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Candy Candy
Candy Candy
Vientos de Guerra
Ahora más que nunca, mis amigos lectores, Candice White Andley era la
personificación dela libertad y la independencia. Había aceptado conservar
el apellido de su familia adoptiva como un gracioso acto de simpatía hacia
el hombre que amaba como al hermano mayor que nunca había tenido.
Ocasionalmente ella le acompañaba a eventos sociales o grandes galas en
las cuales era necesario ser visto para el bienestar de los negocios y la
reputación de la familia Andley. Pero además de esas raras ocasiones Candy
era todavía la joven sencilla y dulce que siempre había sido.
Candy cumpliría pronto 19 años y la cándida belleza que una vez había
cautivado a los tres jóvenes Andley, años atrás en los días de la mansión de
Lakewood, había madurado en una mujer cuya hermosura dejaba sin aliento
a cualquiera. Poseedora de una figura con suaves pero voluptuosas curvas,
una sonrisa arrolladora y unos ojos por los cuales se podía matar, Candy
tenía aún la gracia de la sencillez. Las pecas de su nariz habían casi
totalmente desaparecido dejando solamente algunas manchitas rosas que
daban a su rostro un aire cándido. Sus maneras se habían suavizado pero
conservaba los firmes movimientos de una persona que ha practicado
deportes de manera regular, algo que no era muy común entre las mujeres
de su tiempo. Pero una vez más, muchas cosas no eran comunes en la más
famosa y excéntrica heredera de una de las familias más ricas de los
Estados Unidos.
Albert, por su parte, estaba algo preocupado por la soledad en que Candy
vivía, pero ella se veía tan segura de lo que quería para sí misma que no
pudo negarse ante el deseo de la joven de vivir sola. Dentro de su corazón
Albert esperaba que su pequeña encontraría algún día el amor que había
perdido ya dos veces en su corta vida, porque para él, nadie más que ella
merecía esa bendición.
La joven rubia no tuvo que preguntar nada porque cada detalle estaba ya
escrito en la cara de su colega: los Estados Unidos le habían declarado la
guerra a Alemania finalmente. Candy conocía bien esa mirada solemne en
la cara de Katherine y se pudo imaginar también lo que aquel evento
significaba para el país y para ella misma...
Una joven pareja con un niño pequeño pasaron frente a ella. La mujer
estaba radiante con una mano firmemente asida al brazo de su esposo,
mientras él cargaba con su otro brazo al pequeño que no debía de tener
más de dos años. Candy los vio caminar a lo largo del parque hasta que
desaparecieron de su vista. Parecían tan felices y tan ajenos al peligro
eminente que el país estaba por enfrentar. Candy entonces pensó que la
joven madre tenía razones poderosas para permanecer sana y salva en el
cobijo de la madre patria, mientras toda el ejército norteamericano se
preparaba ya para defender al país, después de todo, aquella mujer tenía
una familia por la cual velar ....¿Pero ella? . . . ¿Quién esta esperándote en
casa Candice White?
¿Qué estás diciendo? – gritó Albert sin poder creer lo que había oído –
¿Candy abandonó el departamento sin decir una palabra?... ¿ Ni
siquiera a mi ?
Largo tiempo atrás, desde que Candy había decidido continuar viviendo sola
en su departamento al centro de Chicago, Albert había apostado guardias
que cuidaban de la joven sin dejarse notar.
William Albert sabía bien que Candy se hubiese molestado de haber sabido
que era vigilada de esa forma, pero la ciudad se estaba convirtiendo en un
lugar violento y peligroso, y una rica heredera era siempre una tentación
para secuestradores y otros maleantes. Por lo tanto, como la cabeza de la
familia, Albert no podía tomar riesgo alguno con respecto a la seguridad de
su protegida.
Lo que sus ojos leyeron entonces estaba más allá de sus más horribles
sueños.
Los ama
Candice W. Andley.
P. D.
Albert lamento decirte que solamente gastas tu dinero en esos
guardias. Por lo regular siempre se quedan dormidos después de la
media noche.
Encantada de verte otra vez – susurró Candy cuando Flammy pasó junto a
ella . Me temo que no puedo decir lo mismo – replicó la morena con voz
seca y sin más comentarios continuó su inspección del grupo – Espero que
todas ustedes estén seguras acerca de la decisión que tomaron cuando
resolvieron enrolarse. Pronto encontrarán que todas las cosas negativas que
han oído acerca de las experiencias de las enfermeras militares no son muy
exactas. De hecho, la realidad va más allá de cualquier cosa que se
pudieron haber imaginado allá, en sus cómodos y rutinarios trabajos en los
Estados Unidos la realidad es señoritas, mucho peor.
Después de esta melodramática introducción, Flammy continuó con una
larga lista de deberes reglas y recomendaciones. Todas las jóvenes nuevas
se miraron unas a las otras admiradas por la frialdad de tal recepción. Las
palabras de Flammy fueron claras, distantes y heladas, sin un dejo de
simpatía o amabilidad, solamente un muy elocuente discurso que no dejaba
dudas sobre quién estaba a cargo y cómo esperaba ella que se cumpliese
con el trabajo por hacer. La expresión en su cara no cambió ni tampoco el
tono de su voz. Si alguna de las enfermeras en el grupo había esperado que
todo ese asunto de la guerra no iba a ser tan malo después de todo
entonces el discurso de "bienvenida" de Flammy se encargó de matar la
última de esas débiles esperanzas. No obstante, un solo corazón entre el
grupo no se dejó impresionar o realmente afectar por la actitud de Flammy.
Candy sabía bien que todo aquello era pura actuación. Detrás de esa mujer
que aparentaba tener un corazón de hielo, había una niña solitaria y esta
vez Candy no iba a caer el la trampa de su pretendida dureza.
Aquella noche Candy se sentó en la ventana del cuarto que iba a compartir
con una enfermera mayor llamada Julienne. No había nada que pudiese ser
considerado un lujo en la habitación. De hecho, el cuarto era más bien
austero y sus habitantes bien podrían haberse sentido deprimidas
fácilmente por su sola apariencia. Si Candy no hubiese pasado antes por
situaciones más difíciles tal vez la tristeza le habría embargado entonces
junto con unos grandes deseos de regresar a casa. Pero ella había decidido
mantener el espíritu muy en alto y estaba ahora llena de esperanzas en la
nueva empresa que había empezado. Ni la dureza de las palabras de
Flammy ni la pobreza del cuarto podrían quitarle la emoción que sentía en
el corazón y la belleza de la luna llena que apareció entonces en el cielo
nocturno. Mientras pudiese apreciar la belleza de la creación divina a pesar
del tamaño de sus problemas, le había dicho alguna vez la Hermana María,
habría esperanzas para continuar.
Candy entonces cerró la ventana preguntándose qué podría haber sido ese
dolor repentino en su propio corazón.
Los días pasaron rápidamente en Saint Jaques, pero tal como lo prometiera
Flammy, ninguno de ellos fue fácil o tranquilo. Los heridos inundaban los
pabellones, los quirófanos y aún los corredores. El dolor y la desesperación
estaban en el aire que cada ser humano respiraba mientras que muy poco
consuelo podía ser hallado en medio de la confusión.
" Juntas podrían formar la enfermera perfecta", se había dicho alguna vez
Mary Jane y si hubiese podido ver a sus antiguas alumnas en acción se
habría congratulado a sí misma par los buenos resultados y los acertado de
sus predicciones. Porque en verdad el trabajo de las jóvenes se
complementaba tan bien que a pesar de las limitaciones que se sufrían en
el hospital todo trabajaba satisfactoriamente, aún en la confusión que
frecuentemente reinaba en derredor.
Candy se había dado cuenta de ello y por lo tanto trataba de trabajar con
Flammy tanto como le era posible y haciendo su mejor esfuerzo para
ignorar el exasperaste temperamento de su antigua condiscípula.
Desafortunadamente, Flammy no era de la misma opinión y hacía las cosas
mucho más difíciles para Candy, quien tenía que soportar sus despóticos
modales.
¿Acaso eres nueva en este trabajo? – dijo Flammy con tono irritado –
esta venda está demasiado apretada, más te vale que la aflojes
inmediatamente o le causarás a este pobre hombre más problemas
de los que ya tiene.
Candy encogió los hombros y le dio al hombre una de esas dulces sonrisas
que valen un millón de dólares.
Pues verá, el secreto es nunca tomar como algo personal lo que dice
y aceptarla así como es.
Tal vez pero está demasiado en el fondo como para poder verla, creo-
insistió el hombre con una risita – Te digo algo más, si esa ‘amiga’
tuya no logra suavizar el carácter va a terminar como una solitaria
solterona.
Sí, pero uno siempre intenta, tú sabes, especialmente con una chica
tan encantadora. ¿Oh no?
Sí, pero esta chica en especial, Sr. Girard, no es muy fácil de atrapar –
dijo el doctor uniéndose a la conversación – y un ejemplar femenino
verdaderamente difícil de encontrar, además.
Yves Bonnot había conocido a Candy desde el primer día que ella llegó al
hospital. Se encontraba tomando un breve descanso en el privado de los
médicos y estaba saliendo del baño cuando el director del hospital entraba
al lugar con el grupo de las nuevas enfermeras. Escondido detrás de la
puerta del baño Yves escuchó el discurso de Flammy – algo que ya había
hecho algunas veces antes – y con mirada cuidadosa examinó la reacción
de las recién llegadas mientras la seca morena hablaba. Un rostro entre
todo el grupo captó su atención inmediatamente. Al principio fue tal vez la
exquisita belleza de una cara con piel blanca como la crema fresca, con una
naricita respingada y unos ojos increíblemente grandes, lo que cautivó al
joven, pero después de unos cuantos minutos después de la primera
impresión, Yves pudo ver algo más allá de la bella apariencia. Mientras
Flammy continuaba hablando el joven se divertía con la consternación que
se podía ver en las caras de las nuevas enfermeras. Sin embargo, en el
rostro de la rubia no se pudo apreciar ni una sombra de miedo o
incertidumbre. En lugar de eso Yves pudo leer una determinación poco
usual en esas profundas ventanas verdes de sus ojos.
Desde ese momento Yves había seguido los movimientos de la joven con
interés. Se hallaba más que dispuesto a conocerla mejor, pero pronto
encontraría que el camino al corazón de la joven, a pesar de la
acostumbrada bondad de su poseedora, era un senda muy difícil de cruzar.
No era lo que puede llamarse un hermoso día. De hecho, había llovido toda
la mañana quedando un hilera interminable de charcos sobre las aceras. La
ciudad tenía una apariencia melancólica bajo el gris cielo de verano que
combinaba bien con el ánimo de sus habitantes. Más de tres años había
pasado desde que la guerra había comenzado y el país estaba ya cansado
de soportar el dolor y la constante pérdida. A pesar del triste escenario Yves
estaba disfrutando de su día libre y había salido con su perro para dar una
caminata. El animal, un gran pastor alemán que aun no cumplía su primer
año, caminaba inquietamente al lado de su amo.
Yves se sentó en una de las bancas del parque pensando en los cambios por
los que había atravesado la ciudad desde el inicio de la guerra. París era
todavía la reina de las grandes ciudades pero aunque sus edificios estaban
aun sanos y salvos la atmósfera había cambiado dramáticamente. Se
podían ver soldados por todas partes, la gente caminaba por las calles con
una expresión preocupada y silenciosa, y aun en la "Quartier Latin", el
vecindario de los estudiantes y artistas, el usual aire de efervescente
agitación parecía haber perdido su energía acostumbrada. En otras
palabras, la posibilidad de que el ejército alemán invadiera la bella y
atesorada ciudad, orgullo de toda la nación, era un fantasma que rondaba
las mentes de todos.
Yves había soltado la correa así que no tuvo otra alternativa que correr
detrás de su perro, el cual no daba oídos a los llamados eufóricos de su
amo. En unos cuantos segundos los tres corredores estaban fuera del
parque y se dirigían hacía una calle cercana en frente de los peatones que
los miraban divertidos. Del otro lado de la misma calle una joven se había
detenido para comprar un helado a un vendedor ambulante. El gato, en su
desesperación, vio un buen refugio debajo del carrito de helados y antes de
que la joven pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el gato y el
perro estaban corriendo en círculos alrededor de ella. Los animales la
tiraron al suelo donde ella fue finalmente a parar toda enredada con el gran
perro y su correa. Mientras tanto el gato, viendo una buena oportunidad
para salvar la vida, escapó graciosamente.
Mon Dieu, oh mon Dieu !( Dios mío) – dijo Yves al acercarse a la chica
– Je suis desolé Medemoiselle, Je..( Lo siento mucho señorita ) .....
Pero entonces, al darse Yves cuenta de que los ojos más verdes que
jamás había visto le miraban con simpatía, ni una sombra de molestia
en su profundidad acuosa, se paralizó por un instante no sabiendo
qué decir en cualquiera de las lenguas que hablaba.
"Oh Dios mío" pensó Yves, " Es ella, no puede ser.. no puede ser...Yo había
imaginado que sería diferente .. algo más .... ¿Romántico?.... ¿Qué estoy
diciendo? .... Debo estar loco .....De todas formas, tengo que pensar
claramente cuál es mi siguiente movimiento...Vamos tonto, piensa rápido"
Yves pagó al vendedor por el helado y éste sonrió al joven cuando se dio
cuenta cuán nervioso se encontraba el muchacho por el ligero temblor de
sus manos.
Merci – dijo Ives sin saber qué responder al comentario del hombre –
Aquí tiene señorita -dijo finalmente volviéndose a la joven junto de él,
quien, como seguramente nuestros lectores ya han imaginado, no era
otra que Candy.
Gracias, Sr....
Yo soy Candice White Andley, pero todos me llaman Candy – dijo ella
ofreciendo al joven la mano que le quedaba libre. Candy pensó
entonces que el joven tenía una linda sonrisa.
Enchanté.
Pero....
Capítulo 2
Cartas de Candy
En los días que siguieron a la partida de Candy, Albert tuvo que enfrentar la
dura tarea de comunicar a su familia las malas noticias. Después de mucho
pensarlo finalmente se resolvió a llamar a sus parientes más cercanos,
incluyendo a los Leagan y a Annie para hacerles saber lo que había pasado.
Bueno, déjame decirte que cancelé una cita muy importante, así que
espero que esta junta valga la pena – concluyó el Sr. Leagan.
Una vez más Albert ignoró la ironía en la voz de ella y continuó su discurso.
¿Pero por qué haría ella algo así? – preguntó Archie con preocupación
reflejada en su cara.
¿Qué quieres decir con eso? – dijo Neil con tono irritado y apretando
los puños con fuerza
– ¿nos estás diciendo que ella está en camino a su muerte justo como
Stear?
" ¿Está . . . algo . . . feliz?" – se preguntó Albert para sus adentros. Porque
ciertamente, la cara de la joven se había iluminado desde el momento en
que se había enterado de que su antigua rival había partido a tierras
lejanas. En su obscuro corazón Eliza Leagan estaba feliz.
"¡ Qué afortunada soy!" – pensaba ella – "Con un poco más de suerte una
bala perdida me
librará de la maldición de su presencia para siempre"
¡Pero ella es mujer! ¿Te das cuenta que ella podría ser. . .? – Archie se
detuvo en seco horrorizado ante la infame escena que se había
formado en sus pensamientos. Llevándose una mano a la cara se
restregó la frente con nerviosismo por unos momentos y después de
una pausa añadió – ¡Oh Dios mío, la sola idea me hiela la sangre! –
masculló.
¡Basta, Archie, por favor! – gritó Annie dejando salir los sollozos
libremente de su garganta con toda la pena que tenía en el corazón –
Oh Albert, todo esto es mi culpa, mi culpa – dijo entre lágrimas.
¿No piensas que es también difícil para mí? – preguntó Albert dejando
salir un poco de su propia desesperación – Candy es mi protegida y la
amo profundamente. Ella se ha convertido en la persona más cercana
a mi a través de todos estos años. Desde que mi hermana murió no
recuerdo a nadie que fuese tan importante para mi.
Estoy seguro de eso. Se bien lo que Candy significa para ti. . .. Pero,
Albert, lo que yo siento es diferente . . . Yo....’
¡Shhh! – dijo Albert tocándose los labios con uno de sus dedos y
bajando la voz hasta que
se convirtió en un susurro que solamente Archie podía oír – Lo se. Hay
sentimientos que un hombre de honor tiene que guardar en lo
profundo de su corazón para nunca dejarlos salir, ni siquiera
confesárselos a sí mismo porque solamente harían las cosas más
difíciles. Esas cosas que le dijiste a Annie allá en mi oficina nunca
debían haber sido dichas.
Los dos jóvenes regresaron a la oficina en silencio, todos los temores de sus
corazones colgaban de sus hombros pesadamente. Una vez que estuvieron
los tres reunidos Albert explicó a sus amigos cuáles eras las nuevas
precauciones que el había tomado para proteger a Candy aún en la
distancia.
Junio 29 de 1917
Querido Albert:
Por otra parte, no es tan horrible como la gente dice. Todos han
sido muy amables conmigo. Sí, el trabajo es duro pero todos están
tan conmovidos por el dolor en el hospital que la mayor parte de
los buenos sentimientos salen a flote fácilmente en el corazón de
todos. Trabajamos duro porque el personal no es suficiente para
cuidar de todos los heridos que llegan todos los días del Frente
Occidental, pero también somos recompensados cuando nos damos
cuanta de que hemos logrado salvar una vida.
Por favor, dile a Annie que París es todo lo que ella me dijo una
vez. La ciudad es tan preciosa como para quitar el aliento. Por
supuesto, no tengo mucho tiempo para conocer la ciudad pero cada
dos semanas tengo un día libre, bueno, solamente diez horas.
Usaré ese tiempo para ver todo y como van las cosas por aquí,
parece que esta guerra tomará todavía un rato para terminar. Así
que tengo la oportunidad de conocer bien París.
Como estoy muy ocupada aquí no creo que tenga tiempo para
escribir muy seguido. Mi siguiente carta será para Annie, después
le escribiré a Archie y después a la Señorita Pony y a la Hermana
María, y finalmente de nuevo a ti, así que se paciente y todos
ustedes cuéntense lo que digo en mis cartas. Pero por favor no le
digas a Annie lo de las amputaciones que te conté. No quiero que
se sienta triste por eso.
Con amor
Candy
P.D.
Agosto 6 de 1917
Querida Annie:
Te quiere mucho
Candy
Septiembre 24 de 1917
Querido Archie,
Con cariño,
Candy.
Octubre 1 de 1917
Esta es la primera carta que les escribo desde que dejé América
hace seis meses. Se que no esjusto escribir tan poco pero mis
deberes aquí no me permiten hacerlo más seguido. Ustedes me
enseñaron que el servicio a los que están en necesidad debe
siempre ir primero, y aquí hay tanta gente que necesita de
consuelo y ayuda que simplemente no puedo detenerme.
Candy.
¡Hermana María!
El gélido viento otoñal entró al cuarto moviendo las hojas del calendario. Era
el primero de
noviembre. En el escritorio de la señorita Pony las páginas de una revista se
movieron también
con la repentina ráfaga. En una de las páginas se podía leer un
encabezado : "Una estrella
marcha para luchar por la patria en el Frente Francés."
Capítulo 3
Vano afán
María Enriqueta.
Sí. . . pero – la voz del muchacho cobró un triste tono. – Me temo que
ya no voy a poder ver nada desde ahora – dijo el amargamente.
El corazón de Candy se rompió una vez más como siempre lo hacía con ese
tipo de situaciones. El joven había sido alcanzado por una bomba de iperita,
una arma química inventada por los alemanes, la cual en el más afortunado
de los casos causaba la ceguera. De hecho el muchacho había sido
ciertamente afortunado porque de haber estado expuesto al gas por más
tiempo éste habría dañado sus pulmones hasta causarle la muerte.
Candy tomó la charola que había estado usando y dejó al joven para
continuar con sus interminables tareas. Escenas como estas se veían todos
los días, pero en muchas ocasiones los resultados no eran tan optimistas.
Una vez que la vida de un hombre estaba a salvo de la amenaza de la
fiebre, las infecciones o la gangrena, la depresión era el enemigo mayor a
vencer y ese era ciertamente un trabajo excepcionalmente difícil en un
lugar donde el desalientoparecía ser el compañero cotidiano.
Marius Duvall era ya médico cuando el siglo había comenzado. Tenía unos
cincuenta años y había visto mucho mundo. En lo que respecta a la guerra
era muy experimentado porque había hecho toda clase de trabajos en el
servicio médico militar desde los comienzos del conflicto. Junto con Flammy
había estado en las batallas más terribles y durante ese tiempo había
aprendido a admirar el coraje de la muchacha, pero estaba completamente
convencido de que su trabajo no era todo lo que un doctor puede desear
porque carecía de compasión.
Por el contrario, la joven rubia que él había bautizado como "petite lapine"
un nombre cariñoso muy común entre los franceses, era una continua
bendición para todos los que la rodeaban. Él estaba muy complacido de
trabajar con la joven porque ella tenía el don de iluminar el día más lúgubre,
y en tiempos de guerra tales días son muy comunes.
Duvall era alto y se mantenía aun en forma. Su gran figura podía llenar toda
una puerta sin problemas. De hecho el hombre era conocido como "Le
Grand Marius" por esa razón. A pesar de su impresionante tamaño, sus
oscuros ojos negros revelaban una bondad especial y muy inusual en un
hombre de su apariencia. Tenía siempre una sonrisa o una palabra de
aliento para sus pacientes sin importar cuán ocupado o cansado se
encontraba. Duvall tenía también el don del buen humor y aunque siempre
realizaba su trabajo con profesionalismo podía muy bien bromear acerca de
sí mismo, su tamaño o su calvicie.
Por lo tanto era una consecuencia lógica que el buen hombre hubiese
encontrado en Candy a la compañera perfecta para cirugía.
Duvall había ya notado el obvio interés que Yves tenía en Candy y aprobaba
el romance con entusiasmo. Así pues, Marius aprovechaba cualquier
oportunidad que encontraba par aconsejar a Yves en el delicado asunto de
acercarse a una chica quien era tan amable pero a la vez tan distante.
¡Sí! ¡Lo entendiste muy bien! – contestó Yves – Pero ella usa la misma
deslumbrante sonrisa con todos a su alrededor. Aún la apretada de
Flammy tiene su parte en las atenciones de Candy. ¡Eso no es justo!
Estoy seguro de que ella tiene un corazón que dar en un modo muy
especial. Pero tal vez ella, . . . no lo sé, tal vez tiene miedo de abrir su
corazón a alguien. Debes ser paciente. Haz algo especial,
sorpréndela, haz que las cosas ocurran.
Yves intentó con todos los recursos usuales sin mucha suerte. Invitó a
Candy a conocer la ciudad y ella había insistido en llevar con ellos a
Julienne, su compañera de cuarto. Una vez más él intentó mandarle flores
con cierto éxito al principio porque el recibir flores de un hombre apuesto y
joven es siempre halagador para cualquier mujer. Candy se sorprendió
cuando recibió un exquisito ramo de rosas color durazno atadas en una
cinta de seda blanca,
pero cuando sus compañeras enfermeras comenzaron a bromear al
respecto de su relación con Yves ella simplemente decidió detener el desfile
de rosas. Así pues le pidió a Yves, de la manera más atenta que pudo, no
seguir mandándole más flores. Ella argumentó que en esos días la gente no
debía gastar su dinero en semejantes lujos. Especialmente cuando ese
dinero podía emplearse en comprar medicamentos o comida para aquellos
damnificados a causa de los ataques en el norte. Después del incidente
Yves había reunido el coraje de pedirle a Candy una cita nuevamente y ella
tal vez hubiese aceptado en esa ocasión debido a la tímida insistencia del
joven, pero entonces una nuevo tren con más heridos llegó proveniente del
frente y los planes de Yves tuvieron que verse pospuestos. En pocas
palabras, parecía que las cosas no iban muy bien para el pobre joven.
Por otra parte, a pesar de los temores de Yves y su mala suerte, él había
logrado entablar una cordial amistad con la chica y tal vez esa era la débil
esperanza que lo mantenía luchando para ganar el corazón de Candy.
Julienne, Yves y Candy tomaban el almuerzo juntos normalmente y algunas
veces Duvall se unía la grupo. En esas ocasiones Bonnot hacía lo mejor
posible para indagar tanto como era posible acerca de la vida de Candy,
ávido como cualquier enamorado, de saber cada detalle sobre el objeto de
su afecto. Los fuertes canales de energía que corrían de las intensas
miradas de Yves hacia Candy eran tan evidentes que a veces Julienne se
sentía como una intrusa y seguramente ella los habría dejado solos si Candy
no le hubiese pedido explícitamente quedarse a su lado.
Entre los nuevos pacientes que llegaban del Frente Occidental en aquellos
días, había un joven, tal vez aún en la adolescencia, quien había sido herido
en una pierna por disparos masivos de metralleta, otra nueva invención
bélica que los enemigos estaban utilizando. Aunque la herida era seria
Candy pensaba que el tratamiento por irrigación podría ser de gran ayuda
para intentar salvar la pierna del muchacho. No obstante, los planes de
Candy encontraron grandes obstáculos en el camino.
Candy, sin energías y sin palabras que decir, se arrojó a los brazos
invitantes del joven donde lloró su frustración libremente.
‘C’est bien, c’est bien ma chérie,’ ( Está bien querida mía) dijo él
incapaz de utilizar un idioma diferente a su lengua materna en un
momento tan íntimo.
"¡Ella está en mis brazos!" – pensó incrédulo – " He estado esperando
un momento como este por meses pero a penas puedo creer que
ahora es una realidad. Si este es un sueño no quiero despertar".
Candy estaba demasiado perturbada con la situación como para darse plena
cuenta de cuán doloroso era para Yves el rechazo de su voz. Un tumulto de
sentimientos que ella se había esforzado en mantener callados por largo
tiempo, estaban despertando y haciendo demasiado ruido en su confusa
cabeza.
Cuando Candy estaba saliendo del lugar tropezó con Julienne. La rubia
agradeció a su buena suerte por enviarle a la persona que necesitaba más
en ese momento.
"Era una noche fría como esta"- se dijo ella – "Ese glacial sentimiento
en mi corazón nunca ha desaparecido desde entonces. Aun puedo
sentir la sangre helándoseme en las venas."
Había encubierto su íntimo dolor de todos los que estaban cerca de ella.
Después de todo, pensaba ella, no valía la pena entristecer a aquellos que
la amaban con la lamentable escena de un corazón roto. Siguiendo las
lecciones que la vida le había dado desde su infancia, ella había encontrado
en su cruzada personal para servir a otros, un camino para escapar de la
soledad.
Algunas veces casi creía haber dominado sus demonios, pero entonces algo
pasaba que le recordaba "aquella" vieja herida. Y ahora, el apasionado
impulso de Yves había removido en su interior todas esas ansias negadas,
todos los anhelos secretos que no se confesaba a sí misma. De repente,
Candy había visto cuán reprimidos estaban sus más profundos ímpetus
femeninos. El tener a un hombre tan cerca de ella había despertado los
deseos naturales de la
mujer joven que había en ella. Sin embargo, sus ocultos fuegos no podían
responder sino a un nombre, una voz, un par de ojos profundamente azules.
..
¡Esto está mal! – dijo ella en un grito – Todo esto está mal. Ya no eres
mío. No puedo continuar pensando en ti de esta manera. ¡Dios mío,
esto es un pecado! – sollozó.
Candy calló en su cama, sin poder pensar o hacer nada más que llorar. Fue
entonces cuando Julienne entró y se sentó calladamente al lado de Candy.
La mujer puso su mano en la espalda de la rubia frotándola con ternura.
Al fin, después de casi tres años de silencio Candy había admitido frente a
alguien lo que sentía.
Está bien – dijo de Salle dando una rápida ojeada a la lista – Manda a
todas las enfermeras de la A a la H, sin restricción.
¿Podría hablar contigo Yves? – preguntó ella una tarde cuando ambos
terminaban su turno
De todos formas – continuó ella- yo fui muy dura contigo, debí haber
entendido cómo te sentías entonces.
Candy volvió sus ojos para no mirar la mirada suplicante de Yves. Era claro
que sus sentimientos y su sentido común estaban librando una batalla
dentro de ella.
"¿Podría ser esta una nueva oportunidad que la vida me da?" – pensaba –
"¿Podría aprender a amar a este hombre? ¿Qué si solamente termino
lastimándolo? ¿Debo hacerle sentir esperanzas en un amor que tal vez
nunca crezca en mi corazón?"
No puedo prometerte nada más que mi sincera amistad – dijo ella aún
dudosa - ¿Eso está bien para ti?
Aquella misma noche Candy fue designada junto con Flammy, Julienne,
Duvall y otras 21 personas más para trabajar en una misión al Norte. La
decisión fue tomada sin previo aviso y el personal tuvo que movilizarse
inmediatamente. Candy no tuvo ni siquiera tiempo de decir adiós a Yves,
quien no había sido asignado a la misión. La mañana del primero de
noviembre, la misma en que la señorita Pony y la Hermana María, recibieron
la carta de Candy, la joven estaba ya en camino a Flandes.
Capítulo 4
En el Frente Occidental
El camino a Ypres era largo y frío, frío y siniestro, siniestro y lúgubre, todo
eso al mismo tiempo. Al tiempo que el tren iba dejando París detrás suyo,
Candy pudo ver finalmente con sus propios ojos lo que solamente había
escuchado a través de las narraciones de sus pacientes. Entre más se
acercaban al Norte más desolado lucía el paisaje. Cultivos enteros
abandonados o devastados, grandes áreas todavía ardiendo después de un
ataque aéreo, silencio donde antes solía haber el laborioso ruido de los
campesinos trabajando bajo el sol de Pas-de-Calais.
Mucha gente había sido evacuada hacia el Sur y centro del país, huyendo de
la destrucción, corriendo desesperadamente para encontrar refugio; pero
siempre a sabiendas de que la vida nunca podría ser la misma estando lejos
del único hogar que algunos de ellos habían conocido en toda su vida.
Mientras el tren marchaba Candy pudo reparar en las muchas casas
abandonadas a lo largo de las vías. Su corazón se encogió frente al triste
espectáculo de las cabañas abandonadas y las solitarias haciendas. Pero
eso era solo el principio.
Candy dio un paso al frente para acortar la distancia entre ella y la mujer.
Entonces se dio cuenta de que la mujer estaba vestida con andrajos,
temblando en la frialdad de la noche. En sus brazos había un bebé inmóvil,
y por el característico tono grisáceo de las mejillas del niño Candy supo que
ya estaba muerto. La mujer la miraba con ojos suplicantes mientras Candy
trataba de cubrirla con su capa.
S’il vous plaît, Mademoiselle – dijo otra vez con la mirada perdida en
la niebla.
Julienne se volvió para ver al hombre y habló con él en francés por un rato.
Parecía que ambos hablaban sobre la mujer que aún se encontraba en los
brazos de Candy. Cuando hubieron terminado de hablar la enfermera se
dirigió a sus colegas americanas con los ojos llenos de lágrimas.
Él dice que el niño murió hace dos días – comenzó Julienne – pero ella
aún no quiere dejarlo ir. Perdió el contacto de la realidad desde la
muerte del pequeño. Él es su esposo y ambos están esperando a un
amigo quien los llevará en su camión hacia el Sur, donde tienen
algunos parientes.
En las mañanas, lloviese o tronase, los soldados entrenaban por horas. Por
las tardes daban mantenimiento al campamento. Así pues, las tropas
llevaban una ocupada y bien organizada rutina, pero las noches . . . ¡Ahhh!
Las noches eran el espacio destinado a descansar y olvidar la cruda realidad
que cada hombre vivía lejos de sus familia. Los soldados se entretenían lo
mejor que podían. Algunos se reunían alrededor del fuego a contarse
historias, jugar baraja en todas las formas posibles, compartir las nuevas
que recibían de América, hablar de cómo la FEA iba a reventar el trasero de
los alemanes, o bien, a concentrarse en el tema favorito de los hombres, es
decir, las mujeres.
Conocí a la chica más hermosa que jamás he visto a penas unos días
antes de venir a Francia – dijo uno de los soldados rasos sentados
junto al fuego – Desafortunadamente no tuve la oportunidad de
probar mi suerte con ella. Pero lo haré tan pronto como regresemos a
casa.
Creo que me voy a olvidar de lo que se siente tener una mujer en mis
brazos para cuando esta guerra termine – agregó una tercera voz.
Pienso igual – dijo una cuarta voz más joven haciendo que los otros
tres hombres intercambiasen una mirada divertida ante el comentario
del jovencito.
Otro hombre más salió de una de las tiendas cercanas. Su sola presencia
fue suficiente para que todos los demás, incluyendo al pensador solitario en
la oscuridad, se pusiesen de pie y saludaran al oficial quien habían
emergido inesperadamente a entremezclarse con el vulgo. El Capitán
Duncan Jackson tenía poco más de 40 años, una quijada cuadrada y una
gran nariz que era el sello de su personalidad. Desde sus penetrantes ojos
oscuros Jackson miraba al mundo y mantenían el control sobre cada hombre
en su batallón sin perder detalle. Sus amplios hombros llenaban el espacio
por dondequiera que se plantase y nadie se atrevía a cuestionar quién
estaba a cargo.
Por unos breves instantes los soldados rasos se observaron los unos a los
otros totalmente confundidos ante la inusual propuesta. En el mundo militar
donde las jerarquías son un asunto de tanta importancia, a veces cuestión
de vida o muerte, no es común que un oficial de alto rango se rebaje a
hablar con los hombres de la menor categoría en el ejército, menos aún que
llegue a pedirles compartir un rato de esparcimiento.
Yo puedo vencerlo, señor – dijo una voz profunda que los demás
soldados rasos sentados alrededor del fuego tuvieron dificultad en
reconocer, pero que, después de un segundo, pudieron finalmente
adjudicar al hombre que estaba sentado en las sombras.
¿No cree usted, sargento, que eso que acaba de decir es una
afirmación demasiado pretensiosa? – preguntó el capitán sin poder
contener una sonrisa llena de desdén.
Jackson no dijo más ni esperó respuesta alguna del joven sargento. Se limitó
simplemente a hacerle una seña con la mano indicándole la entrada de su
tienda para comenzar a jugar.
"Cualquier cosa puede ser mejor que escuchar toda esa porquería allá
afuera" se dijo el joven, "Pensándolo bien, casi cualquier cosa podría ser
mejor que la irremediable miseria dentro de mi"
Por un segundo una extraña luz pasó por los ojos del joven para luego
desaparecer con una rapidez tal que Jackson no pudo notarla. Acto seguido
el sargento levantó e inclinó la cabeza como si estuviese luchando contra
sus pensamientos, luego de este breve movimiento enfocó su mirada
ausente en el oficial para responder simplemente:
Me las ingenio, señor – fue la única respuesta del joven al tiempo que
hacía otro movimiento que asustó profundamente a Jackson.
Duvall, quien estaba a cargo del grupo, dio sus órdenes mientras corría
detrás de su nervioso
colega.
Toda clase de gritos lastimeros se podían escuchar por todos lados. A veces
se podía percibir en toda la confusión los gritos histéricos de algún doctor
que intentaba desesperadamente salvar una vida.
¡Éter, dónde está el éter, por el amor de Dios! ¡No puedo operar a
este hombre sin anestesia! – una voz decía por aquí en desesperación
mientras que más allá un hombre sin las dos piernas lloraba con
gritos horrendos:
Candy estaba muda, le parecía haber oído una especie de cumplido de los
labios de Flammy. Nopodía creer lo que sus oídos habían escuchado, pero la
figura de Flammy, quien se encaminaba ya a la tienda de las enfermeras, le
hizo darse cuenta de que realmente había recibido un cumplido por parte de
Flammy. Era una pena que estuviese demasiado cansada como para
disfrutar plenamente esa pequeña victoria en su persistente lucha personal
por ganar la confianza de Flammy.
No fue sino hasta tres días después que Candy realmente tuvo tiempo de
hablar a gusto con Julienne. Desde su llegada las cosas habían marchado
tan frenéticamente que no habían tenido ninguna oportunidad de hacer otra
cosa que no fuese trabajar. Candy estaba preocupada por el cambio de
estado de ánimo de Julienne desde que habían encontrado a la pobre mujer
desquiciada en la ciudad de Arras. El incidente había impresionado a
Julienne con una especial intensidad afectando su comportamiento en los
días posteriores.
Ya era muy tarde en la noche cuando Candy entró en la tienda que
compartía con otras doce enfermeras. No había nadie más que Julienne
sentada distraídamente en su catre. Sus ojos
miraban fijamente un relicario que encerraba en las manos. Su largo cabello
castaño caía en mechones ondulados sobre sus hombros. Sus ojos color
ámbar se encontraban clavados fijamente en el objeto que sostenía entre la
manos. En el interior del relicario había una foto de un hombre de unos
treinta años con tristes ojos oscuros y una sonrisa franca en los labios. Era
el esposo de Julienne.
Tendrás todos los bebés que sueñas cuando esta estúpida guerra se
acaba, Julienne- replicó Candy tranquilizando a su compañera.
Entonces fue el turno de Candy para sentirse sin palabras que decir,
simplemente no sabía qué decir en frente a una pena tan honda. Aunque
estaba consciente de la existencia de problemas similares, solamente había
visto uno solo de esos casos en su carrera de enfermera. Era siempre triste
ver la angustia y la frustración de aquellas parejas que querían cumplir sus
sueños de formar una familia pero acababan por descubrir su incapacidad
para lograrlo. En algunos casos las cosas terminaban en divorcio, una
terrible palabra en aquella época, y aún en nuestros tiempos, debido al
dolor atroz que deben de enfrentar los corazones humanos que luchan
frente a un fracaso sentimental.
Con el rabo del ojo percibió alguien moviéndose en el extremo izquierdo del
pasillo. Una joven con mejillas regordetas estaba a punto de abandonar el
lugar que estaba usando. "Qué suerte la mía", pensó él al propio tiempo que
se abría paso hacia la silla ya vacía. Con un movimiento automático de su
brazo tomó un libro y luego otro de uno de los estantes en su camino hacia
el asiento vacante. Asió el respaldo de la silla con ademán posesivo y se
sentó rápidamente sin perder sus características compostura y elegancia.
Dirigió sus ojos color de miel a la escritura femenina para gratificarse con la
salutación de la carta:
"Querido Archie:"
Era cierto que se trataba de una mera formalidad, de algo que toda la gente
escribe en todo tipo de cartas (En inglés la entrada "Dear" ,es decir querido,
se utiliza inclusive en cartas de negocios), pero él no podía evitar el sentirse
feliz al saborear las palabras. Después de todo, esa era la primera carta que
ella le había dirigido solamente a él. En el pasado, durante los primeros días
en el Colegio San Pablo, las cartas de ella siempre habían dicho: "Mis muy
queridos Stear y Archie:" Un año más tarde, cuando ella había abandonado
Londres para regresar a América, ellos solamente sabían de ella a través de
las cartas que enviaba a las chicas, siempre con una pequeña nota
mencionándolos: "Saludos para los chicos" o " Digan a Stear y a Archie que
siempre pienso en ellos también"
Sí, era diferente lo que sentía por Candy. Era una pasión incontenible dentro
de él, algo que no podía controlar sin importar cuántos intentos hacía. En su
loco soñar despierto él había hecho suya a la joven en incontables
ocasiones. ¿Cuándo había iniciado esa enfermiza e inombrable costumbre?
Tal vez durante los días en el colegio londinense.
A pesar del gran riesgo, cuando Candy vio su nombre en las listas se admiró
de no sentir nada frente al deber que estaba por enfrentar, el más peligroso
que había encarado en toda su carrera de enfermera hasta el momento.
Con una serenidad que ella misma ignoraba tener Candy puso una mano en
su pecho, debajo de su uniforme de cambray pudo sentir el crucifijo que la
señorita Pony le regalara cuando había dejado el hogar de Pony por primera
vez en su vida.
Estoy en tus manos, Señor – oró – Iré donde sea que me lleves. Puede
no ser casual que Flammy también vaya conmigo.
Las horas en la trinchera eran largas y pesadas, más y más heridos eran
traídos todo el tiempo. Si Candy había pensado que las condiciones de
trabajo eran difíciles en la hospital ambulante, ahí en a trinchera eran
inenarrables. El lugar era estrecho y oscuro: "¿Cómo esperan que uno de
puntadas cuando todo está casi en la más completa oscuridad?" se
preguntaba ella, pero ya que no tenía otra opción continuaba su trabajo en
silencio bajo las miradas codiciosas de los soldados británicos y los gritos
desesperados de los heridos.
Por favor doctor – dijo el hombre con voz ronca – ha habido una
explosión en uno de los túneles de comunicación, hay cinco hombres
atrapados ahí, necesitamos su ayuda, mi hermano menor está ahí.
Estoy de acuerdo con Candy, estamos aquí para salvar vidas – agregó
Flammy, apoyando algo que Candy había dicho, por primera vez en
su vida- iremos con usted doctor.
Todo va a estar bien, señor. Estamos con usted. Usted va a estar bien
– dijo haciendo después una pausa por un segundo. De repente una
idea vino a su mente – ¿Conoce esa pequeña plaza en el centro de
Edimburgo? – preguntó tratando de traer una memoria placentera en
los últimos instantes de vida de aquel hombre.
¿Conoce Edimburgo, señorita? – preguntó él olvidando por un instante
su terrible agonía.
Sí, señor – musitó ella – Pasé ahí el más hermoso verano de toda mi
vida.
Duvall había visto también la luz y la única cosa que su confusa mente pudo
pensar en ese momento fue en la seguridad de la joven que estaba
trabajando a su lado. Todo pasó en un segundo, antes de que Candy
pudiese hacer cualquier cosa Duvall estaba ya cayendo sobre ella, gritando
palabras en francés que ella no pudo entender.
Candy sintió cómo el gran cuerpo del hombre cubría el suyo cayendo
pesadamente al suelo. Un segundo más tarde solamente había silencio. Un
silencio mortal en el Frente Occidental.
Tomó un buen rato ¿Cuánto tiempo? Ella nunca lo sabría, pero después de
una imprecisa fracción de tiempo, un minuto, una hora o tal vez un
segundo, ella abrió los ojos pero no pudo ver nada más que oscuridad, no
pudo escuchar nada más que el silencio. Entonces percibió un opresivo peso
sobre su cuerpo.
Sorprendentemente, unos minutos más tarde, ella sintió cómo el peso sobre
su cuerpo era removido al mismo tiempo que un terrible quejido escapaba
de una garganta masculina. No fue sino hasta entonces que ella se dio
cuenta de que había estado cubierta por el propio cuerpo de Duvall.
¿Doctor Duvall?
Sí, querida. Estoy aquí pero no por mucho tiempo – dijo el con una
débil carcajada.
Candy alcanzó una linterna con una mano y logró encenderla. Con la ayuda
de la luz ella pudo finalmente ver al hombre a su lado. La sangre estaba
reventando salvajemente de su espalda. Candy había visto muchos
hombres mortalmente heridos durante los seis meses que había estado en
Francia, pero la vista de Marius Duvall sangrando sin remedio en la oscura
trinchera estaba más allá de su resistencia profesional.
Los ojos del buen hombre sonrieron divertidos. Ni aun ante su propia muerte
había perdido el
sentido del humor. Pero después de un breve momento volvió a ponerse
serio.
¿Por qué toda la buena gente que conozco tiene que morir así? – se
preguntó la joven pero tuvo que desechar esos pensamientos porque
no tenía tiempo para abandonarse en amargas consideraciones. El
sonido de detonaciones lejanas la hicieron percatarse de que de ahí
en adelante estaría sola y tenía que correr para salvar la vida. Parecía
que todos los demás en la trinchera habían muerto.
Candy no pudo evitar sentirse conmovida por el dolor que pudo percibir en
las últimas palabras de Flammy pero nada que la joven morena pudiese
haber dicho iba a hacerla cambiar de opinión. Ella iba a sacar a Flammy de
aquella maldita trinchera, aun si ella no quería ser salvada.
Bien Flammy, creo que acabo de romper el récord de Mary Jane – dijo
cuando hubo terminado su trabajo. Tal vez – murmuró Flammy.
No era común ver a Flammy tan callada, pensó Candy, pero dadas las
circunstancias y toda la sangre que había perdido Candy agradeció a Dios
que la chica estuviese aún viva.
Flammy estaba casi inconsciente para entonces pero aun así pudo sentir
cuando Candy colocó su brazo alrededor de su propio cuello.
¿Qué estás haciendo? – preguntó Flammy – Nunca lo lograremos. ¿No
ves que soy más pesada que tú? ¡¡¡Déjame aquí!!! – gritó.
¡¡¡NO, NO LO HARÉ!!! – replicó Candy en el mismo tono – Si tu te
mueres, yo me muero, si tu vives, yo vivo. ¡Somos equipo y no te
dejaré morir aquí, tonta Flammy! ¡Ahora cállate, trata de cooperar y
por una vez en tu vida, haz lo que yo te digo, muchacha necia!
Candy ayudó a Flammy a pararse en la única pierna que podía utilizar por el
momento. La morena puso su brazo alrededor de los hombros y cuello de la
rubia y juntas empezaron una larga jornada hacia la retaguardia, a lo largo
de los corredores oscuros de la trinchera de comunicaciones, guiadas
solamente por el sentido de orientación natural de Candy y una débil
linterna. Candy empezó a buscar en las profundidades de su alma por la
fortaleza necesaria para ese momento de angustia.
Candy recordó que cuando era niña la señorita Pony le había enseñado
diferentes porciones de las Sagradas Escrituras. La buena mujer le había
dicho que esas porciones irían con ella a donde quiera que fuese, sin
importar qué tan lejos del Hogar de Pony, ella pudiese llegar.
Pues a sus ángeles mandará cerca de ti, que te guarden en todos tus
caminos.
Capítulo 5
Pero la peor parte había sido cuando Eliza Leagan había logrado encontrarlo
en el solitario salón en donde él había hallado refugio de sus agresivas
admiradoras.
¿Por qué tan solo? – le había preguntado ella con la más seductora de sus
sonrisas – Tío, no debes privarnos de tu presencia.
Es tan apuesto – pensó ella – me pregunto los prohibidos placeres que una
mujer puede experimentar en la cama de un hombre como él, tan fuerte y
misterioso. Si solamente pudiese hacerle caer con mis encantos . . . .
Entonces, yo sería la dichosa Sra. De William Albert Andley, esposa de uno
de los hombres más ricos del país, y podría también lograr mi dulce
venganza en Candy, por todas las cosas que la maldita nos ha hecho pasar
a mi y a mi hermano. Eso sería maravilloso.
Albert volvió el rostro para mirar a la joven en frente de él. En sus ojos
celestes se podía leer una mezcla de incredulidad y desdén.
¿Qué es esta vida sin sentido en la cual he hecho sucumbir mis ideales ante
mis responsabilidades como el jefe de la familia Andley?
Sr. Andley – le llamó una voz profunda que Albert reconoció como la de
George Johnson – Hay un telegrama para usted que pienso querrá leer
inmediatamente, señor.
Albert lo abrió tan rápido como pudo. Candy nunca había mandado un
telegrama en todo el tiempo que había estado lejos. Siempre enviaba una
carta cada mes tal y como lo había prometido, pero un telegrama podía
significar muchas cosas, ninguna de ellas buena. Albert ajustó sus ojos para
leer lo que decía el lacónico mensaje:
Queridos amigos:
Candy.
Como el asistente eficiente que era, Johnson sacó una pluma de su bolsillo y
tomando una hoja blanca que estaba en un escritorio cercano empezó a
escribir lo que Albert le dictaba.
Querido amigo:
¡Oh Señor! – decía Candy – ¿Qué voy a hacer si ella no puede moverse? Es
demasiado pesada para que yo pueda cargarla.
Fue entonces cuando vio una débil luz moviéndose en el entorno oscuro.
‘¡Resista, ya llego con usted!’ dijo un hombre con la voz gutural de alguien
que sobrepasa los cuarenta años de edad.
Poco a poco la oscuridad circundante permitió que una suave luz de linterna
rompiese su negra capa. Con ojos aguzados Candy vio a un hombre enorme
con la cara regordeta que jadeaba al correr hacia ella.
Cuando el soldado vio a la dueña de la fina voz que había escuchado, sus
ojos se abrieron de par en par de la sorpresa. Por un breve segundo el
hombre pensó que finalmente estaba teniendo alucinaciones después de su
largo y horrible turno en la Trinchera de Fuego. Pero inmediatamente
comprendió que aun cuando nadie esperaría ver a una joven en medio de
tan aberrante rincón del mundo, estaba viéndola de verdad.
¿Qué está usted haciendo aquí jovencita? – preguntó el hombre aún atónito
al propio tiempo que ayudaba a Candy con Flammy que se había quedado
completamente dormida.
No se preocupe señorita – dijo el hombre con una sonrisa que Candy pudo
apenas percibir en la penumbra – Un soldado viejo como yo sabe bien como
manejar a un herido, sea hombre o mujer. Usted solamente sostenga la
linterna.
Candy ayudó al hombre con la luz, aún algo preocupada por la pierna de
Flammy. Estaba consciente de las condiciones infecciosas del lugar, así
como de las desastrosas consecuencias que éstas podían tener para
Flammy si continuaba expuesta a ellas. Era necesario sacarla del lugar y
procurarle atención médica completa, tan pronto como fuese posible.
¿Cuánto tiempo caminaron y caminaron casi sin sentido? En los años que
siguieron Candy se hizo la misma pregunta, pero siempre acabó por concluir
que su estado de nerviosismo en ese momento no le había permitido a su
memoria el conservar registros de esos instantes. Continuaron del mismo
modo por casi un siglo, el hombre corriendo con Flammy inconsciente en
sus brazos y Candy persiguiéndolos de cerca con tan sólo una débil lámpara
en su mano derecha.
Durante los días que siguieron, Candy pudo ver el trágico espectáculo de
aquellos hombres del bando enemigo que habían sido capturados como
prisioneros. Una larga fila de jóvenes alemanes, muchos de ellos menores
de 20 años, marcharon a lo largo del campamento británico hacia la
estación del tren desde donde serían enviados a la retaguardia. El miedo y
el odio podían adivinarse en sus rostros, sabiendo que habrían de enfrentar
un destino que podría ser peor que la muerte misma, es decir, el destino
incierto de un prisionero de guerra.
No obstante, había un ligero sentimiento, tal vez algo egoísta, que mantenía
su alma luminosa y fuerte en frente de todo aquel dolor y destrucción.
Estoy aquí Flammy – había dicho Candy – ya pasó todo, estamos a salvo
ahora.
¡Oh Candy! Por qué no me dejaste allá abajo? – preguntó Flammy llorando
convulsivamente – nadie me hubiese echado de menos en este mundo.
Escucha bien Flammy – había ella empezado – Se que tuviste una infancia
difícil, que aquellos quienes debían haber sido tu apoyo y refugio no
supieron cómo hacerlo. Nadie puede juzgarles, pero debes entender esto
claramente, muchacha, quien sea que te haya hecho sentir insignificante o
sin importancia, estaba equivocado porque no lo eres.
Flammy abrió ampliamente sus grandes ojos oscuros, aun sin creer en las
palabras de Candy.
¡Candy! – dijo Flammy con asombro y sin poder pronunciar más palabras.
Esa ocasión fue el turno de Candy para abrir los ojos con estupor. Ella
nunca había imaginado que Flammy pudiese sentir algún tipo de admiración
hacia ella. Siempre había pensado que Flammy la consideraba una
enfermera débil e incompetente.
Las dos jóvenes se miraron fijamente y con gran aturdimiento durante unos
segundos. Candy miró en los ojos cafés de Flammy, Flammy retornó la
mirada en las pupilas esmeralda de la rubia, ninguna de las dos mujeres sin
saber realmente qué hacer. Entonces, después de un largo silencio, ambas
irrumpieron en carcajadas abrazándose la una a la otra como dos niñas que
comparten su juguete favorito.
Flammy había asentido y abrazado a la rubia una vez más, diciendo las
únicas palabras que sabía estaban faltando entre ellas.
Candy, por favor – demandó ella – no soy uno de esos pacientes a quienes
les puedes decir una mentira piadosa.
Sabes bien que el hospital está empacando ahora – explicó Candy – Así que
sería imposible ahora practicar cirugía, con excepción de los casos
extremamente urgentes. Si le digo al doctor acerca de tu problema ahora,
no podría hacer nada por ti, pero tal vez no me permitiría hacerte la
irrigación. Yo quiero tratar . . . porque pienso que hay un modo – la joven se
detuvo un momento encontrando difícil el terminar su explicación – hay un
modo de evitar la amputación.
El rostro de Flammy palideció. Con sus ojos internos pudo ver otra vez todas
las sobrecogedoras escenas de amputación que había visto. La idea de
convertirse en una minusválida la asustaba terriblemente.
Voy a irrigar tu herida – susurró Candy en el tono más reconfortante que
podía usar, viendo que su amiga estaba petrificada del miedo – lo haré cada
hora hasta que te vayas para París mañana, entonces le pediré a Julienne
que continúe haciéndolo durante el viaje hasta que lleguen allá. Una vez
que veas a Yves, el decidirá lo que sea mejor para ti. Estoy segura de que tu
herida estará bien y limpia para cuando llegues a París, ya verás – terminó
sonriendo dulcemente.
Candy – dijo Julienne – hay una carta del hospital para ti. Parece que son
órdenes del director del hospital – concluyó entregando la carta en un sobre
oficial del ejército.
Candy levantó la mirada del papel y observó a sus amigas aún confundida y
conturbada.
La primera vez que Jackson había escuchado la manera de hablar del joven
sargento casi había podido asegurar que el hombre era británico, pero en la
siguiente ocasión que había hablado con el hombre su acento había
cambiado en un modo tan asombrosamente convincente que Jackson llegó
a dudar de su memoria y conocimientos fonéticos. La segundo ocasión que
jugaron, las pocas palabras que había dicho el joven habían sido dichas con
un acento sureño tan claro y distintivo que Jackson pensó que había sido
transportado a la tierra de Dixie ( Así se le llama a la zona sur este de los
Estados Unidos). La siguiente ocasión las inflexiones en las palabras del
sargento cambiaron a un rítmico canturreo que Jackson identificó como el
acento típico de los campesino galeses. Para entonces Jackson se había
dado cuenta de que el joven le estaba jugando una buena broma y en un
tácito acuerdo ambos hombres se enfrascaron en una adivinanza en la cual
Jackson iba perdiendo hasta el momento.
El objetivo del juego parecía ser encontrar el origen del joven sin
preguntarle directamente, descubrir todos esos detalles sobre su vida que él
no estaba dispuesto a compartir. A la mente de Jackson venían diferentes
preguntas , pero eran tres las que principalmente lo estaban molestando.
Una era sobre el origen del hombre, la otra era sobre el tipo de ocupación
que el tipo tenía normalmente en América – ya que Jackson sabía que el
hombre se había enrolado como voluntario en el ejército – y la tercera de las
preguntas, tal vez la más inquietante de todas, era si Jackson había visto la
cara del hombre en algún otro lado o no. Tenían la extraña sensación de
que había conocido al joven en algún lado con anterioridad, pero no podía
recordar dónde. Jackson había tratado ya con diferentes trucos para hacer
que el joven perdiese su férreo auto-control y terminara por delatarse, pero
ninguno de esos trucos había surtido efecto a pesar de los esfuerzos del
capitán.
Debe haber algo que le haga bajar la guardia que mantiene sobre sí mismo
– pensaba Jackson – Debe haber algo ...¿Pero qué?
Una de esas noches, mientras los ojos de Jackson vagaban a través de los
detalles de su tienda a la media luz de las linternas, su vista se tropezó con
un objeto brillante en la mano izquierda del sargento. Era un anillo de oro
con una esmeralda solitaria que desafiaba la belleza de la primavera con
sus destellos verdes. La joya tenía un diseño simple y masculino que
enfatizaba aún más la brillante piedra bajo la tímida luz de la lámpara de
queroseno.
Así es.
¿Me permite verla, sargento?- preguntó Jackson sin querer dejar morir el
tema y esperando que pudiera traerle nuevas pistas para entender al
rompecabezas humano que tenía frente suyo.
La luz estallando en miles de rayos verdes sobre los prados– pensó – verdes
eran los bosques, verdes las hojas frescas del pasto veraniego. Verde
profundo de la hiedra sobre los muros húmedos, verde oscuro de las
montañas, verde tierno del valle. En aquellos tiempos las esperanzas eran
jóvenes y frescas, el amor llenaba mi corazón con chispas verdes a mi
alrededor. . . . ¿Alguna vez podré volver a experimentar esos goces? Aún la
más rica de las esmeraldas palidece en frente de ellos . . . ¡No tiene caso el
engañarme . . . . La verde luz de esos ojos está perdida para mi.
Aquí tiene, sargento – dijo la voz del capitán Jackson interrumpiendo la línea
de pensamientos del joven.
Las tres enfermeras junto con cinco hombres heridos dejaron Cambrai muy
temprano en la mañana. Un viejo soldado había sido asignado para
conducir el camión hasta París tan pronto como fuese posible. El viaje
estaba considerado como algo riesgoso porque había estado nevando
copiosamente durante los días anteriores, así que se suponía que viajarían
sin parar para evitar mayores complicaciones con el clima.
Julienne viajaba en el asiento del pasajero con el viejo chofer mientras que
Candy y todos los heridos estaban en la parte trasera del camión, el cual
desafortunadamente no había sido diseñado para transportar a tantas
personas. Candy trató de atender a todos lo mejor posible y distraerlos con
su conversación animosa; después de todo, la travesía iba a ser larga e
incómoda, dadas las condiciones del transporte.
Sin decir más las dos mujeres comenzaron a hacer todo aquello que podían
para ayudar al hombre inconsciente. Candy trató una y otra vez de reanimar
al hombre en un frenético esfuerzo por salvarle la vida. Era como si todo el
mundo se hubiese detenido en aquel frío rincón del mundo. De pronto, los
sonidos desaparecieron como si Candy estuviese atrapada en una burbuja,
no escuchaba la voz de Julienne, o aun el sonido de su propia respiración.
No había nada salvo el silencio y la básica necesidad de salvar una vida.
¡Candy! - dijo una vez más Julienne alcanzando el hombro de Candy con su
mano – Se acabó Candy
¿¿ Qué está pasando?? Gritó Flammy una vez más desde el camión.
Candy dejó a Julienne por un segundo y fue a hablar con Flammy para
calmarla. Flammy estaba tratando de incorporarse cuando Candy saltó al
camión, los otros pacientes también se habían despertado y le dirigían
miradas inquietas.
Es sólo que el cabo Martin no se sentía bien, Flammy – mintió Candy ya que
no quería alarmar a los pacientes y a Flammy – tu quédate aquí y Julienne
estará contigo en unos minutos. ¿Está bien eso para todos?
El camión no nos llevará a París, Julie – dijo Candy con tono llano, inusual en
ella.
¡Candy! – musitó Julienne, sin atreverse a preguntar más.
Haz lo que te dije Julie – replicó la rubia soltando los hombros de Julienne – ¡
Vamos! – ordenó ella con voz resuelta – ¡Cierra esa puerta ahora!
‘Pére! que ton nom soit sanctifié; que ton régne vienne! . . .’ (Padre nuestro
que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, vénganos tu reino...)
Está frío – pensó Candy mientras sus piernas daban grandes zancadas en la
nieve – ya he estado bajo un frío como este antes, muchas veces . . . . el
invierno en la colina de Pony puede ser aún peor. Recuerdo que Annie solía
tenerle miedo a la nieve cuando era pequeña, la chiquilla simple . . . Me
pregunto cómo está ella ahora. ¿Estarán preparándose para la navidad
como les recomendé? . . . . El próximo año, cuando esta guerra acabe voy a
pedirle a la señorita Pony que prepare mi tarta de frutas favorita y me la
voy a comer sola, justo como siempre soñé hacerlo cuando era niña y la
veía preparar su tarta la noche antes de Navidad. ¡Oh Dios, está frío! . . .
Tom siempre peleaba conmigo por la tarta, ese muchacho testarudo.
¿Estarán Albert y Archie preparándose también para la ocasión? . . . . Más
les vale . . . No quiero oírles hablar de negocios y la universidad por un
buen rato cuando regrese . . . . quiero hablar de lo mucho que les quiero a
todos, decirles cuán afortunada me siento por tener su amistad . . . . cuando
regrese . . . Por favor, Señor, si me trajiste hasta aquí, y estoy segura de
que lo hiciste, déjame vivir para encontrar ayuda . . . Está oscuro de nuevo,
está helado, pero tengo que vivir. . . para ellos . . . Señor, hay siete
personas allá atrás en el camión, por favor . . . No es para mi que tengo que
mantenerme viva.
Una emergencia, soldado – replicó Jackson – ¡Más le vale que sea una
emergencia, por su propio bien idiota, o le haré trabajar hasta que caiga
muerto mañana en la mañana!
Los ojos de Jackson se contrajeron sobre Stewart, era claro que el Capitán
estaba a punto de
explotar.
Ese fue un buen intento soldado - dijo Jackson irónico – ahora dígame qué
es lo que está pasando en realidad.
¡ Dios mío, jovencita! - dijo Jackson olvidándose del sargento por primera
vez en un par de meses, cuando vio a una joven con un largo sobretodo, el
cual estaba empapado hasta sus caderas - ¡¿ Qué hace una joven como tú
aquí, por todos los cielos?!
¡Esa voz! ¡ Su voz! ¡Esa voz que resuena en mi corazón! ¿Es esto otra
ilusión? ¿La he escuchado decir ese nombre querido? Mi corazón duele tan
profundamente . . .¡Candy!
Puede estar seguro acerca de eso, señor – dijo el joven sargento poniéndose
de pie y dándose la vuelta para ver a la mujer de frente. – Conozco a esta
joven y le puedo garantizar que está diciendo la verdad – concluyó.
¡Eres tú! – pensó ella sobrecogida, intoxicada de sólo verlo – ¡Estás más
alto! Has ganado algo de peso también, desde la última vez . . . en esa
ocasión estabas tan pálido y delgado que mi corazón se retorció de
dolor . . . pero ahora . . . tus hombros parecen más anchos, tus brazos más
fuertes, cada centímetro de ti es más varonil de lo que yo recordaba . . .
Luces tan apuesto en ese uniforme, amor ¡He tenido tanto miedo allá
afuera, Terri! ¡ Cómo desearía poder correr hacia ti ahora para que me
encerraras en esos brazos tuyos! ¡Pero . . . . no puedo ni moverme!
Capítulo 6
El Fin de un Mito
Pablo Milanés
Terri asintió en silencio pero no pudo dar una respuesta audible porque su
atención había sido repentinamente atraída por el estado de las ropas de
Candy. Estaba totalmente empapada y temblando.
Creo que primero debemos dar a la dama algo de ropa seca, señor – sugirió
Terri con preocupación reflejada en su voz al tiempo que tomaba su propio
abrigo, el cual descansaba en el respaldo de una silla cercana, para
inmediatamente después dirigirse con paso decidido hacia Candy.
Terri condujo a Candy a una gran tienda de campaña. Dentro de ella, diez
soldados rasos, quienes habitaban la tienda, se pusieron de pie
inmediatamente al entrar la pareja, en parte porque un suboficial había
aparecido, pero también a causa de la inesperada presencia de una mujer
en el campamento. Los hombres se miraron los unos a los otros con
incredulidad sin poder producir una sola palabra.
Candy miró con fijación a las ropas que Terri le había dejado sobre la cama
plegable mientras empezaba a desnudarse con un incomprensible
nerviosismo. No era el efecto de la noche fría, o el gran peligro que había
enfrentado durante su caminata casi sin rumbo en el bosque nevado, ni
siquiera era la situación precaria en la cual los heridos y sus amigas se
encontraban . . . Este era un nerviosismo de otro tipo y Candy conocía bien
aquello que lo estaba causando. Era esa única sensación en el corazón, esa
placentera intranquilidad, ese derretirse de cada uno de sus músculos, ese
ritmo loco del pulso, todo lo cual solamente un hombre sobre la Tierra podía
provocar en ella ¡Y ahora tenía que desvestirse para ponerse las ropas de
él!
Este último pensamiento bañó su alma como un balde de agua helada sobre
el corazón.
Algo había cambiado en ella, notó él, como si ella hubiese cavado una
trinchera entre los dos mientras se cambiaba de ropa. Caminaron
lentamente hacia la tienda de Jackson luchando contra sus demonios
personales cada uno en soledad, sin saber que compartían la misma tortura.
Jackson había decidido que la mejor cosa que se podía hacer, dadas las
condiciones climatológicas, era traer a los heridos al campamento donde
pudieran resguardarse del frío y esperar hasta que la helada les permitiese
continuar su viaje a París. Así que inmediatamente le
ordenó a Terri preparar un par de camiones para encontrar al grupo
abandonado. Candy, obviamente, tuvo que unirse al grupo de rescate para
mostrarles el camino.
Todo el tiempo que duró el corto viaje Terri adhirió su mirada a las facciones
de Candy bajo la luz de la luna, se sentía tremendamente afortunado de no
ser quien estaba conduciendo el camión de modo que podía disfrutar de un
paseo mental sobre cada línea del rostro de la joven. Pensó que casi había
olvidado el inmenso placer que tomaba al mirar con fijación a esa naricilla
respingada, esos ojos verdes rodeados de largas y oscuras pestañas, esos
labios que se burlaban de su corazón cada vez que batían sus alas para
hablar. Estaba en el éxtasis total, un sentimiento extraño para su alma que
había estado cubierta de sombras por casi tres años. De repente, los
furtivos rayos de luna reflejados sobre una superficie pulida llamaron su
atención haciéndole despertar de su sueño inconsciente. Era una chispa en
la mano izquierda de Candy que apuntaba el camino a seguir por el
conductor. Era un anillo con un diamante solitario esparciendo su luz blanca
bajo la noche negra. Entonces, la amarga verdad – o aquello que Terri creía
era la verdad – abofeteó la cara del joven con violencia, forzándolo a ver su
desatino.
Desde ese momento Candy sintió que Terri había construido su propio muro
en contra de aquel que ella misma había levantado al salir de la tienda
usando la ropa del joven. Sin embargo, tenía que admitirlo, esos límites que
ella había erguido, apenas si habían sobrevivido precariamente, y casi se
habían derrumbado, bajo el intenso escrutinio de la mirada de Terri durante
el viaje.
Es mejor así – pensó ella tristemente – No puedo soportar sus ojos sobre mi
sin que tarde o temprano delate mis sentimientos.
Sólo les tomó unos cuantos minutos más hasta que finalmente avistaron el
camión sobre la
superficie nevada. Tan pronto como los camiones en que ellos viajaban se
detuvieron, Candy
saltó antes que nadie para correr ferozmente hacia sus amigos.
J’ai pensé que je ne te reverrais plus, mon amie! – dijo Julienne demasiado
emocionada como para hablar en inglés. (Pensé que ya no te volvería a ver)
Terri observó a las dos mujeres con deleite a pesar de la pesadez que había
invadido a su
corazón después de haberse percatado de la argolla matrimonial en la mano
de Candy.
¡Todo mundo ama a mi dulce niña pecosa! – se dijo, pero una voz interior le
arguyó: Ella no es “tu” niña, no lo olvides.
Los tímidos rayos del amanecer acariciaron con su calidez las mejillas de
Candy, coloreándolas con un rubor color de rosa. La luz púrpura teñía de
tonos rosas y dorados la blanca cubierta entre el follaje de los árboles. El
viento entre las ramas parecía repetir el nombre que ella quería olvidar,
embromándola con sus silbidos. Candy tomó una gran bocanada del
congelado aire de la mañana. Dentro de ella, su garganta empezaba a sufrir
una desagradable irritación, prueba innegable del resfriado que había
pescado en su caminata por el bosque. Entonces, como si la joven hubiese
sido sacudida por un temblor interno, su corazón sintió una bien conocida
presencia detrás de ella.
No podía dormir y vine aquí para mirar el amanecer – replicó ella bajando
los ojos sin poder sostener la intensa mirada del joven.
¿Qué estás haciendo aquí, Candy, en medio de esta guerra, tan lejos de
casa? ¿ No ves que este no es lugar para una mujer? ¿Qué no podías
simplemente quedarte en casa donde perteneces? – estalló él con
inflexiones amargas.
Los ojos de Candy se abrieron despavoridos. ¡Así que eso era todo, pensó
ella, solamente un ataque sexista! Su orgullo de mujer se hinchó dentro de
ella. Ella era, después de todo, una mujer de la era de las sufragistas y la
más ligera insinuación de que ciertos lugares o tareas no podían ser
alcanzadas por las mujeres la enfurecía con indignación. Si alguien se
atrevía a expresar una opinión negativa acerca de las mujeres Candy solía
siempre blandir una larga lista de argumentos en defensa del género
femenino y a pesar de su amor por Terri, esta no iba a ser la excepción.
¡No sabía que fueras tan anticuado, Terrence! - Replicó ella visiblemente
enojada, sin saber que en toda la frase que había pronunciado una sola
palabra había sido suficiente como para desgarrar el corazón de Terri en
pedazos. Desde su inesperado reencuentro la noche anterior Candy nunca
se había dirigido al joven utilizando el nombre de él, y ahora había estallado
con irritación llamándole por su nombre de pila en lugar de usar el
diminutivo que solamente sus íntimos usaban para nombrarle.
Candy estaba tan enojada que no notó el destello de tristeza que cruzó los
ojos del joven. En lugar de ello, Candy continuó con su discurso rebelde.
Tal vez no te has dado cuenta, pero estamos en el siglo XX.¡Las mujeres
han probado que son suficientemente capaces como para realizar cualquier
clase de trabajo una vez recibido el entrenamiento adecuado, y déjame
decirte que yo soy una enfermera eficiente y bien preparada! – dijo ella en
una lluvia de argumentos.
Cada palabra se hundió en Terri como un baño frío. Ese no era el punto que
deseaba discutir. Lo que él quería y necesitaba saber con urgencia era el
por qué el inmerecedor bastardo con el que Candy se había casado le había
permitido a la joven arriesgar su preciosa vida al venir a Francia como
enfermera de guerra.
¡Eso no es lo que quise decir! – gritó él desesperado y después lamentó su
respuesta iracunda.
¿Ah sí?- preguntó ella irónica – ¿Qué otra razón podrías tener para pedirme
explicaciones que justifiquen mi presencia aquí, Terrence?
Tal vez deba hacerte la misma pregunta – continuó ella, esta vez dejando
entrever sus propios miedos por la seguridad de él – ¿Qué estás haciendo
aquí Terrence? ¡Por el amor de Dios! Tu no eres un soldado, tú . . .tú . .tú
eres un actor, ¡Un artista! ¿Por qué arriesgarías tu vida en esta lucha sin
sentido? Este no es tu lugar tampoco.
Veo que te puedes poner muy visceral en este asunto – replicó Terri con una
aire de franca mofa en la voz. Para esas alturas de la discusión el yo
combativo de Terri estaba ya atrapado en la lucha verbal y no estaba
dispuesto a renunciar a la emoción del mismo.
Terri había olvidado qué tan placentera podía ser una buena pelea con
Candy. Ella siempre había sido la única persona con quien él podía discutir y
disfrutar la sensación de la pelea en una clase de juego de coquetería que él
encontraba casi erótico.
¡Hasta un ciego podría ver la diferencia! – reconvino ella con igual fervor –
Me preguntas qué estoy haciendo aquí, pues bien, te lo voy a explicar como
si fueses un niño de cinco años, ya que parece que no entiendes muy bien
el asunto. Estoy aquí porque YO SOY ENFERMERA, recibí entrenamiento para
prestar servicio como asistente quirúrgico. Estoy aquí en un intento por
reparar lo que esas armas del infierno hacen a los hombres. ¡Estoy aquí
para salvar vidas, mientras que tú estás aquí para matar y no veo ningún
honor en eso! - concluyó ella, sus mejillas se habían ruborizado con un rojo
brillante, sus ojos brillaban como espadas verdes bajo la luz del nuevo día y
Terri la amaba aun más en aquel segundo, abrumado por el despliegue
natural del espíritu indomable de la joven. ¡Esa era la mujer que lo había
cautivado desde sus años escolares!
Terri la miró mientras ella huía de su presencia, aun petrificado por las
avasalladoras ondas de su voz. La agitadora pecosa del Real Colegio San
Pablo había evolucionado en una mujer espléndida y contestataria con ideas
en su cabeza que bien podían costarle la excomunión pero que ante los ojos
del joven la hacían irresistiblemente seductora.
Su mente voló hacia el pasado, hacia otro tiempo, otra vida, otro destino.
Un par de años antes. Él se hallaba manejando su auto a través de las calles
de Nueva York, su largo cabello castaño flotaba en el viento de verano. Su
ojos estaban distraídamente perdidos en el tráfico mientras una quieta
figura sentada en el asiento de enfrente le miraba con devoción. Era una
mujer de hermosas facciones y largos cabellos rubio que caía en lacias y
sedosas hebras sobre su espalda. Estaba vestida con buen gusto llevando
un vestido de noche en chifón azul que iba bien con sus
ojos color turquesa. Era su prometida, Susana Marlow.
Ese es el lugar preciso hacia donde nos dirigimos – dijo Terri secamente
mientras torcía la muñeca para mover el volante hacia la mansión.
Realmente pienso que eso está fuera de nuestro alcance – dijo una mujer
flacucha con anteojos – Nosotras no tenemos ningún interés en la política.
¿Por qué habríamos de votar, entonces?
No todas las mujeres son así – sugirió con una sonrisa burlona una joven de
mirada inteligente y gran nariz – Hay muchas de nosotras que estamos
realmente preocupadas por los asuntos de nuestro país y queremos el
derecho de expresar nuestra opinión al escoger a nuestros líderes, justo
como lo hacen los hombres.
Esa es una de las más grandes tonterías que he oído jamás, si las damas
aquí presentes me permiten hacer gala de sinceridad – dijo el Sr. Spencer,
anfitrión de la fiesta – Si permitimos que esta estupidez del voto femenino
continúe el mundo se colapsará tarde o temprano. ¿Qué vendría después?
Mujeres tomando toda clase de empleos, sin querer casarse, o tener hijos,
abogadas, mecánicas, ingenieras, y quién sabe, podríamos hasta acabar
teniendo una mujer en la Casa Blanca.
¿Sería eso tan malo? – preguntó Terri tomando parte en la conversación por
primera vez, algo seducido por la posibilidad de escandalizar a la audiencia
– Nunca antes lo hemos intentado, pero podríamos llegar a gustar del toque
femenino en la Oficina Oval.
Estoy de acuerdo Sr. Spencer – dijo la Sra. Marlow con una fingida sonrisa –
por ese motivo yo alenté a mi Suzie a convertirse en actriz, ya que, a pesar
de lo que algunos piensan, yo creo que es una profesión honorable de
acuerdo a la naturaleza femenina. Algo relacionado con el arte, sabe usted.
Así es Sra. Marlow – dijo el Sr. Spencer, sabiendo que tendría que mentir por
educación y pretender que aprobaba la farándula como carrera, cuando la
verdad era que él, como la mayor parte de los miembros de la alta
sociedad, estaba aun renuente a aceptar tal profesión como una ocupación
honorable. – Yo no estoy en contra del trabajo femenino, pero hay ciertos
extremos que son intolerables. Durante mi último viaje de negocios conocí a
una familia muy fina y extremadamente rica que sufre una verdadera
tragedia. Una de las mujeres de la familia, una verdadera oveja negra, es lo
suficientemente indecente como para vivir sola en un departamento propio
y no contenta con esto, insiste en trabajar para pagar sus cuentas siendo
que su familia es una de las más acaudaladas del país.
No veo la razón para escandalizarse con eso – remarcó Terri otra vez, a
pesar de los apretones que Susana le daba en la mano.
Puedo ver que usted tiende a ser más bien liberal, Sr. Grandchester –
respondió el viejo banquero y después, dirigiéndose a Susana, quien había
permanecido en silencio desde que la conversación se había tornado tan
difícil – ¿Pero, qué es lo que su prometida piensa de todo esto? ¿Le gustaría
votar Srita. Marlow?
¡Ese es el modo en que debe hablar una mujer, Srita. Marlow! – dijo el Sr.
Spencer con una sonrisa de aprobación – ¡Ha escogido la mujer apropiada,
Grandchester, realmente lo ha hecho!
Sí, seguro – pensó – la mujer más cabeza hueca que me pude haber
encontrado.
Annie miraba con admiración mezclada con temor al gran árbol que Albert
había comprado para los niños. Era realmente un árbol hermoso pero la idea
de decorar aquel enorme pino hasta la punta la asustaba mortalmente.
Habían traído una escalerilla portátil para ayudarse en la tarea y mil
adornos se encontraban esparcidos por todo el piso, esperando su turno
para ser colocados en el follaje verde.
Patty miraba a Annie con ojos dubitativos ¿Quién de las dos iba a trepar en
la escalera y cómo iban a colocar las guirnaldas doradas alrededor del
árbol? Esas eran las preguntas escritas en su cara, la cual había ganado un
dulce aire de distinción con la llegada de su aniversario número diecinueve.
No me mires así Patty – chilló Annie con ojos asustados – yo no voy a trepar
en eso.
Ni yo tampoco entonces – replicó Patty riéndose de la simpleza de ambas -
¿No me dijiste que solías ayudar a la Srita. Pony y a la Hermana María a
decorar el árbol de Navidad cuando vivías aquí?
Bueno, primero que nada, el árbol nunca había sido tan grande, y . . . – la
joven se detuvo y una sombra cruzó por su cara.
Era siempre Candy quien se trepaba en lo que sea que estuviese cerca del
árbol para colocar la estrella en la punta – dijo Annie con rostro lloroso y
débil voz.
Patty miró a su amiga y sin poder evitar su propias lágrimas abrazó a Annie
tiernamente.
¡Oh, Annie! – dijo ella sin reducir la fuerza con que sostenía los hombros de
la morena – Candy debe de estar muy ocupada como para escribir durante
estos días. Además, sabes bien que el correo no siempre llega a su destino.
Sus cartas pudieron haberse perdido.
¿Tú crees? - preguntó Annie tratando de asirse a la tímida llama de
esperanza en las palabras de Patty.
¿Si?
Patty miró a su amiga sin creer lo que había escuchado. En los casi cinco
años que tenía de conocer a Annie, Patty nunca había escuchado a la joven
de cabellos oscuros decir palabras tan amargas
Annie alzó los ojos para mirar a los de Patty. En sus profundidades, olas de
arrepentimiento y dolor se podía leer.
Pero Annie . . .¿ Qué quieres decir con eso? –– se preguntó Patty alarmada y
sosteniendo las manos d Annie con fuerza.
Soy sólo una mocosa malcriada, Patty – gritó Annie – ¡Una mocosa que
traicionó a la persona que más me ha amado!
¡Yo robé esta vida, Patty! ¡Se la robé a Candy! – Annie exclamó entre
sollozos.
¡Oh Patty! Todas las penas que Candy ha sufrido debieron de haber sido
mías. Yo . . . yo . . . fui adoptada porque ella se negó a aceptar la oferta de
mi padre – Annie confesó – mi padre quería adoptar a Candy, pero yo le
rogué a ella que se quedase conmigo, aquí en el Hogar de Pony. Ella quería
tener unos padres tanto como yo; sin embargo, no dudó en renunciar a la
oportunidad de su vida por mi. Al contrario, cuando ellos me pidieron que si
yo quería ser su hija . . .Yo . . .Yo . . . no me negué. ¡Oh Patty! ¡Usurpé el
lugar de Candy en la vida!
Patty que estaba mirando a Annie de frente en ese momento al tiempo que
la sostenía de los hombros no dio crédito a sus oídos en un principio, pero
después del primer impacto causado por la culpable revelación de Annie,
Patty logró articular algunas palabras de consuelo.
¡Annie! Eras sólo una niña en ese entonces ¿Qué edad tenías entonces,
cinco o seis años?
Eso no cuenta, Patty, Candy era de la misma edad y por si eso fuera poco,
después de mi adopción obedecí a mi madre cuando me ordenó que dejara
de escribir cartas para Candy, y más tarde, cuando me la encontré en la
mansión de Neil y Eliza en Lakewood, pretendí no conocerla y aun cuando
Candy estaba en problemas en ese momento, yo no hice nada para
ayudarla. Finalmente en el Colegio . . . tú ya sabes esa historia ¿No es así?
¡Annie! Todo lo que tú dices está en el pasado y estoy segura de que Candy
ni se acuerda de eso – le reconvino Patty – no debes estar culpándote por
tus errores pasados. Eso se acabó ¿Por qué no solamente enfrentas el
presente y gozas de todas las cosas que los sacrificios de Candy te han
permitido tener?
¡No puedo, Patty! - dijo Annie volviendo el rostro sin poder sostener la
mirada oscura de Patty – mientras Candy no haya encontrado la felicidad yo
siempre me sentiré culpable.
Annie se movió otra vez hacia la ventana hasta que sus manos estaban
desempañando los vidrios de modo que ambas pudiesen ver bien la colina y
el viejo árbol en la cumbre.
¿Quién te dice que Candy no es feliz con su vida, Annie? – preguntó Patty –
ella no vive en una gran y hermosa casa porque así lo ha decidido, ama su
independencia más que al dinero y los lujos. Candy hace lo que se le antoja,
tiene la profesión que ella misma escogió y disfruta la vida más que tú y yo
juntas.
¿Pero por qué ella? – se cuestionó Annie alzando sus ojos como buscando
una respuesta ene el cielo azul - ¿Por qué todas las cosas más tristes le
pasan a ella? Ella solamente merece lo mejor por ser la gran mujer que es.
¡Candy! – suspiró Annie – Ella siempre está haciendo las cosas más
atrevidas mientras que yo solamente me quedo a un lado mirando
pasivamente cómo ella ilumina todos los lugares a donde va. Ha crecido
fuerte, protectora, impávida y noble como nuestro padre árbol – añadió con
los ojos adheridos a la colina cercana – No sabes cuánto rezo cada día
porque Candy encuentre el verdadero amor y logre tener su propia familia,
justo como ella siempre soñó. No me sentiré tranquila hasta que eso pase.
¡Annie!- balbuceó Patty sin saber qué decir porque ella también anhelaba lo
mejor para su amiga.
Para gran pesar de Candy el hombre que había sido asignado para llevarlos
a París no era otro que Terri. Semejante elección no había sido casual. El
mismo Terri había solicitado ser asignado y Jackson no le negó la petición
porque estaba particularmente divertido por el cambio abrupto en las
actitudes del joven. “Es increíble lo que una mujer puede hacerle a un
hombre” se decía el capitán. Era obviamente demasiado viejo como para no
darse cuenta de lo evidente.
Todo eso resultó en que Candy y Terri viajarían juntos y solos en la cabina
del conductor por el resto de la jornada. La sola idea les hizo temblar a
ambos, pero por razones diferentes.
Por el contrario, Terri ansiaba preguntar por cada detalle, aun esos que él
sabía le dolerían más, y especialmente por ese asunto que le estaba
picando en el alma y que aun no había resuelto. Desafortunadamente,
después de que hubo reunido el coraje para romper el silencio se volvió
para ver a Candy y descubrió que ella se había quedado dormida como un
ángel.
Fue entonces cuando Terri pudo darse el lujo de detener el camión por un
instante y regalar a sus ojos con la visión de la mujer que había obsesionado
sus noches y días desde los años de su adolescencia. El cabello de ella se
empezaba a soltar del lazo que lo sujetaba en una cola de caballo y sus
gruesas pestañas proyectaban suaves sombras sobre sus mejillas. Terri
pensó en los profundos iris verdes que esos párpados ocultaban y concluyó
que la esmeralda de su anillo era solamente una pobre imitación de los
iridiscentes ojos de Candy. Había soñado por largo tiempo con verse de
nuevo en esos acuosos estanques para saciar la sed de su corazón, pero
ahora que ella estaba tan cerca de él, no podía compartir con ella los
sentimientos que inundaban su alma.
No fue sino hasta un par de horas después que Candy se despertó sintiendo
una sed insaciable junto con una ligera irritación en los ojos. El bosque
había desaparecido para dar lugar a una vasta planicie. Sobre sus cabezas
el sol comenzaba a ocultarse sobre el horizonte blanco. La atmósfera era
tan plácida y abrumadoramente bella que Candy olvidó su enojo y recobró
las fuerzas para hablarle al hombre que estaba a su lado.
Estaremos ahí esta noche – logró contestar él con voz enronquecida - ¿Estás
ansiosa por regresar? – preguntó casualmente.
Candy bajó los ojos tímidamente, en parte por las palabras de Terri pero
también porque sabía que las sonrisas del joven eran gemas raras que él
ofrecía solamente a sus seres más queridos.
Patty no está “gordita” – defendió Candy, sabiendo bien que Terri estaba
jugando con ella. Esta vez, también para Candy el juego resultó placentero
– Ella se ha vuelto una dama muy distinguida y encantadora.
Y supongo que Annie es muy refinada también – dijo él entre risas burlonas
– Eso si alguna vez se atreve a salir de su casa sin morirse de miedo por
todo.
Está estudiando leyes ahora – replicó ella con orgullo – se graduará el año
que viene.
Sí, en verdad – contestó Candy con voz entristecida que no le gustó a Terri,
razón por la cual se apresuró a sacar un tema más alegre.
Fue impactante para mi también – replicó Candy con una risita – pero ya me
he habituado con el tiempo. ¡Oye! – dijo ella con asombro – parece que te
has enterado de muchas cosas sobre nuestra familia a través de los
periódicos.
¿Cómo estás? – preguntó Terri en un susurro que acarició los oídos de ella
con una brisa cálida – Quiero decir, ¿Cómo has estado en todo este tiempo,
Candy? – preguntó Terri una vez más casi como una súplica.
He estado bien, Terri, muy bien – mintió ella y la conversación decayó por
un instante porque ella no se atrevió a hacerle la misma pregunta.
El camión dobló una curva y justo después de ella los jóvenes pudieron ver
en la distancia una
gran masa de agua moviéndose lentamente en un enorme torrente. Era el
río Sena, una clara señal de que estaban acercándose a París.
El corazón de Terri estaba latiendo con tanta fuerza que el joven tenía
miedo que ella lo notara, pero mirando de reojo a la muchacha pudo
entender que ella estaba demasiado absorta en sus propios pensamientos
como para percatarse del bullicio interno del joven. “¡Pregúntale ahora!” le
gritó una voz interior, “Hazlo ahora o nunca lo sabrás . . . y tú necesitas
saber”.
Terri detuvo el camión pisando a fondo el freno con todas sus fuerzas.
¡¡¡No estás casada!!! – dijo él con renovada furia en los ojos – Por favor
Candy, no juegues conmigo sobre eso. ¿Crees que soy tan estúpido como
para no darme cuenta de esos anillos en tus dedo? – y diciendo esto Terri
tomó con fuerza la muñeca izquierda de Candy jalando a la muchacha hacia
él hasta quedar peligrosamente cerca – ¿Podrías decirme por favor, Sra. De
No Se Quién, qué significan este anillo de diamantes y esa argolla
matrimonial? – explotó él dejando salir toda su frustración.
Candy se dio cuenta súbitamente que Terri había visto los anillos que el Dr.
Duvall le había dado antes de morir, de algún modo el joven había supuesto
equivocadamente que se trataba de los anillos de compromiso y bodas de la
joven. Pero lo que ella aun no entendía era la razón que él tenía para estar
tan molesto. Ella había visto esa expresión en su rostro antes . . . ¿Cuándo
había sido?
Terri, aún receloso, tomó la argolla que Candy le estaba dando y miró a
unas letras y números grabados al interior del anillo:
Eso nos dice que Neil no es tan estúpido como alguna vez creí – comentó
Terri sin darse cuenta del cumplido implícito en sus palabras – pero no me
parece tan gracioso como tú pareces tomarlo.
¿Quieres decir que ese maldito bastardo trató de ponerte sus sucias manos
encima? – preguntó él visiblemente enojado.
Candy vio de nuevo ese brillo colérico en los ojos de Terri y finalmente pudo
identificar el momento que ella había visto la misma expresión en sus ojos
por primera vez. Había sido en el Blue River, el mismo día en que él le había
preguntado sobre Anthony.
Terri la miró, todavía demasiado pasmado como para disculparse por haber
llamado a Neil maldito bastardo haciendo gala de su inglés británico vulgar.
De hecho, a Terri no le hubieran podido importar menos mil Neils o un
millón de bastardos que este mundo pudiese tener. La verdad es que la
Tierra completa pudo haberse colapsado justo en aquel momento y él no lo
hubiese notado ni un tanto ¡Ella no estaba atada a ningún hombre! ¡Era
libre! ¡Después de todos
esos años, y ella era aún libre! Terri no sabía si debía reír o llorar en ese
momento.
Sí, estoy bien – dijo ella en un murmullo, sin saber realmente si tendría o no
las fuerzas necesarias para decir las palabras que sabía debía decir –
Yo . . .yo realmente aprecio tu ayuda en todo este asunto, Terri . . .
¡Ella murió! – logró decir Candy antes de que su cabeza empezara a darle
vueltas violentamente hasta que caer desmayada en brazos de Terri.
Terri aguardó en la sala de espera por cerca de una hora, después de ese
tiempo un rostro familiar apareció enfrente de él. Terri reconoció a una de
las enfermeras que viajaban con Candy, la misma que le había devuelto su
ropa. Era Julienne.
Así es señora – aseveró él – partiré tan pronto como pueda ver a la Srta.
Andley.
Ella debe estar aun dormida por el medicamento que le dio el médico, pero
puede permanecer con ella tanto como quiera – dijo Julienne amablemente –
Ahora, si me disculpa, tengo que entregar un reporte acerca de los heridos
que trajimos – la mujer asintió y desapareció entre los corredores.
Terri deseó ni haber entendido las palabras ni haber visto el amor puro en
los ojos del joven, quien no era otro que Yves. Pero su padre le había
obligado a tomar clases de Francés por largos años y su corazón reconocía
muy bien esa sensación de escozor que tenía cuando un rival potencial
aparecía, como para no entender lo que estaba pasando ante sus ojos.
Terri tocó la puerta para hacerle saber a Yves sobre su presencia. Los ojos
de ambos hombres se encontraron y en un segundo cada uno pudo leer el
mensaje escrito en la mirada del otro.
Disculpe, señor – dijo Terri con su mirada más fría – me gustaría saber cómo
está la señorita Andley.
Ella estará bien – dijo Yves dejando la silla en la que se hallaba sentado –
Está bajo el cuidado de manos profesionales, señor – terminó al tiempo que
bloqueaba la entrada para Terri.
Ya veo – murmuró Terri mirando a Yves con franco desdén – Realmente
espero que ustedes hagan bien su trabajo por aquí, porque la dama que
está ahí merece sólo lo mejor, especialmente después de todas las cosas
que ha tenido que pasar últimamente.
¿Podría este hombre significar algo para Candy? Esa pregunta amartillaba
en la cabeza de Terri con golpes tan inmisericordes que no logró articular
más palabras y solamente se dio la vuelta tomando su oscuro camino hacia
la salida del edificio.
Ya veo – musitó ella entendiendo que Yves había estado con Candy cuando
el sargento había entrado al cuarto.
Sí por supuesto.
Capítulo 7
Una oscura figura salió del hospital cubierta por las sombras de la noche.
Aún en la lóbrega bruma y desde cierta distancia, era claro para el
observador casual que se trataba de un hombre caminando decididamente
con trote apurado y nervioso. Si el observador hubiese sido un poco más
preciso se hubiera podido dar cuenta de que el hombre era alto y se movía
con paso arrogante, cargado de un claro aire de disgusto en cada zancada.
Un observador perceptivo incluso hubiera podido notar que el rostro del
hombre era presa de una pena profunda y el testigo excepcionalmente
sagaz hubiese visto un centelleo de furia en las profundidades de sus ojos.
El hombre, que no era otro que el mismo Terri, se movía con energía hacia
el camión estacionado a unos cuantos metros y en un solo impulso de su
cuerpo abrió la puerta de la cabina, saltó al asiento del conductor y
encendió el motor, conduciendo el camión lejos de aquel lugar tan rápido
como era posible, como si el viento helado que soplaba sobre su rostro
pudiera borrar la agitación de su alma.
¡Un francés! – repitió él - ¡De entre todos los hombres del mundo! ¿Qué no
podía ella haberse encontrado otro hombre en los Estados Unidos?
A pesar de sus embravecidos movimientos los rastros de dolor y furia
ganaban terreno en su corazón mientras el camión recorría la ciudad y al
final esos mismos sentimientos incontrolables le hicieron detenerse en Quai
de Célestins, justo en frente del puente Marie (Quai de Célestins es una
sección del boulevard sobre el río Sena, la famosa iglesia de Notre Dame
puede avistarse fácilmente desde ese punto)
Pero parece que esas cosas no pueden sucederle a un hombre como yo.
Estoy condenado desde el día de mi concepción a ser un alma solitaria.
Fue durante una noche, después de uno de esos sueños que siempre
terminan en pesadillas, que empecé a beber. Al principio el alcohol
disminuía el dolor por efímeros instantes; más tarde, solamente incrementó
mi miseria. Desafortunadamente, para entonces yo ya no pude detenerme.
Fue entonces cuando dejé Nueva York. Cuando fui a ver a Susana antes de
mi partida, quería decirle que no podía cumplir con mi promesa de
matrimonio, pero cuando me encontré frente a ella no fui capaz de
confesarle lo que mi corazón calló de nuevo. Le mentí y me mentí a mí
mismo una vez más. Solamente le dije que saldría en un largo viaje y ella ni
siquiera me preguntó cuánto tiempo estaría lejos. Me dio una de sus
miradas afligidas y llenas de adoración pero sonrió estoicamente a pesar del
dolor que era obvio en sus ojos. Sus palabras fueron suficientes como para
incrementar mi culpabilidad de un modo que no pude borrar: “ Te
esperaré”, había dicho ella sin darse cuenta cómo esa simple afirmación me
lastimaría la conciencia a lo largo de los día de mi hundimiento.
¡Cuánto vagué!¡Qué bajo caí! Siempre que hago memoria de esos días que
pasé dejándome ir en mis más oscuras sombras, me siento terriblemente
avergonzado. Veo mi infierno personal en el cual yo era víctima y victimario
y me doy asco. Me hundí y me hundí muy profundamente hasta que toqué
el fondo de mi propio abismo.
¿Qué había pasado con mis sueños? ¿Mi arte? ¿La pujante energía que me
había hecho dejar Inglaterra lleno de esperanzas y planes? ¿Qué había
pasado con la cálida dulzura que mi mente y alma experimentaban al
recitar las maravillosas líneas de Shakespeare? ¿Eran sus versos menos
sublimes que antes? ¿Habían perdido su brillo? Todo parecía sin sentido,
infructuoso, sombrío . . . ¿Descollar en las tablas? ¿Para qué? ¿Mantenerme
virtuoso? No había caso. . .
Fue entonces cuando tuve la visión. Habíamos llegado a Chicago unos días
antes. Dentro, mis entrañas se estremecían de pensar que estaba en la
misma ciudad en que ella vivía. Cuando por primera vez pisé la estación no
pude evitar el recordar el día en que tratamos desesperadamente de vernos
sin éxito. Si hubiese logrado verla aquella noche podría ahora tener algo
más que el recuerdo de un par de besos. . . . pero está bien así porque no
creo merecer ni siquiera las memorias que ya tengo. ¿Cómo podría vivir si
hubiese sido honrado con más? Si las almas de los condenados en el
infierno pudiesen ver la gloria del cielo, su tomento sería aun peor al
descender de nuevo al fuego eterno.
Sentirme tan cerca y tan lejos de ella me hacía más miserable. Tuve la
tentación de verla, hablarle . . .¿Pero cómo podía yo hacer tal cosa? No
hubiese podido soportar la pena de que ella me viese así . . .tan vil y
vergonzante. Si ella guardaba alguna memoria de mi yo quería que ese
recuerdo se mantuviese limpio y digno.
Por un segundo no pude ni moverme, pensar o respirar. Ella estaba ahí ¡Mi
ángel dorado con pecas! ¡Mi corazón se detuvo ante la luminosidad de su
belleza entre el lugar ensombrecido! ¿De qué estas hecha que tu sola
presencia ilumina mi corazón pesadamente cargado en tan sólo un
segundo? ¿ Qué cuerda de mi alma tocas tan hábilmente que me haces
llegar a mis alturas de este modo?
¿Qué era lo que estaba haciendo yo conmigo mismo? ¿Por qué ella me
había lanzado una mirada tan intensa? ¿Era acaso desaprobación o tristeza?
Cualquiera de las dos cosas, viniendo de ella, no las podía soportar. Sentí
que la estaba haciendo sufrir con mi conducta, porque ella alguna vez me
había amado, eso lo sabía, y seguramente se hubiese entristecido de verme
en aquella condición, o tal vez se sentiría avergonzada de mi. ¡Eso era aún
peor!
Había soñado con hacer feliz a Candy y solamente le había traído dolor,
como si ella no hubiese tenido suficientes penas antes de conocerme. Tal
vez Archibald estaba en lo correcto después de todo y debió haberme
matado con sus puños en nuestros tiempos de colegio. Yo había sido tan
idiota y lo peor es que no podía dar marcha atrás. Seis meses habían
pasado desde nuestro rompimiento, pero me parecían como seis siglos. Era
demasiado tiempo. Me dije que era ya demasiado tarde. Durante esos
meses yo había trabajado dura y exitosamente para convertirme en un
verdadero mentecato. . . No era el hombre que ella se merecía, ya no lo
era.
Llevando el juego de una doble vida, una vez más; una fachada social por
un lado, la imagen del Grandchester público, y por el otro lado el verdadero
yo que escondía de todos; invertí mi dinero y esfuerzos en crear un lugar
que sería el refugio secreto de mis sentimientos ocultos. Un lugar que llené
con rastros del breve paso de ella por mi vida, sabiendo bien que esos
constantes recordatorios de mi amor frustrado no me serían de ninguna
ayuda para sanar mi corazón roto, pero algo en mi se rehusaba a olvidarla y
necesitaba alimentarse de su memoria para aliviar el dolor de la inmensa
pérdida. Fue durante esos días que empecé a escribir.
El asunto físico era la peor parte. Aun un simple toque de nuestras manos
parecía quemarme la piel en repugnancia. Por lo tanto evitaba incrementar
la intimidad más allá de los que era socialmente aceptado y resultaba muy
conveniente para mi que nuestra sociedad fuese lo suficientemente
eufemista como para condenar casi cualquier clase de cercanía física entre
una pareja comprometida en matrimonio. Las veces que un casto beso en la
frente era prácticamente un obligado protocolo yo podía sentir cómo Susana
se estremecía bajo mi toque y me sentía aun más culpable por mi
incapacidad de corresponder su amor. Para mis adentros, le tenía pavor al
día en que tendría que enfrentar mis deberes de esposo.
Sin embargo, tal día nunca llegaría. Para fines de 1915 durante los fríos días
de diciembre la salud de Susana empezó a decaer. Un repentino e
inexplicable desmayo empezó la historia de su adiós a la vida. Se tornó
débil y perdió interés en casi todo, siempre rodeada de doctores quienes no
podían explicarse la causa de su asombroso y rápido deterioro físico. A los
médicos les tomó casi tres meses comprender la naturaleza de su mal,
pero tal descubrimiento no resultó ser una noticia alentadora. Susana tenía
leucemia, así que estaba condenada a morir tarde o temprano y la ciencia
médica no podía hacer nada por evitarlo. Solamente teníamos que esperar
la llegada del día fatal.
Había sido un día frío y arriba, en el cielo, unas nubes grises eran clara señal
de la inminente tormenta. Llegué a casa muy tarde en la noche, después
de una larga jornada en el hospital, seguida de un ensayo general fatigante,
justo la noche antes de una premier. Al día siguiente yo interpretaría Hamlet
por primera vez y la expectativa era grande, tanto entre los críticos como
entre el público. La gente decía que ese papel lograría mi consagración
como el actor teatral joven más importante del país.
Atentamente
Unos viejos amigos.
Totalmente desorientado pero inmediatamente preocupado por la mención
de Chicago, hundí mi mano en el sobre para encontrar otro pedazo de
papel. Era algo que hizo que mis ojos se hinchasen de gozo y pena al mismo
tiempo. Era una nota de periódico con una foto que llamó mi atención
enseguida. Era ella, elegantemente vestida y apeándose de un carruaje. Un
hombre cuya cara no era visible en la foto le ofrecía una mano para
ayudarla a bajar.
Solamente fijé la mirada a la foto por un rato sin mirar al encabezado. Mis
ojos devoraron con ansiedad cada línea del rostro en la foto. Ella estaba
simple e increíblemente hermosa y me pregunté cómo podía realizar la
fabulosa maravilla de reunir la belleza con la nobleza de espíritu que tanto
amo en ella .. . “¿Podría tener la hermosura mejor comercio que con la
honestidad?” . . . Entonces mis ojos se tropezaron con el mensaje en el
encabezado estrellando contra mi alma aquellas palabras crueles y
matando lo que quedaba de mi pobre corazón.
Nunca antes los celos habían sido tan ponzoñosos y atormentadores . Desde
entonces mis pesadillas estarían plagadas por la pavorosa imagen de la
mujer que amaba en los brazos de alguien más. Si yo merecía algún tipo de
castigo por mis errores ése era uno muy apropiado, porque nada pudo
haber sido más doloroso. Una parte de mi murió esa noche.
Había prometido que cuidaría de Susana hasta el fin y eso hice a pesar de
las congojas internas que guardaba. Conforme el tiempo pasaba las
estancias de Susana en el hospital se hacían más largas y más difíciles. Caía
en profundos periodos de depresión y solamente mi presencia podía
disminuir su sufrimiento. Su agonía fue lenta y dolorosa, perdió peso y su
belleza se desvaneció como esas pinturas de Da Vinci que el tiempo no ha
perdonado. Presenciar el fin de una vida que pudo haber sido feliz y
productiva era un penoso proceso que me hizo aun más miserable y
oscuro.
Te causé penas – dijo con lágrimas en los ojos – Necesito tu perdón antes de
enfrentar a Aquel que juzgará mis actos.
Hay una carta para ti adentro – añadió y pude ver una sombra mortal
cruzando sus iris azules – léela cuando me haya ido, pero ahora dime que
me perdonas. Lo necesito.
Sus ojos me veían tan resueltos y francos que entendí que tenía razón.
Te perdono – le dije finalmente y justo después de que había pronunciado
esas palabras ella cerró sus ojos y expiró, dejando tras de sí solamente un
cuerpo frágil, mutilado y sin vida que su madre y yo enterramos en la más
profunda de las tristezas.
Dos días después de sus funerales leí la carta y descubrí el infierno personal
en que ella había vivido durante meses. Leí la carta una sola vez, pero sus
palabras se adhirieron a mi mente y todavía permanecen ahí.
Mi amado Terri:
Este pesar cargo, que pude haber hecho algo noble por ti, pero
no moví un dedo para hacerlo. Aun ahora que escribo estas líneas
no me atrevo a dejarte ir, sabiendo que mi egoísmo no es amor,
pero simplemente no puedo, no podría, de forma alguna, encontrar
las fuerzas que ella demostró cuando me volvió la espalda en
aquella noche fría. Ella ha probado ser mejor mujer que yo. No me
asombra que aun la sigas amando.
Tuya,
Susana.
Dos sueños había yo tenido en mis veinte años de vida y los dos había
terminado siendo imposibles. Después de probar que era indigno e incapaz
de hacer feliz a Candy, no había podido amar a la mujer que me había
salvado la vida. Esta nueva revelación de mi fracaso seguramente me
hubiese hecho hundirme en una nueva depresión si no fuese porque ese
mismo día recibí una visita que me forzó a enfrentar una nueva prueba.
Hay un caballero afuera, señor – insistió – dice que está aquí de parte del
padre de usted, quien se encuentra enfermo.
No soy el “Lord” de nadie, hasta donde yo sé, Sr, Stewart – repliqué con una
sonrisa burlona – pero de todos modos es bueno verle de nuevo. Mi nombre
es Terrence y me gusta que me llamen así.
Mi padre abrió sus ojos y trató de sentarse, pero como le faltaban las
fuerzas un sirviente a su lado tuvo que ayudarle. Aguzó la mirada para
distinguirme en la penumbra de la recámara y como se diera cuenta de que
la luz no era suficiente ordenó a un segundo sirviente correr las cortinas.
Cuando la luz de la tarde penetró la alcoba descubrí que mi padre había
envejecido a un paso asombroso en los años anteriores. A pesar de ser un
hombre en sus cuarentas parecía como si tuviese más de sesenta años.
Déjenme a solas con mi hijo – demandó y descubrí entonces que su voz aún
tenía rastros de su característico desdén señorial.
Has crecido – continuó él con voz baja – debes tener veinte años ahora.
Recuerdo más cosas de las que puedes imaginar, hijo – añadió con una
repentina luz en sus ojos – también oigo cosas. Sé que has tenido éxito en
tu farándula. – dijo con un dejo de mofa en sus últimas palabras que
comenzaron a encender mis viejos resentimientos.
No soy tan rico como usted, señor, pero vivo bien e independientemente. Lo
que tengo es el fruto del trabajo de mis manos – repliqué orgullosamente
dejando un aire de reproche en mi voz que él entendió claramente y que yo
lamenté cuando vi sus ojos invadirse de tristeza.
Sé que no he sido un buen padre para ti, Terrence – dijo asestándome con
su repentina sinceridad.
Bueno, no creo que yo pueda juzgar eso – murmuré bajando los ojos.
Ella está bien, gracias – contesté tan pronto como recobré mi aplomo – ella
se encuentra de gira. Ahora debe estar en San Francisco.
Luego un grueso y pesado silencio reinó por unos instantes. Ninguno de los
dos sabía qué debería seguir. Fue mi padre nuevamente quien rompió el
silencio.
Sí, es correcto, señor – respondí – pero ella murió haces unas semanas.
A estas alturas una gruesa lágrima solitaria rodó por la mejilla de mi padre
como clara prueba de sus verdaderos sentimientos, finalmente liberados
después de años de inútil negación.
Supongo que ella nunca te lo dijo – respondió mi padre con una enigmática
sonrisa.
¿Ella?
Aquello era el colmo. Volví el rostro hacia el fuego sin poder ocultar mi
consternación. Al final, todo en mi vida estaba reducido a un solo nombre.
Sí, ese era el nombre- comentó mi padre – Sabes hijo, nunca he conocido a
nadie más convincente que esa jovencita.
Bueno – dijo el viejo con voz aun más débil – cuando partiste fui al Colegio
para hablar con la Rectora. . . .ella . . ella llamó a la chica . . .esta Candy. . .
para preguntarle acerca de ti, porque la monja pensaba que Candy sabía
dónde te habías ido.
Sí, ella no pudo decirme mucho sobre dónde estabas. . . pero . . . me habló
tan insistentemente sobre dejarte libre . . .que yo . . . yo no sé. .
.simplemente no pude resistir sus argumentos . . . Es increíble cuán
persuasiva puede ser esa mujercita.
Después de los años, pienso que seguir el consejo de esa joven fue lo mejor
que hice jamás – concluyó con una voz aún más débil.
Una vez más un largo silencio entre los dos reinó en la habitación. Las
sombras de la noche se mezclaron con los destellos juguetones del hogar
proyectando siluetas como fantasmas sobre las ancestrales paredes. Mi
padre se quedó dormido y yo permanecí a su lado por horas hasta que ya
no pude contarlas. Había visto en los ojos de mi padre la misma sombra
mortal que Susana había tenido en el día de su muerte. De ese modo supe
que el fin de mi padre estaba acercándose, y ya que nunca había estado
cerca de él en vida, sentí la necesidad de permanecer con él en su muerte.
Gracias, Terri . . . . por estar aquí – musitó – Me gustaría que tu vida fuese
mejor de lo que fue la mía, hijo.
En aquellos días decidí que, ya que Susana había muerto y era imposible
para mi estar con la mujer que realmente amo, yo jamás de casaría con
nadie. En lugar de ello, tendría que buscar una nueva cruzada para darle
sentido a mi vida, algo de lo que me pudiera sentir orgulloso de hacer.
Después de esos días en Edimburgo decidí aceptar el regalo póstumo de mi
padre y dejar la villa en manos de Stewart. La causa que estaba buscando
estaba esperándome a mi retorno a América. Un par de meses después de
la muerte de mi padre los Estados Unidos entraron a la guerra y sentí la
necesidad de unirme al ejército en un romántico impulso que no sospeché
entonces me llevaría a este reencuentro con Candy.
¡Oh Candy, Candy . . . ! Pensé que el tiempo podría extinguir este fuego
dentro de mi, pero conforme pasa los días solamente siento, cómo
incrementan sus flamas sin encontrar el modo de controlar mi inquiero
corazón. Pasan los años y no consigo verte como un dulce recuerdo de mi
adolescencia, no puedo pensar en ti como en una amiga que no he visto en
mucho tiempo. Aun ardo por ti como el primer día y aún más, pero esta
flama consume mi corazón sin esperanzas. ¿Por qué, Candy, puedes tú
decirme. . . por qué soy más fiel de lo que me proponía ser?
El reloj dio la medianoche y como si el joven se hubiese despertado de un
largo sueño, o como si hubiese sido liberado de un encantamiento, se puso
de pie repentinamente y se dirigió hacia el camión. Tenía ante sí un largo
viaje para poder regresar al lugar en medio del bosque donde su pelotón lo
esperaba. Dio una última mirada a las líneas góticas de Notre Dame, algo
desdibujadas en la noche brumosa, y dijo adiós a su muy amada.
Capítulo VIII
El Aniversario
¡Miren esa carreta! ¡Ya viene! – gritaron los niños con voces jubilosas - ¡Está
aquí! ¡Él está aquí!
¡Tom, Tom! ¿Trajiste los caramelos que nos prometiste? – preguntó una
pequeña pelirroja.
¡Caramba, Tom! ¡Qué bonitos caballos traes! ¿Puedo montarlos, por favor? –
pidió un niño con cara traviesa.
Tom tomó en sus brazos a la pequeña con grandes ojos azules que pedía
leche con chillidos insistentes. La niña se veía increíblemente diminuta en
los brazos del joven, pero irónicamente también parecía segura y confiada
en ellos, sabiendo que no había otro lugar sobre la Tierra donde pudiese
estar más segura.
¿No es suficiente con la leche que da la vaca que traje la primavera pasada,
Lizzy? – preguntó juguetonamente el joven.
¡No sabe tan rica como la que traes, Tom! – dijo con timidez y el hombre se
rió de la coquetería de su respuesta.
No Tom – dijo uno de los niños más pequeños con orgulloso acento – ¡Ella
todavía está en la guerra matando alemanes! – añadió usando sus brazos
como si estuviesen sosteniendo un rifle.
¡Candy no está matando a nadie! – corrigió una niña - ¡Está atendiendo los
soldados heridos! ¡Tonto!
Pero Annie está aquí – añadió otra niña – la acompaña una amiga suya.
Ya veo – replicó Tom aprovechando la quietud de los niños para moverse
hacia la puerta principal, pero antes de que pudiese tocar, ésta se abrió de
un jalón inesperado.
¿Qué es lo que está pa . . .? – dijo una voz femenina con acento preocupado
pero la frase se cortó a la mitad al tiempo que una figura alta tendía su
sombra sobre la entrada, bloqueando al pálido sol invernal. Tom bajó la
mirada para descubrir a la delicada joven que había abierto la puerta. Un
par de dulces ojos oscuros se encontraron con los del joven por un breve
segundo, y Tom se dio cuenta de que la joven en frente de él era la primer
mujer que él miraba realmente. La joven se apresuró a bajar los ojos
saludando al recién llegado con una tímida sonrisa.
Disculpe usted, – dijo ella siendo la primera en hablar – escuché a los niños
gritar y pensé que algo andaba mal.
Entiendo.
Candy abrió sus grandes ojos verdes para mirar la pequeña habitación con
muros gris claro, la estrecha ventana a penas cubierta con unas cortinas de
algodón blanco, y a Flammy Hamilton en una silla de ruedas sentada a su
lado. Entonces se dio cuenta repentinamente de lo que había pasado la
noche que el grupo llegó al hospital. De esa manera, dos gruesas lágrimas
rodaron por sus mejillas cuyo color usual había palidecido a causa de la
fiebre.
Sí – replicó Candy diciendo más con sus ojos entristecidos que con su
respuesta monosilábica.
“Una vez más él se va sin que pueda decirle adiós”, pensó Candy sintiendo
cómo las lágrimas llenaban sus ojos otra vez. “¡Tengo que controlar esto!
¡Tengo que controlarlo!” se decía a sí misma.
En eso tienes razón – aceptó Flammy y luego añadió en un tono más serio –
una trinchera y un bosque nevado no han sido suficientes tampoco . . . –
Flammy bajó la mirada mientras su mano buscaba la de Candy – Debo
decirte otra vez, gracias, amiga.- terminó mientras estrujaba fuertemente la
mano de la rubia.
pacientes que ellas habían traído del frente, por Julienne, Yves y toda su
gente favorita en el hospital. Al mismo tiempo se sintió muy sorprendida
cuando Flammy le mencionó que el mismísimo director del hospital había
estado muy interesado en su recuperación. Candy pensó que no era muy
natural que un hombre tan ocupado e importante se ocupase de la pequeña
enfermerita que ella era. Por supuesto, la joven ignoraba que la influencia
de los Andley tuviese un brazo tan largo.
“¿Acaso Terri había dicho que Susana había muerto, o había sido su
imaginación?” trató Candy de recordar. Cerró los ojos y la escena se
desplegó de nuevo en su mente.
“¿Mi esposa Susana? Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un
año” había dicho él, y su voz profunda aún resonaba en los oídos de la
joven. ¡Sí! Candy estaba segura que esas habían sido las últimas palabras
que él le había dicho.
¡Eres una tonta! – la regañó Flammy con irritación fingida pero delatando su
alegría con una gran sonrisa. No había persona en el mundo que pudiera
hacerla reír como Candy. La joven se dijo a sí misma que había sido muy
estúpida en el pasado al tratar de mantenerse distante de Candy. Pero para
entonces, ella sabía que su nueva amistad iba a durar para siempre. A pesar
de eso, había algo que la estaba molestando . . . algo que podría lograr
separar a la morena de su recién ganada amiga.
Entiendo. – continuó Flammy sin mirar a los ojos de Candy – Supongo que te
causó sorpresa verlo de nuevo bajo tales circunstancias.
Tuvimos algo más que amistad. – terminó Candy llanamente - Sí, tienes
razón Flammy, estuvimos algo . . . emocionalmente involucrados, alguna
vez.
No quería entrometerme en tu vida privada, Candy. – se disculpó Flammy
sintiéndose un poco culpable – Es sólo que estaba casi segura de haberlo
visto antes. Recuerdo aquella noche en Chicago . . . yo estaba enojada
contigo porque habías abandonado tu guardia y traté al pobre hombre muy
groseramente esa vez. Quizá me sentí un poco celosa porque tú tenías a un
hombre tan bien parecido que se interesaba por ti. . . . Él estaba tan
nervioso y angustiado por verte entonces . . .¿Puedo preguntas qué fue lo
que pasó entre ustedes?
Y tú todavía sientes algo por él, ¿no es así? – preguntó Flammy enojándose
con Candy por amar a alguien quien, desde el punto de vista de la morena,
no se merecía tal gracia.
La verdad era que, desde que Albert se había convertido en la cabeza de los
Andley, los problemas de dinero que el Hogar de Pony siempre había tenido
en el pasado desaparecieron como por arte de magia. Candy y Albert
habían acordado mandar al orfanato una generosa suma de manera
regular, la cual resolvía la mayor parte de las necesidades de los niños. Aún
más, como si la ayuda de los Andley no hubiese sido suficiente, la Srta. Pony
y la Hermana María contaban también con una provisión regular de leche y
carne por parte de Tom y más recientemente, con las donaciones de Annie.
La joven había vencido sus propios miedos y finalmente se había atrevido a
pedirle ayuda a su padre. El buen hombre, por supuesto, estuvo más que
complacido de apoyar a su hija en sus nobles deseos.
A pesar de este sabio principio, durante aquel bendito día cuando Albert y
Archie habían decidido ayudar a las damas en sus compras, la Srita. Pony y
la Hermana María habían disfrutado más allá de sus más locos sueños
consiguiendo todo lo que necesitaban para la celebración de las fiestas
decembrinas. Después de todo, el día siguiente era Navidad y de vez en
cuando – como la Hermana María diría en su lenguaje poético – es bueno
romper un frasco de alabastro y esparcir un aroma fragante en toda la casa
para celebrar una gran ocasión.
A pesar de eso no los culpo – sugirió Albert con su mirada azul perdida en
las formas del fuego – el viejo presidente Díaz era un tirano que solamente
incrementó la riqueza de unas cuantas personas, que eran sus amigos, y
dejó al resto del país en la peor de las miserias.
Es verdad, pero no creo que esos campesinos sin educación que están
luchando por el poder ahora puedan resolver los problemas del país –
sentenció Archie dejando su taza vacía en el suelo.
No lo sé, Archie – continuó Albert como si estuviese hablando solo – tal vez
están haciendo lo correcto, quiero decir, tratando de cambiar las cosas que
ellos creen son injustas, aunque no apruebo el uso de la violencia, ni
siquiera en la causa más noble.
¿Podrían cambiar las cosas de otra manera? – argumentó Archie con mirada
suspicaz.
Bueno, había un hindú en Sudáfrica, hace unos cinco años – comentó Albert
recordando una noticia que había leído en los periódicos – este hombre
obtuvo algunas cosas rehusándose a obedecer una ley injusta. Convenció a
un grupo de personas y ellos le siguieron aún cuando fueron puestos en la
cárcel por algún tiempo. Al final, la ley contra la cual ellos protestaban fue
cambiada. Logró todo esto pacíficamente.
Creo haber oído al respecto – dijo Archie forzándose a recordar los detalles-
su nombre era Handy, Gendy . .. no . . .¡Ghandi! – sonrió finalmente cuando
su mente recuperó la información que buscaba.
Sí, ese era el nombre, – sonrió al responder el mayor de los dos hombres. –
Ese es el tipo de método que yo apruebo, una resistencia pacífica pero
organizada en contra de cualquier autoridad injusta.
Te noto muy utópico esta noche, – se rió Archie mientras daba una palmada
en el hombro de Albert – no suenas como la cabeza de nuestra poderosa
familia – bromeó.
Tal vez no, – murmuró Albert mirando a su taza medio vacía y entonces
añadió con una extraña chispa en la mirada – me gustaría que te
involucraras más en nuestros negocios una vez que te gradúes el próximo
año, Archie. De hecho, me encantaría que pudieses hacerte cargo de todo
en caso de que yo tenga que ausentarme por alguna razón.
¿De verdad? – preguntó Archie sin poder ocultar su alegría - ¡Me sentiría
muy honrado!
Me alegra oír eso. – replicó Albert con una mirada de alivio en sus ojos – A
decir verdad, una vez que te cases con Annie serás un hombres de negocios
más respetable que yo. Los hombres casados tienen mayor prestigio moral
que los solteros empedernidos como yo – se rió brevemente, pero
interrumpió su gozo personal muy pronto, al darse cuenta de que una
sombra de tristeza cruzaba el rostro de Archie.
Archie, - dijo al fin mirando directamente a los ojos ámbar del joven – voy a
decirte de una vez por todas lo que pienso de tu situación, aunque creo que
no te va a gustar mucho mi opinión.
Creo que comentes un gran error – comenzó Albert articulando cada una de
sus palabras – Estás obsesionado con una ilusión que no te deja ver las
bendiciones que tienes en Annie. Lo que sientes, o crees sentir por Candy,
es solamente un inútil desgaste de energías emocionales porque es obvio
que ella jamás se ha interesado por ti, como hombre.
Neil Leagan se sirvió el sexto escocés de la noche. Era muy tarde y estaba
molesto por haber tenido que esperar por tan largo tiempo. Junto al fino
vaso de cristal habían unos cuantos papeles en un sobre amarillo con el
sello de la familia Leagan. El reloj de pie dio la medianoche y el joven alzó
su vaso brindando en la soledad.
Disculpe señor – dijo el mayordomo con gesto afectado – los caballeros que
usted espera han llegado.
Los perdono esta vez – replicó Neil desde el gran sillón de cuero donde
estaba sentado – siempre y cuando traigan el paquete con ustedes.
Bien, caballeros, – dijo Neil a sus tres visitantes mirándolos con audacia –
soy un hombre de palabra, los documentos están en el sobre, sobre la
barra.
El hombre de los ojos grises hizo una breve seña al tercer hombre y este
último se apresuró a verificar el contenido del sobre.
Todo está aquí, Buzzy – dijo el tercer hombre cuando hubo revisado los
papeles dentro del sobre.
Neil asintió graciosamente con una sonrisa sarcástica. Fue entonces cuando
la puerta se abrió de repente, sobresaltando a los cuatro hombres en la
habitación. Los amigos de Neil se llevaron las manos a sus abrigos en un
movimiento instintivo.
Estamos por partir, madame – dijo el hombre de los ojos grises cuando
sintió que la mirada de la joven se fijaba en él con destello seductor.
Disculpen ustedes la mala educación de mi hermano – replicó la mujer sin
poner atención a las palabras del hombre – Déjenme presentarme
caballeros, mi nombre es Eliza Leagan – dijo la joven extendiendo su mano
enguantada al hombre frente de ella, aquel de los ojos grises e impecable
bigote castaño, al cual habían escogido los ojos de la joven desde que había
finalizado su inspección profesional sobre los tres hombres.
Eso se debe a que mi hermano tiene un terrible gusto para las mujeres, –
remarcó Eliza recuperando su mano y lanzando una mirada recriminadora a
su hermano – pero por qué no se quedan con nosotros, hay una fiesta allá
abajo y estaríamos muy complacidos si se nos unieran.
Ya veo,– replicó Eliza sin quitarle los ojos de encima al hombre del bigote –
pero les veremos por aquí pronto, supongo.
Eso espero señorita – dijo el hombre de los ojos grises mientras él y sus
compañeros dejaban la habitación.
Una vez que los hombres desaparecieron y los dos Leagan se encontraron
solos, Eliza se volvió para ver a su hermano con una expresión divertida en
el rostro.
¡Ay Neil, estás usando drogas! – dijo Eliza traviesa – Eso es algo muy malo,
pero mientras no digas nada sobre esos amigos míos que visitan mi alcoba,
no mencionaré palabra acerca de tu nueva distracción.
Neil observó que la cara de su hermana estaba radiante. Las noticias que
tenía seguramente eran tan importantes como favorables. Eliza se movía
alegremente hacia el bar, casi danzando un baile triunfal, hasta que se
sentó en el banquillo en frente de la barra. Entonces miró a su hermano
directamente a los ojos.
¡Ay Neil, Neil, eres un tonto! – se burló ella – Sé lo que estás pensando.
Temes que ahora nuestro amado actor corra a los brazos de Candy tarde o
temprano ¿No es así? – ella hizo una pausa deleitándose en el sufrimiento
de Neil – Pero no lo hará. Puedo jurarlo.
¿Por qué estás tan segura? ¿Acaso vas a amarrarlo, hermanita? – preguntó
Neil visiblemente molesto.
Hice algo mejor que eso – afirmó ella - ¿Recuerdas ese viaje que hice a
Denver, a pesar de las quejas de la tía abuela Elroy?
Sí.
Bueno, pues no fui a Denver, sino a Nueva York, antes de que muriese
Susana y con mis blancas manecitas dejé en el buzón de Terri un regalo
para él – comenzó ella a reírse con malicia.
¡Debió de hacer un coraje de los mil diablos! – se rió Neil golpeando la barra
con gran gozo.
Renté un carruaje para esperar afuera hasta que él llegara, – continuó Eliza
- era ya muy tarde, pero la larga espera valió la pena verdaderamente,
porque después de que él llegó no le tomó mucho para encontrar su
‘regalo’. Puedo afirmarlo gracias al alboroto que hizo ¡El muy estúpido!
¡Todavía no entiendo que le ven ustedes a esa asquerosa hospiciana!
¡Vamos Eliza, dime lo que oíste! – preguntó Neil tan complacido con la
historia que ignoró los comentarios de su hermana acerca de sus propios
sentimientos por Candy.
¡Debiste haber estado ahí hermanito! ¡El tipo sí que se enojó! A juzgar por
los ruidos, debió haber roto cada mueble que tenía – dijo Eliza con frases
entrecortadas debido a que se doblaba de la risa – Te puedo asegurar
querido, que después de eso ni siquiera pensará en una reconciliación con
Candy ¡Jamás!
¡Eso fue brillante, Eliza! ¡Te amo! – dijo Neil besando a su hermana en la
frente.
¡Me hechas a perder el maquillaje, Neil! – chilló ella empujándolo – Pero eso
no es todo – continuó Eliza entregándole una segunda revista con la foto de
Terri en la portada. – Mira esta otra. Como puedes ver, esta revista es
reciente.
Esto podría no ser tan bueno como piensas, Eliza – dijo Neil con expresión
preocupada – Ahora él está en Francia, justo donde Candy se encuentra ¡No
me gusta eso!
¡No dejes que se acerque a esas tartas! – advirtió Annie desde la mesa -
¡Las desaparecería en un segundo!
Patty se rió con timidez y asintió amablemente para rechazar la ayuda que
se le ofrecía. A pesar de la resistencia de la joven Tom la siguió, atraído por
ambas tentaciones, tartas y chica.
Patty finalmente puso las tartas en la mesa mientras Annie le lanzaba a Tom
una mirada recriminadora que le advertía no intentar ningún truco sucio.
¿Ves a ese hombre, Patty? – preguntó Annie con una risita nerviosa- Es el
devorador de tartas de Navidad más rápido que he visto en mi vida. No te
confíes ni por un instante.
Patty solamente sonrió mientras se quitaba los guantes de cocina que tenía
en las manos y los dejaba en la mesa. Una vez liberada de los mitones, trató
de arreglar su cabello castaño oscuro, el cual caía sobre sus hombros en
una abundante melena que ella sostenía en una cola de caballo. A espaldas
de la joven, dos ojos café claro la observaban con especial atención, ajenos
a las miradas suspicaces de Annie. De algún modo, las tartas habían
quedado relegadas a segundo término.
Patty se volvió para mirar el rostro de Tom, pero no pudo sostener la mirada
directamente y
incidente debajo del muérdago, Tom arqueó la ceja derecha, los ojos de
Archie brillaron de ansiedad y los niños detuvieron el barullo que siempre
hacían.
No Annie, éstas son buenas noticias. Escuchen todos – dijo Albert antes de
empezar a leer:
Queridos amigos:
Estoy de regreso en París, sana y salva. Espero que el próximo año pueda
estar con ustedes para Navidad. Mientras tanto, felices pascuas y que Dios
les bendiga a todos.
Candy.
¡Gracias, Dios mío, por escuchar nuestras plegarias! – murmuró la Hermana
María y todo el cuarto se vio invadido de un coro de voces que se repetían
una a la otra: “ ella está bien”, “ está a salvo”
Con gran orgullo le informo que la Srita. Candice White Andley recibirá una
medalla por su heroísmo, el cual salvó la vida de cinco de nuestros
hombres y dos de sus colegas. La señorita Andley ha honrado a su país y a
su familia con su valiente conducta.
Felicitaciones
¡Bueno, Candy está bien y ganó una medalla! – dijo la Señorita Pony
esgrimiendo una botella de vino, - ahora que casi todos nuestros seres más
queridos están aquí, y eso los incluye a ustedes, Jimmy y Sr. Cartwright, ¿no
creen que sea ésta una buena razón para brindar?
El grupo dio buena acogida a la sugerencia y unos minutos más tarde todos
tenían un vaso con algo para beber; vino para los adultos y limonada rosa
para los niños.
¿Ya ves? Candy debe haber matado algunos alemanes por allá.
[pic]
Hay fechas en nuestras vidas que nos marcan con memorias inolvidables.
Fechas que tal vez intentemos ignorar todo el año, pero conforme nos
acercamos a ellas, son esas mismas fechas las que nos fuerzan a volver
vivir en nuestra mente los eventos que las hicieron memorables. Algunas
veces nos gustaría no ser capaces de recordar, en ocasiones quisiéramos
cerrar los ojos y olvidar. Pero luego, una página del calendario nos salta a la
vista y simplemente no podemos evitar la reminiscencia que embate
nuestra alma con la llegada de cada aniversario.
Una vez más, El Hospital Saint Jacques tenía un nuevo director. El mayor
Vouillard había sido designado para el puesto después de que Louis De Salle
fuera enviado al Frente Occidental. En un principio, todos se preguntaron
cuál había sido la razón para un cambio tan repentino. Después de todo, De
Salle había dirigido el hospital por menos de dos meses y era poco usual
que un director durase tan poco tiempo en el cargo. No obstante, nadie
pudo comprender los motivos que habían inspirado el nombramiento de
Vouillard, y el asunto fue pronto olvidado y parcialmente interpretado como
uno de esas incomprensibles rarezas de los tiempos de guerra.
Pasar las fiestas decembrinas en medio de la nada, lejos de casa y tal vez
esperando la propia muerte no es una perspectiva muy atractiva. A pesar
de esto, la Segunda División del ejército de los Estados Unidos tenía que
enfrentar esa triste realidad. Todo lo que se tenía para celebrar la ocasión
era un botella de vino barato y la compañía de unos cuantos sacerdotes que
habían sido enviados por el gobierno francés para animar a las tropas. Para
Terrence Grandchester, quien no bebía y tampoco era muy ferviente en sus
creencias religiosas, el regalo de Navidad de las autoridades no había
significado mucho. Aún peor, la llegada de las celebraciones de invierno era
lo que él menos deseaba, especialmente por los recuerdos tristes que lo
atormentaban durante esas fechas.
[pic]
¡Te ves hermosa esta noche! – dijo Yves a la joven rubia a su lado – El rosa
es definitivamente tu color ¿Sabías eso?
Bueno, entonces esa amiga tuya, Annie, debe tener muy buen gusto –
comentó Yves con una sonrisa. El joven doctor había estado flotando en las
nubes desde que Candy lo había aceptado como su acompañante en la
fiesta y se había propuesto disfrutar la velada tanto como fuese posible.
intrigado. Era esa mirada ausente en los ojos de Candy, como si por breves
instantes su mente volase muy lejos, a tierras distantes que él no podía
alcanzar.¿En qué pensaba Candy cada vez que sus ojos se perdían en la
nada?
Disculpe usted, Padre – respondió Terri con una sonrisa amable – no tomo
ningún tipo de bebida alcohólica.
¿De verdad? – dijo el sacerdote con ojos admirados – Esa es una cosa
notable en un soldado. Pero, debo admitirlo, también es un hábito
saludable.
Buena decisión sargento, – respondió el cura con tono amigable – pero tal
vez podría unírsenos con una taza de té caliente.
**************************************
Diciembre 31, – pensó Candy – Fue hace seis años. Estaba muy frío afuera y
yo había bebido demasiada champaña.
Ella llevaba el cabello sujeto con un lazo carmín. – recordó Terri – ¡Se veía
tan hermosa esa noche!
En una esquina del salón una joven rubia hacía su brindis personal.
Por el Presidente Wilson y las batallas por venir! – brindó el Capitán Jackson
con vehemencia – ¡Feliz Año Nuevo para todos nosotros!
Feliz Año Nuevo, pecas – pensó Terri levantando su taza – y feliz sexto
aniversario también.
El reloj anunció la llegada del nuevo año. El histórico 1918 había nacido. En
distantes rincones del globo, nuestros amigos recibieron el año que
cambiaría sus vidas dramáticamente.
Capítulo IX
La Canción de Medianoche
[pic]
El siguiente capítulo contiene algunos breves pasajes en donde se utliza
lenguaje vulgar con el propósito de dar mayor realismo al relato. Si ese tipo
de lenguaje ofende su sensiblidad, le ruego se abstenga de leer.
El año anterior, Ferdinand Foch había sido designado como jefe del Comité
General del Ejército Francés, pero el General Pétain todavía tomaba parte
en las decisiones junto con el Mariscal Haig, del ejército británico. La
vigorosa ofensiva alemana desplegada en Arras forzó a los Aliados a
designar un solo jefe que pudiese comandar los movimientos de ambos
ejércitos de manera más coordinada. Haig y Pétain estuvieron de acuerdo
en que el hombre más adecuado para tal trabajo era el mismo Foch. Por lo
tanto, Foch fue nombrado el 3 de abril y desde entonces dirigiría todas las
fuerzas Aliadas en el Frente Occidental con determinación y agresividad.
[pic]
Para inicios de abril, Armand Graubner hbía estado sirviendo entre las
tropas norteamericanas por cuatro meses. Había sido asignado por las
autoridades eclesiásticas para permanecer con los norteamericanos a fin de
ayudar en la retaguardia, ofrecer apoyo espiritual, dar confesión y
administrar los santos óleos si era necesario. Ser un sacerdote católico y
trabajar en un ejército donde la mayoría de los elementos son protestantes
no era una tarea fácil, pero el Padre Graubner era un tipo tan carismático
que pronto se ganó la simpatía de cada hombre en su batallón y aún el
pastor protestante que trabajaba con él se había convertido en su íntimo
amigo.
Graubner tenía unos cincuenta y cinco años, era flaco y alto como un pino,
con una tupida barba castaña iluminada por unos profundos ojos oscuros, y
aún cuando se supone que los sacerdotes deben ser gente seria, él era el
hombre menos formal en el planeta entero. Pero esa era solamente una de
muchas contradicciones en su personalidad; de hecho, Armand Graubner
era un hombre de paradojas. Su abuelo materno había sido un ingeniero
francés que se había mudado a Alemania para trabajar en la construcción
de carreteras en ese país. El Sr. Bernard era casado y tenía una hija única
cuando inmigró en Alemania y finalmente se estableció en un pequeño
poblado llamado Eschewege, localizado en el corazón de la nación, unos
cuantos kilómetros al norte de Frankfurt. La madre de Armand creció en
Eschewege y finalmente se casó con un rico granjero llamado Erhart
Graubner.
A pesar de la nueva dirección que había tomado su vida, Armand eran aún
un amotinador en el corazón de una de las religiones más ortodoxas del
mundo. Su fe era sincera y apasionada pero sus ideas eran vistas con recelo
por las autoridades de la iglesia. La literatura de vanguardia que el padre de
Armand había compartido con su hijo durante su niñez y juventud tenía aún
una influencia muy fuerte en el sacerdote. Así pues, sus predicaciones
estaban plagadas peligrosamente de afirmaciones explosivas sobre la
opresión, la propiedad privada, la explotación de los obreros y toda clase
de “ideas extrañas”.
Por estas razones el Padre Graubner era siempre enviado en las misiones
más raras y lejos de las grandes ciudades, pero a él no le importaba mucho
este asunto porque le preocupaba más tener contacto directo con la gente y
no ambicionaba alcanzar una carrera exitosa en el Vaticano. De este modo,
se sentía satisfecho con sus órdenes para trabajar en el campamento
norteamericano y trataba de hacer su trabajo con su muy particular estilo
heterodoxo.
Pero aún no tengo idea sobre el tipo de actividad que usted hace para
ganarse la vida- admitió el hombre.
Soy actor, señor. – dijo el joven directamente sin notar el pasmo en las
facciones de Jackson – Vivo en Nueva York y trabajo como actor en
Broadway. No hay gran misterio en el asunto. Ahora, si me disculpa, me
gustaría cambiarme de ropa.
[pic]
¿Qué tiene en esa caja, Padre? – preguntó uno de los cabos al sacerdote,
una noche cuando los hombres se habían reunido alrededor del fuego.
Entonces, toque algo para nosotros, Padre – solicitó un soldado raso sentado
junto al fuego.
Sí, es una buena idea – replicó otro soldado – toque algo con buen ritmo.
Eso estuvo muy bien, Padre – dijo un joven soldado raso que parecía menor
de veinte años – debería de tocar con el sargento Grandchester alguno de
estos días.
Bueno, sí – contestó el mismo cabo – pero nunca toca para nosotros como
usted acaba de hacerlo. Ese hombre es un verdadero búho. Frecuentemente
no duerme en toda la noche, lo he visto mientras estoy de guardia, se
levanta a media noche y toca la armónica por horas.
¡Candy! – susurró Yves haciendo una seña con su mano derecha - ¿Podrías
venir?
Son las 12 en punto – pensó cuando abrió la tapa del reloj. Inesperadamente
un repentina tristeza inundó su corazón - ¿Qué es esto?- se preguntó
poniendo una mano sobre su pecho- ¿Estás bien?
Las penas que escondemos en el fondo del alma algunas veces salen a la
superficie de nuestra realidad. Durante el día, la mente usualmente ocupa
sus fuerzas en múltiples preocupaciones, pero cuando la noche llega y nos
vemos liberados de los triviales detalles de la vida cotidiana, los
sentimientos toman el control. Si somos parte de ese afortunado y pequeño
grupo de seres en paz consigo mismos, no pasa mucho tiempo antes de que
un sueño tranquilo se haga cargo de la situación. No obstante, para un gran
número de personas la relajación que llega cada noche es solamente la
infeliz oportunidad que arrastra a nuestras mentes inquietas hacia el reino
del insomnio.
Ese había sido el caso de Terri desde su infancia. Él conocía bien el sabor de
esas noches interminables durante las cuales los pensamientos más tristes
le perseguían robándole el necesario reposo. Pensamientos sobre el padre
distante, los días solitarios en el Colegio, la madre ausente, los
insoportables hermanos menores o la temida duquesa angustiaban su
mente en aquellos días lejanos. Después, su insomnio había sufrido un
cambio inesperado y, en lugar de los resentimientos usuales, su mente
comenzó a vagar por nuevas inquietudes acerca de los diferentes tonos de
verde que se desplegaban en los ojos de una joven. Pero aún esas
preocupaciones más placenteras se habían tornado angustiantes a través
de los años . . .
El ruido de unos pasos firmes acercándose a sus espaldas se perdió con los
melancólicos sonidos de la melodía que el joven tocaba. Aquellos momentos
de soledad, mientras sus labios acariciaban la plateada superficie
arrancando notas del instrumento que era su más preciada posesión, eran
los únicos instantes de paz en su intranquila existencia. Solamente cuando
hubo terminado la última not se pudo dar cuenta de la presencia de un
hombre junto a él.
Lo mismo me solía pasar, pero eso fue en otra vida que tuve – se rió el
hombre sofocadamente.
¿La amaba usted? - se atrevió Terri a preguntar, sus ojos brillaban con
destellos azules en la quietud de la noche.
¿Y cómo fue que usted terminó siendo sacerdote? – preguntó Terri quien ya
estaba atrapado en el relato de Graubner.
Sí, sargento, un duelo real y estúpido. En aquellos días estaba muy de moda
batirse, pero yo casi muero a causa de esa moda – dijo el cura con seriedad
– Afortunadamente el Señor me dio una segunda oportunidad y sobreviví. Le
puedo decir que el hecho de estar tan cerca del otro mundo me hizo darme
cuenta de mi estupidez mucho mejor todos los sermones de mi padre.
Eso fue lo que lo motivó a tomar los hábitos, entonces – inquirió Terri.
Así es. Fue la experiencia más dura que jamás he vivido. Me miré a mi
mismo como realmente era en aquellos momentos cuando creí que iba a
morir, y no me gustó lo que vi. Por lo tanto, cuando comprendí que mi
existencia no había terminado, prometí a Aquel que me había permitido
conservar la vida, dedicarme a su servicio, y no he lamentado esa decisión
un solo segundo de ésta, a la que yo llamo, mi segunda vida – terminó el
hombre con una sonrisa detrás de su rostro barbado.
Bueno, jovencito – comenzó Graubner a decir mientras aun temblaba por las
carcajadas - ¿Podría explicarme primero cuál es la imagen de un sacerdote
que usted tiene?
¿De verdad? – interrumpió el cura sorprendido – Esa debió haber sido una
experiencia espantosa, entonces – repuso el hombre sonriendo y Terri le
regresó la sonrisa, divertido ante la paradoja de un sacerdote que tenía tan
mala opinión sobre la educación religiosa.
No creo que sus superiores miren su postura con mucha alegría – sugirió
Terri.
Se escabulló a través de los corredores con paso distraído hasta que llegó al
cuarto que compartían Candy y Flammy. La puerta estaba semiabierta y se
sintió tentada a saludar a sus amigas.
¡¡De AMÉRICA!! – replicó Candy con una sonrisa que podía haber iluminado
la noche más oscura – viene de Chicago ¿Quieres ver lo que tiene?
La más joven de las dos mujeres abrió el paquete con dedos trémulos,
rasgando el papel que cubría la blanca caja rectangular. Pegada sobre la
caja había una nota escrita con elegantes caracteres que Candy reconoció
como la letra de la Srita. Pony. La joven leyó el contenido de la carta en voz
alta para que Julienne pudiese enterarse de las nuevas.
Tal vez encontrarás este regalo un tanto inusual, pero la Hermana María
insistió y he aprendido a seguir sus instintos, los cuales rara vez yerran. No
te preocupes por nuestros bolsillos porque fue nuestra noble Annie quien
pagó por todo, nosotras fuimos solamente las cómplices que trazaron la
idea original de este plan.
Con amor
Por su parte, cuando el padre Graubner supo sobre el destino que seguiría
la Segunda División, sintió un dolor pernicioso en el pecho. El hombre temía
por su corazón pero algo dentro de él le decía que tenía una misión por
cumplir en el Río Marnes y no mencionó una palabra sobre su problema. A
pesar de ello, el suspicaz Doctor Norton siguió los movimientos del
sacerdote con mucho cuidado.
¿Por qué indagas sobre algo que estás a punto de enfrentar, Peterson? –
preguntó una tercera voz con tono profundo – Deja que tu destino te
alcance. Llegará a la cita que tiene contigo de cualquier forma – terminó
Terri poniéndose de pie para estirar las piernas caminando a lo largo del
reducido espacio que quedaba libre en el vagón.
El joven levantó sus ojos de un azul verdoso hacia el cielo que podía
contemplarse a través de la ventanilla del tren. Realmente no importaba la
estación del año. Ya fuese una noche nevada o una brillante mañana de
primavera como aquella, cualquier día, o sonido o sonrisa era suficiente
para inspirar a su memoria para jugarle trucos sucios en los que él siempre
perdía. Pero hay memorias muy dolorosos de recordar y por lo tanto los
combatimos con fuerza. Cuando estaba a punto de admitir su derrota en
aquella lucha mental un gran mano tocó su hombro.
Bueno, ciertamente no son tan viejo – replicó Terri encogiendo los hombros.
Tengo veintiún años.
Cada hombre tiene sus propios tumultos internos sin importar la edad, pero
los míos no son de su incumbencia, Padre – replicó él con ojos endurecidos.
Graubner había sido sacerdote por casi treinta años, por lo tanto la
respuesta grosera de Terri no era suficiente como para hacerle desistir tan
fácilmente.
La Segunda División llegó a Château- Thierry para la media noche del día 31
de mayo. Tan pronto como los hombres dejaron el tren no tuvieron otro
minuto más de descanso. Fue entonces cuando Terri agradeció el haber
recibido un entrenamiento tal largo. De no haber tenido esa oportunidad
antes, no hubiese podido enfrentar la frenética construcción de barricadas
y la excavación de las trincheras a lo largo de la carretera que va de
Château-Thierry hasta París. Con una eficiencia asombrosa la escena estuvo
preparada y lista para el día 2 de junio.
Los alemanes habían atacado otro sector con el propósito de cruzar el río
Marnes pero la Tercera División los detuvo repetidas veces durantes los
días 1, 2 y 3 de junio. Como no pudieron tener éxito en ese intento,
Ludendorff decidió moverse hacia el Oeste de Château-Thierry. Los
alemanes no sabían que la Segunda División estaba esperándolos en esa
dirección.
La noche del 3 de junio fue larga y angustiosa. Como si fuese una mala
señal, el joven soldado Peterson se enfermó inesperadamente. Un repentino
dolor agudo en el abdomen seguido de vómito y fiebre lo atacó fieramente.
El doctor Norton diagnosticó peritonitis y aún cuando el galeno trató de
hacer lo mejor que podía para salvar al joven, Peterson murió en los brazos
del Padre Graubner antes del ocaso.
Tampoco yo, Padre – respondió Terri con voz enronquecida – Este chico
estaba tan lleno de entusiasmo. ¿Recuerda cuán ansiosos estaba de ver una
batalla? También estaba esperando impacientemente por la primera
oportunidad que se nos presentara de visitar París. Ninguno de esos deseos
se le cumplió.
Sí, sargento. Muy seguido la vida no parece muy justa ante nuestros ojos.-
señaló el hombre – Jóvenes enamorados de la vida mueren mientras que . . .
Aquellos que merecerían morir quedan con vida – dijo Terri terminando la
frase con acento amargo.
Graubner miró al joven con asombro. Dudó por un segundo, sin saber si
debía preguntar otra vez o dejar pasar aquella nueva ocasión. Por fin, se
decidió a hablar.
¿Qué le hace pensar que usted no merece vivir, sargento? Preguntó él.
Sigue, hijo, no tengo nada que hacer más que escucharte – dijo el cura y
con oído atento escuchó la historia de Terri en detalle. Con la descriptiva
narración del joven Graubner conoció a los diversos personajes y eventos
en la vida del muchacho. Identificó a la madre abandonada, al padre
manipulado por su propia ambición, al niño solitario que creció para
convertirse en el adolescente rebelde, al amor inolvidable, los giros del
destino, la culpabilidad, la intriga, la fatalidad y el último encuentro.
Durante el par de horas que duró el relato, Graubner comprendió las
razones que hacían a aquel joven el hombre tan sombrío que el cura tenía
frente de sí, pero el sacerdote fue también capaz de ver un panorama más
claro que Terri no podía percibir.
Ahora bien, Padre – preguntó el joven – ¿No cree usted que yo mismo
arruiné mi existencia con mis propias manos?
Bien sargento, - comenzó – creo que usted cometió unos cuantos errores,
sí, pero de ahí a haber arruinado todo, existe una gran diferencia.- afirmó el
hombre frente a un Terrence muy sorprendido.
¡Sea franco, Padre! ¡Se que soy una verdadera desgracia! – exclamó el
joven con vehemencia.
Primero que nada – comenzó el hombre – debo decirle que la decisión que
hizo al ofrecer matrimonio a una mujer que no amaba fue ciertamente un
gran error. El matrimonio es un estado sagrado y solamente el amor debe
llevar a la gente a hacer esa clase de juramentos. Ningún sacrificio que esa
joven pudiese haber hecho por usted justificaba la resolución que casi los
hizo entrar en el matrimonio de un modo tan irrespetuoso, esto es,
contradiciendo sus principios básicos. Se que puedo sonar duro y tal vez no
muy cercano a lo que otros colegas míos le hubiesen dicho, pero yo
francamente pienso que esas ideas del supuesto “deber” y “honor” que
usted siguió son parte de la basura ideológica que heredamos del siglo
pasado. Espero que algún día nos deshagamos de ella y desarrollemos un
tipo de moral, basada en la comprensión, el amor y el mutuo entendimiento.
Nunca he estado casado, pero he trabajado para un amo aún más exigente
que el matrimonio por casi 30 años. Durante ese tiempo mi orgullo ha
luchado inmensamente. Sin embargo, he tomado todo ese dolor con alegría
porque amo a mi Señor y él me corresponde con un amor aún mayor. El
matrimonio es algo similar ¿Hubiera podido usted honrar a su esposa, rendir
su egoísmo y conquistar los propios demonios por una mujer que no
amaba? ¡Un verdadero matrimonio no es una máscara teatral que puede
usar por un rato para después dejarla botada después de la función!
Ahora bien, hijo, espero que usted entienda que cometer errores es una
seña de que somos seres humanos, todos nos equivocamos y es muy
arrogante el pensar que podemos ser excluidos de tal pena. Hacemos
decisiones, algunas de ellas funcionan, otras no. Disfrutamos de los
beneficios de nuestras decisiones exitosas y sufrimos las consecuencias de
nuestras resoluciones erradas. Pero aún cuando esas consecuencias duelan
debemos seguir hacia delante, tenemos que progresar y perdonarnos a
nosotros mismos por esos errores que dejamos atrás. ¡Sí! Se supone que
debemos recordar la lección y madurar a través de ella, pero Dios no creó al
hombre para desperdiciar toda su vida en arrepentimientos amargos.
Quisiera poder verlo como usted, Padre – ¡Para mí todo ya está perdido!
Insistió Terri, aún abrumado por el discurso del sacerdote.
[pic]
¡Dije que vería al director y justamente eso voy a hacer! – respondió ella
moviéndose rápido en dirección de la puerta y entrando en la oficina antes
de que el sargento pudiese detenerla
Adelante Srta. Andley – dijo el hombre dejando a un lado los papeles que
tenía en su mano – y tome asiento – ofreció él.
Estoy bien de pie, señor – replicó la joven – estoy aquí porque vi que un
nuevo equipo médico será enviado a Château- Thierry esta tarde y aún
cuando no fui incluída quiero ofrecerme como voluntaria, señor . . .
Pero señor – insistió ella llevada por una fuerte necesidad enraizada en las
profundidades de su corazón – pienso que sería de más ayuda allá.
Candy bajó la cabeza pero aun una fuerza interior le dio el coraje para un
último intento.
Candy jadeó de asombro, pero viendo que no había ya más caso para
intentar una tercera vez, salió de la oficina silenciosamente. Cuando ella
hubo salido Vouillard levantó los ojos al cielo y dio un suspiro de alivio.
Muy claro, señor - dijo Newman. El resto solamente asintió con la cabeza.
Los cuatro hombres se movían lentamente pero sin parar. Brincando del
refugio de una roca hacia un árbol y luego hacia otra roca. Parecía que el
ruido que Jackson y el otro hombre estaban haciendo estaba distrayendo a
los alemanes efectivamente. Aún así, tenían que apresurarse porque tarde o
temprano los cañones podían alcanzar a los hombres escondidos en el
bosque. Continuaron moviéndose cuando uno de los alemanes advirtió los
movimientos torpes de Lewis y terminó por acribillarlo. Los otros tres
hombres lograron esconderse a tiempo. Desafortunadamente, al soldado
alemán no bajó la guardia y mantuvo un ojo avizor en el horizonte. Terri
hizo una seña a sus hombres. No podían acercarse más, así que era hora de
aventar las granadas. El primero en intentarlo fue Carson porque estaba
más cerca. El joven estaba prácticamente temblando como una gelatina y
cuando llegó su turno de preparar la granada sus movimientos fueron
demasiado lentos, mientras que el soldado alemán fue más rápido y terminó
por matarlo antes de que Carson pudiera darse cuenta de lo que estaba
pasando.
Uno de nosotros tiene que distraerlo – susurró Terri – el otro debe ser lo
suficientemente rápido como para volar a ese maldito hijo de perra antes de
que pueda moverse. Con todo el ruido que hay tal vez ni siquiera lo noten
sus compañeros.
No, eres mejor tirador que yo – objetó Terri – además, yo no tengo una
esposa y tres hijos.
Con una rápida carrera Terri se hizo visible ante el soldado alemán y esté
empezó a atacarle. Uno, dos, tres, cuatro, cinco disparos, pero antes de que
aparentemente pudiese hacer daño, el rápido gatillo de Newman dio en el
blanco justo en la frente del joven alemán.
Esta ocasión los hombres no perdieron tiempo usando las granadas que
tenían y arrojándolas con fuerza hacia la improvisada barricada alemana. La
explosión fue efectiva y pronto una gran columna de fuego consumía las
ruinas y a los hombres dentro de ellas.
[pic]
¡Lo siento mucho! ¡Pero la verdad es que me gustan mucho mis pecas,
tanto que estoy pensando en la manera de cómo conseguir más!
¡Por supuesto!
Por eso no podré asistir al Festival de Mayo.
Creo que hubiese sido muy divertido, habrá muchas flores, baile y dulces...
¿Por qué me miras así? ¿Te gusto, pecosa? Vamos, hay un lugar por allí
donde podrás confesarme tu amor.
Ummm . . . . me tienes que pagar por ese favor, Candy . . .pon tus labios
aquí
¡Hey! ¡Me engañaste pecosa! ¡Eres una gran tramposa! . . . ¡Pero ahora es
el momento de la revancha!
¡Terri!
¿Cómo has estado? Quiero decir, ¿Cómo has estado en todo este tiempo,
Candy?
Bien, Terri, he estado muy bien.
Increíblemente hermoso
¿Mi esposa Susana? ¡Candy, nunca me casé con Susana, ella murió hace un
año!
¡Ella murió!
¡Sangre!
Lo siento, sólo quiero descansar por un rato . . .ese hombres confundió este
como el dormitorio de los muchachos . . .Siento causarte problemas.
Tus heridas . . .
¡Tu sangre!
¡Ay Padre! – exclamó Newman que estaba junto a Graubner – yo estaba con
él cuando le dispararon, pero no me di plena cuenta de ello ¡Debió haber
cubierto sus heridas con la ametralladora, el muy estúpido! ¡Continuó
combatiendo por horas después de eso! Debí haber notado que el alemán
realmente consiguió dispararle mientras él trataba de distraer su atención –
se lamentó el hombre.
Padre – musitó Terri - usted tenía razón. Las cosas . . . las cosas no son tan
malas. . . yo . . .
No te esfuerces Terrence – dijo el sacerdote.
Había una pesada presión en su pecho. Casi no podía respirar. Había música
en el fondo, como una melodía triste que la hacía sentir una extraña mezcla
de ansiedad y miedo. Necesitaba llorar, pero no podía. Necesitaba gritar,
pero era imposible . Pensó que el dolor repentino en su corazón ya no podía
ser más desgarrador de lo que ya era. Le dolía muy profundamente y no
podía gritar.
¡Terri, Terri, Terri! – lloró amargamente - ¡Oh Dios mío, Dios mío! ¿Qué le ha
pasado a Terri?
Capítulo X
[pic]
Alain Boublil y
Jean-Marc Natel
Había sido un día frenético para Flammy Hamilton, pero ella ya estaba
habituada al trabajo duro del hospital ambulante. Miles de heridos habían
recibido atención médica durante los dos días que la batalla había durado;
sin embargo, aún más hombres estaban esperando su turno para recibir los
primeros auxilios, luchando entre tanto por sus vidas. Flammy estaba
exhausta pero tenía aún una última tarea que cumplir antes de que su turno
terminase: debía colocar etiquetas en 150 pacientes que estaban en la lista
de casos delicados. Tan pronto como llegase el tren, aquellos hombres
serían enviados a diferentes hospitales en Château-Thierry y París.
Fue entonces cuando, como si hubiese sido movida por una fuerza extraña,
la joven levantó la mirada y vio al hombre. Flammy Hamilton nunca olvidaba
una cara y aún cuando el hombre estaba transfigurado por el polvo, lodo y
sangre que tenía sobre todo el cuerpo, ella inmediatamente lo reconoció.
¡Cielo Santo! – pensó - ¡Mi pobre Candy! ¡Qué cruel es la vida contigo!
Flammy observó los nombres del soldado y del hospital a donde el paciente
había sido asignado: “Terrence G. Granchester, Hôpital Saint Honoré”,
rezaba la etiqueta.
La joven era sin duda la enfermera más eficiente del mundo. Sabía bien
cómo hacer su trabajo y nunca cuestionaba el juicio de sus superiores, pero
ese día, en contra de sus más caros principios éticos y profesionales,
Flammy Hamilton hizo algo que nunca pensó llegar a hacer: cambió la
etiqueta y escribió en una nueva: “Hôpital Saint Jacques”
Puede que él no se merezca esta oportunidad – pensó Flammy – Sin
embargo, Candy sí se la merece.
[pic]
Candy creyó desmayarse al tiempo que una voz interna le decía: “¡Esto no
puede ser cierto!” La
joven se llevó una mano a la boca mientras sentía cómo las lágrimas
comenzaban a rodar por sus mejillas. Dentro de ella, un pungente dolor
cercenaba su corazón con la fuerza más pujante que ella jamás había tenido
que soportar.
¡No puedo hacer esto! – se dijo dando un paso hacia atrás y dejando las
tijeras sobre la mesa, pero antes de que pudiese hacer otro movimiento un
ronca voz femenina sonó en su memoria.
¡Olvida que eres mujer! ¡Ahora eres una enfermera! ¡Recuérdalo bien,
“torpe”! – le dijo la voz de Mary Jane resonando en su mente - ¡Hay un
trabajo que hacer! ¡No me hagas pensar que solamente malgasté mi
tiempo enseñándote! Ahora toma esas tijeras y prepara a ese hombre para
la cirugía.
voz de Mary Jane, Candy había dejado de ser mujer por unos instantes para
quedar reducida a una enfermera con un solo y desesperado propósito:
salvar una vida.
¡Por favor, Señor, por favor! - suplicaba ella mientras continuaba
preparando a su precioso paciente - ¡No le arranques la vida! ¡No a él! No
me importa si me muero de soledad, no me interesa si tengo que pasar toda
la vida lejos de él. No me quejaré si él está enamorado de alguien más. Te
prometo que no pensaré en mi misma. Solamente lo quiero vivo, sano y
salvo. Si él está vivo es suficiente para mi – pensaba ella y sus ojos color
esmeralda temblaban detrás de las lágrimas.
No obstante, la segunda bala había perforado entre las costillas del lado
izquierdo y se encontraba demasiado cerca del corazón. Cuando Yves se
percató de que tendría que buscar la bala en una zona tan delicada sintió
que las piernas le flaqueaban, pero una mano suave sobre su hombro le
infundió seguridad con inesperada fuerza.
Tú puedes hacerlo – susurró Candy – Tenemos que sacar esa bala o se nos
habrá ido para cuando llega la mañana.
Yves asintió, hundiendo la mano en el pecho del paciente una vez más. Esta
vez su instrumento quirúrgico encontró el objeto de hierro y lo sacó al
tiempo que las dos enfermeras que lo acompañaban daban un respiro de
alivio.
Siempre tiene tanto miedo a ser lastimado – pensó ella al tiempo que su
mano alcanzaba la de él que yacía inerte sobre las sábanas blancas.- Por
favor, Terri, lucha por tu vida. Tienes aún tanto que dar. Siempre imaginé un
futuro brillante para ti ¡Por favor Terri! ¡Vive para conquistarlo!- susurró
Candy cerrando sus ojos mientras una lágrima solitaria rodaba por su
mejilla.
Candy pensó luego que esas cosas realmente no eran relevantes , porque
sabía que en el fondo de su corazón él siempre sería su Terri, y lo único
verdaderamente importante en aquel momento era que él sobreviviese
aquella noche para poder seguir adelante con su vida. Si ella no estaba
destinada a compartir esa vida, eso era totalmente irrelevante para su
prioridad más importante, la cual no era otra que verlo feliz.
La fiebre reinició después de la media noche. Candy apartó sus ojos del libro
que tenía en las manos cuando su atento oído escuchó cómo el más querido
de sus pacientes comenzaba a moverse lentamente en su sueño. De
inmediato trajo un balde con agua y un paño para poner sobre la frente del
joven. En aquellos tiempos cuando la penicilina aún no era descubierta, las
infecciones que provocan la fiebre no podían controlarse fácilmente. Lo que
la ciencia médica podía hacer en esos casos era intentar reducirla con
analgésicos, tales como la aspirina, o tal vez usar quinina para ciertas
infecciones y enfermedades, como la malaria. Más allá de eso, no había
nada que se pudiera hacer.
Terri, Terri – murmuró – Soy yo, Candy. No tengas miedo, amor, estoy
contigo. Por favor, por favor, ¡Lucha contra esta fiebre! ¡Lucha por tu vida!
No sé lo que haría si algo malo te pasara. He perdido ya tanta gente
querida ¡Por favor, no me hagas pasar por ese horror una vez más! –
continuó ella mientras asía la mano de él y acariciaba la frente del joven con
un cubo de hielo.
Por lo tanto se resistió a abrir los ojos hasta que un suave sonido de metal
resonando sobre metal lo forzó a hacerlo. El joven no sabía que el sueño
estaba a punto de empezar al momento que abriera los ojos para ver de
nuevo la luz del día. Una delgada figura en vestido blanco estaba de pie
cerca de él, dándole la espalda. Una pequeña mano de porcelana sostenía
una diminuta botella de cristal mientras llenaba una aguja hipodérmica. Era
una mujer.
La joven se dio la vuelta mientras sostenía la aguja con ambas manos. Sus
profundos ojos de malaquita se enfocaron un momento en el instrumento y
luego ella descendió sus iris verdes hasta encontrarse con unos ojos azules
que la estaban mirando con inmensa sorpresa.
Por supuesto que soy yo,- se rió ella nerviosamente - ¿No ves mis pecas?-
bromeó.
¡No hagas eso!- se apresuró ella tomándolo suavemente por los hombros –
Acabas de pasar por una operación triple. No deberás dejar la cama en un
tiempo.
El joven sintió que la piel de sus hombros ardía bajo el toque de Candy, pero
la sensación era tan increíblemente placentera que instantáneamente llevó
una de sus manos sobre la de ella, enviándole, sin saberlo, olas de calor que
igualmente quemaron la piel de la muchacha. Ella dio un paso hacia atrás,
alarmada por el profundo sentimiento que la había invadido.
Por favor, Terri, - dijo ella tratando de aplacar el estruendo que él había
despertado en su corazón - Prométeme que vas a cooperar con nosotros
para recuperarte.
Tenías tres balas. – replicó ella en el tono más profesional, a pesar de los
violentos martilleos de su corazón – Fuiste muy afortunado ya que ninguna
de ellas alcanzó órganos vitales, pero las heridas son profundas y tomará un
buen tiempo antes de que puedas moverte independientemente. Ahora,
déjame ponerte esta inyección ¿Estás de acuerdo? – concluyó ella mientras
tomaba la aguja que había dejado en la mesa, sobre una charola metálica.
Candy necesitó de toda su concentración para tomar el brazo del joven e
inyectarlo con pulso firme, a pesar de que sus piernas se estremecían, sin
saber si debía correr o quedarse. Él, por su parte, estaba totalmente
mareado por la abrumadora verdad de estar al lado de ella y sentir las
manos de la joven sobre su cuerpo. No era capaz de creer en su suerte aún
cuando miraba a su ángel justo enfrente de él. Terri estaba acostumbrado a
enfrentar los cambios desfavorables de la fortuna, pero aquella feliz
coincidencia que lo había llevado cerca de Candy era un dichoso giro del
destino, al cual no podía dar crédito, aún dudoso de que todo aquello
estuviese pasando en realidad.
Debo haber muerto y esto es el cielo – pensó por un segundo, pero luego,
una rápida aguja le hizo darse cuenta de que aún se contaba entre el
número de los mortales – Creo que estoy vivo después de todo – se dijo – y
entonces . . . esta es la oportunidad de mi vida – fue su último pensamiento
antes de quedarse dormido una vez más.
No fue hasta que un lento golpeteo sobre la puerta despertó a Candy unas
horas más tarde, que la joven regresó de la tierra de ensueño a la que había
escapado.
Parece que has tenido sueños maravillosos – insinuó con una sonrisa
sugerente.
No, no soñé nada – dijo Candy sonriente, levantándose con energía – pero
anoche me pasó la cosa más admirable.
Primero pensé que me iba morir al momento. Pasé las horas más
espantosas de toda mi vida – empezó ella con un tono más serio – pero
esta mañana el sol me cubrió con su calor y me he dado cuenta de que soy
la mujer más feliz de la tierra – concluyó dándole la cara a su amiga.
No fue hasta entonces que Candy comprendió que estaba hablando de Terri
con alguien que lo había visto solamente unas cuantas veces.
Probablemente su amiga no recordaría ni siquiera el nombre del joven. Sin
mencionar que Julienne no tenía ni la menor idea de lo que el joven
significaba para ella, o al menos, eso era lo que Candy pensaba.
La mujer miró a Candy fijamente, luego tomó a la joven por los hombros,
con una sonrisa de complicidad en el rostro.
Candy se quedó sin habla por unos instantes, atónita ante la intuición de
Julienne, sin saber cómo responder a una pregunta tan directa.
¡Ay, Julie! – replicó Candy – eres la segunda persona que me dice eso, pero
la verdad esque tuvimos que romper por las circunstancias. No creo que
hubiese sido culpa de él.
Y como todas las niñas bobas y buenas de este mundo – respondió Julienne
– tú todavía estás locamente enamorada de él ¿No es así?
Yo pensé que lo haría – dijo Candy con ojos entristecidos – pero luego el
tiempo pasa y tú sigues viva. Los días se convierten en meses y de repente
una mañana te sorprendes contando los años desde la última ves que
estuviste en sus brazos – continúo ella con aire melancólico.
Pero ahora parece que la vida les está dando una oportunidad nueva a
ustedes dos ¿No lo crees? – preguntó Julienne tratando de animar a su
amiga.
¿Pero qué?
Bueno, estoy muy feliz de saber que él va a estar bien y que yo podré
ayudar en su recuperación – concluyó Candy pensativa.
¡Ay Candy! – dijo Julienne frunciendo el ceño – ¡Creo que deberías pensar en
ti misma más seguido, muchacha! Aprovecha la situación – comentó la
mujer con un dejo de picardía en su voz.
¡Pero Candy..!
Más tarde, ese mismo día, Terri se despertó una vez más para encontrar
que en lugar de su ángel blanco había un hombre alto con un batín de ese
mismo color, de pie junto a su cama. El hombre estaba escribiendo
distraídamente en una carpeta, pero pronto sintió la fuerza de una mirada
que lo observaba. Entonces, los ojos de ambos hombres se encontraron, gris
acerado chocando en un tornasolado azul verdoso, e Yves recordó
repentinamente quién era el hombre a quien había operado la noche
anterior. Ambos permanecieron en silencio por un incómodo instante, cada
uno de ellos francamente enfadado por la presencia del otro.
Parece que nuestros caminos se cruzan de nuevo- dijo Terri quien fuera el
primero en animarse a hablar.
Bueno, soy su doctor, sí – contestó Yves tratando con todas sus fuerzas de
recuperar la compostura y actuar profesionalmente. El joven médico estaba
algo enojado consigo mismo por su reacción, sin encontrar ningún
argumento razonable que pudiese apoyar aquel claro repudio que sentía
hacia un hombre que solamente había visto una vez en su vida, y por sólo
breves momentos. – Mi nombre es Bonnot, Yves Bonnot – dijo
presentándose y ofreciendo su mano al paciente.
Patty había recibido una carta más de sus padres en la que le pedían
regresase a Florida. La joven dejó la misiva sobre una pilita de cartas que
tenía en un cajón olvidado. Se puso de pie dejando la silla en la que había
estado sentada mientras contestaba a su familia. Había garrapateado unas
líneas para sus padres diciéndoles que permanecería con sus amigos por
unas semanas más, y una larga carta para su abuela, llena de detalles.
Patty pensó que aún cuando su relación con sus padres nunca había sido lo
que debía, ella no podía considerarse tan desafortunada como otros hijos de
la alta sociedad, porque siempre había contado con su abuela Martha, quien
había sido su ángel y cómplice de sus años infantiles y de su adolescencia.
A los veinte años, Patty todavía consideraba a la anciana como su mejor
amiga y confidente.
La amistad entre Patty y Tom había hecho importantes progresos desde que
se habían conocido la Navidad anterior. Las maneras simples y amables del
joven se complementaban bien con el modo de ser tímido y dulce que era
parte de la personalidad de Patty. De pronto los jóvenes se sorprendieron
confiándose sus esperanzas y sueños sobre el futuro, así como sus tristes
recuerdos. Tom había compartido con Patty la terrible soledad en la cual
había vivido desde la muerte de su padre a causa de un ataque al corazón,
un par de años antes. Durante todo ese tiempo, el muchacho se había
volcado en el complejo trabajo de administrar su próspera granja; pero
repentinamente, trabajar desde el alba hasta el ocaso y aún más, se había
vuelto insuficiente al tiempo que su alma le rogaba por otro tipo de
consuelo. Patty, por su parte, vertió en Tom todo el desconsuelo que la
muerte de Stear había sembrado en su corazón, dejándolo seco y devastado
a la tierna edad de 16 años. Poco a poco, la joven pareja empezó a construir
lazos sólidos que maduraron en sentimientos más intensos, aunque ellos
parecían no darse cuenta de ellos por completo.
Sin contar ya con su padre para confiar sus dudas, Tom decidió pedir
consejo a un hombre que siempre había vivido entre la sofisticación de una
familia aristócrata y un profundo amor por la naturaleza y la vida sencilla.
¿Quién más que Albert para ayudarlo a encontrar alguna luz para su
confundida mente? Por lo tanto, durante un viaje forzado que Tom tuvo que
hacer a Chicago, con el propósito de negociar la venta de su ganado, el
muchacho aprovechó la oportunidad e hizo una cita con el joven magnate
para hablar con él en privado.
¿De verdad crees eso? – preguntó Tom con los ojos iluminados -¿Crees que
ella me ama?
¿Y qué con su familia? – preguntó de nuevo Tom, aún temeroso - ¿Crees que
ellos aprobarían nuestra relación a pesar de mis orígenes.
Una suave luz chispeó en los ojos de Tom cuando escuchó las
reconfortantes palabras de Albert. Aquella noche el joven tomó el tren de
regreso a Lakewook con el corazón lleno de esperanzas renovadas. Una
firme resolución había sustituido a sus dudas. La siguiente mañana iría a
visitar la mansión de las rosas una vez más.
Era una espléndida mañana de Junio y la luz del más brillante de los soles
entraba a través de la ventana cerca de la cama de Terri. En la mesa de
noche un florerillo con un lirio solitario saludó al joven cuando éste abrió sus
ojos para reconocer su entorno. Estaba instalado en un gran pabellón que
compartía con otros 15 pacientes, el aire estaba cargado de un fuerte olor a
antiséptico y una mujer vestida de blanco le tomaba la temperatura a su
vecino.
Esa mujer – pensó – se parece a la Bruja Mala del Este – y sin poder
contener su diversión ante la ocurrencia, el joven dejó escapar unas risitas
sofocadas.
¡Qué bueno que se la esté pasando tan bien por sí solo! Dijo La Bruja Mala,
con una sonrisa burlona – Ahora, siendo que parece que usted está
sintiéndose tan bien, es tiempo de cambiar esos vendajes y darle un baño,
jovencito – continuó la mujer con un acento monótono.
Terri miró a la mujer con los ojos abiertos como platos mientras la voz nasal
de la enfermera le penetraba los oídos.
¡Hice una pregunta y me gustaría recibir una respuesta! – dijo el joven con
exigencia. - ¿Y qué demonios cree usted que está haciendo, señorita? –
preguntó visiblemente alarmado cuando la mujer empezó a desvestirlo, y
como no parecía poner atención a sus quejas, el muchacho asió a la
enfermera por las muñecas para detener sus movimientos.
Así que vas a ser uno de esos chiquillos difíciles ¿Eh? – comentó la mujer
burlonamente mientras se liberaba de las manos de Terri con un rápido
jalón – Ya me sé todos esos trucos.
¿Dónde está Candy? – preguntó Terri otra vez, sintiendo que subía por su
sangre el peor de los humores.
Déjame que te explique cómo son las cosas aquí , hijo – dijo la mujer
cruzando los brazos sobre su pecho plano – Estás en este hospital para
recuperarte de lo balazos que te metieron en el cuerpo en el campo de
batalla, pero eso no quiere decir que serás atendido por lindas niñas rubias
para que tu ego masculino se sienta halagado. La señorita Andley ha sido
asignada a otro pabellón. Desde hoy yo voy a estar a cargo de ti en el turno
de la mañana y ahora mi responsabilidad es darte un baño de esponja.
Luego entonces, ¿Vas a cooperar conmigo?
¡Muy bonito, muy bonito! – reconvino la mujer – Sigue moviéndote así y tus
heridas van a abrirse tan lindamente que tendré que darte más puntadas, y
sin anestesia. Ahora ya para de hacer y decir estupideces y déjame hacer
mi trabajo.
La mujer se aprovechó del dolor que Terri sufría para iniciar el baño
mientras un joven muy frustrado maldecía en silencio a la Bruja Mala del
Este, al condenado francesillo, a quien él creía responsable por la ausencia
de Candy, y al mundo entero.
Cinco días pasaron desde que Terri se había despertado por primera vez en
el hospital Saint Jacques. En todo ese tiempo no había podido volver a ver a
Candy. La Bruja Mala, cuyo verdadero nombre era Nancy, continuó cuidando
del joven en el turno matutino, Yves lo visitaba regularmente cada tarde,
siempre evadiendo las preguntas directas de Terri al respecto de Candy,
una mujer diminuta llamada Françoise cuidaba del muchacho en el turno de
la tarde y, en las noches, una mujer casi anciana continuaba con el trabajo.
Ni una señal de Candice White.
Sin embargo, en la mañana del sexto día, Terri se dio cuenta por primera
vez de que el lirio reposando en el florerillo de su mesa de noche no había
muerto en todo ese tiempo. La madre del joven tenía especial predilección
por esas flores y él recordaba bien cuán efímeras solían ser. Terri se
preguntó cómo era posible que la misma flor hubiese conservado su lozanía
por tanto tiempo. Fue entonces cuando llegó a observar que los demás
pacientes no tenían flores en sus mesas de noche ¿Quién podría estar
trayéndole aquel sencillo presente asegurándose de que él siempre tuviese
una flor fresca para iluminar su día?
Terri dedujo que alguien estaba cambiando la flor por una nueva cada
noche mientras él, a pesar de su insomnio habitual, dormía bajo el efecto de
los analgésicos. Así pues resolvió que la siguiente noche no tomaría las
pastillas que la anciana enfermera del turno de la noche siempre le daba ,
con el fin de quedarse despierto y averiguar de quién era la mano caritativa
que le concedía tan delicado presente. La sola idea de que tal persona fuera
Candy le hacía vibrar de gozo.
La noche llegó finalmente, poco a poco los murmullos de los pacientes que
charlaban de cama a cama empezó a desvanecerse al tiempo que los
heridos iban quedándose dormidos. Cerca de las 12 de la noche el pabellón
estaba ya sumido en el más total de los silencios. Fue entonces cuando Terri
escuchó pasos femeninos acercándose desde la entrada del pabellón hasta
su cama. Los pasos su detuvieron súbitamente frente de él y pudo escuchar
el susurro del agua vertiéndose en cristal.
¡Te atrapé con las manos en la masa, visitante nocturno! – musitó Terri
sonriendo ante una sorprendida Candy.
Pero al menos podrías haberte dado una vuelta para decir hola, ¿O no? – se
quejó el joven mientras su dedo pulgar comenzaba a acariciar suavemente
el dorso de la pequeña mano que tenía aprisionada. Era verdad que él se
había sentido un tanto herido por la ausencia de Candy durante los días
anteriores, pero el hecho de que ella lo había estado visitando cada noche
para colocar una flor fresca en el vaso significaba tanto para él que ya había
olvidado sus resentimientos. Además, la piel de la joven se sentía tan
perfectamente tersa y cálida bajo su toque que él simplemente no podía
estar enojado con ella por más tiempo.
¡Está bien, tú ganas! – se rindió ella alzando la mirada- pero déjame poner
la flor en el vaso.
El joven soltó la mano de Candy con reticencia y a pesar del alivio que ella
sintió, la muchacha también pudo percibir una terrible frialdad que la
invadía una vez que su piel ya no sintió más el toque de la piel de Terri. Ella
colocó la flor en el vaso mientras pensaba desesperadamente en la excusa
que iba a darle a Terri. Tal y como ella había decidido desde el primer día,
Candy había solicitado ser asignada a un pabellón distinto después de que
Julienne le había hecho notar lo que tendría que enfrentar al estar cuidando
del joven. Desde entonces, ella había deseado volver a ver a Terri, pero
como tenía miedo de enfrentar las preguntas del joven y no se le ocurría
cosa alguna para explicar el cambio, había preferido mantenerse lejos.
A pesar de sus miedos, la joven había decidido regalar a Terri con una flor
cada día, de modo que él tuviese algo hermoso a su alrededor para iluminar
los días grises en el hospital. Pero ahora que había sido descubierta in
fraganti, no tenía la menor idea de cómo manejar la situación.
¿Qué has estado haciendo todo el tiempo que podía ser más importante que
cuidar de un viejo amigo en desgracia? – preguntó él juguetón mientras ella
se sentaba en silla cercana.
Yo, por el contrario, no he tenido nada que hacer más que extrañarte y
aburrirme – le increpó él dulcemente con una mirada intensa – Has sido muy
cruel con este amigo tuyo.
¡Ah sí, por supuesto! – se sonrió Terri burlón – La Bruja Mala del Este, La
Señorita de las Manitas Frías y Mamá Ganso, eso sin mencionar al patético
francesillo.
¿De qué estás hablando Terri?- preguntó Candy confundida – ¿La Bruja Mala
del Este?
¿Quién más que esa desgracia de doctor que tengo que soportar? – explicó
él con tono amargo.
Ah sí, sí, ya sé esa parte del cuento, y estoy agradecido – aclaró él – pero no
puedo soportarlo porque sé bien que él debió haber sido quien arregló las
cosas para mantenerte lejos de mí.
¿De qué estás hablando? – preguntó Candy con incredulidad - ¿De dónde
sacaste esa idea tan descabellada?
¡Vamos, Candy! ¿Crees que soy tan estúpido como para no darme cuenta
de que el francesillo ridículo babea por ti? – replicó él comenzando a
molestarse.
¡No te voy a permitir que hables de Yves de esa manera. Él no tiene nada
que ver con el hecho de que yo ya no esté trabajando en esta área ¡Fui yo
quien pidió el cambio! – barbotó Candy y cuando se dio cuenta de lo que
acababa de hacer ya era demasiado tarde como para retractarse. Las
palabras ya habían sido pronunciadas.
¿Ah sí? – dijo Terri con resentimiento – Así que tú decidiste que yo era una
clase de leproso y su alteza real prefirió hacerse a un lado.
¡No entiendes, Terri! – Candy replicó atrapada otra vez en el viejo hábito de
las peleas verbales.
¡Por supuesto que entiendo! – continuó él – pero te digo una cosa señorita
Andley, ¡No te vas a deshacer de mi tan fácilmente!
¡“La Bruja Mala del Este”! - susurró ella sin poder controlar una sonrisa - ¿De
dónde saca todos esos nombres? Y qué fue eso de que Yves babea por mi . .
.¿Podría ser posible que Terri .... estuviese..... que él estuviese..... celoso? -
Candy negó con la cabeza desechando la idea mientras se dirigía hacia su
cuarto.
En su cama, Terri miraba la flor que la joven había dejado en su mesa y con
una sonrisa en sus labios se quedó dormido mientras planeaba sus
movimientos para el día siguiente.
Bueno, señor – comenzó el hombre confundido – Me temo que hay una clase
de. . . de . . .
Repita eso – solicitó Vouillard incrédulo mientras fruncía sus tupidas cejas
oscuras.
En toda su vida sirviendo en el ejército Vouillard nunca había oído una cosa
tan inverosímil como la escandalosa idea de personal militar lanzándose a
huelga. El hombre se sentó en su silla rascándose la nuca.
¿Podría usted decirme por qué están protestando los pacientes? – preguntó
Vouillard después de haber conseguido controlar su asombro.
Verá usted, señor – comenzó Collins con voz casi imperceptible, sin saber
claramente cómo explicar lo que estaba pasando – ellos, de hecho, están
pidiendo a una enfermera en particular.
¿Qué debemos hacer con los pacientes, señor? – preguntó Collins temeroso.
¡Por el amor de Dios, Collins! – dijo Vouillard abriendo los brazos en un gesto
nervioso - no tenemos tiempo para estas tonterías, la Srita. Andley puede
trabajar aquí o allá siempre y cuando sea en un lugar seguro. Mándela de
regreso a su primer pabellón y deje que los pacientes gocen con su hermosa
presencia una vez más, pero si hay otro más de estos . . . motines, me veré
forzado a enviarla a otro hospital.
Después de una larga espera que había parecido eterna para Terrence
Grandchester, una esbelta y blanca figura apareció a la entrada del pabellón
que él compartía con otros hombres. La cama de Terri estaba colocada en
una esquina, al fondo del amplio galerón, iluminada por una gran ventana.
Desde su puesto podía ver cómo la silueta femenina se movía lentamente
de cama a cama saludando a sus pacientes con una sonrisa y regalándoles
unas cuantas palabras animosas. Esta vez el joven se dejó gratificar
libremente con la placentera vista.
Así que finalmente consiguió lo que quería, sargento – fue la primera cosa
que Yves le había dicho la tarde anterior durante su visita diaria.
¿Qué quiere usted decir? – preguntó Yves mirando a los ojos endurecidos de
Terri y pagando a su rival con la misma luz amenazante.
Es una historia muy larga, doctor – dijo Terri con aire de mofa – pero usted
se equivoca si piensa que quiero jugar con Candy. Al contrario, ella es una
vieja amiga mía.
¡Buenos días, Terri! – dijo ella dulcemente – Como puedes ver, ganaste tu
pequeña revolución.
No hay motivos para eso – contestó ella mientras revisaba el reporte médico
– Yo había pedido ser trasladada a otro pabellón porque habían unos casos
interesantes allá – mintió ella con los ojos fijos en el papel para que él no
pudiese observar su nerviosismo – pero esos paciente ya fueron dados de
alta, así que no tengo ninguna objeción de trabajar aquí. De hecho, debo
admitir que fue algo . . . halagador que todos ustedes me quisieran de
regreso con tanto fervor – concluyó ella dejando el papel a un lado y
preparándose para darle a Terri sus medicamentos.
La verdad era que Candy se sentía mucho más segura de trabajar con Terri
para entonces, ya que el doctor le había autorizado comenzar a moverse. Él
podía ser un tanto más independiente y ella no tendría que enfrentar
situaciones demasiado embarazosas con el joven. Cuando se le había
ordenado volver a su antiguo puesto, Candy había recibido con alegría
aquellas disposiciones por la obvia razón de que le permitirían estar más
cerca de Terri por mucho más tiempo. “Después de todo” había pensado
ella sorprendiéndose a si misma, “Julie podría estar en lo cierto . . . y tal vez
esta pudiera ser . . . . una nueva oportunidad” . Sin embargo, ella no podía
evitar pensar en Yves al mismo tiempo.
¡Ya deja de jugar Terri! – le reconvino Candy al tiempo que trataba de reunir
las agallas para descubrir los vendajes de Terri bajo la mirada penetrante
del joven – Yves no es mi doctor y no tiene ningún motivo para molestarse
por el asunto – respondió ella.
No creo que la vida privada de Yves sea de tu incumbencia, Terri – dijo ella
con aire serio y mirándolo directamente a los ojos por segunda vez en la
mañana, pero inmediatamente esquivando su mirada. Candy tenía miedo de
las acuosas profundidades en los ojos de Terri.
Terri se sintió más que satisfecho con las últimas palabras de Candy. Había
conseguido justamente la información que estaba buscando. Así que no
había nada formal entre ellos, como él se había imaginado aquella noche de
invierno. El padre Graubner estaba en lo correcto, después de todo: “había
esperanza”. El joven sintió como si un jarabe dulce se resbalara por su boca
hasta alcanzar su corazón. Si no hubiese estado herido seguramente se
habría puesto de pie para bailar de alegría. Entonces, pensando que ya
había presionado lo suficiente para ser el primer día se rindió mansamente
ante las autoritativas palabras de Candy.
Está bien, es un trato, no más plática sobre el “francesillo”- dijo levantando
su mano derecha.
Era ya muy tarde en la noche cuando Candy se fue a la cama. Había sido un
día pesado cubriendo largas horas en el pabellón y haciendo trabajo
extraordinario en cirugía. La joven había escuchado que Flammy regresaría
a París al día siguiente y tales noticias la habían puesto de muy buen
humor. La rubia estaba realmente ansiosa de ver de nuevo a su vieja amiga.
Además, la habitación que ambas compartían se veía muy solitaria sin ella.
Candy abrió la ventana para sentir la brisa nocturna. Era una espléndida y
estrellada noche estival. Desde arriba, las titilantes luces del firmamento
parecían saludarla y jugar traviesas en la verde y suavemente brillante
superficie de sus ojos.
Candy bajó la mirada y sus ojos se toparon con una tarjeta que alguien
había dejado en su mesa de noche. Inmediatamente reconoció la letra de
Yves en el sobre.
Mi querida Candy:
Siempre tuyo
Yves
Capítulo XI
Se quitó los guantes para mirarse las manos con ojos soñadores. En su
mano izquierda la chispa blanca de una gema le guiñaba los ojos con brillos
deslumbrantes. Dejó escapar un profundo suspiro y una sonrisa se dibujó
en su rostro. Entonces, un tímido golpe en la puerta le hizo regresar de sus
ensoñaciones. La joven se sintió un tanto molesta con la intromisión.
Soy yo, Annie, - contestó una dulce voz - ¡Por favor, Patty, ábreme,
tenemos que hablar!
Patty sonrió sintiéndose aliviada de que su visitante fuese Annie. De hecho,
la joven dama era la única persona que Patty realmente quería ver en aquel
momento. A penas si podía esperar para compartir con su amiga las
maravillosas nuevas que tenía.
¡Ay, Patty! – jadeó Annie una vez que hubo entrado a la alcoba y Patty hubo
cerrado la puerta asegurándose de que disfrutaban de absoluta privacidad –
¡Tienes que contarme todo, niña! ¿De qué hablaron? ¿Qué dijo él?
¡Oh sí, toda una belleza y en forma de corazón! – comentó Annie con una
risilla nerviosa – ¡Nunca pensé que Tom pudiese tener un gusto tan
delicado! Pero ahora, chica, suelta todo ¿Cómo fue que se te declaró? ¡Me
tienes que decir todo!
Annie – comenzó Patty a explicar – Nunca creí que yo pudiese sentir algo
como esto una vez más. Pensé que jamás volvería a amar de nuevo, pero
esta noche . . . él me tomó las manos en las suyas y me dijo cuánto me ama
. . . y yo . . .
¿Qué dijo él? – preguntó Annie ansiosa de escuchar el más nimio detalle.
¡Lo sabía, lo sabía! – dijo Annie con aire triunfal mientras estrujaba una
almohada llevada por la emoción del momento – Pero dime, ¿qué pasó
después?
Que lo amo – dijo Patty finalmente escondiendo el rostro entre sus manos.
¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – exclamó Annie con voz de júbilo - ¡Soy tan feliz por ti!
Dime . . .¿Cómo te lo pidió?
Patty levantó su rostro y Annie pudo ver que estaba aún más encendido.
Tomó mis manos así – comenzó Patty tomando las manos de su amiga – y
me preguntó si yo me casaría con él, y luengo sacó una cajita de su
chaqueta y me enseñó el anillo . .. y entonces . . .
Las jóvenes estaban discutiendo la lista de reglas, una por una, y Candy se
divertía burlándose de cada aseveración, hasta que llegaron a la regla del
beso. Annie sugirió que esa regla le parecía muy apropiada y Patty había
estado de acuerdo. Sin embargo, Candy solamente había sonreído con una
mirada soñadora en sus ojos verdes y después de un rato había dicho con
tono insolente mientras se tiraba en la cama: “¡La Hermana Gray puede
decir eso porque nunca ha estado enamorada!”
Annie recordó que esa había sido la última conversación que las tres habían
compartido antes del incidente con Terri en los establos.
¿Crees que hice mal? – preguntó Patty aún en los brazos de Annie.
¡Exacto! – dijo Annie con una risita sofocada ante el recuerdo – ¡La Hermana
Gray casi sufre una embolia después de aquel susto!
Las dos jóvenes empezaron a reírse furiosamente hasta doblar sus cuerpos
con las carcajadas. La conversación murió por un rato mientras las chicas
dejaban fluir sus recuerdos. Poco a poco se extinguió la risa y la charla
continuó.
Entre todas las bellas mañanas estivales que han nacido sobre el planeta
Tierra, aquella que saludó a Terrence Grandchester cierto día de Julio,
parecía la más arrobadora y bendita de toda la historia humana. El joven se
había sentado en la ventana y observaba cómo la aurora pintaba sus más
encantadores colores sobre el cielo mientras él escuchaba las voces
internas en su corazón.
El último amigo que podía recordar era un chico de su edad que había
conocido cuando muy pequeño durante el tiempo que había vivido en
Nueva York. Más tarde, en el Colegio, su padre le había advertido no intimar
con sus compañeros de clases, temeroso de que el niño pudiese confiar en
alguno de sus amigos el secreto de su origen, algo que debía ocultarse por
el honor de la familia. Ansioso de complacer a su padre, el joven Terrence
había obedecido al Duque ganándose una reputación de tipo raro y lúgubre.
No obstante, conforme el tiempo pasaba, él se dio cuenta de que nada que
hiciera o dijera podría llegar a ganarle la atención de su padre, así que el
joven decidió que estaba bien tan solo como se encontraba y cerró las
puertas de su corazón por años, en una especie de protesta por el
inexplicable abandono del cual era objeto.
En aquellos tiempos él siempre buscaba el más ínfimo roce, pero ella era
tan difícil y huidiza que algunas veces a él se le agotaba la paciencia. A
pesar de ello, tenía que admitir que todo aquel flirteo había sido
extremadamente delicioso y cada vez que recordaba aquella época sabía
que no podría haber sido mejor.
Más tarde, la larga separación vino y con ella los años de añoranza
comenzaron. Pero aquellos habían sido tiempos de expectativas alentadoras
y cada mañana él se levantaba para pensar que algún día volvería a verla.
Años después, el propio Terri se había admirado de lo seguro que se había
sentido entonces de que ella aún le recordaría con cariño. Lo más lógico
hubiese sido pensar que ella podría olvidar al antiguo compañero de escuela
y remplazarlo con un nuevo amor, pero en su corazón él estaba cierto de
que ella sentía lo mismo que él.
Al menos, eso era que lo que había pensado hasta el día en que Candy
había reaparecido en su vida. Entonces la depresión y las noches sin sueño
habían vuelto y lo habían condenado a semejante estado anímico por
meses. Por último, un día él se despertó en un gran cuarto blanco y una vez
más su vida había cambiado inesperadamente. Tantas cosas parecían estar
sucediéndose por segunda vez, pero al mismo tiempo todo era diferente y
nuevo.
Era una extraña mezcla. Había ese gozo de tenerla cerca cada día, justo
como en el Colegio, y también esa continua interrogante de: “Me quiere, no
me quiere” Podía sentir nuevamente esa terrible urgencia de tenerla cerca
de su cuerpo, un nuevo y dulce coqueteo flotaba en el aire y las esperanzas
se habían renovado. Igual que en el pasado . . . . pero, era también
diferente, y esas diferencias lo lastimaban.
Encima de todo ello, tenía que admitir que sus ansias naturales lo podían
traicionar en cualquier momento. Había deseado a Candy por tanto tiempo y
tenerla siempre tan cerca era una tentación difícil de resistir. Las cosas
siempre habían marchado mal para él cuando se trataba del amor. Los días
del colegio habían sido tiempos de descubrimiento, pero no los más
adecuados para encontrar alivio para sus ansiedades, ambos eran muy
jóvenes entonces y ella había sido siempre tímida y evasiva. Después de
entonces, cuando se habían vuelto a ver en Nueva York, su culpabilidad
había pesado más que su deseo y no se había atrevido a acercarse a ella,
sabiendo que continuar alimentando memorias nuevas haría la inminente
separación aún más difícil. Y había tenido razón, aquel último abrazo en las
escaleras del hospital todavía le dolía por dentro.
Pero ahí estaba otra vez, esa fuerza instigadora, y para su mayor
desasosiego, ahora todas esas necesidades eran aun más fuertes que antes.
Todo era culpa de la muchacha por ser tan . . . tan . . ¡Tan diabólicamente
bella! ¿Cómo podría esperarse que un hombre se comportara como un
caballero cada vez una mujer así lo ayudaba a llegar a la silla de ruedas y él
podía abrazarla muy de cerca?
“¡Oh Dios! ¿Cómo puede la Gloria estar tan cerca del Infierno?- se dijo
mientras fruncía el ceño ante la sola idea.
Bueno . . .yo . . . – tartamudeó el joven sin estar listo para dar explicaciones
de cómo había dejado la cama alcanzado la ventana.
Vamos, Terri, - se rió ella – no es que hayas cometido un crimen, pero aún
debes de ser cuidadoso con tus movimientos. Ahora, ven acá, te ayudo a
llegar a la cama – concluyó extendiendo la mano hacia él.
¿Algún problema? – preguntó ella sin poder dejar los brazos de él.
Ella bajó los ojos temerosa de que éstos pudiesen delatar el torbellino de su
alma.
Sí, claro Terri. – murmuró tratando de liberarse de las manos del muchacho,
pero aún así él no desistió.
Yves se sentó al lado de Candy y observó al árbol por un rato sin saber
cómo empezar.
Podrías verificar eso, ¿No?- sugirió Yves con una sonrisa comprensiva – Yo
trabajaré doble turno por tres días para poder tener todo el día libre –
añadió.
Tal vez sea una buena idea enfermarme- dijo con tristeza- tal vez así pueda
conseguir tanta atención de tu parte como lo logra Grandchester – terminó
en lo que fue casi un reproche
¿Es cierto que tú y Grandchester son viejos amigos? – interrogó él sin poder
contener sus dudas por más tiempo.
Fue Terri quien te lo dijo ¿No es así? – preguntó ella con voz inquisitiva
Así que ahora es Terri ¿Eh? – dijo él cáusticamente – Entonces en claro que
él estaba diciendo la verdad.
Bueno, sí – contestó Candy un tanto molesta por el tono que Yves había
usado – Nos conocimos en al escuela cuando éramos adolescentes. No es
una novedad que le llame Terri, de esa forma le llamaban todos los chicos
en aquel tiempo, eso es todo – admitió ella.
Yves se arrepintió de su comentario mordaz cuando se dio cuenta de cómo
había reaccionado Candy e inmediatamente trató de adoptar una actitud
que lo disculpase.
La joven se pasmó ante la afirmación de su amigo. Era para ella una total
sorpresa que alguien más que ella misma se hubiese dado cuenta del
constante galanteo de Terri para con ella.
La rubia miró a Yves sintiendo simpatía por los sinceros sentimientos del
joven hacia ella. Sin embargo, Candy estaba consciente de cuán tarde era
ya para que alguien intentase evitar que ella saliera lastimada. La
muchacha no había conocido otro estado del alma desde que había roto con
Terrence.
Candy, por favor – rogó él con voz trémula – Dime que pensarás acerca de
mi invitación a las celebraciones del Día de la Bastilla.
Es una hermosa noche ¿No lo crees? – dijo una voz masculina en un susurro.
¿Ya ves Candy? – dijo Terri con voz aterciopelada – después de todo este
tiempo aún eres mía, sólo mía . . .mía aún en tus sueños, mi dulce niña
pecosa.
¡Dios mío! – se dijo ella mientras sentía el aire veraniego en la piel - ¡Fue
como si realmente Terri me hubiese . . . – pero no pudo continuar con sus
ideas - ¡Vamos Candy, contrólate o no podrás mirarle a la cara mañana por
la mañana! – se reconvino a sí misma.
Y con este último pensamiento decidió tomar una ducha para apagar sus
inquietudes.
El frío líquido corrió por su garganta aplacando sus latidos irregulares pero
sin disminuir el amargo sabor de la pesadilla en la cual ella llamaba el
nombre de otro hombre.
Levantó sus ojos y miró a la pálida luna detrás de las nubes nocturnas.
¡Oh Candy! – suspiró -¿Qué tengo que hacer para lograr que te enamores de
mi nuevamente?
[pic]
Terri podría haber estado mirando a Candy por una eternidad, siempre
fascinado por la espontaneidad natural de la joven y la usual chispa que
brillaba en sus ojos y perenne sonrisa.
Candy trataba a ese paciente con una dulzura muy especial y era claro que
el sólo momento de alegría que tenía aquel pobre joven durante sus tristes
días, era cuando el ángel rubio lo visitaba, retiraba los vendajes con el más
tierno de los cuidados, lavaba cada herida y la cubría con ungüento. Frente
a la horrible vista de aquella piel consumida por las quemaduras Terri no
podía controlar un sobrecogimiento, pero Candy permanecía impávida
mientras sus manos trabajaban diligentemente y su voz no cesaba de
conversar para distraer la atención del paciente.
Terri sentía un poquito de celos al ver la dulzura con que la joven trataba a
su vecino, pero aquel sentimiento era suave e inocente, ya que él sabía que
la bondad de Candy era algo que había nacido para ser compartido. El joven
reconocía que no podía monopolizar una joya como esa, pero en lo que se
refería a Yves. . . .eso era algo totalmente diferente.
Bueno, en ese caso, ¿Qué dice ese respetado médico? – preguntó Terri
burlón.
Sí, así es. De hecho, si quieres, esta tarde cuando termine mi turno, podría
llevarte al jardín para que pruebes las muletas. Has estado encerrado entre
estas cuatro paredes por más de un mes, ya es tiempo que tomes algo de
aire fresco ¿Tú que crees?
Sí, ya has estado aquí por un buen rato – dijo ella mientras una idea le
venía a la cabeza- Por cierto, Terri, en todo este tiempo no has escrito ni
una línea para nadie ¿No escribes cartas para nadie en América? ¿No le
escribes a tu madre?
Era la primera vez que Terri se había quedado sin palabras que decir, pero
entonces, un anciano doctor que estaba inspeccionando a uno de los
pacientes, llamó a Candy salvando al muchacho de dar explicaciones sobre
el asunto.
Tengo que irme ahora – dijo ella – pero regresaré esta tarde. ¿Está bien?
Bueno, creo que deberías empezar a practicar – dijo ella poniéndose de pie
mientras tomaba las muletas que descansaban sobre la banca – Hora de
dejar esa silla de ruedas, ven aquí , te doy una mano.
Hemos estado así antes ¿No es así? – murmuró él al oído de ella provocando
escalofríos en todo el cuerpo de la muchacha.
Por favor, Terri – logró ella decir cuando se hubo separado del abrazo del
joven – trata una vez más, pero esta ocasión sé más cuidadoso – rogó ella
dando un paso hacia atrás. El asintió en silencio mientras se maldecía a sí
mismo por no ser capaz de hablar.
La joven continuó caminando detrás del hombre por un rato, pero pronto él
se acostumbró a caminar con las muletas y ella le aconsejó parar la
práctica. No era buena idea agotar al paciente la primera vez.
Ambos se sentaron sobre la banca de piedra a observar las últimas luces del
atardecer que coloreaba el cielo veraniego al tiempo que una desvanecida
luna creciente comenzaba a aparecer en el firmamento, tomada de la mano
con la estrella de la tarde. Permanecieron en silencio por minutos
incontables, sin saber por qué la hora del crepúsculo siempre los subyugaba
de aquel modo cada vez que estaban juntos, como si el lazo mágico que los
unía pudiese revelarse mejor durante aquella misteriosa hora del día.
Candy no pudo evitar el pensar en otros atardeceres que habían compartido
en el pasado y su mente voló inmediatamente al verano inolvidable que
habían pasado juntos, en condiciones más alegres y despreocupadas, tan
diferentes a aquellas que estaban viviendo entonces, cuando tenían que
cargar el peso de la recién ganada adultez y la triste historia de encuentros
y separaciones que habían vivido a través de los años.
Por una de esas raras conexiones que tejen la red de nuestros recuerdos,
Candy se acordó entonces de la pregunta que Terri no había contestado en
la mañana y decidió entonces que era un momento propicio para volverla a
plantear.
Terri volvió el rostro para mirarla. Sintió que había sido violentamente
arrebatado de sus meditaciones placenteras con semejante pregunta. De
entre todos los asuntos que el podía haber tratado, aquel era el que Terri
menos deseaba enfrentar, y Candy era ciertamente la última persona sobre
la Tierra que él hubiese escogido para discutir semejante cuestión, sabiendo
de antemano que él acabaría, tarde o temprano, perdiendo la discusión ante
la persuasiva muchacha.
Eleanor sabía bien la causa del dolor de su hijo pero no podía entender por
qué él no hacía nada para liberarse de aquella pesada carga. Por mucho
tiempo ella se había guardado su opinión para sí, consciente de la tendencia
de su hijo a esconder sus sentimientos de todo el mundo, inclusive de ella.
Pero aquella noche ella percibió una tristeza tan grande en Terri que no
pudo contenerse.
¿Cuánto tiempo más piensas llevar luto? – preguntó mirando el traje negro
que llevaba el joven.
Como si hubiese sido pinchado en una herida aún abierta, Terri se había
puesto de pie para moverse hacia la ventana, sin ser capaz de encontrar la
calma, perseguido por la preocupación de su madre.
Terri . . . – la mujer había dudado pero finalmente logró reunir el valor para
expresar sus pensamientos - ¿Alguna vez has reconsiderado buscarla . . .?
No se de quién estás hablando – había contestado él violentamente
volviendo el rostro para lanzar a su madre una de sus furiosas miradas de
advertencia.
Eleanor Baker era usualmente una mujer amable y de suaves maneras, pero
ya se había esforzado terriblemente para conseguir el valor de hablar con su
hijo y siendo que ya había comenzado, planeaba continuar la discusión
hasta sus últimas consecuencias.
Sí Terri, sabes muy bien de quién estoy hablando – dijo ella en un tono
enérgico que rara vez usaba fuera del escenario – Lo sabes bien porque no
hay otra mujer en la que tú pienses que no sea ella.
No, nunca me gustó, esa es la verdad – había ella respondido con aire serio
– Nunca me hubiese podido gustar alguien que te estaba haciendo sufrir de
esa forma, hijo. No soy del tipo de madres posesivas ¡Dios sabe que te dejé
ir cuando tu padre me prometió que tendrías un mejor futuro a su lado! No
es ahora, cuando ya eres un adulto, que voy a empezar a ponerme celosa.
Si hubieses amado a Susana yo hubiera sido la primera en apoyar y aprobar
tu compromiso con ella, así como aprobé tu relación con . . .
Eleanor leyó el documento sin dar crédito a sus ojos. Cuando levantó
aquellas estrellas azules, aún hermosas, estaban llenas de lágrimas y su
mano temblorosa dejó caer al suelo el trozo de papel.
¿Qué has hecho hijo mío? – dijo ella sintiendo que en un popurrí de enojo y
dolor la embargaba- ¿Por qué te diriges a tu muerte cuando podrías buscar
la vida, Terri?
Me he enrolado para defender este país que he adoptado como mío, porque
es también el tuyo, porque yo nací aquí y es aquí donde he encontrado mi
propio camino – dijo él con vehemencia – ¡Pero puedo ver que no apruebas
mi patriotismo, de la misma forma en que pareces desaprobar todas las
decisiones que tomo!- estalló él enojado.
¡Espera un minuto, Terri! -. Había gritado la mujer corriendo detrás del joven
hasta alcanzar a asir su brazo - ¿Por qué solamente te dedicas a correr
hacia tu destrucción, Terri, hijo mío?
Terri había dejado América sin volver a ver a la actriz y malinterpretando los
motivos que la movían, sintiendo que aún su propia madre era incapaz de
comprenderlo, añorando a la única alma que había conocido, capaz de
alcanzar su corazón como nadie lo había hecho. Sin embargo, en aquellos
días, el creía que inclusive Candy le había dado la espalda al casarse con
otro hombre. Lo peor de todo era que él no podía culpar por semejante
infortunio a ninguna otra persona que no fuese él mismo. Él había sido
quien la había dejado ir.
Veo que no has cambiado Candy – replicó él finalmente con una sonrisa
burlona- sigues siendo la misma entrometida que una vez conocí ¿Podrías
preocuparte de tus propios asuntos en lugar de andar jugando a la doctora
corazón todo el tiempo?
¡No sabes nada sobre las cosas que han pasado entre mi madre y yo! ¡No
tienes ningún derecho a hablarme así! – explotó él enojado – Y si soy
solamente un mocoso engreído, ¿Podrías decirme qué fue lo que alguna vez
viste en un tipo como yo que me hizo creer que te importaba?
¡Hey tú, enfermera pecas” – gritó él enojado - ¿Me vas a dejar aquí? ¿Cómo
regreso a la cama?
¡Ya sabes el camino! – dijo ella por último mientras desaparecía en los
corredores del hospital dejando tras de sí a un joven pasando el peor
berrinche de toda su vida.
La mente de Candy voló tres años atrás, cuando había visto a Terri
trabajando con una compañía teatral ambulante. Él estaba totalmente
borracho y muy lejos de ser el brillante actor que ella sabía él podía ser. El
sólo recuerdo de esa ocasión la hacía sentir la más profunda tristeza y
hubiese querido detener a su mente antes de enfrentarse con esas
memorias, pero la máquina de su corazón ya estaba andando y no obedecía
a sus mandatos.
Fue entonces cuando había visto a Eleanor Baker. La pobre mujer había
dejado Nueva York para seguir a su hijo en su loco vagar, esperando
encontrar el modo de ayudarlo a salir de aquella pesadilla en la cual él
mismo se había hundido. Sin embargo, Eleanor no había encontrado las
fuerzas para enfrentarse al joven, temiendo su inmediato rechazo y su total
negativa a ser ayudado por alguien. La actriz pensaba que si Terri se
enteraba de que su madre estaba al tanto de su caída, eso le causaría un
dolor y una vergüenza mucho mayores, y por lo tanto, ella se había limitado
a seguir a su hijo y asistir a sus presentaciones cada noche, sin encontrar la
forma de ayudar al joven.
¡Ay, señora Baker! – pensó Candy tristemente – Me temo que a pesar de los
años, no conozco mejor a Terri. A veces es muy dulce y un minuto después
se convierte en una fortaleza inexpugnable que no puedo traspasar. Y
además, esos rastros de amargura y melancolía en el fondo de sus ojos
cuando cree que no lo estoy mirando ¿Qué significan? ¿Por qué siempre
tiene que ser tan enigmático? – se quejó ella internamente - Si solamente
pudiera decirle cuán preocupada estaba su madre en aquella ocasión –
continuó ella en sus pensamientos- tal ver así pudiera él entender cuan
profundamente ella debe estar sufriendo por él ahora . . . Pero no puedo
decirle a Terri que lo vi en aquel teatro, en aquellas condiciones. Se sentiría
avergonzado, incómodo . . ¡No puedo usar ese argumento!
¿Por qué tan triste esta mañana? – preguntó una familiar voz masculina
detrás de ella.
Candy alzó sus ojos para encontrar unas pupilas gris claro que lo miraban
con profundo afecto.
Bueno, supongo que nuestro trabajo es un tanto decepcionante, a veces –
mintió ella al sonriente Yves que tenía en frente.
¡Dímelo a mí! – dijo él con una risa sofocada -. Es por eso que debemos de
encontrar formas de divertirnos y olvidar, aunque sea por un rato, todas las
pesadas responsabilidades que la medicina nos fuerza a llevar en los
hombros ¿No crees? – añadió él con una sonrisa.
Bueno, Yves – comenzó ella con voz dudosa - he pensado que podría ser
una buena idea aceptar tu invitación.
¿Pero?
Estaba pensando que podría ser una buena idea si llevamos a Flammy con
nosotros, porque, verás . . .
Salir con Flammy Hamilton como chaperona no era exactamente la idea que
Yves tenía de una cita, y por supuesto, se sintió decepcionado con la
sugerencia de Candy. Por otra parte, si re rehusaba a llevar a Flammy con
ellos, la tan esperada cita podría no darse jamás, porque si Candy seguía su
naturaleza altruista como siempre lo hacía, terminaría pasando el día con
“la pobre de Flammy” en lugar de salir con él . . .y estaba también el
constante peligro del coqueteo de Grandchester . . .¡No! ¡Aquella era una
excelente oportunidad de acaparar la atención de Candy y hacerla olvidarse
del odioso “ricain” ( nombre peyorativo con que los franceses se refieren a
los americanos)
Creo que es buena idea – dijo Yves finalmente, una vez que su cabeza hubo
ponderado todas las anteriores consideraciones – Invítala también, y si ella
acepta nos iremos alrededor de las 11 o 12 para comer juntos en algún
lugar del Barrio Latino y después iremos a la feria para comenzar con la
diversión . . .¿Te parece?
¿Dónde está Candy? – fue la primera cosa que pudo decir él como respuesta
al saludo de Julienne, y la mujer no pudo refrenar una tímida sonrisa de
asombro ante la vehemencia del joven.
Ya veo – dijo Terri con un tono de decepción tan profundo que conmovió el
corazón de la mujer hasta la médula.
Si él supiese lo que Candy está haciendo ahora, creo que este pobre hombre
o estallaría en llanto o montaría en cólera – pensó ella mientras servía el
desayuno- Pero pensándolo bien, se lo merece por ser tan testarudo –
concluyó ella recordando lo que Candy le había contado sobre su última
pelea con Terri.
Terri trató de tomar una siesta matinal pero fue inútil; luego intentó leer el
periódico para seguir los movimientos de los Aliados en el Frente
Occidental, pero no logró concentrar su atención en la lectura; finalmente,
decidió levantarse y dar una ojeada a través de la ventana para ver si
encontraba algo con que distraerse. Pronto se daría cuenta de que esa no
había sido tampoco una muy buena idea.
¿Sí, señor Grandchester? ¿En qué puedo ayudarle? – dijo ella en su habitual
tono dulzón.
Julienne abrió sus claros ojos color miel de par en par mientras se reía para
sus adentros ante la reacción de Terri.
Mon Dieu ! – se dijo a sí misma - Il est tellement jaloux! ( ¡Dios mío! ¡De
verdad está celoso!)
Terri reconoció entonces que una vez más había dejado a su temperamento
ir más allá de los límites de la prudencia y se sintió terriblemente
avergonzado de su comportamiento.
Gentil médicine, un; bel Américain, un: match nul- se rió suavemente.
[pic]
Creo que necesito que me hagas un favor – dijo él en su tono más dulce,
derribando así, sin saberlo, las primeras defensas en las barricadas de
Candy.
Necesito que alguien deposite una carta en el correo, por mi – replicó él con
el mismo tono meloso.
Los ojos de Candy desviaron su atención del instrumento que sus manos
sostenían para enfocarse directamente, por la primera vez en días, en el
rostro del joven. Dirigió con la mirada una pregunta muda que Terri
entendió inmediatamente.
¡Oh Terri, estoy tan feliz de que hallas recapacitado! – replicó ella con voz
cantarina - ¿Dónde está la carta? – preguntó
La joven movió su mano para alcanzar la manija del cajón, pero cuando ya
estaba sobre el mueble y antes de que pudiese jalar el cajón, la mano de
Terri interceptó la de ella con apretón cálido y fuerte.
Yo creo que sí- continuó él – y también creo que debo pedir tu perdón, por
ser tan grosero contigo la otra noche. Tú solamente tratabas de ayudar,
como siempre lo haces, y yo te traté irrespetuosamente ¿Podrías
perdonarme? – preguntó él con ojos suplicantes mientras tomaba con ardor
las dos manos de Candy entre las suyas
Dime algo – preguntó Terri unos minutos después mientras Candy que
estaba sentada en una silla cercana, anotaba algo en el reporte médico.
¿Qué?
Escribí a tu madre hace tres días, Terri – dijo ella sin más preámbulos.
Terri estaba totalmente perplejo con la respuesta, por unos segundos trató
de encontrar la mejor manera de responder al atrevimiento de ella, pero
solamente una pregunta pudo salir de sus labios.
Capítulo XII
Oportunidades Perdidas
Eliza tomó el tabloide en una mano y el jugo de naranja en la otra, sin poner
atención a la joven que le servía. La señorita Leagan nunca dirigía su voz a
los sirvientes para agradecerles por sus servicios. Ella solamente les
hablaba para darles órdenes. De repente, los ojos cafés de la joven fueron
atraídos por la foto de un atractivo joven en la primera plana.
Eliza dejó el vaso a un lado y leyó las nuevas con ávidos ojos. El artículo
explicaba que después de un año de estar en Francia, nadie sabía nada
acerca del joven actor, ni siquiera su amigo y socio Robert Hathaway, o su
propia madre. El periodista especulaba que Grandchester podría haber sido
tomado prisionero o muerto en batalla.
Esta es una buena noticia para Neil – pensó Eliza con una sonrisa burlona en
los labios – ¡Lo lamento querido Terri, pero eso te mereces por ser tan
estúpido! ¡Ay Candy, eres una maldición para los hombres que amas . . .!
¡Todos ellos se mueren! ¡Eres una verdadera desgracia!
[pic]
Aquella misma mañana, pero unas cuantas horas más temprano, William
Albert Andley estaba ya trabajando en su oficina y esperando a su sobrino
Archibald, quien estaba empezando a involucrarse en los negocios de la
familia. El joven magnate, vestido en un impecable traje gris con corbata de
moño, miraba a los periódicos, concentrándose en la sección de finanzas
con todo su interés. El día afuera estaba hermosamente soleado y él se
había sentido tentado a dejar sus deberes de lado para dar una cabalgata
en su vasta propiedad de Chicago. Pero si quería alcanzar su meta pronto
debía de trabajar continuamente y sin reposo. Albert podía ver con claridad
que el fin de la Gran Guerra se avecinaba, y junto con él, la puerta que lo
llevaría a la libertad estaba empezando a abrirse.
Pero se está recuperando, Felicity ¡Él dice que está bien! – informó la actriz
y luego permaneció callada por un buen rato. Más lágrimas bañaban su
rostro.
Pero señora – objetó la sirvienta - ¿Qué hay de la otra carta? ¿De quién es?
La rubia tomó la misiva en sus largas y blancas manos y cuando sus ojos
vieron el nombre del remitente sus hermosos ojos azules se salieron
prácticamente de sus órbitas. Sin responder a las insistentes preguntas de
Felicity, Eleanor abrió la segunda carta con el mismo nerviosismo y leyó el
contenido a una asombrosa velocidad, una, dos y tres veces antes de que
pudiese emitir palabra para informar a su curiosa amiga.
Eleanor se llevó la mano derecha a la frente, aún sin creer lo que había leído
varias veces. Su pasmo solamente podía compararse con su gran alegría.
Querida Felicity, ahora más que nunca antes, creo en el destino – dijo la
actriz- esta carta es suficiente explicación para entender el arrepentimiento
de Terri. Solamente hay una persona en este planeta que puede tener ese
efecto en él. Dios bendiga a la criatura que me escribió ¿Tienes idea de
quién es?
El hombre alto y barbado vagó a través del pasillo y entre las camas, hasta
que llegó al final del pabellón. Sentado cerca de un gran ventanal, con los
pies descansando despreocupadamente sobre una mesa de noche, otro
hombre leía el periódico con aparente interés.
Parece que las cosas van muy bien para los Aliados en el Frente Occidental
¿No es así, sargento? – Preguntó el hombre del traje negro y al sonido de su
voz de bajo el hombre en la silla levantó los ojos del periódico para ver a
aquél que le había dirigido la palabra.
¡Padre Graubner! – dijo Terrence con una brillante sonrisa - ¡Qué agradable
sorpresa! – saludó el joven mientras quitaba sus pies de la mesa
moviéndose lentamente para tratar de incorporarse.
Bueno, hijo – explicó – Debo estar haciéndome viejo, eso es todo. Nuestro
perspicaz doctor Norton encontró un problemilla con este corazón mío y
envió una carta a mis superiores soltándoles todo ese cuento ¡Ese doctor
entrometido! – se quejó el hombre – Me enviaron de regreso
inmediatamente y en este momento se está tratando de decidir lo que
finalmente harán conmigo ahora que la medicina dice que ya no puedo
andar viajando por todo el Mediterráneo.
El joven actor dirigió sus grandes ojos claros hacia el objeto sobre el piso y
un rayo de luz brilló en la superficie azul denotando cuan agradable la
sorpresa había sido para él.
Ya veo – dijo el cura mirando cada título - ¡Ah, Rostand!- exclamó el hombre
complacido de encontrar a un autor francés en la selección del joven – No
me irás a decir que quieres hacer el papel de Cyrano. No creo que ese papel
te vaya muy bien...
¿Por qué no? – preguntó Terri divertido con el interés del sacerdote en su
segundo tema favorito.
Esa fue elegida por Robert – admitió Terri sonriendo – Dijo que el papel de
Petruchio sería perfecto para mi, pero en ese entonces no me gustó mucho
la idea . . .pero ahora . . . es diferente – añadió él con un brillo centelleante
en los ojos – Ahora, creo yo, me simpatiza la idea de hacer algo de comedia
también. . .
Bueno padre – dijo Terri volviendo el rostro hacia la entrada del pabellón –
usted está a punto de conocer las razones de mi cambio repentino . . .
¿Padre? ¿Alguna vez ha visto a un ángel? – preguntó con un susurro
travieso.
Muy bien – dijo Terri divertido – prepárese entonces porque esta clase de
oportunidades sólo se dan muy rara vez a los ojos humanos – añadió
señalando a la entrada.
Desde el umbral, moviéndose espontáneamente en su uniforme azulado con
un delantal blando y su característico cabello rubio peinado en un rodete,
apareció Candice White empujando el carrito del almuerzo.
Aún desde la distancia Graubner comprendió en una sola mirada quién era
la joven. La descripción dado por Terrance en la oscura trinchera, la noche
previa a la Batalla del Río Marne, había sido tan precisa que no fue difícil
para el astuto sacerdote reconocer a la joven, sin importar que nunca la
hubiese visto antes en toda su vida.
¿Qué piensa usted padre? – fue la primera frase que dijo Terri cuando Candy
había ya desaparecido.
Ah, ya veo – replicó el sacerdote – el joven doctor está también por aquí.
¡Peor que eso!- dijo Terri frustrado- ¡Él es mi doctor! ¡El colmo de mi
desgracia! Pero estas cosas solamente me pasan a mi.
¿Qué es?
[pic]
Era uno de esos días soleados de agosto en París. A lo largo del parque
situado a un par de cuadras del Hospital Saint Jacques, una joven vestida de
blanco caminaba lentamente con ambas manos enterradas en los bolsillos
de su falda. Aun cuando su sombrero de paja cubría su rostro de los rayos
solares, era posible ver que estaba profundamente triste. Un complicado
torrente de emociones se movía en su alma, nuevos sentimientos que no
había experimentado antes la atormentaban con acuciosa fuerza.
Aún recuerdo con cuánto ahínco traté de olvidarte, Terri – pensaba ella –
Llené mi vida de tantas cosas por hacer que siempre terminaba el día
totalmente exhausta. De ese modo podía finalmente evitar esas largas
noches en las cuales esos pensamientos sobre ti no dejaban de martillar en
mi cabeza una y otra vez. Todo ese trabajo y mis amigos ayudaron mucho a
hacerle frente a la vida después de nuestro rompimiento, pero muy en el
fondo yo sabía que estaba incompleta, que algo por dentro estaba vacío . . .
seco . . . muerto . . . en medio de una terrible soledad. Mi pobre Annie trató
tantas veces de encontrarme pareja con todos los muchachos que conocía,
pero . . . simplemente no puedo estar con otro hombre . . Me siento un tanto
. . . incómoda. Como el otro día en que salí con Yves. Fue una idea acertada
que Flammy fuera con nosotros. No se qué hubiese hecho si ella no hubiera
estado ahí ¡Pero contigo, Terri, todo es tan diferente! Cada palabra que
compartimos, cada sonrisa, todas nuestras miradas me hacen sentir como si
hubiera terminado un largo viaje y hubiese finalmente llegado a casa . . .
¡Sin embargo, Ay Terri, eres todo un enigma!
Su mente no podía olvidar lo que había pasado unas cuantas horas antes.
Candy estaba ayudando a uno de sus pacientes, el cual había quedado
ciego a causa de una bomba de iperita, a escribir una carta para su familia
en Canadá. La cama de dicho paciente estaba situada muy cerca de la de
Terri, y desde su posición, la joven podía ver al actor mientras él estudiaba
sus diálogos calladamente. Era una de esas mañanas calurosas de verano y
Terri se había quitado la camisa.
Escribe también – dictaba el paciente – que recibí todas las cosas que me
enviaron ...
¡Oh sí! – susurró Candy mientras sus ojos vagaban sobre aquellos músculos
bien definidos que bañaba la luz matinal. Largos y fuertes brazos en los
cuales ella se desfallecería gustosa, anchos hombros, esbelta cintura, piel
bronceada que ella había llegado a acariciar cada vez que le cambiaba los
vendajes, la breve cicatriz en su hombro derecho que era un recordatorio de
una de las tres balas . . . y aquellos labios que se movían suavemente
mientras él memorizaba sus diálogos, labios que, sin saberlo, jugueteaban
con el agitado corazón de la joven. Fue entonces cuando ella sintió un
pinchazo en el pecho.
Candy bajó los ojos justamente una fracción de segundo antes de que el
joven aristócrata dirigiera sus ojos azules hacia ella. La muchacha pretendió
estar totalmente concentrada en la carta que escribía.
Fue hace seis años – continuó ella en sus pensamientos – ¡Seis años y
todavía lo siento en mi piel, como si hubiese pasado solamente hace un
instante! – suspiró ella mientras rozaba ligeramente sus labios con las
yemas de sus dedos – Éramos sólo unos niños entonces – pensó ella
cerrando los ojos al tiempo que su curiosidad femenina ardía dentro de ella
con una pregunta alarmante – Me pregunto . . . me pregunto cómo besarás
ahora - se atrevió ella a pensar asombrándose a sí misma con su osadía – Y
aún más . . . Me pregunto cómo sería vivir a tu lado, como imaginé antes
tantas veces ¿Cómo sería compartir contigo cada pequeña alegría, cada
prueba angustiante, tu éxito y tu derrota, todas esas manías insignificantes
que yo sé que tienes? . . . Tu obsesión por mantener todo en orden, tu
pasión por la equitación, tu amor por la poesía, tu insistencia en comprar mil
camisas blancas, en todos los estilos y materiales, y ese incomprensible y
terco hábito de embromarme. . . Ciertamente me embromarías hasta la
muerte, pero estoy segura que lo disfrutaría enormemente . . .¿Cómo sería
esperarte cada noche, compartir tu mesa . . .y tu cama? ¿Qué se siente al
despertar en tus brazos, Terri? – suspiró la joven extasiada, pero pronto una
oscura sombra cruzó sus ojos de malaquita – Pero en unos cuantos días
dejarás el hospital y tal vez no te vuelva a ver jamás ¿Qué es eso que tienes
Terri, que solamente tú puedes hacer estallar en mi este calor que me
invade el cuerpo y me confunde? ¿Cómo puedo sentirme tan feliz y tan
deprimida al mismo tiempo
[pic]
Sí, noticias de casa – contestó con una suave sonrisa - ¿Quieres oírlas? –
inquirió ella, mirando finalmente a los ojos verdi-azules que estaban frente
de ella.
Terri, en una camisa azul pastel y pantalones beige, estaba parado cerca de
ella, descansando ligeramente su peso sobre un bastón. Candy pensó que el
joven lucía casi totalmente recuperado de aquella forma, y su corazón no
pudo evitar sentir un torzón doloroso dentro de su pecho, cuando recordó
de nuevo que la eminente separación estaba cada día más cercana.
El joven se sentó al lado de ella y miró con curiosidad a un sobre largo con
un elegante sello en el frente.
Ésa, supongo, debe ser de Albert – dijo sonriendo al recordar al viejo amigo
que no había visto en años.
Una cosa, Terri – suspiró Candy tristemente - ¡Albert no es feliz con su vida!
Ser un poderoso millonario no le está muy bien ¿No es así? – adivinó Terri
asintiendo con la cabeza en señal de entendimiento.
Exactamente. Albert ha estado enfrentando sus responsabilidades como jefe
de la familia por casi tres años, hasta el día de hoy, pero ha sido casi un
infierno para él. Aunque nunca se ha quejado de ello, yo sé que muy dentro
de él, Albert siente que ha traicionado todo aquello en lo cual él creía –
señaló la joven.
Me alegra oír eso – dijo Terri sinceramente – al menos nuestro mutuo amigo
vivirá para hacer realidad el sueño que compartió conmigo en el pasado.
Siendo franco contigo, Candy , me siento un tanto apenado por haber
perdido contacto con Albert durante estos años ¡He sido muy ingrato con él!
Nunca es tarde para acercarse a un amigo – dijo ella sonriendo - ¿Por qué no
le escribes?
Ustedes han llegado a ser muy íntimos amigos ¿Verdad? – sugirió él con un
ligero dejo de celos en el fondo de su corazón. Interiormente, Terri se
censuró a sí mismo por dejar que tales sentimientos en contra de un
querido amigo, como lo era Albert, anidasen en su alma, aunque fuese sólo
un instante.
Sí. Sin embargo, lo prefiero lejos de casa pero feliz y satisfecho que
viviendo una vida miserable y haciendo algo que realmente odia – dijo ella
con vehemencia.
Vamos, dime ¿Quién te envía esta carta en este cursi sobrecito azul y con
perfume de violetas? – preguntó el hombre tomando con dos dedos una de
las cartas mientras cubría su nariz con la otra mano, haciendo como si el
perfume del sobre le provocase náuseas.
¡Trae acá eso! – chilló ella juguetona y con un rápido movimiento recuperó
la carta de las manos de Terri – Ésta carta es de Patty.
¡Ah, ya veo, la “gordita” con lentes tiene predilección por las violetas, le
queda muy bien, siendo tan tímida . . .! - bromeó él muy divertido.
¡Ya estuvo bueno, bobo! – se rió ella alegremente - ¡Cuántas veces tengo
que decirte que Patty no esta “gordita”!
Está, bien, está bien . . . . ¿Ahora podría esta reportera aquí conmigo
decirme lo que aquella distinguida y joven dama, sol de belleza, le cuenta
en su carta? – dijo él inclinando el torso en una reverencia burlona.
Bueno, te sorprenderá saber que - dijo Candy ignorando la mofa en los ojos
de Terri – ¡Patty va a casarse pronto! Conoció a mi amigo Tom, y ambos se
enamoraron ¿No es romántico?
Tom es el chico que creció contigo y que tiene una granja ¿No es así? –
preguntó Terri asombrando a Candy con su prodigiosa memoria.
Eso es correcto ¡Es increíble que te acuerdes de él. Debo haberte platicado
sobre Tom una sola vez!- mencionó ella, sin poder contener su sorpresa.
Eso espero – dijo Candy mientras blandía un tercer sobre de color lila -
Aquí, Annie me cuenta de la graduación de Archie, ¿Ves? Creo que él le
propondrá matrimonio uno de estos días ¡Annie va a ser la chica más feliz
sobre la tierra! ¡Ya veo a Annie en su vestido de novia justo como ella
siempre lo ha soñado!- suspiró Candy.
Por su parte, Terri estaba más que asombrado con la reacción de Candy
¿Qué no podía ella ver que no era Susana la mujer en sus pensamientos?
No soy el herido y nostálgico novio, que mucha gente cree – confesó él con
voz enronquecida – Yo . . . yo jamás me enamoré de Susana. Si me hubiese
casado con ella, no sería más feliz de lo que soy ahora. Sin embargo, puedo
decir que extraño su amistad.
¡No me mires como si fuera un monstruo Candy! – dijo Terri creyendo que
ella estaba escandalizada con su confesión – Antes, solía sentirme
avergonzado por mi incapacidad para amar a Susana. Ahora comprendo que
no somos señores de nuestros propio corazón, así de sencillo. No estoy feliz
porque ella murió, pero la verdad es que nuestro matrimonio hubiera sido
un fracaso. Sé que puedo sonar muy crudo, pero esa es la verdad de las
cosas. Debo confesarte que necesité de la ayuda de alguien más sabio que
yo para finalmente ver mi relación con Susana desde un punto de vista más
objetivo.
¡Candy! – dijo Terri una vez más devolviendo a la rubia a la realidad - ¿Me
estás escuchando?
No te sientas mal por Susana, Candy – susurró él – Ella murió en paz consigo
misma y con el resto del mundo. Yo hice todo lo que estaba en mis manos
para hacerla feliz. Tal vez no tuve éxito en todos los aspectos, pero te puedo
asegurar que hice mi mejor esfuerzo. Mi conciencia está ahora libre de la
culpabilidad que sentía en el pasado a causa del accidente. Y, hasta dónde
me concierne, yo estoy . . . estoy bien ahora. Las cosas han sido algo
difíciles, pero hoy acaricio ciertas esperanzas . . . – Terri se detuvo por un
segundo, sintiendo que el momento de abrir su corazón ante Candy había
llegado finalmente.
¡Señorita Andley! – la llamó una voz proveniente del corredor, que hizo que
Candy saltara en su asiento, rompiendo a su vez el encanto del momento –
¡La necesitamos en la sala de emergencias ahora mismo!
Era uno de esas quietas tardes estivales en las cuales el calor hace que los
sentidos entren en letargo y consecuentemente la gente reduce sus
actividades, buscando el reposo en cualquier rincón refrescante disponible.
Annie Britter se sentó en una de las bancas de hierro en el invernadero de
su madre. Llevaba puesto un ligero vestido de tira bordad española en color
azul claro con un cinturón de raso blanco alrededor de su diminuta cintura.
Tenía su bordado y un libro para pasar el tiempo mientras esperaba la visita
regular de su novio. Sin embargo, había algo en la atmósfera que no le
permitía sentirse a gusto.
Desde el día en que Patty le había dicho sobre su primer beso con Tom, la
joven morena había estado ponderando su relación con Archibald. Con los
ojos de la mente la muchacha había visto de nuevo su primer encuentro con
el joven millonario en los días de su pubertad. La primera vez que lo había
visto había sido en una fiesta en la casa de los Leagan. Esa ocasión el
centro de atención de Archie no había sido otro que Candy. Un par de años
después en el Colegio, una vez más Archie solamente estaba interesado en
Candy e ignoraba por completo a la chica de cabellos oscuros. A pesar de su
reticencia, Annie tenía que admitir que si no hubiese sido por la intervención
de Candy, Archie nunca hubiese sido su novio y esa certeza, aún cuando
no la había molestado antes, estaba empezando a incomodarla.
Durante todos estos años que hemos estado juntos Archie siempre ha sido
muy gentil conmigo – pensó – pero a veces lo siento distante, como si
hubiesen cosas dentro de él que yo no puedo alcanzar. Muy
frecuentemente, cuando estamos solos, sus ojos se pierden en la nada
como si estuviera buscando algo . . .o a alguien . . . Antes, esos momentos
eran raros y él siempre regresaba de sus devaneos con una sonrisa y
conversando con vivacidad. No obstante, últimamente Archie está más y
más distraído, y a veces triste. ¿Ay, Archie, qué está pasando contigo?
Los ojos café claro de Annie se llenaron de la luz del amor cuando
percibieron al elegante joven que caminaba hacia ella con pasos refinados.
Como siempre, Archie estaba impecablemente vestido de pies a cabeza. Un
traje de hilo beige claro con una camisa blanca perfectamente almidonada y
una corbata color ocre completando su atuendo. No obstante, bajo aquella
flemática y caballerosa apariencia un confuso corazón latía salvajemente,
terriblemente asustado del paso que estaba por dar.
El rostro de la joven fue oscurecido por una negra sombra cuando escuchó
el tono de voz que Archie había usado, pero no dijo una sola palabra y
solamente asintió con la cabeza indicando a su novio que podía continuar.
¿Qué es lo que te hace dudar, Archie? – preguntó ella con una voz tan débil
que era sólo un susurro – Quiero decir...¿Es algo en mi que no te gusta? . . .
Por favor, dime si es eso . . . y te prometo que voy a trabajar para cambiarlo
. . .- rogó ella lastimeramente.
Tal vez ese es el problema, Annie – se atrevió a decir Archie – Que no siento
del modo en que debería.
Esa fue la estocada que dolió más en el corazón de Annie, aquella que
finalmente mató sus esperanzas y al mismo tiempo la misma que encendió
el fuego de su enojo ¿Cómo tenía Archie el valor de decirle eso después de
tanto tiempo? ¿Por qué había esperado tanto para decirle la verdad? Si todo
entre ellos había sido una mentira....¿Por qué sostenerla hasta el último
momento?
¿Me quieres decir que después de haber sido pareja por seis años, –
preguntó a modo de reproche sin mirar a los ojos del joven- cuando todos
están esperando recibir la notificación formal de nuestra boda, cuando
todos nuestros conocidos y amigos en Chicago saben que soy tu prometida,
cuando mi madre y yo ya hemos empezado a bordar mi ajuar . .. es ahora
exactamente que te das cuenta de que tus sentimientos hacia mi no son lo
suficientemente fuertes como para casarte conmigo, Archie? ¿Crees que eso
es justo para mi? – preguntó con su acostumbrado amable acento pero con
un dejo de resentimiento y dureza en su voz.
¡Annie, no es así, querida mía! – trató él de explicar, pero siendo que sus
sentimientos no eran claros ni para él mismo, no pudo seguir adelante.
No digas nada, Archie – le pidió ella – Supongo que le debes una explicación
a mis padres, pero en lo que a mi concierne no quiero verte más ¡Por favor,
vete!
¡Ay Candy, Candy! – gritó con pungente dolor – ¡Quiero verte Candy! ¡Te
necesito aquí!- pero solamente el silencio respondió al llamado de Annie.
Por primera vez en su vida, Annie tendría que enfrentar una prueba por sí
sola.
[pic]
La joven puso unas tijeras, una charola, una jarra con agua, un peine y una
navaja sobre el carrito. El supervisor la había regañado porque uno de sus
pacientes no tenía el corte de cabello militar reglamentario. Por lo tanto,
estaba determinada a forzar a ese hombre terco que se había rehusado a
dejarse cortar el cabello. Aquella era una tarea que todas las enfermeras
hacían regularmente con sus pacientes en el hospital.
Hola – replicó ella en su tono más serio- Vengo a hablar contigo de cierto
asunto, algo que deberías haber hecho hace ya tiempo.
Esto es serio, Terri – dijo la rubia dándose cuenta de que una vez más él
estaba empezando a jugar – Tienes que dejarme cortarte el pelo. ¡Mira nada
más! ¡Si te llega hasta el cuello! No parece que estuvieras en el ejército.
La rubia cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto de fastidio, pero no iba
a darse por vencida tan fácilmente.
Terri observó los ojos de la joven y como pudo leer en ellos una total
determinación, respondió con una mirada retadora.
Entonces el hombre se incorporó frente a ella cuán alto era. Mirando a aquel
hombre de gran talla y buena condición física Candy comprendió que no iba
a ser nada fácil forzarlo a hacer algo que no quería, especialmente si
resultaba ser dos veces o tal vez tres veces más fuerte de lo que ella era. La
joven pensó luego que podría ser buena idea cambiar de estrategia.
Terri, por favor – rogó en un tono más dulce – en verdad tengo que hacer
esto.
¡Ah! Ahora percibo un pequeño cambio en esa mal portada actitud tuya,
jovencita – replicó él burlón.
¡Oh sí! ¡Eres tú! – continuó él que se estaba dando la divertida de su vida –
Ahora, ¿Qué te parece si nos deshacemos de esa arma tan peligrosa? – dijo
e inmediatamente arrebató las tijeras de las manos de la muchacha con un
movimiento rápido.
Cuando ella se dio cuenta de que él le había quitado las tijeras con tanta
facilidad, internamente se reprochó por haber sido tan descuidada con las
reacciones siempre impredecibles de Terri.
¡Eres un bribón! – gritó ella sin poder contener una risilla que de cierto
modo animó al joven a continuar el juego.
Allí estaba ella. Perdida en el perfume de su piel, rodeada por los brazos que
la hacían sentir completa. En medio de su bochorno, ella comprendió que no
había lugar donde pudiese sentir aflorar su femineidad tan plenamente,
como solamente pasaba en aquellos brazos que en ese momento la
rodeaban ¿Pero qué hace una muchacha en una situación así cuando está
tan terriblemente asustada y confundida?
Él también se levantó de la cama con una mirada furiosa en los ojos. Para
Terrence Grandchester, el rechazo había sido siempre una cosa muy dura
de soportar.
¡Vamos Candy! ¿Por qué siempre tienes que ser tan quisquillosa? ¡Miles de
chicas hubieran matado por estar en tu lugar! Si quisiera aprovecharme de
una chica solamente tendría que chasquear mis dedos y podría tener a
cualquier mujer que yo desease – fanfarroneó él descaradamente.
Aquello fue el fin de todo. Si Candy tenía un defecto, ese era su excesivo
sentido de la dignidad. La sardónica expresión en el rostro del hombre
solamente empeoró las cosas y pronto el mal carácter de la joven estaba ya
fuera de control.
¡Muy bien Sr. Modestia, siga usted adelante y empiece a chasquear sus diez
dedos porque los va a necesitar! – gritó ella airadamente quitándole las
tijeras de las manos.
[pic]
Yves Bonnot estaba deprimido. Las cosas no le habían salido muy bien.
Candy había estado más evasiva que nunca antes, pero la había visto varias
veces hablando con el “maudit ricain” (maldito americano) con gran
familiaridad. Aún más, lo peor de todo había pasado sólo unos días antes. El
joven médico había cobrado el valor para invitar a la joven a un baile de
gala que iba a tener lugar muy pronto. El Mayor Vouillard había sido
promovido al grado de Coronel y por esa razón estaba ofreciendo una cena-
baile a todos los oficiales y sus amigos. La ocasión sería muy importante
porque Vouillard pertenecía a una familia de cierto prestigio social y toda la
Alta Sociedad parisina con seguridad estaría presente en la velada.
Buenos días Yves – dijo con un tono extraño que él no pudo interpretar.
Y ella ciertamente estaba a punto de hacerlo así hasta que una mala idea le
vino a la mente y volvió sobre sus pasos.
Por cierto, Yves – dijo la joven con una inflexión de enojo en la voz- he
pensado acerca de tu invitación y acepto. Pasa por mi a las 9 pm. Estaré
lista – concluyó ella a secas dejando al joven detrás de si antes de que él
pudiese decir algo.
[pic]
Era una de esas raras ocasiones en que los turnos de Candy, Julienne y
Flammy coincidían y las tres se encontraban descansando al mismo tiempo.
Las tres mujeres estaban disfrutando de una charla femenina en la
intimidad de la habitación de Flammy y Candy, hablando de mil y un cosas,
fútiles y profundas, a la vez ¿Acaso Nancy estaba saliendo con un hombre? ¿
Era posible que el paciente de la cama 234 saliera de su depresión? ¿No
sería buena idea conseguir uno de esos nuevos sombreros con una pluma
azul que se estaban poniendo de moda aquel año?¿ Acaso Gerard le había
escrito a Julienne? ¿ Debía Flammy cambiar su estilo de peinado?
¡¡LA GALA!! – gritó Candy cubriéndose las mejillas con ambas manos como
si hubiese visto un fantasma - ¡Santo cielo! ¿¿Qué he hecho??
¡Ay, todo está mal! – replicó Candy alarmada- Acabo de hacer la cosa más
estúpida ¿Qué voy a hacer ahora? – preguntó a sus amigas.
Si nos explicas lo que has hecho, tal vez podríamos ayudarte ¿No crees
Candy? – señaló Flammy con su usual tono reposado.
Candy levantó su cabeza para dirigir sus ojos verdes a Julienne primero, y
luego a Flammy.
Bueno, yo . . . tuve un pleito con Terri el día de hoy – dijo la rubia con
mirada triste.
Eso no es algo nuevo – se rió sofocadamente Julienne pero como notó que
Candy estaba realmente alterada, la mujer hizo un gran esfuerzo por
contener sus carcajadas - ¿Y cuál fue el problema esta vez, puedo
preguntar?
No quisiera hablar de ello ahora, pero fue precisamente por esa pelea que
después hice algo que no debía haber hecho – explicó Candy bajando los
ojos.
Pero tú ya le habías dicho a Yves que no irías a la fiesta con él ¿No fue así? –
preguntó Julienne con un tono dulce pero firme - ¿Por qué hiciste eso mi
niña? – inquirió mientras extendía su brazo alrededor de los hombros de
Candy.
¡Ay, Julie! – lloró la rubia – No sé por qué . . .Yo estaba . . . tan enojada con
Terri . . y sentí . . .tantas y tan diferentes cosas aquí adentro – dijo tocando
su pecho –¡No tengo idea de lo que me pasó!
Tal vez, inconscientemente, tú todavía piensas que podría ser buena idea
darte una oportunidad con Yves – sugirió Flammy con un tono inexpresivo al
tiempo que se volvía para ver distraídamente por la ventana – y es posible
que eso sea lo mejor que puedas hacer. Ese Grandchester es un busca
pleitos – murmuró en una voz casi inaudible mientras la expresión más
triste aparecía en su rostro bronceado.
No, no es eso – replicó Candy apartándose del abrazo de Julienne – Más que
nunca antes estoy convencida de que mi relación con Yves jamás
funcionaría.
Entonces estás usando a Yves para darle celos a Terrence – sugirió Flammy
con tono acusador, mirando a su amiga directamente a los ojos.
¡Oh sí! – asintió Candy – creo que voy a cancelar esa cita.
No, no vas a hacer eso, jovencita – replicó Julienne autoritativamente – Si
conozco bien a Yves, para estas horas ya debe haber confirmado tu
asistencia al baile. Si cancelas ahora la cita sería muy bochornoso para él.
No es bien visto hacer ese tipo de cosas en una ocasión tan formal.
¡Claro que sí! Vas a usar esta oportunidad para hablar con Yves con el
corazón en la mano y aclarar las cosas entre ustedes. Estás segura de que
no estás interesada en otro hombre que no sea ese obstinado americano
¿No es así? – continuó la mujer.
Estás en lo correcto – contestó Candy sintiendo que todo el peso del mundo
caía sobre sus hombros.
Entonces, es hora de que le digas a Yves de una vez por todas, que no tiene
ya esperanzas. Le va a doler pero me temo que no tienes otra opción. Así
que, entre más pronto puedas resolver esta ambigüedad entre ustedes,
mejor ¿No lo crees Flammy? – preguntó la mujer dirigiéndose a la otra
morena que había permanecido en silencio por un rato.
Creo que es lo más recto que se puede hacer en este caso – masculló
Flammy.
Mis labios están sellados- replicó Flammy cruzando sus labios con sus
dedos.
¡Ay chicas, no sé lo que haría sin ustedes! – dijo Candy conmovida mientras
daba a sus amigas un fuerte abrazo.
Candy se había preguntado qué vestido podría ser más apropiado para el
baile, pero para sus dos amigas había sólo un candidato.
Así que aquella noche Candy se probó el vestido que había estado confinado
en un rincón de su closet desde que lo había recibido la primavera anterior.
Con gran horror la joven descubrió que el escote era realmente profundo y
que además dejaba los hombros al descubierto. Candy se miró en el espejo
y la simple visión la hizo sonrojarse. A los veinte años su cuerpo había
madurado completamente y aquel vestido, más allá de sus sedas verdes y
encajes negros, no dejaba dudas al respecto de los atributos de la joven.
¡No puedo usar esto! – se dijo ella en voz alta.
Pero...
¡Ay Julie! De todas formas luciría bonita – comentó la otra morena quien
estaba ocupada planchando sus uniformes.
Ustedes dicen eso porque son mis amigas, pero deberían ver a mi amiga
Annie, ella sí que es una gran belleza – dijo Candy sonriendo.
A las nueve de la noche Candy estaba lista. Julienne le había prestado una
gargantilla de perlas cultivadas con un dije de obsidiana y unos pendientes
que le hacían juego, únicas joyas valiosas que tenía la mujer. Un abanico de
encaje de Bruselas el cual había sido regalo de Flammy para la ocasión,
zapatillas de raso y guantes largos blancos completaban el atuendo. El largo
cabello ensortijado caía en caprichosos rizos sobre sus hombros y espalda,
brillando en chispitas doradas bajo las luces artificiales del cuarto.
Un golpe en la puerta les dijo a las mujeres que la hora había llegado. Candy
miró a sus amigas aún indecisa, pero las dos la animaron con la mirada.
Luego entonces, la rubia respiró hondo y levantando su falda de seda para
dar el paso se acercó a la puerta.
Gracias, Yves, tú también luces muy bien esta noche- le dijo ella pagando el
cumplido y no estaba mintiendo - ¿Nos vamos ya? – sugirió tratando de
liberar su tensión.
Por supuesto, buenas noches, chicas- dijo Yves al tiempo que ofrecía su
brazo a Candy quien tímidamente lo aceptó bajando la mirada.
¡En verdad es una belleza fuera de este mundo!- comentó Flammy cuando
la pareja hubo partido cerrando la puerta y dejando a las dos morenas solas
en el cuarto – Y siempre tan cariñosa y encantadora. Todo mundo la ama
por dondequiera que ella va . . . No hay forma de que yo pudiese competir
con eso – concluyó tristemente.
Buenas noches Dr. Bonnot, Candy ¡Qué maravillosamente lucen esta noche!
. . .¿A dónde se dirigen? – preguntó la Sra. Kenwood con una sonrisa de
curiosidad.
¡Así es! Agosto en Paris siempre es así – asintió el joven con una dulce
sonrisa.
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¿Pero qué ha hecho Sr. Grandchester? – preguntó una grave voz femenina
detrás de él – Se ha quitado los vendajes . . . ¡Debe estar loco! – le
reconvino la anciana en uniforme blanco.
El joven volvió la cabeza para ver a la mujer y le regaló con una sonrisa para
disculparse.
Sra. Kenwood – replicó – La herida ya está cicatrizada, no tiene caso que use
el vendaje por más tiempo. Además, hace demasiado calor esta noche.
Tiene razón señora Kenwood – aceptó Terri mirando a la anciana dama con
simpatía.
Bueno, vi al menos que un joven iba a pasar un buen rato esta noche, como
debe de ser. Verá, cuando venía hacia acá me encontré al doctor Bonnot en
los corredores. Estaba vestido formalmente, realmente deslumbrante con su
uniforme de gala y todo, de camino al baile de gala del Coronel Vouillard.
Por supuesto iba radiante con la joven que llevaba al brazo – sonrió la mujer
soñadoramente – Y déjeme decirle que Candy era una verdadera visión de
belleza esta noche . . . Ummm, creo que el vendaje está listo – comentó la
mujer atropelladamente – Ahí tiene, no se lo vuelva a quitar, por favor, y
trate de dormir, hijo – terminó diciendo en una confusa lluvia de palabras
que Terri apenas si pudo comprender.
Sra. Kenwood- preguntó– usted dijo que Candy se veía hermosa esta noche
cuando iba con Yves Bonnot a la fiesta ¿Eso fue lo que dijo?
¿La joven que salvó al grupo que se quedó varado en la nieve? – inquirió
una mujer rubia y alta – Ciertamente es muy hermosa, debo admitirlo.
¿Pero de dónde consigue un vestido así una simple enfermera como ella?
Me pregunto – comentó una tercera dama de cabellos blancos arreglados en
un rodete, mientras usaba sus impertinentes para examinar mejor al
atuendo de la joven.
Bueno, mi esposo cree que ella viene de una rica familia americana – señaló
la primera dama que era la esposa de Vouillard.
Dice que su familia tiene conexiones con el Mariscal Foch – dijo la Sra.
Vouillar contenta de ser la posesora de un chisme tan jugoso.
Uno de los médicos del hospital militar – apuntó la Sra. Vouillard - ¿Está
mono, no?
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La joven pareja se mezcló con los otros invitados, bebió, comió y charló con
el resto del personal médico que había sido invitado, mayormente médicos
y sus esposas o prometidas. Candy hizo su mejor esfuerzo por aparentar
calma y entusiasmo logrando cierto éxito en su intento. Sin embargo,
internamente se encontraba incómoda y no podía sacarse de la cabeza a un
par de ojos azules. Adicionalmente a sus constantes pensamientos sobre el
hombre en su corazón, la joven estaba también preocupada por la
conversación que sabía debía de enfrentar y las palabras que debía decirle
a Yves aquella noche.
Creo que estoy algo cansada – dijo Candy tratando de excusarse para evitar
otro vals en el cual Yves tendría que tomarla en brazos.
Candy siguió el paso de Yves e internamente decidió que esa era la última
vez que bailaba con él en su vida. Su noble corazón se entristeció con la
perspectiva, sabiendo que estaba a punto de perder a un amigo. Sus pies
continuaron siguiendo la música hasta que la última nota murió en los
violines. Candy no vería otra vez en varios años aquella abierta sonrisa en el
rostro de Yves.
Los jóvenes salieron del salón hacia el balcón. Afuera, la luz de las estrellas
se confundía con los faroles de la ciudad dormida, y una vez que Yves hubo
cerrado la puerta tras de sí, los ruidos de la fiesta se redujeron, dejándolos
solos con el silencio nocturno.
Yves, quiero agradecerte por invitarme – logró ella decir, siendo la primera
en hablar – Realmente me la estoy pasando muy bien – añadió
sinceramente.
Ella respondió con una tímida sonrisa y luego un bochornoso silencio reinó
entre ellos, pero Candy recordó el consejo de Julienne y una vez más ganó
el valor necesario para hablar.
Me gustaría decirte algo – ambos dijeron al unísono, sorprendiéndose el uno
al otro con la coincidencia.
Las damas primero ¿No es así? – dijo ella tratando de tomar la iniciativa.
Eso es verdad – aceptó Yves – pero esta vez me gustaría cambiar los roles y
ser el primero en hablar ¿Te molestaría?
Precisamente – interrumpió ella con el tono más dulce que tenía mientras
sus ojos se clavaban en el piso – Creo que es un buen momento para aclarar
las cosas entre nosotros.
Candy desvió sus ojos sin poder mirar directamente al rostro del joven. En
toda su vida, nunca había experimentado una situación similar. Recordó la
vez que Archie estuvo a punto de confesarle sus sentimientos en el Colegio
San Pablo, pero en aquella ocasión, ellos eran solamente una pareja de
adolescentes y las circunstancias jamás le permitieron al muchacho
completar su confesión. Algunos años después había sido Neil quien le
declarara su amor por ella, pero la profunda aversión que ella sentía hacia
su enemigo de la infancia no le permitió sentir nada más que
conmiseración. La situación con Yves era distinta, pensó ella, ahora era una
mujer adulta escuchando la propuesta de matrimonio de un querido y
admirado amigo, y ella sabía que tendría que rechazarlo y
consecuentemente romper el corazón del joven y perder también su
amistad.
Yves, eres un hombre muy bueno – dijo ella con voz a penas audible –Te
admiro y te aprecio pero me temo que mi corazón no puede corresponder a
tus sentimientos – concluyó deseando que el piso se abriese bajo sus pies y
la tragase por completo.
Pero mi amor por ti es tan fuerte que podría suplir tu falta de pasión
mientras aprendes a corresponderme – rogó él sintiendo cómo sus últimas
esperanzas morían.
Yves alzó la cara hacia el cielo, haciendo un gran esfuerzo por ocultar las
lágrimas que invadían sus ojos y la frustración que impregnaba cada una de
sus facciones. Candy pudo notar cómo un músculo en sus sienes se tensaba
con la ansiedad reprimida.
Yves, por favor, no te lastimes más – suplicó Candy que no estaba dispuesta
a dar mayores explicaciones.
Es él quien tiene la llave de tu corazón ¿Me equivoco, Candy? – preguntó
otra vez casi gimiendo de dolor - ¡Por favor Candy, necesito saber la
verdad!
Él debe ser un hombre muy afortunado – murmuró Yves con voz temblorosa
– Espero que pueda hacerte feliz como lo mereces, Candy.
No creo que le seas indiferente, Candy – dijo Yves con sinceridad – Como
hombre de algún modo entiendo los sentimientos de Grandchester por ti, y
aunque me encantaría decirte lo contrario, si quiero ser franco contigo y
conmigo mismo, debo admitir que él ciertamente parece estar muy
enamorado de ti. De alguna forma, lo sentí desde que lo vi por primera vez,
la noche en que regresaste del Frente . . . De todas formas, el resultado
siempre es el mismo para mi, parece que el amor me niega su gracia –
concluyó él con oscuro tono.
Yves, yo sé que todo lo que pueda decirte ahora podría sonar vacío y sin
sentido – comenzó ella – Comprendo tu dolor porque he estado en
situaciones similares antes, y sé lo que se siente tener el corazón roto. No
obstante, el amor no siempre esconderá su rostro de ti . . . . Eres un hombre
increíble y estoy segura de que muchas mujeres querrían ser amadas por ti
y te corresponderían con ardor. Sólo es cuestión de tiempo.
El joven miró a Candy con una triste sonrisa. “No me importan todas esas
mujeres que dices tú Candy” - pensó – “Es solamente tú quien yo desearía
me correspondiera.”
Gracias amiga – dijo él luchando por contener las lágrimas – Ahora, supongo
que te gustaría volver al hospital – sugirió sin mirar a los ojos de la joven.
[pic]
La Sra. Kenwood hacía su ronda cuando se dio cuenta de que una de las
camas estaba vacía. No obstante, como era la cama de Terri la anciana no
se preocupó en lo más mínimo. El paciente estaba, después de todo,
prácticamente recuperado y una pequeña caminata nocturna no le iba a
hacer ningún daño. Además, no era la primera vez que él hacía algo así y la
mujer lo sabía.
¡Ya pasan de la media noche!- pensó él - ¿Qué diablos está ella tratando de
probar?
Pero esa noche su expedición no era tan placentera como lo había sido
otras veces. Con cada nueva zancada su cuerpo alcanzaba más alta
temperatura y su mente lo envenenaba con oscuras ideas. Terrence
Grandchester se odiaba a si mismo en ocasiones. Su mal carácter, su
inseguridad disfrazada de arrogancia, las heridas internas aún sin sanar, su
hostilidad y su apasionado corazón le habían traído siempre una buena
cantidad de complicaciones, y aunque su oficio era controlar y fingir
emociones, siempre que se trataba de Candice White, su auto-control se iba
al traste y sus sentimientos tomaban posesión de sus actos en forma
caótica.
Y ahí estaba él, caminando en círculos a lo largo del corredor que llevaba al
cuarto de Candy, mirando insistentemente al reloj en la pared y viendo
repetidamente a través de la vidriera de la ventana para cerciorarse si un
auto aparecía en la lejanía.
¿Qué estoy haciendo aquí?- se decía así mismo cuando el lado razonable de
su yo salía a la superficie de su mente - ¿Tengo acaso el derecho de
entrometerme en su vida personal? ¿Qué soy yo para ella? Solamente un
amigo. Alguien que ella alguna vez amó pero que después la dejó para
prometerle matrimonio a otra ¿Qué significo para ella ahora? Tal vez
solamente un recuerdo de un tiempo ya en su pasado que no desea
recordar. Entonces . . .¿Cómo me atrevo a estar aquí, esperándola como un
marido engañado? – pero un segundo después su yo combativo protestaba -
¿Y qué hay con todas esas miradas? ¿Qué de todas las veces que tomé su
mano durante estos meses y ella no la retiró? ¿Y la flor diaria en el vaso?
¿Los atardeceres que compartimos en el jardín?¿Su preocupación por mi
relación con mi madre y mil otros detalles que han hecho nacer en mi la
esperanza? ¡No! Ella no se va a salir con la suya con todos estos mensajes
confusos que me ha mandado ¡Me debe una explicación!
Así es. Puede que pase por el hospital para despedirme de mis pacientes y
entregar un reporte, pero me imagino que tú vas a estar ocupada – insinuó
tristemente, aún sin soltar la mano de la muchacha – Así que . . .creo que
este es el adiós.
Sí.
¡No, por favor! – interrumpió ella alarmada – Si hay algo que decir, es sólo
entre Terri y yo . . . Tal vez, al final de todo, él se irá al igual que tú, y yo
continuaré con mi vida como siempre lo hecho – dijo liberando finalmente su
mano del fuerte apretón del joven.
Una vez que la joven hubo entrado en el edificio, comprendió que de nuevo
alguien querido para ella salía de su vida. No estaba enamorada de Yves,
pero era terriblemente doloroso perder a un amigo. No pudo evitar
derramar una lágrima que se apresuró a enjugar con el pañuelo bordado
que guardaba dentro de su guante. Afuera, el aguacero se hacía cada vez
más tupido.
Candy subió las escaleras lentamente, sus pies se sentían tan pesados
como su corazón. Solamente podía pensar en llegar a su cuarto para
liberarse del corsé, tomar una ducha fría y meterse a la cama con el fin de
buscar en el sueño algún tipo de alivio para su desconsuelo. Sin embargo,
pronto se dio cuenta de que el deseado descanso no sería posible al
descubrir con ojos asombrados la figura de Terri de pie en el corredor,
esperándola.
Candy miró al hombre con ojos pasmados ¿Qué estaba diciendo?¿Le estaba
reprochando la hora en que llegaba? ¿Estaba él ahí esperándola para
regañarla como si fuera su padre? ¡Eso era el colmo! Una pelea con Terri
después de los bochornosos momentos que había vivido al lado de Yves
serían la gota necesaria para derramar el vaso de una noche terrible.
Por favor, Terri – rogó ella tratando de evitar una nueva pelea con el joven –
He tenido un día muy difícil y no quiero pelear contigo ahora – concluyó
pasando de largo frente al joven.
¡Ay, se me olvidaba que la dama es una feminista! – insistió él, sin estar
dispuesto a renunciar – Pero no es tan radical como para rechazar la
adulación cuando viene de una hombre ¿No es así? ¿No te dijo él mil veces
cuán abrumadoramente bella luces esta noche? Seguramente eso
complació tu ego en buena medida ¿Dime Candy, disfrutas haciendo que los
hombre enloquezcan? ¿Te complace jugar con los sentimientos de ese
ridículo médico francés?
No obstante, nada podía estar más lejos de la realidad. Terri estaba tan
perdido como Candy, subyugado por los encantos de la joven que parecían
más tentadores vistos de tan cerca.
¿Es así, Candy? – preguntó él suavemente - ¿Estás jugando con mis
sentimientos?
Él, por su parte, miró a los labios rosas de la joven evocando el sabor a
fresas silvestres que una sola vez había probado. Pero entonces, el recuerdo
de la escena que había visto desde la ventana un minuto antes le apuñaló
de nuevo.
¡Ay, Candy! – dijo él con vehemencia – Quiero borrar de tus labios cada beso
francés que recibiste esta noche, para siempre.
Dentro del cuarto Candy corrió a arrojarse en la cama donde derramó las
más amargas lágrimas.
¿Cómo pudiste decir eso? – dijo ella entre sollozos -¡ Cuando tú has sido el
único que he besado en toda mi vida. Hombre estúpido y arrogante!
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El día siguiente era agosto 30. Terri no había conciliado el sueño ni por un
instante en toda la noche y se sentía como el hombre más miserable en
toda la Tierra. Sabía que no vería a Candy por dos días porque ella le había
hecho saber con anticipación –antes de su pelea, por supuesto – que estaría
trabajando en cirugía de tiempo completo. Por lo tanto, su desesperación
era aún peor. Pensó en ir al cuarto de Candy durante la noche siguiente
para disculparse, pero después cambió de opinión. Para él, era más que
obvio que había perdido la batalla. Mientras Candy había tenido tiernos
adioses con Yves la noche anterior, él solamente había conseguido una
humillante bofetada ¿Podía acaso estar más claro que el doctor francés lo
había derrotado finalmente?
Por otra parte, Yves Bonnot no se apareció en todo el día. El médico que lo
substituyó no explicó qué había pasado con su colega y Terri no preguntó.
Así que el día pasó lenta y penosamente. Nada podía ser peor que aquel
silencio e incertidumbre, pensó el joven, pero la siguiente mañana se daría
cuenta de que ciertamente había algo peor.
El día siguiente Terri recibió una carta con el sello del ejército de los Estados
Unidos. El mensaje decía simplemente que se esperaba que se uniera a su
pelotón en Verdún. La carta también incluía un boleto de tren para la
mañana del 2 de septiembre, muy temprano. Al joven se le habían
concedido dos días de licencia empezando el día 31 de agosto, en otras
palabras, ese mismo día. Se suponía que abandonase el hospital de
inmediato.
Madame – dijo él – como usted puede ver, hoy dejo el hospital. He recibido
mis órdenes.
Bueno, todos sabíamos que esto podía pasar de un momento a otro, pero no
me quiero ir sin hablar con Candy por última vez – dijo él – Imagino que
usted comprende lo que quiero decir, Madame.
En ese caso, Sr. Grandchester- replicó ella- puede estar seguro que la dama
recibirá sus líneas.
Yves Bonnot había pensado mucho en hablar con Terrence. Sabía que
Candy no lo aprobaría pero él sentía que necesitaba ver a su rival por última
vez antes de su partida para Arras y decirle que aceptaba su derrota. Era
casi una cuestión de honor. Yves no quería partir cobardemente.
Desafortunadamente, cuando él llegó al hospital aquella tarde se enteró de
que Grandchester había abandonado el lugar. Yves se preguntó si el actor y
Candy habían llegado a un entendimiento, pero como no pudo ver a la joven
rubia, tuvo que dejar la ciudad sin saber lo que había pasado con ellos. Su
tren dejó París a las 8 pm aquella misma noche.
Los celos de Terri habían sido tan obvios en esa ocasión que ahora la joven
estaba segura de que él sentía algo por ella más allá de la amistad . . . pero
sus comentarios habían sido tan ofensivos para la muchacha que aún
guardaba resentimientos y, al mismo tiempo, se lamentaba por su violenta
reacción. Sus sentimientos hacia Terrence jamás habían carecido de
complejidad. Cuando ella llegó a su cuarto lo único que quería era dormir
profundamente para olvidar sus problemas, al menos por una cuantas
horas.
Agosto 31 de 1918
Como debes ya saber cuando leas esta carta, he sido dado de alta en el
hospital. Esta mañana recibí órdenes de reunirme con mi pelotón en el
Norte y partiré en un par de días, pero antes de irme me gustaría
muchísimo volverte a ver, para decirte lo avergonzado que me siento por
haberte tratado en forma tan grosera. Debo insistir que este tipo de cosas
tienen que decirse en persona.
Sé que mañana tendrás un día libre como siempre sucede cuando trabajas
doble turno en cirugía. Comprendo que es muy pretencioso de mi parte
esperar que me dediques algo de tu tiempo durante tu día libre, pero siendo
que parto pasado mañana no hay otro momento que pueda verte para
hablar. Tengo tantas cosas que decirte, Candy , no solamente mis humildes
disculpas, sino muchos otros asuntos que no pude confiarte en todos estos
meses. Tal vez lo que pueda yo decirte sea obsoleto o fútil, pero tengo que
hacerlo. Por favor, te ruego, dame la oportunidad de hablar contigo.
Por el contrario, si aún crees que este viejo amigo tuyo merece una
última oportunidad, por favor querida Candy, encuéntrame al medio día de
mañana, en el Jardín de Luxemburgo. Te estaré esperando cerca de la
fuente principal frente al palacio.
Siempre tuyo.
Terrence G. Grandchester
Capítulo XIII
La Alondra y el Ruiseñor
Candy se sentó en la cama rozando sus labios con la carta que había leído
por la centésima vez aquella noche. Cerró sus ojos mientras sus
sentimientos sitiaban su alma fatigada. Extrañamente, todos los temores,
preocupaciones y resentimientos que la habían atormentado durante los
días anteriores habían sido relegados a segundo término. Repentinamente,
la única cosa que importaba para ella era la certeza de que Terrence estaba
a punto de dejar París para enfrentar la muerte en el Frente Occidental . . .
La joven desdobló el papel una vez más y releyó las últimas líneas . . .
¡Él me quiere ver!- se repetía ella con aire emocionado – Terri quiere verme
antes de partir . . . Pero, ¿Qué debo decir cuando lo tenga enfrente? ¿Qué
puedo decir después de las cosas que pasaron entre nosotros la otra noche?
París está dividido por un río, el Sena, el cual ha sido la frontera natural
entre dos diferentes áreas, los dos rostros de París. El mundo de los
negocios y la vida nocturna está en la ribera derecha o “rive droite”,
mientras que la ribera izquierda es tradicionalmente conocida como el
Barrio Latino o “Quartier Latin”, el hogar de la Sorbona, los artistas y los
intelectuales. Estudiantes, soñadores, Chopin y Liszt, Baudelaire y Picasso
son algunos de los personajes que han poblado la “rive gauche”, cada uno
en su momento histórico correspondiente. Una perla en el corazón de esta
versión parisina de la Academia Platónica, es el Palacio de Luxemburgo,
bello y lujoso edificio rodeado de un enorme jardín que ha sido testigo de
cuatro siglos de historia francesa.
Con cada paso que daba, los pliegues de su falda de piezas flotaban en una
blanca ilusión de lino y organdí. Sostenido en parte por un moño de seda, su
cabellos le cubría la espalda en espirales doradas que reflejaban la luz solar
y, a veces, la escasa brisa veraniega hacia que un fugitivo rizo le rozara las
mejillas. El nerviosismo de su cara podía ser visto fácilmente mientras sus
irises verdes trataban de enfocar un punto aún borroso al final de la vereda
que ella iba cruzando.
Nunca lo ha dicho . . . pero . . .la otra noche estaba tan celoso – murmuró la
rubio pensativa.
Entonces, no veo por qué debas estarte preguntando lo que tienes que
hacer – dijo la otra mujer sonriendo.
Estoy tan nerviosa que no puedo coordinar mis ideas – dijo la joven
apuntando a su cabeza con una risita tensa.
¿Qué?
Tómate esto – ordenó Julienne suavemente dándole a Candy una taza que
previamente había dejado descansando sobre el pequeño escritorio, cerca
de la cama – esto te ayudará a conciliar el sueño. Mañana te pondrás un
hermoso vestido y asistirás a esa cita. Deja que el amor haga el resto
Deja que el amor haga el resto . . . deja que el amor haga el resto – Candy
se repetía en su cabeza mientras continuaba caminando a lo largo del
parque.
Sin embargo, una corazonada le hizo sentir que no debía moverse por un
rato y solamente dejar que las voces en su alma le dijeran dónde estaba él.
Se detuvo en silencio por unos cuantos segundos y luego empezó a caminar
como si una fuerza interior la estuviera conduciendo hacia su destino. La
joven no batalló mucho para encontrarlo. Ahí estaba él, de pie con su
característica gallardía, anchos hombros que la hacían sentirse pequeña y el
pie derecho dando ligeros golpecitos en el piso.
Estaba nervioso en verdad ¡Por todos los cielos, vaya que estaba nervioso!
Más inquieto que en una noche de estreno ¿Acudiría ella a la cita? ¿Qué si
no iba? ¿Cómo iba él a continuar viviendo? Su pecho era un caldero
hirviente e inconscientemente su cuerpo buscó un escape golpeando el
pavimento con discretos movimientos de su pie. Si ella planeaba acudir a la
cita ya se estaba retrasada . . . pero tal vez ella había decidido no ir . . . La
expectación era dolorosa.
¡Hola! – dijo una dulce voz y entonces él supo que su corazón no le había
engañado.
Bueno, no tenía otros planes para hoy . . . así que . .. me dije que podría ser
buena idea aceptar la invitación de cierto soldado- respondió ella
casualmente tratando de aligerar la tensa atmósfera.
Gracias – fue la única respuesta del joven pero Candy entendió que lo decía
de corazón.
Ahora ¿Podrías decirme qué planes tienes para el paseo? – preguntó ella con
una expresión vivaz en el rostro, sintiéndose más y más a gusto en la
presencia del hombre. Una calidez familiar había empezado a envolverle el
alma ante la proximidad del joven.
Sí, vine con Julie y . . . otros amigos- explicó Candy tratando de evitar
mencionar el nombre de Yves – pero estábamos algo limitados de tiempo
entonces así que no logré ver mucho del lugar.
¡No, no, ellos no me trajeron aquí nunca! – confesó Terri usando por primera
vez en tres días aquella endiablada sonrisa que era parte de su
personalidad – Yo solía venir aquí por mi cuenta – añadió mientras se
rascaba la sien derecha con un gesto ladino.
Si lo quieres decir de ese modo . . .yo diría, más bien, que solía explorar por
iniciativa propia.
¿Cuántos años han pasado desde la última vez que caminamos juntos de
esta manera, Candy? – pensó Terri mientras ambos paseaban alrededor de
las jardineras del palacio llenas de flores multicolores – Aquellos momentos
que pasamos en el Zoológico Blue River . . . Aquellos días despreocupados
están ya muy lejos . . . y aún así, tu sonrisa es todavía tan brillante como
entonces, tan plena de luz y dulce frescura ¿Qué tienes Candice White, que
siempre que estás a mi lado un poderoso torrente de energía me llena de
pies a cabeza? Tú añades luz a mi pintura ensombrecida haciendo un
hermoso claroscuro.
Nada . . . ¡Es sólo que este mundo es admirable! – respondió ella sonriente –
Dondequiera que vuelvo la mirada encuentro millones de razones para
admirar y agradecer a Dios por la vida ¿No sientes lo mismo, Terri?
Bueno, mi habilidad para apreciar las cosas está siendo eclipsada por los
ruidos en mi estómago – señaló él con un guiño - ¿No tienes hambre?
Ahora que lo dices – replicó ella – creo que sería buena idea tomar el
almuerzo.
El sol vespertino bañaba la “rive gauche” reflejando sus luces sobre los
toldos rojiblancos de los restaurancillos y bares a lo largo del boulevard. En
otros tiempos, verdaderas hordas de jóvenes, principalmente estudiantes,
hubiesen estado plagando aquellos lugares para tomar un ligero bocadillo
durante el día. Pero aquel verano mucho de esos estudiantes habían
abandonado París para engrosar las filas en el Frente Occidental. Así que,
los restaurantes que alguna vez fueron prósperos estaban prácticamente
vacíos y los empleados languidecían de aburrimiento.
¿Qué dijiste? – preguntó ella dejando el plato a un lado, aún sin creer lo que
acababa de escuchar claramente.
Dije que lo siento mucho- repitió el joven con seria expresión en sus finas
facciones- Te pedí que nos viéramos hoy porque quería disculparme por mi
comportamiento la otra noche.
Acepto tus disculpas, Terri – replicó ella sin poder mirarle a los ojos – Yo
tampoco fui muy dulce que digamos . . . No hablemos más de ello. Sólo
imagina que nunca pasó y otra vez seremos los buenos amigos que siempre
hemos sido.
¿Qué dice?
Bueno, parece que el poeta está hablando de un amor pasado que aún no
puede olvidar ¿Quieres que lo traduzca para ti?- preguntó él hundiendo su
mirada azul en la de ella.
Por favor.
Es tan melancólica – musitó ella al tiempo que sentía que su mano ardía
bajo el toque del joven.
Tú me amabas y yo te amaba,
¿Por qué no? Hay espacio para bailar, música, tú y yo ¿Qué más necesitas? –
preguntó él con una sonrisilla traviesa y un segundo después con tono más
serio añadió – Mañana estaré lejos y quién sabe cuando podrás cumplir tu
promesa si no lo haces hoy.
“Excusez moi, monsieur,” se dirigió Terri al joven, “Voudriez vous jouer une
autre fois la chanson de votre ami?” (Disculpe, señor ¿Quisiera usted volver
a tocar la canción de su amigo ?)
“Pour la belle dame qui est avec vous monsieur,” respondió el pianista con
una sonrisa,
Dice:
Creo que entiendo bien lo que él quiere decir en esa última parte – se
aventuró ella a decir, conmovida por las palabras que le recordaban otra
canción cuya memoria ella atesoraba en un rincón dorado de su mente.
Supongo que quiere decir que siempre recordará esa canción, en su corazón
– respondió ella mientras se separaba del abrazo de Terri y la voz del
pianista moría junto con las notas del piano.
La joven pareja regresó a su mesa y el pianista los siguió con sus ojos
oscuros, envidiando al joven soldado quien era el afortunado poseedor del
amor de aquella mujer. Porque, ustedes verán, para el joven músico era
obvio que la muchacha amaba a aquel hombre con cada latido de su
corazón. La rubia y el soldado se sentaron de nuevo a la mesa y en silencio
terminaron su almuerzo mientras sus pulsos lentamente se recuperaban de
la dulce exaltación que la cercanía física había provocado en ambos,
reforzada por la música y las palabras del poema.
Candy dejó su plato y sus írises de malaquita vagaron por la calle que se
podía atisbar a través de las ventanas del “bistro”. Un camión lleno de
soldados con la bandera británica pasó por ahí en aquel momento y de
nuevo la joven recordó la dolorosa verdad del momento histórico que vivían.
París en verano siempre está concurrido por turistas, pero desde que la
guerra había comenzado las antiguas calles no estaban tan pobladas por
visitantes como de costumbre. Normalmente esos botes que llevan a los
turistas de paseo por el Sena y alrededor de las islas siempre van llenos por
las tardes sabatinas, pero aquel día solamente unos cuantos pasajeros
disfrutaban del aquel encantador placer.
Una joven con largo cabello rizado se sostenía del barandal con ambas
manos mientras la mitad de su cuerpo esbelto guindaba fuera del bote y
sus ojos contemplaba la estela blanca sobre la superficie del río. Un joven
soldado cerca de ella parecía divertirse mucho con la chispeante
conversación de la muchacha. A su derecha, la majestuosa vista de las
líneas góticas de Notre Dame podía ser divisada más y más claramente al
tiempo que el bote se aproximaba a “Ile de la cité” ( La Isla de la Ciudad),
una de las dos islas en medio del río, sobre la cual se erige la famosa
catedral.
¿No se siente bien estar en contacto con los amigos? – demandó la joven
dejando el barandal y sentándose en una banca cercana.
Sí, debo admitirlo – replicó él siguiéndola y sentándose a su lado – No lo
hubiese hecho de no haber sido por ti. Gracias
Candy, con ambas manos detrás de su cuello y mirando a las olas del río,
suspiró con fuerza.
Sí, así es – aceptó la muchacha – He estado aquí por más de un año. Nunca
había estado lejos de casa por tanto tiempo en toda mi vida.
Estoy seguro de que siempre ha sido una buena enfermera, pero antes era
aún peor que Nancy y ahora es....¿Cómo decirlo? .....¿Menos temible?
Sí. ¡Ojalá lo hubiese conocido, Terri! Era uno de los mejores hombres que
jamás he conocido – dijo ella vehemente.
Estoy seguro. ¿Sabes? Creo que tienes razón, a pesar de todo el dolor y
muerte, esta guerra ha traído algunas cosas buenas – continuó él – Si no
fuera por ella no te habría vuelto a ver – dijo él en un susurro.
La joven bajó los ojos sintiendo de nuevo el mismo nerviosismo que le había
llenado el pecho cuando estaba bailando con Terri en el “bistro”. La
muchacha desvió entonces la conversación.
Bueno, el río Sena no es el lago Michigan – dijo ella con una risita nerviosa –
pero es también muy hermoso.
Ahora lo sabes. Conocí a Albert cerca del lago también, y a Archie y ...- ella
se detuvo en seco.
Ella volvió los ojos y miró al joven mientras él hundía las azules niñas de sus
ojos en las profundidades del Sena. La chica se complació en la vista del
perfil perfecto del joven actor y dejó escapar un suspiro sofocado.
Luego se dispersó.
Kyoko Misuki
Las avenidas junto al Río Sena son llamadas “quais”, y la suma de todas
ellas forma un largo boulevard dividido por los puentes que conectan a las
dos riberas. Cuando el bote hubo terminado su tour, dejó a los pasajeros
sobre “Quai des Agustins” y la joven pareja caminó a lo largo de esta
avenida hasta llegar al puente Saint Michelle, el cual conecta al Barrio
Latino con la Isla de la Ciudad. Eran las cinco y media y poco a poco los
colores del ocaso estaban empezando a pintar el horizonte. Terri y Candy
estaban mirando al río mientras se reclinaban sobre el barandal de piedra
del puente. A unos metros de ellos un organillero tocaba su instrumento
mientras su pequeña hija jugaba cerca de él con una pelota.
Candy observaba fijamente el cielo cuando sintió que la gran pelota roja de
la niñita le golpeaba las piernas. La joven se dio la vuelta para mirar lo que
había pasado y se encontró con un par de ojos negros imposiblemente
grandes que la veían con cándida curiosidad. Candy se puso en cuclillas
tomando entre sus manos la pelota que rebotaba a sus pies.
C’est á toi – preguntó la rubia con una de sus sonrisas deslumbrantes (Es
tuya)
Oui – respondió la niñita que debía de tener apenas tres o cuatro años.
(¿Cómo te llamas?)
Estoy seguro de que ella será una madre amorosa y tierna – pensó Terri
quien estaba contemplando la escena en silencio - . . . Cómo quisiera que
esos hijos suyos pudiesen ser los mío.
Me siento un poco avergonzado porque dejé el hospital sin ver a Bonnot por
última vez. Me temo que no pude agradecerle como se debe – comentó él
con naturalidad . . . - ¡Bueno! Finalmente había mencionado el nombre de
su rival . . .de ahí en adelante solamente la suerte podría decidir.
Yves no está ya en París – replicó Candy con tristeza – Fue enviado al Norte
y el mismo día que tú dejaste el hospital él se fue de la ciudad.
Las últimas palabras se hundieron en los oídos de Candy con lentas ondas.
Comprendió que la pregunta de Terri estaba inquiriendo por más de lo que
estaba él quería dejar ver . . . Pero . . .¿Cómo se suponía que ella debía
contestar a semejante cuestión?
Pues no es que me haga muy feliz saber que un amigo está arriesgando su
vida en el Frente – dijo ella finalmente sin saber si había escogido las
palabras correctas.
Fue entonces que los últimos rayos del sol se mezclaron con las primeras
luces centelleantes de la estrella de la tarde. Las almas de Candy y Terri
fueron cautivadas por aquel mágico momento. Sus miradas se perdieron en
la superficie azul del río, el cual parecía encontrarse con el fondo azul del
cielo en un punto lejano en el horizonte. Era el color más antiguo de la
creación, pintado por el artista supremo en tonalidades iridiscentes sobre el
paisaje parisino.
Ambos se miraron el uno al otro sin ser capaces de articular palabra. Los
ruidos de los transeúntes se perdían con el golpeteo de sus corazones.
Candy sintió que una pesada presión en su cuerpo invadía sus sienes y la
hacía sentirse mareada. Terri, por su parte, estaba paralizado como si
estuviera en uno de sus sueños. Antes que él pudiera evitarlo, una lágrima
solitaria rodó por su mejilla y milagrosamente, como si la sensación fresca
de su humedad lo hubiese despertado, finalmente acopió fuerzas y abrió sus
labios.
Ella se volvió de nuevo para mirarlo y esta vez sus ojos color de esmeralda
no pudieron escapar a la mirada azul del joven. Sin embargo, la joven no
pudo emitir palabra.
Ahora se que cometí el error de mi vida cuando te dejé ir aquella noche en
Nueva York – confesó él y sus palabras sorprendieron a la muchacha.
Sí, pero yo no podía darle lo que ella necesitaba de mi, porque ya te lo había
dado a ti desde la primera vez que posé mis ojos en ti ¿No ves que yo
solamente sé ser tuyo? No tiene caso negarlo por más tiempo. Nunca,
nunca pude sobreponerme a nuestro rompimiento, Candy. Estás grabada en
mi corazón, tu recuerdo corre por mis venas y pulsa en mi corazón. Eres
sólo tú la única que he amado siempre . . .aún si nunca supe cómo
demostrártelo verdaderamente.
Candy, no tienes idea de cómo traté de amar a Susana, pero cada vez que
yo miraba a mi corazón solamente podía sentir mi amor por ti aquí adentro.
No hay espacio para otro amor que no sea este amor tuyo. No era correcto
pretender que yo podría ser un buen esposo para ella cuando mi alma ya se
había desposado con la tuya desde la aurora de los tiempos. Yo debí haber
entendido esto y cuando aún era tiempo, romper esa mentira y luchar por el
amor que tú y yo compartíamos entonces. He sido un verdadero idiota y
durante los últimos días tampoco me he comportado muy inteligentemente.
En lugar de decirte lo que tengo justo aquí – dijo él tocándose el pecho –
actué como un retrasado mental, lleno de celos y orgullo – terminó
inclinando la cabeza avergonzado.
Terri, por favor, no sigas – rogó ella – si fue un error separarnos, entonces
tomo parte de esa responsabilidad también, porque yo fui quien decidió
dejar Nueva York aquella misma noche. Si esa decisión mía solamente te
trajo dolor, entonces yo soy quien merece cargar con la culpa – admitió - si
esta separación te hizo sufrir en lugar de ayudarte a sentirte mejor . . .
¡Entonces yo te lastimé y lo lamento amargamente!- concluyó ella con la
más triste expresión en su rostro.
Terri . . .yo . . . – fue todo lo que ella pudo decir mientras las palabras del
hombre continuaban llenando sus oídos, llevándola a una tierra de sueños
mágicos.
Candy bajó la cabeza y Terri sintió que el mismo infierno se abría bajo sus
pies, pero esa sensación sólo duró por un instante hasta que él vio cómo la
joven, con la cabeza aún colgando sobre su pecho extendía su brazo
derecho hacia él abriendo la palma de su mano. Entonces, ella levantó el
rostro lleno de lágrimas y sin poder pronunciar sonido alguno sus labios se
abrieron para pronunciar dos simples palabras que ella había repetido una y
otra vez durante los meses que él había pasado en el hospital, cada vez que
ella lo ayudaba a levantarse, pero ahora esas palabras cobraban nuevo
significado.
Creo que me hiciste una pregunta que aún no he contestado- continuó ella
murmurando.
Un beso, cuando es dado con amor verdadero, es la chispa que enciende los
incontrolables torrentes de la pasión. Corrientes de energía eléctrica
corriendo a través del cuerpo, conectando la piel con la mente y el alma,
parecen despertar en nuestras venas la instigante fuerza de la naturaleza.
Eso fue lo que pasó con los cuerpos de Candy y Terri en ese momento en
que se entregaron el uno al otro en aquel prolongado beso. De repente
Candy dejó de ser una niña para convertirse en mujer, y como mujer
comprendió que las ruedas de la pasión estaban ya girando en su interior y
no se detendrían hasta que pudieran calmar su mutua sed en un íntimo
abrazo.
Candy jadeó brevemente con voz enronquecida cuando sintió las caricias de
Terri sobre su cuello mientras nuevas sensaciones invadían su cuerpo. Pero
su gemido espontáneo hizo reaccionar a Terri. Pronto el joven volvió en sí y
se dio cuenta de que aún se encontraban en medio de la vía pública y que
él estaba arrastrando a ambos hacia la orilla de un precipicio del cual ya no
habría retorno si no se detenía inmediatamente.
La rubia se movió hasta que pudo ver de frente al joven. Cuando sus ojos
pudieron encontrarse había una dulce sonrisa de comprensión en el rostro
de ella que admiró a Terri con su madurez.
Está bien, Terri, no hay nada que perdonar – murmuró bajando los ojos en
un tímido gesto – Yo...yo también necesitaba estar . . . cerca de ti – confesó.
Mañana partes al frente ¿No es así? – preguntó ella con voz temblorosa.
Sí – replicó él -. Pero te escribiré todos los días y cuando esta guerra acabe .
.
¡Shh! – dijo ella posando su dedo índice sobre los labios del joven – Terri,
esta guerra me ha enseñado que no podemos contar con nada que no sea el
hoy . . .- y luego ella se detuvo mientras una sombra oscura cruzaba sus
bellas facciones – no me prometas nada ahora, sólo Dios sabe lo que
tendremos que enfrentar cuando te hayas marchado.
Terri observó como los ojos de ella se nublaban ante la perspectiva de los
nuevos peligros que él tendría que enfrentar tan pronto como hubiese
regresado a la línea de fuego. El joven sintió que el corazón se le encogía
ante el rostro preocupado de la joven y en su mente él empezó a buscar
desesperadamente por una respuesta para afrontar aquel nuevo dilema que
tenían enfrente. Terri estrujó la mano de Candy en la suya y luego la
condujo a una banca cercana donde ambos se sentaron.
¡Terri! – abrió ella la boca con estupefacción, sin poder emitir más palabras.
¡Ay Terri! – dijo ella suspirando mientras dos gruesas lágrimas rodaban por
sus mejillas - ¡ Si, sí, mil veces , sí! Dios sabe que ser tu esposa ha sido
siempre mi sueño más preciado ... Pero no estoy segura si deberíamos estar
hablando de esto ahora, cuando nuestro futuro es tan incierto. Tengo miedo
Terri, tengo miedo del destino, el cual siempre ha sido adverso a nuestro
amor. Si algo te pasara en el frente yo . . . yo
No sigas, por favor – dijo él sin poder resistir más mientras silenciaba las
palabras de ella con nuevos y ardientes besos, enardecido por el significado
implícito en las palabras de la joven – no digas más – masculló entre un
beso y otro – Yo voy a estar bien . . . pero ahora . . . esta confesión amorosa
tuya . . es demasiado . . .para mi . . . no puedo soportar . . . tanta . . .
felicidad.
Luego él ya no pudo decir más, bebiendo una vez más la esencia de la boca
femenina en un profundo beso. Candy lo recibió gustosa. Nada podía ser
mejor en este mundo que su cercanía. Ambos permanecieron sellados a los
labios del otro por algún rato mientras Venus iluminaba el horizonte sobre el
río Sena. Cuando se separaron para tomar aire Terri levantó el mentón de la
chica y reposó su frente sobre la frente de ella.
Escucha – explicó él – Juguémosle una mala pasada al destino esta vez. Seré
el hombre más feliz de la tierra si puedo tenerte en mis brazos esta noche,
pero quiero hacer las cosas bien. Acabas de decir que te casarás conmigo.
Entonces cumple tu promesa ahora . . . ¡Cásate hoy conmigo!
Candy abrió sus ojos de par en par, sin estar completamente segura de
haber entendido bien lo que él le había dicho.
Pero Terri, tú sabes que eso es imposible – replicó ella con ojos entristecidos
– eres un recluta y es en contra de las leyes militares que los reclutas
solteros contraigan matrimonio en tiempos de guerra. Además, aún si fuese
posible, no podríamos arreglar las cosas para esta noche.
Hay un modo – dijo él – Conozco a alguien que nos puede ayudar con eso.
Solamente necesito saber si tú estarías dispuesta.
¿Por qué debería hacerlo? – le retó él con una sonrisa endiablada mientras
le besaba el lóbulo de la oreja.
Porque ya hemos llegado a la casa ¿No vas a tocar a la puerta para ver si
hay alguien? – preguntó ella tratando de soportar las cosquillas que él le
causaba en la oreja.
El joven tocó a la puerta con pulso firme. No pasó mucho tiempo antes de
que alguien desde el interior de la casa respondiera con una suave voz
masculina y los cerrojos de la puerta empezaran a abrirse. Un hombre de
mediana edad les abrió, y una vez que la joven pareja hubo explicado la
razón de su visita el sirviente la invitó a pasar.
Ya veo, la hermosa iglesia blanca sobre una colina, donde hay que subir mil
escalones antes de llegar al atrio – comentó Candy cuando el sacerdote la
saludaba.
Lo entendemos, padre – replicó Terri – pero usted también sabe que el amor
es una autoridad superior.
¡Por supuesto que acepto, hija!- replicó el sacerdote con una sonrisa – De
hecho, les pude haber ahorrado toda esa explicación, sabía ya la razón de
su visita desde el momento en que miré sus caras.
El Obispo Benoit estaba en Roma visitando al Papa, así que Erhart Graubner
tenía la casa para a su completa disposición por todo el tiempo que la
necesitara. Se trataba de una casona confortable con una capilla privada. En
aquel lugar íntimo y callado, adornado con elegantes columnas jónicas,
parquet estilo Versalles en el piso, dos discretos floreros de cristal con
narcisos blancos sobre el altar y un crucifijo de plata como el único icono
religioso sobre las paredes azul cielo, Candice y Terrence contrajeron
matrimonio la noche del primero de septiembre de 1918.
La casa de los Guibert había sido construida en el siglo XVII y tenía un estilo
prerrevolucionario con vigas de roble en el techo y gruesos muros de
piedra. La residencia se encontraba en el corazón del Barrio Latino, justo en
la calle Monsieur Le Prince, no muy lejos del Jardín de Luxemburgo. El lugar
era escrupulosamente limpio, confortable y encantador. Terri lo había
escogido por azar el día en que había dejado el hospital. Nunca imaginó que
aquel sería el lugar en que él y su esposa pasarían su noche de bodas.
Cuando uno de los huéspedes entró en la casa seguido de una joven rubia,
la señora Guibert, quien estaba como de costumbre en la recepción, no hizo
ningún comentario. Después de ser hostelera por cerca de cuatro años
durante época de guerra, la dama estaba acostumbrada a esas escenas y
las tomaba como lo que eran, la cosa más natural del mundo. No obstante,
cuando la mujer sintió la peculiar aura que rodeaba a aquella pareja en
especial, no pudo evitar un suspiro al tiempo que recordaba los días de su
primera juventud en que ella misma había estado locamente enamorada
como la joven que entonces subía las escaleras luciendo un primoroso rubor
coloreando sus blancas mejillas.
Santa Madre, haz que esta noche sea hermosa para ella – se dijo la mujer al
tiempo que se persignaba.
Como el verano
Tus labios,
Presta a brotar,
coge en mi mano
Esperanza Zambrano
El cuarto estaba casi oscuro, solamente la tímida luz de una vela sobre la
mesa de noche iluminaba la habitación que súbitamente pareció tan cálida
cuando ella entró. Cerré la puerta lentamente y esperé por un segundo
antes de volver el rostro.
A la tenue luz de la vela, pude ver cómo ella se soltaba el cabello de la cinta
blanca que estaba usando, dejando que una cascada dorada de imposibles
rizos cayese sobre su espalda. Yo había soñado tantas veces con este
momento pero la visión de la mujer que tenía entonces frente de mi estaba
más allá de mi más loco sueño.
…………………
…………………
Cerré las distancia entre nosotros y alcancé sus hombros con mis manos.
Cuando pude mirarla, noté que ella bajaba los ojos con timidez.
Repentinamente se me ocurrió que aquella sería su primera vez y aún
cuando esta simple idea me sobrecogía el corazón con un inmenso gozo,
también me preocupaba enormemente. No quería asustar a esta joven
sirena, a la cual yo había adorado y deseado desde mis años de escuela y
que era, por un increíble y afortunado giro del destino, mi recién desposada
compañera.
Levanté su mentón con una de mis manos usando la otra para abrazar su
diminuta cintura. Le di un beso ligero como una mariposa y resistí con todas
mis fuerzas para no continuar y finalmente liberar todas mis urgencias
íntimas.
Ella levantó esos ojos acuosos ojos verdes suyos, pequeñas lagunas llenas
de luz y temblorosas sombras, para mirar a los mío.
…………………
Estaré bien, Terri – logré decir con mi tono más suave, tratando de hacerlo
sentirse mejor y después me sorprendí a mi misma añadiendo – Yo deseo
estar contigo tanto como tú deseas estar conmigo.
…………………
Sus dulces palabras casi hicieron explotar mi sangre, pero tenía que
mantener el control sobre mis inclinaciones naturales que me exigían
tomarla justo ahí y en ese mismo momento. Sabía que tenía que ser
paciente y tierno. Sólo la abracé muy ligeramente mientras ella descansaba
su cabeza en mi pecho. Podía escuchar su delicada respiración invadiendo
mis sentidos con una mezcla de rosas y fresas silvestres.
…………………
Y una vez más me volvió a besar . . . ¿Qué número de beso era aquél? No
podía ya saberlo. Desde nuestro segundo beso sobre el puente él había
buscado mis labios tantas veces que era imposible llevar la cuenta. . .Sin
embargo, entendí que con cada nuevo encuentro con su inquietante boca
mi cuerpo aprendía más y más de aquel hombre quien inesperadamente yo
había tomado como esposo . . Pronto, sus caricias se volvieron más
ardientes y pude sentir cómo mi cuerpo reaccionaba naturalmente a sus
exigencias. Estaba tan perdida en sus besos en mi cuello que ni siquiera me
percaté del momento en que él empezó a desabotonar mi vestido.
…………………
Una vez que hube terminado con el último de aquellos aborrecibles botones
mis manos corrieron sobre su espalda sintiendo el delicado material de su
corpiño y la suave piel que estaba expuesta hasta que alcancé su cuello el
cual aún mis labios se encontraban disfrutando. Pude sentir el temblor de su
cuerpo cuando mis manos retiraron suavemente los hombros del vestido y
ella al fin se dio cuenta de que estaba a punto de quitarle la ropa.
…………………
Sentí cómo sus labios dejaron mi garganta y sus ojos se levantaban para
mirar en los mío. Me creí hipnotizada por sus profundidades azul- verdoso a
un punto en que mis defensas regulares se hallaban a su nivel más bajo.
Estaba consciente de que él siempre había tenido ese poder sobre mi, pero
esa noche él estaba usando sus armas de seducción con todas sus fuerzas.
Pasó sus manos por mis hombros y noté que estaba ya desvistiéndome. Era
como si estuviera acariciándome al mismo tiempo que hacía que el vestido
cayera a mis pies.
Con gran incredulidad vi como él tomaba mis manos y se las llevaba hacia
su pecho.
Por favor, hazlo por mí – Me suplicó. Supe entonces que él quería que yo
desabrochara su camisa y cuando vio mi expresión de perplejidad me animó
con una de sus sonrisas traviesas que suelen volverme loca – No será la
primera vez que lo hagas, mi dulce enfermera.- bromeó
…………………
Pero ahora, la misma belleza, con un cuerpo más maduro y glorificado como
correspondía a una mujer adulta, estaba atrapada en mis brazos, su
respiración se hacían cada vez más agitada, sus brazos acariciaban
apasionadamente mis flancos y espalda mientras que su boca se abría y se
entregaba a mi exploración más audaz. Giré con ella suavemente para
poder descansar sobre mi flanco izquierdo. Mis labios dejaron los de ella con
cierta reticencia, sólo para asaltar con igual pasión su quijada y garganta.
Quería devorara aquel cremoso y largo cuello.
…………………
¿Qué pasa cuando Terri me tiene en sus brazos? Todavía no lo sé, a pesar
de los años . . . Solamente atino a saber que él se convierte en el amo del
juego sensual con su toque seductor e inconscientemente yo le sigo de
buen grado.
Cuando llegamos a la cama sentí que nos movíamos hacia un mundo que yo
nunca había imaginado. Desde ese momento todo fue descubrimiento. Nada
que yo hubiese leído o visto pudo haber preparado mi mente para ese
encuentro de piel y almas. Él navegó sobre mi cuello y garganta hasta que
alcanzó mis hombros y sentí como deslizaba los tirantes de encaje de mi
corpiño. No pasó mucho tiempo antes de que él estuviera dejando un rastro
húmedo sobre mis hombros y brazos desnudos haciendo temblar todo mi
cuerpo. Al mismo tiempo, pude sentir cómo sus manos recorrían mi cuerpo
tocando con ávidos dedos y palmas, lugares que yo había creído intocables,
moldeando bajo la crinolina mis piernas y muslos como el alfarero moldea el
barro.
…………………
No tomó mucho tiempo para que mis manos deshicieran los lazos de su
corpiño. Por un momento detuve mi asalto sobre su cuerpo para contemplar
solemnemente la gloriosa vista de mis manos desvistiéndola, mientras la
excepcional vista de su torso desnudo se revelaba ante mi por la vez
primera. Pude notar un ligero rasgo de nerviosismo en su rostro y una vez
más me sentí temeroso frente a esa virgen que me había sido otorgada sin
merecerla. La miré a los ojos y sostuve su delicado rostro en mis manos.
Eres la más hermosa criatura que jamás he visto, amor – le dijo con voz
temblorosa – no te avergüences de tu belleza. Por favor, déjame compartir
contigo los ocultos encantos del amor físico. Prometo que será placentero
para ambos.
…………………
No era la primera vez que yo lo veía desnudo, pero las circunstancias habían
sido muy diferentes antes. Aquella ocasión en el quirófano yo solamente
podía pensar en salvar su vida, pero en el cuarto de hotel, en medio de la
penumbra, a penas iluminado por la luz de la vela, él era una visión para
dejar sin aliento. Y yo estaba ahí, contemplando su masculina belleza,
admirando por primera vez la gloriosa vista de nuestras diferencias,
mientras él me miraba como si yo fuese la última mujer sobre la tierra.
Nos confesamos una y otra vez nuestro amor mutuo, a través de nuestras
más conmovidas palabras, con nuestros labios, con cada nueva caricia que
aprendíamos, en cada latido que violentamente se aceleraba, con nuestros
incomprensibles murmullos, a través de nuestras miradas y en cada
pensamiento que adivinábamos en el otro. Era una especie de embeleso
mágico, donde no había fronteras entre su cuerpo y mi cuerpo. El modo en
que sus manos moldeaban mis curvas, y las mías sus músculos era
solamente la lógica consecuencia de nuestra unión espiritual previa.
…………………
…………………
Nadie jamás me había dicho cómo una esposa debía complacer a su marido
y, por otro lado, yo ignoraba la larga lista de prohibiciones que nuestra
sociedad había creado para limitar la experiencia sensual en la mujer.
Entonces, simplemente obedecí al único consejo sensato que una amiga me
había dado: seguir mi corazón. Y de ese modo hice indiscriminadamente lo
que el corazón me dictaba, descubriendo en cada nueva caricia aquellos
rincones que encendía el fuego dentro de él.
No tuve que decirle lo que quería. Una vez más él leyó mi mente.
…………………
Esta mujer que yo había conocido cuando éramos aún adolescentes. Esta
mujer que yo había amado locamente desde siempre. Esta mujer que yo
había perdido por mi estupidez en el pasado y que acababa de recobrar por
gracia divina, la cual yo estaba seguro no merecer, estaba a punto de ser
mía y sólo mía, porque yo estaba determinado no solamente a ser su primer
amante, sino el único.
Miré con tierno fuego a sus ojos esmeralda y ella retornó la mirada con igual
amor. Sabía bien que yo estaba a punto de tomarla y en medio de la pasión
que su hermoso rostro revelaba había una extraña mezcla de solemnidad y
gozo.
Ella jadeó al primer toque, creo que fue por el dolor de su primera vez, lo
cual me asustó de muerte. Nunca había estado con una virgen y me sentí
horriblemente culpable por haber lastimado a mi Candy, quien era mi afecto
más preciado.
…………………
Algo que había faltado por una eternidad simplemente encontró su lugar
cuando él me tomó en su entrañable abrazo. Entonces pude entender el
significado de ser mujer, la razón última del amor que había sentido por él
por tanto tiempo. Lo que había sido un misterio durante mi adolescencia,
todos esos miedos y dudas e inseguridades, lo que había sido solamente
añoranzas por los años que siguieron a la separación, todo el dolor y el
sufrimiento, todo se había desvanecido en un suspiro y yo estaba completa.
Él era mío, estaba conmigo, en mi y un torrente de placeres exultantes
comenzaban a alcanzar su clímax.
…………………
Entonces fue como si una luz cegadora cubriera mis ojos. Los siguientes
momentos fueron cautivadores. Nunca antes había sentido un gozo y una
angustia tan intensos al mismo tiempo, como si mi alma estuviera muriendo
y volviendo a nacer con cada movimiento de mi cuerpo en ella. Olas de
deleite abrumador cubrieron nuestros cuerpos con fuerza creciente
mientras un fuego abrasador alcanzaba su calor más álgido en nosotros.
Así que esto era lo que hacer el amor significaba. Era algo más que sexo y
yo nunca había experimentado un milagro como ese. Ella estaba ahí
entregada a mis íntimas caricias sobre ella, alrededor de ella, dentro de ella.
Su rostro transfigurado de pasión llamaba mi nombre en gritos profundos
mientras sus brazos y piernas me abrazaban. Sorprendentemente, el hecho
de saber que ella estaba disfrutando de nuestro intercambio amoroso era
más placentero que mi propio placer.
¡Candy, Candy, Candy!- repetí una y otra vez entre el llanto, sintiendo que
mis sollozos no tendrían fin y apretando su cuerpo, al tiempo que ella
respondía a mi explosión con una voz tranquilizadora y caricias tiernas.-
Pensé que te había perdido para siempre – le confesé entre lágrimas –
Vagué por la vida tan solitario y perturbado sin ti . . . Todo está tan oscuro
sin ti.
Ella sonrió dulcemente como ella nada más sabe hacerlo, con esa sonrisa
especial que sólo usa conmigo y con nadie más en la Tierra.
Yo también he estado muy sola sin ti, Terri. Está todo tan frío sin ti –
murmuró ella – pero ahora nada nos separará otra vez. Soy tu esposa.
…………………
[pic]
El dulce sonido de una antigua melodía invadió los sueños de Candy. Ella
reconoció las notas y su corazón se fue llenando de un delicioso jarabe. En
el pasado el simple recuerdo de esa canción la hubiese hecho llorar, pero
después de haber probado la más deliciosa ambrosía del amor los recuerdos
tristes parecían haberse enterrado en una tumba lejana donde ya no podían
lastimarla.
Abrió sus ojos de malaquita y pudo distinguir una silueta masculina sentada
a su lado. Su alma saltó de gozo cuando ella finalmente percibió que él
estaba tocando la vieja armónica que una vez ella le diera. La había
guardado todo ese tiempo, con el mismo cuidado con el cual él había
preservado su amor por ella.
Hola – contestó ella con una sonrisa que no había usado nunca antes en
toda su vida.
Es como si estuviésemos en una burbuja mágica y no hubiesen más
preocupaciones más allá de este amor ¿No lo crees? – preguntó él jugando
con uno de los rizos de ella, los cuales cubrían la almohada en seductor
desorden.
¿Acaso he estado alguna vez en otro lugar que no sean tus brazos? No me
acuerdo de ello – dijo ella ladeando el cuerpo y extendiendo los brazos para
abrazarlo. Él recibió a su esposa rodeándola con sus caricias en su cabello
caprichosamente rizado y sobre la piel desnuda de su espalda, caderas y
muslos, mientras ella enterraba la cara en el pecho del joven.
Sin embargo, debemos siempre recordar que afuera de esta habitación, hay
un mundo que parece estar en contra de nosotros – murmuró él al oído de la
joven – Energías extrañas, más allá de cualquier voluntad humana que nos
separaron una y otra vez. Pero también hubo fuerzas que nos arrastraron
hasta acercarnos, el poder de este amor nuestro, que ha probado ser más
fuerte que el tiempo y el destino.
El tipo de amor que dura para siempre, querido mío – dijo ella levantando el
rostro al tiempo que sus labios buscaron de nuevo el camino hacia la boca
del joven. Los labios de él alcanzaron los suyos a la mitad el camino
mientras el beso se hacía más profundo el silencio reinó en el cuarto a
media luz.
[pic]
Tu presencia es el júbilo
Rosario Castellanos
No hay una buena razón para hablar del pasado, amor – murmuró ella.
Hay algunas cosas que me pasaron y que quiero compartir contigo ¿No
estás interesada en saberlas? – preguntó él.
Siendo que es tan importante, adelante. Te escucho – dijo ella dándose por
vencida mientras descansaba su cabeza sobre el pecho de él con un suspiro
de resignación.
Él levantó sus brazos para abrazar el cuerpo de la joven bajo las sábanas y
acariciando su espalda suavemente empezó su historia:
Candy, hay una parte de mi vida de la cual no me siento orgulloso. Cuando
rompimos, primero pensé que yo podría superar la pérdida. Solamente me
engañé, pero pronto me di cuenta de que yo no era tan fuerte como creía.
Cada vez que estaba con Susana, solamente podía pensar en ti y el
recuerdo de nuestro amor eran tan torturante que empecé a beber mucho.
Un día ese grupo teatral viajó a Chicago, querida mía, y tal vez el hecho de
que yo sabía que tú vivías ahí, junto con las toneladas de whisky que yo
solía consumir en esos días, me hicieron tener una visión de ti cierta noche.
¡Me viste! – exclamó ella pasmada mientras levantaba su torso usando los
brazos para sostener su peso - ¡No puedo creer que realmente me viste,
como dijo tu madre! – dijo la joven sin poder reprimir su asombro.
¿Qué quieres decir con eso?¿Y qué tiene que ver mi madre en todo esto? –
preguntó él sumamente confundido – No me vas a decir ahora que tú
estabas realmente ahí . . .¿O si?
¡Ay, Terri, realmente me viste! – dijo ella conmovida, lanzando sus brazos
alrededor del cuello del joven -¡Sí, Terri, yo estaba ahí, pero nunca pensé
que me pudieras haber distinguido en la oscuridad del lugar, amado mío, y
debes saber que nunca he estado avergonzada de ti. Ciertamente me sentí
triste de verte en esas condiciones, y un poco enojada de que estuvieras
desperdiciando tus preciosos talentos, pero muy dentro de mi yo supe que
terminarías por conquistar tus demonios, como realmente lo hiciste.
Aquella ocasión cuando ella había corrido para verlo en Southampton, pero
no había conseguido llegar antes de que el barco zarpase, mientras él había
escuchado la voz de ella en la distancia, sin creer en el llamado de su
corazón. El invierno siguiente cuando ella había llegado al la Colina de Pony
sólo unos minutos después de que él había estado ahí. Los insistentes
dolores en sus corazones desde que habían llegado a Francia, la creciente
inquietud durante aquella noche nevada en la cual se habían reencontrado,
y la angustia de Candy la noche que él había sido herido . . .todo
comenzaba a cobrar sentido.
Siempre has estado aquí adentro – dijo ella apuntando a su corazón – puedo
sentirte como siento mis propios latidos ¿Ves? Y ahora sé que aún cuando el
destino te alejó de mi tantas veces, tu nunca te fuiste, en realidad .Ahora
que estás aquí conmigo entiendo que este amor estaba destinado a
sobrevivir.
He pensado en ti, soñado contigo, y solamente he sido tuya – dijo ella entre
los besos – De hecho, debes saber algo – añadió alzando su bello rostro para
mirarle a los ojos – Me enojé contigo aquella noche que había salido con
Yves por una simple razón. Dijiste que querías borrar de mis labios cada
beso francés que había recibido, y yo me sentí muy ofendida porque hasta
entonces yo solamente había sido besada una vez . . . por ti – confesó ella –
Terri, yo solamente conozco el sabor de tus besos – logró decir antes de que
su esposo la condujera de nuevo hacia el inextinguible fuego de la pasión
que compartían.
[pic]
William Shakespeare
Ella abrió de nuevo sus ojos sintiendo cómo la tímida luz solar comenzaba a
acariciar su rostro. La aurora estaba levantándose en el horizonte y Candy
se despertó del sueño que había vivido en brazos de Terri. Lentamente se
desenredó de su abrazo y sintiendo una furtiva ráfaga que presagiaba la
llegada del otoño, se levantó para cerrar la ventana. Calladamente se pudo
la combinación y con los pies desnudos se acercó a la ventana. Afuera, una
pequeña alondra estaba cantando en la cornisa.
Venga la Muerte y será bienvenida, pues así lo quiere Julieta . . .¿Qué dices
mi alma? Hablemos que aún no es de día. – recitó él mientras retorcía en su
dedo índice uno de los rizos dorados de la joven.
¡No digas esas cosas, Terri! – le regañó ella con una risita melancólica – Esta
no es una obra de teatro.
Tengo una idea mejor – replicó con una de sus miradas traviesas en sus ojos
azules -¡Tomemos un baño juntos!
¿Qué?
Dentro del cuarto de baño Candy trató de resistir por un rato, pero él ganó
fácilmente la contienda porque su oponente no quería realmente rechazar la
invitación. Sólo le tomó unos cuantos cosquilleos y besos para hacerla
recuperar la confianza y asumir que la desnudez no está solamente
reservada para los juegos en el lecho. Pronto la combinación de seda estaba
en el piso y ellos estaban en la bañera jugando y salpicándose como dos
niños pequeños.
Supongo que eras una de esas niñitas tercas que odian el agua y el jabón.
Por eso es que tienes tantas pecas. Es un castigo por tu mala conducta.
¡Oye! ¡Eso fue muy grosero de tu parte! Creo que tendré que hacer lo que
esas dos buenas mujeres que te educaron debieron haber hecho- dijo él
fingiendo seriedad.
¿Qué?
Después de que ella hubo terminado, Terri se miró con cierto fastidio y la
muchacha se rió suavemente de la resistencia del joven a usar el cabello
tan corto. Mentras él se afeitaba en el baño, ella recogió los cabellos
castaños del piso y tomando un mechón lo ató con uno de los listones que
retiró de su crinolina.
[pic]
Terrence miró a su esposa, aún sin poder creer del todo lo que había vivido
durante las horas precedentes. Siempre que su mente volvía a representar
los hechos se sentía triunfante y completo. Tal como lo había decidido
previamente, estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantener una actitud
optimista. Sin embargo, no pudo evitar la estocada en el pecho cuando
escucharon al empleado de la estación llamar a los pasajeros que partían
para Verdun en el tren de las nueve de la mañana.
Te escribiré todos los días, aún si las cartas no pueden ser enviadas con
tanta frecuencia – murmuró él abrazándola con fuerza – Prométeme que te
vas a cuidar, ángel.
Lo haré . . . Tú por favor cuídate mejor esta vez – suplicó ella con el rostro
escondido en el pecho de él.
¡Te amo tanto que creo que voy a explotar – le dijo ella y después de eso
ambos se besaban como si no lo hubieran hecho en siglos.
La joven agitó su mano asintiendo a cada una de las palabras del joven
mientras el tren se alejaba acelerando más y más. En unos cuantos
segundos, era sólo un punto en el horizonte y la muchacha sobre el andén
finalmente lloró con sus sollozos más tristes.
Has sido muy valiente, ahora puedes llorar todo lo que necesites, hija mía –
dijo una profunda voz al tiempo que una mano cálida reposaba sobre el
hombre de Candy protectoramente.
Entonces, llora un poco más, hasta que te quedes sin lágrimas . . . Luego
será tiempo de empezar a rezar. Entonces rezaré contigo – prometió él
[pic]
Nuevo Milenio
El primer día
“Hágase la luz”
y cinta adhesiva
Flauta dulce
El segundo día
Manos
Después de secarlo
Y luna.
El tercer día
El surco
Y piernas
El cuarto día
Barbas jabonosas
Haberse detenido
El quinto día
Guerras y temblores,
Sobre el buró
Abandonada.
El sexto día
El séptimo día
Trenzando a él
Se tendió a su lado
Teresa Riggen
Capítulo XIV
El alboroto en la casa era perennal ¿Podía ser de otro modo cuando veinte
niños entre tres y diez años de edad vivían en la casa? Pero la anciana
estaba acostumbrada al constante barullo y a veces llegaba a pensar que
sin él no se sentiría cómoda. Veinticinco años de constante ruido,
interminables aventuras domésticas, dulces e inocentes risas, y más de mil
y una lágrimas que enjugar, todo eso había sido la mejor parte de su vida, y
ella no se arrepentía ni por un segundo de todos esos años transcurridos en
el Hogar de Pony, su casa.
¿Tendré que comerme eso?- preguntó una niñita no muy emocionada con la
perspectiva.
Así es, Andrea – replicó la anciana con una sonrisa maternal, - pero te daré
un pedazo más grande de tarta como postre, – prometió la mujer y el rostro
de la niñita se iluminó.
¡La quiero mucho, Señorita Pony! – dijo la niña extendiendo sus brazos hacia
la anciana que la tomó en los suyos. Un segundo después Andrea plantaba
un sonoro beso en la mejilla de la anciana y la dama no pudo evitar que el
recuerdo de otra niñita que ella había criado en el pasado viniese a su
mente. La Señorita Pony estrujó a la niña en sus brazos como si quisiese
protegerla de un peligro desconocido ¡Cuánto deseaba ella poder mantener
bajo su cuidado a cada niño que había educado, pero sabía que todos ellos
tenían que dejar el nido y enfrentar al mundo tarde o temprano!
Ahora ve afuera a jugar un rato más mientras la cena está lista ¿Esta bien? –
ordenó dulcemente la mujer poniendo a la niña otra vez en el suelo y la
pequeña obedeció inmediatamente.
No lo sé, Señorita Pony, pero debemos orar por ellos – contestó la Hermana
María con tono serio. – Esta otra es para Annie, esta para el Señor Cornwell,
estas dos para Tom y su prometida, y esta otra es para el Señor Andley. Un
tiempo de prueba viene para todos ellos – concluyó la mujer persignándose
también.
¿Dónde diablos estabas, Candy? – gritó una voz femenina que la rubia
reconoció al instante – ¡Se suponía que estabas de turno desde las siete de
la mañana! ¿Puede saberse qué estaba haciendo la “princesa”? – demandó
Flammy vehementemente.
Candy se volvió para ver los ojos color ámbar de Julienne que la miraban
comprensivos
Estoy segura de que Candy tiene una buena razón para su tan inusual
ausencia – continuó Julienne,- pero no podemos perder tiempo en
explicaciones ahora. Sería mejor que ella se pusiese su uniforme de
inmediato y empezara a ayudarnos ¿No lo crees, Flammy? – y acercándose
a la joven morena, Julienne susurró en su oído de modo que solamente
Flammy pudiese escucharla. – Recuerda que tú no solamente eres la jefa
aquí, sino también la amiga de Candy. Sabes bien que ella no hubiese
descuidado su trabajo sin tener una buena razón para ello.
Está bien, Candy ponte ese uniforme. Hablaremos de esto más tarde – dijo
Flammy finalmente dirigiéndose a la rubia.
Las tres mujeres se separaron corriendo en diferentes direcciones mientras
dos ojos azul claro las miraban con un destello de contrariedad, detrás de la
puerta del cuarto de enfermeras. Cuando las tres enfermeras habían
desaparecido en los corredores la dueña de esos ojos salió a la luz. Era
Nancy.
Si hubiese sido yo, – pensó la mujer con amargura – Flammy hubiese sido
muchísimo más dura . . . . pero siendo que se trata de su amiga . . . ¡Esa
chica tonta! ¡Tan hermosa y adorable que me enferma!
Nancy Thorndike, quien había sido la pesadilla de Terri durante sus primeros
días en el hospital, no había olvidado la humillación que había tenido que
soportar cuando todos los pacientes del pabellón A-12 habían solicitado que
Candy la remplazase. La mujer no había hecho ni un solo comentario sobre
el asunto, pero había guardado el resentimiento en su corazón, esperando
por una oportunidad para vengarse. Pero sus problemas no habían
terminado al ser transferida al pabellón C-10. Cuando los pacientes en ese
pabellón se dieron cuenta de que Nancy había sido asignada de nuevo para
cuidarlos en lugar de Candy, todos ellos adoptaron una actitud muy dura
con la seca mujer y se empeñaron en hacerle la vida miserable, con gran
éxito.
Nancy había tenido tantos problemas que Flammy había terminado por
arreglar que la mujer fuese retirada del trato directo a pacientes. Por lo
tanto, Nancy había estado haciendo trabajo administrativo por cerca de un
mes. Durante ese tiempo había sido asignada a los archivos del hospital
donde su estricto sentido del orden había finalmente encontrado el lugar
perfecto para florecer. Sin embargo, aquello no complació a Nancy porque
ella aún resentía el rechazo de sus pacientes, el cual ella consideraba como
un fracaso profesional. Nancy culpó a Candy por todos esos problemas.
A los ojos de Terrence, todos los posibles horrores que una nueva batalla
podía acarrear palidecían ante la luz que en ese momento resplandecía en
su alma. La maravilla de amar y ser amado inundaba su mente con una
mezcla de dulces recuerdos y brillantes expectativas. Una fragancia
particular rodeaba su corazón y podía sentir cómo invadía todo su ser. Sin
darse cuenta, había comenzado a sonreír abiertamente mientras sus dedos
acariciaban el crucifijo que tenía en la mano.
Sentía una alegría tal que deseaba gritar su felicidad a los cuatro vientos,
pero sabía que era mejor guardar el gozo sólo para sí mismo, al menos por
el momento.
¡Ay, Albert! – pensó entonces - ¡Cómo quisiera que estuvieras aquí para
compartir contigo todo esto! Sé que aprobarás las decisiones que hemos
tomado.
En ese momento Terri decidió que Albert era la primera persona que
merecía saber las nuevas y se propuso escribirle una carta tan pronto
llegase a Verdún.
[pic]
Septiembre 4 de 1918.
Querido amigo:
Sé bien que tú has cuidado del bienestar de Candy desde que ella era una
niña. Siempre has sido tú quien ha estado a su lado en las buenas y en las
malas y ahora que ella es mi esposa, te prometo que dedicaré mi vida a
cuidar de ella con esa misma devoción tuya. Tú siempre tendrás un lugar
muy especial en nuestros corazones y en nuestra casa, querido amigo.
Jamás olvido que Candy y yo nos conocimos porque tú decidiste mandarla a
Inglaterra. Te debo mi vida y mi esperanza.
Por favor, Albert, puedes decirle a nuestros amigos más cercanos acerca de
esto, pero asegúrate que la prensa no se entere aún. Cuando regresemos a
los Estados Unidos, encontraré la forma de enfrentarlos a todos y contarle al
mundo mi alegría, pero por ahora es mejor mantenerlo en secreto porque
no se suponía que yo contrajese matrimonio siendo recluta. Sé que tú
comprenderás mis sentimientos.
Sinceramente
Terrence
“Pequeña, luces más linda cuando ríes que cuando lloras”, dijo el Albert ya
adulto mientras doblaba la carta y la colocaba de nuevo en el sobre. –
Supongo que nuestra Candy ya no es más una niñita – pensó él mientras se
reclinaba en su sillón – ahora es una mujer casada . . . ¡Ay Candy! ¡Hemos
andado juntos un largo trecho desde aquel día en la Colina de Pony!
Los ojos azules de Albert destellaron con alegría recordando cuán nervioso
se había sentido el día en que firmó los papeles de adopción, ocho años
atrás. En aquel entonces, él se preguntaba si sería capaz de enfrentar la
responsabilidad de cuidar de una jovencita. Desde aquel día, Albert siempre
se preocupó preguntándose si estaba haciendo lo correcto, si las decisiones
que estaba tomando por el bien de Candy eran realmente lo mejor para su
protegida. Cuidar de alguien es especialmente difícil cuando uno quiere
tanto a esa persona . . . Pero ahora que ella había encontrado su propio
camino en los brazos del hombre que amaba, Albert sentía que había
cumplido con su tarea satisfactoriamente.
¡Estoy tan feliz por ustedes dos, Candy y Terri! – se dijo a sí mismo con
alegría, pero luego una sombra oscura cruzó por sus finas facciones – Pero
ahora . . .hay alguien más que me debe preocupar. . . ¿Cómo voy a decirlo
estas noticias a Archie?
[pic]
¡Ay no! – suspiró Flammy con resignación – ¡Otra noche de Terri esto y Terri
el otro, aún en sus sueños! ¡Dios mío ten piedad de mí! ¿Podría al menos
cerrar su parlanchina boca al menos mientras duerme? – se rió Flammy
antes de apagar las luces.
Está bien chica. Le puedes contar a Flammy toda la historia cuando ella se
levante, pero tienes que soltar la sopa justo ahora para que yo me entere
¡No puedo esperar! – se rió la mujer con una chispa juguetona en sus ojos
de ámbar.
¡Ay Julie! – fue todo lo que Candy pudo decir antes de que sus mejillas se
sonrojasen hermosamente – No sé dónde debo empezar – dijo
sosteniéndose la cara con ambas manos.
¡Es lo menos que podía haber hecho ese hombre obstinado!- comentó
Julienne con una risilla nerviosa.
¡¡¡¿Qué hicieron qué?!!! – chilló una tercera voz femenina que vino de la
otra cama sorprendiendo a Candy y a Julienne - ¿Se volvieron locos, o qué?
Eso es ilegal . . . él, él está en el Ejército – dijo Flammy aturdida, sentándose
en la cama.
¡Por supuesto que no, pero . . .! – trató de argüir la morena pero luego
recordó la cara angelical de Candy mientras dormía la noche anterior, tan
deslumbrante y apacible como no la había visto jamás y en ese momento
Flammy comprendió la razón de aquella nueva felicidad en su amiga. –
Bueno . . . no me mires así Julienne.- protestó Flammy – supongo que tendré
que felicitarte, Candy – admitió la joven poniéndose de pie para abrazar a la
rubia.
¡Ambas tenemos que hacerlo! – añadió Julienne uniéndose a las otras dos
mujeres y una vez que la euforia se hubo calmado las dos morenas se
sentaron junto a la rubia mientras Julienne le hacía a Candy algunas
preguntas que hacían sonrojar a la recién casada y escandalizaban a
Flammy, pero no lo suficiente como para que esta última perdiese interés
en la conversación.
¿Tú crees? – preguntó Candy abriendo de par en par sus enormes ojos
verdes mientras instintivamente se llevaba las manos al abdomen.
Por años que habían parecido como siglos, ella había renunciado al íntimo
sueño de criar una familia al lado de Terri. Sin embargo, repentinamente
ese sueño podía convertirse en una maravillosa realidad. Se sentía tan feliz
con la idea que no se detuvo a considerar que en medio de una guerra y tan
lejos de casa, el estar embarazada podía ser más un problema que un gozo.
A pesar de ello, nada pudo haber hecho palidecer la felicidad de Candy en
aquel instante.
Mi amada Candy,
Septiembre 3 de 1918
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Septiembre 4
Septiembre 5
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Septiembre 6
Ahora que estoy de regreso Jackson siente curiosidad porque nota algo
diferente en mi, pero no se puede imaginar qué es . . .¡Y eres tú! Tú, que me
has hecho un hombre diferente. Tú que me has recreado para hacerme ver
el mundo de una manera distinta. Tú, que traes un nuevo significado a mi
vida.
*******
Septiembre 7
. . . . Cuando pensé que te había perdido para siempre, solía jugar con una
fantasía que entonces creía imposible. Soñaba que eras mía por lo menos
una noche y cada vez que despertaba de ese sueño usualmente pensaba
que alcanzar una gracia semejante por lo menos una sola ocasión sería
suficiente para mi corazón . . . Sin embargo, ahora sé que estaba
equivocado. Acabo de descubrir que mi corazón es irremediablemente
codicioso cuando se trata de tus caricias. Añoro el sabor de tus labios y el
calor de tu cuerpo inquietante. No es suficiente para mí con una noche de
pasión contigo. Ten deseo tanto que te necesito a mi lado por el resto de mi
vida y más allá. Te extraño, Candy.
*******
Septiembre 8
. . . ¡Ay, Candy! ¡Hoy me levanté con el peor de los humores! Tenía deseos
de golpear a cada ser humano que se cruzaba en mi camino, pero no
entendía la razón de mi estado de ánimo. De modo que busqué un lugar
apartado durante mis horas de descanso para tocar la armónica por un rato.
Eso me ayudó mucho a poner mis pensamientos en orden y después de
unos instantes terminé por entender qué me estaba pasando. Estaba
celoso, eso era lo que me estaba molestando. Sé que es ridículo, pero no
puedo evitar estar incómodamente celoso de cada persona que tiene ahora
la fortuna de estar cerca de ti. Estoy celoso de aquellos que pueden ver los
prados verdes de tus ojos, mientras yo estoy lejos de ti. Estoy locamente
celoso de cada paciente que estás cuidando en este momento y en mi
demencia estoy celoso hasta del tiempo que pasas lejos de mi, de las ropas
que te acarician el cuerpo y los pensamientos que cruzan por tu mente en
los cuales no estoy incluido.
¿Me amarás a pesar de mi locura? Por favor, no me reproches por ser tan
posesivo. Más de una vez renuncié a ti a causa de las circunstancias y ahora
que eres mía, simplemente no puedo dejarte ir. Te quiero para mi y nada
más para mí. Pero no te preocupes, no voy a ser tu carcelero. Prometo que
tendrás toda la libertad que quieras. Eres más bien tú quien me tiene preso
en este amor de modo que no tengo otra alegría que el pensar en ti.
Perdona mi demencia. Es sólo que estoy locamente enamorado de ti.
*******
Septiembre 9
Por lo tanto, nada que pueda ahora enfrentar se puede comparar a ese
sufrimiento. Me siento tan feliz ahora en medio de esta estrecha trinchera
donde te escribo estas líneas, que si alguien pudiera ver dentro de mi
corazón en estos momentos, esa persona podría llegar a pensar que estoy
totalmente loco ¿Cómo puedo tener tanta luz en mi interior cuando todo
alrededor es oscuridad? No soy yo, mi amor, es más bien la hoguera de tu
amor dentro de mi que ilumina mi corazón. Aún así, mi gozo no puede ser
completo hasta que te tenga de nuevo a mi lado. Te necesito y a veces me
gana la desesperación con esta guerra demente que quisiera pudiese
desaparecer en el acto para que ambos regresáramos a casa . . . nuestra
casa.
Apasionadamente tuyo,
Terri
Septiembre 5
Mi amor:
Hay algo que no tuve tiempo de decirte. Este verano que está muriendo
mientras te escribo, fue el primero con días soleados que he disfrutado en
años. Siempre, desde que dejé Nueva York, el frío de aquella noche cubrió
mi corazón manteniéndolo congelado aún durante el verano. Nada podía
hacerme entrar en calor . . . nada sino tú, tu sonrisa, tu mirada, tus
brazos . . . Muy en el fondo de mi yo lo sabía bien, pero trataba de negarlo.
Ahora ya no necesito esconder mis sentimientos de mi misma.
Aunque estás lejos, aún me siento cálida y segura, porque sé que tu corazón
está conmigo y el recuerdo de las caricias que compartimos mantiene una
cálida llama en mi. Sin embargo, es innecesario decir cuánto te extraño.
Añoro tus palabras en mi oído, tus bromas, tu risa y aún tus enojos, y debo
confesarte que también añoro ese nuestro mundo íntimo que creamos
durante esa primera noche juntos. Mi cuerpo y mi alma te necesitan, mi
amor.
¡El día que partiste fue tan difícil! Tuvimos muchísimo trabajo pero aún con
tantas cosas por hacer no pude dejar de pensar en ti ¿Sentiste mis
pensamientos besando tus sienes?¿Escuchaste mi alma llamando a la tuya
esa noche cuando me quedé dormida? ¡Ay, Terri! Cuento los días, las horas
y los segundos hasta el momento en que te vea de nuevo.
Conforme pasan los días, sueño acerca de nuestros futuro juntos y la
perspectiva parece tan maravillosa que a penas si puedo creerlo, y a pesar
de ello, tengo que convencerme a mí misma que soy tu esposa. Cuando leo
las noticias sobre las victorias de los Aliados comprendo que pronto estaré
de nuevo a tu lado. Entonces me pierdo imaginando mil formas de hacerte
sonreír. Guardaré todas esas ideas para la próxima vez que nos veamos.
Mientras tanto, piensa en mi tanto como yo pienso en ti.
Candy
La primera ráfaga fría de septiembre arrastró consigo las hojas secas sobre
el jardín de los Andley, haciéndolas volar en graciosos círculos y llevándolas
muy lejos de los árboles en donde habían nacido. Un ruido de cascos de
caballos se oía en la lejanía, corriendo a través de la inmensa propiedad. El
golpeteo rítmico se hizo más fuerte y finalmente el caballo pudo ser
divisado bajando una colina. Vestido con un traje de montar negro y botas
de piel, un hombre rubio cabalgaba sobre un semental árabe, corriendo por
el prado. Sus cabellos claros volaban con el viento, entrelazándose con la
holgada bufanda de seda que llevaba al cuello. Los ojos azules del hombre
centelleaban con expresión apasionada, llena de indignación y reprimido
enojo.
El caballo se aproximó a los establos y el joven rubio jaló las riendas para
alentar el paso del animal hasta hacerlo detenerse. Uno de los
caballerangos corrió para ayudar a su patrón y un minuto más tarde el joven
vestido de negro caminaba lentamente hacia la mansión mientras un
tumulto de exaltados pensamientos preocupaba su mente.
Este último pensamiento hizo que Albert olvidara por un momento sus
preocupaciones sociales y políticas y al mismo tiempo le recordó de un
asunto familiar que tenía que resolver muy pronto. De hecho, había decidido
enfrentar el problema ese mismo día.
¡Archie, Archie! – Albert se dijo – ¡No quiero ver tu cara cuando te diga las
nuevas!- y con este último pensamiento Albert se sumergió completamente
en el agua tratando de lavar sus preocupaciones. Sin embargo, un segundo
después un tímido golpe en la puerta le hizo volver a la realidad.
Como el hombre práctico que era, solamente le tomó a Albert unos cuantos
minutos estar
listo en su usualmente impecable traje y sus zapatos estilo Oxford. Con las
hebras rubias aún ligeramente húmedas el hombre se dirigió a su estudio,
caminando con firmes zancadas a lo largo del elegante corredor. Un día
aburrido de interminables negocios y decisiones por tomar estaba
esperando a los dos jóvenes magnates, pero esa mañana, las transacciones
financieras no eran la primera preocupación en la cabeza de William Albert
Andley.
Quiero que le des una ojeada a esto – dijo el mayor de los dos hombres a su
sobrino mientras le pasaba unos documentos.
El joven revisó los papeles y después de un rato, sin dar crédito a sus ojos,
despejó su frente de unas hebras color arena que lo molestaban a fin de
leer de nuevo con más atención. Una vez que se hubo cerciorado de que
había entendido bien el contenido de los documentos, levantó sus ojos con
una mirada inquisitiva en sus iris avellanados.
Estás en lo correcto – asintió Albert con una ligera sonrisa. – Tan pronto
como estos papeles lleguen a firmarse serán el afortunado final de nuestros
negocios con los Leagan.
¿Nos costó mucho dinero todo este movimiento? – preguntó Archie aún
dudoso.
¿Qué es esto?
Sí, pero dudo que él crea lo que este reporte tiene que decir. Siempre se ha
negado a ver el tipo de hijos que tiene. De todas formas, si Neil o Eliza
llegan a involucrarse demasiado con sus nuevos amigos, nuestra familia no
tendrá que temer que eso pueda afectar a nuestros negocios. Si los Leagan
alguna vez se atreven a ir más allá de la ley lo sentiré mucho por Sarah,
pero me temo que ni tú ni yo podremos ayudarlos a evitar las
consecuencias de sus actos irreflexivos.
Puedes estar seguro que yo no moveré un dedo, Albert. Hay ciertas cosas
que nunca les perdonaré. Me alegra que hicieras todo esto a tiempo –
comentó Archie con satisfacción.
¿Eh? ....Ah, sí, los demócratas . . . Yo voy a votar por los republicanos, de
todas formas – fue la abrupta respuesta de Archie mientras sorbía el té.
De nada, Archie. Era lo mínimo que yo podía hacer como el jefe de la familia
– dijo Albert casualmente.
Sí, pero entiendo que no fue muy sencillo enfrentar al Sr. Britter. Él siempre
había sido un hombre amable y educado, pero este rompimiento lo molestó
muchísimo y tú manejaste el problema muy prudentemente. Estoy
realmente apenado de que hayas tenido que pasar por una situación tan
embarazosa por mi culpa,. – se disculpó Archie sinceramente avergonzando
de haber involucrado a Albert en sus problemas personales.
Ni lo digas. Sabes bien que apoyo tus decisiones solamente porque son
tuyas y respeto eso. Pero no me has dicho aún cuáles son tus planes ahora
que eres un hombre libre – dijo Albert viendo finalmente un modo de
comenzar la conversación que estaba renuente a iniciar.
Bueno . . .tengo ciertas esperanzas . . . pero tendré que posponer todos mis
planes hasta que la guerra termine . . . aunque casi no puedo esperar, –
admitió el joven y sus ojos color almendra brillaron con un destello especial
mientras se ponía de pie con un súbito impulso lleno de energía.
¡Sí, Albert! Sé que tú no crees que yo pueda tener una oportunidad, pero he
decidido tratar una vez más y cuando Candy regrese a casa comenzaré a
cortejarla formalmente. Si ella se niega al principio por causa de Annie, no
me rendiré. Lucharé por su amor sin importar cuanto tiempo me tome – dijo
Archie eufórico.
Tal vez tú mismo estás pensando en cortejar a Candy, olvidando los lazos
legales que te unen a ella –barbotó el joven visiblemente molesto con la
desaprobación de Albert.
Archie, siéntate. Hay una noticia que acabo de recibir ayer. Se la iba a
comunicar a todos nuestros amigos y a ti esta semana . . .- dijo el mayor de
los jóvenes tratando de tranquilizar la situación.
¿Qué le pasó a Candy? ¿Está ella bien? Por favor, no me digas que ella está .
. . – indagó Archie asiendo desesperadamente a Albert por los hombros.
Archie, espero que comprendas esto y lo tomes como el caballero que eres .
. cuando Candy regrese estará viviendo en Nueva York.
¿Pero por qué viviría ella en Nueva York? Candy no conoce a nadie allá . . .-
los ojos de Archie vagaron por un instante tratando de encontrar una
explicación para recuperar el equilibrio que su mente había perdido de
repente, pero un segundo después un centelleo ansioso dominó sus ojos con
una mezcla de enojo e incredulidad - . . .excepto . . .¡No! ¡No me querrás
decir que ella ha decidido buscar a ese hijo de perra a quien no le importa
un bledo lo que le pase a Candy!- explotó el joven.
Primero que nada, apreciaría mucho que no insultaras así a un amigo mío –
reconvino Albert firmemente – y en segundo lugar, escúchame bien Archie,
estás en lo correcto cuando piensas que todo esto tiene que ver con
Terrence, pero no en el modo que tu estás pensando. Tal vez lo ignores,
pero cuando los Estados Unidos le declararon la guerra a Alemania,
Terrence se enroló en el Ejército. Después de esto, lo demás fue cuestión
del destino. Candy y Terri se reencontraron en Francia . . – dijo Albert
finalmente, realmente apenado por lastimar al joven tan profundamente.
Me temo que Terrence fue herido y enviado al mismo hospital en que Candy
está trabajando. Parece que ella cuidó de él durante su convalecencia –
aclaró Albert.
Archie se quedó parado sin decir palabra mientras las decisivas palabras de
Albert se hundían en sus oídos en un doloroso eco, resonando
repetidamente, traspasando su pecho como una espada, hasta que su
corazón se quebró en mil pedazos. Instintivamente, el joven crispó sus
puños y sintió claramente cómo sus quijadas se atoraban impidiéndole
proferir palabra. Antes de que Albert pudiese decir o hacer algo, el joven
huyó presa de la furia, azotando la puerta tras de sí. Albert sabía que en
semejantes momentos un hombre necesita algo de privacidad para
derramar esas lágrimas que el orgullo no le permite mostrar en público. Así
que simplemente dejó ir a su sobrino, esperando que una buenas dosis de
soledad pudiera ayudarle a sobreponerse a ese primer golpe.
La rosa tiene una dulce fragancia – pensó y las lágrimas rodaron por sus
mejillas – pero también tiene espinas para apuñalar el corazón de un
hombre. ¡Y ahora, mi deliciosa rosa, has dado la estocada fatal a mi pobre
alma, entregándote en los brazos de ese despreciable bastardo quien nunca
supo cómo apreciar tu valor! En el pasado, cuando me di cuenta que él te
había perdido, pude soportar la carga de no ser amado por ti, porque sabía
que nadie tenía tu amor, pero sólo me engañaba a mi mismo egoístamente
– pensó tristemente mientras sus manos soltaban la carta y un par de ojos
almendrados se encontraban con su propio reflejo en un gran espejo - ¡Tú
nunca me miraste! – se lamentó en voz alta, mirando sus gallardas
facciones - ¡Nunca, ni un sola mirada para este hombre que otras mujeres
estarían dispuestas a amar! ¡Pero, por el contrario, todo este tiempo tú has
seguido amando . . . a ese maldito inglés! Él tuvo su oportunidad una vez, y
la perdió ¡No debería gozar del derecho de tenerte nuevamente! Él, a quien
yo creí aún más miserable que yo, porque no tenía la alegría de tu amistad .
. . él, que ha terminado por ser el afortunado dueño de tu más tierno
afecto... ¡Y tus más íntimas caricias! ¡Si tan sólo hubieses escogido a
alguien más, este dolor sería menos agudo! ¿Por qué él, de todos los
hombres del mundo, Candy? ¡Él, a quien desprecio por haberte lastimado en
el pasado! Él, que será el blanco de mi odio desde este día. Él, quien llenará
mis pesadillas al tiempo que lo imagino disfrutando del sabor de tus besos,
el cuál yo nunca conoceré, - gritó al mismo tiempo que su puño rompía el
espejo enfrente de él - ¡ Ay, Candy, mi Candy! ¡Qué maldición me has
lanzado! – lloró Archie sin sentir el dolor de su mano que sangraba.
Estoy tan asustado como tú, Matthew,- repuso Grandchester con una
sonrisa irónica, - pero hago lo mejor que puedo para enfocarme en mi
objetivo. Si quiero lograr mi meta, entonces debo concentrarme.
Tengo que vivir, Matthew – replicó el sargento con una extraña llamarada
que cruzó entonces por sus ojos – Hay alguien que cuenta con eso. Por lo
tanto, cuando enfrente al enemigo me centraré con todas mis fuerzas en
preservar mi vida y cumplir con mi deber. No hay lugar para otros
sentimientos en ese momento. Simplemente concéntrate en la sola y única
razón que te mantiene vivo. Enfoca tu mente en ese pensamiento y mantén
tus cinco sentidos en la lucha.
A las cinco de la mañana la infantería salió de las trincheras. Una vez más,
Terrence tuvo que vivir el siempre espantoso cuadro de hombres
matándose unos a otros y de nuevo tuvo que mancharse las manos de
sangre. Él sabía que no podría borrar esas manchas, que ellas permanecería
impresas en su piel aún si se lavaban una y otra vez y siempre inquietarían
su conciencia siendo parte de sus pesadillas. Sin embargo, tenía un
argumento que lo sostuvo durante aquellas horas: debía vivir, y si tenía que
matar para preservar su vida, lo iba a hacer. Por primera vez en su vida,
sabía que su existencia tenía un claro sentido.
Los rumores pueden ser una trampa peligrosa que tarde o temprano
termina por capturar la presa deseada. Mientras Candy trabajaba
diligentemente durante sus largos turnos y soñaba con el hombre que
amaba en su tiempo libre, orando constantemente como nunca lo había
hecho antes, alguien más estaba ocupada esparciendo una venenosa
mezcla de mentiras y hechos reales, la cual fácilmente hizo eco en aquellas
bocas que gozaban de las habladurías. Después de todo, no es difícil llegar
hasta la faceta oscura en los corazones humanos. Uno sólo tiene que
escarbar un tanto para revelar las debilidades humanas. A largo plazo, esas
debilidades pueden ser muy útiles para alcanzar ciertos propósitos.
Nancy Thorndike sabía las razones para todos estos extraños eventos. Había
trabajado organizando los archivos del hospital durante un mes y en esta
tarea había encontrado el expediente de Candy, descubriendo información
muy interesante. De ese modo se enteró que la joven rubia era parte de una
familia muy acaudalada que tenía conexiones con altos líderes militares en
el Ejército Francés. Nancy leyó las cartas de Foch al Mayor Legarde, el
Mayor La Salle y al Coronel Vouillard con órdenes estrictas de mantener a la
Andley en la retaguardia. Eso explicaba la misteriosa dimisión de La Salle,
siendo él quien mandó a la joven Andley a Ypres, así como el interés de
Vouillard en mantener a Candy lejos del Frente.
Nancy ató los cabos y viendo el cuadro completo, comprendió que los
eventos podían ser fácilmente mal interpretados. Después de eso, sólo le
tomó un par de charlas con algunas de sus colegas que tenían reputación
de expertas chismosas para esparcir la idea de que Erick Vouillard sostenía
un romance con Candice Andley y que por esa razón él estaba tratando de
proteger a su amante manteniéndola lejos del campo de batalla. Flammy
Hamilton seguramente estaba al tanto de aquel desliz y consecuentemente,
había cambiado su actitud hacia la joven Andley cuando Vouillard había sido
designado como director del hospital. Por otra parte, Bonnot no podía ser
rival para el Coronel, quien a pesar de ser un hombre de mediana edad y
además casado, podía ofrecer mucho más a su amante de lo que Bonnot
podría jamás dar a la mujer que llegase a ser su esposa. La pequeña
americana, no era tan pura y cándida después de todo.
Justo el día anterior Candy había recibido las cartas de Terrence y cada
palabra que él había escrito estaba pulsando en sus venas a cada segundo,
todo el día y la noche. Cerró los ojos tratando de repetirse esas frases que
ya se sabía de memoria, representando una especie de secreto diálogo.
Leo una y otra vez tus palabras de amor e imagino tus queridos ojos, mi
ángel ¡Cuánto añoro ver mi imagen reflejada en esos espejos verdes!
Igual que yo añoro ver tus ojos y sentir tus cálidos brazos alrededor mío.
Igual siento yo, amor, pero saber que estás ahora en medio de una nueva
batalla me tiene inquieta y preocupada! – recordó ella súbitamente con el
espíritu ensombrecido.
¡Ay, Terri! – dijo ella en voz alta, pero como escuchó entonces que la puerta
se abría se apresuró a enjugar las lágrimas que ya cubrían sus mejillas.
En ese momento Flammy entró en la habitación con sus lentes en una mano
mientras ella también se enjugaba su ojos llorosos con un impecable
pañuelo blanco.
La joven morena retiró una hebra de sus cabellos oscuros que le estaba
molestando en la frente y luego sacó de su bolsillo un sobre rasgado que le
mostró a su amiga.
Flammy . . . tú . . . ¡lo amas! – murmuró la rubia aún sin poder creer lo que
aquellas pupilas cafés ya le habían confesado.
¡No, no, no! - Flammy se apresuró a negar, aún renuente a dar a conocer
sus sentimientos más íntimos – Es sólo que estoy . . . preocupada . . yo . . .-
tartamudeó sin poder encontrar una explicación lógica.
¡Ay, Flammy! ¡Te quedaste callada todo este tiempo y yo fui tan ciega que
no me di cuenta! – se lamentó Candy - ¡Valiente amiga he sido! – añadió
reprochándose.
¡Pero ahora basta ya de hablar de mí! – replico la rubia con una sonrisa –
Tienes que decirme por qué estabas tan triste . .. ¿Es algo que Yves dice en
su carta?
No pienses así, Flammy – dijo Candy tratando de ser fuerte, aún cuando su
corazón le dio un vuelco cuando escuchó que el ejército francés estaba
marchando hacia el Sur ¿Qué había sido eso? ¿Un presentimiento? Tratando
de sacudir sus propios miedos, la rubia tomó las manos de su amiga y con
su más sereno acento le dijo . Yves estará bien, ya lo verás. Solamente
confía en Dios y deja que Él proteja a nuestros hombres en el frente.
Debemos ser fuertes . . .¡Mira a Julie! ¡Cuán valiente ha sido ella por casi
cuatro años!
Bueno, ahora voy a hacerlo – replicó Candy sonriendo pero aún con esa
mirada autoritaria en sus pupilas verdes. – Te vas a quedar aquí a escribir
esa bendita carta mientras yo termino tu turno ¡Y no te atrevas a salir sin
haberla escrito bien. Cuando hayas terminado yo misma la pondré en el
correo!- ordenó ella mientras salía de la habitación antes de que Flammy
pudiese decir palabra.
Una vez que los pasos nerviosos de Flammy ya no podían escucharse desde
el otro lado de la puerta, Candy dejó el corredor caminando hacia el
pabellón donde se suponía debía suplir a Flammy. Mientras caminaba sintió
de nuevo una punzada en el corazón.
Señorita Hamilton – ordenó Vouillard una vez que las formalidades de rutina
hubieron sido dichas – En este documento está una lista con los nombres de
seis enfermeras que quiero transferir al Hospital Saint Honoré. Quiero que
les informe a estas damas que el Coronel Lamark estará esperando su
llegada mañana por la mañana a las 700 horas. Así que tienen que
empacar enseguida.
Flammy tomó el papel que Vouillard le estaba entregando y sus ojos fueron
rápidamente atraídos por un nombre en la lista.
Me temo que no será posible hacer ningún cambio con los nombres en esa
lista, Señorita Hamilton – respondió Vouillard categóricamente mientras
encendía un puro.
Pero, señor . . .- objetó Flammy.
Nancy entró con unos cuantos sobres amarillos y largos en sus manos.
Aquí tengo los archivos de las enfermeras que usted desea transferir, señor
– reportó la mujer con voz nasal mientras miraba a Flammy con altanería.
Debo saber quien ganó el juego – preguntó la anciana con ojos traviesos.
¡A mi también!
[pic]
Los americanos tenían más hombres por división pero carecían de cierto
personal calificado y equipo médico. Así que, antes de que el ataque
comenzara en septiembre 26, un grupo de operadores de artillería, tanques
y personal médico del ejército francés, llegó para apoyar a los americanos.
Me alegra oír eso – dijo Terri, pero internamente se dijo que aquella decisión
podía solamente responder al hecho de que la pierna de Matthew ya no
tenía posibilidades de salvarse de una amputación. – Así que pasarás unos
días en la ciudad más hermosa del mundo. Suena tentador, – continuó
hablando el joven sargento tratando de animar al joven soldado.
Supongo que el doctor no está muy contento de verlo, señor – dijo Matthew
sin embages.
Fue entonces que Yves vio un objeto brillante sobre el pecho del sargento.
Inmediatamente reconoció el dije que él había visto colgando al gracioso
cuello de Candy en varias ocasiones. Una vez la joven le había confiado la
historia de aquel crucifijo y cuán significativo era para ella. Eso era todo lo
que Yves necesitaba para entender la situación. Terrence Grandchester no
había perdido el tiempo después de todo.
El joven doctor se pasó el resto del día con el más negro de los humores. La
noche de la Gala del Coronel Vouillard, él había comprendido que sus
oportunidades con la joven enfermera norteamericana estaban todas
perdidas, y esa certeza había sido dolorosa, pero darse completa cuenta de
que su rival había finalmente ganado el amor de la dama, eso era una
nueva estocada que acababa por devastar lo que quedaba de su corazón
roto. Yves vertió todo su dolor en su trabajo, aunque éste no era suficiente
para aliviar su alma entristecida. Ese día todo el campo y el hospital se
movilizaron hacia el río Mosa, como parte de una estratagema que los
alemanes no esperaban.
Tal vez valoramos la vida demasiado ¿Alguna vez has pensado en eso?-
repuso el joven doctor incómodo con la insistencia de Terrence.
Más veces de las que crees, Bonnot. – respondió Terri de una forma tan
seria que hizo que Yves lo mirase directamente a los ojos – Escucha, sé que
estás muy ocupado ahora, pero me gustaría hablar contigo cuando tengas
un rato libre. Esto es, si alguna vez te permites tomar un descanso.
¿Se te ha ocurrido alguna vez que en ocasiones la gente se habla sólo para
pasar el rato y porque se desea ser amigable? Y créeme, Bonnot, en medio
de esta guerra, hacer amigos es algo que llegas a apreciar cuando estás allá
afuera, con una metralleta alemana disparando a tus espaldas – replicó el
hombre oji-azul con una franca sonrisa que Yves no había visto en todo el
tiempo en que había conocido a Gradchester. – Podríamos hablar . . . del
clima, si quieres – fue lo último que dijo antes de dejar a Yves,
preguntándose qué había pasado con Grandchester que inesperadamente
se había vuelto tan amable.
Los alemanes retrocedieron por unos 8 kilómetros a lo largo del río y los
americanos intentaron entrar al bosque de Argona, pero el enemigo era
realmente fuerte en aquella área. Los aliados solamente lograron avanzar
unos 3 kilómetros dentro del bosque y tuvieron que detener el ataque el
septiembre 30. Las tropas descansaron por unos cuantos días mientras los
líderes militares replanteaban la estrategia. No había otra forma, decidió
finalmente el General Pershing, los americanos tenían que abrirse paso a
través de la Tercer Línea Defensiva alemana, sin importar cuán peligroso
eso era o cuántas vidas costase el movimiento. El ataque reinició en octubre
4 y duraría a lo largo de cuatro dolorosas semanas en las cuales las bajas
entre los norteamericanos se incrementarían a una increíble rapidez
conforme pasaban los días.
Una de esas noches en las cuales Terrence estaba libre de servicio, el joven
buscó un lugar solitario donde poder escribir a gusto ayudado por una
lámpara de keroseno. Había ya escrito la carta número sesenta para su
esposa y la había guardado junto con las otras que aún no podía enviar.
Luego extrajo otra hoja de papel y continuó escribiendo algo diferente
mientras las imágenes de sus compañeros agonizando en el campo de
batalla invadían su mente.
Aún tienes ese hábito – dijo la voz de Yves interrumpiendo la tarea de Terri
mientras se sentaba cerca del sargento.
¿Te refieres al hábito de escribir? – replicó el joven mirando a los ojos grises
iluminados por la lámpara de keroseno. Él no había hablado con el médico
en semanas y se sentía sorprendido de que Yves hubiese decidido
acercársele.
Sí, así es. Hago ese tipo de cosas raras – aceptó Terri riéndose, – pero no
podría imaginar mi vida haciendo algo no relacionado con el teatro, y
créeme, la gente piensa que soy bueno en lo que hago – añadió alzando una
ceja.
Ahora tengo muchas historias que contar – explicó Terri sintiendo que el frío
de la noche comenzaba a calarle los huesos. – Por ejemplo, escribo acerca
de la vida de un joven soldado la cual no pude salvar esta mañana; sobre mi
Capitán que solía ser un hombre que disfrutaba de una buena conversación,
pero que se ha vuelto taciturno y callado durante este mes; sobre cómo un
hombre me confió la última carta que había escrito para sus hijos antes de
que una granada alemana explotara enfrente de él, y también la historia de
un joven médico que parece estar buscando su propia muerte de manera
desesperada cada vez que logro verlo en acción, – dijo el sargento
enfatizando la última frase con toda intención.
Yves se volvió a ver aquellos ojos de un azul iridiscente con una mirada de
resentimiento.
Es muy fácil juzgar a los demás cuando se tiene ese crucifijo colgando al
cuello – barbotó el médico francés amargamente.
Tal vez, pero lo que puedo ver ahora es que mi existencia se ha convertido
en una oscura caída y yo no puedo detenerla – aceptó el joven médico con
voz temblorosa mientras desviaba su ojos para evitar la penetrante mirada
de Terri.
Yo digo que fue algo realmente tonto – comentó uno de los soldados rasos –
pudimos habernos aguantado sin agua.
Tal vez – contestó un segundo soldado – pero el doctor la necesita para los
heridos, –concluyó señalando al joven médico que estaba trabajando
frenéticamente detrás de ellos.
Sí, pero pudimos haber esperado a los hombres que fueron a la retaguardia
para traer las provisiones – arguyó el primer soldado. – Cuando el sargento
regrese no le va a gustar nada esta idea.
Tal vez Richmond y Whitman regresen antes – fue la última cosa que dijo el
segundo soldado antes de que un par de sombras moviéndose en la
oscuridad captaran su atención – Allí están . . . – pero el soldado no pudo
terminar la frase porque una repentina explosión seguida de una lluvia de
disparos provenientes de una colina hacia el Este lo interrumpieron.
Alguien tiene que ir allá afuera y traer a ese hombre a la barricada – dijo el
médico con tono desesperado
Tal vez, pero no voy a seguir viviendo con los gritos desesperados de ese
hombre en mi conciencia, - y con esta última frase el joven médico trepó la
escalera que llevaba afuera de la barricada. Como era un superior los
soldados rasos no pudieron hacer nada para detenerlo.
¿Qué demonios está pasando? – preguntó una voz enfurecida detrás de los
soldados y ellos inmediatamente reaccionaron cuadrándose y saludando a
su superior.
¿Qué está haciendo, Señor? – preguntó uno de los soldados viendo que el
joven sargento tomaba una máscara extra y comenzaba a ascender la
escalera que el doctor francés había usado para salir de la barricada.
¡Voy por ese comedor de ranas! ¿Qué más? Seguramente estará cegado por
el gas, y si permanece bajo sus efectos será un hombre muerto en cuestión
de minutos – dijo el hombre con la voz sofocada por la máscara.
¡¡¿ Por qué veniste, idiota?!! – reprochó el doctor sintiéndose mareado por el
gas.
¡Déjame aquí, y salva tu vida mientras aún hay tiempo! ¡¡Déjame aquí!! –
gritó el joven pero no pudo decir más porque un puño firme lo golpeó en las
sienes haciéndole perder el conocimiento.
Pensé que no la contaría, Señor – dijo uno de los enfermeros, admirado del
valor del joven sargento mientras limpiaba la herida de Terri.
Yo también amigo, yo también – fue todo lo que Terri pudo decir mientras
cerraba los ojos y agradecía a Dios por preservar su vida.
Oscuridad. Todo lo que podía ver era oscuridad. Los sonidos del
campamento eran claros, sin embargo. Pudo identificar las voces y los gritos
del hospital ambulante. Con la punta de los dedos sintió las viejas y ásperas
frazadas de la cama plegable donde se encontraba acostado y también
sintió un dolor agudo en su muslo derecho al tratar de moverse. Los sonidos
eran fáciles de identificar, pero no podía ver. Se llevó las manos a las sienes
y palpó el vendaje que le cubría los ojos.
Así que finalmente te despertaste, doctor – saludó una voz profunda que
Yves conocía bien - ¡Pensé que soñarías para siempre! – continuo
bromeando la voz.
¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué arriesgaste tu vida por un hombre que estaba
buscando su muerte, cuando tú tienes un futuro tan promisorio? – preguntó
Yves sin poder entender la acción de Terri.
Ya te lo dije una vez – respondió el joven aristócrata con un tono más serio –
Dios me dio la oportunidad de escribir una mejor historia con mi vida, y
pensé que era mi deber ayudar a alguien más que también necesitaba
aprender la misma lección . . . Además, tú me salvaste la vida allá en París.
Nunca olvidaré eso.
Tendré que dejar de escribir por un rato, ya sea para esperar a que mi brazo
sane o a que yo aprenda a escribir con la mano izquierda, lo que pase
primero.
Desearía poder ayudarte, pero no creo que pueda – comentó Yves con un
dejo de sonrisa asomándole al rostro por primera vez en dos meses.
¿Y cómo te imaginas que sabré si él está bien o no? ¡ Tengo que saberlo! –
replicó Candy comenzando a exasperarse con el excesivo sentido de la
propiedad de su amiga.
Gracias a las dos – sonrió Candy y sus amigas se dieron cuenta de que la
hora de despedirse había llegado – Bien, supongo que eso es todo. Tengo
que irme ahora.
Orar, nada más orar – replicó Julienne y una lágrima rodó por su mejilla.
Mira quién habla – se rió Candy y después de unos minutos más dejó Saint
Jacques, dejando atrás a dos amigas que estarían rezando por ella día y
noche.
Aquello sucedió una fría mañana del día 20 de septiembre. El viaje a través
de la dañada línea ferroviaria fue lento y tuvo que ser interrumpido varias
veces por todas las ocasiones en que miembros de los ejércitos francés y
británico detenían a los trenes para verificar a los pasajeros y su equipaje.
Un paisaje seguía al otro a un impasible ritmo mientras Candy se daba
cuenta con gran desilusión que no estaba embarazada como lo esperaba. A
pesar de su desencanto inicial, cuando finalmente llegó a la lluviosa región
de Flandes, se percató de que no era el mejor momento para estar
esperando un bebé, sin importar cuánto deseaba ella ese niño. Al igual que
la primera vez, la vista en el hospital ambulante era desalentadora y el
trabajo por hacer interminable. No obstante, la joven irguió la cabeza, se
ajustó el delantal y con su acostumbrado valor hizo su trabajo
diligentemente. Aún si no estaba encinta, comprendía que dentro de ella
había una flama ardiendo y la esperanza de un mejor futuro estaba
esperándola. Así que continuó orando y durante sus escasos ratos libres
comenzó un diario, con la esperanza de que algún día su marido pudiera
leer lo que realmente había pasado con ella durante esos días de silencio,
en los cuales había decidido mentir por el bien de la tranquilidad de Terri.
Mi querido Terri:
Lluvia y lodo es todo lo que he visto de Flandes en las dos ocasiones que he
estado aquí. Esta vez, sin embargo, las condiciones del hospital en campo
no me asombran ya. Hago mi trabajo del modo en que aprendí a hacerlo e
intento ayudar a mis pacientes a recuperarse tanto física como
emocionalmente. No obstante, esto último es la tarea más difícil de hacer,
no sólo porque todos estos hombres están pasando por muy malos
momentos, sino también porque me persigue un constante miedo, día y
noche, y tengo que fingir que nada está pasando, si realmente quiero
animar a estos pobres soldados.
Ruego y agradezco a Dios que tú no sabes dónde estoy ahora. Espero que
me puedas perdonar por mentirte durante estos días. Estoy segura de que
tú estás pasando por situaciones aún mucho más peligrosas que yo, y por lo
tanto necesitas concentrarte completamente en lo que haces. No me
perdonaría nunca si tú resultases lastimado por estar preocupándote por mi.
Hasta que nos veamos otra vez, es suficiente con uno de los dos sufriendo
pesadillas . . . Amarte no ha sido nunca tan doloroso como ahora.
[pic]
Una noche daba a luz a otro día y de ese modo el calendario continuaba
adelgazando de la misma forma en que los alemanes se debilitaban más y
más. Ludendorff dimitió hacia fines de octubre y fue substituido por el
General Wilhelm Goener, cuya misión era promover el armisticio. Durante
esos días, Terrence e Yves fueron heridos y después de pasar una semana
en el hospital ambulante, el doctor francés fue enviado de regreso a París
para su recuperación y Terrence a un hospital más pequeño en la ciudad de
Buzuncy, a unas cuantas millas al norte de Argona. Esta pequeña ciudad
había sido recientemente tomada por los norteamericanos. Ignorando con la
mente, pero no con el corazón, lo que había sucedido con Terrence, Candy
fue enviada a trabajar en Arras, después de que Flandes fue totalmente
recuperada por los Aliados, evento que terminaría la ofensiva en aquella
área.
Reencuentro en el Vórtice
Capítulo XV
Reencuentros
Parte I
¡No sabía que me ibas a extrañar tanto!- Yves bromeó al escuchar las
palabras de Terri.
Eso quisieras francesillo, – repuso el otro joven con una sonrisa socarrona –
sólo vine hasta aquí para hacerte un favor.
Qué amable de tu parte, – replicó Yves aún en tono de guasa. - ¿De qué se
trata?
El correo acaba de llegar y hay una carta para ti. Aparentemente viajó a
diferentes destinos antes de llegar hasta aquí finalmente – explicó Terri
poniendo la misiva en las manos del joven médico.
No lo vas a creer, – se rió Terri entre dientes muy divertido con la situación -
¡Nunca me imaginé que ustedes dos fueran tan buenos amigos!
¿Qué quieres decir? Vamos Grandchester, sólo dime de quién es la carta.
Terri puso una mano sobre el asiento e inclinó su cuerpo para susurrar al
oído de Yves en un tono travieso.
¿Quién? ¡Nada más dime y deja de jugar como un niñito estúpido! – exigió
Yves perdiendo lo que le quedaba de paciencia.
Ciertamente. Si quieres puedo leer en voz alta para ti. Pero no seré
responsable si el contenido es demasiado personal.
Está bien, ni una palabra más sobre el asunto – Terri replicó aún sonriente,
pero comenzando a recobrar la seriedad. – Así es como correspondes a mi
atención después de la larga distancia que tuve que correr sólo para que tú
tuvieras la carta. Pero no te preocupes, ya estoy habituado a tus modales
ingratos.
Terri pensó en ese momento que era asombroso el modo en que las
tensiones entre los dos se habían suavizado después de la horrible
experiencia que habían vivido juntos y los días que ambos habían
compartido en el hospital ambulante. El joven aristócrata estaba complacido
al ver que los resentimientos parecían haber desaparecido y aunque no
eran los grandes amigos podían decir que a la postre la desconfianza mutua
se había desvanecido. El tren se sacudió hacia delante un poco y el
empleado de la estación gritó que estaban a punto de partir. La hora de
decir el último adiós había llegado.
Bueno, creo que eso es todo – Terri dijo con simpleza – Te deseo lo mejor,
Bonnot.
Lo mismo digo – replicó Yves amigablemente – y una vez más . . . gracias . .
. por todo lo que hiciste por mi – dijo el joven con un poco de dificultad.
Adiós, Terrence Grandchester, – dijo Yves antes de que Terri lo dejara solo
en el vagón.
Sabe usted, señor Gordon – le dijo a su compañero – tengo una carta de una
amiga mía aquí conmigo, pero como usted puede ver obviamente, me es
imposible leerla por mi mismo ¿Le molestaría hacerlo por mi?
“Querido Yves . . .”
El Sr. y la Sra. O’Brien habían decidido que su hija había estado lejos por
demasiado tiempo y siendo que era ya noviembre estaban esperando que
Patty regresara a Florida para pasar la Navidad con ellos. Al principio el Sr.
O’Brien había pensado en ir a Chicago para acompañar a su hija en su viaje
de regreso, pero la madre de él le había convencido de que era mejor si él
dejaba esa misión en las manos de ella. De ese modo, él no descuidaría sus
negocios y ella tendría la ocasión de divertirse y visitar a los amigos de
Patty en Chicago. El Sr. O’Brien no sospechaba que Patty y su abuela
Martha habían planeado ese viaje con varios meses de anticipación.
Ambas mujeres decidieron entonces que sería más sabio esperar hasta el
vigésimo primer aniversario de Patty, por inicios de Noviembre, de modo
que aún si el Sr. y la Sra. O’Brien no quisiesen aceptar a Tom en su familia,
ellos ya no tendrían ningún derecho legal para impedir los planes de la
pareja.
De ese modo, Martha viajó hasta Chicago y más tarde a Lakewood para
conocer a Tom y preparar los últimos detalles de su plan. Tom viajaría con
ambas damas para conocer a los padres de Patty y pedir la mano de la
joven en matrimonio. Si los O’Brien no querían aceptar, entonces Patty y
Tom simplemente se casarían sin su aprobación. Martha estaba dispuesta a
apoyar a su nieta aún en contra de los deseos de su hijo.
Nunca seré heroína de guerra – dijo Patty con una risita mientras enseñaba
a su abuela la foto donde Candy aparecía con tres soldados en el hospital
del campamento – pero sé ahora que no es un pecado ponerse de pie y
decirle al mundo que yo también puedo pensar por mi misma y decidir
sobre mi propio destino.
Esa es la actitud que tienes que mantener, querida – exclamó la anciana con
gesto animado. – Yo solamente quiero ver la cara de tu padre cuando se de
cuenta de que ya no eres un bebé que él puede manejar a su antojo.
Lástima que tu abuelo a no está con nosotros para ver también su expresión
¡Por San Jorge que sería un cuadro muy gracioso
¡ABUELA! ¡No jures en vano! – la regañó la joven con una risita, pero luego
en un tono más serio agregó; – ves todo como si fuese sólo una broma, pero
debo confesarte que estoy algo asustada. Sé que mamá y papá se pondrán
tan molestos conmigo que tal vez no los vuelva a ver después de casarme.
Eso podría pasar, querida, – Martha aceptó con un suspiro.- Esperemos que
ellos acaben por comprender tus sentimientos algún día. Aunque si eso no
sucede, con un esposo como Tom y con todos tus amigos de tu parte, no
creo que llegues a sentirte sola jamás – dijo la mujer alegremente.
Lo sé, abuela. Pero dime, ¿Aceptarás la oferta de Tom de irte a vivir con
nosotros a la granja? – preguntó Patty con entusiasmo.
¡Ay abuela! ¡Me asustas cuando veo esa mirada en tus ojos! – dijo Patty
sorprendida.
Las llaman galletas aquí en América, recuérdalo ¡Ay abuela, tú lo único que
quieres es una oportunidad para coquetear con el mayordomo! – repuso la
joven.
¡¡¡Santo cielo!!! ¿¿Qué es lo que dice?? ¡Vamos Annie, ábrelo! – urgió Patty
a su amiga.
La joven morena obedeció a las demandas de su amiga y con dedos
nerviosos rasgó el sobre para extraer la carta de su interior.
Septiembre 20
Querida Annie:
Espero que todo vaya bien para ti y tu familia cuando esta carta llegue a tus
manos. Si me preguntas sobre mi, debo decirte que nunca he estado mejor.
Si alguna vez creí que había conocido la felicidad, ahora reconozco que
estaba equivocada. No tenía idea de lo que realmente significaba hasta
hace unos días . . .
Al tiempo que Annie continuaba la lectura ambas jóvenes abrían sus ojos
con asombro, jadeando e intercambiando miradas de pasmo con cada línea.
Hasta entonces, Candy no le había confiado a nadie más que a Albert, la
Srta. Pony y la Hermana María el hecho de que Terri estaba en Francia y que
había estado hospitalizado durante tres meses en el mismo lugar que ella
estaba trabajando. Así que, la carta que contaba toda la historia tomó a
ambas mujeres por sorpresa.
¿Por qué entonces suenas tan triste? – preguntó Patty notando el tono
lastimero de su amiga.
Annie se puso de pie y caminó hacia la ventana mientras sus ojos color de
miel seguían la caída de las hojas secas desde un fresno cercano.
¿Pero qué estás diciendo Annie? Creo que ya hemos discutido este asunto
antes ¿Por qué no acabas de entender que tú siempre has sido una
excelente amiga para Candy y para mi? – reconvino Patty.
¿De verdad crees eso Patty?- preguntó Annie encarando a Patty y esta
última pudo ver que el rostro de su amiga estaba ya bañado en lágrimas –
¿Si yo fui tan buena amiga cómo es que no me di cuenta de que Candy
solamente fingía ser fuerte y feliz durante estos tres años?
¡Esta carta, Patty! – gimió la morena dejando caer los papeles al piso. –
Candy suena tan contenta en estas líneas como no lo había estado por largo
tiempo, y yo, su mejor amiga, no me había dado cuenta de que ella estaba
sufriendo al estar separada y lejos de Terri! ¡Yo pensé que ella había
superado ese amor imposible! ¡Y ya la ves! ¡Se casó con él! Esto quiere
decir que ella lo amó en silencio, sufrió y lloró en silencio por tres años y yo
nunca estuve ahí para apoyarla! ¡Esa es la clase de mejor amiga que soy! –
barbotó la joven estrujando las cortinas con manos temblorosas. El rostro de
Annie reflejaba su frustración y desilusión.
Annie – fue todo lo que Patty pudo decir limitándose a abrazar a su amiga.
De nada, Annie. Para eso son las amigas. – replicó Patty con sincera
simpatía reflejada en sus ojos café oscuro, pero incapaz de ayudar a su
amiga en aquella batalla personal. Por su propia experiencia Patty sabía que
la única persona capaz de salvar a Annie, era la misma Annie.
Había sido una noche muy ocupada en el hospital. Candy había estado
trabajando en el turno de la noche y estaba a punto de terminar el vendaje
de un paciente que le había pedido dejarlo un tanto más flojo. El hombre, de
un poco más de veinticinco años, había inventado esa excusa para tener la
atención de la joven por unos minutos más. Candy lo sabía, pero pretendía
ignorarlo, tan habituada estaba ya al continuo coqueteo de sus pacientes.
Cuando eres la primera mujer que ellos ven después de semanas o meses
de estar enterrados en un trinchera, no esperes que te traten como a su
abuelita – solía ella pensar, pero aún así siempre se sentía un poco
incómoda con toda esa atención masculina.
¿Tiene usted novio, señorita Andley? – preguntó el hombre con una mirada
traviesa mientras Candy pensaba lo que debía responder ante tal pregunta,
sabiendo que su matrimonio debía mantenerse en secreto.
¿Y dónde está ese hombre afortunado? – insistió el hombre con una sonrisita
socarrona.
Candy levantó los ojos del vendaje y miró al hombre con orgullo.
¿Está usted loco Dr. Cameron? – repuso Candy. – Es aún muy temprano y
muchos pacientes están durmiendo ¿Quiere acaso interrumpir su sueño?
¡Santo Cielos, Srta. Andley, todos tienen que estar despiertos ahora! –
explicó el hombre sin aliento - ¡Se acabó, la guerra se acabó! Acaban de
firmar el armisticio hace dos horas ¡Recién lo dijeron en la radio!
¡De regreso a casa! – Candy pensó feliz - ¡Ay Terri, vamos a casa!
El mismo día pero al otro lado del Atlántico, el sol se estaba ya poniéndo y
Albert acababa de terminar su diaria cabalgata. El joven llevaba su caballo
hacia los establos con pasos macilentos, cuando uno de los caballerangos
corrió a su encuentro agitando su sombrero en el aire. Sus palabras se
atropellaban unas con otras de modo que Albert no pudo entenderle hasta
que el hombre estuvo prácticamente en frente de él.
Sí, señor ¿Significa eso que la Srta. Andley estará pronto de regreso? –
preguntó el hombre con interés, porque todos los sirvientes en la casa eran
leales a la joven heredera que siempre había sido amable y afectuosa con
ellos.
¡Por supuesto que sí!- replicó Albert riendo mientras sus ojos azules
brillaban con la luz de la estrella de la tarde y en su interior se revolvía un
pensamiento: “Mi día ha llegado!”
Las hojas secas caían de los fresnos en la vasta propiedad de los Britter y
Annie pasaba sus tardes tratando de aliviar sus penas con el crujido de las
hojas muertas sobre el jardín. Daba largas caminatas durante horas a la
orilla del lago, buscando dentro de su corazón, confrontando aquellas líneas
oscuras que no le gustaban en el retrato de su alma y muchas veces se
comparaba a sí misma a aquellas hojas secas que el viento arrastraba.
Habían crecido lozanas, verdes y lustrosas durante el verano anterior, pero
una vez que los días fríos de otoño hicieron su aparición, esas mismas hojas
habían volado sin rumbo, hacia un futuro incierto, lejos, muy lejos del
robusto árbol que solía protegerlos.
Conforme pasaban los días y Annie continuaba con estas reflexiones, poco a
poco llegó a una conclusión. Era tiempo de que ella comenzara a cambiar
aquellas cosas que no le gustaban en sí misma. Tiempo de empezar a
pensar en los demás y ya no tanto en su persona, tiempo de darle la
espalda a los ídolos que había adorado en el pasado e iniciar la jornada que
la llevaría al reencuentro consigo misma.
Cierta tarde durante una de esas caminatas, Annie se detuvo en seco, miró
al paisaje dorado y en ese momento decidió que su día había llegado.
Regresó a su cuarto y ahí, ayudada por la tímida luz de una vela, escribió
una carta a una mujer que nunca había visto en toda su vida, pero quien
sería un personaje importante en el capítulo de su historia personal que la
joven estaba a punto de comenzar.
Nunca imaginé que esto podría ser tan difícil, Candy – se dijo a sí misma -
¿Cómo has logrado salir adelante tu sola durante tanto tiempo? ¡Oh Dios
mío, ayúdame a hacer esto!- dijo en un susurro mientras se persignaba y
finalmente tocaba a la puerta.
Eso hacía, madre, pero . . .- la muchacha dudó sintiendo que sus temores
comenzaba a apoderarse de su corazón. – Necesitaba hablar contigo . . .
¡Mi niña! – dijo la Sra. Britter. – Eso es justamente lo que yo quería oír de ti.
Ya basta de llanto. Yo ya tengo algunas ideas fabulosas para esta
temporada . . . Iremos a la ópera, al teatro y a cada gala y tertulia. Debes
ser vista en todas partes . . .
Annie bajó la cabeza apretando sus manos una contra otra mientras su
madre hablaba. Clavó la vista sobre sus delicados zapatos de raso
adornados con diminutas violetas y un gracioso moño, como si el valor para
hablar estuviese escondido en algún lugar de la superficie lila de su calzado.
No entiendo, Annie ¿Qué tienes tú que ver con esta mujer en Italia? –
preguntó confudida la Sra. Britter.
Estoy interesada en su trabajo con niños que sufren retraso mental, – afirmó
la joven comenzando a sentir que una sensación cálida cubría sus mejillas. –
A mi . . . a mi me gustaría ir a Italia para estudiar con ella.
Quiero aprender cómo trabajar con ese tipo de niños y después regresar a
América para abrir una escuela, como las que ella tiene en su país. Aquí
tratamos a esos niños como si no fueran capaces de aprender nada. Pero el
trabajo de esta mujer prueba que pueden hacer grandes progresos – explicó
Annie y su voz se tornó repentinamente vehemente.
¿Quieres decir que quieres estudiar para . . . para trabajar? ¿Quieres decir
tener un empleo? – preguntó la Sra. Britter estupefacta.
Sí, madre. No creo que mi vida sea de utilidad alguna por el momento . . . .
Otras mujeres están marcando la diferencia demostrando que pueden . . .
Esta discusión concluye aquí, Annie, – afirmó la Sra. Britter con frialdad. –
Mañana veremos a la modista para que puedas ordenar tu guardarropa para
la siguiente primavera. Tienes que encontrar marido este año ¿Me
entendiste?
La Sra. Britter se volvió para mirar a su hija directamente a los ojos, aún sin
creer las palabras que Annie acababa de pronunciar.
Digo que ya he hecho arreglos para estudiar en Italia con la Sra. Montessori.
Le escribí y ella me ha aceptado como su alumna para el próximo año. No
voy a buscar marido como tú quieres porque siento que aún no estoy lista
para una nueva relación. Por ahora quiero estudiar, y si piensas que Candy
tiene algo que ver con esta decisión mía estás en lo cierto, pero no en el
modo que tú crees.
Quiero decir que me diste amor, una educación, todo lo que el dinero puede
comprar y aprecio todo eso, pero nunca, nunca, me ayudaste a encontrar mi
propio camino. Me hiciste creer que solamente tendría valor casándome con
un hombre rico, que mi éxito estaba supeditado al éxito del que fuese mi
marido, que todo el sentido de mi vida debía ser definido por un hombre y
no por mi misma ¡ Me hiciste darle la espalda a la mejor amiga que Dios me
dio! ¡Me hiciste mentir sobre mi origen como si fuese un pecado haber
nacido pobre y sin padres! ¡Yo siempre fui débil y nunca me enseñaste a
conquistar mis miedos y ser fuerte! Cuando Archie rompió conmigo tú me
dijiste que siempre habías sabido que él no me amaba de verdad . . . .
¿Entonces por qué no me hiciste enfrentar la realidad? ¡Dices que Candy es
inmoral, pero nosotros no somos mejores que eso viviendo siempre en la
mentira!
No hagas algo que lamentes después, – dijo el Sr. Britter quien había
entrado al cuarto alarmado por las voz encolerizada de su esposa, pero
cuya presencia no había sido notada por las dos mujeres que estaban
demasiado abrumadas por el peso de las palabras que se estaban diciendo
la una a la otra.
¡No tienes idea de las cosas que Annie me ha dicho! – se quejó la mujer en
medio de las lágrimas.
Pensé que este era un asunto que Annie tenía que hacer por sí misma, –
apuntó el hombre soltando la mano de su esposa.
Pero debiste haberle dicho que toda esta idea de Italia no es un plan
coherente, – insistió la Sra. Britter.
Todo lo contrario, querida, yo seré el primero en apoyarla.
Annie, cariño, – el Sr. Britter se dirigió a su hija con su tono más dulce -
¿Podrías dejarnos solos a tu madre y a mi? Necesitamos hablar en privado
por un rato.
Mientras Annie Britter caminaba a lo largo del corredor, aún sentía el acre
sabor de la discusión que había tenido con su madre, pero con cada nuevo
paso que daba, su corazón se sentía más ligero y libre. Levantó la cabeza
sabiendo que era tiempo de extender sus alas.
[pic]
El joven sostuvo los papeles en sus manos abrumado por la noticia, aún sin
poder digerir que toda aquella pesadilla había terminado y que estaba libre
para continuar su vida. Repentinamente se dio cuenta de que tenía que
comenzar a tomar una larga serie de decisiones con respecto a su futuro
inmediato y que había que hacerlo tan pronto como fuese posible. Así pues,
descuidadamente se quitó el cabestrillo que le sostenían el brazo
deshaciéndose de él para comenzar a escribir el texto de varios telegramas
que planeaba enviar de inmediato.
Esa misma noche Terri tomó el tren y luego el barco hacia Dover donde
Marin Stewart, su administrador, le estaba ya esperando.
Bueno, mamá - dudó Patty. – Puedo decirte que Tom es un buen hombre
que ha heredado una fortuna que su padre acumuló honestamente, y él ha
logrado administrarla con sabiduría desde que el Sr. Stevenson murió.
Eso es todo lo que quería oír, – replicó el Sr. O’Brien muy contento, dejando
su copa en una mesita cerca de él. – Me gustaría conocer a este Sr.
Stevenson tan pronto como sea posible. Hay muchas cosas que tengo que
discutir con él, – añadió por último.
Pero . . . – Patty dijo tímidamente – hay algo que todavía tienen que saber
sobre Tom.
El Sr. O’Brien miró a su hija con una ligera sospecha en los ojos. No le
gustaba el tono en la voz de su hija. La joven sonaba exactamente igual a
aquel día en el cual se había atrevido a decir algo en contra de la decisión
de mandarla al Real Colegio San Pablo. En aquel tiempo la niña estaba
demasiado apegada a su abuela y el Sr. O’Brien temía que el inusual modo
de ser de su madre fuera una influencia peligrosa en la educación de la
jovencita. Afortunadamente, él había sabido manejar la situación en ese
momento y haría lo mismo si este Sr. Stevenson no resultaba ser el hombre
que Patty merecía.
Sí, Patty, continúa, – el padre animó a hablar a su hija.
El padre de Tom era granjero. Hizo su fortuna criando ganado y eso mismo
es lo que Tom hace, – Patty dijo a sus padres, mirando cómo sus caras se
transfiguraban mientras ella hablaba – Además, Tom no era el hijo biológico
del Sr. Stevenson sino que fue adoptado. De hecho, creció en el mismo
orfanato que Candy y Annie, hasta que tuvo ocho años.
¡Un granjero! ¡Un granjero adoptado de sabe Dios qué oscuro origen! –
jadeó la Sra. O’Brien pasmada por las palabras de su hija.
Las últimas palabras del Sr. O’Brien entraron en los oídos de Patty
rompiendo el último y endeble hilo que contenía sus resentimientos en
contra de sus padres. Sin saberlo, el padre de Patty había construido un
muro entre sí mismo y su hija y en aquel momento la joven comprendió que
la separación definitiva era inevitable. Solamente una persona que no tenía
ni la más mínima idea de quién era Patty y lo que ella sentía, podía haber
dicho cosas tan hirientes e injustas acerca de los dos hombres que ella
había amado.
Padre, no sabes lo que estás diciendo, – replicó Patty con ojos encendidos. –
Amo y honro la memoria de Stear más de lo que tú te puedes imaginar,
pero si piensas que él se sentiría ofendido por mi amor hacia Tom, te
equivocas. Stear era mucho más de lo que tú sabes. Era un hombre
bondadoso y sensible que nunca permitió que los prejuicios controlaran su
corazón. Conocía a Tom y estaba orgulloso de ser su amigo. Sé que Stear
estaría feliz por mi, y si tú me amaras cómo él lo hacía, también te
alegrarías.
¡Patty, querida! ¿Qué estás diciendo?- chilló la Sra. O’Brien sin poder
comprender los reproches de su hija.
Hemos estado solos por mucho tiempo, Patty – las palabras de Tom hacían
eco en los oídos de Patty – Sin embargo, te prometo que no será así nunca
más. Nuestro amor hará que los recuerdos tristes se desvanezcan. Juntos,
crearemos una nueva historia.
¿Cómo osas desafiar mis órdenes? – exclamó el Sr. O’Brien indignado - ¡Tú
vas a hacer lo que yo decida!
Realmente siento mucho escuchar eso, pero no esperaba otra cosa, padre, –
replicó Patty bajando la cabeza. – No voy a cambiar de opinión – concluyó
con determinación.
Por favor, cariño – rogó la Sra. O’Brien sin saber si debía apoyar a su hija o a
su marido - ¡No puedes echar a tu hija a la calle!
[pic]
Annie admiró una vez más los brillantes ojos verdes que la miraban con
expresión bondadosa desde el retrato, pensando que el artista había hecho
un buen trabajo en capturar la dulzura de Candy sobre el lienzo. Sin
embargo, detrás de la deslumbrante sonrisa que su amiga mostraba en la
pintura, Annie notó algo que antes no había podido ver. Era una clase de
aire ausente, tal vez melancolía, que Annie descubrió por primera vez.
Bueno, para ser franco la respuesta es si, – replicó Archie con tono
inexpresivo, – pero debes pensar que me estoy volviendo un majadero. Por
favor, toma asiento, Annie – ofreció el hombre mostrándole a la joven un
sillón frente a su escritorio.
Sí. Imagino que ya estás al tanto de que ella se casó en Francia, – dijo Annie
dándose cuenta de que el tema no era del agrado de Archie. Aún así, ella
sabía que no podía evitarse. Inmediatamente, una sombra de desasosiego
cruzó por el rostro del joven y Annie supo que sus sospechas no habían
estado erradas.
Supongo – replicó el joven con frialdad mientras daba ligeros golpecitos con
los dedos sobre la pulida superficie de su escritorio.
Bueno – continuó Annie con un callado suspiro que Archie apenas pudo
percibir. – Quiero que todo sea perfecto para Candy cuando ella regrese.
Ella y Terri no tuvieron una luna de miel y cuando lleguen no me gustaría
que Candy comenzara de nuevo a preocuparse por nosotros en lugar de
disfrutar de su nueva vida con su esposo. Creo que ella siempre ha cuidado
de todos nosotros y ahora ella merece gozar de un tiempo para sí misma.
¿Y qué sugieres que hagamos para lograr que Candy y su . . . famoso
marido sean felices para siempre? – inquirió Archie no sin un dejo de ironía
en su voz. Annie lo notó y tuvo que hacer un gran esfuerzo para responder.
Puedo ver que no te gusta la idea de mentir, – replicó Annie conteniendo las
lágrimas con todas sus fuerzas, – pero no es por mi que te estoy pidiendo
hacer esto, sino por Candy. Sabes que ella nos ama a los dos y estaba
esperando que . . . – dudó ella.
Sí, – continuó la joven morena tratando de reunir las fuerzas para obtener lo
que había decidido lograr – y como nos ama tanto sé que se entristecerá
mucho por esta situación. Me gustaría que fingiéramos que todo marcha
bien . . .
No mucho. Sólo dame un mes para que Candy y Terri comiencen a ajustarse
a su nueva vida y para que yo arregle las cosas para mi viaje a Italia –
explicó la joven despertando la curiosidad de Archie.
No creo que un viaje de placer por Italia sea una buena idea ahora que la
guerra acaba de terminar. El país seguramente está en medio de un
verdadero caos ¿Has pensado en eso? –cuestionó Archie pensando en algo
diferente a su propia amargura hacia Terri por la primera vez durante la
entrevista.
El joven miró a Annie con ojos estupefactos. En ese momento era ya claro
para él que la muchacha podía ver a través de su corazón como si él
estuviera hecho de cristal. Ella lo sabía todo. Suspiró bajando los ojos y
finalmente claudicó.
Está bien, Annie – aceptó el joven. – Jugaremos tu juego . . . por amor a
Candy.
¿Aceptas, entonces? . . . ¡Bien! – dijo la joven aún sin poder creer que había
convencido al joven tan fácilmente -. De modo que es un trato – añadió
poniéndose de pie y ofreciendo su mano al hombre frente de ella con un
gesto enérgico.
Un trato . . . sí, eso es lo que tenemos entre los dos ahora . . . sí – respondió
él estrechando la mano de Annie más y más sorprendido con sus
reacciones.
Hay algunos detalles que todavía tenemos que acordar – explicó la joven
mientras caminaba hacia la puerta seguida del caballero, – pero si no te
molesta, haré esos arreglos a través de Albert en su debido tiempo y él te
informará.
Él siempre ha estado ahí para apoyar a Candy, – contestó la joven con una
mirada penetrante, – como tú y yo nunca lo hemos hecho. No veo por qué él
se negaría a ayudarme con esto, si todo es para bien de Candy. Por
supuesto que él aceptó inmediatamente. Buenas tardes, Archibald, y
gracias otra vez por tu ayuda – concluyó ella categóricamente
Veré quién está tocando – dijo la sirvienta que estaba ayudando a Felicity
con la lista de compras.
No, querida – replicó la mujer mayor – déjamelo a mi. Debe ser un periodista
novato que piensa que puede conseguir una entrevista así como así. Yo me
encargaré de ponerlo en su lugar – y diciendo esto, la mujer dejó su delantal
sobre la silla y arreglando su cabellos se dirigió al comedor, luego a la sala y
finalmente al vestíbulo.
¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – la mujer jadeó sin aliento - ¿Cuándo llegaste? ¿Estás
bien? ¡Escuchamos que habías sido herido! Debiste habernos avisado con
tiempo que venías ¡Ahora tu madre va a tener un ataque cardiaco con la
sorpresa! – dijo Felicity trastabillando las palabras mientras se soplaba con
la mano.
Bueno, eso lo tenemos que ver, – replicó el joven sonriendo ante el parloteo
de la mujer – ¿Pero no piensas que sería mejor que me invitaras a entrar?
Está algo frío aquí afuera ¿Ves? – añadió guiñando el ojo a la dama que
inmediatamente lo hizo pasar.
¿Qué pasa, Felicitiy? ¿Por qué estás gritando de esa forma? – preguntó una
voz que venía del estudio y un segundo después una mujer en una bata
negra y con un gran libro en la mano apareció en la sala.
Eleanor Baker dejó caer el libro al piso llevándose una mano a la boca, aún
sin poder pronunciar palabra. Sus ojos iridiscentes se llenaron de lágrimas
mientras contemplaba en silencio la figura de Terrence de pie frente a ella,
justo en medio de la sala. Mismo lugar en que lo había visto por última vez
dos años antes.
Madre, – Terri le dijo con voz temblorosa - ¡He regresado! – fue todo lo que
fue capaz de decir al tiempo que su madre extendía sus brazos hacia él.
¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Terri, mi querido niño! – gritó la mujer mientras lo
abrazaba, agradeciendo a Dios por la gracia de tener a su hijo de regreso.
Ella comprendió entonces que sus noches de insomnio habían terminado.
El gozo de este día paga por cada lágrima que hemos podido derramar,
Terri – contestó la mujer sabiendo que acababa de decir la mejor línea de su
vida hasta ese entonces.
Aquel fue un día de fiesta en la casa de los Baker y Felicity Parker, por
primera vez en su carrera como ama de llaves, no pudo pensar en las
provisiones que quedaron totalmente olvidadas en la cocina. La buena
mujer estaba tan conmovida por los acontecimientos que decidió dejar la
responsabilidad en manos de la cocinera mientras ella se tomaba unas
píldoras para calmar su azorado corazón. Después de todo, ya no era tan
joven como antes.
Una suave brisa recorría la ciudad la tarde cuando Candice White llegó a
París. Sin saberlo, el carruaje en que viajaba la llevó a lo largo del Boulevard
Saint Michelle, forzándola a vivir de nuevo la tarde que había pasado al lado
de Terri. Una vez más contó los días que tendría que esperar mientras
viajaba a Inglaterra y luego a Nueva York. Si lograba tomar el barco en
Liverpool como había planeado, estaría en casa para el siete de diciembre
¡Apenas si podía esperar a que llegara ese día!
Tan pronto como la guerra hubo terminado ella había pedido su baja, pero
no recibió respuesta en algunas semanas. Sin embargo, cuando ya casi
había perdido la esperanza y empezaba a aceptar que tendría que pasar las
fiestas navideñas en Francia, recibió la autorización para regresar a casa. La
joven leyó y leyó varias veces aquellas breves líneas en las cuales el
gobierno de su país le agradecía por sus valiosos servicios, y a pesar de eso
lo único que ella podía comprender mientras la lágrimas rodaban por su
mejillas, era que estaría pronto con aquellos que amaba, celebrando la
Navidad como lo había prometido a todos sus amigos el año anterior.
Estoy tan contenta por ti ,Julie, – Candy le dijo sonriente – Ahora podrás
volver a pensar en adoptar un niño. Prométeme que lo harás.
Eso dalo por hecho, – dijo Candy a Julienne y luego volviéndose a Flammy le
preguntó a la morena sobre sus planes para el futuro.
Flammy quiere decir que tiene un nuevo amigo y no está muy segura de
querer dejar Francia tan pronto, – explicó Julienne ayudando a Flammy a
expresar lo que sentía.
Eso están haciendo ¿Eh? – Candy sonrió con malicia – Tú e Yves, supongo
que quieres decir.
Si, aparentemente la pasó mal en el frente. Una bala le rozó una pierna y
estará temporalmente cegado debido al efecto de los gases de iperita, pero
sobrevivirá, – Julienne le informó a Candy en detalle. – Desde su llegada
nuestra amiga aquí presente lo ha cuidado muy bien.
¡Cielo Santo, chica! – Candy exclamó alegremente – Esto es lo que lo llamo
escrito en el cielo.
¡Ay, Candy! – rezongó Flammy. – No exageres las cosas. Sólo somos amigos,
ya te lo dije.
Está bien, está bien, – respondió Candy con un suspiro.- Dejemos que el
tiempo diga la última palabra en el asunto, – admitió, pero internamente
deseó con todo el corazón que la vida pudiera al fin recompensar a Flammy
por los sufrimientos pasados.
A pesar de ello, Candy había aprendido que las despedidas y partidas son
una parte de la vida humana que no podemos evitar y con esta convicción
abrazó por última vez a sus dos amigas. Las tres mujeres lloraron en un
abrazo triple, y aún Flammy no pudo contener sus emociones al tiempo que
agradecía a Candy una y otra vez por su obstinado cariño que había
terminado por conquistar la amistad de la joven morena, a pesar de su
resistencia. La rubia, conmovida hasta el alma, deseó a sus amigas lo mejor
para los años venideros y finalmente dejó el hospital San Jacques
caminando lentamente a lo largo de los antiguos corredores y cuando pasó
por el jardín interior, sus ojos fueron atraídos por el milagro de una florecita
que aún resistía a las congeladas ráfagas del otoño. Candy tomó la flor
consigo presionándola dentro de su misal, como un recuerdo del país donde
había calmado sus penas, hecho nuevos amigos, recobrado las esperanzas
perdidas y reencontrado el verdadero amor.
La joven fue también a ver al Padre Graubner, pero el buen hombre había
sido enviado a Lyon para hacerse cargo de una iglesia. Así que ella no le
pudo ver por última vez y pensó que tal vez así era mejor, porque hubiera
sido muy difícil decirle adiós a un hombre a quien ella sentía deberle tanto.
Por último, el día primero de diciembre, Candy estaba en Liverpool,
esperando por le barco que la llevaría de regreso a Nueva York.
[pic]
Sí, señor – dijo el hombre asintiendo con la cabeza que ya tenía algunas
hebras plateadas en la melena que habías sido siempre tan negra como la
noche más negra – En unos minutos más los accionistas llegarán.
Sabe usted señor. Yo trabajé para su padre desde mi juventud y en todo ese
tiempo tuve el privilegio de observarlo hacer tratos e idear modos de
mejorar los negocios familiares que él, a su vez, había heredado de su
padre. Siempre lo vi lleno de energías y entusiasmo. Amaba su trabajo y
disfrutaba cada segundo que invertía en esta oficina hasta que tuvo que
dejarnos. Sin embargo, cuando yo lo veo trabajar a usted, a pesar de todo el
talento que usted obviamente tiene para hacer negocios, puedo decir con
certeza que no disfruta su trabajo sino que lo sufre como si fuese un castigo
¿Me equivoco, señor? – preguntó el hombre mirando directamente a los ojos
celestes de Albert.
Albert sonrió sintiéndose mejor al tiempo que se daba cuenta que aquel
hombre prudente que había sido algo así como un hermano mayor para él,
aprobaba sus decisiones.
William Albert tomó su lugar y con voz calmada dio una detallada
explicación sobre el estado de las empresas Andley. El joven continuó por
más de una hora informando sobre los cambios que había hecho en la
compañía desde que se había hecho cargo de su destino tres años antes.
Clarificó los recientes movimientos y las nuevas adquisiciones y finalmente
añadió un reporte prospectivo sobre el futuro de la compañía para los
siguientes cinco años. Cuando hubo terminado su discurso hizo una pausa
por un segundo y después de tomar algo de agua anunció:
La Sra. Elroy abrió la boca pero no pudo moverla aún cuando trato de
articular una queja. Albert continuó su discurso explicando a los accionistas
que él estaría viajando por un largo tiempo, y de ahí su decisión de dejar el
negocio de la familia en manos de Archie.
Albert tomó unos minutos más para despedir a los miembros de su familia,
uno por uno, y cuando hubo concluido con el último, el joven dejó a Archie y
a George en el salón. Estaba consciente de que finalmente había llegado la
hora de enfrentar a su abuela. El joven caminó lenta pero firmemente a su
oficina, tratando de mantenerse concentrado en el objetivo en el cual había
soñado dirigirse por largo tiempo.
¿Podrías decirme por favor por qué estás tomando esta decisión
descabellada, William? – preguntó la anciana tan pronto como su nieto entró
a la oficina. – Simplemente no puedo creer que estés dejando a Archie solo,
dando la espalda a tu familia de esta forma tan irresponsable, – reprochó la
vieja amargamente.
Lo sé, abuela, y te ofrezco mis disculpas, aunque pienso que esto fue la
cosa más conveniente que yo podía hacer, - continuó Albert con firme
convicción en su voz.
Tienes todo muy bien planeado ¿No es así, abuela? – preguntó Albert
empezando a perder la paciencia con la anciana. – Pero me temo que mis
proyectos jamás coincidirán con los tuyos. Lo siento mucho, pero no voy a
vivir mi vida como tú lo deseas.
Pero lo habías hecho tan bien hasta ahora, – Elroy dijo aún renuente a
aceptar la realidad.
¡Es culpa de esa hospiciana! – la dama dijo entre sollozos. Su voz se había
vuelto una mezcla de frustración y resentimiento. – Desde que llegó a la
familia todo ha sido tragedia!
[pic]
Capítulo XV
Reencuentros
Parte II
Archie miró sus dedos enguantados por la centésima vez aquella mañana
mientras el auto lo llevaba a él y a su tío a lo largo de las calles ajetreadas.
El joven despejó su frente de los mechones color arena que le caían encima
y trató de cambiar de posición sobre el asiento del auto una vez más, pero
aún así no dejaba de sentirse incómodo. Albert lanzaba una mirada vigilante
sobre su sobrino de vez en cuando, aún preguntándose si no había sido un
error el traer a Archie consigo, pero después se decía a sí mismo que no
había tenido opción ya que el joven había insistido tan vehementemente.
Albert esperaba que Archibald cumpliría su promesa de comportarse como
un caballero.
¡Me parece increíble verte después de tanto tiempo! – Terri dijo a su amigo -
¡Casi ocho años desde que te vi por última vez en Londres!
Bueno, puede que haya crecido un poco, pero aún conservo el talento para
meterme en problemas. Aunque tú no te estás haciendo más joven
tampoco, - Terrence respondió riéndose francamente y luego se volvió
hacia el otro joven rubio detrás de Albert. Terrence sonrió amablemente a
su antiguo condiscípulo. – Me alegra verte de nuevo, Archie. Ha pasado
mucho tiempo desde la última vez que nos encontramos en Chicago ¿No es
así? – dijo el joven ofreciendo su mano.
Así es. También me alegra verte, – fue la diplomática pero fría respuesta de
Archie, aunque Terrence no lo notó. Estaba tan feliz, sintiendo que el
momento de tener a la mujer que amaba entre sus brazos estaba más cerca
a cada segundo.
Albert y Terri continuaron hablando por largo rato mientras Archie seguía la
conversación sin mucho interés. La cena duró por horas que parecieron
interminables para el hombre de ojos cafés, pero resistió lo mejor que
pudo, tratando de convencerse de que lo único que importaba era que
Candy llegaría al día siguiente y que podría verla de nuevo. Eso era todo lo
que quería, y no le importaba si ella se había convertido en la esposa de
Terri o en la reina de Saba, él necesitaba verla aunque, para los ojos de la
joven, él solamente pudiera ser el viejo primo Archie.
Es sólo que estoy muy emocionado porque ella estará aquí mañana . . . –
trató de convencerse, pero a pesar de sus esfuerzos por permanecer
calmado, la aurora lo sorprendió aún inmerso en las mismas cavilaciones.
Bueno, señor, ellos me dieron información sobre el barco, pero me temo que
no se trata de buenas noticias – intentó explicar el hombre lo mejor que
pudo.
Archie miró a Albert sin creer realmente lo que sus oídos acababan de
escuchar, deseando haber soñado lo que George estaba diciendo. Sin
embargo, cuando vio el terror reflejado en los ojos de Albert se dio cuenta
de que en efecto estaba despierto.
Sí, Sr. Andley, – anunció George – pero aún no tienen una lista con los
hombres.
No fue hasta ese momento que Albert se acordó de Terri y se volvió para
mirar al joven quien estaba aún sentado sobre la banca donde habían
estado esperando hasta entonces. Sus ojos estaban perdidos en el distante
horizonte azul, como si estuvieran totalmente ajenos a cualquier
preocupación mundana. Su rostro se había puesto blanco como la cera,
dándole una apariencia lánguida que le recordaba a Albert la cara de su
hermana Rosemary durante los últimos días antes de su fallecimiento.
Dándose cuenta de que el joven no había abierto la boca desde que George
había salido de la oficina, Albert comprendió que Terri estaba en un clase de
estado de shock.
Pero el joven no emitió respuesta alguna. Sus ojos se hallaba fijos en las
aguas macilentas que bañaban el dique, mientras sus manos descansaban
sobre sus rodillas. Albert observó que estaban crispadas sobre los
pantalones del joven, temblando de manera casi imperceptible.
Nadie dijo eso Terri, – replicó Albert tratando de sonar tranquilo pero
sintiendo que su fe se comenzaba a desvanecer poco a poco dentro de sí.
¡Perfecto, porque ella está bien! – afirmó Terri con una convicción que
asustó a los tres hombres que estaban con él - ¿Acaso ustedes planean
quedarse todo el día aquí? – preguntó a sus compañeros.
¡No es así! – gritó el joven a Archie como si éste hubiese pronunciado una
blasfemia - ¡Ni siquiera lo digas! ¡Ella está bien! – insistió casi en un rugido.
Está bien, Terri – nadie está diciendo lo contrario, – Albert trató de mediar. –
Ahora por qué no nos vamos a tu casa para tratar de discutir lo que vamos a
hacer en estos dos días hasta que sepamos donde está Candy? ¿Te parece
bien? – preguntó el hombre mayor y Terri solamente asintió con la cabeza
volviendo a su mutismo.
Los cuatro hombres se subieron al auto y pronto éste era solamente una
mancha que terminó por desaparecer en la distancia.
Las cuarenta y ocho horas que siguieron fueron muy parecidas a una
estancia en el infierno, aunque para cada uno de los jóvenes la experiencia
fue marcadamente diferente. Archie era tal vez el más pesimista de los tres.
Desde que había escuchado las noticias sobre el naufragio, el muchacho se
hundió lentamente en una lúgubre depresión, sintiendo cómo los dolores
que dormían en su corazón comenzaban a despertarse nuevamente. Sin
saber cómo enfrentar la desesperante situación y ese anticipado
sentimiento de pérdida, simplemente dejó fluir sus angustias en un
inconsciente despliegue de irritación y descortesía que la gente a su
alrededor tuvo que sufrir.
Puede haber un error, – dijo finalmente a boca de jarro. – No creo que ella
esté muerta, – repitió y con cada palabra se sentía más seguro de su
presentimiento.
Albert se desplomó sobre el sofá haciendo descansar sus codos sobre sus
rodillas y enterrando el rostro en las manos. Sintió que sus últimos restos de
fuerzas se habían extinguido en esos momentos. En su mente, mientras
lloraba silenciosamente sin mirar a Terri quien se había sentado a su lado, el
joven rubio revisaba sus recuerdos de la niñita sonriente que había conocido
en la Colina de Pony. Vio de nuevo a la chiquilla rubia llorando bajo la lluvia,
la niña dulce que había rescatado de la cascada, la adolescente
desconsolada que no sabía qué hacer cuando la muerte se había llevado a
alguien que ella amaba, la muchacha rebelde que se había escapado del
colegio, y especialmente, a la joven que le había ayudado
desinteresadamente durante aquella dura época cuando estaba enfermo y
nadie confiaba en él porque no podía recordar su pasado.
El joven hizo memoria de los tiempos en que había vivido con Candy en
aquel pequeño apartamento en Chicago, los incontables buenos momentos
que habían compartido, las risas y también las lágrimas. Más tarde, le
vinieron a la mente imágenes de los años que habían seguido, años en los
cuales la mujer en que ella se había convertido le había ayudado a enfrentar
su soledad y sus más odiadas responsabilidades.
¿Sí, Terri? –le preguntó el rubio volviéndose a ver a su amigo con los ojos
transfigurados por el dolor
¿Qué piensas hacer ahora? – inquirió el joven.
Albert – dijo Terrence con una mirada esperanzada , su voz aún insegura –
tengo . . . tengo una . . . .clase de corazonada . . . .sólo dame un día.
Esperemos un día más antes de avisarle a los demás.
Pero Terri , - objetó Albert, – no hay ninguna esperanza ahora. Ella no pudo
haber sobrevivido en esa tormenta.
Lo sé, es ilógico – insistió el hombre más joven – aún así, es lo único que te
pido . . . por favor.
Sr. Grandchester – dijo una tímida voz femenina del otro lado de la puerta –
le traje su cena – insistió la mujer llamando a la puerta pero sin recibir
respuesta – Sr. Grandchester, por favor ¡Tiene que comer algo!
Sólo déjame solo, Bess, – replicó el joven con voz ronca y la mujer obedeció,
pero a pesar de las órdenes de Terri, ella dejó la bandeja sobre una mesita.
Terri sabía que esperar un día más podría no hacer ninguna diferencia. La
única esperanza que le quedaba era que un barco proveniente de
Southampton que llegaría al día siguiente y él sentía la necesidad de
esperar, aún si eso no parecía una idea muy razonable.
El cálido líquido bañó su garganta seca mientras su mente giraba sin parar,
haciéndolo caer en una especie de estado hipnótico. Nada, sin importar
cuánto lo intentase, podía traerle calma. Sin embargo, tampoco estaba
angustiado, no había derramado ni una sola lágrima y no era capaz de
describir la mezcla de sensaciones que estaba experimentando. Era como si
su vida se hubiese detenido en medio de la nada.
Hay un barco que viene de Southampton cada tres semanas el día miércoles
por la mañana- fue la simple respuesta de Terri.
Terri, no estás pensando que Candy puede venir en ese barco ¿O sí? –
inquirió Archie frunciendo el ceño.
Tengo una corazonada, – el joven moreno respondió simplemente.
Unos minutos más tarde el sonido de una sirena irrumpió en el aire y los
jóvenes pudieron ver cómo un barco pequeño entraba al puerto con ritmo
lento. Entonces, cuando la silueta de la nave pudo observarse claramente
en el horizonte, el corazón de Terri dio un vuelco haciéndole sentir un suave
calor que le trepaba por los poros a pesar del frío de la mañana.
¿Cómo puedes decir eso, Terri? – le preguntó Archie más preocupado por la
cordura de Terri.
¡Candy!- gritó él, al tiempo que olvidaba totalmente la amargura de los días
anteriores ante la vista de la mujer que corría en su dirección. El corazón no
le había mentido, así como tampoco lo había hecho en el pasado. Por cierta
razón que él ignoraba ella no había viajado en el S.S. Reveer, pero en ese
momento lo único que le importaba era que ella estaba a salvo y que
gritaba su nombre llamándole.
¡Terri! – volvió ella a llamarle, abriendo los brazos y arrojando a sus pies la
maleta, al tiempo que un par de brazos fuertes rodeaban su cintura.
¡Candy, mi amor! – dijo Terri ahogando su voz en los rizos de Candy que
caían libremente sobre los hombros y espalda de la joven.
Estás aquí. Eso es lo único que me importa, – replicó él al tiempo que sus
ojos trataban de memorizar cada línea en la apariencia de la muchacha
aquel día, desde el sencillo abrigo gris que llevaba puesto, hasta la brillante
sonrisa que tenía en los labios. El joven se dijo que ella estaba aún más
hermosa que la última vez que la había visto. La joven, por su parte, lo
miraba con el mismo cariñoso asombro, usando sus dedos para despejar la
frente del joven de unas cuantas hebras castañas que le caían sobre el
rostro.
¡Ay Albert! ¡Te necesité tanto todo este tiempo! ¿Me perdonarás por partir
sin haberte dicho nada sobre mis planes? – le preguntó ella mirando a los
bondadosos ojos azules y descubriendo que estaban enrojecidos por las
lágrimas.
¿Por qué lloras, Albert? – preguntó ella asombrada porque nunca le había
visto tan conmovido - ¡Este es un día feliz! ¡Vamos, alégrate
La muchacha dejó los brazos de Albert para ver al joven de cabellos color
arena que la miraba enmudecido. En el tiempo que dura un suspiro, Candy
recordó su infancia y todas las cosas que había compartido con su primo
desde el día en que se habían conocido accidentalmente una mañana de
primavera. Archie era, después de todo, uno de esos lazos dorados que la
unían con su pasado y la gente que ella había amado y perdido alguna vez.
Naturalmente movida por la familiaridad que los unía, la joven sonrió a su
primo y lo abrazó fraternalmente.
Gracias por venir a recibirme, verte aquí me hace sentir como si Anthony y
Stear también estuvieran aquí conmigo, – sonrió ella y Archie comprendió
que a pesar de las nuevas distancias que lo separaban de la joven rubia,
siempre habría un vínculo especial entre ellos dos. Desafortunadamente, el
joven sabía que eso no le bastaba.
Te prometo que no volveré a dejar a mis amigos por tanto tiempo, – se rió
ella, pero inmediatamente después sus ojos buscaron a su alrededor
tratando de encontrar un rostro - ¿Dónde está Annie? – preguntó perpleja.
Bueno, no pudo venir con nosotros porque su madre ha estado un poco
enferma, – mintió Archie como ya había sido previamente acordado, – nada
de cuidado, pero ella no quiso dejarla sola. De todas formas, estará
esperándote en el Hogar de Pony para esta Navidad. Prometiste pasar las
fiestas con nosotros ¿Recuerdas?
Candy, hay demasiada gente aquí, – dijo Terri acercándose a su esposa una
vez que ella hubo saludado a sus parientes. – Creo que será mejor irnos –
sugirió y ella apoyó la idea permitiendo que el joven le echara el brazo
alrededor de los hombros. En brazos de Terri, la joven sentía que había
llegado a casa.
Sí, diez hombres solamente, pero no creo poder decirte sus nombres.
Estábamos tan preocupados por ti que ya no hice más preguntas acerca de
ellos, – explicó Albert con seriedad. Su voz había recobrado su ritmo y
normal tranquilidad.
Podríamos preguntar a la Embajada Británica más tarde, si así lo deseas, –
sugirió Terri.
¡Oh sí, por favor! Me sentiría muy mal si ese hombre hubiese muerto en mi
lugar, – dijo la joven con tristeza.
Así pues, los Andley determinaron regresar a Chicago al día siguiente para
poder arreglar los detalles de la cena de Navidad en el Hogar de Pony,
mientras que los Grandchester se quedarían en Nueva York por unos días
más, a fin de que Candy pudiese descansar de su viaje, para luego alcanzar
a sus amigos en Lakewood. Después de la cena Albert, Archie y George se
despidieron porque partirían muy temprano al día siguiente. Más tarde,
también los Grandchester dejaron la casa de la Sra. Baker.
Hace frío aquí afuera, – dijo ella con los ojos iluminados y extendiendo su
brazo izquierdo para ofrecerle su mano al joven. – Entremos.
Él la guió a lo largo del corredor hasta la alcoba principal y cuando ella abrió
la puerta fue sorprendida por la placentera vista de una recámara decorada
en blanco, contrastando con los muebles de madera y algunos acentos
azules aquí y allá. En otras circunstancias Candy hubiese pasado un buen
rato admirando cada detalle de la habitación, desde los amplios ventanales
cubiertos con cortinas de encaje y terciopelo hasta el lecho con dosel. Pero
la cálida presencia a su lado no la dejaba pensar en otra cosa que no fuese
el encuentro íntimo que ella sabía claramente estaba a punto de darse.
Sintió el aliento de él en su nuca y la manera en que tiernamente la hacía
girar para mirarle a los ojos. Un sentimiento de déjà vu llenaba el ambiente
y la hacía temblar ante la expectativa.
Él la sostuvo aún más de cerca de modo que podía murmurarle al oído con
el tono más quedo y aún así ella era capaz de entender claramente sus
susurros.
Todo está bien ahora, mi amor, – le murmuró al oído, – todo estará bien de
aquí en adelante,- lo tranquilizó ella con ternura.
Entonces yo también tengo algo que debo regresarte – replicó ella y, sin
darse cuenta de la sutil seducción implicada en sus movimientos,
desabrochó los dos primeros botones de su blusa para quitarse la cadena de
plata con el anillo de esmeralda, el cual devolvió a su dueño. El joven sonrió
y tomó el anillo dejándolo descuidadamente sobre una mesa cercana, más
interesado en el cuello nacarado que se había expuesto ante sus ojos.
Tu sabor – dijo él antes de que sus labios cubrieran los de ella con renovado
ánimo. El hombre exploró con ardor dentro de la boca de la joven, ya
incapaz de contener sus impulsos por más tiempo y Candy sintió que su
cuerpo era envuelto por un calor que empezaba a crecer desde su
abdomen, haciéndole sentirse mareada, al tiempo que las manos de Terri
estrujaban sus curvas a voluntad. Ella cerró los ojos y se abandonó a la
gratificante sensación de la boca de él ahondando en la suya liberalmente.
No pasó mucho tiempo para que la joven respondiera a las caricias de su
esposo con la misma pasión. - Te he deseado tanto que el cuerpo me dolía
por no tenerte para verter toda esta ansiedad, – musitó él mientras su boca
se hundía en el cuello de ella. La joven sentía con claridad la manera en que
su cuerpo se rendía ante los avances de su marido, siguiendo su guía,
dando y tomando en aquel intercambio amoroso. Caminaron con pasos
lentos hacia la cama, quitándose con nerviosismo la ropa que se había
vuelto innecesaria.
Los largos meses que habían estado lejos el uno del otro, la angustiosa
espera, la idea de que ella estaba muerta, las pesadillas que la muchacha
había sufrido mientras él peleaba en Argona . . . . todos esos
apesadumbrados temores que los habían perseguido y todas esas urgencias
juveniles reprimidas por tanto tiempo colisionaron en un segundo y juntos
dieron luz a una nueva hoguera. La flama se encendió con chispas nerviosas
haciendo renacer la pasión franca, más intensa, más audaz, más abierta, sin
temores. . . . sin otro límite que el deseo amoroso que los movía a
complacerse mutuamente.
Por la pasión expresada en los suaves gemidos de ella, él supo que su mujer
estaba lista para conocer en sus brazos las más atrevidas caricias que el
amor puede inspirar. Sonrió otra vez, sabiendo que aún tenían que
aprender juntos muchas nuevas formas de complacerse el uno al otro. Pero
no tenían prisa, la noche era aún joven y después de esa vendrían otras
muchas noches más. Así que se amaron irreverentemente, de la manera
fresca y pura con la cual concebían el amar y ser amados, de un forma que
podría haber escandalizado a los puritanos y mojigatos de su tiempo, de la
manera que Dios diseñó el amor en su toda su perfección.
Se entregaron el uno al otro, rieron y bromearon y conversaron y se
confiaron mutuamente sus secretos, compartieron su música interior
viajando en la marea de un pacífico sueño. El primer sueño absoluto y total
que él pudo conciliar en mucho, mucho tiempo. Lo último que él pudo
recordar de ese momento fue el peso de una cabeza dorada que
descansaba sobre su pecho desnudo y el callado sonido de la respiración de
Candy mientras dormía.
¡Grandioso! – se dijo, - ahora estoy desnuda, con frío y mis pijamas están
perdidas.
Fue entonces cuando observó que había un gran cofre de madera cerca del
pie de la cama. Encima de éste, alguien había dejado un juego de pijamas
limpias, tal vez la mucama. Pensando que en ese instante cualquier cosa
sería mejor que nada, la joven decidió probarse la ropa. No obstante,
cuando se dio cuenta de que eran demasiado grandes para ella,
simplemente se puso la camisa dejando de lado los pantalones. Un par de
pantuflas de piel también demasiado grandes para su pie, que encontró
cerca del cofre, completaron su gracioso atuendo.
Deambuló por los cuartos por un buen rato, encontrando que las otras
recámaras en la segunda planta estaban sin amueblar y que el ático estaba
prácticamente vacío. Continuó su gira hasta descubrir una habitación, que a
diferencia del resto de la casa, tenía un carácter particular que hablaba de
su dueño con innegable fidelidad.
Candy husmeó por un rato hasta que sus ojos fueron cautivados por un
barco a escala que decoraba la repisa de la chimenea. Se acercó y sus ojos
verdes se abrieron con asombro al darse cuenta de que era un modelo del
Mauritania. La mirada de la joven recorrió la cubierta de primera clase
mientras las memorias le inundaban la mente.
Veamos. . . ¿Qué podría ser esto? – dijo en voz alta leyendo el título,
“Reencuentros... Nunca he escuchado de esta obra.
¡Eso era lo que yo quería lograr! – se rió de buena gana, muy divertido ante
el rostro asombrado de Candy - ¿Qué la Srta. Pony nunca te dijo que no es
propio de una dama andar curioseando como tú lo estabas haciendo?
Y pensaste que mi estudio sería buen lugar para divertirte. Realmente estoy
enojado con usted señora Grandchester, – la regañó él frunciendo el ceño
con fingida seriedad.
¡Vamos, no frunzas los labios de esa forma! – dijo ella con voz dulce,
parándose y caminando lentamente hacia él – te vas a poner arrugado y feo
si armas una tormenta en un vaso de agua, – sonrió cautivadoramente
mientras acariciaba suavemente el pecho desnudo del joven – Di que no
estás enojado – rogó juguetona.
¡Ay Terri, eres mejor persona de lo que estás dispuesto a aceptar! – la mujer
se rió jugando con el cabello de él cuando sus labios se separaron.
¿De verdad? ¿Y qué hice para merecer ese cumplido? – preguntó él
divertido.
Bueno, muchas cosas, pero la última que descubrí fue esta – dijo ella
señalando al trasatlántico a escala.
Quieres decir que compraste este barco durante el tiempo en que . . . – trató
ella de decir pero luego se interrumpió a sí misma en medio de la frase.
Es verdad.
Pienso que te amo con todas tus excentricidades, Terri – replicó ella
dulcemente, pero luego se detuvo por un segundo.
¿Qué? – inquirió él curioso.
¡Así que tienes curiosidad! – se rió él.- Te podría decir ¿pero qué ganaría yo
si te confío mis secretos?
Te compensaría con mis propios secretos. Hay un diario que escribí para ti,
el cual cambiaría gustosa por una confesión tuya, – lo chantajeó ella.
¡Te quiero tanto! – fue todo lo que ella pudo decir mientras lo abrazaba
fuertemente, deseando poder borrar las pasadas penas que él había sufrido.
Lo sé, Terri, pero no quería que te preocuparas por mi, – replicó ella
bajando los ojos.
¿Vas a hacer eso cada vez que tengas un problema? ¿Me lo vas a ocultar
para que no me preocupe? – preguntó seriamente, poniéndose de pie y
dejando el diario sobre el escritorio, claramente disgustado. Sintiendo que
esta vez él no estaba jugando, ella lo siguió tratando de encontrar la forma
de hacerle olvidar el asunto.
Prometo que no será así, amor. Fue sólo por esta vez porque no había nada
que tú pudieras haber hecho por mí. Saberlo solamente hubiese hecho tus
días en el frente aún más difíciles, – respondió ella con tono meloso
mientras dibujaba pequeños círculos con su dedo índice sobre el pecho del
joven.
¡No hagas eso! – le dijo él con una ligera sonrisa apenas apareciendo en su
rostro.
¿Hacer qué? – preguntó ella con sus labios haciéndole cosquillas al oído del
joven.
¿Eso hago? – dijo con ella con voz apagada - ¿Quiere decir que me
perdonas?
Quiere decir que no hay nada que perdonar. Comprendo que lo hiciste
porque me amas. Sólo no lo vuelvas a hacer . . . y – se detuvo él al ser
interrumpido por un beso en los labios.
¿Y . . .?
¡Y tú eres una bruja pecosa llena de trucos sucios! – dijo él levantándola por
la cintura y llevándola a recostarse en el sofá, donde continuaron sus juegos
amorosos hasta que sintieron frío y regresaron al calor de la cama.
Terri – preguntó ella acunándose en los brazos de él.
Nada más el título, – respondió con ojos inocentes - ¿ Hice algo indebido?
¡¿Escribiste una obra?! – saltó ella sobre la cama abriendo los ojos tan
ampliamente que Terri pensó que se ahogaría en una laguna verde.- Nunca
me imaginé que te interesarías en convertirte en escritor.
Como la primera vez que Albert fue a África, supongo – replicó ella
descansando la cabeza sobre el pecho de él – aunque nunca se sabe a
dónde puede llevarte ese tipo de experimentos.
¿Y qué sería más importante para ti? – preguntó ella curiosa - ¿La opinión de
los críticos o la del público?
Tal vez, pero hay algo que aún no me has explicado – continuó la muchacha
– Dijiste que escribiste la obra como una sorpresa para mi ¿Quiere decir que
me la vas a dedicar? – preguntó con una suave sonrisa.
Ese intento fue muy debilucho. Podrías hacer algo mejor, – replicó él en tono
de broma. – Yo quise decir algo como esto – dijo tomándola de sorpresa y
besándola como si fuese la última vez que iba a hacerlo. Ella respondió a su
caricia olvidándose por un rato de su curiosidad.
Parte III
En casa
Dos hombres rubios se apearon también del auto, pero aún cuando los niños
sonrieron saludándoles con afabilidad, era obvio que el centro de atención
en aquella mañana era la joven rubia con brillantes ojos verdes, quien besó
cada mejilla sonrosada que la recibió con inocente afecto. Algunos niños
nunca la habían visto antes porque se habían convertido en pensionados de
aquella casa durante el tiempo en que la joven había estado ausente, pero
habían escuchado las historias sobre la vivaz lidereza cuya memoria estaba
siempre en la boca de todos aquellos que habitaban el Hogar de Pony.
¡Mi niña! ¡Mi querida niña! – lloraba la Señorita Pony abrazando a Candy con
ternura.
¡Hermana María! ¡Señorita Pony! ¡Mis madres! ¡Mis queridas madres! – fue
todo lo que Candy pudo decir sintiendo que el dolor existe en este mundo
solamente para enseñarnos a apreciar mejor los momentos felices que
compartimos con aquellos que amamos.
Las tres mujeres permanecieron abrazadas por un buen rato hasta que
aparentemente sus ojos acabaron por derramar todas las lágrimas que
habían reprimido por casi dos años. Luego, la anciana soltó a la muchacha
para observarla mejor. Se le veía más alta y espigada. Los días de trabajo
duro seguramente la habían debilitado un poco, haciendo que sus mejillas
luciesen un tanto más pálidas y acentuando su tez ya de por sí
increíblemente blanca. Sin embargo, ella aún conservaba ese aire brioso y
el natural rubor que coloreaba sus labios. Además, había un nuevo y
chispeante lustre en sus ojos verdes que las dos damas nunca habían visto
antes en Candy, el cual la hacía lucir aún más admirablemente hermosa.
Era un cierto tipo de aura refrescante que invadía la presencia de la joven y
contagiaba a todos a su alrededor con una inexplicable sensación de
jovialidad y contento.
¡Luces tan bella y distinguida, mi niña! – fue todo lo que la Señorita Pony
pudo decir antes de que la esbelta figura de la joven morena se acercara al
trío.
Vamos, no seas llorona y entremos a la casa. Traje regalos para todos – dijo
la rubia sonriendo y toda la multitud detrás la siguió al interior de los muros
del Hogar de Pony. La enorme perra que Candy había heredado de su
primer paciente, a pesar de su ya avanzada edad, saltaba entre las piernas
de todos mostrando su gran alegría por la llegada de la única persona que
reconocía como ama, después de tanto, tanto tiempo.
La Navidad en el Hogar de Pony no había sido nunca tan perfecta ante los
ojos de Candy desde los días en que Annie y Tom vivían con ella en la casa.
La Señorita Pony y la Hermana María se veían exactamente iguales como la
muchacha las recordaba antes de su partida a Francia, pero sus rostros
denotaban una alegría extraordinaria nacida del lujo inusual de tener juntos
a sus hijos más queridos. Albert estaba radiante, transpirando satisfacción y
alivio por cada uno de sus poros, lo cual hacía sentir a Candy
profundamente feliz. El Sr. Cartwright y Jimmy se unieron al grupo aquel
mismo día, y la joven rubia se sorprendió placenteramente al darse cuenta
de que el muchacho estaba creciendo tan rápido que ya casi parecía un
adulto. Annie y Archie estaban también a su lado y para mejorar las cosas
aún más, Patty, Tom y la abuela Martha O’Brien llegaron también durante la
mañana. Pero el broche de oro era seguramente el hecho de tener consigo
al hombre que amaba y que en su interior la joven comenzaba a sentir
cómo una nueva esperanza iniciaba su crecimiento. Era sólo un
presentimiento, pero apenas si podía contener su secreto gozo.
Sin embargo, los invisibles lazos que unían al hombre con la rubia eran tan
fuertes que los niños, siendo los seres sensibles que siempre son, poco a
poco percibieron que nadie que pudiese amar a Candy con tan evidente
intensidad, debería ser rechazado por ellos. El hielo terminó por romperse
cuando la joven le dijo a los niños que Terri había luchado en el frente,
noticia que fue recibida con los mas atónitos rostros, incluyendo el de
Jimmy, y seguida por un gran número de preguntas que el joven respondió
gustoso. Terri era un narrador natural y con mente rápida seleccionó
aquellos fragmentos de la realidad que podían ser interesantes y no
demasiado crudos para el joven auditorio. Pronto, toda la audiencia, tanto
niños como adultos, estaba totalmente fascinada en el relato, cautivada por
la experimentada voz del hombre, quien sabía cómo llegar a los corazones
de las personas y seducirlas con su rico repertorio de modulaciones.
Las entrañas de Archie hervían de celos y dolor con cada uno de esos
despliegue públicos de afecto, pero inconscientemente, con cada nueva
prueba del amor de Candy por Terri, el joven millonario comenzaba a sentir
que una enorme barrera crecía separándolo más y más de aquella mujer tan
locamente enamorada de otro hombre. Aún así, su pecho aún le dolía tanto
que era imposible mirar estoicamente.
¿Alguna vez aprenderé a olvidar este sentimiento, Candy? . . . Este amor
que la vida ha vuelto prohibido . . . Este amor no correspondido que nunca
me ha traído más que ansiedades y recuerdos agridulces, y ahora me paga
con indiferencia. – se dijo y suspirando profundamente para ganar fuerzas,
regresó a la sala.
Bien, como todos ustedes saben ,– Terri continuó tomando las manos de
Candy en las suyas, – esta joven dama a mi lado, me honró aceptando ser
mi esposa hace unos meses, pero nuestra boda en París fue solamente
religiosa. Aún cuando no me importan mucho los convencionalismos
sociales, pensé que sería propio y práctico que nos casáramos también
legalmente. Esa es la razón por la cual estos señores están aquí con
nosotros. Así que, Candy ¿Querrías casarte conmigo por las leyes
americanas y británicas?
Los ojos de Candy se suavizaron con las últimas palabras del joven, pero sin
saber como reaccionar a la inesperada proposición simplemente se quedó
muda.
¡Candy! ¡Se supone que debes decir que sí! – dijo la Hermana María, incapaz
de reprimir su usual tono admonitorio.
¡¡Y ahora!! ¡¡Es una mujer adulta!! – respondió la Señorita Pony entre
sollozos.
Olvidé decirte estos pequeños detalles acerca de mi. Te explico luego – Terri
le musitó al oído – pero ahora, por favor, solamente di que sí, – le rogó
poniendo una cara tan graciosa que ella no pudo contener la sonrisa.
Gracias, señor Stewart, pero por favor, llámeme Candy como lo hacen todos
mis amigos, – respondió la joven ofreciendo su mano al hombre con un
gesto amable.
¿Crees que la tía abuela me aceptará ahora que soy condesa? – preguntó
Candy entre risas.
¡Oh no, mi Lord! ¿Cómo podría usted ser indecente? – replicó la mujer
sarcásticamente mientras deshacía su rodete trenzado, dejando caer sus
rizos rubios en una cascada sobre la espalda.
Aunque, creo que mi Lord no tiene intenciones muy decentes ahora, – dijo
ella con una risita sintiendo que él deslizaba hacia abajo los tirantes de su
corpiño, acariciando sus hombros desnudos.
Tus manos y tus ojos traicionan a tus palabras, – contestó ella sintiendo los
dedos de Terri en su espalda
El joven pensó que nunca había disfrutado de una Navidad como la que
acaba de experimentar en aquel pequeño lugar entre las montañas. No
tenía muchas memorias felices de su infancia y las pocas que podía
recordar se veían siempre nubladas e imprecisas. No obstante, de repente
ya no importaba más porque la vida parecía estarle recompensando por lo
que le debía. Estaba decidido a crear nuevas memorias con aquellos que él
amaba, recuerdos que serían dulces, claros e inolvidables.
¿Estás insomne esta noche, Archie? – preguntó al hombre que aún no había
notado su presencia.
¿Molestarme? No, no es solamente eso lo que has hecho desde que llegaste
a mi vida. - repuso el joven.
Terri, que nunca había sido un santo, se dio la vuelta y miró a Archie directo
a sus ojos color ámbar, descubriendo el franco resentimiento que el joven
guardaba contra él.
Bien, Archie – comenzó desafiante, – ya que estás tan de humor como para
una conversación, me gustaría saber si ha sido sólo mi imaginación esta
cierta . . . hostilidad hacia mi persona que he sentido en ti últimamente.
Yo jamás la habría lastimado así, porque la amo más que a mi propia vida, –
replicó Archie con arrogancia.
¡Lo hice porque Candy me lo pidió! – fue todo lo que Archie pudo decir en su
defensa.
¡Muy bien! ¡Y yo rompí con Candy porque ella me pidió que cuidase de
Susana! – Terri continuó. – Entonces, tú y yo no somos tan diferentes y no
se me puede culpar a mi más que a ti, amigo.
Archie trató de defenderse de aquella nueva acusación, pero en el fondo
comprendió que Terri tenía razón, así que se quedó callado.
Esa filosofía suena muy conveniente para ti, – Archie miró de nuevo a Terri
con amargura.
Aún así, no me pidas que sea tu amigo cuando ya sabes mis sentimientos, –
insistió Archie menos agresivamente.
Desearía que las cosas hubiesen sido diferentes entre los dos – dijo
finalmente, – Aún más, todavía espero que algún día la situación cambie
para ambos.
¿Si?
Por favor, nunca dejes que ella se entere de mis sentimientos, – suplicó
Archie tragándose su orgullo.
Terri asintió pero antes de dar la espalda para salir del cuarto decidió que
todavía tenía algo que decir.
Charles Ellis sorbió una vez más el café y encontró que ya estaba frío, así
que dejó de lado la taza con fastidio. Dobló su cuerpo para leer otra vez la
última línea que había escrito en la máquina de escribir y por la centésima
vez se preguntó si pasaría toda su vida haciendo la misma frívola labor.
Trabajaba para el New York Times, eso era algo de lo que estaba orgulloso,
pero ser reportero de la sección de espectáculos no era su idea de una
carrera interesante. Tenía treinta años y era demasiado ambicioso para
pasar su tiempo persiguiendo a prima donas arrogantes. volubles estrellas,
o todo clase de evasivas celebridades. Amaba el arte pero soñaba con la
acción de la sección de política.
¿Qué pasa Ruddy? – preguntó Ellis sin despegar los ojos de las páginas que
estaba mecanografiando.
¡Ay no! ¡Ese mocoso presuntuoso de nuevo! ¿De verdad tenemos que
cubrir esa nota?- preguntó Ellis molesto.
¿Pero cómo sabes que estará aquí mañana? – preguntó Charles borrando un
error en su reportaje.
Como si me importaran los romances del muchachito ese, cuando hay otras
muchas noticias interesantes que podría estar cubriendo, – respondió Ellis
con desdén.
A las diez treinta y cinco el tren llegó finalmente y los pasajeros empezaron
a descender con lentitud. Los reporteros esperaron calmadamente hasta
que el hombre que buscaban apareció en escena, usando un sobretodo
negro, traje oscuro y su usual aire de arrogancia. Con un par de fríos ojos
azules, el hombre miró a la multitud que estaba obviamente esperándolo, y
ladeando un poco la cabeza murmuró unas cuantas palabras a la joven que
se sostenía de su brazo. La dama, vestida en un abrigo verde oscuro con
una falda del mismo color, ocultaba su rostro detrás de un velo de tul que
ornamentaba su sombrero.
La pareja comenzó a caminar a lo largo de la plataforma seguida de dos
hombres que llevaban el equipaje y la multitud de reporteros que hacían
llover preguntas a cada paso. El joven avanzó naturalmente sin responder a
las cuestiones de la prensa mientras las cámaras continuaban haciendo
estallar sus luces sobre él y su acompañante. Ellis, como el resto de sus
colegas, empujaba a los que estaban en frente de él y cada vez que le era
posible, lanzaba al aire una pregunta al tiempo que Ruddy se esforzaba por
tomar una buena foto de la pareja.
Candy, – dijo ella con sencillez y el auto aceleró dejando atrás al grupo.
¡Por supuesto! Justo a tiempo, cuando ella descubrió su cara, una cara
bonita, por cierto. El mocoso presuntuoso no tiene mal gusto, – sugirió el
pelirrojo con una sonrisa.
¿De verdad? ¿Dónde? Haríamos una nota increíble si pudiéramos incluir los
detalles de su origen.
¡Olvídalo! Tenemos que dejar lista la nota para el suplemento – dijo Charles
con decisión.
Había sido una celebración de Año Nuevo más en la mansión de los Leagan.
El salón de recepciones de la casa y el jardín estaban en completo
desorden, todos cubiertos de serpentinas y confeti. La champaña había
corrido libremente en todos los vasos con la lógica consecuencia de varias
toneladas de basura y uno que otro cuerpo inconsciente de algún invitado
que aún yacía en el suelo.
Eliza se despertó muy tarde, después del medio día, con un terrible dolor de
cabeza taladrándole las sienes. Se sentó sobre la cama y con una mano hizo
sonar la campanilla para llamar a la mucama, que inmediatamente apareció
en la alcoba con la usual poción que le daba a su patrona cada vez que ésta
sufría una resaca. Eliza miró a su reflejo en el gran espejo de su recámara y
recordó que había estado esperando a Archie en vano. El joven nunca había
llegado a la fiesta poniéndola del peor humor posible con ese desaire y
arruinándole la noche. Después de todo, la joven había pasado horas
acicalándose para lucir lo más seductora posible, sólo para probar suerte
con su primo, quien se había convertido en su nuevo blanco, especialmente
cuando estaba libre y había sido nombrado jefe de la familia recientemente.
Ay, querido Archie, ahora eres lo que yo llamo un buen partido. No me voy a
dar por vencida tan fácilmente. Este fue solamente mi primer intento –
pensó y se levantó de la cama para ponerse su bata de seda. Luego,
tomando una copia del New York Times en una mano y un vaso con su
poción en la otra, dejó la habitación. – Feliz Año Nuevo, hermano – la joven
dijo alegremente al irrumpir en la alcoba de Neil que aún se encontraba en
tinieblas.
Neil intentó recordar los ojos de la joven pero aún esa imagen comenzaba a
borrarse en su memoria. Tres meses más y serían ya dos años desde la
última vez que la había visto. Tal vez el recuerdo de las hermosas pupilas de
la muchacha comenzaba a desvanecerse en su cabeza, pero para su
desgracia, los sentimientos encontrados que ella le inspiraba estaban aún
frescos. El joven secó sus cabellos color marrón con movimientos enérgicos
de la toalla mientras se preguntaba, una vez más en un millón de veces,
cómo podía odiar y desear a la misma mujer con tanta intensidad.
¡ Maldita perra! – gritó la joven acremente – ¡Al fin se salió con la suya, esa
huérfana muerta de hambre!
¡Oye! ¿Cuál es tu problema, Eliza? – preguntó Neil irritado por los alaridos
de su hermana – te dije que no subieras la voz. ¡Tengo un horrenda jaqueca!
– se quejó el hombre saliendo del baño.
Neil tomó el diario con manos vacilantes y vio la foto que mostraba a Candy
elegantemente vestida y caminando del brazo de Terri. Su rostro estaba
cubierto por el velo de un sombrero pero sólo en caso de que hubiese
alguna duda sobre la identidad de la joven, ella volvía a aparecer sonriente
y en un acercamiento, en una segunda foto.
No hay diferencia ¡Los dos son unos infelices y unos bastardos! – concluyó
la mujer desplomándose sobre un sofá - ¡Yo debería haber estado en su
lugar! – masculló amargamente - ¿Te das cuenta de lo que esto significa?
¡Por supuesto! ¡ Que el idiota inglés esta acostándose con la mujer que yo
quería para mi! – barbotó Neil iracundo.
Llamo a Buzzy para conseguir una nueva dosis. Creo que la necesito –
explicó.
Entonces dile que estoy disponible esta noche. Necesito hacer algo para
olvidarme de esto.
Dos enfant terribles unen sus destinos – Terri se carcajeó leyendo en voz
alta mientras bebía algo de té – ¡Este Ellis es muy gracioso! Le encantan los
títulos grandilocuentes.
¿Conoces al periodista que escribió la nota? – preguntó Candy tratando de
acomodar sus indomables rizos. Estaba sentada sobre la cama, junto a
Terri, después de que ambos habían acabado de desayunar.
Bueno, una vez me probó que era lo suficientemente honesto como para no
publicar algo que yo le había dicho cuando estaba demasiado borracho
como para mantener la boca cerrada, – dijo el joven al tiempo que
disfrutaba las caricias de la muchacha en su cuello.
Pero yo estoy mirando algo mucho más lindo que eso, – repuso él dejando la
taza vacía y el diario sobre la mesa de noche - ¡Ven acá! – le ordenó
dulcemente abriendo los brazos. La mujer no le hizo esperar.
Feliz Año Nuevo – le dijo ella rodando con él bajo las sábanas.
¡Ay no! ¡Esto no es nada!- replicó Joseph, uno de sus colegas - ¡Lo deberías
de haber visto antes! ¡Eso sí que era un infierno! ¡Nada parecía
complacerle! ¡Ahora se ha amansado mucho! Está algo nervioso por causa
de la premier, pero ya se le pasará.
Por otra parte, durante los días en que él estaba de mejor humor, lo cual
sucedía más y más a menudo, los sirvientes pudieron descubrir que el joven
podía ser una persona encantadora. Era claro que la señora Grandchester
sabía cómo manejar los hilos secretos en el corazón del joven.
¡Es conmovedor ver cómo la ama! – comentó Bess con Lorie una vez que
hablaban solas en la cocina.
Durante esas fechas, Annie visitó a Candy para contarle las noticias de su
rompimiento con Archibald. Cuando la rubia se enteró de lo ocurrido a
penas pudo creer en las reacciones de su vieja amiga. Al principio se
preocupó mucho por Annie, pero la morena lucía tan sorprendentemente
segura y entusiasmada con sus planes que Candy terminó por comprender
que su amiga de la infancia estaba madurando evidentemente y haciéndose
cargo de la dirección que su vida tomaba.
Annie solamente se quedó en Nueva York por una semana. Pronto, la joven
tomó sus maletas y después de despedirse de los Grandchester y de su
padre – quien había viajado con ella desde Chicago – abordó un barco para
comenzar su largo viaje hasta Italia. Una semana más tarde Albert hizo lo
propio, emprendiendo una nueva aventura que cambiaría su vida.
Con dos de las personas más importantes en su vida partiendo para tierras
lejanas por tiempo indefinido, se hubiese creído que la felicidad de Candy se
vería eclipsada. Sin embargo, ella tenía una nueva razón para sentirse
fuerte y contenta. Solamente estaba esperando por el momento adecuado
para compartir sus buenas noticias y la ocasión se presentó cierta noche
después de la cena.
Quieres decir que lo has desairado varias veces, – dijo ella abiertamente con
una mirada intencionada.
Ahora hablas como Robert y mi madre ¡No sé ni para qué te dije esto! – se
lamentó el joven.
¡Ah! ¿Te has dado cuenta que la fiesta es el mismo día de la premier?-
preguntó ella con una sonrisa vivaz.
Tendré una sorpresa para ti ese día, pero no la tendrás hasta que
regresemos de la fiesta . . . a una hora razonable de modo que nuestros
anfitriones no se sientan ofendidos – advirtió ella.
Más tarde, la misma noche, Candy descubrió que Terri había juzgado
apropiadamente al señor Hirshmann, quien era efectivamente, aburrido,
esnob y artificial, pero sus fiestas no eran tan malas porque el hombre
conocía a mucha gente interesante que hacía la noche menos fastidiosa.
Irónicamente la señora Hirshmann era una amable dama de mediana edad,
quizá demasiado joven para el viejo crítico, que fue inmediatamente
cautivada por la novedad de Broadway aquella temporada, dicho de otro
modo, por la esposa de Terri. La joven atrajo la atención de los invitados
desde que puso el primer pie en el recibidor de la casa y para mediados de
la velada Terri se dio cuenta de que las cosas no estaban tan mal como él
había pensado. La pareja bailó un buen rato, disfrutando de su mutua
cercanía y de la libertad de estar juntos en público. Él no tuvo que atisbar a
su reloj como usualmente lo hacía en las raras ocasiones que asistían a ese
tipo de fiestas. Cuando se dio cuenta, ya era hora de retirarse.
¡Luego entonces, me vas a pagar por el gran sacrificio que hice por ti esta
noche? – dijo él abandonando su silencio.
¡No me vas a decir ahora que no lo tienes ahora mismo! ¿ Verdad? – replicó
él con un ligero signo de desilusión que le hizo a ella pensar cuán infantil él
podía ser a veces.
El joven miró a los ojos color esmeralda que brillaban con picardía y
comenzó a sospechar que había sido víctima de una trampa.
Querías saber mi oscuro pasado ¿No es así? – bromeó él, – pero podrías
haberme preguntado. Todavía puedo recitar toda la historia esa con todos
los George, Williams y Edwards, incluyendo a mi tía bisabuela la reina
Victoria y mi estirado tío George V, rey de Gran Bretaña, Irlanda del Norte,
Emperador de las Indias y hombre más aburrido sobre la tierra. Un cuento
bastante desabrido, por cierto – le advirtió.
Bueno, hay todavía espacio en ese árbol genealógico para añadir más
descendientes – dijo ella apuntando hacia el papel. – En unos meses más
añadiremos un nombre a la casa de Grandchester . Aunque siendo un hijo
nuestro, no creo que llegue a ser un buen aristócrata, - concluyó ella con
una sonrisa, esperando a ver la reacción del joven.
¡Oye! – protestó ella entre risas - ¡Ahora debes ser más cuidadoso! – le
advirtió ella dulcemente y él reaccionó soltando el abrazo y apartándose, sin
saber cómo debía actuar.
Sí.
Un rizo rebelde se escapó del listón rosa con el que sostenía su cabello en
una cola de caballo, y distraídamente lo retiró de su frente. Suspiró
recordando que en unos días más sería su vigésimo primer cumpleaños.
Sabía que la vida aún le tenía reservada muchas cosas, algunas buenas,
otras menos afortunadas, pero en aquella tarde serena se sentía tan
benditamente completa que todas las penas que el futuro pudiese traer le
parecían insignificantes para su confiado corazón.
Candy tenía en sus manos el correo que había llegado durante la semana.
Noticias de Italia, Nigeria, Francia, Chicago, Lakewood y el Hogar de Pony,
felicitándola por su cumpleaños. Cada una de esas líneas le traían el amor
de aquellas personas que eran queridas e importantes para ella. Leyó de
nuevo una por una todas las cartas, mientras internamente le contaba al
bebé quiénes eran cada una de esas personas. Más tarde tomó una copia
impresa de un guión de teatro que descansaba sobre una mesita cercana.
Comenzó a leer . . .
INOLVIDABLE CANDY
Por MERCURIO
Parte 1
Dylan
Por otra parte, Terrence no era culpable de los errores de sus padres, y aún
así tuvo que sufrir las consecuencias durante la mayor parte de su infancia
y adolescencia. No era su culpa que un reflector cayera durante aquel
ensayo y tampoco fue responsable por los sentimientos de Susana que la
llevaron a salvarle la vida. Todos esos eventos fueron de la clase de
infortunios que debemos soportar sin razón aparente, y que son tan difíciles
de padecer por su injusticia.
Tal fue la carga que Terrence tuvo que sobrellevar durante los años que
siguieron, el traumático recuerdo de las batallas que había tenido que
presenciar y los rostros de aquellos que había tenido que matar para
preservar su propia vida y cumplir con su deber. Acaudalado, exitoso y
felizmente casado con una mujer que él adoraba y quien le correspondía,
parecía tener una vida perfecta, pero en un oscuro rincón de su corazón
tendría que arrastrar consigo ese peso por el resto de su vida. Con los años
aprendería a manejar ese problema y a crecer en prudencia a sazón de la
penosa experiencia, pero durante el primer año después del final de la
guerra, cuando el joven estaba aún adaptándose a su nueva vida, tuvo que
batallar mucho con el asunto.
Se mantenía escéptico con respecto del joven escritor cuyo trabajo iba a
presenciar
Ellis no pudo despegar los ojos del escenario, sintiendo que su admiración
por el talento de Grandchester se hacía cada vez más profunda. El joven
artista no solamente había logrado componer una hisotria verdaderamente
madura y emotivamente escrita a pesar de ser un dramaturgo novel, sino
que también estaba ofreciendo la mejor actuación de su carrera en el papel
de Tharp. Pero las sorpresas no terminaron ahí esa noche.
Cuando Ellis vio a la familia del actor dejar el balcón en medio de la pieza,
comprendió que la Sra. Grandchester estaba a punto de dar a luz a su
primer hijo. Aún así, el periodista sabía que la función debía continuar y por
eso no se sorprendió que Terrence Grandchester continuara su actuación
impasible, aunque pudo observar a través de los binoculares cómo el joven
palidecía cuando brevemente volvió los ojos buscando un par de pupilas
verdes y no las pudo encontrar. A pesar de su primera y natural reacción, el
autor continuó su trabajo con con el mismo impertubable talante y el resto
de la audiencia, ajena a la situación que se vivía tras bambalinas, respondió
generosamente al talento del artista que una vez más campeaba en escena
superando sus trabajos anteriores.
Un rumor animoso corrió por el recinto y una ovación final que duró por
largo rato alcanzó el techo del enorme edificio y los pasillos laterales.
Irónicamente Terrence no pudo oír ese tributo a su trabajo y aunque
hubiese tenido la ocasión de estar ahí, seguramente no lo hubiese
disfrutado, porque su mente estaba ya demasiado preocupada mientras el
chofer aceleraba llevándolo hasta el hospital en compañía de Albert .
• Por cierto - dijo sorprendida después de un rato - creo que debo salir
y ver si el padre de este ángel ya ha llegado del teatro. Él se merece
conocer a su hijo - confesó Eleanor dejándome sola con mi bebé.
• Te presento a tu hijo. Tiene tus ojos ¿no te parece? - comentó ella con
orgullo.
• Cuando por primera vez sostuve ese diminuto cuerpo en mis brazos y
sentí cómo movía sus brazos y piertas, mirándome con curiosidad,
pensé que me derretiría. Al tener al bebé en mis brazos, su suave
calor me trepó por los poros y la sensación era muy similar a la que
siempre experimentaba al abrazar a su madre, pero a su vez
diferente. El pequeño estaba ahí, abandonado a mi abrazo, confiado y
ajeno a la maldad humana mientras yo sentí el peso de la paternidad
caer sobre mis hombres por vez primera y desde entonces, esa
mezcla de orgullo y miedo no ha dejado nunca mi alma, ni siquiera
cuando todos nuestros hijos dejaron el hogar. En ese instante, como
si el contacto con mi hijo hubiese tenido un efecto mágico sobre mi,
comprendí que, mereciéndolo o no, había sido bendecido con una
familia y junto con el gozo también tendría que cargar con la enorme
responsabilidad.
• Sea lo que sea que viviste en las trincheras y afuera de ellas, Terri -
continuó ella con decisión y esa suave firmeza suya, que temo tanto
como mi propio mal caracter - No es fue tu culpa, amor. Tienes que
sobreponerte a esos recuerdos para criar a nuestro hijo libre de esa
culpabilidad.
• Siempre he sabido que, sin importar que me guste o no, Candy puede
ver a través de mi como si estuviese hecho de cristal. No obstante, yo
pensaba que había escondido mis secretos apuros lo suficientemente
bien como para que ella los ignorara, pero ella acabó por
demostrarme de nuevo que esconderme de su intuición es una tarea
imposible.
• Algunas personas dicen que el hablar sobre las cosas que guardamos
dentro nos ayuda a sobreponernos a nuestros miedos y a sanar las
heridas del corazón - replicó ella con una suave sonrisa, curveando
sus labios con ese especial gesto suyo con el que me regala cada vez
que necesito de su apoyo.
• Hay cosas que viví allá las cuales ni siquiera me diría a mi mismo -
argumenté aún atribulado, pero sintiendo ya un débil alivio mientras
continuábamos hablando.
• Intenté una débil sonrisa, sin poder responder con palabras porque
las emociones me inundaban el corazón en aquel momento.
Finalmente sólo atiné a asentir con una movimiento de cabeza y
permanecimos en silencio por un rato. En cierto modo, supe entonces
que un largo proceso de recuperación acababa de empezar y me
propuse trabajar duro en ello por el bien de mi familia. También
pensé en el momento en que había conocido a la madre de mi hijo y
una interminable lista de recuerdos me llenaron el corazón con la
más dulce de las certezas. Aquel niño era el hijo del amor, y yo
estaba determinado a educarlo en amor.
• He pensado en un nombre para él - dijo Candy rompiendo el silencio.
• Estás muy seguro de tus encantos ¿no es así? -inquirió ella con una
sonrisa juguetona - Aunque tienes razón. Nunca dejé de pensar en ti
desde ese momento, a pesar de que me resistía a admitirlo, y con
respecto al nombre, es una bella metáfora. Sin embargo, yo aún así
quiero que nuestro hijo lleve tu nombre, porque es el nombre de
quien más amo.
PARTE 2
El pequeño Dylan, quien ya tenía más de dos años de edad, había crecido
hasta convertirse en un pilluelo fuerte e inquieto que en verdad se parecía
a sus dos padres en el temperamento. Por lo tanto, no era extraño que el
chiquillo mantuviera a su joven madre siempre subiendo y bajando
alrededor de la casa para reducir el peligro de sus constates accidentes.
Los Grandchester habían ido al puerto a recibir a una amiga que no habían
visto en tres años: Annie Britter, quien estaba a punto de regresar a su
tierra natal después de terminar sus estudios de educación especial en
Italia. Durante todo este tiempo, la joven rubia había mantenido una
frecuente correspondencia con su amiga de la infancia, por lo que ambas
mujeres estaban al tanto de lo que estaba ocurriendo en la vida de la otra.
Annie había completado un álbum entero con fotos de Dylan y sabía todas
sus exóticas aventuras brincando sobre la estufa, en el sótano, sobre la
cabeza del jardinero, a través de la verja del jardín trasero, sobre la espalda
de su padre, bajo la barba de Robert Hathaway, en el estanque, detrás de
los entretelones, a través del escenario, dentro del enorme guardarropa de
su abuela y a donde quiera que fuese su imaginación. Candy, por su parte,
se sabía de memoria los nombres de los alumnos de Annie y cada uno de
sus problemas. Seguía la pista del progreso de Pietro con los rompecabezas,
los problemas de María con las sumas o el entusiasmo de Estefano mientras
aprendía a leer.
Muy en el fondo Candy también sabía de las penas secretas de las que
Annie nunca hablaba en sus cartas, esas penas calladas que la joven rubia
podía adivinar mas allá de los párrafos.
-¡Mamá, se rompió!- llamó una vocecita mientras una pequeña mano jalaba
la falda de Candy, lo cual hizo a la joven regresar de sus pensamientos. Fue
entonces, mientras Candy trataba de arreglar el coche de juguete que había
perdido una rueda gracias a los nutridos golpeteos que le había dado Dylan,
que arribó a puerto el trasatlántico en el que Annie viajaba. El momento que
siguió, cuando las dos jóvenes mujeres finalmente se vieron después de
tanto tiempo, fue una de las experiencias más conmovedoras que ellas
jamás vivieron. Las dos se abrazaron con todas sus fuerzas, llorando y
riendo al mismo tiempo como dos niñas pequeñas. Mientras tanto, Terri las
observaba parado a unos cuantos metros de distancia al tiempo que
cargaba a un asombrado Dylan.
Por el otro lado, Candy, quien estaba trabajando tres veces a la semana
como voluntaria en la Cruz Roja de Fort Lee, temía que iba a tener que dejar
su trabajo por un buen tiempo. La joven tenía ciertas sospechas de un
nuevo embarazo y por lo tanto le confió a Annie su pequeño secreto aún
cuando no estaba segura de ello. A diferencia del caso de Dylan, este nuevo
bebe había sido cuidadosamente planeado por la joven pareja y ambos
estaban emocionados con la nueva posibilidad. Aunque también estaban
conscientes del choque que esto podría representar para su primer hijo. Sin
embargo, durante todas esas largas pláticas que las dos mujeres
compartieron, el nombre de Archibald Cornwell nunca fue mencionado. El
silencio de Annie sólo reforzó la teoria de Candy acerca de los sentimientos
de su amiga hacia su primo, pero la joven respetó el silencio de la morena,
habiendo experimentado en carne propia la misma necesidad de discreciòn
durante los años que ella había estado separada de Terri.
La joven escuchó los rumores sobre ella y Alan, pero nunca hizo un
comentario al respecto. Se limitaba a sonreir enigmáticamente y sonrojarse
ligeramente cada vez que le preguntaban sobre el tema. Después de todo,
Alan Pagliari no era un mal partido en lo absoluto. Era heredero de una gran
riqueza, hombre de negocios sagaz y poseedor de una personalidad
chispeante y encantadora que le recordaban a Annie las maneras vivaces
de Candy. Todas estas cualidades hacían de Alan uno de los solteros más
cotizados entre las jóvenes damas de Chicago. Mas aún, Alan se había
convertido en uno de los mejores amigos de la joven y delicada Srita. Britter
y su amistad se incrementaba cada día. Parecía que nada podía
interpornerse en el camino de la nueva pareja.
Annie miró su reflejo en el espejo, revisando otra vez la peluca peliroja que
iba a usar en el baile de mascaras esa noche. Había perdido su viejo
entusiasmo por los grandes eventos sociales durante el tiempo que había
estado trabajando y estudiando en Italia. La joven se había dado cuenta que
había tantos asuntos importantes que resolver en este mundo que estaba
sorprendida de cómo había perdido su tiempo en frivolidades en el pasado.
De cualquier modo, Annie tenía que asistir a ese baile de máscaras en
particular porque quería conocer a unas cuantas personas importantes que
podrían patrocinar su proyecto de una escuela para niños especiales.
Afortunadamente, Annie contaba con Alan para hacerle compañía durante la
velada. Sin embargo, no podía sentirse a gusto del todo mientras un miedo
enraizado que la había estado molestando todo el día, le causaba un
escozor al tiempo que se preparaba para la ocasión.
- Debe ser mi vieja inseguridad jugándome una mala pasada otra vez - se
dijo a si misma mientras revisaba su vestido de chiffon azul claro el cual
imitaba el estilo que estaba de moda durante el imperio de Napoleón
Bonaparte - Sólo debo ser positiva y tener confianza en que lograré que
esos ricos caballeros entiendan que mi proyecto vale la pena - se dijo en voz
alta para animarse, y con este último pensamiento abandonó su recámara
tomado un profundo respiro.
Esa noche iba a estar llena de sorpresas, ella lo presentía, pero ignoraba
hasta qué punto.
- Otra fiesta aburrida que tengo que aguantar - pensó el joven mientras le
daba su abrigo a uno de los sirviente en el salón, -Me pregunto por cuánto
tiempo tendré que estar escuchando a viejillos presumidos y huyendo de
sus hijas ansiosas que insisten en coquetear como si su vida dependiera de
ello.
De este modo, el Sr. Garland quien era miembro del partido conservador se
veía muy bien en esa vestimenta de Cuáquero, mientras la hedonista Sra.
Clark estaba realmente bien en su disfraz de Cleopatra. Él, al contrario,
había escogido algo que no reflejaba su humor presente para nada. El joven
llevaba puesto un traje verde al estilo del renacimiento con pantalón corto y
calzas aterciopelados y un jubón delicadamente bordado con complicados
patrones dorados sobre el fondo verde oscuro. Un austero disfraz de monje
habría ido mejor con su humor melancólico en esa ocasión, pero,
nuevamente, tenía que mantener cierta imagen, a pesar de su estado de
ánimo esa noche.
El joven sacudió su cabeza casi imperceptiblemente para despejar su frente
de unas sedosas hebras rubio oscuro que le molestaban. En ese momento
percibió una presencia al otro lado del salón de baile. No podía distinguir
claramente de quien se trataba porque los invitados estaban bailando el
centro del lugar y las parejas se movían constantemente. Haciendo un
esfuerzo, el joven distinguió una silueta esbelta envuelta en un vaporoso
traje de chifón color turquesa. La dama se movía graciosamente y con
lentitud a lo largo del salón. El joven millonario pudo apreciar, a pesar de la
distancia, que la tela transparente de la falda, la cual llegaba a los tobillos
de la dama, permitía al buen observador descubrir la línea suavemente
curveada de las piernas femeninas. La mujer se cubría el rostro con una
máscara adornada con plumas que hacía juego con su vestido estilo
Imperio, así que el joven no podía decir a ciencia cierta si conocía a la dama
o no. No obstante, él estaba seguro que hacía mucho que no se sentía tan
atraído hacia mujer alguna como de pronto se sentía con respecto a aquella
joven dama lal otro lado del salón de baile.
-Por mi no hay problema, mi estimado amigo. Estoy seguro que usted será
mejor compañía para esta jovencita que este viejo decrépito - dijo el
hombre gordinflón con una carcajada sofocada que movió graciosamente
su bigote canoso.
-Fue lindo verte otra vez, Archibald- dijo una dulce voz que él conocía muy
bien.
-¡Annie!- fue todo lo que el joven pudo decir, demasiado asombrado por los
sentimientos mezclados que tan de repente explotaban en su corazón -
¡Yo ... yo ... yo no sabía ... que habías regresado!- tartamudeó él después
de un momento, e inmediatamente se arrepintió de su decisión de hablar
cuando apenas pudo pronunciar las palabras que se atropellaban en su
garganta.
-¡Annie!, ¡Annie!- llamó otra voz entre la multitud y pronto Archie pudo
reconocer a un hombre joven con cabello negro y brillantes ojos verdes que
se acercaba a la chica con familiaridad- Siento haberte dejado sola con el
Sr. Russel, pero simplemente no pude deshacerme de esa desagradable
Srita Leagan, ¿Estas bien? - perguntó el joven.
-Seguro, fue lindo verte de nuevo .... y conocerlo, Sr. Parliari - dijo Archie
con un aire ligeramente desdeñoso.
Por fortuna, su buen amigo no la dejó sola otra vez por el resto de la noche.
El joven la alentó aún cuando Archie insolentemente desplegó sus
atenciones para otra chica en la fiesta durante toda la noche, hasta que él
dejo el baile el compañía de ella.
-¡Vamos Annie!- le había dicho Alan para animar a la joven mientras
bailaba con ella -Mantén la sonrisa en tu cara. No dejes que ese ingrato vea
a través de tu corazón. No lo merece - El joven, quien conocía bien la
historia de Archie y Annie, la impulsó a mantener el aplomo durante toda la
noche y Annie lo complacía con sus tímida sonrisas.
Había sido una dura ocasión en efecto, pero había obtenido el patrocinio de
dos importantes hombres de negocios en la ciudad y había sobrevivido su
primer encuentro con Archie. Tal vez no había resultado de la manera que
ella lo había planeado y probablemente aún se sentía ridícula recordando su
mutismo, sus piernas vacilantes, sus músculos paralizados, y sus alterados
latidos cuando Archie la había tomado en sus brazos de nuevo. Aún más,
tenía que reconocer que al final de todo ella había superado la experiencia,
pero ... ¿Realmente sería capaz de superar completamente lo que Archie
había significado en su vida?
Cada vez que Archie veía a los Grandchester, se convencía más y más de
que Candy amaba a Terri como nunca podría amar a nadie más. Conforme
Archie maduraba, más entendía que su amiga de la infancia nunca sería la
mujer que él necesitaba. Al observar el modo en que Candy vivía para
complacer y amar a Terri, el joven millonario empezó a sentir la necesidad
de encontrar una mujer que pudiera sentir de la misma manera hacia él.
Casi imperceptiblemente, Archie dio el último adiós a su pasión de la
adolescencia y entró a la adultez con una nueva convicción: él era un
hombre que merecía ser amado tanto como Terri, y estaba resuelto a
encontrar a la mujer adecuada. Y ésta, ciertamente, no podía ser Candice
White.
Sin embargo, pronto se dio cuenta que la tarea no era fácil en lo absoluto.
Ser un hombre poderoso era de hecho un problema cuando se trataba de
encontrar esposa. No porque las jóvenes damas no estuviesen interesadas
en él, sino que estaban tan deslumbradas por su dinero y posición que el
joven no podía saber si lo buscaban por el hombre que era, o por su fortuna.
Así que Archie había llegado a ser extremadamente cauteloso, pues no
deseaba terminar con el corazón roto otra vez. Habría sido demasiado
doloroso y aún peligroso para su cordura después de todas las duras
experiencias que había vivido durante sus años de adolescente. En otras
palabras, aún cuando Archie quería encontrar una mujer para compartir su
vida, no estaba dispuesto a arriesgar tanto.
El proyecto de Annie no podía ir mejor. Había reunido todos los fondos que
necesitaba para empezar a construir la escuela y estaba esperando
encontrar más patrocinadores antes de que su sueño empezara
oficialmente a funcionar. Por primera vez en su vida Annie agradeció a su
madre por haberla enseñado a moverse en sociedad. La joven estaba
segura que aquellas habilidades habían sido esenciales en su éxito al
convencer a tanta gente de apoyar su causa. Por fin había encontrado un
uso práctico para toda aquella costosa educación clásica que había recibido
durante su niñez. Más aún, su amiga, Patricia Stevenson estaba ayudándole
directamente y el esposo de Patty también estaba patrocinando. Además, la
familia Pagliari, los Grandchester y William Albert – a pesar de estar lejos, en
Calcuta – habían también representado un apoyo importante para que ella
lograra sus planes. Ciertamente Annie tenía muchas razones para estar
feliz, entonces. . . ¿porqué estaba tan inquieta?
Había una sola y única respuesta: ¡Archibald Cornwell! Con la pobre excusa
de que su tío Albert quería ayudar a la joven dama con su escuela, Archie
había ido a verla en más de una ocasión a la oficina que ella había rentado
en el centro de Chicago . Annie sabía bien que George podía haber hecho el
trabajo en nombre de Albert, entonces ¿por qué Archie insistía en torturarla
con su presencia? ¿ Acaso le producía un placer insano el verla sufrir cada
vez que se encontraban? Cualquier cosa que estuviera motivando a Archie,
Annie no quería averiguarla, así que lo evitó tanto como fue posible y
algunas veces usó a su secretaria Melanie Collins, como escudo para
mantener al joven magnate lejos de ella.
-¡Qué sorpresa verte otra vez, querida Annie!- dijo Eliza con movimientos
estudiados, abrazando a la morena y besándola en ambas mejillas, - te ves
tan elegante y a la moda con ese nuevo corte de cabello.
-Gracias Eliza ... tú también te ves increíble. El verde es ciertamente tu
color- se esforzó Annie continuando con el juego de hipocresía que la mujer
de cabello castaño sabía jugar tan bien. -He escuchado que has estado
trabajando duro en la caridad últimamente. ¡Qué altruista de tu parte!-
continuó Eliza elogiando a Annie, y la joven morena sabía que la víbora que
era la joven Leagan podía morder en cualquier momento, solamente
estaba usando la adulación para desconcertarla antes de su ataque.
-Ya veo, pero tú debes estar acostumbrada al trabajo duro- apuntó Eliza
incisivamente, - ¿No era así en el Hogar de Pony, queriida?
-Justo como tu muy querida hermana Candy, ¿eh?- sonrió Eliza astutamente
-¿No es sorprendente cómo una chica de tan humilde origen pudo haber
alcanzado la aristocracia? Pero en estos días yo podría creer cualquier cosa.
-No hay nada de que sorprenderse, querida Eliza- Annie regresó el golpe a
pesar de sus miedos internos conociendo que la venenosa lengua de Eliza
podía usar cualquier cosa que dijera en su conta - Este es un mundo injusto,
pero algunas veces ciertas personas obtienen lo que realmente merecen.
Así que Candy está solamente cosechando lo que sembró. Deberías ver a su
hijo, es un bebé tan hermoso y se parece tanto a su padre, quien está muy
orgulloso de él, por supuesto. Estoy segura que más de una mujer le envidia
su afortunada posición, mientras ellas no pueden siquiera mantener una
relación estable.
- Pero hay tantos rumores acerca de ustedes dos, que yo pensé que
finalmente habías olvidado a mi primo!-. replicó Eliza burlonamente. Una
sombra negra zurcó el rostro de Annie haciéndole entender a Eliza que
finalmente había tocado la herida sin cicatrizar donde sus comentarios
podrían hacer el daño deseado.
- ¡Yo no sabía!- Fue todo lo que Annie pudo contestar. ¿Podría Archie ser tan
cruel? ¿Podría él estarla persiguiendo sólo para hacer su vida miserable
mientras estaba haciéndole la corte a otra mujer?
-Yo sé, querida, nos tomó a todos por sorpresa- continuó Eliza, tan feliz por
haber recuperado el control de la conversación que le permitía hacer sufrir a
Annie - pienso que Archie simplemente se volvióó loco por Leonora, ella es
tan ... tan ...
-A ... A ... ¡Archie!” Exclamó Liza poniéndose roja -No sabía que venías a la
fiesta
-Puedes ver bien que estoy aquí y justo a tiempo para detener esa sucia
boca tuya de esparcir rumores viperinos acerca de mi persona. ¿Qué acabas
de decir acerca de mi y tu estúpida amiga Leonora Simmons?
-Ah ... ¡Qué novedad primita, tú pensaste! - Archie rió con desprecio -Yo
creía que esa era una tarea demasiado pesada para tu cabeza! ¡Cuidado, se
te puede quemar y arruinar ese lindo peinado!
-Archie, por favor - interrumpió Annie juzgando que el joven estaba yendo
muy lejos con su prima y su tímida pero firme voz fue suficiente para
hacerlo detenerse.
-Lo siento Eliza - dijo él de mala gana,- fue sólo una broomita mía. Tú sabes
que me gusta embromarte. Creo que es mi manera de demostrar mi cariño
fraternal hacia ti, querida prima. ¿Ahora, serías tan amable de disculparnos?
... Me temo que me llevaré a Annie por un momento, como los viejos amigos
que somos, tenemos muchas cosas que platicar- explicó el joven tomando la
mano de Annie y guiándola lejos de la repugnante lengua de Eliza.
-Primero que nada, Archibald- dijo la joven mujer molestándose con el tono
del rubio -Alan no es italiano, el nació aquí al iggual que su padre. Los
Pagliari se ven a si mismos como norteamericanos porque su familia ha
vivido aquí por tres generaciones y aunque están orgullosos de sus raíces
italianas, tienen los mismos derechos que tú y yo. ¡Simplemente no me
gusta el tono que usaste como si fuera un pecado no ser anglosajón!
¿Olvidas que tus antepasados también fueron inmigrantes?
-¡ Caramba, Annie, nunca pensé que podrías ponerte tan defensiva acerca
de tu amigo! - respondió Archie parte molesto por la reacción de la morena,
pero también complacido al descubrir que la joven mujer había desarrollado
ideas que no estaban antes en su cabeza.
-¿Es eso lo que piensas Annie?- exclamó el joven aturdido -¿Crees que yo te
he estado buscando porque me siento culpable? No es así Annie, ¡para
nada!
- Estoy diciendo que te quiero de vuelta, Annie ... estoy diciendo que fue un
error dejarte ir - admitió el joven con voz ronca.
¿Qué había sucedido con Archie durante los dos meses anteriores que lo
llevaron a confesar un sentimiento que en el pasado parecía no haber
existido? Bueno, las cosas fueron más bien complicadas para el joven desde
que vió a Annie en el baile de mascaras. Se sintió terriblemente incómodo
con la ardiente e inesperada atracción que había experimentado por
primera vez esa noche. No estaba realmente acostumbrado a sentirse así
por causa de una mujer que no fuese Candy. Pero, siendo francos, había
pasado ya mucho tiempo desde que la joven rubia lo había hecho sentirse
así por ultima vez. Muy a su pesar, la pasión que antes había albergado por
su prima se había vuelto difusa y borrosa.
Durante los días que siguieron Archie se había debatido consigo mismo para
organizar sus pensamientos acerca de Annie Britter, quien repentinamente
parecía tan cambiada y atractiva. Arguyó que la belleza física de Annie, la
cual siempre había sido notable, le había simplemente tomado por
sorpresa. Tal vez había sido el resultado de su gran soledad. Quizá el efecto
misterioso de la dama enmascarada caminando a través del salón de baile y
mirándolo con un aire franco -algo inusual en las otras mujeres que conocía-
lo había hecho reaccionar con un exceso de atracción. “Sí, debe ser eso”,
se dijo a si mismo y quedó satisfecho con esa explicación por un tiempo. Sin
embargo, su desasosiego no le dio cuartel y las cosas no mejoraron cuando
los incisivos comentarios de Neil acerca de Annie y Pagliari llegaron a sus
oídos durante una reunión familiar.
Era otra voz la que escuchaba con los oídos de sus remembranzas, otra
sonrisa, un par de ojos que no eran verdes, una cabellera sedosa y brillante
que no era ni rubia ni rizada, momentos que había compartido con alguien
más; alguien en quién escasamente había pensado por largo tiempo. De
repente le venían a la memoria una larga lista de detalles: Annie llevándole
comida y mantas al cuarto de castigo en la época del colegio, los delicados
pañuelos que ella solía bordarle cada año para su cumpleaños, la sonrisa
especial que ella guardaba para él y sólo para él, los tantos detalles y
buenos momentos que compartieron. Sin duda Annie sabía bien cómo ser
esa amiga cercana que todo hombre necesita y Archie tenía que reconocer
que había extrañado todo eso desde su separación.
Candy sintió al bebé pateando dentro de ella una vez más y guió la mano de
Dylan hacia su abdomen, para que el niño pudiera sentir la nueva vida
creciendo dentro del cuerpo de su madre. La joven sabía que la llegada de
un segundo niño iba a ser un duro golpe para su pequeño primogénito,
quien estaba acostumbrado a ser el centro de atención de todos. De
cualquier manera, Candy estaba consciente de que esa era una lección que
Dylan necesitaba aprender y presentía que todo lo que podía hacer para
reducir el dolor de su hijo, era hacerlo tomar conciencia de que pronto
tendría que compartir el afecto de su madre con un nuevo miembro de la
familia.
Tal vez aquel Dylan de casi tres años de edad no podía entender
completamente el milagroso proceso que estaba llevándose a cabo dentro
del vientre de Candy, pero la joven trataba de prepararlo para el momento
lo mejor posible. Al mismo tiempo, le reafirmaba su cariño constantemente,
sabiendo que el niño necesitaría estar seguro del amor de sus padres más
que nunca antes en su corta vida.
- Aún no podemos decir si será niña o niño, querido - repuso ella riendo
ante la seguridad del niño, - podría ser una hermana.
Candy buscó entre la multitud hasta que sus ojos brillaron al ver a otra
joven mujer con un delicado sombrero de paja, sedosos cabellos negros que
le rozaban el cuello y un elegante vestido rosa con una cinta rosa a la
cadera. La rubia sonrió y mirando al pequeño a su lado, le dijo:
- ¡Es la tia Annie, Terri!- guiñó con alegría -¡Annie! ¡Annie! ¡Aquí estamos! -
gritó la joven moviendo su mano hasta que obtuvo el efecto deseado y la
morena la distinguió en la distancia.
El viaje a Fort Lee estuvo lleno de aventuras para Annie Britter con su amiga
Candy manejando su nuevo Oldsmobile Touring . Demasiado independiente
como para ser siempre escoltada por el chofer de Terri, la joven había
insistido en tener su propio auto hasta que el actor, quien no sabía cómo
negarse a los deseos de su mujer, le había obsequiado el automóvil con
motivo de su vigésimo cuarto cumpleaños . A pesar de su temperamento
naturalmente temerario, Candy había llegado a ser una conductora muy
cuidadosa, tal vez a causa de una instintiva preocupación maternal por la
seguridad de sus niños, o por los muchos accidentes que había sufrido
cuando solía ser la conejilla de indias de Alistair durante los años de su
adolescencia. De cualquier modo, tan pronto como Annie supo que Candy
iba a manejar, la pobre morena casi se desmaya y todo el tiempo que duró
el viaje permaneció prácticamente aferrada al asiento, las manos sujetas a
la tapicería de cuero, la cara blanca como una figura de marfil y los ojos
reflejando un miedo infantil que no podía controlar.
- ¡Oh Candy, Candy! ¡No puedo soportarlo más! Traté de ser tan fuerte
como tú, ¡Pero no puedo! - Annie dijo entre sus sollozos y Candy levantó la
barbilla de su amiga para verla directamente a los ojos.
-Yo pensé que ya lo había olvidado. Al fin y al cabo todo era más fácil
cuando estaba en Italia ... - murmuró Annie murmuró con voz temblorosa,
mientras sus manos estrujaban la delgada tela de su vestido.
- ¡Y él sólo ha hecho las cosas más difíciles - Annie lloró otra vez.
- ¿ Cómo es eso Annie? ¿Qué ha pasado con ese niño estupido? - preguntó la
rubia intrigada y la morena le contó la historia de sus frecuentes encuentros
con Archibald lo mejor que pudo, desde que se vieron otra vez en el baile
de máscaras hasta la última discusión que tuvieron en la aquella tertulia.
Mientras Annie le decía a Candy todo lo que había pasado, la rubia no sabía
si debía dar una paliza a Annie o a Archie por ser tan ciegos ante sus
propios sentimientos. Sin embargo, recordando que ella no había sido más
inteligente cuando le había tocado enfrentar la misma clase de problemas,
decidió contener su boca. Por el contrario, simplemente escuchó a su amiga
y le ofreció el afecto y aceptación que necesitaba en ese momento.
- Es curioso como las cosas se ven más menos complicadas cuando uno no
está directamente envuelto en el problema - pensó la rubia - Aquí estás
Annie, llorando desesperadamente porque has esperado tanto tiempo para
escuchar a Archie decirte esas maravillosas palabras y ahora que finalmente
lo hace, huyes de él, sin saber qué hacer con la felicidad que toca a tu
puerta ¿Es que realmente es tan difícil perdonarlo y volver a empezar? -
Candy se preguntó en silencio.
Candy imaginó que era mejor dejar pasar el tiempo y una vez que Annie
hubiese recobrado la serenidad y ganado en perspectiva, la joven señora
Grandchester podría hacer algo para ayudar a que sus amigos
reencontrasen el camino que habían perdido accidentalemnte en algún
lugar del pasado. Aquella misma noche, la muchacha le contó a su marido lo
que estaba sucediendo, incapaz de esconder cosa alguna de su
conocimiento.
- Me parece que debes tomar ese teléfono y llamar a Archie para decirle que
Annie está aquí - fue la inmediata reacción de Terri, asombrando a Candy
quien sabía bien que su primo nunca había sido santo de la devoción de
Terri y viceversa.
- ¡De ninguna manera! ¡No voy a hacer eso ahora! ¡Annie necesita tiempo
para pensar bien lo que va a hacer! - dijo Candy mientras peinaba su
cabello frente del espejo de su tocador.
- No le harías algo malo a una mujer embarazada, ¿o sí?” - se jactó ella muy
segura de los privilegios que le daba su condición.
-¡Sólo espera a que te atrape! - dijo él moviéndose más rápido que sus
palabras. Candy trató de levantarse y correr para esconderse en el baño,
pero su embarazo de seis meses no le permitió moverse tan rápido como
estaba acostumbrada hacerlo y Terri no tuvo problema para atraparla antes
de que pudiera escaparse
- ¿Se supone que debo palidecer de miedo ahora?- preguntó ella retándolo
con una sonrisa.
-Bueno, decídelo tú - contestó él con un profundo beso al cual ella
respondió inmediatamente enredando sus manos en el cabello castaño del
joven mientras le acariciaba la nuca
- ¡Cielos, Candy, aún recuerdo que infierno es vivir sin ti! - susurró él aún
besándola.
- Sin embargo, aún pienso que deberíamos decirle a Archie que ella esta
aquí! - insistió él con una sonrisa traviesa cuando se rompió el beso.
- ¡Eso es exactamente lo que temo! - contestó Terri y una vez más otra
almohada se le estrelló en el rostro.
Candy ignoraba que ella había sido el principal motivo de las diferencias
entre Terri y Archie, pero no estaba ciega ante su obvia y mutua frialdad.
- ¡Santo Dios! - exclamó la muchacha hablándole al bebé dentro de ella -
Dadas las nuevas circunstancias, supongo que tendremos que pensar cómo
tratar con tu obstinada tía Annie, bebé!
Todo había sido muy simple. Una llamada telefónica inesperada, una breve
conversación, unas pocas instrucciones dadas a George, una maleta, una
reservación de hotel, un boleto de tren y un corazón esperanzado. Dadas
todas estas condiciones, Archie se encontró a si mismo caminando en la
densa y enmarañada atmósfera entre las bambalinas, siguiendo a uno de
los trabajadores del teatro que lo guiaba al camerino de Terry.
- Pase, la puerta está abierta - dijo una voz profunda que Archie reconoció
inmediatamente. El joven entró entonces a un cuarto amplio que estaba
sorprendentemente ordenado en contraste con el casi caótico mundo que
se había quedado tras de la puerta.
- Gracias, es ... es bueno verte otra vez - dijo el hombre rubio con indecisión
mientras tomaba la mano que el actor le ofrecía.
Los dos hombres rieron de buena gana recordando el incidente y más tarde
Archie le hizo a Terri unas pocas preguntas acerca de su esposa e hijo, a las
cuales el actor contestó alegremente ya que Candy y Dylan eran su tema
favorito.
- Deberías ver ahora a Dylan - dijo Terri con orgullo - Es endemoniadamente
verbal. Habla y habla todo el día. Ahora que Annie está de visita Dylan
conversa mucho con ella. Ella dice que él tiene un manejo del idioma
superior al promedio esperado para los niños de su edad - y al llegar a este
punto Terri llanzó una mirada intencional hacia el otro joven, esperando su
reacción.
-¡Y que lo digas! Debiste haber visto a Annie cuando le dije que quería
intentarlo otra vez. ¡Nunca pensé que una dulce criatura como ella podría
molestarse tanto! - dijo el joven mientras se frotaba las manos
nerviosamente.
-El punto aquí es que también tenemos talento suficiente para hacer que las
mujeres olviden la razón por la cual se enojaron con nosotros. Eso es lo que
tú necesitas hacer - apuntó el actor con sagacidad.
-¿En serio? Desearía encontrar al menos una pequeña pista que me dijese
cómo hacer para que Annie olvide el pasado, pero me temo que ahora ella
me odia - respondió Archie con tono pesimista.
-Yo creo que ella solamente está un poco confundida, pero en el fondo de su
corazón, debe estar muriéndose por ti - comentó Terri y sus palabras
tuvieron el efecto esperado en el hombre rubio cuyos ojos inmediatamente
se iluminaron con esperanza
- ¿De verdad piensas eso? - preguntó aun dubitativo.
-A las mujeres les gustan las cosas simples, empieza con flores - propuso el
otro joven encogiendo los hombros - Eso normalmente funciona con Candy,
y por cierto, tendré que ordenar algunas rosas para ella cuando averigüe
que tú estás aquí. No creo que a le guste mucho la idea. - agregó
sonriendo.
- Candy no quería que te hiciéramos saber que Annie estaba aquí, al menos
no por el momento.. Ella insistió en que era mejor dar a Annie algún tiempo
para pensar sobre el asunto, pero yo supuse que no era una buena táctica.
No iba yo a dejar a un viejo amigo solo con un problema así.
-Para serte franco, yo tampoco lo esperaba, pero la vida nos lleva por
caminos misteriosos, Archie - sentenció el actor con sinceridad - De alguna
manera puedo entender tu posición porque pasé por algo similar hace
algún tiempo, y sé lo que es darse cuenta que uno ha sido unverdaderol
imbécil.
- Eso es lo que he sido ¡Vaya que sí! ¡Un imbécil! - dijo Archie con un
suspiro, -sólo espero que pueda encontrar una manera de arreglar las cosas
... pero ...
-Cuando todo lo demás falla, entonces echas mano del último recurso:
suplicar. Al menos funcionó en mi caso - sonrió Terri y Archie entendió lo
que el actor quería decir.
Y así pasaron los días, Archie enviando flores y notas pidiéndole a Annie
una oportunidad para hablar y la joven morena rehusándose a verlo otra vez
a pesar de la insistencia de Candy que se cansaba de sugerirle que no era
tan mala idea el dar al joven una nueva oportunidad. Era como si todos los
buenos recuerdos que Annie había compartido con Archie se hubiesen
borrado y en su lugar quedase sólo el amargo resentimiento que había
cargado por años después del rompimiento. Candy sabía que Annie se
estaba lastimando aun más al negarse el derecho de liberar los
sentimientos que aún abrigaba en su corazón, sin importar cuanto ella se
esforzaba en esconderlos.
Sin embargo, parecía que los duros golpes que Annie había sufrido, habían
terminado por construir una barrera que ni aún la amistad de Candy era
capaz de destruir. Como un último desesperado intento la joven rubia
preparó un encuentro para tomar a la joven morena por sorpresa. Fue con el
pretexto de una función de caridad que la compañía Stratford presentó para
contribuir a la causa de la escuela de Annie.
Unos cuantos días antes de la fecha de la función, las flores habían dejado
de llegar a la misma hora cada mañana y Annie empezó a creer, en parte
aliviada y en parte decepcionada, que Archie - dándose finalmente por
vencido - había regresado a Chicago. Así que la joven fue al teatro con algo
de confianza.
-¿Qué pasa? - preguntó Candy curiosa al ver esa expresión como vacía en el
rostro de su amiga.
-¿Qué?
- Seguro
-¿Cómo ... cómo es ser tú, Candy? - preguntó Annie finalmente y sus
palabras dejaron a Candy boquiabierta.
-¿Ser yo? ¡Qué pregunta Annie! ¡No sabría qué contestar!- respondió Candy
asombrada -Yo ... yo supongo que es ... ¡bastante bbueno! Quiero decir ...
¡soy feliz!- dijo la joven con sinceridad.
- Yo me refiero a algo más que eso, Candy ... ¿Cómo es estar casada, tener
un hijo propio, llevar una casa que puedes llamar hogar, estar ... estar
embarazada ... ser amada por un hombre? - irrumpió la morena en una
lluvia de nuevas preguntas.
-Yo creo que fue mucho más de lo que alguna vez imaginamos, Candy -
admitió Annie - Algunas ocasiones mejor, y otras no tan irreal como una vez
nos lo figuramos. Mi relación con mi madre, por ejemplo, no ha sido tan
perfecta como yo creí que podría ser - concluyó Annie con un suspiro.
-Por el contrario, yo nunca seré capaz de decir eso, porque nunca fui
adoptada como tú lo fuiste. Albert siempre fue un tutor dulce y cariñoso,
pero no era como si yo tuviera una madre y un padre - comentó Candy
naturalmente, pero al ver la expresión triste en el rostro de Annie se
apresuró a aclarar
- No es eso, amor - contestó Candy riendo. - Es sólo que suu corazón está
hablándole con gritos tan fuertes que no podrá ignorarlo por mucho tiempo
- sentenció la joven mientras ayudaba su esposo a ponerse unos gemelos
de oro.
- ¡Mírala! - dijo la primera mujer con el vestuario del siglo XVII - Se pavonea
orgullosamente como si su embarazo fuera un trofeo. ¡Es realmente
patético!
- ¿Eso piensas, Marjorie? - preguntó Lucy con un brillo malicioso en sus ojos
amarillos, - Pero no podemos decir nada a ciencia ciierta, ellos ya estaban
casados cuando nosotras empezamos a trabajar para la compañía. Desearía
haber estado aquí antes para averiguar cómo le hizo para tenerlo sólo para
ella. Tú sabes, ¡curiosidad femenina!
-¿Qué quieres decir, chica mala? - preguntó Lucy disfrutando las maliciosas
insinuaciones de Marjorie.
- Bueno, quiero decir que el hombre que pueda resistir mis encantos no ha
nacido aún ... tengo la mirada puesta en esos gallardos ojos azules, verás.
Es solo cuestión de tiempo ...
- Es tan deprimente ver cuántas pseudo actricillas como tú, querida, piensan
que harán una carrera confiando en sus aventuras amorosas - continuó
Karen mirando a Marjorie despectivamente. - Si te estás figurando que la
fama de Terrence te ayudará a hacer un nombre en este negocio, entonces
estás luchando por una causa perdida, corazón. Ese hombre es la criatura
más extraña en su género que yo haya conocido. He perdido la cuenta de
todas las mujeres que han tratado de seducirlo y él las ha ignorado
soberbiamente; haciéndolas sufrir una muy vergonzosa humillación, por
cierto. No creo que tus débiles intentos podrían alguna vez representar una
verdadera amenaza para su esposa. Por consiguiente ... - añadió Karen
acercándose a la oreja derecha de Marjorie, - sugiero que empieces a
trabajar een ese talento tuyo, si es que tienes alguno ... pero recuerda, en
esta compañía la primera actriz se llama Karen Claise y se requiere mucho
más que una mujerzuela barata para derrotarme! - concluyó Karen lanzando
a ambas mujeress una mirada despreciativa que mortificó a Marjorie tanto
como las palabras de Karen.
- ¡Tercera llamada! - dijo una voz masculina y Karen dejó atrás a sus
compañeras, caminando con pasos orgullosos hacia el escenario. Marjorie
supo que no podía hacer o decir algo en contra de la estrella que era una
de las más importantes actrices jóvenes de Broadway, pero se prometió a
si misma que haría a Karen comerse sus palabras.
El teatro estaba lleno al tope con celebridades y miembros del jet set de
Nueva York esa noche. Los Britter tenían buenas relaciones con diferentes
familias importantes en la ciudad y la ya famosa combinación del prestigio
de la compañía Stratford y el talento de Terrence Grandchester habían
hecho el resto para vender todos los boletos a pesar del alto precio. Cuando
Annie vio el obvio éxito de la función de caridad no podía sentirse más que
profundamente satisfecha y agradecida con sus amigos por el apoyo que le
estaban dando a su causa.
Pensó entonces que era realmente raro cómo las cosas estaban terminando
tan bien, a pesar de sus problemas con Archibald. Annie había viajado a
Nueva York huyendo de la insistencia del joven millonario, pero nunca se
figuró que el viaje le daría la oportunidad de colectar más fondos para su
proyecto. Todo habría sido simplemente perfecto si solamente hubiera sido
capaz de dejar de pensar en Archibald una y otra vez.
- No hasta que aceptes escuchar lo que tengo que decirte - abogó Archie
respirando profundamente el perfume de azucena en el cabello de Annie. La
joven no respondió a la amenaza del hombre, pero permaneció en silencio
por un momento deliberando qué hacer en tan embarazosa situación y
culpando a Candy por su aflicción. Era demasiado obvio que todo había sido
idea de la rubia.
- Me temo que no puedo dejar este lugar, la obra ha sido organizada para
reunir fondos para mi escuela. Después de la función habrá una recepción
con el fin de agradecer al público y como comprenderás, yo tengo que
estar ahí - explicó ella nerviosamente mientras inconscientemente
estrujaba su bolsa con las manos.
- Entonces sería más fácil para ti escucharme y tal vez entiendas mi punto
de vista , Annie - contestó el joven tratando de hacer su mejor esfuerzo
para permanecer sosegado - Desearía que tú pudieras entrar en mi corazón
y darte cuenta de cuánto me arrepiento de la manera en que me comporté.
Yo tenía un precioso tesoro en tu afecto sincero y honesto que simplemente
no supe apreciar porque estaba cegado por una ilusión. Al final de todo,
esta quimera probó ser sólo eso, un sueño imposible que se desvaneció,
dejándome vacío y solo - admitió él humildemente, clavando sus ojos en la
decoración neoclásica de las paredes.
- Fue ... fue sólo un error de mi parte ... tal vez la vieja costumbre que
vuelve - respondió ella bruscamente tratando de recobrar la sana distancia
que estaba tratando de mantener. Sin embargo, Archie no estaba dispuesto
a darse por vencido tan rápidametne.
- Por favor, déjame terminar lo que te tengo que decir, Annie- casi rogó él
con su más dulce acento sin perder el brazo de la chica - Mi corazón ha
vivido en confusión por largo tiempo, y en mi desolación no podía entender
los sentimientos que tenía por ti. Por supuesto que te quería, pero mis
obsesiones no me permitían verte de la manera en que un hombre necesita
ver a la mujer que va a ser su esposa. Cuando finalmente me di cuenta de
que había puesto mis ojos en la chica equivocada tú ya estabas en Europa
y yo agradecí a Dios por eso, porque no quería que me vieras en el
humillante estado depresivo que sufrí esos días - Él se detuvo, y el cambio
imprevisto en la actitud de la joven mientras él hablaba acerca de su propio
sufrimiento le dio fuerza para continuar - Sé bien que tú has sufrido por mi
culpa y esa es la única cosa que he hecho de la que realmente me
arrepiento, pero mi vida tampoco ha sido sencilla. Fue muy difícil
levantarme de nuevo y empezar a aceptar que Terri había ganado. Más
tarde empecé a ver las cosas desde un punto de vista diferente y pensé
que yo también merecía encontrar una mujer que pudiera amarme ... así
que la busqué, pero por una razón la cual desconozco, mi búsqueda había
sido infructuosa hasta ... hasta que te vi otra vez en esa fiesta.
- ¡Archie! - susurró ella volteándose otra vez para ver al joven en contra de
las muchas alarmas en su cabeza que la estaban advirtiendo no hacer
semejante cosa
- Te amo - dijo Archie cuando sus ojos se encontraron con los de ella
-Es ... es ... es muy triste escucharte decir eso ahora, cuando no estoy
dispuesta a volver al pasado - murmuró la muchacha débilmente, tratando
de defenderse del tumulto de sentimientos que estaba explotando dentro
de ella mientras la confesión de amor de Archie invadía su alma con un
dulce sabor que ella no había conocido jamás.
- Sí, y ... cuando estoy con él no me siento tan asustada como me siento
contigo ... me heriste tan profundamente ... que tengo miedo de no poder
superar el resentimiento nunca - repuso ella bruscamente y en ese
momento las lágrimas rodaron en sus mejillas haciendo a Archie sentirse
más confundido con los tan contradictorios mensajes que ella le estaba
enviando. Desesperado, el joven sintió que el delgado hilo que estaba
sosteniendo sus impulsos estaba a punto de romperse.
“Y debo confesar que fue ...” Paty le había dicho a Annie aquella
ocasión cuando hablaba de la primera vez que Tom la había
besado.
Y placentero era una pobre palabra para describir los sentimientos de Annie
en el momento en que la boca de Archie alcanzó la suya, acariciando la
tierna superficie de sus labios con un toque que era al mismo tiempo
apasionado y suave. Annie no podía siquiera moverse, pero no necesitaba
hacerlo ya que su voluntad estaba totalmente rendida al intercambio físico
mientras el beso, su primer beso de amor, se intensificaba más y más. A
pesar del entumecido estado en el cual estaba, la joven pudo percibir
claramente cómo Archie ligeramente se estremecía de emoción cuando ella
instintivamente le permitió explorar la humedad de su boca en un
intercambio más íntimo. Sí, placentero no era suficiente, tal vez seductor o
tentador podría estar más cerca y aún así, el sentimiento era más
arrollador que eso. Annie apenas podía creer que él la estaba tocando con
la pasión que ella siempre había añorado ... la misma pasión que antes
Archie sólo podía sentir por otra chica que no era ella. Otra mujer ... él
siempre había estado enamorado de otra mujer ... ¿Podría ser diferente
ahora? Annie se preguntó y el débil vestigio de vacilación hizo que su
cabeza le ganara la batalla al corazón y su resentimiento gritase más
fuerte que su amor. Con un último reflejo de sus manos, la joven empujó al
hombre violentamente liberándose de sus manos.
- Annie, yo entiendo que estás muy molesta ahora y tal vez no estás
diciendo lo que realmente quieres ... yo ... yo estoy realmente apenado por
mi conducta ... pero te ruego que reconsideres
-Te veré mañana de cualquier manera - dijo por último dejándola sola con
su propio tumulto.
¿Cómo fue que Annie reunió la fuerza para regresar al palco de los
Grandchester y asistir a la fiesta después de la obra? Ella nunca lo sabría.
Los recuerdos de esa noche siempre estarían borrosos y confusos después
del momento que ella escuchó por último la voz de Archie diciendo que la
iría a ver al siguiente día. Annie ni siquiera tuvo la fuerza de decirle a Candy
cuan molesta estaba con ella por haber preparado el encuentro con el
millonario. Cuando la morena regresó a su cuarto en la casa de Candy
después de la recepción, solamente pudo desplomarse a la cama, llorando
hasta quedarse dormida.
- Archie, yo aún pienso que ella te ama muchísimo, pero está demasiado
confundida - contestó Candy tratando desesperadamente de salvar la
felicidad de sus amigos.
- Pero ... - Candy iba a insistir pero una mirada discreta de los ojos de Terri
fue suficiente para hacerla entender que tenía que darse por vencida.
Como hombre, Terri sabía que Archie había hecho todo lo que podía para
recobrar a Annie, pero parecía que su mejor esfuerzo no había sido
suficiente. Con el corazón roto y el alma desalentada, recobrar el orgullo
perdido era todo lo que quedaba para Archie.
- ¿Me harías un último favor, Candy? - preguntó Archie con tono honesto.
Cuando el automóvil empezó a alejarse, Archie vio por última vez a sus
viejos amigos agitando sus manos en señal de despedida, de pie en el jardín
de su casa, y una vez más el joven sintió un pinchazo de envidia. Sin
embargo, esta vez el sentimiento era diferente. Archie no estaba celoso de
Terri por tener a Candy, pero envidiaba su suerte por tener a la mujer que
amaba a su lado, mientras la que Archie amaba, había escogido darle la
espalda.
“Otra chica ...” la idea hizo eco en la mente de Annie una y otra vez y no
le dio un momento de paz por el resto de la noche. La joven prácticamente
cavó un agujero en el piso de madera de la recámara mientras caminaba en
círculos por horas, incapaz de recobrar la calma.
Annie no salió del cuarto para cenar esa noche y Candy no insistió,
pensando que era mejor dejar a Annie ocuparse de sus demonios.
-"Un poco de ayuno no daña a nadie"- pensó la rubia aún esperando que
su amiga reaccionara pronto.
- ¿Qué estás haciendo aquí? - preguntó el joven riendo entre dientes, pero
Annie supo que él no se estaba dirigiendo a ella porque estaba
cuidadosamente escondida detrás de la puerta del comedor y él no podía
haberla visto.
- Llovió papi, Baboo estaba asustado y no podía dormir - el niño dijo con un
puchero refiriéndose a su oso de peluche.
- Ya veo - comentó Terri conteniendo su risa ante la graciosa excusa - pero
ya no está lloviendo. Ven acá, te llevaré a tu cama ahora y ambos dormirán.
¿Entendido? - dijo Terri cariñosamente y Dylan inmedddiatamente respondió
abriendo sus brazos para que su padre lo cargara.
- ¡Ahí están ustedes dos!- dijo una voz femenina desde lo alto de las
escaleras y Annie reconoció la voz de Candy.
- ¡Hey tú, mentiroso! - protestó Terri mirando a su hijo - Yo nunca dije que te
contaría un cuento.
- ¡Papi! - fue la respuesta suplicante de Dylan y eso fue suficiente para que
su padre consintiera.
- Algo no muy sensato, Annie - admitió Candy con el tono más dulce que
tenía, pero con la suficiente firmeza como para hacer entender a su amiga
que había cometido un error. - Sin embargo, no es algo que no podamos
resolver - añadió Candy buscando el rostro de Annie.
- ¡Fue ... fuiste tú ... y tu familia! - murmuró Annie mirando a los ojos verdes
de Candy que la veía sin comprender lo que quería decir su amiga. - Anoche
... vi a Terri llevando a Dylan en sus brazos y los tres ... tan unidos, a gusto
... felices ... y repentinamente entendí que nunca tendría esa clase de
felicidad con ningún hombre ... a menos que la tuviera con Archie ... pero
ahora es demasiado tarde! El rogó por mi perdón , se tragó todo su orgullo y
yo solamente lo rechacé cruelmente!
- ¡No, no y no! - Candy respondió con una firme resoluciión en sus ojos. -
¡Esta historia no terminará de esta forma, no si puedo hacer algo al
respecto! ¡Vamos Annie, lávate la cara, vístete y prepárate a recobrar a tu
hombre! - ordenó la rubia.
- Quiero decir que vamos a ir a la estación del tren antes de que Archie se
vaya. Ahora vístete mientras llamo a la nana de Dylan. En cuanto llegue, te
llevaré a la estación.
- Pero Candy ... - protestó Annie débilmente, pero lla determinación en los
ojos de Candy era tan clara que la joven morena no se atrevió a contradecir
a su amiga y obedeció en silencio.
Treinta minutos después las dos mujeres estaban prácticamente volando en
el auto de Candy, quien olvidándose de sus maneras al manejar corría a
través de las calles de Manhattan mientras de vez en cuando le echaba un
vistado a su reloj con claro nerviosismo.
- ¡Podrías ir más despacio, por amor de Dios, Candy! - rogó Annie con la
cara pálida y las manos pegadas al asiento. - ¡Ese fue un alto que te acabas
de pasar!
- Aún estamos a tiempo - le dijo Candy a Annie con una sonrisa mientras se
estacionaba, - ¡Vamos animáte, chica! Él debe estar ahora esperando en el
andén ¡Alcánzalo y por favor no regreses a visitarme hasta que tengas un
anillo con el nombre de Archibald grabado en él! No te preocupes por tus
cosas, si decides volver a Chicago con él ahora, te enviaré tu equipaje
después. ¡ Ahora ve por él! - ordenó Candy guiñando con picardía.
- ¡Oh Candy! - dijo Annie aún jadeando y con las mejillas ruborizadas por la
emoción - ¡Deséame suerte!
- ¡Ay, Archie! - dijo ella en voz alta, sin preocuparse por el abstaraído gentío
alrededor de ella - ¡Te amo, siempre te he amado, siempre lo haré ... y he
sido la más grande tonta de esta historia por dejarte ir, cuando Dios sabe
que no hay y no habrá otro hombre en mi corazón, sólo tú, sólo tú mi amado
Archie.
- ¡Archie!- exclamó ella casi sin aliento, mientras se volteaba para ver al
joven parado en la plataforma, con su equipaje en el piso junto a él y
mirándola con una renovada esperanza brillando en sus ojos.
- Dime que no es un sueño que estoy teniendo, dime que durará para
siempre - susurró él en su oido con voz temblorosa mientras agradecia a
su suerte por haber llegado demasiado tarde a la estación.
- Durará mientras nuestros corazones sigan latiendo ... y quien sabe, tal vez
después de entonces - respondió ella levantado el rostro para verse
reflejada en la brillante superficie de los ojos almendrados de Archie y esta
vez, no tuvo miedo a hundirse en sus profundidades, ni sintió pena cuando
él inclinó el rostro para besarla otra vez. Desde una razonable distancia ,
una joven miraba a la pareja mientras ellos se besaban como si el mundo se
fuera a terminar al siguiente minuto. La mujer rubia sonrió satisfecha
mientras acariciaba tiernamente su abultado abdomen .
- ¡Bien, bebé, es mejor que regresemos a casa ahora. Esta vez, te prometo
un viaje cómodo y seguro - le dijo ella a la criatura y con paso lento
caminó hacia el punto donde había dejado su auto.
Ese día Annie y Archie regresaron a Chicago y sin duda se hubieran casado
al día siguiente si no hubiese sido por los ruegos de la madre de Annie –
quien suplicó a su hija para que le diera tiempo de preparar una boda
decente- y porque Candy no estaba en condiciones de viajar tan lejos para
la ceremonia. Así que la pareja tuvo que esperar tres meses, que parecieron
años para ambos, hasta que la Sra. Britter tuvo todo listo como ella siempre
había soñado y Candy había dado a luz a su segundo hijo.
Alben, el segundo hijo de los Grandchester, era una cosita rubia que
eventualmente tendría pecas en la nariz gracias al efecto de la luz solar,
pero también poseía los ojos azul verdosos que eran el sello familiar de los
Baker. Afortunadamente, Candy se recobró muy rápidamente y fue capaz
de asistir a la boda. Despues de todo, la dama de honor no podía perderse
tan importante fecha. Seis meses más tarde, el instituto Alistair Cornwell
abrió sus puertas como la primera escuela para niños discapacitados
mentales en Chicago.
Parte 3
Muchas cosas cambiaron para las mujeres durante los años veinte. Después
de décadas de lucha sufragista, las mujeres conquistaron su derecho a votar
en Inglaterra y los Estados Unidos y ya que muchas actividades habían sido
abandonadas por los hombres durante la Guerra Mundial porque estaban
peleando, el sexo femenino probó al mundo que podía hacer los trabajos de
los hombres y aun criar una familia si la situación lo requería.
Cuando la paz volvió, las mujeres se habían dado cuenta de que ellas
podían hacer muchas cosas y tener una vida propia fuera de sus hogares.
De alguna manera, el desencanto sufrido por la devastación de la guerra y
la búsqueda desesperada de un nuevo orden en los años que siguieron, hizo
a la humanidad volver la espalda a los principios morales del siglo IX y con
un nuevo punto de vista la clase media y alta Norteamericanas empezaron a
ver el rol de la mujer desde una perspectiva diferente.
Tal vez Patty hubiera seguido, escondiendo sus problemas secretos por el
resto de su vida si no hubiera sido por la visita de Candy durante la
primavera del siguiente año. Solo le tomo a la rubia estar un par de días con
los Stevenson para notar que algo no estaba tan bien como Patty pretendía.
Durante la estadía de Candy en la granja, la joven señora de Stevenson se
enfermó con fiebre, por lo que la rubia había enviado a todos los niños,
incluyendo a los suyos, al hogar de Pony para tener suficiente tiempo para
cuidar de su amiga. Durante una de esas tardes, mientras Patty dormía,
Candy se sentó en la puerta principal junto a su amigo de la infancia y le
lanzó una mirada intencionada que el joven inmediatamente sintió.
- ¿Qué pasa Candy?- preguntó Tom intrigado por la mirada fija de la rubia.
- Así que los has notado, ¿no es asi? - dijo el hombre levantando la cabeza,
mientras fijaba su mirada en el color dorado del atardecer.
- Por supuesto, así es. No es la fiebre, eso es algo que pasará muy pronto,
pero más allá de los síntomas físicos que ella tiene ahora hay una mirada de
molestia, intranquilidad ... dime, ¿es algo entre ustedes dos?
-¡Ay, Candy!- suspiró el joven con los ojos clavados en el horizonte, - daría
todo lo que tengo para descubrir qué es lo que ella tiene. Ha estado así
durante los últimos dos o tres meses, desde que nació Joshua, creo. Y
aunque le he preguntado directamente qué la esta haciendo sentir tan mal,
ella siempre lo niega e insiste en que sólo está cansada porque cuidar de los
niños y llevar la casa toma todas sus energías.
- Claro que no, pero ella no quiere aceptar que algo marcha mal ... y a veces
... Candy, resulta muy difícil para mi verla como ella se consume en esa
depresión y yo simplemente no puedo hacer nada”- explicó el joven con voz
ronca mientras sus labios empezaban a temblar ligeramente.
Candy se sentó junto al joven y con la ternura de una madre dió una
palmada en el hombro de Tom. Por un segundo, él joven se había reducido
al niño pequeño que ella recordaba, confundido y asustado, como el día en
que él y la rubia se perdieron en el bosque durante una tormenta.
- ¿Qué?
Candy se quedó con Patty durante todo el tiempo que le llevó recuperarse
de la fiebre. Como siempre, Patty se sentía relajada y con más confianza
con la rubia cerca y poco a poco Candy empezó a comprender qué estaba
pasando con su amiga. La rubia llamó al Dr. Martin y el buen hombre pidió
un periodo de ausencia en el hospital para viajar a Lakewood y cuidar de
Patty. Dios sabía que el viejo doctor hubiera hecho cualquier cosa por la
joven que lo había ayudado a salir del alcoholismo, aún si eso significaba
abandonar sus muchas responsabilidades en Chicago.
Era muy tarde en la noche y Candy estaba leyendo la nueva obra de Terri a
la luz de una lámpara mientras su amiga dormía. La joven rubia levantó los
ojos de la página pensando en su esposo y no pudo evitar que un suspiro
escapara de sus pecho. La mente de la joven regresó a su lugar favorito
donde Candy abrigaba todos sus más queridos recuerdos relacionados con
su esposo. Vió de nuevo esos chispeantes ojos azules que ella amaba mirar
mientras se abrían cuando la luz de la mañana entraba en su recámara, y
no pudo contener los deseos de tener alas y volar para estar con Terri en
ese momento.
- Sí, con todo mi corazón - Candy admitió con una sonrisa triste.
- Yo sabía que las cosas serían así desde siempre. Él es actor y viajar es
parte de su vida. Con dos niños y un trabajo de medio tiempo no puedo
estar siguiéndolo cada vez que va de gira.
- Supongo, pero debe ser duro de cualquier manera - comentó Patty con un
tono suave casi imperceptible.
- Sí, pero hay otros modos de estar lejos de la gente que amas que son más
dañinos y difíciles de llevar - dijo intencionalmente la rubia esperando que
sus palabras la ayudaran a abrir un nuevo camino hacia el corazón de
Patty.
- Quiero decir que a veces la gente se mantiene alejada de los otros por
muchas razones ... miedo, inseguridad, confusión ... y eso no ayuda a
aminorar el dolor, sabes hermana?- Candy explicó intencionalmente. Patty
se quedó en silencio por un momento, sin mover un solo músculo de su
rostro pálido y Candy entendió que una lucha interna estaba tomando lugar
dentro de su amiga en ese mismo momento. Afuera, el rumor de una
inusual lluvia de primavera llenaba el aire con la caída rítmica de ligeras y
frescas gotas que bañaban los campos.
¿Cuánto tiempo Patty derramó sus lagrimas y dejó sus sollozos correr por
su garganta? La morena nunca lo sabría exactamente, pero siempre
recordaría que después de que el pozo de su llanto aparentemente llegó a
secarse, sintió la más urgente necesidad de abrir su corazón y descargar
toda la opresiva frustración que estaba molestándola como una par de
bloques de plomo sobre sus hombros.
Patty se había casado con Tom tan sólo unos pocos meses después que
Candy y Terri hicieran lo mismo y en ese tiempo ella había tenido cuatro
niños, casi uno cada año. No sólo el esfuerzo físico había sido enorme, sino
que la colosal responsabilidad que repentinamente había caído en sus
hombros había sido tan abrumador que apenas había tenido tiempo de
pensar en si misma. De pronto la joven tenía que llevar una granja – algo
que ella nunca imaginó que tendría que hacer – cuidar de un esposo - que
era tan exigente como lo son todos los hombres - y cuidar de sus niños,
todo en el mismo paquete. Aún cuando Patty estaba muy enamorada de su
esposo y adoraba a todos sus niños, parecía que su vida estaba llegando a
ser una interminable lista de deberes que no le permitían un sólo segundo
de descanso.
Por otro lado, la joven no podía evitar comparar su vida con la de sus dos
mejores amigas. Annie había ciertamente sufrido muchos tiempos difíciles,
eso era seguro, pero al final había encontrado su camino y estaba
activamente envuelta en su escuela para entonces. Aún más, la joven había
recobrado el amor de Archie, algo que nadie creía posible, y finalmente se
había casado con él el año anterior. Los Cornwell no tenían hijos aún, pero
Annie y Archie no tenían prisa ya que la joven Sra. Cornwell aún tenía
muchos proyectos que completar con su instituto, el cual estaba creciendo a
pasos agigantados
Durante sus años en Florida, Patty había hecho estudios para ser maestra
y había lleagado a trabajar en una escuela primaria por un año a pesar de
la desaprobación de su padre, pero cuando Candy se enroló y se marchó a
Francia, Patty renunció a su trabajo para viajar a Chicago y estar con Annie
durante esos oscuros días en 1917 y 1918. Después de eso, la joven se
había casado con Tom y nada había sido lo mismo.
Sin embargo, Candy fue tan discreta que la joven aceptó escuchar lo que su
amiga tenía que decir sobre el tema y prometiéndole pensar en el asunto
lentamente se quedó dormida mientras Candy aun sostenía su mano. Candy
aclaró su frente apartando un ingobernable rizo que estaba cayendo sobre
su ceja y tratando de moverse con sigilo de gato, se levantó y regresó a la
mecedora. Continuó su lectura y sus pensamientos volaron otra vez hacia el
hombre que amaba.
Un par de días después de esa noche lluviosa, Patty finalmente habló con
Tom en privado y aunque Candy nunca supo exactamente qué había sido
dicho en aquella conversación, los ojos enrojecidos de Tom y la actitud
liberada de Patty cuando aparecieron en el comedor para la cena, hicieron
entender a la rubia que la pareja se había abierto el corazón el uno al otro,
profundizando en los rudos terrenos de su debilitada relación. Ambos habían
cometido unos cuantos errores que obviamente los habían lastimado
mutuamente, pero estaban dispuestos a luchar por el amor que ambos
compartían y la familia que habían construido. Eso era todo lo que Candy
necesitaba saber.
Pero Patty Stevenson aun tendría que pasar por otra difícil prueba. Sus
padres nunca aceptaron su matrimonio con un hombre de una condición
social inferior, y nunca contestaron sus cartas, ni siquiera cuando Patty les
enviaba fotos de sus lindos y saludables niños. Tal vez a la Sra. O’Brien le
hubiera encantado ver a su hija otra vez y conocer a sus nietos, pero temía
a su esposo demasiado como para desobedecer sus órdenes y ya que ella
murió antes que el señor O'Brien, la pobre mujer nunca tuvo, ni el coraje ni
la oportunidad de reestablecer su relación con Patty.
Ellis caminó por el jardín de la casa admirando las rosas y camelias que
adornaban el lugar. Llegó hasta el porche blanco y estuvo a punto de
accidentarse con un pantín de cuatro ruedas que algún pie infantil había
dejado olvidado. Ellis se rió de sí mismo recordando tal vez su propias
correrías de la infancia. Se volvió luego y finalmente tocó el timbre de la
casa.
-¿Yo? Soy Charles, pero mis amigos y tú pueden llamarme Chuck - contestó
el hombre inclinándose y appoyando sus manos en las rodillas para estar
más al nivel de su interlocutora.
- Bueno, creo que ese trueque está bieen... Supongo que viene por la cita
que tenía con mi esposo ¿No es así, Charles?
Una voz abaritonada se escuchó del otro lado de la puerta y la mujer abrió
la puerta para hacer pasar al visitante.
- Yo les dejo señores - indicó la dama con un suave gesto de su cabeza - hay
tres obligaciones que reclaman mi atención en el jardín, pero les eviaré té,
si les parece.
- Bueno, sí, toma algo de tiempo trasladarse, pero creo que vale la pena.
Pero dígame Ellis, ¿Cómo está eso de que deja usted el New York Times? -
preguntó el interlocutor de Charles, sentándose en un sillón cercano y
tomando el té que le ofrecía su empleada. La luz entraba entre los encajes
de las cortinas jugando con los iris tornasolados del hombre y Ellis pensó
que sin duda era difícil para las mujeres sustraerse a la seducción de esa
mirada.
- Lo que pasa es que he recibido una oferta que no puedo resistir - contestó
Charles con tono francamente alegre - Mis años en el New York Times han
estado llenos de momentos muy gratificantes, pero en el fondo siempre
había tenido un sueño y ahora me ofrecen la oportunidad de lograrlo.
- Por supuesto. Es sólo que será en otro giro. Siempre había tenido el deseo
de trabajar como corresponsal político en el extranjero y finalmente se me
presenta la posibilidad.
- Ya veo....un poco más de aventura que la que puede darle este mezquino
medio teatral ¿No?- dijo el hombre sonriendo detrás de su taza de té. Ellis
no pudo evitar pensar que el hombre que tenía enfrente era
dramáticamente diferente del jovencito que había una vez conocido en un
bar.
- Debo reconocer que al principio me resultó algo fastidioso trabajar para las
noticias de artes y espectáculos - respondió Charles finalmente- , no porque
me disguste el tema, sino porque en mi época de estudiante me había
forjado otra idea de lo que sería mi carrera. Con el tiempo he llegado a
sentirme bastante a gusto trabajando para la crítica de teatro, pero aún así
no quisiera dejar pasar la oportunidad de hacer lo que tanto había soñado.
- Es un excelente crítico, sí, pero deeboo admitir que no ha sido fácil ser su
asistente.
- ¡Dios mío, Ellis! ¿Sabe usted que me esstá contando algo que mi mujer me
ha venido diciendo desde hace años y yo nunca se lo quise creer?- dijo el
hombre cuando pudo reponerse del ataque de risa. Ellis estaba asombrado
pues nunca había visto a Grandchester de tan buen humor y tan abierto en
los preliminares de una entrevista. Si bien, debía reconocer que hacía ya
mucho tiempo que no había tenido la oportunidad de entrevistar al actor.
Ellis había dejado el puesto de reportero para trabajar como asistente en la
sección de crítica desde hacía 9 años - Bueno hombre, ya basta de charla,
entiendo que usted está aquí por una entrevista, no para hablar del bendito
Sr. Hirshmann. Puede empezar usted cuando guste - dijo finalmente el
artista recobrando su seriedad.
- Adelante
- Sí, ellos dos y una pequeña más que apenas acaba de cumplir los cuatro-
respondió el dueño de la casa.
En ese instante la pequeña rubia salió también de la casa y los dos hombres
parados ante la ventana pudieron observar cómo se unía a los juegos de sus
hermanos acompañada de la madre de los tres. La señora Grandchester se
había puesto unos pantalones de dril y una camisa de algodón y con los pies
descalzos al igual que los tres niños se dió a la tarea de jugar con ellos
como si fuese una cuarta compañera de juegos de la misma edad de los
chiquillos.
- Usted nunca ha querido dar detalles sobre esa época a ningún periodista
hasta ahora - comentó Ellis tratando de probar sus haabilidades de
entrevistador - ¿Por qué?
- Las cosas que viví en Francia tienen que ver con mi vida personal y como
en cierta forma involucran a terceros, he preferido guardar silencio al
respecto. Entre más información uno le da a ustedes, más especula la gente
. . . y simplemente no me gusta mucho la idea. Lo verdaderamente
importante que aprendí de la experiencia está reflejado en mi trabajo. Lo
demás es privado.
- Entiendo. No obstante, todos saben que ahí fue donde usted conoció a su
esposa. No hace falta ser demasiado listo como para comprender que el
inicio de esa relación fue un parteaguas en su vida - sugirió el reportero.
- Eso es correcto. Sí, es cierto que desde el momento que Candy aceptó ser
mi esposa mi vida ha sido otra, pero diría que hay algunos detalles
inexactos en esa explicación que no tengo intenciones de aclarar al público.
Baste saber que si algo bueno hay en mi, algo que tenga en verdad valor
humano, eso se debe a ella y a esta familia que ella me ha dado. Esto que
ve usted aquí Ellis, es la respuesta que la prensa trata de buscar en una y
mil razones fantásticas. No hay gran misterio. Soy un hombre feliz y por
ende reacciono como tal. Hasta los seres sombríos como yo tomamos
nuevos colores cuando estamos cerca de la luz. Eso es todo.
- Pero parecería no estar muy de moda ser feliz entre sus colegas escritores
¿No es así?- pregutó Ellis dirigiendo el tema hacia otro terreno al ver que el
actor era reacio a abundar sobre su vida personal.
- Bueno, toca usted un punto algo triste para mi, profesionalmente hablando
- contestó el artista - Mis obras tienen cierto éxito y podría decirse que me
siento satisfecho de lo que hago, pero mis colegas insisten en preservar una
visión más pesimista del mundo ante la cual mi trabajo les parece
anacrónico. Pero no los culpo, lo que el hombre ve depende de lo que tiene
dentro y la vida ha querido ser generosa conmigo dándome muchas cosas
buenas que atesoro aquí dentro - concluyó el hombre apuntando a su
corazón.
- Digamos que mal interpretado. Hasta Ernest, con quien tenía una gran
amistad, terminó por alejarse al ver que yo no cambiaba mi modo de
pensar. Imagino que es propio del caracter de Ernest el ser algo
intransigente ante los que piensan diferente. Pero no lo culpo porque en una
época en que yo era menos afortunado, era del mismo sentir.
- Sin embargo usted mantiene una estrecha amistad con el Sr. Andley y él
es también un viajero incansable - respuso el reportero lanzando otro
gancho más.
Terrence volvió a reir de buena gana pues no era la primera vez que alguien
resaltaba el curioso dato.
- A pesar de ello he oído decir que la Sra. Raisha Andley, antes señorita
Linton, es una mujer culta y proveniente de una importante familia
británica. Bueno, al menos su padre.
- Esa es la versión errónea que todos tienen. De una vez por todas voy a
contestarle la pregunta y espero que escriba bien esa respuesta porque no
pienso volver a hablar del asunto. En primera de cuentas no puedo negar
que mi interés por el teatro me viene en la sangre. Mi madre y yo
compartimos muchas cosas además de nuestro parecido físico, pero por
extraño que les parezca a todos yo jamás le comenté nada al respecto de
mi interés en convertirme en actor. De hecho, ella estaba aquí en Nueva
York cuando yo decidí dejar Inglaterra y no se imaginaba ni siquiera
remotamente lo que yo planeaba. Ella se había hecho a la idea de que yo
sería el duque de Grandchester y me encargaría de los negocios y cargos
políticos de mi padre en la cámara cuando él ya no estuviera. Después,
cuando llegué a Broadway buscando trabajo ni siquiera visité a mi madre
para enterarla de mi decisión. Quería hacer las cosas por mi mismo . . . sin
usar el prestigio de mi madre como actriz para impulsar mi propia carrera.
Estoy muy orgulloso de cada cosa que he logrado en mi trabajo, porque
contrario a lo que muchos envidiosos piensan, todo lo he conseguido por
mérito propio.
- ¿Quiere usted decir que a los quince o dieciséis años decidió dejar la casa
paterna y aveturarse en Nueva York sin el apoyo de ninguno de sus padres?
- preguntó el hombre intrigado, pues nunca se había imaginado que la
historia hubiese sido así.
- Debo admitir que tuve que vender un auto y un caballo que mi padre me
había regalado para costearme el viaje a América y poder vivir un tiempo
hasta conseguir un empleo, pero prácticamente es cierto lo que usted dice.
Hice la venta en no menos de veinticuatro horas, empaqué y tomé el primer
barco que salía de Southampton.Tuve que conseguir un pasaporte falso que
me aumentaba la edad para poder viajar sin el permiso de mi padre, pero
no fue difícil de lograr una vez llegado al puerto. Así de simple.
- Debió de requerir de mucho valor siendo tan joven y estando
acostumbrado a vivir en el lujo de la nobleza británica- sugirió Charles.
- Puedo decirle que tenía un motivo muy fuerte para actuar con tanta
impulsividad. No creo que fuera valor. Era sólo . . . - se volvió a detener
sondeando el rostro del reportero - Ellis, en su reportaje ponga lo siguiente:
no fue valor lo que me movió a salir de Inglaterra en aquella ocasión. En ese
entonces yo pensé que sería mejor así para bien de todos. No haré más
comentarios . . . pero "off records" y siendo que ya usted tiene parte de la
historia desde aquella noche en que el alcohol me llevó a cometer ciertas
indiscreciones le contaré lo que realmente sucedió. Supongo que tengo su
palabra de honor de que esto no saldrá de esta habitación.
- Una vez más. Aunque sin duda mis planes eran convertirme en actor
como siempre había soñado, no fue ni valor ni una irracional rebeldía lo que
me movió finalmente a decidirme, - comenzó a narrar el joven - sino el
deseo de proteger a la persona más importante de mi vida y a quien en ese
momento yo pensé le convenía mi partida.
Recordó entonces 1915, el año más negro de toda su vida. Romeo y Julieta
era todo un éxito.Tenia tan sólo dieciocho años, pero su nombre era ya
conocido ampliamente por todo el norte del país. Los tiempos de estrechez
económica parecían haber pasado. Irónicamente, las cosas no podían
estarle yendo peor. Se sentía confundido, solo, tremendamente triste y para
empeorar las cosas había comenzado a beber demasiado. Una noche
después de la función le habían faltado las fuerzas para ir a visitar a su
novia y en lugar de dirigirse hacia Queens, donde ella vivía, se había
encaminado a un bar barato, lejos del glamour de Manhattan.
El lugar era oscuro y poco concurrido por blancos, así que su identidad
estaba cubierta. Esa noche, Charles Ellis que apenas tenía 22 años y recién
iniciaba su carrera de periodismo había tenido la misma idea, un tanto
molesto por una frustrada entrevista de trabajo que había sufrido aquel día.
-¿Tiene usted alguna idea de por qué estoy tan ebrio?- había preguntado
Terri con voz aguardientosa y sin cuidar ya su fuerte acento británico al
punto que a Ellis se le dificultó al principio entender lo que quería decir.
-Supongo que querrá divertirse - había sido la respuesta del periodista que
se esforzaba por encontrar puntos claves de la conversación que había
estado llevando con el actor a fin de poder recordarla después. No podía
sacar su libreta y apuntarlo todo delante del artista así que debería de
memorizar todo lo que le fuese posible.
- No le entiendo.
- Dime tú una cosa . . . si conoces a una chica que hace que se te ponga la
carne de gallina, el corazón se te llene de música y el alma se te abra de
par en par de sólo mirarla. . . ¿Qué es lo que haces? - había preguntado el
joven admirando a Ellis con el lirismo de sus palabras a pesar de su
embriaguez.
- Pero . . . - había titubeado Ellis, no muy seguro sii debía seguir presionando
al ebrio con sus preguntas - Usted me ha dicho que tiene una novia ¿No es
así?
- Entonces no la ama.
-¿Y por qué entonces no romper con la novia que tiene ahora y buscar a esa
otra que le obsesiona tanto?
-¿Usted qué cree, Ellis?- preguntó a su vez el actor con una sonrisa
enigmática.
- Éramos compañeros de colegio. Alguien que no nos quería bien nos tendió
una trampa cuyas consecuencias exigían que uno de los dos abandonara el
colegio. Yo no podía dejar que fuese ella quien sufriera ese castigo, sobre
todo cuando la ponía en un serio predicamento con su familia. Entendí
entonces que todas las cosas eran ya ineludibles y obvias. Yo no etaba a
gusto con la vida bajo la tutela de mi padre y ella necesitaba que yo tomara
una decisión rápida. Así que las circunstancias aceleraron los
acontecimientos que tarde o temprano se hubiesen presentado - contestó el
actor con soltura.
-Así es - afirmó el hombre con una seguridad que le hizo entender a Ellis que
decía la verdad.
- Fue un encuentro más bien breve, pero suficiente como para que
entendiéramos que lo que había entre nosotros era una de esas cosas que
el tiempo y la distancia solamente hacen madurar y crecer aún más. Ella
estaba viviendo en . . . - se detuvo el hombre brevemente como si estuviera
pensando qué tan lejos quería ir en su narración - una ciudad lejana, pero
empezamos a escribirnos a diario.
- Creo entender lo que usted dice - asintió Ellis respetando el punto de vista
del artista, pero después de un segundo reaccionó con otra réplica para
continuar la conversación - Entonces usted mantuvo esa relación digamos
"epistolaria" por un tiempo sin que nadie en el medio lo supiera ¿Alguien
más estaba al tanto?
- Los mejores por supuesto - repuso el actor con vehemencia -Me moría de
ganas por verla de nuevo pero la distancia y nuestras ocupaciones
correspondientes no nos daban margen para vernos. Empecé a ahorrar
pensando que podría viajar a visitarla en cuanto tuviera la oportunidad y tal
vez formalizar la relación, pero entonces se dio la oportunidad de audicionar
para el rol de Romeo. En ese momento mis planes cambiaron. Si conseguía
el papel significaría mi primer gran éxito profesional y por ende el inicio de
una vida mejor. Así que decidí concentrarme en lograr esa meta que no
solamente me llenaría de satisfacciones profesionales, sino que me
permitiría estar en una situación económica lo suficientemente estable
como para proponerle matrimonio a la mujer que amaba.
- Pensaba usted muy en serio para ser tan joven. Imagino que no tendría ni
veinte años entonces - somentó Ellis.
-Pero según los tristes detalles que usted me confesó en aquella ocasión
que nos conocimos, usted tuvo que echar por tierra todos esos planes ¿No
es así?
- En esa época hice las cosas más estúpidas y vergonzosas de toda mi vida -
contestó el hombre alzando la ceja en un gesto de desaprobación - pero no
quiero hablar de ello. Baste decir que un milagro me salvó de acabar
conmigo mismo y al final de todo decidí regresar a Nueva York y retomar mi
camino.
- Así es. En esa época yo pensaba erróneamente que estaba en deuda con
Susannah y que la única manera de pagar honorablemente el favor recibido
era casándome con ella. Mi dolor por la pérdida de la mujer que amaba en
verdad me había hecho acobardarme ante ese supuesto deber, pero
después de las experiencias vividas decidí que debía regresar y afrontar lo
que creí mi responsabilidad. Por desgracia para la pobre Susannah las cosas
no salieron bien, su salud se desmejoró y usted ya sabe el triste final de esa
historia.
- Pero si ella no hubiese muerto usted se habría casado con ella ¿Cierto?-
sugirió Charles llevando la conversación hacia otro punto que aún le
intrigaba.
El artista se echó para atrás y rió un buen rato ante la sorpresa del
reportero.
- Así que el hecho de conocer a este hombre fue una de las cosas
importantes que le acontecieron en Francia, además de haber conocido ahí
a su esposa.- replicó Charles con doble intención.
- Sí, pero eso es algo que no necesariamente quiero guardar sólo para mi.
Todo lo contrario, estoy muy orgulloso de contarme entre las amistades de
Armand Graubner, pero lo que ahora voy a decirle eso guárdelo sólo para
usted, una vez más por respeto a la menoria de Susannah.
- Me alegra por usted, Grandchester. Pocos hombres pueden decir que han
amado a una sola mujer toda su vida y aún más, contar la dicha de tenerla a
su lado. Pero no entiendo el deseo de usted y su esposa de ocultar una
historia de amor tan hermosa.
- ¿Podría decir entonces que sus intereses literarios lo han llevado a tomar
estas medidas? - inquirió el reportero retomando el temaa.
- Mis motivos fueron familiares- dijo él al fin - Las constantes giras que hacía
me estaban alejando demasiado de casa y eso terminó por lastimar a mi
familia. Lo peor fue darme cuenta de que mis hijos Dylan y Alben estaban
resintiendo mi ausencia al punto de que Alben ya no me reconocía cuando
estaba en casa. Tendría entonces apenas un año. Por otra parte Dylan se
mostraba irritado y lejano. Afortunadamente me di cuenta antes de que las
cosas empeorasen aún más y corregí el rumbo. Después de que tomé esa
decisión Dios nos bendijo con la llegada de Blanche ¿Qué más podríamos
pedir?
- Supongo que su esposa estará muy contenta con su gesto. Pocos hombres
están dispuestos a sacrificar su carrera en pro de la unidad familiar -
comentó Charles.
Pero fama, dinero y poder no eran lo único que le daban una situación
envidiable. Estaba casado con la heredera de una de las familias más ricas
del país, quien además de hermosa le amaba con locura y le había dado dos
hijos sanos y fuertes. En fin, gozaba de salud, junventud, atractivo, un
presente sólido y un futuro brillante ¿Cómo no ser el foco de las envidias
más mesquinas y las ambiciones más ilegítimas?
Terrence:
Creo que la distancia que ha mediado entre los dos este último año
nos ha hecho más daño del que yo quería admitir. Me temo que si
esta situación sigue como hasta ahora pueda afectar a nuestros
hijos. Dios sabe que eso es lo último que desearía. Me parece que
es mejor que nos tomemos un tiempo lejos uno del otro para
reflexionar sobre las cosas que queremos hacer cada uno con
nuestras vidas de ahora en adelante. Partiré con los niños para
tomarnos un descanso juntos. Por favor, no nos busques. No tengas
cuidado de Dylan y Alben. Ellos estarán bien conmigo.
Candice.
Después de leer aquella nota se dislocaron los cimientos que sostenían el
delicado equilibrio de su vida. De la noche a la mañana parecía que la
oscuridad vivida en otro tiempo y prácticamente olvidada durante cinco
años de estabilidad emocional volvía de súbito a tomar el control.
Como nunca antes Terrence comrpendió que las bendicones terrenas son
frágiles como las alas de las mariposas, que si bien pueden conservarse
toda la breve vida del insecto, también pueden destruirse prematuramente
bajo alguna mano inconsciente. Entumecido por aquel golpe con la realidad
no atinó a hacer movimiento alguno hasta varias horas después ¿Cómo
reacciona un hombre cuando todo parece indicar que su esposa lo ha
abandonado? Si Albert Andley o Andre Graubner hubiesen estado cerca sin
duda él hubiese corrido a buscarles, pero el millonario estaba entonces en
Inglaterra, ocupado en consolar a Raisha Linton después de la muerte de su
padre, y Graubner estaba por mudarse de Lyon a Bavaria. Miles de millas lo
separaban de sus dos mejores amigos. Estaba solo en aquel embrollo en el
que él se había metido inconscientemente.
Por supuesto, todavía tenía deseos de desollar vivo a Nathan Bower, pues
estaba seguro de que la supuesta amistad del actor irlandés con Candy no
era más que una poca caballerosa estratagema de Nathan para
comprometer a la dama que lo había atraído desde el primer momento en
que posara sus ojos en ella. Bower tenía fama de casanova y Terrence sabía
de sobra que su mujer era una joya que fácilmente despertaba la codicia de
aquellos que suelen encontrar diversión en hurtar lo prohibido. Por otra
parte, el joven actor no tenía dudas de la virtud de su esposa, pero temía
que la amistad con Bower fuese a desencadenar las dañinas habladurías de
Broadway.
Eso había sido lo que había hecho estallar la discusión, pero ya con más
frialdad Terrence reconocía que se había extralimitado con las palabras. En
suma, se sentía avergozado del modo como le había recriminado a su
esposa por su amistad con Bower y bastante preocupado por las cosas que
Candy le había echado en cara por los rumores que corrían sobre su
relación con Marjorie Dillow.
- ¡Marjorie Dillow! - se decía él mientras movía la palanca de velocidades
con nerviosismo - ¡Malditos reporteros y maldita sea mi suerte! ¡Debí haber
tenido más cuidado con Marjorie! . . .
- En su ultima obra, "Al otro lado del Atlántico" usted relata la historia de un
hombre que vive obsesionado por el recuerdo de una pasión no
correspondida que casi lo lleva al suicidio ¿Tenía usted en mente a alguna
persona en especial cuando creó al personade de Jules?
-¿Fueron ellos tan afortunados como Jules al final de la obra? - preguntó Ellis
interesado.
- Puedo decirle sin temor a equivocarme que así ha sido – aseguró
Terrence pensando en Yves a quien había visto por última vez el año
anterior. El tiempo, que es siempre la mejor medicina para el alma, había
logrado que el joven médico olvidase sus pasados fracasos amorosos,
abriéndole también los ojos ante el cariño de una mujer que lo había amado
silenciosamente por años. Terrence recordaba todavía aquellos adioses en
la sucia estación del tren, entre pertrechos y municiones. En esa ocasión
Terrence sabía que a pesar de la sonrisa que Yves se esforzaba en
mantener había aún una dolorosa sensación de pérdida que se ocultaba
detrás del rostro sereno del médico.
Habían pasado largos diez años desde aquella vez que Flammy dejara los
Estados Unidos para irse a trabajar a Francia como enfermera militar y la
idea de regresar a Chicago le cayó de sorpresa a la joven. No era algo que
estuviera en sus planes, pero por primera vez en mucho tiempo la nostalgia
invadió su corazón y empezó a considerar la opción. La joven había decidido
quedarse en Europa al término de la guerra porque en el fondo acariciaba
la remota idea de lograr conquistar el cariño de un hombre, pero los años
habían pasado y aunque podía jactarse de haberse ganado la confianza y la
amistad de Yves Bonnot, parecería que éste no podía ver en ella más que
una buena amiga.
Curiosamente esa fue la mecha que prendió la flama que estaba durmiendo
en el corazón de Yves. Cuando la muchacha le confió su decisión de
regresar a su país natal Yves quedó impávido y apenas si hizo algún
comentario al respecto. Después de esa entrevista Flammy no supo de su
amigo en más de un semana por lo que se imaginó que al joven no podía
importarle menos su decisión. Sin embargo, como seguía siendo la misma
orgullosa Flammy de siempre se tragó las lágrimas y siguió adelante con los
preparativos de su viaje.
Contrariamente a lo que la joven morena pensaba, esos días fueron los más
espantosos que Yves podía recordar desde sus experiencias de guerra en el
bosque de Argona. De repente todo cuanto creía cuerdo y cierto se convirtió
en locura ¿Era natural sentirse tan desquiciado porque una buena amiga se
iba lejos? Triste, tal vez sí . . . melancólico, inclusive ¿Pero totalmente
desesperado? De buenas a primeras Yves sentía que la vida perdería el
sentido si Flammy Hamilton no estaba a su lado y entonces finalmente se
dio cuenta de que estaba enamorado de ella. Esos impulsos extraños que
últimamente sentía cuando estaba cerca de ella hacía un buen tiempo que
habían dejado de ser meramente fraternales, pero sus sistemas de defensa
no se lo había permitido ver.
Después de horas y horas al volante por fin la desviación del camino nevado
se abrió ante sus ojos, llevándolo hacia un panorama campirano rodeado de
coníferas centenarias. El camino vecinal rodeaba el valle y se perdía detrás
de una colina desde cuya cima vigilaba un antiguo abeto de severa belleza.
Al pasar la curva pudo por fin mirar de lejos la casa a la cual se dirigía.
La Srita Pony abrió la puerta y una vez más el calor de aquel hogar que
olía siempre a madera antigua, especies, vainilla y frutas en conserva llenó
los sentidos del joven. Niños y religiosas cruzaban los pasillos saludando al
recién llegado a su paso. La anciana guió al joven hacia una de las
estancias, pero antes de entrar en la habitación una viejita diminuta y con
el rostro zurcado de mil arrugas salió al encuentro del visitante.
- ¿Qué puedo decirle Martha? Tiene usted razón. Pero créame, me veo mejor
que como me siento- admitió el joven sin poder resistirse al encanto de la
viejita.
- Eso está muy mal hijo . . . pero suponggo que estás aquí porque quieres
remediar esos problemillas ¿No es así? - preguntó la anciana dama
guiñando un ojo y dándole una palmada al brazo del joven pues Terrence
era demasiado alto como para que ella pudiera alcanzar su hombro.
- Anda con Pony, seguramente ella tendrá nuevas de importancia para ti.
Pero arriba el ánimo muchacho. Nada es verdaderamente tan grave . . . ¡ Si
lo sabremos nosotros lo viejos. ! Ahora, si me disculpas, los dejaré solos - se
excusó la viejecita desapareciendo por el mismo pasillo por el cual había
llegado.
- Supongo que estarás aquí buscando a Canndy ¿No es así? - dijo finalmente
la anciana poniéndose seria, pero sin perder su perenne expresión
maternal.
- Otra persona que no fuese yo diría que llegas tarde - contestó la anciana y
la expresión desesperada de Terrence le encogió el corazón.
- Hijo, por favor, - le rogó la anciana -- te suplico que escuches primero todo
lo que tengo que decirte antes de que hagas cualquier otra cosa.
- Terrence, te dije que cualquiera diría que llegas tarde, pero a mi me parece
que no has podido llegar en mejor momento - comenzó la anciana a
explicarle - No creo que convenga que veas a Candy por ahora. Primero es
necesario que tú y yo tengamos esta conversación. Prométeme que me
escucharás con paciencia. Cuando hayamos terminado te diré dónde están
ella y tus niños y podrás irlos a buscar ¿Estás de acuerdo?
- Sin embargo, tal vez ella haya omitido un detalle que para mi no pasó
desaparcibido. Antes de llegar a la casa, Candy se encontró con Jimmy
Cartwright y él la puso al tanto de que habías estado con nosotros. Debieras
haberla visto entrar por esa puerta gritando tu nombre - explicó la anciana
señalando el umbral de la estancia - Había estado lejos de casa por meses,
pero no nos llamó ni a mi ni a la Hermana María, ni siquiera nos saludó.
Todo lo contrario, con las mejillas encendidas y el pecho agitado lo único
que alcanzó a hacer fue preguntarnos con ansiedad dónde estabas tú. Tomó
la misma taza que ahora tú sostienes en tus manos y de la cual habías
bebido en esa ocasión, tan sólo unos minutos antes. Sintiendo aún tu tibieza
intuyó que no podías estar lejos y sin decir más salió corriendo de nuevo
para buscarte ¡Sobra decir que la decepción no pudo ser mayor cuando ya
no pudo encontrarte! Habría que haber estado hecha de piedra para no
sentirse conmovida con su tristeza. Así fue como me di cuenta de que mi
niña traviesa se estaba convirtiendo en mujer y que tú eras el responsable
de ese cambio. Ahora llegas tú, y de la misma manera te olvidas de
saludarme y solamente atinas a preguntar dónde está ella . . . Candy, por su
parte, no hizo más que entrar a esta casa hace tres días, y yo no necesité
más para entender que tu ausencia es aún capaz de robarle la alegría de
estar de nuevo en este lugar que fue su hogar infantil. Hijo, no tienes
motivos para dudar del amor que los une a ustedes dos - afirmó la anciana
tomando la mano deel joven que le miraba en silencio - Como madre de
muchos, he visto ya diversas historias de amor nacer y crecer en torno de
este hogar, pero ninguna de ellas tan conmovedora y hermosa como la de
ustedes. Sin embargo, aún los grandes amores, esos que se dicen fueron
hechos en el cielo, necesitan mantenimiento . . .y ese sólo se hace aquí, en
la tierra. No esperes que eso se logre si pasas tanto tiempo fuera de casa. El
amor de una familia es como una flor delicada que requiere cuidados
esmerados. Si no tienes cuidado de ello, las malas hierbas empiezan pronto
a crecer alrededor, sofocando tu flor preciada hasta ahogarla. Hijo, la
envidia es mala consejera y sin duda más de un corazón mal orientado
habrá trabajado para que tú y Candy llegaran a disgustarse tan seriamente
¿Habrán ustedes de darle gusto a quien envidia su dicha? No es sabio lo que
has hecho . . . y tampoco ha sido sabio por parte de Candy al reaccionar de
la manera en que lo hizo. La Hermana María y yo no aprobamos ni por un
segundo cuando nos dijo que había dejado la casa después de discutir
contigo. No importa qué tan grandes sean los problemas en los que ustedes
dos se han metido por su falta de prudencia, huir no es la manera de
resolverlos. María ya se ha encargado de hacerle ver a Candy sus errores.
Me toca a mi ofrecerte la perspectiva que solamente los años y la
experiencia han podido darme. . . .
- La cena está lista - anunció una voz que era capaz de tocar los puntos
ocultos en el ánimo de Terrence - Supongo que habrás invitado al Señor
Ellis a acompañarnos - añadió la Sra. Grandchester rodeando la cintura de
su marido con un brazo.
- ¿Otra mejor oferta que comida casera? DDe ninguna manera, Sr.
Grandchester. Un soltero empedernido como yo no tiene este tipo de
invitaciones muy seguido - replicó Ellis sonriente.
- Usted debe ser el Sr. Charles Ellis - ddijo el niño con una seriedad que
divirtió mucho a los adultos presentes- Mi nombre es Dylan Terrence
Grandchester, señor. Encantado de conocerle.
Fue entonces que Ellis sintió un tirón en el pantalón que lo obligó a mirar a
su izquierda para encontrarse de nuevo con la pequeña portera que le diera
la bienvenida a la residencia aquella tade.
Como si hubiese sonado un clarín militar con una orden de gran importancia
los chiquillos volaron hasta sus lugares y la cena inició oficialmente.
- ¿Eso hago?- contestó la joven con una ppequeña carcajada -¡No lo creo,
Charles!
- ¿Sus dos madres? - preguntó Ellis confuundido pues sabía que la dama
había sido huérfana.
- Candy se refiere a las dos damas que diirigen el orfanatorio donde ella
creció - aclaró Terrence al ver la pregunta dibuujada en el rostro del
reportero.
- Bueno, viví mis primeros doce años en eel Hogar y luego fui tomada bajo
custodia de la familia Leagan, con quienes viví por más o menos un año,
pero ellos nunca me tomaron en adopción. Solamente se comprometieron a
darme empleo como compañera de juegos de su hija menor. No fue sino
hasta los trece años que fui adoptada por los Andley - replicó la dama
- Debió haber sido un cambio drástico parra usted ¿No es así?- sugirió el
reportero.
- - Oh sí, por supuesto. El polémico seññorr Andley. Por cierto que aún me
parece increíble que un hombre tan joven y aún soltero como lo era
entonces el señor Andley, tuviera la ocurrencia de adoptar a una chica
huérfana.
- Se dice que usted y el señor Andley son muy unidos - comentó Ellis.
- Y es cierto. Albert fue mucho más que uun tutor para mi. No puedo decir
que fuera relamente como mi padre, porque hay entre nosotros demasiada
complicidad y camaradería como para ello, pero no dudaría en considerar
que nos vemos como hermanos. Es el mejor amigo de mi esposo y el
padrino de todos nuestros hijos -concluyó la mujer con un tono de
satiisfacción en la voz.
- ¡Oh sí! ¡Casi tan emocionantes como lass de papá! - respondió Alben
espontáneamente y su hermano mayor asintió apoyando al pequeño rubio.
Cuando los niños habían todos salido, los adultos se soltaron a reír
simultáneamente.
Los hombres quedaron solos en el comedor por un rato, pero después Lady
Grandchester volvió a unírseles acompañando al mayodormo que traía el té
y una bebida digestiva para el invitado.
- Se dice que usted rechazó todo apoyo dee los Andley para realizar sus
estudios de enfermería - continuó Ellis
Las palabras de Ellis tomaron por sorpresa a la joven que por una fracción
de segundo lanzó una rápida mirada a su marido. La pareja intercambió
imperceptibles mensajes en un lenguaje mudo que ellos sólo podían
comprender, para luego volver a atender la conversación sin que Ellis se
diera cuenta de lo que había ocurrido entre los dos.
Los tres rieron ante este último comentario y la conversación continuó por
un rato más versando sobre los detalles de aquel viaje a América que el
lector conoce de sobra.
La tía abuela había tenido un par de sonoras peleas con Archibald, razón
por la cual había dejado la mansión de Chicago y se había retirado a vivir a
una de las casas de campo que Albert tenía a las orillas del lago. La dama
recibía ahi a sus sobrinos, Eliza y Neil, que siempre sabían sacar muy buen
provecho de aquellas constantes visitas que le hacían a la anciana. Sin
embargo, los días en que la Sra. Elroy organizaba grandes fiestas para
reunir a la familia, habían pasado ya a la historia. Así que las
oportunidades para que los Andley y los Leagan se reuniesen habían
quedado reducidas a un solo gran evento. El cumpleaños de la octogenaria
matriarca, el cual era siempre organizado por Sarah Leagan, con una
fidelidad inquebrantable. Por supuesto, la tradición, era algo, que no había
de perderse.
¿Por qué los Andley y los Grandchester continuaban asistiendo a esa reunión
que era soberanamente formal y simplona para el gusto de todos ellos?
Bueno, en parte por respeto hacia la Sra. Elroy, que a pesar de sus rabietas
y continuos desplantes, era aún la matriarca de la familia, y en parte
porque en cierta forma, la mentada reunión era siempre una oportunidad
para procurarse un poco de diversión a costa de los primos Leagan. Cada
uno de ellos encontraba algo especialmente gracioso de lo cual mofarse en
esas ocasiones.
Por último, Candy ya no tenía por qué temer los incisivos comentarios de
Eliza sobre su origen humilde. Si aún en su infancia y adolescencia, la joven
nunca se había dejado intimidar por las palabras maliciosas de la pelirroja,
ahora en su edad adulta, con el caracter ya totalmente formado, y con la
seguridad que solamente el amor y la estabilidad de un matrimonio sólido
le dan a una mujer, a Candy no podía importarle menos lo que Eliza pudiera
hacer o decir.
Eliza Leagan había trabajado muy duramente para llegar a ser toda una
dama de sociedad igual a su madre. Sin embargo, solamente había
conseguido convertirse en una mujerzuela extraordinariamente cara.
Buscando desesperadamente probar al mundo que era bella y deseable
había pasado de lecho en lecho desde los diesiete años hasta los veintidós,
cuando uno de sus amantes le reclamó fidelidad total bajo amenaza de
muerte.
Para su gran pesar, el amante en cuestión no era uno de los jóvenes de alta
sociedad que a ella le hubiese gustado desposar para adquirir el tan
deseado estatus de mujer casada, sino un joven de origen humilde y de
ocupación dudosa que su hermano le había presentado en los años de la
guerra.
No obstante, ninguno de los dos pudo abrir la boca con la policía porque
estaban demasiado involucrados con los negocios de Buzzy como para
delatarlo. Neil había estado falsificando los libros de la empresa familiar,
sustrayendo así grandes sumas para costearse su adicción al opio, al acohol
y al juego ilegal. De manera que a Eliza no le quedó más remedio que
complacer a su amante y quedarse soltera a pesar de los reclamos
constantes de su madre, que no cesaba de recordarle que todas sus
conocidas - incluídas las odiosas hospicianas, Candy y Annie - estaban ya
casadas y con hijos, mientras que ella estaba a punto de convertirse en una
solterona.
Aquella situación duró por un buen tiempo, hasta que los hermanos
Leagan se cansaron de tener que obedecer los caprichos de Buzzy, que
había acabado por convertirse en un cruel extorsionador, exigiéndoles cada
vez más dinero a cambio de opio y silencio. Así que ambos decidieron
finalmente traicionarlo aliándose con otro individuo, rival y enemigo de
Buzzy. Desgraciadamente la jugada les salío mal y fueron descubiertos
antes de que el nuevo aliado de los Leagan pudiera eliminar a Buzzy.
Así que Buzzy hizo como si no se hubiese dado cuenta y siguió sus
relaciones con los Leagan por un año más. Los hermanos, por su parte,
temblaron de miedo al principio, pensando que el amante de Eliza
terminaría por asesinarlos, pero al ver que pasaba el tiempo y Buzzy
parecía no darse por enterado, se confiaron y decidieron seguir como hasta
entonces.
Así que a Neil no le quedó más remedio que vender varias de sus
propiedades para saldar sus deudas con Buzzy y con los accionistas de las
empresas Leagan & Leagan. Pero a los Leagan les quedaba aún un recurso
para salvar su posición económica: la fortuna de la tía abuela Elroy.
Desgraciadamente para ellos la venganza de Buzzy llegó aún más lejos.
Como broche de oro vendió la información que tenía sobre Eliza Leagan a
un periodista sin escrúpulos quien reservando en el anonimato el nombre
de Buzzy y sus socios, expuso las relaciones ilícitas de la Srita Leagan al
dominio público. Después de que ese artículo salió a luz pública la Sra. Elroy
no quiso volver a ver a sus sobrinos por el resto de su vida. Por el contrario,
decidiendo que había estado equivocada, se reconcilió con Archibald, que
para entonces ya estaba casado con Annie Britter y a quien la anciana
terminó aceptando al paso del tiempo.
Aquello fue el colmo del descrédito y la desgracia para los Leagan que
debieron de retirarse a su mansión de Lakewood, única propiedad que les
quedaba, viviendo de una modesta pensión proveniente de cierto
fideocomiso que William Albert tenía bajo su custodia y que les entregó al
leerse el testamento del Sr. Leagan. Ahí en el campo, alejados del
esplendor de otros tiempos, con apenas un par de sirvientes -insuficientes
para mantener la enorme casa- Eliza y Neil tuvieron que enfrentar la
dureza de la estrechez económica por primera vez en sus vidas. Pero Candy
ignoraba que lo peor vendría para un tiempo después, durante la época de
la gran Depresión, que estaba por desatarse al año siguiente de su
entrevista con Charles Ellis.
- Querrá usted preguntarme por qué si soyy tan "feminista" como la gente
dice decidí dejar de ejercer la enfermería cuando nació mi hija Blanche - se
atrevió Candy a sugerir con una sonrrisa maliciosa.
- Bueno, sí. Algo de eso había en mi preggunta - admitió Ellis acorralado por
la franqueza de la joven dama.
- Como yo veo las cosas Sr. Ellis, la cauusa feminista, que siempre ha tenido
todo mi respeto - comenzó a explicar la dama con un brillo especial en la
mirada - no debería preocuparse tanto porque la mujer llegue a ocupar los
puestos que los hombres han monopolizado, sino más bien porque cada
mujer tenga la libertad de escoger la actividad que ella prefiera, ya sea la
de universitaria, ejecutiva, científica o madre. En su momento yo escogí ser
enfermera y así servir a los demás. Cada día de mi vida que dediqué a esa
labor fue importante y profundamente gratificante para mi, pero llegó un
momento en que las obligaciones de esposa y madre se volvieron
especialmente demandantes. Particularmente con la llegada de Blanche,
se volvió más y más difícil mantener un equilibrio entre mi trabajo de
enfermera y la maternidad. Así que decidí que al menos por unos años
dejaría la medicina para ser solamente madre. Fue una decisión
independiente y no me arrepiento de ella. Todo lo contrario, me siento muy
feliz de haberlo hecho, pues estoy gozando con todas mis fuerzas la
infancia de mis hijos. Ya habrá tiempo después para otras cosas.
Candy se volvió para ver a Terrence acariando la mano que él posó sobre el
hombro de ella como respuesta afectuosa a su comentario.
- " Egoísta y celoso " - pensó la joven riéndose para sus adentros, pero luego
se dijo inmediatamente que ella no podía reprocharle a su esposo un
defecto que ella también compartía hasta cierto punto.
Las cosas habían sido igualmente difíciles para ella. A pesar de que ella se
esforzaba en no darle importancia, las largas ausencias de Terrence la
hacían sentirse cada vez más sola. Cuando su estancia con los Stevenson
llegara a su fin después de la recuperación de Patty, Candy había regresado
a su casa de Fort Lee y la melancolía no había tardado mucho en ganarle la
batalla.
Cuando sus dos pequeños niños, Dylan de poco más de tres años y Alben
de apenas siete meses, conciliaban el sueño, la joven paseaba a solas por
los rincones silenciosos de la casa buscando en los muros la callada huella
del hombre que amaba. Pero los días pasaban, las giras se prolongaban y
los ecos de la sonora voz de Terrence se hacían cada vez más lejanos en los
oídos de Candy.
Si el precio por verlo feliz era tener que prescindir de su compañía por
más tiempo que el común de las esposas, ella estaba dispuesta a pagarlo.
Sin duda las cosas hubiesen seguido así sin mayor dolor que la melancolía,
de no haber sido por la prensa mal intencionada que al poco tiempo
empezó a esparcir rumores acerca de Terrence y su nueva compañera de
tablas, Marjorie Dillow.
Entonces las cosas empezaron a ir realmente mal. Las heridas viejas que
se abrieran por primera vez cuando Candy tuvo que vivir la dura
experiencia de ver como el joven que ella amaba elegía el deber por
encima de su amor por ella, volvieron a dolerle repentinamente.
Por otra parte, Candy estaba cada día más preocupada por sus hijos.
Mientras que era obvio que Terrence se estaba perdiendo importantes
momentos del primer año de vida de Alben, Dylan había dejado de ser el
niño vivaz de siempre para convertirse en un chiquillo callado y melindroso.
Candy no sabía qué era lo que debía preocuparle más, si el hecho de que su
bebé no reconocía ni la voz ni la figura del padre, o la manera en que su
primogénito se rehusaba a comer sin importar los esfuerzos que la joven
madre hacía para despertarle el apetito.
Fue entonces que Terrence había vuelto a Nueva York a tomar un breve
descanso de dos días a mitad de la gira que estaba realizándose en
aquellos primeros días de diciembre. A penas había él regresado cuando
salió a colación el asunto de Bower, justo la noche después de la llegada
del actor. La manera en qué él le había
reclamado su amistad con Nathan había encendido el amor propio de
Candy. ¿Acaso estaba mal pasar un buen rato con un amigo?¿Qué de malo
había en aceptar una taza de té en algún café de Manhattan?¿Cómo podía
Terrence reclamarle el hecho de que ella buscara alguna compañía si él se
la pasaba todo el tiempo metido en los ensayos o de gira?¿Con qué derecho
Terrence le pedía cuentas acerca de su amistad con Bower cuando él no
había ni siquiera hecho un comentario sobre las habladurías cada vez más
constantes acerca de su relación con Marjorie Dillow? Esta última
consideración era sin duda la que más dolía y la que llevó a la joven a decir
las cosas más duras, de las cuales se arrepintió tan pronto como el auto de
Terrence salió disparado aquella noche.
Sin pensarlo mucho empacó algo de ropa para ella y los niños, vistió
a los pequeños lo más abrigadoramente posible y escribió la nota que su
esposo leería la mañana siguiente.
El viaje que siguió le recordó mucho a otro viaje que había hecho
años atrás en cierta noche nevada. Entonces como en el pasado, un mismo
nombre le ardía en el corazón con punzadas dolorosas, pero la situación era
al mismo tiempo distinta. En el pasado Terrence había sido sin duda su gran
amor, su gran sueño, pero ahora que a su lado dormía Dylan y Alben
descansaba en su regazo, Candy sabía que Terrence significaba aún mucho
más que antes. Cinco años de vida marital no pasan en vano para una
mujer. Habían ahora demasiada cotidianeidad, sueños y planes
compartidos, intimidad y lazos físicos al igual que espirituales como para
llegar a creer que todo aquello podía terminar de esa forma. Pero, por otro
lado, ella no quería exponer a sus hijos a tensiones innecesarias. Ahora no
podía hundirse en la depresión como antes, pues había dos vidas que
dependían de la manera en que ella manejara las cosas. Incapaz de ver
claro en toda aquella confusa encrucijada Candy esperaba que llegando al
Hogar de Pony encontraría dos pares de brazos que la recibirían con el
mismo amor y apoyo de siempre. Sin embargo no fue así del todo.
Una vez que Candy les hubo explicado la situación a las dos damas que la
habían criado, se sorprendió al darse cuenta que sus amados rostros se
endurecían en desaprobación. Ni siquiera la Srita. Pony quien siempre había
sido más condescendiente con ella se atrevió a
intervenir en su favor. Todo lo contrario, las dos mujeres se
pusieron muy serias y después de unos segundos de penoso silencio ambas
le dijeron a la rubia que tenían que discutir las cosas entre sí antes de
poderle resolver cualquier cosa sobre el asunto. Acto seguido le pidieron a
Candy que las dejara solas y la muchacha obedeció sintiéndose de nuevo
como la niña pequeña que tiene que esperar para que sus padres resuelven
qué castigo le darán por las diabluras
cometidas.
Esa noche Candy lloró desesperada tratando de ahogar los sollozos para no
despertar a sus pequeños que dormían en la misma habitación. De repente
se sentía completamente sola en aquel problema cuando sus dos madres ni
siquiera le habían contestado nada en concreto después de aquella primera
plática. Fue una suerte que Alben estuviera un poco inquieto esa ocación,
porque de otra forma la joven madre se hubiese pasado la noche en blanco
obsesionada con su problema. Así por lo menos se ocupó a ratos de
alimentar y arrullar al pequeño hasta que se quedó dormido de nuevo y el
alba volvió a salir por el oriente.
- Pues te daré tres buenas razones parra haber venido - replicó María
haciendo como si Candy no hubiese dicho nada - Número uno; porque
somos tus madres, y en ningún lugar del mundo podrías sin duda encontrar
apoyo, pero también un sincero consejo como en nuestra casa; número dos
porque aunque nunca hemos estado casadas contamos con algo que tú aún
careces, y eso es vejez y experiencia en lidear con problemas humanos por
mucho tiempo más de lo que tú has estado sobre este mundo y número
tres, porque a pesar de nuestro celibato voluntario no hemos
dejado de ser mujeres. Créeme que entendemos lo que tú estás
pasando, aunque nunca nos hallamos visto personalmente implicadas en
una situación similar. Te amamos y lo último que quisiéramos es verte
sufrir, hija, pero eso no significa que aprobemos tus actos cuando éstos no
han sido obrados con sabiduría.
-Hija, no quiero juzgarte duramente, pero es mi deber hacerte ver las cosas
con menos pasión y más inteligencia - explicó María pasando la mano por
los rizos rubios de la mujer igual a como lo había hecho tantas veces
cuando Candy era solamente una niña - Para que haya una pelea se
necesita que contribuyan a lo menos dos. No excuso los errores de tu
esposo, pero tampoco puedo ignorar los tuyos. Ahora tú eres madre y creo
que eso tal vez te ayude a entender la postura que Pony y yo hemos
tomado. Convendría que te preguntaras con sinceridad por qué respondiste
como lo hiciste.
-¿Por qué crees que te has sentido así, hija? - indagó María endulcificando el
tono mientras Candy sentía que por fin podía liberar una carga que la había
estado oprimiendo por un largo trecho.
- ¿No hubiese sido justo? - preguntó la joven rubia entrecerrando los ojos
sin comprender muy bien las palabras de la monja.
- ¿Entonces usted cree que yo debí haberle dicho a Terri que me sentía
sola? - había inquirido Candy con inseguridad.
- ¡Claro que sí! ¿No ves que la distancia les ha hecho perder contacto y
hasta ha debilitado la confianza entre ambos? Durante todo este tiempo de
separación tú has acumulado un resentimiento incosciente en contra de tu
esposo, y él por su parte, se ha vuelto más receloso. Terrence es sin duda
responsable del origen del problema, pero tú has cooperado a él con tu
silencio y terminaste coronándolo con tu reacción a sus recriminaciones. Él
inició el fuego y tú lo atizaste. Ahora son ambos a quienes corresponde
apagarlo, pero no lo lograrás lejos de él. Todo lo contrario, poniendo una
nueva distancia entre ustedes solamente das lugar a que los malos
entendidos - porque Pony y yo estamos segura que son sólo eso, malos
entenddos - crezcan y empeoren la situación.
Dejando el hogar de Pony las horas del viaje se le habían hecho eternas. Al
detenerse en un pequeño lugar de Ohio escuchó en la radio que se
acercaba una tormenta de hielo que duraría seguramente varios días. Se
esperaba que el tránsito de trenes y vehículos quedaría paralizado durante
todo el tiempo que durara la ventisca. Si el pronóstico era cierto, podría
significar que tendría que pasar las fiestas navideñas lejos de su familia.
Eso era lo último que deseaba. Así que había resuelto hacer marcha forzada
manejando a todo lo que daba el auto, con el fin de ganarle la carrera al
frente frío.
Había viajado sin parar cruzando los dedos para que la tormenta no
reventara antes de que hubiese pasado la frontera del Estado de New
Jersey. Recordaba claramente la alegría que había sentido al mirar
finalmente los señalamientos que indicaban la proximidad de Fort Lee.
Aunque, en el horizonte, también habia podido distinguir que las nubes se
escurecían al tiempo que una ligera escarcha comenzaba a caer sobre
aquella zona boscosa.
Cuando finalmente había llegado a Fort Lee, era evidente que la tormenta
sería ya un hecho en cuestión de minutos. Pisó el acelerador con fuerza al
tomar la desviación hacia Columbus Drive. Grande fue su sorpresa cuando
al vislumbrar el jardín principal de su residencia, distinguió dos figuras en
abrigos oscuros que corrían de la casa hacia uno de los autos que estaban
estacionados a la entrada. El corazón le dio un vuelco y pudo sentir
claramente que algo andaba mal.
Terrence distinguió luego que una de esas figuras era la de Edward, su
mayordomo, y la otra de Candy misma. El joven se sintió aún más inquieto
cuando al descender del auto su esposa se abalanzó a sus brazos
sollozando. Terrence sabía que su mujer no era una criatura que se
amedrentaba con facilidad, si ella estaba llorando de aquella forma era
porque algo realmente grave pasaba.
- ¿Pero estás segura? ¿Han buscado bien en la casa? ¿Qué razón podría
tener un niño tan pequeño para querer huir?- contestó Terrence tratando
de convencerse de que eso no podía estar pasándole a su hijo.
- Estoy segura, Terry. No está . . .no sé lo que pasa con él . . . ha estado tan
callado y extraño últimamente - dijo ella entre lágrimas y luego se detuvo-
sobre todo desde que nos escuchó discutir - se animó ella a terminar.
- Falta aún mucho. Primero las hojas se pondrán amarillas y luego caerán
de los árboles. Después de entonces habrá nieve - había sido la respuesta
del padre.
- Tommy dice que su papá le comprará unos patines para Navidad - había
comentado Dylan sugestivamente refiriéndose al hijo mayor de los
Stevenson a quien había visto durante los días en que su madre Patricia
había estado enferma.
- Y a ti te gustaría tener los tuyos también ¿No? - repuso el joven padre con
una sonrisa a la que el niño contestó con un asentimiento de cabeza -
Supongo entonces que tendremos que enseñarte a patinar para entonces -
había concluído Terrence con el consiguiente estallido de alegría del
chiquillo.
-¡Dylan!- había gritado el joven con toda la fuerza de sus bien entrenados
pulmones y sin duda el pequeño lo había escuchado porque le pareció que
volvía el rostro. Pero luego, por asombroso que fuese, el niño había
acelerado el paso en la dirección opuesta, como huyendo de la voz que le
llamaba. A Terrence le tomó unos segundos comprender que su hijo le daba
la espalda y corría como si tratara de escapar de su alcance.
Lo que siguió fue todo como una cadena de actos desesperados. Correr en
dirección de las aguas congeladas, gritar el nombre del niño, rasgarse el
saco para fabricar una cuerda improvisada, arriesgarse a caer él mismo en
las aguas heladas, sacar el cuerpo aterido del pequeño, correr de regreso
al auto y luego manejar frenéticamente hacia la casa. En todo ese tiempo
no había espacio en su mente para otra cosa que no fuese acelerar para
llegar a tiempo para hacer reaccionar al niño.
Fue entonces cuando empezó a sentir muy ligeramente el efecto del resfrío
que él mismo había pescado en aquella aventura. La cabeza le dolía hasta
darle la sensación de que las sienes le iban a reventar y los ojos le ardían
en irritación. Cerró los párpados y se reclinó en el respaldo del sillón por
unos instantes que no pudo calcular, hasta que sintió que alguien le tomaba
por los pies. Desconcertado abrió los ojos para descubrir a su esposa que
sentada en el suelo le quitaba los zapatos.
-¿Pero qué haces Candy? ¿No estabas con Dylan?- preguntó él confundido.
-¡Por Dios, Candy puedo hacer esto por mi mismo! - repuso él con una
tímida sonrisa, pero luego recordó a su hijo y quizo asegurarse de nuevo de
su estado - ¿Estás segura que Dylan estará bien?
La joven bajó los ojos y él entendió que aún había peligro para el pequeño.
- Por favor, Terri,- se animó ella al fin a contestarle - ponte esta ropa seca y
tómate esto para que entres en calor. Lo menos que necesitó ahora es otro
enfermo en la casa - concluyó ella señalando una taza de té que ella había
dejado sobre una mesita.
- Está bien, pero luego quiero estar al lado de Dylan - dijo él y ella no se
opuso.
Las horas que siguieron fueron de dolorosa vigilia para los Grandchester.
Ambos se mantuvieron al lado de la cama de Dylan sin decir palabra
alguna, pendientes de cada movimiento en la respiración del pequeño y de
la fiebre que no quería ceder fácilmente. Terry pensó entonces que su
esposa seguramente había pasado una noche similar cuando lo había
cuidado aquella ocasiòn en Francia y se preguntó cómo era que las mujeres
podían sacar tanta entereza en ocasiones como aquella a pesar, de ser
criaturas de apariencia tan frágil.
- ¡Papá! - dijo con voz débil al mirar a su padre a su lado - ¿Ya no estás
enojado conmigo?
Sobra decir que ambos padres vieron salir al sol con aquella frase y
después del regocijo del primer momento se encargaron de hacerle saber al
pequeño que nadie en la casa estaba molesto con él, como Dylan creía a
causa de las continuas ausencias de su padre. Candy sabía que en otras
circunstacias la conducta del niño hubiese ameritado un buen castigo, pero
después de las cosas vividas más valía que las malas memorias quedaran
sepultadas en afecto.
-Yo tampoco me he disculpado - repuso ella con los ojos fijos en su delantal
mientras se sentaba a un lado de la cama - Creo que yo también tengo mi
parte de culpabilidad en esta historia.
- ¿Qué quieres decir? - indagó el joven volviendo a sentir que algo por
dentro ardía más que la fiebre.
- Quiero decir que, si vuelvo sobre mis pasos y pienso bien en mi amistad
con Nathan - comenzó ella con los ojos clavados en los bordados de la
almohada - tengo que admitir que tal vez. . . sólo en ciertas ocasiones,
advertí en él algo que por un instante me pareció un interés, quizá un tanto
desusual, algo distinto que nunca percibí con otros amigos míos. Pero no
quise darle importancia.
La joven entonces cayó, esperando que su marido diera señas de disgusto.
Estaba resuelta a enfrentar las consecuencias de su confesión. De cierta
forma había decidido que era mejor afrontar los escollos de la sinceridad
que guardar secretos para quien más amaba. Asombrosamente, el joven
artista no dijo ni una sola palabra, sino que simplemente tomó la mano de
su esposa y le dio una ligera palmadita como animándola a continuar.
La joven no hizo esperar su marido con los brazos abiertos. Tan pronto
como su rostro se hundió en el pecho del hombre un suave aroma a
lavanda embalsamó sus sentidos trayéndole un tumulto de memorias
íntimas. De repente Candy sintió que era de nuevo una adolescente
petrificada de miedo mientras el caballo corría a galope entre los árboles.
Aquella había sido la primera vez que se había aferrado al pecho de
Terrence con todas sus fuerzas y a medida que las tinieblas de su alma se
iban disipando, una única sensación dominaba su mente: el decisivo y
austero perfume que él siempre usaba y que poco a poco calaba hasta los
huesos, con un estremecimiento hasta entonces desconocido.
- ¿Pero qué? – preguntó ella cada vez más asustada de lo que podría venir.
- ¿Leal? Terri, por favor explícate, que no te comprendo – exigió ella cada
vez más tensa.
- Bueno, es una larga historia, pero intentaré contártela – dijo él sin perder
esa expresión de preocupación – Antes que nada quiero que sepas que lo
único cierto de esos rumores es que hace algún tiempo, meses antes de
que siquiera supiéramos que Karen estaba esperando un bebé, Marjorie. . .
intentó llamar mi atención en varias ocasiones. Yo me limité a ignorarla
pero como sus insinuaciones se hicieron cada vez más explícitas me llegué
a molestar mucho con ella y acabé por hacerle pasar una humillación. Me
temo que tal vez me extralimité con ella. . . o quizá solamente le di su
merecido – añadió después de un momento y no pudo evitar aún en medio
de aquella confesión embarazosa un dejo de malicia al recordar el mal rato
que le había hecho pasar a la insistente Marjorie - Lo cierto es que ella se
indignó mucho y me prometió que me arrepentiría de haberla rechazado.
Por supuesto que no puse atención a sus amenazas.
Candy estaba muda. Por una parte lo que Terrence acababa de contarle le
volvía el alma al cuerpo, pero a su vez le intrigaba saber qué consecuencias
había tenido para su marido aquel desplante de fidelidad hacia ella.
- Pero ahí no quedó todo. De hecho ese fue el inicio de una serie de
diferencias entre Robert y yo con respecto a Marjorie. Él empezó a
concederle papeles más importantes con lo que yo no estaba de acuerdo
porque la muchacha simplemente es pésima actriz, pero el colmo fue
cuando le dio el lugar de Karen en las últimas giras. Tuvimos un serio
disgusto por su causa. Fue entonces cuando me di cuenta de que Marjorie
estaba cumpliendo su amenaza de la peor manera, estaba distanciándome
de uno de los pocos amigos que tengo.
- Yo siento lo mismo
- ¡¿Por dinero?! ¡¿Has estado haciendoo ttodo esto por dinero?!- preguntó
Candy sorprendida ante la inusitada preocupaciòn económica de su esposo
- ¡Pero si tenemos más que suficiente! Jamás en los sueños más locos de mi
infancia imaginé vivir de esta manera. Terri, tú nunca antes te habías
preocupado por las cosas materiales ¿Por qué de repente te parecen tan
importantes como para sacrificar a tu familia?
Recordaba aún bien el día en que las cosas con Marjorie habían llegado al
nivel de lo inadmisible y hasta cierto punto Terrence seguía pensando que
en aquella ocasión su dureza hacia Marjorie no había sido injustificada.
Habría sido necesario ser un tonto para no darse cuenta de los abiertos
coqueteos de Marjorie durante aquella primera gira. Pero habituado a
situaciones similares Terrence había optado por hacer gala de su
proverbial indiferencia.
Y diciendo esto úlitmo la joven dio un paso atrás y con un solo gesto de su
mano derecha desató la banda que sostenía la bata de seda roja que
llevaba puesta. La prenda cayó al suelo de golpe dejando al descubierto un
cuerpo que Marjorie sabía bello. La joven actriz había sido una de esas
chicas llamativas que desde los catorce años se había percatado del poder
que podía ejercer sobre los hombres, inclusive aquellos mucho mayores
que ella, quienes no podía evitar sentirse atraídos por aquella niña con
cuerpo de mujer.
- ¡Eres un grosero! - se quejó ella aún asombrada con el tono violento con
que le hablaba su colega.
- Tal vez, pero un grosero que no es esclavo de sus instintos ¿Por quién me
has tomado? ¿Crees que arriesgaría el amor de mi esposa por un momento
de placer? Es posible que a una cualquiera como tú le parezca extraño,
pero para ir a la cama con una mujer yo necesito algo más que un cuerpo
disponible. Búscate otro con quien divertirte ¡Sal de mi cuarto de una buena
vez y no se te ocurra volver hacer una estupiez como esta! - concluyó él
con tono iracundo y los ojos brillando indignados.
Aquello había sido la gota que derramó el vaso. Con la rueda de su furia
desatada el joven tomó a la mujer por los hombros con una expresión que
ella jamás olvidaría.
Tal vez para otros hombres su reacción habìa sido más que estúpida, pero
él sabía de sobra que semejante gratificación inmediata no solament
tendría consecuencias dolorosas para quien más amaba, sino que al final,
resultaría bastante mediocre comparada con el verdadero placer que
solamente llega cuando se mezcla la piel con el corazón. No se
arrepentía . . . todo lo contrario.
- ¡No tienes remedio! - dijó ella alzando los ojos, como fingiendo frustración
mientras se desplomaba sobre la almohada.
- ¿Quién ha dicho que quiero sanar? Si este es el mal más delicioso que
jamás he tenido. Duele el corazón de vez en cuando, y el resto del cuerpo
la pasa mal si estoy lejos de ti. . . pero la mayor parte del tiempo es la
gloria.
- ¡Terri! - dijo ella conmovida volviendo el rostro para econtrarse con los
labios de su marido.
Candy miraba las gotas caer y escurrir lentamente sobre las vidrieras de la
ventana. El chubasco estival había bajado la temperatura dejando una
sensación fría y húmeda en el aire que le hacía estremecerse ligeramente.
En días como aquellos la mujer no podía dejar de ponerse melancólica e
involuntariamente su mente voló hacia un pequeño lugar a las orillas del
Lago Michigan donde sus hijos estaban entonces pasando las vacaciones. Si
la mañana había estado despejada seguramente Albert y Tom habrían
llevado a los niños a jugar baseball. Aquello se había convertido ya en una
tradición: los niños del hogar contra los nueve primos.
Debían de ser como las dos de la tarde allá en América, pensó Candice
suspirando, pero allá en Escocia ya pronto oscurecería. A lo lejos se podía
escuchar el murmullo de la lluvia entre la arboleda, mientras el sol
descendía lentamente detrás de los densos nubarrones que impedían ver el
ocaso. De repente le pareció sentir que alguien la observaba e
instintivamente buscó con la mirada a lo largo del jardín y más allá de la
barda que resguardaba el palacete. Entonces le pareció ver una figura
masculina tratando de ocultarse detrás de las madreselvas que trepaban la
verja de la entrada principal.
Nadie sabia nada de Neil desde el gran desastre bursátil del año anterior.
La ya dramáticamente mermada fortuna de los Leagan terminó por
desaparecer completamente con el nefasto efecto de la crisis económica
mundial. Incapaz de soportar el nuevo golpe Sarah se habia ido a reunir con
su marido al otro mundo; Eliza, por su parte, había caído en una depresión
profunda, de la cual no había salido hasta la fecha y Neil se había marchado
del país sin dejar rastro.
Candy recordaba aún con emoción los hermosos días vividos en aquellas
vacaciones. Los niños se habían enamorado desde el primer momento de la
madre de Mark, que aún trabajaba para la familia cuidando la mansión.
Mark se había casado y tenía un par de gemelos de la misma edad de
Alben, por lo que en varias ocasiones los cuatro niños se quedaban a dormir
todos juntos en la cabaña de la viuda, cosa que a Candy le agradaba mucho
porque quería que sus hijos crecieran sin los prejuicios de clase que la
habían hecho sufrir tanto durante su adolescencia, y a Terri le parecía
perfecto porque le permitía gozar de su esposa con mayor libertad.
Candy recordaba que en aquellos días su marido se habia vuelto más vivaz
y condescendiente. Inclusive se había animado a hacer cosas a las cuales
antes siempre se habìa rehusado o por lo menos había sido necesario más
de un ruego para convencerlo de hacerlas, como ser un tanto más amable
con los reporteros, admitir un perro en la casa o aceptar más invitaciones a
eventos sociales.
La joven mujer estaba segura de que aquella repentina complacencia se
debía en buena parte a que estaba profundamente conmovido por la
decisión que ella había tomado de abandonar su amistad con Bower.
Y con esta última frase la joven se había vuelto para llamar al mayordomo y
pedirle que le indicara la salida a su visitante. Después de entonces Candy
jamás volvió a ver a Nathan Bower, al menos no personalmente.
Soprendentemente las palabras de la joven habían despertado en él un
gran miedo a ser betado en todo el país. Como la idea de regresar al Reino
Unido no le agradaba, ya que había dejado más de un asunto pendiente y
un marido resentido por allá, decidió mejor abandonar Broadway de una
vez por todas y probar suerte en California. Ahi Nathan emprendió una
carrera en el cine con no mucho éxito.
- ¿Cuánto tiempo tienes ahí sin decir nada? – preguntó entonces sintiendo
que el frío empezaba a disiparse.
- El suficiente como para comprender que aún luces tan hermosa sentada
frente al fuego como cuando tenías catorce años . . . aunque podría decir
que ahora me gustas mucho más – contestó la voz grave de Terrence.
La mujer advirtió que el frío había desaparecido por completo y que una
suave calidez le penetraba desde las yemas de los dedos mientras
jugueteaba con las hebras castañas de su marido.
En una semana más Albert y Raisha llegarían a Inglaterra con su hijo y los
tres niños Grandchester. Después, los Andley volverían a la India donde
continuarían su labor de apoyo a la causa independentista y Candy
regresaría con su familia a Nueva York, donde tendría lugar la presentación
del nuevo libreto de Terrence.
FIN