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EL CONDUCTISMO: SU SIGNIFICADO
COMO FILOSOFIA Y PRACTICA
CIENTIFICA
Emilio Ribes
Universidad Nacional de México-Iztacala
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''El alma aristotélica, como ya lo he examinado en otro escrito (Ribes, 1984b), no
correspondía a una sustancia o entidad diferente a la de los cuerpos con vida, es decir,
los organismos. El alma era concebida como potencia en acto de los organismos con
base en su forma, es decir, su organización estructural y funcional. En esa medida, el
alma era principio definitorio de dichos organismos. Definía lo que eran en tanto
definía lo que eran capaces de hacer. La triple clasificación del alma aristotélica es la
delimitación de las interacciones propias y específicas de los vegetales: la nutrición;
los animales: la sensibilidad y la autotranslación, y los hombres: la inteligencia como
lenguaje. El alma es el conjunto de potencias de un cuerpo vivo con base en su
organización para convertirse en acto frente a la acción de otros cuerpos. El alma es
interacción y nunca substancia. No hay alma sin cuerpo, y siempre se es alma de un
cuerpo específico.
Si bien Aristóteles nos procura una primera definición conductista de los psicológico
como interacción de los organismos individuales con otras entidades individuales, el
paso de varios siglos de dominación judeo-cristiana en el pensamiento de Occidente,
nos presenta al Renacimiento con una concepción diametralmente opuesta acerca del
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alma y los fenómenos psicológicos. El Renacimiento se inicia como una reacción por
recuperar a la naturaleza, sin romper con los fundamentos mismos del dogma judeo-
crisliano de la Creación y de la existencia de un Espíritu independiente de la materia
y los cuerpos. El Espíritu era Verbo y Razón, y en consecuencia representación de los
perfecto, infinito e inmutable. La formulación de una nueva filosofía de la naturaleza
tenía que partir de la aceptación de este dogma, pero a la vez entrar en contacto estrecho
con la naturaleza como empíria. Ese fue el gran desafío del Renacimiento, desafío que
algunas disciplinas no pudieron (o, quizá mejor dicho, no pudimos) superar.
No es de extrañar que tanto los empiristas como los innatistas (o racionalistas), aún
cuando divergieran en lo que toca al origen del conocimiento, coincidieran, en gran
medida, en un modelo general sobre la realidad y su funcionamiento. Turbayne (1974)
ha descrito este modelo de manera magistral, por lo que me limitaré a reseñar su
análisis y las implicaciones que este modelo tuvo para con la psicología.
reflexión, en los empiristas como Locke, era la mente la que como operación en
potencia actuaba como instancia de conocimiento mediante la reflexión de las
sensaciones (véase el Ensayo sobre el Entendimiento Humano).
Pero así como el alma o mente en tanto cognición operaba de manera para-óptica,
también se ajustaba de manera geométrica, en su relación con el cuerpo, tal como lo
hacía en su relación con el exterior. Los movimientos o acciones de los cuerpos eran
siempre el reflejo de la acción o movimiento de otro cuerpo con el que se hacía
contacto, pricipio que fundamentaba la causalidad eficiente como causalidad
unidireccional, contigua y productora de efecto. La mecánica como ciencia geométrica
del movimiento, describía los principios de las acciones y reacciones de los cuerpos.
Los animales -y el hombre en este caso- no eran excepciones en sus movimientos.
Todos los movimientos de los cuerpos materiales se explicaban sobre la base de los
principios de la Geometría Mecánica. Sin embargo, en el caso del hombre, no sólo se
daban acciones de naturaleza mecánica, sino que también ocurrían acciones volunta¬
rias, es decir, racionales. Las acciones voluntarias eran mediadas por el alma, pero esta
mediación se daba como un proceso para-mecánico; el alma, sin ser ella misma cuerpo
material, impulsaba los espíritus animales alojados en la sangre del cerebro, para que
estos actuaran ahora sí como impulsos materiales sobre los músculos. Si el conoci¬
miento racional era paraóptico, la acción voluntaria -y por ende racional- era para¬
mecánica. La psicología, basándose en un modelo geométrico del conocimiento y la
acción, se constituía así en la disciplina encargada de estudiar las relaciones paraópticas
y paramecánicas del alma con el exterior y el propio cuerpo. La mente o cognición se
convertía en el eje articulador de las relaciones del hombre con su mundo exterior y
su propia acción mecánica, en la medida en que el comportamiento se concebía solo
como movimiento.
producir tales sensaciones». De este modo, para Descartes, la visión tenía lugar en la
formación de las imágenes retinianas, inferencias geométricas basadas en el reflejo de
los objetos sobre el ojo como superficie no opaca, mientras que el conocimiento, como
conciencia de la visión, constituía un fenómeno paraóptico producido directamente por
los movimientos del cerebro -bajo el influjo de las proyecciones retinianas- sobre el
alma.
Por otra parte, en su Tratado de las Pasiones del Alma, Descartes explícito la
compleja relación entre alma y cuerpo en lo que respecta a la causa de los movimientos.
El calor y los movimientos, para Descartes, siempre procedían del cuerpo. El alma era
escenario de los pensamientos solamente. La fuente del movimiento en el cuerpo era
el calor originario en el corazón y la transmisión por medio de la sangre de los espíritus
animales, pequeños cuerpos que se movían muy deprisa «como las partes de la llama
que sale de una antorcha» (p. 88). Los espíritus animales se desagregaban en el cerebro
del resto de los cuerpos sanguíneos por ser las arterias cerebrales más estrechas, y su
flujo en mayor o menor cantidad a un músculo u otro, producían un movimiento
diferencial al activar los espíritus animales allí almacenados. La acción de los espíritus
animales como cuerpos en movimiento era extender o contraer los músculos, forma de
todo movimiento. En este sentido un cuerpo vivo se distinguía de un cuerpo inorgánico
en la fuente de su movimiento; puramente externa en este último, y mixta en el primero.
Al ubicar al alma en la glándula pineal, Descartes pensaba que los espíritus animales,
en la medida en que se introducían por los poros del cerebro en los nervios para mover
los músculos, también podían ser activados por el alma. Así afirma que «la pequeña
glándula, que es el asiento principal del alma, está suspendida de tal modo entre las
cavidades que contienen estos espíritus que puede ser movida por ellos de tantas
maneras diversas como diferencias sensibles hay en los objetos; pero (que) también
puede ser movida de modos diversos por el alma, que es de tal naturaleza que recibe
en sí tantas impresiones diversas (es decir que tiene tantas diversas percepciones) como
movimientos diversos tienen lugar en esta glándula. Como, recíprocamente, también
la máquina del cuerpo está compuesta de tal modo que sólo por el hecho de ser esta
glándula diversamente movida por el alma, o por cualquier otra causa que pueda darse,
impulsa los espíritus que la rodean hacia los poros del cerebro, que los conducen por
los nervios a los músculos, por medio de lo cual les hace mover los músculos» (p. 103).
El alma, para Descartes, no solo era sensible a los movimientos del cuerpo y sobre el
cuerpo (las pasiones) sino que podía, por medio de la voluntad racional, ser el origen
también de acciones musculares. El alma no solo constituía una entidad paraóptica; era
también una entidad paramecánica.
fue examinar empíricamente como tenía lugar la relación entre ambas esferas.
En el caso particular del mito del fantasma en la máquina existió un factor adicional
que contribuyó a certificar la verdad de la creencia en un hombre dividido en cognición
y acción. La ontología cartesiana establecía la independencia del alma y la materia
como substancia, y en el caso particular del alma y la materia como substancias, y en
el caso particular del alma, su carácter esencialmente racional. La duda sobre la
existencia de todo era la única prueba fehaciente de cuando menos la existencia de la
razón como substancia. La existencia del Yo como pensamiento, como razón, estaba
determinado por la existencia de ideas innatas, y estas ideas innatas, en tanto
racionales, se expresaban como verbo. El discurso era el medio de expresión por
antonomasia del pensamiento, y por consiguiente, se desprendían de ello dos supuestos
fundamentales. El primero, que la sintaxis del lenguaje, en tanto expresión del
pensamiento, debía reflejar y corresponder a la sintaxis del pensamiento. La Gramática
era gramática racional. El segundo supuesto tenía que ver con la naturaleza del
contenido del lenguaje. Las expresiones sobre el propio devenir del alma como
experiencia y razón constituían la evidencia empírica de su existencia. El lenguaje de
lo mental no era un conjunto de expresiones y usos sobre prácticas sociales, sino que
constituía el indicador externo de la propia vida anímica. Era efecto y prueba del
funcionamiento del alma.
Siguiendo el análisis que hace Turbayne del uso de los modelos, se podría afirmar
que en este momento, no solo Descartes, sino aquellos que aceptaron su modelo como
fundamento de todo conocimiento sobre lo psicológico, hipostasiaron al lenguaje
ordinario referido a términos mentales, considerándolo testimonio de la existencia de
un mundo paralelo al que solo tenía acceso el propio sujeto. El sujeto era actor y
espectador de su acción. El sujeto hablaba de lo que él observaba como ocurrencia en
si mismo: su experiencia mental. Los términos ordinarios utilizados para hablar entre
personas se transformaron en términos técnicos para referirse a un mundo especial: el
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de los eventos mentales teniendo lugar en un mundo inmaterial, pero sustantivo en el
tiempo. El mito del fantasma en la máquina se apropió del lenguaje ordinario sobre el
percibir, el imaginar, el pensar, el sentir y otros acontecimientos semejantes entre
personas y cosas, y al apropiarse de este lenguaje como un lenguaje técnico subordi¬
nado a una metáfora considerada real consumó una doble invasión de especies o error
categorial. Primero, convirtió en lenguaje técnico, es decir unívoco, al lenguaje
ordinario, multívoco. Segundo, subordinó las prácticas ordinarias de comunicación a
los supuestos y creencias en un mundo paralelo, al que se tenía acceso solo a través de
ciertas reglas de interpretación de los contenidos de las expresiones. El contenido se
separó del contexto y de los criterios sociales de uso. El lenguaje se convirtió, de ese
modo, en un fenómeno extraño para los que lo hablaban.
¿Como es posible «comenzar de nuevo» sin caer en los errores señalados?. Esto
solo es posible hacerlo reconociendo la congruencia de la práctica científica -en lo
conceptual y lo empírico- respecto de los supuestos que conforman en última instancia
al Conductismo como filosofía de la psicología.
¿Cuales son los supuestos que configuran al Conductismo como sistema concep¬
tual de la psicología?. Definiré al conductismo con base en cuatro postulados
fundamentales, cuya presentación no implica ningún orden lógico o epistemológico
determinados:
2) La psicología no incluye como obj eto único de estudio a la especie humana, sino
que, en la medida en que reconoce que la especificidad psicológica del hombre es
remontable a antecedentes en la evolución filogenética, comprende también el estudio
de las interacciones individuales de otras especies animales.
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