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John W.

Gardner:
Liderazgo es el proceso de persuasión mediante el ejemplo, por el cual un individuo (o equipo de individuos)
induce a un grupo a alcanzar los objetivos del líder o aquellos que comparte con sus seguidores.4
General Bernard Montgomery:
Liderazgo es la capacidad y la voluntad de reunir a hombres y mujeres para un propósito común y poseer un
carácter que inspire confianza.5
Fred Smith:
Liderazgo es influencia.6
Bien podríamos ofrecer otras muchas definiciones, pero, después que uno ha analizado cada una de
ellas, todos los autores que han estudiado el tema coinciden en afirmar lo siguiente: el liderazgo está
íntimamente ligado con capacidad, actividad, metas e influencia. Y todo esto está sustentado por ciertas
cualidades morales que proveen el fundamento para que el liderazgo sea posible. Por lo tanto, una
definición básica de liderazgo sea en el ámbito de lo secular o lo espiritual, sería: la capacidad y
actividad de influenciar a individuos para que alcancen metas prefijadas.
A nosotros, en particular, nos interesa explorar las dimensiones del liderazgo cristiano. Por lo cual,
la próxima pregunta que se debe considerar es: ¿Existe alguna diferencia entre liderazgo secular y
cristiano? Teóricamente, tanto el uno como el otro operan sobre los mismos principios universales, y
comparten el elemento más significativo: el individuo. La gran diferencia entre ambos, sin embargo,
radica en la misión, las motivaciones y las prioridades. Un líder cristiano aspira a que sus seguidores
alcancen las metas establecidas por Dios; un líder secular, a que alcancen las metas establecidas por la
organización. Un líder cristiano motiva a sus seguidores apelando a su amor a Dios; un líder secular
establece una relación con sus seguidores basada en un contrato por ganancias materiales. La prioridad
del líder cristiano es ayudar a los individuos personalmente a fin de que desarrollen su potencial, para
que éstos a su vez lo ayuden a cumplir la tarea que Dios le ha encomendado. Un líder secular tiene una
tarea que cumplir, y el individuo vale en tanto ayude a lograrla; si no lo hiciera, el líder incluso tiene el
derecho de despedirlo. Por esta razón, pese a que el liderazgo está basado en principios universales,
fuera de las mencionadas, entre el campo cristiano y el secular existen varias diferencias notables que
sintetizamos en la siguiente tabla:
LIDERAZGO SECULAR CRISTIANO
1. Posición máxima El individuo ocupa el cargo Jesucristo ocupa el cargo máximo
máximo
2. Origen Talento natural Don espiritual soberana- mente concedido por
Dios
3. Requerimientos Integridad moral Integridad moral
4. Motivación Servir Glorificar a Dios;
Servir al prójimo
5. Capacidad Energía física, El Espíritu Santo
habilidades intelectuales

4
John Gardner, Ibid., p. 1.
5
Bernard Montgomery, citado por J. Oswald Sanders, Liderazgo espiritual, Outreach Publications, Grand
Rapids, 1980, p. 23.
6
Fred Smith, citado por John Maxwell, en Be a People Person (Sea un a persona para los demás), Wheaton:
Victor Books, 1989. p. 54.
6. Prioridades Los objetivos de la orga- El individuo está por sobre los objetivos
nización están por sobre el
individuo
7. Objetivos Personales o de la organización Los objetivos de Cristo
8. Recompensas Visibles, inmediatas, materiales Espirituales. A veces visibles, la mayoría de las
veces se debe esperar a la eternidad para la
recompensa total
Habiendo observado las diferencias mas visibles entre ambos liderazgos, quisiéramos presentar a
continuación nuestra propia definición de liderazgo cristiano:
Liderazgo cristiano es la capacidad y actividad de motivar a otros para que alcancen las metas
establecidas por Dios para sus vidas.
El objetivo de este libro es explicar, en los capítulos siguientes, cada uno de los elementos que
componen esta definición. Reiteramos, liderazgo cualquiera sea la esfera de nuestro accionar, no es
poder, ni posición, ni personalidad, ni una carrera, sino el resultado de ser siervos de una misión. Nunca
será una búsqueda ascendente buscando alcanzar metas personales de grandeza en términos humanos,
sino un camino en descenso, semejante al que Jesucristo debió recorrer (Filipenses 2:5–11). Esto
demandará del líder lo mejor de sí en un esfuerzo arduo por conquistarse primero a si mismo y luego
luchar para prevalecer sobre circunstancias y poderosos enemigos externos. Demandará cargar la cruz,
humildad, y abnegación en dosis enormes; pero al mismo tiempo, será el proceso más noble e
inspirador en el que se involucre, ya que ¡no hay actividad más gozosa en esta vida que ayudar a otros
a triunfar! Habrá recompensas y satisfacciones que sólo gustarán aquellos que están dispuestos a hacer
el sacrificio supremo buscando servir a los demás. Todo líder cristiano tarde o temprano descubrirá que
cuando alguien motiva a otros a captar la visión y el plan de Dios para sus vidas, estará añadiendo valor
incalculable a la existencia de sus seguidores; pero el beneficio mayor lo recogerá primeramente el
líder mismo, puesto que, ayudando a otros a crecer, crecemos nosotros también.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos aliados dañaron una iglesia en suelo alemán.
La explosión hizo que los brazos de una estatua de Cristo fueran quebrados. Después que la
conflagración cesó, los miembros de la congregación decidieron restaurar el santuario. La pregunta era,
¿qué hacer con la estatua de Cristo sin manos? Repararla era imposible. Parecía que quedaría
inutilizada para siempre hasta que alguien tuvo una nueva idea. La colocaron a la salida de la iglesia de
modo que, al terminar el culto, cuantos salían pudieran verla claramente. Sólo le colgaron una leyenda
que decía: “Tus manos serán las manos de Cristo esta semana”. Ser líder cristiano es tener el inmenso
privilegio de ser las manos de Cristo durante la semana. Ministrando a otros para que crezcan en lo
personal y como resultado, nos ayuden a cumplir la misión que Jesucristo comenzó y que ustedes y yo
tenemos el privilegio de completar.
Si liderazgo cristiano es la capacidad de motivar a otros,por tanto, la próxima pregunta que debe
ser respondida es, ¿esta capacidad se adquiere o se nos otorga antes de nacer? ¿Es cuestión de genética
o de escuela? En otras palabras: ¿un líder nace o se hace? Responder a este interrogante crucial nos
lleva al tema del próximo capítulo.
2
El líder: ¿Nace o se hace?
Liderazgo es el resultado de vivir correctamente, de acuerdo a convicciones firmes, a prioridades
claras, a un sentido de misión, a un amor genuino hacia mis seguidores, y a una determinación
disciplinada para alcanzar la visión que me impulsa.
Nadie puede enseñarle a un conductor de automóviles a que maneje más rápidamente, sólo se le
puede enseñar a que vaya más despacio. Esta es la máxima que rige el automovilismo deportivo
cuando se trata de discernir quién es un conductor excelente. Las carreras de automóviles han sido mi
deporte favorito a lo largo de los últimos treinta años. Durante este lapso he visto a centenares de
pilotos brillantes aspirar al lugar máximo en la actividad pero, por razones misteriosas, sólo unos pocos
alcanzan la meta de obtener un campeonato mundial, y mucho menos en forma reiterada. El resto
componen la farándula, proveen el elemento de competición que da sentido a la actividad, pero sus
logros palidecen cuando se los compara con ese puñado de conductores sobresalientes.
Lo más notable es que casi todos recorren la misma trayectoria, asisten a las mismas escuelas de
manejo deportivo, conducen los mismos automóviles y compiten en las mismas categorías bajo
idénticas condiciones. Algunos, merced al poderío económico que los sustenta, logran avanzar
comprando inclusive una plaza en los mejores equipos. Entonces cuentan con la mejor tecnología, la
mejor asistencia humana, los mejores elementos mecánicos y, sin embargo, nunca parecen progresar
gran cosa. Otros, en cambio, saltan a un auto de segunda categoría y, a pesar de la desventaja inicial,
inmediatamente se colocan entre los mejores. Si le preguntáramos a cualquier director de equipo: “Un
piloto, ¿nace o se hace?”, todos coincidirían en afirmar que un piloto nace y luego se desarrolla. Si
tiene el talento natural que le impulsa al frente, luego debe enseñársele a madurar para que no corra
tantos riesgos, ni arruine demasiados automóviles. Si el conductor no tiene el “fuego sagrado”, nada
podrá hacerlo ir mas rápido; ni cursos, ni consejos, ni el mejor auto. Si tiene el talento requerido, el
resto es cuestión de tiempo. Las experiencias positivas y negativas, los aciertos, los errores y las
enseñanzas que asimile irán haciéndolo madurar hasta que llegue a ser un corredor altamente
competitivo y eficaz.
Entre el automovilismo deportivo y el liderazgo cristiano hay mucho en común, ya que ambos
tienen que ver con seres humanos que tienen grandes aspiraciones y anhelam alcanzar metas muy
elevadas. A lo largo de tres décadas de servir a Dios he visto a individuos lograr cosas extraordinarias,
y tambipén he visto a muchos otros que, pese a haber nacido en buenos hogares cristianos, haber
crecido bajo la influencia de ministros inspiradores y haber tenido excelentes oportunidades de
estudios, (situaciones todas muy favorables para “realizarse”), lograron muy poco. ¿Qué es lo que hace
la diferencia entre unos y otros? ¿Será talento natural, dones espirituales o capacitación adecuada?
Cuando nos introducimos al tema de liderazgo, la pregunta que surge inmediatamente es: ¿Un líder
nace o se hace? ¿Cómo se llega a ser líder? ¿Es cuestión genética o de escuela? A través de los años las
opiniones han estado divididas. En otros tiempos se creía que liderazgo era todo cuestión de talento
natural. Sin embargo, la gran mayoría de autores que han escrito sobre el tema en los últimos treinta
años, se han inclinado a afirmar que un líder se hace. Probablemente, anhelando que otros se
involucren en la acción, han enviado el péndulo al otro extremo. Y lo han hecho a tal punto que
cualquier sugerencia en dirección contraria, es comparada a una especie de determinismo hindú.
¿Dónde se hallará la respuesta satisfactoria al dilema? Antes de seguir avanzando, sería bueno recordar
aquí lo que expresó Charles Simeon, un reconocido predicador inglés del siglo pasado: La verdad en
teología no se halla en un extremo ni en el otro, ni en el medio; sino en los dos extremos
simultáneamente. Y lo que es un excelente principio para la teología en general, también es muy útil
para el tema de liderazgo en particular.
Quien considere la Biblia el fundamento de toda su fe y práctica, debe lógicamente recurrir a ella en
primer lugar para comenzar la búsqueda de la respuesta al interrogante que nos ocupa. Al leer el Nuevo
Testamento uno encuentra que todos los creyentes son llamados personalmente por Dios a la salvación
y al servicio (Ef 2:8–10). El programa de Dios es el establecimiento de su Reino a través de la
edificación de su iglesia. Y para que esto sea factible Jesucristo mismo ha capacitado soberanamente a
cada uno de sus miembros con diferentes habilidades espirituales. Por esta razón el apóstol Pablo
escribe:
Así como cada uno de nosotros tiene un solo cuerpo con muchos miembros, y estos miembros no
desempeñan todos la misma función, también nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en
Cristo, y cada miembro pertenece a todos los demás. Tenemos dones [carismata] diferentes, según la
gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe. Si
es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe; si es el de animar a otros,
que los anime; si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir
(proistemi=liderar), que dirija con diligencia; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría.
Romanos 12:4–8 (NVI)1
Cuando una persona nace de nuevo, el Espíritu de Dios de acuerdo a su gracia le otorga
soberanamente ciertos dones y anhela que los emplee al máximo en beneficio de los demás. La lista de
dones es extensa y muy compleja. Entre ellos, aunque ha sido ignorado por largo tiempo, para sorpresa
de muchos también aparece el don de liderar. La raíz básica del término usado tiene que ver con guiar,
dirigir, presidir, gobernar. Y toda vez que se lo usa en el Nuevo Testamento (1 Tesalonicenses 5:12; 1
2
Timoteo 3:4–5, 12; 5:17; Tito 3:8, 14) es siempre en un contexto de cuidado y amor. Este don, al igual
que todos los demás, no es algo que nosotros podamos elegir. No depende de nosotros sino sólo de la
gracia y sabiduría de Dios, quien lo otorga a quien él desea. Por esta razón, decíamos en nuestra
definición, que liderazgo es una capacidad. Una capacidad conferida y otorgada en forma soberana por
Dios, y que en consecuencia debemos administrar fielmente como buenos mayordomos, en el temor de
Dios.
Esta realidad de que liderazgo es un don espiritual, tiene profundas implicaciones para el ministerio
cristiano. Decíamos en el capítulo anterior que liderazgo no es posición, y una de las modas que ha
cobrado un fervoroso auge en la década del noventa, es referirse a los pastores (lo usamos en el sentido
de título) como si fueran los “líderes espirituales” del pueblo de Dios. Este modo de hablar implica que
todo pastor, en virtud de su posición y tarea, tiene automáticamente garantizado el don de liderazgo.
Tal noción no podría estar más distante de la realidad. Hay en elevadísimo porcentaje de hombres y
mujeres que ocupan el púlpito domingo tras domingo, que tienen el don de evangelista, de pastor-
maestro y tal vez muchos otros dones, pero no han recibido de Dios el don espiritual de liderazgo. Hay
en cambio hombres y mujeres que jamás han puesto sus pies en un púlpito, no tienen el don de enseñar
y, sin embargo, en razón de que poseen el don de liderazgo, producen más resultados para el avance del
reino de Dios que muchos que están dedicados tiempo completo al ministerio. Muchas veces ocurre, en

1
Este es un pasaje que ha brillado por su ausencia en todos los escritos cristianos sobre el tema de liderazgo. La
única excepción que confirma la regla, ha sido la obra de Ted Engstrom Your Gift of Administration (Su don de
administración), la cual cuando fue traducida al español, lamentablemente fue titulada: “El líder no nace, se
hace”, dando a entender de esta manera exactamente lo opuesto a aquello que el autor intentaba trasmitir.
2
Es una lástima que la NVI haya escogido el verbo dirigir para traducir el término griego, siendo que dirigir
muchas veces tiene una connotación de fuerza: dirigentes gremiales, dirigentes del fútbol, etc.
efecto, que un determinado ministro tiene varios dones espirituales, incluso el de liderazgo, pero no
siempre es así. Y aunque somos los primeros en afirmar la verdad bíblica de que Jesucristo es quien
edifica la iglesia (Mateo 16:18), también estamos convencidos de que son estos individuos, dotados del
don de liderazgo, quienes por lo general conducen a sus congregaciones a quebrar barrera tras barrera
de crecimiento. Debemos subrayar esta verdad, especialmente a la luz de que, en muchos sectores, se
da por sentado que es la espiritualidad del ministro la que produce el crecimiento. ¿Cuántas iglesias
tienen hombres y mujeres de oración, ayuno y una vida espiritual disciplinada y, sin embargo, esas
congregaciones sólo llegan hasta un cierto límite del cual parecen no poder pasar?
Otra implicación de esta semántica errónea es que ahora muchos seminarios evangélicos
promueven sus programas de estudios con el anuncio de que están formando la próxima generación de
líderes cristianos. Parecen creer que por el mero hecho de pasar por sus aulas los estudiantes
irremediablemente llegarán a ser líderes. Esta semana recibí por correo la propaganda de un
establecimiento de educación terciaria que ofrece “Certificado en liderazgo cristiano”. Sin embargo,
cuando uno estudia su programa de materias, descubre que en realidad están preparando a los
estudiantes para llegar a ser evangelistas y pastores. Debemos felicitar a tantos colegios por tener
sueños tan elevados y nobles, mas volviendo al concepto de liderazgo como don espiritual, ¿cómo
harán estas instituciones para pasar a sus estudiantes el don de liderazgo que solo le corresponde a Dios
conferir?
Habiendo enfatizado la realidad de que liderazgo es un don otorgado soberanamente por la gracia
de Dios a ciertos miembros del cuerpo de Cristo, imagino que algunos razonarán: “¿Esto significa, en
consecuencia, que si yo no tengo el don de liderazgo, de nada me sirve involucrarme en la acción y
tratar de correr?” Aquí deberíamos mencionar una vez más la frase de Charles Simeon, y recordar la
importancia de mantener los dos extremos en equilibrio. Es decir que, mientras puede haber un puñado
de individuos que estén tratando de llegar a ser líderes cuando no han recibido el don espiritual, son
más los que, habiéndolo recibido, ni siquiera lo saben. Y es triste reconocer que por cada persona que
está actuando como líder en nuestra sociedad y dentro del reino, hay entre cinco y diez con el mismo
potencial de liderazgo que no sólo jamás lo desarrollaron, sino que ni siquiera lo pensaron como una
posibilidad a su alcance.
Una de las causas principales de esta situación es que un elevadísimo número de cristianos, no han
comprendido el carácter de Dios ni la naturaleza de los dones espirituales; que nuestro Dios es
tremendamente generoso y, por lo general, nos ha dado muchos más dones de los que imaginamos que
poseemos. Y además, estos dones no nos son entregados en la forma de un roble ya crecido, sino como
una semilla que debe ser plantada, regada y alimentada para que llegue al desarrollo pleno de la vida
que hay en ella. Por esta razón afirmamos que, potencialmente, todo líder “nace”, pero también debe
desarrollarse. Debe aprender a crecer en competencia y efectividad. Por eso los dos aspectos deben
unirse para construir el paradigma del liderazgo cristiano. Dios llama y capacita pero cada uno debe
responder a ese llamado con fe y obediencia, anhelando cumplir la voluntad divina en todo.
En la película Carrozas de fuego, Harold Abrahams, un excelente corredor pedestre, acaba de sufrir
su primera derrota. Luego de la carrera se sienta abatido en las tribunas refunfuñando por la pérdida. Su
novia trata de alentarlo, a lo que responde: “Si no puedo ganar, no voy a correr”. Su novia
correctamente lo corrige diciendo: “Si no corres nunca vas a ganar.” Alguien preguntará: ¿Cómo puedo
saber si tengo el don de liderazgo? ¿Cómo puedo saber que si comienzo a correr voy a ganar?
Permítame sugerirle cuatro pasos fundamentales:

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