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Revista Española de Terapia del Comportamiento

1990, Vol, 8,n° 2

EL CONDUCTISMO: SU SIGNIFICADO
COMO FILOSOFIA Y PRACTICA
CIENTIFICA

Emilio Ribes
Universidad Nacional de México-Iztacala

Es innegable el profundo impacto que tuvo la formulación del Conductismo en la


configuración de la psicología moderna. La publicación del llamado Manifiesto
Conductista por John B. Watson en 1913, no sólo representó el primer consenso
histórico respecto de los criterios metodológicos mínimos para identificar el objeto de
estudio de la psicología, sino que también constituyó el primer intento por dotar a esta
disciplina de una filosofía propia, es decir, de un modelo específico de lo psicológico.

No se puede afirmar que este último propósito fuera satisfecho plenamente. A


partir del Conductismo Histórico representado por Watson y algunos otros contem¬
poráneos con menor repercusión sociológica, se conformaron en lo esencial dos
perspectivas distintas relativas a la naturaleza de los eventos psicológicos. La primera,
extremadamente heterogénea, incluyó tanto a los que se autodenominaron Conductistas
(como por ejemplo Hull, Tolman, Guthrie y otros), como al resto de los psicólogos que
aceptaron que el comportamiento constituía el indicador necesario inicial de todo
evento psicológico postulado. La conducta como punto de partida observacional de lo
psicológico agrupó a una gran diversidad de modelos incompatibles bajo un mismo
supuesto: el del conductismo metodológico. La segunda perspectiva, evolucionó en la
forma de lo que Schoenfeld (1983) denominó el conductismo con «c» mayúscula. La
psicología se concebía como el estudio de la conducta perse, justificando la necesidad
de un modelo, categorías y método ajustados a la especificidad de su objeto conceptual.
En dos niveles distintos destacaron las aportaciones de J.R. Kantor (1924-26) y las de
B.F. Skinner (1938). El interconductismo y el conductismo radical fueron las dos
formas históricas que asumió el Conductismo como filosofía especial de la psicología.
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Sin embargo, y por múltiples razones, las aportaciones de Kantor y Skinner no


cristalizaron en la explicitación de los supuestos definicionales que debían guiar la
formulación de la nueva ciencia y su indispensable vínculo metodológico con catego¬
rías y operaciones empíricas. En el caso de Kantor se alcanzó una delimitación del
objeto conceptual y sus relaciones con otras disciplinas, enmarcado en un modelo
lógico específico para el estudio de lo psicológico, pero con un nivel de abstracción
demasiado general para prescribir o indicar los pasos conceptuales y empíricos
requeridos en el desarrollo de la teoría y el análisis experimental de los eventos
psicológicos particulares. Valga decir que Kantor señaló lo que debía hacerse y como
plantear un nuevo tipo de hacer, sin elaborar los detalles propiamente dichos de una
teoría psicológica. Formuló una teoría acerca de los límites y características que debía
satisfacer una teoría psicológica científica (Schoenfeld, 1969; Ribes, 1984a; Ribes,
1988).

En cuanto a Skinner, su vinculación conceptual con tradiciones fisiológicas y la


aceptación de un fisicalismo operacionalista, le condujeron a reproducir posiciones del
conductismo metodológico al cual se oponía. Su mayor contribución, indudablemente,
fue el diseño de una metodología para el análisis experimental de la conducta
individual sin restricciones espacio-temporales: la técnica de la operante libre. Su
limitación principal fue confundir la lógica de la teoría del condicionamiento con la de
los supuestos del Conductismo como una teoría especial acerca de lo psicológico
(Ribes, 1986).

Un vistazo general a las circunstancias teóricas, de investigación y aplicación de


la psicología autodenominada conductista parece señalar, inequívocamente, la ca¬
rencia de fundamentos conceptuales compartidos para plantear formulaciones gene¬
rales, e integrativas que superen lo que aparentemente constituye una crisis conceptual
y metodológica. Dependiendo del camino que se tome, esta crisis puede identificarse
con el principio de una agonía senil prematura del Conductismo, o por el contrario, con
una etapa de crecimiento hacia la madurez. Si optamos por esta última, ello significa
que debemos retomar críticamente el análisis del Conductismo como filosofía especial
de la psicología.

Surge inevitablemente la siguiente pregunta ¿de qué filosofía conductista se está


hablando?. Exceptuando la contribución última de Kantor (1959) sobre la construcción
de un sistema científico para la psicología, se carece de un conjunto explícito y definido
de postulados acerca de las características de esta disciplina. Partiendo de la delimi¬
tación de la conducta como actividad de un organismo individual se plantearon las
diversas formulaciones dirigidas a construir una teoría de la conducta. Sin embargo,
como un análisis sistemático lo demuestra (Kirtchener, 1 977), las diversas formulaciones
teóricas dentro del Conductismo, el radical y el metodológico autorreconocido,
emplearon nociones de la conducta tan diversas, que el mismo término técnico asumió
--
se sumó al uso de modelos originados en otras ciencias y disciplinas, en ocasiones
expresamente, en ocasiones tácitamente, lo que condujo de manera paradójica, a que
los psicólogos conductistas enmarcaran su práctica científica en modelos no específi¬
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significados y aceptaciones conceptuales incomensurables. Esta diversidad definicional

cos a la psicología, empleando definiciones cuyos supuestos y corolarios podían


resultar ajenos a sus propósitos.

El notable desarrollo empírico propiciado por el análisis experimental y aplicado


de la conducta ha confrontado a los conceptos, métodos y teorías con una serie de
problemas y contradicciones que se han abordado de maneras muy diversas. Algunos,
han procurado releer los problemas desde una perspectiva ortodoxa de la teoría
dominante: el condicionamiento operante como triple relación de contingencia. Otros,
han formulado nuevos principios generales derivados de otras disciplinas y modelos:
ecológicos, evolucionistas, económicos e informáticos. Hay quienes han reconsiderado
la conveniencia de los viejos términos mentalistas para postular un papel activo del
individuo en la regulación de su conducta, y de este modo la cognición ha vuelto a
aparecer como proceso interno vinculado a la conducta como actividad, otros más, han
optado por un fácil eclecticismo respecto de todas estas estrategias apenas mencionadas.
Sin embargo, y de manera sintomática, son escasas las instancias en que se ha
planteado la necesidad de revisar los fundamentos de nuestra ciencia y considerar los
problemas empíricos como problemas esencialmente conceptuales (Schoenfeld, 1972;
Kantor, 1924, 1926; Ribes y López, 1985; Harzem y Miles, 1978).

En este escrito intentaré fundamentar la incompatibilidad de ciertas problemáticas


y modelos conceptuales con los supuestos del Conductismo. Abordaré esta tarea
examinando los fundamentos histórico-conceptuales que encara la psicología tal y
como la vemos los Conductistas.

Este análisis comprenderá varias cuestiones: la naturaleza de los eventos psico¬


lógicos, el problema de la explicación y las categorías en una teoría científica sobre el
comportamiento, y la dimensión lingüística esencial del comportamiento humano. Al
examinar tales cuestiones se tocará inevitablemente el problema de los eventos
mentales, y especialmente, el de la cognición, así como la especificidad cualitativa del
comportamiento animal y el comportamiento humano, y la pertinencia en su explicación,
de modelos importados de otras disciplinas.

En el principio fue el Alma y el Lenguaje Ordinario


No es posible ubicar correctamente la problemática conceptual de la psicología
contemporánea sin retroceder a los orígenes formales de esta disciplina en la historia.
-
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Al margen de las diversas efemérides que constituyen el santoral de la psicología,


existe consenso respecto a la contribución primera de Aristóteles para delimitar los
diversos modos de conocimiento, y de entre ellos, clasificar las diferentes especialida¬
des de lo que hoy denominamos ciencias empíricas. La ciencia, tal como se entiende
actualmente, quedaba comprendida, según Aristóteles, en el estudio de la física, que
abarcaba el conocimiento de las entidades naturales, tanto las de naturaleza inorgánica
como las orgánicas. De entre estas, en sus tratados biológicos, destaca una disciplina
especial: el tratado del alma, desarrollado en sus tres libros sobre el alma y algunos de
los tratados biológicos colaterales, en los que examinó los sueños, la imaginación y
otros fenómenos psicológicos.

La ciencia aristotélica, como el resto de sus tratados, no está formulada en términos


técnicos equivalentes a los de las disciplinas especializadas en diversos tipos de
conocimiento como ocurre en la actualidad. Sus escritos, como los de todos los
pensadores griegos, están formulados en lenguaje ordinario, y su comprensión radica
en reconocer los significados de los términos y expresiones propios de esa época (véase
por ejemplo la revaloración que hace Kuhn -1982- de la física aristotélica basándose
en este criterio). Posteriormente, con la consolidación del pensamiento judeo-cristiano
como dogma dominante en Occidente, el alma y muchos otros de los términos del
lenguaje ordinario griego utilizados en un sentido naturales, fueron transformados en
términos técnicos de un lenguaje trascendentalista y religioso. Y fue este uso de
lenguaje y su fundamento trascendentalista el que tuvieron que tomar los pensadores
del Renacimiento al replantear el problema del conocimiento de la naturaleza, el
conocimiento empírico, y la fundación de la ciencia moderna.

'
''El alma aristotélica, como ya lo he examinado en otro escrito (Ribes, 1984b), no
correspondía a una sustancia o entidad diferente a la de los cuerpos con vida, es decir,
los organismos. El alma era concebida como potencia en acto de los organismos con
base en su forma, es decir, su organización estructural y funcional. En esa medida, el
alma era principio definitorio de dichos organismos. Definía lo que eran en tanto
definía lo que eran capaces de hacer. La triple clasificación del alma aristotélica es la
delimitación de las interacciones propias y específicas de los vegetales: la nutrición;
los animales: la sensibilidad y la autotranslación, y los hombres: la inteligencia como
lenguaje. El alma es el conjunto de potencias de un cuerpo vivo con base en su
organización para convertirse en acto frente a la acción de otros cuerpos. El alma es
interacción y nunca substancia. No hay alma sin cuerpo, y siempre se es alma de un
cuerpo específico.

Si bien Aristóteles nos procura una primera definición conductista de los psicológico
como interacción de los organismos individuales con otras entidades individuales, el
paso de varios siglos de dominación judeo-cristiana en el pensamiento de Occidente,
nos presenta al Renacimiento con una concepción diametralmente opuesta acerca del
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alma y los fenómenos psicológicos. El Renacimiento se inicia como una reacción por
recuperar a la naturaleza, sin romper con los fundamentos mismos del dogma judeo-
crisliano de la Creación y de la existencia de un Espíritu independiente de la materia
y los cuerpos. El Espíritu era Verbo y Razón, y en consecuencia representación de los
perfecto, infinito e inmutable. La formulación de una nueva filosofía de la naturaleza
tenía que partir de la aceptación de este dogma, pero a la vez entrar en contacto estrecho
con la naturaleza como empíria. Ese fue el gran desafío del Renacimiento, desafío que
algunas disciplinas no pudieron (o, quizá mejor dicho, no pudimos) superar.

Los padres de la Iglesia llevaron a cabo un eficaz desmantelamiento conceptual del


aparato aristotélico, a grado tal que lo presentaron como fundamento racional de las
creencias teológicas de la doctrina cristiana. Este proceso operó en diferentes niveles,
pero cabe señalar algunos de sus aspectos fundamentales, dado que los pensadores del
Renacimiento tuvieron que iniciar la construcción de la ciencia moderna a partir de las
premisas resultantes de tal empresa. A riesgo de ser esquemáticos, se podría afirmar
que el medievo legó al Renacimiento: a) un alma sustantiva y migratoria, alma racional
por excelencia que al ser desnaturalizada substituyó sus potencias por los rígidos
principios de la lógica; b) una causalidad puramente eficiente como principio de la
naturaleza, perteneciendo las causas finales a la ética y teología, y las causas materiales
y formales a la ontología y la lógica; c) un concepto del movimientoÿ constreñido al
movimiento de traslación o de lugar, en el que se anuló el movimiento como cambio
en cantidad (crecimiento) y en cualidad (transformación); y d) finalmente! una
concepción de la materia como sustancia, y por consiguiente, cuerpo, en vez de
considerarla potencia.

No es de extrañar que tanto los empiristas como los innatistas (o racionalistas), aún
cuando divergieran en lo que toca al origen del conocimiento, coincidieran, en gran
medida, en un modelo general sobre la realidad y su funcionamiento. Turbayne (1974)
ha descrito este modelo de manera magistral, por lo que me limitaré a reseñar su
análisis y las implicaciones que este modelo tuvo para con la psicología.

El modelo sobre la realidad aceptado durante el Renacimiento fue un modelo


geométrico. Este modelo, que con variaciones importantes todavía constituye el
modelo subyacente en la física moderna (véase por ejemplo la concepción de un
espacio curvo por la teoría de la relatividad), operó como un modelo general del
conocimiento científico influyendo no solo en la configuración de la física sino
también en las ciencias biológica y psicológica. Aún cuando la aceptación explícita de
un modelo geométrico acerca del conocimiento obedeció a múltiples factores, es muy
probable que las concepciones pitagórica y platónica sobre la estructura numérica del
universo por un lado, y el desarrollo de las descripciones geométricas de los movimientos
y posiciones de los cuerpos celestes por el otro, fueran las influencias dominantes.
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El modelo se basaba en la creencia de que el universo tenía una estructura


geométrica, en donde cuerpos y movimientos podían ubicarse en posición y trayectoria
de acuerdo con los principios de la geometría desarrollada hasta la época (incluyendo,
obviamente, las contribuciones de Descartes y Newton). La geometría se subdividía en
dos campos: el de la mecánica y el de la óptica. La mecánica se aplicaba a la descripción
del movimiento de los cuerpos sólidos, gases y líquidos. La óptica, por su parte,
describía las propiedades de la luz y de la visión. Como lo señala Turbayne (1974) «...
Descartes y Newton (son) dos científicos que primero inventaron o desarrollaron
procedimientos para descubrir el proceso de la naturaleza, y que luego confundieron
los ingredientes de sus procedimientos con el proceso por ellos descrito ... Más que
otros científicos de la época moderna, ellos han influido en la actitud de los posteriores
científicos, filósofos y gente común, al punto de que nuestra visión del mundo es
todavía, en gran medida, una complicación de los mundos cartesiano y newtoniano.»
(p. 43).

El pensamiento cartesiano, siguiendo los dogmas de la doctrina judeo-cristiana,


moldeó la concepción moderna de los fenómenos psicológicos al dividir al hombre en
dos substancias, cuerpo y alma, y ajustó esta división sustancialista al modelo
geométrico del conocimiento. No me detendré en el examen de las premisas
metodológicas que sustentaron esta forma de proceder teórica en Descartes, pues ya lo
he analizado de sobra en otros escritos (Ribes, 1985, 1986). Será suficiente establecer
que en Descartes alma y cuerpo (o espíritu y materia) son dos substancias autónomas
en su existencia, y que sólo en el hombre, ambas substancias coexisten (Discurso del
Método, Meditaciones Metafísicas). La forma particular en que concibió la interacción
de ambas substancias conforme al modelo geométrico determinó la peculiar proble¬
mática conceptual que aprisiona a la psicología hasta nuestros días.

La interacción alma-cuerpo en Descartes (como en toda la psicología occidental


posterior) se expresaba en el problema de la relación entre conocimiento y acción, o
para decirlo en términos más modernos, entre cognición y comportamiento. El
paradigma del conocimiento sensorial se ha identificado históricamente con el cono¬
cimiento por medio de la visión, y justamente es con la visión en donde la óptica
renacentista retomó el modelo euclidiano de descripción de la luz como rayos en
reflexión y refracción, y a partir de ella construyó la fundamentación geométrica del
conocimiento como un proceso para-óptico. El conocimiento sensorial provenía
fundamentalmente de la visión, pero el conocimiento racional, a la manera de una luz
interna, constituía una reflexión sobre el alma de la luz y las imágenes de los cuerpos
exteriores. La visión y la reflexión del mundo exterior en el cuerpo del que veía a través
de la retina ocular se describían como trayectorias geométricas en perspectiva, y a su
vez estas imágenes retinianas, en un proceso paraóptico se reflejaban en el alma, la
substancia cognoscente, la entidad legítima en donde tenía lugar el conocimiento. Si
en Descartes el alma era substancia en la que tenía lugar el conocimiento como
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reflexión, en los empiristas como Locke, era la mente la que como operación en
potencia actuaba como instancia de conocimiento mediante la reflexión de las
sensaciones (véase el Ensayo sobre el Entendimiento Humano).

Pero así como el alma o mente en tanto cognición operaba de manera para-óptica,
también se ajustaba de manera geométrica, en su relación con el cuerpo, tal como lo
hacía en su relación con el exterior. Los movimientos o acciones de los cuerpos eran
siempre el reflejo de la acción o movimiento de otro cuerpo con el que se hacía
contacto, pricipio que fundamentaba la causalidad eficiente como causalidad
unidireccional, contigua y productora de efecto. La mecánica como ciencia geométrica
del movimiento, describía los principios de las acciones y reacciones de los cuerpos.
Los animales -y el hombre en este caso- no eran excepciones en sus movimientos.
Todos los movimientos de los cuerpos materiales se explicaban sobre la base de los
principios de la Geometría Mecánica. Sin embargo, en el caso del hombre, no sólo se
daban acciones de naturaleza mecánica, sino que también ocurrían acciones volunta¬
rias, es decir, racionales. Las acciones voluntarias eran mediadas por el alma, pero esta
mediación se daba como un proceso para-mecánico; el alma, sin ser ella misma cuerpo
material, impulsaba los espíritus animales alojados en la sangre del cerebro, para que
estos actuaran ahora sí como impulsos materiales sobre los músculos. Si el conoci¬
miento racional era paraóptico, la acción voluntaria -y por ende racional- era para¬
mecánica. La psicología, basándose en un modelo geométrico del conocimiento y la
acción, se constituía así en la disciplina encargada de estudiar las relaciones paraópticas
y paramecánicas del alma con el exterior y el propio cuerpo. La mente o cognición se
convertía en el eje articulador de las relaciones del hombre con su mundo exterior y
su propia acción mecánica, en la medida en que el comportamiento se concebía solo
como movimiento.

En su Dióptrica (citado por Turbayne de la traducción por E. Anscombe y P.T.


Geach: Edinburgo, Nelson, 1954) Descartes enunció la aplicación del modelo
geométrico al tratamiento de la visión como óptica y el conocimiento como proceso
paraóptico. Dijo que «si extraemos el ojo de un hombre recientemente muerto ...
veremos (me atrevo a decir que con sorpresa y satisfacción) una figura que representa,
en perspectiva natural, todos los objetos del exterior ...; si lo apretamos algo más de lo
debido, la figura se hace menos clara. Y se notará que el ojo tiene que ser comprimido
un poco más -volviéndolo proporcionalmente un poco más alargado- cuando los
objetos están más cerca, que cuando están más alejados ... Y cuando esto se transmite
así al interior de la cabeza, la figura todavía conserva algo de parecido con los objetos
que le dieron origen. Pero no debemos creer que es por medio de este parecido como
la figura nos hace tomar conciencia de los objetos ... como si tuviéramos otro par de
ojos dentro del cerebro; varias veces he hecho esta advertencia; más bien tenemos que
afirmar que los movimientos por medio de los cuales se forma la imagen actúan
directamente sobre nuestra alma que unida al cuerpo y por naturaleza se les ordena
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producir tales sensaciones». De este modo, para Descartes, la visión tenía lugar en la
formación de las imágenes retinianas, inferencias geométricas basadas en el reflejo de
los objetos sobre el ojo como superficie no opaca, mientras que el conocimiento, como
conciencia de la visión, constituía un fenómeno paraóptico producido directamente por
los movimientos del cerebro -bajo el influjo de las proyecciones retinianas- sobre el
alma.

Por otra parte, en su Tratado de las Pasiones del Alma, Descartes explícito la
compleja relación entre alma y cuerpo en lo que respecta a la causa de los movimientos.
El calor y los movimientos, para Descartes, siempre procedían del cuerpo. El alma era
escenario de los pensamientos solamente. La fuente del movimiento en el cuerpo era
el calor originario en el corazón y la transmisión por medio de la sangre de los espíritus
animales, pequeños cuerpos que se movían muy deprisa «como las partes de la llama
que sale de una antorcha» (p. 88). Los espíritus animales se desagregaban en el cerebro
del resto de los cuerpos sanguíneos por ser las arterias cerebrales más estrechas, y su
flujo en mayor o menor cantidad a un músculo u otro, producían un movimiento
diferencial al activar los espíritus animales allí almacenados. La acción de los espíritus
animales como cuerpos en movimiento era extender o contraer los músculos, forma de
todo movimiento. En este sentido un cuerpo vivo se distinguía de un cuerpo inorgánico
en la fuente de su movimiento; puramente externa en este último, y mixta en el primero.
Al ubicar al alma en la glándula pineal, Descartes pensaba que los espíritus animales,
en la medida en que se introducían por los poros del cerebro en los nervios para mover
los músculos, también podían ser activados por el alma. Así afirma que «la pequeña
glándula, que es el asiento principal del alma, está suspendida de tal modo entre las
cavidades que contienen estos espíritus que puede ser movida por ellos de tantas
maneras diversas como diferencias sensibles hay en los objetos; pero (que) también
puede ser movida de modos diversos por el alma, que es de tal naturaleza que recibe
en sí tantas impresiones diversas (es decir que tiene tantas diversas percepciones) como
movimientos diversos tienen lugar en esta glándula. Como, recíprocamente, también
la máquina del cuerpo está compuesta de tal modo que sólo por el hecho de ser esta
glándula diversamente movida por el alma, o por cualquier otra causa que pueda darse,
impulsa los espíritus que la rodean hacia los poros del cerebro, que los conducen por
los nervios a los músculos, por medio de lo cual les hace mover los músculos» (p. 103).
El alma, para Descartes, no solo era sensible a los movimientos del cuerpo y sobre el
cuerpo (las pasiones) sino que podía, por medio de la voluntad racional, ser el origen
también de acciones musculares. El alma no solo constituía una entidad paraóptica; era
también una entidad paramecánica.

La concepción geométrica renacentista, tal como la formuló Descartes, legó a la


psicología un alma sede del conocimiento y origen de las acciones voluntarias. El mito
del fantasma en la máquina, como acertadamente lo bautizó Ryle (1949), entregó a la
psicología un hombre escindido en cognición y acción. La tarea de la nueva disciplina
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fue examinar empíricamente como tenía lugar la relación entre ambas esferas.

El reencuentro con la conducta gracias al Lenguaje


Ordinario
La función de un modelo es la de dar fundamento a ciertas formas de conocimiento.
El modelo geométrico Cartesiano se convirtió en el fundamento, no siempre recono¬
cido, de los argumentos y métodos para conocer lo psicológico. El alma y todos sus
sinónimos: la mente, la experiencia, la cognición, etc., se convirtieron en el objeto
legítimo de conocimiento de una nueva ciencia empírica, y el modelo cartesiano
constituyó el fundamento sobre el que se validaron los criterios de certeza de tal
conocimiento.

En el caso particular del mito del fantasma en la máquina existió un factor adicional
que contribuyó a certificar la verdad de la creencia en un hombre dividido en cognición
y acción. La ontología cartesiana establecía la independencia del alma y la materia
como substancia, y en el caso particular del alma y la materia como substancias, y en
el caso particular del alma, su carácter esencialmente racional. La duda sobre la
existencia de todo era la única prueba fehaciente de cuando menos la existencia de la
razón como substancia. La existencia del Yo como pensamiento, como razón, estaba
determinado por la existencia de ideas innatas, y estas ideas innatas, en tanto
racionales, se expresaban como verbo. El discurso era el medio de expresión por
antonomasia del pensamiento, y por consiguiente, se desprendían de ello dos supuestos
fundamentales. El primero, que la sintaxis del lenguaje, en tanto expresión del
pensamiento, debía reflejar y corresponder a la sintaxis del pensamiento. La Gramática
era gramática racional. El segundo supuesto tenía que ver con la naturaleza del
contenido del lenguaje. Las expresiones sobre el propio devenir del alma como
experiencia y razón constituían la evidencia empírica de su existencia. El lenguaje de
lo mental no era un conjunto de expresiones y usos sobre prácticas sociales, sino que
constituía el indicador externo de la propia vida anímica. Era efecto y prueba del
funcionamiento del alma.

Siguiendo el análisis que hace Turbayne del uso de los modelos, se podría afirmar
que en este momento, no solo Descartes, sino aquellos que aceptaron su modelo como
fundamento de todo conocimiento sobre lo psicológico, hipostasiaron al lenguaje
ordinario referido a términos mentales, considerándolo testimonio de la existencia de
un mundo paralelo al que solo tenía acceso el propio sujeto. El sujeto era actor y
espectador de su acción. El sujeto hablaba de lo que él observaba como ocurrencia en
si mismo: su experiencia mental. Los términos ordinarios utilizados para hablar entre
personas se transformaron en términos técnicos para referirse a un mundo especial: el
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de los eventos mentales teniendo lugar en un mundo inmaterial, pero sustantivo en el
tiempo. El mito del fantasma en la máquina se apropió del lenguaje ordinario sobre el
percibir, el imaginar, el pensar, el sentir y otros acontecimientos semejantes entre
personas y cosas, y al apropiarse de este lenguaje como un lenguaje técnico subordi¬
nado a una metáfora considerada real consumó una doble invasión de especies o error
categorial. Primero, convirtió en lenguaje técnico, es decir unívoco, al lenguaje
ordinario, multívoco. Segundo, subordinó las prácticas ordinarias de comunicación a
los supuestos y creencias en un mundo paralelo, al que se tenía acceso solo a través de
ciertas reglas de interpretación de los contenidos de las expresiones. El contenido se
separó del contexto y de los criterios sociales de uso. El lenguaje se convirtió, de ese
modo, en un fenómeno extraño para los que lo hablaban.

El Conductismo surgió como un intento por naturalizar nuevamente las acciones


de los individuos, incluyendo el acto de hablar. Cometió, sin embargo, un doble error,
que impidió a la psicología superar de hecho el mito del fantasma en la máquina. En
primer lugar, el Conductismo supuso que los acontecimientos mentales correspondían
en realidad a acontecimientos físicos, y que, en consecuencia el mundo de la experiencia
debía transformarse en un mundo de acciones y estímulos. En segundo lugar, anatemizó
los términos mentalistas por representar ficciones y los tradujo, las más de las veces
groseramente, a equivalentes biunívocos fraseados en términos de estímulos y respuestas.
El Conductismo, como la psicología toda, nunca se percató del origen conceptual de
su problemática y de la hipostasión cometida en el lenguaje y por medio del lenguaje.

Wittgenstein (1980) señalaba que «los conceptos psicológicos son solamente


conceptos cotidianos. No son conceptos formulados recién por laciencia para su propio
propósito, como lo son los conceptos de la física y de la química. Los conceptos
psicológicos se relacionan con los de las ciencias exactas de la misma manera que los
conceptos de la ciencia médica lo hacen con los de aquellas ancianas que dedican su
tiempo a cuidar al enfermo» (p. 12, nota 62). El mito del fantasma en la máquina
desnaturalizó a los conceptos psicológicos, que eran solamente conceptos cotidianos
con un sentido determinado por el contexto y el uso de las expresiones en que se veían
incluidos. El modelo geométrico cartesiano los reificó como entidades, y estableció la
ficción de un significado de dichos términos como términos de conocimiento de
entidades internas. Los términos cotidianos se confundieron con términos técnicos
referidos a entidades no observables, significativas solo en el contexto del modelo
geométrico aludido. La confusión se consumó al suponer que dichas entidades, que
solo tenían sentido como elementos de un modelo, eran entidades reales y que, por
consiguiente, el modelo no era una metáfora para describir la realidad, sino que
constituía una descripción de la realidad tal cual.

No solo la psicología oficial fue victima de esta metáfora y de la confusión


conceptual resultante respecto de las expresiones cotidianas sobre la experiencia y la
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subjetividad. La cultura occidental, como forma de interpretar el lenguaje cotidiano,


fue también víctima de esta metáfora, y en ciertos momentos propiciadora de ella
(examínese por ejemplo las implicaciones políticas y morales que tiene el dogma del
fantasma en la máquina). De ahí la necesidad de recuperar la conducta a partir de un
reencuentro con el sentido ordinario de las expresiones «mentales» secuestradas por
el cartesianismo.

Recuperar el sentido ordinario de los términos psicológicos significa examinar


cómo se usan y en qué contexto. El lenguaje ordinario, como ha señalado Wittgenstein
(1953) no es un lenguaje para designar objetos. Su propósito fundamental es comunicar,
influir en otros. Los términos psicológicos se inscriben en esta dimensión. El propio
Wittgenstein (1967, 1980) y Ry le (1949) han examinado la «lógica» o «gramática» de
los juegos de lenguaje cotidianos relativos a expresiones psicológicas. No hay nada en
ellos que ampare en los usuarios la creencia o la referencia a un segundo mundo,
paralelo e inobservable. Son términos que tienen sentido en las interacciones sociales
en las que se usan. La desmentalización de los términos psicológicos no se puede
realizar mediante el expediente de cancelar la existencia de sus significados como
entidades reales, o reformulando su significado en términos fisicalistas haciéndoles
corresponder a acciones o estímulos físicos no observables. Más bien, se requiere
examinar las circunstancias y episodios en que un término o expresión se usan (Ribes,
en prensa). Recuperar el sentido de los términos psicológicos en su uso cotidiano no
equivale a construir una teoría psicológica, pero sí representa eliminar la confusión
conceptual sobre la supuesta correspondencia de dichos términos con eventos, físicos
o mentales. La teoría psicológica como teoría científica difícilmente podrá establecer
biunivocidad entre sus términos técnicos, acuñados con tal propósito, y los términos
ordinarios referidos a lo psicológico. Estos últimos son términos multívocos, y
cualquier intento por establecer reglas de correspondencia entre ellos y un lenguaje
técnico, solo puede fracasar. El re-encuentro con los términos psicológicos como
lenguaje ordinario no conduce inevitablemente a la formulación de un lenguaje técnico
apropiado para el estudio científico de los acontecimientos psicológicos, pero sí
impide que nos engañemos al reformular, por ejemplo, la cognición como acción,
entendida ésta como movimiento. Ni una ni otra constituyen realidades psicológicas.
Son representaciones conceptuales surgidas de un modelo que hipostasió a la realidad.

En busca del modelo deseado


Así como el Conductismo no logró desvincularse de las implicaciones ligüisticas
del mito del fantasma en la máquina, tampoco ha tenido éxito en la formulación de un
modelo específico de lo psicológico, que permitiera reconocer y abandonar sucesi¬
vamente al modelo geométrico dominante.
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El modelo geométrico formulado por Descartes se reducía, en su aplicación, a un


modelo mecánico. Turbayne (1974) identificó las cuatro propiedades del modelo
geométrico cartesiano. Estas propiedades del modelo geométrico cartesiano. Estas
propiedades son: a) la deducción; b) la extensión; c) el movimiento; y d) la fuerza física.
Como señala el propio Turbayne, «El modelo geométrico así plasmado resulta idéntico
al modelo mecánico; y así lo concibió Descartes. Tenía perfecta conciencia del enorme
poder explicativo de su modelo, y del poder sobre la naturaleza que podía darle al
hombre. Su retórica al modo de Arquímides, «Dadme extensión y movimiento y
construiré el mundo», sintetiza las propiedades de su modelo especificado, con la
excepción de que la fuerza incorpórea reemplaza a la corpórea. Lleno de celo
geométrico, Descartes realmente aplicó su modelo para resolver problemas de óptica,
magnetismo, geogonía, biología, fisiología y psicología. Por ejemplo, el cuerpo
humano se convirtió en una «máquina terrenal», mientras que las emociones, tales
como el amor, no eran sino los efectos de «algún movimiento de los espíritus animales»
... Asimismo, no fingió o hizo creer, simplemente, que la extensión en longitud,
anchura y profundidad constituye el mundo externo. Tomó esta metáfora en su sentido
literal, ya que definió el mundo res extensa. Finalmente no solo supuso que los cuerpos
humanos y los cuerpos de los perros eran máquinas; realmente lo eran para él ...
Hechizado por su propia metáfora, tomó la máscara por el rostro y, en consecuencia,
legó a la posteridad algo más que una concepción del mundo. Le legó un mundo» (pp.
88-90).

Este mundo cartesiano no solo se manifestó en la forma de un mundo psicológico


ficticio sustentado en la reificación del lenguaje ordinario. Se expresó también en la
lógica empleada para la construcción del conocimiento científico. La ciencia de la
mecánica se convirtió en un modelo de todas las ciencias. Conocer y explicar solo se
podía llevar a cabo en la forma y con los criterios con los que la mecánica, tal como fue
concebida por Descartes, lo hacía. Y la psicología no constituyó una excepción.

En otros escritos he analizado (Ribes, 1985, 1986) la incorporación de la lógica de


la mecánica en la teoría de la conducta como consecuencia de la adopción del ejemplar
del reflejo. Existen razones históricas bien fundadas que justifican y explican este
hecho (Pavlov, 1927; Watson, 1916; Skinner, 1931). El Conductismo como teoría
acerca de la psicología adoptó históricamente el método de los reflejos condicionales
y las categorías descriptivas a él asociadas. Por ello, la teoría de la conducta evolucionó
en la forma de teoría del condicionamiento, al margen de las microconcepciones
surgidas en su derredor. Aún cuando la teoría del condicionamiento se apartó de las
concepciones reflejas iniciales y abandonó el término mismo de reflejo, mantuvo
inadvertidamente la lógica mecánica originaria.

Como ya se ha señalado en los escritos mencionados, la lógica de la teoría del reflejo,


como modelo mecánico de la conducta, se caracteriza por tres propiedades:
219

1) la búsqueda de relaciones causales eficientes entre eventos como relaciones por


contacto directo o mediado;

2) la selección de unidades atómicas, moleculares, consideradas representativas de


los segmentos molares comprendidos en la interacción entre el organismo y los objetos
del ambiente; y

3) la conceptualización de la historia como causa distal.

No abundaré en detalles de como estas tres características lógicas del modelo


mecánico fundamentan las diversas formas asumidas por la teoría del condicionamiento,
incluyendo la teoría de la triple relación de contingencia formulada por Skinner
(1938). Me parece suficiente señalar que estas características no son idóneas para el
análisis y explicación de los fenómenos psicológicos, en la medida en que reducen
segmentos interactivos a relaciones lineales causa-efecto entre eventos puntuales, y
confunden las variables situacionales e históricas con propiedades causales distales o
indirectas. La falta de relevancia de gran parte de la investigación realizada en
comportamiento animal, y las limitaciones conceptuales de las categorías empleadas
en la teoría del condicionamiento constituyen señales inequívocas de la inadecuación
lógica del modelo mecánico subyacente.

En la medida en que la lógica de la teoría del condicionamiento es una lógica


aplicable a las acciones y reacciones, reduce los acontecimientos psicológicos,
complejos sistemas de interacción o relación entre acciones de individuos y objetos,
a meras secuencias lineales de componentes de acción dadas ciertas fuerzas o impulsos
(estímulos) en el ambiente y una fuerza propia del individuo representada por su
historia de respuesta. La lógica del reflejo va más allá de influir en la forma metafórica
de los términos de la teoría del condicionamiento: reforzamiento, encadenamiento,
estímulo, provocación, etcétera. Constituye la arquitectura del edificio conceptual de
la teoría: selecciona los datos pertinentes, establece el criterio de explicación, y otorga
propiedades conceptuales diversas a distintas operaciones y tipo de lenguaje de datos.
Para utilizar una noción de Wittgenstein, la lógica del reflejo -como lógica mecánica-
nos hace ver los fenómenos psicológicos de cierta manera y no de otra. Regula lo que
son hechos significativos para la teoría, y norma los procedimientos legítimos para
estudiarlos. En pocas palabras, determina una concepción de lo psicológico.

Por fortuna, la ciencia, a diferencia de otros modos de conocimiento como la


religión o las ideología morales y políticas, se sustenta como un sistema de confrontación
constante con la realidad empírica. La ciencia no busca verdades últimas y absolutas.
Busca únicamente formas conceptuales cada vez más adecuadas para dar cuenta de los
diversos niveles de relación que guardan entre sí los acontecimientos de la realidad
física y social. En esa medida, la confrontación de nuestras categorías y métodos con
-
220

lo que en el lenguaje ordinario se refiere como acontecimientos psicológicos, parece


señalar que nuestro aparato conceptual sufre severas deficiencias. No solo surgen
anomalías y paradojas en los propios contextos de investigación experimental arropa¬
dos por la teoría del condicionamiento, sino que cada vez es más evidente la limitación
que impone la teoría para abstraer las propiedades significativas de una gran diversidad
de relaciones psicológicas específicas del comportamiento humano. Quizá el ejemplo
más notorio sea la incapacidad de Verba! Behavior (Skinner, 1957) para guiar la in¬
vestigación sobre comportamiento humano, y en especial para caracterizar psicoló¬
gicamente el problema del lenguaje.

Lamentablemente las limitaciones de la teoría no son referidas al modelo y


supuestos tácitos subyacentes. La tendencia dominante consiste en retocar la teoría del
condicionamiento reconociendo la existencia de eventos que pueden ser categorizados
como conceptos disposicionales (operaciones de establecimiento; Michael, 1982), o
bien proponiendo modelos superpuestos provenientes de otras disciplinas para exami¬
nar conjuntos particulares de problemas. Ejemplos de esto último es el estudio del
comportamiento implicado en el pensar en términos de relaciones de equivalencia, el
análisis de la conducta operante concebida como un sistema microeconómico y el
examen de la adquisición del comportamiento como un símil de la evolución biológica
de poblaciones de individuos. Aún cuando estos modelos comparten la propiedad de
trascender la lógica del modelo mecánico, poseen también un inconveniente común:
no constituyen modelos construidos para representar la especificidad de lo psicológi¬
co. Su aplicación y uso conlleva un agravante adicional: superponen sus fundamentos
conceptuales a una teoría basada en un modelo cualitativamente incompatible.

Retomando el problema inicial del Conductismo como una filosofía especial de la


ciencia psicológica, el estado actual de su evolución histórica obliga a plantearse la
siguiente pregunta ¿tiene sentido seguir siendo conductista?. Esta pregunta requiere de
varias respuestas. La primera es que no tiene sentido seguir siendo conductistas, si por
conductismo entendemos la práctica actual renovada de postular modelos ajenos a la
especificidad de lo psicológico, y mantener la vigencia de la distinción entre cognición
y acción. La segunda es afirmativa, si por conductismo entendemos el intento
conceptual por superar el mito cartesiano del fantasma en la máquina, y recuperar la
especificidad de lo psicológico como dominio de la ciencia empírica. La tercera tiene
que ver con las características de la práctica conductista. Esta no puede concebirse
como una simple empresa empírica, ya sea experimental o aplicada. Debe contemplar¬
se como un esfuerzo conceptual a) por reconocer los aciertos y errores conceptuales en
la historia de la disciplina; b) por recuperar los problemas genuinos a partir de la
práctica cotidiana articulada en el lenguaje ordinario; c) por construir un modelo
conceptual representativo de la especificidad de los fenómenos o eventos psicológicos;
d) por ajustar categorías, métodos y procedimientos al análisis empírico de los hechos
significativos para la nueva teoría; e) por preocuparse por identificar las circunstancias
-221

idiosincráticas que definen a lo psicológico como lo individual en interacción; y f) por


examinar las dimensiones sociales que en el caso del comportamiento humano, ubican
a lo psicológico como un elemento inseparable de la normatividad moral, jurídica,
lingüística y otras más.

El Conductismo, como filosofía, sólo puede formularse a partir de la reflexión


crítica sobre la propia práctica científica de la disciplina. Por ello, ser conductista
significa prácticamente comenzar de nuevo, pero conociendo esta vez los caminos
equivocados.

¿Como es posible «comenzar de nuevo» sin caer en los errores señalados?. Esto
solo es posible hacerlo reconociendo la congruencia de la práctica científica -en lo
conceptual y lo empírico- respecto de los supuestos que conforman en última instancia
al Conductismo como filosofía de la psicología.

¿Cuales son los supuestos que configuran al Conductismo como sistema concep¬
tual de la psicología?. Definiré al conductismo con base en cuatro postulados
fundamentales, cuya presentación no implica ningún orden lógico o epistemológico
determinados:

1) La psicología constituye el estudio del organismo individual en interacción con


los objetos, eventos y organismos individuales de su entorno particular. Por consi¬
guiente, en el contexto de esta interacción, que constituye una relación, no cabe la
distinción entre el comportamiento como mera acción y un mundo interno de causas
y disposiciones representado por la mente, o cualquiera de sus sucedáneos especiaÿ
1izados.

2) La psicología no incluye como obj eto único de estudio a la especie humana, sino
que, en la medida en que reconoce que la especificidad psicológica del hombre es
remontable a antecedentes en la evolución filogenética, comprende también el estudio
de las interacciones individuales de otras especies animales.

3) La psicología, para constituirse en ciencia, requiere de la especificidad de un


objeto de conocimiento, en este caso el denominado comportamiento individual, que
no es abordado por ninguna otra ciencia empírica. Para poder estudiar dicho objeto de
conocimiento en el nivel de especificidad propuesto, se necesita formular un modelo
que lo represente conceptualmente con las características y propiedades categoriales
particulares de su especificidad. Esto implica el compromiso explícito de construir un
sistema de representación exclusivo para lo psicológico, ajeno a modelos y lógicas
propias de otras disciplinas; y

4) La psicología debe desarrollar una metodología consonante con su objeto de


222
_
conocimiento: el organismo individual en interacción con acontecimientos individua¬
les. Por ello, esta metodología debe fundamentarse en el análisis de los procesos de
dicha interacción individual, considerando el tiempo y el espacio reales continuos de
la interacción.

Estos cuatro supuestos o tésis fundamentales del Conductismo como filosofía


especial de la psicología no son más que eso: supuestos que constituyen los funda¬
mentos del juego de lenguaje del conocimiento de lo psicológico, y que, por consi¬
guiente, implican y definen las prácticas de observación, de validación, y de formulación
de los problemas y hechos de nuestra ciencia. Estas tésis no son susceptibles de
verificación. Pretenderlo sería un absurdo. Son proposiciones quasi-axiomáticas que
se aceptan o se rechazan de principio. Esta decisión, sin embargo, no se da como un acto
irracional o aislado. Tiene lugar siempre en el contexto de una argumentación más
general, en donde dichos fundamentos se comparan con los fundamentos de otros
juegos de lenguaje, entendidos como prácticas integrales de relación social (Wittgenstein,
1988 - traducción castellana). Por consiguiente, el análisis propuesto, aparte de los
méritos conceptuales que alguien le pudiera atribuir, tiene la virtud intrínseca de hacer
explícitos los fundamentos que considero debe de tener toda teoría psicológica
denominada conductista. Los fundamentos mismos, como todo sistema de supuestos,
son cuestionables, pero esta característica es compartida por cualesquiera otro conjunto
de supuestos, incluso aquellos que asumimos como verdades científicas no impugnables.
Wittgenstein señala que «en el fundamento de la creencia bien fundamentada se
encuentra la creencia sin fundamentos» (SLC, 253) y que «... si lo verdadero es lo que
tiene fundamentos, el fundamento no es verdadero ni tampoco falso» (SLC, 204) (op.
cit.).

Toda reconsideración del «conductismo» de nuestra práctica científica tiene que


empezar, forzosamente, por la aceptación o reflexión sobre los supuestos acerca de la
psicología que constituyen el punto de partida de la validación de los conceptos y
métodos. No obstante, del consenso sobre dichos supuestos -los que he intentado
explicitar en su carácter de fundamentos- no se puede concluir que existe una sola
manera de construir la teoría y el método de la psicología. Por el contrario, se pueden
construir sistemas conceptuales diferentes a partir de un mismo conjunto fundamental
de supuestos o creencias. Por ello, no considero conveniente señalar los caminos
particulares a seguir en la construcción o reconstrucción de una psicología basada en
el Conductismo. En mi caso particular, puedo apuntar a mi propio quehacer (Ribes y
López, 1985) como un ejemplo de lo que se puede hacer. Sin embargo, es indudable
que los caminos conceptuales les pueden y deben ser muy variados, y que es en la
contrastación de las diversas posibilidades fundamentadas en un mismo conjunto de
supuestos, en donde se da el proceso impredecible e irrepetible de construcción
histórica de cada una de las ciencias empíricas.
223

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