cambios en Hamilton obedecían al hecho que la
Andley había prácticamente salvado su vida. Sin embargo, semejante
transformación ocurrió exactamente al mismo tiempo en que Vouillard llegó
al Saint Jacques ¿Coincidencia?

El Doctor Bonnot había cortejado a Candice Andley abiertamente por más


de un año pero ella nunca había dado muestras de interés ¿Por qué una
chica soltera rechazaría las atenciones de un hombre con un tan promisorio
futuro como lo era Bonnot, sin mencionar la apostura del joven? ¿Había
algún amor secreto que ella no podía confesar y que no le permitía
corresponder el cariño de Bonnot?

Durante el verano, los pacientes del pabellón A-12 se habían amotinado


prácticamente con el fin de tener a la señorita Andley como su enfermera.
Vouillard había arreglado el problema enviando a la enfermera de regreso al
mencionado pabellón. Algunos pensaron que esa medida había sido más
bien débil y no muy acorde al estilo militar. Una solución más estricta
hubiese sido la de transferir a la enfermera a otro hospital como una
especie de escarmiento para los pacientes rebeldes. No obstante, Vouillar
prefirió mantener a la señorita Andley en el Hospital Saint Jacques.

Finalmente, en días recientes, la joven Andley había desaparecido por una


noche completa e inclusive había llegado tarde a su turno al día siguiente.
Aún así, la enfermera Hamilton no hizo nada para castigar la falta de la
Andley ¿No era todo esto muy raro, especialmente cuando Flammy
Hamilton era siempre una jefa tan estricta?

Nancy Thorndike sabía las razones para todos estos extraños eventos. Había
trabajado organizando los archivos del hospital durante un mes y en esta
tarea había encontrado el expediente de Candy, descubriendo información
muy interesante. De ese modo se enteró que la joven rubia era parte de una
familia muy acaudalada que tenía conexiones con altos líderes militares en
el Ejército Francés. Nancy leyó las cartas de Foch al Mayor Legarde, el
Mayor La Salle y al Coronel Vouillard con órdenes estrictas de mantener a la
Andley en la retaguardia. Eso explicaba la misteriosa dimisión de La Salle,
siendo él quien mandó a la joven Andley a Ypres, así como el interés de
Vouillard en mantener a Candy lejos del Frente.

Nancy ató los cabos y viendo el cuadro completo, comprendió que los
eventos podían ser fácilmente mal interpretados. Después de eso, sólo le
tomó un par de charlas con algunas de sus colegas que tenían reputación
de expertas chismosas para esparcir la idea de que Erick Vouillard sostenía
un romance con Candice Andley y que por esa razón él estaba tratando de
proteger a su amante manteniéndola lejos del campo de batalla. Flammy
Hamilton seguramente estaba al tanto de aquel desliz y consecuentemente,
había cambiado su actitud hacia la joven Andley cuando Vouillard había sido
designado como director del hospital. Por otra parte, Bonnot no podía ser
rival para el Coronel, quien a pesar de ser un hombre de mediana edad y
además casado, podía ofrecer mucho más a su amante de lo que Bonnot
podría jamás dar a la mujer que llegase a ser su esposa. La pequeña
americana, no era tan pura y cándida después de todo.

El rumor se propagó rápidamente y en una semana llegó a los oídos de


Vouillard. Él, por supuesto, estaba profundamente ofendido y preocupado
por su esposa. Cuando más joven, Vouillard no había sido un santo, como la
mayoría de los militares, y la Sra. Vouillard había respondido a las
infidelidades de su esposo con un duro resentimiento, así que su
matrimonio había estado cerca del fracaso total y la separación definitiva.
Afortunadamente, el tiempo, el amor y una buena dosis de perdón habían
salvado a los Vouillard del inminente divorcio y en los cinco años
precedentes la pareja había reconstruido la confianza mutua no sin grandes
esfuerzos. Comprensiblemente Vouillard temía que el escándalo sobre su
supuesto amorío con la enfermera americana podía llegar a oídos de su
esposa, arruinando de nuevo la aún frágil relación. Vouillard también temía
que su reputación profesional pudiese ser dañada por las habladurías,
especialmente cuando se le estaba relacionando con una joven dama cuya
familia tenía contactos con el Mariscal Foch. Así que Vouillard decidió hacer
algo para acallar los maliciosos rumores de inmediato.

Candy estaba sola en su dormitorio. Con manos cuidadosas doblaba el


vestido de lino blanco que la Srta. Pony y la Hermana María le habían
enviado como regalo de cumpleaños, con el propósito de guardarlo en una
caja. Se había dicho a sí misma después de lavarlo y almidonarlo
esmeradamente, que no se lo pondría más. Después de todo, había sido su
vestido de novia y no se lo iba a poner para una simple caminata en el
parque, sino que lo guardaría como recuerdo del día que había jurado amor
eterno al hombre de su vida.

Acarició ligeramente el fino organdí que adornaba el canesú y los diminutos


botones en forma de perlas, sin poder evitar el recuerdo de las manos de
Terri mientras los desabrochaba uno por uno con nerviosos dedos. La joven
sintió cómo el rubor cubría sus rosadas mejillas, pero esta vez disfrutó de la
cálida sensación mientras recordaba las caricias de su esposo sobre su
cuerpo. Cerró los ojos y sintió de nuevo sus besos, escuchando sus palabras
de amor en su oído. Guardó el vestido en la caja y se recostó en la cama,
abandonando su mente a los más dulces e íntimos recuerdos. Buscó con su
mano derecha el anillo de esmeralda que mantenía colgando a su cuello con
una cadena de plata, siempre oculto debajo de su uniforme, y lo estrujó con
tierno gesto.

Justo el día anterior Candy había recibido las cartas de Terrence y cada
palabra que él había escrito estaba pulsando en sus venas a cada segundo,
todo el día y la noche. Cerró los ojos tratando de repetirse esas frases que
ya se sabía de memoria, representando una especie de secreto diálogo.

Sin embargo, ahora despierto y pienso en “nosotros” y me asombro con ese


maravilloso sentimiento que algunos llaman esperanza.

¡Ah Terri! -. Suspiró – la esperanza es lo que llena ahora mi corazón . . .


pensando que tal vez estoy esperando un hijo, un hijo tuyo.

Leo una y otra vez tus palabras de amor e imagino tus queridos ojos, mi
ángel ¡Cuánto añoro ver mi imagen reflejada en esos espejos verdes!

Igual que yo añoro ver tus ojos y sentir tus cálidos brazos alrededor mío.

Pensar en ti es una alegría que sana mi alma y me da fuerzas para seguir. . .

Igual siento yo, amor, pero saber que estás ahora en medio de una nueva
batalla me tiene inquieta y preocupada! – recordó ella súbitamente con el
espíritu ensombrecido.

Estoy en las manos de Dios y tengo confianza en que Él protegerá mi vida


para hacerte feliz.

¡Ay, Terri! – dijo ella en voz alta, pero como escuchó entonces que la puerta
se abría se apresuró a enjugar las lágrimas que ya cubrían sus mejillas.

En ese momento Flammy entró en la habitación con sus lentes en una mano
mientras ella también se enjugaba su ojos llorosos con un impecable
pañuelo blanco.

¡Flammy! – exclamó Candy, sorprendida por las lágrimas de su amiga tanto


como por su inesperada llegada a una hora del día cuando se suponía que
ella estuviese de servicio.
¡Candy! – fue todo lo que Flammy pudo decir antes de arrojarse en los
brazos de su amiga.

La joven rubia abrazó a la morena tiernamente mientras trataba de aliviar


su atribulado corazón con palabras de aliento. Permanecieron abrazadas por
un rato hasta que Flammy sintió que ya había vertido todas sus lágrimas.
Entonces, ambas mujeres se sentaron en la cama de Candy al tiempo que la
rubia sostenía las manos de su amiga.

¿Te gustaría compartir conmigo lo que tienes aquí? – preguntó Candy


tocándose el pecho con una de sus manos - ¿O prefieres solamente estar
conmigo por un rato, en silencio?

Candy . . . yo – tartamudeó Flammy dudosa. – Creo que estará bien hablar –


concluyó preguntándose qué tanto de sus pesares podría confiarle a su
amiga.

La joven morena retiró una hebra de sus cabellos oscuros que le estaba
molestando en la frente y luego sacó de su bolsillo un sobre rasgado que le
mostró a su amiga.

Esta carta es de Yves – explicó Flammy con desaliento.

No sabía que él te escribía – comentó Candy un tanto confundida.

No lo hace, Candy . . . .¿Cómo podía él? . . .- contestó desalentada- Le


escribió a Julienne, pero ella me dio la carta para que yo la leyera.

Candy alzó la vista del sobre al rostro de Flammy, dirigiéndole a su amiga


una mirada interrogadora. De repente una larga cadena de incidentes,
palabras aisladas, gestos, y reacciones de Flammy finalmente cobraron
sentido y Candy pudo leer en los ojos temblorosos de su amiga como lo
hubiese hecho en un libro abierto.

Flammy . . . tú . . . ¡lo amas! – murmuró la rubia aún sin poder creer lo que
aquellas pupilas cafés ya le habían confesado.

¡No, no, no! - Flammy se apresuró a negar, aún renuente a dar a conocer
sus sentimientos más íntimos – Es sólo que estoy . . . preocupada . . yo . . .-
tartamudeó sin poder encontrar una explicación lógica.

Si no es así ¿por qué estás llorando? ¿y por que tartamudeas? Esa no es la


Flammy que yo conozco – repuso Candy.

¿Sólo porque tú estás tan enamorada de Terrence debe acaso todo el


mundo también amar a alguien? – arguyó Flammy como último recurso.
Vamos Flammy, dijiste que querías hablar. Ayudaría un poco si fueras
realmente sincera conmigo . . .¿Qué puedes perder? – preguntó Candy con
su tono más dulce, y a pesar de la desconfianza de Flammy, la morena
finalmente se rindió ante el carisma de su amiga. Interiormente se dijo que,
siendo que Candy se había casado con Grandchester, ya no tenía sentido
ocultar sus sentimientos ante su amiga.

Está bien – dijo Flammy finalmente, desviando los ojos y estrujando


nerviosamente su pañuelo – Estás en lo correcto, Candy . . . yo . . .yo . . .
estoy enamorada de él.

¡¿ Por qué no me contaste antes lo que sentías?! – demandó Candy


confundida.

Porque tú te hubieses hecho a un lado – replicó Flammy mientras una nueva


lágrima le rodaba por la mejilla. – Yo no deseaba eso. No quiero ser
escogida por la caridad de otra mujer. Ese no es mi estilo . . . llámalo
orgullo, si tú quieres . . . además, no estaba segura si tú podrías terminar
amándolo . . . eso hubiese hecho muy feliz a Yves . . .¿Cómo podía yo
interferir entonces?

¡Ay, Flammy! ¡Te quedaste callada todo este tiempo y yo fui tan ciega que
no me di cuenta! – se lamentó Candy - ¡Valiente amiga he sido! – añadió
reprochándose.

No . . .no, Candy. No te culpes de esa forma – respondió Flammy con una


triste sonrisa llena de comprensión - ¿Cómo podías tú ver mis calladas
penas cuando tú tenías tus propios torbellinos de los cuales preocuparte?

¡Flammy, eres una gran amiga! – dijo Candy profundamente conmovida,


abrazando a su amiga.

Ambas mujeres permanecieron en silencio por un rato, abrazándose y


sintiendo cómo el lazo invisible que las unía se volvía aún más fuerte.

¡Pero ahora basta ya de hablar de mí! – replico la rubia con una sonrisa –
Tienes que decirme por qué estabas tan triste . .. ¿Es algo que Yves dice en
su carta?

Bueno, sí – barbotó Flammy con un hondo suspiro. – Estaba trabajando en


Arras, pero ahora ha sido enviado con el hospital ambulante para seguir al
Cuarto Ejército Francés ¡Están marchando hacia el Sur, Candy! Eso podría
ser muy peligroso, los alemanes tienes posiciones muy fuertes en esa área.
Tengo miedo, Candy . . . ¡Aún recuerdo cómo murió el Dr. Duvall! – lloró
Flammy calladamente, sin sollozar, sólo crispando sus puños y dejando caer
las lágrimas.

No pienses así, Flammy – dijo Candy tratando de ser fuerte, aún cuando su
corazón le dio un vuelco cuando escuchó que el ejército francés estaba
marchando hacia el Sur ¿Qué había sido eso? ¿Un presentimiento? Tratando
de sacudir sus propios miedos, la rubia tomó las manos de su amiga y con
su más sereno acento le dijo . Yves estará bien, ya lo verás. Solamente
confía en Dios y deja que Él proteja a nuestros hombres en el frente.
Debemos ser fuertes . . .¡Mira a Julie! ¡Cuán valiente ha sido ella por casi
cuatro años!

Tienes razón! – aceptó Flammy – No sé ni por qué me siento así cuando él ni


siquiera piensa en mi. Ustedes, chicas, están preocupadas por sus esposos .
. . pero yo . . . ¡él ni siquiera me escribe! – comentó ella tristemente.

Pero puede ser un buen momento para que tú comiences a escribirle –


sugirió Candy con una pícara sonrisa.

Te estás volviendo loca, Candy? – respondió Flammy escandalizada por la


sugerencia de su amiga – No sabría qué decirle . . .además . . .no hay ni la
menor posibilidad de que a él pueda gustarle alguien como yo.

Flammy Hamilton! – reconvino Candy - ¡Nunca jamás te veas a ti misma de


un forma tan irrespetuosa! Tú eres una gran mujer y si Yves no puede verlo,
entonces él no te merece. Aún así . . . yo creo que hay siempre una
oportunidad para aquellos que se atreven a intentarlo.

No lo sé, no me gustaría empezar a soñar sólo para desilusionarme al final


de todos mis esfuerzos – alegó Flammy defensivamente.

¿Qué quieres, Flammy? – preguntó Candy con energía, frunciendo el ceño


en su delicado rostro- ¿Quieres esperar hasta que te hagas vieja para darte
cuenta de que lamentas las cosas que no te atreviste a hacer? ¡¡Tonterías!!
– exclamó Candy poniéndose de pie y colocando sus manos a ambos lados
de su cintura - ¿Alguna vez te pedí algo por haberte sacado de aquella
trinchera? – cuestionó la rubia mirando a su amigo con ojos imperiosos.

No .. .¿Por qué lo dices? – preguntó Flammy sin comprender.

Bueno, ahora voy a hacerlo – replicó Candy sonriendo pero aún con esa
mirada autoritaria en sus pupilas verdes. – Te vas a quedar aquí a escribir
esa bendita carta mientras yo termino tu turno ¡Y no te atrevas a salir sin
haberla escrito bien. Cuando hayas terminado yo misma la pondré en el
correo!- ordenó ella mientras salía de la habitación antes de que Flammy
pudiese decir palabra.

La morena se paró tratando de seguir a su amiga, pero cuando intentó abrir


la puerta se dio cuenta de que Candy había puesto el cerrojo y tomado la
llave consigo. Flammy suspiró agitando sus brazos, en parte frustrada y en
parte enojada con su amiga.

¡Cómo te atreves, mocosa malcriada! – gritó Flammy pero no obtuvo


respuesta.

La joven caminó de arriba abajo en el cuarto por un rato, mientras su


cabeza debatía con un ejército de argumentos en contra de la idea de
Candy. Sin embargo, algunos minutos después, se sentó ante el pequeño
escritorio que ambas chicas compartían, y tomando un pedazo en blanco de
papel, comenzó a escribir.

Una vez que los pasos nerviosos de Flammy ya no podían escucharse desde
el otro lado de la puerta, Candy dejó el corredor caminando hacia el
pabellón donde se suponía debía suplir a Flammy. Mientras caminaba sintió
de nuevo una punzada en el corazón.

El Sur . . . el Sur de Arras ¿Qué batalla va a tomar lugar ahí? – se repetía en


su mente – Me debo de estar volviendo demasiado aprehensiva . . . Terri
debe estar en Saint Mihiel ahora mismo ¡Los periódicos dijeron que los
norteamericanos estaban luchando allá!

Candy no sabía que la mañana anterior la Batalla de Saint Mihiel había


terminado y que Terri estaba viajando hacia el Norte. Sin embargo, los
diarios no decían palabra al respecto de esa movilización porque los Aliados
querían tomar al enemigo por sorpresa.

La noche de aquel mismo día, el Coronel Vouillard llamó a Flammy Hamilton


a su oficina. Tan pronto como la joven morena recibió sus órdenes,
habiendo sido finalmente liberada de su prisión en su propia habitación
después de terminar cierta carta, se dirigió inmediatamente hacia la oficina
del director. Flammy no lo sabía entonces pero estaba a punto de recibir un
noticia que no podría entender en ese momento.

Señorita Hamilton – ordenó Vouillard una vez que las formalidades de rutina
hubieron sido dichas – En este documento está una lista con los nombres de
seis enfermeras que quiero transferir al Hospital Saint Honoré. Quiero que
les informe a estas damas que el Coronel Lamark estará esperando su
llegada mañana por la mañana a las 700 horas. Así que tienen que
empacar enseguida.

Flammy tomó el papel que Vouillard le estaba entregando y sus ojos fueron
rápidamente atraídos por un nombre en la lista.

Coronel Vouillard, – se atrevió a decir la joven – hay una enfermera en esta


lista que me gustaría conservar bajo mi mando. Por supuesto, con su
permiso, señor. Ella es muy eficiente.

Me temo que no será posible hacer ningún cambio con los nombres en esa
lista, Señorita Hamilton – respondió Vouillard categóricamente mientras
encendía un puro.
Pero, señor . . .- objetó Flammy.

Tiene sus órdenes – fue la simple respuesta dada por el hombre


acompañada de una mirada fría. En ese momento alguien llamó a la puerta
– Adelante – llamó Vouillard.

Nancy entró con unos cuantos sobres amarillos y largos en sus manos.

Aquí tengo los archivos de las enfermeras que usted desea transferir, señor
– reportó la mujer con voz nasal mientras miraba a Flammy con altanería.

Bien – comentó Vouillard sin mirar a ninguna de las mujeres en el cuarto –


Asegúrese de que un mensajero lleve estos expedientes al Hospital Saint
Honoré mañana en la mañana. Es extremadamente importante – remarcó él
volviéndose a mirar a las enfermeras.

Flammy iba a abrir de nuevo su boca pero las palabras de Vouillard no la


dejaron decir más.

En descanso y pueden retirarse, señoritas – ordenó secamente.

Cuando las dos mujeres se hubieron marchado, Vouillard se sentó en su silla


respirando profundo como si hubiese sido liberado de una pesada carga.

Esto será el fin de estos rumores – pensó – y de todas mis preocupaciones


por la Señorita Andley y su importante familia . Ahora ella será problema de
alguien más. De todas formas, las cartas la mantendrán a salvo como lo
quieren sus parientes.

Vouillard se habría sentido realmente preocupado de haber sabido que


Nancy había destruido las cartas de Foch.

La mañana del 14 de septiembre Candy dejó el Hospital Saint Jacques no sin


sentirse profundamente triste por dejar atrás a sus dos mejores amigas,
Flammy y Julienne. Sin embargo, hizo su mejor esfuerzo por verse animada
y positiva mientras se despedía. Después de todo, iba a trabajar en la
misma ciudad, y las tres podían siempre verse de vez en cuando. Antes de
subir al camión que la llevaría al nuevo Hospital, Candy se aseguró de poner
en el buzón la carta de Flammy. Mientras todavía lo estaba haciendo, una
pequeña figura salió del hospital corriendo hacia Candy tan rápido como
una mujer de avanzada edad puede hacerlo.
¡Mademoiselle, Mademoiselle! – la llamó una anciana que Candy reconoció
inmediatamente como una de las mujeres que hacían la limpieza en el
hospital. – Tengo una pregunta que hacerle antes de que se vaya – dijo la
mujer en su escaso inglés.

¿Sí señora? – respondió la joven rubia sonriente.

Debo saber quien ganó el juego – preguntó la anciana con ojos traviesos.

¿Perdone, usted? ¿El juego? –preguntó Candy desconcertada y frunciendo el


ceño ligeramente.

Je veux dire . . . (Quiero decir) – dudó la mujer tratando de encontrar las


palabras - ¿Quién ganó, el americano apuesto o el dulce médico? – preguntó
la anciana dama con una risita nerviosa.

¡Ya veo! – exclamó Candy entendiendo finalmente la pregunta y muy


divertida con la curiosidad de la viejita. La joven hizo una pausa y
acercándose a la mujer le susurró al oído - ¡Ganó el americano!

¡Bien! – dijo la mujer con una expresión brillante en su ajado rostro - ¡A mi


me gustaba más él!

Candy se rió de buena gana ante el comentario de la anciana y luego


respondió:

¡A mi también!

Un minuto más tarde, la joven se subía al camión, se persignaba y con una


de sus deslumbrantes sonrisas agitaba la mano para despedirse de la
anciana sobre la acera y de las dos caras que la miraban a través de una de
las ventanas, hasta que el camión desapareció en la bruma matinal.

[pic]

El Primer Ejército Norteamericano no llegó inmediatamente a Argona. Los


norteamericanos se movilizaron lentamente, tratando de hacer creer al
enemigo que atacarían otro punto. Los alemanes estaban muy seguros de
sus posiciones en Argona porque habían convertido al bosque en una
impenetrable fortaleza, apostando a sus hombres a lo largo del área
montañosa, cubriendo los bosques con minas y transformando cada villa de
los alrededores en un reducto de resistencia. Avanzar a través del boque
sería extremadamente difícil, especialmente bajo el fuego que los
alemanes, desde sus altas posiciones en las abruptas montañas y colinas,
harían a discreción.
El objetivo de los aliados era empujar a los alemanes tanto como fuese
posible hacia el Norte, de modo que éstos fuesen desplazados hasta atrás
de las vías ferroviarias de Mezière-Sedán antes de la llegada del invierno.
Esto no podría ser logrado si primero no reducían las fuerzas enemigas en
Argona. El cuarto Ejército Francés, que estaba movilizándose desde el
Norte, iba a atacar el flanco izquierdo y entrar al bosque, mientras que los
norteamericanos iban supuestamente a atacar los puestos en el río Mosa, y
luego encontrarse con la armada francesa en Grandpré y la parte
septentrional del bosque.

Los americanos tenían más hombres por división pero carecían de cierto
personal calificado y equipo médico. Así que, antes de que el ataque
comenzara en septiembre 26, un grupo de operadores de artillería, tanques
y personal médico del ejército francés, llegó para apoyar a los americanos.

Un par de días antes de que empezara la lucha Terrence Grandchester usó


su hora de descanso para visitar a Matthew Anderson en el hospital
ambulante. El joven había sido herido en una pierna durante la batalla de
Saint Mihiel, pero ya que no habían tenido ninguna oportunidad de mandar
a los heridos hacia la retaguardia, Matthew estaba aún con la tropa, en el
hospital, por supuesto.

Tienes visitas, soldado Anderson – dijo un enfermero que estaba tratando de


lavar una palangana manchada de sangre cerca de la cama de Matthew.

Hola, Matthew – saludó una voz grave y Matthew identificó inmediatamente


a su visitante – Puedo ver que estás recibiendo un tratamiento de primera
clase por aquí... Cómoda cama, un ambiente agradable, y una hermosa
enfermera para cuidar de ti – se carcajeó Terrence mientras el hombre que
lavaba la palangana le hacían una seña obscena como respuesta a su
comentario sobre la supuesta “hermosa enfermera”

Yo no lo pondría en esos términos exactamente – replicó Matthew con una


sonrisa burlona – pero he escuchado que seré enviado a París tan pronto
como sea posible. El doctor me dijo que tendrán que operarme la pierna una
vez más . . . después es posible que me envíen de regreso a casa – concluyó
el joven mientras trataba de cambiar de posición en la cama plegable en
que yacía.

Me alegra oír eso – dijo Terri, pero internamente se dijo que aquella decisión
podía solamente responder al hecho de que la pierna de Matthew ya no
tenía posibilidades de salvarse de una amputación. – Así que pasarás unos
días en la ciudad más hermosa del mundo. Suena tentador, – continuó
hablando el joven sargento tratando de animar al joven soldado.

Usted ya tuvo esa oportunidad, sargento – respondió Matthew con una


ligera chispa en sus ojos verde claro – y parece que le hizo mucho bien, si
me permite decirlo, señor – sugirió el joven ladinamente.

Ciertamente fue así, – se apresuró a decir una tercera voz detrás de


Terrence, y el sargento sitió una pinchazo recorriéndole la espina dorsal,
moviendo en su interior sus defensas más primitivas. No obstante, usando
sus habilidades histriónicas para ocultar sus emociones, se volvió
lentamente y con una estudiada sonrisa respondió a la voz.

¡Que coincidencia encontrarlo aquí, Dr. Bonnot – dijo Terri calmadamente,


mientras su mente consideraba cómo debía actuar en semejante situación,
cuando sabía bien que Bonnot ya no podía ser considerado su rival. Ese
simple pensamiento le fue suficiente para hacerle desistir de actuar a la
defensiva. Yves Bonnot, no era una mala persona, después de todo. –
Bueno, Matthew, puedes estar seguro de que estás en buenas manos – dijo
Terri finalmente, volviéndose a ver al joven cabo – este hombre que tienes
aquí me salvó la vida.

Yves se sorprendió de oír las palabras conciliadoras de Terrence, pero aún


así no bajó la guardia.

Estaba cumpliendo con mi deber, sargento – contestó Yves con un simple


asentimiento de cabeza – Ahora, si me disculpan caballeros, tengo trabajo
que hacer – dijo el joven doctor mientras se apresuraba a dejar el lugar,
visiblemente molesto con el inesperado encuentro.

Supongo que el doctor no está muy contento de verlo, señor – dijo Matthew
sin embages.

Yo no pondría mucha atención a esos volubles comedores de ranas –


bromeó Terri tratando de minimizar la situación y cambiando el tema de
inmediato – pero estábamos hablando de París . . .

Los jóvenes continuaron su conversación pero en el fondo Terrence no pudo


olvidarse de Bonnot. Horas más tarde, durante su guardia, meditó un poco
más en el asunto.

¿Cómo debía sentirse y reaccionar ante el hombre quien no mucho tiempo


atrás había sido su rival? Si era honesto consigo mismo, él tenía que admitir
que Bonnot era un buen hombre y el mismo Terri era ciertamente el último
de los mortales sobre la tierra que podía reprocharle al doctor francés por
haberse enamorado de Candy.

Imagino que no puedo impedir que otros hombres deseen a mi Candy – se


dijo así mismo, riéndose sofocadamente – si quisiera que nadie mirara a mi
esposa, debía haberme enamorada de una mujer fea y desagradable en
lugar de un ángel. Además, no es la primera vez que siento esta
desconfianza. Recuerdo claramente cómo era con Archibald, cuando éramos
adolescentes . . . . y supongo que esta no será tampoco la última vez.
Cuando un hombre tiene una joya, muchos otros pueden envidiarlo. Es parte
de la naturaleza humana. Aún así, la joya será mía mientras yo la cuide
tiernamente. Por otra parte, Bonnot merece mi comprensión y simpatía en
lugar de mi desprecio. Si Candy lo hubiese escogido a él en lugar que a mi,
yo me estaría sintiendo ahora como el más miserable de los hombres en el
mundo . . . . Él debe sentirse de esa forma. Sé cómo se siente porque antes
he estado en el mismo hoyo oscuro.

Terri no se equivocaba. Yves estaba pasando por un negro periodo


depresivo durante aquellos días y encontrarse con Grandchester era una de
las peores cosas que le podían haber pasado. Al menos, eso era lo que Yves
creían en esos momentos. Las heridas del corazón estaban aún frescas en el
joven médico y el más ligero roce las hacía sangrar de nuevo con resultados
aún más dolorosos.

¿Qué pasó entre Candy y Grandchester? – Yves se había preguntado varias


veces durante las semanas anteriores - ¿Acaso se confesaron sus
sentimientos mutuos?¿O fue él tan estúpido como para dejarla ir? Después
de todo él no tuvo mucho tiempo tampoco. Salió del hospital el mismo día
que yo dejé París – y así por el estilo Yves volvía una y otra vez a las mismas
consideraciones, siempre terminando con un terrible dolor de cabeza y
prometiéndose así mismo que iba a olvidarse de ese amor sin esperanzas.
Sin embargo, a pesar de esa promesa el joven volvía al mismo punto cada
noche. Pero después de ver a Terrence aquella tarde, Yves comenzó a
torturarse con un nuevo problema – Si ellos no se reconciliaron . . . ¿Debería
yo hablar con él? . . .¿Debería quedarme callado como Candy quería? . . .
¿Es este encuentro una coincidencia? . . . ¿O es el destino? . . .Y si es así,
¿tendré yo el valor de hacer lo que debo. . . .?

No obstante, Dios no le estaba pidiendo a Yves que llegase a tales extremos


del sacrificio. La siguiente mañana, después de una noche completa de
insomnio, el joven médico encontró parte de sus respuestas, lo cual liberó al
muchacho de la desagradable responsabilidad de hacer de casamentero
entre Grandchester y la mujer que Yves aún amaba.

El joven caminaba a lo largo del campamento, con las manos enterradas en


los bolsillos de su abrigo, tratando de aliviar el efecto de la cada vez más
fría mañana otoñal, cuando vio accidentalmente a una figura en la distancia.
Era Grandchester que había terminado su guardia. Aún luchando con su
conciencia, Yves se encontró de repente caminando en la misma dirección.
No pudo alcanzar al otro hombre hasta que el joven sargento entraba a la
tienda que compartía con otros soldados.

Cuando Yves entró en la tienda Terrence estaba ya quitándose el abrigo y el


uniforme, determinado a conseguir conciliar el sueño por unas horas
después de la agotadora guardia nocturna.

¡Grandchester! – lo llamó el joven médico y Terrence inmediatamente se


volvió para mirarlo al mismo tiempo que arrojaba su camisa sobre la cama
plegable.

Fue entonces que Yves vio un objeto brillante sobre el pecho del sargento.
Inmediatamente reconoció el dije que él había visto colgando al gracioso
cuello de Candy en varias ocasiones. Una vez la joven le había confiado la
historia de aquel crucifijo y cuán significativo era para ella. Eso era todo lo
que Yves necesitaba para entender la situación. Terrence Grandchester no
había perdido el tiempo después de todo.

¿Bonnot? – preguntó Terri sorprendido por la súbita aparición de Yves, pero


pronto sus ojos se dieron cuenta de que el joven doctor miraba fijamente el
crucifijo en su pecho. El actor no necesito más explicaciones cuando Yves
simplemente salió de la tienda sin decir palabra. Todo había sido dicho por
el pequeño talismán de amor de una joven dama.

El joven doctor se pasó el resto del día con el más negro de los humores. La
noche de la Gala del Coronel Vouillard, él había comprendido que sus
oportunidades con la joven enfermera norteamericana estaban todas
perdidas, y esa certeza había sido dolorosa, pero darse completa cuenta de
que su rival había finalmente ganado el amor de la dama, eso era una
nueva estocada que acababa por devastar lo que quedaba de su corazón
roto. Yves vertió todo su dolor en su trabajo, aunque éste no era suficiente
para aliviar su alma entristecida. Ese día todo el campo y el hospital se
movilizaron hacia el río Mosa, como parte de una estratagema que los
alemanes no esperaban.

La mañana del veintiséis de septiembre a las 5:30 de la mañana, el Primer


Ejército Norteamericano atacó las posiciones del enemigo a lo largo del río
Mosa con gran éxito. Bonnot pidió ser enviado a la línea de fuego con el
equipo de primeros auxilios. El joven nunca antes había visto una batalla de
cerca, pero ese día aprendió lo que algo así significaba en toda su
sobrecogedora extensión. Sintió el escalofrío recorriendo su piel al escuchar
el estallido de los cañones y presenció la vista apocalíptica de seres
humanos volando por el aire cuando algún desafortunado soldado pisaba
una mina. Nada podía ser más frustrante par a el joven médico que ver
como sus esfuerzos desesperados por salvar vidas eran siempre demasiado
lentos y demasiado limitados comparados con la abrumadora velocidad que
las armas humanas desplegaban. La muerte es una dramática certeza que
todos tenemos que enfrentar, pero el homicidio legalizado que la guerra
autoriza va más allá de esa verdad natural.

Yves, conmovido hasta la médula por la impresionante vista de la crueldad


bélica y sangrando internamente por el rechazo de una mujer, trabajó día y
noche, descansando escasamente solamente por insistencia de sus
superiores. Al principio pensó que el hecho de enfrentar las crudas escenas
del campo de batalla lo harían olvidar su pena personal, pero cada tragedia
humana tiene su lugar en el corazón de un hombre y aún cuando él sabía
que otros tenían mayores problemas que enfrentar en medio de aquel caos,
eso no hacía que su propia dolor se anulara. Más de una vez deseó estar en
el lugar de cada hombre que moría en sus brazos.

Durante aquellos días de creciente confusión y constante desgracia


Terrence observó a distancia cómo Yves se hundía en su propia
desesperación y el joven actor pensaba que se podía ver a si mismo como
en un espejo mientras el médico arriesgaba su vida, como si estuviese
buscando su propio fin. El sargento se sentía en deuda con Yves y decidió
protegerlo de sí mismo, tanto como fuese posible. Tal vez la mejor manera
de lograr ese propósito fuese acercándose al médico francés, y siendo que
Yves no iba a hacerse su amigo sin ayuda, Terrence trató de tomar la
iniciativa.

¿Jamás descansas? – preguntó el sargento un día que había estado


ayudando a unos enfermeros a llevar los heridos desde el frente hasta el
hospital del campamento.

¿Para qué? – fue la ácida respuesta de Yves

Para permanecer vivo, por lo menos – replicó Terrence

Tal vez valoramos la vida demasiado ¿Alguna vez has pensado en eso?-
repuso el joven doctor incómodo con la insistencia de Terrence.

Más veces de las que crees, Bonnot. – respondió Terri de una forma tan
seria que hizo que Yves lo mirase directamente a los ojos – Escucha, sé que
estás muy ocupado ahora, pero me gustaría hablar contigo cuando tengas
un rato libre. Esto es, si alguna vez te permites tomar un descanso.

¿Y de qué podríamos hablar tú y yo?- preguntó Yves con un dejo de ironía


en la voz

¿Se te ha ocurrido alguna vez que en ocasiones la gente se habla sólo para
pasar el rato y porque se desea ser amigable? Y créeme, Bonnot, en medio
de esta guerra, hacer amigos es algo que llegas a apreciar cuando estás allá
afuera, con una metralleta alemana disparando a tus espaldas – replicó el
hombre oji-azul con una franca sonrisa que Yves no había visto en todo el
tiempo en que había conocido a Gradchester. – Podríamos hablar . . . del
clima, si quieres – fue lo último que dijo antes de dejar a Yves,
preguntándose qué había pasado con Grandchester que inesperadamente
se había vuelto tan amable.

Los alemanes retrocedieron por unos 8 kilómetros a lo largo del río y los
americanos intentaron entrar al bosque de Argona, pero el enemigo era
realmente fuerte en aquella área. Los aliados solamente lograron avanzar
unos 3 kilómetros dentro del bosque y tuvieron que detener el ataque el
septiembre 30. Las tropas descansaron por unos cuantos días mientras los
líderes militares replanteaban la estrategia. No había otra forma, decidió
finalmente el General Pershing, los americanos tenían que abrirse paso a
través de la Tercer Línea Defensiva alemana, sin importar cuán peligroso
eso era o cuántas vidas costase el movimiento. El ataque reinició en octubre
4 y duraría a lo largo de cuatro dolorosas semanas en las cuales las bajas
entre los norteamericanos se incrementarían a una increíble rapidez
conforme pasaban los días.

Una de esas noches en las cuales Terrence estaba libre de servicio, el joven
buscó un lugar solitario donde poder escribir a gusto ayudado por una
lámpara de keroseno. Había ya escrito la carta número sesenta para su
esposa y la había guardado junto con las otras que aún no podía enviar.
Luego extrajo otra hoja de papel y continuó escribiendo algo diferente
mientras las imágenes de sus compañeros agonizando en el campo de
batalla invadían su mente.

Cada minuto de horror vivido en la línea de fuego estaba claramente


grabado en su memoria. La visión del río Mosa teñido con la sangre de
muchos hombres, los cuerpos sin vida flotando sobre la superficie del agua,
los miembros mutilados, la agonía y sobre todo, los rostros de los hombres
que él había tenido que matar para preservar su propia vida, eran tan
atormentadores que la única forma de salvar su mente de la demencia era
poner todo aquello por escrito en forma de diálogos, esperando que algún
día otros pudieran escuchar las palabras que él escribía en esos momentos
y reflexionar sobre la miseria humana. El mundo tenía que conocer la cruel
verdad detrás de la “gloriosa victoria” y él sentía que era su deber dar
cuenta de todo aquello.

Aún tienes ese hábito – dijo la voz de Yves interrumpiendo la tarea de Terri
mientras se sentaba cerca del sargento.

¿Te refieres al hábito de escribir? – replicó el joven mirando a los ojos grises
iluminados por la lámpara de keroseno. Él no había hablado con el médico
en semanas y se sentía sorprendido de que Yves hubiese decidido
acercársele.

Sí, te vi escribir muchas veces, allá en París – comentó el doctor


casualmente - ¿Tienes tantas cartas que escribir?

Bueno, no realmente – admitió Terri encogiendo los hombros, – no


solamente escribo cartas.

Es gracioso, Grandchester – replicó Yves con una sofocad carcajada un tanto


irónica.

¿Qué es lo gracioso? – preguntó el sargento intrigado.

Que fuiste mi paciente por meses y nunca te pregunté acerca de tu


profesión ¿Qué haces para vivir? ¿Eres periodista o escritor, acaso?

Ya veo – sonrió Terri comprendiendo el comentario de Yves – Soy actor –


respondió simplemente.

¿Qué? –preguntó Yves sorprendido - ¿Quieres decir que actúas en un


escenario y usas disfraces y maquillaje?

Sí, así es. Hago ese tipo de cosas raras – aceptó Terri riéndose, – pero no
podría imaginar mi vida haciendo algo no relacionado con el teatro, y
créeme, la gente piensa que soy bueno en lo que hago – añadió alzando una
ceja.

Si tú lo dices . . . – fue todo lo que Yves pudo replicar.


Pero también disfruto escribiendo – continuó Terri mientras guardaba las
páginas que acaba de emborronar dentro de su carpeta de cuero

¿Y sobre qué escribes? – preguntó Yves despreocupadamente.

Ahora tengo muchas historias que contar – explicó Terri sintiendo que el frío
de la noche comenzaba a calarle los huesos. – Por ejemplo, escribo acerca
de la vida de un joven soldado la cual no pude salvar esta mañana; sobre mi
Capitán que solía ser un hombre que disfrutaba de una buena conversación,
pero que se ha vuelto taciturno y callado durante este mes; sobre cómo un
hombre me confió la última carta que había escrito para sus hijos antes de
que una granada alemana explotara enfrente de él, y también la historia de
un joven médico que parece estar buscando su propia muerte de manera
desesperada cada vez que logro verlo en acción, – dijo el sargento
enfatizando la última frase con toda intención.

Yves se volvió a ver aquellos ojos de un azul iridiscente con una mirada de
resentimiento.

Es muy fácil juzgar a los demás cuando se tiene ese crucifijo colgando al
cuello – barbotó el médico francés amargamente.

¿Cómo podría yo juzgar a un hombre que está sufriendo el mismo tipo de


dolor que yo he padecido muchas veces en mi vida? – respondió Terrence
sinceramente – Me malentiendes, Bonnot.

Tal vez, pero lo que puedo ver ahora es que mi existencia se ha convertido
en una oscura caída y yo no puedo detenerla – aceptó el joven médico con
voz temblorosa mientras desviaba su ojos para evitar la penetrante mirada
de Terri.

Buscar tu propia muerte de manera tan irresponsable no te dará la


respuesta, – reconvino el sargento.

¿Desde cuándo te nombraste mi consejero? – respondió Yves defensivo.

Bonnot, no estoy calificado para ser el consejero de nadie, – replicó Terri


poniéndose de pie, – pero no hace mucho yo estaba en medio de la misma
amarga depresión por la que estás pasando, y créeme, la mía fue
cruelmente dura porque la tuve que soportar por años, llenando mi corazón
con remordimientos y auto recriminación. Añoré la muerte tanto como tú la
estás deseando ahora; sin embargo, ahora agradezco a Dios que no me dio
lo que yo le rogaba entonces. Un hombre quien es mucho más sabio de lo
que yo seré jamás me enseñó entonces que nada está escrito en las
páginas de nuestras historias personales hasta que nosotros mismos nos
atrevemos a trazar nuestro propio destino, y mientras aún estemos vivos,
hay esperanza de llegar a escribir una mejor página la próxima vez. No te
niegues esa oportunidad. Buenas noches, doctor – dijo él por último
tomando su lámpara consigo y desapareciendo en la oscuridad. Yves se
quedó solo con sus propios pensamientos.
[pic]

La noche del 29 de octubre Candy estaba mirando la insistente lluvia


cayendo sobre la enorme tienda donde ella se encontraba, cuando sintió un
desasosiego inusual en su corazón que la hizo llevarse la mano al pecho
para tocar el anillo que llevaba colgado al cuello, debajo de su uniforme.

¡Dios, Dios! – murmuró - ¡Protégelo esta noche!¡Por favor, no nos


abandones ahora, Señor! ¡No creo que pueda superar la pérdida si él muere
ahora!

El chubasco otoñal continuó bañando el suelo lodoso y ella pudo ver en la


distancia un soldado corriendo por el campamento.

La ofensiva en el bosque de Argona no había sido fácil en lo absoluto para


ninguno de los dos ejércitos Aliados. No obstante, después de largos días de
sangrienta batalla, los alemanes comenzaron a retirarse, aún renuentes a
dejar sus posiciones en el bosque. Hacia octubre 29 casi todos los reductos
habían sido tomados, pero todavía existían algunos puntos donde algunos
cuantos hombres continuaban resistiendo, abriendo fuego constantemente
desde sus posiciones en las colinas. Aquella noche el ataque de rutina se
había detenido por unas instantes y los hombres detrás de una barricada
improvisada estaban observando con desconfianza el oscurecido horizonte
entre la arboleda. Sólo unos minutos antes dos de ellos habían sido
enviados a buscar agua a un arroyuelo cercano.

Yo digo que fue algo realmente tonto – comentó uno de los soldados rasos –
pudimos habernos aguantado sin agua.

Tal vez – contestó un segundo soldado – pero el doctor la necesita para los
heridos, –concluyó señalando al joven médico que estaba trabajando
frenéticamente detrás de ellos.

Sí, pero pudimos haber esperado a los hombres que fueron a la retaguardia
para traer las provisiones – arguyó el primer soldado. – Cuando el sargento
regrese no le va a gustar nada esta idea.

Tal vez Richmond y Whitman regresen antes – fue la última cosa que dijo el
segundo soldado antes de que un par de sombras moviéndose en la
oscuridad captaran su atención – Allí están . . . – pero el soldado no pudo
terminar la frase porque una repentina explosión seguida de una lluvia de
disparos provenientes de una colina hacia el Este lo interrumpieron.

¡Por el amor de Dios” – jadeó el primer soldado al mismo tiempo que


palidecía – ¡Había una mina en el camino!
Cuando la primera descarga se detuvo los soldados detrás de la barricada
pudieron escuchar los gritos de uno de los dos hombres, a sólo unos
cuantos metros de donde ellos se encontraban. El joven doctor había dejado
a los heridos para ver lo que había pasado sólo para descubrir que Whitman
había muerto en la explosión y que la voz de un agonizante Richmond podía
escucharse en la distancia.

Alguien tiene que ir allá afuera y traer a ese hombre a la barricada – dijo el
médico con tono desesperado

¿Está usted loco, doctor? – preguntó el segundo de los soldados volviéndose


a ver al hombre de los ojos grises – Richmond está tan muerto como
Whitman. No hay modo en que él pueda resistir por mucho tiempo allá
afuera, y si alguno de nosotros sale en este momento será otro hombre
muerto también ¡Pueden haber otras minas!

Si ustedes no van por él entonces yo lo tendré que hacer – explotó el joven


médico tomando consigo un equipo de primeros auxilios.

Señor, - barbotó el primer soldado sosteniendo el brazo del joven – Podemos


permitirnos perder a un hombre, pero no a un médico. Todos lo necesitamos
a usted vivo.

Tal vez, pero no voy a seguir viviendo con los gritos desesperados de ese
hombre en mi conciencia, - y con esta última frase el joven médico trepó la
escalera que llevaba afuera de la barricada. Como era un superior los
soldados rasos no pudieron hacer nada para detenerlo.

Afuera, la noche se sentía silenciosa y fría. Solamente los débiles quejidos


de Richmond podían escucharse en la distancia. El joven aguzó la vista para
ajustarla a la oscuridad y después de unos segundos pudo divisar al hombre
yaciendo en el suelo a unos cuantos metros de donde él estaba. Tenía que
apresurarse si quería salvarle la vida. Tratando de moverse cubierto por las
sombras corrió orando internamente para no encontrarse con otra mina en
el camino. Desafortunadamente, cuando estaba ya casi llegando a su
objetivo las nubes se movieron con el viento y la luna iluminó el claro en
donde él se encontraba parado.

Los hombres detrás de la barricada se congelaron al percatarse de que los


alemanes podrían descubrir al joven doctor fácilmente.

¿Qué demonios está pasando? – preguntó una voz enfurecida detrás de los
soldados y ellos inmediatamente reaccionaron cuadrándose y saludando a
su superior.

¡Sargento Grandchester! – exclamó el primer soldado raso temiendo la ira


del joven.
El doctor francés, señor,- explicó el segundo soldado – está allá afuera
tratando de salvar a Richmond.

¿Y qué estaba Richmond haciendo afuera de la barricada? – demandó el


sargento con ojos furiosos.

Él . . .él fue a conseguir un poco de agua para los heridos, señor.

¡Grandioso! ¡Y ahora ese francesillo cabeza hueca está arriesgando su vida


otra vez! Los alemanes van a verlo con toda esa luz de luna – dijo el joven
sargento mientras sus ojos miraban cómo un proyectil caía desde las alturas
pero sin causar la usual detonación ¡No era una granada!

¡Maldición! ¡Esos bastardos arrojaron una bomba de iperita! – gritó uno de


los enfermeros que también presenciaba la escena.

¡Todos pónganse las mascaras! – ordenó Grandchester y todos los hombres


detrás de la barricada se cubrieron de inmediato el rostro.

¿Qué está haciendo, Señor? – preguntó uno de los soldados viendo que el
joven sargento tomaba una máscara extra y comenzaba a ascender la
escalera que el doctor francés había usado para salir de la barricada.

¡Voy por ese comedor de ranas! ¿Qué más? Seguramente estará cegado por
el gas, y si permanece bajo sus efectos será un hombre muerto en cuestión
de minutos – dijo el hombre con la voz sofocada por la máscara.

¡Déjeme ir con usted! – ofreció el soldado arrepentido por haber dejado ir al


joven médico solo.

Ya es suficiente con dos idiotas allá afuera. Tú quédate aquí y si no


regresamos manda las cartas que tengo en mi valija y explícale a la dama
cuyo nombre aparece como la destinataria, que hice lo mejor que pude para
conservar mi vida, pero hay deberes que un hombre no puede omitir –
explicó antes de llegar a la parte superior de la barricada y saltar lejos de su
protección.

Tenía que moverse rápidamente mientras el gas aún impedía a los


alemanes el distinguir figura alguna en la oscuridad. Mientras avanzaba
hacia el claro pensaba en las promesas que le había hecho a su esposa. Lo
que estaba haciendo en ese momento no era ciertamente muy razonable,
pero Terri se sentía en deuda con Bonnot porque el médico le había salvado
la vida en el quirófano y aquella era su oportunidad para saldar esa deuda.

Cuando finalmente pudo ver una silueta borrosa en la distancia el joven


corrió hacia el doctor quien estaba arrodillado al lado del cadáver de
Richmond. Terri alcanzó a Yves y le tocó el hombro con un gesto nervioso.
Gracias al inesperado toque el médico volvió el rostro, sus ojos vagaban en
la nada y Terri comprendió que Yves ya no veía.
¡ Soy yo, Granchester!- murmuró Terri - ¡Ponte esta máscara de inmediato!
– le urgió el sargento.

¡¡¿ Por qué veniste, idiota?!! – reprochó el doctor sintiéndose mareado por el
gas.

¡Ya cállate y ponte la máscara antes de que el gas te destroce los


pulmones! – dijo Terri prácticamente forzando a Yves a usar la máscara.

¡Déjame aquí, y salva tu vida mientras aún hay tiempo! ¡¡Déjame aquí!! –
gritó el joven pero no pudo decir más porque un puño firme lo golpeó en las
sienes haciéndole perder el conocimiento.

¡Lo siento francesito! – dijo Terri cargando el cuerpo del médico


inconsciente – pero creo que tu conversación sería algo molesta en el viaje
que tú y yo vamos a hacer juntos.

El hombre comenzó a caminar de regreso a la barricada, pero poco a poco


el gas comenzaba a disiparse dejándolos expuestos a la luz de la luna. Fue
entonces cuando las ametralladoras alemanas llenaron el ambiente con su
rugido mortal una vez más.

¡Aquí vamos de nuevo! – pensó Terri mientras claramente sentía un


punzante dolor en el brazo derecho – Si tu talismán realmente funciona, mi
amor, este es el momento para que haga algo por este tonto francesillo y
por mi, Candy – continuó el joven diciéndose al tiempo que finalmente
llegaba a la barricada. Los segundos parecían siglos mientras los hombres
del otro lado de la barricada abrían fuego para cubrir al sargento que se
aproximaba con el doctor desmayado sobre su espalda.

¡Ayúdenme! – gritó Terri y uno de los enfermeros salió de la barricada y


tomó a Yves consigo. Los alemanes continuaron disparando desde su puesto
en la colina y entonces una nueva explosión estalló en el claro. Era otra
mina que había sido activada por el fuego de los alemanes. Terri se volvió
para mirar dónde había tenido lugar la explosión y se dio cuenta de que él
había caminado muy cerca de aquel lugar.

¡Suba, Señor! ¡Hágalo ahora!- gritó un soldado amedrentado por la nueva


detonación.

Terri trepó la barricada sintiendo un creciente dolor en el brazo pero


finalmente alcanzó a llegar hasta arriba mientras más balas caían a los
lados. Sin embargo, un segundo después, se encontraba a salvo del otro
lado de la barricada, pálido como un papel, con el corazón latiendo a una
velocidad asombrosa y con una nueva herida en el brazo derecho la cual
comenzaba a sangrar profusamente.

Pensé que no la contaría, Señor – dijo uno de los enfermeros, admirado del
valor del joven sargento mientras limpiaba la herida de Terri.
Yo también amigo, yo también – fue todo lo que Terri pudo decir mientras
cerraba los ojos y agradecía a Dios por preservar su vida.

Oscuridad. Todo lo que podía ver era oscuridad. Los sonidos del
campamento eran claros, sin embargo. Pudo identificar las voces y los gritos
del hospital ambulante. Con la punta de los dedos sintió las viejas y ásperas
frazadas de la cama plegable donde se encontraba acostado y también
sintió un dolor agudo en su muslo derecho al tratar de moverse. Los sonidos
eran fáciles de identificar, pero no podía ver. Se llevó las manos a las sienes
y palpó el vendaje que le cubría los ojos.

Así que finalmente te despertaste, doctor – saludó una voz profunda que
Yves conocía bien - ¡Pensé que soñarías para siempre! – continuo
bromeando la voz.

¿Grandchester? – preguntó Yves volviendo el rostro en la dirección de donde


provenía la voz.

¿Quién más? - respondió la voz. – Siento desilusionarte pero estás en lo


cierto, soy el mismo tipo fastidioso.

¿Cómo llegué aquí? – preguntó el joven confundido.

Bueno, técnicamente fuiste traído por los enfermeros desde la línea de


fuego donde tú y yo disfrutamos de un muy interesante viajecito anoche, y
ahora estamos aquí gozando de unas fascinantes vacaciones. Aunque debo
confesarte que realmente prefiero el servicio que ustedes dan en París.
Comparado con eso encuentro el servicio de este lugar ...algo. . .
insatisfactorio...si me permites decirlo,- explicó el joven con el mismo tono
burlón.

Los recuerdos empezaron a cobrar sentido en la mente de Yves mientras el


sargento, que súbitamente se había vuelto muy comunicativo, continuaba
su explicación quejándose de los enfermeros en el campamento. Yves
recordó su frustración cuando vio a Richmond dar su último suspiro y luego
percibió la explosión del gas a algunos metros de donde él se encontraba.
Sólo le tomó unos cuantos segundos para quedar cegado y creyó en ese
momento que su vida había llegado a su fin. No sería capaz de encontrar el
camino de regreso a la barricada antes de que el gas empezara a dañarle
los pulmones, más tarde el fuego de los alemanes terminaría por hacer el
resto. Por un momento pensó que había encontrado la mejor forma de
acabar con su penosa existencia, pero no pudo evitar el sentir miedo, como
nunca había sentido antes. El joven contempló sus recuerdos más queridos
desplegándose en su mente. Rememoró su infancia, los rostros de sus
hermanos y hermanas y la voz de su madre, el gozo que sintió cuando dio
de alta a su primer paciente y la belleza del atardecer en Niza, dónde solía
pasar el verano cuando niño ¿Debía volver a la barricada en un último
intento por salvar su propia vida? No, era ya demasiado tarde para él. Fue
entonces cuando sintió la mano de Terrence sobre su hombro.
¡Me salvaste la vida! – gritó el joven al darse cuenta, interrumpiendo así el
monólogo de Terri.

Bueno, yo no lo pondría en términos tan dramáticos – replicó Terrence


casualmente – Digamos que solamente le ayudé un poco a Dios para darte
una oportunidad de corregir tu absurda actitud.

¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué arriesgaste tu vida por un hombre que estaba
buscando su muerte, cuando tú tienes un futuro tan promisorio? – preguntó
Yves sin poder entender la acción de Terri.

Ya te lo dije una vez – respondió el joven aristócrata con un tono más serio –
Dios me dio la oportunidad de escribir una mejor historia con mi vida, y
pensé que era mi deber ayudar a alguien más que también necesitaba
aprender la misma lección . . . Además, tú me salvaste la vida allá en París.
Nunca olvidaré eso.

Gracias – masculló Yves profundamente conmovido.

No nos pongamos sentimentales con esto, – se rió Terrence ahogadamente


y mirando que el doctor trataba de tocarse la herida en su muslo izquierdo
le explicó –En caso de que te estés preguntando acerca de tu salud, déjame
decirte que fuimos muy afortunados considerando el problema en que nos
metiste. Las balas solamente rozaron tu pierna y mi brazo. Nada que un
poco de descanso no pueda curar y en cuanto a tus ojos, estuviste expuesto
al gas por muy poco tiempo. El médico me dijo esta mañana que
seguramente recuperarás la vista, con el debido cuidado. ¡Aún así, tengo
algo de lo cual quejarme!

¿De qué? – preguntó Yves intrigado.

Tendré que dejar de escribir por un rato, ya sea para esperar a que mi brazo
sane o a que yo aprenda a escribir con la mano izquierda, lo que pase
primero.

Desearía poder ayudarte, pero no creo que pueda – comentó Yves con un
dejo de sonrisa asomándole al rostro por primera vez en dos meses.

No te preocupes, amigo – contestó Terri para luego decir para sí –


“Realmente no creo que llegue a confiar en ti tanto como para dictarte un
carta para Candy . . . eso no lo haría con nadie en este planeta.”

Candy se adaptó al nuevo Hospital muy fácilmente. Su humor siempre


animoso y alma amable le hicieron ganarse la simpatía tanto de sus nuevos
compañeros de trabajo como de sus pacientes y muy pronto se encontraba
de nuevo compartiendo la luz que tenía en el corazón con cada hombre y
mujer que estaba a su alrededor. Desafortunadamente no tuvo tiempo para
terminar de sentirse como en casa en aquel lugar. Tan sólo seis días habían
pasado desde su llegada cuando recibió órdenes de viajar al Frente en
Flandes, como parte del personal de un hospital en campo.

Candy no tenía buenos recuerdos de la primera vez que había trabajado en


Flandes, pero sabía que más allá de sus aversiones internas ella tenía un
deber que cumplir. Eso era lo que Mary Jane le había enseñado y no iba a
decepcionar a su antigua profesora. Así que simplemente empacó su
siempre ligero equipaje y antes de su partida fue al Hospital Saint Jacques
para ver a Flammy a Julienne.

La joven había decidido mantener en secreto el hecho de que había sido


enviada de nuevo al frente. No quería darle a Terri una preocupación más,
así que la joven le pidió a sus amigas en el Saint Jacques recibir su
correspondencia y poner periódicamente en el correo una serie de cartas
que ella se había cuidado de escribir con anticipación, tanto para sus
parientes y amigos en América como para Terrence, con el fin de que
ninguno de ellos supiese dónde ella se encontraba realmente. Era mejor si
nadie sabía la verdad. Al menos, eso era lo que ella pensaba.

Al principio a Flammy no le gustó la idea para nada porque implicaba


cooperar en un clase de mentira, lo cual contradecía los estrictos principios
morales de la morena. Sin embargo, Julienne estuvo de acuerdo con Candy
porque ella había hecho lo mismo cada vez que había sido enviada al Frente
durante los cuatro años que la guerra había durado. Su esposo Gérard
nunca había sabido que ella había estado trabajando en un hospital
ambulante en varias ocasiones. Así pues, Julienne convenció a Flammy y
ambas mujeres prometieron ayudar a Candy con su plan. La rubia dio
también instrucciones a sus amigas para leer las cartas de Terri en su lugar
y en caso de que esas cartas trajesen alguna importante noticia que Candy
debiera saber, las mujeres en París le enviarían un telegrama en el acto.

¡No voy a leer las cartas de tu esposo! – se quejó Flammy sintiéndose


abochornada con la simple idea de leer la correspondencia ajena.

¿Y cómo te imaginas que sabré si él está bien o no? ¡ Tengo que saberlo! –
replicó Candy comenzando a exasperarse con el excesivo sentido de la
propiedad de su amiga.

Podríamos enviarte sus cartas al hospital ambulante – sugirió Flammy.

Eso tomaría mucho tiempo, Flammy – señaló Julienne – No te preocupes


Candy , yo lo haré por ti si Flammy se siente muy incómoda con el asunto
¿Esta bien la idea para ustedes dos? – preguntó la mujer de mayor edad y
ambas jóvenes asintieron aceptando su propuesta.

Yo enviaré el telegrama entonces, de ser necesario – se ofreció Flammy

Gracias a las dos – sonrió Candy y sus amigas se dieron cuenta de que la
hora de despedirse había llegado – Bien, supongo que eso es todo. Tengo
que irme ahora.

Las jóvenes morenas miraron a la rubia y no pudieron evitar sentir un nudo


en la garganta al percatarse que su amiga estaría trabajando muy cerca de
la línea de fuego nuevamente. Candy leyó la preocupación en el rostro de
sus amigas y se esforzó por mostrar más optimismo.
¡Vamos, chicas! – se rió. – Podría decirse que están asistiendo a mi funeral.
Esta misión no durará mucho. Puede que me tome a mi más tiempo el llegar
a Flandes que a los alemanes rendirse finalmente.

Tienes que prometernos que te vas a cuidar, Candy – dijo Julienne


abrazando a Candy tiernamente – Estaré haciendo lo que me dijiste aquella
vez cuando nos dejaste en el camión, mientras ibas a buscar ayuda en la
nieve.

¿Qué fue lo que te dije esa vez? – preguntó Candy desconcertada.

Orar, nada más orar – replicó Julienne y una lágrima rodó por su mejilla.

¡Ay, Julie! – susurró la rubia dulcemente – Todo va a estar bien, ya verás – y


luego volviéndose a Flammy, Candy dijo autoritativa – y tú muchacha, tan
pronto como Yves te conteste asegúrate de escribirle también, de
inmediato.

¡Tontita! Siempre dando órdenes – se quejó la morena tratando de contener


las lágrimas mientras abrazaba también a Candy.

Mira quién habla – se rió Candy y después de unos minutos más dejó Saint
Jacques, dejando atrás a dos amigas que estarían rezando por ella día y
noche.

Antes de su partida Candy también visitó al Padre Graubner y él, a pesar de


ser un sacerdote, no tuvo ningún problema de conciencia como Flammy,
para prometerle a Candy no decir palabra a Terrence a través de sus cartas.
Todo lo contrario, el padre pensó que era una buena idea porque sabía cuán
aprensivo Terri podía ser cuando se trataba de Candy. La joven y el cura
pasaron unos minutos en la capilla del Obispo Benoit diciendo una oración
en silencio y una vez que hubieron terminado, Graubner bendijo a Candy y
con una última sonrisa la dejó partir.

Aquello sucedió una fría mañana del día 20 de septiembre. El viaje a través
de la dañada línea ferroviaria fue lento y tuvo que ser interrumpido varias
veces por todas las ocasiones en que miembros de los ejércitos francés y
británico detenían a los trenes para verificar a los pasajeros y su equipaje.
Un paisaje seguía al otro a un impasible ritmo mientras Candy se daba
cuenta con gran desilusión que no estaba embarazada como lo esperaba. A
pesar de su desencanto inicial, cuando finalmente llegó a la lluviosa región
de Flandes, se percató de que no era el mejor momento para estar
esperando un bebé, sin importar cuánto deseaba ella ese niño. Al igual que
la primera vez, la vista en el hospital ambulante era desalentadora y el
trabajo por hacer interminable. No obstante, la joven irguió la cabeza, se
ajustó el delantal y con su acostumbrado valor hizo su trabajo
diligentemente. Aún si no estaba encinta, comprendía que dentro de ella
había una flama ardiendo y la esperanza de un mejor futuro estaba
esperándola. Así que continuó orando y durante sus escasos ratos libres
comenzó un diario, con la esperanza de que algún día su marido pudiera
leer lo que realmente había pasado con ella durante esos días de silencio,
en los cuales había decidido mentir por el bien de la tranquilidad de Terri.

Mi querido Terri:

Lluvia y lodo es todo lo que he visto de Flandes en las dos ocasiones que he
estado aquí. Esta vez, sin embargo, las condiciones del hospital en campo
no me asombran ya. Hago mi trabajo del modo en que aprendí a hacerlo e
intento ayudar a mis pacientes a recuperarse tanto física como
emocionalmente. No obstante, esto último es la tarea más difícil de hacer,
no sólo porque todos estos hombres están pasando por muy malos
momentos, sino también porque me persigue un constante miedo, día y
noche, y tengo que fingir que nada está pasando, si realmente quiero
animar a estos pobres soldados.

Sé que debes estar peleando en Argona en este momento. He escuchado


terribles historias acerca de las cosas que están sucediendo allá y el
periódico dice muy poco que pueda apaciguar mi corazón. En estos
momentos comprendo que tengo que reconocer mis limitaciones y aceptar
que solamente Dios puede cuidar de ti. Pero dejar mi preocupaciones en las
manos del Señor no es fácil para esta mujer, porque cada célula de mi ser
llama tu nombre y la mera idea de poder perderte me duele hasta la
médula.

Hoy un joven soldado francés murió en mis brazos después de una


operación. Luché contra la fiebre con todas mis fuerzas pero aún así el joven
no resistió. Sus últimas palabras fueron para su madre y en el momento de
morir creyó en su delirio que yo era ella. Me abrazó fuertemente mientras
los últimos estertores de la muerte lo estremecían, me llamó madre y luego
expiró. Mientras preparaba su cuerpo para ser enviado a casa, no pude
contener las lágrimas pensando en la pobre mujer que dio su más preciado
tesoro por el bien de Francia y como pago tendrá solamente un austero
féretro con la bandera francesa. Luego, sin importar con cuántas fuerzas
intento evitar todo pensamiento negativo, pensé en ti y en nosotros. Te vi
morir en los brazos de alguien más como este pobre muchacho, tal vez
llamando mi nombre como lo hiciste una vez en París, cuando tenías
también fiebre muy alta. Y esta clase de pensamientos me persigue aún en
mis sueños que últimamente se han convertido en pesadillas. Me despierto
en medio de la noche y entonces hago la única cosa que parece traerme
paz en estos días, orar y escribir este diario como lo hago en este momento.

Ruego y agradezco a Dios que tú no sabes dónde estoy ahora. Espero que
me puedas perdonar por mentirte durante estos días. Estoy segura de que
tú estás pasando por situaciones aún mucho más peligrosas que yo, y por lo
tanto necesitas concentrarte completamente en lo que haces. No me
perdonaría nunca si tú resultases lastimado por estar preocupándote por mi.
Hasta que nos veamos otra vez, es suficiente con uno de los dos sufriendo
pesadillas . . . Amarte no ha sido nunca tan doloroso como ahora.
[pic]

Una noche daba a luz a otro día y de ese modo el calendario continuaba
adelgazando de la misma forma en que los alemanes se debilitaban más y
más. Ludendorff dimitió hacia fines de octubre y fue substituido por el
General Wilhelm Goener, cuya misión era promover el armisticio. Durante
esos días, Terrence e Yves fueron heridos y después de pasar una semana
en el hospital ambulante, el doctor francés fue enviado de regreso a París
para su recuperación y Terrence a un hospital más pequeño en la ciudad de
Buzuncy, a unas cuantas millas al norte de Argona. Esta pequeña ciudad
había sido recientemente tomada por los norteamericanos. Ignorando con la
mente, pero no con el corazón, lo que había sucedido con Terrence, Candy
fue enviada a trabajar en Arras, después de que Flandes fue totalmente
recuperada por los Aliados, evento que terminaría la ofensiva en aquella
área.

En noviembre 11 La Triple Entente y los Aliados firmarían el armisticio y las


hostilidades cesarían en el Frente Occidental.

Esta es la primer parte del capítulo 15

Reencuentro en el Vórtice

Capítulo XV

Reencuentros

Al fin nos hallaremos

Al fin nos hallaremos. Las temblorosas manos

Apretarán la dicha conseguida,

Por un sendero solo, muy lejos de los vanos

Cuidados que ahora inquietan la fe de nuestra vida.

Las ramas de los sauces mojados y amarillos

Nos rozarán las frentes. En la arena perlada,

Verbenas llenas de agua, de cálices sencillos,

Ornarán la indolente paz de nuestra pisada.

Mi brazo rodeará tu mimosa cintura,

Tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza,

¡y el ideal vendrá, entre la tarde pura,

a envolver nuestro amor en su eterna belleza!


Juan Ramón Jiménez.

Parte I

Despedidas y Cambios de Ruta

El tren había llegado a la estación y el paisaje entero parecía ajetreado y


caótico. Hombres descargando pertrechos, personal médico llevando a los
heridos en camillas sucias, suministros regados por el suelo, confusión,
gritos e irritación reflejado en muchas caras. Un grupo de soldados jóvenes
con vendas en los ojos y uniformes en mal estado caminaban en fila, uno
detrás el otro, entre las cajas con municiones y ametralladoras nuevas.
Cada hombre llevaba el brazo derecho sobre el hombro de su compañero
con el fin de guiar sus pasos hacia el tren. Un hombre que no había sido
cegado por el gas de iperita conducía el grupo a lo largo de la plataforma.

Yves no podía observar el cuadro pero percibía la atmósfera de fastidio y


expectación que se filtraba en el aire. Un par de enfermeros lo habían
ayudado abordar el tren y estaba ya instalado en uno de los asientos,
esperando la salida de la tren. Con las yemas de los dedos palpó el vidrio
de la ventana y pensó que era irónico estar sentado cerca de ella, cuando
no podría ver el paisaje y el clima era ya demasiado frío para que él
disfrutara de la brisa con la ventana abierta. El viaje a Paris sería largo y
aburrido, sobre todo con la pierna herida y la imposibilidad leer en el
camino.

Yves, - llamó la voz de Terri detrás él y el joven doctor volvió el rostro en la


misma dirección de donde había venido la voz, - pensé que no lo lograría-
el actor dijo jadeando mientras respiraba pesadamente como si hubiese
estado corriendo.

¡No sabía que me ibas a extrañar tanto!- Yves bromeó al escuchar las
palabras de Terri.

Eso quisieras francesillo, – repuso el otro joven con una sonrisa socarrona –
sólo vine hasta aquí para hacerte un favor.

Qué amable de tu parte, – replicó Yves aún en tono de guasa. - ¿De qué se
trata?

El correo acaba de llegar y hay una carta para ti. Aparentemente viajó a
diferentes destinos antes de llegar hasta aquí finalmente – explicó Terri
poniendo la misiva en las manos del joven médico.

¿De quién es? – preguntó el hombre curioso y un poco frustrado por no


poder leer la carta por sí mismo.

No lo vas a creer, – se rió Terri entre dientes muy divertido con la situación -
¡Nunca me imaginé que ustedes dos fueran tan buenos amigos!
¿Qué quieres decir? Vamos Grandchester, sólo dime de quién es la carta.

Terri puso una mano sobre el asiento e inclinó su cuerpo para susurrar al
oído de Yves en un tono travieso.

¡Una dama! – dijo juguetonamente.

¿Quién? ¡Nada más dime y deja de jugar como un niñito estúpido! – exigió
Yves perdiendo lo que le quedaba de paciencia.

La Señorita Ceño Fruncido en persona ¡Quién lo diría! – Terri se carcajeó


muy divertido.

¿La Señorita Ceño Fruncido?

También conocida como la enfermera Hamilton, querido amigo, – explicó


Terri dando rienda suelta a su risa.

¿Flammy? – preguntó Yves asombrado - ¿De verdad?

Ciertamente. Si quieres puedo leer en voz alta para ti. Pero no seré
responsable si el contenido es demasiado personal.

¿Podrías ya dejar eso, Grandchester? – ordenó Yves molesto - ¡Dios mío,


puedes ser un verdadero dolor de cabeza si te lo propones! Y no gracias, ya
me las arreglaré después.

Está bien, ni una palabra más sobre el asunto – Terri replicó aún sonriente,
pero comenzando a recobrar la seriedad. – Así es como correspondes a mi
atención después de la larga distancia que tuve que correr sólo para que tú
tuvieras la carta. Pero no te preocupes, ya estoy habituado a tus modales
ingratos.

Gracias entonces – respondió Yves relajándose un poco.

Terri pensó en ese momento que era asombroso el modo en que las
tensiones entre los dos se habían suavizado después de la horrible
experiencia que habían vivido juntos y los días que ambos habían
compartido en el hospital ambulante. El joven aristócrata estaba complacido
al ver que los resentimientos parecían haber desaparecido y aunque no
eran los grandes amigos podían decir que a la postre la desconfianza mutua
se había desvanecido. El tren se sacudió hacia delante un poco y el
empleado de la estación gritó que estaban a punto de partir. La hora de
decir el último adiós había llegado.

Bueno, creo que eso es todo – Terri dijo con simpleza – Te deseo lo mejor,
Bonnot.
Lo mismo digo – replicó Yves amigablemente – y una vez más . . . gracias . .
. por todo lo que hiciste por mi – dijo el joven con un poco de dificultad.

Ni lo menciones – Terri respondió seriamente. – Si las cosas hubiesen sido


distintas podríamos haber sido grandes amigos, pero me alegro que
conseguimos minimizar nuestras diferencias. Espero que puedas encontrar
la mujer indicada. De verdad lo mereces, – concluyó el aristócrata
sinceramente.

Gracias, – respondió el médico, – y tú cuida de Candy.

Lo haré, – replicó Terri estrechando la mano izquierda que el joven doctor le


ofrecía, sabiendo que el actor no podía usar la mano derecha. – Adiós, Yves
Bonnot.

Adiós, Terrence Grandchester, – dijo Yves antes de que Terri lo dejara solo
en el vagón.

El joven sintió entonces cómo el tren comenzaba a moverse. Luego,


escuchó a alguien caminando con muletas que se sentaba a su lado
balbuceando un tímido hola con un acento sureño.

Buenas tardes – dijo Yves al hombre que sería su compañero de viaje – Mi


nombre es Bonnot – se presentó amablemente.

Gordon, Jeremy Gordon, de Nuevo Orleáns – respondió el hombre con voz


cascada.

Los dos hombres comenzaron una conversación casual mientras el tren


avanzaba dejando atrás la improvisada estación y se adentraba en los
bosques. Después de un rato, Yves rasgó el sobre que aún tenía en las
manos y dirigiéndose a Gordon le pidió:

Sabe usted, señor Gordon – le dijo a su compañero – tengo una carta de una
amiga mía aquí conmigo, pero como usted puede ver obviamente, me es
imposible leerla por mi mismo ¿Le molestaría hacerlo por mi?

Por supuesto, hombre – replicó el soldado tomando la carta en sus callosas


manos y empezando a leer.

“Querido Yves . . .”

Sombreros de estilos diferentes, guantes, enaguas, zapatos, pañuelos


blancos, vestidos, sombrillas de encaje, y mil objetos femeninos más,
estaban esparcidos por toda la recámara. Las dos mujeres trabajaban
diligentemente empacando cada uno de los artículos tan rápido como les
era posible, pero a pesar de sus esfuerzos más y más piezas de ropa
continuaban apareciendo de la nada. Patty había estado en Illinois por más
de un año y durante ese tiempo había sucumbido en muchas ocasiones a la
fiebre de compras de Annie.

“ – De verdad deberías comprarte este sombrero, Patty,- solía decir Annie –


Simplemente luces preciosa con él.”

Y Patty usualmente cedía a sus debilidades femeninas y terminaba


siguiendo el consejo de Annie. Pero en esos momentos la joven estaba
pagando el precio de sus pecadillos ya que tenía que decidir lo que estaba
llevando consigo en su viaje a Florida y lo que dejaría en la casa de Annie.
Después de todo, no tenía caso llevarse todo cuando estaba planeando
regresar a Illinois después de las fiestas decembrinas.

El Sr. y la Sra. O’Brien habían decidido que su hija había estado lejos por
demasiado tiempo y siendo que era ya noviembre estaban esperando que
Patty regresara a Florida para pasar la Navidad con ellos. Al principio el Sr.
O’Brien había pensado en ir a Chicago para acompañar a su hija en su viaje
de regreso, pero la madre de él le había convencido de que era mejor si él
dejaba esa misión en las manos de ella. De ese modo, él no descuidaría sus
negocios y ella tendría la ocasión de divertirse y visitar a los amigos de
Patty en Chicago. El Sr. O’Brien no sospechaba que Patty y su abuela
Martha habían planeado ese viaje con varios meses de anticipación.

Cuando Tom le pidió a Patty ser su esposa, la joven le escribió


inmediatamente a la Sra. Martha O’Brien contándole las noticias. La
anciana se sentía muy emocionada y feliz por los planes de su nieta, pero
también entendía que, al contrario de su primera relación de noviazgo, esta
vez Patty no contaría con la aprobación de sus padres debido al origen de
Tom. Por lo tanto, la anciana señora le contestó a Patty advirtiéndole acerca
de los problemas que ella y su novio seguramente enfrentarían tan pronto
como los O’Brien se enteraran del compromiso de Patty con un granjero.

Ambas mujeres decidieron entonces que sería más sabio esperar hasta el
vigésimo primer aniversario de Patty, por inicios de Noviembre, de modo
que aún si el Sr. y la Sra. O’Brien no quisiesen aceptar a Tom en su familia,
ellos ya no tendrían ningún derecho legal para impedir los planes de la
pareja.

De ese modo, Martha viajó hasta Chicago y más tarde a Lakewood para
conocer a Tom y preparar los últimos detalles de su plan. Tom viajaría con
ambas damas para conocer a los padres de Patty y pedir la mano de la
joven en matrimonio. Si los O’Brien no querían aceptar, entonces Patty y
Tom simplemente se casarían sin su aprobación. Martha estaba dispuesta a
apoyar a su nieta aún en contra de los deseos de su hijo.

Mi familia arruinó mi vida forzándome a casarme con un hombre que yo no


amaba – decía la viejita mientras ayudaba a Patty a doblar un hermoso
vestido de lana que iban a empacar – Nunca tomé una decisión por mí
misma. Primero mis padres decidían la ropa que yo iba a usar, cómo debía
yo comportarme, lo que era bueno que yo aprendiera, la gente que debía
conocer. Más tarde fue mi esposo quien controló mi vida, y así perdí mi
juventud y mis sueños. Ni siquiera pude dar mi opinión sobre la educación
de mi propio hijo. Su padre escogió la escuela donde estudiaría, la profesión
que él ejercería y la mujer que desposaría. Un día me di cuenta de repente
que mi hijo se había convertido en un frío y frívolo esnob que yo no
reconocía como mi pequeño muchachito. Era un completo extraño para mi.
Y cuando te enviaron al Real Colegio San Pablo pensé que iban a hacer
exactamente lo mismo contigo.

Pero afortunadamente conocí al alguien ahí- comentó Patty sonriendo


abiertamente, mientras miraba una fotografía entre sus manos.

Lo sé, querida, - replicó Martha sonriendo – nunca deja de asombrarme lo


mucho que cambiaste desde que conociste a Candy. Conforme el tiempo
pasa, aumenta tu madurez y confianza en ti misma, más y más.

Nunca seré heroína de guerra – dijo Patty con una risita mientras enseñaba
a su abuela la foto donde Candy aparecía con tres soldados en el hospital
del campamento – pero sé ahora que no es un pecado ponerse de pie y
decirle al mundo que yo también puedo pensar por mi misma y decidir
sobre mi propio destino.

Esa es la actitud que tienes que mantener, querida – exclamó la anciana con
gesto animado. – Yo solamente quiero ver la cara de tu padre cuando se de
cuenta de que ya no eres un bebé que él puede manejar a su antojo.
Lástima que tu abuelo a no está con nosotros para ver también su expresión
¡Por San Jorge que sería un cuadro muy gracioso

¡ABUELA! ¡No jures en vano! – la regañó la joven con una risita, pero luego
en un tono más serio agregó; – ves todo como si fuese sólo una broma, pero
debo confesarte que estoy algo asustada. Sé que mamá y papá se pondrán
tan molestos conmigo que tal vez no los vuelva a ver después de casarme.

Eso podría pasar, querida, – Martha aceptó con un suspiro.- Esperemos que
ellos acaben por comprender tus sentimientos algún día. Aunque si eso no
sucede, con un esposo como Tom y con todos tus amigos de tu parte, no
creo que llegues a sentirte sola jamás – dijo la mujer alegremente.

Lo sé, abuela. Pero dime, ¿Aceptarás la oferta de Tom de irte a vivir con
nosotros a la granja? – preguntó Patty con entusiasmo.

Todavía lo estoy pensando – respondió la anciana con una mirada ladina en


sus ojos aún brillantes – Tengo otras ofertas, ¿sabes?

¿Qué clase de ofertas, abuela? – preguntó Patty intrigada por la mirada


traviesa en el rostro de la anciana.

Bueno, no quiero salarlo, pero . . .- Martha dijo con reticencia.

¡Vamos, dilo, abuela!


Está bien, está bien, – confesó la mujer. – Le pregunté a la Srta. Pony si a
ellas les gustaría tener una nueva socia que les ayudara con el orfanato.
Tanto ella como la Hermana María hacen un trabajo tan bueno que sería
maravilloso si más niños pudieran ser aceptados. Pero ellas necesitan otra
mano y algunas de mis ideas para transformar al Hogar de Pony en una
institución más grande.

¡Ay abuela! ¡Me asustas cuando veo esa mirada en tus ojos! – dijo Patty
sorprendida.

¡Tú también podrías ayudar! Se necesitarán sangre nuevas y energías en


este proyecto. Ahora . . . ¿Dónde está ese abrigo azul que dijiste que
querías llevar contigo? – preguntó la mujer tratando de encontrar el abrigo
en aquel desorden que tenían a su alrededor.

Está en el cuarto de Annie ¿Podrías ir a traerlo, abuela?

¡Grandioso, y le pediré al mayordomo que nos traiga un poco de té y


pastas! – sugirió la anciana con una risita traviesa.

Las llaman galletas aquí en América, recuérdalo ¡Ay abuela, tú lo único que
quieres es una oportunidad para coquetear con el mayordomo! – repuso la
joven.

¿Acaso no tiene una sonrisa encantadora? – comentó Martha pero Patty no


tuvo tiempo de continuar regañando a su pícara abuela porque la anciana
ya estaba fuera de la habitación tratando de encontrar al mayordomo de los
Britter.

Patty suspiró resignadamente mientras continuaba su tarea empacando sus


medias. Solamente necesitaba estar sola por breves instantes para empezar
a pensar en Tom. Las cosas que se habían dicho el uno al otro la última vez
que habían estado juntos, la sensación de la mano de ella en las manos de
él y el beso que habían compartido estaban tan frescos en su memoria que
su corazón había comenzado a latir más rápido al tiempo que ella cerraba
los ojos y sonreía.

¿Cómo está el clima en la tierra de los sueños? – preguntó Annie quien


había entrado al cuarto cuando se dio cuenta de que Patty estaba
demasiado perdida en sus ensoñaciones como para contestar a sus tímidos
golpeteos en la puerta.

¿Mmmm? ¿Qué dijiste? – respondió Patty sorprendida por la presencia de


Annie.

Dije que es hora de regresar de tus sueños . . . ¡Tengo noticias de Francia! –


dijo la joven dama blandiendo un sobre rosa.

¡¡¡Santo cielo!!! ¿¿Qué es lo que dice?? ¡Vamos Annie, ábrelo! – urgió Patty
a su amiga.
La joven morena obedeció a las demandas de su amiga y con dedos
nerviosos rasgó el sobre para extraer la carta de su interior.

Septiembre 20

Querida Annie:

Espero que todo vaya bien para ti y tu familia cuando esta carta llegue a tus
manos. Si me preguntas sobre mi, debo decirte que nunca he estado mejor.
Si alguna vez creí que había conocido la felicidad, ahora reconozco que
estaba equivocada. No tenía idea de lo que realmente significaba hasta
hace unos días . . .

Al tiempo que Annie continuaba la lectura ambas jóvenes abrían sus ojos
con asombro, jadeando e intercambiando miradas de pasmo con cada línea.
Hasta entonces, Candy no le había confiado a nadie más que a Albert, la
Srta. Pony y la Hermana María el hecho de que Terri estaba en Francia y que
había estado hospitalizado durante tres meses en el mismo lugar que ella
estaba trabajando. Así que, la carta que contaba toda la historia tomó a
ambas mujeres por sorpresa.

¡ Simplemente no puedo creer esta historia! – exclamó Patty cuando Annie


terminó de leer la carta por la tercera ocasión - ¿No es asombroso? . .
.Quiero decir, ellos se encontraron allá . . . ¿Tienes la más ligera idea de
cuántas posibilidades tenían para reencontrarse? ¡¡¡Debió haber sido el
destino!!! – exclamó la joven sirviéndose algo de agua para calmar su
estupor.

Comprendo, Patty – contestó Annie con un tono melancólico – Supongo que


el amor de ellos estaba simplemente predestinado. Me alegro por ella.

¿Por qué entonces suenas tan triste? – preguntó Patty notando el tono
lastimero de su amiga.

Annie se puso de pie y caminó hacia la ventana mientras sus ojos color de
miel seguían la caída de las hojas secas desde un fresno cercano.

¿No lo ves, Patty? – dijo la muchacha finalmente, después de un largo


silencio. – Por años estuve tan cegada por mi amor hacia Archie y mi
egoísmo, que no supe cómo ser una verdadera amiga para Candy.

¿Pero qué estás diciendo Annie? Creo que ya hemos discutido este asunto
antes ¿Por qué no acabas de entender que tú siempre has sido una
excelente amiga para Candy y para mi? – reconvino Patty.
¿De verdad crees eso Patty?- preguntó Annie encarando a Patty y esta
última pudo ver que el rostro de su amiga estaba ya bañado en lágrimas –
¿Si yo fui tan buena amiga cómo es que no me di cuenta de que Candy
solamente fingía ser fuerte y feliz durante estos tres años?

¿Annie, a dónde quieres llegar? – se preguntó Patty frunciendo el ceño.

¡Esta carta, Patty! – gimió la morena dejando caer los papeles al piso. –
Candy suena tan contenta en estas líneas como no lo había estado por largo
tiempo, y yo, su mejor amiga, no me había dado cuenta de que ella estaba
sufriendo al estar separada y lejos de Terri! ¡Yo pensé que ella había
superado ese amor imposible! ¡Y ya la ves! ¡Se casó con él! Esto quiere
decir que ella lo amó en silencio, sufrió y lloró en silencio por tres años y yo
nunca estuve ahí para apoyarla! ¡Esa es la clase de mejor amiga que soy! –
barbotó la joven estrujando las cortinas con manos temblorosas. El rostro de
Annie reflejaba su frustración y desilusión.

¡Annie! No te culpes de manera tan amarga. No fuiste solamente tú quien


fue engañada por el valor de Candy. Yo tampoco tenía idea de sus
sentimientos – dijo Patty poniéndose de pie y acercándose a su amiga.

No, Patty, no se puede comparar tu situación con la mía – afirmó la chica


sombríamente. – Tú sufriste pruebas tan difíciles que nadie puede
condenarte por no haber estado al lado de Candy cuando ella lo necesitaba.
Pero yo . . . – Annie no pudo terminar la frase porque sus sollozos no le
permitían emitir palabra.

Annie – fue todo lo que Patty pudo decir limitándose a abrazar a su amiga.

Annie se aferró a los brazos de Patty y derramó sus lágrimas de


arrepentimiento por un rato. Su mente voló hacia los años de su infancia. Se
vio a sí misma escribiendo la última carta que envió a Candy cuando ambas
tenían seis años. Ella sabía entonces que aquellas líneas iban a lastimar a su
querida amiga hasta la médula, pero la pequeña Annie no tenía el valor ni
para confrontar a su madre adoptiva, ni para mantener contacto clandestino
con Candy.

¡Yo . . . siempre todo se reduce a mi misma! – pensó Annie avergonzada –


Siempre he estado tan ocupada tratando de mantenerme sana y salva que
rara vez he pensado en los demás.

Repentinamente Annie sintió que su alma alcanzaba el fondo de un oscuro


túnel donde ella había estado vagando durante los meses anteriores, desde
que Archie había roto con ella. La joven pensaba que no era posible vivir en
una situación peor que aquella que estaba soportando. Vio a su alrededor y
se percató que aún más que el rechazo de Archie, lo que realmente le
estaba haciendo daño era que ella se odiaba a sí misma. Annie suspiró
preguntándose si algún día encontraría el coraje necesario para emprender
el interminable viaje que la llevaría a encontrar la salida de la trampa de sus
propios temores.
Patty – Annie susurró apartándose de los brazos de su amiga – gracias por
tu comprensión . . . Yo . . . . yo aprecio tu apoyo.

De nada, Annie. Para eso son las amigas. – replicó Patty con sincera
simpatía reflejada en sus ojos café oscuro, pero incapaz de ayudar a su
amiga en aquella batalla personal. Por su propia experiencia Patty sabía que
la única persona capaz de salvar a Annie, era la misma Annie.

Había sido una noche muy ocupada en el hospital. Candy había estado
trabajando en el turno de la noche y estaba a punto de terminar el vendaje
de un paciente que le había pedido dejarlo un tanto más flojo. El hombre, de
un poco más de veinticinco años, había inventado esa excusa para tener la
atención de la joven por unos minutos más. Candy lo sabía, pero pretendía
ignorarlo, tan habituada estaba ya al continuo coqueteo de sus pacientes.

Cuando eres la primera mujer que ellos ven después de semanas o meses
de estar enterrados en un trinchera, no esperes que te traten como a su
abuelita – solía ella pensar, pero aún así siempre se sentía un poco
incómoda con toda esa atención masculina.

¿Tiene usted novio, señorita Andley? – preguntó el hombre con una mirada
traviesa mientras Candy pensaba lo que debía responder ante tal pregunta,
sabiendo que su matrimonio debía mantenerse en secreto.

Si, tengo novio, Sr. McGregor – fue la respuesta final de Candy.

¿Y dónde está ese hombre afortunado? – insistió el hombre con una sonrisita
socarrona.

Candy levantó los ojos del vendaje y miró al hombre con orgullo.

Esté en el Frente, sirviendo en el Ejército Americano – respondió ella.

¿Y se le extraña? – preguntó McGregor. – Porque yo podría ofrecerme para


consolarla mientras él está lejos, Señorita Andley.

Sí, le extraño con todo mi corazón. Su ofrecimiento es muy amable, Sr.


McGregor, pero no gracias. Aunque usted debería estarle pidiendo a Dios
que nadie le esté haciendo la misma oferta a su esposa allá en Inglaterra, –
Candy regañó al hombre e iba a decir aún más para detener los avances
atrevidos del soldado, pero una voz gritando en el corredor la interrumpió.

¡¡ Se acabó!! ¡¡Se acabó!! – gritó un joven médico británico que irrumpió en


el pabellón impetuosamente.

¿Está usted loco Dr. Cameron? – repuso Candy. – Es aún muy temprano y
muchos pacientes están durmiendo ¿Quiere acaso interrumpir su sueño?
¡Santo Cielos, Srta. Andley, todos tienen que estar despiertos ahora! –
explicó el hombre sin aliento - ¡Se acabó, la guerra se acabó! Acaban de
firmar el armisticio hace dos horas ¡Recién lo dijeron en la radio!

¿Lo dice en serio, doctor?- preguntó McGregor incrédulo.

Absolutamente ¡Nunca he dicho nada con más seriedad en toda mi vida!-


contestó el médico y pronto el pabellón completo estaba de pie,
desgañitándose y riendo de alegría.

Candy dejó a los pacientes y salió al corredor. Todos estaban ahí,


celebrando y felicitándose mutuamente mientras se abrazaban los unos a
los otros porque la lucha que había durado por más de cuatro años había
finalmente concluido, y con ella, el creciente número de pérdidas humanas
a lo largo de la frontera francesa. Algunas botellas de champaña habían
aparecido de la nada y los doctores, las enfermeras y aún los pacientes
estaban ya brindando, sin poder contener su alegría con el mismo gozo
ingenuo con que los niños disfrutan la mañana de Navidad

¡Vamos a casa, Srita Andley! – gritaba uno de los pacientes sostenido en


unas muletas al lado de Candy.

¡De regreso a casa! – Candy pensó feliz - ¡Ay Terri, vamos a casa!

El mismo día pero al otro lado del Atlántico, el sol se estaba ya poniéndo y
Albert acababa de terminar su diaria cabalgata. El joven llevaba su caballo
hacia los establos con pasos macilentos, cuando uno de los caballerangos
corrió a su encuentro agitando su sombrero en el aire. Sus palabras se
atropellaban unas con otras de modo que Albert no pudo entenderle hasta
que el hombre estuvo prácticamente en frente de él.

¡Jesús, María y José, Sr. Andley! – dijo el hombre atropelladamente - ¡La


guerra ha terminado!

¿Estás seguro? – preguntó Albert asiendo al caballerango de la manga de su


camisa con energía.

Sí, señor ¿Significa eso que la Srta. Andley estará pronto de regreso? –
preguntó el hombre con interés, porque todos los sirvientes en la casa eran
leales a la joven heredera que siempre había sido amable y afectuosa con
ellos.

¡Por supuesto que sí!- replicó Albert riendo mientras sus ojos azules
brillaban con la luz de la estrella de la tarde y en su interior se revolvía un
pensamiento: “Mi día ha llegado!”

En París la celebración parecía no tener fin. La gente había salido a las


calles, las iglesias habían hecho repicar sus campanas por horas y el vino
corría libremente en todas las bocas. En el Hospital San Jacques Julienne
lloraba mientras se abrazaba a Flammy con todas sus fuerzas. Aquellos
pacientes que podían caminar estaban bailoteando y celebrando en los
pasillos y corredores mientras gritaban a todo pulmón “¡A casa! ¡ A casa!”
una y otra vez, cada uno en su lengua madre.

Irónicamente, Flammy, quien estaba aún abrazando a su amiga, no se podía


sentir identificada con la algarabía general.

¿A casa? – se preguntaba - ¿Para qué?

En el interior de su recámara con las luces apagadas y mirando por el


balcón cómo el rosedal perdía sus pétalos con la brisa otoñal, Archie, quien
estaba pasando unos días en la mansión de Lakewood, escuchaba las
noticias en la radio, las cuales anunciaban el armisticio.

La guerra ha terminado, – pensaba melancólicamente – pero este evento no


me traerá lo que yo esperaba – se decía mientras bajaba los ojos, sin poder
contener las lágrimas – Todo lo contrario, solamente significa que tendré
que enfrentar la dolorosa experiencia de verla en los brazos de mi rival.

En Busunzy, la misma noche, un joven caminaba a lo largo de los corredores


del hospital del lugar, mirando a la luna detrás de las nubes grises que
surcaban el cielo y pensó que el satélite nunca había estado más hermoso
que aquella noche. El joven se despejó el rostro de las hebras castañas que
habían comenzado a crecer y le molestaban la frente, al tiempo que su
cuerpo se reclinaba en el muro. Se llevó la mano izquierda al bolsillo y
extrayendo un sobre rosa perfumando con el aroma de esas mismas flores,
lo besó con ternura.

Vamos a casa, mi amor – dijo Terri tratando de recordar el sabor de los


labios de Candy.

Los días que siguieron a la partida de Patty fueron especialmente solitarios


para Annie Britter. La joven se hundió en un estado depresivo que la hacía
sentir que todos sus intereses más caros se habían tornado vanos e inútiles.
Alarmada por la insistencia de la joven en quedarse en su cuarto por largas
horas, la madre intentó forzar a Annie a salir y aún planeó organizar una
tertulia, pero la joven morena le suplicó a su padre que la excusara de la
innecesaria pena de asistir a esos eventos sociales, obteniendo finalmente
el apoyo del buen hombre. El Sr. Britter comprendía que su hija estaba a
punto de alcanzar un punto en su vida que le exigiría cambiar de ruta y
pensó que era mejor darle tiempo, a fin de que ella pudiese descubrir sus
propias soluciones para los problemas que estaba enfrentando.

Las hojas secas caían de los fresnos en la vasta propiedad de los Britter y
Annie pasaba sus tardes tratando de aliviar sus penas con el crujido de las
hojas muertas sobre el jardín. Daba largas caminatas durante horas a la
orilla del lago, buscando dentro de su corazón, confrontando aquellas líneas
oscuras que no le gustaban en el retrato de su alma y muchas veces se
comparaba a sí misma a aquellas hojas secas que el viento arrastraba.
Habían crecido lozanas, verdes y lustrosas durante el verano anterior, pero
una vez que los días fríos de otoño hicieron su aparición, esas mismas hojas
habían volado sin rumbo, hacia un futuro incierto, lejos, muy lejos del
robusto árbol que solía protegerlos.

Candy había sido su árbol fuerte durante todo el verano de su infancia y


adolescencia, pero cuando Annie había tenido que enfrentar las frías
bofetadas de la vida, la joven se había convertido en una simple hoja seca y
fea. Annie no se gustaba a sí misma, y aún si su reflejo en el espejo era
hermoso y joven, ella sabía que el interior no correspondía a su apariencia
física. Annie aceptó que la imagen deslumbrante de su amiga de la infancia
siempre palidecía frente a la belleza de su alma, porque, al contrario de ella,
Candy no había confiado en el dinero para forjarse la vida. Eso era lo que
hacía a Candy la mujer fuerte y auténtica que era. Esa era la razón que la
había hecho inolvidable en el corazón de Terri.

Conforme pasaban los días y Annie continuaba con estas reflexiones, poco a
poco llegó a una conclusión. Era tiempo de que ella comenzara a cambiar
aquellas cosas que no le gustaban en sí misma. Tiempo de empezar a
pensar en los demás y ya no tanto en su persona, tiempo de darle la
espalda a los ídolos que había adorado en el pasado e iniciar la jornada que
la llevaría al reencuentro consigo misma.

Cierta tarde durante una de esas caminatas, Annie se detuvo en seco, miró
al paisaje dorado y en ese momento decidió que su día había llegado.
Regresó a su cuarto y ahí, ayudada por la tímida luz de una vela, escribió
una carta a una mujer que nunca había visto en toda su vida, pero quien
sería un personaje importante en el capítulo de su historia personal que la
joven estaba a punto de comenzar.

Annie estrujó el pedazo de papel en su bolsillo. Sabía que lo que estaba a


punto de hacer no iba a ser nada fácil y se detuvo en silencio por unos
segundos, justo frente a la puerta de la recámara de su madre, sintiéndose
aún renuente a llamar. Alzó su rostro hacia el techo y cerrando los
párpados pensó en Candy por la centésima vez aquella noche.

Nunca imaginé que esto podría ser tan difícil, Candy – se dijo a sí misma -
¿Cómo has logrado salir adelante tu sola durante tanto tiempo? ¡Oh Dios
mío, ayúdame a hacer esto!- dijo en un susurro mientras se persignaba y
finalmente tocaba a la puerta.

Adelante, – llamó una voz femenina desde el interior de la recámara.


Annie entró en la cámara delicadamente decorada y vio a su madre sentada
ante su secreter, vestida con una bata de seda azul que acentuaba su piel
blanca y cabellos dorados.

¡Annie, querida! – llamó la mujer a su hija dulcemente. – Pensé que estabas


tocando el piano en el salón rosa, – comentó ella casualmente.

Eso hacía, madre, pero . . .- la muchacha dudó sintiendo que sus temores
comenzaba a apoderarse de su corazón. – Necesitaba hablar contigo . . .

Está bien, querida – replicó la mujer dejando la silla frente a su escritorio y


sentándose en un sofá cercano - ¿Qué es lo que tienes que decirme?

Verás, mamá – Annie comenzó sentándose cerca de su madre – He estado


pensando en comenzar a hacer nuevos planes, siendo que . . . siendo que
no me voy a casar como esperábamos.

La mujer miró a su hija mientras una sonrisa compresiva se dibujaba en su


rostro aún bello.

¡Mi niña! – dijo la Sra. Britter. – Eso es justamente lo que yo quería oír de ti.
Ya basta de llanto. Yo ya tengo algunas ideas fabulosas para esta
temporada . . . Iremos a la ópera, al teatro y a cada gala y tertulia. Debes
ser vista en todas partes . . .

Mamá . . . – Annie interrumpió a la Sra. Britter quien estaba ya dejándose


llevar por su entusiasmo.

Los planes que tengo son diferentes, – dijo la joven tímidamente.

Tonterías, Annie – replicó la mujer mayor enfáticamente. – Yo sé lo que


tienes que hacer ahora. Es necesario que todos vean que no te estás
muriendo por ese hombre que no vale la pena. Todo lo contrario, tienes que
ser la dama más hermosa esta primavera, amada y admirada por cada
hombre y blanco de la envidia de todas las mujeres. Sólo déjalo en mis
manos.

Annie bajó la cabeza apretando sus manos una contra otra mientras su
madre hablaba. Clavó la vista sobre sus delicados zapatos de raso
adornados con diminutas violetas y un gracioso moño, como si el valor para
hablar estuviese escondido en algún lugar de la superficie lila de su calzado.

Madre, siento mucho defraudarte en esta ocasión, – la tímida joven se


atrevió a decir mirando a su madre con tristeza reflejada en sus ojos, – pero
no tengo planes de permanecer en Chicago. Creo que es tiempo para que
yo comience a hacer cosas más útiles que pasar mis noches de fiesta en
fiesta.
¿Y que piensas hacer en lugar de eso? – preguntó la Sra. Britter pasmada
con la reacción de su hija.

Annie sacó el papel del bolsillo de su falda y lo mostró a su madre con


tímido gesto. La mujer leyó el artículo de periódico que su hija le había
entregado y cuando lo hubo terminado de leer, levantó los ojos del papel
con una mirada inquisitiva.

No entiendo, Annie ¿Qué tienes tú que ver con esta mujer en Italia? –
preguntó confudida la Sra. Britter.

Estoy interesada en su trabajo con niños que sufren retraso mental, – afirmó
la joven comenzando a sentir que una sensación cálida cubría sus mejillas. –
A mi . . . a mi me gustaría ir a Italia para estudiar con ella.

Pero . . . ¿Para qué? – cuestionó la madre de Annie incapaz de comprender


las intenciones de su hija.

Quiero aprender cómo trabajar con ese tipo de niños y después regresar a
América para abrir una escuela, como las que ella tiene en su país. Aquí
tratamos a esos niños como si no fueran capaces de aprender nada. Pero el
trabajo de esta mujer prueba que pueden hacer grandes progresos – explicó
Annie y su voz se tornó repentinamente vehemente.

¿Quieres decir que quieres estudiar para . . . para trabajar? ¿Quieres decir
tener un empleo? – preguntó la Sra. Britter estupefacta.

Sí, madre. No creo que mi vida sea de utilidad alguna por el momento . . . .
Otras mujeres están marcando la diferencia demostrando que pueden . . .

¡Ya he escuchado ese ridículo discurso antes! – la dama se puso de pie


visiblemente molesta ante las palabras de su hija – ¡Y no es otra sino
Candice que te ha metido esas ideas en la cabeza! ¡Siempre supe que su
amistad no te iba traer nada bueno! ¡Ahí lo tienes, estás hablando como una
sufragista desquiciada! ¡No mi hija, Annie . . . no una Britter! – barbotó la
mujer con vehemencia pero aún guardando la compostura.

¡Madre! – la joven exclamó sin saber qué más responder.

Esta discusión concluye aquí, Annie, – afirmó la Sra. Britter con frialdad. –
Mañana veremos a la modista para que puedas ordenar tu guardarropa para
la siguiente primavera. Tienes que encontrar marido este año ¿Me
entendiste?

Hasta ese momento la joven había permanecido callada, sentada sobre el


sofá y apretando el artículo de periódico que su madre había tirado al suelo.
Annie resintió cómo su madre había culpado a Candy tan fácilmente.
Repentinamente, la joven se dio cuenta una vez más, que la vida la estaba
forzando a decidir entre seguir el ejemplo de su mejor amiga para así
convertirse en una mujer que pudiera sentirse orgullosa de si misma, u
obedecer a los deseos de su madre como siempre había hecho en el
pasado.

Annie amaba a su madre y sentía la necesidad de recibir su aprobación para


los nuevos proyectos que quería realizar. Por otra parte, también temía la
inminente confrontación con la testaruda mujer que era su madre. Por un
segundo, ella pensó que tal vez todas esas cosas que había planeado no
eran muy razonables después de todo. Tal vez era mejor idea obedecer a su
madre y olvidarse de los cambios que quería hacer en su vida. Sin embargo,
el recuerdo de Candy siendo humillada en la casa de los Leagan, aquella
tarde, cuando la niña rubia la había salvado de las maliciosas travesuras de
Neil y Eliza, echándose toda la culpa estoicamente, vino a la mente de
Annie.

La muchacha alzó lentamente su cabeza oscura como el ala de un cuervo, al


tiempo que sus ojos color de miel enfocaban la elegante figura de su madre.
En las profundidades acuosas de sus pupilas una creciente flama de
determinación comenzaba a brillar con fuerza desconocida.

Madre, les amo a ti y a papá con todo el corazón. – comenzó calmadamente.


– Siempre te he obedecido y seguido tus consejos, pero me temo que esta
vez no será posible para mi llenar tus expectativas. Mi decisión está ya
hecha y no voy a ceder.

La Sra. Britter se volvió para mirar a su hija directamente a los ojos, aún sin
creer las palabras que Annie acababa de pronunciar.

¿Qué estás diciendo? – preguntó la mujer con voz cascada.

Digo que ya he hecho arreglos para estudiar en Italia con la Sra. Montessori.
Le escribí y ella me ha aceptado como su alumna para el próximo año. No
voy a buscar marido como tú quieres porque siento que aún no estoy lista
para una nueva relación. Por ahora quiero estudiar, y si piensas que Candy
tiene algo que ver con esta decisión mía estás en lo cierto, pero no en el
modo que tú crees.

¡Por supuesto! ¡A quién más se podría culpar! – gritó la Sra. Britter


perdiendo el control por la primera vez -¡Esa mujercita indecente!
¡Escapándose del colegio!¡Viviendo sola en un departamento! ¡Trabajando
como si realmente necesitara el empleo! ¡Marchando a un país extranjero
sin el consentimiento de su familia! ¡Arriesgando la vida y el honor de su
familia! ¡Y ahora se casó, tomando la decisión por ella misma, sin siquiera
pedir permiso de su tutor! ¡Sólo Dios sabe si realmente ese hombre se casó
con ella! Tal vez termine deshonrando a su familia teniendo un hijo sin
padre.

¡Ya basta, madre! – gritó Annie. La ira y la indignación brillaban en su cara


sonrojada - ¡Dices que Candy es inmoral sólo porque siempre ha seguido los
llamados de su corazón!¡ Se escapó del colegio porque tuvo el valor de
darse cuenta de que la educación que recibía ahí no le era útil! ¡Vivía sola
en un departamento porque es independiente y no necesita a su familia
para sobrevivir! ¡ Tiene un empleo porque quiere ayudar a los otros! ¡Se fue
a Francia porque quería servir a su país y si tú la condenas porque se casó
tomando la decisión por su cuenta, es porque estás ciega al amor
verdadero! Ella es una mujer maravillosa que yo admiro y no tiene nada de
qué avergonzarse. Y en lo referente a mi decisión, tengo que reconocer que
Candy es quien me inspiró con su buen ejemplo, pero no tiene ni la menor
idea de mis planes – Annie se detuvo por un segundo, sus manos estaban
temblando y las lágrimas corrían por sus mejillas, pero su expresión era
sorprendentemente segura – ¡Si estás buscando a alguien a quien culpar,
entonces cúlpate a ti misma, madre! – dijo ella en un reproche.

¿Qué quieres decir? – preguntó la Sra. Britter aún conmocionada por la


explosión inusual de Annie.

Quiero decir que me diste amor, una educación, todo lo que el dinero puede
comprar y aprecio todo eso, pero nunca, nunca, me ayudaste a encontrar mi
propio camino. Me hiciste creer que solamente tendría valor casándome con
un hombre rico, que mi éxito estaba supeditado al éxito del que fuese mi
marido, que todo el sentido de mi vida debía ser definido por un hombre y
no por mi misma ¡ Me hiciste darle la espalda a la mejor amiga que Dios me
dio! ¡Me hiciste mentir sobre mi origen como si fuese un pecado haber
nacido pobre y sin padres! ¡Yo siempre fui débil y nunca me enseñaste a
conquistar mis miedos y ser fuerte! Cuando Archie rompió conmigo tú me
dijiste que siempre habías sabido que él no me amaba de verdad . . . .
¿Entonces por qué no me hiciste enfrentar la realidad? ¡Dices que Candy es
inmoral, pero nosotros no somos mejores que eso viviendo siempre en la
mentira!

¡Mocosa malagradecida! – vociferó la Sra. Britter levantando la mano para


abofetear a su hija, pero fue detenida en el aire por otra mano más fuerte.

No hagas algo que lamentes después, – dijo el Sr. Britter quien había
entrado al cuarto alarmado por las voz encolerizada de su esposa, pero
cuya presencia no había sido notada por las dos mujeres que estaban
demasiado abrumadas por el peso de las palabras que se estaban diciendo
la una a la otra.

¡No tienes idea de las cosas que Annie me ha dicho! – se quejó la mujer en
medio de las lágrimas.

Si te refieres a los planes de Annie, estoy al tanto de todo, – contestó el Sr.


Britter tanquilamente.

¡¡Lo sabías!! ¡Lo sabías y no me dijiste palabra! – reclamó la madre de Annie


incrédula.

Pensé que este era un asunto que Annie tenía que hacer por sí misma, –
apuntó el hombre soltando la mano de su esposa.

Pero debiste haberle dicho que toda esta idea de Italia no es un plan
coherente, – insistió la Sra. Britter.
Todo lo contrario, querida, yo seré el primero en apoyarla.

Pero . . .- la mujer tartamudeó sintiendo que todo su mundo comenzaba a


colapsarse.

Annie, cariño, – el Sr. Britter se dirigió a su hija con su tono más dulce -
¿Podrías dejarnos solos a tu madre y a mi? Necesitamos hablar en privado
por un rato.

Sí, papá – la joven asintió caminando hacia la entrada de la recámara, pero


antes de cerrar la puerta tras de sí, la joven miró a su madre con ojos
llorosos – Perdóname madre, pero no puedo renunciar a este sueño ahora.
Es la única cosa mía que realmente tengo – dijo finalmente, dejando solos a
sus padres.

Mientras Annie Britter caminaba a lo largo del corredor, aún sentía el acre
sabor de la discusión que había tenido con su madre, pero con cada nuevo
paso que daba, su corazón se sentía más ligero y libre. Levantó la cabeza
sabiendo que era tiempo de extender sus alas.

[pic]

Después de las victorias de Argona y Flandes fue solamente cuestión de


tiempo para que los diplomáticos alemanes comprendiesen que no podían
esperar más para firmar el armisticio. Cuando las hostilidades cesaron el 11
de noviembre los aliados estaban avanzando hacia Montmédy sobre la
frontera francesa y durante el resto del mes las tropas solamente esperaron
sus órdenes para entrar al territorio alemán.

Aunque la guerra había prácticamente terminado, los Aliados no habían


concluido con su trabajo. Las tropas triunfantes tendrían que ocupar los
países vencidos y aún los elementos voluntarios tenían que permanecer en
el viejo continente hasta que los Aliados hubiesen establecido sus cuarteles
en Alemania, Turquía, Austria y el Norte de África. Sin embargo, la vida
tenía otros planes para Terrence Grandchester.

Cuando el armisticio fue firmado en noviembre 11, Terri había estado en


Buzuncy durante una semana, recuperándose de la herida en su brazo. Dos
días después del evento histórico, el joven recibió una carta con el sello de
los Estados Unidos en la cual el gobierno de su país le felicitaba por el valor
demostrado en batalla y le notificaba que había sido dado de baja del
Ejército Norteamericano. La carta incluía una serie de boletos de tren y
barco para su retorno a América.

El joven sostuvo los papeles en sus manos abrumado por la noticia, aún sin
poder digerir que toda aquella pesadilla había terminado y que estaba libre
para continuar su vida. Repentinamente se dio cuenta de que tenía que
comenzar a tomar una larga serie de decisiones con respecto a su futuro
inmediato y que había que hacerlo tan pronto como fuese posible. Así pues,
descuidadamente se quitó el cabestrillo que le sostenían el brazo
deshaciéndose de él para comenzar a escribir el texto de varios telegramas
que planeaba enviar de inmediato.

Un par de días después, Terri llegó a París esperando ver a Candy en el


Hospital San Jacques. Sabía que las posibilidades de encontrarla ahí no eran
mucha siendo que la guerra había terminado. Ella podía haber sido enviada
a América o a cualquier otra área de Francia antes de su regreso, porque
aún se requería de ayuda médica en todo el país. No obstante, él esperaba
verla de nuevo, aunque fuese sólo por unas horas antes de su partida a
Inglaterra.

Al tiempo que el carruaje que lo llevaba a lo largo de las calles parisinas


avanzaba en su camino, el joven sentía que su corazón se aceleraba con la
perspectiva de tener a Candy de nuevo entre sus brazos. Trató de
imaginarse las palabras que podría decirle, pero terminó riéndose de sí
mismo, sabiendo perfectamente que en semejantes momentos las palabras
nunca salen del modo que las planeamos y la mayor parte de las veces no
son suficientes para expresar los sentimientos del corazón.

Desafortunadamente, las sospechas de Terri no estaban erradas y cuando


llegó al hospital se enteró por Julienne y Flammy que Candy estaba en Arras
y que probablemente tendría que quedarse ahí por cierto tiempo. Las
damas cumplieron su promesa de no decirle a Terri que Candy había estado
trabajando en el hospital ambulante, pero animaron al joven a continuar con
su viaje, asegurándole que su esposa se reuniría con él en América muy
pronto.

Esa misma noche Terri tomó el tren y luego el barco hacia Dover donde
Marin Stewart, su administrador, le estaba ya esperando.

La Sra. O’Brien sostuvo la mano de su hija mirando con deleite a exquisito


anillo en el dedo de Patty.

¡Comprometida! ¡ Ay querida, estoy tan feliz por ti! – exclamó la mujer


alegremente - ¿Quién es él?

Sí, esa es exactamente la pregunta en la que estaba pensando – comentó el


Sr. O’Brien quien estaba sentado en una poltrona de cuero estilo francés
mientras sorbía su coñac favorito de un delicada copa – Quiero creer que es
un joven de una buena familia ¿Cuándo vamos a conocerlo, cariño?

Patty suspiró profundamente sabiendo que el momento que temía tanto


había llegado finalmente. En su mente vio el rostro sonriente de Tom y
luego una voz que ella no había escuchado en mucho tiempo resonó desde
el fondo de su corazón.

¡Vamos Patty, no tengas miedo! – fueron las palabras de Candy haciendo


eco en los oídos de la joven morena.

La muchacha levantó los ojos mirando a los de su padre.

Su nombre es Thomas Stevenson y es uno de los mejores amigos de Candy


– explicó Patty.

Si es amigo de la Srita. Andley entonces debe ser parte de una familia


prestigiada y rica – comentó la Sra. O’Brien muy contenta con la
explicación que ella misma había inventado.

Bueno, mamá - dudó Patty. – Puedo decirte que Tom es un buen hombre
que ha heredado una fortuna que su padre acumuló honestamente, y él ha
logrado administrarla con sabiduría desde que el Sr. Stevenson murió.

Eso es todo lo que quería oír, – replicó el Sr. O’Brien muy contento, dejando
su copa en una mesita cerca de él. – Me gustaría conocer a este Sr.
Stevenson tan pronto como sea posible. Hay muchas cosas que tengo que
discutir con él, – añadió por último.

Él ya está en la ciudad, papá, – respondió Patty mientras retorcían la tela de


su falda negra – Él quiere hablar con ustedes dos y arreglar los detalles de
la boda con su consentimiento.

¡Eso es maravilloso, mi amor! – chilló de gusto la Sra. O’Brien. – Pero


tenemos que darnos suficiente tiempo para preparar todo y decidir si
haremos la ceremonia aquí en los Estados Unidos o en Inglaterra.

Pero . . . – Patty dijo tímidamente – hay algo que todavía tienen que saber
sobre Tom.

El Sr. O’Brien miró a su hija con una ligera sospecha en los ojos. No le
gustaba el tono en la voz de su hija. La joven sonaba exactamente igual a
aquel día en el cual se había atrevido a decir algo en contra de la decisión
de mandarla al Real Colegio San Pablo. En aquel tiempo la niña estaba
demasiado apegada a su abuela y el Sr. O’Brien temía que el inusual modo
de ser de su madre fuera una influencia peligrosa en la educación de la
jovencita. Afortunadamente, él había sabido manejar la situación en ese
momento y haría lo mismo si este Sr. Stevenson no resultaba ser el hombre
que Patty merecía.
Sí, Patty, continúa, – el padre animó a hablar a su hija.

El padre de Tom era granjero. Hizo su fortuna criando ganado y eso mismo
es lo que Tom hace, – Patty dijo a sus padres, mirando cómo sus caras se
transfiguraban mientras ella hablaba – Además, Tom no era el hijo biológico
del Sr. Stevenson sino que fue adoptado. De hecho, creció en el mismo
orfanato que Candy y Annie, hasta que tuvo ocho años.

¡Un granjero! ¡Un granjero adoptado de sabe Dios qué oscuro origen! –
jadeó la Sra. O’Brien pasmada por las palabras de su hija.

¿Cómo te atreviste a involucrarte con semejante hombre, Patricia? ¿Estabas


loca acaso? – reprochó el Sr O’Brien visiblemente molesto con las noticias,
las cuales eran peor de lo que esperaba.

Tom no es un criminal, padre ¡No me avergüenzo de mi amor por él! –


respondió Patty asombrada con la vehemencia de sus propias palabras. –
Nunca te quejaste de mi amistad con Candy y Annie, y sabías bien que ellas
fueron adoptadas también.

¡Eso es algo totalmente diferente! – gritó el Sr. O’Brien aún más


encolerizado con la reacción de su hija. – Tus amigas no van a emparentar
con nosotros. Además, eras novia de Alistair Cornewell, quien era un Andley
auténtico ¡Qué pena que no sepas honrar su memoria enamorándote del
primer mentecato que se cruza por tu camino!

Las últimas palabras del Sr. O’Brien entraron en los oídos de Patty
rompiendo el último y endeble hilo que contenía sus resentimientos en
contra de sus padres. Sin saberlo, el padre de Patty había construido un
muro entre sí mismo y su hija y en aquel momento la joven comprendió que
la separación definitiva era inevitable. Solamente una persona que no tenía
ni la más mínima idea de quién era Patty y lo que ella sentía, podía haber
dicho cosas tan hirientes e injustas acerca de los dos hombres que ella
había amado.

Padre, no sabes lo que estás diciendo, – replicó Patty con ojos encendidos. –
Amo y honro la memoria de Stear más de lo que tú te puedes imaginar,
pero si piensas que él se sentiría ofendido por mi amor hacia Tom, te
equivocas. Stear era mucho más de lo que tú sabes. Era un hombre
bondadoso y sensible que nunca permitió que los prejuicios controlaran su
corazón. Conocía a Tom y estaba orgulloso de ser su amigo. Sé que Stear
estaría feliz por mi, y si tú me amaras cómo él lo hacía, también te
alegrarías.

No puedo reconocer a mi hija en esta mujer que me está hablando, –


barbotó el Sr. O’Brien.
¡Por supuesto que no pueden hacerlo, ni tú, ni tú! –dijo Patty bañada en
lágrimas dirigiéndose a su dos padres – ¡Ustedes nunca se dieron el tiempo
para conocerme! ¡Para conocer a la verdadera Patty que habita en este
corazón! Me alejaron de la abuela, la única persona que se había acercado a
mi mientras ustedes estaban muy ocupados en sus negocios y
responsabilidades sociales. Me enviaron a esa escuela donde me habría
muerto de melancolía y soledad si no hubiese sido por una chica. Misma
persona que ahora ustedes ven con desprecio porque es huérfana, pero que
me demostró más amor y comprensión que ustedes dos juntos.

¡Patty, querida! ¿Qué estás diciendo?- chilló la Sra. O’Brien sin poder
comprender los reproches de su hija.

¡Estoy diciendo la verdad, madre! Es triste, pero tenemos que afrontarla –


Patty dijo entre sollozos.

Estás fuera de ti ahora, Patricia, y no puedes pensar claramente, – replicó el


Sr. O’Brien haciendo un gran esfuerzo por mantenerse calmado. – Mañana
hablaré con ese Sr. Stevenson y le diré que el compromiso entre él y tú no
puede ser. Luego, haremos arreglos para regresar a Inglaterra después del
invierno y encontraremos un buen marido para ti allá.

Patty escuchó las palabras terminantes de su padre sabiendo que el


momento más decisivo había llegado. Tenía que decidir justo entonces si iba
a obedecer las disposiciones de su padre y darle la espalda a Tom o romper
su relación con sus padres, tal vez por el resto de su vida.

Hemos estado solos por mucho tiempo, Patty – las palabras de Tom hacían
eco en los oídos de Patty – Sin embargo, te prometo que no será así nunca
más. Nuestro amor hará que los recuerdos tristes se desvanezcan. Juntos,
crearemos una nueva historia.

La joven suspiró profundamente como si sintiera una nueva fuerza en su


corazón. En ese instante ella hizo su decisión final.

No voy a regresar a Inglaterra, padre, – Patty repuso enjugándose las


lágrimas con uno de sus pañuelos bordados – Yo . . . yo me voy a casar con
Tom en enero. Ustedes serán bienvenidos a la ceremonia si quieren asistir –
la joven dijo a sus atónitos padres.

¿Cómo osas desafiar mis órdenes? – exclamó el Sr. O’Brien indignado - ¡Tú
vas a hacer lo que yo decida!

Padre, madre, – Patty dijo solemnemente mirando a sus dos padres


mientras se ponía de pie. – Quisiera me disculparan por mi ofuscación hace
unos instantes.

Bien, querida. Me alegra escucharte decir algo razonable finalmente –


replicó la Sra. O’Brien aliviada.
No, madre. No es lo que tú crees, – respondió la joven. –Lamento haberme
dejado llevar de esa forma, pero no me arrepiento de las cosas que dije
porque son verdad. Desafortunadamente yo me he convertido en una
persona que ustedes no pueden comprender. Pensamos tan diferente que
nuestra relación es casi imposible. Los respeto como mis padres, pero no
puedo complacer sus deseos. Deben recordarles que no soy más una niña
pequeña. He llegado a la mayoría de edad y son legalmente libre para
tomar mis propias decisiones.

Si no me obedeces, Patricia, entonces puedes olvidarte de que eres una


O’Brien, – amenazó el padre de Patty como último recurso frente a la
sorprendente oposición de su hija.

Realmente siento mucho escuchar eso, pero no esperaba otra cosa, padre, –
replicó Patty bajando la cabeza. – No voy a cambiar de opinión – concluyó
con determinación.

¡Entonces lárgate en este preciso instante! – vociferó el hombre perdiendo


su tono flemático.

Por favor, cariño – rogó la Sra. O’Brien sin saber si debía apoyar a su hija o a
su marido - ¡No puedes echar a tu hija a la calle!

No te preocupes, madre, – dijo Patty con una mirada compasiva hacia su


madre – No estoy sola, la abuela me recibirá en su casa hasta que me case
con Tom. Nosotras ya sabíamos que las cosas terminarían de este modo.

¡Grandioso! ¡Mi hija y mi madre confabulándose en contra mía! Ahora vete,


Patricia, vete de esta casa. No quiero verte de nuevo en toda mi vida,- dijo
el hombre abruptamente.

No te preocupes, padre, – dijo Patty fríamente. – No me tomará mucho


tiempo empacar de nuevo.

Y con esta última frase la joven dejó la habitación en dirección de su


recámara. Empacó de nuevo las maletas que había a penas comenzado a
deshacer, pensando que mientras doblaba sus vestidos, sus padres estaban
discutiendo amargamente en el salón principal. A pesar de lo triste que era
la situación, Patty sabía que dejar a sus padres era lo mejor que podía
hacer. Ella había reencontrado la felicidad perdida y no la iba a dejar ir.

[pic]

Después del día de Acción de Gracias, la Sra. Elroy había ordenado a su


ejército de sirvientes el comenzar la laboriosa tarea de decorar la casa
solariega de los Andley para la Navidad. Así pues, verdaderas hordas de
adornos rojos, verdes y dorados, guirnaldas, flores de noche buena, ángeles
y demás ornamentos por el estilo emergieron de las arcas que la Sra. Elroy
guardaba en el inmenso ático de la casa, y por todas los salones las
sirvientas trepadas en escaleras limpiaban y decoraban hasta el último
rincón.

Afuera de la mansión, los jardineros y unas cuantas docenas de otros


sirvientes trabajaban diligentemente arreglando la fachada de la casa con
miles de luces blancas. George Jhonson estaba mirando a través de la
ventana de su oficina privada en la casa, admirando la titánica labor que
hacía esa gente cuando pudo distinguir, en la distancia, a una gran limosina
que avanzaba a lo largo de la vereda principal que llevaba a la casa. Cuando
el auto estuvo lo suficientemente cerca, George reconoció de inmediato el
emblema de los Britter sobre el cofre de la limusina. Algunos segundos
después, el vehículo se detuvo justo a la entrada de la casa y una joven
dama de cabellos oscuros y sedosos salió del auto.

¡Anne Britter! – pensó Jhonson – Me pregunto por qué está aquí. . .

La joven fue recibida en el acto por el viejo mayordomo quien la escoltó


hasta el salón principal, donde la dejó a solas. La muchacha se quedó de pie
en medio de la enorme habitación, retorciendo nerviosamente los encajes
que adornaban sus guantes. Levantó los ojos y miró sobre la formidable
chimenea de mármol un hermoso retrato que mostraba a los tres
principales herederos de la fortuna Andley: William Albert, Archibald y
Candice White. A pesar del disgusto de la tía abuela Elroy, Albert había
insistido en incluir a Candy en el retrato y siendo que Archie había apoyado
la idea de su tío, la anciana no había tenido más opción que aceptar que el
gran retrato al óleo fuera parte de la decoración oficial.

Annie admiró una vez más los brillantes ojos verdes que la miraban con
expresión bondadosa desde el retrato, pensando que el artista había hecho
un buen trabajo en capturar la dulzura de Candy sobre el lienzo. Sin
embargo, detrás de la deslumbrante sonrisa que su amiga mostraba en la
pintura, Annie notó algo que antes no había podido ver. Era una clase de
aire ausente, tal vez melancolía, que Annie descubrió por primera vez.

Debes de haber sufrido tanto, mi querida Candy, – pensó Annie, – pero te


prometo que no te fallaré de nuevo. Esta vez, no voy a permitir que nada
perturbe la felicidad que mereces.

Srta. Britter, – la llamó el mayordomo, forzando a Annie a abandonar sus


reflexiones internas – El Sr. Cornwell dice que la recibirá gustoso ¿ Podría,
por favor acompañarme? – preguntó el hombre con tono artificial.

La mujer y el mayordomo caminaron por largo rato a lo largo de corredores


lujosamente decorados hasta legar a una puerta blanca que el hombre abrió
para que Annie entrara en la habitación. Era el cuarto que Archie usaba
como su oficina personal. El joven estaba parado detrás de un escritorio de
caoba y cuando la dama entró, se aproximó unos cuantos pasos para
saludarla con un asentimiento de su cabeza rubia. Estuvo a punto de
inclinar su rostro para besar la mano de Annie pero ella simplemente
estrechó la mano de Archie en un mudo gesto que le hizo saber al joven que
semejante galantería estaba de sobra entre los dos, luego ella retiró su
mano inmediatamente.

Debes estar preguntándote qué hago aquí, – dijo Annie iniciando la


conversación.

Bueno, para ser franco la respuesta es si, – replicó Archie con tono
inexpresivo, – pero debes pensar que me estoy volviendo un majadero. Por
favor, toma asiento, Annie – ofreció el hombre mostrándole a la joven un
sillón frente a su escritorio.

No tomaré mucho de tu tiempo, Archie . . . Archibald – afirmó ella tan


fríamente como pudo. – Es sobre Candy que he venido a hablar contigo, –
barbotó ella yendo directamente al grano.

Archie se sintió un tanto incómodo con el cambio de actitud en la siempre


dulce chica quien repentinamente se mostraba tensa y distante, como si la
presencia del joven la estuviera molestando. Internamente, Archie se sintió
culpable de semejante transformación en una Annie que usualmente era
afable.

¿Acerca de Candy? – preguntó Archie intrigado, cuestionándose si Annie se


había dado cuenta de que él había roto con ella por causa de Candy, y
estaba ahí esa mañana para reprochárselo.

Sí. Imagino que ya estás al tanto de que ella se casó en Francia, – dijo Annie
dándose cuenta de que el tema no era del agrado de Archie. Aún así, ella
sabía que no podía evitarse. Inmediatamente, una sombra de desasosiego
cruzó por el rostro del joven y Annie supo que sus sospechas no habían
estado erradas.

Así es – afirmó él simplemente.

Entonces comprenderás que ya que la guerra ha terminado, Candy y Terri


regresarán pronto a América, – continuó ella, pero Archie aún no
comprendía a dónde Annie quería llegar.

Supongo – replicó el joven con frialdad mientras daba ligeros golpecitos con
los dedos sobre la pulida superficie de su escritorio.

Bueno – continuó Annie con un callado suspiro que Archie apenas pudo
percibir. – Quiero que todo sea perfecto para Candy cuando ella regrese.
Ella y Terri no tuvieron una luna de miel y cuando lleguen no me gustaría
que Candy comenzara de nuevo a preocuparse por nosotros en lugar de
disfrutar de su nueva vida con su esposo. Creo que ella siempre ha cuidado
de todos nosotros y ahora ella merece gozar de un tiempo para sí misma.
¿Y qué sugieres que hagamos para lograr que Candy y su . . . famoso
marido sean felices para siempre? – inquirió Archie no sin un dejo de ironía
en su voz. Annie lo notó y tuvo que hacer un gran esfuerzo para responder.

Bien, estaba pensando – se decidió a continuar su explicación en lugar de


responder al sarcasmo de Archie, – que deberíamos evitarle a Candy el
enterarse de nuestro rompimiento. Al menos por un tiempo.

¿Qué ganaríamos con ocultar la verdad? – preguntó Archie, más y más


molesto con los deseos de Annie.

Puedo ver que no te gusta la idea de mentir, – replicó Annie conteniendo las
lágrimas con todas sus fuerzas, – pero no es por mi que te estoy pidiendo
hacer esto, sino por Candy. Sabes que ella nos ama a los dos y estaba
esperando que . . . – dudó ella.

Nos casáramos, – se atrevió a decir Archie para terminar la frase.

Sí, – continuó la joven morena tratando de reunir las fuerzas para obtener lo
que había decidido lograr – y como nos ama tanto sé que se entristecerá
mucho por esta situación. Me gustaría que fingiéramos que todo marcha
bien . . .

¿Y cuánto tiempo duraría esa comedia? – preguntó Archie sin ambages.

No mucho. Sólo dame un mes para que Candy y Terri comiencen a ajustarse
a su nueva vida y para que yo arregle las cosas para mi viaje a Italia –
explicó la joven despertando la curiosidad de Archie.

No creo que un viaje de placer por Italia sea una buena idea ahora que la
guerra acaba de terminar. El país seguramente está en medio de un
verdadero caos ¿Has pensado en eso? –cuestionó Archie pensando en algo
diferente a su propia amargura hacia Terri por la primera vez durante la
entrevista.

No será un viaje de placer, – dijo Annie levantando la cabeza mientras una


tímida flama ardía en su interior – Voy a Italia a estudiar. Es posible que me
quede por allá por un largo tiempo.

Ya veo, – fue todo lo que el asombrado Archie pudo decir.

Cuando Candy se de cuente de nuestro rompimiento quiero que ella vea


que ambos estamos bien y con muchos proyectos. Tú tienes que encargarte
de tus negocios y yo estaré muy ocupada en Europa – se detuvo Annie por
un momento y reuniendo fuerzas agregó. – Por favor, Archibald, piensa que
no es por mi . . . ni por Terri . . Hazlo por Candy.

El joven miró a Annie con ojos estupefactos. En ese momento era ya claro
para él que la muchacha podía ver a través de su corazón como si él
estuviera hecho de cristal. Ella lo sabía todo. Suspiró bajando los ojos y
finalmente claudicó.
Está bien, Annie – aceptó el joven. – Jugaremos tu juego . . . por amor a
Candy.

¿Aceptas, entonces? . . . ¡Bien! – dijo la joven aún sin poder creer que había
convencido al joven tan fácilmente -. De modo que es un trato – añadió
poniéndose de pie y ofreciendo su mano al hombre frente de ella con un
gesto enérgico.

Un trato . . . sí, eso es lo que tenemos entre los dos ahora . . . sí – respondió
él estrechando la mano de Annie más y más sorprendido con sus
reacciones.

Hay algunos detalles que todavía tenemos que acordar – explicó la joven
mientras caminaba hacia la puerta seguida del caballero, – pero si no te
molesta, haré esos arreglos a través de Albert en su debido tiempo y él te
informará.

¡Así que ya metiste a Albert en esta comedia! – dijo él azorado.

Él siempre ha estado ahí para apoyar a Candy, – contestó la joven con una
mirada penetrante, – como tú y yo nunca lo hemos hecho. No veo por qué él
se negaría a ayudarme con esto, si todo es para bien de Candy. Por
supuesto que él aceptó inmediatamente. Buenas tardes, Archibald, y
gracias otra vez por tu ayuda – concluyó ella categóricamente

Déjame pedirle al mayordomo que te acompañe a la puerta, – logró decir el


hombre, sin saber cómo responder a las últimas afirmaciones de Annie.

No, gracias , ya sé el camino – dijo ella finalmente dándole la espalda a


Archie y alejándose por el corredor. Annie dejó detrás de si a un hombre
quien a penas si podía creer que la niña tímida que había conocido en su
pubertad se estaba convirtiendo en una persona tan diferente.

¡Has cambiado, Annie! . . . Todos estamos cambiando tanto que me temo


que no seremos capaces de reconocernos los unos a los otros muy pronto –
dijo él dejando escapar un profundo suspiro.

Annie Britter subió a su limusina y cuando abandonaba ya la inmensa


propiedad volvió la cara para ver la casa solariega en la distancia.

Así que no estaba equivocada – pensó tristemente, dejando finalmente que


sus lágrimas rodaran con libertad. – Tú nunca olvidaste a Candy y ahora
estás sufriendo, mi querido Archie, - sollozó la joven sin poder contener su
dolor. – No te llenes de resentimientos hacia Terri, Archie, no podemos
culparlos por nuestros sentimientos frustrados y amores no correspondidos
Ninguno de nosotros planeó que las cosas resultaran de ese modo.

La joven continuó llorando en silencio durante su camino de regreso a casa,


preguntándose cuándo la fuente de las lágrimas que derramaba por
Archibald Cornwell terminaría por secarse.
[pic]

Era una plácida y fría mañana hacia fines de noviembre. El espíritu de la


estación estaba ya flotando en el aire y los vecinos estaban muy ocupados
decorando sus casas para las fiestas. El joven miró los jardines aún verdes
y bien cuidados, los porches decorados con guirnaldas y las luces en las
cornisas, los alféizares de las ventanas y lo tejados. La atmósfera estaba ya
a tono con la Navidad tradicional norteamericana. Era casi un sueño sentirse
en casa y respirar esa conocida fragancia de Long Island. El auto continuó
avanzando a lo largo de una callada área residencial hasta que, en la
distancia, él pudo distinguir la casa a la cual se estaba dirigiendo.

El vehículo se detuvo en frente de una elegante casa victoriana que


dominaba el paisaje del suburbio con sus líneas sobrias. El joven salió del
auto y una vez que le hubo pagado al conductor del taxi por sus servicios,
caminó con pasos firmes hacia la entrada principal de la casa.

Felicity Parker estaba verificando las provisiones que el mensajero acababa


de llevar. En todos los años que había trabajado como ama de llaves, la
mujer nunca había perdido un centavo o descuidado ninguna de sus
responsabilidades. Había cinco sirvientas en la casa, además de un
jardinero y un chofer, todos ellos eran dirigidos por su mano suave pero
eficiente y Felicity estaba orgullosa del buen trabajo que siempre había
hecho.

Las cuidadosas manos de la dama estaban en el proceso de certificar la


calidad de las manzanas cuando sonó el timbre de la puerta principal. Miró
al reloj de la cocina y se preguntó quién podría estar llamando a la puerta a
una hora tan indecente. Eran las once de la mañana pero la dueña de la
casa jamás recibía a nadie antes del almuerzo.

Veré quién está tocando – dijo la sirvienta que estaba ayudando a Felicity
con la lista de compras.

No, querida – replicó la mujer mayor – déjamelo a mi. Debe ser un periodista
novato que piensa que puede conseguir una entrevista así como así. Yo me
encargaré de ponerlo en su lugar – y diciendo esto, la mujer dejó su delantal
sobre la silla y arreglando su cabellos se dirigió al comedor, luego a la sala y
finalmente al vestíbulo.

Felicity organizó mentalmente cómo trataría con su reportero imaginario.


Sin embargo, cuando abrió la puerta encontró que ciertamente había un
joven ahí parado, pero no exactamente el que ella esperaba. Justo en frente
de ella, vestido con el uniforme verde de la infantería de los Estados Unidos,
había un hombre de unos veintitantos años con cabello castaño y ojos
azules que la miraban con una expresión traviesa. Felicity dio un pequeño
grito de asombro y casi se desmayó con la sorpresa.
¡Santo Cielo! – chilló - ¡Es un sueño! ¡Mi niño! ¡No puedo creer que estés
aquí – lloriqueó la mujer echando los brazos al cuello del joven - ¡Me alegra
tanto verte sano y salvo!

¡También me alegra verte, Felicity – replicó el joven abrazando a su antigua


nana, genuinamente feliz de volverla a ver.

¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – la mujer jadeó sin aliento - ¿Cuándo llegaste? ¿Estás
bien? ¡Escuchamos que habías sido herido! Debiste habernos avisado con
tiempo que venías ¡Ahora tu madre va a tener un ataque cardiaco con la
sorpresa! – dijo Felicity trastabillando las palabras mientras se soplaba con
la mano.

Bueno, eso lo tenemos que ver, – replicó el joven sonriendo ante el parloteo
de la mujer – ¿Pero no piensas que sería mejor que me invitaras a entrar?
Está algo frío aquí afuera ¿Ves? – añadió guiñando el ojo a la dama que
inmediatamente lo hizo pasar.

¿Qué pasa, Felicitiy? ¿Por qué estás gritando de esa forma? – preguntó una
voz que venía del estudio y un segundo después una mujer en una bata
negra y con un gran libro en la mano apareció en la sala.

Eleanor Baker dejó caer el libro al piso llevándose una mano a la boca, aún
sin poder pronunciar palabra. Sus ojos iridiscentes se llenaron de lágrimas
mientras contemplaba en silencio la figura de Terrence de pie frente a ella,
justo en medio de la sala. Mismo lugar en que lo había visto por última vez
dos años antes.

Madre, – Terri le dijo con voz temblorosa - ¡He regresado! – fue todo lo que
fue capaz de decir al tiempo que su madre extendía sus brazos hacia él.

¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Terri, mi querido niño! – gritó la mujer mientras lo
abrazaba, agradeciendo a Dios por la gracia de tener a su hijo de regreso.
Ella comprendió entonces que sus noches de insomnio habían terminado.

¿Me perdonarías por haberte causado tantas penas? – preguntó el joven


mientras su madre aún lloraba en sus brazos.

El gozo de este día paga por cada lágrima que hemos podido derramar,
Terri – contestó la mujer sabiendo que acababa de decir la mejor línea de su
vida hasta ese entonces.

Aquel fue un día de fiesta en la casa de los Baker y Felicity Parker, por
primera vez en su carrera como ama de llaves, no pudo pensar en las
provisiones que quedaron totalmente olvidadas en la cocina. La buena
mujer estaba tan conmovida por los acontecimientos que decidió dejar la
responsabilidad en manos de la cocinera mientras ella se tomaba unas
píldoras para calmar su azorado corazón. Después de todo, ya no era tan
joven como antes.
Una suave brisa recorría la ciudad la tarde cuando Candice White llegó a
París. Sin saberlo, el carruaje en que viajaba la llevó a lo largo del Boulevard
Saint Michelle, forzándola a vivir de nuevo la tarde que había pasado al lado
de Terri. Una vez más contó los días que tendría que esperar mientras
viajaba a Inglaterra y luego a Nueva York. Si lograba tomar el barco en
Liverpool como había planeado, estaría en casa para el siete de diciembre
¡Apenas si podía esperar a que llegara ese día!

Tan pronto como la guerra hubo terminado ella había pedido su baja, pero
no recibió respuesta en algunas semanas. Sin embargo, cuando ya casi
había perdido la esperanza y empezaba a aceptar que tendría que pasar las
fiestas navideñas en Francia, recibió la autorización para regresar a casa. La
joven leyó y leyó varias veces aquellas breves líneas en las cuales el
gobierno de su país le agradecía por sus valiosos servicios, y a pesar de eso
lo único que ella podía comprender mientras la lágrimas rodaban por su
mejillas, era que estaría pronto con aquellos que amaba, celebrando la
Navidad como lo había prometido a todos sus amigos el año anterior.

Candy trató de memorizar cada paisaje de la ciudad que cruzaba de camino


al Hospital San Jacques. El Barrio Latino, el Sena, Montmartre, los puentes
de piedra, los Campos Elíseos, la Plaza de la Concordia, el Jardín de
Luxemburgo, cada lugar estaba ligado a un recuerdo que siempre viviría en
su memoria. El año y medio que había pasado en Francia no había sido
nada fácil, pero no se podía quejar. Dios la había bendecido de muchas
formas en ese tiempo.

No tomó mucho tiempo antes de que el carruaje dejara atrás el parque


cerca del hospital y Candy supo que había llegado a su destino. Nunca le
había gustado decir adiós a sus amigos, pero comprendía que no había otra
opción. La joven se detuvo frente al viejo edificio y trató de reunir el valor
que necesitaba y luego entró al hospital.

Julienne y Flammy estaban tan contentas de ver a su amiga que casi ni


pudieron hablar al principio, pero no lo necesitaron porque Candy estaba
tan emocionada que no les dejó hablar por un buen rato, parloteando y
riéndose como una alondra en primavera. Les contó sobre sus últimos días
en el frente, las cosas que había vivido y cuánto había extrañado a todos en
el hospital, y ya que el entusiasmo de la rubia no parecía acabarse, pronto
hizo que las dos jóvenes morenas se sintieran azoradas por su ilimitada
provisión de energías y sonrisas.

No obstante, Julienne logró explicarle a Candy que su esposo Gérald había


sido dado de baja por una herida y se encontraba recuperándose en un
hospital de Lorena. Ella estaba esperando recibir licencia definitiva para
poder viajar a esa región y finalmente reunirse con él allá. Candy pudo notar
que el rostro de su amiga estaba repentinamente más joven y radiante. El
velo de tristeza que había cubierto su expresión durante todo el tiempo que
la había conocido había desaparecido para revelar a la verdadera Julienne,
aquella que no tenía que temer por la vida de su esposo a cada minuto del
día. Candy admiraba a su amiga aún más, sabiendo por experiencia propia
cómo se sentía tener a alguien amado luchando en el frente. La rubia había
sufrido esa condición por unos meses, pero su amiga había soportado la
situación por largos años.

Estoy tan contenta por ti ,Julie, – Candy le dijo sonriente – Ahora podrás
volver a pensar en adoptar un niño. Prométeme que lo harás.

Por supuesto que lo haré, – replicó Julienne devolviendo la sonrisa – La


próxima vez que vengas a Francia serás bienvenida en la casa de los
Bousenniéres y seguramente conocerás a nuestro hijo o hija.

Eso dalo por hecho, – dijo Candy a Julienne y luego volviéndose a Flammy le
preguntó a la morena sobre sus planes para el futuro.

Sabes, Candy, he estado pensando mucho acerca de regresar a Chicago –


Flammy respondió dudosa. – Aunque realmente quiero ver a mi familia, ha
pasado tanto tiempo desde que los vi por última vez que no estoy segura si
me sentiré bien viviendo con ellos, además . . .

¿Además qué? – preguntó Candy suspicazmente, notando en los ojos


oscuros de Flammy una nueva chispa que no había estado ahí nunca antes.

Flammy quiere decir que tiene un nuevo amigo y no está muy segura de
querer dejar Francia tan pronto, – explicó Julienne ayudando a Flammy a
expresar lo que sentía.

Candy le lanzó a ambas morenas una mirada interrogadora. El rubor en las


mejillas de Flammy y la malicia en los ojos de Julienne le hicieron
comprender enseguida lo que ellas querían decir.

¡No es lo que estás pensando, Candy! – Flammy se apresuró a aclarar


cuando se dio cuenta de que la mente soñadora de Candy ya estaba
fabricando un cuento romántico. – Estamos comenzando a ser amigos, eso
es todo.

Eso están haciendo ¿Eh? – Candy sonrió con malicia – Tú e Yves, supongo
que quieres decir.

Bueno, sí – Flammy masculló, – él regresó al hospital, pero esta vez como


paciente.

¿Fue herido? – preguntó Candy inmediatamente preocupada cuando


escuchó que su amigo estaba en el hospital y no precisamente trabajando.

Si, aparentemente la pasó mal en el frente. Una bala le rozó una pierna y
estará temporalmente cegado debido al efecto de los gases de iperita, pero
sobrevivirá, – Julienne le informó a Candy en detalle. – Desde su llegada
nuestra amiga aquí presente lo ha cuidado muy bien.
¡Cielo Santo, chica! – Candy exclamó alegremente – Esto es lo que lo llamo
escrito en el cielo.

¡Ay, Candy! – rezongó Flammy. – No exageres las cosas. Sólo somos amigos,
ya te lo dije.

Está bien, está bien, – respondió Candy con un suspiro.- Dejemos que el
tiempo diga la última palabra en el asunto, – admitió, pero internamente
deseó con todo el corazón que la vida pudiera al fin recompensar a Flammy
por los sufrimientos pasados.

Las mujeres le preguntaron a la rubia si quería ver a Yves, pero ella se


rehusó, pensando que era aún muy pronto para volverse a encontrar. Era
mejor dejar que las heridas internas del joven sanaran completamente
antes de que pudieran verse de nuevo.

Candy también fue informada de la visita de Terri a París y se sintió muy


desilusionada cuando se dio cuenta de que podían haber viajado juntos de
regreso a América si ella hubiese recibido su baja días antes. Entonces
supuso que había sido de nuevo uno de esos fallidos encuentros que ellos
dos habían sufrido una y otra vez en el pasado. No obstante, trató de
animarse lo mejor que pudo pensando que tenían toda una vida por
compartir.

Más tarde, al término de un par de horas de conversación, Candy se dio


cuenta de que tenía que partir si no quería perder su tren. La joven miró a
las dos queridas amigas que habían compartido con ella casi dos años de
buenos y malos momentos, llenos de lágrimas, risas, peligro, penas y gozo.
No sabía cuándo podría volver a verlas, tal vez pasarían muchos años antes
de ese momento, tal vez ese día nunca llegaría. Esta última posibilidad le
dejaba un hoyo en el corazón, porque cada vez que decimos adiós a un
amigo, la pérdida nos deja un espacio vacío en el alma que no puede ser
llenado con la llegada de un nuevo compañero.

A pesar de ello, Candy había aprendido que las despedidas y partidas son
una parte de la vida humana que no podemos evitar y con esta convicción
abrazó por última vez a sus dos amigas. Las tres mujeres lloraron en un
abrazo triple, y aún Flammy no pudo contener sus emociones al tiempo que
agradecía a Candy una y otra vez por su obstinado cariño que había
terminado por conquistar la amistad de la joven morena, a pesar de su
resistencia. La rubia, conmovida hasta el alma, deseó a sus amigas lo mejor
para los años venideros y finalmente dejó el hospital San Jacques
caminando lentamente a lo largo de los antiguos corredores y cuando pasó
por el jardín interior, sus ojos fueron atraídos por el milagro de una florecita
que aún resistía a las congeladas ráfagas del otoño. Candy tomó la flor
consigo presionándola dentro de su misal, como un recuerdo del país donde
había calmado sus penas, hecho nuevos amigos, recobrado las esperanzas
perdidas y reencontrado el verdadero amor.

La joven fue también a ver al Padre Graubner, pero el buen hombre había
sido enviado a Lyon para hacerse cargo de una iglesia. Así que ella no le
pudo ver por última vez y pensó que tal vez así era mejor, porque hubiera
sido muy difícil decirle adiós a un hombre a quien ella sentía deberle tanto.
Por último, el día primero de diciembre, Candy estaba en Liverpool,
esperando por le barco que la llevaría de regreso a Nueva York.

[pic]

George Jhonson estaba de pie cerca de su jefe, mientras el joven firmaba un


interminable número de documentos. La pluma de Albert garrapateaba cada
página con rítmico paso y de vez en cuando lanzaba una mirada al gran
reloj de la enorme oficina, con un claro fastidio reflejado en sus facciones.
George recordó en ese momento cuando 20 años antes, el padre de Albert
lo había traído por primera vez a su oficina, como su joven protegido, para
comenzar a instruirle e involucrarlo en el complejo mundo de los finanzas y
los negocios especulativos. William Andley había sido siempre un hombre
honorable y bondadoso, totalmente dedicado a sus empresas, las cuales
manejaba bajo los más estrictos principios morales. El hombre disfrutaba su
trabajo con tal pasión que era contagioso, y George, habiendo aprendido el
negocio como su pupilo, había adquirido el mismo entusiasmo. William
Andley nunca miraba al reloj cuando estaba trabajando.

Albert firmó el último de los papeles y reclinándose en su silla se estiró cuan


largo era con una mirada interrogadora que George comprendió en seguida.

Sí, señor – dijo el hombre asintiendo con la cabeza que ya tenía algunas
hebras plateadas en la melena que habías sido siempre tan negra como la
noche más negra – En unos minutos más los accionistas llegarán.

Sabes, George. – comentó el hombre rubio, – estaba pensando que me has


ayudado en toda esta enorme tarea pero nunca me has dado tu opinión
sobre las decisiones que he tomado.

Bueno, nunca ha preguntado, Sr. Andley – respondió el hombre con llaneza.

Ahora lo hago, – replicó Albert - ¿Crees que estoy haciendo lo correcto?

El impasible rostro de George esbozó una leve sonrisa y sentándose en un


sillón en frente de Albert finalmente habló:

Sabe usted señor. Yo trabajé para su padre desde mi juventud y en todo ese
tiempo tuve el privilegio de observarlo hacer tratos e idear modos de
mejorar los negocios familiares que él, a su vez, había heredado de su
padre. Siempre lo vi lleno de energías y entusiasmo. Amaba su trabajo y
disfrutaba cada segundo que invertía en esta oficina hasta que tuvo que
dejarnos. Sin embargo, cuando yo lo veo trabajar a usted, a pesar de todo el
talento que usted obviamente tiene para hacer negocios, puedo decir con
certeza que no disfruta su trabajo sino que lo sufre como si fuese un castigo
¿Me equivoco, señor? – preguntó el hombre mirando directamente a los ojos
celestes de Albert.

Estás en lo correcto, – respondió Albert con una carcajada sofocada.


Entonces, señor, no debe dudar. El Sr. Cornwell hará un excelente trabajo
porque él es como su abuelo.

Albert sonrió sintiéndose mejor al tiempo que se daba cuenta que aquel
hombre prudente que había sido algo así como un hermano mayor para él,
aprobaba sus decisiones.

Creo que ya es hora – Albert dijo parándose. – Enfrentémoslos.

Y con esta última aseveración ambos hombres dejaron la oficina y se


dirigieron a la sala de juntas, con el fin de asistir a la reunión de socios que
Albert había convocado.

Cuando entraron al salón, todos estaban ya esperándolos, incluyendo a la


Sra. Elroy quien miraba a su nieto con una mirada inquisitiva,
preguntándose qué era tan importante como para llamar a los socios.

William Albert tomó su lugar y con voz calmada dio una detallada
explicación sobre el estado de las empresas Andley. El joven continuó por
más de una hora informando sobre los cambios que había hecho en la
compañía desde que se había hecho cargo de su destino tres años antes.
Clarificó los recientes movimientos y las nuevas adquisiciones y finalmente
añadió un reporte prospectivo sobre el futuro de la compañía para los
siguientes cinco años. Cuando hubo terminado su discurso hizo una pausa
por un segundo y después de tomar algo de agua anunció:

Durante todo este año he estado trabajando con mi sobrino Archibald


Cornwell, – Albert empezó, mirando a Archie que estaba sentado a su
izquierda – y ahora él esta completamente familiarizado con las operaciones
de la compañía. Sabiendo lo hábil que es, y siendo el tercero en la línea de
sucesión – saben ustedes que la Srita. Candice Audrey, quien es la segunda
en línea, no está interesada en los negocios – he decidido dejarlo a cargo de
la presidencia, – sentenció Albert.

La Sra. Elroy abrió la boca pero no pudo moverla aún cuando trato de
articular una queja. Albert continuó su discurso explicando a los accionistas
que él estaría viajando por un largo tiempo, y de ahí su decisión de dejar el
negocio de la familia en manos de Archie.

Albert había llevado a Archie a cada junta, evento social e importante


transacción a las que él había tenido que asistir durante un año. Por lo
tanto, todos los hombres en la habitación conocían al joven millonario que
había probado en más una ocasión ser un hombre de negocios astuto e
inteligente. Así que, ninguno protestó por la decisión de Albert, sino que lo
apoyaron con alegría. Algunos de ellos inclusive pensaron que el estilo más
agresivo de Archibald Cornwell podría ser aún más conveniente para los
intereses de la compañía.
Cuando la junta hubo terminado los accionistas se pusieron de pie para
felicitar a Archie, pero la Sra. Elroy permaneció en silencio mirando a su
nieto y bisnieto con frialdad.

Quiero hablar contigo en privado, William,- dijo la anciana mientras se


levantaba y dejaba la sala de juntas con aire altanero. – Estaré esperándote
en la oficina de tu padre, – anunció caminando hacia la puerta con pasos
parsimoniosos.

Albert tomó unos minutos más para despedir a los miembros de su familia,
uno por uno, y cuando hubo concluido con el último, el joven dejó a Archie y
a George en el salón. Estaba consciente de que finalmente había llegado la
hora de enfrentar a su abuela. El joven caminó lenta pero firmemente a su
oficina, tratando de mantenerse concentrado en el objetivo en el cual había
soñado dirigirse por largo tiempo.

¿Podrías decirme por favor por qué estás tomando esta decisión
descabellada, William? – preguntó la anciana tan pronto como su nieto entró
a la oficina. – Simplemente no puedo creer que estés dejando a Archie solo,
dando la espalda a tu familia de esta forma tan irresponsable, – reprochó la
vieja amargamente.

Toma asiento, abuela – le suplicó Albert mientras él mismo se sentaba en un


sofá. – Sé bien que estás molesta y tal vez tengas derecho a sentirte así,
siendo que no te dije con anticipación lo que estaba planeando hacer, –
mencionó él.

¡No estoy molesta, William, sino profundamente herida por tu


comportamiento! – gimió la mujer.

Lo sé, abuela, y te ofrezco mis disculpas, aunque pienso que esto fue la
cosa más conveniente que yo podía hacer, - continuó Albert con firme
convicción en su voz.

Yo te diré lo que sería conveniente, muchachito testarudo, – gritó la dama


encolerizada – ¡Sería conveniente que te olvidaras de esa estúpida idea de
viajar, que te concentraras en nuestros negocios, encontraras una mujer
decente para casarte, tuvieras un matrimonio respetable y en ese mismo
proceso encontraras un marido para esa hija adoptiva tuya antes de que
deshonre a la familia casándose con un don nadie sin fortuna ni linaje!

Tienes todo muy bien planeado ¿No es así, abuela? – preguntó Albert
empezando a perder la paciencia con la anciana. – Pero me temo que mis
proyectos jamás coincidirán con los tuyos. Lo siento mucho, pero no voy a
vivir mi vida como tú lo deseas.

¡Ay William, no sabes cuánto me alteran tus palabras! – la mujer chilló


llevándose una de sus manos al pecho – ¡Tú y esa chiquilla perniciosa van a
matarme uno de estos días!
Albert miró cómo la anciana había palidecido de repente y no pudo evitar el
asombrarse ante las habilidades histriónicas de su abuela.
Desafortunadamente para la Sra. Elroy, su nieto ya había visto su brillante
actuación antes.

Abuela, por favor escúchame, – replicó Albert en su tono más dulce,


tratando de recuperar la paciencia perdida, – sé que el honor y el orgullo de
la familia son muy importantes para ti y que te sientes amenazada cuando
alguien no parece encajar en tus ideas preconcebidas de compostura y
propiedad. Siento muchísimo no poder llenar tus expectativas, pero no está
en mi naturaleza el ser un hombre de negocios.

¡Pero tu abuelo y tu padre fueron brillantes en los negocios! – la dama


insistió – Tú tienes que continuar con la tradición y mantener la fortuna
familiar.

No “tengo” que hacerlo, abuela – Albert defendió su postura con más


vehemencia – Hice mi mejor esfuerzo para adaptarme y solamente me hice
a mi mismo muy infeliz. Créeme, después de tres años, casi cuatro, de
tratar con todo mi corazón me di cuenta de que solamente me estaba
engañando a mi mismo.

Pero lo habías hecho tan bien hasta ahora, – Elroy dijo aún renuente a
aceptar la realidad.

¡Sí, pero no es lo que realmente me hace sentir feliz y completo! – dijo el


joven más y más convencido de cada una de sus palabras. – Las finanzas y
los negocios estuvieron bien para mi padre, pero no para mi. No puedo
continuar aquí, mintiéndome a mi mismo y a todos los demás. Ya tengo
veintiocho años, abuela, y tengo que encontrar mi camino, o más bien,
reencontrarlo, porque ya lo había hallado hace siete años. Pero renuncié a
mis sueños por amor a ti. Creo que ya es tiempo que empiece a pensar en
mi mismo.

¡Es culpa de esa hospiciana! – la dama dijo entre sollozos. Su voz se había
vuelto una mezcla de frustración y resentimiento. – Desde que llegó a la
familia todo ha sido tragedia!

¡Eso no es verdad! – barbotó Albert defensivamente – Todo lo contrario, ella


ha sido la mejor amiga que jamás he tenido ¡La única que siempre ha
comprendido mi forma de ser! ¡La única que arriesgó su reputación para
ayudarme cuando yo estuve enfermo de amnesia! Y si tú pudieras entender
mis sentimientos como ella lo hace, entonces estarías contenta por mi, en
lugar de estar aquí, tratando de hacerme sentir culpable!

¡Nunca la aceptaré como parte de nuestra familia! ¡Siempre la culparé de


poner en contra mía a todos mis nietos! – gritó la mujer acremente.

Albert se quedó en silencio por un rato, mirando a su abuela con dolor y


decepción.
¡Que sea como tú quieres, abuela! – replicó en tono inexpresivo – Candy
nunca ha necesitado de nuestra familia para abrirse paso, especialmente
ahora que . . . – Albert se detuvo pensando que no era el momento para
decirle a su abuela más noticias que pudieran ser demasiado sorpresivas
para ella. – Espero que en el futuro no lamentes las palabras que acabas de
decir, pero te advierto, abuela, si quieres conservar mi respeto y el cariño
de Archie, nunca hagas nada en contra de Candy ¡Porque nunca te lo
perdonaríamos!

¡Ay Dios! – vociferó la anciana - ¡Creo que mi corazón ya no puede resistir


más!

No te preocupes, abuela, – replicó Albert flemáticamente. – Haré que mi


secretaria llame a un doctor para ti, – dijo el joven y caminó hacia la puerta,
pero a medio camino se detuvo y volviéndose hacia la anciana añadió, – por
cierto, desde ahora en adelante estaré viviendo en Lakewood hasta mi
partida para Europa el próximo febrero. Por favor, no cuentes conmigo para
las fiestas navideñas.

Y con estas últimas palabras Albert abandonó la oficina dejando a su abuela


haciendo el más grande berrinche que había sufrido en años.

[pic]

Capítulo XV

Reencuentros

Parte II

Ese invisible vínculo del corazón

Archie miró sus dedos enguantados por la centésima vez aquella mañana
mientras el auto lo llevaba a él y a su tío a lo largo de las calles ajetreadas.
El joven despejó su frente de los mechones color arena que le caían encima
y trató de cambiar de posición sobre el asiento del auto una vez más, pero
aún así no dejaba de sentirse incómodo. Albert lanzaba una mirada vigilante
sobre su sobrino de vez en cuando, aún preguntándose si no había sido un
error el traer a Archie consigo, pero después se decía a sí mismo que no
había tenido opción ya que el joven había insistido tan vehementemente.
Albert esperaba que Archibald cumpliría su promesa de comportarse como
un caballero.

Tan pronto como Terrence hubo recibido un telegrama de Francia


anunciando la fecha en que Candy estaría de regreso en Nueva York, el
joven se había asegurado de hacerle saber a Albert la buena noticia.
Inmediatamente, el millonario decidió viajar hasta Nueva York para estar ahí
cuando la joven llegase de Inglaterra. Al mismo tiempo, una vez que
Archibald se hubo enterado, no pude contener sus deseos de ver a Candice
otra vez y le rogó a Albert aceptar su compañía. Albert trato de hacer
desistir a Archie de esa idea, sabiendo que la situación sería muy dolorosa
para su sobrino. Sin embargo, el joven no prestó oídos a las razones de su
tío y este último terminó accediendo a los deseos de Archie.

El auto continuaba moviéndose mientras Archie miraba a través de la


ventanilla del vehículo cómo los suaves copos de nieve comenzaban a caer
sobre el vecindario al cual iban entrando. Era un cambio notable
contemplar aquella área serena cuando habían estado viajando a lo largo de
las ruidosas calles de Manhattan después de dejar la estación del tren. A
pesar de lo cerca que aún estaban de la Gran Manzana, el área residencial
en Fort Lee, New Jersey, era como un espacio refrescante a solamente una
hora de “la ciudad”, como los vecinos usualmente llamaban a Nueva York.
La plácida vista, sin embargo, no liberaba a Archie de sus pensamientos
desagradables.

Finalmente, el auto se detuvo en frente de una de las casas en la larga


cuadra, y los pasajeros comprendieron que habían llegado a su destino.
Después, todo se sucedió en medio de escenas borrosas en la mente de
Archibald. El lugar era encantador y el dueño de la casa recibió a sus
visitantes con una cálida afabilidad que sorprendió a los sirvientes, quienes
estaban habituados a los modales bruscos de su patrón. Archie observó con
aire distante cómo Albert y Terrence se abrazaban fraternalmente,
claramente felices de verse después de un largo tiempo de haber estado
distanciados por las circunstancias.

¡Me parece increíble verte después de tanto tiempo! – Terri dijo a su amigo -
¡Casi ocho años desde que te vi por última vez en Londres!

Sí, me cuesta creerlo – Albert se rió sofocadamente mientras palmeaba el


hombro de Terrence – Tú ya no eres el chiquillo flacucho que solía liarse en
pleito con hombres adultos, como yo te recordaba – bromeó el hombre
rubio.

Bueno, puede que haya crecido un poco, pero aún conservo el talento para
meterme en problemas. Aunque tú no te estás haciendo más joven
tampoco, - Terrence respondió riéndose francamente y luego se volvió
hacia el otro joven rubio detrás de Albert. Terrence sonrió amablemente a
su antiguo condiscípulo. – Me alegra verte de nuevo, Archie. Ha pasado
mucho tiempo desde la última vez que nos encontramos en Chicago ¿No es
así? – dijo el joven ofreciendo su mano.

Así es. También me alegra verte, – fue la diplomática pero fría respuesta de
Archie, aunque Terrence no lo notó. Estaba tan feliz, sintiendo que el
momento de tener a la mujer que amaba entre sus brazos estaba más cerca
a cada segundo.

Albert y Terri continuaron hablando por largo rato mientras Archie seguía la
conversación sin mucho interés. La cena duró por horas que parecieron
interminables para el hombre de ojos cafés, pero resistió lo mejor que
pudo, tratando de convencerse de que lo único que importaba era que
Candy llegaría al día siguiente y que podría verla de nuevo. Eso era todo lo
que quería, y no le importaba si ella se había convertido en la esposa de
Terri o en la reina de Saba, él necesitaba verla aunque, para los ojos de la
joven, él solamente pudiera ser el viejo primo Archie.

No es necesario decir que Terri no pudo dormir aquella noche. Se daba de


vueltas en la cama que de pronto le parecía demasiado ancha y vacía,
mientras una extraña ansiedad le invadía el corazón. Caminó en círculos en
la recámara, dándose cuenta de que era mejor sacar partido de su
insomnio. Así pues, fue a la planta baja para terminar de revisar el último
acto que estaba escribiendo. El joven encendió el fuego del estudio y
mientras aún estaba ahí, en cuclillas frente a la chimenea de piedra, se
preguntó por qué se sentía incómodo, como si algo malo estuviese a punto
de suceder.

El joven sacudió la cabeza tratando de alejar aquellos pensamientos


oscuros.

Es sólo que estoy muy emocionado porque ella estará aquí mañana . . . –
trató de convencerse, pero a pesar de sus esfuerzos por permanecer
calmado, la aurora lo sorprendió aún inmerso en las mismas cavilaciones.

Después de tomar el desayuno en el Warldorf Astoria, donde se


hospedaban, los Andley se encontraron con Terry en el muelle, con la
esperanza de que el barco de Candy llegara a tiempo. El lugar estaba
abarrotado porque más y más naves provenientes de Europa estaban
llegando desde que la guerra había concluido. Marineros, inmigrantes,
comerciantes, familias enteras esperando la llegada de aquellos que
amaban, pululaban por el lugar, dándole al desembarcadero una cierta
clase de aire festivo.

Los tres hombres trataron de calmar su impaciencia con una conversación


casual, pero no tomó mucho tiempo antes de que Archie dejara a su tío
hablando con el recién adquirido “primo político” sobre los futuros planes
del propio Albert, mientras él se alejaba para dar un paseo a lo largo de los
muelles.

Al principio, Terri solamente escuchaba a Albert a medias, porque la misma


corazonada inquietante continuaba molestándole, más y más fuertemente
conforme el reloj avanzaba. No obstante, Albert era un hombre de
conversación interesante y a pesar de las preocupaciones de Terri, éste
terminó por involucrarse verdaderamente en la plática.

Desafortunadamente, aún Albert comenzó a sentirse preocupado cuando se


dio cuenta de que el barco ya se había tomado demasiado tiempo para
arribar a puerto. Fue entonces cuando George, que como de costumbre se
hallaba al lado de Albert, decidió preguntar a los empleados de la capitanía
del puerto sobre la llegada del S.S. Reveer. Cuando el hombre bronceado
que George era salió de la oficina donde había ido a hacer sus pesquisas, su
rostro había palidecido de repente y en sus ojos había un dejo de miedo
revelado en sus facciones normalmente inexpresivas. Albert lo miró y las
entrañas se le contrajeron.

¿Qué fue lo que te dijo? – preguntó Albert con voz seca.

Bueno, señor, ellos me dieron información sobre el barco, pero me temo que
no se trata de buenas noticias – intentó explicar el hombre lo mejor que
pudo.

¿Qué estás diciendo, George? ¡Explícate!- demandó un Archie muy


alarmado que justo había regresado de su paseo por el desembarcadero a
tiempo para escuchar la última frase de George.

Ellos . . . acaban de recibir un telegrama de Inglaterra – dijo el hombre


moreno bajando los ojos. – El barco en el cual viajaba la señora Candy se
topó con una tormenta cerca de Irlanda. Desafortunadamente las bombas
no funcionaron apropiadamente y el S.S. Reveer zozobró a unos 400
kilómetros de las costas.

Archie miró a Albert sin creer realmente lo que sus oídos acababan de
escuchar, deseando haber soñado lo que George estaba diciendo. Sin
embargo, cuando vio el terror reflejado en los ojos de Albert se dio cuenta
de que en efecto estaba despierto.

¿Hay sobrevivientes? – logró preguntar Albert con voz cascada.

Sí, Sr. Andley, – anunció George – pero aún no tienen una lista con los
hombres.

¿Pero cómo es que no leímos nada acerca de un naufragio en los periódicos


durante estos días?- se preguntó Archie devastado

Verá, señor – continuó George, – le hice la misma pregunta al encargado y


me dijo que debido a las condiciones del clima el barco había interrumpido
su viaje en Irlanda por unos cuatro días. El naufragio ocurrió apenas ayer en
la mañana. Seguramente la noticia aparecerá en los periódicos vespertinos
hoy mismo.

¿Cuándo . . . cuándo . . . sabremos . . . – Albert trató de preguntar pero su


voz flaqueó antes de poder terminar la frase.

¿Los nombres de los sobrevivientes? – terminó George adivinando la


pregunta de su jefe. – Me dijeron que se buscará durante dos días, después
de entonces podremos saber si . . . si la señora Candy está entre los
sobrevivientes.- George balbuceó también conmovido por la noticia.

No fue hasta ese momento que Albert se acordó de Terri y se volvió para
mirar al joven quien estaba aún sentado sobre la banca donde habían
estado esperando hasta entonces. Sus ojos estaban perdidos en el distante
horizonte azul, como si estuvieran totalmente ajenos a cualquier
preocupación mundana. Su rostro se había puesto blanco como la cera,
dándole una apariencia lánguida que le recordaba a Albert la cara de su
hermana Rosemary durante los últimos días antes de su fallecimiento.
Dándose cuenta de que el joven no había abierto la boca desde que George
había salido de la oficina, Albert comprendió que Terri estaba en un clase de
estado de shock.

Terri – le llamó Albert poniendo su mano sobre el hombro de su amigo - ¿Me


escuchas, Terri?

Pero el joven no emitió respuesta alguna. Sus ojos se hallaba fijos en las
aguas macilentas que bañaban el dique, mientras sus manos descansaban
sobre sus rodillas. Albert observó que estaban crispadas sobre los
pantalones del joven, temblando de manera casi imperceptible.

¡Terri, Terri! – le llamó el joven de nuevo

¿Mmmm? – Terrence respondió distraídamente.

Escuchaste lo que dijo George, ¿No es así? – pregunto el joven millonario


mientras Archie, con los ojos llenos de lágrimas observaba la escena, sin
poder comprender la reacción de Terri.

Sí . . . el naufragio, – contestó Terri y en ese momento sus ojos se volvieron


para mirar a Albert, azul mar encontrándose con azul cielo, y el hombre
mayor pudo observar un extraño destello en las pupilas de su amigo. - No
estás pensando que ella está muerta ¿O sí? – dijo Terri con tono desafiante
dejando la banca para ponerse de pie.

Nadie dijo eso Terri, – replicó Albert tratando de sonar tranquilo pero
sintiendo que su fe se comenzaba a desvanecer poco a poco dentro de sí.

¡Perfecto, porque ella está bien! – afirmó Terri con una convicción que
asustó a los tres hombres que estaban con él - ¿Acaso ustedes planean
quedarse todo el día aquí? – preguntó a sus compañeros.

No . . . no realmente. Es sólo que estábamos tan abrumados. Terri, debes


comprender que la situación es grave, – respondió Archie confundido con las
palabras de Terri

¡No es así! – gritó el joven a Archie como si éste hubiese pronunciado una
blasfemia - ¡Ni siquiera lo digas! ¡Ella está bien! – insistió casi en un rugido.
Está bien, Terri – nadie está diciendo lo contrario, – Albert trató de mediar. –
Ahora por qué no nos vamos a tu casa para tratar de discutir lo que vamos a
hacer en estos dos días hasta que sepamos donde está Candy? ¿Te parece
bien? – preguntó el hombre mayor y Terri solamente asintió con la cabeza
volviendo a su mutismo.

Los cuatro hombres se subieron al auto y pronto éste era solamente una
mancha que terminó por desaparecer en la distancia.

Las cuarenta y ocho horas que siguieron fueron muy parecidas a una
estancia en el infierno, aunque para cada uno de los jóvenes la experiencia
fue marcadamente diferente. Archie era tal vez el más pesimista de los tres.
Desde que había escuchado las noticias sobre el naufragio, el muchacho se
hundió lentamente en una lúgubre depresión, sintiendo cómo los dolores
que dormían en su corazón comenzaban a despertarse nuevamente. Sin
saber cómo enfrentar la desesperante situación y ese anticipado
sentimiento de pérdida, simplemente dejó fluir sus angustias en un
inconsciente despliegue de irritación y descortesía que la gente a su
alrededor tuvo que sufrir.

Por curioso que pudiese parecer y contrario a toda lógica, Terrence se


confinó en un completo silencio. A penas si emitió palabra y, a pesar de los
esfuerzos de la cocinera, comió poco y durmió menos. Una vez que sus
huéspedes hubieron decidido lo que harían durante el tiempo que tendrían
que esperar, el joven se recluyó en su estudio. Por horas y horas
simplemente se sentó en un sillón, mirando hacia la nada, mientras
internamente se repetía que los extraños presentimientos que había tenido
solamente le estaban diciendo que ella no llegaría en la fecha prefijada, sino
más tarde.

Albert, por su parte y siguiendo su naturaleza flemática, manejó la situación


mejor que sus amigos más jóvenes. George y él hicieron las llamadas
telefónicas necesarias, enviaron telegramas a Europa para aquellos
conocidos suyos que podía ser de ayuda a fin averiguar lo antes posible si
Candy había sobrevivido al naufragio, y decidieron lo que debería hacerse
mientras la compañía naviera en Inglaterra no enviaba el reporte definitivo.
Sin embargo, en el fondo, Albert también estaba devastado, sabiendo por
un telegrama enviado por su antiguo cuñado, el almirante Brown, que las
posibilidades de sobrevivir en las frías aguas de Irlanda durante una
tormenta, eran muy pocas.

Los días se sucedieron lentamente pero al fin, el nueve de diciembre, el


teléfono sonó en la casa de Terrence. Era un empleado de la Embajada
Británica y Edward, el mayordomo, tomó la llamada. El hombre sostuvo el
auricular asintiendo en silencio o replicando con monosílabos. Los Andley,
quienes estaban esperando en la sala, miraron al hombre totalmente
petrificados.
Sr. Andley – dijo el hombre de mediana edad – creo que este caballero
quiere hablar con usted – y diciendo esto, el mayordomo le dio el teléfono al
joven rubio, quien a su vez habló con el empleado al tiempo que su rostro
palidecía dramáticamente. Cuando Albert colgó el teléfono, había
envejecido unos diez años y sus ojos, por la primera vez en tres días,
estaban llenos de lágrimas.

Candice White Andley había efectivamente abordado el S.S. Reever en


Liverpool el día primero de diciembre, tal y como lo confirmaba el registro,
pero su nombre no aparecía en la lista de los 10 sobrevivientes, todos ellos
hombres, que habían sido rescatados unas horas antes y habían sido
inmediatamente hospitalizados sufriendo hipotermia después de
permanecer en las aguas heladas por casi dos días. Estos hombres habían
estado inconscientes por horas y no había podido dar cuenta de los eventos,
alcanzando apenas a decir sus nombres.

Está confirmado, – dijo Albert con voz enronquecida – ¡Está muerta . . .


nuestra Candy está muerta! –el joven murmuró sollozando silenciosamente
al momento que Terrence entraba a la habitación, con el rostro sin afeitar y
los ojos circundados por unas profundas ojeras, producto de la falta de
sueño.

Archibald lloraba solo, de pie frente a una ventana, mientras musitaba en


palabras casi ininteligibles que él estaba condenado a perder cada persona
que amaba. Afuera, los estanques que rodeaban el vecindario comenzaban
a congelarse, pero el frío de la estación no era nada comparado a la
atmósfera gélida que repentinamente había llenado la casa.

Terrence se quedó inmóvil en medio de la sala, sumido en completo


silencio. Un ligero frunce apareció en su ceño que reflejaba una mezcla de
confusión y angustia. Sin embargo, buscando en el fondo de su corazón no
pudo encontrar el dolor que se suponía debía estar sintiendo. El joven se
preguntó por qué no sentía ningún pinchazo en el pecho, por qué la sutil
conexión que le unía a su mujer le estaba diciendo que ella estaba bien, aún
lejos, pero bien.

Puede haber un error, – dijo finalmente a boca de jarro. – No creo que ella
esté muerta, – repitió y con cada palabra se sentía más seguro de su
presentimiento.

¿Qué no escuchaste? ¡Deja ya de evadirte de la realidad y comprende de


qué se trata este asunto! – demandó Archie visiblemente molesto ante las
palabras de Terri.- Yo ya he pasado antes por este tipo de situaciones, y
puedo decirte que no se gana nada con negar la verdad. ¡Así de duro como
es, tienes que aceptar que ella está muerta!- dijo el joven con abrupta
aspereza.

¿Y desde cuándo tienes derecho a decirme lo que debo hacer, Archie? –


preguntó Terri sintiendo que el delgado hilo que contenía su temperamento
explosivo se había roto - ¿Vas también a iluminarme con tu sabiduría para
saber lo que tengo que sentir?

Al menos podrías actuar como un hombre y ver la realidad, en lugar de


encerrarte en ese cuarto otra vez ¿Qué acaso no era ella tu esposa?
¡Entonces acepta los hechos y hazte cargo de la situación! – le gritó Archie
denodadamente.

¿Qué sabes tú de mis sentimientos? – respondió Terri. La furia ya empezaba


a encenderse en sus ojos.

¡Caballeros! ¡Este no es el momento de pelear entre nosotros! ¡Por favor! –


dijo Albert interponiéndose entre los dos para detener la pelea, sabiendo
que estaba a punto de convertirse en un intercambio violento –Ustedes
saben bien que Candy no estaría muy orgullosa de ustedes si ella estuviese
aquí.

Archie relajó sus puños crispados, ya listos para encontrar su blanco en el


rostro de Terri. Sin hallar las palabras apropiadas que decir, se limitó a
abandonar la habitación en silencio, esperando que una caminata por el
vecindario lo ayudase a calmar sus tumultos interiores. Los otros dos
jóvenes se quedaron callados por un rato, cada uno confundido y sin ánimo.

Albert se desplomó sobre el sofá haciendo descansar sus codos sobre sus
rodillas y enterrando el rostro en las manos. Sintió que sus últimos restos de
fuerzas se habían extinguido en esos momentos. En su mente, mientras
lloraba silenciosamente sin mirar a Terri quien se había sentado a su lado, el
joven rubio revisaba sus recuerdos de la niñita sonriente que había conocido
en la Colina de Pony. Vio de nuevo a la chiquilla rubia llorando bajo la lluvia,
la niña dulce que había rescatado de la cascada, la adolescente
desconsolada que no sabía qué hacer cuando la muerte se había llevado a
alguien que ella amaba, la muchacha rebelde que se había escapado del
colegio, y especialmente, a la joven que le había ayudado
desinteresadamente durante aquella dura época cuando estaba enfermo y
nadie confiaba en él porque no podía recordar su pasado.

El joven hizo memoria de los tiempos en que había vivido con Candy en
aquel pequeño apartamento en Chicago, los incontables buenos momentos
que habían compartido, las risas y también las lágrimas. Más tarde, le
vinieron a la mente imágenes de los años que habían seguido, años en los
cuales la mujer en que ella se había convertido le había ayudado a enfrentar
su soledad y sus más odiadas responsabilidades.

Candy, tenías una hermosa sonrisa – pensó – y ahora . . . ya no la veré más.

Albert – dijo Terri dirigiéndose al hombre mayor que lloraba calladamente


junto a él.

¿Sí, Terri? –le preguntó el rubio volviéndose a ver a su amigo con los ojos
transfigurados por el dolor
¿Qué piensas hacer ahora? – inquirió el joven.

Yo . . . yo supongo que no tenemos más opción, – musitó Albert – tendremos


que avisar a nuestra familia, a las damas del orfanato . . . a todos nuestros
amigos.

Albert – dijo Terrence con una mirada esperanzada , su voz aún insegura –
tengo . . . tengo una . . . .clase de corazonada . . . .sólo dame un día.
Esperemos un día más antes de avisarle a los demás.

Pero Terri , - objetó Albert, – no hay ninguna esperanza ahora. Ella no pudo
haber sobrevivido en esa tormenta.

Lo sé, es ilógico – insistió el hombre más joven – aún así, es lo único que te
pido . . . por favor.

Albert suspiró, sin saber si estaba haciendo lo correcto, pero finalmente


cedió asintiendo silenciosamente.

Sr. Grandchester – dijo una tímida voz femenina del otro lado de la puerta –
le traje su cena – insistió la mujer llamando a la puerta pero sin recibir
respuesta – Sr. Grandchester, por favor ¡Tiene que comer algo!

De repente, cuando la mujer ya se había dado por vencida, la puerta se


abrió y ella se aventuró a entrar al cuarto en penumbras.

Sólo deja el té y llévate el resto. No tengo hambre – ordenó una voz


masculina desde la oscuridad de la habitación.

Pero señor, - repuso la mujer – no conozco a su esposa, pero estoy segura


de que ella estaría muy preocupada e inquieta si supiese que usted apenas
si ha comido en tres días.

Sólo déjame solo, Bess, – replicó el joven con voz ronca y la mujer obedeció,
pero a pesar de las órdenes de Terri, ella dejó la bandeja sobre una mesita.

Terrence se levantó de la cama y con movimientos perezosos se sirvió una


taza de té negro que sorbió lentamente mientras escuchaba los latidos de
su corazón ¿Qué iba a suceder la mañana siguiente? ¿ Qué iba él a hacer si
Candy había muerto como ya todos creían?

Terri sabía que esperar un día más podría no hacer ninguna diferencia. La
única esperanza que le quedaba era que un barco proveniente de
Southampton que llegaría al día siguiente y él sentía la necesidad de
esperar, aún si eso no parecía una idea muy razonable.
El cálido líquido bañó su garganta seca mientras su mente giraba sin parar,
haciéndolo caer en una especie de estado hipnótico. Nada, sin importar
cuánto lo intentase, podía traerle calma. Sin embargo, tampoco estaba
angustiado, no había derramado ni una sola lágrima y no era capaz de
describir la mezcla de sensaciones que estaba experimentando. Era como si
su vida se hubiese detenido en medio de la nada.

Si ella estuviese muerta, – se decía – mi corazón se estaría congelando y


ese peso sobre mis hombros hubiera vuelto a molestarme. Estoy inquieto,
pero no es la misma clase de angustia que tendría que soportar si ella
estuviese muerta. Estoy seguro de que es diferente. Si ella estuviese
muerta el simple dolor me mataría aquí mismo, en este preciso instante, –
suspiró apretando el crucifijo en una de sus manos.

El reloj se movió lentamente durante las horas de la madrugada, pero


finalmente, como cada día desde el inicio del mundo, la mañana llegó con
renovadas esperanzas y luces promisorias. El joven, con una extraña actitud
que aún lo sorprendió a él mismo, tomó un baño, se afeitó, se cambió de
ropa y para gran sorpresa de la cocinera pidió algo para desayunar.

A las diez de la mañana Terri llamó a Albert y a Archie quienes estaban en el


Astoria, para decirles que estaba en camino hacia el muelle una vez más.
Los dos jóvenes se miraron el uno al otro en confusión, casi creyeron que las
dolorosas noticias habían acabado por perturbar la mente de Terri. A pesar
de su asombro, los Andley decidieron encontrarse con el joven actor en el
desembarcadero, temiendo que su amigo pudiera necesitar alguien a su
lado para ayudarle a enfrentar la realidad que él obviamente se estaba
negando a aceptar.

Cuando Albert y Archie llegaron a muelle se sorprendieron de ver a un


hombre diferente a aquel con el que habían estado durante los tres días
anteriores. Terri estaba aún un tanto nervioso y callado pero mucho más
comunicativo y menos sombrío que antes.

Los hombres se saludaron mutuamente y después que las formalidades de


costumbre hubieron sido dichas, Albert le preguntó a su amigo la razón que
tenía para haberles pedido encontrarse con él en ese lugar si aún no habían
recibido ninguna otra noticia de sus contactos en Inglaterra.

Hay un barco que viene de Southampton cada tres semanas el día miércoles
por la mañana- fue la simple respuesta de Terri.

¿Y. . .?- preguntó Albert confundido.

Bueno, hoy es miércoles y el barco llegará en unos cuantos minutos, si no


viene con retraso, – explicó el joven calmadamente.

Terri, no estás pensando que Candy puede venir en ese barco ¿O sí? –
inquirió Archie frunciendo el ceño.
Tengo una corazonada, – el joven moreno respondió simplemente.

Archie iba a protestar pero un ligero movimiento en la ceja izquierda de


Albert lo hizo desistir y callarse la boca. Así que simplemente
permanecieron en silencio esperando la llegada del barco.

Unos minutos más tarde el sonido de una sirena irrumpió en el aire y los
jóvenes pudieron ver cómo un barco pequeño entraba al puerto con ritmo
lento. Entonces, cuando la silueta de la nave pudo observarse claramente
en el horizonte, el corazón de Terri dio un vuelco haciéndole sentir un suave
calor que le trepaba por los poros a pesar del frío de la mañana.

Es ella – dijo él con certeza.

¿Cómo puedes decir eso, Terri? – le preguntó Archie más preocupado por la
cordura de Terri.

Lo sé, Archie- dijo el joven a su suspicaz amigo, – comprendo que no suena


muy lógico, pero sé que ella está ahí en ese barco, así como sé que estoy
hablando contigo. Es como un lazo que nos une . . .no sé cómo explicarlo,
ya ni siquiera trato de hacerlo porque estas cosas están más allá de la razón
humana – y con estas últimas palabras el hombre dejó a sus amigos detrás,
tratando de avanzar entre la multitud que ya se agolpaba sobre el
desembarcadero donde el barco iba a anclar.

Los pasajeros ya estaban esperando sobre la cubierta del barco y agitaban


sus manos con entusiasmo. Muchos de ellos eran inmigrantes quienes
llegaban a América con todos sus sueños empacados en una pequeña valija,
habiendo dejado atrás los tristes recuerdos de una Europa devastada. Otros
eran veteranos de guerra regresando a casa después de haber sido heridos
en el frente, algunas veces sin un miembro o cegados permanentemente.
En cualquier caso, para la mayoría de los pasajeros aquel día era el
comienzo de una nueva vida, ya fuese llena de esperanzas o de temidos
retos.

Después de unos minutos, el barco finalmente ancló y la gente empezó a


descender. Terrence miraba con ojos desesperados a cada rostro femenino
que bajaba de la nave. Las azules niñas de sus ojos vagaban entre la
multitud hasta que en la distancia distinguieron una melena dorada que
flotaba en el viento invernal del medio día.

Una mujer parada en el embarcadero sintió una mano imprudente que la


empujaba hacia un lado y ella se volvió para quejarse, pero solamente pudo
ver cómo un joven continuaba su camino empujando a otros con las misma
frescura mientras la multitud también lo estrujaba haciéndole más difícil
avanzar.

A escasos metros de distancia, una muchacha trataba también de avanzar


desesperadamente en dirección opuesta, entre la multitud confusa. Con una
mano sostenía su ligero equipaje y con la otra intentaba abrirse paso.
¿Está usted loca, señorita? –preguntó un hombre frente a ella, molesto con
el busco empujó en la espalda que le había dado la muchacha.

Lo siento mucho, señor – trato ella de disculparse con una sonrisa


deslumbrante y un par de dulces ojos verdes que el hombre no pudo resistir
– No quise empujarle.

No se preocupe señorita, pero tómelo con calma. Todos vamos a llegar


tarde o temprano – se rió el hombre – Solamente espere un momento.

He estado esperando por este instante durante mucho tiempo, señor –


replicó la muchacha sonriente. – Ahora, si me disculpa, hay un joven allá
abajo que también está cansado de esperar – y diciendo esto último la chica
se abrió paso dejando al hombre detrás.

¡Terri! – gritó sintiendo que el corazón se le iba a salir de la garganta. Los


ojos parecían dilatársele de gusto al ver la figura del hombre que también
estaba luchando por acercarse a ella.

¡Candy!- gritó él, al tiempo que olvidaba totalmente la amargura de los días
anteriores ante la vista de la mujer que corría en su dirección. El corazón no
le había mentido, así como tampoco lo había hecho en el pasado. Por cierta
razón que él ignoraba ella no había viajado en el S.S. Reveer, pero en ese
momento lo único que le importaba era que ella estaba a salvo y que
gritaba su nombre llamándole.

A cierta distancia los otros dos hombres intentaban moverse entre la


multitud mientras abrían la boca de incredulidad al escuchar el sonido de
una voz conocida llamando a Terrence.

¡Terri! – volvió ella a llamarle, abriendo los brazos y arrojando a sus pies la
maleta, al tiempo que un par de brazos fuertes rodeaban su cintura.

¡Candy, mi amor! – dijo Terri ahogando su voz en los rizos de Candy que
caían libremente sobre los hombros y espalda de la joven.

Los gritos y miles de voces alrededor, la brisa congelada, el desagradable


olor de los muelles, las noches sin dormir, todo parecía haberse
desvanecido dejando solamente la sensación del calor de la joven rodeando
a Terrence, mientras ella le echaba los brazos al cuello.

Candy se aferró al cuerpo del hombre, admirada de la precisa


correspondencia de sus formas con las de él. Sintiendo que su perfume de
lavanda le hacía cosquillas en la nariz y sus músculos presionaban los suyos
en el abrazo, ella no pudo evitar la necesidad de buscar la boca de él en un
movimiento casi inconsciente, encontrándose con los labios del joven a
medio camino, porque él también había estado buscando un beso.
¡Te extrañé tanto! – murmuró ella y sus palabras se sofocaron en los ávidos
labios de él sobre los suyos.

En el pasado, la joven se hubiese sentido muy apenada al ser besada en


público, pero en aquel momento solamente podía sentir la urgente
necesidad de estar junto a él, sin importar cuántos testigos hubiese
alrededor. Él la acariciaba y ella respondía con igual cariño mientras las
lágrimas de ambos se mezclaban en una sola corriente. No muy lejos de
ellos, los dos Andley se habían quedado paralizados, pasmados ante la
innegable y afortunada verdad. Candy estaba sana, salva y de regreso. No
obstante, Archie no supo si sentirse feliz porque su antigua amiga estaba
viva, o si herido al ver cómo la mujer que había amado desde su pubertad
besaba apasionadamente a otro hombre. Un hombre que, para hacer las
cosas aún más tristes, tenía todo el derecho de recibir las atenciones de la
dama.

No puedo creer que estemos juntos – la joven murmuró cuando el hombre


liberó sus labios para tomar aire, soltando un poco el abrazo. No fue hasta
entonces que ella se dio cuenta de que él la había estado alzando en vilo
para que pudiese alcanzarlo fácilmente. Las puntas de los pies de la
muchacha apenas si rozaban el piso – El viaje tomó tanto tiempo y yo
ansiaba tanto volverte a ver.

Estás aquí. Eso es lo único que me importa, – replicó él al tiempo que sus
ojos trataban de memorizar cada línea en la apariencia de la muchacha
aquel día, desde el sencillo abrigo gris que llevaba puesto, hasta la brillante
sonrisa que tenía en los labios. El joven se dijo que ella estaba aún más
hermosa que la última vez que la había visto. La joven, por su parte, lo
miraba con el mismo cariñoso asombro, usando sus dedos para despejar la
frente del joven de unas cuantas hebras castañas que le caían sobre el
rostro.

Tu cabello – musitó riéndose - ¡Crece tan rápido!

No empieces con eso de nuevo, porque no pienso cortármelo. Ya no estoy


en el ejército – bromeó él con una risa sofocada, sosteniendo el rostro de
ella entre sus manos.

Me gustas de todos modos, – respondió ella sonriente, con un suave rubor


cubriéndole las mejillas.

No tanto como tú me gustas a mí, – replicó él besándola nuevamente, pero


cuando aún estaba gratificándose en la caricia, vino a su mente que los
parientes de Candy estaban esperando detrás y terminó rompiendo el beso
suavemente. – Candy, aunque quisiera tenerte sólo para mi durante los
próximos cien años, creo que hay aquí dos de tus amigos que han estado
esperando mucho tiempo para volverte a ver – le susurró él apuntando
hacia Albert y Archie que estaban parados silenciosamente a unos cuantos
metros de distancia.
¡ALBERT! – gritó de alegría la joven dejando los brazos de su esposo para
abrazar al alto joven rubio, que derramó unas cuantas lágrimas silenciosas
mientras la abrazaba.

¡Bienvenida a América, pequeña ,– murmuró el hombre enronquecido.

¡Ay Albert! ¡Te necesité tanto todo este tiempo! ¿Me perdonarás por partir
sin haberte dicho nada sobre mis planes? – le preguntó ella mirando a los
bondadosos ojos azules y descubriendo que estaban enrojecidos por las
lágrimas.

¡No hay nada que perdonar, Candy!- sonrió él.

¿Por qué lloras, Albert? – preguntó ella asombrada porque nunca le había
visto tan conmovido - ¡Este es un día feliz! ¡Vamos, alégrate

Tienes razón ,– el joven se rió disimuladamente dejando a la joven enjugar


sus lágrimas con el pequeño pañuelo que había sacado de su abrigo. - Este
es un día para celebrar. Vamos, saluda a Archie o se va a poner celoso si no
le das algo de tu atención.

La muchacha dejó los brazos de Albert para ver al joven de cabellos color
arena que la miraba enmudecido. En el tiempo que dura un suspiro, Candy
recordó su infancia y todas las cosas que había compartido con su primo
desde el día en que se habían conocido accidentalmente una mañana de
primavera. Archie era, después de todo, uno de esos lazos dorados que la
unían con su pasado y la gente que ella había amado y perdido alguna vez.
Naturalmente movida por la familiaridad que los unía, la joven sonrió a su
primo y lo abrazó fraternalmente.

También te extrañé mucho, Archie, – dijo rompiendo el abrazo sin notar


cómo el joven se estremecía ligeramente bajo su contacto.

Yo . . .todos te extrañamos – dijo él tímidamente. – Chicago no el mismo sin


ti.

Gracias por venir a recibirme, verte aquí me hace sentir como si Anthony y
Stear también estuvieran aquí conmigo, – sonrió ella y Archie comprendió
que a pesar de las nuevas distancias que lo separaban de la joven rubia,
siempre habría un vínculo especial entre ellos dos. Desafortunadamente, el
joven sabía que eso no le bastaba.

Estoy seguro que ellos también están aquí – replicó él melancólicamente, –


pero por favor, ya deja de escapar de esa forma, porque no seremos
capaces de soportar otra de tus sorpresas, – le advirtió él bromeando, en un
intento por aliviar el nerviosismo que le invadía.

Te prometo que no volveré a dejar a mis amigos por tanto tiempo, – se rió
ella, pero inmediatamente después sus ojos buscaron a su alrededor
tratando de encontrar un rostro - ¿Dónde está Annie? – preguntó perpleja.
Bueno, no pudo venir con nosotros porque su madre ha estado un poco
enferma, – mintió Archie como ya había sido previamente acordado, – nada
de cuidado, pero ella no quiso dejarla sola. De todas formas, estará
esperándote en el Hogar de Pony para esta Navidad. Prometiste pasar las
fiestas con nosotros ¿Recuerdas?

La joven asintió sonriendo. Ni siquiera una sombra de duda o sospecha


asomó a su mente y simplemente creyó todo lo que su primo le había dicho.

Candy, hay demasiada gente aquí, – dijo Terri acercándose a su esposa una
vez que ella hubo saludado a sus parientes. – Creo que será mejor irnos –
sugirió y ella apoyó la idea permitiendo que el joven le echara el brazo
alrededor de los hombros. En brazos de Terri, la joven sentía que había
llegado a casa.

De camino a la casa de la Sra. Baker, los tres hombres le explicaron a la


joven lo que había pasado y cómo habían creído que ella había muerto. La
rubia se sorprendió mucho al escuchar que el barco en el cual se suponía
que ella viajaría había zozobrado en el Atlántico. Efectivamente, Candy
había comprado un boleto para viajar en el S.S. Reveer, pero cuando estaba
ya en Liverpool había conocido a un hombre que estaba tratando
desesperadamente de conseguir un boleto para viajar a los Estados Unidos.
Aparentemente, la madre de ese hombre estaba a punto de morir y él
quería llegar a Nueva York lo antes posible para darle el último adiós. A
pesar de todos sus esfuerzos, el hombre no había podido encontrar ningún
lugar disponible y se le había dicho que no había esperanzas de encontrar
boletos durante el lapso de una semana.

Conmovida por la tragedia personal de ese pobre hombre y siguiendo su


naturaleza bondadosa, la joven le había ofrecido su boleto. Agradecido por
el inusual gesto de amabilidad, el hombre le había prometido a Candy que
él mismo se encargaría personalmente de avisarle a los parientes de ella
que llegaría con unos días de atraso. Una vez que el hombre hubo partido,
Candy consideró innecesario mandar un telegrama avisando sobre el asunto
y en lugar de ello, simplemente dedicó su tiempo a buscar otra forma de
regresar a América lo antes posible. Así pues, viajó a Southampton
esperando encontrar otra alternativa para regresar a casa. Después de
algunos días de búsqueda infructuosa la joven había encontrado un viejo
barco de segunda clase que también transportaba carga y que dejaría el
puerto el día 4 de diciembre.

¿Hubo algunos sobrevivientes? – preguntó Candy, sin poder evitar sentirse


preocupada por el hombre que había tomado su lugar.

Sí, diez hombres solamente, pero no creo poder decirte sus nombres.
Estábamos tan preocupados por ti que ya no hice más preguntas acerca de
ellos, – explicó Albert con seriedad. Su voz había recobrado su ritmo y
normal tranquilidad.
Podríamos preguntar a la Embajada Británica más tarde, si así lo deseas, –
sugirió Terri.

¡Oh sí, por favor! Me sentiría muy mal si ese hombre hubiese muerto en mi
lugar, – dijo la joven con tristeza.

Esperemos que él esté bien, pero si no es así, no debes sentirte culpable. Tú


le hiciste un favor. No había forma en que pudieras haber sabido que el
barco se iba a hundir. Esta clase de cosas son parte de la vida y tenemos
que aceptarlas, – señaló Albert con su habitual sabiduría pragmática.

Es verdad, y en esta ocasión tu buen corazón te salvó la vida. Yo no me


quejó al respecto, – comentó Terri besando a Candy en la mejilla
espontáneamente. La joven se sonrojó ligeramente olvidándose
temporalmente sobre el asunto.

Candy estaba tan venturosamente feliz sintiéndose de nuevo entre la gente


que amaba que ni siquiera notó lo callado que Archie estaba y creyó al pie
de la letra las excusas que él y Albert le habían dado cuando preguntó por
qué Annie no había viajado con ellos. La muchacha habló y habló durante la
cena haciendo planes para las fiestas mientras disfrutaba de las suaves
caricias de Terri sobre su mano. La joven decidió que pasaría la Navidad en
el Hogar de Pony y que después ella y su esposo regresarían a Nueva York
para pasar el Año Nuevo con la Sra Baker, quien se sintió muy sorprendida
de ser incluida en los planes de su nuera.

Así pues, los Andley determinaron regresar a Chicago al día siguiente para
poder arreglar los detalles de la cena de Navidad en el Hogar de Pony,
mientras que los Grandchester se quedarían en Nueva York por unos días
más, a fin de que Candy pudiese descansar de su viaje, para luego alcanzar
a sus amigos en Lakewood. Después de la cena Albert, Archie y George se
despidieron porque partirían muy temprano al día siguiente. Más tarde,
también los Grandchester dejaron la casa de la Sra. Baker.

Con la vivacidad que la caracterizaba, la joven miraba a través de la


ventanilla del auto admirando las luces de la ciudad, el emblanquecido
paisaje urbano con las calles nevadas y la decoración navideña en Central
Park . El hombre a su lado la miraba en silencio, aún abrumado por la
increíble realidad y un tanto ansioso de ver las reacciones de ella cuando
llegaran a su casa en los suburbios de New Jersey.

El auto llegó hasta el puente Washington y la joven abrió la ventanilla para


sentir la fría brisa sobre el río Hudson, mientras cruzaban a lo largo del
puente. Unos minutos después se pudo distinguir con claridad que habían
dejado la tierra de los rascacielos para entrar a un área residencial con
verdes jardines, porches blancos y fachadas llenas de luces navideñas y
adornos de la estación. El automóvil dobló en Columbus Drive y finalmente
entró a la vereda pavimentada de una de aquellas casas. Antes de que el
vehículo entrase en la cochera, la rubia le pidió al chofer que detuviese el
auto y se apeó inmediatamente, deteniéndose en medio del jardín para
observar con detenimiento al lugar que sería su hogar por muchos años.
Los ojos color esmeralda de la joven querían memorizar cada una de las
líneas, luces y sombras de aquel cuadro enfrente de ella, para atesorarlo
como la primera impresión del edificio que se convertiría en su hogar al
momento de poner el primer pie dentro de él. Miró asombrada a la casa de
tres pisos con techos recubiertos de teja, un pequeño porche al frente,
ventanas francesas con postigos de madera y flores de nochebuena
adornando los alféizares que contrastaban con las paredes blancas del
exterior. Observó que había un ático en el tercer piso, robles sembrados
alrededor de la casa, tanto en el jardín del frente como en el patio trasero, y
algunos rosales que seguramente florecerían durante la primavera. En ese
momento ella supo que el lugar era perfecto para criar a los hijos con los
cuales ya soñaba. Volvió el rostro sonriendo y Terri respiró aliviado. La
muchacha no necesitaba decir nada para que él comprendiera que el lugar
le había gustado muchísimo. Sin embargo, Candy estaba tan enamorada
que la choza más humilde le hubiese parecido un palacio.

Hace frío aquí afuera, – dijo ella con los ojos iluminados y extendiendo su
brazo izquierdo para ofrecerle su mano al joven. – Entremos.

Él sonrió y tomando la mano de la muchacha caminó junto a ella hasta la


puerta principal. El joven abrió la puerta y ella traspasó el umbral sintiendo
que su corazón latía tan fuerte que pensó que los vecinos podrían
despertarse con el golpeteo de sus latidos, aunque había un buen tramo de
terreno entre casa y casa. Pero las sorpresas no terminaron ahí, cuando ella
entró al vestíbulo y giró hacia su derecha pudo ver la sala de estar y su
boca se abrió con asombro al ver la chimenea, los muebles y cada detalle
en la habitación.

¡Terri! – le llamó ella aún pasmada – Este cuarto . . . es igual a . . .

La sala de la casa de mi padre en Escocia, – le ayudó él a terminar. – Si,


traté de hacer mi mejor esfuerzo para reproducirla con la mayor fidelidad
posible ¿Crees que logré buenos resultados? – preguntó sonriendo y
recargándose sobre el marco de la entrada.

Diría que es perfecto – se río ella volviéndose de nuevo para mirar la


chimenea, aún asombrada con el cuadro, mientras su mente volaba a los
años de su adolescencia.

Él caminó lentamente hacia ella, contemplando su silueta serena, de pie en


medio de la sala, mirando curiosamente todo a su alrededor. Aún envuelta
en el abrigo de lana la cintura de la joven parecía imposiblemente pequeña
y él podía deleitarse los ojos en la delicada curva de sus caderas. Cuando se
hubo acercado lo suficiente hizo posar sus manos sobre los hombros de ella,
murmurando a su oído suavemente.
Bienvenida a casa, amor.

Las palabras acariciaron la cremosa piel de la chica haciéndola


estremecerse con el sonido de cada sílaba.

Permanecieron callados por un rato, el joven de pie detrás de la rubia


mientras ella miraba la chimenea, comprendiendo ambos las palabras que
no requerían ser dichas. Más tarde, ella desabrochó los botones de su abrigo
y él la ayudó a quitárselo, colocándolo junto con su trinchera en un perchero
cercano. La muchacha caminó silenciosamente llegando al primer peldaño
de las escaleras que llevaban al segundo piso, y sintió claramente cuando la
mano de Terri la tomaba por la cintura mientras ambos subían hacia la
recámara.

Él la guió a lo largo del corredor hasta la alcoba principal y cuando ella abrió
la puerta fue sorprendida por la placentera vista de una recámara decorada
en blanco, contrastando con los muebles de madera y algunos acentos
azules aquí y allá. En otras circunstancias Candy hubiese pasado un buen
rato admirando cada detalle de la habitación, desde los amplios ventanales
cubiertos con cortinas de encaje y terciopelo hasta el lecho con dosel. Pero
la cálida presencia a su lado no la dejaba pensar en otra cosa que no fuese
el encuentro íntimo que ella sabía claramente estaba a punto de darse.
Sintió el aliento de él en su nuca y la manera en que tiernamente la hacía
girar para mirarle a los ojos. Un sentimiento de déjà vu llenaba el ambiente
y la hacía temblar ante la expectativa.

Él la sostuvo aún más de cerca de modo que podía murmurarle al oído con
el tono más quedo y aún así ella era capaz de entender claramente sus
susurros.

Tuve mucho miedo, – confesó él con un murmullo sofocado. – Sentía que


estabas viva, en alguna parte, pero todas las evidencias decían que habías
muerto. Estaba tan ofuscado, sin saber si debía creer a las voces en mi alma
o a las pruebas que confirmaban que te había perdido para siempre.

La joven levantó el rostro para perderse en los ojos verde-azules que la


miraban desde sus profundidades líquidas. Alzó su mano y acarició la mejilla
del hombre con toda la dulzura de su corazón enamorado y poniéndose de
puntillas rozó la mejilla de Terri con un suave beso mientras sus brazos le
rodeaban el cuello.

Todo está bien ahora, mi amor, – le murmuró al oído, – todo estará bien de
aquí en adelante,- lo tranquilizó ella con ternura.

Permanecieron abrazados sin decir palabra, simplemente saboreando su


mutua calidez mientras los últimos vestigios de temor se derretían por
dentro.
¿Sabes? – le dijo él finalmente, desatándose la corbata y tomando la cadena
que llevaba por debajo de la camisa - Creo que esto te pertenece. Debo
admitir que realmente funciona, - añadió, entregándole el crucifijo.

Entonces yo también tengo algo que debo regresarte – replicó ella y, sin
darse cuenta de la sutil seducción implicada en sus movimientos,
desabrochó los dos primeros botones de su blusa para quitarse la cadena de
plata con el anillo de esmeralda, el cual devolvió a su dueño. El joven sonrió
y tomó el anillo dejándolo descuidadamente sobre una mesa cercana, más
interesado en el cuello nacarado que se había expuesto ante sus ojos.

Tú eres la joya que yo realmente deseaba recobrar, – le dijo él abrazándola


de nuevo. Terri enterró su rostro en la rubia melena de la joven mientras su
perfume de rosas le llenaba los sentidos despertando en él renovadas
ansiedades.

Tu fragancia . . .- dijo él inhalando calladamente el aroma de los cabellos de


la joven – el suave toque de tu piel . . . por favor, llama de nuevo mi
nombre que necesito escucharte infinitamente para creer que estás aquí
conmigo.

Terri – masculló ella – de verdad estoy aquí, Terri. Se acabó la


separación . . . Terri.

Tu sabor – dijo él antes de que sus labios cubrieran los de ella con renovado
ánimo. El hombre exploró con ardor dentro de la boca de la joven, ya
incapaz de contener sus impulsos por más tiempo y Candy sintió que su
cuerpo era envuelto por un calor que empezaba a crecer desde su
abdomen, haciéndole sentirse mareada, al tiempo que las manos de Terri
estrujaban sus curvas a voluntad. Ella cerró los ojos y se abandonó a la
gratificante sensación de la boca de él ahondando en la suya liberalmente.
No pasó mucho tiempo para que la joven respondiera a las caricias de su
esposo con la misma pasión. - Te he deseado tanto que el cuerpo me dolía
por no tenerte para verter toda esta ansiedad, – musitó él mientras su boca
se hundía en el cuello de ella. La joven sentía con claridad la manera en que
su cuerpo se rendía ante los avances de su marido, siguiendo su guía,
dando y tomando en aquel intercambio amoroso. Caminaron con pasos
lentos hacia la cama, quitándose con nerviosismo la ropa que se había
vuelto innecesaria.

Los labios de Terri se arquearon en una sonrisa mientras con frenética


ansiedad volaban sobre cada centímetro de piel increíblemente blanca, al
tiempo que sus manos develaban el cuerpo femenino. Sonrió y rió
suavemente, ahogando la risa en el misterioso valle donde el corazón de su
esposa latía agitadamente. Sintió el fuerte golpeteo debajo de las formas
voluptuosas que estaba saboreando con avidez, percibiéndola viva, a su
lado, entregándose a él una vez más. Estaban juntos, en casa. La sonrisa se
hizo más amplia y el gozo alcanzó nuevas alturas.
Candy tuvo que admitir que había deseado ese momento con todas sus
fuerzas. Lo había soñado tomando su cuerpo del mismo modo en que lo
hacía en esos instantes, pero siendo franca consigo misma, comprendía que
sus sueños no se comparaban con la realidad. Recordó la primera noche
que habían pasado en París y pudo sentir claramente que esta ocasión todo
sería diferente. Él la desvestía con manos rápidas al mismo tiempo que
consumía con labios ardientes cada milímetro de piel al ir descubriendo su
cuerpo. Esta vez ella lo percibía más acucioso, casi rayando en la
desesperación, pero la muchacha no se sentía atemorizada, sino igualmente
deseosa de tomar y ser tomada.

Los largos meses que habían estado lejos el uno del otro, la angustiosa
espera, la idea de que ella estaba muerta, las pesadillas que la muchacha
había sufrido mientras él peleaba en Argona . . . . todos esos
apesadumbrados temores que los habían perseguido y todas esas urgencias
juveniles reprimidas por tanto tiempo colisionaron en un segundo y juntos
dieron luz a una nueva hoguera. La flama se encendió con chispas nerviosas
haciendo renacer la pasión franca, más intensa, más audaz, más abierta, sin
temores. . . . sin otro límite que el deseo amoroso que los movía a
complacerse mutuamente.

Atrapados en el sonido de una cuerda mágica que solamente sus corazones


podía escuchar, los dos cuerpos no dejaron pasar mucho tiempo antes de
comenzar a compartir su calidez. Afuera, una flota danzante de ligeros
copos de nieve comenzaba a caer sobre el vecindario y el frío invernal
congelaba las escasas hojas secas que quedaban en los robles del jardín
trasero. Pero para los dueños de la casa el helado viento que barría su techo
pasaba totalmente desapercibido, porque en la íntima alcoba, sus cuerpos
desnudos se calentaban en un tierno abrazo, mientras sus piernas se
trenzaban una con la otra bajo las frazadas y el fuego de la chimenea
iluminaba la penumbra del cuarto blanco.

El cuerpo de él cubrió la curvilínea silueta de ella de modo que cada


miembro del hombre hallaba su contraparte en la mujer. Las palmas de él
se encontraron con las de ella, más pequeñas y suaves, y cada una de las
yemas de sus dedos besaron las de ella, encendiendo la piel de la joven. El
índice derecho del joven sintió la argolla de matrimonio en el dedo de la
muchacha, diciéndole con su toque metálico que no estaba viviendo un
sueño. Le hacía el amor a su esposa en el mismo lecho donde la había
soñado con desesperanzado dolor por tantas ocasiones. Debajo de él, ella
disfrutaba sus amorosos movimientos interiores, rindiéndose totalmente
ante las sensaciones que compartían, al mismo tiempo que él era acariciado
por ella en la forma más íntima que una mujer puede hacerlo.

Por la pasión expresada en los suaves gemidos de ella, él supo que su mujer
estaba lista para conocer en sus brazos las más atrevidas caricias que el
amor puede inspirar. Sonrió otra vez, sabiendo que aún tenían que
aprender juntos muchas nuevas formas de complacerse el uno al otro. Pero
no tenían prisa, la noche era aún joven y después de esa vendrían otras
muchas noches más. Así que se amaron irreverentemente, de la manera
fresca y pura con la cual concebían el amar y ser amados, de un forma que
podría haber escandalizado a los puritanos y mojigatos de su tiempo, de la
manera que Dios diseñó el amor en su toda su perfección.
Se entregaron el uno al otro, rieron y bromearon y conversaron y se
confiaron mutuamente sus secretos, compartieron su música interior
viajando en la marea de un pacífico sueño. El primer sueño absoluto y total
que él pudo conciliar en mucho, mucho tiempo. Lo último que él pudo
recordar de ese momento fue el peso de una cabeza dorada que
descansaba sobre su pecho desnudo y el callado sonido de la respiración de
Candy mientras dormía.

La muchacha se sentó en la cama y contempló la vista del joven


abandonado a sus sueños, los cuales ella adivinaba placenteros porque él
parecía profundamente dormido y tranquilo. Ella observó en silencio la
delicada línea de su perfil y el cabello sedoso que llegaba al cuello,
resplandeciendo con las ya tímidas llamas en la chimenea. La joven inclinó
su cabeza y suavemente depositó un beso en la mejilla del hombre.

Dulces sueños, Terri – musitó.

La rubia miró alrededor del cuarto en penumbras y una idea le vino a la


mente. Caminó lentamente hacia una de las puertas esperando que fuese la
entrada al baño y para su suerte no se había equivocado. Algunos minutos
más tarde salió de la ducha envuelta con una toalla blanca y con su
cabellera ingobernable cayendo en rizos húmedos sobre su espalda
semidesnuda y sufriendo escalofríos. La mujer se secó el cabello con la
toalla y comenzó a preguntarse dónde el chofer había dejado su equipaje.
Miró alrededor pero no lo encontró por ninguna parte.

¡Grandioso! – se dijo, - ahora estoy desnuda, con frío y mis pijamas están
perdidas.

Fue entonces cuando observó que había un gran cofre de madera cerca del
pie de la cama. Encima de éste, alguien había dejado un juego de pijamas
limpias, tal vez la mucama. Pensando que en ese instante cualquier cosa
sería mejor que nada, la joven decidió probarse la ropa. No obstante,
cuando se dio cuenta de que eran demasiado grandes para ella,
simplemente se puso la camisa dejando de lado los pantalones. Un par de
pantuflas de piel también demasiado grandes para su pie, que encontró
cerca del cofre, completaron su gracioso atuendo.

Candy dejó la recámara y se dirigió hacia la planta baja, encendiendo las


luces mientras caminaba a lo largo de los corredores y hacia las escaleras.
La joven miró a su alrededor con ojos curiosos. Se había decidido a tener
una gira personal en su casa, ya que su esposo no le había permitido
observarla bien cuando habían llegado. Aunque ella no tenía de qué
quejarse.
Dejó atrás la sala y continuó por el comedor y luego la cocina, dándose
cuente de cuán grande era el lugar y preguntándose cuánto tiempo le
tomaría limpiarlo. Había escuchado que Terri tenía algunos empleados que
cuidaban de la casa y se cuestionaba cómo sería para ella llevar una casa
con sirvientes y todo. Era curioso, pero aún cuando Candy había vivido
como una Andley por algún tiempo, nunca había tenido que administrar una
casa. La vida era mucho más simple teniendo solamente un pequeño
apartamento que ella podía cuidar por sí sola, pero por supuesto, ese lugar
tan reducido no hubiese sido muy apropiado para criar una familia.

¿ Cómo hace la tía abuela Elroy para administrar tantos empleados?-


inquirió ella y luego no pudo evitar una risita imaginándose a sí misma en
los zapatos de la anciana, mandando a todos con un gran ceño fruncido y la
nariz muy en alto. – No, no creo que yo pueda ser como ella jamás, –
concluyó con una sonrisa amplia mientras contemplaba los artículos de
cocina y la decoración.

Deambuló por los cuartos por un buen rato, encontrando que las otras
recámaras en la segunda planta estaban sin amueblar y que el ático estaba
prácticamente vacío. Continuó su gira hasta descubrir una habitación, que a
diferencia del resto de la casa, tenía un carácter particular que hablaba de
su dueño con innegable fidelidad.

Había un gran librero con puertas de cristal, una chimenea de piedra


decorada con tartanes sobre la parte superior y un par de vitrinas llenas de
papeles, más libros y toda clase de “souvenirs”, seguramente producto de
los continuos viajes de Terri a lo largo del país. En una de los rincones de la
habitación y justo cerca de la ventana, había un elegante escritorio con una
máquina de escribir, más pilas de papeles sobre algunas plumas y otros
artículos de papelería enterrados entre los papeles. Frente a la chimenea
había un sofá que hacía juego con el resto de la tapicería del mobiliario y
con el tapete persa que descansaba sobre el pulido parquet del piso. Tres
lámparas de pie colocadas en lugares estratégicos junto con un candelabro
iluminaban el cuarto y un fonógrafo descansando sobre una mesita
terminaba la composición del conjunto.

Candy husmeó por un rato hasta que sus ojos fueron cautivados por un
barco a escala que decoraba la repisa de la chimenea. Se acercó y sus ojos
verdes se abrieron con asombro al darse cuenta de que era un modelo del
Mauritania. La mirada de la joven recorrió la cubierta de primera clase
mientras las memorias le inundaban la mente.

¡No puedo creerlo! – se dijo profundamente conmovida, en tanto que las


yemas de sus dedos tocaban el juguete con suaves gestos – Nunca pensé
que él recordara estas cosas tan claramente . . . ¡Es el barco en donde nos
conocimos!

Candy se quedó de pie ahí, mirando al pequeño trasatlántico por un rato


hasta que se cansó y decidió sentarse en el sillón que seguramente era el
lugar de Terri mientras trabajaba. Como la mujer normalmente curiosa que
era, la rubia no pudo contenerse por mucho tiempo antes de terminar
fisgoneando en los papeles que cubrían la mesa. Encontró una copia de “La
fierecilla domada” toda llena de frases subrayadas y notas al margen con
una letra que ella conocía bien. Junto al libreto, había una agenda con una
lista de citas, la ensayos en su mayoría, ya concertadas para el mes de
enero.

La joven continuó su inspección hasta que se encontró un manuscrito el cual


era obviamente una obra de teatro, pero la mayor parte del guión estaba
escrito a mano.

Veamos. . . ¿Qué podría ser esto? – dijo en voz alta leyendo el título,
“Reencuentros... Nunca he escuchado de esta obra.

¿No sabes que husmear en la propiedad privada de otras personas no es de


gente educada? – preguntó una voz masculina con acento airado que hizo
que la rubia diera un brinco del susto.

¡Terri! – protestó la mujer - ¡Me asustaste! – le dijo al hombre que estaba de


pie frente de ella, vestido solamente con los pantalones de las pijamas que
ella había dejado sobre el cofre.

¡Eso era lo que yo quería lograr! – se rió de buena gana, muy divertido ante
el rostro asombrado de Candy - ¿Qué la Srta. Pony nunca te dijo que no es
propio de una dama andar curioseando como tú lo estabas haciendo?

¡Muy gracioso! – respondió ella enseñándole la lengua – Yo solamente . . . –


hizo una pausa como dudando – Yo simplemente no podía dormir, eso es
todo.

Y pensaste que mi estudio sería buen lugar para divertirte. Realmente estoy
enojado con usted señora Grandchester, – la regañó él frunciendo el ceño
con fingida seriedad.

¡Vamos, no frunzas los labios de esa forma! – dijo ella con voz dulce,
parándose y caminando lentamente hacia él – te vas a poner arrugado y feo
si armas una tormenta en un vaso de agua, – sonrió cautivadoramente
mientras acariciaba suavemente el pecho desnudo del joven – Di que no
estás enojado – rogó juguetona.

Aún lo estoy – se resistió él, aunque ya estaba sosteniéndola en los brazos.

Di que no estás enojado – repitió ella y el hombre, que ya era malvavisco


derretido para entonces, se rindió al beso que ella había comenzado.

¿Cómo podría estar enojado contigo? - claudicó él apretando el abrazo.

¡Ay Terri, eres mejor persona de lo que estás dispuesto a aceptar! – la mujer
se rió jugando con el cabello de él cuando sus labios se separaron.
¿De verdad? ¿Y qué hice para merecer ese cumplido? – preguntó él
divertido.

Bueno, muchas cosas, pero la última que descubrí fue esta – dijo ella
señalando al trasatlántico a escala.

¡Ay, ya veo! – respondió dándose cuenta de lo que ella quería decir. – Es


curioso. Cuando compré este juguete nunca me imaginé que tú llegarías a
verlo.

¿En serio? – la mujer preguntó confundida. – Pensé que lo habías comprado


para darme una sorpresa.

No, siento desilusionarte señora, pero . . . fue – dudó él rascándose la sien


- . . .algo así como un capricho que yo me concedí a mi mismo cuando
compré esta casa, digamos que como un recordatorio.

Quieres decir que compraste este barco durante el tiempo en que . . . – trató
ella de decir pero luego se interrumpió a sí misma en medio de la frase.

La respuesta es si – replicó él comprendiendo lo que ella había querido


decir, –durante la época en que estuve comprometido con Susana, – dijo él
con cierta reticencia. – Esta era la clase de cosas sin sentido que yo solía
hacer por tu culpa – agregó el hombre con un tono más alegre.

Terri, – musitó ella desconcertada.

Veamos si puedo explicártelo – respondió el joven tomando la mano de la


chica y conduciéndola hasta el sofá, donde ella se sentó mientras él
encendía la chimenea. – Una vez me dijiste que pensabas en mi cuando
estábamos separados, aún si no querías hacerlo ¿Estoy en lo correcto?

Es verdad.

Bueno, a mi me pasaba lo mismo y por algún tiempo luché contra ese


sentimiento, pensando que tenía que olvidar todo lo relacionado contigo, –
Terri continuó en tanto que el fuego comenzaba a crujir en la chimenea y él
se sentaba junto a ella. – Después me di cuenta de que era imposible y
decidí que era mejor aceptar que, a pesar de la distancia y las
circunstancias, tú siempre estarías en mi corazón. Más tarde, cuando
compré esta casa que creí en su momento seria un hogar para Susana, me
dije secretamente que también sería un lugar que pudiera recordarme que
alguna vez yo había conocido el amor verdadero. Así que, hice construir ese
salón como la sala de la mansión de mi padre en Escocia, compré el barco
que encontré accidentalmente en una tienda de antigüedades y algunas
otras cosas más. Solamente para tener algo que me hablara de ti todos los
días, y así yo estaría cerca de ti de alguna forma. Sé que no era muy
sensato y que definitivamente no me ayudaba en mi relación con Susana,
pero no podía evitarlo. Uno más de mis excentricidades, supongo ¿Tú qué
crees? – concluyó lanzando a la joven una mirada interrogadora.

Pienso que te amo con todas tus excentricidades, Terri – replicó ella
dulcemente, pero luego se detuvo por un segundo.
¿Qué? – inquirió él curioso.

Mencionaste que también compraste “otras cosas”, – replicó ella inquisitiva.

¡Así que tienes curiosidad! – se rió él.- Te podría decir ¿pero qué ganaría yo
si te confío mis secretos?

Te compensaría con mis propios secretos. Hay un diario que escribí para ti,
el cual cambiaría gustosa por una confesión tuya, – lo chantajeó ella.

Entonces fue el turno de Terri de sentirse igualmente curioso y finalmente


sucumbió mostrándole a Candy los pequeños detalles que estaban
esparcidos por la habitación. En uno de los cajones había un cofre con las
cartas que la joven le había escrito al actor desde Chicago y un montón de
papeles garrapateados, en los cuales él le había escrito a la muchacha como
si hubiese podido conversar con ella. En aquellas líneas él le explicaba cómo
había seleccionado la casa como si hubiese sido para ella, con árboles que
ambos pudiesen trepar y cerca de pequeñas lagunas artificiales, porque a
ella le gustaba la vista del ocaso sobre las aguas. El joven también le refirió
la historia de cómo había hallado la reproducción a escala del barco donde
se habían conocido y un disco con el mismo vals que habían bailado por
primera vez.

Leyendo las cosas que él había escrito y escuchando sus confesiones, la


joven no pudo evitar que el corazón se le hiciera un nudo, dándose cuenta
al mismo tiempo de cuán penosa había sido la vida para Terri durante todo
aquel tiempo de separación, y también, cuán triste había sido la suerte de
Susana, amando a un hombre que nunca fue capaz de corresponderle con la
misma devoción. Afortunadamente, el joven actor nunca le contó a su
esposa que Susana había descubierto sus secretos encerrados en el estudio.
Consciente de la sensibilidad de Candy, Terri decidió reservarse el asunto,
sabiendo que no tenía caso atribular el noble corazón de la joven con ese
desdichado recuerdo. Después de todo, el joven sentía que los errores
pasados, los cuales ya nadie podía remediar, debían de ser dejados atrás.

Terri – susurró la muchacha cuando terminó de leer al tiempo que una


lágrima corría por su mejilla.

¡Vamos! – le dijo él tiernamente, temeroso de haber lastimado el alma


sensible de la muchacha. – No te enseñé todo esto para hacerte llorar.
Estamos juntos ahora. Eso es lo que cuenta.

¡Te quiero tanto! – fue todo lo que ella pudo decir mientras lo abrazaba
fuertemente, deseando poder borrar las pasadas penas que él había sufrido.

Él la recibió en sus brazos, meciéndola suavemente, mientras su silencioso


calor les ayudaba a ambos a comprender que los pasajes tristes ya había
sido escritos, pero estaba en sus manos continuar la historia de una mejor
forma. Permanecieron abrazados por un rato, pero un segundo después él
recordó el diario que ella le había prometido darle.
Me debes algo, si mal no recuerdo, y quiero que me lo pagues ahora, –
exigió en un tono más alegre.

Sólo déjame ir a buscarlo – replicó ella saliendo del estudio y corriendo


hacia la sala donde había dejado su bolso. Cuando Candy regresó, reunió el
valor para explicarle a su marido que le había mentido, o más bien, ocultado
la verdad sobre el tiempo que había estado trabajando en el hospital
ambulante, durante sus últimos días en Francia. El joven la escuchó y leyó
en silencio las páginas del diario.

Entonces . . .- le instigó ella a hablar cuando el hubo terminado de leer - ¿Me


perdonarás por haberte mentido?

Candy, estabas arriesgando tu vida y me negaste el derecho de saberlo, –


respondió él en un reproche.

Lo sé, Terri, pero no quería que te preocuparas por mi, – replicó ella
bajando los ojos.

¿Vas a hacer eso cada vez que tengas un problema? ¿Me lo vas a ocultar
para que no me preocupe? – preguntó seriamente, poniéndose de pie y
dejando el diario sobre el escritorio, claramente disgustado. Sintiendo que
esta vez él no estaba jugando, ella lo siguió tratando de encontrar la forma
de hacerle olvidar el asunto.

Prometo que no será así, amor. Fue sólo por esta vez porque no había nada
que tú pudieras haber hecho por mí. Saberlo solamente hubiese hecho tus
días en el frente aún más difíciles, – respondió ella con tono meloso
mientras dibujaba pequeños círculos con su dedo índice sobre el pecho del
joven.

¡No hagas eso! – le dijo él con una ligera sonrisa apenas apareciendo en su
rostro.

¿Hacer qué? – preguntó ella con sus labios haciéndole cosquillas al oído del
joven.

Ablandar mis defensas de ese modo – se rió él.

¿Eso hago? – dijo con ella con voz apagada - ¿Quiere decir que me
perdonas?

Quiere decir que no hay nada que perdonar. Comprendo que lo hiciste
porque me amas. Sólo no lo vuelvas a hacer . . . y – se detuvo él al ser
interrumpido por un beso en los labios.

¿Y . . .?

¡Y tú eres una bruja pecosa llena de trucos sucios! – dijo él levantándola por
la cintura y llevándola a recostarse en el sofá, donde continuaron sus juegos
amorosos hasta que sintieron frío y regresaron al calor de la cama.
Terri – preguntó ella acunándose en los brazos de él.

¿Ummm? – replicó él medio dormido.

¿Qué es esa obra escrita a mano en el estudio? – preguntó ella – la que se


titula “Reencuentros”

¿Leíste eso? – inquirió él sorprendido.

Nada más el título, – respondió con ojos inocentes - ¿ Hice algo indebido?

Bueno, no exactamente. Es . . . – se detuvo un instante – es algo que


escribí . . . como una sorpresa para ti. Pero aún tengo que terminar algunos
detalles – explicó.

¡¿Escribiste una obra?! – saltó ella sobre la cama abriendo los ojos tan
ampliamente que Terri pensó que se ahogaría en una laguna verde.- Nunca
me imaginé que te interesarías en convertirte en escritor.

Es nada más un experimento – le dijo él riéndose disimuladamente, – no sé


si llegue alguna vez a ser considerado un dramaturgo, es sólo una de esas
cosas que tienes que probar al menos una vez en la vida.

Como la primera vez que Albert fue a África, supongo – replicó ella
descansando la cabeza sobre el pecho de él – aunque nunca se sabe a
dónde puede llevarte ese tipo de experimentos.

Creo que voy a correr el riesgo, - respondió el joven – no es la gran cosa y ni


siquiera sé si tendrá buena acogida. Los críticos pueden ser muy duros con
los escritores noveles, – explicó con un dejo de inseguridad

¿Y qué sería más importante para ti? – preguntó ella curiosa - ¿La opinión de
los críticos o la del público?

Él sonrió comprendiendo que el aparente comentario inocente de ella tenía


un trasfondo inteligente.

Algo para reflexionar ¿eh? – dijo él besándola en la frente.

Tal vez, pero hay algo que aún no me has explicado – continuó la muchacha
– Dijiste que escribiste la obra como una sorpresa para mi ¿Quiere decir que
me la vas a dedicar? – preguntó con una suave sonrisa.

Sí, con cariño para la fastidiosa niña pecosa, – respondió el carcajeándose


mientras acariciaba la mejilla de ella con el dorso de su mano.

¡Oye! Eso no suena muy romántico – se quejó ella

Ummmmm......tal vez cambie la dedicatoria, pero tienes que inspirarme –


insinuó él con una mirada maliciosa.
¿Así? – inquirió ella besándole en la mejilla.

Ese intento fue muy debilucho. Podrías hacer algo mejor, – replicó él en tono
de broma. – Yo quise decir algo como esto – dijo tomándola de sorpresa y
besándola como si fuese la última vez que iba a hacerlo. Ella respondió a su
caricia olvidándose por un rato de su curiosidad.

¡Espera! – dijo finalmente interrumpiendo el beso - ¿Cuándo podré leer la


obra?

Pronto, cuando la haya terminado. Te prometo que tú serás la primera en


leerla, pero ahora sigue convenciéndome. Te doy de plazo hasta que
despunte el alba.

Parte III

En casa

Una gruesa capa de nieve cubría el paisaje que la limusina cruzaba


lentamente. Era una mañana soleada y las luces reflejadas sobre la nieve
brillaban entre la arboleda. La anciana estaba sentada en su mecedora
mientras trabajaba en el bordado que tenía en las manos. Con dedos
diligentes movía la aguja creando complicadas figuras mientras añadía una
puntada a la otra. Sabía que el tiempo se le acababa y tenía que trabajar
sostenidamente si quería terminar su labor manual y tenerla listo para el día
señalado.

El sonido de unos pasos femeninos se escuchó en el pasillo y un segundo


más tarde alguien llamó a la puerta con urgencia.

Adelante querida – le llamó la anciana y una joven con cabello negro


sostenido en una cola de caballo y bellamente adornado con listones de
seda entró en el cuarto.

¡Señorita Pony! – llamó la muchacha respirando con dificultad a causa de la


emoción - ¡ Ya viene! ¡El auto acaba de dar la vuelta en la curva!

¡Dios mío, Annie! ¿Estás segura? – preguntó la dama dejando de lado el


bastidor en el cual había estado trabajando.

¡Totalmente! Venga usted conmigo, Srita. Pony ¡Salgamos a recibirla! –dijo


la joven morena ofreciendo su mano delicada a la anciana, que se sostuvo
de ella con gesto nervioso, al tiempo que ambas mujeres salían de la
habitación caminando hacia la entrada principal.

¿Te encuentras bien, Annie? – preguntó la Señorita Pony mientras caminaba


a lo largo del corredor sintiendo que la mano de Annie flaqueaba.
Es sólo que me siento nerviosa. No sé si podré fingir que todo está bien
entre Archie y yo – confesó.

No te preocupes, mi niña – dijo la Señorita Pony tratando de animar a la


joven – Todos te ayudaremos con tus planes. La Hermana María y yo
estamos muy orgullosas de tu valor.

Annie sintió, agradeciendo en silencio por el apoyo de la Señorita Pony.

Afuera, una pequeña multitud se había ya reunido en el patio. Los niños


mayores ayudaban a los más pequeños a trepar sobre la barda para que
pudieran ver mejor al lujoso auto que se acercaba a la casa. La Hermana
María observaba calladamente apretando su pañuelo con ambas manos
como si quisiese sacarle jugo. Annie y la Señorita Pony se unieron al grupo y
la anciana limpió sus anteojos con su delantal, intentando distinguir qué era
aquella manchita rosa, como una bandera ondeando al viento, que colgaba
de una de las ventanillas del automóvil.

Conforme el auto se acercaba, la Señorita Pony pudo percibir que aquel


pendón rosa era una lazo de chifón que adornaba un elegante sombrero
sobre una cabellera rubia, cuyos rizos también ondeaban al aire.

¡Es nuestra Candy, Hermana María! – chilló la Señorita Pony, su voz


desvaneciéndose entre los muchos gritos que saludaban a los recién
llegados. Una mujer envuelta en un fino atuendo rosa y gris salió del
vehículo, ayudada por un joven de cabellos castaños y porte distinguido.

Dos hombres rubios se apearon también del auto, pero aún cuando los niños
sonrieron saludándoles con afabilidad, era obvio que el centro de atención
en aquella mañana era la joven rubia con brillantes ojos verdes, quien besó
cada mejilla sonrosada que la recibió con inocente afecto. Algunos niños
nunca la habían visto antes porque se habían convertido en pensionados de
aquella casa durante el tiempo en que la joven había estado ausente, pero
habían escuchado las historias sobre la vivaz lidereza cuya memoria estaba
siempre en la boca de todos aquellos que habitaban el Hogar de Pony.

Cuando la joven hubo saludado a cada chiquillo, comenzó a caminar hacia


las figuras que la estaban esperando en la entrada. Las pupilas verdes
miraron las tres mujeres tan distintas cuyas oraciones le habían dado fuerza
durante los duros momentos que había vivido en Francia. Era casi un sueño
ver aquellos rostros sonrientes, aquellas miradas cariñosas que ella había
extrañado con todas sus fuerzas. Queridos e inolvidables rostros que ella
amaba desde su infancia y que estaban ahí, saludándola y diciéndole
calladamente “bienvenida a casa, Candice White”

¡Candy!- gritó la Señorita Pony con voz enronquecida, dando un paso al


frente. La joven corrió hacia la anciana con sus ojos de esmeralda llenos de
lágrimas.
¡Señorita Pony! ¡Señorita Pony! – gritó Candy al viento invernal - ¡Soy yo,
Señorita Pony! ¡Candy! ¡Estoy de regreso! – repetía la rubia entre sollozos al
tiempo que llegaba a los brazos de la mujer, sintiéndose de nuevo como una
niña pequeña que acaba de despertarse de una pesadilla encontrándose en
los brazos de su madre.

¡Mi niña! ¡Mi querida niña! – lloraba la Señorita Pony abrazando a Candy con
ternura.

¡Candy, mi pequeña granuja!- la llamó la Hermana María y Candy abrió los


brazos para incluir a la religiosa en el abrazo.

¡Hermana María! ¡Señorita Pony! ¡Mis madres! ¡Mis queridas madres! – fue
todo lo que Candy pudo decir sintiendo que el dolor existe en este mundo
solamente para enseñarnos a apreciar mejor los momentos felices que
compartimos con aquellos que amamos.

Las tres mujeres permanecieron abrazadas por un buen rato hasta que
aparentemente sus ojos acabaron por derramar todas las lágrimas que
habían reprimido por casi dos años. Luego, la anciana soltó a la muchacha
para observarla mejor. Se le veía más alta y espigada. Los días de trabajo
duro seguramente la habían debilitado un poco, haciendo que sus mejillas
luciesen un tanto más pálidas y acentuando su tez ya de por sí
increíblemente blanca. Sin embargo, ella aún conservaba ese aire brioso y
el natural rubor que coloreaba sus labios. Además, había un nuevo y
chispeante lustre en sus ojos verdes que las dos damas nunca habían visto
antes en Candy, el cual la hacía lucir aún más admirablemente hermosa.
Era un cierto tipo de aura refrescante que invadía la presencia de la joven y
contagiaba a todos a su alrededor con una inexplicable sensación de
jovialidad y contento.

¡Luces tan bella y distinguida, mi niña! – fue todo lo que la Señorita Pony
pudo decir antes de que la esbelta figura de la joven morena se acercara al
trío.

¡Annie! ¡Mi querida Annie! – dijo Candy adelantándose para abrazar a su


amiga de la infancia.

La joven morena abrazó a Candy casi con desesperación pensando que


aquel momento le concedía la excusa perfecta para dar rienda suelta a sus
tristezas en los brazos de su mejor amiga. Annie lloró abiertamente,
sintiendo que la fuente de fortaleza que había extrañado por tanto tiempo
había regresado a ella. No obstante, Annie no planeaba ventilar sus penas
sobre los hombros de Candy como en el pasado. Todo lo contrario, la
muchacha estaba resuelta a esconder sus problemas de la rubia y
enfrentarlos por sí sola. Aún así, solamente el sentir a Candy a su lado, le
daba a Annie renovados ánimos para continuar por el camino que ella había
escogido y llorar en los brazos de su amiga, aún si fuese solamente por un
corto instante, era una clase de liberación que Annie necesitaba
urgentemente.
¡Ay Candy! ¡Te extrañé tanto! ¡Todos estábamos preocupados por ti,
muchacha terca! – dijo Annie sollozando suavemente, aún aferrada al cuello
de Candy.

¡No me lo reproches ahora, Annie! No fue mi intención hacerles sufrir por mi


culpa. Es sólo que tenía que estar ahí. Yo no lo sabía cuando me fui, pero
tenía una cita con el destino a la que no podía faltar. Tú me comprendes
¿No es así? – preguntó Candy tratando de ver a Annie a los ojos.

Es verdad, Candy – admitió Annie con una tímida sonrisa iluminando su


rostro como el sol en un día lluvioso – ¡Estoy tan feliz de verte que no puedo
parar de llorar! - añadió entre sollozos

Vamos, no seas llorona y entremos a la casa. Traje regalos para todos – dijo
la rubia sonriendo y toda la multitud detrás la siguió al interior de los muros
del Hogar de Pony. La enorme perra que Candy había heredado de su
primer paciente, a pesar de su ya avanzada edad, saltaba entre las piernas
de todos mostrando su gran alegría por la llegada de la única persona que
reconocía como ama, después de tanto, tanto tiempo.

La Navidad en el Hogar de Pony no había sido nunca tan perfecta ante los
ojos de Candy desde los días en que Annie y Tom vivían con ella en la casa.
La Señorita Pony y la Hermana María se veían exactamente iguales como la
muchacha las recordaba antes de su partida a Francia, pero sus rostros
denotaban una alegría extraordinaria nacida del lujo inusual de tener juntos
a sus hijos más queridos. Albert estaba radiante, transpirando satisfacción y
alivio por cada uno de sus poros, lo cual hacía sentir a Candy
profundamente feliz. El Sr. Cartwright y Jimmy se unieron al grupo aquel
mismo día, y la joven rubia se sorprendió placenteramente al darse cuenta
de que el muchacho estaba creciendo tan rápido que ya casi parecía un
adulto. Annie y Archie estaban también a su lado y para mejorar las cosas
aún más, Patty, Tom y la abuela Martha O’Brien llegaron también durante la
mañana. Pero el broche de oro era seguramente el hecho de tener consigo
al hombre que amaba y que en su interior la joven comenzaba a sentir
cómo una nueva esperanza iniciaba su crecimiento. Era sólo un
presentimiento, pero apenas si podía contener su secreto gozo.

Era imposible presenciar la encantadora escena en el pequeño edificio y no


sentir aquella calidez y contento ante el bello cuadro doméstico. Todas las
damas participaron preparando la cena navideña. La Señorita Pony horneó
su famosa tarta de Navidad, la Hermana María hizo su relleno especial para
los pavos que Candy sacrificó con mano firme e impávida. Annie preparó la
ensalada, Patty un delicioso puré de papas y la abuela Martha se hizo cargo
del ponche con el peligroso resultado de que la pícara viejita le puso
demasiado brandy haciendo la bebida demasiado fuerte para las damas.

Durante la tarde las tres muchachas adornaron el árbol de Navidad que


Albert había traído de Lakewood. Candy trepó en una silla y luego a la
chimenea con natural soltura de movimientos para coronar la punta del
árbol con una estrella titilante, mientras sus dos amigas se divertían
mirándola. Más tarde, todo el grupo se reunió en la sala para escuchar a la
rubia narrar sus historias sobre una terca enfermera de ojos cafés que
habían encontrado su propio camino en Francia, un valiente doctor que
salvó la vida de una chica en una trinchera oscura o un camión que se
quedó atorado en la nieve.

Sentado junto a la joven, Terri escuchaba en silencio, mientras varios pares


de ojos juveniles le observaban con miradas recelosas. Los niños mayores
aún no habían digerido la idea de que Candy estaba casada, y todavía
estaban considerando si iban a aprobar y aceptar al nuevo miembro de la
familia de Pony, cuyos movimientos parecían impregnados de una
inconsciente elegancia, algo similar a la del Señor Cornwell, pero con un
distintivo aire de insolencia.

Sin embargo, los invisibles lazos que unían al hombre con la rubia eran tan
fuertes que los niños, siendo los seres sensibles que siempre son, poco a
poco percibieron que nadie que pudiese amar a Candy con tan evidente
intensidad, debería ser rechazado por ellos. El hielo terminó por romperse
cuando la joven le dijo a los niños que Terri había luchado en el frente,
noticia que fue recibida con los mas atónitos rostros, incluyendo el de
Jimmy, y seguida por un gran número de preguntas que el joven respondió
gustoso. Terri era un narrador natural y con mente rápida seleccionó
aquellos fragmentos de la realidad que podían ser interesantes y no
demasiado crudos para el joven auditorio. Pronto, toda la audiencia, tanto
niños como adultos, estaba totalmente fascinada en el relato, cautivada por
la experimentada voz del hombre, quien sabía cómo llegar a los corazones
de las personas y seducirlas con su rico repertorio de modulaciones.

Todos estaban tan ensimismados en las anécdotas de Candy y Terri que


solamente Annie notó cuando Archie dejó la habitación mientras una
sombra de tristeza le cruzaba el rostro. La joven morena suspiró
imperceptiblemente e hizo el esfuerzo de concentrarse de nuevo en la
conversación. A pesar de su corazón herido, había decidido que era mejor
dejar a Archie solo con sus demonios personales.

El joven caminó distraído a lo largo de estrecho pasillo de madera, con las


manos enterradas en los bolsillos. En su mente, recordó las múltiples
escenas que había presenciado durante esos días, en las cuales Candy
mostraba abiertamente su afecto hacia su esposo. Cariñosa y dulce como
siempre había sido, la joven no dejaba pasar oportunidad para mirar a
Terrence con ojos amorosos, regalarle una sonrisa especial, reírse con él
como si compartieran bromas secretas que solamente podían entender con
una mirada o, cuando ella pensaba que nadie la estaba mirando, mimarlo
con ternura y algunas veces con un dejo de pasión. El joven actor, por su
parte, no desperdiciaba la ocasión de tomar su mano o robarle un beso
rápido con el consecuente sonrojo de la muchacha.

Las entrañas de Archie hervían de celos y dolor con cada uno de esos
despliegue públicos de afecto, pero inconscientemente, con cada nueva
prueba del amor de Candy por Terri, el joven millonario comenzaba a sentir
que una enorme barrera crecía separándolo más y más de aquella mujer tan
locamente enamorada de otro hombre. Aún así, su pecho aún le dolía tanto
que era imposible mirar estoicamente.
¿Alguna vez aprenderé a olvidar este sentimiento, Candy? . . . Este amor
que la vida ha vuelto prohibido . . . Este amor no correspondido que nunca
me ha traído más que ansiedades y recuerdos agridulces, y ahora me paga
con indiferencia. – se dijo y suspirando profundamente para ganar fuerzas,
regresó a la sala.

Antes de la cena tres nuevos invitados llegaron inesperadamente. Eran


Marvin Steward y dos hombres mayores, uno era bajo con barba canosa y
expresión serena y el otro alto y con un poco de sobrepeso. Terrence y
Albert, quienes parecían ser las únicas dos personas en el grupo que no se
sorprendieron con las visitas, presentaron a los caballeros a la audiencia.

El señor Stewart era el abogado de mi padre y ahora administra mi pequeña


fortuna en Inglaterra, – explicó Terri con sencillez- Le pedí que viniera a
América con el propósito de reorganizar algunos de mis negocios, pero
también para ayudarme en cierto asunto que no tuve tiempo de arreglar
con anticipación. Pero por favor Candy, no me mires con esos ojos – el joven
dijo defendiéndose cuando se dio cuenta de la expresión de la mujer. – No
es exactamente de negocios de lo que quiero hablar en este día, sino de ti
y de mi. Albert pensó que sería una buena idea arreglar las cosas aquí
mismo en presencia de todos ustedes, queridos amigos.

Aún no comprendo, Terri – respondió la rubia con ojos confundidos.

Bien, como todos ustedes saben ,– Terri continuó tomando las manos de
Candy en las suyas, – esta joven dama a mi lado, me honró aceptando ser
mi esposa hace unos meses, pero nuestra boda en París fue solamente
religiosa. Aún cuando no me importan mucho los convencionalismos
sociales, pensé que sería propio y práctico que nos casáramos también
legalmente. Esa es la razón por la cual estos señores están aquí con
nosotros. Así que, Candy ¿Querrías casarte conmigo por las leyes
americanas y británicas?

Los ojos de Candy se suavizaron con las últimas palabras del joven, pero sin
saber como reaccionar a la inesperada proposición simplemente se quedó
muda.

¡Candy! ¡Se supone que debes decir que sí! – dijo la Hermana María, incapaz
de reprimir su usual tono admonitorio.

La joven reaccionó con el regaño del a religiosa, riéndose de sí misma y el


grupo se le unió divertido. Unos minutos más tarde se celebró la boda en la
misma sala. Los muchachos se reían al ver a las damas, quienes habían
reaccionado todas juntas con el mismo ánimo lloroso, lagrimeando en
silencio mientras el Juez de Paz recitaba las frases de costumbre. La
Señorita Pony y la Hermana María apenas podían creer lo que estaban
presenciando, y sus mentes volaron juntas a aquellos tiempos en que una
Candy de escasos cuatro años de edad irrumpía ruidosamente en la misma
sala donde ahora estaba a punto de firmar su acta de matrimonio.
Parece ayer cuando ella no era más que una cosita pequeñita ¿Lo recuerda,
Señorita Pony?- susurró la monja al oído de la anciana.

¡¡Y ahora!! ¡¡Es una mujer adulta!! – respondió la Señorita Pony entre
sollozos.

Mientras las damas continuaban su charla a susurros abundando en sus


recuerdos, el hombre barbado continuaba con su discurso. Sus ojos
pequeños se dirigieron a la joven enfrente de él y con el mismo tono
rutinario preguntó:

¿Señorita Candice White Andley, acepta usted al Señor Terrence Greum,


Conde de Grandchester, barón de Suffolk y Señor de Eastwood como su
legítimo esposo?

La joven frunció el ceño asombrada, al tiempo que le lanzaba al hombre a


su lado una mirada inquisitiva.

Olvidé decirte estos pequeños detalles acerca de mi. Te explico luego – Terri
le musitó al oído – pero ahora, por favor, solamente di que sí, – le rogó
poniendo una cara tan graciosa que ella no pudo contener la sonrisa.

Por supuesto que acepto, – dijo finalmente al hombre que estaba


empezando a sentirse extraño ante aquella pareja que se susurraba
secretos en medio de un momento tan formal.

Después del incidente la ceremonia continuó normalmente y ambos


certificados fueron firmados. Más tarde, los tres hombres fueron invitados a
unirse a la cena de aquella familia tan original y la invitación fue aceptada
con agrado. Ya era lo bastante duro estar trabajando durante las fiestas
para adicionalmente desperdiciar la oportunidad de una buena comida. El
señor Stewart, quien era un hombre de formalidades, aprovechó aquel
momento que siguió a la ceremonia para felicitar a los recién casados.

Mi Lord, mi Lady, debo expresarles mis más sinceras congratulaciones, –


dijo el hombre afectadamente con un asentimiento gentil.

Gracias, señor Stewart, pero por favor, llámeme Candy como lo hacen todos
mis amigos, – respondió la joven ofreciendo su mano al hombre con un
gesto amable.

¡Ay no, mi Lady! – replicó el hombre enfáticamente. – He servido a la Casa


de Grandchester desde mi juventud, y antes de mi, mi padre hizo lo mismo.
Jamás podría dirigirme a ninguno de sus miembros con tanta familiaridad.
Por favor, excúseme, pero ahora usted es la Condesa de Grandchester, y
siempre me dirigiré a usted con el debido respeto, mi Lady – concluyó el
hombre con una amable sonrisa, besando la mano de la joven.

Candy suspiró resignada pero internamente se aguantó las ganas de reír a


todo pulmón hasta que ella y Terri tuvieron la oportunidad de estar solos, ya
tarde aquella noche. Entonces, en la intimidad de la recámara, ambos
bromearon y se rieron del excesivo sentido de la formalidad que tenían el
pobre Stewart, hasta que se quedaron sin aliento y les comenzó a doler el
estómago.

¿Crees que la tía abuela me aceptará ahora que soy condesa? – preguntó
Candy entre risas.

Tal vez, si no le molesta que yo sea un actor “indecente”,- se carcajeó él


quitándose la chaqueta y la corbata.

¡Oh no, mi Lord! ¿Cómo podría usted ser indecente? – replicó la mujer
sarcásticamente mientras deshacía su rodete trenzado, dejando caer sus
rizos rubios en una cascada sobre la espalda.

Está usted en lo correcto, mi lady. El nombre de familia debía ser suficiente


para convertir a este par de bribones que somos en una pareja respetable, –
bromeó sosteniendo a la joven en sus brazos, tomándola por sorpresa.

Aunque, creo que mi Lord no tiene intenciones muy decentes ahora, – dijo
ella con una risita sintiendo que él deslizaba hacia abajo los tirantes de su
corpiño, acariciando sus hombros desnudos.

Mis intenciones contigo siempre han sido legítimas, – afirmó él en su


defensa al tiempo que sus ojos se deleitaban en la generosa vista que le
concedía el escote de la joven.

Tus manos y tus ojos traicionan a tus palabras, – contestó ella sintiendo los
dedos de Terri en su espalda

¿Acaso la condesa le permitiría a su esposo amarla esta noche? – le


preguntó sonriendo en tanto que la apretaba aún más en el abrazo y su
aliento bañaba las mejillas de ella.

¡Hay niños en el cuarto de al lado! – objetó ella riéndose, casi


desvaneciéndose bajo las caricias de él.

Entonces, nos esforzaremos por amar en silencio, – sugirió él llevando sus


labios a unirse con los de ella. La muda respuesta de la joven a aquel beso
le hizo comprender que no iba a rechazar su oferta.

Él terminó desabrochando los botones del corpiño y una mano femenina se


encargó de apagar la única luz que iluminaba el cuarto. El resto fue
discretamente cubierto por las sombras de la noche.
La tímida luz apenas si irrumpía en la penumbra de la modesta alcoba,
entrando de puntillas a través de la vidriera de la ventana. El silencio era
solamente interrumpido por una suave y rítmica respiración y el ocasional
ruido del cuerpo de la mujer moviéndose inconscientemente bajo las
sábanas. Él estaba sentado en la cama con aire relajado mientras vigilaba
el sueño de su esposa.

El cabello caprichosamente rizado de Candy cubría la almohada y su


espalda desnuda en un delicioso desorden que él no podía dejar de admirar.
El dulce calor de su reciente intercambio amoroso aún perduraba sobre su
piel y al interior de su alma. Era una sensación tan placentera que, por
extraño que pareciera, él no podía conciliar el sueño. Sus ojos acariciaban a
la mujer dormida a su lado tratando de imaginar los sueños que estaba
teniendo. Entonces, se rió de si mismo y su posesividad al darse cuenta de
que estaba deseando ser incluido en las imágenes subconscientes que ella
estaba teniendo en su sueño.

El joven pensó que nunca había disfrutado de una Navidad como la que
acaba de experimentar en aquel pequeño lugar entre las montañas. No
tenía muchas memorias felices de su infancia y las pocas que podía
recordar se veían siempre nubladas e imprecisas. No obstante, de repente
ya no importaba más porque la vida parecía estarle recompensando por lo
que le debía. Estaba decidido a crear nuevas memorias con aquellos que él
amaba, recuerdos que serían dulces, claros e inolvidables.

Sonrió ante sus propósitos y repentinamente sintió una ligera incomodidad


que le hizo darse cuenta de que estaba sediento. Miró a su alrededor pero
como no encontró agua por ningún lado de la habitación resolvió
conseguirla por sí mismo. Así pues se vistió y salió de la recámara haciendo
su mejor esfuerzo por no interrumpir el sueño de la joven. Esperaba que su
sentido común le ayudaría a encontrar lo que necesitaba en la cocina de
aquella casa que aún no conocía muy bien.

Terri agradeció al sentido del orden de la Señorita Pony cuando llegó a la


pequeña pero bien organizada cocina y encontró fácilmente una gran jarra
con agua para beber. Se sirvió un vaso y estaba a punto de regresar a la
recámara cuando escuchó un ruido viniendo de otra habitación que llamó
su atención. El joven caminó hacia la sala y se sorprendió al encontrar una
silueta parada cerca de la ventana. El fuego estaba encendido en la
chimenea y sus llamas crujientes hicieron comprender a Terri que lo que
había escuchado era el ruido de los leños que crepitaban al arder.

¿Estás insomne esta noche, Archie? – preguntó al hombre que aún no había
notado su presencia.

El otro joven se volvió par mirar a quien lo había llamado y cuando


descubrió la presencia de Terri no pudo controlar su franco disgusto.
No es de tu incumbencia ,– respondió con aspereza el hombre rubio. El
hecho de que estaban solos en el cuarto y que había sido interrumpido en
medio de sus reflexiones había provocado que Archie descuidara sus
modales.

Terri se sorprendió ante la reacción grosera de su antiguo condiscípulo y de


repente, una serie aislada de miradas, palabras y la pelea abortada que
habían tenido unos días antes, encajaron unas con otras haciéndole
comprender que ciertas cosas no habían cambiado con el tiempo.

Lamento haberte molestado, entonces,- dijo simplemente y estaba a punto


de dejar el lugar cuando la respuesta de Archie le detuvo.

¿Molestarme? No, no es solamente eso lo que has hecho desde que llegaste
a mi vida. - repuso el joven.

Terri, que nunca había sido un santo, se dio la vuelta y miró a Archie directo
a sus ojos color ámbar, descubriendo el franco resentimiento que el joven
guardaba contra él.

Bien, Archie – comenzó desafiante, – ya que estás tan de humor como para
una conversación, me gustaría saber si ha sido sólo mi imaginación esta
cierta . . . hostilidad hacia mi persona que he sentido en ti últimamente.

¡Tu percepción me asombra! – replicó Archie despectivamente mientras


caminaba hacia el hombre para encararlo. – Vamos Terri, no es un secreto
que yo nunca he sido miembro de tu club de admiradores. Discúlpame por
no ser tan fácilmente seducido por tus encantos, como todos parecen
hacerlo.

Pensé que nuestras diferencias se habían quedado en el pasado, pero ya


veo que estaba equivocado, - respondió Terri sorbiendo el agua de su vaso
despreocupadamente mientras se recargaba displicente sobre el muro.

Nuestras diferencias, como tú las llamas, estuvieron siempre basadas en


una sola fuente y tú sabes bien a lo que me refiero, – fue la cínica respuesta
de Archie.

Déjame pensarlo un momento . . . – Terri dijo, fingiendo estar buscando una


razón que no podía recordar claramente. – Todo comenzó porque tú
entraste a mi cuarto sin permiso y eso no me agradó, hasta donde yo tengo
memoria . . . pero esas eran tonterías de chiquillos. No creo que eso sea lo
que te está molestando ahora, Archie. De hecho, aún me pregunto cuál fue
el verdadero motivo de nuestra mutua antipatía en la época del colegio.

Es muy simple ¡Tú no la mereces! – el rubio replicó atrevidamente, mientras


sus ojos centelleaban con desprecio hacia Terri.
Muy bien . . .- exclamó el aristócrata irónicamente – Así que . . . después de
todo este tiempo, el asunto aún se reduce a Candy ¿No es así? Siempre fue
ella, desde el principio, pero nunca tuvimos el valor de admitirlo entonces.
Al menos hemos madurado lo suficiente para enfrentar esta verdad ¡Es un
gran avance!

¡Muy chistoso! – respondió el millonario con desdeño – Todo es una broma


para ti ¿No es así? Nunca vamos a llegar a ningún tipo de entendimiento.

¡Espera! Estás equivocado. Al menos hay algo en que ambos coincidimos –


arguyó Terri dejando la pared y aproximándose al rubio.

¿De verdad? ¿Qué?

Dices que no la merezco . . . y estoy de acuerdo en eso ¿Cómo podría yo


merecerla? – admitió el joven actor, con honestidad reflejada en la voz por
la primera vez en la conversación. – Pero sucede que ella hizo su elección –
añadió finalmente.

¡La cual nunca entenderé! - repuso Archie. – No aceptaré que la misma


persona que la hizo sufrir tanto esté ahora recibiendo su afecto más
ferviente ¡Tú lastimaste y humillaste a Candy cuando rompiste con ella por
causa de otra mujer! – el joven le reprochó con vehemencia. – Yo lo vi con
mis propios ojos, y ahora . . ¡aquí estás, como si no hubiese pasado nada!

¿Y tú crees que estuve en un lecho de rosas todo este tiempo? – Terri


preguntó defensivo. – Admito que cometí muchos errores en el pasado, pero
nunca quise lastimarla . . . De todas formas, a la postre, ya no cuenta lo que
hice o dejé de hacer, sino que ella me ha perdonado porque me ama, y eso
es lo que tú no puedes perdonarme ¿No es así? – preguntó el joven
desafiante.

Yo jamás la habría lastimado así, porque la amo más que a mi propia vida, –
replicó Archie con arrogancia.

¿Y si la amabas tanto, entonces por qué no luchaste por su amor en el


pasado?- el hombre inquirió desafiante.

Ese es mi problema. – Archie replicó desviando la intencionada mirada de


Terri.

No, Archie, no te mientas a ti mismo. Al menos sé franco por esta vez y


enfrenta las razones que tuviste para involucrarte con Annie en lugar de
luchar por el amor de Candy. – dijo Terri sorprendiendo al joven magnate
con su argumento.

¡Lo hice porque Candy me lo pidió! – fue todo lo que Archie pudo decir en su
defensa.

¡Muy bien! ¡Y yo rompí con Candy porque ella me pidió que cuidase de
Susana! – Terri continuó. – Entonces, tú y yo no somos tan diferentes y no
se me puede culpar a mi más que a ti, amigo.
Archie trató de defenderse de aquella nueva acusación, pero en el fondo
comprendió que Terri tenía razón, así que se quedó callado.

No me respondes ¿Verdad, Archie? – continuó el actor, suavizando el tono


ligeramente. - Siento muchísimo darme cuenta de la penosa situación en la
que te encuentras, pero si quieres endilgarme sentimientos de culpa que no
me corresponden no lo voy a permitir. Ambos nos enamoramos de ella,
tuvimos nuestras oportunidades y cometimos nuestros errores, el mundo
giró y en sus movimientos el destino me favoreció. He aprendido que el
amor no es cuestión de méritos sino de dar y recibir. – dijo Terri con firmeza.

Esa filosofía suena muy conveniente para ti, – Archie miró de nuevo a Terri
con amargura.

¡Sí, las cosas resultaron convenientes, pero no es mi culpa! Entiende que


las circunstancias simplemente se dieron. Nunca planeé lastimarte con mi
felicidad, pero la vida a veces nos lleva a ese tipo de resultados, Archie.

Aún así, no me pidas que sea tu amigo cuando ya sabes mis sentimientos, –
insistió Archie menos agresivamente.

Terri guardó silencio por un momento. Las últimas palabras de Archie le


hicieron lamentar su dura reacción hacia Archie. Después de todo, una parte
de él simpatizaba con el dolor del joven magnate, y haciendo una pausa
intentó buscar las palabras correctas que decir.

Desearía que las cosas hubiesen sido diferentes entre los dos – dijo
finalmente, – Aún más, todavía espero que algún día la situación cambie
para ambos.

No podría prometerte nada ahora – replicó Archie con voz enronquecida –


pero tú . . . sólo asegúrate de hacerla feliz, si no quieres tener un enemigo
declarado en mí – concluyó volviendo el rostro.

Ni siquiera tienes que decirlo. Yo me haré cargo de eso. Buenas noches,


Archie, – Terri le dijo al joven y sintiendo que la desagradable conversación
había llegado a su fin, se volvió para dejar la habitación.

Terrence – le llamó Archie con los ojos perdidos en las llamas de la


chimenea.

¿Si?

Por favor, nunca dejes que ella se entere de mis sentimientos, – suplicó
Archie tragándose su orgullo.

No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo, hasta donde me


concierne. Tienes mi palabra, – respondió el joven actor amablemente
sabiendo que había sido muy difícil para Archie hacer esa petición.
Gracias – dijo el joven sinceramente.

Terri asintió pero antes de dar la espalda para salir del cuarto decidió que
todavía tenía algo que decir.

Archie . . . supera esto . . . Sé que suena ridículo viniendo de mi y tal vez,


yo sea la última persona sobre la Tierra de quien tomarías un consejo, pero
depende de ti si quieres pasar el resto de tu vida con esa amargura por
dentro – y diciendo estas últimas palabras, el joven moreno salió del salón
dejando a Archie solo con el estruendo de sus luchas interiores.

Charles Ellis sorbió una vez más el café y encontró que ya estaba frío, así
que dejó de lado la taza con fastidio. Dobló su cuerpo para leer otra vez la
última línea que había escrito en la máquina de escribir y por la centésima
vez se preguntó si pasaría toda su vida haciendo la misma frívola labor.
Trabajaba para el New York Times, eso era algo de lo que estaba orgulloso,
pero ser reportero de la sección de espectáculos no era su idea de una
carrera interesante. Tenía treinta años y era demasiado ambicioso para
pasar su tiempo persiguiendo a prima donas arrogantes. volubles estrellas,
o todo clase de evasivas celebridades. Amaba el arte pero soñaba con la
acción de la sección de política.

Charles gruñó una maldición y continuó mecanografiando con dedos hábiles


mientras ojeaba sus notas de tiempo en tiempo. Otro hombre joven caminó
hacia su escritorio y dándose cuenta de que Ellis estaba demasiado
concentrado en su trabajo, golpeteó sobre la superficie de madera con un
lápiz, con el fin de captar la atención de Charles.

¿Qué pasa Ruddy? – preguntó Ellis sin despegar los ojos de las páginas que
estaba mecanografiando.

Tengo la información que necesitamos – Ruddy dijo orgullosamente con sus


brillantes ojos verdes.

¡Ay no! ¡Ese mocoso presuntuoso de nuevo! ¿De verdad tenemos que
cubrir esa nota?- preguntó Ellis molesto.

Tú sabes bien que si – el pelirrojo Ruddy sentenció encogiendo los hombros.

¿Pero cómo sabes que estará aquí mañana? – preguntó Charles borrando un
error en su reportaje.

Uno de mis amigos en Chicago acaba de telefonearme. El mocoso


presuntuoso, como lo llamas, estará aquí a las diez de la mañana, más o
menos.

¿Cuándo nos libraremos de él? – se quejó Charles mientras se estiraba -


¡Esta pesadilla ya ha durado por años!
No deberías quejarte, Charlie – objetó el fotógrafo – Tienes este trabajo
gracias a la primera entrevista que él te dio.

Lo sé . . . pero recuerda que eso de entrevistar a un arrogante témpano de


hielo no es un trabajo muy placentero, – objetó Ellis limpiando sus anteojos
con un pañuelo.

Pero tú debes caerle bien de algún modo, porque no da entrevistas a nadie


más. – respondió Ruddy.

Bueno, la primera ocasión fue cuestión de suerte. Yo estaba en el lugar


preciso y el tipo estaba algo bebido. Aunque de todas formas no dijo mucho,
– explicó Ellis, – más tarde se hizo como un hábito. Él se acordó de mi de
aquella primera vez y simplemente me escogió entre los demás reporteros.

Pero mañana habrá muchos de nosotros en la estación. Él no ha dicho una


sola palabra a la prensa desde que regresó de Francia . . . y está además
esa dama que lo acompaña. Todos quieren saber quién es ella.

Como si me importaran los romances del muchachito ese, cuando hay otras
muchas noticias interesantes que podría estar cubriendo, – respondió Ellis
con desdén.

Pero tu dices que te gusta su trabajo ¿O me equivoco? - preguntó Ruddy


curioso.

Bueno, eso es diferente. Es un actor talentoso, eso no se puede negar ¡Pero


es TAN DIFÍCIL tratar con él! – gruñó Ellis con exasperación.

Vamos, Charlie, anímate. Y vete a la cama temprano, tendremos que estar


ahí antes de que llegue el tren.

Está bien, estaré ahí, - masculló Ellis mientras continuaba escribiendo al


tiempo que Ruddy dejaba la oficina.

A la mañana siguiente Charles Ellis y Rudolph O’Neal estaban esperando en


la estación del tren, pero así como el último de ellos había dicho, no eran los
únicos reporteros presentes. De hecho, el andén estaba lleno de gente de
prensa, todos ellos listos con sus cámaras, luces y libretas de apuntes. El
tren estaba retrasado y por lo tanto el grupo se puso nervioso y algo
aburrido, aunque eso era parte de su cansado oficio y todos tenían que
aceptarlo.

A las diez treinta y cinco el tren llegó finalmente y los pasajeros empezaron
a descender con lentitud. Los reporteros esperaron calmadamente hasta
que el hombre que buscaban apareció en escena, usando un sobretodo
negro, traje oscuro y su usual aire de arrogancia. Con un par de fríos ojos
azules, el hombre miró a la multitud que estaba obviamente esperándolo, y
ladeando un poco la cabeza murmuró unas cuantas palabras a la joven que
se sostenía de su brazo. La dama, vestida en un abrigo verde oscuro con
una falda del mismo color, ocultaba su rostro detrás de un velo de tul que
ornamentaba su sombrero.
La pareja comenzó a caminar a lo largo de la plataforma seguida de dos
hombres que llevaban el equipaje y la multitud de reporteros que hacían
llover preguntas a cada paso. El joven avanzó naturalmente sin responder a
las cuestiones de la prensa mientras las cámaras continuaban haciendo
estallar sus luces sobre él y su acompañante. Ellis, como el resto de sus
colegas, empujaba a los que estaban en frente de él y cada vez que le era
posible, lanzaba al aire una pregunta al tiempo que Ruddy se esforzaba por
tomar una buena foto de la pareja.

El grupo llegó a la calle donde aguardaba un auto. El chofer abrió la puerta


pero antes de que la dama se subiera al vehículo, el joven se detuvo para
volverse a ver a los reporteros detrás suyo.

¿Cuál era la pregunta, caballeros? – preguntó casualmente como si no


hubiese escuchado muy bien.

¿Cuándo lo veremos de nuevo en escena, Sr. Grandchester? – preguntó una


voz.

¿Por qué fue usted a Illinois? – fue la segunda pregunta.

¿Quién es la dama que lo acompaña, señor? – fue inevitable que alguien


más preguntara.

El joven sonrió ligeramente para el gran desconcierto de los reporteros,


quienes estaban acostumbrados a la grosera insolencia del actor pero no a
sus sonrisas.

Está bien, tres respuestas solamente, – replicó y el grupo guardó silencio –


Primero, estaré en una nueva obra para el próximo febrero, pero deben
preguntarle a Robert Hathaway al respecto. En segundo lugar, fui a Illinois a
hacer algo muy común, pasar las fiestas con algunos de mis amigos, y
tercero, la dama que me acompaña – se detuvo mirando a la joven cuya
mano aún reposaba en su brazo, – me honra con ser mi esposa. Eso es todo
caballeros, – e inmediatamente después, el hombre ayudó a la mujer a
subirse al auto y él mismo hizo lo propio, ignorando la avalancha de
preguntas que siguieron.

El auto comenzó a moverse lentamente entre el gentío. Los hombres de


prensa aún insistían caminando cerca del auto, siguiendo su usual táctica,
aún cuando sabían que no había muchas posibilidades de conseguir más
información en ese momento. Sorpendentemente, la ventanilla del auto
bajó de repente y Ellis, que estaba justo enfrente, logró hacer otra pregunta
a la joven que estaba al interior del vehículo.

Su nombre, señora, por favor – rogó.


La joven levantó el velo de su sombrero graciosamente, permitiendo que el
reportero viera la luz de sus ojos verdes y su amable sonrisa.

Candy, – dijo ella con sencillez y el auto aceleró dejando atrás al grupo.

Ellis y O’Neil detuvieron su carrera por un segundo tratando de recuperarse


del esfuerzo empleado en empujar, correr y gritar, todo al mismo tiempo.

¿La tomaste, Ruddy? – preguntó Ellis a su compañero, aún sin aliento.

¡Por supuesto! Justo a tiempo, cuando ella descubrió su cara, una cara
bonita, por cierto. El mocoso presuntuoso no tiene mal gusto, – sugirió el
pelirrojo con una sonrisa.

¡Perfecto! Vayamos ahora a la oficina –dijo el reportero ignorando el último


comentario de Ruddy .

Sabes, Charlie – comentó Ruddy mientras caminaban hacia el lugar en


donde Charles había dejado su viejo modelo T, - no me vas a creer esto,
pero me parece que he visto a esta joven antes.

¿De verdad? ¿Dónde? Haríamos una nota increíble si pudiéramos incluir los
detalles de su origen.

Creo que es miembro de una importante familia de Chicago, – dijo Ruddy


rascándose la nuca, intentando recordar la época en que había estado
trabajando en aquella ciudad.

¿Estás seguro? – preguntó Ellis intrigado al tiempo que encendía el motor.

Solamente déjame cotejar mi portafolio. Debo tener alguna foto de esa


chica que te mencioné. Podemos comparar.

Muy bien. Entonces vamos a tu apartamento a conseguir el portafolio.

¡Oye! Primero quiero comer algo. No tuve tiempo de desayunar, –refunfuñó


Ruddy.

¡Olvídalo! Tenemos que dejar lista la nota para el suplemento – dijo Charles
con decisión.

¡CARAY! ¡Qué oficio este de reportero!

Había sido una celebración de Año Nuevo más en la mansión de los Leagan.
El salón de recepciones de la casa y el jardín estaban en completo
desorden, todos cubiertos de serpentinas y confeti. La champaña había
corrido libremente en todos los vasos con la lógica consecuencia de varias
toneladas de basura y uno que otro cuerpo inconsciente de algún invitado
que aún yacía en el suelo.

Eliza se despertó muy tarde, después del medio día, con un terrible dolor de
cabeza taladrándole las sienes. Se sentó sobre la cama y con una mano hizo
sonar la campanilla para llamar a la mucama, que inmediatamente apareció
en la alcoba con la usual poción que le daba a su patrona cada vez que ésta
sufría una resaca. Eliza miró a su reflejo en el gran espejo de su recámara y
recordó que había estado esperando a Archie en vano. El joven nunca había
llegado a la fiesta poniéndola del peor humor posible con ese desaire y
arruinándole la noche. Después de todo, la joven había pasado horas
acicalándose para lucir lo más seductora posible, sólo para probar suerte
con su primo, quien se había convertido en su nuevo blanco, especialmente
cuando estaba libre y había sido nombrado jefe de la familia recientemente.

Ay, querido Archie, ahora eres lo que yo llamo un buen partido. No me voy a
dar por vencida tan fácilmente. Este fue solamente mi primer intento –
pensó y se levantó de la cama para ponerse su bata de seda. Luego,
tomando una copia del New York Times en una mano y un vaso con su
poción en la otra, dejó la habitación. – Feliz Año Nuevo, hermano – la joven
dijo alegremente al irrumpir en la alcoba de Neil que aún se encontraba en
tinieblas.

¿Podrías hablar quedo? – respondió una voz masculina algo enronquecida,


desde la cama.

Vamos, Neil, anímate y toma algo de esto, – replicó ella sentándose en la


cama, convidando a su hermano de su mismo brebaje, el cuál él aceptó de
buen grado – Henos aquí, en 1919. Este será mi año de suerte, vas a ver.
Me voy a casar muy pronto.

Eso dijiste el año pasado -Neil repuso burlonamente.

¡Bobo! – Eliza gimoteó, – tú mismo deberías empezar a preocuparte por


encontrar esposa.

El joven le dio a su hermana el vaso vacío y sin responder al comentario de


Eliza, se levantó y caminó hacia el baño. Neil miró su reflejo mientras se
lavaba la cara y una vez más el mismo pensamiento vino a su mente. La
guerra había terminado hacía casi dos meses pero no había escuchado nada
acerca de Candy. Sin miramientos le había preguntado a Albert acerca de
ella, pero el hombre había contestado con evasivas. “¿Dónde está ella?”
continuaba Neil preguntándose y la incertidumbre lo estaba matando.

Neil intentó recordar los ojos de la joven pero aún esa imagen comenzaba a
borrarse en su memoria. Tres meses más y serían ya dos años desde la
última vez que la había visto. Tal vez el recuerdo de las hermosas pupilas de
la muchacha comenzaba a desvanecerse en su cabeza, pero para su
desgracia, los sentimientos encontrados que ella le inspiraba estaban aún
frescos. El joven secó sus cabellos color marrón con movimientos enérgicos
de la toalla mientras se preguntaba, una vez más en un millón de veces,
cómo podía odiar y desear a la misma mujer con tanta intensidad.

¡Eres un idiota enfermizo y obsesivo! – se dijo a sí mismo mirándose al


espejo. - Puede ser, - se respondió en un diálogo interno en tanto que su
hermana continuaba parloteando en la recámara, – pero es la culpa de esa
mujer terca por ser tan evasiva. Eso sólo ha incrementado mi
encaprichamiento con ella. Cuando regreses, Candice, te voy a perseguir
hasta caerme muerto. Con Albert lejos, será mucho más fácil.

Ajena a los pensamientos de su hermano, Eliza leía el periódico


tranquilamente, saltando de sección en sección sin gran concentración. Fue
entonces que un par de fotos en el suplemento llamaron su atención,
haciendo palidecer a la joven cuando reconoció los rostros en las
fotografías.

¡ Maldita perra! – gritó la joven acremente – ¡Al fin se salió con la suya, esa
huérfana muerta de hambre!

¡Oye! ¿Cuál es tu problema, Eliza? – preguntó Neil irritado por los alaridos
de su hermana – te dije que no subieras la voz. ¡Tengo un horrenda jaqueca!
– se quejó el hombre saliendo del baño.

¿Quieres saber cuál es mi problema? – continuó Eliza con el mismo tono. –


Toma esto y date cuenta de lo que tu querida bastarda ha hecho. Ha estado
muy ocupada, eso está muy claro, – dijo la mujer dándole el periódico a su
hermano.

Neil tomó el diario con manos vacilantes y vio la foto que mostraba a Candy
elegantemente vestida y caminando del brazo de Terri. Su rostro estaba
cubierto por el velo de un sombrero pero sólo en caso de que hubiese
alguna duda sobre la identidad de la joven, ella volvía a aparecer sonriente
y en un acercamiento, en una segunda foto.

“ Dos enfant terribles unidos por el destino. Sorprendiendo a todas sus


admiradoras Terrence Grandchester contrae matrimonio secretamente con
una excéntrica heredera de Chicago.” Era la nota en el encabezado.
¡ Esto no puede ser verdad! – gritó Neil arrojando el periódico al piso con
gran ira - ¿Cómo lo logró? ¡Infeliz! – preguntó a su hermana que caminaba
nerviosamente de un lado al otro de la recámara.

No te asombres, hermano ¡Ella siempre ha sido una verdadera bruja! –


replicó Eliza – Se debió haber encontrado con Terri, él estaba solo,
vulnerable . . .

Cuando dije infeliz me refería a ese bastardo de Terrence, – gruñó Neil.

No hay diferencia ¡Los dos son unos infelices y unos bastardos! – concluyó
la mujer desplomándose sobre un sofá - ¡Yo debería haber estado en su
lugar! – masculló amargamente - ¿Te das cuenta de lo que esto significa?

¡Por supuesto! ¡ Que el idiota inglés esta acostándose con la mujer que yo
quería para mi! – barbotó Neil iracundo.

¡Eso me importa un bledo! – gritó Eliza desesperándose ante la incapacidad


de su hermano de comprenderla. – Hace un par de años el padre de Terri
murió y no solamente le heredó parte de su fortuna, sino también un título
¡Ahora la huérfana de Pony es una “lady”! ¡Esa debía haber sido yo! . . . .
¿Qué estás haciendo Neil? – preguntó Eliza al ver que su hermano estaba
marcando un número con dedos temblorosos.

Llamo a Buzzy para conseguir una nueva dosis. Creo que la necesito –
explicó.

Entonces dile que estoy disponible esta noche. Necesito hacer algo para
olvidarme de esto.

Tómate un whisky, hermana. Te ayudará por un rato, – ofreció el joven


sirviendo una copa para cada uno. En el fondo, Neil sabía bien que esa
solución era sólo temporal.

Dos enfant terribles unen sus destinos – Terri se carcajeó leyendo en voz
alta mientras bebía algo de té – ¡Este Ellis es muy gracioso! Le encantan los
títulos grandilocuentes.
¿Conoces al periodista que escribió la nota? – preguntó Candy tratando de
acomodar sus indomables rizos. Estaba sentada sobre la cama, junto a
Terri, después de que ambos habían acabado de desayunar.

Sí, lo he conocido por un buen tiempo. Es un buen hombre, aunque me


temo que le hecho la vida imposible cada vez que me ha entrevistado. Pero
es el único reportero en quien confío, – replicó mirando a la joven a su lado
y pensando que se veía encantadora en aquél negligé azul violáceo que
llevaba puesto.

¿Por qué? Si se puede saber, – inquirió ella curiosa reposando su mentón en


el hombro de él.

Bueno, una vez me probó que era lo suficientemente honesto como para no
publicar algo que yo le había dicho cuando estaba demasiado borracho
como para mantener la boca cerrada, – dijo el joven al tiempo que
disfrutaba las caricias de la muchacha en su cuello.

¡Eso fue muy lindo de su parte!

Pero yo estoy mirando algo mucho más lindo que eso, – repuso él dejando la
taza vacía y el diario sobre la mesa de noche - ¡Ven acá! – le ordenó
dulcemente abriendo los brazos. La mujer no le hizo esperar.

Feliz Año Nuevo – le dijo ella rodando con él bajo las sábanas.

Y feliz aniversario también, – le contestó él entre besos.

Hacia fines de febrero, Terrence se tornó un tanto nervioso e irritable. Su


reaparición en el escenario estaba a punto de darse y el joven no podía
evitar su intranquilidad. Además, iba a actuar en una comedia, género en el
cual no había incursionado tanto como en la tragedia, y un ligero
sentimiento de inseguridad lo molestaba a ratos. No obstante, Robert
Hathaway y sus colegas estaban más que felices con Terri. Benjamín
Maddox, un nuevo tramoyista, aún impresionado por los súbitos arrebatos
del joven actor, preguntó en una ocasión cómo es que los demás podían
aguantar el temperamento del artista.

¡Ay no! ¡Esto no es nada!- replicó Joseph, uno de sus colegas - ¡Lo deberías
de haber visto antes! ¡Eso sí que era un infierno! ¡Nada parecía
complacerle! ¡Ahora se ha amansado mucho! Está algo nervioso por causa
de la premier, pero ya se le pasará.

Entonces me alegro de no haberlo conocido antes, – concluyó Benjamín


riéndose.

Pero los miembros de la compañía Stratford no eran los únicos en agradecer


los ligeros pero positivos cambios en el temperamento del joven. Aquellos
que apreciaban más esas mejoras eran los sirvientes que trabajaban en la
casa del actor. No sólo estaba él más amable, sino que aún en sus peores
momentos los sirvientes ya no tenían que temer el enfrentarlo directamente
como en el pasado.

Era interesante ver como una mujercita, como la joven señora


Grandchester, podía controlar la situación con mano suave. A pesar de su
falta de experiencia como ama de casa, Candy se había adaptado pronto a
su nueva vida. Había tomado una actitud abierta, demostrando que estaba
dispuesta a aprender de los empleados que trabajaban a su servicio,
considerándolos como sus iguales y compañeros de trabajo. Los sirvientes
sintieron inmediatamente el cambio y, como la mayoría de las personas,
simplemente se rindieron al carisma de Candy. Los cinco miembros del
servicio se pusieron más que contentos cuando se dieron cuenta de que de
ahí en adelante tendrían que tratar con aquella simpática joven dama, en
lugar de su irritable marido.

Bess y Lorie, cocinera y mucama respectivamente, ya conocían la curiosa


rutina. El joven señor Grandchester llegaba echando chispas porque algo no
había salido bien en el trabajo. Luego, su esposa lo saludaba con una
sonrisa, ignorando el enojo en el rostro de su marido, y el fuego empezaba a
apagarse lentamente. El hombre subía en silencio hasta su estudio y se
quedaba ahí por un rato hasta que la mujer le llevaba el té ella misma –
excusando a la sirvienta de tan temida tarea. – Lo que sea que ocurría
dentro de aquel cuarto no era de la incumbencia de los sirvientes. Aquello
que realmente les importaba era el efecto y cómo al final del misterioso
proceso, el joven reaparecía en el comedor domado y hasta amable.

Por otra parte, durante los días en que él estaba de mejor humor, lo cual
sucedía más y más a menudo, los sirvientes pudieron descubrir que el joven
podía ser una persona encantadora. Era claro que la señora Grandchester
sabía cómo manejar los hilos secretos en el corazón del joven.

¡Es conmovedor ver cómo la ama! – comentó Bess con Lorie una vez que
hablaban solas en la cocina.

Es cierto – sonrió la sirvienta – Creo que nunca lo vimos verdaderamente


enamorado hasta ahora.

Y así pasaban los días en el número 25 de Columbus Drive.

Durante esas fechas, Annie visitó a Candy para contarle las noticias de su
rompimiento con Archibald. Cuando la rubia se enteró de lo ocurrido a
penas pudo creer en las reacciones de su vieja amiga. Al principio se
preocupó mucho por Annie, pero la morena lucía tan sorprendentemente
segura y entusiasmada con sus planes que Candy terminó por comprender
que su amiga de la infancia estaba madurando evidentemente y haciéndose
cargo de la dirección que su vida tomaba.

Annie solamente se quedó en Nueva York por una semana. Pronto, la joven
tomó sus maletas y después de despedirse de los Grandchester y de su
padre – quien había viajado con ella desde Chicago – abordó un barco para
comenzar su largo viaje hasta Italia. Una semana más tarde Albert hizo lo
propio, emprendiendo una nueva aventura que cambiaría su vida.

Con dos de las personas más importantes en su vida partiendo para tierras
lejanas por tiempo indefinido, se hubiese creído que la felicidad de Candy se
vería eclipsada. Sin embargo, ella tenía una nueva razón para sentirse
fuerte y contenta. Solamente estaba esperando por el momento adecuado
para compartir sus buenas noticias y la ocasión se presentó cierta noche
después de la cena.

¿Qué es esto? – preguntó la joven a su esposo cuando estaba revisando los


bolsillos de su chaqueta para enviarla a la lavandería. El joven miró el sobre
que Candy tenía en las manos y su rostro denotó fastidio.

Eso es algo que me gustaría ignorar, – replicó con indiferencia saliendo de la


regadera. – Es una invitación para una de las aburridas recepciones que
ofrece el señor Walter Hirschmann, un viejo crítico aún más aburrido que
sus propias fiestas – añadió Terri burlonamente.

Ya veo ¿La tiro entonces? – preguntó ella naturalmente y viendo que él


dudaba, comprendió que a pesar de su renuencia, la fiesta era algo
importante - ¿O . . . hay algo más que no me hayas dicho?

Bueno, sí, – respondió él desplomándose sobre la cama – Este hombre es un


crítico cuyas invitaciones he . . . digamos . . . declinado en el pasado

Quieres decir que lo has desairado varias veces, – dijo ella abiertamente con
una mirada intencionada.

Está bien, lo he despreciado, si quieres ponerlo en esos términos, – aceptó


él alzando los ojos.

¿No es peligroso para tu carrera tratar así a un crítico? – preguntó ella


intrigada.

Ahora hablas como Robert y mi madre ¡No sé ni para qué te dije esto! – se
lamentó el joven.

Candy percibió el conflicto interno de Terri y tratando de suavizar la


situación se sentó junto a él despejándole la frente del cabello que le caía
sobre los ojos, intentando calmarlo.

¿De verdad este señor Hirschmann es tan fastidioso? – musitó ella


dulcemente – Tal vez deberías darle una oportunidad y evitar más
problemas. No quiere decir que vayas a actuar sólo para complacer a este
hombre. Serían simplemente una cortesía de tu parte. Además no tienes
que quedarte toda la noche ¿O sí?
El joven la miró no muy convencido pero ella sintió que estaba a punto de
rendirse, así que continuó y decidió abrir el sobre.

Mira, inclusive me menciona en la invitación ¡Eso fue muy amable de su


parte! – dijo ella sonriente - ¡Vamos, Terri! Tal vez pueda ser hasta
divertido. Nunca se sabe. Anda, di que iremos.

¿Y qué gano yo con mi sacrificio? – regateó él astutamente, comenzando a


encontrar el lado agradable del asunto.

Candy observó la fecha en la invitación dándose cuenta de que se ajustaba


a sus propósitos a la perfección.

¡Ah! ¿Te has dado cuenta que la fiesta es el mismo día de la premier?-
preguntó ella con una sonrisa vivaz.

¡Por supuesto! ¡Si el execrable vejete quiere tenerme sufriendo justo


enfrente de él! – se quejó él – Pero no te salgas del tema, dime lo que yo
ganaría.

Tendré una sorpresa para ti ese día, pero no la tendrás hasta que
regresemos de la fiesta . . . a una hora razonable de modo que nuestros
anfitriones no se sientan ofendidos – advirtió ella.

¿Me gustará la sorpresa? – preguntó aún dudoso

Ummmmm . . . . digamos que espero que te guste, – respondió ella y él


finalmente asintió aceptando. Después de entonces el joven simplemente se
olvidó del asunto porque se dedicó a otras preocupaciones más placenteras.

Finalmente, el día esperado llegó y a pesar de la ansiedad de Terri todo


salió a las mil maravillas. Como de costumbre, deslumbró con su talento en
el escenario. Su Petruchio fue cálidamente recibido por al exigente
audiencia neoyorkina. Él no estaba del todo consciente de ello pero su
desempeño en escena reflejaba una nueva madurez que el público
reconocía y también apreciaba. Cuando el telón se alzó por última vez para
que los actores pudiesen agradecer al público por la prolongada ovación, él
alzó los ojos hacia el palco del proscenio para ver las caras sonrientes de
Eleanor y Candy que se unían al aplauso. La mirada de la joven se encontró
con la de él dejándole leer en sus ojos cuán orgullosa se sentía por él. Luego
entonces, las preocupaciones por la fiesta de Hirshmann fueron dejadas en
segundo término.

Más tarde, la misma noche, Candy descubrió que Terri había juzgado
apropiadamente al señor Hirshmann, quien era efectivamente, aburrido,
esnob y artificial, pero sus fiestas no eran tan malas porque el hombre
conocía a mucha gente interesante que hacía la noche menos fastidiosa.
Irónicamente la señora Hirshmann era una amable dama de mediana edad,
quizá demasiado joven para el viejo crítico, que fue inmediatamente
cautivada por la novedad de Broadway aquella temporada, dicho de otro
modo, por la esposa de Terri. La joven atrajo la atención de los invitados
desde que puso el primer pie en el recibidor de la casa y para mediados de
la velada Terri se dio cuenta de que las cosas no estaban tan mal como él
había pensado. La pareja bailó un buen rato, disfrutando de su mutua
cercanía y de la libertad de estar juntos en público. Él no tuvo que atisbar a
su reloj como usualmente lo hacía en las raras ocasiones que asistían a ese
tipo de fiestas. Cuando se dio cuenta, ya era hora de retirarse.

Había sido un día fatigante y cuando llegaron a su casa, ya muy tarde


aquella noche, el joven simplemente se dejó caer sobre su sillón favorito. La
joven se sentó frente al tocador quitándose las joyas que había usado en la
velada. Observó brevemente el collar de brillantes que su esposo le había
regalado como presente de Año Nuevo y luego lo guardó en un pequeño
cofre. Después continuó quitándose las horquillas que sostenían su peinado,
liberando los rizos rubios, poco a poco. Sentado en la chimenea, Terri
observaba el ritual femenino con ojos divertidos, admirando el placentero
contraste entre la blanca piel de la mujer con las luces negras de su vestido
de raso y guipure. Sin embargo, había una pregunta que le estaba
quemando por dentro y la lentitud de Candy lo estaba desesperando.

La muchacha pareció ignorar la ansiedad de Terri y continuaba su tarea


mientras comentaba sobre la fiesta y la obra. El joven le contestaba sin
prestar mucha atención, parte de él consumiéndose en curiosidad por la
supuesta sorpresa que ella le había prometido y la otra parte comenzando a
perderse en la escena de su esposa quitándose la ropa frente a él con
movimientos naturales. Aún así él no quería dar a conocer sus ansias.

Candy se metió al baño y no salió de él hasta unos minutos después,


olorosa a rosas frescas y usando una bata blanca. Se paró en la entrada de
la recámara, mirando al joven aún vestido con el frac, con la impaciencia
dibujada en sus gallardas facciones. Se rió internamente decidiendo que ya
era hora de liberarlo de su atormentadora curiosidad y finalmente caminó
hacia él sentándose en sus rodillas.

¡Luego entonces, me vas a pagar por el gran sacrificio que hice por ti esta
noche? – dijo él abandonando su silencio.

¡Ah sí! – respondió ella distraída – Ummmm....¿Es realmente urgente para ti


tener tu sorpresa justo ahora? – preguntó ella disfrutando el efecto del
fuego sobre los ojos verde azules de él

¡No me vas a decir ahora que no lo tienes ahora mismo! ¿ Verdad? – replicó
él con un ligero signo de desilusión que le hizo a ella pensar cuán infantil él
podía ser a veces.

Bueno, sí y no, – se sonrió la mujer, deshaciendo el nudo de la corbata de él.

¡Vamos! ¡Esto no es justo! ¡Hice lo que tú querías y me gané mi premio! –


insistió sin saber si sentirse enojado o excitado ante la proximidad del
cuerpo de la mujer, sintiendo ya sobre su cara el olor a fresas del aliento de
ella.

El joven miró a los ojos color esmeralda que brillaban con picardía y
comenzó a sospechar que había sido víctima de una trampa.

¡Creo que me mentiste! – repuso desconfiado.

¡No es así! – se rió ella abiertamente, decidiendo que él ya había sufrido


bastante. – Tengo parte de tu sorpresa, el resto vendrá después – y con
estas últimas palabras Candy se puso de pie y caminó hasta su tocador,
sacando un gran sobre de uno de los cajones, el cual entregó a su esposo.

El joven miró a las estampillas e inmediatamente supo que el sobre había


venido de Inglaterra. Lanzó una mirada interrogadora a la rubia, quien le
urgió a ver lo que había dentro del sobre. Terri encontró un manuscrito
cuidadosamente doblado, con un interminable árbol genealógico que
empezaba en 1660, con el nacimiento de George I, el primer miembro de la
familia Hanoveriana en llegar al trono de Inglaterra en 1714. La casa de
Grandchester era una de las ramas de esa línea, terminando con Richard
Grandchester y sus cuatro hijos.

Recuerdo que mi padre insistió hasta que me aprendí de memoria estas


cosas, – comentó Terri levantando la mirada del papel - ¿Pero cómo es que
tienes esto?

Le escribí al señor Steward pidiéndole me enviase tu árbol genealógico –


replicó ella.

Querías saber mi oscuro pasado ¿No es así? – bromeó él, – pero podrías
haberme preguntado. Todavía puedo recitar toda la historia esa con todos
los George, Williams y Edwards, incluyendo a mi tía bisabuela la reina
Victoria y mi estirado tío George V, rey de Gran Bretaña, Irlanda del Norte,
Emperador de las Indias y hombre más aburrido sobre la tierra. Un cuento
bastante desabrido, por cierto – le advirtió.

No se puede decir que adores a la familia de tu padre, – se rió ella


suavemente, – pero te equivocas. No es que me de curiosidad tu pasado,
solamente quería tener en mis manos el árbol genealógico como un regalo
para ti, – explicó tomando de nuevo su lugar sobre las rodillas del hombre, –
porque es nuestro turno de contribuir a la línea familiar, aunque no estés
muy orgulloso de tu linaje. Y esa es la otra parte de la sorpresa que estaba
esperando para darte.

¿Qué quieres decir? – preguntó el joven confundido.

Bueno, hay todavía espacio en ese árbol genealógico para añadir más
descendientes – dijo ella apuntando hacia el papel. – En unos meses más
añadiremos un nombre a la casa de Grandchester . Aunque siendo un hijo
nuestro, no creo que llegue a ser un buen aristócrata, - concluyó ella con
una sonrisa, esperando a ver la reacción del joven.

El joven se quedó mudo mientras las palabras de Candy penetraban en sus


oídos lentamente. Las frases resonaron en su mente pero le tomó un buen
rato para comprender su implicación. Miró al rostro de la joven
memorizando su expresión en aquel momento. Por último, el entendimiento
le bendijo con un gozo que nunca antes había experimentado.

Quieres decir que . . . – masculló aún atontado por la noticia.

¡Sí! – susurró ella reposando su frente sobre la de él – Vamos a ser padres


¡Este es mi regalo para ti! Felicitaciones por la actuación de esta noche,
Terri.

¿Estás . . . . estás segura? – tartamudeó él sin poder aún manejar la idea de


ser padre en toda su extensión.

Absolutamente. El doctor confirmo mis sospechas justamente anteayer, -


explicó la rubia - ¿No estás feliz con la noticia? – inquirió ella algo dudosa
ante la reacción de asombro de él.

¿Feliz? – preguntó él comenzando a reír casi histéricamente – ¡Todavía no


puedo digerir tanta felicidad, pecosa! ¡Son las mejores noticias que he
recibido jamás! – concluyó tomando a la mujer en sus brazos, meciéndola
suavemente hasta que los dos cayeron en la cama.

¡Oye! – protestó ella entre risas - ¡Ahora debes ser más cuidadoso! – le
advirtió ella dulcemente y él reaccionó soltando el abrazo y apartándose, sin
saber cómo debía actuar.

Yo . . . lo siento ¡Nunca he estado . . . casado con una mujer embarazada! –


dijo perplejo.

Bien, pues yo tampoco he estado embarazada antes de ahora, – sonrió


dándole confianza, – pero aprenderemos juntos. Aún así . . . no tienes que
ser “tan” cuidadoso, Terri, – insinuó ella con un guiño intencionado y él
comprendió su significado. Un segundo después un conocido olor a canela
invadía la boca de la joven.

¿Puedo preguntarte una cosa? – musitó él mientras una idea le venía a la


cabeza en medio del abrazo.

Sí.

Tú me hubieras dicho estas noticias aún si no hubiese ido a la fiesta de


Hirschmann, ¿No es así? – preguntó él.

Por supuesto – se rió ella sabiendo que él había descubierto su truco. –


Estaba planeando decírtelo hoy de todas formas. No quise decirte nada
antes porque no estaba segura. Pero tú no lamentas haber ido a la fiesta ¿O
si? – le miró ella sonriendo.

No debería de dejar que te salieras con la tuya tan fácilmente, irremediable


embustera, pero esta noche podría perdonar todo, – dijo el joven
olvidándose del asunto con otro beso y ella respondió desatando la banda
que sostenía su bata, única pieza de ropa que cubría su desnudez.

Perdido en el encanto del intercambio sensual y con al nueva alegría de


saber que sus sueños de una familia con Candy se harían realidad muy
pronto, Terri dejó en el olvido sus preocupaciones sobre las críticas que
aparecerían en los periódicos al día siguiente. Algo que no le había pasado
nunca antes en una noche estreno.

Candy dejó el baño y después de secar su larga cabellera con mucho


cuidado, se puso la blusa del algodón con delicados bordados que hacían
juego con la falda rosa que había escogido. Había planeado encontrar un
empleo en una clínica, pero debido a su embarazo había dejado el proyecto
para más adelante, pensando que era mejor dedicarse a su papel de
esposa y madre por algún tiempo. Sin embargo, no se estaba aburriendo en
lo más mínimo. Fort Lee durante la primavera podía ser un lugar primoroso
y ella había estado aprovechando la circunstancia. Después de ayudar a
Bess y a Lorie con los quehaceres domésticos, la joven solía salir a caminar
a lo largo de la ribera del Hudson y regresar a casa para tomarse un tiempo
para sí misma, antes de la llegada de su marido.

Miró su reflejo en el espejo admirando con orgullo la creciente curva de su


vientre. Sus mejillas habían recobrado del todo su rubor de costumbre y sus
ojos tenían una nueva chispa. Una especie de diálogo que ella no
comprendía del todo, pero que disfrutaba con todas sus fuerzas había
comenzado a darse entre la joven y la nueva vida que ya se movía dentro
de ella. Le gustaba mucho sentarse en la sala para ver el ocaso sobre los
estanques que rodeaban el vecindario y contemplando el plácido paisaje a
través de la ventana, escuchaba cuidadosamente al lenguaje silencioso que
compartía con su bebé.

Un rizo rebelde se escapó del listón rosa con el que sostenía su cabello en
una cola de caballo, y distraídamente lo retiró de su frente. Suspiró
recordando que en unos días más sería su vigésimo primer cumpleaños.
Sabía que la vida aún le tenía reservada muchas cosas, algunas buenas,
otras menos afortunadas, pero en aquella tarde serena se sentía tan
benditamente completa que todas las penas que el futuro pudiese traer le
parecían insignificantes para su confiado corazón.
Candy tenía en sus manos el correo que había llegado durante la semana.
Noticias de Italia, Nigeria, Francia, Chicago, Lakewood y el Hogar de Pony,
felicitándola por su cumpleaños. Cada una de esas líneas le traían el amor
de aquellas personas que eran queridas e importantes para ella. Leyó de
nuevo una por una todas las cartas, mientras internamente le contaba al
bebé quiénes eran cada una de esas personas. Más tarde tomó una copia
impresa de un guión de teatro que descansaba sobre una mesita cercana.
Comenzó a leer . . .

“Reencuentros, por Terrence G. Grandchester”

INOLVIDABLE CANDY

Por MERCURIO

Parte 1

Dylan

La vida no es un viaje en un crucero de placer alrededor del mundo, sino


una colección de experiencias, algunas de ellas felices y otras menos
afortunadas. Nuestro tránsito a lo largo del camino está siempre marcado
por el rastro de nuestros propios errores y el resultado colectivo de las
miserias humanas. En otras palabras, algunas veces sufrimos porque
nuestros propios pecados siempre tienen una consecuencia y otras porque
vivimos en un universo injusto.

Candy no merecía ni el abandono de sus padres, ni el maltrato sufrido en


la casa de los Leagan. Ciertamente no hizo nada como para ser castigada
con la pena que le causaron las muertes de Anthony y Alistair y, por
supuesto, tampoco fue justo el ser atrapada en un infortunado triángulo
amoroso con Susana y Terrence.

Por otra parte, Terrence no era culpable de los errores de sus padres, y aún
así tuvo que sufrir las consecuencias durante la mayor parte de su infancia
y adolescencia. No era su culpa que un reflector cayera durante aquel
ensayo y tampoco fue responsable por los sentimientos de Susana que la
llevaron a salvarle la vida. Todos esos eventos fueron de la clase de
infortunios que debemos soportar sin razón aparente, y que son tan difíciles
de padecer por su injusticia.

Más tarde, Terrence y Candy cometieron sus propios errores y tomaron


algunas decisiones que no fueron muy inteligentes, aunque bien
intencionadas. Al final de todo, la vida terminó pagando con un afortunado
giro del destino; pero aún, si bien Dios nos perdona nuestras fallas, es
inevitable sufrir los resultados lógicos de nuestros yerros.

Si Candy y Terri hubiesen tomado diferentes decisiones aquella noche en el


hospital tal vez sus vidas los hubiesen llevado a enfrentar otro tipo de
pruebas, pero el modo en que las cosas se resolvieron esa vez, les condujo
a la guerra y marcó sus destinos de un modo determinado. Algunas cosas,
como se dijo antes, terminaron felizmente, pero nadie va a la guerra y
regresa ileso. Nadie mata y continua viviendo como si nada hubiese
ocurrido.

Tal fue la carga que Terrence tuvo que sobrellevar durante los años que
siguieron, el traumático recuerdo de las batallas que había tenido que
presenciar y los rostros de aquellos que había tenido que matar para
preservar su propia vida y cumplir con su deber. Acaudalado, exitoso y
felizmente casado con una mujer que él adoraba y quien le correspondía,
parecía tener una vida perfecta, pero en un oscuro rincón de su corazón
tendría que arrastrar consigo ese peso por el resto de su vida. Con los años
aprendería a manejar ese problema y a crecer en prudencia a sazón de la
penosa experiencia, pero durante el primer año después del final de la
guerra, cuando el joven estaba aún adaptándose a su nueva vida, tuvo que
batallar mucho con el asunto.

Trató de librar la batalla mental totalmente solo, no deseando perturbar el


sensible espíritu de su mujer. Pero los hombres difícilmente pueden ocultar
cosas de esas misteriosas criaturas que viven a su lado, llamadas mujeres.
Candy sabía bien los crudos dolores que él sufría de vez en cuando y
percibía como en muchas ocasiones una pesadilla recurrente lo
atormentaba en las noches. En esas ocasiones, cuando él se despertaba
derrepente, sudando y jadeando apagadamente, el joven solía tratar de
volver a dormir abrazando a su esposa con fuerza. Ella entonces abría los
ojos y le preguntaba si estaba bien. Él nunca hablaba acerca de sus
pesadillas, limitándose a abrazarla. Así pues, conociendo la naturaleza de
Terri, ella respetaba su silencio y trataba de calmarlo con mudo afecto.

• ¿Pueden las mismas manos que alguna vez se cubrieron de sangre


sobrevivir para vivir en paz, gozar del amor y trabajar honestamente?
¿Si nada justifica al asesinato, entonces, por qué se me han
concedido tantas bendiciones? - eran las repetitivas y torturantes
preguntas que le martilleaban la cabeza de tiempo en tiempo.

Nada es perfecto bajo el sol y tenemos que aprender a enfrentar este


mundo de imperfecciones; aunque semejante aprendizaje es un proceso
difícil. En el caso de Terri le tomaría años, miles de páginas en las cuales
desahogó sus frustraciones y miedos, enormes catidades de paciencia y
amor por parte de su esposa y un extraordinario evento que le hizo
comprender al joven que tenía que superar su culpabilidad.

Cuando una mujer está embarazada la espera se vuelve placentera e


incómoda, natural y misteriosa, desesperante y dulce, aterradora y
esperanzada en una mezcla de sentimientos diversos. Candy no fue la
excepción. Estaba llena de expectativas y se sentía confiada, pero también
alterada y ansiosa por tener a su bebé en sus brazos.
A pesar de lo largo que al principio le pareció el tiempo de espera, los días
pasaron volando de una manera asombrosamente rápida en medio de sus
responsabilidades domésticas, sus apuros por decorar el cuarto del bebé,
sus preocupaciones por las frecuentes pesadillas de Terri y las expectativas
que ambos tenía por la premier de "Reencuentros", que sería estrenada en
agosto. Terri estaba muy nervioso y excitado con el proyecto y su joven
esposa sabía que era parte de su deber ayudarlo a controlar las muchas
presiones con las que estaba tratando.

No obstante, en medio de todo el peso que ambos tenía que soportar, la


pareja encontraba el tiempo para disfrutar de su mutua presencia,
comprendiendo que a pesar de todas las preocupaciones terrenales que
tenían que enfrentar, aún gozaban de la especial bendición del amor
verdadero que compartían y esa era una gracia de la cual no muchas
personas podían alardear.

Así pues, siguiendo su naturaleza bondadosa, Candy pasaba sus días


cuidando del hombre que amaba y del bebé que crecía dentro de ella
mientras contaba los días para ambos eventos, la premier y el nacimiento
de la criatura.

Charles Ellis llegó a su palco en el teatro justo a tiempo para la premier.


Recién había sido promovido en el periódico y ya no estaba escribiendo
reportajes, sino trabajando como el asistente de uno de los críticos más
importantes del New York Times. Aunque siempre había soñado con ser
corresponsal de guerra, poco a poco estaba comenzando a disfrutar de su
nuevo trabajo, el cual era menos frívolo y mucho más interesante que el
anterior.

El hombre se sentó en su butaca, mirando distraídamente a la audiencia


que con lentitud se colocaba en luneta. En sus manos sostenía el programa
y se preguntaba una vez más acerca de la obra que estaba a punto de ver.

Se mantenía escéptico con respecto del joven escritor cuyo trabajo iba a
presenciar

• Ser un buen actor no significa necesariamente que uno puede


también escribir con éxito - pensaba Ellis. Así que, el hombre de ojos
oscuros se sentía curioso, aunque no muy seguro de si disfrutaría la
velada. Sus ojos vagaron por todo el recinto y terminaron por
tropezarse en el palco frente al suyo. Dos mujeres rubias se
encontraban ahí sentadas. Un hombre alto de cabellos también rubios
y rostro particularmente bronceado acompañaba a las damas.

La familia del autor - se dijo Ellis usando sus binoculares para


reconocer los tres rostros - El excéntrico Sr. Andley, quien acaba de
regresar de Nigeria; la Sra. Baker, siempre tan elegante y distinguida y,
por supuesto, la dulce Sra. Grandchester, joven, bonita y encinta. Pensé
que en su estado se quedaría en su casa esta noche.
Entonces los pensamientos de Ellis se vieron eclipsados por el aplauso que
irrumpió en el teatro al tiempo que el telón se corría. Contrariamente a
todas sus expectativas, no le tomó mucho tiempo ser cautivado por una
trama conmovedora que contaba la historia de tres hombres que
enfrentaban las peripecias y dolores de la guerra, la cual les forzaba a
tomar decisiones, algunas de ellas para bien, otras para mal. Mientras que
Andrew Wilson había decidido enrolarse para dejar atrás los deberes
familiares que odiaba, Matthew Tharp estaba tratando de escapar de sus
dolores internos después de haber perdido a la mujer que amaba, y por su
parte Derek James buscaba el modo de probarse a sí mismo que podía
hacer algo valioso más allá del frívolo estilo de vida que solía llevar. Los tres
hombres reencontrarían las sendas perdidas en medio del caos y los
sobrecogedores sufrimientos que la guerra supone, pero
desafortunadamente solamente Tharp sobreviría para contar la historia.

Los diálogos eran sobrios pero no carecían de emotividad, mientras que la


acción se desarrollaba con fluidez, llevando a los espectadores a
involucrarse en el cuento. De ese modo, la audiencia se emocionó cuando
Wilson se dio cuenta de que si bien podía huir de su familia, no podía huir
de si mismo; lloró cuando James murió como héroe en el campo de batalla,
encontrando así el significado que buscaba y suspiró cuando Tharp recuperó
inesperadamente el amor que había creído perdido para siempre.

Ellis no pudo despegar los ojos del escenario, sintiendo que su admiración
por el talento de Grandchester se hacía cada vez más profunda. El joven
artista no solamente había logrado componer una hisotria verdaderamente
madura y emotivamente escrita a pesar de ser un dramaturgo novel, sino
que también estaba ofreciendo la mejor actuación de su carrera en el papel
de Tharp. Pero las sorpresas no terminaron ahí esa noche.

Después del intermedio, mientras la audiencia estaba ya tomando sus


asientos, Ellis observó desde lejos que la Sra Grandchester se llevaba la
mano a su vientre, al tiempo que el rubor de sus mejillas se desvanecía por
un segundo. Un momento después, la joven tocaba el hombro de su suegra
y acto seguido las dos damas y el millonario dejaban el palco antes de que
iniciase el siguiente acto.

Cuando Ellis vio a la familia del actor dejar el balcón en medio de la pieza,
comprendió que la Sra. Grandchester estaba a punto de dar a luz a su
primer hijo. Aún así, el periodista sabía que la función debía continuar y por
eso no se sorprendió que Terrence Grandchester continuara su actuación
impasible, aunque pudo observar a través de los binoculares cómo el joven
palidecía cuando brevemente volvió los ojos buscando un par de pupilas
verdes y no las pudo encontrar. A pesar de su primera y natural reacción, el
autor continuó su trabajo con con el mismo impertubable talante y el resto
de la audiencia, ajena a la situación que se vivía tras bambalinas, respondió
generosamente al talento del artista que una vez más campeaba en escena
superando sus trabajos anteriores.

Al final de la presentación el público se puso de pie, aclamando el nombre


del autor y primer actor, pero extrañamente, el joven limitó el encore a uno
solo y la segunda ocasión que el telón se abrió, solamente Robert Hathaway
apareció en el escenario. Después de que los aplausos decayeron ante una
señal que el hombre hizo con la mano, el veterano director se dirgió a la
audiencia.

• Damas y caballeros. La compañía Stratford está muy agradecida por


su aceptación. Esta noche hemos presenciado el nacimiento de un
nuevo dramaturgo y la consolidación de una ya brillante carrera
dramática. Pero las cosas buenas a veces vienen en grandes
paquetes y así ha sido hoy para mi socio Terrence. Aunque a él le
hubiese gustado quedarse con nosotros por más tiempo esta noche,
otros deberes le han forzado a dejar el teatro, porque, verán ustedes,
su esposa acaba de dar a luz a su primer hijo y dejenme decirles que
ese bebé realmente tenía mucha pirsa en nacer. Es un niño y
seguramente quería felicitar a su padre personalmente por el éxito de
esta noche, el cual también debemos a la preferencia de todos
ustedes. Muchas gracias por ello. Buenas noches.

Un rumor animoso corrió por el recinto y una ovación final que duró por
largo rato alcanzó el techo del enorme edificio y los pasillos laterales.
Irónicamente Terrence no pudo oír ese tributo a su trabajo y aunque
hubiese tenido la ocasión de estar ahí, seguramente no lo hubiese
disfrutado, porque su mente estaba ya demasiado preocupada mientras el
chofer aceleraba llevándolo hasta el hospital en compañía de Albert .

• Lo miré por primera vez y supe que era ya un pedazo de mi corazón.


La enfermera me dió al pequeño para que pudiese sostenerlo contra
mi pecho. Estaba aún cubierto por el líquido en el cual había vivido
por nueve meses, pero sus ojos estaban ya abiertos, percibiendo las
luces y las sombras a su alrededor. Entonces, me miró con esos
cristales oceánicos que tiene en las niñas de sus ojos y lo amé aún
más, viendo en ellos la misma luz que en las pupilas de su padre. Era
la más deliciosa experiencia que jamás había disfrutado y sin poder
contener la emoción comencé a llorar mientras lo abrazaba
suavemente. Comprendí entonces que el pequeño misterio que
abrazaba sería a partir de entonces y junto con su padre, el centro de
mi vida de ahí en adelante. Imposible concebir un gozo más grande,
una canción más alegre, una suerte mejor, un orgullo más legítimo
que tener un hijo del hombre que amo.

La enfermera me pidió que le regresara el bebé para poder asearlo,


pero le rogué que me permitiera ayudarla. Era una petición inusual,
pero había hecho lo mismo con tantos bebés que había ayudado a venir
a este mundo que simplemente no podía hacerme a la idea de no
hacerlo con mi propio hijo. Siempre he sido una mujer difícil de
persuadir y como el médico ya había abandonado el cuarto, la
enfermera terminó por rendirse ante mi insistencia. Así que juntas le
dimos a mi pequeño su primer baño.

No pasó mucho tiempo para que me llevaran a mi habitación y a pesar


de las quejas de la enfermera, insistí en mantener al bebé a mi lado.
Había estado en íntimo contacto conmigo durante nueve meses, no era
en ese momento que iba a abandonarlo, cuando recién había llegado a
este mundo y seguramente tenía miedo de su nuevo entorno, las
chocantes luces, la inesperada frialdad y todos esos ruidos inquietantes
a su alrededor. Afortunadamente ya había yo discutido el asunto con el
médico y lo había convencido de que el bebé se quedase conmigo a
pesar del reglamento del hospital, el cual siempre he creído
horriblemente inhumano.

Cuando fui llevada a la habitación Eleanor ya estaba allá esperándome.


Había usado su popularidad para que le permitiesen pasar. Miró a su
nieto y desde el primer instante percibió la gran semejanza que tiene
con su padre. Tomó al bebé en sus brazos mientras la enfermera me
ayudaba a asearme, cambiarme la ropa y peinar mis cabellos. La pobre
mujer lloraba en silencio con una increíble mezcla de felicidad y
melancolía mientras mecía suavemente a mi hijo. Comprendí que como
abuela se sentía abrumada de felicidad, pero como madre - tal vez
recordando el momento en que Terri había nacido- estaba viviendo de
nuevo el dolor que había sufrido cuando el Duque le había quitado a su
hijo.

Imaginé en ese instante lo que sentiría si me separasen de ese pedazo


de cielo que mi hijo era para mi ya desde entonces. Nunca había
comprendido lo que Eleanor había sufrido hasta aquel momento y
también un furtivo pensamiento me hizo pensar en mi propia madre,
quien seguramente padeció horriblemente cuando me tuvo que
abandonar por razones que siempre ignoraré. Sin embargo, en ese
momento le rogué a Dios que cuidase de esa mujer que nunca
conoceré y le agradecí al Cielo porque la vida me había recompesado
por el sufirimiento de haber sido una huérfana, dándome una familia
propia.

Cuando estuve lista, Eleanor me dio al bebé de nuevo y me dijo que


debía alimentarlo inmediatamente. Yo sabía lo que tenía que hacer
pero la sola idea me hacía temblar de placer. Me había imaginado
amamantando a mi pequeño muchas veces durante mi embarazo y
finalmente el momento había llegado. Con manos temblorosas descubrí
mi seno y mi hijo encontró fácilmente el camino hacia su comida.
Nunca olvidaré el sentimiento cuando comenzó a succionar con
increíble confianza, como si algo dentro de él le estuviese diciendo que
podía confiar en mi absolutamente.

• Gracias - me dijo Eleanor mientras el bebé continuaba su tarea


completamente ajeno al resto del mundo

• ¿De qué? - le pregunté confundida.


• Por muchas cosas, mi niña - dijo con esa hermosa sonrisa suya,
misma que yo estaba segura que sería la mi bebé una vez que
aprendiese cómo sonreír - pero especialmente por amar a mi hijo de
verdad y darle este hermoso regalo.

• Todo lo que le he dado a Terri, él me lo ha devuelto dándome aún


más de lo que yo jamás esperé - respondí tomando la mano de
Eleanor en la mía, mientas sostenía a mi hijo con el otro brazo.

Luego nos quedamos en silencio, contemplando al niño con la misma


adoración, ambas absortas en los dulces y pequeños ruidos que hacía
mientras comía. Sentimos en ese momento que un nuevo y especial
lazo entre las dos, como mujeres, había nacido ese día. Nos habíamos
convertido en dos eslabones de la larga cadena de la humanidad que
siempre estarían cercamanemente entrelazadas.

• Por cierto - dijo sorprendida después de un rato - creo que debo salir
y ver si el padre de este ángel ya ha llegado del teatro. Él se merece
conocer a su hijo - confesó Eleanor dejándome sola con mi bebé.

• Abrí la puerta a la carrera, sin tomar en cuenta que el choque sería


demasiado intenso para soportarlo de golpe. Como es lógico, el
abrumador sentimiento me abofeteó con todas sus fuerzas,
dejándome aturdido y mudo cuando vi a esa joven sonriente con el
bebé durmiendo tanquilamente sobre su seno. Si llegase a vivir cien
años, no creo que pueda llegar a tener una experiencia más intensa
que aquella cuando vi a mi Candy cargando a nuestro primer hijo en
sus brazos y mirándome con esa sonrisa especial, mezcla de alegría,
orgullo y cierta complicidad, como si quisiese decirme en su propio
mudo lenguaje que el pequeño milagro en sus brazos era tan mío
como suyo.

Cerré la puerta destrás de mi y me quedé ahí por un rato, mudo,


contemplando la belleza de mi familia por primera vez. Ella era, sin
lugar a dudas, la mujer más hermosa que jamás había visto y la
pequeña vida sobre su pecho era un regalo de Dios que a penas si
podía creer. Mi ángel sosteniendo a otro ángel, eso fue lo que vi en
aquel momento y esa visión vivirá por siempre en mi memoria.
Me aproximé a la cama aún aturdido por las muchas emociones que
estaba experimentando, pero ella extendió hacia mi uno de sus brazos
y yo encontré mi camino para sentarme a su lado. Mis labios buscaron
inmediatamente su frente y me quedé callado cerca de ella, mientras
sin mayor pudor lloraba en silencio. Ahí, abrazando a mi esposa y a mi
hijo, con el corazón hinchado de alegría, no pude evitar pensar en los
días tristes de mi infancia en los cuales la palabra familia era una clase
de felicidad que nunca me imaginé posible.

• Cualquier cosa que pueda decirte en este momento no se equipararía


a lo que tengo en el corazón, Candy - le dije finalmente con dificultad
- Todo lo que puedo imaginarme no puede reflejar mi gratitud hacia
ti, mi amor.

• No tienes que decir nada porque ambos estamos sintiendo lo mismo.


No se necesitan las palabras - replicó ella respondiendo a mis besos.
Su sabor nunca había sido tan delicioso como en ese momento. Pero
en esos años yo era aún muy ingenuo en cuanto a los muchos
sabores que aún me faltaban por probar en su boca.

• Cuando concluimos el beso el bebé empezó a moverse lentamente


sobre el pecho de Candy y derrepente abrió los ojos apuntándome
directamente. Quedé tan deslumbrado con la primera mirada que
Candy dejó escapar una risita.

• Te presento a tu hijo. Tiene tus ojos ¿no te parece? - comentó ella con
orgullo.

• ¿Tu crees? - pregunté aún aturdido.

• Vamos, trata de cargarlo - me dijo y ante semejante ofrecimiento


seguramente debo haber palidecido porque ella se rió de mi
expresión.

• ¿Cargarlo? -pregunté aterrorizado con la idea - ¡No creo que pueda!


• No es para tanto, vamos, te enseño cómo hacerlo - me animó y
después me dio unas sencilllas instrucciones sobre cómo sostener al
bebé de la manera más segura.

• Cuando por primera vez sostuve ese diminuto cuerpo en mis brazos y
sentí cómo movía sus brazos y piertas, mirándome con curiosidad,
pensé que me derretiría. Al tener al bebé en mis brazos, su suave
calor me trepó por los poros y la sensación era muy similar a la que
siempre experimentaba al abrazar a su madre, pero a su vez
diferente. El pequeño estaba ahí, abandonado a mi abrazo, confiado y
ajeno a la maldad humana mientras yo sentí el peso de la paternidad
caer sobre mis hombres por vez primera y desde entonces, esa
mezcla de orgullo y miedo no ha dejado nunca mi alma, ni siquiera
cuando todos nuestros hijos dejaron el hogar. En ese instante, como
si el contacto con mi hijo hubiese tenido un efecto mágico sobre mi,
comprendí que, mereciéndolo o no, había sido bendecido con una
familia y junto con el gozo también tendría que cargar con la enorme
responsabilidad.

Frecuentemente en el pasado, yo había condenado a Richard


Grandchester por haber hecho un papel tan pobre como mi padre, pero
al tiempo que Candy y yo mirábamos a nuestro hijo, no estaba seguro
de yo mismo poder hacerlo mejor que mi padre. Aún perdido en la
contemplación de aquel pequeño rostro, sentí la mano de mi mujer
sobre mi brazo.

• Tienes que perdonarte y olvidar ahora - me dijo clavándome sus ojos


en los míos con una mirada intencionada que me recorrió el alma de
arriba abajo.

• ¡Candy! - apenas pude decir, sabiendo bien lo que ella quería


decirme.

• Sea lo que sea que viviste en las trincheras y afuera de ellas, Terri -
continuó ella con decisión y esa suave firmeza suya, que temo tanto
como mi propio mal caracter - No es fue tu culpa, amor. Tienes que
sobreponerte a esos recuerdos para criar a nuestro hijo libre de esa
culpabilidad.

• Siempre he sabido que, sin importar que me guste o no, Candy puede
ver a través de mi como si estuviese hecho de cristal. No obstante, yo
pensaba que había escondido mis secretos apuros lo suficientemente
bien como para que ella los ignorara, pero ella acabó por
demostrarme de nuevo que esconderme de su intuición es una tarea
imposible.

La miré y simplemente me rendí a su mirada directa, admitiendo sin


palabras que ella tenía razón.

• No es nada fácil, pecosa - le dije finalmente con dificultad - Ni siquiera


sé cómo hacerlo - añadí sintiendo cómo los dolores reprimidos
repentinamente salían a la superficie.

• Algunas personas dicen que el hablar sobre las cosas que guardamos
dentro nos ayuda a sobreponernos a nuestros miedos y a sanar las
heridas del corazón - replicó ella con una suave sonrisa, curveando
sus labios con ese especial gesto suyo con el que me regala cada vez
que necesito de su apoyo.

• Hay cosas que viví allá las cuales ni siquiera me diría a mi mismo -
argumenté aún atribulado, pero sintiendo ya un débil alivio mientras
continuábamos hablando.

• Entonces, sigue escribiendo sobre eso. Parece que eres bueno


haciéndolo. Todos alababan tu talento durante el intermedio esta
noche - me dijo orgullosa - y . . .si alguna vez necesitas de alguien
para escuchar tu historia, debes saber que yo estoy aquí para
escucharte. Después de todo, no soy ajena a esos horrores porque los
presencié de algún modo. Por favor, Terri, no me excluyas de tus
luchas. Soy tu esposa ¿Acaso no se supone que yo comparta contigo
todas las cosas? - añadió con una pregunta que era más bien una
afirmación mientras me acariciaba la frente.

• Intenté una débil sonrisa, sin poder responder con palabras porque
las emociones me inundaban el corazón en aquel momento.
Finalmente sólo atiné a asentir con una movimiento de cabeza y
permanecimos en silencio por un rato. En cierto modo, supe entonces
que un largo proceso de recuperación acababa de empezar y me
propuse trabajar duro en ello por el bien de mi familia. También
pensé en el momento en que había conocido a la madre de mi hijo y
una interminable lista de recuerdos me llenaron el corazón con la
más dulce de las certezas. Aquel niño era el hijo del amor, y yo
estaba determinado a educarlo en amor.
• He pensado en un nombre para él - dijo Candy rompiendo el silencio.

• ¿De verdad? ¿Cuál? -pregunté curioso.

• Terrence, claro está ¿Acaso hay otro nombre? - preguntó ella


sonriendo.

• ¿Mi nombre? - inquirí no muy convencido de llamar al bebé como yo -


¿No crees que eso puede acarriar confusiones? Además, yo ya sé su
nombre - repliqué mirándola con picardía.

• ¿Qué tienes en mente? - me preguntó escéptica, con un curioso


frunce en el ceño que hacía que las pecas de su nariz se movieran
graciosamente.

• Su nombre es Dylan - dije mirando a mi hjo que se estaba


quedándose dormido nuevamente.

• Es un nombre hermoso, pero ¿Por qué Dylan? - me preguntó ella


intrigada.

• Por lo que significa - le dije y ella me vió con una mirada


interrogadora - Hijo del mar - le expliqué besándola en la frente una
vez más - porque este niño fue realmente concebido desde la primera
vez que nuestros ojos se encontraron en aquella noche sobre el
Atlántico. Yo te dí mi corazón desde entonces y aunque estoy
consciente que tú estabas enamorada de alguien más entonces, creo
que no te fui indiferente del todo.

Ella sonrió trazando mis labios con su dedo índice, expresando de un


modo mudo pero claro que mis palabras le habían conmovido

• Estás muy seguro de tus encantos ¿no es así? -inquirió ella con una
sonrisa juguetona - Aunque tienes razón. Nunca dejé de pensar en ti
desde ese momento, a pesar de que me resistía a admitirlo, y con
respecto al nombre, es una bella metáfora. Sin embargo, yo aún así
quiero que nuestro hijo lleve tu nombre, porque es el nombre de
quien más amo.

• Está bien, hagamos un trato, usemos ambos nombres - le sugerí y vi


la aprobación en esos ojos verdes suyos.

Le di el bebé y cuando le tuvo acunado en sus brazos se dirigió a él


dulcemente.

• Terrence Dylan Grandchester, bienvenido a nuestra familia, entonces


- le dijo y el asunto se volvió oficial.

PARTE 2

Recobrando el tesoro perdido

Era una espléndida mañana de Primavera cuando los Grandchester llegaron


a los muelles. Candy usaba un vestido de algodón floreado en color
durazno, cuya falda ondeaba con la brisa marina, rozando sus piernas un
par de pulgadas sobre sus pantorrillas. La joven miró su audaz falda y, de
nuevo, pensó que la Sra. Elroy se desmayaría si la viera usando aquella
escandalosa última moda. Una suave sonrisa apareció en sus labios
mientras imaginaba la cara que pondría la vieja dama. Pero, nuevamente,
no podía importarle menos, tan cómoda y práctica le parecía la nueva
tendencia. Candy estaba contenta de que las mujeres pudieran finalmente
deshacerse de los torturantes corsets y las faldas largas que se enredaban
en sus piernas cada vez que querían correr. Y eso era algo que ella había
necesitado hacer muy frecuentemente durante los dos años anteriores.
Junto a ella, la razón de su constante entrenamiento atlético estaba jugando
inocentemente con un cochecito de celuloide que ella había traído para
mantenerlo ocupado.

El pequeño Dylan, quien ya tenía más de dos años de edad, había crecido
hasta convertirse en un pilluelo fuerte e inquieto que en verdad se parecía
a sus dos padres en el temperamento. Por lo tanto, no era extraño que el
chiquillo mantuviera a su joven madre siempre subiendo y bajando
alrededor de la casa para reducir el peligro de sus constates accidentes.

-Se ve tan concentrado en su juego - le dijo en un susurro a su esposo,


observado cuidadosamente los movimientos del niño mientras él jugaba
ausentemente-

-¡Shhhh! ¡No lo sales!- contestó el joven sentado a su lado, mientras se


llevaba el dedo índice a sus labios.

- ¡De todas maneras, no va a durar mucho!- rió la muchacha ante el


comentario de Terri, -Sólo espero que el barco pueda alcanzar el puerto
antes que él empiece a aburrirse.

Los Grandchester habían ido al puerto a recibir a una amiga que no habían
visto en tres años: Annie Britter, quien estaba a punto de regresar a su
tierra natal después de terminar sus estudios de educación especial en
Italia. Durante todo este tiempo, la joven rubia había mantenido una
frecuente correspondencia con su amiga de la infancia, por lo que ambas
mujeres estaban al tanto de lo que estaba ocurriendo en la vida de la otra.
Annie había completado un álbum entero con fotos de Dylan y sabía todas
sus exóticas aventuras brincando sobre la estufa, en el sótano, sobre la
cabeza del jardinero, a través de la verja del jardín trasero, sobre la espalda
de su padre, bajo la barba de Robert Hathaway, en el estanque, detrás de
los entretelones, a través del escenario, dentro del enorme guardarropa de
su abuela y a donde quiera que fuese su imaginación. Candy, por su parte,
se sabía de memoria los nombres de los alumnos de Annie y cada uno de
sus problemas. Seguía la pista del progreso de Pietro con los rompecabezas,
los problemas de María con las sumas o el entusiasmo de Estefano mientras
aprendía a leer.

Muy en el fondo Candy también sabía de las penas secretas de las que
Annie nunca hablaba en sus cartas, esas penas calladas que la joven rubia
podía adivinar mas allá de los párrafos.

-¡Mamá, se rompió!- llamó una vocecita mientras una pequeña mano jalaba
la falda de Candy, lo cual hizo a la joven regresar de sus pensamientos. Fue
entonces, mientras Candy trataba de arreglar el coche de juguete que había
perdido una rueda gracias a los nutridos golpeteos que le había dado Dylan,
que arribó a puerto el trasatlántico en el que Annie viajaba. El momento que
siguió, cuando las dos jóvenes mujeres finalmente se vieron después de
tanto tiempo, fue una de las experiencias más conmovedoras que ellas
jamás vivieron. Las dos se abrazaron con todas sus fuerzas, llorando y
riendo al mismo tiempo como dos niñas pequeñas. Mientras tanto, Terri las
observaba parado a unos cuantos metros de distancia al tiempo que
cargaba a un asombrado Dylan.

El mutuo reconocimiento vino después. Annie estaba asombrada al darse


plena cuenta de que el matrimonio y la maternidad habían acentuado la
belleza en el porte de Candy y en cada uno de sus movimientos. También
admiró la figura esbelta de la rubia y su atuendo atrevido y moderno el
cual incluía un suave maquillaje. Candy, por su parte, estaba complacida de
ver el cabello corto de su amiga que iba tan bien con su cara y el ligero
bronceado que su piel había adquirido. Pero, detrás de la sonrisa, Candy
sabía que había un corazón aún adolorido. De cualquier manera, la joven
mujer decidió que Annie y ella tendrían tiempo para confiarse sus secretos
más tarde. Así que procedió a presentar a su hijo con su mejor amiga, y
desde ese momento Annie se enamoró del vigoroso bebé que muy
naturalmente le abrió los brazos como si la hubiese conocido desde
siempre.

Annie pasó unas cuantas semanas en Nueva York, sinceramente complacida


al presenciar el pequeño universo plácido y feliz en el que Candy vivía. La
existencia de la joven orbitaba de Terri a Dylan y de nuevo a Terri. Las dos
viejas amigas pasaron muchas tardes hablando interminablemente y
compartiendo los sueños de cada una para el futuro. En el caso de la
morena, esos planes incluían la fundación de una escuela para niños
mentalmente discapacitados, involucrarse más en los asuntos del Hogar de
Pony y una completa reconciliación con su madre. La Sra. Brighton, por
cierto, había empezado a dar señales de arrepentimiento por sus severas
reacciones hacia las decisiones de Annie.

Por el otro lado, Candy, quien estaba trabajando tres veces a la semana
como voluntaria en la Cruz Roja de Fort Lee, temía que iba a tener que dejar
su trabajo por un buen tiempo. La joven tenía ciertas sospechas de un
nuevo embarazo y por lo tanto le confió a Annie su pequeño secreto aún
cuando no estaba segura de ello. A diferencia del caso de Dylan, este nuevo
bebe había sido cuidadosamente planeado por la joven pareja y ambos
estaban emocionados con la nueva posibilidad. Aunque también estaban
conscientes del choque que esto podría representar para su primer hijo. Sin
embargo, durante todas esas largas pláticas que las dos mujeres
compartieron, el nombre de Archibald Cornwell nunca fue mencionado. El
silencio de Annie sólo reforzó la teoria de Candy acerca de los sentimientos
de su amiga hacia su primo, pero la joven respetó el silencio de la morena,
habiendo experimentado en carne propia la misma necesidad de discreciòn
durante los años que ella había estado separada de Terri.

En el fondo del corazón de Candy una certeza intuitiva empezó a crecer,


pero la mantuvo en secreto. El Sr. Britter fue a Nueva York para recoger a
su hija y pasar unos pocos días en la ciudad disfrutando el encanto de
Manhattan y la compañía de Annie. No obstante, la joven dama pronto
decidió que era tiempo de dejar la Gran Manzana y encarar sus viejos
demonios que estaban esperando por ella en Chicago. Después de todo, no
podía estar con los Grandchester para siempre. Annie tenía su propio
destino que cumplir, ya que Candy y sus dos hombres tenían su cosmos
particular, en el cual los otros eran sólo intrusos en un paraíso privado.
Giacomo Pagliari era uno de los socios de negocios del Sr. Britter y la
amistad entre los dos hombres había crecido considerablemente durante los
años que Annie había vivido en Italia. Los parientes del Sr. Pagliari en Italia
habían recibido a Annie cálidamente haciendo que ella se sintiera casi como
en casa. Los Pagliari visitaban a la joven dama durante los días de escuela,
la invitaban a pasar los fines de semana y las fiestas con ellos en su casa de
campo y normalmente enviaban largas cartas al Sr. Pagliari y su socio para
mantenerlos informados acerca de la salud de la joven. A su regreso, Annie
había empezado a recibir la visita regular de Alan Pagliari, el hijo mayor de
Giacomo, y la alta sociedad de Chicago estaba empezando a rumorar en el
cotillón que el joven Pagliari estaba cortejando a Annie Britter.

La joven escuchó los rumores sobre ella y Alan, pero nunca hizo un
comentario al respecto. Se limitaba a sonreir enigmáticamente y sonrojarse
ligeramente cada vez que le preguntaban sobre el tema. Después de todo,
Alan Pagliari no era un mal partido en lo absoluto. Era heredero de una gran
riqueza, hombre de negocios sagaz y poseedor de una personalidad
chispeante y encantadora que le recordaban a Annie las maneras vivaces
de Candy. Todas estas cualidades hacían de Alan uno de los solteros más
cotizados entre las jóvenes damas de Chicago. Mas aún, Alan se había
convertido en uno de los mejores amigos de la joven y delicada Srita. Britter
y su amistad se incrementaba cada día. Parecía que nada podía
interpornerse en el camino de la nueva pareja.

Annie miró su reflejo en el espejo, revisando otra vez la peluca peliroja que
iba a usar en el baile de mascaras esa noche. Había perdido su viejo
entusiasmo por los grandes eventos sociales durante el tiempo que había
estado trabajando y estudiando en Italia. La joven se había dado cuenta que
había tantos asuntos importantes que resolver en este mundo que estaba
sorprendida de cómo había perdido su tiempo en frivolidades en el pasado.
De cualquier modo, Annie tenía que asistir a ese baile de máscaras en
particular porque quería conocer a unas cuantas personas importantes que
podrían patrocinar su proyecto de una escuela para niños especiales.
Afortunadamente, Annie contaba con Alan para hacerle compañía durante la
velada. Sin embargo, no podía sentirse a gusto del todo mientras un miedo
enraizado que la había estado molestando todo el día, le causaba un
escozor al tiempo que se preparaba para la ocasión.

- Debe ser mi vieja inseguridad jugándome una mala pasada otra vez - se
dijo a si misma mientras revisaba su vestido de chiffon azul claro el cual
imitaba el estilo que estaba de moda durante el imperio de Napoleón
Bonaparte - Sólo debo ser positiva y tener confianza en que lograré que
esos ricos caballeros entiendan que mi proyecto vale la pena - se dijo en voz
alta para animarse, y con este último pensamiento abandonó su recámara
tomado un profundo respiro.

Esa noche iba a estar llena de sorpresas, ella lo presentía, pero ignoraba
hasta qué punto.

- Otra fiesta aburrida que tengo que aguantar - pensó el joven mientras le
daba su abrigo a uno de los sirviente en el salón, -Me pregunto por cuánto
tiempo tendré que estar escuchando a viejillos presumidos y huyendo de
sus hijas ansiosas que insisten en coquetear como si su vida dependiera de
ello.

El hombre se movió elegantemente por el enorme recinto saludando


gentilmente a los conocidos que encontraba en su camino. Sonreía con
clase a los hombres de negocios que lo reconocían y besaba
caballerosamente las manos de las damas mientras regalaba los oidos
femeninos con un cortés cumplido. Todo era parte de su bien estudiada
rutina, un asunto de relaciones públicas –así lo veía él – y otra manera de
asegurar su éxito en el duro y agresivo mundo de negocios.

No se quejaba de su posición ya que disfrutaba enormemente su estilo de


vida y amaba su trabajo lleno de retos. No obstante, a veces, el joven se
hartaba de tanta hipocresía alrededor de él y su corazón ansiaba encontrar
un corazón que verdaderamente deseara encontrar a la persona real dentro
de él, no importando su posición social o gran fortuna. Pero eso era algo que
no había podido lograr hasta ese día.

El joven presentó sus saludos al anfitrión y a su esposa y despés se mezcló


con los otros distinguidos invitados. Platicó ligeramente con los hombres y
bailó un par de veces con la primera chica que mostró algún interés en él,
sólo para darse cuenta muy pronto que la cabeza de la joven estaba tan
vacía que se podía escuchar al aire soplando adentro. Sí, en efecto, era otra
noche aburrida, pero al menos había un detalle adicional que hacía el baile
menos molesto. Era un baile de máscaras y ver los disfraces que cada
invitado había escogido era especialmente interesante, porque el disfraz
revelaba algo de la personalidad del dueño.

De este modo, el Sr. Garland quien era miembro del partido conservador se
veía muy bien en esa vestimenta de Cuáquero, mientras la hedonista Sra.
Clark estaba realmente bien en su disfraz de Cleopatra. Él, al contrario,
había escogido algo que no reflejaba su humor presente para nada. El joven
llevaba puesto un traje verde al estilo del renacimiento con pantalón corto y
calzas aterciopelados y un jubón delicadamente bordado con complicados
patrones dorados sobre el fondo verde oscuro. Un austero disfraz de monje
habría ido mejor con su humor melancólico en esa ocasión, pero,
nuevamente, tenía que mantener cierta imagen, a pesar de su estado de
ánimo esa noche.
El joven sacudió su cabeza casi imperceptiblemente para despejar su frente
de unas sedosas hebras rubio oscuro que le molestaban. En ese momento
percibió una presencia al otro lado del salón de baile. No podía distinguir
claramente de quien se trataba porque los invitados estaban bailando el
centro del lugar y las parejas se movían constantemente. Haciendo un
esfuerzo, el joven distinguió una silueta esbelta envuelta en un vaporoso
traje de chifón color turquesa. La dama se movía graciosamente y con
lentitud a lo largo del salón. El joven millonario pudo apreciar, a pesar de la
distancia, que la tela transparente de la falda, la cual llegaba a los tobillos
de la dama, permitía al buen observador descubrir la línea suavemente
curveada de las piernas femeninas. La mujer se cubría el rostro con una
máscara adornada con plumas que hacía juego con su vestido estilo
Imperio, así que el joven no podía decir a ciencia cierta si conocía a la dama
o no. No obstante, él estaba seguro que hacía mucho que no se sentía tan
atraído hacia mujer alguna como de pronto se sentía con respecto a aquella
joven dama lal otro lado del salón de baile.

El atrevido escote y el talle alto del vestido de la muchacha acentuaban los


encantos femeninos de modo tan inquietante que el joven temía que su
insistente mirada podría revelar más de lo que él deseaba dejar ver.

-¡¡Dios, es encantadora!! - pensó él, incapaz de evitar verla directamente.


Para su gran brochorno, la joven volvió la cabeza coronada por rizos
castaños y descubrió su presencia. Contrario a lo que él esperaba, la joven
dama no desvió su mirada. No bajó los ojos como correspondería a una
criatura modesta, pero tampoco coqueteó abiertamente. Solamente lo miró
con un aire serio y melancólico que irrumpió en el alma del hombre sin pedir
permiso, haciéndole imposible el quitarle los ojos de encima. Los segundos
que ambos sostuvieron la mirada parecieron como siglos y el joven no
estaba seguro si realmente deseaba alcanzar el fin de tan delicioso
momento. Finalmente, la mujer fue la primera en abandonar aquella
extraña competencia de miradas y él pudo notar que ella se sonrojaba
ligeramente, terminando por bajar los ojos. Este último y espontáneo gesto
de delicadeza, pareció originalmente encantador al hombre y lo desconcertó
áun más, preguntándose quién podría ser aquella mujer tan contradictoria.
El también bajo los ojos y volvió el rostro tratando de esconder la sonrisa
que se estaba dibujando en sus labios y cuando intentó de nuevo ver a la
joven, ella se había ido.

Sus insistentes pesquizas para encontrar a la misteriosa Josefina vestida


con un largo traje color turquesa no funcionaron por las siguientes dos horas
hasta que finalmente volvió a encontrarla bailando con un viejo caballero.
Ambos, la dama y el viejo, estaban imbuídos en una conversación que él no
podía escuchar. Fue entonces que la orquesta se detuvo y la audiencia
aplaudió la actuación de los músicos. El se movió entre las parejas hasta
que alcanzó el punto donde ella aún estaba hablando con el viejo.

-¿Le importaría si le robo la atención de su joven amiga por un segundo, Sr.


Russel?- preguntó el joven con su tono más educado, -Esto, por supuesto, si
la dama acepta bailar conmigo- añadió él dirigiéndose a la dama.

-Por mi no hay problema, mi estimado amigo. Estoy seguro que usted será
mejor compañía para esta jovencita que este viejo decrépito - dijo el
hombre gordinflón con una carcajada sofocada que movió graciosamente
su bigote canoso.

La mujer permaneció en silencio por un breve instante, mirando al joven con


la misma extraña intensidad y el hombre llegó a creer que ella había
palidecido ligeramente, pero no estaba seguro acerca de ello. Entonces,
cuando el caballero pensaba que ella estaba a punto de rehusar la
invitación, la joven simplemente asintió en silencio ofreciendo su mano al
joven al tiempo que la orquesta volvía a tocar. La pareja empezó a baliar
siguiendo el suave fondo musical. A pesar de su usual aplomo, el joven
sintió que la lengua se le atoraba en la gargante impidiéndole empezar una
conversación y ya que ella no deseaba hablar, sólo bailaron en silencio. El
trató de mirarla a los ojos otra vez, ahora que estaban tan cerca uno del
otro, pero a diferencia del momento anterior, ella evitó su mirada no
permitiéndole descubrir el color de sus pupilas.

¿Qué me está pasando? - se preguntó él - Por qué me siento tan feliz y al


mismo tiempo tan nervioso en la presencia de esta extraña? ¿Cómo es que
me siento seducido a este punto por una mujer que no es ...? - la lìnea de de
sus pensamientos fue de pronto interrumpida por el gran reloj del salón de
baile que indicaba que era la media noche. La música se detuvo otra vez y
el anfitrión de la fiesta exhortó a todos los invitados a descubrirse los
rostros, ya que el momento de revelar sus identidades había llegado. La
joven se retiró lentamente la máscara blanca y turquesa que velaba su cara,
y el joven casi se desmaya cuando descubrió con quién había estado
bailando.

-Fue lindo verte otra vez, Archibald- dijo una dulce voz que él conocía muy
bien.

-¡Annie!- fue todo lo que el joven pudo decir, demasiado asombrado por los
sentimientos mezclados que tan de repente explotaban en su corazón -
¡Yo ... yo ... yo no sabía ... que habías regresado!- tartamudeó él después
de un momento, e inmediatamente se arrepintió de su decisión de hablar
cuando apenas pudo pronunciar las palabras que se atropellaban en su
garganta.

- He estado aquí desde hace tres meses- dijo ella en un susurro.

-¡Annie!, ¡Annie!- llamó otra voz entre la multitud y pronto Archie pudo
reconocer a un hombre joven con cabello negro y brillantes ojos verdes que
se acercaba a la chica con familiaridad- Siento haberte dejado sola con el
Sr. Russel, pero simplemente no pude deshacerme de esa desagradable
Srita Leagan, ¿Estas bien? - perguntó el joven.

- Estoy bien, Alan. Acabo de encontrarme a un viejo conocido. Te presento


a Archibald Cornwell, él es primo de Candy. Archibald, este es Alan Pagliari,
un buen amigo mío- la joven dama presentó a los dos jóvenes cortesmente
y ambos intercambiaron un rápido apretón de manos.

-Encantado de conocerlo, Sr. Cornwell, he escuchado mucho acerca de la


prima de usted, Lady Grandchester, y debo admitir que soy el admirador
número uno de su marido. Un artista verdaderamente talentoso- comentó
Alan.

-Gracias- respondió Archie secamente, su usual amabilidad perdida de


súbito. El joven encontró extañamente curioso que el hombre a quien una
vez había odiado estuviera siendo elogiado por otro hombre quien estaba
despertando su repentina antipatía por una razón que él no podía descifrar
en ese momento.

- Bueno Archibald- interrumpió Annie notando que la atmósfera se había


vuelto densa repentinamente gracias a la inexplicablemente seca reacción
del hombre rubio - Fue un placer verte, ahora, si nos disculpas a Alan y a mí,
tenemos algunos amigos por allá que están esperando por nosotros- dijo
ella señalando a un pequeño grupo de jóvenes damas y caballeros del otro
lado del cuarto.

-Seguro, fue lindo verte de nuevo .... y conocerlo, Sr. Parliari - dijo Archie
con un aire ligeramente desdeñoso.

-Pagliari, el nombre es Pagliari, Sr. Cranwell - contestó Alan pagándole a


Archie con la misma moneda. La joven pareja se alejó antes de que Archie
pudiera responder a la provocación del otro joven y él tuvo que pasar el
resto de la noche enfadado y contrariado, incapaz de entender los confusos
sentimientos que de pronto explotaban dentro de él.

Cuando Annie abrió su recámara esa noche, se desplomó en la cama,


creyendo que sus últimas fuerzas se habían desvanecido en algún lugar de
ese salón de baile. Se colapsó sobre el colchón, extendiendo sus brazos y
respirando profundamente. Al final, lo que ella había temido desde que
había regresado a América, había sucedido: se había vuelto a encontrar con
Archibald Cornwell, sólo para darse cuenta que él estaba aun más
deslumbrante y seductor que antes. Cuando ella lo había visto en el otro
lado del cuarto, su corazón se había prácticamente petrificado. Se había
imaginado tantas veces cómo reaccionaría cuando tal momento llegase,
pero ninguna de sus ensayadas respuestas había funcionado aquella noche.
En lugar de la cortés inclinación de cabeza y el saludo abúlico que ella había
practicado cientos de veces frente al espejo, sólo se había quedado viéndolo
fijamente como una tonta, y para empeorar las cosas, había terminado
sonrojándose bajo la insistente mirada del joven. Eso pudo haber sido
suficientemente embarazoso, pero parecía que la fortuna había estado
totalmente en contra de su amor propio aquella noche. El muy tonto la
había invitado a bailar y ella no había tenido el coraje de revelarle su
identidad, esperando ingenuamente que él nunca averigüaría con quién
estaba bailando ¡Y luego ese molesto reloj que justo tenía que marcar la
media noche para que su charada fuese descubierta en la manera más
humillante! Si no hubiera sido por Alan quien la había rescatado tan
caballerosamente, se habría desmayado en aquel preciso instantea

Por fortuna, su buen amigo no la dejó sola otra vez por el resto de la noche.
El joven la alentó aún cuando Archie insolentemente desplegó sus
atenciones para otra chica en la fiesta durante toda la noche, hasta que él
dejo el baile el compañía de ella.
-¡Vamos Annie!- le había dicho Alan para animar a la joven mientras
bailaba con ella -Mantén la sonrisa en tu cara. No dejes que ese ingrato vea
a través de tu corazón. No lo merece - El joven, quien conocía bien la
historia de Archie y Annie, la impulsó a mantener el aplomo durante toda la
noche y Annie lo complacía con sus tímida sonrisas.

Había sido una dura ocasión en efecto, pero había obtenido el patrocinio de
dos importantes hombres de negocios en la ciudad y había sobrevivido su
primer encuentro con Archie. Tal vez no había resultado de la manera que
ella lo había planeado y probablemente aún se sentía ridícula recordando su
mutismo, sus piernas vacilantes, sus músculos paralizados, y sus alterados
latidos cuando Archie la había tomado en sus brazos de nuevo. Aún más,
tenía que reconocer que al final de todo ella había superado la experiencia,
pero ... ¿Realmente sería capaz de superar completamente lo que Archie
había significado en su vida?

El amanecer entró en la habitación mientras Annie aún veía en su mente a


Archie dejando el baile en compañía de una mujer que ella no conocía.

Posiblemente Annie se hubiera sentido mucho mejor si hubiese sabido que


Archie tampoco lo estaba pasando muy bien. El joven había hecho lo
necesario para deshacerse de su frívola acompañante después del baile,
pero aquello no había sido una tarea sencilla porque la mujer era una
cazafortunas profesional y no iba a dejarlo ir tan fácilmente . Además, se
sintió un poco culpable por usar a la chica para disfrazar su incomprensible
nerviosismo. De modo que hacerle entender que él no estaba realmente
interesado en ella no había sido muy agradable que digamos. Cuando
finalmente se liberó de la joven, corrió a su mansión y se precipitó a su
recámara para tomar un baño, esperando que el agua fría lo ayudaría a
aclarar sus desordenados pensamientos.

-¡Annie Britter! ¡Entre todas las mujeres!- se repetía con incredulidad


mientras se frotaba con energía hasta que la piel se le enrojeció -¿Cómo es
que me sentí tan malditamente atraído por ella cuando fui yo el que decidió
terminar!? Y ahora me pongo como loco tan sólo de verla. Sólo Candy me
hacía sentir así en el pasado ...¡Candy!

Archie detuvo su frenético frotamiento cuando recordó lo que había pasado


durante los tres años anteriores. Encarar la dolorosa verdad y aceptar que
había perdido a Candy para siempre había sido sólo el principio del
escarpado camino en el que Archie había tropezado más de una vez. No
había sido una situación fácil porque, estando cercanamente emparentado
a la rubia, tenía que verla frecuentemente y mantenerse informado de su
vida. De cualquier modo, poco a poco los acres dolores empezaron a
disminuir en fuerza, y la resignación lentamente creció en su corazón.
Contra todos sus recelos hacia Terri, el joven actor había probado ser un
esposo cariñoso e irreprochable, así que Archie no podía quejarse de él, ni
siquiera un poco. Candy era feliz sin lugar a dudas. La llegada del pequeño
Dylan sólo había aumentado la felicidad de la joven, y al mismo tiempo
había hecho que el joven millonario se diera aún más cuenta de cuán
imposible e inútil era su amor. Terri era el dueño de de Candy en alma y
cuerpo y no había nada que Archie pudiera hacer al respecto.

Cada vez que Archie veía a los Grandchester, se convencía más y más de
que Candy amaba a Terri como nunca podría amar a nadie más. Conforme
Archie maduraba, más entendía que su amiga de la infancia nunca sería la
mujer que él necesitaba. Al observar el modo en que Candy vivía para
complacer y amar a Terri, el joven millonario empezó a sentir la necesidad
de encontrar una mujer que pudiera sentir de la misma manera hacia él.
Casi imperceptiblemente, Archie dio el último adiós a su pasión de la
adolescencia y entró a la adultez con una nueva convicción: él era un
hombre que merecía ser amado tanto como Terri, y estaba resuelto a
encontrar a la mujer adecuada. Y ésta, ciertamente, no podía ser Candice
White.

Sin embargo, pronto se dio cuenta que la tarea no era fácil en lo absoluto.
Ser un hombre poderoso era de hecho un problema cuando se trataba de
encontrar esposa. No porque las jóvenes damas no estuviesen interesadas
en él, sino que estaban tan deslumbradas por su dinero y posición que el
joven no podía saber si lo buscaban por el hombre que era, o por su fortuna.
Así que Archie había llegado a ser extremadamente cauteloso, pues no
deseaba terminar con el corazón roto otra vez. Habría sido demasiado
doloroso y aún peligroso para su cordura después de todas las duras
experiencias que había vivido durante sus años de adolescente. En otras
palabras, aún cuando Archie quería encontrar una mujer para compartir su
vida, no estaba dispuesto a arriesgar tanto.

El tiempo voló y pronto Archie se sorprendió de tener ya veinticinco años y


continuar aún soltero, mientras la mayoría de sus amigos y conocidos ya
estaban casados y tenían uno o dos niños. Algunas veces pensaba que
permanecería soltero y solo para toda su vida y la idea lo entristecía
frecuentemente. Hasta entonces, sus complejos negocios lo habían salvado
de caer en una profunda depresión, pero no estaba seguro de cuanto más
podría continuar con aquel tren de vida solitaria. Entonces, de repente, esa
hermosa mujer en una nube turquesa había aparecido, arreglándoselas para
despertar de nuevo esas ansiedades que Archie había creído muertas
dentro de él y había tenido tan terrible mala suerte que esa chica había
terminado siendo su ex prometida, ¡De entre todas las mujeres en esta
Tierra!

-¿Qué me está pasando? - se preguntó a sí mismo mientras el agua corría


por su cuerpo, -Conozco a Annie desde que era un niño y ella nunca, ¡nunca
me hizo sentir de esta manera! ¿Cómo puede ser que de la noche a la
mañana, ella de pronto se vea tan ... tan ... tan maravillosa y segura de si
misma ...¡ y encantadora! ¡Debió haberse reído de mi estupidez por no ser
capaz de reconocerla! ¡Estaba bailando con Annie y no sabía que era ella!
¡Tonto de mi!- se seguía reprochando a sí mismo y así continuó, tratando
de encontrar una explicación para sus reacciones esa noche sin mucho
éxito.

Había cosas en él que simplemente no podía entender: aquella imprevista


atracción la cual casi lo hipnotizaba, sus rudas respuestas hacia Pagliari,
quien había, efectivamente, sido simpático, -hasta que Archie mismo
empezó a comportarse irracionalmente- y su compulsivo coqueteo con otras
mujeres en la fiesta. "¿Qué diablos estaba pasando?" El joven trató de
contestar estas alarmantes preguntas durante los siguientes dos meses,
pero cuando finalmente encontró algunas de las respuestas que buscaba,
no le gustaron para nada.

El proyecto de Annie no podía ir mejor. Había reunido todos los fondos que
necesitaba para empezar a construir la escuela y estaba esperando
encontrar más patrocinadores antes de que su sueño empezara
oficialmente a funcionar. Por primera vez en su vida Annie agradeció a su
madre por haberla enseñado a moverse en sociedad. La joven estaba
segura que aquellas habilidades habían sido esenciales en su éxito al
convencer a tanta gente de apoyar su causa. Por fin había encontrado un
uso práctico para toda aquella costosa educación clásica que había recibido
durante su niñez. Más aún, su amiga, Patricia Stevenson estaba ayudándole
directamente y el esposo de Patty también estaba patrocinando. Además, la
familia Pagliari, los Grandchester y William Albert – a pesar de estar lejos, en
Calcuta – habían también representado un apoyo importante para que ella
lograra sus planes. Ciertamente Annie tenía muchas razones para estar
feliz, entonces. . . ¿porqué estaba tan inquieta?

Había una sola y única respuesta: ¡Archibald Cornwell! Con la pobre excusa
de que su tío Albert quería ayudar a la joven dama con su escuela, Archie
había ido a verla en más de una ocasión a la oficina que ella había rentado
en el centro de Chicago . Annie sabía bien que George podía haber hecho el
trabajo en nombre de Albert, entonces ¿por qué Archie insistía en torturarla
con su presencia? ¿ Acaso le producía un placer insano el verla sufrir cada
vez que se encontraban? Cualquier cosa que estuviera motivando a Archie,
Annie no quería averiguarla, así que lo evitó tanto como fue posible y
algunas veces usó a su secretaria Melanie Collins, como escudo para
mantener al joven magnate lejos de ella.

No obstante, el joven continuó apareciendo en su camino una y otra vez


hasta que un día la chica se hartó de su persecución y Eliza Leagan ayudó
un poco más a empeorar la situación. Fue en una fiesta de té ofrecida por
una de las amigas de la Sra. Britter, invitación a la que Annie no pudo
rehusarse. Para su mala fortuna, la temida Eliza también había sido invitada
a la fiesta. La presuntuosa muchacha se aprovechó de la más insignificante
oportunidad para hacer que Annie pasar un mal rato. Candice White,
condesa de Grandchester, estaba fuera del venenoso alcance de Eliza, eso
era cierto, pero su mejor amiga, Annie, siempre más débil y sensible, era un
blanco fácil para descargar todo su odio y frustación por seguir aún soltera
mientras que su antigua rival estaba felizmente casada.

-¡Qué sorpresa verte otra vez, querida Annie!- dijo Eliza con movimientos
estudiados, abrazando a la morena y besándola en ambas mejillas, - te ves
tan elegante y a la moda con ese nuevo corte de cabello.
-Gracias Eliza ... tú también te ves increíble. El verde es ciertamente tu
color- se esforzó Annie continuando con el juego de hipocresía que la mujer
de cabello castaño sabía jugar tan bien. -He escuchado que has estado
trabajando duro en la caridad últimamente. ¡Qué altruista de tu parte!-
continuó Eliza elogiando a Annie, y la joven morena sabía que la víbora que
era la joven Leagan podía morder en cualquier momento, solamente
estaba usando la adulación para desconcertarla antes de su ataque.

-No es exactamente caridad de la manera usual - explicó la joven, tratando


de dirigir la conversación a un terreno seguro donde ella pudiera manejar la
situación, - voy a dirigir una escuela para niños esspeciales, sólo que la
organización del proyecto está requiriendo de mucho trabajo. Esto va a ser
como un trabajo fijo más que sólo una actividad de tiempo libre.

-Ya veo, pero tú debes estar acostumbrada al trabajo duro- apuntó Eliza
incisivamente, - ¿No era así en el Hogar de Pony, queriida?

- "Esa fue su primera arremetida” - pensó Annie mientras se preparaba a


responder- En efecto Eliza. Estoy orgullosa de los años que viví ahí y aprendí
las mejores lecciones de mi vida entera.

-Justo como tu muy querida hermana Candy, ¿eh?- sonrió Eliza astutamente
-¿No es sorprendente cómo una chica de tan humilde origen pudo haber
alcanzado la aristocracia? Pero en estos días yo podría creer cualquier cosa.

-No hay nada de que sorprenderse, querida Eliza- Annie regresó el golpe a
pesar de sus miedos internos conociendo que la venenosa lengua de Eliza
podía usar cualquier cosa que dijera en su conta - Este es un mundo injusto,
pero algunas veces ciertas personas obtienen lo que realmente merecen.
Así que Candy está solamente cosechando lo que sembró. Deberías ver a su
hijo, es un bebé tan hermoso y se parece tanto a su padre, quien está muy
orgulloso de él, por supuesto. Estoy segura que más de una mujer le envidia
su afortunada posición, mientras ellas no pueden siquiera mantener una
relación estable.

Eliza palideció con el comentario de Annie intencionalmente dirigido a ese


punto sensible que la lastimaba más. Pero Eliza no se iba a dar por vencida
tan fácilmente.

-Y hablando de relaciones. ¿Cómo te está yendo con el guapo joven Pagliari?


He escuchado que ustedes mantienen una amistad muy cercana . ¿Es eso
verdad? - preguntó la pelirroja cambiando la conversación.

- Solamente somos buenos amigos. Nada más. - declaró Annie secamente.

- Pero hay tantos rumores acerca de ustedes dos, que yo pensé que
finalmente habías olvidado a mi primo!-. replicó Eliza burlonamente. Una
sombra negra zurcó el rostro de Annie haciéndole entender a Eliza que
finalmente había tocado la herida sin cicatrizar donde sus comentarios
podrían hacer el daño deseado.

-.Yo ... yo... yo no sé de lo que estás hablando- Annie tartamudeó incapaz de


decir algo más.
-No te preocupes, querida, yo entiendo cómo debes estar sintiéndote,
especialmente ahora que Archie está cortejando a mi amiga Leonora
Simmons- asestó Eliiza con una nueva y más fuerte puñalada.

- ¡Yo no sabía!- Fue todo lo que Annie pudo contestar. ¿Podría Archie ser tan
cruel? ¿Podría él estarla persiguiendo sólo para hacer su vida miserable
mientras estaba haciéndole la corte a otra mujer?

-Yo sé, querida, nos tomó a todos por sorpresa- continuó Eliza, tan feliz por
haber recuperado el control de la conversación que le permitía hacer sufrir a
Annie - pienso que Archie simplemente se volvióó loco por Leonora, ella es
tan ... tan ...

-¡Tan molesta, superficial, aburrida, y tonta!- interrumpió una voz masculina


a espaldas de Annie iy la morena no tuvo que voltear para averiguar de
quién había sido la voz.

-¿Describe eso adecuadamente a tu estúpida amiga Leonora, mi querida


prima? O Tal vez quieras que continúe con los epítetos. Tengo bastantes
palabras que usar, pero me temo que ninguna de ellas sea agradable, dijo
Archie desdeñosamente.

-A ... A ... ¡Archie!” Exclamó Liza poniéndose roja -No sabía que venías a la
fiesta

-Puedes ver bien que estoy aquí y justo a tiempo para detener esa sucia
boca tuya de esparcir rumores viperinos acerca de mi persona. ¿Qué acabas
de decir acerca de mi y tu estúpida amiga Leonora Simmons?

-Bueno, yo pienso que todo fue un malentendido ... yo pensaba- masculló


Eliza entre dientes tratando de encontrar el modo de escapar, sin mucha
suerte.

-Ah ... ¡Qué novedad primita, tú pensaste! - Archie rió con desprecio -Yo
creía que esa era una tarea demasiado pesada para tu cabeza! ¡Cuidado, se
te puede quemar y arruinar ese lindo peinado!

-¡Me estás insultando, Archibald! - gimió Eliza muy irritada

-Archie, por favor - interrumpió Annie juzgando que el joven estaba yendo
muy lejos con su prima y su tímida pero firme voz fue suficiente para
hacerlo detenerse.

-Lo siento Eliza - dijo él de mala gana,- fue sólo una broomita mía. Tú sabes
que me gusta embromarte. Creo que es mi manera de demostrar mi cariño
fraternal hacia ti, querida prima. ¿Ahora, serías tan amable de disculparnos?
... Me temo que me llevaré a Annie por un momento, como los viejos amigos
que somos, tenemos muchas cosas que platicar- explicó el joven tomando la
mano de Annie y guiándola lejos de la repugnante lengua de Eliza.

Aquella era una rara combinación de la gloria y el infierno para Annie.


Estaba tan abrumada por el toque del joven sosteniendo su mano, que no
podía decir una sola palabra mientras él la llevaba a lo largo del jardín a un
lugar donde ellos pudieran gozar de cierta privacía. ¡Habían tantas cosas
inundando su mente! Primero, la constante persecución de Archie, la cual
ella no sabía cómo interpretar; luego, Eliza diciendo que él estaba
enamorando a otra chica, y después Archie negándolo decisivamente y
salvándola de la presencia de su prima como un caballero en una brillante
armadura. ¿Era este el mismo hombre que puso fin a su compromiso porque
él estaba aun enamorado de otra mujer? ¿Qué parte de la historia se había
ella perdido que había hecho ile hacía imposible entender la situación?

-Espera un minuto Archibald- ella finalmente explotó, retirando su mano de


la de él- Aprecio tu ayuda con Eliza, pero pienso que sería mejor regresar a
la fiesta.

-¿Porqué? ¿Tienes miedo de que tu amigo italiano se ponga celoso?-


preguntó el joven preguntó sin rodeos.

-Primero que nada, Archibald- dijo la joven mujer molestándose con el tono
del rubio -Alan no es italiano, el nació aquí al iggual que su padre. Los
Pagliari se ven a si mismos como norteamericanos porque su familia ha
vivido aquí por tres generaciones y aunque están orgullosos de sus raíces
italianas, tienen los mismos derechos que tú y yo. ¡Simplemente no me
gusta el tono que usaste como si fuera un pecado no ser anglosajón!
¿Olvidas que tus antepasados también fueron inmigrantes?

-¡ Caramba, Annie, nunca pensé que podrías ponerte tan defensiva acerca
de tu amigo! - respondió Archie parte molesto por la reacción de la morena,
pero también complacido al descubrir que la joven mujer había desarrollado
ideas que no estaban antes en su cabeza.

-¡Aun no he terminado!- advirtió ella mientras su voz se elevaba más


vehementemente -En segundo lugar, no hay razón para que Alan se ponga
celoso porque no hay nada entre tú y yo, hasta donde yo sé, y tercero, yo
pienso que debemos poner un fin a esta ridícula persecución tuya ¿Qué es
lo que quieres Archibald, mi amistad para hacerte sentir menos culpable?
Puedes bien ahorrarte la pena. ¡Estoy bien y feliz! Puedes seguir con tu vida

-¿Es eso lo que piensas Annie?- exclamó el joven aturdido -¿Crees que yo te
he estado buscando porque me siento culpable? No es así Annie, ¡para
nada!

-¡Entonces podrías explicármelo porque no lo entiendo Archibald!

-¡Archibald, Archibald, Archibald!- dijo el joven frustrado mientras abría los


brazos. - ¡No sé por qué sigues llamándome como si fuéramos dos extraños!
Hace sólo un momento cuando estaba dándole a Eliza una buena lección,
recordaste la manera en la que mis amigos me llaman. ¡Yo pensé que había
recuperado tu confianza entonces y que me llamabas de nuevo como solías
hacerlo!

-Eso fue en el pasado, Archibald - contestó la joven bajando los ojos y


volteándose, sintiendo que las lágrimas no tardarían en aparecer
-Pero podría ser parte del presente si quisiéramos- se atrevió a decir el
joven, sintiendo que la ocasión que había estado buscando había llegado
finalmente. -¡Esta es la razón por la que te he estado persiguiendo
deliberadamente, Annie! Porque me he dado cuenta que perdí mi más
querido tesoro y he decidio recobrarlo ... recobrarte.

-¿¡Qué!? - exclamó la joven volteando a ver al hombre directamente a los


ojos. ¡No podía creer lo que él acababa de decir! ¿Quería él decir que
desaba volver? ...¿como si nada hubiera pasado?

- Estoy diciendo que te quiero de vuelta, Annie ... estoy diciendo que fue un
error dejarte ir - admitió el joven con voz ronca.

-¡Un error!- Annie respondió sintiendo cómo la indignación llenaba su pecho.


Durante más de tres años había trabajado duro y firmemente para superar
su dolor y sanar su corazón roto. Había estado lejos de su familia y sus más
queridos amigos, tratando de silenciar los llantos internos de su alma
mientras dedicaba su vida a ayudar a otros, y aquí estaba este hombre,
¡diciendo que todo había sido un error! Difícilmente podía dar crédito a sus
oídos. -Es tan fácil para ti decir eso, Archibald! ¿Dime dónde has estado
durante todo este tiempo mientras yo sufrí un millón de muertes? ¿Soñando
con un amor imposible, tal vez? ¡Y ahora te das cuenta que todo fue un
error! ¡No puedo creer tu arrogancia!

-Annie por favor, sé que he sido un tonto, y merezco tu desdén, pero he


aprendido mi lección ... lo juro.

- Pues me alegro por ti, Archibald -interrumpió Annie incapaz de contener


más sus lágrimas, lágrimas de dolor, pero también de enojo y
resentimiento. - Es un verdadero progreso para ti, pero por favor sólo sigue
adelante con tu vida y no cuentes conmigo para tus planes futuros. ¿Como
podría aceptar a alguien que primero me humilló? Sé que también fue mi
culpa por aceptarte cuando yo sabía que no me amabas. Tienes razón, todo
fue un error y no pienso cometerlo otra vez. Para serte sincera, ambos
fuimos un par de tontos, la diferencia es que yo fui una tonta que te amó y
tú ... ¡tú solo fuiste un tonto sin corazón! - dijo ella finalmente antes de salir
corriendo escondiendo el rostro entre las manos y dejando tras de si a un
hombre que no sabía cómo resolver el problema en el que él mismo se
había metido gracias a serie de malas decisiones que había hecho en el
pasado.

¿Qué había sucedido con Archie durante los dos meses anteriores que lo
llevaron a confesar un sentimiento que en el pasado parecía no haber
existido? Bueno, las cosas fueron más bien complicadas para el joven desde
que vió a Annie en el baile de mascaras. Se sintió terriblemente incómodo
con la ardiente e inesperada atracción que había experimentado por
primera vez esa noche. No estaba realmente acostumbrado a sentirse así
por causa de una mujer que no fuese Candy. Pero, siendo francos, había
pasado ya mucho tiempo desde que la joven rubia lo había hecho sentirse
así por ultima vez. Muy a su pesar, la pasión que antes había albergado por
su prima se había vuelto difusa y borrosa.

Durante los días que siguieron Archie se había debatido consigo mismo para
organizar sus pensamientos acerca de Annie Britter, quien repentinamente
parecía tan cambiada y atractiva. Arguyó que la belleza física de Annie, la
cual siempre había sido notable, le había simplemente tomado por
sorpresa. Tal vez había sido el resultado de su gran soledad. Quizá el efecto
misterioso de la dama enmascarada caminando a través del salón de baile y
mirándolo con un aire franco -algo inusual en las otras mujeres que conocía-
lo había hecho reaccionar con un exceso de atracción. “Sí, debe ser eso”,
se dijo a si mismo y quedó satisfecho con esa explicación por un tiempo. Sin
embargo, su desasosiego no le dio cuartel y las cosas no mejoraron cuando
los incisivos comentarios de Neil acerca de Annie y Pagliari llegaron a sus
oídos durante una reunión familiar.

¿Porqué se estaba sintiendo tan molesto de que su ex novia pareciera estar


saliendo con alguien más? ¿No había él salido con varias damas desde su
ruptura con Annie? ¿No era lo que él quería, que ambos pudieran ser libres
para encontrar la felicidad por si mismos? Archie se hizo a esas preguntas
muchísimas veces hasta que le dolió la cabeza y tanto su apetito como sus
horas de sueño acabaron por reducirse al mínimo. Durante esas largas
horas de insomnio, el joven no podía dejar de recordar el pasado.
Involuntariamente, su mente lo llevaba a esos años de su adolescencia y
por primera vez en su vida, la figura de Candy no aparecía como el centro
de sus recuerdos.

Era otra voz la que escuchaba con los oídos de sus remembranzas, otra
sonrisa, un par de ojos que no eran verdes, una cabellera sedosa y brillante
que no era ni rubia ni rizada, momentos que había compartido con alguien
más; alguien en quién escasamente había pensado por largo tiempo. De
repente le venían a la memoria una larga lista de detalles: Annie llevándole
comida y mantas al cuarto de castigo en la época del colegio, los delicados
pañuelos que ella solía bordarle cada año para su cumpleaños, la sonrisa
especial que ella guardaba para él y sólo para él, los tantos detalles y
buenos momentos que compartieron. Sin duda Annie sabía bien cómo ser
esa amiga cercana que todo hombre necesita y Archie tenía que reconocer
que había extrañado todo eso desde su separación.

Pero la amistad no es suficiente para el matrimonio, y él ciertamente había


terminado con ella por esa falta de pasión en su relación. Entonces,
encontrar a Annie tan malditamente atractiva de buenas a primeras y
recordar su dulce afecto al mismo tiempo, estaba haciendo el asunto aún
más complicado. Y para colmo de males las cosas que estaba descubriendo
en aquella nueva Annie no ayudaban en lo absoluto. Cualquier cosa que él
había considerado frívolo o aburrido en la joven, parecía haber sido
sustituida por una nueva actitud que él encontraba molestamente
atractiva.

Sin darse cuenta de ello, Archie terminó admirando la determinación de la


joven dama de construir una escuela sin el apoyo directo de su padre,
conquistando su natural timidez para encontrar los patrocinadores que
necesitaba. El joven apenas podía reconocer en aquella mujer a la tímida
niña que un día había conocido y para su gran molestia, cada uno de esos
nuevos cambios en ella le parecían deliciosamente irresistibles. Todas estas
consideraciones lo estaban forzando a sentir algo que nunca había
experimentado antes.

Al principio no podía nombrar lo que sentía en su corazón, pero conforme


los días y las semanas iban pasando, finalmente dio al sentimiento el
nombre que le correspondía: ¡arrepentimiento! ¡Se arrepentía de su
rompimiento con Annie Brighton! Cuando Archie entendió esta
desagradable verdad inició una campaña compulsiva. Siguió a la chica, con
un constante, irracional e incontrolable impulso que no podía contener a
pesar de las voces internas las cuales le decían a gritos que era mejor idea
olvidar el tesoro que ya había perdido mucho tiempo antes.

Candy sintió al bebé pateando dentro de ella una vez más y guió la mano de
Dylan hacia su abdomen, para que el niño pudiera sentir la nueva vida
creciendo dentro del cuerpo de su madre. La joven sabía que la llegada de
un segundo niño iba a ser un duro golpe para su pequeño primogénito,
quien estaba acostumbrado a ser el centro de atención de todos. De
cualquier manera, Candy estaba consciente de que esa era una lección que
Dylan necesitaba aprender y presentía que todo lo que podía hacer para
reducir el dolor de su hijo, era hacerlo tomar conciencia de que pronto
tendría que compartir el afecto de su madre con un nuevo miembro de la
familia.

Tal vez aquel Dylan de casi tres años de edad no podía entender
completamente el milagroso proceso que estaba llevándose a cabo dentro
del vientre de Candy, pero la joven trataba de prepararlo para el momento
lo mejor posible. Al mismo tiempo, le reafirmaba su cariño constantemente,
sabiendo que el niño necesitaría estar seguro del amor de sus padres más
que nunca antes en su corta vida.

- Siéntelo . . . es el bebé moviéndose- le dijo al pequeño que la miraba con


asombro mientras abría desmensuradamente sus enormes ojos azules.

- ¡Es mi hermano! - dijo Dylan sonriendo mientras sentía loos movimientos


en el abdomen de su madre.

- Aún no podemos decir si será niña o niño, querido - repuso ella riendo
ante la seguridad del niño, - podría ser una hermana.

- ¡Es un hermano! - insistió el niño frunciendo el ceño de una manera que le


recordó a Candy la expresión de su esposo cuando estaba molesto. -
esperemos que sea un niño, pero no hay garantía para ello, Terri - sentenció
ella llamando al niño por su primer nombre, el cual sólo usaba cuando el
padre de Dylan no estaba cerca. Fue entonces cuando el empleado de la
estación de trenes anunció la llegada del expresso de Chicago. La joven se
levantó tomando a su hijo de la mano y ambos empezaron a caminar por la
atestada plataforma con la nana de Dylan siguiéndolos.

Candy buscó entre la multitud hasta que sus ojos brillaron al ver a otra
joven mujer con un delicado sombrero de paja, sedosos cabellos negros que
le rozaban el cuello y un elegante vestido rosa con una cinta rosa a la
cadera. La rubia sonrió y mirando al pequeño a su lado, le dijo:

- ¡Es la tia Annie, Terri!- guiñó con alegría -¡Annie! ¡Annie! ¡Aquí estamos! -
gritó la joven moviendo su mano hasta que obtuvo el efecto deseado y la
morena la distinguió en la distancia.

-¡Candy! ¡Candy! - gritó Annie olvidando su usual coompostura de dama y


corriendo para encontrar a su amiga. Después de un largo viaje, la
muchacha finalmente había llegado al lugar donde esperaba encontrar el
apoyo y consejo que necesitaba desesperadamente: los cariñosos y
siempre abiertos brazos de Candy.

El viaje a Fort Lee estuvo lleno de aventuras para Annie Britter con su amiga
Candy manejando su nuevo Oldsmobile Touring . Demasiado independiente
como para ser siempre escoltada por el chofer de Terri, la joven había
insistido en tener su propio auto hasta que el actor, quien no sabía cómo
negarse a los deseos de su mujer, le había obsequiado el automóvil con
motivo de su vigésimo cuarto cumpleaños . A pesar de su temperamento
naturalmente temerario, Candy había llegado a ser una conductora muy
cuidadosa, tal vez a causa de una instintiva preocupación maternal por la
seguridad de sus niños, o por los muchos accidentes que había sufrido
cuando solía ser la conejilla de indias de Alistair durante los años de su
adolescencia. De cualquier modo, tan pronto como Annie supo que Candy
iba a manejar, la pobre morena casi se desmaya y todo el tiempo que duró
el viaje permaneció prácticamente aferrada al asiento, las manos sujetas a
la tapicería de cuero, la cara blanca como una figura de marfil y los ojos
reflejando un miedo infantil que no podía controlar.

Candy sólo sonrió observando el sufrimiento de Annie, mientras se daba


cuenta de que no importa cuánto podamos cambiar con la edad y los
golpes de la vida, hay ciertos aspectos en la personalidad de todos que
siempre permanecen inalterables. En el fondo de su corazón Annie era aún
una niña pequeña y miedosa que lloraba mirando hacia la copa del árbol
mientras Candy lo trepaba impávidamente. Y esa no era la única cosa que
no había cambiado en el alma de Annie. Mas tarde, cuando las jóvenes
mujeres estaban ya en la casa de la rubia y Dylan se había quedado en su
cuarto tomando su siesta diaria, Candy pudo confirmar su teoria: no era sólo
que Annie seguiera temiendo a la altura o a la velocidad, sino que su
corazón seguía preso en el mismo lugar.

Cuando las dos mujeres finalmente tuvieron algo de privacidad, Annie,


incapaz de ocultar su dolor por más tiempo, se lanzó a los brazos de Candy
y lloró incosolablemente. Todas las lágrimas que había luchado por
esconder de Candy en el pasado, repentinamente alcanzaron sus párpados
y salieron con una fuerza incontrolable. La joven dejó que Candy viera
abiertamente lo que ya la rubia había adivinado gracias a esa especial
intución que poseía.

- ¡Oh Candy, Candy! ¡No puedo soportarlo más! Traté de ser tan fuerte
como tú, ¡Pero no puedo! - Annie dijo entre sus sollozos y Candy levantó la
barbilla de su amiga para verla directamente a los ojos.

- ¡Annie! ¡Se trata de Archie, no es así? - dijo la rubia y su pregunta solo


quería decirle a su amiga que ella entendía lo que estaba pasando en su
corazón. Annie simplemente asintió calladamente mientras un suave rubor
cubría sus mejillas.

- ¡Ay Annie, has sido más fuerte de lo que quieres admitir!

- ¡Pero yo no quería molestarte con mis problemas y aquí estoy! Me prometí


a mi misma ser lo suficientemente fuerte para lidiar con mis penas por mi
misma, pero no puedo. Es simplemente demasiado para mi! - dijo la
morena con pesar.

- ¡Annie, no es un pecado acudir a tus amigos cuando los días están


nublados. Además, ya es notable la manera en que contuviste tu pena por
tanto tiempo y en lugar de poner atención a ella, invertiste tu tiempo
preparándote para ayudar a otros. Ciertamente has madurado bastante,
niña - repuso Candy animando a su amiga.

-Yo pensé que ya lo había olvidado. Al fin y al cabo todo era más fácil
cuando estaba en Italia ... - murmuró Annie murmuró con voz temblorosa,
mientras sus manos estrujaban la delgada tela de su vestido.

-Sé lo quieres decir Annie- suspiró la rubia recordando sus propias


desilusiones amorosas, - Es muy distinto cuando estás sola y el hombre que
amas está lejos, pero cuando lo vuelves a ver todo parece derrumbarse ¿No
es así?

- ¡Y él sólo ha hecho las cosas más difíciles - Annie lloró otra vez.

- ¿ Cómo es eso Annie? ¿Qué ha pasado con ese niño estupido? - preguntó la
rubia intrigada y la morena le contó la historia de sus frecuentes encuentros
con Archibald lo mejor que pudo, desde que se vieron otra vez en el baile
de máscaras hasta la última discusión que tuvieron en la aquella tertulia.

Mientras Annie le decía a Candy todo lo que había pasado, la rubia no sabía
si debía dar una paliza a Annie o a Archie por ser tan ciegos ante sus
propios sentimientos. Sin embargo, recordando que ella no había sido más
inteligente cuando le había tocado enfrentar la misma clase de problemas,
decidió contener su boca. Por el contrario, simplemente escuchó a su amiga
y le ofreció el afecto y aceptación que necesitaba en ese momento.

- Es curioso como las cosas se ven más menos complicadas cuando uno no
está directamente envuelto en el problema - pensó la rubia - Aquí estás
Annie, llorando desesperadamente porque has esperado tanto tiempo para
escuchar a Archie decirte esas maravillosas palabras y ahora que finalmente
lo hace, huyes de él, sin saber qué hacer con la felicidad que toca a tu
puerta ¿Es que realmente es tan difícil perdonarlo y volver a empezar? -
Candy se preguntó en silencio.

Candy imaginó que era mejor dejar pasar el tiempo y una vez que Annie
hubiese recobrado la serenidad y ganado en perspectiva, la joven señora
Grandchester podría hacer algo para ayudar a que sus amigos
reencontrasen el camino que habían perdido accidentalemnte en algún
lugar del pasado. Aquella misma noche, la muchacha le contó a su marido lo
que estaba sucediendo, incapaz de esconder cosa alguna de su
conocimiento.

- Me parece que debes tomar ese teléfono y llamar a Archie para decirle que
Annie está aquí - fue la inmediata reacción de Terri, asombrando a Candy
quien sabía bien que su primo nunca había sido santo de la devoción de
Terri y viceversa.

- ¡De ninguna manera! ¡No voy a hacer eso ahora! ¡Annie necesita tiempo
para pensar bien lo que va a hacer! - dijo Candy mientras peinaba su
cabello frente del espejo de su tocador.

- Y mientras tanto ese pobre hombre está allá en Chicago ahogándose en su


propia hiel , ¿No? - sentenció Terri mientras pasaba las hojjas del libreto que
estaba leyendo -¡Ustedes las mujeres son criaturas sumamente crueles!
Estoy seguro de que les complace el vernos sufrir. ¿Me equivoco? - Agregó
él bromeando.

- ¡Odioso! - chilló la mujer y el joven no pudo esquuivar una almohada


voladora que lo golpeó justo en la nariz - Los hombres a veces merecen
sufrir un poco.

- ¡No pienses que vas a escaparte de esta Señora Pecas! - amenazó él


mientras dejaba el libro a un lado.

- No le harías algo malo a una mujer embarazada, ¿o sí?” - se jactó ella muy
segura de los privilegios que le daba su condición.

-¡Sólo espera a que te atrape! - dijo él moviéndose más rápido que sus
palabras. Candy trató de levantarse y correr para esconderse en el baño,
pero su embarazo de seis meses no le permitió moverse tan rápido como
estaba acostumbrada hacerlo y Terri no tuvo problema para atraparla antes
de que pudiera escaparse

-¡Te tengo! - dijo él triunfantemente mientras la abrrazaba suavemente -


Ahora te haré pagar por ese irrespetuoso golpe en mi nariz.

- ¿Se supone que debo palidecer de miedo ahora?- preguntó ella retándolo
con una sonrisa.
-Bueno, decídelo tú - contestó él con un profundo beso al cual ella
respondió inmediatamente enredando sus manos en el cabello castaño del
joven mientras le acariciaba la nuca

- ¡Cielos, Candy, aún recuerdo que infierno es vivir sin ti! - susurró él aún
besándola.

- Lo mismo digo - replicó ella perdiéndose en los ojos iridiscentes de su


marido - Veo a Annie y me veo a mi misma durante esos terribles días en
Francia.

- Fuimos bastante estúpidos entonces - se rió Terri entre dientes ante el


recuerdo mientras jugaba con los rizos de la joven, pero poniéndose serio
enseguida agregó - Nunca olvidaré que casi te pierdo por mmi estupidez.
Por favor, nunca huyas de mi. No creo poder resistirlo.

- Ella tomó su mano y lo guió a la cama donde ambos se sentaron mientras


ella descansaba su cabeza en el pecho del joven - No hay lugar donde yo
pueda estar más a gusto que éste, cerca de ti - dijo ella en un tono dulce y
él le dio otro beso en respuesta.

- Sin embargo, aún pienso que deberíamos decirle a Archie que ella esta
aquí! - insistió él con una sonrisa traviesa cuando se rompió el beso.

-¡No te atrevas, Terrence!- amenazó ella con un tono decisivo que él


conocía bien - Déjame hacer las cosas a mi modo, después de todo,¡Aquí yo
soy la casamentera profesional!

- ¡Eso es exactamente lo que temo! - contestó Terri y una vez más otra
almohada se le estrelló en el rostro.

Tres días después de la llegada de Annie un empleado de una florería local


llevó un costoso arreglo floral con raras orquídeas color de rosa a la casa de
los Grandchester. Las orquídeas, que eran las flores favoritas de Annie,
venían con una nota que simplemente decía: de tu tonto sin corazón.

Cuando la joven morena leyó la línea dejó caer la tarjeta y corrió a su


recámara antes de que Candy pudiera preguntarle cualquier cosa. La rubia
tomó la nota e inmediatamente adivinó que Archie estaba en la ciudad.
Obviamente, había sólo una persona responsable de eso.

- Debería molestarme con Terri por su intromisión - se dijo Candy - pero,


¿quién sabe? tal vez esta sea una buena oportunidad para que estos dos
hombres olviden su irracional antipatía.

Candy ignoraba que ella había sido el principal motivo de las diferencias
entre Terri y Archie, pero no estaba ciega ante su obvia y mutua frialdad.
- ¡Santo Dios! - exclamó la muchacha hablándole al bebé dentro de ella -
Dadas las nuevas circunstancias, supongo que tendremos que pensar cómo
tratar con tu obstinada tía Annie, bebé!

¿Qué estaba sucediendo con Annie? En el pasado, ella se había dicho en


incontables ocasiones que iba a esperar a que Archie realmente apreciara
su valor todo el tiempo que fuera necesario. Y así lo había hecho hasta que
él acabó por decidir que no tenía sentido seguir esperando. Durante los
dolorosos años que siguieron al rompimiento, la joven mujer había tratado
con toda su alma de convencerse a si misma que sus sueños adolescentes
fueron sólo eso, meros sueños que ella necesitaba olvidar para situarse en
la vida real.

Annie había estudiado duramente, tratando de dar lo mejor para complacer


los altos estándares de Maria Montessori y aprender tanto como le fuera
posible y hacer su nuevo sueño realidad. La joven había decidido que esta
vez no iba a confiar en los demás para construir su futuro. Esta vez
solamente contaría consigo misma y por lo tanto, hizo planes para dedicar
su vida a la educación.

Tenía muchos proyectos en mente que sólo estaban esperando para el


momento justo. Sin embargo, el matrimonio no era uno de ellos. A los veinte
cuatro años, viendo que sus dos mejores amigas estaban ya casadas y
criando sus propias familias, Annie imaginaba que terminaría como una
solterona, justo como la Srita. Pony. Curiosamente, esta perspectiva no le
parecía tan triste como antes.

Cuando hubo concluído sus estudios en Italia, la joven entendió que su


regreso a Chicago eventualmente significaría un reencuentro con Archibald.
Sin embargo, allá en Europa, Annie había pensado que estaba lista para
encarar a su exnovio, o al menos, trató de convencerse a si misma de que
así era. Pero sólo tuvo que poner un pie en América para empezar a
temblar, muriendo de miedo nada más de pensar que vería a Archibald otra
vez, que quizá lo encontraría aún más apuesto y seductor que antes, o aún
peor, que acabaría por enterarse de que estaba saliendo con alguien más,
que se había comprometido ... o casado.

No obstante, lo último que Annie se había imaginado era que Archie le


hiciera la corte. La tarde que el joven le confesó sus sentimientos, parte del
corazón de Annie quería correr hacia él, abrazarlo fuertemente y decirle que
ella aún estaba enamorada de él, pero la otra parte - herida y resentida por
el rechazo del pasado- no concebía la posibilidad de volver a aceptarlo. No
podía borrar de su mente los maliciosos rumores de los cuales había sido
objeto después de que Archie había cancelado la boda. Todo lo contrario,
esos tristes recuerdos estaban aún tan claros que le resultaba
extremadamente difícil olvidar y perdonar. Tal vez estaba resentida, o
quizá era que temía ser lastimada otra vez.
Al darse cuenta de que Archie no se iba a dar por vencido tan fácilmente
después de su primer intento en la fiesta de té, la joven había decidido huir
para ver si la distancia enfriaba la insistencia de Archie y la ayudaba a
aclarar su mente. Así pues, Annie dejó sus proyectos en las manos de
Melanie, su secretaria, y corrió al primer lugar de refugio que se le pudo
ocurrir: la casa de Candy.

Pero nuevamente, Archie la había seguido a Nueva York y había comenzado


a presionarla. La muchacha no sabía qué hacer, especialmente cuando las
orquídeas seguían llegando cada mañana siempre con la misma nota.

Todo había sido muy simple. Una llamada telefónica inesperada, una breve
conversación, unas pocas instrucciones dadas a George, una maleta, una
reservación de hotel, un boleto de tren y un corazón esperanzado. Dadas
todas estas condiciones, Archie se encontró a si mismo caminando en la
densa y enmarañada atmósfera entre las bambalinas, siguiendo a uno de
los trabajadores del teatro que lo guiaba al camerino de Terry.

- Pase, la puerta está abierta - dijo una voz profunda que Archie reconoció
inmediatamente. El joven entró entonces a un cuarto amplio que estaba
sorprendentemente ordenado en contraste con el casi caótico mundo que
se había quedado tras de la puerta.

- Bienvenido a Nueva York. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos,


¿verdad?- Fue el saludo casual de Terri mientras Archie cerraba la puerta
tras de sí.

- Gracias, es ... es bueno verte otra vez - dijo el hombre rubio con indecisión
mientras tomaba la mano que el actor le ofrecía.

-Pero, toma asiento, hombre, ¿quieres té? - Terri contestó mientras se


servía una taza de una pequeña tetera que tenía cerca.

- Té estará bien, gracias - respondió Archie con un gesto de asentimiento.


Ambos hombres se sentaron a beber el líquido caliente mientras
casualmente comentaban acerca de la última vez que se habían visto. La
ocasión había sido la fiesta de cumpleaños de la Sra. Elroy un año antes.
Terri aún recordaba lo gracioso que había sido ser testigo del disgusto en la
cara de la anciana cuando había visto a Albert usando esa vestimenta hindú
de la cual él estaba tan orgulloso, pero que no parecía complacer mucho al
gusto occidental de la vieja dama.

Los dos hombres rieron de buena gana recordando el incidente y más tarde
Archie le hizo a Terri unas pocas preguntas acerca de su esposa e hijo, a las
cuales el actor contestó alegremente ya que Candy y Dylan eran su tema
favorito.
- Deberías ver ahora a Dylan - dijo Terri con orgullo - Es endemoniadamente
verbal. Habla y habla todo el día. Ahora que Annie está de visita Dylan
conversa mucho con ella. Ella dice que él tiene un manejo del idioma
superior al promedio esperado para los niños de su edad - y al llegar a este
punto Terri llanzó una mirada intencional hacia el otro joven, esperando su
reacción.

- ¿Cómo está ella? - fue la respuesta inmediata de Archie y el joven actor


finalmente respiró aliviado. -Bueno, bonita como siempre y bastante
enojada contigo - comento Terri con una sonrisa socarronaa - “Así que es
verdad, Archie” - se dijo a si mismo el aristócrata mientras esperaba la
respuesta de su compañero, -“Finalmente te enamoraste de Annie. ¡Bien!
Ahora podrás dejar de llevar esa miserable vida tuya, pensando en una
mujer que simplemente no puedes tener”.

-¿Enojada? - preguntó Archie como si estuviera hablando consigo mismo -


Supongo que no podría ser diferente - añadió luego con decepción.

- Estás lo cierto, amigo - sugirió el moreno con un gesto elegante de su


mano derecha en el aire. - Un hombre no termina con una chica, se aleja
por años para luego recuperarla así como así.

-¡Y que lo digas! Debiste haber visto a Annie cuando le dije que quería
intentarlo otra vez. ¡Nunca pensé que una dulce criatura como ella podría
molestarse tanto! - dijo el joven mientras se frotaba las manos
nerviosamente.

- Sé exactamente lo que quieres decir, yo he vivido con una de esas


supuestamente dulces criaturas por casi cuatro años y realmente sé cuan
enojadas pueden llegar a estar. Y cuando hablo de Candy ¡realmente quiere
decir salvajemente enojada! - repuso él entre risas y la expresión de su
rostro fue tan graciosa que ayudó a Archie a relajarse un poco - Pero, sabes
Archie, yo prefiero estar cien años junto a una Candy enojada que un solo
día lejos de ella. Aunque debo reconocer que la mayoría de las veces es mi
culpa que ella se enoje ... bueno, a veces Dylan ayuda un poco, también,
pero él también es un chico.

-Parece que es el talento de nuestro género - señaló el hombre rubio con


una sonrisa triste

-El punto aquí es que también tenemos talento suficiente para hacer que las
mujeres olviden la razón por la cual se enojaron con nosotros. Eso es lo que
tú necesitas hacer - apuntó el actor con sagacidad.

-¿En serio? Desearía encontrar al menos una pequeña pista que me dijese
cómo hacer para que Annie olvide el pasado, pero me temo que ahora ella
me odia - respondió Archie con tono pesimista.

-Yo creo que ella solamente está un poco confundida, pero en el fondo de su
corazón, debe estar muriéndose por ti - comentó Terri y sus palabras
tuvieron el efecto esperado en el hombre rubio cuyos ojos inmediatamente
se iluminaron con esperanza
- ¿De verdad piensas eso? - preguntó aun dubitativo.

Bien Archie, como yo lo veo, lo mejor que puedes hacer es actuar


positivamente ante este problema y empezar a hacer algo ahora que ya
sabes donde está ella - sugirió Terri mientras dejaba la taza vacía sobre la
mesa.

-Ese es precisamente la problema ¡No sé qué hacer! - exclamó el hombre


exasperadamente.

-A las mujeres les gustan las cosas simples, empieza con flores - propuso el
otro joven encogiendo los hombros - Eso normalmente funciona con Candy,
y por cierto, tendré que ordenar algunas rosas para ella cuando averigüe
que tú estás aquí. No creo que a le guste mucho la idea. - agregó
sonriendo.

-¿Piensas que ella estará molesta por mi presencia aquí? - preguntó


asombrado el joven.

- Candy no quería que te hiciéramos saber que Annie estaba aquí, al menos
no por el momento.. Ella insistió en que era mejor dar a Annie algún tiempo
para pensar sobre el asunto, pero yo supuse que no era una buena táctica.
No iba yo a dejar a un viejo amigo solo con un problema así.

La sorpresa de Archie hacia la actitud de Terri crecía a cada segundo.


Desde que había recibido su llamada el día anterior, el joven millonario no
había cesado de preguntarse por qué Grandchester lo estaba ayudando
después de la no tan amistosa relación que ellos siempre habían sostenido.

- Creo......creo que debo decirte que realmente ... realmente aprecio tu


ayuda - dijo Archie con gran esfuerzo -No ... esperaba esto de ti.

-Para serte franco, yo tampoco lo esperaba, pero la vida nos lleva por
caminos misteriosos, Archie - sentenció el actor con sinceridad - De alguna
manera puedo entender tu posición porque pasé por algo similar hace
algún tiempo, y sé lo que es darse cuenta que uno ha sido unverdaderol
imbécil.

- Eso es lo que he sido ¡Vaya que sí! ¡Un imbécil! - dijo Archie con un
suspiro, -sólo espero que pueda encontrar una manera de arreglar las cosas
... pero ...

-¿Pero qué? - preguntó Terri intrigado al ver la mirada indecisa de Archie.

- ¿Qué pasa si todo lo que hago no funciona? - preguntó temeroso.

-Cuando todo lo demás falla, entonces echas mano del último recurso:
suplicar. Al menos funcionó en mi caso - sonrió Terri y Archie entendió lo
que el actor quería decir.
Y así pasaron los días, Archie enviando flores y notas pidiéndole a Annie
una oportunidad para hablar y la joven morena rehusándose a verlo otra vez
a pesar de la insistencia de Candy que se cansaba de sugerirle que no era
tan mala idea el dar al joven una nueva oportunidad. Era como si todos los
buenos recuerdos que Annie había compartido con Archie se hubiesen
borrado y en su lugar quedase sólo el amargo resentimiento que había
cargado por años después del rompimiento. Candy sabía que Annie se
estaba lastimando aun más al negarse el derecho de liberar los
sentimientos que aún abrigaba en su corazón, sin importar cuanto ella se
esforzaba en esconderlos.

Sin embargo, parecía que los duros golpes que Annie había sufrido, habían
terminado por construir una barrera que ni aún la amistad de Candy era
capaz de destruir. Como un último desesperado intento la joven rubia
preparó un encuentro para tomar a la joven morena por sorpresa. Fue con el
pretexto de una función de caridad que la compañía Stratford presentó para
contribuir a la causa de la escuela de Annie.

Unos cuantos días antes de la fecha de la función, las flores habían dejado
de llegar a la misma hora cada mañana y Annie empezó a creer, en parte
aliviada y en parte decepcionada, que Archie - dándose finalmente por
vencido - había regresado a Chicago. Así que la joven fue al teatro con algo
de confianza.

Esa noche, ambas mujeres pasaron un buen rato preparándose para la


ocasión. Annie había escogido un vestido color beige de satín que le llegaba
a los tobillos y un juego de perlas que combinaba con su atuendo, mientras
Candy, tratando de encontrar algo tan cómodo como fuera posible para la
sofocante noche de verano, iba a usar un ligero vestido blanco de lino, con
ornamentos de tira bordada española. Mientras la rubia se abotonaba el
vestido en frente del espejo con movimientos perezosos, disfrutando la
visión de su vientre abultado a causa del embarazo, Annie la observaba con
aire pensativo.

-¿Qué pasa? - preguntó Candy curiosa al ver esa expresión como vacía en el
rostro de su amiga.

-Yo ... yo me estaba preguntando - dijo Annie indecisa.

-¿Qué?

-Candy - ¿puedo hacerte una pregunta personal? - inquirió la morena y el


tono serio de su voz intrigó a la rubia.

- Seguro

-¿Cómo ... cómo es ser tú, Candy? - preguntó Annie finalmente y sus
palabras dejaron a Candy boquiabierta.
-¿Ser yo? ¡Qué pregunta Annie! ¡No sabría qué contestar!- respondió Candy
asombrada -Yo ... yo supongo que es ... ¡bastante bbueno! Quiero decir ...
¡soy feliz!- dijo la joven con sinceridad.

- Yo me refiero a algo más que eso, Candy ... ¿Cómo es estar casada, tener
un hijo propio, llevar una casa que puedes llamar hogar, estar ... estar
embarazada ... ser amada por un hombre? - irrumpió la morena en una
lluvia de nuevas preguntas.

-Bueno ... ahora estás planteando demasiadas preguntas, y ninguna de ellas


tiene una respuesta simple - repuso Candy empezando a entender lo que
estaba pasando con el corazón de su amiga, tal vez mejor que Annie misma.
La joven se sentó en frente de su tocador y mirando a su amiga a través del
espejo sonrió suavemente, tratando de decidir cómo iba a contestarle a su
amiga. - Annie, ¿recuerdas cuántas veces cuandoo éramos pequeñas
soñamos con tener padres? - preguntó finalmente. ;

- Sí - dijo Annie intrigada con las palabras de Candy.

-Cerrábamos los ojos y tratábamos de imaginar lo mejor posible cómo sería,


¿correcto? - continuó Candy mientras se ponía un par de aretes de oro en
forma de gota- Ahora dime, tú tuviste la oportunidad de ver este sueño
hacerse realidad. ¿Fue en realidad lo que tú esperabas?

-Yo creo que fue mucho más de lo que alguna vez imaginamos, Candy -
admitió Annie - Algunas ocasiones mejor, y otras no tan irreal como una vez
nos lo figuramos. Mi relación con mi madre, por ejemplo, no ha sido tan
perfecta como yo creí que podría ser - concluyó Annie con un suspiro.

- ¿Pero, a pesar de esas dificultades, te arrepientes de haber sido


adoptada?-continuó Candy preguntando mientras buscaba la gargantilla
que combinaba con los aretes.

-¡Para nada! - fue la respuesta inmediata y vehemente de Annie.

-Por el contrario, yo nunca seré capaz de decir eso, porque nunca fui
adoptada como tú lo fuiste. Albert siempre fue un tutor dulce y cariñoso,
pero no era como si yo tuviera una madre y un padre - comentó Candy
naturalmente, pero al ver la expresión triste en el rostro de Annie se
apresuró a aclarar

- No, Annie, no te entristezcas por mi, la vida me ha recompesado


ampliamente. No me puedo quejar porque me considero excepcionalmente
afortunada. Lo que estaba tratando de decir es que para realmente
entender lo que significa tener padres tienes que vivir la experiencia. El
matrimonio es algo similar - explicó Candy dejando el tocador y
sentándose en el confidente junto a Annie. La joven morena miró a su amiga
con ojos desconcertados y Candy trató de aclarar lo que quería decir.
-Annie, estar casada con un hombre del cual una está tan profundamente
enamorada, como yo lo estoy de Terri, y ser correspondida, es tal vez la
más abrumadora y deliciosa experiencia que una mujer puede tener. Todas
las bendiciones consecuentes que vienen con el matrimonio son sólo parte
del mismo paquete; los buenos tiempos compartidos, las risas, esa
misteriosa felicidad que viene con el embarazo, la alegría de la maternidad
y los placeres del amor físico de los cuales la gente teme tanto hablar, tan
puros y maravillosos que no puedo comprender cómo es que alguien los
pueda ver como pecaminosos. No obstante, no todo es perfección y
momentos placenteros. Hay también malos ratos, peleas, diferencias,
momentos en los cuales estoy tan cansada de correr tras de Dylan todo el
día que sólo quiero dormir y nunca despertar. Aun así, tengo que encontrar
las energías para levantarme y esperar a que Terri llegue a casa en la
noche, para darle algo de tiempo, después de que nuestro hijo se ha
dormido ... y así, cuando pongo todo esto en una balanza, como tú lo haces
con tus recuerdos de la infancia como una niña adoptada, sólo puedo decir
que no cambiaría mi lugar con nadie en la Tierra. Pero de nuevo, todo lo que
te puedo decir sobre esto, no significa nada, hasta que tú tengas la
experiencia, y sólo entonces

- Entiendo - balbuceó Annie aturdida por las palabras de Candy. Así,


sintiendo que un agudo dolor empezaba a herirle el pecho con absoluta
claridad, la joven tuvo que cambiar la conversación. - Creo que iré a mi
recamara a ... a ... buscar mi bolso - tartamudeó saliendo abruptamente y
tropezándose con Terri, quien entraba al cuarto en ese preciso momento.

-¿Qué le pasa? - preguntó el joven divertido ante el innegable sonrojo en el


rostro de Annie que había desparecido murmurando una disculpa después
de chocar con él - ¡Creo que a pesar de los años ella aún piensa que soy un
terrible monstruo al que todos deben temer!

- No es eso, amor - contestó Candy riendo. - Es sólo que suu corazón está
hablándole con gritos tan fuertes que no podrá ignorarlo por mucho tiempo
- sentenció la joven mientras ayudaba su esposo a ponerse unos gemelos
de oro.

Dos mujeres jóvenes caminaban lentamente a lo largo de los pasillos del


teatro hablando en voz baja mientras movían sus abanicos con aire
gracioso. Una de ellas era morena, con ojos cafés grandes y melancólicos y
suaves maneras que transpiraban elegancia a cada un de sus pasos. La otra
era rubia, con chispeantes ojos esmeralda, tenía una sonrisa especial llena
de vida y estaba embarazada. Habían salido del área de los vestidores y se
dirigían hacia su palco. Mientras las damas se alejaban, otra mujer,
aparentemente una de las actrices, portando un disfraz de época, las miró a
la distancia. Pronto otra chica se unió a ella y empezaron una conversación.

- ¡Mírala! - dijo la primera mujer con el vestuario del siglo XVII - Se pavonea
orgullosamente como si su embarazo fuera un trofeo. ¡Es realmente
patético!

- ¡Vaya, vaya, vaya! ¡Que amargura! ¿Estás celosa Marjorie? - preguntó la


segunda mujer maliciosamente.

-¿Yo? - contestó la mujer de brillantes ojos color violeta . - Ni en un millón de


años. ¡Tener hijos y criar una familia no forma parte de mis planes! Es sólo
que no puedo soportarla.
- ¡Pero debemos admitir que es una mujer con mucha suerte! - dijo la
segunda mujer a regañadientes.

- No creo en la suerte, Lucy - respondió la primer mujer arqueando su ceja


izquierda en un gesto característico - La tan encantadora Sra. Grandchester
debió haber usado bastantes trucos para conquistar a Terrence. No me creo
su inocente y dulce mascarada.

- ¿Eso piensas, Marjorie? - preguntó Lucy con un brillo malicioso en sus ojos
amarillos, - Pero no podemos decir nada a ciencia ciierta, ellos ya estaban
casados cuando nosotras empezamos a trabajar para la compañía. Desearía
haber estado aquí antes para averiguar cómo le hizo para tenerlo sólo para
ella. Tú sabes, ¡curiosidad femenina!

- Deseas muy poco, Lucy - contestó Marjorie ingeniosamente - ¡Si yo


hubiese estado aquí en ese tiempo, hubiera obtenido a ese hombre para
mi! Un romance con un hombre tan regio debe ser toda una experiencia.
Además, representaría un gran avance para mi carrera también ... es más,
no toda la esperanza está perdida - insinuó al final con una mirada
maliciosa.

-¿Qué quieres decir, chica mala? - preguntó Lucy disfrutando las maliciosas
insinuaciones de Marjorie.

- Bueno, quiero decir que el hombre que pueda resistir mis encantos no ha
nacido aún ... tengo la mirada puesta en esos gallardos ojos azules, verás.
Es solo cuestión de tiempo ...

- Es bueno escuchar que eres paciente, Marjorie, porque me temo que


llegarás a vieja y te morirás antes de que Terrence siquiera se dé cuenta de
que existes, querida - comentó una tercera voz con aire desdeñoso.

-¡Karen! - las dos actrices novatas dijeron al unísono cuando descubrieron


que Karen Claise, la primera actriz de la compañía, había estado
escuchando su conversación.

- Es tan deprimente ver cuántas pseudo actricillas como tú, querida, piensan
que harán una carrera confiando en sus aventuras amorosas - continuó
Karen mirando a Marjorie despectivamente. - Si te estás figurando que la
fama de Terrence te ayudará a hacer un nombre en este negocio, entonces
estás luchando por una causa perdida, corazón. Ese hombre es la criatura
más extraña en su género que yo haya conocido. He perdido la cuenta de
todas las mujeres que han tratado de seducirlo y él las ha ignorado
soberbiamente; haciéndolas sufrir una muy vergonzosa humillación, por
cierto. No creo que tus débiles intentos podrían alguna vez representar una
verdadera amenaza para su esposa. Por consiguiente ... - añadió Karen
acercándose a la oreja derecha de Marjorie, - sugiero que empieces a
trabajar een ese talento tuyo, si es que tienes alguno ... pero recuerda, en
esta compañía la primera actriz se llama Karen Claise y se requiere mucho
más que una mujerzuela barata para derrotarme! - concluyó Karen lanzando
a ambas mujeress una mirada despreciativa que mortificó a Marjorie tanto
como las palabras de Karen.
- ¡Tercera llamada! - dijo una voz masculina y Karen dejó atrás a sus
compañeras, caminando con pasos orgullosos hacia el escenario. Marjorie
supo que no podía hacer o decir algo en contra de la estrella que era una
de las más importantes actrices jóvenes de Broadway, pero se prometió a
si misma que haría a Karen comerse sus palabras.

El teatro estaba lleno al tope con celebridades y miembros del jet set de
Nueva York esa noche. Los Britter tenían buenas relaciones con diferentes
familias importantes en la ciudad y la ya famosa combinación del prestigio
de la compañía Stratford y el talento de Terrence Grandchester habían
hecho el resto para vender todos los boletos a pesar del alto precio. Cuando
Annie vio el obvio éxito de la función de caridad no podía sentirse más que
profundamente satisfecha y agradecida con sus amigos por el apoyo que le
estaban dando a su causa.

Pensó entonces que era realmente raro cómo las cosas estaban terminando
tan bien, a pesar de sus problemas con Archibald. Annie había viajado a
Nueva York huyendo de la insistencia del joven millonario, pero nunca se
figuró que el viaje le daría la oportunidad de colectar más fondos para su
proyecto. Todo habría sido simplemente perfecto si solamente hubiera sido
capaz de dejar de pensar en Archibald una y otra vez.

Candy aparentemente ignoraba la inquietante confusión que molestaba a


Annie mientras la obra se desarrollaba con el mayor de los éxitos. La rubia
simplemente se entregó al trabajo de Terrence como normalmente lo hacía
cada vez que lo veía actuar. Annie notó que de vez en vez, parecía que el
mundo entero se hubiera desvanecido para Candy, como si el teatro, el
reparto y la audiencia no existieran. En el otro lado, aun cuando Terri estaba
cautivando a la audiencia entera con su actuación, para alguien que
conociera a la pareja íntimamente, estaba claro que cada palabra suya, y
movimiento y gesto estaban dirigidos a su esposa y a ella solamente, en
una especie de conexión única que ningún otro ser humano era capaz de
romper. De ahí que fue un poco extraño cuando repentinamente, y en
medio de una de las escenas más conmovedoras, la rubia dejó a su
compañera sola con la excusa de que necesitaba un pañuelo que había
olvidado en el vestidor de Terri.

Annie trató de convencerse a si misma de que era una de las nuevas


excentricidades de Candy provocada por su embarazo e hizo su mejor
esfuerzo para mantenerse concentrada en la obra. Sin embargo, el suave
ruido de alguien entrando al palco tan sólo unos pocos segundos después
de que Candy se había ido, hizo a Annie entender que algo no estaba bien,
especialmente cuando pudo percibir una muy familiar fragancia de
maderas orientales invadiendo el aire.

-¿Disfrutando de la obra? - preguntó una voz masculina con tono íntimo.


Annie entonces pudo sentir a un hombre sentado justo a sus espaldas. La
muchacha sabía bien de quién se trataba. Por un momento pensó en correr
lejos pero para su desgracia, se sentía prácticamente clavada al asiento,
como si la impresión la hubiera paralizado.

-¿Te importaría si yo te hago compañía en lugar de tu queridisima Candy? -


murmuró el hombre otra vez y Annie sintió el aliento de él quemándole la
nuca.

-¡Déjame sola! - contestó ella y su voz se quebró..

- No hasta que aceptes escuchar lo que tengo que decirte - abogó Archie
respirando profundamente el perfume de azucena en el cabello de Annie. La
joven no respondió a la amenaza del hombre, pero permaneció en silencio
por un momento deliberando qué hacer en tan embarazosa situación y
culpando a Candy por su aflicción. Era demasiado obvio que todo había sido
idea de la rubia.

-Esta bien, salgamos de aquí y tengamos esa conversación - dijo


repentinamente sorprendiendo al joven con su abrupta reacción. Y así, la
pareja dejó el palco.

- Henos aquí, ¿que es lo que quieres decirme? - preguntó Annie


nerviosamente, temiendo el efecto de la proximidad de Archie una vez que
llegaron al corredor.

- Lo que te tengo que decir es demasiado privado para ser ventilado en un


lugar público¿No sería mejor salir del teatro y encontrar algún otro lugar? -
sugirió él con seriedad.

- Me temo que no puedo dejar este lugar, la obra ha sido organizada para
reunir fondos para mi escuela. Después de la función habrá una recepción
con el fin de agradecer al público y como comprenderás, yo tengo que
estar ahí - explicó ella nerviosamente mientras inconscientemente
estrujaba su bolsa con las manos.

- Entonces vayamos a los salones en la sección de galería. No hay nadie ahí


esta noche - propuso él y la joven accedió coon un tímido movimiento de
cabeza. No obstante, internamente Annie se preguntaba por qué había
aceptado cuando se estaba muriendo de miedo de sólo pensar en la idea de
encontrarse a solas con Archie.

A pesar de la renuencia de la joven, la pareja caminó lentamente y en


silencio hasta que alcanzaron el área de galería. El joven invitó a la morena
a sentarse en un sillón colocado en el corredor para la comodidad de la
audiencia durante los interludios, y ella lo siguió sin decir una palabra o
levantar los ojos para mirarlo.

- Annie - logró decir Archie finalmente, tratando de encontrar los ojos de la


joven, pero dándose cuenta de que ella no dejaba de mirar al suelo, tuvo
que continuar hablando, incapaz de leer las emociones de Annie en sus
pupilas - Estoy al tanto del dolor que te causé en el pasado, y sé que tienes
derecho de odiarme - empezo.
- Te estás dando demasiada importancia Archibald. Yo no te odio. Ese
sentimiento me es totalmente ajeno - respondió ella aún desvianndo sus
ojos pero con un sabor acre en el tono de voz que contradecía sus palabras
y quizá eso hirió más a Archie que escuchar de sus labios que ella en
realidad lo odiaba.

- Entonces sería más fácil para ti escucharme y tal vez entiendas mi punto
de vista , Annie - contestó el joven tratando de hacer su mejor esfuerzo
para permanecer sosegado - Desearía que tú pudieras entrar en mi corazón
y darte cuenta de cuánto me arrepiento de la manera en que me comporté.
Yo tenía un precioso tesoro en tu afecto sincero y honesto que simplemente
no supe apreciar porque estaba cegado por una ilusión. Al final de todo,
esta quimera probó ser sólo eso, un sueño imposible que se desvaneció,
dejándome vacío y solo - admitió él humildemente, clavando sus ojos en la
decoración neoclásica de las paredes.

- ¿Estas convencido ahora de que Candy está demasiado enamorada de


Terri como para siquiera ver que tú estabas loco por ella? - Repuso Annie sin
rodeos sorprendiendo a Archie con la táctica directa que repentinamente
ella había escogido.

- Puedo ver que estás bastante al tanto de mis problemas - aceptó él


tristemente -Estás en lo cierto, lo que ella siente ppor su esposo es tan
fuerte que nunca siquiera vería a otro hombre que no fuese Terri. De
hecho, yo finalmente he terminado por admitir que el amor de ellos es tan
especial que es un crimen siquiera imaginar a uno de ellos sin el otro. Candy
y Terri tienen un mundo privado y no hay nadie que pueda irrumpir en él y
romper el balance perfecto que ellos han creado - aceptó él y Annie se
sorprendió de sentir que no había dejos de amargura o resentimiento en la
voz de Archie- Cuando era más joven, Stear, quien siempre fue más sabio
que yo, sintió esa extraña unión entre Candy y Terri y simplemente canceló
sus sentimientos hacia ella. Sin embargo, yo no pude manejar la situación.
Simplemente no logré aceptarlo y superarlo hasta que la vi casada con él -
añadió con un suspiro lleno de arrepentimiento

- Yo podría recriminarte por involucrarte conmigo a pesar de tus


sentimientos hacia Candy, pero reconozco que también fue mi culpa,
porque yo sabía de tus sentimientos y aún así decidí esperar a que
cambiaras. No debí haber aceptado esa relación desde el principio. Era
demasiado joven e ingenua entonces -dijo Annie levantando sus ojos del
suelo por primera vez, mirándolo pensativamente.

- Annie ... yo no me arrepiento del tiempo que pasamos juntos, todo lo


contrario, ahora entiendo que los momentos que he vivido contigo han sido
los mejores que he tenido en toda mi vida - respondió él clavando una
vehemente mirada en los ojos color miel de la chica, mientras trataba de
darse ánimos.

-¡Archie! - murmuró la joven con voz temblorosa lamentando sus propios


movimientos que la habían llevado a verlo directo a los ojos. Era tan difícil
para ella resistirse aquellas pupilas almendradas, especialmente cuando la
miraban como nunca antes lo habían hecho.
- Se siente tan bien cuando me llamas como solías hacerlo - exclamó él con
la voz enronquecida de la emoción, sintiéndose ligeramente alentado por la
debilidad inesperada que Annie había revelado.

- Fue ... fue sólo un error de mi parte ... tal vez la vieja costumbre que
vuelve - respondió ella bruscamente tratando de recobrar la sana distancia
que estaba tratando de mantener. Sin embargo, Archie no estaba dispuesto
a darse por vencido tan rápidametne.

- Esos viejos tiempos es lo que ansiaría volver a tener - le dijo él mientras


se acercaba peligrosamente a la joven.

- El pasado no regresa ... yo ... yo pienso que esta conversación no ... no


tiene ningún propósito ... yo ... - tartamudeó ella tratando de escapar de la
proximidad del joven, pero él respondió tomando el brazo de la muchacha
con su mano derecha. Tanto la piel del brazo desnudo de Annie, como la de
la mano del joven se quemaron mutuamente al toque y paralizaron al
intento de la chica de levantarse y huir.

- Por favor, déjame terminar lo que te tengo que decir, Annie- casi rogó él
con su más dulce acento sin perder el brazo de la chica - Mi corazón ha
vivido en confusión por largo tiempo, y en mi desolación no podía entender
los sentimientos que tenía por ti. Por supuesto que te quería, pero mis
obsesiones no me permitían verte de la manera en que un hombre necesita
ver a la mujer que va a ser su esposa. Cuando finalmente me di cuenta de
que había puesto mis ojos en la chica equivocada tú ya estabas en Europa
y yo agradecí a Dios por eso, porque no quería que me vieras en el
humillante estado depresivo que sufrí esos días - Él se detuvo, y el cambio
imprevisto en la actitud de la joven mientras él hablaba acerca de su propio
sufrimiento le dio fuerza para continuar - Sé bien que tú has sufrido por mi
culpa y esa es la única cosa que he hecho de la que realmente me
arrepiento, pero mi vida tampoco ha sido sencilla. Fue muy difícil
levantarme de nuevo y empezar a aceptar que Terri había ganado. Más
tarde empecé a ver las cosas desde un punto de vista diferente y pensé
que yo también merecía encontrar una mujer que pudiera amarme ... así
que la busqué, pero por una razón la cual desconozco, mi búsqueda había
sido infructuosa hasta ... hasta que te vi otra vez en esa fiesta.

- Sabes, Archie - lo interrumpió ella con acento melancólico - En el pasado


me habría encantado escuchar esas palabras que estás diciendo, pero ahora
... yo no sé si debo estar escuchándote ... - repuso ella liberándose de la
mano del joven en un movimiento rápido.

- Por favor, déjame decirte que mi corazón se estremeció cuando te vi al


otro lado del salón de baile - insistió él mientras ella volvía el rostro
tratando de esconder las lágrimas que ya estaban alcanzando sus ojos -
Ignoraba que eras tú, pero algo dentro de mi me dijo claramente que
aquella dama en vestido turquesa no era como las otras que conocía. Por
primera vez en toda mi vida sentí una fuerte atracción hacia ti, la cual en
lugar de desaparecer cuando me di cuenta quien era la misteriosa mujer,
solo se incrementó hasta el punto que ya no podía aguantar más estar lejos
de ti - él confesó ardientemente.
-¿Qué debo sentir ahora Archibald?¿Debo congratularme a mi misma
porque finalmente logré que me desearas? No me conoces si piensas que
tales noticias me harán feliz - se quejó la joven amargamente, tratando de
unir todos sus resentimientos para mantenerse a salvo de la amenaza de
Archie.

- No, Annie, no me has comprendido - respondió el rubio sintiendo temor


de haber usado las palabras equivocadas- Lo que faltaba en mi corazón de
alguna manera finalmente encontró su lugar justo desde que te vi de
nuevo... no es sólo la atracción física, aunque tengo que admitir que me has
estado volviendo loco desde esa noche ... es ... es mucho más que eso. Ha
sido como una revelación repentina. Liberado de mis viejas obsesiones,
finalmente pude apreciar la joya que tenía en tu constante amor y me
encontré a mi mismo extrañándote ... necesitándote al punto de que
lastimaba. Annie, me he dado cuenta de que te amo ... amo a la mujer que
has llegado a ser, pero también sé claramente que te amé en el pasado,
pero estaba demasiado confundido para entenderlo - explicó él tan
vehementemente que el corazón de Annie casi se da por vencido en ese
momento.

- ¡Archie! - susurró ella volteándose otra vez para ver al joven en contra de
las muchas alarmas en su cabeza que la estaban advirtiendo no hacer
semejante cosa

- Te amo - dijo Archie cuando sus ojos se encontraron con los de ella

-Es ... es ... es muy triste escucharte decir eso ahora, cuando no estoy
dispuesta a volver al pasado - murmuró la muchacha débilmente, tratando
de defenderse del tumulto de sentimientos que estaba explotando dentro
de ella mientras la confesión de amor de Archie invadía su alma con un
dulce sabor que ella no había conocido jamás.

- El pasado se ha ido Annie. Lo que te estoy proponiendo es construir un


nuevo futuro. Annie, al menos dame la oportunidad de probar que las cosas
pueden ser diferentes entre tú y yo. Dale a este amor una nueva
oportunidad - imploró el joven con todas sus esperanzas puestas en la
honestidad de sus palabras.

- Un futuro ... otro hombre ya me ha hablado acerca del futuro - mencionó


Annie en un último y desesperado intento por levantar otra vez la barrera
que ella se había esforzado en construir entre el joven y ella misma.
Barrera que ahora Archie parecía estar destruyendo fácilmente con unas
pocas palabras de amor.

-Pagliari, ¿no es así? - adivinó él amargamente, incapaz de controlar su


disgusto, mezcla de tristeza y recelo.

- Sí, y ... cuando estoy con él no me siento tan asustada como me siento
contigo ... me heriste tan profundamente ... que tengo miedo de no poder
superar el resentimiento nunca - repuso ella bruscamente y en ese
momento las lágrimas rodaron en sus mejillas haciendo a Archie sentirse
más confundido con los tan contradictorios mensajes que ella le estaba
enviando. Desesperado, el joven sintió que el delgado hilo que estaba
sosteniendo sus impulsos estaba a punto de romperse.

-Annie, déjame intentar al menos ... - Archie no alcanzó a terminar la frase


porque la muchacha se levantó repentinamente del sillón indicando que no
estaba dispuesta a continuar con la conversación

- Annie - él la llamó corriendo tras ella e interceptándola unos pocos metros


adelante. El joven, ya desesperado e incapaz de controlarse más, tomó a la
chica por los hombros suavemente forzándola en un abrazo. La joven jadeó
ante el inesperado gesto y aunque su mente la urgía a alejarse de los
brazos de Archie, su corazón latía tan rápidamente que su cuerpo entero
estaba petrificado y sus músculos no respondían a las órdenes de su
cerebro.

- "Estoy perdida" - fue su último pensamiento antes de que Archibald


posara sus labios sobre los de ella.

“Y debo confesar que fue ...” Paty le había dicho a Annie aquella
ocasión cuando hablaba de la primera vez que Tom la había
besado.

“¿Cómo?” - había preguntado Annie curiosamente esaa tarde.

- “¡Placentero!” - había dicho Paty tímidamente&nbbsp;

Y placentero era una pobre palabra para describir los sentimientos de Annie
en el momento en que la boca de Archie alcanzó la suya, acariciando la
tierna superficie de sus labios con un toque que era al mismo tiempo
apasionado y suave. Annie no podía siquiera moverse, pero no necesitaba
hacerlo ya que su voluntad estaba totalmente rendida al intercambio físico
mientras el beso, su primer beso de amor, se intensificaba más y más. A
pesar del entumecido estado en el cual estaba, la joven pudo percibir
claramente cómo Archie ligeramente se estremecía de emoción cuando ella
instintivamente le permitió explorar la humedad de su boca en un
intercambio más íntimo. Sí, placentero no era suficiente, tal vez seductor o
tentador podría estar más cerca y aún así, el sentimiento era más
arrollador que eso. Annie apenas podía creer que él la estaba tocando con
la pasión que ella siempre había añorado ... la misma pasión que antes
Archie sólo podía sentir por otra chica que no era ella. Otra mujer ... él
siempre había estado enamorado de otra mujer ... ¿Podría ser diferente
ahora? Annie se preguntó y el débil vestigio de vacilación hizo que su
cabeza le ganara la batalla al corazón y su resentimiento gritase más
fuerte que su amor. Con un último reflejo de sus manos, la joven empujó al
hombre violentamente liberándose de sus manos.

- ¿Cómo te has atrevido? - gritó ella ofendida, derramando lágrimas de ira y


temor. -¡Aléjate de mi. No quiero verte nunca más! ¡Sal de mi vida! - Gritó
la joven mientras cubría sus labios con una de sus manos.temblorosas

- ¡Tu respuesta a mi beso me dijo cosas muy diferentes!- respondió él


perdiendo sus últimos vestigios de paciencia, demasiado excitado por las
emociones contradictorias que estaba experimentando.
- Yo pensé que eras un caballero, ¡pero veo que no lo eres! Alan nunca me
habría tratado de esta manera. Ahora sé que él es mejor hombre que tú.
¡Ha sido suficiente, Archibald! ¡ Nunca jamás vuelvas a meterte en mi
camino! - barbotó ella irreflexivamente, sin medir cómo sus palabras
rompieron el corazón de Archie en pedazos. El joven se quedó parado ahí,
mirándola en silencio, luchando con toda su alma contra las lágrimas que se
acumulaban en su garganta.

- "No hay remedio entonces" - pensó él por un segundo demasiado herido


por las palabras de Annie para mantenerse suplicando. Sin embargo, una
última pizca de fuerza mezclada con sus arrepentimientos por haber hecho
un movimiento equivocado le permitieron intentar una vez más.

- Annie, yo entiendo que estás muy molesta ahora y tal vez no estás
diciendo lo que realmente quieres ... yo ... yo estoy realmente apenado por
mi conducta ... pero te ruego que reconsideres

-¡No tengo nada que reconsiderar! - replicó ella llorando y cubriendo su


cara con sus manos. Annie habría querido sonar fuerte y decisiva pero la
montaña rusa de sus emociones estaba descendiendo con demasiada
fuerza como para simular la fachada que a ella le habría encantado
mostrar, y otra vez, la indecisión en su voz, la cual decía una cosa que
significaba otra, hicieron a Archie insistir.

- Mañana en la tarde voy a ir a casa de Candy y Terri a verte. Espero que te


des la oportunidad de pensar acerca de mi propuesta.

-No necesito tiempo para pensar.

-Te veré mañana de cualquier manera - dijo por último dejándola sola con
su propio tumulto.

¿Cómo fue que Annie reunió la fuerza para regresar al palco de los
Grandchester y asistir a la fiesta después de la obra? Ella nunca lo sabría.
Los recuerdos de esa noche siempre estarían borrosos y confusos después
del momento que ella escuchó por último la voz de Archie diciendo que la
iría a ver al siguiente día. Annie ni siquiera tuvo la fuerza de decirle a Candy
cuan molesta estaba con ella por haber preparado el encuentro con el
millonario. Cuando la morena regresó a su cuarto en la casa de Candy
después de la recepción, solamente pudo desplomarse a la cama, llorando
hasta quedarse dormida.

Al día siguiente Annie no salió de su cuarto para desayunar con sus


anfitriones y Candy tuvo que insistir con sus ruegos hasta que la joven
finalmente le permitió entrar en la recámara y terminó contándole lo que
había pasado la noche anterior. Candy estaba sorprendida de ver cómo su
amiga aún se resistía a los gritos de su corazón, pero lo que realmente la
maravilló fue la terquedad de Annie cuando Archie finalmente llegó, como lo
había prometido.

Los ruegos de la joven rubia no fueron suficientes para convencer a Annie y


hacerla acceder a ver al hombre otra vez. En vano Candy trató de razonar
con ella, Annie no escuchaba. Y finalmente, enojada con la obstinadación
de su amiga, la joven rubia la dejó sola, temiendo que su amiga de la
infancia estuviese a punto de perder la oportunidad de su vida para ser
feliz.

- Lo siento tanto Archie - Candy le dijo al joven tristemente cuando regresó


al estudio donde el millonario estaba esperando con el esposo de Candy.

- Entones es el fin, supongo- dijo Archie con voz ronca - El tiempo


realmente me borró de su corazón ... tal vez yo simplemente me estuve
engañando a mi mismo todo este tiempo, creyendo que ella podría
perdonar y olvidar ...

- Archie, yo aún pienso que ella te ama muchísimo, pero está demasiado
confundida - contestó Candy tratando desesperadamente de salvar la
felicidad de sus amigos.

- No insistas Candy, sólo lastimaría más - Archie contestó tristemente.

- Pero ... - Candy iba a insistir pero una mirada discreta de los ojos de Terri
fue suficiente para hacerla entender que tenía que darse por vencida.
Como hombre, Terri sabía que Archie había hecho todo lo que podía para
recobrar a Annie, pero parecía que su mejor esfuerzo no había sido
suficiente. Con el corazón roto y el alma desalentada, recobrar el orgullo
perdido era todo lo que quedaba para Archie.

- ¿Qué harás ahora? - preguntó el actor con tono serio.

-¿Qué más? - Contestó Archie con un suspiro - Regresar a Chicago y seguir


con mi vida. No creo tener otra opción, ¿o si?”

La joven pareja asintió en silencio a las palabras del joven millonario


mientras acompañaban a su amigo a la puerta.

- Me iré mañana en la mañana. Gracias por toda su ayuda, sé que trataron


todo lo que pudieron - dijo Archie besando la mano de Candy y dando a
Terri un abrazo de despedida.

- Nos habría encantado ser de más ayuda - contestó Candy visiblemente


entristecida viendo que Annie estaba a punto de perder el hombre de su
vida al momento que Archie subiera al carro que ya estaba esperando por
él.

- ¿Me harías un último favor, Candy? - preguntó Archie con tono honesto.

- Seguro- asintió la rubia.


-Dile a Annie que ... que nunca más la volveré a molestar y que espero que
ella pueda encontrar la felicidad que necesita con Alan o con cualquier otro
hombre que escoja - concluyó él antes de subir al coche.

Cuando el automóvil empezó a alejarse, Archie vio por última vez a sus
viejos amigos agitando sus manos en señal de despedida, de pie en el jardín
de su casa, y una vez más el joven sintió un pinchazo de envidia. Sin
embargo, esta vez el sentimiento era diferente. Archie no estaba celoso de
Terri por tener a Candy, pero envidiaba su suerte por tener a la mujer que
amaba a su lado, mientras la que Archie amaba, había escogido darle la
espalda.

- Será a tu manera ... Annie, harás un par de miserables de nosotros dos,


porque no creo que me recupere nunca de esta última desilusión - se dijo el
muchacho mientras finalmente se permitía el lujo de llorar.

A Candy le habría gustado sacudir los hombros de Annie, golpearla en la


cara y hacerla reaccionar, pero ella sabía que su amiga no respondería a
semejante táctica. Así que decidió optar por la frialdad. Cuando Archie se
hubo ido, la rubia regresó al cuarto de Annie y le repitió exactamente lo que
el joven le acababa de decir. Antes de que Candy dejara el aposento para
responder al llanto de Dylan que la llamaba de la sala, la rubia dijo con tono
ligero:

- Bueno, ahora puedes estar contenta, Annie. Él dijo que no te molestaría


más y realmente lo creo. Puedes regresar a Chicago y continuar con tus
proyectos. Con el tiempo, él lo superará y encontrará otra chica - replicó
Candy intencionalmente antes de cerrar la puerta tras de si.

“Otra chica ...” la idea hizo eco en la mente de Annie una y otra vez y no
le dio un momento de paz por el resto de la noche. La joven prácticamente
cavó un agujero en el piso de madera de la recámara mientras caminaba en
círculos por horas, incapaz de recobrar la calma.

Annie no salió del cuarto para cenar esa noche y Candy no insistió,
pensando que era mejor dejar a Annie ocuparse de sus demonios.

-"Un poco de ayuno no daña a nadie"- pensó la rubia aún esperando que
su amiga reaccionara pronto.

Más tarde esa noche, el estómago de Annie empezó a protestar y


finalmente pensó que sería una buena idea conseguir cuando menos un
vaso con agua. Así que dejó el aposento y bajó a la cocina. La muchacha
estaba aún ahí cuando escuchó el auto de Terri estacionándose, así supo
que el joven había regresado a casa después de su actuación de aquella
noche.
Al mismo tiempo Annie percibió un pequeño ruido, como el tintineo de
campanas. Temerosa de que el ruido hubiese sido provocado por una rata
escondida en algún rincón de la alacena, la chica salió de la cocina y entró
al comedor. Para su gran desgracia, el ruido era aún más fuerte ahí. La
joven estaba a punto de abrir la puerta que daba a la sala para huir hacia su
cuarto cuando escuchó a Terri abriendo la puerta.

- ¿Qué estás haciendo aquí? - preguntó el joven riendo entre dientes, pero
Annie supo que él no se estaba dirigiendo a ella porque estaba
cuidadosamente escondida detrás de la puerta del comedor y él no podía
haberla visto.

- ¡Papi! - respondió una vocecita con acento alegre viniendo de las


escaleras . Annie abrió apenas la puerta y entonces pudo darse cuenta que
lo que estaba haciendo el misterioso ruido había sido Dylan bajando las
escaleras y arrastrando un oso de peluche, casi tan grande como el
pequeño, con un par de campanas doradas atadas a su cuello.

- ¿No deberías estar durmiendo ahora, jovencito?- preguntó Terri


acercándose al niño, pretendiendo estar molesto con su hijo por estar
levantado más allá de la hora que se le tenía permitido. El pequeño
simplemente se veía adorable parado ahí, envuelto en un camisón de
algodón con una amplia sonrisa en el rostro, sus intensos ojos azul verdoso
brillando con alegría de ver a su padre y su sedoso cabello castaño en
gracioso desorden. Era obvio que Terri estaba haciendo un esfuerzo para
permanecer serio.

- Llovió papi, Baboo estaba asustado y no podía dormir - el niño dijo con un
puchero refiriéndose a su oso de peluche.
- Ya veo - comentó Terri conteniendo su risa ante la graciosa excusa - pero
ya no está lloviendo. Ven acá, te llevaré a tu cama ahora y ambos dormirán.
¿Entendido? - dijo Terri cariñosamente y Dylan inmedddiatamente respondió
abriendo sus brazos para que su padre lo cargara.

- ¡Ahí están ustedes dos!- dijo una voz femenina desde lo alto de las
escaleras y Annie reconoció la voz de Candy.

- ¡Mami, papi nos va a contar un cuento! - dijo Dylan emocionado mientras


Terri le daba el oso a la joven.

- ¡Hey tú, mentiroso! - protestó Terri mirando a su hijo - Yo nunca dije que te
contaría un cuento.

- ¡Papi! - fue la respuesta suplicante de Dylan y eso fue suficiente para que
su padre consintiera.

- Esta bien, pero después te dormirás, ¿lo prometes? - preguntó Terri y


Dylan contestó con un mudo asentimiento.

Candy sonrió gustosa mientras el joven se acercaba a ella, besándola en


los labios y sosteniendo a Dylan con un brazo al tiempo que rodeaba los
hombros de la joven con el otro. El niño estaba ya acostumbrado a ver las
abiertas muestras de afecto de sus padres y aunque no era capaz entender
muchas cosas, podía percibir el amor entre ellos y eso, de alguna manera, lo
hacía feliz.

La pareja desapareció de la vista de Annie y repentinamente la joven se


sintió aún más deprimida. Las palabras de Candy se mantenían rondando su
cabeza: “Annie, estar casada con un hombre del cual una está tan
profundamente enamorada, como yo lo estoy de Terri, y ser
correspondida, es tal vez la más abrumadora y deliciosa
experiencia que una mujer puede tener ... pero, una ve más, todo
lo que puedo decir no significa nada, hasta que lo hayas
experimentado, y sólo entonces”

Las lágrimas de Annie regresaron a sus ojos y simplemente no pudo dejar


de derramarlas por el resto de la noche.

A la mañana siguiente, antes de que los sirvientes llegaran, Candy se


levantó muy temprano, sientiéndose algo incómoda porque el bebé dentro
de ella estaba intranquilo. Después de todo, estaba llegando al séptimo mes
de embarazo y las cosas se estaban volviendo más difíciles para ella. La
joven rubia tomó un baño, se vistió y respirando profundamente abrió las
ventanas para dejar que la brisa de aquella mañana estival entrara a la
habitación. La lluvia había dejado una sensación fresca en el ambiente que
la animaba a comenzar con sus deberes más temprano de lo
acostumbrado.

Silencionsamente dejó la alcoba para no interrumpir el sueño de su esposo,


quien normalmente se quedaba en cama hasta tarde debido su trabajo
nocturno. La joven entró al cuarto de Dylan y una vez que se hubo
asegurado de que el niño aún estaba en la tierra de lus sueños, aferrado a
su enorme oso de peluche, bajó a la cocina donde descubrió a Annie
llorando inconsolablemente.

- ¡Santo cielo! - exclamó la rubia mientras corría a abraazar a su amiga, -


¡Querida, querida Annie!

-¡Candy! ¡ ¿Qué he hecho? ! - dijo finalmente Annie entre sollozos.

- Algo no muy sensato, Annie - admitió Candy con el tono más dulce que
tenía, pero con la suficiente firmeza como para hacer entender a su amiga
que había cometido un error. - Sin embargo, no es algo que no podamos
resolver - añadió Candy buscando el rostro de Annie.

- Creo que lo arruiné todo ayer. Él jamás me perdonará la humillación que le


hice pasar y ahora que él se ha ido ... simplemente no puedo dejar de
pensar en cuanto lo amo - aceptó Annie llena de arrepentimiento.

- Me alegra que al fin lo reconozcas. Eso es un gran avance. ¿Qué fue lo


que te hizo entenderlo? ¡Por un momento pensé que nunca abrirías los ojos
para ver la realidad! - comentó la rubia mientras le daba a Annie un
pañuelo que guardaba en un bolsillo de su vestido.

- ¡Fue ... fuiste tú ... y tu familia! - murmuró Annie mirando a los ojos verdes
de Candy que la veía sin comprender lo que quería decir su amiga. - Anoche
... vi a Terri llevando a Dylan en sus brazos y los tres ... tan unidos, a gusto
... felices ... y repentinamente entendí que nunca tendría esa clase de
felicidad con ningún hombre ... a menos que la tuviera con Archie ... pero
ahora es demasiado tarde! El rogó por mi perdón , se tragó todo su orgullo y
yo solamente lo rechacé cruelmente!

- ¡No, no y no! - Candy respondió con una firme resoluciión en sus ojos. -
¡Esta historia no terminará de esta forma, no si puedo hacer algo al
respecto! ¡Vamos Annie, lávate la cara, vístete y prepárate a recobrar a tu
hombre! - ordenó la rubia.

- ¿Qué quieres decir?- preguntó Annie confundida.

- Quiero decir que vamos a ir a la estación del tren antes de que Archie se
vaya. Ahora vístete mientras llamo a la nana de Dylan. En cuanto llegue, te
llevaré a la estación.

- Pero Candy ... - protestó Annie débilmente, pero lla determinación en los
ojos de Candy era tan clara que la joven morena no se atrevió a contradecir
a su amiga y obedeció en silencio.
Treinta minutos después las dos mujeres estaban prácticamente volando en
el auto de Candy, quien olvidándose de sus maneras al manejar corría a
través de las calles de Manhattan mientras de vez en cuando le echaba un
vistado a su reloj con claro nerviosismo.

- ¡Podrías ir más despacio, por amor de Dios, Candy! - rogó Annie con la
cara pálida y las manos pegadas al asiento. - ¡Ese fue un alto que te acabas
de pasar!

- ¡Vamos Annie, esta es una emergencia! - Contestó Candy con frescura


mientras ddaba vuelta en una esquina con un rápido giro de su muñeca, - si
dejas que Archie haga ese largo viaje a Chicago, entonces tendrá tiempo de
pensar y estará aún más resentido y endurecido. Tienes que hablar con él
ahora, cuando áun esta vulnerable. ¡Créeme! ¡Sé lo que estoy haciendo! Los
hombres son una raza orgullosa.

- ¡¡¡¡¡¡¡Candyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!! - Annie chillaba presa del pánico al


tieeempo que su amiga seguía corriendo a través de las avenidas atestadas
de transeúntes. Afortunadamente, era el día de suerte de Candy y logró
llegar a la estación sin accidentes ni multas de tránsito. Más tarde, la rubia
se preguntaría cómo había manejado tan alocadamente a pesar de su
embarazo, pero los resultados de sus esfuerzos la hicieron sentirse menos
culpable.

- Aún estamos a tiempo - le dijo Candy a Annie con una sonrisa mientras se
estacionaba, - ¡Vamos animáte, chica! Él debe estar ahora esperando en el
andén ¡Alcánzalo y por favor no regreses a visitarme hasta que tengas un
anillo con el nombre de Archibald grabado en él! No te preocupes por tus
cosas, si decides volver a Chicago con él ahora, te enviaré tu equipaje
después. ¡ Ahora ve por él! - ordenó Candy guiñando con picardía.

- ¡Oh Candy! - dijo Annie aún jadeando y con las mejillas ruborizadas por la
emoción - ¡Deséame suerte!

Las dos mujeres se abrazaron brevemente y más tarde, la morena dejó el


auto desapareciendo al poco rato entre la multitud que atestaba la
estación. Annie corrió mirando por todos lados, pero desafortunadamente
no pudo ver nada más que una vasta masa de cabezas moviéndose entre
los andenes. De pronto parecía que todo Manhattan había decidido viajar
esa mañana. La joven preguntó a un empleado por el tren que estaba a
punto de partir para Chicago y el hombre le indicó en qué andén estaba. Los
pasajeros ya estaban subiendo.

La morena, con el corazón acelerado en una loca carrera, buscó


desesperadamente por el andén, revisando cada rostro masculino con que
se tropezaba, pero sin encontrar los ojos que estaba busacando.

- ¡ARCHIE! - empezó a gritar una y otra vez, pero no obtuvo ninguna


respuesta. Su corazón estaba a punto de explotar dando tumbos que
aumentaban su fuerza con cada nuevo latido, amenazando con dejarla
sorda. Desesperadamente, subió en la sección de primera clase buscando
en todos los vagones infructuosamente. Fue entonces cuando el tren
empezó a moverse y uno de los empleados la forzó a bajarse.
La joven, no teniendo otra opción, regresó renuente al andén. Con el
corazón roto en pedazos diminutos , Annie tuvo que ver el tren alejarse de
la estación, mientras la multitud continuaba moviéndose de arriba a abajo.
La impersonal y apurada muchedumbre no prestaba atención a aquella
joven delgada que silenciosamente comenzó a llorar, sintiendo que había
perdido para siempre al hombre de su vida. El sentimiento era acerbo ,
pungente y lastimaba como ningún otro dolor que ella hubiese sentido
jamás.

- ¡Ay, Archie! - dijo ella en voz alta, sin preocuparse por el abstaraído gentío
alrededor de ella - ¡Te amo, siempre te he amado, siempre lo haré ... y he
sido la más grande tonta de esta historia por dejarte ir, cuando Dios sabe
que no hay y no habrá otro hombre en mi corazón, sólo tú, sólo tú mi amado
Archie.

- ¿Estas segura de eso, Annie?- preguntó una voz masculina detrás de la


joven y el corazón le dió un vuelco

- ¡Archie!- exclamó ella casi sin aliento, mientras se volteaba para ver al
joven parado en la plataforma, con su equipaje en el piso junto a él y
mirándola con una renovada esperanza brillando en sus ojos.

- ¡Ay, Archei, por supuesto que estoy segura de ello! - contestó la


muchacha entre lágriimas, mientras corría para abrazarlo y él la recibía
tiernamente en la suave calidez de su abrazo.

- Dime que no es un sueño que estoy teniendo, dime que durará para
siempre - susurró él en su oido con voz temblorosa mientras agradecia a
su suerte por haber llegado demasiado tarde a la estación.

- Durará mientras nuestros corazones sigan latiendo ... y quien sabe, tal vez
después de entonces - respondió ella levantado el rostro para verse
reflejada en la brillante superficie de los ojos almendrados de Archie y esta
vez, no tuvo miedo a hundirse en sus profundidades, ni sintió pena cuando
él inclinó el rostro para besarla otra vez. Desde una razonable distancia ,
una joven miraba a la pareja mientras ellos se besaban como si el mundo se
fuera a terminar al siguiente minuto. La mujer rubia sonrió satisfecha
mientras acariciaba tiernamente su abultado abdomen .

- ¡Bien, bebé, es mejor que regresemos a casa ahora. Esta vez, te prometo
un viaje cómodo y seguro - le dijo ella a la criatura y con paso lento
caminó hacia el punto donde había dejado su auto.

Ese día Annie y Archie regresaron a Chicago y sin duda se hubieran casado
al día siguiente si no hubiese sido por los ruegos de la madre de Annie –
quien suplicó a su hija para que le diera tiempo de preparar una boda
decente- y porque Candy no estaba en condiciones de viajar tan lejos para
la ceremonia. Así que la pareja tuvo que esperar tres meses, que parecieron
años para ambos, hasta que la Sra. Britter tuvo todo listo como ella siempre
había soñado y Candy había dado a luz a su segundo hijo.

Alben, el segundo hijo de los Grandchester, era una cosita rubia que
eventualmente tendría pecas en la nariz gracias al efecto de la luz solar,
pero también poseía los ojos azul verdosos que eran el sello familiar de los
Baker. Afortunadamente, Candy se recobró muy rápidamente y fue capaz
de asistir a la boda. Despues de todo, la dama de honor no podía perderse
tan importante fecha. Seis meses más tarde, el instituto Alistair Cornwell
abrió sus puertas como la primera escuela para niños discapacitados
mentales en Chicago.

Parte 3

Una maestra en una granja

Traducción por Brenda Lee

Muchas cosas cambiaron para las mujeres durante los años veinte. Después
de décadas de lucha sufragista, las mujeres conquistaron su derecho a votar
en Inglaterra y los Estados Unidos y ya que muchas actividades habían sido
abandonadas por los hombres durante la Guerra Mundial porque estaban
peleando, el sexo femenino probó al mundo que podía hacer los trabajos de
los hombres y aun criar una familia si la situación lo requería.

Cuando la paz volvió, las mujeres se habían dado cuenta de que ellas
podían hacer muchas cosas y tener una vida propia fuera de sus hogares.
De alguna manera, el desencanto sufrido por la devastación de la guerra y
la búsqueda desesperada de un nuevo orden en los años que siguieron, hizo
a la humanidad volver la espalda a los principios morales del siglo IX y con
un nuevo punto de vista la clase media y alta Norteamericanas empezaron a
ver el rol de la mujer desde una perspectiva diferente.

Los Estados Unidos pasaron por un periodo de euforia. A diferencia de los


países Europeos, la Guerra Mundial no había devastado la tierra Yankee y al
final del conflicto, las cosas habían resultado ser un gran negocio para los
bancos e industrias Norteamericanas, revelando a la nación como un
floreciente poder económico y militar. En medio de esta nueva
Norteamérica, la cual parecía más relajada, despreocupada y festiva, una
generación de gente joven encaraba los grandes cambios que finalmente
empezarían el siglo XX, dejando atrás la atmósfera Victoriana.

Fue este cambiante y deslumbrante mundo que inauguró la adultez de


Candy y con ella, todos los jóvenes quienes habían compartido su niñez y
adolescencia con la joven señora Grandchester, también entraron en un
nuevo y emocionante periodo en sus vidas. Sin embargo, esos cambios
también traerían conflictos y Patty O’Brien no era la excepción. Patty había
llegado a ser la señora de Thomas Stevenson en Enero de 1919 y desde
entonces había vivido en la granja de Tom a las afueras de Lakewood. La
Sra. Martha O’Brien se había mudado al Hogar de Pony para trabajar con la
Srita. Pony y la Hermana María, pero su nieta y nieto político la visitaban
con frecuencia. Martha solía decir que todo lo que la vida le había quitado
durante su juventud, se lo estaba pagando generosamente, porque, para la
vieja dama, los mejores años de su vida habían empezado precisamente el
día en que ella había llegado al Hogar de Pony para quedarse ahí por el
resto de sus días.

Con las contribuciones generosas de Albert, Candy, Annie y Tom y la


iniciativa de Martha, el Hogar de Pony había finalmente llegado a ser una
institución más grande que podía alojar un total de 100 niños, en lugar de
los 20 que solía admitir en el pasado. Mas aun, el orfanatorio ahora era
capaz de dar apoyo y educación a sus niños hasta la edad de 18 años si
ellos no tenían la suerte de ser adoptados antes de ese tiempo. Por
supuesto, para semejante tarea, las tres venerables mujeres que llevaban el
lugar tuvieron que contratar nuevo personal y mas monjas de la orden de la
Hermana María fueron enviadas y entrenadas para ayudar en el
orfanatorio. Con tantas cosas en que pensar y que cuidar, Martha no tenía
mucho tiempo libre, así que apenas notó que Patty se había vuelto más
callada y melancólica, especialmente después del nacimiento de su cuarto
hijo en 1922.

Tal vez Patty hubiera seguido, escondiendo sus problemas secretos por el
resto de su vida si no hubiera sido por la visita de Candy durante la
primavera del siguiente año. Solo le tomo a la rubia estar un par de días con
los Stevenson para notar que algo no estaba tan bien como Patty pretendía.
Durante la estadía de Candy en la granja, la joven señora de Stevenson se
enfermó con fiebre, por lo que la rubia había enviado a todos los niños,
incluyendo a los suyos, al hogar de Pony para tener suficiente tiempo para
cuidar de su amiga. Durante una de esas tardes, mientras Patty dormía,
Candy se sentó en la puerta principal junto a su amigo de la infancia y le
lanzó una mirada intencionada que el joven inmediatamente sintió.

- ¿Qué pasa Candy?- preguntó Tom intrigado por la mirada fija de la rubia.

- Eso es exactamente lo que me gustaría preguntarte, Tom ¿qué está


pasando con Patty?- demandó Candy con la misma mirada autoritaria que
solía emplear para reñir a Tom cuando ellos eran pequeños.

- Así que los has notado, ¿no es asi? - dijo el hombre levantando la cabeza,
mientras fijaba su mirada en el color dorado del atardecer.

- Por supuesto, así es. No es la fiebre, eso es algo que pasará muy pronto,
pero más allá de los síntomas físicos que ella tiene ahora hay una mirada de
molestia, intranquilidad ... dime, ¿es algo entre ustedes dos?

-¡Ay, Candy!- suspiró el joven con los ojos clavados en el horizonte, - daría
todo lo que tengo para descubrir qué es lo que ella tiene. Ha estado así
durante los últimos dos o tres meses, desde que nació Joshua, creo. Y
aunque le he preguntado directamente qué la esta haciendo sentir tan mal,
ella siempre lo niega e insiste en que sólo está cansada porque cuidar de los
niños y llevar la casa toma todas sus energías.

- ¿Y tú crees eso Tom?- preguntó Candy.

- Claro que no, pero ella no quiere aceptar que algo marcha mal ... y a veces
... Candy, resulta muy difícil para mi verla como ella se consume en esa
depresión y yo simplemente no puedo hacer nada”- explicó el joven con voz
ronca mientras sus labios empezaban a temblar ligeramente.

Candy se sentó junto al joven y con la ternura de una madre dió una
palmada en el hombro de Tom. Por un segundo, él joven se había reducido
al niño pequeño que ella recordaba, confundido y asustado, como el día en
que él y la rubia se perdieron en el bosque durante una tormenta.

-Tom, ¿Recuerdas la vez que nos perdimos en el bosque cerca de la Colina


de Pony?- preguntó Candy con tono pensativo.

- ¿Quieres decir el día que estábamos compitiendo para recoger fresas


silvestres?- dijo Tom con una sonrisa triste. - ¡Cómo podría olvidarlo, yo
creo que ha sido la peor tormenta de verano que he visto en toda mi vida.

- Es verdad. Estábamos asustados a morir y mojados hasta los huesos, ¿eh?


- recordó Candy con una risita.

- ¡Y que lo digas!- exclamó el joven empezando a involucrarse más en el


recuerdo -¿Sabes que fue lo que más me aterró entonces?- añadió él
apuntando a los ojos verdes de Candy directamente.

- ¿Qué?

- ¡Yo me sentía responsable por tu seguridad porque tú eras más pequeña!


¡Temía tanto que algo pudiera pasarte! ... Si así hubiera sido, no me hubiera
perdonado a mi mismo por haberte retado a adentrarnos en el bosque!

- ¡Nunca me imaginé que estabas preocupado por mi! - comentó la rubia


sorprendida con la confesión del joven -pero había algo que yo tenía muy
claro entonces, estaba segura que aunque tú estabas tan asustado como
yo, los dos estábamos juntos en ese problema, y de alguna forma, sentir
que estabas cerca de mi, me dio confianza - añadió sonriendo la joven.

- Y también dolió menos cuando la Srita. Pony y la Hermana María nos


castigaron después de la tormenta, ¿verdad?- Tom dijo entre risas
recordando como habían tenido que limpiar el establo y olvidarse del postre
por un mes.

- Sí ... - suspiró Candy, y más tarde añadió pensativa, - Verás, Tom, he


aprendido que aunque no somos ya más un par de niños de 5 años,
algunas cosas aun permanecen igual. Tom, tú y Patty son parte de mi
familia, y yo sé que siempre estaremos ahí para ayudar al otro. Cuenta
conmigo para este problema, encontraremos la manera de salir de esta
tormenta -añadió Candy abrazando a su amigo y así permanecieron en
silencio por un momento, hasta que Tom empezó a sentir otra vez que la
esperanza renacía en su corazón.

Candy se quedó con Patty durante todo el tiempo que le llevó recuperarse
de la fiebre. Como siempre, Patty se sentía relajada y con más confianza
con la rubia cerca y poco a poco Candy empezó a comprender qué estaba
pasando con su amiga. La rubia llamó al Dr. Martin y el buen hombre pidió
un periodo de ausencia en el hospital para viajar a Lakewood y cuidar de
Patty. Dios sabía que el viejo doctor hubiera hecho cualquier cosa por la
joven que lo había ayudado a salir del alcoholismo, aún si eso significaba
abandonar sus muchas responsabilidades en Chicago.

Ambos, Martin y Candy, pronto estuvieron de acuerdo en que Patty estaba


pasando por una depresión post parto. Tal vez el desbalance hormonal que
ella estaba sufriendo se había acentuado por una cadena de pequeñas
frustraciones y problemas escondidos los cuales no habían permitido a la
joven superar el problema. Quizá la mejor medicina que Patty podía tener
era una amiga que la escuchara y nadie podía hacer ese trabajo mejor que
Candice White. Le tomó a Candy toneladas de paciencia y amoroso cuidado
para ver por Patty como si hubiera sido su propia hija, pero los esfuerzos de
la rubia fueron finalmente recompensados cuando cierto día Patty decidió
hablar.

Era muy tarde en la noche y Candy estaba leyendo la nueva obra de Terri a
la luz de una lámpara mientras su amiga dormía. La joven rubia levantó los
ojos de la página pensando en su esposo y no pudo evitar que un suspiro
escapara de sus pecho. La mente de la joven regresó a su lugar favorito
donde Candy abrigaba todos sus más queridos recuerdos relacionados con
su esposo. Vió de nuevo esos chispeantes ojos azules que ella amaba mirar
mientras se abrían cuando la luz de la mañana entraba en su recámara, y
no pudo contener los deseos de tener alas y volar para estar con Terri en
ese momento.

Después de cuatro años de matrimonio, Terri había decidido empezar una


larga gira por el país, algo que no había hecho en un buen tiempo. Candy
estaba tratando con todas sus fuerzas de lidiar con su ausencia pero la
verdad era que ella no era la misma sin él, especialmente cuando el joven
había estado lejos por cerca de dos meses y cada vez que la joven iba a la
cama, extrañaba su calor a su lado. Sin embargo, sus instintos maternales
la mantenían en marcha, sabiendo que una madre no se puede dar el lujo
de estar triste. La joven sabía que más que nunca antes ella tenía que
mantenerse animada y positiva por el bien de sus niños y de Paty.

- Lo extrañas, ¿no es así? - preguntó la débil voz de Patty desde la cama,


sorprendiendo a Candy que pensaba que su amiga estaba profundamente
dormida.

- Sí, con todo mi corazón - Candy admitió con una sonrisa triste.

- ¿Cómo puedes soportar eso, Candy? - inquirió Patty sentándose en la cama


con cierta dificultad, -Quiero decir, con él estando lejos tan seguido por su
trabajo?

-Bueno, creo que simplemente estoy acostumbrada a la idea - contestó


Candy con un guiño bromista y Patty admiró otra vez la habilidad de su
amiga de sobrellevar su tristeza y verse animada de la noche a la mañana.

- Yo sabía que las cosas serían así desde siempre. Él es actor y viajar es
parte de su vida. Con dos niños y un trabajo de medio tiempo no puedo
estar siguiéndolo cada vez que va de gira.
- Supongo, pero debe ser duro de cualquier manera - comentó Patty con un
tono suave casi imperceptible.

- Sí, pero hay otros modos de estar lejos de la gente que amas que son más
dañinos y difíciles de llevar - dijo intencionalmente la rubia esperando que
sus palabras la ayudaran a abrir un nuevo camino hacia el corazón de
Patty.

-¿Qué quieres decir? - preguntó la morena, confusión y un poco de miedo


reflejados en sus ojos café oscuro.

- Quiero decir que a veces la gente se mantiene alejada de los otros por
muchas razones ... miedo, inseguridad, confusión ... y eso no ayuda a
aminorar el dolor, sabes hermana?- Candy explicó intencionalmente. Patty
se quedó en silencio por un momento, sin mover un solo músculo de su
rostro pálido y Candy entendió que una lucha interna estaba tomando lugar
dentro de su amiga en ese mismo momento. Afuera, el rumor de una
inusual lluvia de primavera llenaba el aire con la caída rítmica de ligeras y
frescas gotas que bañaban los campos.

-¿Porqué estás diciéndome eso Candy?- preguntó Patty rompiendo el sólido


silencio que había invadido el cuarto.

- Tú lo sabes Patty- Candy respondió dejando la mecedora y sentándose en


la cama, cerca de la morena, - Has estado lejos de tu familia más tiempo
que Terri, y quizá Tom te ha estado extrañando el doble de lo mucho que yo
extraño a mi esposo justo ahora - dijo Candy en seguida y entonces esperó
a ver la reacción de la joven.

-¡Ay Candy! - dijo Patty rompiendo en llanto y lanzándose a los brazos de


Candy donde lloró por largos minutos mientras la rubia la acariciaba
tiernamente al tiempo que la lluvia continuaba lavando el techo de tejas.

-Llora todo lo que quieras Patty - murmuró Candy al oído de su amiga - no


tienes que llevar toda esa pena tú sola. Vamos a compartirla juntas -

¿Cuánto tiempo Patty derramó sus lagrimas y dejó sus sollozos correr por
su garganta? La morena nunca lo sabría exactamente, pero siempre
recordaría que después de que el pozo de su llanto aparentemente llegó a
secarse, sintió la más urgente necesidad de abrir su corazón y descargar
toda la opresiva frustración que estaba molestándola como una par de
bloques de plomo sobre sus hombros.

Patty se había casado con Tom tan sólo unos pocos meses después que
Candy y Terri hicieran lo mismo y en ese tiempo ella había tenido cuatro
niños, casi uno cada año. No sólo el esfuerzo físico había sido enorme, sino
que la colosal responsabilidad que repentinamente había caído en sus
hombros había sido tan abrumador que apenas había tenido tiempo de
pensar en si misma. De pronto la joven tenía que llevar una granja – algo
que ella nunca imaginó que tendría que hacer – cuidar de un esposo - que
era tan exigente como lo son todos los hombres - y cuidar de sus niños,
todo en el mismo paquete. Aún cuando Patty estaba muy enamorada de su
esposo y adoraba a todos sus niños, parecía que su vida estaba llegando a
ser una interminable lista de deberes que no le permitían un sólo segundo
de descanso.

Por otro lado, la joven no podía evitar comparar su vida con la de sus dos
mejores amigas. Annie había ciertamente sufrido muchos tiempos difíciles,
eso era seguro, pero al final había encontrado su camino y estaba
activamente envuelta en su escuela para entonces. Aún más, la joven había
recobrado el amor de Archie, algo que nadie creía posible, y finalmente se
había casado con él el año anterior. Los Cornwell no tenían hijos aún, pero
Annie y Archie no tenían prisa ya que la joven Sra. Cornwell aún tenía
muchos proyectos que completar con su instituto, el cual estaba creciendo a
pasos agigantados

Candy, por su parte, siempre había sido el ejemplo perfecto de


independencia. La rubia había aprendido a combinar su carrera médica con
la maternidad, trabajando para la Cruz Roja como voluntaria. Al mismo
tiempo parecía que tener hijos había solamente incrementado su belleza
natural. Ser madre había traído cambios en Candy, por supuesto, pero
todos ellos habían sido para bien y Patty admiraba la madurez de su amiga
y también la sutil elegancia que había adquirido sin perder el encanto
característico de sus maneras despreocupadas y liberales. ¿Qué había
hecho Candy tan bien que el matrimonio no la había forzado a dejar de ser
la persona que solía ser, sino que la había convertido en una mejor mujer?
Esa era una pregunta que Patty frecuentemente se hacía a si misma
cuando veía su rostro cansado en el espejo al final de cada exhaustiva
jornada

Durante sus años en Florida, Patty había hecho estudios para ser maestra
y había lleagado a trabajar en una escuela primaria por un año a pesar de
la desaprobación de su padre, pero cuando Candy se enroló y se marchó a
Francia, Patty renunció a su trabajo para viajar a Chicago y estar con Annie
durante esos oscuros días en 1917 y 1918. Después de eso, la joven se
había casado con Tom y nada había sido lo mismo.

Candy escuchó cuidadosamente la confesión de Patty. Notó cómo su amiga


se sentía injustamente culpable por sus deseos escondidos de
independencia y sus anhelos por una vida que no estuviera reducida a sus
responsabilidades domésticas. Fue esa mezcla de culpabilidad, rebeldía
reprimida y frustración lo que había mermado el espíritu de Patty,
empujando a la joven progresivamente al pozo depresivo desde el momento
en que había descubierto que estaba embarazada otra vez, por cuarta
ocasión en cuatro años. Después del nacimiento de su hijo más pequeño,
todo había terminado por derrumbarse y ella no pudo hacer nada para
reunir las piezas y empezar otra vez a reconstruir el edificio.

El problema de Patty había tomado un largo tiempo para gestarse y no era


de la noche a la mañana que iba a desaparecer. No obstante, ese primer
movimiento que hizo la morena al abrir su corazón, dejando a su amiga ver
en sus calladas penas, fue el comienzo de una lenta recuperación. Patty no
se sorprendió cuando Candy extendió sus brazos para abrazarla,
tranquilizando su confundido corazón con palabras de comprensión y
aceptación. La joven sabía que tal actitud era parte de la naturaleza de
Candy, pero aunque no esperaba menos de la rubia, no podía evitar sentirse
agradecida.
Lo que realmente sorprendió a Patty fue cuán naturalmente Candy fue justo
al centro de su problema una vez que la morena se calmó. Primero que
nada, la rubia le hizo entender a Patty que no había razón para sentirse
avergonzada por desear un poco de privacidad y soñar en realizar algo más
allá de la maternidad y el matrimonio. Más tarde, con toda la delicadeza de
la que Candy pudo echar mano, le sugirió a la morena que tenía que hablar
con Tom acerca del problema de tener un niño cada año. Para Patty no fue
nada fácil el sólo pensar en el asunto del control natal, un tema que apenas
era mencionado en aquellos días cuando los primeros métodos
anticonceptivos apenas hacían su aparición y aún había mucha reticencia
hacia su uso.

Sin embargo, Candy fue tan discreta que la joven aceptó escuchar lo que su
amiga tenía que decir sobre el tema y prometiéndole pensar en el asunto
lentamente se quedó dormida mientras Candy aun sostenía su mano. Candy
aclaró su frente apartando un ingobernable rizo que estaba cayendo sobre
su ceja y tratando de moverse con sigilo de gato, se levantó y regresó a la
mecedora. Continuó su lectura y sus pensamientos volaron otra vez hacia el
hombre que amaba.

Un par de días después de esa noche lluviosa, Patty finalmente habló con
Tom en privado y aunque Candy nunca supo exactamente qué había sido
dicho en aquella conversación, los ojos enrojecidos de Tom y la actitud
liberada de Patty cuando aparecieron en el comedor para la cena, hicieron
entender a la rubia que la pareja se había abierto el corazón el uno al otro,
profundizando en los rudos terrenos de su debilitada relación. Ambos habían
cometido unos cuantos errores que obviamente los habían lastimado
mutuamente, pero estaban dispuestos a luchar por el amor que ambos
compartían y la familia que habían construido. Eso era todo lo que Candy
necesitaba saber.

Cuando Patty se sintió lo suficientemente fuerte para empezar a cuidar de


su familia y de su casa, Candy empacó sus cosas y regresó a Nueva York
con sus dos niños. La joven sentía que después de la oscuridad en la que
Patty y Tom habían vivido por varios meses, había una pálida luz
parpadeando tímidamente en el otro lado del túnel. La joven pareja estaba
aún saliendo de sus trincheras personales, pero esta ocasión algo era
diferente. Después de un largo tiempo de caminar solos, estaban
empezando a avanzar juntos y tomados de las manos, y eso era la cosa más
importante.

Patty y Tom no tuvieron más niños. Discutieron el asunto cuidadosamente y


decidieron que ya tenían la familia que querían. Por otro lado, cuando el
niño más pequeño de los Stevenson alcanzó el año de edad, Patty decidió
volver a enseñar y su esposo la apoyó alegremente. El proyecto empezó en
una escala muy pequeña, como una escuela para los niños de los
empleados de Tom y con el tiempo la modesta escuela empezó a recibir
niños de otras granjas y pueblos cercanos. Todos los niños Stevenson
aprendieron a leer y escribir en la escuela de su madre y en el proceso
también adquirieron un sano sentido de democracia e igualdad
compartiendo sus juegos y tareas con la gente que trabajaba para ellos.

Pero Patty Stevenson aun tendría que pasar por otra difícil prueba. Sus
padres nunca aceptaron su matrimonio con un hombre de una condición
social inferior, y nunca contestaron sus cartas, ni siquiera cuando Patty les
enviaba fotos de sus lindos y saludables niños. Tal vez a la Sra. O’Brien le
hubiera encantado ver a su hija otra vez y conocer a sus nietos, pero temía
a su esposo demasiado como para desobedecer sus órdenes y ya que ella
murió antes que el señor O'Brien, la pobre mujer nunca tuvo, ni el coraje ni
la oportunidad de reestablecer su relación con Patty.

A pesar de la pérdida, la Sra. Stevenson no vaciló, sino que creció en fuerza


con ese dolor. Era cierto que la vida no es un viaje en un crucero de lujo,
pero durante la primavera de 1923, cuando su amiga Candice había cuidado
de ella durante su enfermedad, la joven rubia le había enseñado a Patty
una lección que ella y su esposo nunca olvidarían: los malos tiempos
pueden golpear e inclusive dañar el edificio de un matrimonio, pero el amor,
la honestidad y la tolerancia lo sostendrán hasta que los buenos tiempos
regresen para construir nuevas paredes. El matrimonio de Patty y Tom
sobrevivió exitosamente y duró por todo el tiempo que Dios les permitió
vivir.

Cuando Candy regresó a casa después de su estadía en Lakewood ese año,


abrió las puertas de la casa, se ciñó un delantal alrededor de su cintura y
junto con sus mucamas empezó a limpiar los cuartos en lo que ella solía
llamar su "limpieza profunda de primavera". Se sentía llena de energías y
muy complacida con los resultados que había obtenido como "doctora
corazón". En cerca de 15 meses había ayudado a Archie y Annie a
establecerse como matrimonio y había dado una mano a Tom y Patty para
reorientar su relación.

El corazón bondadoso de Candy estaba henchido en alegría con la idea de


haber sido útil para los que amaba. Desafortunadamente, la joven ignoraba
que muy pronto ella necesitaría sus habilidades en “consejos de amor” para
ella misma. ¿Sería la doctora capaz de prescribir la medicina correcta para
su propia enfermedad?

Mientras barría el estudio Candy accidentalmente empujó una mesa y el


florero de porcelana que estaba en ella cayó al piso. El agua empapó la
alfombra y el impacto arrancó los pétalos de las rosas rojas. Candy se sintió
inexplicablemente triste después del incidente.

Charles Ellis se detuvo frente a la casa para contemplar la apacible vista de


aquel lugar que reunía la tranquila belleza campirana con un cierto gusto
cosmopolita. Las aguas del lago artificial situado en el parque cercano
brillaban bajo la luz ardiente del sol veraniego, pero a pesar de lo caluroso
de la tarde el hombre sentìa que la frescura de aquel rincón tan cercano aún
al bullicio de Manhattan nulificaba el efecto del sol estival.

Ellis caminó por el jardín de la casa admirando las rosas y camelias que
adornaban el lugar. Llegó hasta el porche blanco y estuvo a punto de
accidentarse con un pantín de cuatro ruedas que algún pie infantil había
dejado olvidado. Ellis se rió de sí mismo recordando tal vez su propias
correrías de la infancia. Se volvió luego y finalmente tocó el timbre de la
casa.

Pies ligeros y pequeños en carrera, risas, grititos y algarabía sonaron en


respuesta a su llamado. Luego, la puerta blanca se abrió y detrás de ella
Ellis advirtió la presencia de un diminuto ángel rubio de cabellos rizados
peinados en dos gajos. Un rostro de enormes ojos verde oscuro como las
esmeraldas le miraba sonriente con la expresión confiada y alegre de sus
muy pocos años.

- ¡Hola! - dijo la niña con una vocecita cantarina - ¿Y tú quién eres?

-¿Yo? Soy Charles, pero mis amigos y tú pueden llamarme Chuck - contestó
el hombre inclinándose y appoyando sus manos en las rodillas para estar
más al nivel de su interlocutora.

-¿Y qué quieres? - preguntó la chiquilla sin perder su encantadora sonrisa.

- Vengo a ver a tu papá ¿Está él en casa? - preguntó Ellis devolviendo la


sonrisa a la pequeña.

- Ummmm . . . . ¿Me darás dulces si te digo? - preguntó la niña con una


chispa de picardía en el rostro.

- ¡Blanche!- llamó una voz femenina desde la habitación adyacente al


vestíbulo. Pronto una mujer cuyo asombroso parecido con la niña delataba
su parentezco apareció a la vista de Charles - Blanche, anda a tu cuarto,
después hablamos - ordenó la mujer haciendo esfuerzos por ponerse firme
aunque Ellis pudo comprender que por dentro ella también se moría de risa
ante las ocurrencias de la niña.

La pequeña pecosa bajo la cabeza y desapareció pronto del vestíbulo tan


rápido como había llegado.

- Disculpe usted las chiquilladas de mi hhija, Sr. Ellis - se excusó la mujer


sonriendo al visitante y ofreciéndole su mano en señal de saludo.

- No hay nada que disculpar Lady Granddchhhester - respondió el hombre


quitándose el sombrero y estrechando la mano de la dama.

- Candy, por favor, llámeme Candy. Es mejjor sin formulismos.

- Entonces usted deberá llamarme Charlless - contestó el hombre con una


sonrisa.

- Bueno, creo que ese trueque está bieen... Supongo que viene por la cita
que tenía con mi esposo ¿No es así, Charles?

- Está usted en lo cierto.

- Entonces sígame, él lo está esperanddo - dijo la joven mujer y acto seguido


guió al hombre a través del vestíbulo, la estancia principal y hasta el
estudio.
Ellis siguió a la dama observando los detalles de las habitaciones iluminadas
por la luz que pasaba a través de las vidrieras y se estrellaba sobre las
paredes claras y los jarrones de porcelana rebosantes de flores frescas. Más
voces infantiles provenientes del jardín trasero se filtraban en el aire junto
con el trino de pájaros lejanos y el olor a maderas y rosas.

La mujer se detuvo frente a una puerta de encina oscura y tocó


suavemente. Entonces Ellis tuvo una breve oportunidad para observar a la
señora de la casa. La conocía desde hacía varios años, pero en realidad
nunca la había visto con detenimiento ni tan de cerca. Debía tener treinta
años y su belleza estaba llegando a su cúspide, pero las líneas finas de su
rostro junto con la expresión dulce y traviesa en sus ojos le daban aún una
apariencia de adolescente. Había tenido tres hijos, pero se conservaba
esbelta y suavemente curvilínea. Ellis pensó que sin duda la combinación
era tentadora, pero como tenía por regla no codiciar a las mujeres ajenas
ahí detuvo su imaginación masculina.

Una voz abaritonada se escuchó del otro lado de la puerta y la mujer abrió
la puerta para hacer pasar al visitante.

- Pase usted Sr. Ellis - dijo el hombre en el interior de la habitación - Lo


estaba esperando.

- Yo les dejo señores - indicó la dama con un suave gesto de su cabeza - hay
tres obligaciones que reclaman mi atención en el jardín, pero les eviaré té,
si les parece.

- Eso estará muy bien. Gracias - replicó Charles respondiendo al gesto de la


dama, quien pronto desapareció detrás de la puerta.

- Tome asiento Ellis, empezaba a pensar que no vendría - dijo el dueño de la


casa indicándole a su invitado el camino hacia los sofás de la pequeña
estancia dentro del estudio.

-Debe disculpar mi tardanza, Sr. Grandchester - se excusó Charles tomando


asiento - El tráfico en Manhattan se hace cada vez más terrible, sobre todo
por la tarde. Cada día que pasa Nueva York se convierte en un lugar más y
más difícil para vivir. Usted tuvo muy buena idea en venirse a vivir a New
Jersey.

- La idea no fue del todo mía . . . pero me congratulo de esa decisión. Es


siempre mejor un lugar alejado del bullicio para educar a tres niños.
Además, mi esposa creció en el campo y no se adapta muy bien a las
grandes ciudades a pesar de haber tenido que vivir en ellas en más de una
ocasión.

- Entiendo. Aunque ha de ser un poco difícil para usted durante la


temporada de teatro - comentó Ellis al tiempo que la doméstica entraba con
el servicio de té.

- Bueno, sí, toma algo de tiempo trasladarse, pero creo que vale la pena.
Pero dígame Ellis, ¿Cómo está eso de que deja usted el New York Times? -
preguntó el interlocutor de Charles, sentándose en un sillón cercano y
tomando el té que le ofrecía su empleada. La luz entraba entre los encajes
de las cortinas jugando con los iris tornasolados del hombre y Ellis pensó
que sin duda era difícil para las mujeres sustraerse a la seducción de esa
mirada.

- Lo que pasa es que he recibido una oferta que no puedo resistir - contestó
Charles con tono francamente alegre - Mis años en el New York Times han
estado llenos de momentos muy gratificantes, pero en el fondo siempre
había tenido un sueño y ahora me ofrecen la oportunidad de lograrlo.

- Pero seguirá usted haciendo periodismo - inquirió el dueño de la casa


cruzando la pierna y observando al periodista con interés.

- Por supuesto. Es sólo que será en otro giro. Siempre había tenido el deseo
de trabajar como corresponsal político en el extranjero y finalmente se me
presenta la posibilidad.

- Ya veo....un poco más de aventura que la que puede darle este mezquino
medio teatral ¿No?- dijo el hombre sonriendo detrás de su taza de té. Ellis
no pudo evitar pensar que el hombre que tenía enfrente era
dramáticamente diferente del jovencito que había una vez conocido en un
bar.

- Debo reconocer que al principio me resultó algo fastidioso trabajar para las
noticias de artes y espectáculos - respondió Charles finalmente- , no porque
me disguste el tema, sino porque en mi época de estudiante me había
forjado otra idea de lo que sería mi carrera. Con el tiempo he llegado a
sentirme bastante a gusto trabajando para la crítica de teatro, pero aún así
no quisiera dejar pasar la oportunidad de hacer lo que tanto había soñado.

- Imagino que el Sr. Hirshmann- ha siddo muy buen maestro- sugirió el


artista reclinándose hacia el respaldo del sillón en que estaba sentado.

- Es un excelente crítico, sí, pero deeboo admitir que no ha sido fácil ser su
asistente.

El anfitrión pegó una carcajada divertida al pensar en el anciano crítico


cuyos desplantes de divo habían destruido más de una carrera artística y
que sin duda le había hecho pasar más de un sonado coraje con sus
opiniones sobre su trabajo histriónico y literario.

- Imagino a lo que se refiere - diiijo el hombre de cabellos castaños con un


tono que dejaba entrever cierta ironía - Ciertamente el Sr. Hirshmann debe
tener un carácter difícil. Aunque habiendo sido yo el objeto de sus . . .
digamos . . . comentarios profesionales no muy favorables, no debería
opinar mucho al respecto.

- Bueno, Sr. Grandchester- respondió Elliis sonriendo- el Sr. Hirshmann tiene


en realidad mejor opinión de su trabajo de lo que usted cree. Es más, como
ya no voy a trabajar con él poco importa que le diga esto -comentó en tono
confidencial y el actor levantó una ceja, intrigado ante el comentario de Ellis
- El Sr. Hirshmann cree que usteed es un excelente artista, pero que no es
bueno siempre decir y escribir todo cuanto realmente admira su talento
porque de hacerlo así, usted se volvería vano y engreído y según el Sr.
Hirshmann - y perdóneme lo que voy a decirle pero esas son las palabras de
mi jefe- usted ya es lo suficientemente arrogante como para empeorar más
las cosas con más alabanzas.Así que con cada comentario mordaz
innecesario que usted lea sobre su trabajo, solamente crea la mitad -
concluyó Ellis cerrando un ojo y Grandchester se soltó a carcajadas riéndose
a todo pulmón.

- ¡Dios mío, Ellis! ¿Sabe usted que me esstá contando algo que mi mujer me
ha venido diciendo desde hace años y yo nunca se lo quise creer?- dijo el
hombre cuando pudo reponerse del ataque de risa. Ellis estaba asombrado
pues nunca había visto a Grandchester de tan buen humor y tan abierto en
los preliminares de una entrevista. Si bien, debía reconocer que hacía ya
mucho tiempo que no había tenido la oportunidad de entrevistar al actor.
Ellis había dejado el puesto de reportero para trabajar como asistente en la
sección de crítica desde hacía 9 años - Bueno hombre, ya basta de charla,
entiendo que usted está aquí por una entrevista, no para hablar del bendito
Sr. Hirshmann. Puede empezar usted cuando guste - dijo finalmente el
artista recobrando su seriedad.

- Gracias Sr. Granchester. De hecho, he qquerido hacerle esta entrevista


más que nada por sentimentalismo - confesó el periodista poniéndose serio
- Mi primer trabajo para el New York Times fue una entrevista con usted
cuando aún era un actor nobel ya con cierta fama, y quise terminar con otra
entrevista suya ahora que es ya un artista consolidado ¿Recuerda usted
aquella vez, Sr?

- ¡Caray! ¿Cómo olvidarlo? - repuso ell aactor - De hecho estoy en deuda


con usted desde esa ocasión. Gracias de nuevo por toda su discreción.

- De ninguna manera. Era solamente cuestiión de ética - respondió Ellis con


sencillez y al artista le agradó la reacción del hombre - Bueno . . . eso me
lleva a la primera pregunta que tengo preparada, si me permite.

- Adelante

- Se dice que podemos hablar de un Terrreeence Grandchester antes de la


guerra y otro muy distinto después de ella. Personalmente yo creo que es
verdad, pero ¿Qué opina usted al respecto?

Terrence sonrió levemente dejando su taza semivacía sobre la mesa y


después de unos segundos se animó por fin a responder.

- Opino que están en lo cierto. Un hombree nunca es el mismo después de


haber presenciado las cosas que yo, al igual que muchos, tuve que vivir en
Francia.

- Sin embargo yo diría que la experiennciiia le trajo buenos resultados a la


postre- comentó Ellis esperando la reacción del entrevistado. El joven actor
se puso de pie y caminó hacia la ventana que daba al jardín trasero de la
casa y permaneció un buen rato en silencio mirando hacia afuera. Luego
sonrió y se volvió hacia el reportero.

- Venga usted acá Ellis - le indicó con uuna señal de su mano.


El periodista se puso de pie y se acercó a la ventana. Desde ella se podía
observar el amplio jardín trasero rodeado de altos robles. Dos niños de
apariencia saludable - de cabellos castaños el mayor y el más pequeño tan
rubio como la niña que había abierto la puerta- se divertían en una casita
de madera que les habían construido en la copa de uno de los árboles.
Parecían ocupados en subir una serie de juguetes y una canasta de
golosinas a su escondite entre las ramas.

- Sus hijos, supongo- comentó Ellis observando cómo se iluminaba el rostro


de su entrevistado.

- Sí, ellos dos y una pequeña más que apenas acaba de cumplir los cuatro-
respondió el dueño de la casa.

- Creo que yo ya conocí a esa señorita - comentó en tono bromista el


reportero - estábamos a punto de hacer un trueque bastante ventajoso para
ella cuando la esposa de usted llegó para redimirme.

- Le habrá pedido golosinas seguramente - supuso el joven padre divertido -


Creo que mi niñez se econtraba ya demasiado lejana o muy olvidada, pues
no acaba de asombrarme la enorme cantidad de azúcar que consumen los
niños. Y eso que mi esposa hace enormes esfuerzos por controlarlos . . .

En ese instante la pequeña rubia salió también de la casa y los dos hombres
parados ante la ventana pudieron observar cómo se unía a los juegos de sus
hermanos acompañada de la madre de los tres. La señora Grandchester se
había puesto unos pantalones de dril y una camisa de algodón y con los pies
descalzos al igual que los tres niños se dió a la tarea de jugar con ellos
como si fuese una cuarta compañera de juegos de la misma edad de los
chiquillos.

- Sé bien que nunca he sido lo que se llama un hombre simpático - comenzó


a hablar el actor sin dejar de mirar la escena veraniega frente a sus ojos - y
que tuve épocas en que realmente me comporté como un odioso pedante.
Sé también que mucha gente valiosa que trabaja a mi lado tuvo que
soportar mis malos ratos y por eso resintieron mis cambios cuando regresé
de Francia. Sin duda ver la cara de la muerte tan de cerca tiene efectos
asombrosos en las personas, Ellis, pero no creo que hubiese tenido
resultados tan positivos de no haber sido porque en medio de todo ese
horror vivido también pude contemplar de nuevo el rostro del amor y del
perdón.

- Usted nunca ha querido dar detalles sobre esa época a ningún periodista
hasta ahora - comentó Ellis tratando de probar sus haabilidades de
entrevistador - ¿Por qué?

- Las cosas que viví en Francia tienen que ver con mi vida personal y como
en cierta forma involucran a terceros, he preferido guardar silencio al
respecto. Entre más información uno le da a ustedes, más especula la gente
. . . y simplemente no me gusta mucho la idea. Lo verdaderamente
importante que aprendí de la experiencia está reflejado en mi trabajo. Lo
demás es privado.
- Entiendo. No obstante, todos saben que ahí fue donde usted conoció a su
esposa. No hace falta ser demasiado listo como para comprender que el
inicio de esa relación fue un parteaguas en su vida - sugirió el reportero.

- Eso es correcto. Sí, es cierto que desde el momento que Candy aceptó ser
mi esposa mi vida ha sido otra, pero diría que hay algunos detalles
inexactos en esa explicación que no tengo intenciones de aclarar al público.
Baste saber que si algo bueno hay en mi, algo que tenga en verdad valor
humano, eso se debe a ella y a esta familia que ella me ha dado. Esto que
ve usted aquí Ellis, es la respuesta que la prensa trata de buscar en una y
mil razones fantásticas. No hay gran misterio. Soy un hombre feliz y por
ende reacciono como tal. Hasta los seres sombríos como yo tomamos
nuevos colores cuando estamos cerca de la luz. Eso es todo.

El hombre dejó la ventana e invitó al periodista a acompañarlo de nuevo a


la estancia.

- Pero parecería no estar muy de moda ser feliz entre sus colegas escritores
¿No es así?- pregutó Ellis dirigiendo el tema hacia otro terreno al ver que el
actor era reacio a abundar sobre su vida personal.

- Bueno, toca usted un punto algo triste para mi, profesionalmente hablando
- contestó el artista - Mis obras tienen cierto éxito y podría decirse que me
siento satisfecho de lo que hago, pero mis colegas insisten en preservar una
visión más pesimista del mundo ante la cual mi trabajo les parece
anacrónico. Pero no los culpo, lo que el hombre ve depende de lo que tiene
dentro y la vida ha querido ser generosa conmigo dándome muchas cosas
buenas que atesoro aquí dentro - concluyó el hombre apuntando a su
corazón.

- ¿Se siente usted incomprendido por sus compañeros escritores? - preguntó


Ellis siguiendo la línea que le parecía más interesante.

- Digamos que mal interpretado. Hasta Ernest, con quien tenía una gran
amistad, terminó por alejarse al ver que yo no cambiaba mi modo de
pensar. Imagino que es propio del caracter de Ernest el ser algo
intransigente ante los que piensan diferente. Pero no lo culpo porque en una
época en que yo era menos afortunado, era del mismo sentir.

-¿Se refiere usted a Ernest Hemingway? - preguntó Charles interesado


haciendo rápidos apuntes en su libreta - Algunos hablan de una gran rencilla
entre ustedes ¿Qué hay de cierto en ello?

- No hay tal cosa. Sólo diferencia de posturas literarias. Eso es todo.


Además, es difícil mantener una amistad con alguien que se la pasa
viajando tanto como lo hace Ernie.

- Sin embargo usted mantiene una estrecha amistad con el Sr. Andley y él
es también un viajero incansable - respuso el reportero lanzando otro
gancho más.

- Eso es diferente- respondió enseguida el actor- Usted sabe que entre


Albert y yo hay lazos familiares debido a su relación con mi esposa.
Irremediablemente estamos ligados el uno al otro de por vida, además de
que al margen de eso, compartimos muchos aspectos de nuestra manera de
pensar. En algún momento de nuestras vidas ambos decidimos tomar el
camino que nuestros corazones dictaban sin importarnos lo que nuestras
familias opinaran y estamos orgullosos de los resulados que hemos
obtenido.

- Se habla mucho que la familia de su . . . ¿Debería decir suegro?. . . -


titubeó el reportero rascándose la nuca con el lápiz - Es que se me hace
difícil pensar en un hombre tan joven como padre de la esposa de usted . . .

Terrence volvió a reir de buena gana pues no era la primera vez que alguien
resaltaba el curioso dato.

- A mi me gusta pensar en Albert como mi mejor amigo - contestó él con


simpleza.

- Bueno . . . se dice que la familia de su amigo nunca ha aceptado su


matrimonio con la actual señora Andley ¿Qué hay de cierto en ello? -
preguntó el hombre.

- No es muy exacto. Mi esposa y su primo han sido los primeros en recibir


con los brazos abiertos a Raisha en la familia. Sin embargo, no es un
misterio que el resto de los parientes están reacios al hecho de que Albert
contrajera matrimonio con una mujer de otra raza.

- A pesar de ello he oído decir que la Sra. Raisha Andley, antes señorita
Linton, es una mujer culta y proveniente de una importante familia
británica. Bueno, al menos su padre.

- Es verdad. El padre de Raisha era un geógrafo destacado. Recibió inclusive


un título nobiliario en reconocimiento a sus aportaciones a la ciencia. Educó
a su hija con esmero y en un espíritu liberal. Pero los Linton jamás
aceptaron que se hubiese casado con una hindú. Raisha sufrió siempre la
discriminación de sus propios parientes paternos, pero lejos de
acomplejarla, esa situación adversa la hizo una mujer fuerte e
independiente. Razones que sin duda conquistaron el corazón de mi amigo .
. . amén de su belleza que es evidente.

- Imagino que a la familia Andley no le hace mucha gracia que el patriarca


del clan viva en la India trabajando por la liberación de ese país sin poner
mucho interés en los negocios.

- No tienen nada que reprocharle - defendió enseguida el actor - El tiempo


que Albert estuvo al frente de los negocios familiares fue siempre un
brillante hombre de negocios. No dejó su puesto de manera irresponsable
sino que dejó en su lugar al primo Archibald que lo ha hecho muy bien hasta
ahora. Inclusive con los altibajos que estamos teniendo en la economía en
estos días y que seguramente seguiremos teniendo en los siguientes años.
Bueno, eso auguran Albert y Archibald, que entienden mucho más del tema
que yo.
- ¿Y la familia de usted? ¿Qué opinaba su padre de su decisión de ser actor?-
preguntó el reportero reaccionando rápidamente.

- Lo que usted debe imaginarse - respondió Terrence con desenfado - No es


secreto que mi padre y yo estuvimos distanciados por mucho tiempo.
Afortunadamente tuvimos lo que puede llamarse una reconciliación de
úlitmo minuto . . . desgraciadamente esto no se dió hasta que él estaba por
morir. Pero estoy agradecido con la vida de que nos haya permitido quedar
en paz el uno con el otro.

- Entiendo . . . ¿Y su madre? Imagino que ella debió de haberle impulsado


mucho en su decisión - se aventuró a preguntar Ellis sabiendo que entraba
en aguas peligrosas ya que era proverbial que el actor nunca hablaba de la
injerencia de su famosa madre en su carrera.

Terrence frunció ligeramente el ceño y Charles se imaginó que se saldría


por la tangente sin contestar su pregunta, pero para su asombro el hombre
se decidió a replicar la pregunta después de pensarlo un rato.

- Esa es la versión errónea que todos tienen. De una vez por todas voy a
contestarle la pregunta y espero que escriba bien esa respuesta porque no
pienso volver a hablar del asunto. En primera de cuentas no puedo negar
que mi interés por el teatro me viene en la sangre. Mi madre y yo
compartimos muchas cosas además de nuestro parecido físico, pero por
extraño que les parezca a todos yo jamás le comenté nada al respecto de
mi interés en convertirme en actor. De hecho, ella estaba aquí en Nueva
York cuando yo decidí dejar Inglaterra y no se imaginaba ni siquiera
remotamente lo que yo planeaba. Ella se había hecho a la idea de que yo
sería el duque de Grandchester y me encargaría de los negocios y cargos
políticos de mi padre en la cámara cuando él ya no estuviera. Después,
cuando llegué a Broadway buscando trabajo ni siquiera visité a mi madre
para enterarla de mi decisión. Quería hacer las cosas por mi mismo . . . sin
usar el prestigio de mi madre como actriz para impulsar mi propia carrera.
Estoy muy orgulloso de cada cosa que he logrado en mi trabajo, porque
contrario a lo que muchos envidiosos piensan, todo lo he conseguido por
mérito propio.

La voz de Terrence había cobrado vehemencia. Ellis pudo darse cuenta de


que el tema era sin duda algo que despertaba las pasiones y hasta cierta
indignación en su interlocutor.

- ¿Quiere usted decir que a los quince o dieciséis años decidió dejar la casa
paterna y aveturarse en Nueva York sin el apoyo de ninguno de sus padres?
- preguntó el hombre intrigado, pues nunca se había imaginado que la
historia hubiese sido así.

- Debo admitir que tuve que vender un auto y un caballo que mi padre me
había regalado para costearme el viaje a América y poder vivir un tiempo
hasta conseguir un empleo, pero prácticamente es cierto lo que usted dice.
Hice la venta en no menos de veinticuatro horas, empaqué y tomé el primer
barco que salía de Southampton.Tuve que conseguir un pasaporte falso que
me aumentaba la edad para poder viajar sin el permiso de mi padre, pero
no fue difícil de lograr una vez llegado al puerto. Así de simple.
- Debió de requerir de mucho valor siendo tan joven y estando
acostumbrado a vivir en el lujo de la nobleza británica- sugirió Charles.

Terrence no contestó inmediatamente al comentario del reportero sino que


guardó silencio por unos momentos como si estuviera pensando hasta qué
punto quería llevar sus revelaciones.

- Puedo decirle que tenía un motivo muy fuerte para actuar con tanta
impulsividad. No creo que fuera valor. Era sólo . . . - se volvió a detener
sondeando el rostro del reportero - Ellis, en su reportaje ponga lo siguiente:
no fue valor lo que me movió a salir de Inglaterra en aquella ocasión. En ese
entonces yo pensé que sería mejor así para bien de todos. No haré más
comentarios . . . pero "off records" y siendo que ya usted tiene parte de la
historia desde aquella noche en que el alcohol me llevó a cometer ciertas
indiscreciones le contaré lo que realmente sucedió. Supongo que tengo su
palabra de honor de que esto no saldrá de esta habitación.

- La tiene sin duda Sr. Grandchester- contestó el reporteo dejando su libreta


en el sofá.

- Una vez más. Aunque sin duda mis planes eran convertirme en actor
como siempre había soñado, no fue ni valor ni una irracional rebeldía lo que
me movió finalmente a decidirme, - comenzó a narrar el joven - sino el
deseo de proteger a la persona más importante de mi vida y a quien en ese
momento yo pensé le convenía mi partida.

Ellis se quedó callado ante la respuesta del actor, preguntándose si esa


persona de la que hablaba el artista sería la misma de quien él le había
hablado 13 años atrás cuando lo habia conocido en un bar de Harlem..

- ¿Se refiere usted a esa joven de la que me habló . . . en aquella ocasión?

Terrence sonrió y los ojos le brillaron nuevamente.

Recordó entonces 1915, el año más negro de toda su vida. Romeo y Julieta
era todo un éxito.Tenia tan sólo dieciocho años, pero su nombre era ya
conocido ampliamente por todo el norte del país. Los tiempos de estrechez
económica parecían haber pasado. Irónicamente, las cosas no podían
estarle yendo peor. Se sentía confundido, solo, tremendamente triste y para
empeorar las cosas había comenzado a beber demasiado. Una noche
después de la función le habían faltado las fuerzas para ir a visitar a su
novia y en lugar de dirigirse hacia Queens, donde ella vivía, se había
encaminado a un bar barato, lejos del glamour de Manhattan.

El lugar era oscuro y poco concurrido por blancos, así que su identidad
estaba cubierta. Esa noche, Charles Ellis que apenas tenía 22 años y recién
iniciaba su carrera de periodismo había tenido la misma idea, un tanto
molesto por una frustrada entrevista de trabajo que había sufrido aquel día.

Ambos jóvenes coincidieron en la barra y a pesar de estar sentados uno


junto al otro no intercambiaron palabra en buena parte de la noche. Ellis
venía con un amigo y Grandchester estaba demasiado ensimismado en sus
pensamientos y su botella de whisky como para advertir lo que pasaba a su
alrededor. Ya muy tarde, con el bar casi vacío, después de que el
compañero de Ellis se había marchado y consumidas ya muchas copas, la
conversación empezó a darse entre los dos únicos pobladores de aquella
desierta barra.

Ellis no estaba muy borracho porque bebía lentamente y en realidad no


tenía demasiado alcohol encima, pero era obvio que Granchester estaba
totalmente perdido. El joven periodista se había ya dado cuenta de quién
era el que estaba a su lado y una idea empezó a rondarle en la cabeza. Su
accidental compañero de farra era nada menos que la revelación teatral del
año, quien hasta el momento nunca había concedido una entrevista
relevante a nadie ¡Y estaba junto a él, justo ahí, ebrio y bastante
comunicativo!

-¿Tiene usted alguna idea de por qué estoy tan ebrio?- había preguntado
Terri con voz aguardientosa y sin cuidar ya su fuerte acento británico al
punto que a Ellis se le dificultó al principio entender lo que quería decir.

-Supongo que querrá divertirse - había sido la respuesta del periodista que
se esforzaba por encontrar puntos claves de la conversación que había
estado llevando con el actor a fin de poder recordarla después. No podía
sacar su libreta y apuntarlo todo delante del artista así que debería de
memorizar todo lo que le fuese posible.

- ¡Divertirme!. . . ¡Qué va, hombre! . . .¡Si no podría estar peor! . . . Pero


todo es mi culpa.

-¿Por qué lo dice?

-Por estúpido, por supuesto. Por ser aristócraticamente estúpido . . . pero


eso sí . . . muy honorable - había dicho el joven actor burlándose de sí
mismo.

- No le entiendo.

- Dime tú una cosa . . . si conoces a una chica que hace que se te ponga la
carne de gallina, el corazón se te llene de música y el alma se te abra de
par en par de sólo mirarla. . . ¿Qué es lo que haces? - había preguntado el
joven admirando a Ellis con el lirismo de sus palabras a pesar de su
embriaguez.

- Supongo que si eso sucediera sería porque me he enamorado de ellla. . .


entonces. . . supongo que la cortejaría y trataría de que ella estuviera a mi
lado siempre.
- ¡Muy bien! Buena respuesta . . . eso hace cualquiera con dos centímetros
de frente . . . menos yo por supuesto. A eso me refiero.

- Pero . . . - había titubeado Ellis, no muy seguro sii debía seguir presionando
al ebrio con sus preguntas - Usted me ha dicho que tiene una novia ¿No es
así?

- A sí . . . mi novia. Cierto . . . la chica más dulce que te puedes imaginar . . .


me quiere tanto la pobre . . . pero ella no puede hacer que el alma cante por
dentro.

- Entonces no la ama.

El joven había tardado un momento en contestar aquella última pregunta,


como si en el fondo le costara aún trabajo sincerarse a pesar de la influencia
del alcohol.

- No . . . ¿Triste, verdad? . . . Pero eso no es lo peor . . . estoy enamorado de


otra . . . y maldita sea mi estampa, creo que nunca la voy a poder olvidar.
Estoy enamorado con desesperación de esta otra chica. Mira, tiene ya tres
años que no hago otra cosa que pensar en ella ¡Dios sabe que nunca he
querido a nadie como a ella ni deseado a mujer alguna tan ardientemente
como deseo a esta!

-¿Y por qué entonces no romper con la novia que tiene ahora y buscar a esa
otra que le obsesiona tanto?

- Simple. Porque estoy obligado con mi novia. No hay otra salida. . .

Y así había continuado la noche en esas confesiones, no se dieron nombres,


pero el reportero no los necesitaba. Ellis se había ofrecido a llevar al ebrio
hasta Greenwich Village donde vivía y lo había dejado en un edificio de
departamentos. Después, le tomó un buen rato regresar al Bronx, donde
residía y tuvo que amanecer aquella noche escribiendo el artículo de su
entrevista con el actor.

Aunque recordaba bien todos los detalles de la conversación, en último


momento destruyó el primer borrador eliminando todos los detalles
personales que sin duda aludían a Susannah Marlowe. Ellis pensó que de no
haber sido por la embriaguez y porque él no había mencionado que era
reportero, el actor que siempre era muy discreto, jamás hubiese revelado
que su compromiso con la joven actriz era meramente de obligación y que
no sólo no mediaba amor en él, sino que además había una tercera mujer
que el actor amaba en secreto.

Una historia así, llena de detalles jugosamente pasionales, hubiese sido


muy ventajosa para él, pero sus escrúpulos pudieron más que sus deseos de
conseguir empleo. No obstante, había logrado editar la entrevista de modo
que sonara menos reveladora, y con ella había conseguido su primer puesto
en el New York Times. Terrence no olvidaba aquel gesto.
- ¿Se refiere usted a la misma joven?- preguntó de nuevo Ellis sacando a
Grandchester de sus recuerdos.

-¿Usted qué cree, Ellis?- preguntó a su vez el actor con una sonrisa
enigmática.

- Que efectivamente la joven de la que usted estaba enamorado fue la


persona a quien usted quiso proteger con su partida . . . pero sigo sin
entender exactamente cómo es que el hecho de que usted dejase Londres
pudo haber ayudado a esa chica - inquirió Ellis pujando por saber más
detalles de la historia.

- Éramos compañeros de colegio. Alguien que no nos quería bien nos tendió
una trampa cuyas consecuencias exigían que uno de los dos abandonara el
colegio. Yo no podía dejar que fuese ella quien sufriera ese castigo, sobre
todo cuando la ponía en un serio predicamento con su familia. Entendí
entonces que todas las cosas eran ya ineludibles y obvias. Yo no etaba a
gusto con la vida bajo la tutela de mi padre y ella necesitaba que yo tomara
una decisión rápida. Así que las circunstancias aceleraron los
acontecimientos que tarde o temprano se hubiesen presentado - contestó el
actor con soltura.

- Comprendo ¿De no haberse presentado las cosas de esa forma habría


usted permanecido más tiempo en Inglaterra?

- Esa misma pregunta me la he hecho muchas veces - contestó el hombre


divagando un poco los ojos en la superficie de las paredes de la habitación
al tiempo que su mente especulaba en las cosas que pudieron ser y nunca
fueron - Creo que a pesar de mis cada vez más frecuentes enfrentamientos
con mi padre y los deseos de mi madre de que yo viviera con ella, me
hubiese quedado en Londres hasta terminar el colegio. No tanto porque le
diera mucho valor a la educación que ahí recibía, sino por prolongar el
tiempo de vivir cerca de quien yo estaba enamorado . . . Imagino que
hubiese estado dispuesto a humillarme ante mi padre y seguir bajo su tutela
un tiempo más con tal de estar con ella. . . pero las cosas no se dieron así.

- Ya veo - repuso el periodista pensando rápidamente en la siguiente


pregunta - pero cuando usted llegó a Nueva York y consiguió trabajo en la
Compañía Stratford empezó a salir con Susannan Marlowe.

- Eso es falso - corrigió enseguida el artista con un leve fruncimiento de


ceño - En esa época lo único que me importaba era memorizar el mayor
número de roles que me fuera posible y ensayar el doble que los demás.
Creo que ese rumor se originó cierta ocasión que salimos muy tarde de un
ensayo de Macbeth. La madre de Susannah se encontraba enferma en esos
días y no había podido ir con ella al ensayo como era su costumbre. Me
ofrecí a acompañar a Susannah hasta su casa porque la escuché comentar a
alguien más que le daba miedo regresarse sola hasta Queens a esas horas
de la noche.
- Entonces usted niega cualquier tipo de relación con ella en ese entonces.

-Así es - afirmó el hombre con una seguridad que le hizo entender a Ellis que
decía la verdad.

-¿Y qué pasó con la otra chica? - preguntó de nuevo el reportero.

- No la volví a ver ni a saber nada de ella hasta dos años después de mi


llegada a América, pero le aseguro que en todo ese tiempo no dejé de
pensar en ella ni siquiera un instante - comentó el hombre y de nuevo su
expresión se iluminó mientras sostenía su barbilla con la mano izquierda.

-¿Y qué pasó cuando se volvieron a ver?

- Fue un encuentro más bien breve, pero suficiente como para que
entendiéramos que lo que había entre nosotros era una de esas cosas que
el tiempo y la distancia solamente hacen madurar y crecer aún más. Ella
estaba viviendo en . . . - se detuvo el hombre brevemente como si estuviera
pensando qué tan lejos quería ir en su narración - una ciudad lejana, pero
empezamos a escribirnos a diario.

- Usted mantuvo esa relación en secreto- sugirió el reportero.

- Sí . . . nunca he creído que mi vida privada sea relevante. Quiero que la


gente me conozca y recuerde por mi trabajo; no por los jugosos detalles de
mi vida personal. En el escenario le doy al público eso que tengo dentro
para compartir con todos. El resto lo guardo solamente para aquellas
personas que son especiales en mi vida. Al público no le consciernen lo que
hago fuera del teatro. Al menos eso es lo que yo pienso.

- Creo entender lo que usted dice - asintió Ellis respetando el punto de vista
del artista, pero después de un segundo reaccionó con otra réplica para
continuar la conversación - Entonces usted mantuvo esa relación digamos
"epistolaria" por un tiempo sin que nadie en el medio lo supiera ¿Alguien
más estaba al tanto?

- Algunos amigos íntimos de ella solamente.

- ¿Cuáles eran sus intenciones con la joven? - se animó Charles a indagar,


sintiéndo que los pedazos de la historia que ya tenía cobraban cada vez más
forma con aquella nueva información.

- Los mejores por supuesto - repuso el actor con vehemencia -Me moría de
ganas por verla de nuevo pero la distancia y nuestras ocupaciones
correspondientes no nos daban margen para vernos. Empecé a ahorrar
pensando que podría viajar a visitarla en cuanto tuviera la oportunidad y tal
vez formalizar la relación, pero entonces se dio la oportunidad de audicionar
para el rol de Romeo. En ese momento mis planes cambiaron. Si conseguía
el papel significaría mi primer gran éxito profesional y por ende el inicio de
una vida mejor. Así que decidí concentrarme en lograr esa meta que no
solamente me llenaría de satisfacciones profesionales, sino que me
permitiría estar en una situación económica lo suficientemente estable
como para proponerle matrimonio a la mujer que amaba.
- Pensaba usted muy en serio para ser tan joven. Imagino que no tendría ni
veinte años entonces - somentó Ellis.

- Estaba a punto de cumplir los dieciocho pero vivía ya independientemente,


estaba perdidamente enamorado y absolutamente cierto de lo que sentía
¿Para qué esperar más tiempo?

-Pero según los tristes detalles que usted me confesó en aquella ocasión
que nos conocimos, usted tuvo que echar por tierra todos esos planes ¿No
es así?

- Lamentablemente y con eso inicia la época más negra de mi vida - dijo el


hombre con un suspiro leve.

- Recuerdo que usted desapareció un buen tiempo de la vida pública no


mucho después de que yo le conocí. Debo confesar que llegar a pensar que
nunca más se volvería a saber de usted en Broadway. Sin embargo, unos
meses más tarde nos sorprendió a todos de nuevo al volver a las tablas
¿Puedo preguntarle qué fue lo que sucedió entonces? Extraoficialmente, por
supuesto, aclaró Ellis sin retomar la libreta.

- En esa época hice las cosas más estúpidas y vergonzosas de toda mi vida -
contestó el hombre alzando la ceja en un gesto de desaprobación - pero no
quiero hablar de ello. Baste decir que un milagro me salvó de acabar
conmigo mismo y al final de todo decidí regresar a Nueva York y retomar mi
camino.

- Pero eso incluyó también formalizar el compromiso con la Srita Marlowe


¿No es así?

- Así es. En esa época yo pensaba erróneamente que estaba en deuda con
Susannah y que la única manera de pagar honorablemente el favor recibido
era casándome con ella. Mi dolor por la pérdida de la mujer que amaba en
verdad me había hecho acobardarme ante ese supuesto deber, pero
después de las experiencias vividas decidí que debía regresar y afrontar lo
que creí mi responsabilidad. Por desgracia para la pobre Susannah las cosas
no salieron bien, su salud se desmejoró y usted ya sabe el triste final de esa
historia.

- Pero si ella no hubiese muerto usted se habría casado con ella ¿Cierto?-
sugirió Charles llevando la conversación hacia otro punto que aún le
intrigaba.

- Sí y ahora sé que hubiese cometido la mayor equivocación de mi vida.


Pero para comprender eso me fue necesario cruzar el mar, enrolarme en el
ejército y conocer a un hombre con quien estaré endeudado toda mi vida.

-¿Querría usted hablar de ese hombre? - se aventuró Ellis a preguntar.

- Claro, y eso sí lo puede usted publicar, omitiendo por favor todo lo


referente a Susannah. No sé que hubiese hecho si usted hubiera sacado a la
luz las cosas que le conté aquella vez en el bar. Lo último que yo quería era
que se confirmara que mi compromiso con Susannah estaba fundado en un
sentimiento de culpa y agradecimiento. No hubiese sido de caballeros, y ya
que tuve la suerte de que usted fuese discreto aquella vez, quiero que la
memoria de mi desafortunada ex-novia permanezca limpia ante la opinión
pública. Usted me entiende ¿No es así?

- Por supuesto Sr. Grandchester. Usted descuide . . . pero me decía de ese


hombre que conoció en Francia.

- Se trata de alguien a quien respeto muchísimo y considero uno de mis


mejores amigos. Su nombre es Armand Graubner y es sacerdote.

Granchester se detuvo para observar la reacción de su interlocutor.

- ¿Me está diciendo que es usted religioso?

El artista se echó para atrás y rió un buen rato ante la sorpresa del
reportero.

- Ciertamente no soy ateo, si eso es lo que usted insinúa, aunque tampoco


podría decirse que soy muy devoto. Pero mi amistad con el Padre Graubner
no tiene nada que ver con mis convicciones religiosas. Lo conocí en el frente
y entablamos amistad en una época en que yo había dejado de creer en las
personas. Él inició el trabajo de abrirme los ojos ante ciertos falsas
concepciones que yo aún arrastraba conmigo como consecuencia de la
educación ortodoxa que recibí y que me estaban haciendo mucho daño.
Sobre todo en lo referente a la supuesta deuda que yo había creído tener
con Susannah. Podemos decir que Graubner me ayudó a exorcisarme de la
culpabilidad que llevaba a cuestas desde el momento en que Susannah se
accidentó por salvarme la vida.

- ¿Sigue usted en contacto con este hombre . . . Graubner? - preguntó Ellis


interesado.

- Por supuesto. Él vive ahora en Alemania donde está a cargo de una


pequeña parroquia en la región de Bavaria. Nos escribimos seguido y
cuando viajo a Europa siempre aprovecho para visitarlo.

- Así que el hecho de conocer a este hombre fue una de las cosas
importantes que le acontecieron en Francia, además de haber conocido ahí
a su esposa.- replicó Charles con doble intención.

- Sí, pero eso es algo que no necesariamente quiero guardar sólo para mi.
Todo lo contrario, estoy muy orgulloso de contarme entre las amistades de
Armand Graubner, pero lo que ahora voy a decirle eso guárdelo sólo para
usted, una vez más por respeto a la menoria de Susannah.

- Usted dirá- le animó el periodista arrellanándose en el sofá listo para lo


que habría de venir.

- Ellis, usted se ha ganado mi confianza a lo largo de los años con su trabajo


siempre profesional. Le voy a confiar esto: mi esposa y yo no nos conocimos
en Francia como la gente ha supuesto y nosostros hemos acordado dejarles
creer.
- ¿Entonces? - preguntó el reportero y su mente empezóó súbitamente a
atar ciertos cabos.

- Se lo diré de este modo - repuso el actor mientras su rostro se iluminaba


con las últimas luces de la tarde - Conocí a Candy cuando yo estaba por
cumplir los quince años y ella los catorce. A pesar de mi juventud me bastó
mirarla una sola vez para entender que ella sería el amor de mi vida. Desde
aquella primera noche me obsesioné con ella y a pesar de que luché contra
el sentimiento a medida que se iba transformando de una fuerte atracción a
un profundo amor, pronto tuve que rendirme a él y hasta el día de hoy me
declaro vasallo de este amor.

Los ojos de Ellis se abrieron con pasmo en señal de que la comprensión


había llegado a su mente.

- ¡Usted desposó a la joven de quien me habló aquella noche! - dijo al fin -


Su primera obra de teatro es entonces autobiográfica, aunque usted ha
dicho muchas veces que no es así.

- Acierta usted de nuevo - respondió el actor sonriendo - El destino, que a fin


de cuentas quiso sernos favorable, nos dio una úlitma oportunidad para
reparar el error que cometimos al sacrificar nuestro cariño en aras de un
mal entendido sentimiento de deber. Por eso amigo, le decía yo al principio
de esta conversación que mi experiencia en Francia, si bien fue cruda, me
trajo a cambio la más grande de las bendicones a las que puede aspirar un
hombre. Tal vez me costó unas cuantas heridas de bala y el dolor moral de
haberme manchado las manos de sangre, pero la vida me ha pagado a
cambio con creces.

- Me alegra por usted, Grandchester. Pocos hombres pueden decir que han
amado a una sola mujer toda su vida y aún más, contar la dicha de tenerla a
su lado. Pero no entiendo el deseo de usted y su esposa de ocultar una
historia de amor tan hermosa.

- No ha sido así. Usted mismo acaba de entender acertadamente que la


historia está escrita en mi primer drama. Lo que la vida nos permitió
aprender con la experiencia está ahí para que todo mundo lo perciba.No
obstante, hemos querido que el mensaje esté velado. Nuestro deseo es
proteger la memoria de Susannah, como un úlitmo gesto de agradecimeinto
y de respeto al dolor en que ella vivió. Sólo eso.

- Pues le admiro por ello. No se preocupe por lo que me ha dicho.

- Pero ahora pregúnteme algo que sí pueda publicar o me temo que su


entrevista no llenará una cuartilla - bromeó el actor y el reportero rió de
buena gana.

- Me gustaría saber la razón por la cual usted dejó de actuar tan


intensivamente. Algunas opinan que no es bueno para su carrera dramática
hacer solamente un tour breve al año con una única puesta en escena.

-Sí, he escuchado esos comentarios - respondió el hombre con tranquilidad


-, pero me tienen sin cuidado porque, si bien estoy menos presente en el
escenario que antes, la calidad de mi trabajo es superior y más cuidada. Al
mismo tiempo tengo la oportunidad de no descuidar mi carrera de escritor.

- Bueno, eso es muy cierto - comentó Charles con un asentimiento de


cabeza - También se dice que lo que ha perdido el público al tener menos
de Terrence Grandchester como actor, lo ha ganado al tener más de
Terrence Granchester como dramaturgo. Además, tengo que reconocerle
que es muy cierto lo que ha dicho en cuanto a su calidad histriónica.
Cuando usted sube al escenario nos sorprende con un mayor nivel
interpretativo en cada nueva puesta en escena.

- Gracias, Ellis, usted será siempre uno de mis espectadores favoritos -


respondió el actor sabiendo que los cumplidos del periodista eran sinceros.

- ¿Podría decir entonces que sus intereses literarios lo han llevado a tomar
estas medidas? - inquirió el reportero retomando el temaa.

- No - replicó el hombre poniéndose serio - Es verdad que deseaba tener


más tiempo para escribir, pero la decisión no la tomé en función de eso. Fue
más bien un motivo de distinta índole.

- ¿Se puede saber? - preguntó Ellis y Grandchester tomó un segundo para


pensar cómo debía responder a esa pregunta.

- Mis motivos fueron familiares- dijo él al fin - Las constantes giras que hacía
me estaban alejando demasiado de casa y eso terminó por lastimar a mi
familia. Lo peor fue darme cuenta de que mis hijos Dylan y Alben estaban
resintiendo mi ausencia al punto de que Alben ya no me reconocía cuando
estaba en casa. Tendría entonces apenas un año. Por otra parte Dylan se
mostraba irritado y lejano. Afortunadamente me di cuenta antes de que las
cosas empeorasen aún más y corregí el rumbo. Después de que tomé esa
decisión Dios nos bendijo con la llegada de Blanche ¿Qué más podríamos
pedir?

- Supongo que su esposa estará muy contenta con su gesto. Pocos hombres
están dispuestos a sacrificar su carrera en pro de la unidad familiar -
comentó Charles.

- Ella se merece eso y más. No me perdonaría nunca si mi carrera llegara a


alejarme de mi mujer y mis hijos . . . En esa época aprendí que yo sin ellos
no soy ni la mitad del hombre que usted ve ahora . . .

La mente de Terrence volvió a dejar la conversación por unos breves


instantes para remontarse a cinco años atrás . . . Todo parecía perfecto en
su vida. Tenía apenas 26 años pero su prestigio como primer actor estaba
ya más que consolidado. La compañía Stratford le pertenecía en un 40% por
lo que tenía injerencia directa en las decisiones sobre las obras que se
ponían en escena y los actores que se contrataban. Todo ello le daba una
posición de poder dentro de la industria del entretenimiento en Nueva York.
En otras palabras, era al mismo tiempo admirado y temido, porque era
capaz de entronar o destruir la carrera de muchos. Adicionalmente, su
carrera de dramaturgo empezaba ya a traerle importantes dividendos y por
si fuera poco, contaba con la fortuna heredada de su padre que Steward
seguía administrando fielmente. Ciertamente Terrence Grandchester jamás
se moriría de hambre.

Pero fama, dinero y poder no eran lo único que le daban una situación
envidiable. Estaba casado con la heredera de una de las familias más ricas
del país, quien además de hermosa le amaba con locura y le había dado dos
hijos sanos y fuertes. En fin, gozaba de salud, junventud, atractivo, un
presente sólido y un futuro brillante ¿Cómo no ser el foco de las envidias
más mesquinas y las ambiciones más ilegítimas?

Bajo las tranquilas y deslumbrantes aguas de la fama y el prestigio que


gozaba, se empezaron a formar peligrosos remolinos ocultos. El primero de
ellos fue Marjorie Dillow, una de las actrices de la compañía Stratford, que
tuvo la mala idea de buscar un rápido ascenso en el difícil mundo del
espectáculo por medios distintos a su talento histriónico. El segundo fue
Nathan Bower, un actor irlandés que se había instalado en Nueva York por
aquellos días y que había ganado súbita reputación, no sólo como actor,
sino como seductor profesional . . .

Terrence había conocido a Bower en una fiesta organizada por Robert


Hathaway por motivo de su quincuagésimo cumpleaños y desde el primer
momento las alarmas de su instinto sonaron con fuerza. Conversando con
un grupo de compañeros, los ojos de Terrence habían sorprendido que
desde lejos Bower observaba con insistencia a alguien en el otro lado del
salón. Por la expresión en el rostro de Bower no le fue difícil entender que el
hombre estaba desnudando con la mirada a alguna mujer bonita que le
había llamado la atención. Grande fue su disgusto al comprender que la
mujer que Bower estaba mirando era nada menos que su esposa. Desde
entonces el aristócrata no pudo resistir la presencia de su colega actor sin
sentir ciertos irracionales deseos de cortarle el cuello. Sin embargo se
guardó para sí su disgusto.

Con el tiempo el incidente pasó a segundo término pues otro interés


ocupaba su mente: acumular cierta fortuna antes de terminado el lustro
para asegurar una herencia a su hijo menor que se pudiera equiparar a la
que por ley le pertenecía a su hijo mayor. Dylan heredaría la fortuna y el
título de los Grandchester que le correspondían a su padre y por lo tanto su
futuro estaba resuelto. Terrence quería que Alben también gozara de una
posición similar. Era muy extraño. Antes las cuestiones económicas no
parecían importarle, pero la paternidad había hecho cambiar sus puntos de
vista al respecto y no podía evitar sentirse preocupado por el futuro de su
familia. Ese motivo, más que cualquier otro, lo llevó a entrar en una
compulsiva serie de giras a lo largo y ancho del país durante el tiempo entre
temporada y temporada en Broadway.

Robert Hathaway se venía ocupando solamente de la dirección artística del


grupo y dejaba que su joven socio tomara las decisiones en cuanto a las
contrataciones del grupo fuera de Nueva York. El éxito que estaba gozando
la compañía era tan deslumbrante que los demás actores no se quejaron del
durísimo ritmo que se les imponía. Parecía ser que el brillo de la popularidad
los había embriagado a todos conjuntamente.

Desafortunadamente ese año no había sido el mejor para la primera actriz


de la compañía, Karen Clais, quien había quedado en cinta para su gran
disgusto. Aunque la joven intentó seguir con su siempre incansable rutina
de trabajo, la naturaleza acabó por vencer su voluntad y tuvo que quedarse
en Nueva York en un forzado retiro por los últimos meses de su embarazo.
En su lugar, un nuevo nombre empezó a darse a conocer. Marjorie Dillow vió
finalmente su gran oportunidad cuando Robert Hathaway la propuso como
suplente de Karen a pesar de que Terrence no estaba muy convencido del
talento de la novata. A fin de cuentas pudo más la opinión del veterano
artista y Dillow suplantó a Karen en todos los roles que la actriz tomaría en
las giras de aquel año.

No pasó mucho tiempo antes de que la prensa empezara a dejar escapar


comentarios sugerentes sobre la relación del primer actor de la compañía
con la nueva estrella. Terrence, siguiendo su costrumbre, ignoró las notas
maliciosas y dio por hecho que su esposa también lo haría. El asunto no se
mencionó siquiera durante las cortas estancias del actor en su casa. Sin
embargo, el daño en el corazón de la joven Sra. Grandchester empezaba ya
a dejarse sentir, muy a pesar de los grandes esfuerzos que ella hacía por no
prestar atención a las habladurías.

Las ausencias de Terrence se prologaban, los rumores al respecto de su


relación con Marjorie aumentaban y la presencia de Nathan Bower se hacía
más patente. Candy había vuelto a ver al actor irlandés accidentalmente
cierta tarde de Noviembre mientras paseaba con sus dos pequeños hijos en
un parque cercano a su casa. Desde entonces había surgido una amistad
entre ambos y las cosas se hubiesen quedado ahí de no ser porque un
testigo inoportuno llevó la noticia a oídos del marido ausente.

Los acontecimientos no podían haber sido más propicios para el conflicto.


Finalmente la bomba terminó por estallar hacia principios de Diciembre
cuando Terrence regresó a Nueva York para descansar unos días antes de
terminar su gira Navideña. La pareja discutió acaloradamente y en el
transcurso de la pelea ambos se dijeron cosas que realmente no sentían,
pero que eran prueba feaciente de que el distanciamiento había dañado su
relación.

Terrence le reclamó a su esposa su amistad con Bower la cual consideraba


impropia y poco conveniente para su reputación, y su mujer, como siempre
de ánimo liberal e independiente se dejó llevar por la indignación. La
desconfianza que ella sintió en las palabras de su marido la llevaron a hacer
algo que jamás pensó llegar a decir: reclamarle a su marido abiertamente la
cadena de rumores sobre él y Marjorie Dillow. Obviamente la pelea
solament se recrudeció con aquel nuevo ingrediente y después de decir
muchas cosas que no convenían Terrence salió de su casa dando un portazo
y Candice se encerró en su recámara. Aunque una parte de ella quiso correr
para impedir que su marido saliera disparado en su auto, su orgullo pudo
más y se quedó en casa.
Terrence recordaba bien que la noche era fría porque el día anterior había
escarchado sobre Fort Lee y las ruedas del auto patinaron más de una vez
sobre el hielo, pero a él no parecía importarle. Lo único en que podía pensar
era en cruzar el puente Washington y llegar hasta el departamento de
Bower en Manhattan con un solo propósito, descargar toda su frustración y
furia en el rostro del irlandés. Afortunadamente a sólo unos metros de
llegar al Hudson, su auto se detuvo incapaz de continuar andando por más
tiempo debido a la falta de combustible.

Lanzó una maldición y se desplomó sobre el volante. Le pareció haber vivido


algo similar antes, pero no alcanzaba bien a definir cuándo o dónde. Lo
cierto es que ese fuego que le quemaba el pecho tenía un único nombre:
celos. Nadie en el mundo despertaba en él unos celos tan intensos y
dolorosos como Candy. Nadie como ella era capaz de amedrentarlo y
hacerlo sentir tan inseguro, sólo que hacía ya mucho tiempo que él se
había olvidado de ello, gracias a aquellos deliciosos años de estabilidad
conyugal. Sin embargo, había bastado una indiscreción por parte de una
tercera persona para que toda aquella seguridad se viniera abajo.

El frío otoñal empezó a inundar el vehículo ayudándole a enfriar las


pasiones un poco, al tiempo que la razón volvía asomar su cabeza. Se apeó
del automóvil y desistiendo de su primer impulso de buscar a Bower se
encaminó de regreso a Fort Lee. Durante aquella larga y helada caminata
el arrepentimiento no tardó mucho en llegar mientras que con espanto
recordaba las cosas que le había dicho a su esposa ¿Cómo era posible que
hubiese dicho tantas tonterías juntas? Pero ya era demasiado tarde para
evitar el daño que seguramente ya habían causado . . . apresuró el paso
preguntándose la manera en como enfrentaría a su esposa al llegar a casa.

Llegó a su casa casi al despuntar el alba. Tiempo después Terrence le


agradeció al cielo que los sirivientes ya no vivían más en la casa, porque
hubiese sido muy penoso que presenciaran su desesperación cuando al
abrir la puerta de su recámara no encontró a su esposa dormida como
esperaba. En su lugar había solamente una lacónica nota:

Terrence:

Creo que la distancia que ha mediado entre los dos este último año
nos ha hecho más daño del que yo quería admitir. Me temo que si
esta situación sigue como hasta ahora pueda afectar a nuestros
hijos. Dios sabe que eso es lo último que desearía. Me parece que
es mejor que nos tomemos un tiempo lejos uno del otro para
reflexionar sobre las cosas que queremos hacer cada uno con
nuestras vidas de ahora en adelante. Partiré con los niños para
tomarnos un descanso juntos. Por favor, no nos busques. No tengas
cuidado de Dylan y Alben. Ellos estarán bien conmigo.

Candice.
Después de leer aquella nota se dislocaron los cimientos que sostenían el
delicado equilibrio de su vida. De la noche a la mañana parecía que la
oscuridad vivida en otro tiempo y prácticamente olvidada durante cinco
años de estabilidad emocional volvía de súbito a tomar el control.

Como nunca antes Terrence comrpendió que las bendicones terrenas son
frágiles como las alas de las mariposas, que si bien pueden conservarse
toda la breve vida del insecto, también pueden destruirse prematuramente
bajo alguna mano inconsciente. Entumecido por aquel golpe con la realidad
no atinó a hacer movimiento alguno hasta varias horas después ¿Cómo
reacciona un hombre cuando todo parece indicar que su esposa lo ha
abandonado? Si Albert Andley o Andre Graubner hubiesen estado cerca sin
duda él hubiese corrido a buscarles, pero el millonario estaba entonces en
Inglaterra, ocupado en consolar a Raisha Linton después de la muerte de su
padre, y Graubner estaba por mudarse de Lyon a Bavaria. Miles de millas lo
separaban de sus dos mejores amigos. Estaba solo en aquel embrollo en el
que él se había metido inconscientemente.

Sin embargo, no todo lo que le había enseñado la vida se había olvidado en


aquellos días de bonanza. Al menos algo había aprendido y eso era a ser
menos reacio a reconocer sus errores. Así que una vez que su mente y
corazón terminaron de entender la gravedad de la situación Terrence
decidió que no tenía otra opción que tomar cartas en el asunto.

- ¿Qué haces cuando todo lo demás falla? - le había preguntado Archibald


un par de años atrás, cuando el joven millonario luchaba por recuperar el
amor de la mujer quen no había sabido apreciar.

. ¡Rogar! - había sido la sencilla respuesta del actor.

Y si de rogar se trataba Terrence decidió entonces que estaba dispuesto a


hacerlo de nuevo.

Por supuesto, todavía tenía deseos de desollar vivo a Nathan Bower, pues
estaba seguro de que la supuesta amistad del actor irlandés con Candy no
era más que una poca caballerosa estratagema de Nathan para
comprometer a la dama que lo había atraído desde el primer momento en
que posara sus ojos en ella. Bower tenía fama de casanova y Terrence sabía
de sobra que su mujer era una joya que fácilmente despertaba la codicia de
aquellos que suelen encontrar diversión en hurtar lo prohibido. Por otra
parte, el joven actor no tenía dudas de la virtud de su esposa, pero temía
que la amistad con Bower fuese a desencadenar las dañinas habladurías de
Broadway.

Eso había sido lo que había hecho estallar la discusión, pero ya con más
frialdad Terrence reconocía que se había extralimitado con las palabras. En
suma, se sentía avergozado del modo como le había recriminado a su
esposa por su amistad con Bower y bastante preocupado por las cosas que
Candy le había echado en cara por los rumores que corrían sobre su
relación con Marjorie Dillow.
- ¡Marjorie Dillow! - se decía él mientras movía la palanca de velocidades
con nerviosismo - ¡Malditos reporteros y maldita sea mi suerte! ¡Debí haber
tenido más cuidado con Marjorie! . . .

- Imagino que no fue fácil decidirse a reducir su ritmo de trabajo cuando


estaba teniendo usted tanto éxito. - sugirió Ellis haciendo que la mente de
Terrence regresara al presente.

- En realidad no me tomó demasiado esfuerzo- contestó enseguida el artista


cubriendo las emociones que en él habían despertado los recuerdos con su
bien entrenada habilidad para controlar cada uno de sus gestos- Lo cierto es
que después de más de un año de no estar en casa durante largos periodos,
me encontraba cansado, insatisfecho y . . diríase que incompleto. Cuando
di por terminada esa cadena de giras frenéticas y empecé a disfrutar a mi
familia, me di cuenta de lo estúpido que estaba siendo ¿Me entiendo, usted,
Ellis?

- Creo que sí . . - repuso Charles con una sonrisa de comprensión - Pero


siendo el hombre inquieto que usted sin duda es, su mente no se ha dado
tregua en este tiempo. Por el contrario, se ha vuelto un escritor muy
prolífico durante los últimos años. Voy a hacerle una pregunta que tal vez
sea gastada y hasta un tanto estúpida ¿De dónde toma usted ideas para sus
obras? Siempre nos sorprende con temas disímbolos.

El semblante de Terrence se relajó aún más y acomodándose de nuevo en


el sillón se dispuso a contestar con placidez.

- Siempre me ha gustado observar a la gente. Mis historias en realidad no


son mérito propio. Las tomo de las personas que alguna vez se han cruzado
en mi camino y de los sentimientos que todos alguna vez hemos
experimentado.

- En su ultima obra, "Al otro lado del Atlántico" usted relata la historia de un
hombre que vive obsesionado por el recuerdo de una pasión no
correspondida que casi lo lleva al suicidio ¿Tenía usted en mente a alguna
persona en especial cuando creó al personade de Jules?

- Bueno, de hecho le debo la historia a dos hombres que conozco, cuyos


nombres obviamente no puedo revelarle - contestó el artista con un amplio
movimiento de su mano derecha - Encontré sus experiencias hasta cierto
punto . . digamos . . .paralelas. Junté algo de aquí, algo de allá y el resto lo
confeccionó la imaginación.

-¿Fueron ellos tan afortunados como Jules al final de la obra? - preguntó Ellis
interesado.
- Puedo decirle sin temor a equivocarme que así ha sido – aseguró
Terrence pensando en Yves a quien había visto por última vez el año
anterior. El tiempo, que es siempre la mejor medicina para el alma, había
logrado que el joven médico olvidase sus pasados fracasos amorosos,
abriéndole también los ojos ante el cariño de una mujer que lo había amado
silenciosamente por años. Terrence recordaba todavía aquellos adioses en
la sucia estación del tren, entre pertrechos y municiones. En esa ocasión
Terrence sabía que a pesar de la sonrisa que Yves se esforzaba en
mantener había aún una dolorosa sensación de pérdida que se ocultaba
detrás del rostro sereno del médico.

A veces, en los momentos de serenidad plena cuando contemplaba el


rostro de su esposa durmiendo a su lado, se solía preguntar lo que hubiese
sido su vida si fuese otro, tal vez Yves o Archibald, quien gozase la dicha
de tener a Candice en su lecho. En esos instantes Terrence no dejaba de
asombrarse de que el corazón de la joven lo hubiese elegido a él, y como a
pesar de su carácter impulsivo Terrence era un hombre de naturaleza noble,
no podía evitar sentir algo de pena por sus antiguos rivales. Con el tiempo
el actor había llegado a la conclusión de que tal vez el cielo había querido
compensarle las carencias de la infancia con el don de un amor bien
correspondido. En silencio su corazón hacía votos para que tanto el
magnate como el médico pudieran encontrar por lo menos una pequeña
parte de la dicha que él disfrutaba.

Afortunadamente sus buenos deseos habían sido escuchados y ambos


jóvenes habían terminado por recobrarse de los pasados fracasos. Después
de la guerra Yves había dejado el ejército dedicándose a ejercer su
profesión en un hospital en París. Le tomó mucho esfuerzo sobreponerse a
la depresión que le sobrevino cuando la urgencia de las batallas hubo
terminado y tuvo que enfrentarse a la dura realidad de ver a todos sus
hermanos y amigos ya casados mientras él continuaba solo. Para su buena
suerte, la ayuda le llegó del lugar menos pensado.

La vida acabó enseñándole que el amor está a veces aguardándonos a la


vuelta de la esquina a pesar de que nos obstinemos en ignorarlo.
Lentamente, de manera casi imperceptible, la tímida compañía de una
buena amiga fue convirtiéndose en la mejor medicina para sanar sus
heridas y una buena mañana Yves se despertó dándose cuenta de que ya
no había dolor en el corazón. Pero hacía falta más que eso para que el joven
médico advirtiese que un nuevo afecto crecía ya en su pecho.

En 1924 Paul Hamilton falleció finalmente, víctima de su alcoholismo


crónico. Su viuda, al verse liberada de aquel lastre que le había marchitado
la juventud, le escribió a su hija mayor, Flammy, rogándole que volviera a
América. La Sra. Hamilton esperaba que una vez desaparecido su esposo,
causa principal del alejamiento de Flammy, la joven pudiera sentirse más
cómoda para volver a Chicago al lado de su familia.

Habían pasado largos diez años desde aquella vez que Flammy dejara los
Estados Unidos para irse a trabajar a Francia como enfermera militar y la
idea de regresar a Chicago le cayó de sorpresa a la joven. No era algo que
estuviera en sus planes, pero por primera vez en mucho tiempo la nostalgia
invadió su corazón y empezó a considerar la opción. La joven había decidido
quedarse en Europa al término de la guerra porque en el fondo acariciaba
la remota idea de lograr conquistar el cariño de un hombre, pero los años
habían pasado y aunque podía jactarse de haberse ganado la confianza y la
amistad de Yves Bonnot, parecería que éste no podía ver en ella más que
una buena amiga.

Flammy se miraba al espejo y se sentía vieja. Aunque gracias a la influencia


de Julienne, Flammy había aprendido a sacar mejor partido de su
apariencia, la joven sentía que no importaba cuánto se esforzara, nunca
podría llegar a competir con la belleza de su antigua condiscípula de la
escuela de enfermería. Y como al parecer Yves no estaba dispuesto a
conformarse con menos que eso, Flammy finalmente decidió que era tiempo
de volver a ver el lago Michigan.

Curiosamente esa fue la mecha que prendió la flama que estaba durmiendo
en el corazón de Yves. Cuando la muchacha le confió su decisión de
regresar a su país natal Yves quedó impávido y apenas si hizo algún
comentario al respecto. Después de esa entrevista Flammy no supo de su
amigo en más de un semana por lo que se imaginó que al joven no podía
importarle menos su decisión. Sin embargo, como seguía siendo la misma
orgullosa Flammy de siempre se tragó las lágrimas y siguió adelante con los
preparativos de su viaje.

Contrariamente a lo que la joven morena pensaba, esos días fueron los más
espantosos que Yves podía recordar desde sus experiencias de guerra en el
bosque de Argona. De repente todo cuanto creía cuerdo y cierto se convirtió
en locura ¿Era natural sentirse tan desquiciado porque una buena amiga se
iba lejos? Triste, tal vez sí . . . melancólico, inclusive ¿Pero totalmente
desesperado? De buenas a primeras Yves sentía que la vida perdería el
sentido si Flammy Hamilton no estaba a su lado y entonces finalmente se
dio cuenta de que estaba enamorado de ella. Esos impulsos extraños que
últimamente sentía cuando estaba cerca de ella hacía un buen tiempo que
habían dejado de ser meramente fraternales, pero sus sistemas de defensa
no se lo había permitido ver.

Sin embargo, la confusión que pronto se convirtió en certeza terminó por


degenerar en nuevos miedos ¿Cómo decirle de repente a su mejor amiga
que se había enamorado de ella? Eso era algo que ya había vivido antes y lo
último que necesitaba era un nuevo rechazo. Flammy parecía siempre tan
independiente y desinteresada en los hombres . . Así que Yves terminó
rindiéndose ante su cobardía y dejó partir a Flammy sin decirle nada y ella a
su vez hizo lo propio guardándose sus sentimientos en secreto a pesar de la
insistencia de Julienne para que se sincerara con Yves.

Después de la partida de Flammy las cosas fueron de mal en peor para


Yves. Su madre pensó alarmada que esta vez su hijo terminaría loco. Pero
afortunadamente, la patente distancia que había entonces entre él y
Flammy fue obrando un cambio en el ánimo del joven que del miedo pasó a
la desesperación para luego terminar por recobrar el coraje perdido.

Así pues, una de esas lánguidas tardes de verano en Chicago, Flammy


interrumpió el trabajo de limpieza que estaba realizando en su recién
alquilado apartamento. Alguien llamaba a la puerta, así que la joven dejó
de lado el delantal de percal que llevaba puesto y se dirigió a la entrada
para descubrir con enorme sorpresa que del otro lado del umbral estaba
parado Yves Bonnot, mirándola como si ella fuese la mujer más hermosa
de la tierra. Después de ese momento pocas palabras se necesitaron. Con
la naturalidad de algo que es ya demasiado obvio, ambos jóvenes se
entregaron al sentimiento que había anidado en sus corazones por largo
tiempo. Cuando las más elementales explicaciones se hubieron dado e Yves
tomó en sus brazos a Flammy para besarla por primera vez, no pudo evitar
preguntarse mientras se perdía en el placer de la caricia por qué había
esperado tanto tiempo para volver a vivir. Desde entonces ambos jóvenes
se ocuparon en recuperar, si no los años, por lo menos la pasión
desperdiciada.

No mucho tiempo después la pareja contrajo matrimonio. Sin olvidar a


quien seguía considerando su mejor amiga a pesar de los años y la
distancia, Flammy invitó a los Grandchester al sencillo enlace. Para Candy,
que no había dejado de rezar ni un solo día por Flammy e Yves, aquél fue un
día de fiesta tan importante como lo habían sido las bodas de Annie y Patty.
La rubia temió al principio su encuentro con Yves a quien no había visto
desde aquella desafortunada noche del baile, pero al ver el semblante feliz
y pleno del joven, Candy pudo al fin respirar aliviada, pues en cierto modo
aún se sentía culpable por no haber podido corresponder a los sentimientos
de su amigo. Finalmente podía volver a ver directo a las pupilas grises de
Yves sin tener que bajar los ojos, podía verlo de frente y sentir simplemente
la mirada de un buen amigo.

Tiempo después Yves le contaría a Terrence lo que había sido de su


vida desde el fin de la guerra y así, con algo de las
experiencias del joven médico, y algo de lo que Archie le
confiara alguna vez, nació “Al otro lado del Atlántico”, obra
que había abarrotado los teatros de todo el país en fechas
recientes.

La conversación entre Terrence y el reportero continuó un buen rato más,


mientras el joven artista contestaba detalladamente las preguntas que
sobre sus obras le hacía Ellis, quien con el paso del tiempo y la experiencia
se había convertido en un verdadero experto en la materia.

Un poco cansado de estar sentado el aristócrata invitó al periodista para


mostrarle su casa al tiempo que continuaban la conversación. Ellis revisó
fascinado la gran colección de libros que el actor tenía en su biblioteca y los
objetos exóticos que mantenía guardados dentro de una vitrina que
adornaba su estudio. Los que no habían sido colectados por el propio
Grandchester en sus diversas giras, eran regalo de Albert Andley, fruto de
los incesantes viajes del millonario.
Esta es una máscara de la tribu Watusi – explicó Terrence mostrándole al
reportero la colorida presea mientras le explicaba el uso que le daban los
nativos de esa tribu a semejante objeto – El fallecido suegro de Albert era
un experto geógrafo y antropólogo. Pasó muchos años de su vida en África.
De hecho fue ahí donde Albert conoció a los Linton.

- Ya veo . . . Pero dígame . . . ¿Puedo preguntarle qué hace esto aquí? -


indagó Charles señalando una sencillla taza de porcelana barata que lucía
extrañamente ordinaria en medio de aquella colección de curiosidades
exóticas.

Terrence curvó sus labios bien trazados en un gesto enigmático al tiempo


que tomaba la taza de la vitrina.Era, efectivamente un objeto viejo,
deslucido y simplón entre estatuillas de marfil laboriosamente talladas
provenientes de la india; piezas de talavera traídas del centro de México y
pipas ceremoniales de la tribu Cheyenne.

- Esto, Ellis, es un pequeño recordatorio - masculló el joven artista con un


leve suspiro - ¿Ve usted este objeto común y poco atractivo? Cada vez que
lo observo me sirve para tener siempre en mente que las cosas
verdaderamente valiosas en la vida del hombre no son las que el dinero
puede comprar . . . aún así, requiere mucho más esfuerzo obtenerlas y
mantenerlas que amasar una gran fortuna. Es un obsequio de una anciana
dama a quien debo sin duda una de las lecciones más importantes de mi
vida- terminó de explicar el hombre.

De nuevo la mente de Terrence se remontó a aquel momento algunos años


atrás en que se dirigío desesperadamente al único lugar donde se le ocurría
podían estar su esposa e hijos. Estaba tan alterado que ni siquiera se
molestó en comprar un boleto de tren, sino que tomó uno de sus autos y sin
pensarlo mucho emprendió el largo viaje a Indiana. Manejó histéricamente,
deteniéndose lo menos posible ¿Qué importaban las demás cosas cuando el
corazón le decía que lo más escencial para vivir le faltaba?

Después de horas y horas al volante por fin la desviación del camino nevado
se abrió ante sus ojos, llevándolo hacia un panorama campirano rodeado de
coníferas centenarias. El camino vecinal rodeaba el valle y se perdía detrás
de una colina desde cuya cima vigilaba un antiguo abeto de severa belleza.
Al pasar la curva pudo por fin mirar de lejos la casa a la cual se dirigía.

Pronto se estaba estacionando en el solar de la casa y apeándose


nerviosamente. En el umbral se veía a una anciana regordeta cubierta de un
vestido de lana que le llegaba a los tobillos. Detrás de sus gafas metálicas
sus ya cansados ojos observaron compasivos al joven hombre, que a pesar
de su barba de varios días, los enormes círculos negros al rededor de los
ojos y la ansiedad en sus movimientos, no perdía la arrogancia de su porte.

- Terrence, hijo, te estábamos esperando - le saludó la anciana cuando se


econtraron frente a frente.

- ¿Está ella . . .? - se apresuró éél a preguntar jadeando y olvidándose de


saludar a la dama a quién no había visto desde el verano anterior.

- ¡Vamos, hijo, entra en la casa! Despuéss habrá tiempo de hablar - le


reconvino la anciana con la usual dulzura que la caracterizaba y a la cual
Terrence no pudo resistirse.

La Srita Pony abrió la puerta y una vez más el calor de aquel hogar que
olía siempre a madera antigua, especies, vainilla y frutas en conserva llenó
los sentidos del joven. Niños y religiosas cruzaban los pasillos saludando al
recién llegado a su paso. La anciana guió al joven hacia una de las
estancias, pero antes de entrar en la habitación una viejita diminuta y con
el rostro zurcado de mil arrugas salió al encuentro del visitante.

- ¡Terri, muchacho! - saludó la viejita ccon una sonrisa brillante -

- Abuela Martha ¿Cómo está usted? - saluddó Terrence deseando no haberse


encontrado a la anciana en ese momento. Secretamente temía la
descarnada franqueza de la cual la Sra. O'Brien siempre hacía gala.

- Pues no muy bien de salud últimamente, pero comparada contigo


seguramente estoy de maravilla ¡Mira nada más como vienes! - dijo Martha
a boca de jarro sin reparar en las señas que la Srita Pony le hacía para que
midiese sus comentarios .

- ¿Qué puedo decirle Martha? Tiene usted razón. Pero créame, me veo mejor
que como me siento- admitió el joven sin poder resistirse al encanto de la
viejita.

- Eso está muy mal hijo . . . pero suponggo que estás aquí porque quieres
remediar esos problemillas ¿No es así? - preguntó la anciana dama
guiñando un ojo y dándole una palmada al brazo del joven pues Terrence
era demasiado alto como para que ella pudiera alcanzar su hombro.

- Eso espero - balbuceó Terrence tratandoo de controlar sus emociones.

- Anda con Pony, seguramente ella tendrá nuevas de importancia para ti.
Pero arriba el ánimo muchacho. Nada es verdaderamente tan grave . . . ¡ Si
lo sabremos nosotros lo viejos. ! Ahora, si me disculpas, los dejaré solos - se
excusó la viejecita desapareciendo por el mismo pasillo por el cual había
llegado.

Terrence se quedó mirando a Martha mientras se perdía de su vista y le


pareció que había sido justo ayer que la había ayudado a entrar al Colegio
clandestinamente ¡Ojalá las cosas fuesen tan simples como en aquella
época! - pensó - y luego siguió en silencio a la Srita. Pony hasta la estancia.

La anciana le hizo quitarse el abrigo y a cambio le entregó una taza de


cocoa muy caliente para después invitarlo a sentarse junto a ella, frente al
hogar. Permanecieron callados unos instantes mientras Terrence buscaba
desesperadamente las palabras con las cuales explicar a la dama lo que
había sucedido. Era tan difícil poder concentrarse cuando en cada rincón de
aquel lugar se podía respirar la presencia de Candy, como si las paredes
estuvieran impregnadas de su risa y el vivaz ritmo de su paso.

- Supongo que estarás aquí buscando a Canndy ¿No es así? - dijo finalmente
la anciana poniéndose seria, pero sin perder su perenne expresión
maternal.

- Sí - contestó él sin atreverse a decir más.

- Otra persona que no fuese yo diría que llegas tarde - contestó la anciana y
la expresión desesperada de Terrence le encogió el corazón.

- ¿Quiere decir que ella estuvo aquí y see ha marchado? - preguntó él


ansioso poniéndose de pie. - Dígame a dónde se ha ido. Tengo que hablar
con ella lo antes posible.

- Hijo, por favor, - le rogó la anciana -- te suplico que escuches primero todo
lo que tengo que decirte antes de que hagas cualquier otra cosa.

Terrence bajó los ojos y con cierta reticiencia accedió a la petición de la


anciana. Ambos se sentaron nuevamente mientras la vieja tomaba un gran
respiro antes de comenzar.

- Terrence, te dije que cualquiera diría que llegas tarde, pero a mi me parece
que no has podido llegar en mejor momento - comenzó la anciana a
explicarle - No creo que convenga que veas a Candy por ahora. Primero es
necesario que tú y yo tengamos esta conversación. Prométeme que me
escucharás con paciencia. Cuando hayamos terminado te diré dónde están
ella y tus niños y podrás irlos a buscar ¿Estás de acuerdo?

El joven asintió con la cabeza en silencio mientras la anciana volvía a


servir más cocoa en su taza.
- Hace algunos años, cuando nos visitastee por primera vez, fue en un día
frío como este ¿Recuerdas? En aquel entonces te preguntamos cuál era tu
relación con Candy, pero la verdad es que yo ya sabía la respueta aún antes
de que tú intentaras contestarla. Bastaba mirarte para darse cuenta de que
la amabas con la intesidad que se ama aquello que se considera lo más
preciado, con la fuerza que se ama por vez primera . . . Algo me dijo
entonces que ese amor estaba lejos de ser una simple ilusión juvenil. El
tiempo y la vida se encargaron de probar que no estaba equivocada - dijo la
anciana con una serena sonrisa. Hizo una breve pausa y después continuó -
Seguramente Candy te habrá contado que por una ironía del destino ella
llegó a esta casa proveniente de Inglaterra tan sólo unos minutos después
de que tú te habías marchado.

- Así es - repuso el joven recordando aquuella ocasión.

- Sin embargo, tal vez ella haya omitido un detalle que para mi no pasó
desaparcibido. Antes de llegar a la casa, Candy se encontró con Jimmy
Cartwright y él la puso al tanto de que habías estado con nosotros. Debieras
haberla visto entrar por esa puerta gritando tu nombre - explicó la anciana
señalando el umbral de la estancia - Había estado lejos de casa por meses,
pero no nos llamó ni a mi ni a la Hermana María, ni siquiera nos saludó.
Todo lo contrario, con las mejillas encendidas y el pecho agitado lo único
que alcanzó a hacer fue preguntarnos con ansiedad dónde estabas tú. Tomó
la misma taza que ahora tú sostienes en tus manos y de la cual habías
bebido en esa ocasión, tan sólo unos minutos antes. Sintiendo aún tu tibieza
intuyó que no podías estar lejos y sin decir más salió corriendo de nuevo
para buscarte ¡Sobra decir que la decepción no pudo ser mayor cuando ya
no pudo encontrarte! Habría que haber estado hecha de piedra para no
sentirse conmovida con su tristeza. Así fue como me di cuenta de que mi
niña traviesa se estaba convirtiendo en mujer y que tú eras el responsable
de ese cambio. Ahora llegas tú, y de la misma manera te olvidas de
saludarme y solamente atinas a preguntar dónde está ella . . . Candy, por su
parte, no hizo más que entrar a esta casa hace tres días, y yo no necesité
más para entender que tu ausencia es aún capaz de robarle la alegría de
estar de nuevo en este lugar que fue su hogar infantil. Hijo, no tienes
motivos para dudar del amor que los une a ustedes dos - afirmó la anciana
tomando la mano deel joven que le miraba en silencio - Como madre de
muchos, he visto ya diversas historias de amor nacer y crecer en torno de
este hogar, pero ninguna de ellas tan conmovedora y hermosa como la de
ustedes. Sin embargo, aún los grandes amores, esos que se dicen fueron
hechos en el cielo, necesitan mantenimiento . . .y ese sólo se hace aquí, en
la tierra. No esperes que eso se logre si pasas tanto tiempo fuera de casa. El
amor de una familia es como una flor delicada que requiere cuidados
esmerados. Si no tienes cuidado de ello, las malas hierbas empiezan pronto
a crecer alrededor, sofocando tu flor preciada hasta ahogarla. Hijo, la
envidia es mala consejera y sin duda más de un corazón mal orientado
habrá trabajado para que tú y Candy llegaran a disgustarse tan seriamente
¿Habrán ustedes de darle gusto a quien envidia su dicha? No es sabio lo que
has hecho . . . y tampoco ha sido sabio por parte de Candy al reaccionar de
la manera en que lo hizo. La Hermana María y yo no aprobamos ni por un
segundo cuando nos dijo que había dejado la casa después de discutir
contigo. No importa qué tan grandes sean los problemas en los que ustedes
dos se han metido por su falta de prudencia, huir no es la manera de
resolverlos. María ya se ha encargado de hacerle ver a Candy sus errores.
Me toca a mi ofrecerte la perspectiva que solamente los años y la
experiencia han podido darme. . . .

Terrence continuó escuchando a la anciana con atención, y conforme ella


más hablaba, le parecía que su alma recobraba la serenidad perdida en los
días anteriores. Al mismo tiempo, se veía a si mismo en los meses pasados
y al tiempo que la Señortia Pony continuaba su discurso, Terrence podía
identificar cada una de las decisiones imprudentes que había tomado y que
sin duda habían llevado a su matrimonio al peligroso punto en que se
encontraba.

Esa noche Terrence hubiera querido salir corriendo de regreso a su casa


en Nueva Jersey, pues era ahí a donde Candy se había dirigido cuando sus
dos madres la hicieron recapacitar. Pero las tres buenas mujeres que
gobernaban la casa no le permitieron al joven hacer lo que hubiese
deseado. Por el contrario, prácticamente lo obligaron a cenar algo decente
por primera vez en días, le prepararon un baño caliente y depués le dieron a
beber algo que Terrence jamás averigüo qué era, pero que lo tumbó en la
cama por doce horas seguidas.

A la mañana siguiente, llevando consigo la vieja taza de porcelana se


encaminó de regreso a su casa.

- La cena está lista - anunció una voz que era capaz de tocar los puntos
ocultos en el ánimo de Terrence - Supongo que habrás invitado al Señor
Ellis a acompañarnos - añadió la Sra. Grandchester rodeando la cintura de
su marido con un brazo.

- Precisamente eso estaba a punto de haceer, amor - sonrió el joven


respondiendo al abrazo - Ellis, ya lo escuchó usted, nos encantaría que se
nos uniera en la cena. Claro, si es que no tiene usted una mejor invitación
para esta noche - ofreció el artista.

- ¿Otra mejor oferta que comida casera? DDe ninguna manera, Sr.
Grandchester. Un soltero empedernido como yo no tiene este tipo de
invitaciones muy seguido - replicó Ellis sonriente.

El reportero se congratuló interiormente no sólo por la oportunidad de


cenar algo diferente a su aburrido empearedado de queso y tomate, sino
porque además veía venir una posibilidad de oro: poder entrevistar a Lady
Grandchester durante la cena, cosa que ninguno de sus colegas había
conseguido hasta entonces.

En los instantes que siguieron Ellis pudo echar un vistazo a la intimidad de


la casa Grandchester. La señora de la casa lo condujo al comedor que ya
estaba arreglado con sencillo encanto. El servicio era de porcelana alemana
y en el centro de la mesa un ramo de rosas amarillas perfumaba el
ambiente. Ellis fue instalado a la derecha del anfitrión y pronto un caballero
vestido de uniforme entró al comedor para ofrecerle un aperitivo. Al poco
rato se escucharon pasos apresurados bajar las escaleras de la estancia
contigua y unos segundos más tarde tres personajes hicieron su bulliciosa
entrada.

El primero de ellos era un muchachito espigado de rasgos finos y porte


seguro que en cada línea del rostro y cada gesto evidenciaba un enorme
parecido con el artista dueño de la casa. El niño que debía tener nueve
años se acercó a Ellis con soltura y le ofreció su mano mirándolo de frente
con un par de enormes ojos tornasolados como los de su padre.

- Usted debe ser el Sr. Charles Ellis - ddijo el niño con una seriedad que
divirtió mucho a los adultos presentes- Mi nombre es Dylan Terrence
Grandchester, señor. Encantado de conocerle.

- El gusto es mío jovencito - dijo Ellis siguiendo el juego formal del


muchachillo y estrechándole la mano de dedos largos y delgados.

- Y yo soy Alben Grandchester - dijo una vocecita al lado de Dylan llamando


la atención de Ellis cuyos ojos oscuros se tropezaron con otro par de ojos
que eran una reproducción más de los del hermano mayor, del padre y de
la famosa abuela que Ellis también conocía bien. Sin embargo, el pequeñito
que le miraba ahora tenía una expresión un tanto diferente en el rostro.
Había algo de luminoso en su carita zurcada de pequeñas pequitas y
coronado por bucles dorados e ingobernables que le daban una presencia
diferente a la de su hermano. - Usted es el señor que está sieempppre en
el palco enfrente al nuestro y que escribe mucho durante toda la obra
¿Verdad? - preguntó el chiquillo con una suspicacia poco común para sus
seis años.

- Así es. Entonces ya no nos conocíamos, supongo - le sonrió Ellis y el niño le


devolvió la sonrisa evidenciando que estaba cambiando dientes pero que
no le importaba mucho esa incomodidad. De todas formas su sonrisa era la
más abierta y confiada que Ellis había visto. Algo en ella le recordó a la
dama de la casa.

Fue entonces que Ellis sintió un tirón en el pantalón que lo obligó a mirar a
su izquierda para encontrarse de nuevo con la pequeña portera que le diera
la bienvenida a la residencia aquella tade.

- - ¡Oyes! ¡Oyes! - llamó la niñita con urgencia mientras Ellis se admiraba de


los enormes ojos verde oscuro de la chiquilla que lo miraban como la luz de
una luciérnaga juguetona - Yo soy Blanche¿ Me recuerdas? . . . y tú eres
Chuck ¿Verdad?

- ¡Usted disculpará a mi hermanita, Sr. EEllis! - se apresuró a decir Dylan en


su papel de hermano mayor y defensor de las buenas costumbres - Es muy
pequeñita y se le olvida cómo debe dirigirse a los adultos.

- No debes cuidarte de eso jovencito - coontestó enseguida Ellis haciéndole


un mimo a Blanche en la mejilla - Yo mismo le pedí a tu hermana que me
llamara de esa forma esta tarde cuando nos conocimos y lo mismo va para
ustedes dos - dijo el hombre a los dos varoncitos que le respondieron con
una sonrisa de aprobación.

- ¡Bueno, todos! -llamó la señora Grandchhester entrando al comedor


mientras ayudaba a la sirivienta a servir la sopa - Es hora de cenar, todos a
su lugar.

Como si hubiese sonado un clarín militar con una orden de gran importancia
los chiquillos volaron hasta sus lugares y la cena inició oficialmente.

La comida transcurrió entre amenas explosiones de ingenio infantil y la


conversación siempre interesante de Lord Granchester. Ellis seguía atento
las palabras del actor, pero a su vez su mente trabajaba rápido observando
a Candice vigilar a sus hijos mientras dirigía la orquesta de la cena y
atendía las necesidades del invitado. Era evidente que se necesitaba una
coordinación admirable para controlar tantas cosas a la vez sin perder de
vista los inquietos movimientos de los tres chiquillos.

- ¿Puedo hacerle una pregunta, Candy? - ppreguntó el reportero sin porder


contenerse.

- Adelante, Charles - contestó la dama miientras llamaba a la sirvienta para


que volviera a servir más limonada en todos los vasos.

- ¿Cómo le hace usted para controlar tanttas cosas a la vez?- indagó el


hombre con sincero asombro.

- ¿Eso hago?- contestó la joven con una ppequeña carcajada -¡No lo creo,
Charles!

- Bueno, yo fui hijo único y ya meee parece bastante complicado ocuparse


de un solo niño. . . .ahora bien, tres al mismo tiempo debe ser una tarea
muy difícil.

- ¡Oh, se refiere usted a mis hijos! - coomprendió la joven observando a los


tres pequeños con orgullo maternal - Esto no es nada, mis madres han
educado a cientos de niños. Tan sólo cuando yo era niña, éramos diez en la
casa.

- ¿Sus dos madres? - preguntó Ellis confuundido pues sabía que la dama
había sido huérfana.

- Candy se refiere a las dos damas que diirigen el orfanatorio donde ella
creció - aclaró Terrence al ver la pregunta dibuujada en el rostro del
reportero.

- ¡Oh, disculpe! - se excusó Charles apennado de haber traído ese tema


delicado a la mesa - No quise indagar al respecto.

- No hay cuidado - repuso Candy sonrientee - Lejos de estar avergonzada de


mi origen me siento más que orgullosa de ser una hija del Hogar de Pony.
Nuestros hijos todos saben de dónde vino su madre y están conscientes de
que no hay nada de malo en ello. Todo lo contrario, me considero muy
afortunada porque mi vida en esa querida casa estuvo muy lejos de ser la
misma que la de Oliver Twist. Realmente no me faltaron ni amor ni
principios. Había, claro está, carencias económicas, pero esas cosas pasan
desapercibidas cuando lo esencial está presente.

- Estoy de acuerdo - comentó Ellis y alentado por la franqueza de la joven


señora se atrevió a continuar con más preguntas - ¿Cuánto tiempo
permaneció usted en ese Hogar de Pony antes de ser adoptada por los
Andley?

- Bueno, viví mis primeros doce años en eel Hogar y luego fui tomada bajo
custodia de la familia Leagan, con quienes viví por más o menos un año,
pero ellos nunca me tomaron en adopción. Solamente se comprometieron a
darme empleo como compañera de juegos de su hija menor. No fue sino
hasta los trece años que fui adoptada por los Andley - replicó la dama

- Debió haber sido un cambio drástico parra usted ¿No es así?- sugirió el
reportero.

- ¡Enorme! Pero no por lo que usted se immagina - repuso Candy


anticipándose a las ideas que se dejaban ver en el rostro de Ellis - Claro que
el lujo y las comodidades deslumbran a una chiquilla que nunca ha tenido
nada, pero lo verdaderamente difícil fue enfrentarme a un mundo de reglas
y costumbres diferentes. Por mucho tiempo me sentí como atrapada en una
jaula de oro. De no haber sido por mis primos adoptivos me hubiese muerto
de hastío en esa época.

- ¿Dice usted sus primos? - preguntó Charrles entusiasmado al ver que


estaba logrando algo que ni siquiera se había imaginado.

- Sí, hijos de las hermanas de William Allbert Andley, el caballero que me


adoptó. Seguramente debe haber oído de él, siendo el hombre de prensa
que es usted.

- - Oh sí, por supuesto. El polémico seññorr Andley. Por cierto que aún me
parece increíble que un hombre tan joven y aún soltero como lo era
entonces el señor Andley, tuviera la ocurrencia de adoptar a una chica
huérfana.

- Albert tiene un corazón de oro - expliccó la dama con el rostro iluminado -


Me conoció por accidente. Me salvó de morir ahogada en el río cerca de la
propiedad de los Leagan y simpatizó conmigo de inmediato. Mis primos,
que entonces eran sólo mis amigos y compañeros de juegos, le escribieron
pidiéndole me adoptara con el fin de que todos pudiéramos vivir juntos.
Albert pensó que era una buena idea para ayudarme y proporcionarme una
mejor educación de la que recibía en casa de los Leagan, así que aceptó la
propuesta.

- Se dice que usted y el señor Andley son muy unidos - comentó Ellis.

- Y es cierto. Albert fue mucho más que uun tutor para mi. No puedo decir
que fuera relamente como mi padre, porque hay entre nosotros demasiada
complicidad y camaradería como para ello, pero no dudaría en considerar
que nos vemos como hermanos. Es el mejor amigo de mi esposo y el
padrino de todos nuestros hijos -concluyó la mujer con un tono de
satiisfacción en la voz.

- Y es el mejor tío del mundo - apuntóó vvivazmente Dylan atreviéndose a


intervenir en la conversación, no sin antes lanzarle una mirada a su madre
buscando su aprobación. La joven madre sonrió con la mirada, lo cual
alentó al muchachito para continuar - ¡No se imagina usted los lugares a los
que tío Albert ha ido! Papá me ha regalado un mapa donde sigo el camino
de tío Albert y cuando viene a visitarnos le pregunto las cosas que ha visto
en cada uno de esos lugares.

- Seguramente les contará historias muy eemocionantes - supuso Ellis


dirigiéndose a los chiquillos.

- ¡Oh sí! ¡Casi tan emocionantes como lass de papá! - respondió Alben
espontáneamente y su hermano mayor asintió apoyando al pequeño rubio.

La conversación versó entonces por un buen rato sobre los tigres de


Bengala, las estampidas de antílopes en la sabana de Kenya, los pigmeos,
las maravillas de las pirámides egipcias, las fuentes del Taj Majal y los mil y
un objetos fascinantes que el tío Albert traía como regalo para sus sobrinos
cada vez que regresaba de sus viajes. Era obvio que el señor Andley era la
segunda figura masculina a quien los niños Grandchester rendían
admiración absoluta.

Cuando llegó la hora de los postres la señora de la casa ordenó a los


pequeños que se retiraran del comedor para tomar el útlimo platillo en otra
estancia, mientras que los adultos hacían sobremesa. Cada niño se despidió
del invitado antes de dejar el comedor. Cuando le tocó el turno a la
pequeña Blanche la chiquilla miró de reojo a sus padres y advirtiendo que
por un segundo éstos no estaban al tanto de sus movimientos, decidió
armarse de valor para realizar un último intento. La niña se puso de
puntillas y con una señal de su manecita le indicó a Ellis que inclinara su
cabeza. El hombre, suponiendo que la pequeña quería darle un beso, se
inclinó de buen grado. Un segundo después Ellis tendría que forzarse para
contener la carcajada cuando la pequeña le dijo al oído:

- ¡Hey! Ya te presté a mi papá toda la taarde - le susurró Blanche


apresurada - Me debes unos dulces ¿Cuándo me los traaes?

-¡Blanche! - llamó el padre con firmeza ccuando see percató de lo que


estaba haciendo la niña - ¡Anda ya o no habrá postre para ti!

Sobresaltada al haber sido descubierta in fraganti, la pequeña giró sobre


sus talones con la vista fija en los ojos de su padre que la observaron con
severidad hasta que Blanche no pudo más sostenerle la mirada. La niña
bajó la cabeza y salió de la habitación.

Cuando los niños habían todos salido, los adultos se soltaron a reír
simultáneamente.
Los hombres quedaron solos en el comedor por un rato, pero después Lady
Grandchester volvió a unírseles acompañando al mayodormo que traía el té
y una bebida digestiva para el invitado.

- Dígame una cosa, Candy - se animó a preguntar Ellis cuando la dama se


volvió a sentar a la mesa - ¿Cómo es que una jovencita que ha sido
adoptada por una familia tan prominente y que bien podía gozar de una
vida regalada, decide hacerse enfermera?

- Supongo que tuve más de un buen mmodelo que emular - contestó la


mujer de inmediato - Crecí junto a dos mujeres que me enseñaron con el
ejemplo que el servicio a los demás es la chispa que le da sentido a la vida.
Luego conocí a Albert de quien aprendí que cada individuo debe buscar su
propio camino sin importar la opinión de los demás, y por último en la
escuela de efermería conocí a una mujer admirable que no solamente me
enseñó el arte de asistir a los médicos en el tratamiento de las
enfermedades, sino cómo ayudar a las personas a sobrellevar el duro
transe de una estancia en el hospital.

- Se dice que usted rechazó todo apoyo dee los Andley para realizar sus
estudios de enfermería - continuó Ellis

- La realidad es que me escapé del colegiio donde ellos me habían enviado a


estudiar sin consultarles lo que iba a hacer. De hecho en ese momento no
tenía una idea clara de lo que haría con mi vida. Fue en los días posteriores
que decidí que quería estudiar enfermería, pero deseaba hacerlo por mi
misma - contestó la mujer sorbiendo lentamente el té de jazmines que les
había servido Edward - De todas formas no creo que ellos lo hubieran
aprobado si les hubiese pedido permiso.

- Pero el Sr. Andley sí aprobó su decisióón ¿No es así? - preguntó Charles un


tanto confundido.

- De hecho lo aprobó, pero eso fue mucho después . . . En la época que yo


tomé la decisión él no estaba en América. Se encontraba haciendo su
primer viaje a África y no tuvo ni idea de lo que yo estaba haciendo
entonces.

- ¿Entonces de quién obtuvo usted el apoyyo para ingresar al colegio de


enfermería? - indagó Ellis aún más curioso.

- De mis dos madres que me recomendaron ccon la directora del Colegio de


Enfermeras Mary Jane. Ahí tuve la oportunidad de estudiar y trabajar para
solventar mis gastos.

- ¡Vaya! ¡Jamás lo hubiese imaginado!- exxclamó Ellis fascinado con la


historia de la joven dama - Pero hay algo que no entiendo muy bien . . . dice
usted que antes de entrar a estudiar enfermería los Andley la habían
enviado a un colegio y que usted se escapó de ahí. Me admira su coraje,
debió usted haber sido muy joven entonces.
- Tenía quince años cuando me escapé p; y ni un céntimo en el bolsillo para
cruzar el Atlántico- rió la joven señora de buena gana - Ahora que lo pienso
no sé cómo me atreví a tanto.

La mención del Atlántico hizo reaccionar a la rápida mente de Ellis que


enseguida conectó el dato con la información que el actor había compartido
con él durante la tade.

- ¡No puedo creerlo! - exclamó el hombre asombrado - ¡Usted huyó de un


colegio en Londres en donde conoció al Sr. Grandchester y regresó sola a
América sin nada de dinero!

Las palabras de Ellis tomaron por sorpresa a la joven que por una fracción
de segundo lanzó una rápida mirada a su marido. La pareja intercambió
imperceptibles mensajes en un lenguaje mudo que ellos sólo podían
comprender, para luego volver a atender la conversación sin que Ellis se
diera cuenta de lo que había ocurrido entre los dos.

- Si me permite, señora - continuó Ellis pensando que era mejor explicarle a


la dama la información que el actor le había dado en su entrevista - su
esposo me ha confiado que ustedes se conocieron precisamente en ese
Colegio, pero jamás me comentó que usted se escapó de ahí al igual que
él.

- Debo admitir que no todos los ejemplos que tuve en mi adolescencia


fueron siempre buenos - contestó la joven rubia en tono de broma,
recuperando el aplomo que había perdido por unos instantes al pensar que
había cometido alguna indiscreción.

- ¡Muy graciosa, madame! - la pulló su maarido - Ve usted Ellis, yo pensaba


que ella necesitaba que su familia adinerada la cuidara y ella decide que a
fin de cuentas quiere hacer las cosas por si sola. Nunca intente usted
entender a las mujeres porque no podrá lograrlo.

Los tres rieron ante este último comentario y la conversación continuó por
un rato más versando sobre los detalles de aquel viaje a América que el
lector conoce de sobra.

- Dígame ahora, Candy ¿Cómo fue que se annimó usted a enrolarse en el


ejército? - indagó Ellis - La decisión ya es bastannte difícil para un hombre,
y ahora, tratándose de una mujer, imagino que debió haber sido algo muy
duro.

La mujer dejó la taza de té a un lado e inclinando la cabeza por escasos


grados como para pensar mejor la respuesta, guardó silencio por unos
instantes.

- En realidad fue algo que resolví hacer en un impulso - contestó la mujer


después de unos segundos - Creo que es así como he hecho la mayor parte
de las decisiones importantes en mi vida. En realidad no tenía mucho que
perder.
- ¿No tenía mucho que perder? - dijo asommbrado Ellis - Siendo una rica
heredera bien hubiera podido elegir ayudar a la causa con fuertes
donaciones para el Ejército y la Cruz Roja en lugar de ir en persona a
trabajar como enfermera. Yo diría que sí arriesgó mucho.

- Tal vez no me expliqué muy bien, Charlees - respondió la señora con


serenidad - No había nada que me atara a Américaa. Nadie que dependiera
de mi de manera directa. Una de mis dos mejores amigas se encontraba a
punto de formalizar sus relaciones con mi primo Archibald, la otra estaba
viviendo al lado de su familia a millas de distancia, Albert estaba muy
ocupado en sus negocios, mis dos madres tenían la responsabilidad de los
niños en el Hogar de Pony . . . en fin, todo el mundo tenía una vida propia y
responsabilidades personales a las cuales atender. Pensé que todos se la
podían arreglar bien sin mi, mientras que sin duda más de un soldado
herido estaba necesitado de una mano amiga. Creáme, Sr. Ellis, en esos
momentos no se aprecian las donaciones que un lejano potentado pueda
hacer, tanto como una sonrisa y unas palabras de ánimo. Creo que por eso
la decisión fue más bien fácil de tomar. El tiempo me enseñó que esa
decisión fue la más importante que hice jamás - concluyó la joven mientras
tomaba la mano de su esposo que descansaba sobre la mesa. La mirada
que la mujer lanzó a su marido fue tan elocuente que el reportero consideró
innecesario hacer más preguntas sobre el asunto.

- Me parece que comprendo lo que usted quuiere decir, Candy - repuso


Charles sonriendo - Ahora que converso con usted, me parece que esa fama
de rebelde y feminista que todos le achacan es cierta solamente en parte.

- ¿Eso dice la gente? - preguntó la jovenn entre sorprendida y divertida con


las palabras del periodista - Le aseguro que nunca he sido rebelde por el
simple placer de ir en contra de todo. Es sólo que muchas cosas que la
sociedad impone no me parecen del todo justificadas ¿Habría de
obedecerlas ciegamente entonces? He tenido la oportunidad de ver cómo
en el fondo aquellos que se dicen hijos de las familias más respetables no
son más que tristes fraudes.

La mente de Candy voló al pasado. Por sus ojos interiores pasaron


imágenes mezcladas provenientes de los días en que viviera en la casa de
Eliza y Neil, de la época del Colegio San Pablo, de los años que siguieron en
que los jóvenes Leagan llegaron a la edad adulta y se convirtieron en
prominentes figuras de la sociedad de Chicago, para después, al igual que
estrellas fugaces, desaparecer en una estridente y penosa caída.

Después de su boda con Terrence Grandchester, Candy vio a los Leagan en


muy pocas oportunidades. Albert se encontraba lejos y Archie controlaba
la fortuna familiar. El consorcio Andley se había desligado por completo de
las empresas Leagan & Leagan, así que el contacto entre las familias se
hizo cada vez menos frecuente.

La tía abuela había tenido un par de sonoras peleas con Archibald, razón
por la cual había dejado la mansión de Chicago y se había retirado a vivir a
una de las casas de campo que Albert tenía a las orillas del lago. La dama
recibía ahi a sus sobrinos, Eliza y Neil, que siempre sabían sacar muy buen
provecho de aquellas constantes visitas que le hacían a la anciana. Sin
embargo, los días en que la Sra. Elroy organizaba grandes fiestas para
reunir a la familia, habían pasado ya a la historia. Así que las
oportunidades para que los Andley y los Leagan se reuniesen habían
quedado reducidas a un solo gran evento. El cumpleaños de la octogenaria
matriarca, el cual era siempre organizado por Sarah Leagan, con una
fidelidad inquebrantable. Por supuesto, la tradición, era algo, que no había
de perderse.

Y en aras de esa tradición la Sra. Leagan vencía la repugnancia de invitar a


su reunión al poderoso primo Archibald, al aún más odiado y excéntrico
William Albert y a ese par de bohemios indecentes con nombre pomposo
que eran los Grandchester. Claro está, invitar al Conde y a la Condesa daba
gran lustre a la reunión y llamaba la atención de la prensa que seguía con
frenesí incansable los pasos del famoso artista. Pero soportar la presencia
del inglés arrogante y su fresca mujer, que de moza de establo había
llegado a ser aristócrata, era sin duda una pena que la estirada dama y sus
dos hijos sufrían con estoicismo en favor del lustre de su buen nombre.

¿Por qué los Andley y los Grandchester continuaban asistiendo a esa reunión
que era soberanamente formal y simplona para el gusto de todos ellos?
Bueno, en parte por respeto hacia la Sra. Elroy, que a pesar de sus rabietas
y continuos desplantes, era aún la matriarca de la familia, y en parte
porque en cierta forma, la mentada reunión era siempre una oportunidad
para procurarse un poco de diversión a costa de los primos Leagan. Cada
uno de ellos encontraba algo especialmente gracioso de lo cual mofarse en
esas ocasiones.

Archibald obtenía cierto malicioso placer al observar la mal disimulada


envidia de su tío, quien no lograba hacer crecer su empresa desde que el
consorcio Andley ya no lo respaldaba. Por más que el pobre hombre
intentaba hacer remontar sus utilidades, algo que aún no comprendía muy
bien hacía que el crecimeinto de sus negocios permaneciera estancado.
Archie había escuchado en más de una ocasión que su tío se había ocupado
en desacreditar a los Andley cuando se enteró de que el joven Cornwell
había sido dejado al mando de las empresas familiares. El paso de los años
le había hecho comprobar al Sr. Leagan que los maliciosos rumores que se
había encargado de diseminar eran más que falsos. Así que Archibald podía
ver a los ojos de su tío con altivo triunfo durante esas reuniones por motivo
del cumpleaños de la Sra. Elroy y silenciosamente demostrarle que se había
equivocado.

Albert, por su cuenta, no podía resistir la tentación de retar a la tía Elroy


presentándose a la reunión vestido siempre de manera informal, luciendo
un brillante bronceado que a la Sra. siempre le parecía de mal gusto y
haciendo los comentarios más francos y atrevidos que desafiaban los
puntos de vista de los ortodoxos invitados. La anciana seguía sin
comprender las decisiones de su sobrino, pero había aprendido que la
voluntad del joven era inquebrantable así que no le quedaba más remedio
que callar. De manera que Albert se daba gusto chocando a su tía y a los
Leagan, que no tenían otra opción que hacer como que nada pasaba ahí.

Terrence se daba vida haciéndole segunda a su mejor amigo y como la


fama y el encanto físico le asistían podía darse el lujo de hacer y decir todo
lo que le venía en gana. Aún más, había algo que Candy no entendía aún
muy bien, pero sin duda era evidente que a su esposo le encataba asistir a
esas reuniones y mostrarse especialmente afectuoso con ella en público.
Con el paso de los años la joven llegó a comprender que su marido, siendo
en el fondo el mismo muchachito vengativo y malicioso, encontraba
simplemente delicioso el poder ostentar la belleza y afecto de su mujer en
frente de Neil Leagan y observar cómo el pobre diablo palidecía de envidia
y celos.

Por último, Candy ya no tenía por qué temer los incisivos comentarios de
Eliza sobre su origen humilde. Si aún en su infancia y adolescencia, la joven
nunca se había dejado intimidar por las palabras maliciosas de la pelirroja,
ahora en su edad adulta, con el caracter ya totalmente formado, y con la
seguridad que solamente el amor y la estabilidad de un matrimonio sólido
le dan a una mujer, a Candy no podía importarle menos lo que Eliza pudiera
hacer o decir.

Así pues, a esas breves ocasiones se redujo el contacto entre la dama de


Fort Lee y los estirados Leagan, que siguieron su vida de esplendor por
algunos años hasta que la farsa que mantenían no pudo resistir más.

Eliza Leagan había trabajado muy duramente para llegar a ser toda una
dama de sociedad igual a su madre. Sin embargo, solamente había
conseguido convertirse en una mujerzuela extraordinariamente cara.
Buscando desesperadamente probar al mundo que era bella y deseable
había pasado de lecho en lecho desde los diesiete años hasta los veintidós,
cuando uno de sus amantes le reclamó fidelidad total bajo amenaza de
muerte.

Para su gran pesar, el amante en cuestión no era uno de los jóvenes de alta
sociedad que a ella le hubiese gustado desposar para adquirir el tan
deseado estatus de mujer casada, sino un joven de origen humilde y de
ocupación dudosa que su hermano le había presentado en los años de la
guerra.

Buzzy, sin duda era un hombre apuesto, y a Eliza le había llamado la


atención su galanura desde la noche en que había ido a visitar a Neil para
entregarle un paquete de opio. Al poco tiempo Eliza lo había convertido en
uno de sus "amigos" predilectos y lo llamaba siempre que quería tener
una noche inolvidable, porque el joven en cuestión era especialmente
bueno como amante.

Por desgracia, Buzzy acabó encaprichándose con la joven millonaria y


después de unos años de sotener una relación sin compromisos con ella, le
exigió que no vovliera a acostarse con ningún otro hombre que no fuera él.
Eliza, que tenía planes de casarse con un hombre de su misma clase, no le
hizo mucho caso al joven delincuente, pero al poco tiempo recibió una
primera advertencia. Una de sus damas de compañías apareció muerta en
la picina de la casa de los Leagan en Chicago y a los hermanos Leagan no
les cupo la menor duda de quién había sido el autor del asesinato.

No obstante, ninguno de los dos pudo abrir la boca con la policía porque
estaban demasiado involucrados con los negocios de Buzzy como para
delatarlo. Neil había estado falsificando los libros de la empresa familiar,
sustrayendo así grandes sumas para costearse su adicción al opio, al acohol
y al juego ilegal. De manera que a Eliza no le quedó más remedio que
complacer a su amante y quedarse soltera a pesar de los reclamos
constantes de su madre, que no cesaba de recordarle que todas sus
conocidas - incluídas las odiosas hospicianas, Candy y Annie - estaban ya
casadas y con hijos, mientras que ella estaba a punto de convertirse en una
solterona.

Aquella situación duró por un buen tiempo, hasta que los hermanos
Leagan se cansaron de tener que obedecer los caprichos de Buzzy, que
había acabado por convertirse en un cruel extorsionador, exigiéndoles cada
vez más dinero a cambio de opio y silencio. Así que ambos decidieron
finalmente traicionarlo aliándose con otro individuo, rival y enemigo de
Buzzy. Desgraciadamente la jugada les salío mal y fueron descubiertos
antes de que el nuevo aliado de los Leagan pudiera eliminar a Buzzy.

El joven ganster mató a su rival y luego urdió un plan para vengarse de


su amante y su hermano. Descartó todos los métodos que comúnmente los
hombres de su medio utilizaba para realizar sus vendetas. Después de todo
aquello no era una rencilla entre las "familias" de Chicago, sino un
escarmiento para un par de estirados que creían que podian burlarse de él.
Para ellos había que diseñar algo que realmente les doliera más que perder
la vida tras días de tortura física.

Así que Buzzy hizo como si no se hubiese dado cuenta y siguió sus
relaciones con los Leagan por un año más. Los hermanos, por su parte,
temblaron de miedo al principio, pensando que el amante de Eliza
terminaría por asesinarlos, pero al ver que pasaba el tiempo y Buzzy
parecía no darse por enterado, se confiaron y decidieron seguir como hasta
entonces.

En ese espacio Neil siguió firmando pagarés, falsificando documentos y


vendiendo bienes raíces a espaldas de su padre para solventar sus
escandaloso tren de vida. Sin que el joven millonario se diera cuenta, Buzzy
empezó a apropiarse de la fortuna Leagan preparando lentamente los
detalles de su venganza. Cuando el escenario estuvo ya listo, el joven
ganster dió el tiro de gracia enviándole al Sr. Leagan una misiva anónima
en la que le relataba con lujo de detalles y varias fotografías como prueba,
la clase de vida que sus dos hijos llevaban a sus espaldas.

El altivo Sr. Leagan sufrió un infarto al recibir la noticia y por


recomendación de su médico se retiró a descansar a su mansión de
Lakewood durante unos días. Todo parecía apuntar hacia la recuperación
del magnate, pero contrario a los pronósticos, el hombre murió la semana
siguiente. Se sospechó que la muerte del Sr. Leagan no se había debido a
causas del todo naturales, pero no se pudo saber más sobre el asunto.

A la postre, la muerte del Sr. Leagan resultó en consecuencias tremendas


para la fortuna familiar ya que las acciones de las empresas Leagan &
Leagan bajaron dramáticamente. Neil, que era sumamente torpe en los
negocios, terminó por malbaratar las ya mermadas riquezas que había
heredado y en menos de seis meses después de la muerte de su padre tuvo
que declararse en quiebra.

Archibald, cumpliendo lo que una vez se había prometido, observó la


caída de su primo con total indiferencia. No movió ni un solo dedo, aun
cuando Neil fue a rogarle le concediera un préstamo para evitar la
bancarrota.

- No quiero que utilices el dinero de la familia Andley para financiar tus


porquerías - había sido la altiva respuesta del joven Cornwell - Estoy al
tanto de tus conexiones con la delincuencia organizada de esta ciudad.
Date por bien servido que no te delate a las autoridades. Con las pruebas
que he colectado en contra tuya bien podrían darte varios años de cárcel.

Así que a Neil no le quedó más remedio que vender varias de sus
propiedades para saldar sus deudas con Buzzy y con los accionistas de las
empresas Leagan & Leagan. Pero a los Leagan les quedaba aún un recurso
para salvar su posición económica: la fortuna de la tía abuela Elroy.
Desgraciadamente para ellos la venganza de Buzzy llegó aún más lejos.
Como broche de oro vendió la información que tenía sobre Eliza Leagan a
un periodista sin escrúpulos quien reservando en el anonimato el nombre
de Buzzy y sus socios, expuso las relaciones ilícitas de la Srita Leagan al
dominio público. Después de que ese artículo salió a luz pública la Sra. Elroy
no quiso volver a ver a sus sobrinos por el resto de su vida. Por el contrario,
decidiendo que había estado equivocada, se reconcilió con Archibald, que
para entonces ya estaba casado con Annie Britter y a quien la anciana
terminó aceptando al paso del tiempo.

Aquello fue el colmo del descrédito y la desgracia para los Leagan que
debieron de retirarse a su mansión de Lakewood, única propiedad que les
quedaba, viviendo de una modesta pensión proveniente de cierto
fideocomiso que William Albert tenía bajo su custodia y que les entregó al
leerse el testamento del Sr. Leagan. Ahí en el campo, alejados del
esplendor de otros tiempos, con apenas un par de sirvientes -insuficientes
para mantener la enorme casa- Eliza y Neil tuvieron que enfrentar la
dureza de la estrechez económica por primera vez en sus vidas. Pero Candy
ignoraba que lo peor vendría para un tiempo después, durante la época de
la gran Depresión, que estaba por desatarse al año siguiente de su
entrevista con Charles Ellis.

- Sé a lo que usted se refiere, Caaandy - contestó Ellis continuando la


conversación y haciendo volver a la joven mujer de sus recuerdos sobre los
infortunados hermanos Leagan - ¿Pero habiendo sido siempre tan renuente
a los convencionalismos, cómo se siente ahora usted en su papel de esposa
y ama de casa? - se atrevió a preguntar el periodista aprovechando que el
actor había salido momentáneamente del comedor para ocuparse de una
llamada de teléfono.

- Querrá usted preguntarme por qué si soyy tan "feminista" como la gente
dice decidí dejar de ejercer la enfermería cuando nació mi hija Blanche - se
atrevió Candy a sugerir con una sonrrisa maliciosa.
- Bueno, sí. Algo de eso había en mi preggunta - admitió Ellis acorralado por
la franqueza de la joven dama.

- Como yo veo las cosas Sr. Ellis, la cauusa feminista, que siempre ha tenido
todo mi respeto - comenzó a explicar la dama con un brillo especial en la
mirada - no debería preocuparse tanto porque la mujer llegue a ocupar los
puestos que los hombres han monopolizado, sino más bien porque cada
mujer tenga la libertad de escoger la actividad que ella prefiera, ya sea la
de universitaria, ejecutiva, científica o madre. En su momento yo escogí ser
enfermera y así servir a los demás. Cada día de mi vida que dediqué a esa
labor fue importante y profundamente gratificante para mi, pero llegó un
momento en que las obligaciones de esposa y madre se volvieron
especialmente demandantes. Particularmente con la llegada de Blanche,
se volvió más y más difícil mantener un equilibrio entre mi trabajo de
enfermera y la maternidad. Así que decidí que al menos por unos años
dejaría la medicina para ser solamente madre. Fue una decisión
independiente y no me arrepiento de ella. Todo lo contrario, me siento muy
feliz de haberlo hecho, pues estoy gozando con todas mis fuerzas la
infancia de mis hijos. Ya habrá tiempo después para otras cosas.

- Y supongo que al Sr Grandchester la ideea le ha parecido más que buena -


supuso Ellis

- Egoísta como todos los hombres, no podíía parecerme menos que


maravilloso el tener a mi mujer sólo para mi - comentó el artista que
llegaba en ese momento después de atendida su llamada.

Candy se volvió para ver a Terrence acariando la mano que él posó sobre el
hombro de ella como respuesta afectuosa a su comentario.

- " Egoísta y celoso " - pensó la joven riéndose para sus adentros, pero luego
se dijo inmediatamente que ella no podía reprocharle a su esposo un
defecto que ella también compartía hasta cierto punto.

Habían pasado ya cinco años desde aquella terrible pesadilla y si bien no


veía los sucesos con rencor, de vez en cuando, al mirar la taza que su
esposo guardaba en la vitrina de su estudio, recordaba la lección vivida y se
prometía solemnemente no volver a cometer los mismos errores que
habían puesto en peligro la estabilidad de su familia.

Las cosas habían sido igualmente difíciles para ella. A pesar de que ella se
esforzaba en no darle importancia, las largas ausencias de Terrence la
hacían sentirse cada vez más sola. Cuando su estancia con los Stevenson
llegara a su fin después de la recuperación de Patty, Candy había regresado
a su casa de Fort Lee y la melancolía no había tardado mucho en ganarle la
batalla.
Cuando sus dos pequeños niños, Dylan de poco más de tres años y Alben
de apenas siete meses, conciliaban el sueño, la joven paseaba a solas por
los rincones silenciosos de la casa buscando en los muros la callada huella
del hombre que amaba. Pero los días pasaban, las giras se prolongaban y
los ecos de la sonora voz de Terrence se hacían cada vez más lejanos en los
oídos de Candy.

En más de una ocasión estuvo tentada a tomar la pluma fuente y escribir


una carta con una sóla línea diciendo: regresa ya que me vuelvo loca sin ti.
Pero luego cerraba los ojos y veía de nuevo el rostro radiante de Terrence
cuando agradecía los aplausos frenéticos del público al término de una
presentación. Candy sabía que su esposo gozaba intensamente esos
segundos mágicos de gloria y que el placer de vivir mil y un vidas
diferentes sobre el escenario era para él tan necesario como el aire o la
poesía. No sería ella quien abusando del amor que él le tenía, lo obligase a
renunciar a las tablas y a sus sueños.

Si el precio por verlo feliz era tener que prescindir de su compañía por
más tiempo que el común de las esposas, ella estaba dispuesta a pagarlo.
Sin duda las cosas hubiesen seguido así sin mayor dolor que la melancolía,
de no haber sido por la prensa mal intencionada que al poco tiempo
empezó a esparcir rumores acerca de Terrence y su nueva compañera de
tablas, Marjorie Dillow.

Entonces las cosas empezaron a ir realmente mal. Las heridas viejas que
se abrieran por primera vez cuando Candy tuvo que vivir la dura
experiencia de ver como el joven que ella amaba elegía el deber por
encima de su amor por ella, volvieron a dolerle repentinamente.

Por otra parte, Candy estaba cada día más preocupada por sus hijos.
Mientras que era obvio que Terrence se estaba perdiendo importantes
momentos del primer año de vida de Alben, Dylan había dejado de ser el
niño vivaz de siempre para convertirse en un chiquillo callado y melindroso.
Candy no sabía qué era lo que debía preocuparle más, si el hecho de que su
bebé no reconocía ni la voz ni la figura del padre, o la manera en que su
primogénito se rehusaba a comer sin importar los esfuerzos que la joven
madre hacía para despertarle el apetito.

Fue entonces que Terrence había vuelto a Nueva York a tomar un breve
descanso de dos días a mitad de la gira que estaba realizándose en
aquellos primeros días de diciembre. A penas había él regresado cuando
salió a colación el asunto de Bower, justo la noche después de la llegada
del actor. La manera en qué él le había
reclamado su amistad con Nathan había encendido el amor propio de
Candy. ¿Acaso estaba mal pasar un buen rato con un amigo?¿Qué de malo
había en aceptar una taza de té en algún café de Manhattan?¿Cómo podía
Terrence reclamarle el hecho de que ella buscara alguna compañía si él se
la pasaba todo el tiempo metido en los ensayos o de gira?¿Con qué derecho
Terrence le pedía cuentas acerca de su amistad con Bower cuando él no
había ni siquiera hecho un comentario sobre las habladurías cada vez más
constantes acerca de su relación con Marjorie Dillow? Esta última
consideración era sin duda la que más dolía y la que llevó a la joven a decir
las cosas más duras, de las cuales se arrepintió tan pronto como el auto de
Terrence salió disparado aquella noche.

Sin embargo, su orgullo e indignación terminaron por ganar la batalla


cuando unos minutos después de que el aristócrata había dejado la
casa hecho una furia, una manecita tocó a la puerta de la recámara de la
joven rubia. Candy abrió la puerta para descubrir al pequeño Dylan parado
en el umbral de la alcoba de sus padres, tratando de enjugarse las lágrimas
con la manga de su pijama de franela.

- ¿Por qué gritaba papá?- preguntó el niiiño entre sollozos - ¿Que ya


no nos quiere?

A Candy se le encongió el corazón mientras apretaba la cabecita castaña


del niño contra su pecho e intentaba inventar la primera excusa que se le
vino a la cabeza para disfrazar lo que había ocurrido aquella noche. De ese
modo la joven tomó la decisión de abandonar Nueva York y correr al único
lugar en dónde creía podía encontrar el sosiego y
las fuerzas que de pronto parecían faltarle.

Sin pensarlo mucho empacó algo de ropa para ella y los niños, vistió
a los pequeños lo más abrigadoramente posible y escribió la nota que su
esposo leería la mañana siguiente.

El viaje que siguió le recordó mucho a otro viaje que había hecho
años atrás en cierta noche nevada. Entonces como en el pasado, un mismo
nombre le ardía en el corazón con punzadas dolorosas, pero la situación era
al mismo tiempo distinta. En el pasado Terrence había sido sin duda su gran
amor, su gran sueño, pero ahora que a su lado dormía Dylan y Alben
descansaba en su regazo, Candy sabía que Terrence significaba aún mucho
más que antes. Cinco años de vida marital no pasan en vano para una
mujer. Habían ahora demasiada cotidianeidad, sueños y planes
compartidos, intimidad y lazos físicos al igual que espirituales como para
llegar a creer que todo aquello podía terminar de esa forma. Pero, por otro
lado, ella no quería exponer a sus hijos a tensiones innecesarias. Ahora no
podía hundirse en la depresión como antes, pues había dos vidas que
dependían de la manera en que ella manejara las cosas. Incapaz de ver
claro en toda aquella confusa encrucijada Candy esperaba que llegando al
Hogar de Pony encontraría dos pares de brazos que la recibirían con el
mismo amor y apoyo de siempre. Sin embargo no fue así del todo.

Una vez que Candy les hubo explicado la situación a las dos damas que la
habían criado, se sorprendió al darse cuenta que sus amados rostros se
endurecían en desaprobación. Ni siquiera la Srita. Pony quien siempre había
sido más condescendiente con ella se atrevió a
intervenir en su favor. Todo lo contrario, las dos mujeres se
pusieron muy serias y después de unos segundos de penoso silencio ambas
le dijeron a la rubia que tenían que discutir las cosas entre sí antes de
poderle resolver cualquier cosa sobre el asunto. Acto seguido le pidieron a
Candy que las dejara solas y la muchacha obedeció sintiéndose de nuevo
como la niña pequeña que tiene que esperar para que sus padres resuelven
qué castigo le darán por las diabluras
cometidas.
Esa noche Candy lloró desesperada tratando de ahogar los sollozos para no
despertar a sus pequeños que dormían en la misma habitación. De repente
se sentía completamente sola en aquel problema cuando sus dos madres ni
siquiera le habían contestado nada en concreto después de aquella primera
plática. Fue una suerte que Alben estuviera un poco inquieto esa ocación,
porque de otra forma la joven madre se hubiese pasado la noche en blanco
obsesionada con su problema. Así por lo menos se ocupó a ratos de
alimentar y arrullar al pequeño hasta que se quedó dormido de nuevo y el
alba volvió a salir por el oriente.

A la mañana siguiente la Srita Pony se llevó a los dos pequeños para


que participaran de las actividades con los niños de sus respectivas
edades y dejó a Candy a solas con la Hermana María. La rubia supo que lo
que venía no sería fácil de asimilar porque conocía de sobra la severa
firmeza de la religiosa.

- Supongo que ya habrás adivinado que niii la Srita Pony ni yo


aprobamos lo que has hecho, Candy ¿No es así?- inció la monja con tono
pausado mientras se sentaba en su mecedora.

- Sí, aunque no lo entiendo - se animóó CCCandy a responder con un brillo


en la mirada que la religiosa conocía demasiado bien. Lo había visto tantas
veces cuando la pequeña pecosa se sentía castigada
injustamente y miraba a su verdugo en hábito con retadora obstinación.

- Hija mía - dijo María tratando de toomaaar la mano de la joven sentada a


su lado- Tal vez estás pensando que hiciste mal en venir a consultar a dos
viejas solteronas como Pony y yo que nunca conocimos la vida matrimonial
¿Qué clase de consejo podríamos brindarte si jamás tuvimos la
experiencia?

- Yo no he dicho eso - se apresuró Canndyyy a defenderse pero


inmediatamente se mordió la lengua pues muy en el fondo ese
pensamiento le había venido a la mente la noche anterior.

- Pues te daré tres buenas razones parra haber venido - replicó María
haciendo como si Candy no hubiese dicho nada - Número uno; porque
somos tus madres, y en ningún lugar del mundo podrías sin duda encontrar
apoyo, pero también un sincero consejo como en nuestra casa; número dos
porque aunque nunca hemos estado casadas contamos con algo que tú aún
careces, y eso es vejez y experiencia en lidear con problemas humanos por
mucho tiempo más de lo que tú has estado sobre este mundo y número
tres, porque a pesar de nuestro celibato voluntario no hemos
dejado de ser mujeres. Créeme que entendemos lo que tú estás
pasando, aunque nunca nos hallamos visto personalmente implicadas en
una situación similar. Te amamos y lo último que quisiéramos es verte
sufrir, hija, pero eso no significa que aprobemos tus actos cuando éstos no
han sido obrados con sabiduría.

- Pero hermana María, ¿Acaso no ha siddo injusto mi esposo conmigo?


¿Acaso no estábamos poniendo en peligro la estabilidad emocional de
nuestros niños de seguir juntos? - preguntó Candy aún incapaz de
comprender a la religiosa.
- La respuesta es sí a ambas preguntass -- respondió la mujer
calmadamente - pero también es cierto que tú has pagado la injusticia y los
celos de tu esposo con igual medida ¿O acaso tu respuesta a sus reclamos
fue sobria y conciliatoria?

La joven fue incapaz de sostener la mirada directa de la religiosa.


Avergonzada bajó los ojos y guardó silencio.

- Supongo que no me contestas porque tu consciencia te acusa. Sin


embargo, harás bien ahora en ser honesta contigo misma ¿Consideras que
tu respuesta a las palabras de tu esposo contribuyó a empeorar el
problema? - preguntó la mujer sin darle tregua a la muchacha.

Candy no respondió audiblemente, pero al final asintió con la cabeza.

-Hija, no quiero juzgarte duramente, pero es mi deber hacerte ver las cosas
con menos pasión y más inteligencia - explicó María pasando la mano por
los rizos rubios de la mujer igual a como lo había hecho tantas veces
cuando Candy era solamente una niña - Para que haya una pelea se
necesita que contribuyan a lo menos dos. No excuso los errores de tu
esposo, pero tampoco puedo ignorar los tuyos. Ahora tú eres madre y creo
que eso tal vez te ayude a entender la postura que Pony y yo hemos
tomado. Convendría que te preguntaras con sinceridad por qué respondiste
como lo hiciste.

La mujer esperando que el corazón de Candy se moviera hacia la direción


correcta, tan sgura estaba María de la bondad de su hija.

- Creo que . . . - masculló a pena Candy - me he sentido muy sola


últimamente y estaba . . quizá . . . un tanto resentida con él . . . No sé . . es
posible que también estuviera . . . celosa.

-¿Por qué crees que te has sentido así, hija? - indagó María endulcificando el
tono mientras Candy sentía que por fin podía liberar una carga que la había
estado oprimiendo por un largo trecho.

- ¡Lo extraño mucho! - estalló Candy en llanto echándose a los brazos de la


monja - ¡Lo necesito tanto . . pero no había querido decirle nada porque no
deseo interferir en su carrera. Pensé que podía hacerme cargo de la
situación en casa aunque él no estuviera presente.

- ¡Ay hija mía! A veces en nuestro afán de proteger a quienes amamos


cometemos alguna que otra tontería - contestó la religiosa acariciando los
rizos de Candy - Es muy noble de tu parte querer apoyar la carrera de tu
esposo, pero las cosas deben equilibrarse en un justo medio. Cuando
Terrence se casó contigo adquirió un compromiso que está por encima de
toda realización profesional y si tú y los niños lo necesitan, él deberá
atenderlos dádoles prioridad por encima del teatro.

- ¿Usted cree? - preguntó la joven aún insegura, aceptando el pañuelo que


le extendió María.
- Candy ¿Alguna vez te has preguntado por qué la Srita Pony y yo decidimos
nunca casarnos? - preguntó la mujer clavando su mirada en la joven.

-Bueno, siempre supuse que no se habían interesado mucho en ello -


explicó Candy no muy segura de su respuesta.

- Pues te equivocas - repuso María con una sonrisilla - Alguna vez lo


consideramos, cada una por su propia cuenta y en su debido momento. Sin
embargo, en última instancia decidimos dejar de lado esa posibilidad
porque nos dimos cuenta de que por encima del deseo de formar una
familia propia, con un esposo e hijos que atender, anhelábamos utilizar
nuestras vidas para servir a los demás. A ratos no ha sido fácil cristalizar
ese sueño, puesto que la soledad pesa, sobre todo con el paso de los años.
No obstante, puedo asegurarte que ninguna de las dos nos arrepentimos de
nuestra elección ya que nuestro deseo de servir era tan grande que no
hubiese sido justo casarnos.

- ¿No hubiese sido justo? - preguntó la joven rubia entrecerrando los ojos
sin comprender muy bien las palabras de la monja.

- La labor que hacemos en el Hogar de Pony, hija, es un trabajo de


veinticuatro horas, durante todos los días del año ¿Tú crees que sería justo
para un hombre tener una esposa que está ocupada en su trabajo sin tener
nunca tiempo para él? Lo mismo pasaría con los hijos ¿No lo crees? Quien
se debe a una misión especial no tiene espacio en su vida para el
matrimonio, y quien se dedica a éste debe siempre dejar en segundo plano
todo lo demás. Tú y tu marido deben entender esto si no quieren echar por
la borda el tesoro que tienen en su matrimonio.

- ¿Entonces usted cree que yo debí haberle dicho a Terri que me sentía
sola? - había inquirido Candy con inseguridad.

- ¡Claro que sí! ¿No ves que la distancia les ha hecho perder contacto y
hasta ha debilitado la confianza entre ambos? Durante todo este tiempo de
separación tú has acumulado un resentimiento incosciente en contra de tu
esposo, y él por su parte, se ha vuelto más receloso. Terrence es sin duda
responsable del origen del problema, pero tú has cooperado a él con tu
silencio y terminaste coronándolo con tu reacción a sus recriminaciones. Él
inició el fuego y tú lo atizaste. Ahora son ambos a quienes corresponde
apagarlo, pero no lo lograrás lejos de él. Todo lo contrario, poniendo una
nueva distancia entre ustedes solamente das lugar a que los malos
entendidos - porque Pony y yo estamos segura que son sólo eso, malos
entenddos - crezcan y empeoren la situación.

Candy recordaba claramente que en esos momentos se había sentido tan


culpable que hubiese querido que la tierra se abriera justo debajo de sus
pies para tragarla de golpe, pero la mano firme de María sosteniendo la
suya le hizo entender que entonces, al igual que antes, no podía dejarse
vencer por la dificultad. Por el contrario, no había tiempo para
lamentaciones porque había muchas cosas rotas por reparar. Continuaron
hablando por un largo rato hasta que la Martha llamó a la puerta para
recordarles que era hora de tomar el almuerzo. Esa misma tarde Candy hizo
sus maletas con el fin de salir de nuevo rumbo a Fort Lee a la mañana
siguiente.
Terrence se reclinó en el sillón al tiempo que sorbía lentamente el té,
mientras observaba en silencio cómo su esposa contestaba con soltura las
preguntas que le hacía el reportero. En todos los años que tenía de casado
él nunca había permitido que periodista alguno se acercara a su mujer,
pues temía que cualquiera de ellos acabara por aprovecharse de la
franqueza de Candy para lanzar una nota sensacionalista distorsionando las
declaraciones de la joven. Sin embargo las cosas habían cambiado, por un
lado Ellis era de toda su confianza y por otro, había que reconocer que la
joven Sra. Grandchester había aprendido a sobrellevar la carga de estar
casada con una figura pública. Interiormente sintió que el corazón se le
inchaba de orgullo al contemplar a su esposa.

"¡Y pensar que estuve a punto de perderla!" - se dijo volviendo a retomar


sus recuerdos.

Dejando el hogar de Pony las horas del viaje se le habían hecho eternas. Al
detenerse en un pequeño lugar de Ohio escuchó en la radio que se
acercaba una tormenta de hielo que duraría seguramente varios días. Se
esperaba que el tránsito de trenes y vehículos quedaría paralizado durante
todo el tiempo que durara la ventisca. Si el pronóstico era cierto, podría
significar que tendría que pasar las fiestas navideñas lejos de su familia.
Eso era lo último que deseaba. Así que había resuelto hacer marcha forzada
manejando a todo lo que daba el auto, con el fin de ganarle la carrera al
frente frío.

Había viajado sin parar cruzando los dedos para que la tormenta no
reventara antes de que hubiese pasado la frontera del Estado de New
Jersey. Recordaba claramente la alegría que había sentido al mirar
finalmente los señalamientos que indicaban la proximidad de Fort Lee.
Aunque, en el horizonte, también habia podido distinguir que las nubes se
escurecían al tiempo que una ligera escarcha comenzaba a caer sobre
aquella zona boscosa.

Cuando finalmente había llegado a Fort Lee, era evidente que la tormenta
sería ya un hecho en cuestión de minutos. Pisó el acelerador con fuerza al
tomar la desviación hacia Columbus Drive. Grande fue su sorpresa cuando
al vislumbrar el jardín principal de su residencia, distinguió dos figuras en
abrigos oscuros que corrían de la casa hacia uno de los autos que estaban
estacionados a la entrada. El corazón le dio un vuelco y pudo sentir
claramente que algo andaba mal.
Terrence distinguió luego que una de esas figuras era la de Edward, su
mayordomo, y la otra de Candy misma. El joven se sintió aún más inquieto
cuando al descender del auto su esposa se abalanzó a sus brazos
sollozando. Terrence sabía que su mujer no era una criatura que se
amedrentaba con facilidad, si ella estaba llorando de aquella forma era
porque algo realmente grave pasaba.

- ¡Candy! ¿Qué sucede?- había preguntado él sobresaltado.

- Es Dylan - había contestado la joven entre sollozos - No podemos


encontrarlo en la casa . . . yo creo que ha huído . . . justo ahora que la
tormenta está por estallar ¡Dios mío Terry ,no quiero pasar lo que puede
ocurrirle si no lo encontramos a tiempo!

- ¿Pero estás segura? ¿Han buscado bien en la casa? ¿Qué razón podría
tener un niño tan pequeño para querer huir?- contestó Terrence tratando
de convencerse de que eso no podía estar pasándole a su hijo.

- Estoy segura, Terry. No está . . .no sé lo que pasa con él . . . ha estado tan
callado y extraño últimamente - dijo ella entre lágrimas y luego se detuvo-
sobre todo desde que nos escuchó discutir - se animó ella a terminar.

Terrence no lo supo en ese instante, pero después su esposa le había


contado que nunca como entonces lo había visto palidecer hasta el punto
de parecer un cadáver. Después de entonces los recuerdos se volvían
difusos. A penas podía vislumbrar que le había ordenado a Candy
permanecer con Alben en la casa mientras que él, junto con su chofer y
mayordomo, habían salido a intentar buscar al pequeño. Las tres horas que
siguieron habían sido las más angustiosas de toda su vida. Ni siquiera sus
experiencias de guerra se podían comparar a la angustia de pensar que una
tormenta como la que estaba anunciada bien podía matar a un hombre
adulto en muy corto tiempo, cuánto más a un niño de cuatro años.

Habían buscado en vano en el vecindario, tratando de recorrer los lugares


de juego que Dylan solía frecuentar con su madre. Mientras tanto la
ventisaca había ya debutado y hacía cada vez más difícil la búsqueda. Por si
fuera poco estaba ya por ponerse el sol. Si no lograban encontrar al niño
antes de que cayera la noche las probabilidades de volver a verlo serían ya
muy pocas.

En un último intento desesperado los tres hombres se habían dividido, a


pesar de que no era muy recomendable hacerlo dadas las condiciones
climáticas. Fort Lee era en aquel entonces un área residencial semi-rural y
las casas se encontraban alejadas unas de otras por más de cien metros en
algunos casos.

Una sola cosa tenía el aún claro en sus recuerdos: la insoportable


culpabilidad que le gritaba interiormente hasta reventarle los tímpanos que
su hijo estaba en peligro por culpa suya. A ojos del joven padre había sólo
un responsable del extraño comportamiento del pequeño y si no podía
encontrarlo a tiempo sin duda jamás se lo perdonaría. Sin embargo, otra
parte de sí mismo le decía con firmeza que no había tiempo para auto-
recriminaciones. Necesitaba de todos sus sentidos para concentrarse en lo
que estaba haciendo.

Tratando de utlizar a un viejo truco que le habia servido de maravilla tanto


sobre el escenario como en el campo de batalla, Terrence habia tratado de
recurrir al recuerdo de los últimos momentos felices que había pasado con
su hijo. Penosamente no había recuerdos ni del recién pasado Día de Acción
de Gracias, ni de Halloween, ni siquiera del cumpleaños de Dylan. Tuvo que
regresar mentalmente hasta el verano anterior, cuando durante un receso
entre sus giras había llevado al niño a pescar a una de las lagunas
artificiales que rodeaban el vecindario.

En esa ocasión habían encontrado un lugar excelente debajo de un puente


de madera y ahí habían pasado prácticamente toda la mañana. Aunque
aún muy pequeño Dylan tenía ya una conversación vivaz y hacía
constantes preguntas acerca de todo.

-¿Cuándo volverá a haber nieve, papá? - le había preguntado el pequeño al


mirar las aguas del lago.

- Falta aún mucho. Primero las hojas se pondrán amarillas y luego caerán
de los árboles. Después de entonces habrá nieve - había sido la respuesta
del padre.

- Tommy dice que su papá le comprará unos patines para Navidad - había
comentado Dylan sugestivamente refiriéndose al hijo mayor de los
Stevenson a quien había visto durante los días en que su madre Patricia
había estado enferma.

- Y a ti te gustaría tener los tuyos también ¿No? - repuso el joven padre con
una sonrisa a la que el niño contestó con un asentimiento de cabeza -
Supongo entonces que tendremos que enseñarte a patinar para entonces -
había concluído Terrence con el consiguiente estallido de alegría del
chiquillo.

¡El puente!¿Cómo no se le había ocurrido antes? La idea le vino de golpe


junto con aquel recuerdo. Sin perder más tiempo Terrence se había dirigido
hacia aquel mismo lugar en que había pescado con su hijo, con la
esperanza de encontrarlo debajo del puento que ofrecía un buen escondite
para cualquier niño pequeño. Un solo miedo le ponía la piel de gallina. El
hielo de la laguna podía estar aún delgado. Si el niño resbalaba podía caer
al agua helada y morir congelado en escasos minutos.

Terrence dejó el auto aparcado a la entrada del parque y corriendo bajo la


cada vez más violenta ventisca se adentró en dirección del lago. Le tomó
varios minutos caminando entre la nieve fresca para lograr vislumbrar el
puente que apenas podía distinguirse entre las ráfagas blancas de la
tormenta. Fue entonces que distinguió una pequeña figura que avanzaba
con lentitud en direccìón de la laguna helada.

-¡Dylan!- había gritado el joven con toda la fuerza de sus bien entrenados
pulmones y sin duda el pequeño lo había escuchado porque le pareció que
volvía el rostro. Pero luego, por asombroso que fuese, el niño había
acelerado el paso en la dirección opuesta, como huyendo de la voz que le
llamaba. A Terrence le tomó unos segundos comprender que su hijo le daba
la espalda y corría como si tratara de escapar de su alcance.

No obstante, poco tiempo le quedó para asimilar el hecho cuando escuchó


un ruido que provenía de la laguna. Terrence, que conocía bien el ruido del
hielo cuando se rompía no pensó en otra cosa más que correr hacia donde
el niño había caído, entendiendo que sus pesadillas se habían hecho
realidad.

Lo que siguió fue todo como una cadena de actos desesperados. Correr en
dirección de las aguas congeladas, gritar el nombre del niño, rasgarse el
saco para fabricar una cuerda improvisada, arriesgarse a caer él mismo en
las aguas heladas, sacar el cuerpo aterido del pequeño, correr de regreso
al auto y luego manejar frenéticamente hacia la casa. En todo ese tiempo
no había espacio en su mente para otra cosa que no fuese acelerar para
llegar a tiempo para hacer reaccionar al niño.

Finalmente las luces de su casa se distinguieron entre la ventisca. Todavía


no se estacionaba cuando ya la figura fina de su esposa salía corriendo de
la casa con una frazada. No hubo necesidad de explicaciones, parecía que
Candy podía adivinar lo que había pasado con sólo mirar al padre y al hijo.
Curiosamente, la mujer llorosa que lo había recibido con la mala noticia de
que el niño había huído, se había esfumado completamente para dar lugar
a una joven serena y segura de cada uno de sus movimientos. Con el
mismo aplomo con el que Candy había limpiado las heridas de Terrence al
llegar mal herido al hospital Saint Jacques, la joven tomó entonces el cuerpo
incosciente de su hijito y lo llevó rápidamente al interior de la casa en
donde ya esperaba un médico y dos bien organizadas domésticas.
Terrence, terminó por desplomarse en un sillón sintiéndose totalmente
inútil mientras observaba la rapidez con que su mujer dirigía la orquesta de
las criadas para calentar al pequeño y devolverle la consciencia.

Fue entonces cuando empezó a sentir muy ligeramente el efecto del resfrío
que él mismo había pescado en aquella aventura. La cabeza le dolía hasta
darle la sensación de que las sienes le iban a reventar y los ojos le ardían
en irritación. Cerró los párpados y se reclinó en el respaldo del sillón por
unos instantes que no pudo calcular, hasta que sintió que alguien le tomaba
por los pies. Desconcertado abrió los ojos para descubrir a su esposa que
sentada en el suelo le quitaba los zapatos.

-¿Pero qué haces Candy? ¿No estabas con Dylan?- preguntó él confundido.

- Se ha hecho todo cuanto es posible. El doctor dice que tendremos que


esperar esta noche para ver cómo reacciona. Ahora me preocupas más tú -
replicó ella con calma mientras continuaba desvistiendo a su marido - ¿No
te has dado cuenta de que estás todo mojado?¿Así es como cuidas tu voz,
señor actor?- lo regañó ella con suavidad y él se admiró de que ella fuera la
misma mujer con quien había reñido tan violentamente hacía tan sólo unos
cuantos días.

-¡Por Dios, Candy puedo hacer esto por mi mismo! - repuso él con una
tímida sonrisa, pero luego recordó a su hijo y quizo asegurarse de nuevo de
su estado - ¿Estás segura que Dylan estará bien?
La joven bajó los ojos y él entendió que aún había peligro para el pequeño.

- Por favor, Terri,- se animó ella al fin a contestarle - ponte esta ropa seca y
tómate esto para que entres en calor. Lo menos que necesitó ahora es otro
enfermo en la casa - concluyó ella señalando una taza de té que ella había
dejado sobre una mesita.

- Está bien, pero luego quiero estar al lado de Dylan - dijo él y ella no se
opuso.

Las horas que siguieron fueron de dolorosa vigilia para los Grandchester.
Ambos se mantuvieron al lado de la cama de Dylan sin decir palabra
alguna, pendientes de cada movimiento en la respiración del pequeño y de
la fiebre que no quería ceder fácilmente. Terry pensó entonces que su
esposa seguramente había pasado una noche similar cuando lo había
cuidado aquella ocasiòn en Francia y se preguntó cómo era que las mujeres
podían sacar tanta entereza en ocasiones como aquella a pesar, de ser
criaturas de apariencia tan frágil.

El alba despuntó y Dylan aún no volvía en sí. Candy había solicitado el


desayuno pero a pesar de su insistencia Terrence no había querido probar
bocado. Así pues, las tostadas, el té y los huevos se enfriaron en la bandeja
mientras el joven fingía leer un libro de poesías ojeando constantemente al
pequeño durmiente. Afuera, la tormenta parecía arreciar su furia y
solamente se percibía la diferencia entre el día y la noche por la presencia
de una luz mortecina. Todos sabían que aquella mañana los nubarrones no
se retirarían para dejar ver el sol.

Finalmente hacia la una de la tarde, mientras Candy apretaba las cuentas


de su rosario con dedos nerviosos y Terrence repasaba por enésima vez la
misma línea sin poner atención, Dylan se movió ligeramente y luego abrió
los ojos.

- ¡Papá! - dijo con voz débil al mirar a su padre a su lado - ¿Ya no estás
enojado conmigo?

Sobra decir que ambos padres vieron salir al sol con aquella frase y
después del regocijo del primer momento se encargaron de hacerle saber al
pequeño que nadie en la casa estaba molesto con él, como Dylan creía a
causa de las continuas ausencias de su padre. Candy sabía que en otras
circunstacias la conducta del niño hubiese ameritado un buen castigo, pero
después de las cosas vividas más valía que las malas memorias quedaran
sepultadas en afecto.

A la mañana siguiente el peligro había ya pasado para el niño y llegó


entonces el turno al padre de caer enfermo. Sacando fuerzas de flaqueza,
Candy se sobrepuso al cansancio y se dedicó a cuidar simultáneamente de
sus dos hijos y de su marido, que como todos los hombres que gozan
siempre de una salud envidiable, solía tener unos resfriados memorables
las raras veces que enfermaba. Así que los baldes de agua hirviendo con
sales, las hojas de eucalipto y los jarabes se transportaron de la habitación
de Dylan a la de sus padres.
- ¡Vaya que sí la he hecho buena! - exclamó él cuando vio llegar a su
esposa cargando una bandeja con comida caliente aquella tarde - ¡Y pensar
que te tomas todas estas molestias por mi y yo ni siquiera te he pedido
disculpas por . . . por lo que sucedió - se atrevió finalmente a decir.

Candy, que había estado posponiendo aquella conversación inevitable


dadas las circunstancias de emergencia dejó la bandeja del desayuno en
una mesa cercana y se dispuso a hacer lo propio ya que su esposo parecía
estar de humor para aclarar las cosas.

-Yo tampoco me he disculpado - repuso ella con los ojos fijos en su delantal
mientras se sentaba a un lado de la cama - Creo que yo también tengo mi
parte de culpabilidad en esta historia.

- Sshh- musitó él poniendo un dedo sobre los labios de la joven que le


parecía la mujer más hermosa sobre la tierra con aquel delantal de percal
sobre un sencillo vestido de punto - Déjame decirte primero que he sido un
verdadero idiota al dejarlos tanto tiempo solos, a ti y a los niños. Luego
déjame decirte que actué irracionalmente cuando me enteré de tu amistad
con Bower. No desconfío de ti, amor, es sólo que los celos me hierven de
pensar que él podría estar buscándote con otras intenciones. . . ¿Qué
quieres? Cuando se trata de ti pierdo la cabeza . . . sin embargo . . . -
añadió él con dificultad - no me opondré a que tú elijas a tus amistades.

- ¡Terri! Perdóname tú a mi por haber reaccionado de manera tan


violenta . . . Te aseguro que no hay nada entre Nathan y yo. Te agradezco
este voto de confianza por parte tuya, pero ya he decidido que mi amistad
con él no es del todo conveniente.

- ¿Estás segura? - preguntó él sorprendido al escuchar las últimas palabras


de su esposa.

- He tenido tiempo para pensar . . . y . . . analizando la situación con más


frialdad me he percatado de ciertos detalles que antes quise ignorar - dijo la
muchacha y Terrence advirtió que le costaba trabajo encontrar las palabras
adecuadas para proseguir.

- ¿Qué quieres decir? - indagó el joven volviendo a sentir que algo por
dentro ardía más que la fiebre.

Candy observó la expresión en el rostro de su marido y entendió lo que


cruzaba por su mente ¿Debía continuar? Por un instante dudó entre
guardarse para sí aquella última confesión y decir la verdad. El rostro de la
Hermana María en su memoria la miró de una manera que le hizo
comprender finalmente lo que debía de hacer, aunque no aquella fuese la
alternativa más peligrosa.

- Quiero decir que, si vuelvo sobre mis pasos y pienso bien en mi amistad
con Nathan - comenzó ella con los ojos clavados en los bordados de la
almohada - tengo que admitir que tal vez. . . sólo en ciertas ocasiones,
advertí en él algo que por un instante me pareció un interés, quizá un tanto
desusual, algo distinto que nunca percibí con otros amigos míos. Pero no
quise darle importancia.
La joven entonces cayó, esperando que su marido diera señas de disgusto.
Estaba resuelta a enfrentar las consecuencias de su confesión. De cierta
forma había decidido que era mejor afrontar los escollos de la sinceridad
que guardar secretos para quien más amaba. Asombrosamente, el joven
artista no dijo ni una sola palabra, sino que simplemente tomó la mano de
su esposa y le dio una ligera palmadita como animándola a continuar.

La muchacha alzó entonces la mirada y en silencio agradeció a su esposo


por aquél tácito voto de confianza. No obstante, se pudo dar cuenta al
mirarle a los ojos, que el joven estaba intentando con todas sus fuerzas
controlar sus impulsos por preguntar más sobre el asunto.

- Terri, te aseguro que él jamás se propasó conmigo - se apresuró ella a


aclarar - es sólo que existen ciertas cosas que una mujer sabe sentir, y de
las que yo hice caso omiso, porque me agradaba su compañía y no quería
prescidir de su amistad . . . sobre todo cuando me sentía tan sola - concluyó
ella en un murmullo.

- Te entiendo - dijo finalmente él con la voz enronquecida y ella comprendió


los grandes esfuerzos que él estaba haciendo por controlarse y lo admiró
más por ello.

- Es por eso que he decidido que no volveré a ver a Nathan. A ti te


incomoda mi amistad con él y en cierta forma, tal vez él esté esperando
algo más de mi que jamás podré darle. Creo que eso será lo mejor para los
tres.

- ¿Estás segura? - preguntó él aún dudando de la resolución de su mujer.

- ¡Completamente! Si tengo que elegir entre tú y cualquier otra cosa en


este mundo, la decisión es demasiado fácil para mi. Tú siempre ganas, aún
sobre mi orgullo - admitió la joven y una lágrima solitaria corrió por su
mejilla hasta la comisura de sus labios que se arqueaban en una leve
sonrisa.

Terrence levantó la mano lentamente hasta enjugar la mejilla de su esposa


con una caricia leve. Parecía que había pasado tanto tiempo desde la
primera vez que hiciera lo mismo en la enfermería del colegio mientras
Candy llamaba a Anthony entre sueños. El mundo había girado muchas
veces desde entonces, pero aquella niña, ahora convertida en mujer, seguía
haciéndolo perder todo el balance con una sóla lágrima.

- No, pequeña, no llores por esto. Simplemente olvidémoslo ¿Quieres? - le


dijo en un susurro y ella asintió en silencio.

La joven no hizo esperar su marido con los brazos abiertos. Tan pronto
como su rostro se hundió en el pecho del hombre un suave aroma a
lavanda embalsamó sus sentidos trayéndole un tumulto de memorias
íntimas. De repente Candy sintió que era de nuevo una adolescente
petrificada de miedo mientras el caballo corría a galope entre los árboles.
Aquella había sido la primera vez que se había aferrado al pecho de
Terrence con todas sus fuerzas y a medida que las tinieblas de su alma se
iban disipando, una única sensación dominaba su mente: el decisivo y
austero perfume que él siempre usaba y que poco a poco calaba hasta los
huesos, con un estremecimiento hasta entonces desconocido.

Terrence se reclinó sobre la almohada y ella se acurrucó a su lado sin decir


nada, aún extraviada en sus recuerdos. Enterró su nariz entre los músculos
fírmes del pecho del joven y pudo percibir con claridad ese cosquilleo en el
vientre que él solamente le hacía sentir. Entonces se percató que había sido
durante aquella cabalgata forzada cuando por primera vez sintiera esa
misma calidez que subía desde sus entrañas erizándole la piel. Los años le
habían enseñado a la joven a poner el nombre correcto a esas sensaciones
y a entender que eran el preludio de otras, superiores y más profundas.

Candy sonrió y tuvo la gracia de sonrojarse al comprender que su primer


encuentro con el deseo había tenido lugar justo en aquella ocasión,
mientras se aferraba al cuerpo de aquel Terrence adolescente. Pero quien
la tenía ahora en sus brazos hacía mucho tiempo que había dejado de ser
un chiquillo y ella, a su vez, ya no era más una niña asustada y confundida
ante aquellos alarmantes pasmos internos. Todo lo contrario, ahora
comprendía bien las señales que el cuerpo le mandaba y en ese mismo
momento también entendió que había estado equivocada al creer que
podía posponer aquellas necesidades indefinidamente, mientras su esposo
viajaba sin parar.

- Candy – le llamó él quedamente – creo que es mi turno de aclarar ciertas


cosas. Aunque te anticipo que no será sencillo ni agradable – completó él
mientras volvía incorporarse.

La joven lanzó a su marido una mirada interrogadora y la respuesta que


leyó en sus pupilas le hicieron temer que aquello que vendría sería sin duda
doloroso.

- Adelante – contestó ella simplemente sentándose a su lado.

- Yo . . . yo debí haberte dicho acerca de esto desde hace mucho, pero no


quería . . . no sabía lo que pasaría si te lo contaba – comenzó él y ella pudo
darse cuenta que le era difícil articular cada una de sus palabras.

- Es acerca de Marjorie Dillow ¿No es así?- preguntó ella sintiendo que el


corazón se le detenía.

- Y sobre todos esos rumores de la prensa – admitió él asintiendo – Debí


haber hecho algo al respecto de eso desde el principio, pero. . .

- ¿Pero qué? – preguntó ella cada vez más asustada de lo que podría venir.

- No lo consideré leal – dijo el al fin con un suspiro de fastidio.

- ¿Leal? Terri, por favor explícate, que no te comprendo – exigió ella cada
vez más tensa.

- Bueno, es una larga historia, pero intentaré contártela – dijo él sin perder
esa expresión de preocupación – Antes que nada quiero que sepas que lo
único cierto de esos rumores es que hace algún tiempo, meses antes de
que siquiera supiéramos que Karen estaba esperando un bebé, Marjorie. . .
intentó llamar mi atención en varias ocasiones. Yo me limité a ignorarla
pero como sus insinuaciones se hicieron cada vez más explícitas me llegué
a molestar mucho con ella y acabé por hacerle pasar una humillación. Me
temo que tal vez me extralimité con ella. . . o quizá solamente le di su
merecido – añadió después de un momento y no pudo evitar aún en medio
de aquella confesión embarazosa un dejo de malicia al recordar el mal rato
que le había hecho pasar a la insistente Marjorie - Lo cierto es que ella se
indignó mucho y me prometió que me arrepentiría de haberla rechazado.
Por supuesto que no puse atención a sus amenazas.

Candy estaba muda. Por una parte lo que Terrence acababa de contarle le
volvía el alma al cuerpo, pero a su vez le intrigaba saber qué consecuencias
había tenido para su marido aquel desplante de fidelidad hacia ella.

- Los meses pasaron y Marjorie parecía haberse olvidado del asunto –


continuó el joven – Imaginé que había aprendido su lección, pero estaba
equivocado. Cierta noche, estando en Nueva York, después de la función
recordé que Robert me había pedido que recogiera la copia de unos libretos
que él quería que revisara, así que decidí pasar a su oficina para poder
empezar a leerlos. Pensando que todos ya se habían marchado a casa entré
a la oficina de Robert sin llamar, sólo para la enterarme por accidente que
lo que Marjorie no había logrado conmigo, lo había conseguido con Robert.
Fue realmente muy embarozoso para mi, como tú comprenderás – masculló
aún molesto con el recuerdo – y creo que fue aún peor para Robert.

Candy se quedó atónita. Inmediatamente sus pensamientos volaron hacia


Nancy Hathaway, que a pesar de poder ser su madre, se había convertido
en una buena amiga suya. La joven suspiró tristemente, pero se guardó de
hacer cualquier comentario.

- En esa ocasión simplemente no supe qué hacer o decir – continuó él aún


serio – así que simplemente salí de la oficina sin decir palabra. Al día
siguiente como es de esperarse Robert habló conmigo, y para mi gran
decepción, no fue para decirme que aquello era un error que estaba
dispuesto a enmendar. Todo lo contrario, pude darme cuenta de que
Marjorie se había convertido en algo importante para él y era obvio que
estaba dispuesto a hacer lo que fuese por ella, aunque tampoco tenía
intenciones de romper su matrimonio con Nancy. Por mucho que me
disgustara su actitud, me di cuenta de que hubiese sido imposible hacerle
entrar en razón, así que sólo me limité a asegurarle que no interferiría en el
asunto. Obviamente él temía que siendo tú y Nancy buenas amigas el
amorío acabaría por llegar a su conocimiento si yo no guardaba discreción
al respecto, así que le tuve que prometer que no te diría nada sobre el
asunto.

- Te entiendo, aún si yo me hubiese enterado, no creo que hubiera tenido


el corazón de decirle a Nancy lo que estaba pasando – comentó la joven
aún alterada con la noticia.

- Pero ahí no quedó todo. De hecho ese fue el inicio de una serie de
diferencias entre Robert y yo con respecto a Marjorie. Él empezó a
concederle papeles más importantes con lo que yo no estaba de acuerdo
porque la muchacha simplemente es pésima actriz, pero el colmo fue
cuando le dio el lugar de Karen en las últimas giras. Tuvimos un serio
disgusto por su causa. Fue entonces cuando me di cuenta de que Marjorie
estaba cumpliendo su amenaza de la peor manera, estaba distanciándome
de uno de los pocos amigos que tengo.

- Y todo este tiempo te reservaste esas contrariedades sólo par ti


¿Verdad? – inquirió la joven admirando el sentido de lealtad de su marido.

- No tenía otra opción – arguyó él con un encogimiento de hombros– Pero


aún hay más. Aún no me explico del todo la razón por la cual,
precisamente cuando el romance entre Robert y Marjorie se hallaba ya
avanzado, la prensa se dedicó a especular sobre mi relación con ella. A
veces he llegado a pensar que se trataba de un rumor comenzado por la
propia Marjorie para buscarme un problema contigo.

- ¿Tú crees? – preguntó la joven algo incrédula, pero luego el recuerdo de


las muchas jugadas que le había hecho su prima Eliza le hizo tragarse sus
palabras.

- No estoy seguro – contestó él dudoso – lo cierto es que cuando el


segundo de esos artículos maliciosos llegó a mis manos fue durante la gira
que hicimos en California. Esa ocasión Robert y yo estábamos desayunando
juntos en el tren. Recuerdo que me molesté mucho al leer la nota y le
manifesté mi disgusto pensando que, por razones obvias, el también se
sentiría contrariado con la noticia, pero para mi sorpresa lo había tomado
con bastante beneplácito.

- ¿Pero, por qué? – preguntó la joven intrigada.

- Bueno, yo también me sentí confundido con su reacción, pero luego él


se encargó de explicarme que esos rumores le favorecían ya que su esposa
empezaba a sospechar y las notas periodísticas seguramente aminorarían
sus suspicacias. Inclusive llegó a suplicarme que no hiciera declaraciones
al respecto. “Simplemente ignora esas habladurías. A ti no te afectarán
porque tu esposa no tiene nada que temer contigo, y en cambio a mi me
ayudarán a aliviar tensiones con Nancy” – me dijo – y como ya habíamos
tenido demasiados enfrentamientos decidí acceder a guardar silencio
nuevamente, aunque me repugnaba el hacerlo.

- Entiendo que la situación era delicada, pero . . . – interrumpió ella


sintiendo que no podría evitar el reclamo.

- Lo sé – contestó él antes de que ella pudiera terminar la frase – en


ese momento debí habértelo contado todo para evitar los malos ratos que
te he hecho pasar, pero erróneamente pensé que esas habladurías no
podrían hacerte daño.

- Siento mucho haber dudado de ti – aceptó ella con tristeza – No sé qué


fue lo que me sucedió.

- Yo sí lo sé – repuso él acariciando la mejilla de la joven – La distancia


debilita la confianza. Fue muy injusto de mi parte pensar que podrías con la
presión de la prensa estando yo lejos por tanto tiempo. Creo que aquí yo
soy quien debe cargar con la responsabilidad ¿Podrías perdonarme? – le
pidió él levantando el mentón de su esposa para ver sus ojos directamente.

- Eso es inevitable – respondió ella y Terrence entendió que por cuenta de


ella el asunto estaba olvidado. Sin embargo él no quería que las lecciones
aprendidas quedaran del todo en el pasado.

- Te prometo una cosa, pecas – añadió él después de un rato que ambos se


mantuvieron abrazados sin decir nada – Este ha sido el fin de mis giras
frenéticas. No volveré a permitir que mi trabajo afecte a nuestra familia.
Además, si he de serte sincero, odio estar tanto tiempo lejos de ustedes. Me
la he pasado realmente mal sin ti, las noches son eternas y más oscuras,
los días no tienen luz, y ni siquiera la poesía me calma esta inquietud.

- Yo siento lo mismo

- ¿Entonces, por qué no me lo dijiste? – preguntó él sorprendido.

- Porque no quería interferir en tus sueños. Tu carrera es muy importante


para ti y no deseaba rivalizar con ella.

- Y no rivalizas con ella, amor- repuso él de inmediato – tú y los niños


siempre serán más importantes

- - Yo pensé que tú . . . - titubeó ella confundida - que tú necesitabas estas


giras, que te hacían sentir más feliz. No deseaba restarte esa alegría.

- Disfruto mucho mi trabajo, eso no te loo voy a negar - se apresuró a


explicar el joven - pero a decir verdad, he odiado todo este tiempo que he
estado separado de ustedes. Lo hice más que nada porque deseo darles lo
mejor a todos ustedes.

- ¡¿Por dinero?! ¡¿Has estado haciendoo ttodo esto por dinero?!- preguntó
Candy sorprendida ante la inusitada preocupaciòn económica de su esposo
- ¡Pero si tenemos más que suficiente! Jamás en los sueños más locos de mi
infancia imaginé vivir de esta manera. Terri, tú nunca antes te habías
preocupado por las cosas materiales ¿Por qué de repente te parecen tan
importantes como para sacrificar a tu familia?

Al escuchar la reacción de su esposa Terrence comenzó a comprender las


palabras de la señorita Pony con mucha más claridad que antes.

- No me lo preguntes - respondióó éél avergonzado- Tal vez he dado un


curso equivocado a mi amor por ustedes. La verdad es que no sé qué fue lo
que me ocurrió. Ví que las oportunidades se abrían, y no deseaba
desperdiciarlas. Esperaba que me permitiesen acumular un capital para el
futuro de Alben, ya que el de Dylan está asegurado.

El joven bien se hubiese autocasticagado de buena gana en esos


momentos, pero el suave toque de la mano de su mujer sobre la suya le
hizo entender que no sería necesario. Él levanto el rostro y se econtró de
nuevo con la mirada sonriente de la joven.
- Hemos sido un par de tontos ¿No te pparrece? - le dijo ella con el rostro
iluminado - Ambos estábamos arriesgando las cosas más valiosas por otras
no tan importantes.

- Te prometo que no volverá a suceder - aaseguró él estrujando con fuerza


la mano de la joven - He aprendido mi lección de la peor manera. . . y
pensar que pude perderte a ti. . . y a Dylan.

Candy respondió con un abrazo y así se cerró aquel desagradable capítulo


de su vida.

Ellis se puso de pie entonces e hizo volver a Candy de sus recuerdos. El


periodista agradeció a los Grandchester por su hospitalidad y después de
estrechar las manos del artista y de su esposa se despidió finalmente de
ellos. Edward apareció de algún rincón de la estancia para conducir al
invitado hasta la puerta, así que dando un último vistazo a la pareja, el
hombre siguió al mayordomo atravesando de nuevo por las mismas
habitaciones que ahora se veían envueltas en una nueva atmósfera a la luz
de las lámparas que resguardaban la casa de las tinieblas nocturnas.

Una vez afuera el reportero se volvió de nuevo hacia la residencia. Desde


lejos, un trío de caritas sonrientes lo veía con jovialidad a través de uno de
los amplios ventanales. Ellis respondió a los niños agitando su mano en
señal de despedida antes de subir a su auto y alejarse definitivamente del
vecindario, rumbo hacia “la ciudad”. En el camino el hombre pensó que tal
vez en su nuevo trabajo en Alemania podría encontrar finalmente la mujer
adecuada y sentar cabeza. Ya venía siendo hora.
Mientras el reportero se dirigía hacia su austero departamento en
Manhattan, Candy cumplía con el inevitable ritual nocturno. Supervisó que
las empleadas de la cocina levantaran la loza de la cena e hicieran la
limpieza de costumbre antes de clausurar los servicios culinarios por aquel
día. Como era viernes pagó salarios a sus trabajadores y se despidió de
todos con la acostumbrada sonrisa. Cuando en la casa solamente quedaba
la familia del artista, la joven se encaminó hasta las habitaciones de sus
hijos. Era la hora de las historias y los mimos. Treinta minutos más tarde el
acostumbrado bullicio de la casa cesó para caer en un suave letargo y la
joven madre pudo al fin soltar la cinta que recogía su cabello rubio y
quitarse los zapatos al entrar a su habitación, donde su marido leía en
silencio mientras la esperaba.

La mujer se sentó ante el tocador y comenzó la tarea de desmaquillarse y


soltar las horquillas de su pelo, preparándose para dormir. Mientras ella se
ocupaba de esa tarea, el joven dejó su lectura para contemplar la
ceremonia femenina que había presenciado ya miles de veces en diez años
de matrimonio. Entonces pensó que poco importaba el paso del tiempo, su
esposa le seguía pareciendo tan hermosa como el primer día, desde la
breve línea de la nariz, hasta los ricitos rubios que se ocultaban en la nuca
debajo de la espesa cabellera; desde la piel blanca de las manos, hasta la
luz inquieta de los ojos, todo le parecía fascinante. Había algo en torno a
ella que lo seguía manteniendo a la expectativa, igualmente encandilado
con la misma chispa de atracción que nadie más era capaz de encender en
él.

La visita de Ellis había despertado en él recuerdos de días oscuros, pero de


todas aquellas cosas pasadas había una sola de la cual podía sentirse
satisfecho y esa era no haber cedido a los avances de Marjorie Dillow. Parte
de él le decía que de haber sido así, aunque su esposa hubiese acabado por
perdonarlo, él jamás se hubiese perdonado así mismo.

Recordaba aún bien el día en que las cosas con Marjorie habían llegado al
nivel de lo inadmisible y hasta cierto punto Terrence seguía pensando que
en aquella ocasión su dureza hacia Marjorie no había sido injustificada.

Habría sido necesario ser un tonto para no darse cuenta de los abiertos
coqueteos de Marjorie durante aquella primera gira. Pero habituado a
situaciones similares Terrence había optado por hacer gala de su
proverbial indiferencia.

Sin embargo, cierta noche después de la función, Terrence se había


quedado un buen rato conversando con Hathaway en la habitación de éste
y no había regresado a la suya hasta ya muy avanzada la madrugada. Su
sorpresa fue grande al encontrar a la Dillow esperándolo en su cuarto.
- ¿Qué haces aquí? - había sido la inmediata reacción de su parte ante la
inesperada intromisión.

- Bueno, yo . . . he estado un tanto preocupada por ese diálogo que no


acaba de convencerte y como supuse que te gustaría ensayarlo vine aquí
para preguntarte si lo podíamos hacer mañana. Como no estabas, decidí
esperarte . . . ya que no podía dormir de todas formas - respondió ella
melosa.

- ¿Y para eso tenías que entrar a mi habitación sin permiso? - preguntó él


francamente molesto, no sólo por el atrevimiento, sino por la barata
obviedad de las intenciones de Marjorie, que no había vacilado en sobornar
al botones del hotel para dejarla entrar.

- Vamos, no te molestes por esa niñería mía - repuso ella sonriendo


mientras se acercaba al joven lentamente - En lugar de ponerte de mal
humor, bien podríamos buscar la manera de pasárnolas bien juntos . . . ya
que ni tú ni yo parecemos tener sueño esta noche ¿No crees?

- Pues yo tengo pensado ir a dormir ahora mismo, y tú deberías hacer lo


propio - respondió él tratando de controlarse para no abusar de su rudeza.

La mujer sonrió de nuevo, dispuesta a no darse por vencida tan fácilmente.


Con movimientos estudiados y rápidos a la vez, se acercó al hombre hasta
que estuvo de pie frente a él, de modo que extendiendo el brazo alcanzó a
juguetear con la solapa del saco de él.

- ¡Vamos! ¿Acaso tendré que ponértelo más claro? No me digas Terrence -


dijo ella susurrando - que un hombre como tú, no siente nada al tener cerca
a una mujer como yo ¿Por qué no aprovechar que estamos aquí los dos
para darnos un rato de esparcimiento que bien lo necesitamos . . . Sin
compromisos, claro.

Y diciendo esto úlitmo la joven dio un paso atrás y con un solo gesto de su
mano derecha desató la banda que sostenía la bata de seda roja que
llevaba puesta. La prenda cayó al suelo de golpe dejando al descubierto un
cuerpo que Marjorie sabía bello. La joven actriz había sido una de esas
chicas llamativas que desde los catorce años se había percatado del poder
que podía ejercer sobre los hombres, inclusive aquellos mucho mayores
que ella, quienes no podía evitar sentirse atraídos por aquella niña con
cuerpo de mujer.

- Tu esposa no tiene por qué enterarse - sugirió ella mientras miraba a


Terrance de frente, esperando en él la reacción natural y como el hombre
se quedó cayado por unos instantes, pensó que había ya ganado la partida.
Después de los primeros segundos, Terri pestañeó casi imperceptiblemente
y avanzó hacia la cama con pasos firmes.

- " Ya calló" - pensó ella triunfante.

Para su sorpresa Terrence arrancó el endredón que cubrían la cama y se lo


lanzó a Marjorie en un gesto que denotaba fastidio.
- Te vas a resfriar si no te cubres ahora que vas a salir de mi habitación en
el acto, a menos que quieras que llame a los empleados del hotel para que
te echen ¡Fuera de mi vista!

- ¡Eres un grosero! - se quejó ella aún asombrada con el tono violento con
que le hablaba su colega.

- Tal vez, pero un grosero que no es esclavo de sus instintos ¿Por quién me
has tomado? ¿Crees que arriesgaría el amor de mi esposa por un momento
de placer? Es posible que a una cualquiera como tú le parezca extraño,
pero para ir a la cama con una mujer yo necesito algo más que un cuerpo
disponible. Búscate otro con quien divertirte ¡Sal de mi cuarto de una buena
vez y no se te ocurra volver hacer una estupiez como esta! - concluyó él
con tono iracundo y los ojos brillando indignados.

- ¡Pues me voy! ¡Allá tú que te lo pierdes! - respondió Marjorie recogiendo


su bata - Pero sabe que te vas arrepentir de esto.

Aquello había sido la gota que derramó el vaso. Con la rueda de su furia
desatada el joven tomó a la mujer por los hombros con una expresión que
ella jamás olvidaría.

- Mira muchachita, no te atrevas a amenazarme de nuevo o serás tú la que


se arrepienta - bociferó y acto seguido llevó a la joven del brazo hasta la
puerta, cerrándola tras de sí de un golpe que seguramente habría
despertado a más de un huésped aquella noche.

Cuando Terri se hubo quedado solo respiró profundo y se tiró en la cama. El


incidente lo había puesto del peor de los humores, no sólo por el
atrevimiento de la mujer, sino porque de alguna manera le había indicado
algo que él venía esforzándose por ignorar en los últimos días. Ver a
Marjorie solamente le había recordado lo mucho que él estaba deseando
volver a estar con su esposa y la certeza de que la gira a penas empezaba
no lo hacía sentirse mejor. Su violenta respuesta hacia la actriz no había
sido sino su forma de manifestar su profunda frustración porque la mujer
que había estado esa noche ahí para seducirlo no hubiese sido su esposa.

Tal vez para otros hombres su reacción habìa sido más que estúpida, pero
él sabía de sobra que semejante gratificación inmediata no solament
tendría consecuencias dolorosas para quien más amaba, sino que al final,
resultaría bastante mediocre comparada con el verdadero placer que
solamente llega cuando se mezcla la piel con el corazón. No se
arrepentía . . . todo lo contrario.

- ¿Qué me ves? - preguntó Candy divertida al ver el rostro de su marido que


la miraba con fijeza al tiempo que ella se metía a la cama - ¿Tengo una
peca nueva?
- ¡Miles!- contestó él siguiendo la broma al momento, a pesar de haber
estado abstraído en sus pensamientos un buen rato.

- ¡No tienes remedio! - dijó ella alzando los ojos, como fingiendo frustración
mientras se desplomaba sobre la almohada.

- No lo tengo y tuya es toda la culpa. Esta enfermedad es crónica -


respondió él reclinándose sobre ella al tiempo que sostenía su peso sobre
un brazo.

-¿Enfermedad? ¿Es entonces un mal eso de ser sarcástico? - preguntó ella


con una risita.

-No . . . esa es mi virtud . . . Tú eres mi enfermedad crónica - repuso él


riendo sofocadamente.

- ¡Vaya! Eliza me ha dicho muchas cosas desagradables desde el día en que


la conocí, pero este insulto de compararme con una enfermedad supera a
todo lo que Eliza pudo haber pensado - resondió ella volteando el rostro en
fingida indignación para esquivar los labios de su marido.

- Yo supero a cualquiera, señora - respondió él sonriente - pero no es un


insulto lo que te he dicho, sino una verdad - concluyó él, que al no poder
besar los labios de la joven optó por besarle el cuello.

- No deberías hacer eso si en verdad quieres librarte de esta enfermedad -


rió ella sintiendo cosquillas.

- ¿Quién ha dicho que quiero sanar? Si este es el mal más delicioso que
jamás he tenido. Duele el corazón de vez en cuando, y el resto del cuerpo
la pasa mal si estoy lejos de ti. . . pero la mayor parte del tiempo es la
gloria.

- ¡Terri! - dijo ella conmovida volviendo el rostro para econtrarse con los
labios de su marido.

Una ligera llovizna veraniega comenzó a caer en la tranquilidad de la


noche.

Candy miraba las gotas caer y escurrir lentamente sobre las vidrieras de la
ventana. El chubasco estival había bajado la temperatura dejando una
sensación fría y húmeda en el aire que le hacía estremecerse ligeramente.
En días como aquellos la mujer no podía dejar de ponerse melancólica e
involuntariamente su mente voló hacia un pequeño lugar a las orillas del
Lago Michigan donde sus hijos estaban entonces pasando las vacaciones. Si
la mañana había estado despejada seguramente Albert y Tom habrían
llevado a los niños a jugar baseball. Aquello se había convertido ya en una
tradición: los niños del hogar contra los nueve primos.

La rubia se sonrió para sus adentros pensando en el cuadro de los cuatro


rozagantes mozalbetes hijos de Patty y Tom que solian jugar como
jardineros y en las paradas cortas; el rubio Alben con su inseparable amigo
Anthony - hijo único de Raisha y Albert- que eran expertos corredores de
bases; el pequeño y retraído Alistair Cornwell que prefería ser el catcher;
Dylan que por ser el mayor era el capitán del equipo y Blanche que a sus
seis años se había convertido en la lanzadora estrella. Por un momento
deseó estar con ellos pero después reconoció que realmente necesitaba
aquellos días de descanso lejos de la siempre abrumadora responsabilidad
de la maternidad.

Debían de ser como las dos de la tarde allá en América, pensó Candice
suspirando, pero allá en Escocia ya pronto oscurecería. A lo lejos se podía
escuchar el murmullo de la lluvia entre la arboleda, mientras el sol
descendía lentamente detrás de los densos nubarrones que impedían ver el
ocaso. De repente le pareció sentir que alguien la observaba e
instintivamente buscó con la mirada a lo largo del jardín y más allá de la
barda que resguardaba el palacete. Entonces le pareció ver una figura
masculina tratando de ocultarse detrás de las madreselvas que trepaban la
verja de la entrada principal.

Aguzó la vista y pudo distinguir a un hombre pelirrojo envuelto en un sucio


impermeable que tan pronto como se sintió descubierto corrió hacia la
arboleda cercana y se perdió en la espesura.

- Un pobre mendigo sin techo – supuso la mujer. Pero curiosamente


después de aquella primera conclusión, pensó que el individuo, a pesar de
la distancia, le había hecho recordar el rostro de alguien conocido.

Candy se alejó entonces de la ventana y se dirigió hacia la chimenea de la


estancia para atizar el fuego que parecía comenzar a morirse en el hogar.
Mientras movía las brazas con el atizador pensó que el mendigo en el
impermeable viejo le había recordado un tanto a Neil Leagan, pero luego
se burló de su propia ocurrencia.

Nadie sabia nada de Neil desde el gran desastre bursátil del año anterior.
La ya dramáticamente mermada fortuna de los Leagan terminó por
desaparecer completamente con el nefasto efecto de la crisis económica
mundial. Incapaz de soportar el nuevo golpe Sarah se habia ido a reunir con
su marido al otro mundo; Eliza, por su parte, había caído en una depresión
profunda, de la cual no había salido hasta la fecha y Neil se había marchado
del país sin dejar rastro.

La casa de Lakewood había sido abandonada por completo. Solamente las


malas hierbas y las alimañas podían vivir ahí, donde antes había habitado
el orgullo y la vanidad. Lejos de Lakewood, Eliza languidecía de por vida en
un sanatorio gracias a la caridad de Albert, ajena a cualquier otra cosa que
no fuera su amargura.
Candy suspiró melancólica al recordar a los hermanos Leagan y una vez
más se admiró de que alguien pudiera desperdiciar el tesoro de la vida de
una manera tan estúpida, mientras otros tenían que luchar con todas sus
fuerzas por conservarla, aferrándose a ella con pasión y ansias de seguir
vivo. Tal era el caso del pequeño Alistair, que para la gran tristeza de Annie
y Archie era un chiquillo tan dulce como enfermizo.

La rubia recordaba con cuántos esfuerzos Annie había conseguido


finalmente quedar encinta, después de un penoso viacruicis de médicos,
remedios y desilusiones continuas. Pero no sólo había sido penoso lograr
concebir, sino que igualmente el embarazo había sido delicado y la salud
del bebé una vez que hubo nacido resultó ser preocupantemente frágil.
Alistair, que era apenas un año mayor que Blanche, había heredado la
inteligencia de su tío muerto, pero carecía de la buena salud de la que
Stear siempre había gozado. Tal vez por eso Blanche, que tenía un corazón
tan grande como el de su madre, había adoptado al pequeño Alistair como
su primo favorito y lo protegía de la misma manera en que alguna vez la
propia Candy había defendido a Annie.

Los conocimientos médicos de Candy le hacían comprender que las


probabilidades de que Alistair lograra llegar a la edad adulta eran muy
pocas, pero la joven confiaba que más allá de aquello que la ciencia pudiera
ofrecer, las plegarias de todos los que amaban a los Cornwell terminarían
por ofrecer una esperanza. La Hermana María le había dicho en su
acostumbrado tono enigmático que el futuro de Alistair sobrepasaría todas
las expectativas y ella esperaba que una vez más las predicciones de la
religiosa resultaran acertadas.

Los maderos crepitaron al llegar el fuego a un cabo más delgado, logrando


partir uno de ellos en dos. El ruido sacó a la mujer de sus cavilaciones y la
hizo percatarse de que había que agregar más leña para mantener viva la
llama. Con algo de pereza Candy se estiró para alcanzar los trozos de
madera en un recipiente cercano a la chimenea. Mientras añadía los leños y
observaba como el fuego crecía proyectando sombras y luces cada vez más
dramáticas sobre su rostro, pensó en otras vacaciones que había pasado en
Escocia siete años atrás. El cálido recuerdo le llenó la mente con imágenes
brillantes, intensas, vivaces como la llama del hogar que alimentaba.

Después de aquellos días negros vividos en el otoño de 1923 la


reconciliación que siguió había sido tan deliciosa como acre habían sido los
celos y el dolor sufridos. Terrence, como era de suponerse, no había
concluido la gira de invierno, declarándose enfermo – lo cual era cierto – y
en su lugar había pasado las fiestas decembrinas en casa, mientras él y
Dylan convalecían de la pulmonía que habían pescado aquella noche
tormenta. Pero como tanto el padre como el hijo gozaban de una
constitución fuerte, en poco tiempo recuperaron la salud y estuvieron listos
para retomar su vida de siempre.

Así pues Dylan y Alben se encargaron de continuar sus incansables


aventuras del sótano al desván de la casa y Terrence se ocupó de comenzar
a escribir una nueva pieza al tiempo que se esforzaba por recuperar el
afecto de sus hijos. Como ambos niños habían heredado la naturaleza
bondadosa de su madre, pronto olvidaron por completo el abandono en que
su padre los había tenido y la vida pareció retomar su curso acostumbrado.
Sin embargo, Candy pronto notó que su marido parecía aún inquieto por
algo.

Como era de suponerse las tensiones entre Terrence y Robert Hathaway


continuaron, toda vez que Hathaway seguía favoreciendo a su joven
amante con papeles importantes, aún después de que Karen Claise regresó
a las tablas. Los Gradchester prefirieron mantenerse al margen de aquel
delicado asunto, pero Karen que era la más afectada, no se quedó callada.
La temperamental actriz se encargó de dirigir una campaña de descrédito
hacia su rival, lo cual acabó, como era de esperarse, por confirmar las
sospechas de Nancy Hathaway. Finalmente la situación reventó y
Hathaway tuvo que decidir entre su esposa y Marjorie. El resultado fue más
bien lamentable. Robert rompió con Marjorie y ésta tuvo que abandonar la
Compañía, pero esas medidas no sirvieron para acallar el rencor de Nancy,
que terminó por pedir el divorcio, sin importar el escándalo que
representaba.

Siendo Terrence un colaborador y amigo íntimo de Hathaway, no pudo dejar


de sentirse afectado por los problemas vividos por su antiguo maestro. Así
que, una vez que Robert y Nancy llegaron al penoso acuerdo de la
separación definitiva, el joven actor, cansado de las muchas tensiones
vividas en aquellos últimos meses, le suplicó a su mujer que lo
acompañara en un viaje fuera del país que lo ayudara a despejar la mente y
el espíritu. De este modo, deseoso de alejarse de las intrigas de Broadway
y ávido de dar rienda suelta a la pasión que había tenido que reprimir
durante las largas giras hechas el año anterior, el actor se escapó con su
familia a su villa escocesa.

Candy recordaba aún con emoción los hermosos días vividos en aquellas
vacaciones. Los niños se habían enamorado desde el primer momento de la
madre de Mark, que aún trabajaba para la familia cuidando la mansión.
Mark se había casado y tenía un par de gemelos de la misma edad de
Alben, por lo que en varias ocasiones los cuatro niños se quedaban a dormir
todos juntos en la cabaña de la viuda, cosa que a Candy le agradaba mucho
porque quería que sus hijos crecieran sin los prejuicios de clase que la
habían hecho sufrir tanto durante su adolescencia, y a Terri le parecía
perfecto porque le permitía gozar de su esposa con mayor libertad.

La mujer se sonrió mientras contemplaba el fuego al recordar las


numerosas ocasiones en que ella y su marido habían pasado la noche como
aquella primera vez el día de la Fiesta Blanca de Eliza, contemplando el
fuego y compartiendo el momento sin decir nada. Sólo que en aquellas
segundas vacaciones el final de las veladas no llegaba al atardecer, sino
hasta rayar el alba, cuando el fuego del hogar, y el del cuerpo se extinguían
y el cansancio les hacía quedarse finalmente dormidos uno en brazos del
otro. Al igual que su padre, Blanche había sido concebida en el villa de
Escocia.

Candy recordaba que en aquellos días su marido se habia vuelto más vivaz
y condescendiente. Inclusive se había animado a hacer cosas a las cuales
antes siempre se habìa rehusado o por lo menos había sido necesario más
de un ruego para convencerlo de hacerlas, como ser un tanto más amable
con los reporteros, admitir un perro en la casa o aceptar más invitaciones a
eventos sociales.
La joven mujer estaba segura de que aquella repentina complacencia se
debía en buena parte a que estaba profundamente conmovido por la
decisión que ella había tomado de abandonar su amistad con Bower.

Contrario a lo que se podía pensar, Candy no se había sentido mal con la


situación, sino que se había convencido de que aquello había sido lo mejor.
Sobre todo cuando finalmente pudo conocer al verdadero Nathan Bower el
día en que le había suplicado que no la volviese a buscar.

Candy, que había empezado a sospechar ligeramente que su amigo la


miraba con otros ojos, pudo confirmarlo con la reacción del hombre ante su
petición. No sólo Nathan se mostró visiblemente molesto y hasta un tanto
violento, sino que de una buena vez le confesó a la joven que estaba
enamorado de ella.

Eso hubiera despertado en Candy una profunda compasión y simpatía


hacia los sentimientos de su amigo que ella no podía corresponder, de no
ser porque el joven actor no se conformó con la simple confesión. Lejos de
aceptar la decisión de la dama, el hombre insistió que la seguiría buscando
sin importar lo que "el bueno para nada" del marido de Candy pensase. Si
era necesario mentir, armar un escándalo o lo que fuese, él no se
detendría.

A este punto la joven se había molestado francamente con las amenazas


de Bower las cuales denotaban que lejos de sentir amor, el hombre
solamente estaba encaprichado con ella. Pero temiendo que aquello fuese a
terminar entre un enfrentamiento entre los dos hombres, la joven decidió
optar por una estrategia menos directa, pero más efectiva. Tal vez se
debió a que tras muchos años de conocer y sufrir la malicia de los Leagan,
Candy había aprendido finalmente a usarla . . .. o quizá fue que su amor y
su deseo de proteger a su marido la animó a reaccionar con astucia.

- Si deseas seguir buscándome, hacer un escándalo, decir mentiras a la


prensa y cosas por el estilo, me tiene sin cuidado - le había dicho ella
categórica, poniéndose de pie, como para indicarle a Bower que había
llegado el momento de retirarse - Pero, luego no te quejes cuando ya nadie
te de trabajo en Broadway. No sólo arruinarás tu reputación estúpidamente,
sino que te aseguro que no habrá productor que te contrate. Solamente
recuerda quién es mi marido.

Y con esta última frase la joven se había vuelto para llamar al mayordomo y
pedirle que le indicara la salida a su visitante. Después de entonces Candy
jamás volvió a ver a Nathan Bower, al menos no personalmente.
Soprendentemente las palabras de la joven habían despertado en él un
gran miedo a ser betado en todo el país. Como la idea de regresar al Reino
Unido no le agradaba, ya que había dejado más de un asunto pendiente y
un marido resentido por allá, decidió mejor abandonar Broadway de una
vez por todas y probar suerte en California. Ahi Nathan emprendió una
carrera en el cine con no mucho éxito.

El reloj dió las nueve de la noche y la mente de Candy volvió de nuevo al


presente preguntándose por cuánto tiempo más tendría que esperar. La
lluvia parecía no cesar y el frío le calaba los huesos aún cerca del fuego, así
que alargó el brazo para tomar una frazada que reposaba sobre el diván
cercano pero antes de que su mano tocara el mueble otra mano le alcanzó
la frazada.

- ¿Cuánto tiempo tienes ahí sin decir nada? – preguntó entonces sintiendo
que el frío empezaba a disiparse.

- El suficiente como para comprender que aún luces tan hermosa sentada
frente al fuego como cuando tenías catorce años . . . aunque podría decir
que ahora me gustas mucho más – contestó la voz grave de Terrence.

- ¡ Adulador! – respondió ella señalando el lugar sobre la alfombra para que


su marido se uniera ella a contemplar el fuego – ¿Cuéntame, pudo Stewart
encontrar boleto para Londres?

- Así es – repuso él tirándose en la alfombra con displicencia – creo que


llegará a tiempo para comprar esa nueva finca . Según él será un buen
negocio.

- No dudo que así sea – respondió Candy que confiaba ciegamente en


Stewart sobre todo cuando el año anterior había demostrado gran
sagacidad para proteger los intereses de sus patrones aún en contra de los
dramáticos altibajos de la economía mundial.

Terrence reclinó la cabeza en el regazo de su mujer y dio por teminada la


conversación. En aquellos momentos las palabras estaban de más. El
hombre cerró los ojos y se concentró en disfrutar de aquella sobrecogedora
sensación de placidez absoluta, en donde parecía que por lo menos en
aquel íntimo instante las preocupaciones terrenas no podían alterar su
tranquilidad.

La mujer advirtió que el frío había desaparecido por completo y que una
suave calidez le penetraba desde las yemas de los dedos mientras
jugueteaba con las hebras castañas de su marido.

En una semana más Albert y Raisha llegarían a Inglaterra con su hijo y los
tres niños Grandchester. Después, los Andley volverían a la India donde
continuarían su labor de apoyo a la causa independentista y Candy
regresaría con su familia a Nueva York, donde tendría lugar la presentación
del nuevo libreto de Terrence.

- Habrá muchas cosas por hacer cuando regresemos - pensó ella


contemplando el fuego - pero ahora . . . de nuevo siento como si fuera la
víspera de Navidad.

- Sí - dijo él audiblemente incorporándose para mirarla a los ojos- por


ahora solamente quiero estar a tu lado y ver pasar el tiempo - y antes de
que ella pudiera reponder a sus palabras, el apagó su réplica con un beso
que ella recibió gustosa, consciente de lo que vendría.

FIN

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